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WITTGENSTEIN
Y EL IMPACTO DE SOBRE LA CERTEZA
EN LA EPISTEMOLOGÍA CONTEMPORÁNEA
Modesto Gómez-Alonso1
1. Introducción
Pese a que, desde fechas muy próximas a su publicación (Dilman,
1971: 162-168), numerosos comentaristas se han esforzado en señalar que
Sobre la certeza contiene una teoría del conocimiento virtualmente com-
pleta, y que dicha teoría proporciona una respuesta adecuada al escepticismo
filosófico2 —hasta el punto de que Avrum Stroll ha declarado del último
3 Pese a cierta ambigüedad [¿no sugiere la metáfora de los goznes que dichas «prop-
osiciones» son reemplazables?, ¿y no es la imposibilidad lógica (y no meramente psicológica)
de reemplazarlas uno de los criterios que, de acuerdo con Wittgenstein, definen a estos
elementos que constituyen «la roca firme de (nuestras) convicciones» (Wittgenstein, 1969:
248) y que desempeñan «un papel lógico peculiar» (Wittgenstein, 1969: 136)?], esta ex-
presión se ha convertido en moneda corriente. Aunque usualmente asociada a Moyal-
Sharrock, la expresión parece haber sido acuñada por John W. Cook, quien escribe que
«como alusión al símil empleado por Wittgenstein, las llamaré “proposiciones gozne”»
(Cook, 1985: 82).
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creencia de acuerdo con las evidencias de las que dispone (razones no fac-
tivas), en concordancia con estándares racionales, y con el objeto de alcan-
zar la verdad (de forma que su creencia no sea pragmática, sino alética).
También podría decirse que, a pesar de las circunstancias, el sujeto ha ac-
tuado de la mejor manera que le ha sido posible, y que, por tanto, su
creencia se encuentra legitimada. La justificación subjetiva no depende, en
consecuencia, de la calidad de las fuentes de las razones en las que su creen-
cia se apoya: es insensible a la etiología de la creencia y compatible con el
error (incluso con un error masivo).
El error de las concepciones meramente internistas de la justificación
epistémica radica en tratar de capturar todos los aspectos del concepto or-
dinario de justificación apelando a las normas que gobiernan la razonabili-
dad de la creencia, como si no existiese un estatus epistémico intermedio
entre esta y el conocimiento. El hecho es que, sin necesidad de poseer ra-
zones concluyentes que aseguren la verdad de sus creencias, el asentimiento
del agente puede encontrarse, no solo internamente legitimado, sino, em-
pleando la expresión de Sosa, objetivamente justificado.
Para que la diferencia entre dicha acreditación objetiva y la mera razo-
nabilidad de una creencia resulte intuitiva, Wright (1991: 94) nos invita a
comparar a la víctima del demonio (o de cualquier otro escenario escéptico
que comprometa la etiología de sus creencias: que el sujeto esté soñando,
que sea un cerebro en una probeta…) con un agente (su contraparte mo-
dal) ubicado en circunstancias cognitivas relevantemente propicias.
Ambos se encuentran, ex hypothesi, igualmente legitimados (en senti-
do interno). La creencia específica que evaluamos es, también ex hypothesi,
falsa en ambos casos. Sin embargo, el pedigrí epistémico de los dos agentes,
por mucho que ninguno sepa lo que cree, difiere sustancialmente. Frente
al primer escenario, un hipotético evaluador que estuviese al tanto de la
situación del sujeto negaría, en virtud del origen de las razones que sostie-
nen la creencia, y por mucho que el agente no sea epistémicamente culpa-
ble, que se encuentre realmente justificado. Por otra parte, y pese a que la
creencia del segundo no se basa en razones concluyentes y a que no alcanza
el objetivo de la verdad, su creencia, resultado de razones cuyas fuentes son
competencias suficientemente fiables, parece encontrarse objetivamente
acreditada. Es verdad que aquí el agente ha fallado, pero su posición es
análoga a la de un sujeto que, competentemente, forma una creencia en
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10 No hace falta acentuar que esto excluye respuestas al escepticismo radical basadas
en el hecho de que este se autocontradice o se autorrefuta. Lo que la auto-refutación del
escepticismo hace es dejar más patente si cabe que todas nuestras creencias se encuentran
privadas de estatus racional. Tal como la metáfora de la escalera sugiere (M 8: 481), el
escepticismo vence incluso cuando, porque ninguna razón se encuentra racionalmente
justificada, la conclusión escéptica carece de validez racional.
