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La mariposita Rosita

Érase una vez una pequeña mariposa que volaba por el prado. Era frágil y delicada,
y la más bella de todas las de su especie. Brillante como un rayo de sol, aquella
mariposita se llamaba Rosita.
Rosita jugaba con las tiernas amapolas y las dulces margaritas en el hermoso
prado donde vivía, lleno de flores de mil colores. Sin embargo, Rosita no era feliz
del todo, ya que ansiaba irse a vivir a las montañas azules que vislumbraba a lo
lejos.
Un día tras mucho pensar decidió irse, y mientras volaba de flor en flor, se
encontró con un pajarito que la obsequió con una gran sonrisa al pasar:
 Buenos días, sr. pájaro- le dijo.
 Buenos días mariposita- le contestó.
 Pajarito, ¿qué te pasa en el ojo derecho?
 Me ha entrado una pequeña rama y no puedo ver bien. ¿Podrías sacármela?
 Por supuesto- dijo la mariposita Rosita. Y acercándose al pajarillo se la quitó.
 Muchas gracias, ahora ya veo bien- dijo el pájaro- y tú ¿dónde vas?
 Me dirijo a las montañas azules- le dijo.
 ¿Pero no ves, pequeña mariposita, que las montañas están muy, muy lejos? Eres
todavía demasiado pequeña y no conseguirás llegar.
 Sí podré, son unas montañas muy bonitas y deseo con todas mis fuerzas vivir allí.
 Pues nada, que tengas mucha suerte- dijo el pajarito mientras se despedía algo
preocupado por la audacia de Rosita.
La mariposita Rosita siguió su camino y al rato se encontró con un gran conejo
blanco de largos bigotes:
 ¡Hola conejo!, me llamo Rosita.
 ¡Hola mariposita Rosita!
 ¿Qué es eso que tienes clavado en la pata de atrás?
 No sé, no puedo verlo, ¿me lo puedes decir tú?
 Pues parece una pequeña espina- contestó la mariposita- ¿Quieres que te la
quite?
 Sí, por favor, me duele mucho y no puedo correr- contestó el conejo.
 ¡Ah! ¡Qué alivio! ¿Y tú, mariposita? ¿Hacia dónde vas?
 Voy camino de las montañas azules- le dijo.
 No podrás llegar hasta allí, están demasiado lejos y son unas montañas muy altas.
Te deseo mucha suerte.
La mariposita Rosita pensó que aquellos animalitos estaban exagerando, sin
embargo, a medida que se alejaba del prado y subía a las montañas notaba que
estaba cada vez más y más cansada. Su afán de llegar hasta la cima, sin
embargo, la hacía seguir adelante, pero llegó un momento en que sintió sus alitas
tan pesadas que empezó a descender en su vuelo.
Justo antes de darse contra el suelo sintió una fuerza que la volvía a impulsar
hacia arriba. Era su amigo el pájaro, que al no tener la rama clavada en el ojo veía
bien y había ido a rescatarla. El pobre pajarillo hizo lo que pudo, pero como no era
muy fuerte, tampoco pudo más y empezaron a caer los dos. Por suerte esta vez
tampoco sucedió nada malo, puesto que el conejo, al no tener la espina clavada
en la pata, pudo llegar corriendo para recogerles en su gran y blandito lomo
blanco.
– Dadme la mano y volvamos al prado- dijo el conejo.
– Sí- contestó la mariposita Rosita- Ya no quiero vivir en las montañas azules,
quiero vivir con vosotros para siempre.
Así los tres amigos volvieron a casa, fueron felices y comieron perdices, mientras
Rosita comprendía que se vivía mucho más feliz y se podía llegar mucho más
lejos en compañía de amigos que en soledad.
Félix, la tortuga valiente
La tortuga Félix esperaba un día el autobús para ir a la escuela, con su cabeza
baja y su carita triste, sin ganas de ir al colegio. Su mamá, la tortuga, le preguntó:
 Félix, cariño, ¿qué te sucede?
 ¡Nada mami!- contestó Félix.
Félix no tenía amigos, siempre se sentaba solo y sin nadie con quien hablar.
Todos le miraban siempre raro.
Su profesor, que había mandado para ese día una lectura a cada niño, dijo:
 Félix, ven, te toca leer.
Félix se levantó y empezó su lectura, pero estaba tan nervioso y con tanto miedo
que no supo leer bien, haciéndolo a una velocidad muy lenta. Cuando los niños lo
escucharon empezaron a reírse de él y la jirafa Jack dijo:
 Jajaja, no sabes leer y ¿sabes por qué? ¡Porque eres una tortuga!
Félix se sintió muy apenado y el profesor se molestó, mandando hacer silencio a
la clase. Al rato tocaron la campana del recreo y todos salieron al parque a jugar a
la pelota, menos Félix, que se sentó aparte mirándolos jugar pensando:
 Si yo no fuese una torpe tortuga lenta, me aceptarían y podría jugar y divertirme
como ellos.
Pero la ardilla Liz, al ver a Félix solo le dijo:
 Félix, ven y juega con nosotros.
Cuando escuchó eso se alegró tanto de que quisieran jugar con él que se animó a
participar, pero en ello que cayó al suelo y todos los niños empezaron a reírse y a
burlarse de él de nuevo. Todos menos Liz, que le ayudó a levantarse. Y la jirafa
Jack le dijo:
 ¿Ves? Eres una torpe tortuga lenta y nunca sabrás hacer nada bien.
Félix se levantó muy triste, empezó a llorar y corriendo se fue a su casa.
Cuando llegó, mamá tortuga le preguntó:
 ¿Qué te pasa cariño? ¿Algo anda mal?
 ¡Si yo no fuese una torpe tortuga lenta los demás niños me querrían!- contestó
enfadado Félix.
Su madre, tras aquellas palabras, le dijo:
 Hijo, nuestras diferencias son nuestras más grandes ventajas. El más pequeño
tiene defectos, así como el más grande también los tiene. Y, ¿qué significa? Que
cada uno, aunque tenga defectos, errores o desventajas, tiene que sacar lo mejor
de sí mismo y que esas diferencias son las que nos hacen únicos.
Félix se sintió tan animado y feliz que le dio un gran abrazo a su mamá y al día
siguiente volvió a la escuela a soportar nuevas burlas, pero Félix, en vez de
ponerse de nuevo triste, tuvo valor y dijo a la clase:
 Yo soy lento al leer pero eso es bueno, porque así los demás pueden entender las
palabras que escuchan y comprenderlo todo mejor.
Al sonar la campana del recreo todos salieron a jugar, y de nuevo la ardilla Liz
invitó a Félix a participar. Cuando llegó su turno pensó en las palabras de mamá y
decidió esconderse dentro de su caparazón. Rodó y rodó tan rápido que empujó la
pelota mucho más fuerte qué todos los demás juntos. Al salir, todos empezaron a
aplaudirle y a felicitarlo por lo bien que jugaba. Entonces Jack, la jirafa, le
preguntó:
 ¿Cómo aprendiste a jugar así?
Y Félix le respondió:
 Soy lento, pero mi mamá me enseñó que cualquiera puede ser bueno, incluso los
pequeños y lentos como yo. Todos somos buenos, fuertes e inteligentes, todo está
en querernos y en valorar a los demás tal y como son.
El viaje de la princesa
La princesa de un pueblo, cuyo nombre no recuerdo, era conocida por no ser la
persona más agradable, dulce y simpática del reino. Le gustaba ser grosera con
su padre el rey, con la servidumbre del castillo, y con todo aquello que tuviese a su
alrededor.
Aquella princesa era caprichosa también, pues a veces le pedía a su padre sin
parar que le trajese caballos nuevos sabiendo que ya tenía muchísimos, y no era
algo que pareciera importarle en absoluto. La joven siempre quería tener las
mejores cosas, los mejores animales y las mejores ropas, y su padre, al ser su
única hija, le compraba todo lo que ella pidiese aun sabiendo que no era lo
correcto.
Sorprendentemente, a pesar de su comportamiento, la princesa tenía muchos
amigos con los cuales pasaba largas horas del día hablando y hablando sobre
quién tenía el castillo más grande, la habitación más grande o el reino más
grande…y así hasta que todo cambió llegado el día. El acontecimiento que
vendría a poner del revés el mundo de la princesa fue el fallecimiento de su joven
padre, al que no podía heredar por ser todavía muy pequeña para una labor de
semejante envergadura. De manera que su malvado tío tomó el poder, llevándola
a tierras muy lejanas sin nada más que uno de sus caballos y un único vestido. La
princesa se sentía desolada: ya no tenía casa ni dinero, y ninguno de sus amigos
volvió a visitarla para conversar con ella.
Y en aquel momento la princesa se sintió por primera vez sola como nunca se
había sentido, y sin ayuda de ninguno de sus antiguos vasallos tuvo que vagar sin
rumbo por aquí y por allá buscando una posible salida a su situación. Pero el
camino parecía tan interminable que la princesa un día se desmayó. Entonces, un
muchacho campesino dio con ella y la llevó a su hogar, y junto a sus hermanos
esperó allí a que la princesa despertara. Cuando al fin lo hizo, todos se alegraron
mucho, y con lo poco que tenían hicieron una humilde cena para dar la bienvenida
a la misteriosa desconocida.
La princesa comió con ganas porque, aunque no era la comida que le daban
normalmente en el castillo, tenía muchísima hambre tras su viaje. ¡Y qué bien
sabía una sopa de verduras con el estómago vacío! ¡Jamás había probado algo
tan delicioso! Pero la princesa no fue capaz de rebelar al muchacho ni a sus
hermanitos que era una princesa, y para ellos siguió siendo la muchacha que se
había perdido y que estaba agotada de tanto caminar. Era tan feliz por primera vez
en su vida, que le resultaba imposible confesar su secreto, y al fin pudo darse
cuenta de que lo importante no eran los lujos o la belleza de las personas, sino
cómo eran de verdad y cómo se comportaban con el resto.
