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democracia o autoritarismo*
Judges and Judicial Argumentation:
Democracy and Authoritarianism
Oscar Correas
Universidad Nacional Autónoma de México
correas@servidor.unam.mx
* El presente texto corresponde a una intervención en la reunión del Comité para la Sociología
Jurídica, perteneciente a la Asociación Internacional de Sociología, en Oxford, los días 18 y
20 de julio de 2003.
Una gestión judicial es democrática, diremos aquí, cuando los jueces con-
vencen a los ciudadanos, a la mayoría de ellos. Por otra parte, se ha dicho también
que la práctica democrática de la judicatura requiere prácticas progresistas, por
lo que se entiende, a veces con ciertas dudas y confusiones, que hay una marcha
ascendente en el sentido de la civilización y el respeto a los otros seres humanos,
y que la democracia incluye esta práctica progresista o no es tal.
Esta última precisión adquiere mayor relevancia cuando pensamos que exis-
ten argumentos que podemos llamar formales, mientras que otros son de fondo o
materiales. Por ejemplo, el argumento a fortiori es un argumento cualquiera que
sea su contenido; mientras que otros se refieren a temas que constituyen parte
de la agenda ideológica de la humanidad. Piénsese, por ejemplo, en las argu-
mentaciones relacionadas con el divorcio o con las cuestiones de género: esos
argumentos convencen o no, pero no por su forma, por su estructura retórica,
digamos, sino porque aluden a aspiraciones cotidianas.
Una gestión judicial es, en cambio, autoritaria cuando los jueces hacen uso
de su poder jurídico para emitir sentencias y resoluciones que no están argu-
mentadas, o cuyas justificaciones no convencen a la mayoría de los ciudadanos.
Sobra decir que el prestigio de la magistratura puede ser el punto de cesura entre
la gestión democrática y la autoritaria. También que el prestigio no garantiza que
el convencimiento logrado conduzca a mejores formas de vida humana. Desde
ciertas perspectivas de lo que significa progreso humano, sentencias argumen-
tadas de manera convincente puede que no corran en el mismo sentido en que
parece correr ese progreso humano.
Los argumentos que usan los juristas son variados. Son recursos retóricos a los
que no cabe aplicar las ideas de verdad o error. No tienen nada que ver con la
ciencia, si por ella entendemos la búsqueda de conocimientos “verdaderos”. Sin
embargo, todos —digamos casi todos, para matizar y evitar una discusión al res-
pecto— los argumentos a los cuales estamos acostumbrados los juristas tienen
algo en común: afirman que si no se resuelve de tal o cual manera, sucederá algo
terrorífico, catastrófico, malo, desaconsejable o peligroso.
Imitando a los semiólogos, usaremos la palabra corpus para designar una senten-
cia en especial. Se trata de una resolución de la Suprema Corte de Justicia de la
1
Manuel Atienza, “Argumentación jurídica”, en Ernesto Garzón Valdez y Francisco Laporta,
El derecho y la justicia, Madrid, Trotta, 1996, p. 237: “Lo que en el uso de este tipo de
argumentación se trata de demostrar es que, por ejemplo, determinadas interpretaciones
no son posibles, porque llegarían a consecuencias —fácticas o normativas— inaceptables.”
Nación de México, en la que se resolvió que en este país es legal el cobro de inte-
reses sobre intereses, abuso comúnmente conocido como anatocismo.2 La senten-
cia es interesante, no sólo por el impacto social que tuvo, sino porque se trató de
resolver una contradicción de tesis, es decir, que distintos jueces federales habían
resuelto el mismo asunto pero de manera diversa. La Suprema Corte mexicana
tiene, en tal caso, conforme sus ministros lo entienden, facultad para atraer
juicios con el objeto de dar una solución única a todos los casos particulares.
Debido a eso, la sentencia hace hablar a muchos jueces, ya que la Suprema Corte
entendió, para fortuna de nuestro análisis, que debía transcribir en el cuerpo de
su resolución todas las opiniones vertidas en los distintos asuntos. Este corpus,
entonces, es especialmente interesante, y su análisis, que no puede agotarse aquí,
es un ejercicio esclarecedor.
¿Cuáles son los argumentos o “motivos” que llevan a los jueces a resolver como
lo hacen y no de manera contraria?, ¿son los que se enuncian en las sentencias
o son otros, ocultos, que no se mencionan? En la sentencia de marras lo primero
que salta a la vista es que los jueces resolvieron un conflicto que enfrentaba al
sector social de la alta burguesía mexicana, relacionada con los bancos, en contra
de una enorme cantidad de mexicanos deudores, la mayoría pequeños capitalis-
tas y, sobre todo, ciudadanos simples que tal vez habían conseguido comprar una
vivienda. Sin embargo, en la sentencia, los jueces no hablaron de eso. Es decir,
en el cuerpo de la sentencia no hay párrafos en los cuales se argumente acerca de
la conveniencia o no de alguna decisión teniendo en cuenta el problema social y
económico que se estaba resolviendo.
No obstante, existen datos que permiten suponer que los verdaderos argu-
mentos eran otros, distintos de los que aparecen en la sentencia. Por ejemplo:
a) La Corte realiza sesiones previas a la de la sentencia en las que los minis-
tros discuten sus argumentos. De estas sesiones hay versiones taquigráficas que
2
Tesis [A]: P. lxvi/98, 7 de octubre de 1998, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta,
Novena Época, tomo viii, p. 6.
