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WITTGENSTEIN
Y EL IMPACTO DE SOBRE LA CERTEZA
EN LA EPISTEMOLOGÍA CONTEMPORÁNEA
Modesto Gómez-Alonso1

1. Introducción
Pese a que, desde fechas muy próximas a su publicación (Dilman,
1971: 162-168), numerosos comentaristas se han esforzado en señalar que
Sobre la certeza contiene una teoría del conocimiento virtualmente com-
pleta, y que dicha teoría proporciona una respuesta adecuada al escepticismo
filosófico2 —hasta el punto de que Avrum Stroll ha declarado del último

1 Universidad Pontificia de Salamanca / University of Edinburgh. E-mail:


<modestomga@hotmail.com>. Este trabajo ha sido financiado por el proyecto de investi-
gación FFI2014-57409: Puntos de vista, disposiciones y tiempo. Perspectivas en un mun-
do de disposiciones (Ministerio de Economía y Competitividad. Gobierno de España).
2 Uno de los pocos intérpretes que ha cuestionado explícitamente ambas tesis es
John W. Cook, quien señala que Sobre la certeza contiene al menos dos respuestas al es-
céptico, y que, mientras la primera resulta de una confusión que «el propio Wittgenstein
reconoció a veces» (Cook, 1985: 81), la segunda depende de tal forma de una metafísica
implícita (de orden fenomenista) que es inefectiva con independencia de dicha metafísica:
en consecuencia, la inverosimilitud misma de esta última degrada el estatus epistémico de
la estrategia anti-escéptica que sobre ella se apoya (Cook, 1985: 81-119).
Pese a que la lectura proporcionada por Cook tanto de Sobre la certeza como de la
totalidad del corpus wittgensteiniano (Cook, 1994: xv-xxii) es sumamente problemática, no
deja de poseer su utilidad: llamando la atención sobre textos y tendencias que no concuer-
dan con la «imagen oficial» (o «imágenes oficiales») de Wittgenstein, actúa como correctivo
de interpretaciones apresuradas basadas en un dieta, uniforme y restringida, de ejemplos.
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escrito de Wittgenstein que es «la contribución más importante a la teoría


del conocimiento desde la Crítica de la razón pura» (Stroll, 2005: 33)—, su
influencia en la epistemología analítica contemporánea ha sido, hasta muy
recientemente, poco menos que irrelevante. Es verdad que las notas de
Wittgenstein inspiraron tanto el naturalismo social de Peter Strawson
(Strawson, 1985: 1-24) como el contextualismo inferencialista de Michael
Williams (Williams, 1991: 123). Sin embargo, en el marco de florecimien-
to y expansión de la epistemología como disciplina técnica tras los casos de
Gettier, ello no hace más que acentuar la discrepancia entre la opinión de
los intérpretes y la indiferencia de los filósofos.
Podría tratar de explicarse dicha indiferencia apelando a factores
contextuales —la (relativa) desacreditación de Wittgenstein consecuen-
cia del rumbo cientifista tomado por la filosofía anglosajona desde los
años sesenta— o a idiosincrasias intelectuales —el ahistoricismo de la
epistemología actual, el espejismo de una filosofía en progreso de acuer-
do con el modelo de progreso de las ciencias empíricas (Hamilton, 2014:
xv-xvi)—. Basta, sin embargo, considerar la variedad de posiciones epis-
temológicas activas (y, por tanto, el impacto limitado del cientifismo en
la disciplina), la aguda sensibilidad histórica de algunos de los epistemó-
logos más relevantes (desde Sosa a McDowell, pasando por Fogelin o
BonJour), o el simple hecho de que determinadas líneas de reflexión de
Sobre la certeza hayan pasado a ser objeto de renovado interés y fuente de
inspiración para miembros de la generación más joven de epistemólogos,
para que una explicación así, pese a contener un ápice de verdad, resulte
insatisfactoria.
Por lo pronto, y tal como las interminables disputas entre los comen-
taristas atestiguan, no está claro ni que Sobre la certeza contenga como obra
una teoría del conocimiento (desarrollada o desarrollable) ni, mucho me-
nos, cuál sea esa teoría. Es frecuente que los intérpretes comiencen recor-
dándonos que Sobre la certeza es una obra en progreso y que ni tan siquie-
ra se trata de un primer borrador. También lo es que ellos mismos sean los
primeros en olvidar este hecho, y que presenten materiales brutos de cons-
trucción como un edificio acabado. Lo que parece claro es que, como con-
junto, el texto no es ni blanco ni fuente de inspiración estable. Su propia
naturaleza, fluctuante y frecuentemente opaca, restringe las posibilidades
de un diálogo filosófico externo y crítico.
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 27

Por otro lado, el propio éxito (provisional) de las lecturas naturalistas


del último Wittgenstein podría haber contribuido a ralentizar su impacto
más allá de la hermenéutica wittgensteiniana. En primer lugar, resulta di-
fícil ver cómo Wittgenstein podría haber proporcionado una respuesta (sea
o no definitiva) al reto escéptico cuando el naturalismo no es otra cosa que
la constatación, en la forma de un divorcio entre las exigencias de la racio-
nalidad epistémica y los imperativos de la naturaleza, del triunfo de un
escepticismo filosóficamente intratable pero humanamente invivible.
Tampoco resulta fácil apreciar cómo la retirada (¿desbandada?) naturalista
al horizonte, imperativo y estrecho, de la vida ordinaria podría ayudar a
apaciguar, y no a acentuar, la ansiedad filosófica. Además, una explicación
naturalista y reductivista de la normatividad epistémica (en términos de
hechos contingentes tales como «forma particular de vida», «constitución
psicológica» o «juego de lenguaje») parece muy poco prometedora. Tan
poco prometedora como la correspondiente teoría metanormativa. No se-
ría de extrañar, por todo ello, que un Wittgenstein hipotéticamente natu-
ralista, que habría desatendido la agencia, sucumbido al escepticismo y
relativizado y fragmentado la arquitectura de la justificación racional, re-
sultase poco atractivo en epistemología. Dicho Wittgenstein no habría te-
nido nada que ofrecer: ni una teoría de la normatividad epistémica (o sus
bases) mínimamente razonable, ni una respuesta (o los rudimentos de una
respuesta), mala o buena, al reto escéptico.
Es, curiosamente, el hecho de que, sin compromisos hermenéuticos
previos e inoculados al «culto al héroe», les haya resultado más fácil a los
epistemólogos profesionales que a los comentaristas de Wittgenstein tomar
en serio el carácter fragmentario, provisional y tentativo de Sobre la certeza,
el que ha permitido su reaparición con pleno derecho en el debate contem-
poráneo. Aislando ciertas tendencias presentes en el texto de acuerdo con
su potencialidad filosófica, dichos autores, más que proponer una lectura
totalizadora de Sobre la certeza, toman como punto de partida algunos de
sus contenidos explícitos para desarrollarlos en direcciones epistemológica-
mente relevantes. Se distingue, entonces, entre una epistemología inspirada
por Wittgenstein y una quimérica epistemología wittgensteiniana. Se evalúa
la primera, no por su capacidad para aglutinar y conferir sentido a todas las
tendencias que se dan cita en las notas de Wittgenstein, sino de acuerdo a
su solvencia filosófica. Este cambio de perspectiva, al tiempo que ha permi-
tido redescubrir a un Wittgenstein también real que sí tiene algo que decir
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respecto a normatividad y escepticismo, ha contribuido a la expansión crea-


tiva de la epistemología actual. Esta otorga vida a Wittgenstein revitalizán-
dose en el proceso.
Podría sugerirse que la perspectiva epistemológica tiende a privar a
Wittgenstein de una posición propia, y a forzarlo a ocupar un nicho dialéc-
tico dentro de un espacio argumentativo externo y políticamente (en el sen-
tido de «política intelectual») autorizado. Sin embargo, esta réplica da dema-
siadas cosas por supuestas: que existe una «posición propia» de Wittgenstein,
que los elementos y tendencias a partir de los que esas epistemologías se
desarrollan son irreales, o que el «espacio argumentativo» en el que se in-
serta al autor es un constructo local aislado tanto de los problemas que
interesaron a Wittgenstein como de las cuestiones que estructuran la histo-
ria de la filosofía. El resultado es, frecuentemente, una miopía intratextual
que, de acuerdo con el criterio de una supuesta «lealtad» al autor (e ignoro
qué pueda significar dicha «lealtad» cuando el texto explora avenidas diver-
sas sin puntos fijos definitivos) y a fuerza de ignorar pasajes, obtiene resul-
tados dogmáticos y problemáticos, y transforma a Sobre la certeza en la
pieza sobrante de un mecanismo, en una reliquia que, sin función, carece
de significado.
El hecho es que tanto el giro metodológico mencionado como el re-
descubrimiento, que aquel posibilita, de un Wittgenstein que, arrojando
luz sobre la contextura de la racionalidad epistémica, proporciona herra-
mientas significativas en los debates que involucran al escepticismo, ha
sido, en gran medida, producto de Crispin Wright. Su obra, que, influen-
ciada por Wittgenstein, ni es ni ha pretendido ser una interpretación de
Sobre la certeza (Wright, 2004a: 44-45), no se ha limitado a proporcionar
una respuesta significativa al problema escéptico (respuesta a la que gene-
ralmente se denomina «unearned warrants’ view» —teoría de la justifica-
ción sin logro), sino que ha demarcado y consolidado el área de discusión,
y, en consecuencia, las diversas opciones que esta deja abiertas.
En este sentido, Wright, además de haber sido decisivo en avivar el
interés de los epistemólogos actuales en Sobre la certeza, ha desempeñado
un papel determinante en el desarrollo de la Hinge Epistemology (epistemo-
logía de goznes), una corriente que, inspirada igualmente por Wittgenstein
y por Wright, busca consolidar una posición epistemológica propia en las
fronteras entre el naturalismo y el externismo normativo, es decir, entre una
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 29

concepción contingentista de la normatividad y otra que apela a un espa-


cio objetivo de hechos normativos, espacio que trasciende a y es indepen-
diente de la agencia epistémica y de sus condiciones de posibilidad. Pese
a las diferencias de detalle entre las versiones más importantes de
Hinge Epistemology —las desarrolladas por Annalisa Coliva y por Duncan
Pritchard—, ambas concuerdan en suscribir una posición constitutivista
a la que, plausiblemente, podría considerarse una forma de trascendenta-
lismo kantiano. Curiosamente, el constitutivismo es una opción que, de-
sarrollándose dentro del espacio dialéctico fijado por Wright, contradice
los resultados (y, muy posiblemente, el espíritu) de su propuesta positiva
(Wright, 2012: 478-480).
El objetivo de este trabajo es el de, tras explicitar sus motivaciones e
identificar sus fuentes, analizar y evaluar críticamente las diversas respuestas
al problema escéptico que, en la epistemología más reciente, se han desa-
rrollado a partir de la caracterización wittgensteiniana de las «proposicio-
nes gozne».3 En dichos análisis y evaluación me mantendré (como norma)
neutral en lo que se refiere a sus limitaciones y a sus virtudes hermenéuticas,
ciñéndome a estimar tales propuestas en correspondencia con lo que son:
posiciones epistemológicas sustantivas cuyo propósito es el de dar respuesta
a problemas acuciantes en la teoría del conocimiento. En la sección 2, con-
sideraré la naturaleza de esos problemas, y presentaré la cuestión escéptica
tal como esta se desarrolla a partir de la peculiar concepción de la arquitec-
tura de la racionalidad epistémica que, en sus comentarios sobre el papel
lógico de las «proposiciones gozne», Wittgenstein defiende. En la sección 3,
analizaré el tipo de respuesta al escepticismo avanzado por Crispin Wright,
respuesta que se ha convertido en blanco de las concepciones anti-episté-
micas de las «proposiciones gozne» que definen a la Hinge Epistemology.