Unos meses después llegó a oídos de la princesa que su tío había dejado de ser
rey y que su reino estaba buscándola desesperadamente, por lo que tuvo que
tomar la decisión más difícil de su vida. Finalmente, decidió volver a su tierra y
confesó a sus nuevos amigos quién era en realidad y por qué debía marcharse. Al
llegar al castillo lo primero que hizo la princesa fue ayudar a sus aldeanos, pues su
tío les había dejado completamente empobrecidos, y todos estuvieron muy
agradecidos. Sin embargo, la princesa no se sentía feliz ni en casa, pues
extrañaba mucho aquellos días tranquilos en la casa de los muchachos que tanto
la habían ayudado, y por un momento pensó que no les volvería a ver jamás.
Sin embargo la princesa se equivocaba, puesto que un día, ni cortos ni perezosos,
los jóvenes decidieron acudir a su reino y visitarla en su castillo. La princesa, o
mejor dicho, la nueva reina, no pudo evitar llorar de alegría al verlos. ¡Cuánto los
había echado de menos!
Y desde aquel día el castillo se llenó de música y risas, y la reina, que sería
llamada desde entonces la reina Alegra, comprendió que había sido una niña muy
caprichosa y egoísta. Añoró a su padre el resto de sus días, pero su viaje le valió
para convertirse en una mujer sencilla, noble y de tierno corazón. Sin duda, la
educación de su amado padre al fin había dado sus frutos.
La princesa poderosa
Había una vez una princesa que estaba cansada de ser la damisela en apuros de
todas las historias.
Al principio lo veía divertido: siempre llegaba un villano que podía ser el mago más
malo de la región o un dragón que la tendría raptada en la torre más alta de un
castillo abandonado. Luego, el héroe, el hermoso caballero, cazador o campesino
bondadoso, la rescataba y fin de la historia. El hombre en cuestión, que debía ser
capaz de luchar contra terribles bestias solo para rescatarla, se llevaba toda la
gloria, y así se repetía una y otra y otra vez. Pero la princesa ya se había cansado
de todo aquello, y estaba decidida a cambiarlo.
Pero el día concreto en que la princesa ya no quiso ser una damisela en apuros
por más tiempo, fue aquél en el que un hechicero malvado la raptó y se la llevó de
su castillo. Aquel día era el cumpleaños de su padre, el rey, y ella se había
tomado la molestia de comprarle el regalo más hermoso del reino, un regalo que
no pudo entregarle porque al poco de tenerlo se vio camino de la guarida del
villano.
 ¿Me puede bajar de esta sucia escoba? —comenzó a gritar la princesa, muy
enfadada— Hoy es el cumpleaños de mi padre y pensaba ir a su celebración.
 Lo siento mucho, princesa, pero eso no podrá ser —dijo el hombrecillo de nariz
enorme y grandes verrugas.
 Mi padre cumple cincuenta años y es un momento especial para él y para toda la
familia, ¿es que usted, bestia terrible, no lo entiende? —dijo la princesa muy
molesta y cansada de que siempre le pasaran las mismas cosas.
 ¡Tonterías!
Dicho aquello, el hechicero decidió tapar la boca de la princesa para que no
siguiese hablando hasta que llegaran a la guarida, un sitio espantoso lleno de
jaulas donde el hechicero pensaba encerrar a la joven hasta que llegase algún
héroe tan típico como audaz.
No tardó aquel héroe esperado en llegar. En esta ocasión se trataba de un hombre
rubio con cara de niño bueno, que podía partir troncos con sus manos debido a lo
fuerte que era. El héroe, que no era muy listo ni delicado, rompió sin querer el
regalo que con tanto cariño la princesa le tenía preparado a su padre y que no
soltó desde que el hechicero la había raptado. Se trataba de un colgante dividido
en dos mitades para compartir con su padre. El héroe había derrotado al malvado
hechicero tras una pelea algo desigual y bastante rápida, pero había terminado de
romper también el malherido corazón de la princesa.
Y la princesa se enfadó tanto que no dudó en empujar al héroe y, muy triste, se
fue de nuevo rumbo al castillo. La fiesta, que no se había celebrado aún por la
ausencia de la princesa, dio entonces lugar, y su padre la recibió muy feliz y
aliviado. El hombre, que siempre se preocupaba cuando su hija era capturada, no
dudaba en contactar con los hombres más famosos y fuertes de su reino y de los
reinos colindantes, pero no llegaba a comprender que aquello no hacía feliz a su
hija. La princesa y su padre disfrutaron de lo lindo del cumpleaños y, aunque no
había regalo, lo mejor fue poder compartir el tiempo el uno con el otro un año más.
Y desde aquel día, pues los hijos no pueden ocultar las cosas a sus padres por
más que quieran, el rey hizo que la princesa comenzase a entrenar con uno de los
caballeros de la corte. De este modo la princesa aprendió a manejar la espada, a
cabalgar veloces caballos y a pelear mano contra mano. Su padre había entendido
al fin cuáles eran los deseos de su hija, y él no dudó en aceptarla como a un
caballero más del reino. Así, con el tiempo, cuando algún villano llegaba de nuevo
a su castillo para raptarla, ella por fin podía defenderse y darle la vuelta al cuento,
y pudo viajar por el mundo ayudando a todo aquel que lo necesitara de corazón.
La princesa no dudó en dejar un mensaje grabado en el corazón de todas las
mujeres del mundo y en hacerles ver que no necesitaban a nadie para salvarse,
pues la verdadera salvación es creer en uno mismo.
La foca lectora
¿Sabes que el reino animal también disfruta mucho con la lectura? Al menos eso
se cree gracias a una pequeña foca que se pasaba el día pegada a los libros. Se
decía que aquella foca era muy lista y muy instruida, gracias a todo lo que había
aprendido en los libros. Se pasaba el día leyendo y leyendo, casi sin levantar la
mirada de las páginas que daban forma a todos aquellos conocimientos.
Su madre comentaba orgullosa a familiares, amigos y conocidos, como el interés
de su hija por la lectura la llevaba a devorar más de cuatro y cinco libros en una sola
tarde.
Una de aquellas tardes, la pequeña foca se dirigió, en compañía de sus padres, a
casa de unos amigos que también tenían un hijo muy estudioso. Sin embargo, sus
padres confesaban sin ningún tipo de vergüenza que le llevaba mucho tiempo
terminarse un solo libro. Tardanza que se sucedía también con las lecciones de la
escuela y el temario de sus exámenes.
Los padres de la pequeña foca sacudían la cabeza al escuchar aquello en señal de
desagrado, al tiempo que ponían de manifiesto la clara diferencia de actitudes y
habilidades existentes entre su hija y el hijo de sus amigos.
Para acabar con la rivalidad, decidieron realizar una prueba de lectura para
comprobar, finalmente, cuál era el hijo más listo, habilidoso y mejor lector. Los dos
pequeños se leyeron el mismo libro y, pasado un tiempo, sus respectivos padres les
hicieron unas preguntas para ver lo que recordaban de cuanto habían leído. Pero la
pequeña foca, llegado el día de las preguntas, no recordaba ni siquiera el título del
libro que había tenido entre sus manos. Había leído tan apresurada, con el fin de
demostrar que era la más rápida y mejor lectora, ¡que no se había enterado de una
sola palabra! Su amigo, por el contrario, pudo contar sin problemas todos los
detalles del libro leído.
Los padres de la pequeña foca volvieron a casa muy avergonzados. Habían dado
por hecho que su hija era superior a otros niños, sin preocuparse de saber nada
más sobre su hija. Una vez en casa, hicieron comprender a la pequeña foca que los
buenos resultados no se consiguen de forma atropellada ni urgente, y poco a poco,
aprendió lo que era saborear, despacito y pausadamente, un libro.
Los muelles del saltamontes:
¿Sabéis, amiguitos? Los saltamontes, a pesar de ser insectos y no animales,
respiran, sienten y sufren como cualquier otro ser vivo de la tierra. Al menos eso se
cree, debido a la historia del saltamontes triste. Cuenta una leyenda que circula por
los campos y praderas del mundo, que una vez existió un saltamontes tan triste y
desdichado que pronto su caso se hizo conocido aquí y allá. Aquel saltamontes
tenía una patita mucho más corta que la otra, y aquella situación le hacía sentirse
el más desgraciado del mundo.
El saltamontes no hacía otra cosa que lamentarse y avergonzarse de sí mismo,
volviendo también triste y gris la vida de aquellos que tanto le querían y apreciaban.
Y es que en el fondo, por más que todos ellos intentaban animar al saltamontes
para que no se entristeciera, no podían hacer nada para que pudiese saltar, y aquel
era el único afán del pobre saltamontes.
Una cucaracha anciana y una lombriz eran los mejores amigos del saltamontes, que
no paraban de planear y de urdir historias con las cuales poder conseguir que su
amigo saltase. Y en esto que un día se toparon en el bosque con unos muelles que,
sin duda, algún humano maleducado había tirado por allí. Pero como no hay mal
que por bien no venga, la cucaracha y la lombriz vieron en aquellos muelles una
excelente oportunidad para cambiar la vida al saltamontes. Ni cortos ni perezosos
se apresuraron en busca de su amigo para darle la sorpresa que habían encontrado.
Con aquellos muelles, poniéndose uno cada vez en la patita que tenía más corta, el
saltamontes podría poco a poco igualarse en saltos a los demás.
 ¡Mira lo que traemos! – dijo entusiasmada la cucaracha al saltamontes- Con esto no
dejarás de saltar y podrás sentirte finalmente como un verdadero saltamontes.
Al principio el saltamontes se encontraba extraño. No sabía muy bien si aquello
podía ayudarle en algo a su problema de tener una patita más corta que la otra. Sin
embargo, una vez que decidió dejar a un lado la vergüenza, pudo calzarse los
muelles y saltar y saltar hasta cansarse. ¡Qué sensación tan bonita era lanzarse sin
miedo hacia las nubes!
Y precisamente eso, las nubes, fue lo que el saltamontes ya no tuvo nunca más en
su vida. Había comprendido que todo, hecho con buena fe y grandes intenciones,
tenía solución. Sus grandes amigos le habían cambiado la vida.
EL LEÓN QUE SE CREÍA CORDERO
Existió en otro tiempo un pobre león que creía ser un cordero. Por más pruebas
que su físico le daba, no atenía a razones, ni podía creer que fuese un león. Pero
no se trataba de cabezonería o de locura, sino de un grave error cometido por la
cigüeña encargada de aterrizarle durante su nacimiento. Aquella noche, la cigüeña
se encontraba realizando entregas de bebés corderos para sus mamás ovejas.
