El documento describe cómo la perversidad permea todos los ámbitos de México y detalla cómo el fracaso del periodismo y la escritura reflejan la utopía fallida del país. Argumenta que la perversidad ya no sólo se encuentra en quienes ejercen el poder, sino también en aquellos frustrados por el conocimiento. Finalmente, sugiere que la única esperanza es confiar en la razón y el devenir, ya que la perversidad se ha propagado a través de las masas e individuos en México.
Descrição original:
Reseña del libro de Enrique Serna, "El miedo a los animales"
El documento describe cómo la perversidad permea todos los ámbitos de México y detalla cómo el fracaso del periodismo y la escritura reflejan la utopía fallida del país. Argumenta que la perversidad ya no sólo se encuentra en quienes ejercen el poder, sino también en aquellos frustrados por el conocimiento. Finalmente, sugiere que la única esperanza es confiar en la razón y el devenir, ya que la perversidad se ha propagado a través de las masas e individuos en México.
El documento describe cómo la perversidad permea todos los ámbitos de México y detalla cómo el fracaso del periodismo y la escritura reflejan la utopía fallida del país. Argumenta que la perversidad ya no sólo se encuentra en quienes ejercen el poder, sino también en aquellos frustrados por el conocimiento. Finalmente, sugiere que la única esperanza es confiar en la razón y el devenir, ya que la perversidad se ha propagado a través de las masas e individuos en México.
En México, la perversidad permea todos los ámbitos, no sólo el burocrático o
administrativo. El miedo a los animales retrata esta condición y, más concisamente,
detalla la utopía romántica del oficio fallido del periodismo y del escritor, quizá del arte y de la virtud en sí misma, al mismo tiempo que expone cómo se mueve el Estado mexicano. Por supuesto, ni el libro en sí mismo ni este escrito detallan nada novedoso que no se lea y se escuche todos los días por todos los canales informativos. Podría servir como un vano ejercicio de introspección, pues tampoco es una lectura moralizadora. Muchos de los escritos latinoamericanos narran cronológicamente el fracaso del sueño de ser escritor. Pero ¿qué hay después de la frustración, después de creer falsamente que la poesía puede cambiar al mundo? La necesidad, la supervivencia, la realidad de vivir en México, país agonizante que, como alguna vez aceptó cierto spot televisivo del Gobierno de la República, es ‘un país con muchos países pequeñitos’; el país de la violencia en Acapulco, el de la impunidad en la Ciudad de México, el del huachicol en Puebla, el de la prostitución y la compraventa de mujeres en Tlaxcala, el del narco en Monterrey, el de los olvidados en Chiapas, etcétera. El miedo a los animales roza infinidad de temas, empezando por el de la corrupción y el del (mal) ejercicio del poder; fundamentalmente, profundiza en el de la perversidad. México es un país hundido en la corrupción, es cierto; pero es un país permeado por la perversidad y el castigo. Castigo viene del latin ‘castus’, palabra que evolucionó a la voz ‘casto’. Castigo es ‘hacer casto a alguien’. En México el castigo no funciona de la manera foucaultiana. El castigo es una reprimenda violenta que nunca logra ‘hacer casto’ a quien lo recibe; el castigo es un ejercicio impuesto, corrompe. La sociedad es la que directamente recibe el castigo de vivir en México, por lo que la sociedad mexicana es una sociedad, en su mayoría, corrompida. Althusser habló el siglo pasado de ciertos Aparatos que controlarían la ideología de las masas. Y tuvo fe ciega. Y creyó que el campo del humanismo podría orientar, como lo hacía Sócrates, al otro por el camino de la virtud. En sí mismo el poder no corrompe; el hambre, la necesidad, la ira, sí. La perversidad ya no es únicamente un rasgo característico de quienes ejercen representan una figura de autoridad; la perversidad es un rasgo que también adquieren los fracasados de conocimiento. Se debe descartar, entonces, la premisa de que la perversidad reside mayoritariamente en el individuo que no posee conocimiento, en aquel ‘mexicano inofensivo’, en ‘el pueblo bueno y sabio’ que es capaz de ‘hacer de todo’ por unos cuantos pesos (documentales, novelas y otras obras reafirman esta premisa con vigor retórico); el sujeto instruido, aquel que sale de las universidades y que luchó en algún momento por la utopía marxista de ‘las causas justas’, ya pervertido por el yugo de la ira y la frustración, resulta un potencial peligro, pues posee todas las herramientas (cognitivas y económicas) para castigar al otro. Precisamente, la incertidumbre de no poder confiar en aquel que posee la virtud del conocimiento y que debería obrar por el bien en sí mismo es lo que incita a los medios comunicativos –Aparato Ideológico por excelencia y de gran influencia y fácil acceso en la modernidad– a desinformar y malinformar. Ya no es un peligro de la ‘inestabilidad de masas’, como estimó Gustave Le Bon; la perversidad es un peligro que inicia desde la individualidad, se incrementa y propaga a través de las masas. Escribir puede servir para nada; confiar en la razón, esperar en el devenir puede ser el único salto de fe para cruzar el precipicio de un país con un abismo inagotable.