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Moisés el egipcio y el éxodo

Javier Cortines
Rebelión

Moisés fue un egipcio que, tras transmitir a los israelitas la religión monoteísta
del faraón Akenatón, encabezó “el éxodo” a la “Tierra Prometida”

Existe una gran similitud entre el monoteísmo y las dictaduras: lo primero


suprime a todos los dioses y deja a un solo dios con un poder aterrador que
salva a sus adoradores y castiga a los insumisos; lo segundo suprime todos los
partidos y deja un partido único dirigido por un líder aterrador que salva a sus
adoradores y castiga a los insumisos

La población del país del Nilo nunca fue diezmada por las diez plagas de Egipto,
ni Moisés jamás dirigió un éxodo de 600.000 judíos a Canaán. Un
acontecimiento de tal envergadura habría tenido un impacto monstruoso en el
Mediterráneo y Mesopotamia y muchos escribas e historiadores (Heródoto,
Manetón, etc.) habrían dejado testimonio de ello. Así ocurrió con la Guerra de
Troya, cuyos efectos devastadores bien podrían compararse hoy con las
migraciones provocadas por Occidente (paladín del único Dios verdadero) en las
tierras que fueron cuna de la civilización.

¿Pero existió Moisés? De ser así, ¿quién fue? Nietzsche, en su ensayo las Tres
Caras de Clío, nos habla de la historia crítica, la más necesaria, que es “aquella
que trata de ajustar cuentas con el pasado y poner cada cosa en su sitio”. Para
escrutar lo remoto con espíritu racional tenemos que atenernos a las pruebas y a
los documentos históricos. En ausencia de lo anterior, nos quedan la inteligencia
y el sentido común.

Freud, otro de los maestros de la sospecha junto a Nietzsche y Marx, expuso ya


en su obra Moisés y la religión monoteísta (1937-1938), la tesis de que Moisés
no era judío, sino un egipcio de la realeza que transmitió “al pueblo hebreo” las
doctrinas del faraón Akenatón (1372-1335), considerado el primer gobernante
monoteísta de la historia.

Según diversos expertos, Moisés pudo haber vivido su juventud durante el


reinado de Akenatón (1352-1335), el faraón que eliminó a unas dos mil deidades
y proclamó que el sol (Atón, un ser superior) era el único Dios.
Tras la muerte de Akenatón, Moisés y “sus discípulos” podrían haber transmitido
el monoteísmo entre los inmigrantes judíos que, atraídos por el magnetismo del
“príncipe egipcio”, abrazaron el nuevo dogma. Décadas después, ese noble, que
conocería El Libro de los Muertos (incluido el apartado de la Confesión
Negativa, donde se pueden encontrar la mayoría de los Diez mandamientos), y el
Himno a Atón, encabezaría la marcha de un número indeterminado de judíos
hacia Canaán (El Gran Fértil, La Tierra Prometida).

Canaán padeció una gran hambruna en el siglo XIV a.C. por lo que numerosos
judíos migraron a Egipto en busca de una vida mejor (igual que ocurre hoy día en
Europa). Se piensa que en el país del Nilo trabajaban mediante el sistema de
“corvea” mediante el cual había dos formas de cumplir con el fisco: pagar
impuestos o realizar trabajos para el Estado. Aquellos extranjeros que
acumularan deudas podían acabar como esclavos.

Tras la muerte de Akenatón -esposo de Nefertiti- Egipto volvió al politeísmo -


tras una serie de episodios de caos y violencia- (1) pero Moisés y “sus
discípulos” seguirían fieles a la religión del “profeta solar”. Décadas después, el
patriarca, quizás un “personaje de la corte poco relevante”, encabezaría una
marcha de judíos inmigrantes y algunos esclavos (liberados o huidos) hacia la
Tierra Prometida. Es de suponer que el faraón de turno consideró su partida algo
intranscendente y por eso nadie grabó lo sucedido.

(Moisés -y un milenio y medio después Jesús- seguirían un destino similar: en


sus comienzos fueron ignorados por los egipcios y romanos y siglos más tarde
divinizados (el primero, por los semitas). En el transcurso de la construcción
mitológica de la Biblia (entre el siglo VIII a.d.C y el II d.C.), los judíos tuvieron
tiempo de esculpir a su medida la imagen de Yahvé y la de su gran guía (el niño
salvado de las aguas), a quien los creyentes consideran autor del Génesis y de los
otros cuatro libros del Pentateuco).

Junto a las Confesiones Negativas (tales como “no he matado”, “no he robado”,
“no he blasfemado”, “no he mentido”, etc.) que hacían los muertos en el Juicio
Final, debió de ser de gran inspiración para Moisés (en caso de que nuestra
hipótesis sea acertada) la oración del himno a Atón, que con tanto fervor
entonaban los sacerdotes del faraón hereje. El texto dice así:

¡Oh, Dios único!

Creaste el mundo según tu voluntad

Creaste a los hombres y a los animales


Creaste todo lo que existe en la tierra

A los animales que se mueven sobre sus patas

Diste al hombre ganados y rebaños

Creaste todo lo que vuela en el cielo

Las tierras de Asiria (Canaán, Mesopotamia)

La tierra de Egipto…

En línea con lo anterior, hay una obra bastante jugosa titulada Moisés, la
verdadera historia (Ediciones Fortnel, 2016) de Sergio Prudencstein que “sigue”
la tesis de Freud. El autor, experto en Egipto y profesor de la Universidad de
Belgrado, resalta en su análisis la probable relación entre la “herejía monoteísta”
de Akenatón y su influencia en Moisés y en el judaísmo.

Prudencstein se inclina por pensar, tras largos años de estudio, que la juventud de
Moisés no transcurre en el reinado de Ramsés II (1279-1213), como apunta
la Biblia, sino en el muy breve periodo de la herejía monoteísta de Akenatón
(1352-1335).

En definitiva ¿Se autoexilió Moisés tras la muerte de Akenatón y se llevó


consigo a una parte del pueblo judío en un periodo de turbulencias en el que los
gobernantes no prestaban demasiada atención al supuesto “éxodo judío”?

Para concluir veamos un extracto de un artículo de la revista Muy


Historia titulado “¿Qué hay de verdad en el éxodo de los judíos?”. Dice así:

La mayoría de los episodios que narra el Antiguo Testamento son ficción creada
para dotar de un pasado glorioso al pueblo de Israel y justificar sus pretensiones
sobre los territorios ocupados (…) Analizar históricamente la veracidad del
éxodo exige centrarse en las pruebas: los documentos y resto de materiales.
Respecto a las primeras cabría suponer que en Egipto quedara algún texto en
pergamino o sobre piedra que confirmara la presencia de un gran número de
esclavos israelitas -La Biblia dice 600.000- durante 400 años. No es así, además
el origen de Moisés -rescatado de niño de las aguas de El Nilo por la hija del
faraón y criado en la corte- es una copia de “Sargón de Akad” (III milenio a.C.).

Nota:
Sargón de Akad es considerado la primera persona de la historia que creó un
imperio: el Imperio Acadio. Su descendencia gobernó Mesopotamia.

(1) La obra Sinuhé el egipcio de Mika Waltari, uno de los libros más bellos y
profundos que he leído en mi vida, describe con loable documentación la
turbulenta vida de Akenatón y los sucesos -intrigas políticas, etc.- que se suceden
en esa época tan apasionante de la milenaria civilización egipcia; la primera que
puso nombre a los dioses, según Heródoto, quien dedica su libro II de
Historia, Euterpe, a Egipto.

Blog del autor: http://www.nilo-homerico.es/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante


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