Terminado el reparto, todas las mamás corrieron hacia los corderitos buscando el
suyo, y una vez se marcharon, la cigüeña observó que se habían dejado a uno.
Consternada, decidió abrir la mantita que cubría al corderito abandonado, y atónita
exclamó:
 ¡Es un león! ¡Cómo he podido equivocarme!
Revisó la cigüeña el cuaderno en el que anotaba cada uno de los deseos y
encargos de nacimiento y comprendió el error: «Doña Leona Leoncia Pérez me ha
encargado un hijo. Se lo llevaré hoy tras el reparto de los corderitos», decía la
nota.
Pero cuando la cigüeña dio un paso atrás para coger al leoncito y devolverle a su
hogar, observó como una mamá oveja se había colocado sobre sus lomos para
darle calor, decidida como estaba a adoptarle. La cigüeña procuró explicarle a la
oveja el error que había habido en el reparto, pero la oveja no quiso escucharle
embistiendo fuertemente a la cigüeña.
 ¡Bueno, bueno! Pues quédese con él si es lo que desea- Exclamó la cigüeña
enojada y confundida.
Y así fue como comenzó la historia de aquel león que se creía cordero en un
rebaño. A pesar de todo el leoncito lo pasaba de miedo jugando con sus primos,
pero lo cierto es que en aquellas tardes de juego muchas veces había lágrimas,
debidas a que el pobre leoncito era el único del rebaño que no sabía embestir,
provocando en consecuencia la risa de todos sus familiares y amigos. ¡Qué triste
le ponía no saber embestir como los demás!
Pasado el tiempo, todos los corderitos crecieron y el leoncito también. ¡Era el
mayor carnero del mundo! ¡Qué orgullosa estaba su mamá! Sin embargo, el
rebaño cada vez estaba más extrañado de aquella situación, a la que ahora se
sumaba el no saber balar. El león se había convertido sin entenderlo en la víctima
de todos los golpes y de todas las carcajadas de los corderos.
Y así sucedió hasta que, una noche, un lobo hambriento se presentó ante el
rebaño. Asustado por los ruidos el león se escondió tras su madre. Pero los ruidos
no cesaron y el lobo se presentó ante sus propios bigotes amenazando a su
madre con comérsela.
 ¡Socorro! ¡El lobo me va a devorar!- Gritaba su madre aterrada.
Fue entonces cuando el alma de aquel león surgió feroz, persiguiendo al lobo con
todas sus fuerzas. Corrieron y corrieron hasta que ambos, lobo y león, terminaron
al borde de un gran abismo; abismo que el lobo no pudo esquivar temeroso como
estaba de los grandes rugidos que le dirigía el león.
Nadie volvió a burlarse de él después de aquél suceso, convirtiéndose en el héroe
del rebaño. Sin duda era el carnero más valiente del mundo; un león que se creía
carnero, y que fue feliz creyéndolo para siempre desde entonces.
Los dos hermanos
En cierta ocasión, existieron dos hermanitos que tenían la desgracia de vivir sin
madre ni padre, en compañía tan solo de una extraña y desagradable niñera. Una
noche, los hermanos decidieron escaparse de la casa en la que vivían en busca
de una vida mejor, hartos como estaban de aguantar los reproches y enfados de
aquella mujer.
 ¡Vámonos, hermanito! ¡Y no temas, que todo saldrá bien! – dijo la niña
cariñosamente dirigiéndose al pequeño.
Cuando la niñera de los hermanitos se dio cuenta de que habían escapado
decidió, con ayuda de sus poderes, realizar un encantamiento sobre todas las
fuentes y riachuelos del bosque, sabedora de que los niños en su fuga se verían
obligados a beber. «Cuando hayan bebido se convertirán en fieros animales
salvajes y desearán no haberme abandonado», pensó la niñera, cuya verdadera
identidad se aproximaba más a la brujería y el mundo de los hechizos.
Casualmente, un conejito que paseaba por las cercanías de aquella casa, escuchó
el malvado plan de la niñera, y ni corto ni perezoso emprendió de nuevo el camino
hacia el bosque en busca de los pequeños para poder prevenirles.
 ¡No bebáis agua de las fuentes ni riachuelos del bosque!- gritó el conejo exhausto
por la rapidez con la cual había realizado el camino.
Pero era demasiado tarde y el niño, no pudiendo aguantar la sed que le había
producido el camino, ya había bebido de una irresistible fuente de agua cristalina,
convirtiéndose tras ello en un precioso y bonachón cervatillo ante la sorpresa de
su inseparable hermana.
 ¡Oh, es terrible!- se lamentó la niña-. Ahora tendrás que irte de mi lado para
siempre y no podremos estar juntos.
 No temas, hermana mía, que pase lo que pase jamás me separaré de ti-
respondió el niño convertido ahora en cervatillo.
Y tras esto, estuvieron los pequeños viviendo en una cabaña abandonada del
bosque durante varios meses. Hasta que un día, el cervatillo escuchó pasos y
voces extrañas en las cercanías de la cabaña, y poco después, casi frente a sus
ojos, observó a una entrañable y dulce pareja que parecía tener noticas de la
presencia de su hermana en la cabaña, a la cual se dirigían.
 ¡Es una niña! – exclamó la mujer del matrimonio asombrada.
Y tras prepararle un chocolate caliente, la niña confesó a la pareja su situación.
Al cabo de un tiempo, la niña era casi completamente feliz al lado de aquellos
nuevos padres que se deshacían en bondad con ella. Sin embargo, la felicidad de
la pequeña no era plena, ya que sufría terriblemente por la ausencia de su
hermano. Su hermano, por su parte, bajo el juramento de no abandonarla jamás,
merodeaba a diario por las cercanías de la casa de campo de sus nuevos padres,
y jugaba con los animales que vivían por allí.
Pero la malvada niñera, que tampoco le había perdido el rastro a la muchacha,
decidió convertirse en pájaro para atrapar a la niña y acabar con su bienestar y su
nueva felicidad:
 ¡Ja, ja, ja, ja!- exclamó- ¡Te encerraré en una cueva en la cual tus padres no te
encontrarán jamás!
El cervatillo, que fue testigo de aquella terrible crueldad, persiguió al pájaro hasta
la cueva, de la cual sacaría a su hermana un día después en compañía de sus
amistades del bosque. La niñera, preparada para atacar de nuevo contra los
hermanos, fue a parar por error al salto de un río, y nada más se supo de ella,
salvo que fue arrastrada muy lejos por la fuerte corriente del caudal.
Al desaparecer la hechicera, el cervatillo se convirtió otra vez en niño y pudo
volver al lado de su hermana y de sus nuevos padres, que se emocionaron mucho
con la llegada de un nuevo miembro a su hogar.
 ¡Ahora sí que soy completamente feliz! – exclamó la niña abrazándose
efusivamente a su hermanito.
Y sus padres también lo fueron, ya que se dice que aquellos niños, eran los más
buenos del mundo.
EL BRILLO DE LA LUCIÉRNAGA
Un día como otro cualquiera, en un campo no muy lejano, una mariquita y una
mariposa, grandes amigas, pasaban la tarde burlándose de una luciérnaga. La
mariquita tenía unos colores vivos que alegraban mucho el campo, al igual que la
mariposa, cuyas alas parecían teñidas de purpurinas. Presumidas por sus grandes
cualidades físicas, no lograban ver con buenos ojos a una luciérnaga vecina y, por
ende, no la querían como amiga.
 Eres un bicho muy feo, vecina- Dijo la mariposa sin ningún pudor refiriéndose a su
vecina luciérnaga.
Pero la luciérnaga no respondía a aquellos comentarios burlones y despiadados, ni
se sentía humillada ni avergonzada por su aspecto poco llamativo. Ella vivía
tranquila segura de sí misma. Tanto, que un día se atrevió a enfrentarse a la
mariquita y la mariposa proponiéndoles un interesante plan.
 Mañana por la noche voy a dar una vuelta por los prados. Me gustaría que vinierais
vosotras también, pues tengo una sorpresa que daros.
La mariquita y la mariposa, que eran muy dadas a la curiosidad, decidieron aceptar
la propuesta de la luciérnaga acudiendo veloces en la noche al prado al que se
refería su vecina. Pero no lograban encontrar a la luciérnaga por ningún sitio.
Pronto, sin embargo, un brillo extraordinario captó la atención de ambas. Sobre el
cielo oscuro de la noche parecía verse una estrella muy cercana y con un resplandor
brillante y precioso. La estrella pronto descendió posándose a los pies de la
mariquita y la mariposa. ¡Cuál fue el asombro de las dos al observar que aquella
estrella era en realidad la luciérnaga de la que tanto se habían burlado!
Avergonzadas, pidieron disculpas a la luciérnaga que las aceptó con mucho agrado,
recordándoles mientras se marchaban que, la mayoría de las veces, las apariencias
engañan.
Jacobo el niño cabeza de zanahoria
Érase una vez un niño llamado Jacobo. Jacobo era un jovencito con muchas
pecas en la cara y el cabello del color de una zanahoria. Como a todos los niños, a
Jacobo le gustaba jugar con la pelota junto a sus amigos, y a ellos les parecía
genial que él tuviese el cabello como una zanahoria. Cuando iban a visitarlo y la
mamá de Jacobo les servía zanahorias, sus amigos gritaban:
 ¡Una zanahoria se está comiendo a otra zanahoria!
Y Jacobo reía como el que más, porque le hacía sentirse muy, muy especial.
A Jacobo le gustaba mucho jugar con sus amigos, pero llegó un día en que no
pudo jugar con ellos porque tuvo que cambiar de colegio y ya no conocía a nadie.
Aquella situación a Jacobo le puso muy triste, no sabía qué hacer.
Cuando entró en clase pudo ver que un niño bastante más alto que él estaba
jugando con una pelota, y que los demás niños le miraban jugar. Hablaban con él
y se reían, de forma que a Jacobo aquel niño le resultó bastante popular. José se
llamaba aquél niño y, de entre todos los compañeros de clase, era el más alto y el
que parecía de mayor edad, de manera que Jacobo pensó que si se burlaba de
él, podría ganar el respeto de sus nuevos compañeros y que así todos fuesen sus
amigos.