3 Pese a cierta ambigüedad [¿no sugiere la metáfora de los goznes que dichas «prop-
osiciones» son reemplazables?, ¿y no es la imposibilidad lógica (y no meramente psicológica)
de reemplazarlas uno de los criterios que, de acuerdo con Wittgenstein, definen a estos
elementos que constituyen «la roca firme de (nuestras) convicciones» (Wittgenstein, 1969:
248) y que desempeñan «un papel lógico peculiar» (Wittgenstein, 1969: 136)?], esta ex-
presión se ha convertido en moneda corriente. Aunque usualmente asociada a Moyal­-
Sharrock, la expresión parece haber sido acuñada por John W. Cook, quien escribe que
«como alusión al símil empleado por Wittgenstein, las llamaré “proposiciones gozne”»
(Cook, 1985: 82).
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Finalmente, en la sección 4, analizaré las teorías de Coliva y Pritchard,


prestando especial atención a la concepción moderada de la estructura racio-
nal y al constitutivismo antinaturalista y antiescéptico que ambos respaldan,
y evaluaré la solvencia epistemológica de sus propuestas. Por una parte, y
pese a su objetivo explícito de mejorar a Wright, la conclusión es que no lo
logran, entre otras cosas porque su apreciación tanto de la intuitividad
natural como de la inteligibilidad ideal4 del escepticismo es insuficiente.
Por otra parte, y aunque ciertas intuiciones de la Hinge Epistemology son
valiosas y relevantes, el constitutivismo que tal corriente suscribe es incapaz
de dar cuenta de las bases de la normatividad epistémica (o de la normati-
vidad en general), desembocando en una forma sofisticada de naturalismo
y compartiendo las limitaciones que, desde Peter Strawson, se han recono-
cido como propias de los argumentos transcendentales (Strawson, 1985:
16-18). En este sentido, existiría una «verdad oculta en el escepticismo»:
una verdad tanto en la constatación de que entre naturalismo y objetivis-
mo no hay espacio alguno que ocupar como en la dirección externista y
objetivista a la que apunta. Queda por ver, sin embargo, si una teoría exter-
nista de la metanormatividad es, además de metafísicamente necesaria,
epistémicamente accesible.

2.  La estructura de la racionalidad epistémica


Existe una diferencia intuitiva entre las causas de nuestras creencias (o
los deseos, peculiaridades, impulsos, necesidades y expectativas de primer
orden que explican por qué actuamos de un modo u otro) y las razones que
las avalarían (o que, en el plano de la acción, permitirían dictaminar si
hemos o no actuado correctamente, de acuerdo con cómo deberíamos ha-
berlo hecho), una diferencia que subyace al contraste entre las normas que
regulan la evaluación racional de nuestras creencias (y que indican si debe-
ríamos o no creer que P, si tenemos derecho a o estamos legitimados a
creerlo) y la mera constatación y evaluación local de lo que creemos en
conformidad con nuestra psicología o con las prácticas favorecidas por

4 Contrapongo concebibilidad ideal a concebibilidad prima facie de acuerdo con el


modelo propuesto por David Chalmers en The Character of Consciousness (Chalmers,
2010: 143-145).
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 31

instituciones cognitivas particulares. Nuestras reacciones, por muy espon-


táneas que sean, y se trate de reacciones naturales o de respuestas asimila-
das culturalmente, no justifican por sí mismas nuestras creencias. Los jui-
cios normativos que constituyen el discurso epistémico son, en consecuencia,
irreductibles a juicios descriptivos y explicativos que no trascienden una for-
ma particular de vida o una constitución biológica específica. O, en otras
palabras: mientras los imperativos racionales se presentan como motivacio-
nes necesarias para el asentimiento, los contextos biológico y cultural se li-
mitan a proporcionar motivaciones que, contingentes, carecen de valor ob-
jetivo. No es de extrañar, por tanto, que los rasgos característicos del
discurso epistémico (su dimensión objetiva, su aparente universalidad, su
incompatibilidad con la arbitrariedad) sean inexplicables en términos de
particularidad, subjetividad (o intersubjetividad) y arbitrariedad (o relati-
vización), y que la propia fidelidad a la regulación de nuestras prácticas
epistémicas ordinarias nos obligue a sobrepasar teorías naturalistas que, en
el proceso de explicar la normatividad epistémica, la hacen desaparecer.
Es, sin embargo, necesario que (al menos de forma preliminar) distin-
gamos dos tipos de justificación epistémica de acuerdo con cuál sea el objeto
de evaluación: la razonabilidad o la acreditación de las creencias del agente.
Tal como el problema del «nuevo demonio engañador» para las con-
cepciones fiabilistas de la justificación (Lehrer y Cohen, 1983: 191-207)
ha puesto de manifiesto, parece intuitivo señalar que la víctima del demo-
nio, pese a encontrarse ubicada en un ambiente epistémicamente desfavo-
rable en el que sus creencias ni son verdaderas ni se basan en procesos y
competencias fiables, se encuentra (en un sentido u otro) racionalmente
justificada. El resultado es que, porque la existencia de procesos fiables de
producción de creencias no es una condición necesaria para la justifica-
ción, esta ha de entenderse en términos de racionalidad interna y de ausen-
cia de culpa epistémica por parte del sujeto.
Pienso que el problema del «nuevo demonio engañador» captura per-
fectamente los rasgos del fenómeno al que Sosa denomina «justificación
subjetiva» (BonJour y Sosa, 2003: 154-155), y al que Wright apunta con el
concepto de «creencia razonable» (Wright, 1991: 95). En este sentido, re-
sulta muy plausible señalar que S puede creer razonablemente que P: 1)
aunque su creencia no sea verdadera; 2) aunque las bases de dicha creencia
no sean epistémicamente apropiadas; y 3) siempre que haya formado su
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creencia de acuerdo con las evidencias de las que dispone (razones no fac-
tivas), en concordancia con estándares racionales, y con el objeto de alcan-
zar la verdad (de forma que su creencia no sea pragmática, sino alética).
También podría decirse que, a pesar de las circunstancias, el sujeto ha ac-
tuado de la mejor manera que le ha sido posible, y que, por tanto, su
creencia se encuentra legitimada. La justificación subjetiva no depende, en
consecuencia, de la calidad de las fuentes de las razones en las que su creen-
cia se apoya: es insensible a la etiología de la creencia y compatible con el
error (incluso con un error masivo).
El error de las concepciones meramente internistas de la justificación
epistémica radica en tratar de capturar todos los aspectos del concepto or-
dinario de justificación apelando a las normas que gobiernan la razonabili-
dad de la creencia, como si no existiese un estatus epistémico intermedio
entre esta y el conocimiento. El hecho es que, sin necesidad de poseer ra-
zones concluyentes que aseguren la verdad de sus creencias, el asentimiento
del agente puede encontrarse, no solo internamente legitimado, sino, em-
pleando la expresión de Sosa, objetivamente justificado.
Para que la diferencia entre dicha acreditación objetiva y la mera razo-
nabilidad de una creencia resulte intuitiva, Wright (1991: 94) nos invita a
comparar a la víctima del demonio (o de cualquier otro escenario escéptico
que comprometa la etiología de sus creencias: que el sujeto esté soñando,
que sea un cerebro en una probeta…) con un agente (su contraparte mo-
dal) ubicado en circunstancias cognitivas relevantemente propicias.
Ambos se encuentran, ex hypothesi, igualmente legitimados (en senti-
do interno). La creencia específica que evaluamos es, también ex hypothesi,
falsa en ambos casos. Sin embargo, el pedigrí epistémico de los dos agentes,
por mucho que ninguno sepa lo que cree, difiere sustancialmente. Frente
al primer escenario, un hipotético evaluador que estuviese al tanto de la
situación del sujeto negaría, en virtud del origen de las razones que sostie-
nen la creencia, y por mucho que el agente no sea epistémicamente culpa-
ble, que se encuentre realmente justificado. Por otra parte, y pese a que la
creencia del segundo no se basa en razones concluyentes y a que no alcanza
el objetivo de la verdad, su creencia, resultado de razones cuyas fuentes son
competencias suficientemente fiables, parece encontrarse objetivamente
acreditada. Es verdad que aquí el agente ha fallado, pero su posición es
análoga a la de un sujeto que, competentemente, forma una creencia en
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 33

base a evidencias parciales cuyo peso epistémico es subsiguientemente so-


brepasado por el peso de nuevas evidencias. La información posteriormen-
te adquirida ni compromete sus capacidades cognitivas ni reduce a cero el
valor epistémico de su información previa. En contraposición, las razones
a las que la víctima del demonio tiene acceso carecen, dada su posición, de
cualquier peso epistémico: la idoneidad cognitiva del agente es, simplemen-
te, nula; las razones de las que dispone se encuentran, como quien dice,
epistémicamente desactivadas. Dicho sujeto es similar a quien cuenta una y
otra vez una fortuna en billetes falsos: sus cuentas son correctas, pero su
riqueza no aumenta por ello.
A estas alturas, resultaría tentador interpretar la justificación racional
del agente en términos de acreditación objetiva, es decir, de acuerdo con
un modelo puramente externista. En este sentido, podría señalarse que, en
la medida en que S se encuentra objetivamente justificado en creer que P
cuando tiene acceso a razones que por su origen pesan epistémicamente a
favor de P, no es necesario que el sujeto sepa, o que disponga de razones
para pensar, que se encuentra objetivamente justificado, para estarlo de
facto. Basta, por tanto, con que la situación del agente, y aunque él lo ignore,
sea propicia, y con que el origen de sus creencias sea el adecuado, para que
estas se encuentren epistémicamente justificadas. El atractivo de esta res-
puesta radica, principalmente, en que, rebajando los criterios de justifica-
ción racional y bloqueando así un posible regreso al infinito, previene un
escepticismo radical cuya inteligibilidad misma dependería de una concep-
ción internista del orden de razones.
El problema de la línea de argumentación precedente es que obvia la
distinción entre qué es lo que confiere valor epistémico a las operaciones y
datos que constituyen la experiencia del sujeto (su pedigrí genealógico: un
factor externo) y qué es lo que permite y legitima a este a emplear dicha expe-
riencia como razón de su creencia. Es, precisamente, el último punto el que
parece haber preocupado a Wittgenstein en sus apreciaciones acerca del
papel de las «proposiciones gozne» en la arquitectura de la racionalidad
epistémica.
Consideremos un ejemplo sencillo de justificación perceptiva. Lo que,
en el orden de razones, justifica mi creencia en que hay una taza roja sobre
la mesa es cierta presentación visual de dicha situación, o, de forma alter-
nativa, una experiencia visual tal como si hubiese una taza roja sobre la
34 Modesto Gómez-Alonso

mesa.5 Sin embargo, dicha experiencia cuenta racionalmente como indica-


dor de la verdad de mi creencia (y eso es justamente lo que significa que se
trate de una razón que la sostiene) en la medida en que presupongo, entre
otras cosas, que la luz es apropiada, y que no me encuentro en una habita-
ción cuya luz es roja. Esto significa que, por sí misma, la experiencia a la
que tengo acceso deja indeterminada la proposición a la que justifica, o, en
otras palabras, que es compatible con una segunda proposición cuya ver-
dad es incompatible con la verdad de la primera (que se trata de una taza
blanca iluminada por una luz roja). Lo que, en consecuencia, permite que
una experiencia opere como razón en determinada dirección (como razón a
favor de P, y no de Q —que implica ¬P—) es un trasfondo de presupuestos
implícitos. Dichos presupuestos salen a la luz bajo la presión del escéptico,
quien, haciéndonos conscientes de posibilidades empíricas que, compati-
bles con nuestra experiencia, cancelan la direccionalidad que a esta adscri-
bimos, nos obliga a reconsiderar hasta qué punto nuestros marcos episté-
micos operativos son arbitrarios.
Es verdad que en circunstancias ordinarias donde los niveles de escruti-
nio no son particularmente elevados, y en ausencia de indicios en contra,
descontamos (como irrelevantes) dichas alternativas, y que, lejos de exigir al
sujeto que las elimine para que su actuación cuente como racional, conside-
raríamos que, siempre que no estén adecuadamente motivados, sus escrúpu-
los epistémicos indican un desajuste cognitivo.6 Lo que esto parece indicar,
sin embargo, no es la disociación entre unas prácticas epistémicas permisivas
y, en cierto sentido, arbitrarias, y los mandatos de nuestra racionalidad, sino
la presencia de una red de soportes racionales tan densa a favor de P [el que

