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Posiciones corporales

De rodillas (prostratio)
Existen ambientes influyentes que intentan convencernos que no hay necesidad de arrodillarnos. El hombre ya
redimido que ha sido liberado por Cristo no tiene necesidad de arrodillarse. Dando una mirada a la historia, nos
damos cuenta de que romanos y griegos rechazaban estar de rodillas. Se decía que el arrodillarse no era digno
de un hombre libre. Era una costumbre de los bárbaros (Platón, Agustín).
Nos arrodillamos ante la humildad de Cristo. El acto de arrodillarse es la expresión de una cultura cristiana que
transforma las costumbres ambientales a partir de una nueva y más profunda confesión y experiencia de Dios.

Postrarse de rodillas no proviene de cultura alguna, sino que inicia de la Biblia y de la confesión de Dios que en
ella se hace. El vocablo “proskynein” (arrodillarse) aparece en el NT 59 veces, de las cuales 24 están en el
Apocalipsis. Se pueden distinguir tres posturas estrechamente ligadas entre sí.

Primero encontramos la “prostratio”, el arrojarse sobre el suelo ante el poder imponente de Dios. En el NT
también aparece el “caer de rodillas” y el “estar de rodillas”.

La “prostratio”, en el AT, Josué se tira por tierra ante Dios (Jos 5,14s) (Orígenes). En el NT, Cristo se hecha
sobre el suelo (Mt 22,39; Mc 14,35) (Santos Padres). Lucas (Lc-Hch) se preocupa de la teología de la
genuflexión, nos dice que Jesús oraba de rodillas. El gesto nos muestra que Jesús asume la caída de los
hombres. Cristo mismo posibilita que la voluntad del hombre se entregue a la de Dios. “Que no se haga mi
voluntad sino la tuya” (oración en el Espíritu, Pablo (cf. Rm 8,15; Ga 4,6). En la liturgia aparece en dos
ocasiones: el viernes santo y las ordenaciones.

En segundo lugar, “caer de rodillas”, aparece 4 veces en el Evangelio (Mc 1,40; 10,17; Mt 17,14; 27,29),
designado con la forma griega “gonypetein”. Mc 1,40, se trata de una petición expresada con el fervor corporal.
La palabra clásica de la adoración de rodillas, “prokynesis”, expresa otra cosa. Mt 14,33, se postraron ante Él
diciendo: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”. Los gestos de confesión de Jesús como Hijo de Dios son de
adoración.

“Creo, Señor”, y se postró ante Él” (Jn 7,35-38). “Prokynesis” aparece 11 veces en el ev. de Juan, de las cuales
9 en el diálogo de Jesús con la samaritana (cf. Jn 4,19-24) adoración. Esta palabra tiene siempre el significado
de “adorar”. Así, pues, no se puede separarse el sentido espiritual de la postura corporal ínsitos en el término
“Prokynesis”.

El gesto corporal como tal encierra en sí un sentido espiritual, es decir, la adoración, sin la cual el propio gesto
carecería de sentido. El acto del espíritu, por su parte, tiene que expresarse necesariamente en la postura
corporal, y ello partiendo de su propia esencia, partiendo de la base de la unión del cuerpo y del alma del ser
humano.

Cuando la genuflexión está únicamente revestida de exterioridad, cuando se vuelve exclusivamente un


movimiento del cuerpo, pierde todo su sentido. Por otra parte, cuando alguien pretende entregarse a la
adoración encerrándose en su propio espíritu, sin exteriorizarla corporalmente, el propio acto de adoración se
vacía, ya que la sola espiritualidad no se adecúa al ser del hombre. La adoración es un acto que concierne a todo
el ser del hombre. Por tal motivo doblar la rodilla ante la presencia del Dios viviente resulta imprescindible.

Así, llegamos al modelo típico de la postración que puede ser sobre una o sobre las dos rodillas. El AT
“barak”, quiere decir arrodillarse. Para los hebreos las rodillas eran un símbolo de la fuerza. Por eso, el doblar
nuestras rodillas tiene que ver con el inclinarnos ante el poder del Dios viviente y es reconocimiento de aquel
del cual proviene todo lo que somos. (2Cro 6,14, Salomón, Esd 9,5, Esdras). El gran himno de la pasión, el sal
22, termina con la promesa: “Ante Él se postrarán… (v.30). Is 45,23, en el contexto del NT.

En Hch, Pedro, Pablo y toda la comunidad cristiana (9,40; 20,36; 21,5). El martirio de san Esteban. (Hch 7,60).
Arrodillarse no es sólo un gesto cristiano, sino cristológico. Pero el pasaje más importante referido a la teología
de arrodillarse es y seguirá siéndolo el himno cristológico de la Carta a los filipenses (2,6-11). Escuchamos la
oración de la Iglesia apostólica y descubrimos su confesión de Cristo. Finalmente percibimos en ella la
profundidad de la íntima unidad entre el AT y el NT, así como la amplitud cósmica de la fe cristiana. El himno
de la Iglesia apostólica se apropia aquí de las palabras de promesa de Is 45,23.
A través del Crucificado se cumple ahora la promesa del AT. Todos doblan su rodilla ante Jesús. La cruz se ha
convertido en el signo universal de la presencia de Dios. Sobre la base de la cruz histórica y cósmica, podemos
decir que la liturgia cristiana es una liturgia cósmica, que dobla sus rodillas ante el Señor que ha sido
crucificado y exaltado. Este el centro de la auténtica “cultura”, es la cultura de la verdad. El gesto humilde con
el que caemos de hinojos nos ubica en el verdadero camino de la vida dentro del universo.