De esta forma se acercó hacia donde estaban los compañeros de clase, señaló a
José y dijo:
– Eres alto como los adultos, pero juegas a la pelota como un bebé. ¡Eres un
bebé!- le dijo Jacobo, a pesar de que había observado en él a un fantástico
compañero con el que jugar a la pelota.
– ¿Por qué me dices eso, niño zanahoria? Yo solo estoy jugando con la pelota sin
molestar a nadie, déjame en paz.
Haberlo llamado “niño zanahoria” ocasionó que todos los demás niños se rieran,
aunque José no lo hubiera dicho con esa intención. Por ello, a partir de entonces,
todos se burlaron de Jacobo llamándole “el niño cabeza de zanahoria”.
 ¡Eres una zanahoria, con la cabeza naranja y grandota!- le decían los demás
niños.
Jacobo, al ver que su plan había fallado, no pudo hacer otra cosa que ponerse a
llorar. Sin embargo, aquella actitud no le gustó a José, que decidió hablar
seriamente con todos sus amigos:
 ¿Por qué os reís de él? Yo le dije niño zanahoria porque tiene el cabello del color
de una zanahoria y no para burlarme, porque uno no se puede burlar de las
demás personas. Todos nosotros en esta clase somos amigos y, si nos reímos de
nuestros amigos, seremos unas malas personas.
A lo que todos asintieron porque supieron que José tenía razón.
José se acercó y trató de calmar a Jacobo diciéndole que lo invitaría a comer
zanahorias:
 Y así serás una zanahoria comiéndote otra zanahoria- dijo José con el tono tan
amable, que casi parecía uno de los antiguos amigos de Jacobo.
Al recordar a sus viejos amigos, Jacobo dejó de llorar, pidió perdón a José y sus
demás nuevos compañeros, les contó que solo quería ser popular entre ellos y
agradeció a José el haber sido tan bueno con él.
De esta forma Jacobo entendió el valor de la amistad y del verdadero respeto, y
nunca más trató de burlarse de nadie.
Al fin pudo comprender que las diferencias, como bien sabían sus fieles y antiguos
amigos, son algo maravilloso y no algo que reprochar.
El caballito triste

Hace muchos años vivía una niña en un pueblecito muy pequeño; tanto, que ni
siquiera había tiendas como las hay ahora. Aquella niña siempre había soñado
con tener un caballito balancín, pero nunca se lo habían regalado.
Un día su papá fue a la ciudad y le compró el caballito más bonito que jamás
había visto para su cumpleaños. ¡Menuda alegría que se llevó su hija cuando lo
vio!
Entonces, la niña decidió colocarlo junto a la ventana de su habitación para poder
cabalgar viendo el paisaje y así poder soñar mil y una aventuras mirando al cielo.
Sin embargo, aquella ilusión desapareció muy pronto y, pasadas tan solo un par
de semanas, el caballito tan deseado por la niña quedó solo y arrinconado en una
esquina del cuarto.
El caballito ya no podía ver el paisaje y nadie jugaba con él y cada día que pasaba
se encontraba más triste. Estaba convencido de que había conocido al fin a su
compañera de juegos ideal, aunque no hubiera durado demasiado la alegría.
Pero una tarde como otra cualquiera, la niña llegó a casa con un compañero de
clase que subió a su habitación para hacer juntos los deberes de la escuela. Aquel
amiguito pasó toda una tarde entera en la casa y no se fue sin percatarse de la
presencia del caballito.
 ¿Me dejas jugar con él? –Preguntó el niño- ¡Es increíble, siempre he querido tener
uno!
 Bueno, como quieras, a mí ya no me gusta – contestó la niña.
Y el niño corrió dispuesto a montarse en el caballo, pero éste no se balanceaba.
Por más que el niño se movía el caballito permanecía quieto, como si estuviese
hecho de un metal muy pesado. Muy asustado y tras varios intentos, el niño
finalmente se bajó del caballito y fue a buscar y a advertir de lo que ocurría a la
niña, que había bajado a merendar a la cocina.
La niña, creyendo que era una broma, entró y comprobó que ya no podía cabalgar
con su caballito. Sin embargo, no fue capaz de averiguar la razón, pues apenas lo
había usado y no podía estar roto. Entonces vio que en la cara del caballito había
lágrimas y comprendió que el caballito se había puesto triste porque ya no le hacía
caso.
Aquello, que sin duda parecía obra de un milagro, hizo reflexionar a la niña sobre
su actitud y decidió ser generosa y regalárselo a su amiguito, que nunca había
podido tener uno. De este modo el caballito nunca más estaría solo y abandonado,
pues su nuevo dueño tenía muchos hermanitos y siempre habría dispuesto algún
niño para jugar con él.
Y así fue como el caballito balancín, además de ser muy feliz, hizo muy feliz
también a todos los niños de su nueva casa durante años y años.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
El árbol mágico
Érase una vez una niña llamada Valeria que vivía en un árbol mágico junto a su
familia. Todos los juguetes que la niña deseaba el árbol mágico se los hacía
realidad, y de este modo Valeria tenía muñecas, pelotas, carritos y muchos otros
juguetes que le hacían sentirse muy feliz. Tenía tantas cosas dentro de su árbol
mágico… ¡que casi no salía de casa!
Un día Valeria recibió la visita de su tía Elena y de su primo Ramón, y sus padres
dijeron a Valeria que tendría que jugar con su primo mientras ellos y la tía Elena
conversaban de sus cosas. Pero a Valeria no le gustó mucho la petición de sus
padres, porque no quería tener que compartir sus juguetes mágicos con nadie,
pues el árbol los fabricaba para ella en exclusiva. Entonces Valeria le dijo a su
primo que jugarían al escondite y que a él le tocaba esconderse, y cuando Ramón
se escondió, Valeria dejó a su primo de lado y se fue a jugar con sus juguetes.
Sin embargo, cada juguete que Valeria cogía aquella tarde se volvía de color gris y
perdía todo su encanto, y aunque pedía juguetes nuevos al árbol mágico, dichos
juguetes también perdían el color volviéndose grises.
Preocupada y aburrida, Valeria corrió hacia sus padres para preguntar qué estaba
pasando y en lugar de responder, sus padres le preguntaron a ella que dónde
estaba su primo Ramón. Después de quedarse tanto tiempo pensando en sus
juguetes y en qué era lo que les estaba pasando, Valeria había olvidado por
completo que había quedado con su primo Ramón en jugar al escondite y Ramón
parecía haberse perdido.
Pero los padres de Valeria no quedaron muy contentos con la respuesta de su hija
y tía Elena se preocupó, pues no sabía dónde podía estar el pequeño. Incluso
Valeria se sintió mal, pues había prestado tanta atención a sus juguetes que no
había dado importancia a la visita de su primo ni a sus ganas de jugar con ella.
Entonces todos empezaron a buscar a Ramón por todo el árbol mágico.
Afortunadamente, no tardó mucho en aparecer y contar a todos que se había ido a
buscar un buen escondite, pues estaba jugando con Valeria a ese juego tan
divertido. Todos encontraron graciosas las palabras del pequeño y Valeria se libró
de una buena regañina, pues pensaron que Valeria estaba disimulando para hacer
del juego una aventura todavía más divertida.
 Ahora entiendo que no nos lo dijeras, cariño, — dijo el padre de Valeria. — y es
que queríais que jugáramos juntos.
Y para suerte de Valeria así sucedió. Todos pasaron el día jugando al escondite y
otros juegos divertidos en el árbol mágico. Solo por la noche, cuando tía Elena y el
primo Ramón se fueron, Valeria pudo observar como sus juguetes volvían a la
normalidad.
Aunque Valeria lo desconocía, aquel era el regalo especial que el árbol mágico le
hizo aquella tarde, y es el mensaje de que cualquier juego es mejor en compañía
de amigos que en soledad.
Al Elasmosaurio le gusta nadar
El Elasmosaurio estaba muy emocionado aquella mañana, pues se había
comprado un nuevo traje de baño y estaba listo para meterse a nadar en la bahía.
Tal vez lo que más le gustaba de nadar era ver el fondo del océano, los peces y
los colores que daban cada uno de ellos. Aquella mañana tenía pensado viajar
hasta lo más profundo para encontrar ruinas antiguas, de manera que se despertó
muy temprano y salió cuando apenas el sol salía para dar los buenos días.
Entonces se despidió de sus padres y hermanos y fue rumbo a su gran aventura.
Cuando estuvo allí se sintió como pez en el agua, completamente libre mientras
movía sus aletas y su cola y entonaba una hermosa canción. Primero saludó a los
peces y cangrejos que estaban dentro de sus casas por el fondo del mar y
después nadó muy emocionado por todo el océano azul hasta que…algo pasó.
En un punto del viaje, mientras nadaba entre la corriente marina, algo se le enredó
en el cuello. Asustado, el Elasmosaurio buscó tierra firme para ver qué había sido,
hasta que descubrió que era un gigantesco trozo de plástico. Consciente del
peligro se lo quitó (no sin antes haber luchado un buen rato con él) y terminó
volviendo al océano, que estaba repleto de esos trozos de plástico y muchos
animales como él se habían quedado atrapados en ellos. Ahora el Elasmosaurio
estaba dispuesto a ayudar a todo el que lo necesitara.
 ¿Qué pasó? –Preguntó a una tortuga marina– ¿Qué son esas cosas?
 Es la basura que expulsa el hombre al océano –dijo la tortuga– y hay mucho más
de lo que puedas ver.
 Pero… ¿hay algo que pueda hacer? –Preguntó el Elasmosaurio.
 Bueno, supongo que por tu tamaño puedes dar un buen susto a todos esos
humanos desconsiderados –Dijo la tortuga.
 No creo que sea la mejor idea –dijo el Elasmosaurio con preocupación- pues yo
soy un ser pacífico.
 También puedes hablar con ellos, aunque no creo que te escuchen –prosiguió la
tortuga marina- porque nunca han escuchado a nadie.

Y eso mismo fue lo que Elasmosaurio hizo: se preparó para hablar la lengua de
los hombres y explicarles lo que pasaba. No podía quedarse parado sin hacer
nada después de casi ahogarse por culpa de uno de esos terribles plásticos, así
que salió al día siguiente a hablar con los hombres, los cuales quedaron muy
sorprendidos al verlo.