5 Permanezco neutral tanto en lo que se refiere a la caracterización ontológica de


dicha experiencia (si en términos adverbialistas o de sense data), como en lo que respecta
a si su carácter es parcialmente intelectual o exclusivamente sensorial.
6 Algo que Wittgenstein indica al considerar casos en los que, presupuestas circun-
stancias normales, ni un error resultaría concebible (Wittgenstein, 1969: 17, 675) ni la
aseveración del sujeto contaría «como una hipótesis» (Wittgenstein, 1969: 52). Esto no
excluye, sin embargo, que en circunstancias específicas uno no pueda equivocarse respec-
to a datos normalmente tan sólidos como mi nombre, el hecho de que tengo manos, o de
que estoy en Edimburgo (y no en Madrid). La búsqueda de evidencias independientes que
corroboren tales creencias se encuentra, en tales contextos, perfectamente legitimada. Al
fin y al cabo: «Uno podría equivocarse incluso acerca de que aquí hay una mano. Solo en
circunstancias particulares dicha equivocación es imposible». (Wittgenstein, 1969: 25).
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 35

«todo hable en su favor, y nada en contra» (Wittgenstein, 1969: 4)] que su


valor epistémico sobrepasa con creces cualquier posibilidad de error. Es la
abrumadora cantidad de evidencias con las que cuento para pensar que
realmente percibo una taza roja, la conexión de esta creencia con otras
muchas, la que me justifica en otorgar una significatividad específica a mi
experiencia visual. No es, por consiguiente, una duda empírica la que po-
drá privarnos de nuestro derecho a emplear la experiencia como evidencia.
Prestemos atención, sin embargo, al caso que Wittgenstein considera
en OC 183-192: el de la creencia en que Napoleón resultó vencedor en la
batalla de Austerlitz. Se trata de una creencia perfectamente avalada, con
numerosísimas evidencias a favor y ninguna en contra. Sin embargo, dicha
red de soportes racionales posee valor epistémico en la medida en que pre-
suponemos que el universo no ha sido creado hace cinco horas con trazas
(documentales, arqueológicas, geológicas, psicológicas…) de un pasado
que nunca ha existido (la llamada «hipótesis de Russell»). En otras pala-
bras: en la medida en que dicha colección de evidencias es compatible con
la hipótesis de Russell, y en que, por tanto, no podemos apelar racional-
mente a ellas para justificar aquello mismo que hemos de dar por supuesto
para conferirles valor epistémico (que la Tierra posee un largo pasado),
dicho presupuesto y, con él, el que otorguemos a nuestra experiencia deter-
minada direccionalidad epistémica, parecen hechos puramente arbitrarios,
que ni poseen (ni pueden poseer) validación racional alguna. Sin acceso a
razones que justifiquen su confianza en que su experiencia proporciona
razones a favor de sus creencias empíricas, el agente cobra conciencia al
tiempo del marco de presupuestos que posibilita sus prácticas epistémicas
y de la a-racionalidad de ese marco (y de sus prácticas). Los constituyentes
de ese marco son, precisamente, las «proposiciones gozne» de Wittgenstein.7

7 O, al menos, el subgrupo de «proposiciones gozne» a cuyas generalidad y carácter


público (son algo que cualquier agente ha de presuponer) se añade el hecho de que, porque
no hay circunstancia alguna que hiciese inteligible un error sobre sus contenidos, dudar
de ellas implicaría la erosión de nuestro sistema evidencial al completo. Este subgrupo,
que se corresponde con las «proposiciones de tipo iii» de Wright (Wright, 2004a: 42) y
con los «über hinge commitments» de Pritchard (Pritchard, 2016: 95), incluye «La Tierra
existe», «La Tierra posee un largo pasado», «Los objetos físicos continúan existiendo inc-
luso cuando nadie los percibe», etc. Se trata, a diferencia de otros posibles «goznes», per-
sonales y altamente sensibles al contexto, de elementos que constituyen una categoría
epistémica invariable. Wittgenstein los sugiere al señalar que «el lecho del río consiste
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El problema radica en que, colgando en el aire, la carencia de estatus epis-


témico de tales «proposiciones», e independientemente de cuál sea la situa-
ción de facto del sujeto, abre un abismo entre sus acciones y la racionalidad
de estas. El escepticismo radical florece en dicho abismo.
Idéntica línea de argumentación es (tentativamente) válida nos refira-
mos a creencias históricas, a juicios perceptivos, a creencias basadas en la
memoria, o, incluso, a los resultados de la racionalidad deductiva e intuitiva
(¿de qué razones disponemos para pensar que las operaciones matemáticas
más simples se encuentran objetivamente acreditadas cuando estas son
compatibles con posibilidades —el Disablex de Sosa (Sosa, 2011: 154-157),
el Dios engañador tal como Descartes lo caracteriza en la Meditación Ter-
cera, el propio argumento del sueño (Wright, 1991: 96-101)— cuya ins-
tanciación cancelaría su validez, y que, por tanto, bloquean en tanto que
posibilidades el acceso racional a dichas razones?). Sin embargo, querría fi-
jarme ahora en la quiebra (limitada, en tanto que se produce cuando la
deducción envuelve una «proposición gozne») del principio de cierre que da
origen a la paradoja escéptica.
Una reconstrucción de la prueba de Moore en términos de justifica-
ción racional rendiría el siguiente argumento:
(Premisa 1) S se encuentra racionalmente justificado en creer que P
(donde P representa una proposición empírica paradigmática, a la que
otorgamos nuestro asentimiento en circunstancias cognitivas inmejora-
bles, por ejemplo «Tengo dos manos»).
(Premisa 2) (El principio de cierre para la transmisión deductiva de
la justificación racional). Si S se encuentra racionalmente justificado en
creer que P («Tengo dos manos»), es consciente de que P implica H
(donde H representa una «proposición gozne», en este caso «Existe un

parte en roca dura, no sujeta a alteración alguna o solo a alteraciones imperceptibles,


parte en arena, que se desplaza de un lugar a otro o queda depositada». (Wittgenstein,
1969: 99). El postulado de esta subcategoría parece, además, metodológicamente impre-
scindible: permite fijar un criterio objetivo de demarcación, y, así, justificar que, respecto
a dichos contenidos, la ausencia de duda no sea una cuestión psicológica, sino lógica (tal
como el propio Wittgenstein insiste). Si eso es «realismo epistémico», entonces Wittgen-
stein fue un realista epistémico.
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 37

mundo externo»), y forma su creencia de que H en base a P, entonces S se


encuentra racionalmente justificado en creer que H.
(Conclusión) S se encuentra racionalmente justificado en creer que H
(«Existe un mundo externo»).
Lo que Wittgenstein, en oposición a Moore, habría constatado es que,
en la medida en que la justificación racional de la creencia de S de que
tiene dos manos depende de su aceptación de que existe un mundo exter-
no, la justificación racional de la primera no se transmite deductivamente
a la segunda. En este sentido, y dado el papel lógico que las «proposiciones
gozne» desempeñan en nuestro discurso cognitivo,8 no hay nada que pu-
diese contar a favor de ellas. Se encuentran, por su propia naturaleza, ex-
cluidas del juego epistémico al que hacen posible.
Lo único que resta al escéptico (y, como todo parece indicar, Wittgenstein
no se identifica con el escéptico) es apelar a la misma prohibición racional
que en nuestras prácticas cognitivas ordinarias nos impide, bajo pena de
arbitrariedad, creer algo que no se encuentra justificado, y aplicar dicha re-
gla a las «proposiciones gozne», para concluir que, dada la situación lógica
en la que nos encontramos, y en ausencia de razones independientes de dichos
presupuestos que puedan legitimarlos, nuestro edificio cognitivo al completo
carece de justificación racional. El dogmático queda, así, atrapado en el
trilema de Agripa, reducido a optar entre una afirmación arbitraria, un re-
greso al infinito, o un argumento cuya circularidad viciosa consistiría, como
en el caso de Moore, en el empleo de razones que dan por supuesto aquello
a lo que justifican. Que las «proposiciones gozne» no sean opcionales, o que
se trate de convicciones a-racionales, en nada mitiga la fuerza de la paradoja
escéptica: al fin y al cabo, el escéptico no hace otra cosa que alcanzar con-
clusiones inaceptables a partir de los compromisos racionales que regulan
nuestra conducta epistémica, compromisos que, por decirlo así, contienen
virtualmente su propia destrucción. Los imperativos de la naturaleza ni dis-
frazan ni alivian este conflicto de la racionalidad consigo misma.

8 «¿Refuerza mi llamada de teléfono a Nueva York mi convicción de la que Tierra


existe?
Muchas cosas están fijadas, apartadas del tráfico. Se encuentran, como quien
dice, en vía muerta». (Wittgenstein, 1969: 210)
38 Modesto Gómez-Alonso

Querría, finalmente, llamar la atención sobre algunos rasgos del pro-


blema escéptico tal como acaba de ser desarrollado, rasgos que, demarcan-
do el debate, fijan (y restringen) las opciones apropiadas para su solución.
En primer lugar, la cuestión se plantea en términos de «justificación
racional», y no en términos de «conocimiento» o de «posesión de razones
concluyentes.» Esto significa 1) que el escéptico permanece neutral respecto
a cuáles sean las condiciones necesarias de posesión y de adscripción de co-
nocimiento (y que, significativamente, no se compromete con el principio
de que para saber es necesario saber que se sabe), y 2) que una retirada estra-
tégica que, con el fin de minimizar los estragos del escepticismo, reconozca
que, pese a que no podemos saber si, por ejemplo, somos un cerebro en una
probeta, estamos racionalmente justificados en creer que no lo somos, retira-
da que presupone lo que el escéptico pone en cuestión, es irrelevante para la
cuestión que se plantea. Esto cancela, respectivamente, las respuestas exter-
nista y russelliana a la problemática escéptica (respuestas centradas en los
problemas de la naturaleza y de la posibilidad del conocimiento).9
En segundo lugar, y tal como Wright se ha encargado de subrayar
(Wright, 1991: 89), es importante tener en cuenta que no existe adversario
externo alguno al que podamos identificar como «el escéptico», o, lo que es
lo mismo, que no hay oponente filosófico alguno que suscriba la posición
escéptica (entre otras cosas, y tal como veremos más adelante, porque no hay
algo así como una «posición escéptica»: alguna tesis o actitud racional que el
escéptico recomiende, o con la que se identifique). Que el problema escépti-
co sea una paradoja significa que se trata de un obstáculo interno al propio
empleo de la racionalidad reflexiva, de un resultado que, sin (al menos, apa-
rentemente) importaciones filosóficas dudosas, el agente alcanza en el proce-
so deliberativo a partir del uso de sus procedimientos epistémicos ordinarios.