Narración de Eusebio de Cesarea en su Historia de la Iglesia. Las historias sacadas de las Sentencias de los
Padres del desierto. La expresión de Lc “theis ta gonata”, se trata de una palabra específicamente cristiana.
Puede ser cierto que arrodillarse resulte extraño a la cultura moderna en tanto que es una cultura alejada de la fe.
El que aprende a creer, también aprende a arrodillarse. Una fe y una liturgia que ya no se identificara con esta
postura, estaría enferma por dentro. Hay que aprender de nuevo a arrodillarse. Sólo así podremos orar en
comunión con los apóstoles y los mártires, en comunión con todo el cosmos; sólo así podremos guardar la
unidad con el propio Jesucristo.

Permanecer de pie y sentarse. Liturgia y cultura.


En el AT el permanecer de pie es una postura clásica de oración (Ana, madre de Samuel) (1S 1,26). En el NT
Lc nos presenta a Isabel, la madre del Bautista. Una serie de textos del NT nos hace ver que en tiempos de Jesús
el permanecer de pie era la postura oracional acostumbrada de los judíos (Mt 6,5; Mc 11,25; Lc 18,11ss). Entre
los cristianos, estar de pie era sobre todo la forma pascual de orar.

Volvemos la mirada a la pasión de Esteban, vio a Jesús de pie a la derecha del Padre. El permanecer de pie es el
gesto del vencedor. Dicha postura es también expresión de disponibilidad. Estando en pie tomamos conciencia
de que nos unimos a la victoria de Cristo. Cuando escuchamos el Evangelio de pie manifestamos nuestro
respeto por Él. Al resonar sus palabras no podemos quedarnos sentados. Ellas nos arrancan de nuestra
postración y nos elevan.

La oración realizada en pie es una anticipación del futuro, de la gloria que nos espera. En la medida en que la
oración litúrgica es anticipación de lo prometido, le es propio permanecer en pie.

En la liturgia se da la posición de estar sentado durante la lectura, durante la homilía en los periodos de
meditación de la Palabra escuchada, como son las respuestas responsoriales, etc. ¿En el ofertorio se debe estar
sentado? El estar sentado debería servir a la asamblea. El cuerpo necesita estar relajado para que el escuchar y el
entender sean posibles.
Cuando se busca entender el lenguaje de los gestos, se debe tener en cuenta su origen y su orientación espiritual.
En la postración de rodillas el hombre se inclina, pero su mirada se dirige hacia adelante y hacia arriba. Cuando
permanecemos de pie, nos ponemos frente a otro. Se trata de estar erguido ante aquel nos mira y al que
pretendemos mirar (Hb 12,3). Tener la mirada fija en Jesús.

El arrodillarse y el estar en pie son posturas que tienen que ver con la fe y que poseen propiedades
intransferibles e irremplazables. (cf. Jn 14,9). El baile no es una forma expresiva de la liturgia cristiana.
Ninguna orientación de baile tiene nada que ver con el contenido interior de la liturgia del “sacrificio hecho
Palabra”.

Carece totalmente de sentido intentar ejecutar una liturgia “atractiva” con la ayuda de danzas miméticas,
ejecutadas por grupos de bailarines profesionales que, al final, provocan merecidos aplausos por la belleza de su
realización. La liturgia puede sólo ser llevada a cumplimiento, cuando no se la contempla como algo que
termina en ella misma, sino como algo que mira a Dios, cuando permite entrar en su misterio y tratar con Él. No
hay rito cristiano alguno que incluya la danza.

Los distintos caminos existentes para penetrar en la liturgia requieren una modestia interior y le confieren, a la
vez que gran belleza, un halo de dignidad propia de lo divino. La cuestión es distinta si se trata de piedad
popular y no de liturgia. Las formas devocionales poseen menos universalidad que la liturgia, la cual conduce
los grandes momentos de la existencia a la unidad de la fe y comprende culturas de muy diversa índole. Hemos
creado una vinculación entre liturgia y mundanidad, entre “templo y casa de comidas”, lo cual siempre ha sido y
es todavía un rasgo típico de la celebración de la comunidad cristiana.

Por todos lados aparece hoy la liturgia como un campo de prueba de la inculturación, que no debe dar la
impresión de confusión. El primero y más fundamental modo de llegar a la inculturación supone el desarrollo de
una cultura cristiana en sus diversas dimensiones: una cultura de la comunión, de la preocupación social, del
respeto de los más débiles, de la superación de las diferencias por razón de estado, del cuidado de los que sufren
y mueren. La cultura es ante todo educación. En el sector de lo religioso, se mostrará, ante todo, en el
crecimiento de una auténtica piedad popular. Pensemos en las manifestaciones devocionales ligadas a la Pasión,
en la devoción mariana.

La piedad popular es el humus, sin el cual la liturgia no puede germinar. En lugar de rechazarla, habría que
mimarla. Cuando sea necesario será preciso purificarla y encauzarla, pero siempre con gran respeto.

La liturgia ha llegado, sin necesidad de manipulación alguna y de modo espontáneo, al rito a través de las
celebraciones que marcan cada una de las culturas. La decoración y la presentación del altar, la ornamentación
de la iglesia, el modo de llevar a cabo el servicio litúrgico, la manera de rezar y de cantar, todo ello confiere a la
liturgia un sello propio del lugar. Si el rito es respetado y se ve animado interiormente por la fe, la pluralidad no
se contrapondrá a la unidad.

(Introducción al espíritu de la liturgia, J. Ratzinger. Parte IV, Cap. II, n° 3)


Juan Gabriel Correa Burgos. I de teología.

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