Nadie sabía que una criatura como aquella existía y mucho menos que pudiese
hablar su propia lengua, así que entre asustados y encantados decidieron
escucharle. El Elasmosaurio parecía muy calmado mientras relataba a los
humanos el daño que le estaban haciendo a los océanos. No fue fácil al principio y
no todos quisieron escuchar, pero el Elasmosaurio hizo que llegaran a un acuerdo
y, finalmente, humanos y animales limpiaron juntos los océanos.
El gran Elasmosaurio, por primera vez tras mucho tiempo, pudo nadar en un
océano limpio junto a sus amigos, saludar a los peces y relajarse y sentirse bien
en aguas limpias y cristalinas. Eso sí, el océano seguía siendo para todos,
animales y hombres, y juntos pudieron convivir en armonía y nadar en aguas
limpias. De vez en cuando los bañistas contaban con una visita muy especial, pero
solo aquellos que salían al agua cuando el sol comenzaba a brillar…como le
gustaba al increíble y tenaz Elasmosaurio.
El Espinosaurio
Cuando era pequeño, al joven Espinosaurio le daba mucho miedo nadar. No
entendía por qué su madre y su padre podían meterse en tales profundidades
como lo hacían sin tener miedo, así que siempre prefería esperar a que llegasen a
casa sentadito en la superficie.
A pesar de todo su miedo el Espinosaurio había aprendido a nadar, pero solo en
lugares poco profundos en los que ya no tenía miedo. En aquellos sitios podía
estirar sus patas y sentir la arena bajo las mismas, lo cual le daba sensación de
seguridad y era muy agradable. Y fue así durante mucho tiempo hasta que un día,
cuando el Espinosaurio ya había crecido, una terrible lluvia azotó la región en la
que vivía haciendo que todo se inundara en pocos días y haciendo también
imposible el poder moverse sin nadar.
Muchos otros dinosaurios se encontraron muy tristes cuando todo aquello ocurrió,
pues más de uno había tenido que separarse de sus familiares y amigos, y
muchos otros no sabían nadar. Los papás del Espinosaurio hacía ya años que no
estaban con él, pues ya se habían hecho muy mayores. ¡Cuánto le hubiera
gustado contar con su ayuda y su valentía en aquella triste situación! Sin embargo,
el Espinosaurio no pensaba darse por vencido, y gracias al amor que le seguían
enviando sus padres, valientes y excelentes nadadores, el Espinosaurio tomó la
decisión de actuar y rescatar a todos los dinosaurios que necesitaban ayuda para
volver a sus hogares.
Espinosaurio estaba muy asustado, de manera que la noche anterior ni pudo
dormir por el miedo que le causaba la idea de tener que nadar en las
profundidades para ayudar a los demás dinosaurios. Pero el Espinosaurio no
estaba solo, pues contaba con la ayuda inestimable de todos sus amigos y de los
amigos de sus padres que, emocionados, le apoyaron en cada momento
impidiendo que finalmente el miedo se apoderara de él.
A pesar de no estar solo llegó un momento durante la travesía en el que se sintió
asustado, pues habían pasado muchos días y aún no conseguían ver tierra firme.
Tanto fue así que el Espinosaurio comenzó a pensar que se había equivocado de
dirección.
 Les he fallado ha todos –Dijo el Espinosaurio muy triste.
 ¿Por qué dices eso? –Preguntó uno de los dinosaurios que le acompañaban.
 Casi llevamos una semana y no he llevado a nadie junto a sus familias –
Respondió el Espinosaurio.
 ¡No digas tonterías! –dijo otro de los dinosaurios– ¡Eso no es cierto!
 ¡Es verdad! –dijo otro– Has sido muy valiente y fuerte, no todo el mundo es capaz
de superar sus miedos por ayudar a los demás.
 No te preocupes tanto, tarde o temprano llegaremos –Dijo uno de los ratones que
también se habían unido a la aventura.
En el fondo el Espinosaurio no estaba muy seguro de si creer o no a los demás,
pero así hizo y a los pocos días, guiándose con su olfato, vieron tierra en las
primeras horas de la mañana.
Nadie se lo podía creer… ¡estaban tan emocionados! El Espinosaurio llegó a la
orilla de la playa y miró con mucha alegría cómo todos se reunían con sus amigos
y familiares. El dinosaurio se había dado cuenta de que los huesos tan extraños
que daban forma a su espalda, en forma de vela, era la clave para nadar y nadar
sin problemas, como lo hacían sus papás.
¡Qué feliz se sentía el Espinosaurio habiendo ayudado a todos y habiendo dejado
a un lado sus miedos! Ahora iba a ser tan valiente y decidido como lo habían sido
sus padres.
¿Nos bañamos ahora un ratito con el Espinosaurio?
El perro sin aullido
Había una vez un perro que era el mejor aullando del mundo. Practicaba y
practicaba, y hasta a algunos les daba clases, aunque a ninguno le salía tan bien
como a él. Le decían que no sabían hacerlo tan bien y que nunca lo iban a
conseguir. Lo hacían una y otra vez, pero nada, no lo conseguían. Y algunos
tienen celos, unos más que otros.
Un día, el perro por la calle vio un cartel de un concurso de talento. El perro sonrió
y dijo… ¡allá voy! Y se apuntó rápidamente. Pero al día siguiente de apuntarse se
levantó y no podía aullar.
Entonces pensó en todos los súper villanos. ¡Ya lo sé! ¡Rati es una rata súper
poderosa!
 ¿Pero dónde está su guarida secreta? – se preguntó el perro.
Y fue rápidamente a llamar a sus amigos.
 Tenemos que encontrar la guarida secreta de Rati – dijo el perro.
 ¿Esa Rati Súper poderosa?- preguntó uno de sus amigos.
Y el perro le contestó que sí e hicieron un plan, y al día siguiente fueron a buscar
la guarida secreta de Rati. Un amigo buscó por un lado y otros por otro, y
buscaron y buscaron hasta que al día siguiente otro amigo la encontró.
 Ja, ja, ja… ¿buscáis el aullido?- dijo Rati. – Pues aquí no está, está enterrado.
 ¿Dónde?- preguntó el perro.
 Eso no te lo voy a decir- Contestó Rati.
Y los amigos salieron disparados a la puerta y fueron a buscar el aullido.
Estuvieron casi tres meses buscando pero nada. Buscaron en el campo, en la
playa y en la ciudad. Un día buscaron en un pueblo y ahí estaba.
Y lo cogieron, pero cuando menos se lo esperaban estaban rodeados de súper
villanos. Y se empezaron a pelear por el aullido.
 Pues si os peleáis me lo llevo. Dijo un caracol súper villano.
Y desapareció y los villanos se mosquearon. Furiosos, fueron a buscar al caracol
mientras el perro buscaba al ejército más grande del mundo mundial, el ejército
aullador. Y aullando fueron en busca de todos los súper villanos.
El malvado caracol seguía, mientras, en su guarida secreta, cuando el perro tuvo
una gran idea.
 Vamos a mi casa- dijo el perro.
Y los cinco amigos se dirigieron a casa del perro.
 ¡Vamos a hacer un robot!- dijo el perro.
Y los cinco amigos empezaron a hacerlo, lo terminaron, y fueron a la batalla.
Encontraron la guarida del caracol y entraron y cogieron el aullido sin que el
caracol se diera cuenta, yéndose después el perro rápidamente al concurso. Casi
llega tarde, pero finalmente llegó ¡y ganó!
Y feliz se fue a merendar y vivieron felices con el premio.
EL BOSQUE DE LAS GOLOSINAS
Había una vez una preciosa princesa llamada Sina, que tenía un osito suave y
blandito que se llamaba Golo.
Un espléndido día en que el sol brillaba y les apetecía muchísimo ir de paseo,
decidieron hacer juntos una excursión al campo. Una vez allí, caminaron y
caminaron y llegaron muy, muy lejos… exactamente, llegaron a un bosque
precioso que se llamaba el Bosque de las golosinas.
Si echabas un vistazo al bosque, no era muy difícil saber por qué se llamaba así.
En ese lugar todos los arboles tenían, en vez de hojas verdes, golosinas de todos
los colores, de todos los sabores y de todos los tamaños. Y en vez de frutas
normales tenían frutas de chocolate, vainilla, fresa y turrón. ¡Era como el paraíso
de las golosinas!
Sina pensó que seguramente los niños de aquel lugar serían muy felices por tener
tantas cosas ricas a mano para comer. Pero la triste y cruda realidad es que no
era así. Los niños vivían desconsolados y llorando porque, como eran pequeños,
no podían alcanzar las golosinas de los árboles. Por mucho que saltaban e
intentaban trepar por los troncos, no conseguían nada.
Pero la princesa Sina halló una solución para el problema y les enseñó que había
una forma de poder disfrutar de las golosinas, pero que debían colaborar todos
para poder cogerlas. Lo que se le ocurrió a la princesa fue construir una gran
escalera con unos trozos de madera que había por el bosque. Todos se pusieron
en marcha para hacerlo: unos buscaron la madera, otros la cortaron, otro la
unieron…y todos juntos terminaron la escalera en un periquete.
Ahora ya solo quedaba ponerla junto a uno de los árboles, y mientras unos
sujetaban fuertemente la escalera para que no hubiera accidentes, los otros
subían y bajaban con sus manitas llenas de todo tipo de golosinas. Y así fue como
lo hicieron y cogieron muchos caramelos, gominola
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. s, chocolates, chicles, regalices…y
un montón de golosinas más que, por supuesto, eran para todos, porque como
todos habían colaborado todos tenían derecho a participar de las golosinas
también.
Sina y Golo también comieron, pero tuvieron que despedirse ya de sus amiguitos
porque debían regresar a casa. Pero aquellos niños les agradecieron mucho la
lección que les habían dado: si nos ayudamos unos a otros podremos participar de
cosas buenas que a veces solos no podríamos alcanzar.
Quiero ser pirata.
Matías estaba molesto con sus padres aquella mañana, pues le habían ordenado
que limpiara su cuarto y tirara la basura. Por si esto fuera poco, tampoco le
dejaban dormir hasta muy tarde porque debía despertarse temprano para ir a la
escuela y, por supuesto, no podía comer dulces a todas horas.