9 Nótese que, dependiendo de cómo concibamos el conocimiento, si de acuerdo con


teorías puramente externistas y fiabilistas o en concordancia con el principio de que para
saber es necesario saber que se sabe, las condiciones de justificación racional serán, respec-
tivamente, más o menos estrictas que las condiciones de conocimiento. Sin embargo, basta
con que nos limitemos a considerar el conocimiento racionalmente fundado (y con indepen-
dencia de si hay o no conocimiento aparte de esa categoría) para que las condiciones de
justificación racional parezcan (y subrayo el «parezcan») menores que las del conocimiento:
mientras que este requiere la fiabilidad de las competencias cognitivas, la justificación ra-
cional parece compatible con la deficiente constitución cognitiva del sujeto.
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 39

Que un «escéptico profesional» le guíe en dicho proceso es algo accidental,


es más, algo que, en caso de suceder, limitaría su papel al ejercicio de una
mayéutica. Lo importante es que el escepticismo resulta de una lucha del
sujeto reflexivo consigo mismo (que se trata de una situación que pone de
manifiesto un conflicto interno de la racionalidad), y que, aunque la conclu-
sión escéptica, volviéndose contra sí misma, cancele sus propias bases, ello,
más que solucionar, acentúa el predicamento escéptico. Que la racionalidad
y el argumento escéptico naufraguen al mismo tiempo no es una gran noticia
para quien busca justificar racionalmente sus procedimientos epistémicos.10
En tercer lugar, el escepticismo se desarrolla dentro del espacio delibera-
tivo, es decir, en un contexto judicativo de segundo orden en el que, distan-
ciándose de sus creencias de primer orden y de los mecanismos sociales y
naturales de su vida epistémica, el agente, más que responder pasiva y causal-
mente a su ambiente, reflexiona críticamente sobre su situación cognitiva.
Esto no solo nos permite apreciar por qué la cuestión escéptica se plantea
necesariamente desde una perspectiva de primera persona, sino que nos ayuda
a reconocer la naturaleza misma del problema escéptico, que amenaza la in-
tegración del agente con sus creencias, y cuya motivación radica en la incoheren-
cia (y, por tanto, en la falta de racionalidad) de un agente epistémico que, al
tiempo que cree que P, no sabe si su creencia se encuentra o no racionalmen-
te justificada.11 Sería un error gravísimo interpretar esta situación lógica en
términos psicológicos, o apelar a una perspectiva de tercera persona para
justificar al agente en virtud de la acreditación objetiva de sus creencias. A
parte de que dicha perspectiva externa es inalcanzable, en nada mitigaría la
irracionalidad del agente: por mucho que se encuentre objetivamente justifi-
cado, e independientemente de su situación de facto, el sujeto carece de razo-

10 No hace falta acentuar que esto excluye respuestas al escepticismo radical basadas
en el hecho de que este se autocontradice o se autorrefuta. Lo que la auto-refutación del
escepticismo hace es dejar más patente si cabe que todas nuestras creencias se encuentran
privadas de estatus racional. Tal como la metáfora de la escalera sugiere (M 8: 481), el
escepticismo vence incluso cuando, porque ninguna razón se encuentra racionalmente
justificada, la conclusión escéptica carece de validez racional.
11 Wright describe el problema escéptico, y el subsiguiente intento de responder a él,
en términos de integridad racional. Refiriéndose al programa epistémico de las Meditaciones
señala que «el proyecto de Descartes fue el de armonizar sus creencias y las demandas de su
conciencia racional, proyecto cuya intemporal atracción es testimonio del profundo arraigo
de la integridad intelectual en nuestras vidas cognitivas» (Wright, 2004b: 211).
40 Modesto Gómez-Alonso

nes que legitimen su sistema racional. «Justificación» significa aquí «justifica-


ción reflexiva», «justificación de acuerdo con el punto de vista de un agente
racional y autónomo». En otras palabras: la perspectiva de primera persona
es un componente irreductible de nuestras prácticas epistémicas, y, por tan-
to, un elemento sustantivo e imprescindible en epistemología.
Finalmente, es necesario tener en cuenta 1) que la justificación reflexi-
va que el escepticismo pone en entredicho no es condición necesaria ni de
la acreditación objetiva ni de la justificación subjetiva, 2) que la justificación
subjetiva es condición necesaria, pero no suficiente de la justificación re-
flexiva, y 3) que la acreditación objetiva no es (al menos, a primera vista)
condición ni suficiente ni necesaria de la justificación reflexiva. Esto signifi-
ca que, al igual que la justificación subjetiva, la justificación reflexiva es (en
principio) compatible con una etiología deficiente, pero que, a diferencia
de ella, no se trata de un estatus epistémico que pueda lograrse sin que el
agente confronte de forma satisfactoria la cuestión de dicha etiología. No
basta, por tanto, con que una creencia sea razonable para que se encuentre
reflexivamente justificada. Lo que plantea el problema de qué es una creen-
cia racionalmente fundamentada, y, en consecuencia, de si es suficiente
que la creencia sea subjetivamente razonable y que haya sido formada a
partir de bases fiables, para que el sujeto posea conocimiento racionalmente
fundado. Esta cuestión, junto con la de la relación de justificación y cono-
cimiento reflexivos, reaparecerá en las siguientes secciones. Lo que dejan
entrever es una posible tendencia a responder al reto escéptico en términos
de razonabilidad y de justificación subjetiva.
Lo que, en cualquier caso, las consideraciones previas nos permiten
concluir es que nuestras prácticas epistémicas no ganan racionalidad por-
que no sean optativas, y que la resurrección del cargo de apraxia frente al
escepticismo12 no obedece a otra cosa que a una comprensión inadecuada

12 Coliva desentierra este problema con un nuevo vocabulario, denominándolo «el


problema de Oblomov para el escepticismo» (Coliva, 2015: 15). En su opinión, y tal como
le sucede al protagonista de la novela de Goncharov, el escéptico sería psicológicamente
incapaz de actuar, lo cual, pese a no comprometer racionalmente su posición, la haría
«pragmáticamente» imposible. Sospecho que con «pragmáticamente imposible» Coliva
apunta a dos problemas diferentes: a una imposibilidad puramente psicológica, pero tam-
bién a la (hipotética) imposibilidad racional del escéptico para actuar racionalmente, es
decir, para actuar en concordancia con las normas (no contingentes) que regulan las prác-
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 41

de las características y del lugar propio del problema escéptico, de su carác-


ter lógico, y no psicológico. Enfrentarse a la paradoja escéptica presupone,
por tanto, su apreciación e interiorización. Que la reconozcamos como un
reto legítimo que, desde las entrañas de la racionalidad, no acepta otra so-
lución que no sea una solución racional.

3.  Justificación sin logro


Uno de los numerosísimos méritos de la aproximación de Crispin
Wright a la cuestión escéptica es la seriedad y legitimidad que otorga al
escepticismo.
Por lo pronto, Wright se distancia de estrategias deflacionarias que, in-
spirándose en la concepción contractualista de la normatividad que
Wittgenstein defendió a mediados de la década de los treinta,13 acusan al
escéptico de cometer un «error categorial» básico, aplicando criterios episté-

ticas constitutivas de la agencia (a diferencia de las reacciones viscerales de, pongamos por
caso, un animal).
Pienso que Coliva no valora suficientemente el hecho de que el problema escépti-
co se desarrolla en el espacio deliberativo, y de que, en consecuencia, el escéptico (como
todos nosotros) puede reconocer el carácter a-racional de nuestro sistema cognitivo sin
que eso le impida actuar en conformidad con «la guía de la naturaleza» (PH I: 23), con las
«observancias cotidianas» (PH I: 23) y, como bien señaló Descartes en la Meditación
Primera, con una arquitectura normativa que, aunque trasciende el «parroquialismo
epistémico», incumple sus propios criterios. Situación deliberativa y situación psicológica
del sujeto son factores independientes. Su confusión obedece a la creencia (extendida pero
incorrecta) de que lo que el escéptico propone es una «actitud pragmática» en concordan-
cia con una hipotética situación de «incertidumbre subjetiva», o de que, en su defecto, nos
invita a abandonar un discurso normativo sin fundamentos últimos y a sustituirlo por el
instinto. Sin embargo, si el escéptico recomendase algo (cosa que está lejos de ser cierto),
se limitaría a apuntar a una «actitud racional» (en el espacio reflexivo) que nada tiene que
ver ni con nuestras incertidumbres diarias ni con los compromisos racionales que consti-
tuyen la agencia epistémica. Que la naturaleza (que, en un sentido transcendental, incluye
nuestras evaluaciones racionales) sea impermeable a los resultados de una deliberación
radicalmente filosófica no ayuda a apaciguar la angustia escéptica, pero al menos evita
trazar conexiones necesarias entre el escepticismo y la esquizofrenia (y entre el escepticis-
mo y la conducta visceral). En otras palabras: el escéptico puede actuar razonablemente
sin suscribir la racionalidad de sus prácticas. Coliva confunde la no-opcionalidad de la
agencia con la «justificación subjetiva», y esta última con la «justificación reflexiva.»
13 Y que, con toda plausibilidad, abandonó inmediatamente antes de iniciar las In-
vestigaciones filosóficas (cf. Gómez-Alonso, 2013: 181-208).
42 Modesto Gómez-Alonso

micos apropiados para proposiciones a reglas (análogas a las normas de cir-


culación o a las reglas que definen el juego del ajedrez) cuyo carácter conven-
cional e imperativo indica que, porque no representan hecho alguno, ni son
susceptibles de verdad o falsedad ni, por supuesto, de justificación o carencia
de justificación racional. Con independencia de las deficiencias hermenéuti-
cas de esta lectura de Sobre la certeza (que, en mi opinión, son muchas),
Wright subraya las limitaciones epistémicas de la concepción no proposicional
de los goznes. Por una parte, estos ni constituyen un marco optativo del que
podamos apropiarnos o desprendernos a nuestro arbitrio,14 ni son directrices
que puedan modificarse de acuerdo con objetivos externos, ni se trata de
instrucciones cuyo aprendizaje explícito forme parte de nuestro sistema de
asimilación cultural (cf. Wittgenstein, 1969: 279). Por otra, las «proposicio-
nes gozne» poseen un obvio contenido semántico, dicen —cada una de ellas—
algo acerca de la realidad, algo cuya instanciación o falta de ella son perfecta-
mente representables e inteligibles. Dicho contenido semántico es compatible
con el papel lógico que desempeñan: el de reglas de inferencia. En otras pala-
bras: ni hay incompatibilidad alguna entre el contenido y el papel de las
«proposiciones gozne» (como si el segundo cancelase el primero) ni dicho
contenido implica otra cosa que que se trate de, precisamente, proposicio-
nes. Y una proposición (por muy fundamental que sea), además de poseer
valor de verdad, es objeto de actitudes proposicionales tales como «afirma-
ción», «negación» y «suspensión de juicio». De acuerdo con Wright, se trata,
por consiguiente, de «creencias gozne». En cuanto tales, son, al igual que
cualquier otra creencia, racionalmente evaluables.15