11 Wright describe el problema escéptico, y el subsiguiente intento de responder a él,
en términos de integridad racional. Refiriéndose al programa epistémico de las Meditaciones
señala que «el proyecto de Descartes fue el de armonizar sus creencias y las demandas de su
conciencia racional, proyecto cuya intemporal atracción es testimonio del profundo arraigo
de la integridad intelectual en nuestras vidas cognitivas» (Wright, 2004b: 211).
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ticas constitutivas de la agencia (a diferencia de las reacciones viscerales de, pongamos por
caso, un animal).
Pienso que Coliva no valora suficientemente el hecho de que el problema escépti-
co se desarrolla en el espacio deliberativo, y de que, en consecuencia, el escéptico (como
todos nosotros) puede reconocer el carácter a-racional de nuestro sistema cognitivo sin
que eso le impida actuar en conformidad con «la guía de la naturaleza» (PH I: 23), con las
«observancias cotidianas» (PH I: 23) y, como bien señaló Descartes en la Meditación
Primera, con una arquitectura normativa que, aunque trasciende el «parroquialismo
epistémico», incumple sus propios criterios. Situación deliberativa y situación psicológica
del sujeto son factores independientes. Su confusión obedece a la creencia (extendida pero
incorrecta) de que lo que el escéptico propone es una «actitud pragmática» en concordan-
cia con una hipotética situación de «incertidumbre subjetiva», o de que, en su defecto, nos
invita a abandonar un discurso normativo sin fundamentos últimos y a sustituirlo por el
instinto. Sin embargo, si el escéptico recomendase algo (cosa que está lejos de ser cierto),
se limitaría a apuntar a una «actitud racional» (en el espacio reflexivo) que nada tiene que
ver ni con nuestras incertidumbres diarias ni con los compromisos racionales que consti-
tuyen la agencia epistémica. Que la naturaleza (que, en un sentido transcendental, incluye
nuestras evaluaciones racionales) sea impermeable a los resultados de una deliberación
radicalmente filosófica no ayuda a apaciguar la angustia escéptica, pero al menos evita
trazar conexiones necesarias entre el escepticismo y la esquizofrenia (y entre el escepticis-
mo y la conducta visceral). En otras palabras: el escéptico puede actuar razonablemente
sin suscribir la racionalidad de sus prácticas. Coliva confunde la no-opcionalidad de la
agencia con la «justificación subjetiva», y esta última con la «justificación reflexiva.»
13 Y que, con toda plausibilidad, abandonó inmediatamente antes de iniciar las In-
vestigaciones filosóficas (cf. Gómez-Alonso, 2013: 181-208).
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14 Tal como escribe Wittgenstein: «Lo que quiero decir es que proposiciones con la
forma de proposiciones empíricas, y no solo las proposiciones de la lógica, constituyen el
fundamento de todas nuestras operaciones con pensamientos (con el lenguaje). […] Y no
son fundamentos en el mismo sentido en el que lo son las hipótesis, que, si fuesen falsas,
serían reemplazadas por otras». (Wittgenstein, 1969: 401-402).
15 La interpretación no proposicional de los goznes, junto con la acusación de que el
escéptico comete el error categorial arriba explicado, han sido propuestos por Danièle
Moyal-Sharrock. Para su exposición del argumento contra el escéptico, véase Moyal-
Sharrock, 2004: 165.
Curiosamente, Moyal-Sharrock suscribe la teoría de un «tercer Wittgenstein». Digo
«curiosamente» porque tanto la teoría contractualista y convencionalista de las normas
como la subsiguiente señalización del supuesto error categorial del escéptico son rasgos
constitutivos de las interpretaciones canónicas del «segundo Wittgenstein», en concreto, de
la lectura de Hacker.
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 43
las exige. Conformarse con menos es, en un sentido u otro, arbitrario. Una
forma de evitar, más que de afrontar, el problema del escepticismo.17
el hecho de que damos su verdad por supuesta lo que hace posible nuestras
prácticas epistémicas ordinarias (y el juego de la justificación que las defi-
ne). Es verdad que Pritchard se resiste a aceptar que dicho compromiso, y
pese a que fenomenológicamente sea indiscernible de ella, sea una actitud
proposicional de creencia. Sin embargo, lo que motiva su reticencia es la
asociación de creencia y posibilidad de evaluación racional, o, lo que es
igual, la posibilidad de que, si el asentimiento a los goznes dependiese de
los resultados de su evaluación racional, y dichos resultados fuesen negati-
vos, el sujeto se viese forzado al agnosticismo. Bastaría distinguir termino-
lógicamente entre creencias fundamentales (ni evaluables racionalmente ni
de asentimiento optativo) y creencias racionalmente fundadas, o apelar a la
distinción pirrónica entre juicios y creencias, para descargar de sobrepeso
teórico su distinción, reduciéndola a una cuestión de nomenclatura.18 Por
otro lado, ambos ponen énfasis en el carácter universal, no optativo, y no
arbitrario de los goznes; lo que, al tiempo que los aleja de tentaciones rela-
tivistas y de concepciones contractualistas de la normatividad epistémica,
hace que sus posiciones sean versiones de constitutivismo normativo, es de-
cir, reflexiones acerca de las condiciones de posibilidad de una agencia
epistémica que trasciende elementos locales de orden biológico o cultural.