Matías creía que sus papás no le querían, así que decidió tomar su mochila de la
escuela y escapar. Metió algo de ropa, agua y comida para él y para su conejo, la
mascota a la que tanto adoraba y que no pensaba dejar atrás. Matías también
guardó un mapa que sin duda le serviría para cumplir su objetivo: convertirse en
un auténtico pirata.
Matías había leído que los piratas eran geniales porque hacían lo que querían
cuando querían y como querían. Además, siempre estaban viajando por el océano
en busca de tesoros y de aventuras, lo que para el pequeño Matías era un
auténtico sueño. Estaba completamente decidido y ni siquiera se despidió, tan
solo dejó una nota con un dibujo explicando que tenía que irse para volverse un
gran pirata y que no tenía pensado volver nunca más.
Matías, emocionado por lo que le esperaba en su largo viaje, sacó su mapa y
siguió todos los caminos indicados hasta llegar al puerto donde al parecer se
reunían los demás piratas. Sumergido en la emoción de encontrar a los piratas
para ser parte de su tripulación, Matías apenas podía darse cuenta de cómo su
conejito intentaba volver a casa.
Cuando al fin los encontró, aquellos piratas se mostraron muy sorprendidos, pues
nunca antes habían tenido un integrante tan joven. Incluso pensaron en decirle
que volviera a su hogar, pero finalmente Matías, de tanto rogar y rogar, consiguió
que los piratas le aceptaran como a un nuevo miembro de la tripulación. ¡Al fin iba
a conocer lo que era ser un auténtico pirata!
Al principio todo era genial, podía comer todos los dulces que quería, dormir a la
hora que le daba la gana y no bañarse si no lo deseaba. También le gustaba estar
ahí porque le daban todas las verduras que no le gustaban a su conejo, y podía
salir en busca de tesoros alucinantes, luchar contra tribus peligrosas y recorrer el
mundo entero. Pero todo comenzó a cambiar cuando Matías se enfermó de la
tripa por haber comido tantos dulces. Nadie allí sabía cómo cuidar a un niño
pequeño enfermo, así que por primera vez Matías se vio sin el cuidado de su
madre y de su padre, solo tenía a su conejo y él, como mucho, meneaba la nariz.
Tampoco era muy feliz si lo pensaba bien, porque a veces no podía dormir por
culpa de las fiestas que hacían los piratas en el barco con música a todo volumen,
y olían muy mal porque pasaban demasiado tiempo sin bañarse, así que Matías
decidió regresar un día a casa. Cuando llegó y tocó la puerta con su conejo en la
mochila, sus padres recibieron a Matías entre lágrimas, besos y abrazos porque
habían estado muy preocupados por él.
Matías aprendió una gran lección tras aquella desdichada aventura, y es que
a veces los padres pueden llegar a ser muy duros con sus hijos no dejando
que hagan siempre lo que quieran, pero eso es lo que hacen las personas
cuando quieren a otras, cuidarlas y procurar protegerlas de todos los males.
Por eso, desde aquel día, Matías ya no volvió a dudar a la hora de hacer caso
a sus padres, pues se había dado cuenta que en ningún sitio podía estar
mejor que en su propia casa.
Un barco lleno de piratas
En una ciudad llena de grandes edificios vivía Adrián, un chico de gafas y
hoyuelos en las mejillas al que le encantaban los barcos, sobre todo desde que su
mamá y su papá le llevaron una vez a ver una película muy divertida en la que
salían muchos barcos de todo tipo: veleros, pesqueros, yates, cruceros… Todos
distintos y muy bonitos.
Volviendo del cine aquel día, Adrián no podía dejar de hablar de lo increíble que
eran los barcos, o de cómo le parecía incluso mágico que cosas tan grandes y
pesadas pudieran flotar en el océano. Sin duda Adrián se había quedado
impresionado.
Papá y mamá también estaban muy contentos de ver que a su pequeño niño le
gustaran tanto los barcos, y cuando Adrián pasó al siguiente grado, le regalaron
un barco en miniatura. El niño estaba tan feliz que no paraba de jugar con su
barco en la bañera y de hacer dibujos con sus crayones de barcos
enormes…hasta que un día mamá le contó una historia de piratas.
Los piratas eran hombres que vivían en barcos todo el año, usaban patas de palo
y parches en los ojos y comían mucho huevo y limón. Al menos eso dijo mamá
cuando Adrián le preguntó.
 ¡Quiero ser un pirata! – Dijo Adrián cubriéndose un ojo con su mano y gruñendo. –
¡Argh!
Entonces se inició la que iba a ser la construcción de un gran barco pirata en el
patio trasero. Con cartón y pegamento comenzaron a construir la proa, que era un
trabajo difícil pero con ayuda de todos se podía conseguir. Aquella construcción
era muy complicada, porque el barco pirata iba ser muy grande, y eso hacía que el
pequeño Adrián se impacientara al ver cada tarde que aún faltaba mucho por
hacer:
 Quiero que esté listo ya. – Decía Adrián muy triste.
 Hijo – dijo papá con paciencia, – las cosas buenas en ocasiones llevan su tiempo.
Cuando haces algo con tus propias manos y lo construyes con amor, te aseguro
que el resultado es mil veces mejor que si lo hiciésemos corriendo en un mismo
día.
 ¿Eso significa que será un buen barco pirata si tengo paciencia? – Preguntaba
emocionado Adrián.
 Será el mejor barco pirata que se haya construido jamás en la historia, ya verás. –
Le contestó con orgullo papá.
Cuando estuvo totalmente pegado el barco, con su timón y todo, entonces llegó la
parte más divertida de todas, el momento de darle color al barco.
 Vamos a hacerle unas flores rosadas. – Dijo mamá muy animada y contenta.
 No, mejor hagámosle unas llamas en la punta como la de los coches. – Dijo papá
que amaba mucho los coches.
 Me gustaría que tuviera algunas estrellas y una luna. – Dijo también Adrián.
 ¿Cómo nos decidiremos entonces? ¡Son muchas cosas!– Exclamó mamá
indecisa.
 Yo creo que vamos a hacerlo todo. – Dijo Adrián tras pensar unos segundos –
Este barco lo hicimos con mucho amor los tres y merecemos que tenga todo lo
que nos gusta.
Así se pusieron a pintarlo con llamas, flores rosas, estrellas y una luna. Cuando
terminaron se veía un poco confuso el diseño, pero todos estaban muy felices con
aquel barco pirata.
 ¡Argh! – Gruñía Adrián sin parar – ¡Argh! Este es un barco pirata y yo soy el
capitán. ¡Suban mamá y papá a bordo! ¡Vamos a conquistar el mar!
Ser pirata podía ser algo muy divertido, y Adrián pudo comprobarlo muy bien aquel
día, pero los barcos, sobre todo cuando se comparten con quien más quieres,
seguían siendo lo que más le gustaba del mundo mundial.
Rufus, el mejor amigo
Era el día antes de San Valentín y Johnny lo sabía. Con sus apenas nueve años
de edad estaba algo nervioso, y es que le pasaba por la cabeza el hacerle un
regalo a su compañera Susy. Aquella niña le gustaba porque era muy graciosa y
porque disfrutaba siempre con los mismos juegos y ocurrencias que él.
Por estos y muchísimos más motivos, Johnny pensó que tenía que entregarle algo
valioso a Susy en el día del amor y la amistad, así que se esforzó mucho por dar
con un buen regalo. Finalmente, Johnny se decidió por una pulsera y un dibujo de
uno de sus personajes favoritos animados, y una vez lo tuvo entre sus manos, no
podía evitar contar las horas para que llegase el día ay al fin se lo pudiera entregar
a Susy.
 Johnny, es hora de dormir —le dijo su mamá entrando a la habitación.
 De acuerdo, mami —dijo Johnny terminando de organizar su mochila y su ropa
para el día siguiente.
 ¿Por qué estás tan emocionado por ir a clase mañana? —dijo su mamá cuando lo
encontró colocando todas sus cosas con entusiasmo la víspera de San Valentín.
 Por nada, mami —dijo Johnny pensando en ocultar la emoción y su sorpresa.
 ¿Seguro? —preguntó su madre.
 ¡Claro!
Y justo en aquel momento entró Rufus, la mascota de Johnny, un hermoso perro
de pelo muy suave y largo a la que le gustaba jugar, dormir en la cesta de la ropa
sucia y robar un poquito de jamón cuando lo ponían en la mesa. Rufus, una vez en
el cuarto, ladró emocionado justo antes de subirse a la cama para lamerle la
cabecita a Johnny, como hacía cada noche a la hora de irse a dormir.
 Hola, Rufus. ¿Cómo te fue en el jardín? —dijo Johnny entre risas mientras Rufus
se sentaba a su lado y olfateaba todo lo que Johnny sacaba y metía en su
mochila.
 Bueno, dejaré que descanséis para afrontar el día de mañana—dijo la madre de
Johnny despidiéndose– No te acuestes muy tarde.
Y todo estuvo muy bien entre los dos amigos hasta que Rufus empezó a meter su
nariz dentro de la bolsa de Johnny:
 ¡No, Rufus, deja eso! —dijo Johnny cuando vio a Rufus romper el dibujo para Susy
y comerse por accidente la pulsera sorpresa guardada ya en su mochila y
pensando que era un suculento caramelo.
Tras aquello Johnny se sintió muy enfadado y triste y sacó a Rufus de un empujón
del cuarto. Johnny estaba muy triste porque Rufus no solo se había comido la
pulsera, sino que había roto también el dibujo que tanto le había costado hacer. Y
por si todo aquello no hubiera sido suficiente, o tal vez como consecuencia del
disgusto, a la mañana siguiente amaneció enfermo y sin poder ir a la escuela.
Muy desanimado y arropadito en su cama, para ponerse algo mejor, Johnny fue
visitado por su perrito Rufus, que entro tímidamente en el cuarto con una hoja de
papel y un lápiz en el hocico. Y en aquel momento Johnny decidió dejar a un lado
su enfado y ponerse de nuevo a dibujar.
Rufus lo miraba con una gran sonrisa mientras movía la cola y Johnny se sintió
muy mal por haberle empujado el día anterior, así que fue a abrazarlo mientras
Rufus, demostrando que no podía enfadarse con él, le lamió la cara con cariño y
como si nada hubiera ocurrido.