14 Tal como escribe Wittgenstein: «Lo que quiero decir es que proposiciones con la
forma de proposiciones empíricas, y no solo las proposiciones de la lógica, constituyen el
fundamento de todas nuestras operaciones con pensamientos (con el lenguaje). […] Y no
son fundamentos en el mismo sentido en el que lo son las hipótesis, que, si fuesen falsas,
serían reemplazadas por otras». (Wittgenstein, 1969: 401-402).
15 La interpretación no proposicional de los goznes, junto con la acusación de que el
escéptico comete el error categorial arriba explicado, han sido propuestos por Danièle
Moyal-Sharrock. Para su exposición del argumento contra el escéptico, véase Moyal-­
Sharrock, 2004: 165.
Curiosamente, Moyal-Sharrock suscribe la teoría de un «tercer Wittgenstein». Digo
«curiosamente» porque tanto la teoría contractualista y convencionalista de las normas
como la subsiguiente señalización del supuesto error categorial del escéptico son rasgos
constitutivos de las interpretaciones canónicas del «segundo Wittgenstein», en concreto, de
la lectura de Hacker.
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 43

Por otra parte, Wright descarta respuestas deflacionarias que, más o


menos inspiradas por Wittgenstein, apelan a los hechos de que la duda
escéptica ni se corresponde a ni genera incertidumbres reales y de que di-
cha duda se encuentra excluida de entre los movimientos legítimos de
nuestro juego de lenguaje epistémico, para concluir que el reto escéptico es
psicológicamente irreal (la duda filosófica sería un duplicado ficticio de
nuestras incertidumbres empíricas) y pragmáticamente absurdo. Tras lo
expuesto en la sección anterior, resulta evidente que la comprensión del
problema escéptico es incompatible con diagnósticos donde lo psicológico
se confunde con lo lógico y donde consideraciones pragmáticas sirven de
respuesta a preguntas acerca del estatus racional de las creencias.
De lo que se trata, en consecuencia, es de alcanzar una «acomoda-
ción “vivible” con el escepticismo» (Wright, 2004a: 47), acomodación
que exigiría una respuesta al reto escéptico que, al tiempo que reconoce
y preserva su inteligibilidad, proporciona una justificación racional de las
«creencias gozne». Dicha justificación, a su vez, ha de ser compatible con
la posibilidad metafísica de que nuestras creencias fundamentales sean
falsas (o, lo que es igual, con la posibilidad de que los escenarios escépti-
cos radicales sean verdaderos), y excluye el empleo de evidencias y razones
empíricas cuyo valor epistémico depende del valor epistémico de las
creencias sustantivas y procedimentales sobre las que se asienta nuestra
estructura cognitiva. Ha de tratarse, por tanto, de una justificación a
priori. Las condiciones para la resolución de la cuestión escéptica son, en
este sentido, tan estrictas que fidelidad a y superación del escepticismo
parecen objetivos difícilmente compatibles.
El argumento de Wright podría dividirse en dos momentos. En pri-
mer lugar, Wright extiende la noción de justificación o garantía (warrant),
de forma que esta incluya, además de razones que el sujeto adquiere (o
puede adquirir) a favor de P, razones que el sujeto (que cualquier sujeto)
siempre ha poseído y que, mediante la reflexión filosófica, se limita a re-
clamar o a reposeer (de modo que el agente tome posesión reflexiva de
aquello que siempre le ha pertenecido). El objetivo de esta extensión es
evitar tentaciones deflacionistas que de la imposibilidad (en lo que res-
pecta a las «creencias gozne») de un ascenso epistémico (o de una variación
de nuestra posición epistémica) en virtud de información adicional y de
razones empíricas, concluyen que dichas proposiciones no son susceptibles
44 Modesto Gómez-Alonso

de evaluación racional, y, por tanto, que carecen de estatus epistémico


alguno (tanto positivo como negativo). La idea de Wright es que no toda
razón es una forma de evidencia, o, lo que es igual, que la desactivación
epistémica de las evidencias, más que demostrar el sinsentido del escep-
ticismo (y de una respuesta al mismo), lo que muestra es la insolvencia
de una concepción restringida de la justificación. Que el problema escép-
tico no admita soluciones empíricas, ni implica que no sea un problema
genuino ni bloquea cualquier posible solución al mismo. Lo que hace es
situar dicha solución en el plano de lo a priori.
En el segundo momento, Wright considera que 1) en ausencia de
razones en contra de nuestras «creencias gozne», y 2) teniendo en cuenta
que la aceptación del escepticismo (el que el agente tome respecto a sus
creencias fundamentales la actitud racional que el escéptico recomienda:
la suspensión del juicio) conduciría a una «parálisis cognitiva» (Wright,
2004a: 50), tenemos derecho (entitlement) a confiar racionalmente en las
«proposiciones gozne». De acuerdo con Wright, el argumento anterior
posee varias ventajas: 1) frente al naturalismo, justifica racionalmente
nuestras creencias fundamentales; 2) en relación con el escepticismo
teórico,16 preserva tanto su inteligibilidad como la validez de lo que este
nos enseña respecto a los límites de la justificación; 3) frente al escepti-
cismo normativo, proporciona una respuesta epistémica que, sin circulari-
dad viciosa, satisface los ideales de la razón y, así, salvaguarda la integri-
dad racional del agente.
Sin embargo, el argumento de Wright es, como poco, enigmático. El
problema radica, básicamente, en que la razón que nos proporciona para
aceptar las «creencias gozne» parece puramente pragmática, es decir, pa-
rece limitarse a recordarnos que, con el fin de evitar la parálisis cognitiva
y de no suspender nuestros proyectos cognitivos, tenemos que actuar

16 Frente a un hipotético escepticismo normativo que señalaría que, en ausencia de


conocimiento racionalmente fundado o de justificación racional para nuestras creencias, la
actitud racional que el agente ha de tomar es la suspensión del juicio, el escepticismo teórico
se limitaría a constatar o bien la imposibilidad de un conocimiento racional estricto o la
ausencia de justificación racional, sin deducir de ello actitud normativa alguna. Wright
aceptaría un escepticismo teórico restringido, de acuerdo al cual la falsedad de las «proposi-
ciones gozne» es metafísicamente posible. Sin embargo, y dado que esas creencias se encon-
trarían racionalmente justificadas, de él no se seguiría un escepticismo normativo.
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 45

como si nuestros presupuestos fundamentales fuesen verdaderos. Por una


parte, una respuesta así, además de no ser epistémica, de no respetar la
conciencia racional del agente, y de no proporcionar justificación racio-
nal alguna, parece o muy próxima al naturalismo instrumentalista o una
variación más sobre el tema de la apraxia: sea como fuere, incumple las
condiciones que el propio Wright exige para una respuesta solvente al
escepticismo. Por otra parte, dicha respuesta es compatible con el agnos-
ticismo del agente, de forma que este puede actuar en concordancia con
dichas creencias (dándolas por supuestas) sin asentir racionalmente a ellas.
En la medida en que el propósito del argumento es transformar la con-
fianza animal propia del naturalismo en confianza racional (Wright,
2004b: 194), y en que la razón instrumental señalada ni refuerza la pri-
mera ni genera la segunda, el argumento parece fracasar. Pritchard (2005:
189-224), Jenkins (2007: 25-45) y Coliva (2015: 66) concuerdan en
acusar a Wright de hacer pasar por justificación epistémica lo que es
mera justificación pragmática. Sin embargo, en su último libro, Prit-
chard da un paso más, argumentando que, porque si el agente aceptase la
posibilidad metafísica de la falsedad de sus «proposiciones gozne» se vería
racionalmente obligado a reconocer que carece de bases racionales para
creer que dichas proposiciones son verdaderas, de la conjunción de 1) la
posibilidad lógica de los escenarios escépticos, y de 2) la tesis de que las
«proposiciones gozne» son objeto de actitudes y evaluación racionales, te-
sis —ambas— que Wright suscribe, se sigue el agnosticismo (Pritchard,
2016: 82). En este sentido, no es solo que el argumento positivo de
Wright sea compatible con el agnosticismo, sino que sus propias premi-
sas lo comprometen con un escepticismo normativo extremo: tal como la
cuestión se plantea, el problema escéptico es, simplemente, irresoluble.
Tal como veremos inmediatamente, las consideraciones de Pritchard
contienen una verdad importante, aunque una verdad que tiene que ser
cualificada y re-interpretada. Lo que nos interesa ahora es, sin embargo,
evaluar hasta qué punto las críticas anteriores son correctas. ¿Es Wright
culpable de contradicciones elementales, de haber preparado minuciosa-
mente la escena solo para hacer caso omiso a sus propias recomendacio-
nes? Pienso que, con el fin de arrojar luz sobre la estrategia de Wright, es
importante que la comparemos con un procedimiento que, formalmente
muy similar, se encuentra libre de toda sospecha de pragmatismo: el ar-
gumento transcendental de Sosa (Sosa, 2011: 154-157).
46 Modesto Gómez-Alonso

Al igual que Wright, Sosa se enfrenta a una forma radical de escep-


ticismo que, a partir de un escenario racionalmente concebible (en el
caso de Sosa, la posibilidad de que hayamos ingerido una pastilla que
deshabilita nuestras competencias cognitivas, incluida la racionalidad in-
tuitiva), pone en entredicho la justificación racional de nuestras creen-
cias fundamentales. También como Wright, el objeto de Sosa no es el de
excluir racionalmente dicha posibilidad metafísica, sino el de la legitima-
ción reflexiva de esas creencias, legitimación que, a su vez, y con el fin de
evitar circularidad viciosa y bootstrapping, demanda procedimientos a
priori.
La pregunta que Sosa se plantea es: ¿Cuál es la actitud racional que,
en consideración a dicha posibilidad escéptica, el agente ha de tomar
respecto a sus convicciones fundamentales: afirmación (creencia), nega-
ción (creencia en su falsedad), o suspensión de juicio? La respuesta de
Sosa es que, en la medida en que para poder tomar una actitud racional
cualesquiera el sujeto ha de presuponer que su marco racional y las creen-
cias fundamentales que lo constituyen son correctas (si pensase que no lo
son, no habría actitud racional alguna que tomar), el agente no puede
coherentemente negar dichas creencias o suspender el juicio sobre ellas. La
única actitud racional (que no implica incoherencia o contradicción) es
la afirmación. En este sentido, y pese a que la falsedad de nuestro marco
cognitivo es metafísicamente posible, el sujeto se ha apropiado reflexiva-
mente de sus creencias fundamentales, transformando su confianza natu-
ral en confianza racional.
Nótese que el argumento no se basa en la supuesta autorrefutación
del escepticismo teórico. Nótese, también, que es la propia apelación del
escéptico al tribunal racional, el hecho de que este pretenda sustituir la
creencia por la suspensión del juicio como respuesta racionalmente ade-
cuada, lo que nos permite cobrar conciencia de que es racional creer que
nuestras convicciones fundamentales son verdaderas. En este sentido, lo
que Sosa señala es que desde el punto de vista del agente, e independiente-
mente de cuál sea su situación cognitiva objetiva, la creencia es la única
opción racional. Lo importante, en cualquier caso, es que, lejos de re-
nunciar a su integridad intelectual, el agente justifica su confianza preser-
vando su conciencia racional: avalada por la razón, su confianza no es
ciega. Lo que significa que la respuesta de Sosa no es pragmática, sino
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 47