3
De esta sesión dio cuenta la revista Proceso en su número 1146, 18 de octubre de 1998,
en las páginas 14 y ss. Este artículo no fue refutado ni se procesó a nadie por injurias o
calumnias, lo cual hubiera dado lugar a la duda acerca de si ocurrió esta sesión y en estos
términos. Sin embargo, un misterio rodea a esta sesión, pues la Corte mantiene en su página
electrónica una sección destinada a dar publicidad a estas reuniones taquigrafiadas, pero en
los días que corresponden con los señalados por el periodista de Proceso, hay un hueco: no
aparecen las sesiones de esos días.
4
En la discusión que dio lugar a esta ponencia se me atribuyó usar los “antiguos” conceptos
de clase social y de interés de clase, así como hablar, sin respeto, de la “posición de clase” de
los jueces, que, al parecer, no debían tener. Dije entonces, que no me refería a que los jueces
resuelven según la clase social a la que pertenecen; puesto que, por la igualdad y magnitud
de su salario, pertenecen todos a las clases superiores. Pero sí puede decirse que, cuando
tienen que juzgar asuntos que comprometen los intereses de clase, los jueces adoptan una
preferencia de clase: eligen beneficiar a uno o a otro sector social. No veo manera de que no
hagan tal elección, a menos que se nieguen a resolver: cuando los asuntos tocan intereses
de clase, los jueces deben optar, pues no pueden dejar de resolver, según les ordena la ley.
El asunto es ¿los intereses de cuáles sectores eligen proteger?
5
“Verdaderos argumentos” es sólo una manera de hablar. Se sabe que no hay criterios
para decidir acerca de la verdad de los argumentos, como sí los hay para decidir sobre los
enunciados científicos o los silogismos. Deberíamos hablar, mejor, de los “argumentos que
nos hubiera gustado oír”.
6
Véase La Jornada, 9 de octubre de 1998, citado por Martha Angélica Meza Méndez, “Análisis
racionalmente motivado del discurso de la contradicción de tesis sobre anatocismo”, tesis
de licenciatura, México, unam, 2003, p. 140. Esta tesis, dirigida por Arturo Berumen
Campos, que he conocido después de la redacción original de este trabajo, muestra que
los argumentos verdaderos, los que los jueces usaron, no fueron los “jurídicos”, sino los
argumentos “ocultos”, que no aparecen en la sentencia y que tienen como base la estrategia
del horror a la hecatombe que se habría producido en caso de no proteger a los bancos.
7
El vicepresidente de la Federación de Colegios, Barras y Asociaciones de Abogados de la
República mexicana, Adolfo J. Treviño, manifestó: “Los bancos no podían ser tan inocentes
como para establecer pago de anatocismo, pues saben que son ilegales; pero para evadir la
ley crearon refinanciamientos, o créditos adicionales, que no son más que pactos simulados
para el pago de intereses sobre intereses”, en La Jornada, 10 de octubre de 1998, p. 16,
citado por Meza Méndez, op. cit. p. 142.
8
Adviértase el recurso de la autonomía de la voluntad en el más puro estilo decimonónico del
código de Napoleón. Se trata de la “libertad” ya muy criticada por los juristas más notables,
que conduce a la sujeción de los débiles por parte de los económicamente poderosos.
pueden hilarse las ideas cuando se trata de favorecer a un sector social—, que un
ejemplo de argumentación.
Vale decir que llamo interpretación jurídica a un procedimiento intelectual
en virtud del cual se arriba a la conclusión de que debe usarse una norma y no
otra. En cambio, llamo argumentación jurídica al proceso intelectual en virtud
del cual se justifica —se usa para convencer— el uso de esa norma. En este caso,
el texto transcurre en una larga discusión que luego expone las cosas de manera
que, parece, fácilmente debe llegarse a la conclusión deseada: se elige una norma
y no otra, y luego de elegida la norma, se da por supuesto que es la que debe
usarse. Es decir, elegida la norma, no se argumenta por qué es la que debe usarse
para calificar esa conducta —como lícita, en este caso—. Pareciera que es “evi-
dente” que la norma es la que le corresponde a la conducta; además de que no
hay argumentos para describir la conducta de un modo o de otro. No hay argu-
mento alguno para decir que es o no una simulación, simplemente se describe
la conducta. Y, claro, luego de así descrita, y luego de elegida esa norma, da la
impresión de que no se requiere más argumento. Pero ni una palabra acerca de
por qué la conducta debe describirse así y no de la otra manera.
Las palabras o expresiones típicas de esta clase de discurso son “evidencia”,
“inconcuso”, “se desprende”, “obviedad” y otras, que cubren pasos discursivos
que nos gustaría que no se dejaran de lado, que no se saltearan.
Los jueces usan algunas expresiones que recuerdan vagamente nuestros pésimos
conocimientos de la lógica. Inferencia es una de ellas, pero, en el caso más nota-
ble, usan la expresión lógica jurídica.
Además existen argumentos lógico-jurídicos que conducen al mismo resul-
tado, a saber: que no se pueden hacer interpretaciones que deroguen tácitamente
la regla general de libertad contractual.9
9
Obsérvese cómo se da por sentado, sin argumentos, que hay una norma general de “libertad
contractual”. Ni una palabra de las contestaciones que se han formulado, por eminentes
privatistas, a esta libertad contractual. Pero, además, obsérvese a la lógica acudiendo al
[...] y que resulta lógico que el acuerdo de capitalización pueda ser convenido
como una previsión contractual para el caso de una eventualidad posterior; o
bien como un acto posterior, circunstancia que no perjudica al deudor en razón
de que de ese modo puede tener previo conocimiento de la extensión de la obli-
gación que asume, y, por tanto, ejecutar los actos necesarios para evitar que los
intereses se capitalicen.
Autoritarismo o democracia
Bibliografía