Tal vez Johnny no pudo ver a Susy como quería el día de San Valentín, pero
aprendió que el amor también puede demostrarse de otras formas, como el cariño
tan grande que Rufus sentía por él y viceversa.
Los abuelos de Pedrito
Pedrito recordaba que sus abuelos siempre habían estado juntos, incluso desde
mucho antes de que él naciera.
Siempre los recordaba cogidos de la mano, sentados en el patio. Ella, su abuela,
le preparaba café mientras él leía el periódico. También recordaba que cuando su
abuelita se enfermaba, el abuelo hacía una sopa riquísima de pollo para que se
sintiera mejor.
A Pedrito le parecía algo fascinante: que sus abuelos durmieran juntos, pasearan
juntos, sacaran al perro a caminar al parque juntos…Y cuando no podían estar
juntos, el abuelito llamaba a la abuelita cuando estaba de viaje o cuando se sentía
solo, y ella, muy alegre, respondía a las llamadas con una gran sonrisa.
Pero a pesar de que a Pedrito le parecía muy lindo todo aquello, no entendía
cómo es que los abuelitos no se aburrían de estar con el otro. Él, de hecho, se
aburría de los juguetes con los que jugaba muchas veces, y aunque los quería, no
quería estar siempre jugando con ellos, pues también le gustaban las cosas
nuevas, como esos juguetes bonitos que salían en la televisión y que hacían
ruidos o tenían luces.
También le pasaba lo mismo con sus amigos, que no siempre quería verlos y a
veces solo quería descansar en casa y ver la tele o andar en bicicleta y nada más.
Y quería a sus amigos, pero sentía que no necesitaba estar siempre con ellos. Es
por eso que ver a sus abuelos juntos siempre le llenaba la cabeza de dudas, hasta
que un día habló con mamá:
 Los abuelos son como tortuguitas —dijo Pedrito a su mamá.
 A ver… —comenzó ella a decir riendo— ¿Por qué dices que son como
tortuguitas?
 Porque son arrugaditas y muy viejitas —dijo él—. Y me recuerdan a las tortugas
que están en el jardín, que siempre están juntas y no se separan nunca.
 ¿Verdad que son bonitos? —preguntó su mamá.
 ¿Los abuelos? —Preguntó— Sí, son bonitos, pero no entiendo por qué siempre
están juntos, ¿es que nunca se cansan?
Y su mamá le explicó a Pedrito que ellos no se cansaban del otro porque se
amaban.
Para el joven Pedrito aquello significó algo nuevo. Sabía lo que era el amor, como
el que tenían mamá y papá, pero no sabía que otras personas podían tenerlo y
más cuando son ancianos. Entonces, días más tarde, fue a visitar a sus abuelos y
preguntó:
 Abuelo, ¿qué es el amor?
 Bueno, el amor es… —el abuelito se quedó callado un momento antes de
continuar— lo que me pasa cada vez que veo a tu abuelita.
 ¿Y que sientes cuando lo haces?
 Bueno, me siento muy feliz cuando estoy con ella, me siento en paz y tranquilo.
 ¿Por qué?
 Porque me hace sentir querido y protegido.
 ¿Y no te cansas de estar siempre con ella?
 No, porque uno no se cansa de las cosas que le hacen feliz.
Y con aquellas palabras Pedrito pudo entender al fin lo que sentían sus abuelitos,
y ver que era algo parecido a lo que él sentía por su mamá, pero diferente. Amar
como se amaban sus abuelitos era simplemente estar con el otro incluso cuando
se enferman, compartir sus gustos y pasar mucho tiempo entre los dos
cuidándose el uno al otro.
Tras aquella entretenida tarde de conversación, Pedrito se despidió contento de su
abuelo y con un beso en la mejilla se fue. Después, muy emocionado por poder
contar lo que había aprendido ese día a su madre, Pedrito se fue a dormir muy
contento y ansioso de que algún día él fuese igual que sus abuelitos: arrugado
como una tortuga, pero feliz junto a esa persona especial que más se quiere.
El tritón y la sirena
Esta es la historia de dos hermanos, un tritón y una sirena. Tritón era el hermano
mayor, y sirena la hermanita pequeña. Los dos vivían con su padre, el rey Tritón,
y todo era risas y fiesta hasta que un día la sirena desapareció. El rey, muy triste,
pensó que se trataba de uno de esos pescadores que siempre atrapaban peces y
se los comían, por lo que se preocupó por su pequeña y decidió ir rápidamente a
buscarla.
El tritón decidió no ir solo y acompañarse de sus fieles delfines y tiburones para
tener más ayuda en la larga búsqueda. Pasaron semanas enteras sin comer,
buscando pistas que les condujeran a la sirena, incluso se metieron entre
tormentas marinas peligrosísimas, pero nada de aquello importaba porque solo
querían encontrar cuanto antes a la pequeña sirena.
La búsqueda se alargó sin muchas noticias hasta que un día se encontraron con
un barco pesquero. Decidieron seguirlo y el barco les llevó a un pequeño pueblo
lleno de pescadores y en el que siempre tenían pescado fresco para vender
mientras las gaviotas cantaban esperando comer algo.
El joven Tritón no solía frecuentar las costas humanas, ya que los seres de su
reino siempre habían estado en guerra contra las personas de la superficie y
nunca se habían llevado bien, por lo que prefirió esperar hasta estar seguro de
poder encontrar a su hermana. Poco tiempo después pudo divisarla junto a una
roca cercana en compañía de un humano.
Tritón no podía creer lo que veía, estaba confundido, su hermana estaba con un
humano y lo peor no era eso, lo peor era que había otros humanos más, personas
que la saludaban como si nada. El tritón fue hasta donde estaba y le pidió que
regresara con él a casa, pero ella se negó.
La sirena no tenía pensado volver a casa, ya no, estaba feliz y se había casado
con un humano, cosa que su hermano no comprendió, no sabía por qué ella se
había fijado en un habitante de la superficie cuando habían tantos buenos
pretendientes para ella allá en el reino de su padre, a lo que ella le explicó que
solo estaba enamorada del pescador al que ahora llamaba su esposo.
El tritón intentó ser comprensivo, la intentó convencer para que volviesen, pero
ella se negó, así que él decidió quedarse ahí por un tiempo; no quería dejar a su
hermana en manos de cualquiera y menos de un humano, así que vivió ahí con
ella por un mes y descubrió que los humanos no eran tan malos, o por lo menos,
el pequeño pueblo en donde se encontraban.
Trataban muy bien a su hermana, incluso a él, los hacían sentir a gusto, así que el
tritón parecía feliz por eso. En el fondo solo quería que ella fuese feliz y así fue, a
pesar que su hermana no quiso volver más al reino de su padre, su hermano
siguió visitándola todo el tiempo, comprendiendo que a veces, a pesar que la
familia no está siempre con nosotros, no significaba que ya no se quieran y que no
siempre se debía juzgar a alguien sin conocerlo, ya que se podía llegar a llevar
una agradable sorpresa.
La sirena que no comprendía a los humanos
Aqua era una sirena que no comprendía a los humanos. Vivía en la Atlántida junto
a su familia y le gustaba salir a nadar con sus amigos los peces y los delfines.
Aqua era muy buena y amable con todos, pero había algo que muy pocos sabían
de ella y era que a Aqua no le agradaban los humanos.
Ella decía que los humanos, es decir, esas personas que vivían fuera del agua,
eran muy sucias y tiraban toda su basura al océano, contaminando el agua y
enfermando a sus amigos y familiares.
Para Aqua nada de eso estaba bien, así que un día decidió tomar una muy mala
decisión, ir a la superficie y asustar tanto a los humanos que ya nunca más
intentaran hacerle daño al océano. Pero en su plan había un problema y es que
todos los habitantes de la Atlántida tenían prohibido ir a la superficie, por lo que
Aqua mintió a sus padres y amigos diciéndoles que se iba al arrecife a explorar. La
verdad es que se sentía muy mal porque sabía que mentir era malo, pero no podía
hacer otra cosa ya que tenía que hacer algo rápido y evitar que tantas cosas
malas siguieran ocurriendo en su querido hogar.
Aqua subió y subió hasta asomar su cabeza en la superficie encontrándose con el
cielo dorado del atardecer. Era muy bonito, no lo podía negar, pero muy poco
tiempo tuvo para poder apreciar la belleza de ese nuevo mundo porque al
descuidarse, fue atrapada por una red de pesca junto a otros animales marinos.
Afortunadamente Aqua logró escapar, pero su cola había recibido tantos daños
que no iba a poder volver, por lo que esa noche tuvo que descansar en la playa
ocultándose de los humanos. Estuvo así toda la noche, hasta que encontró una
piedra enorme en la que poder descansar.
Y así durmió hasta que al amanecer dos hermanos la encontraron tendida sobre la
roca. Los dos niños se encontraban muy sorprendidos, pues pensaban que las
sirenas solo eran un mito, y tras reponerse fueron a llamar a sus padres. Tuvieron
tiempo de comprobar que la sirena estaba muy herida, y no lo dudaron dos veces
a la hora de ayudar.
Aqua, que despertó de un golpe debido al dolor de sus heridas, fue llevada a la
casa de aquella amable familia. No podía comprender nada de lo que estaba
ocurriendo, pues aquellos humanos no eran como se los imaginaba y tampoco
lograba entender por qué eran tan diferentes a los que la habían herido el día
anterior.
Todos la atendieron y curaron con mimo sus heridas, prometiéndole que
guardarían para siempre el secreto. Aqua, aún muy confundida, quedó fascinada
de ver que no solo la atendían a ella, sino a un montón de seres más del océano
heridos y enfermos por la basura de los humanos: había muchas aves, un par de
tiburones…Se trataba de un hospital secreto para animales marinos con
problemas, y aquello superó el mejor de los sueños de la sirena.
Una vez repuesta de todas sus heridas, Aqua decidió volver a su hogar junto a su
propia familia, aunque ahora tenía otra nueva. Tal vez no había podido cambiar las
cosas como pretendía en un principio, pero tuvo tiempo de darse cuenta de que en
el mundo de los humanos sucedía lo mismo que en su propio mundo, y es que
existe la bondad y la maldad casi a partes iguales.