epistémica. Tenemos el derecho (y el deber) racional de creer en nuestra


racionalidad.
Es verdad que la terminología de Wright, sugiriendo una dirección
consecuencialista de acuerdo a la cual son los resultados desastrosos del
escepticismo los que justifican nuestra confianza, podría no ser la más afor-
tunada. Sin embargo, el propio Wright se ha encargado de corregir las
lecturas pragmatistas de su argumento y de, frente a sus críticos, arrojar luz
sobre su significado, distinguiendo razones meramente pragmáticas de ca-
rácter prudencial y oportunista y razones (como las que su argumento pro-
porciona) que, aunque pragmáticas en un sentido amplio del término (en
tanto que operan en relación a las metas y propósitos del agente), se eva-
lúan de acuerdo con los objetivos epistémicos del agente, es decir, de acuerdo
con la obtención de bienes epistémicos como la coherencia y la verdad
(Wright, 2014: 36). Pienso que la distinción anterior legitima una recons-
trucción del argumento de Wright de acuerdo con el modelo trascendental
de Sosa, reconstrucción que lo exculparía del cargo de pragmatismo.
La idea básica es que el escepticismo se desarrolla en el marco de un
proyecto cognitivo crítico cuyos objetivos son epistémicos, es decir, que, al
plantearse la pregunta de si es racional creer en las «proposiciones goz-
ne», el propósito del sujeto es juzgar (en el sentido de «tomar una acti-
tud») de acuerdo con su conciencia racional. Sin embargo, lejos de per-
mitir al agente concordar con sus imperativos racionales, la suspensión
del juicio cancelaría dicho proyecto, y con él, su propia racionalidad. No
es que la consecuencia de la suspensión del juicio sea la parálisis cognitiva,
sino que, porque la propia actividad cognitiva en cuyo marco tiene sen-
tido la cuestión escéptica excluye la racionalidad de la suspensión, la úni-
ca opción conforme con la conciencia racional del agente es la creencia.
No se trata, por tanto, de que la racionalidad no sea optativa, sino de que
los estándares racionales que regulan la conducta epistémica del sujeto le
obligan a creer. La irracionalidad no es una opción racional.
Pienso que, así reconstruido, el argumento de Wright posee una soli-
dez mucho mayor que la que sus críticos le conceden, y que, además, está
lejos de ser obvio que el autor incumpla en su respuesta al escepticismo las
condiciones estrictas que la posibilidad de la misma demanda. Merece la
pena, sin embargo, que nos detengamos en la crítica de Pritchard que men-
cionábamos arriba.
48 Modesto Gómez-Alonso

La crítica, en sí misma, es inválida. En primer lugar, porque si un


escepticismo normativo es aquel que sostiene que la actitud racional que
el agente debería tomar respecto a sus creencias fundamentales es la sus-
pensión de juicio, el argumento de Wright, lejos de comprometerlo con
dicha posición, es un instrumento eficaz para, mostrando su incoheren-
cia, refutarla. Precisamente, el valor del argumento radica en su solvencia
respecto a cualquier variedad de escepticismo normativo. Además, y aun-
que concediésemos el punto precedente a Pritchard, de tal concesión no
se seguiría (tal como este sugiere) una concepción no-epistémica de las
«proposiciones gozne», es decir, que tuviésemos que desechar la tesis de
que dichas proposiciones son objeto (posible) de actitudes proposiciona-
les. Por el contrario, lo que se seguiría es el escepticismo normativo. En
este sentido, la crítica de Pritchard no proporciona motivación alguna
para su concepción a-racional de los goznes.
Sin embargo, llamando la atención sobre la compatibilidad (de
acuerdo con Wright) de la justificación racional de las «creencias gozne»
y de la posibilidad de su falsedad, las consideraciones de Pritchard nos
permiten cobrar conciencia de las limitaciones de estrategias anti-escép-
ticas de este tipo.
Por lo pronto, el hecho de que el agente se encuentre racionalmente
justificado en sus creencias fundamentales con independencia de cuál sea
su situación cognitiva (y, por ello, aunque su situación cognitiva sea radi-
calmente desafortunada), y, por consiguiente, que las razones con las que
el agente cuenta no hablen en lo más mínimo a favor de la verdad de sus
creencias, lo que dichos hechos, repito, indican es que los argumentos de
Sosa y Wright se limitan a proporcionar una justificación subjetiva de las
creencias del sujeto, justificación válida únicamente desde un punto de
vista interno al sistema de racionalidad mismo cuya validez se presupone,
y cuyo valor radica en exculpar al agente de irracionalidad, conducta
impulsiva e irresponsabilidad epistémica (en la adquisición de bienes
epistémicos específicos). Esto significa que son argumentos que no con-
frontan las cuestiones de la verdad y de la etiología apropiada de dichas
creencias, y, por ello, que no proporcionan la justificación reflexiva que el
reto escéptico exige. En otras palabras: centrándose en el escepticismo
normativo, tales procedimientos no tocan para nada el problema que el
escepticismo teórico plantea.
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 49

¿Cuál es ese problema? ¿Es un problema de integración racional? Sí.


Pero no de integración del agente con sus creencias, sino de integración
con su sistema racional. El error consiste en pensar que la suspensión del
juicio es la actitud racional particular recomendada por el escéptico,
cuando de lo que se trata es de una situación de hecho consistente en la
suspensión de cualquier actitud racional, en la aniquilación de cualquier
tribunal y unidad de medida objetivos desde el que poder responder a la
pregunta de qué actitud deberíamos tomar respecto a creencias cuya vul-
nerabilidad hereda el sistema racional al que constituyen. Lo que el es-
céptico pide, por tanto, son razones que validen su racionalidad. Igual
que no se puede apelar a razones que presupongan las «proposiciones
gozne» para validarlas, no se puede apelar a razones que presupongan el
sistema racional (y las actitudes que este demanda) para justificarlo. El
escéptico exige que nos re-apropiemos de nuestra racionalidad, que la re-
clamemos desde un punto de vista objetivo, es decir, en virtud de razones
que sean internamente accesibles pero que, al mismo tiempo, permitan
tender un puente con nuestra situación cognitiva objetiva. Por eso suge-
ría arriba que la desvinculación de justificación reflexiva y acreditación
objetiva es, como poco, dudable: la segunda no es condición suficiente,
pero sí condición necesaria para la primera. Bien entendido, el reto es-
céptico no demanda menos que una auto-validación de la razón, es decir,
que la refutación de los escenarios que bloquean la posibilidad misma de
una actitud racional en sentido estricto.
Lo que, en cualquier caso, parece claro es que, al no suscribir posi-
ción racional alguna, el escéptico no puede ser acusado de incoherencia.
Tampoco puede acusársele de demandar un tribunal objetivo que, desco-
nectado de nuestro sistema de pensamiento, no pasa de ser una ilusión
filosófica. Lo que, precisamente, la inteligibilidad del escepticismo mues-
tra es que, cuando en nuestras prácticas cognitivas exigimos razones, es-
tas no son razones relativas a un marco dado (a nuestras normas cultura-
les, a nuestra constitución biológica, a aquello que definiría a la agencia
epistémica, a un sistema de racionalidad que se presenta como hecho bru-
to…), sino razones independientes de toda contingencia y plenamente
objetivas. Es dicha direccionalidad hacia un espacio de evaluación obje-
tivo la que confiere sentido tanto al reto escéptico como al proyecto de
una re-apropiación racional de nuestro marco cognitivo. Tal vez dichas
razones estén más allá de nuestro alcance. Pero nuestra conciencia racional
50 Modesto Gómez-Alonso

las exige. Conformarse con menos es, en un sentido u otro, arbitrario. Una
forma de evitar, más que de afrontar, el problema del escepticismo.17

4.  Respuestas constitutivistas: la Hinge Epistemology


Una corriente que parece estar cobrando fuerza y cuya expansión ame-
naza con ocupar todo el espacio disponible en las fronteras entre los estudios
sobre Wittgenstein y la epistemología en sentido sustantivo es la auto-deno-
minada Hinge Epistemology. Como ya hemos indicado, esta posición se ins-
pira tanto en Wittgenstein como en Wright. De hecho, podría decirse que se
trata de una corriente parasitaria respecto a la respuesta de Wright, tanto
porque asume la conceptografía acuñada por este como porque se desarrolla
como una negación punto por punto del tipo de estrategia evaluado en la
sección previa. Tal como también dijimos arriba, sus dos versiones más cons-
picuas: las defendidas por Annalisa Coliva y por Duncan Pritchard, presen-
tan entre sí algunas diferencias de detalle. Sin embargo, lo que las une es
mucho más y mucho más relevante que lo que las separa. Por lo pronto, se
trata de respuestas no-epistémicas al escepticismo, algo que las distingue desde
sus propios fundamentos de la propuesta de Wright.
Coliva y Pritchard aceptan, siguiendo a Wright, una lectura proposicio-
nal de los goznes. Sin embargo, piensan que, en la medida en que toda eva-

17 En lo que se refiere a la supuesta «parálisis cognitiva» en la que el escepticismo


desembocaría, baste recordar que el agnosticismo filosófico es compatible con la agencia,
o, lo que es igual, que para participar en el juego de la agencia no es necesario que dispon-
gamos de razones objetivas. Pienso, en este sentido, que el compromiso del escéptico con
el marco racional que regula su práctica no es ni más ni menos sólido que el de cualquier
usuario epistémico, que es un error tanto pensar que la agencia del escéptico es una pseu-
doagencia como trazar analogías entre su situación y la de alguien que juega al ajedrez
mecánicamente o sin el propósito de derrotar a su adversario, y que, pese a todo, la imper-
meabilización de práctica y perescrutación filosófica no resta significatividad a la prob-
lemática escéptica: esta podrá ser ociosa para la agencia, pero es imprescindible para que
el sujeto se reapropie de su autonomía y acalle los escrúpulos de una conciencia racional
que, en el terreno de una deliberación sin límites específicos, se vuelve sobre sí misma. Lo
importante, en cualquier caso, es que los hechos de que la agencia racional no sea optativa
y de que uno no pueda actuar o deliberar sin presuponer un marco racional de normas no
nos proporciona razón normativa alguna para refrendar reflexivamente dicho marco.
Para una elucidación detallada de los problemas mencionados, cf. Enoch, 2006:
187-192.
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 51

