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1) El período comprendido desde principios del siglo XX hasta la década de los 40,
período en el cual la atención se enfoca en la reconstrucción de los hechos para la
explicación de los procesos monetarios y fiscales, esto con el fin de atenuar el posible
efecto negativo que el desconocimiento del pasado puede tener en la ejecución de la
política económica.
2) Entre los años 40 y la década del 70, en el cual se empieza a dar un marco teórico
definido a las investigaciones, entrando a tomar importancia el debate entre
materialismo histórico, el enfoque de la teoría neoclásica del desarrollo, la teoría post-
keynesiana del desarrollo y los postulados de la CEPAL y el dependentismo. La
producción en este periodo se caracteriza por su significativo aumento en relación al
periodo anterior. Los temas que mayor relevancia toman son aquellos concernientes al
desarrollo agroexportador y la formación institucional, política y económica alrededor
del proceso. Por otro lado, los desarrollos en materia fiscal desde la perspectiva
keynesiana son importantes en este periodo.
Ahora bien, luego de analizar los diferentes caminos para establecer un diálogo entre
la historia y la economía, es preciso examinar con detenimiento la producción
historiográfica del país y por qué, de acuerdo con Jesús Bejarano, las últimas décadas
han significado una crisis fundada en el cambio de paradigma.
Así las cosas, la realidad tanto de la historiografía nacional como internacional está
caracterizada por la dispersión, la fragmentación y el desplazamiento hacia creaciones
intelectuales e historia local. En este contexto, parece difícil mantener una actitud
analítica o defender la necesidad de comprender un orden global, debido a que la
realidad condiciona y limita cada vez más toda disciplina académica. De este modo,
escondido tras un cambio temático se observa cada vez con mayor frecuencia una
trivialización del conocimiento y en otros casos una franca frivolidad, no obstante, el
estrago más grande que se ha propiciado es la segregación de la historia de las
ciencias sociales.
Si bien es posible especular frente a las diferentes causas que han devenido en la
crisis de la producción historiográfica, en este caso se optará por desarrollar las cuatro
razones que Bejarano expone para caracterizar el cambio de perspectiva en la
investigación historiográfica. En primer lugar, lo que él llama la “despolitización”, es
decir, el derrumbe de las utopías que en otros tiempos guiaron las preguntas que la
historia debía responder, por el contrario en la actualidad, con la expansión de la
globalización se homogeneizaron los modelos de desarrollo y la tensión política no es
equiparable a los tiempos de la Guerra Fría; en segundo lugar, el “desencanto
generacional”, que hace referencia a las expectativas pesimistas de lograr una
transformación social, que va de la mano con el ambiente político que se percibía en
épocas como los años 70 y 80, donde cabía la idea de encontrar una alternativa al
modelo de desarrollo capitalista y, al no realizarse, las preocupaciones académicas
tomaron otros caminos.
Un claro ejemplo que permite ver la relación entre historia y economía en nuestro país
y que deja en claro cómo la perspectiva ortodoxa ha irrumpido en el quehacer del
historiador es el caso del Banco de la República y, más precisamente, la cuestión de la
moneda, concepto intrínsecamente relacionado con el banco y uno de los temas
centrales dentro del campo analítico de la Escuela de Regulación. Cabe anotar que en
numerosas obras referentes a su creación y posterior desarrollo, se muestra la figura
del Banco Central como una institución instaurada en la historia local, se deja a un
lado el carácter totalizante que de por sí sustenta dentro del marco político
colombiano, su componente global y su análisis se limitan a una cuestión meramente
nacional, lo que lo hace parecer como un tema con poca trascendencia en el ámbito
social.
Como se hizo notar, desde su creación en 1923, el Banco Central de Colombia estuvo
basado en el seguimiento de los cánones de la teoría económica ortodoxa, muestra de
ello fue su fundación por medio de la misión Kemmerer en julio del mismo año y
aunque la génesis del Banco Central obedeció a la necesidad de atraer mayor
inversión extranjera, solventar la carencia de liquidez y permitirle a Colombia ingresar
al mercado crediticio internacional, “fueron las razones básicas vinculadas a la
necesidad de darle autonomía a la labor de emisión y de contar con una autoridad
monetaria, las que llevaron a su creación” (Ortega, 1990).
Con todo esto, es fácil ver el carácter normativo que tiene el Banco, su independencia
se plantea como el principio central de un nuevo orden monetario internacional y, de
acuerdo con Aglietta y Cartelier (2002), es ésta misma la que permite que hoy en día
la legitimación de la institución monetaria pase por una transferencia de soberanía
nacional y democrática, basada, principalmente, en el argumento de que el Banco
Central debe velar por el poder adquisitivo en la economía, esto es, el control de la
inflación. Si bien la función del Banco Central estuvo sujeta a los límites impuestos por
la legislación nacional, paulatinamente la política monetaria en Colombia gozó de una
mayor autonomía a partir de la mitad del siglo pasado con las reformas implementadas
en 1951 y es esta última cuestión la que entra en discusión con la perspectiva
heterodoxa, la autonomía del Banco Central es una visión instrumentalista de la
moneda entendida como objeto, pues deja en un segundo plano el papel fundamental
que ésta desempeña en las relaciones sociales.
Bibliografía