Que los goznes posibiliten la racionalidad epistémica sin ser racionalmente
evaluables significa que se trata de los elementos sustantivos de la raciona-
lidad misma. No están allende la racionalidad: la constituyen.
Uno podría sospechar que este es el punto exacto donde Coliva y
Pritchard toman caminos diferentes. Al fin y al cabo, Pritchard, haciéndo-
se eco de Wittgenstein, acentúa el carácter a-racional y carente de funda-
mentos de los goznes (Pritchard, 2016: 69). Sin embargo, se trata de otro
espejismo terminológico. Pritchard califica los goznes de a-racionales por
un único motivo: porque no los adquirimos mediante proceso racional
alguno (sopesando razones y buscando argumentos que los sostengan),19
21 Coliva, consciente del dilema, opta por una concepción anti-realista de la verdad.
El problema es que dicha concepción contradice tanto su interpretación explícitamente
realista de qué significa nuestro compromiso con los goznes (asumimos su verdad, sin
«enmarcaciones») como su crítica a Wright, que depende de la supuesta imposibilidad de
una garantía para la verdad (con mayúsculas) de los goznes. Coliva, además, acepta la
posibilidad metafísica de que los goznes sean falsos, falsedad que, por lo que entiendo, es
falsedad en absoluto. Todo ello indica una ambigüedad sistemática respecto a la noción de
verdad, resultado, por otra parte, del carácter no relativizado que dicha noción posee
naturalmente.
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ceñida a un marco, por muy universal que sea y por mucho que no poda-
mos actuar o deliberar sin darlo por supuesto. La dirección externista y
objetivista del concepto ordinario de justificación racional es, simplemen-
te, un hecho que amenaza con escindir racionalidad y acción. Curiosamen-
te, los «epistemólogos de goznes» no habrían extendido la racionalidad al
incluir los goznes, sino que la habrían reducido dramáticamente, hacién-
dola rea de compulsiones animalistas. Si la verdad no es relativa, la justifi-
cación tampoco.
Pero, en cuarto lugar, si las condiciones de posibilidad de la actuación
son menores que las condiciones que le conferirían racionalidad, no hay
vinculación alguna entre agnosticismo reflexivo y convicción natural. Lo
que cancela cualquier motivación para una reconstrucción del espacio con-
ceptual mediante la adición de una tercera categoría de asentimiento entre
la creencia y la confianza animal, y muestra que el «problema de Oblo-
mov» es un pseudoproblema.
Lo que las consideraciones previas nos permiten concluir es que,
como mucho, y en la medida en que los argumentos de la Hinge Episte-
mology ni proporcionan razones para pensar que los goznes son verdade-
ros ni consideran la cuestión de cuál sea la situación cognitiva real del
agente, esta teoría se limitaría a proporcionar una justificación subjetiva
de nuestras convicciones fundamentales, justificación que no se adapta al
tipo de respuesta que el escepticismo exige. Pero, como resulta evidente,
ni siquiera dicha justificación subjetiva se encuentra al alcance de la teo-
ría: su concepción circunscrita de la racionalidad la impide. En último
término, las únicas razones en las que el constitutivismo se apoya son la
no-opcionalidad del juego epistémico y el hecho de que el sujeto no pue-
de actuar o deliberar sin presuponer el marco de «convicciones gozne».
Lo primero es algo que el naturalista enfatiza y que el escéptico no niega:
sin embargo, ambos coinciden en que dicho hecho no confiere raciona-
lidad a nuestras prácticas. Lo segundo, en caso de que se tratase de una
apreciación diferente, no nos proporcionaría razón alguna para refrendar
reflexivamente ese marco.
Es necesario subrayar, sin embargo, una virtud importante de la Hinge
Epistemology. Aunque es verdad que la racionalidad de los goznes no pro-
cede ni de nuestra convicción ni de que sean constitutivos de la agencia, el
estatus lógico que tales objetos de convicción desempeñan en nuestro es-
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