luación racional tiene lugar necesariamente dentro de y en relación al marco


que nuestras «creencias fundamentales» constituyen, dichas «creencias» ni
pueden ser evaluadas racionalmente (positiva o negativamente) ni, por su-
puesto, poseen estatus epistémico de ningún tipo. A primera vista, esto po-
dría parecer una capitulación en toda regla al escepticismo, y más cuando
ambos autores consideran que al menos el escéptico tiene razón en una cosa:
en la posibilidad metafísica de que nuestras creencias fundamentales sean
falsas. Sin embargo, de lo que se trata es de un diagnóstico de acuerdo al cual
tanto el problema escéptico como los proyectos (de Moore y de Wright,
entre otros) de proporcionar una respuesta al escéptico en sus propios térmi-
nos tienen su origen en un «error categorial» consistente en tratar de tomar
la medida epistémica a los compromisos y «creencias» que, haciendo posible
cualquier medida epistémica, constituyendo las unidades últimas de medida,
no son susceptibles de evaluación alguna. Se trata, por tanto, de una respues-
ta deflacionaria que acusa al escéptico (y al epistemólogo) de comprometer-
se con una idea incoherente —con la necesidad de una «evaluación racional
general y completa, es decir, con una evaluación tal que no presuponga
nuestros compromisos gozne» (Pritchard, 2016: 98)—, y, así, de sucumbir a
lo que podría denominarse «ilusión de ascenso epistémico», y de refrendar lo
que en último término no es otra cosa que un delirio de la propia racionali-
dad: la tesis de la universalidad de razones. Cuando Coliva distingue su
concepción de la arquitectura de la racionalidad epistémica de concepciones
alternativas —de la posición a la que denomina conservadora de Wright (la
validación de nuestras creencias empíricas exige la validación de las «creen-
cias gozne» que activan y confieren dirección epistémica a la experiencia), y de
la posición (de acuerdo con su terminología) liberal del neomooreanismo (en
ausencia de razones en contra, basta la experiencia para legitimar nuestras
creencias empíricas)—, y la bautiza con el nombre de concepción moderada
(la experiencia adquiere direccionalidad epistémica porque presuponemos las
«proposiciones gozne»), lo que hace es subrayar el carácter no epistémico de su
propuesta y el hecho de que los goznes están más allá de justificación y de
carencia de justificación (Coliva, 2015: 68-71).
Otro aspecto común a Coliva y Pritchard es su insistencia en distan-
ciar la Hinge Epistemology de lecturas naturalistas y de concepciones no-
proposicionales de los goznes. Por una parte, ambos subrayan tanto el con-
tenido semántico de tales «creencias» como el hecho de que su aceptación
o presuposición implica un compromiso con su verdad. Es, por consiguiente,
52 Modesto Gómez-Alonso

el hecho de que damos su verdad por supuesta lo que hace posible nuestras
prácticas epistémicas ordinarias (y el juego de la justificación que las defi-
ne). Es verdad que Pritchard se resiste a aceptar que dicho compromiso, y
pese a que fenomenológicamente sea indiscernible de ella, sea una actitud
proposicional de creencia. Sin embargo, lo que motiva su reticencia es la
asociación de creencia y posibilidad de evaluación racional, o, lo que es
igual, la posibilidad de que, si el asentimiento a los goznes dependiese de
los resultados de su evaluación racional, y dichos resultados fuesen negati-
vos, el sujeto se viese forzado al agnosticismo. Bastaría distinguir termino-
lógicamente entre creencias fundamentales (ni evaluables racionalmente ni
de asentimiento optativo) y creencias racionalmente fundadas, o apelar a la
distinción pirrónica entre juicios y creencias, para descargar de sobrepeso
teórico su distinción, reduciéndola a una cuestión de nomenclatura.18 Por
otro lado, ambos ponen énfasis en el carácter universal, no optativo, y no
arbitrario de los goznes; lo que, al tiempo que los aleja de tentaciones rela-
tivistas y de concepciones contractualistas de la normatividad epistémica,
hace que sus posiciones sean versiones de constitutivismo normativo, es de-
cir, reflexiones acerca de las condiciones de posibilidad de una agencia
epistémica que trasciende elementos locales de orden biológico o cultural.
Que los goznes posibiliten la racionalidad epistémica sin ser racionalmente
evaluables significa que se trata de los elementos sustantivos de la raciona-
lidad misma. No están allende la racionalidad: la constituyen.
Uno podría sospechar que este es el punto exacto donde Coliva y
Pritchard toman caminos diferentes. Al fin y al cabo, Pritchard, haciéndo-
se eco de Wittgenstein, acentúa el carácter a-racional y carente de funda-
mentos de los goznes (Pritchard, 2016: 69). Sin embargo, se trata de otro
espejismo terminológico. Pritchard califica los goznes de a-racionales por
un único motivo: porque no los adquirimos mediante proceso racional
alguno (sopesando razones y buscando argumentos que los sostengan),19

18 De hecho, y tal como veremos a continuación, el problema no consiste en cómo


caractericemos nuestra aceptación de los goznes, si como creencias o como compromisos,
sino en que se trate de proposiciones cuya falsedad es concebible.
19 Wittgenstein escribe: «El lenguaje no emergió de racionalización alguna» (Witt-
genstein, 1969: 475). Y señala respecto a nuestra actitud respecto a las proposiciones
fundamentales: «Es como tomar posesión directa de algo, al igual que agarro mi toalla sin
tener duda alguna» (Wittgenstein, 1969: 510).
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 53

y, consiguientemente, porque no son susceptibles de evaluación racional.


Lo que significa que, para él, a-racionalidad y carencia de estatus epistémi-
co son sinónimos. Eso no implica, sin embargo, que no sean racionales en
otro sentido del término: en tanto que constitutivos de la racionalidad. De
hecho, la negación de la universalidad de razones (o, lo que es lo mismo, la
tesis positiva de que toda evaluación racional es local, de que se produce
dentro de y en virtud del marco de asunciones básicas) no es otra cosa que
el reverso de la tesis de que, no habiendo racionalidad inteligible alguna
más allá de esos límites, y no siendo dichos límites contingentes o arbitra-
rios, ese marco instituye la racionalidad.
Dicha tesis es desarrollada explícitamente por Coliva, en polémica
con un hipotético escéptico de filiación humeana. El escéptico pone en
cuestión la racionalidad de nuestras «creencias gozne». Sin embargo,
comparte con el resto de la humanidad idéntica noción de racionalidad
epistémica. Dicha noción es, a su vez, el destilado teórico (la idealiza-
ción, podríamos decir) de nuestras prácticas epistémicas ordinarias, prác-
ticas que solo son posibles en la medida en que asumimos la verdad de
los goznes. De aquí se seguiría, de acuerdo con Coliva, que, porque la
noción común de racionalidad epistémica incluye las creencias fundamenta-
les que la hacen posible, y, por consiguiente, porque, aceptando esa no-
ción, el escéptico aprueba con ella la racionalidad de los goznes, este no
puede cuestionarla sin contradicción. El escéptico es, así, presa de una
idea filosófica espuria —de una concepción estrecha de la racionalidad
que no incluye dentro de lo racional sus condiciones de posibilidad— y
culpable de un «error categorial» consistente en la evaluación de creen-
cias fundamentales que realmente son normas para cualquier evaluación.
La racionalidad extendida que Coliva propone muestra el sinsentido del
planteamiento escéptico.
Pero cumple también otra función: la superación de un naturalismo
que disocia racionalidad y confianza, y que, de este modo, concibe a esta
última como un mero hecho psicológico local y arbitrario. La idea es
que, porque la aprobación de la racionalidad epistémica implica la apro-
bación de los goznes, y porque dicho asentimiento es propio de agentes
racionales y autónomos comprometidos con su racionalidad y su auto-
nomía, las «creencias gozne» no son compulsiones normativas arbitrarias
cuya base sea una confianza visceral. Su vinculación a la racionalidad, el
54 Modesto Gómez-Alonso

hecho de que estructuren y definan la agencia, les confiere una naturale-


za racional que trasciende el ámbito de los imperativos psicológicos, y
que añade a su carencia de opcionalidad el asentimiento de nuestra con-
ciencia racional. En este sentido, la estrategia de Coliva le habría permi-
tido alcanzar el objetivo de Wright: la transformación de la confianza
animal en confianza racional, sin para ello tener que extender la noción
de garantía, sucumbiendo así al escepticismo. El estatus racional de los
goznes excluye, curiosamente, su posibilidad de un estatus epistémico:
dichas creencias son, como quien dice, trascendentales. La indudable fi-
liación kantiana de su posición es algo que Coliva misma reconoce (Co-
liva, 2015: 129).
Lo que, en cualquier caso, resulta claro es que la Hinge Epistemology
se sostiene sobre consideraciones que en todo, menos en el nombre, per-
tenecen a la categoría de los argumentos transcendentales; que se trata de
una corriente que se propone evitar tanto el naturalismo como el exter-
nismo normativo del que depende la inteligibilidad del reto escéptico, y
que, de este modo, busca una vía intermedia entre el agnosticismo escép-
tico y la confianza animal del naturalismo; y que, a diferencia de Wright,
quien otorga legitimidad racional al problema escéptico, el objetivo de
los «epistemólogos de goznes» es terapéutico: persuadirnos de que el reto
escéptico se basa en la importación al sentido común de tesis filosóficas
sospechosas y de que, por tanto, se trata de una «ilusión dialéctica» cuyos
síntomas (la «angustia epistémica» a la que se refiere Pritchard) son tan
irreales como las confusiones que los originan. En la Hinge Epistemology
se dan cita las viejas políticas deflacionarias de las terapias anti-filosóficas
y anti-epistemológicas postwittgensteinianas (eso sí, sin la pesada carga
de una teoría que identifica significado y uso) con un respeto al marco
racional (posiblemente heredado de Wright) que previene derivas con-
tractualistas y animalistas.
Es, precisamente, dicho procedimiento terapéutico, mejor dicho, los
presupuestos sobre los que se sostiene: que la aparente inteligibilidad del
escepticismo es el resultado del embrujo ejercido por concepciones filosó-
ficas sofisticadas, que, abandonadas a sí mismas, nuestras prácticas episté-
micas cotidianas y nuestra noción común de racionalidad epistémica son
intrínsecamente transparentes (en una dirección anti-escéptica), lo primero
que arroja dudas sobre la Hinge Epistemology. En palabras de Wright:
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 55

Si la presuposición de que existe un mundo material externo fuese real-


mente constitutiva de nuestra concepción de una investigación empírica
racional, entonces debería existir algún tipo de ininteligibilidad en el cuestio-
namiento escéptico de la racionalidad de dicho presupuesto, ininteligibilidad
que contradiría el sentido de paradoja que los mejores argumentos escépticos
generan […] Es imprescindible que el defensor de esta tercera vía [de la con-
cepción moderada de Coliva] explique cómo es posible que, pese a tratarse de
rasgos constitutivos de nuestro concepto de investigación racional, dichos
aspectos resulten lo suficientemente opacos para los usuarios del concepto
como para que prima facie puedan ser coherentemente cuestionados (Wright,
2012: 479).