Aquello cambió por completo su forma de ver el mundo, y aunque no pensaba
dejar de luchar por acabar con toda la basura y los malos hábitos que sacudían su
hogar, ahora albergaba la esperanza de que todo pudiese cambiar poco a poco.
La estrella más hermosa
Mi nombre es Adrián, y una de las cosas que más me gusta es mirar el cielo raso
en las noches de verano.
Me fascina todo lo que tiene que ver con la astrología, y mi papá me lleva a un
precioso parque cerca de casa, desde donde se divisa toda la ciudad. Allí
pasamos horas tumbados, jugando a formar dibujos en el cielo con las estrellas.
Una de esas estrellas siempre tiene una luz sublime, hermosa…, haciendo
parecer que la podemos alcanzar con nuestras propias manos; a su lado, otra más
pequeña pero también muy brillante, nunca se separa de su lado.
Mi padre, que nunca me miente, una noche me contó una historia sobre esa
estrella y, a día de hoy no sé si será real, pero yo creo firmemente que así es, por
eso he decidido que la voy a contar:
______________
‹Había una estrella muy inquieta y pizpireta, que siempre estaba contemplando la
tierra fascinada y se preguntaba por qué ella no podía bajar a ese precioso planeta
azul. Le gustaba tanto que intentaba sacar todas las fuerzas que podía para
iluminar cada palmo de la tierra y para ver lo que allí sucedía, pero ella no
iluminaba tanto como el Dios Sol.
Ella veía como las personas siempre estaban acompañadas, ya fuera riendo o
llorando, y cuando miraba a su alrededor se sentía muy sola. Cada día que
pasaba lloraba con más desconsuelo, y mientras perdía su preciosa luz, deseaba
cada vez con más fuerza ser uno de esos niños que vivían en la tierra… hasta que
una noche el Sol se apiadó de ella y le concedió dicho deseo.
Al nacer, sus padres quedaron perplejos cuando descubrieron los ojos que tenía
su hija, de un color azul verdoso y con un magnetismo excepcional, los cuales
irradiaban una luz tan mágica como deslumbrante. Coincidieron en llamarla
Xiomara, “la estrella hermosa del universo”.
Xiomara nació y creció llena de felicidad. Le gustaba jugar, especialmente en una
plaza de su ciudad en la que, además de haber una pequeña fuente en el centro
de la misma, había a su alrededor muchos puestos llenos de flores que hacían
que la niña cerrara los ojos imaginando que estaba en el bosque, acompañada de
su pequeña y linda ninfa. Pero la niña, que muy pronto perdió a sus papás, fue
creciendo hasta que se convirtió en una joven y hermosa mujercita que irradiaba
felicidad, por lo que a ningún jovencito que la conociese en esa pequeña ciudad le
resultaba indiferente.
Aunque Xiomara poco a poco fue entristeciendo al sentirse decepcionada y
defraudada, puesto que ninguno de esos muchachos que la fueron encandilando
con lindas frases, la quería de una manera sincera y pura como ella hacía con
todas las personas que se cruzaban en su camino. Era tal la tristeza y decepción
que sentía, que un día empezó a llorar y llorar en su plaza preferida sentada en un
rincón de la misma, para que nadie la pudiera ver.
Tras un tiempo en ese estado, de repente un hombre dijo:
 ¿Por qué lloras, preciosa?
Xiomara levantó la cabeza y vio que aquel hombre, aunque también muy joven,
era ciego. Se quedó un rato sin saber qué decir, sorprendida, y después le
respondió con otras dos preguntas:
 ¿Por qué las personas no aman de verdad?, ¿por qué no llegan a percibir aquello
que los ojos no alcanzan a ver?
El hombre le respondió contándole su historia:
 Yo al principio de quedarme ciego creí que sería la peor de mis desgracias,
solamente tenía ganas de llorar, como tú ahora mismo. Antes de ser invidente era
muy egoísta, presuntuoso y demasiado impertinente. Después de algún tiempo,
tras perder la vista, me puse a reflexionar y empecé a ver quién estaba a mi lado
en los peores momentos y quién no quiso saber nada más de mí. Comencé a ver
con el alma y a disfrutar con el tacto y el olfato de las cosas maravillosas que
tenemos a nuestro alrededor, y en aquel momento supe que realmente estaba
ciego cuando más veía.
Xiomara se quedó fascinada con la historia del hombre, del cual se hizo amiga
inseparable puesto que Carlos, que así se llamaba el joven, sí que la demostró su
cariño y amor más allá de lo que los ojos ven. Ella no supo que le amaba con el
alma hasta que Carlos se fue a otra ciudad por motivos que nunca conoció y, tras
un tiempo, aceptó el hecho de que no encontraría a alguien igual que él.
Desde entonces sentía una soledad tan fría y devastadora que le resultaba
demasiado familiar. Se dormía mirando el cielo, pensando en que por lo menos
compartían el mismo “techo estrellado”, y deseando que ese “techo” fuera algún
día el lugar donde encontrarse con esa persona tan especial para no separase
jamás. El Sol nunca la había abandonado y tenía un cariño especial hacia ella, así
que decidió devolverla esa noche a su verdadera casa junto a Carlos, que no era
más que otra estrella bajada del cielo con los mismos deseos de no sentirse sola,
y a la que le había concedido el mismo deseo.
Desde aquel momento, Xiomara y su compañero, lucieron más brillantes que
nunca y descubrieron ese amor que habita entre nosotros, pero que es tan difícil
de encontrar en un mundo lleno de almas vacías y falsos sentimientos.›
LA TORTUGA ARTURA
Os quiero contar la historia de una pequeña tortuga que vive en el bosque de la
fantasía. Todos los animales la conocen con el nombre de Artura, porque desde
pequeña siempre se queja de su lentitud.
 ¡Qué hartura, no puedo correr!
 ¡Qué hartura, siempre llego la última!
Y es que nuestra amiga quisiera ser más rápida pero… como sabéis las tortugas
son muy lentas.
Artura se enfada mucho algunas veces, porque quiere llegar la primera a los
campos de lechuga. Cuando ella aparece, los demás animales ya se han comido
las partes más tiernas y jugosas.
Un día decidió madrugar para llegar pronto al huerto de Don Tomás, y mientras
todos los animales dormían, inició su lento caminar. Como aún era de noche no
vio una piedra en el camino con la que tropezó, con tan mala fortuna, que cayó de
espaldas.
Imposible darse la vuelta por mucho que pataleó y se esforzó.
Con las luces del día los animales empezaron a despertar, y la primera en pasar
junto a nuestra amiga fue una oruguita que intentó con todas sus fuerzas dar la
vuelta a la tortuga, pero no lo consiguió.
También pasó una lombriz y tras muchos esfuerzos, desistió.
 Lo siento Artura, no consigo moverte.
Nuestra amiga, la tortuga, lloraba de impotencia y se decía:
 Esto me ha pasado por querer ir más deprisa de lo que puedo, si hubiese ido
lenta, pero segura, ya habría llegado al huerto.
Pasaron las horas y cuando Artura pensó que había llegado su fin, se le acercó un
cachorro de perro pastor que, curioso, olfateó a la tortuga y con el morro empujó lo
que pensaba que era una piedra rara, dando así la vuelta a nuestra amiguita.
Cuando Artura vio que el perro seguía curioseando decidió meter la cabeza y las
patas en su caparazón y así, protegida, esperó paciente.
El cachorro, al no encontrar atractiva la piedra que antes parecía moverse, se
marchó.
Y así Artura, la tortuga, aprendió la lección. Tenemos que hacer las cosas a
nuestro ritmo y no al de los demás, porque si hacemos las cosas deprisa para
terminar los primeros las haremos mal y perderemos mucho más tiempo.
Y colorín colorado este cuento se está terminando, despacito como el andar de la
tortuga
.
Lupita, la mariquita rica
Lupita era una mariquita, que soñaba con volar sola hasta lo más alto, para
distinguirse de las demás. Tras la suculenta herencia de su padre Epafrodito, que
en paz descanse, Lupita se convirtió en la mariquita más rica de Pueblobichito, su
humilde ciudad.
Al verse con tanto dinero, Lupita se volvió tan caprichosa, que incluso se cansó de
andar, y decidió invertir su fortuna en viajes para al fin conseguir volar, como
ninguna otra mariquita lo había hecho jamás.
Subió en helicópteros, viajó en avión, y hasta surcando el cielo en globo a Lupita
(que todo se le hacía poco) se la vio. Viajaba Lupita siempre maquillada con
enormes pestañas, y ataviada con largos guantes de seda y un sombrero tan
grande que se la veía a cien pies.
Pero pronto, Lupita empezó a necesitar a alguien con quien poder compartir todas
las maravillas que había visto a lo largo de tanto viaje. Empezó a imaginar,
mientras contemplaba el mundo, como sería la vida con otro bichito que la
susurrara canciones a la orilla del mar o celebrase con ella la Navidad. Recordaba
con tristeza a sus amigas Críspula y Cristeta, con las cuales se pasaba horas
enteras jugando y sobrevolando los arbustos espesos y radiantes en primavera. O
a Serapio y su brillante mirada, posándose sobre sus pequeñas alas en los días
más espléndidos de la florida estación. Y Lupita sintió de repente una profunda
tristeza que con su dinero no podía arreglar.
Decidió entonces poner sus patitas en tierra para ordenar todas aquellas ideas. Y
vagando de un lado a otro, llegó a un extraño lugar al que se dirigían muchas
mariquitas de su ciudad. La Cueva del Suplicio, como se llamaba, era un sitio a
donde acudían la mayoría de mariquitas que no tenían nada, para empeñar lo
poco que les quedaba y así dárselo a los demás el día de Navidad.
Viendo a aquellas mariquitas luchar por no perder la sonrisa de los suyos, con su
propio esfuerzo y sin ayuda de los demás, comprendió Lupita que no eran ellos los
pobres y se avergonzó de su codicia y su vanidad.
Decidió en aquel momento Lupita, depositar en aquel lugar todo su capital,
incluidos sus guantes de seda y su gigante sombrero. ¡Quería ser como las
demás!
Lupita había comprendido al fin que, en volar hasta lo más alto, no se encontraba
la felicidad.

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