Esta sospecha puede desarrollarse en varias direcciones. Considere-


mos, en primer lugar, el valor del argumento trascendental de Coliva.
Concedámosle validez, incluso, a su premisa básica: la inclusión de la pre-
suposición de los goznes en la noción común de racionalidad epistémica.
¿Qué demuestra el argumento? Como mucho, se limita a hacer explícita
una conexión implícita, o, en palabras de Strawson, y al igual que sucede
con todos los argumentos trascendentales, elucida «las conexiones entre los
elementos estructurales más importantes de nuestro esquema conceptual»
(Strawson, 1985: 17). Lo que el argumento demostraría es, por tanto, que
la agencia depende de nuestro compromiso con los goznes, que debemos
creer en ellos para actuar racionalmente. Lo que no demostraría es que sean
verdaderos. Tampoco que su verdad sea condición de posibilidad de la
agencia racional. Menos aún, que dispongamos de razones para conside-
rarlos verdaderos más allá del hecho de que para que la racionalidad sea
posible tenemos que actuar como si fuesen verdaderos. Dicha confianza
definiría la conducta racional, pero eso queda muy lejos de hacer de ella,
además de confianza en la racionalidad, confianza racional en la racionali-
dad. Pero esto no es otra cosa que naturalismo, naturalismo que, como
bien vio Strawson, abraza el proyecto trascendental «de investigar conexio-
nes» (Strawson, 1985: 17).
En segundo lugar, resulta evidente que la inteligibilidad del escepti-
cismo depende de la aceptación de la noción común de racionalidad
epistémica. Lo que no es evidente es que los requisitos que está incluye
sean tan débiles (o que se encuentren tan circunscritos) como los que
Coliva describe. ¿Qué significa que la creencia en los goznes está inclui-
da en la noción común de racionalidad epistémica? Que toda investiga-
ción racional se realiza en referencia a dicho marco de «compromisos
gozne», y que es exclusivamente evaluable, como justificada o injustifi-
56 Modesto Gómez-Alonso

cada, dentro de y en virtud de ese marco. El problema es que la noción de


justificación se encuentra esencialmente vinculada a la de verdad, es de-
cir, que una creencia racional es aquella basada en razones que hablan a
favor de su verdad, que posee peso epistémico en la medida en que se
apoya en razones con una direccionalidad específica. Pero el concepto de
verdad no admite relativización alguna, no es aplicable con cualificacio-
nes del tipo «verdadero dentro de nuestro marco» o «verdadero de acuerdo
con nuestra cosmovisión». Lo que significa, a su vez, que la noción de
justificación es también absoluta, y no relativa, y que uno no está justifi-
cado en creer que P «en referencia a nuestro marco de presupuestos» o
«de acuerdo con nuestras convicciones fundamentales». Lo que justifica
a una creencia es su peso epistémico, peso que se otorga, no en referencia
a nuestras convicciones, sino en referencia a su proximidad a la verdad.
La Hinge Epistemology amenaza, por tanto, o bien con desconectar com-
pletamente las nociones de justificación y de verdad, rindiendo así inin-
teligible el concepto ordinario de justificación, o, en su defecto, con re-
construir la noción de verdad de acuerdo a paradigmas constructivistas
y anti-realistas, proyectando al sentido común una concepción de ver-
dad «en minúsculas» que el hombre ordinario está lejos de suscribir,
comprometiéndose con «re-conceptualizaciones» filosóficas problemá­
ticas,20 y endorsando una variedad sofisticada de idealismo con el fin de
evitar la tendencia racional natural que conduce al escepticismo. Todos,

20 De hecho, esto implicaría que, después de todo, la Hinge Epistemology no propone


una undercutting strategy, sino una overriding strategy en su respuesta al escepticismo.
Duncan Pritchard distingue ambas estrategias señalando que, mientras la primera trata
de mostrar que la paradoja escéptica no es genuina, y que, por consiguiente, puede resolv-
erse apelando a nuestras nociones ordinarias y acusando al escéptico de «importaciones
filosóficas» dudosas (Pritchard clasifica su propuesta dentro de esta categoría), la segunda
responde al escéptico mediante alguna forma de revisionismo filosófico (revisando, por
ejemplo, nuestro concepto ordinario de conocimiento racionalmente fundado, y reempla-
zándolo por un concepto externista) que, en último término, concede que la paradoja
escéptica es genuina de acuerdo con los presupuestos de sentido común (y que, por eso, es
necesario rectificarlos filosóficamente). Si, para responder al escéptico, tuviésemos (tal
como señalamos arriba) que re-interpretar el concepto ordinario de verdad, y reempla-
zarlo por una construcción idealista, entonces el reto escéptico sería genuino. De acuerdo
con los propios parámetros de la Hinge Epistemology, esta se encontraría dialécticamente
a la defensiva, sería una posición no natural sobrecargada de compromisos filosóficos
sospechosos. Cf. Pritchard (2016: 4).
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 57

precios excesivos que ponen en cuestión las motivaciones y la coherencia


de la teoría misma.21
En tercer lugar, las consideraciones previas nos permiten identificar el
punto exacto que otorga sentido al escepticismo: la vinculación de las no-
ciones de verdad, peso epistémico y racionalidad de las creencias. Esta vin-
culación es válida con independencia de cuál sea el estatus que una creen-
cia ocupa en nuestro sistema de convicciones, de modo que, dado que el
peso epistémico (y la racionalidad) de una creencia empírica se mide en
relación con su verdad, y que la falsedad de las «proposiciones gozne» (que
es, en concordancia con los «epistemólogos de goznes», metafísicamente
posible) cancelaría el peso epistémico de cualquier creencia empírica (y
cuya mera posibilidad de falsedad basta para restarles peso epistémico y
justificación), el proyecto de validación de los goznes con el objeto de vali-
dar nuestras creencias empíricas es cualquier cosa menos absurdo. Cabría
decir, en este sentido, que Pritchard y Coliva limitan arbitrariamente las
exigencias que nuestra noción común de racionalidad epistémica incluye,
y que lo hacen a partir de una confusión conceptual entre las condiciones
que hacen posible nuestra actuación epistémica (la confianza en los goznes)
y las condiciones que harían que dichas prácticas fuesen racionales (la vali-
dación de los goznes). Es verdad que es nuestra confianza en los goznes lo
que nos permite actuar epistémicamente, pero esa confianza, en sí misma,
no les confiere racionalidad alguna a nuestras prácticas: podría tratarse de
un hecho psicológico bruto, o de una aceptación por defecto de la raciona-
lidad de esas prácticas, aceptación que podría obedecer a cierta ceguera
racional por nuestra parte. En cualquier caso, la noción común de raciona-
lidad, constitutivamente objetiva, trasciende las condiciones de la práctica
epistémica, revirtiendo naturalmente sobre las mismas. No se encuentra

21 Coliva, consciente del dilema, opta por una concepción anti-realista de la verdad.
El problema es que dicha concepción contradice tanto su interpretación explícitamente
realista de qué significa nuestro compromiso con los goznes (asumimos su verdad, sin
«enmarcaciones») como su crítica a Wright, que depende de la supuesta imposibilidad de
una garantía para la verdad (con mayúsculas) de los goznes. Coliva, además, acepta la
posibilidad metafísica de que los goznes sean falsos, falsedad que, por lo que entiendo, es
falsedad en absoluto. Todo ello indica una ambigüedad sistemática respecto a la noción de
verdad, resultado, por otra parte, del carácter no relativizado que dicha noción posee
naturalmente.
58 Modesto Gómez-Alonso

ceñida a un marco, por muy universal que sea y por mucho que no poda-
mos actuar o deliberar sin darlo por supuesto. La dirección externista y
objetivista del concepto ordinario de justificación racional es, simplemen-
te, un hecho que amenaza con escindir racionalidad y acción. Curiosamen-
te, los «epistemólogos de goznes» no habrían extendido la racionalidad al
incluir los goznes, sino que la habrían reducido dramáticamente, hacién-
dola rea de compulsiones animalistas. Si la verdad no es relativa, la justifi-
cación tampoco.
Pero, en cuarto lugar, si las condiciones de posibilidad de la actuación
son menores que las condiciones que le conferirían racionalidad, no hay
vinculación alguna entre agnosticismo reflexivo y convicción natural. Lo
que cancela cualquier motivación para una reconstrucción del espacio con-
ceptual mediante la adición de una tercera categoría de asentimiento entre
la creencia y la confianza animal, y muestra que el «problema de Oblo-
mov» es un pseudoproblema.
Lo que las consideraciones previas nos permiten concluir es que,
como mucho, y en la medida en que los argumentos de la Hinge Episte-
mology ni proporcionan razones para pensar que los goznes son verdade-
ros ni consideran la cuestión de cuál sea la situación cognitiva real del
agente, esta teoría se limitaría a proporcionar una justificación subjetiva
de nuestras convicciones fundamentales, justificación que no se adapta al
tipo de respuesta que el escepticismo exige. Pero, como resulta evidente,
ni siquiera dicha justificación subjetiva se encuentra al alcance de la teo-
ría: su concepción circunscrita de la racionalidad la impide. En último
término, las únicas razones en las que el constitutivismo se apoya son la
no-opcionalidad del juego epistémico y el hecho de que el sujeto no pue-
de actuar o deliberar sin presuponer el marco de «convicciones gozne».
Lo primero es algo que el naturalista enfatiza y que el escéptico no niega:
sin embargo, ambos coinciden en que dicho hecho no confiere raciona-
lidad a nuestras prácticas. Lo segundo, en caso de que se tratase de una
apreciación diferente, no nos proporcionaría razón alguna para refrendar
reflexivamente ese marco.
Es necesario subrayar, sin embargo, una virtud importante de la Hinge
Epistemology. Aunque es verdad que la racionalidad de los goznes no pro-
cede ni de nuestra convicción ni de que sean constitutivos de la agencia, el
estatus lógico que tales objetos de convicción desempeñan en nuestro es-
Wittgenstein y el impacto de «Sobre la certeza» en la epistemología… 59

quema conceptual los convierte en los contenidos sustantivos de una racio-


nalidad reflexivamente re-poseída. En este sentido, los «epistemólogos de
goznes» habrían trazado un mapa desde dentro de los objetos de la razón.
Esto es lo que explica por qué la a-racionalidad de los goznes significaría el
desmoronamiento mismo de la aplicación del concepto de racionalidad,
consecuencia que, sin embargo, no es lo que les confiere racionalidad. Los
contenidos de la razón, la racionalidad misma, han de ser reclamados ob-
jetivamente para no ser un mero espejismo.
Si el análisis que hemos realizado es correcto, no parece que las res-
puestas al escepticismo inspiradas en Wittgenstein hayan tenido éxito.
Consecuencia que revierte negativamente sobre la fuente de inspiración.
Wittgenstein habría hecho explícitos nuestros compromisos implícitos,
habría extendido y otorgado contenido sustantivo a los objetos de la racio-
nalidad epistémica, habría, por tanto, exorcizado el fantasma de la priori-
dad racional de lo interno:22 lo que no habría hecho es proporcionar herra-
mientas adecuadas para la justificación de nuestras «creencias gozne» y
para la resolución de la problemática escéptica.
¿Significa eso que estamos condenados al escepticismo? Solo en la me-
dida en que concedamos al escéptico la posibilidad racional (por muy im-
probable que sea) de que todas nuestras convicciones fundamentales sean
falsas. ¿Significa que Wittgenstein ya no tiene nada que ofrecer frente al
escepticismo? Bastaría considerar su reticencia a confundir los productos
de la imaginación y los resultados de la razón, y los textos de Sobre la certe-
za que sugieren la negación (sin implicaciones fenomenalistas) de la tesis de
la falsificación, para que una respuesta afirmativa no resulte obvia. Sin em-
bargo, ese es un capítulo en la historia de la influencia de Wittgenstein en
la epistemología que todavía está por escribirse.

22 Hablo de la cancelación de la «prioridad racional» con plena conciencia, y la con-


trapongo a la cancelación de una «prioridad en el orden de descubrimiento epistémico».
Mientras el primer aspecto, que también compartió Descartes, es un éxito importante en
epistemología, y amplía correctamente los contenidos racionales, la segunda cancelación
(que, posiblemente, Wittgenstein también aceptó) ni permite extender el reto escéptico
hasta sus límites últimos ni descubrir, por ello, el punto exacto donde su política de nega­
ción se vuelve absurda. Cf. Gómez-Alonso (2017: 17-38).
60 Modesto Gómez-Alonso

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