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Ser un refugiado es tener que salir de tu país y encontrar una puerta que se abre
y te dice: “Bienvenido, aquí te vamos ayudar.”
“Vine a Ecuador por la situación violenta de Colombia. Escogí este país para huir
de los sicarios, de la violencia, de los robos. Aquí me siento más tranquilo. Sin
embargo, ser colombiano en otro país no es fácil. Se ha creado un estereotipo
que nos asocia con drogas, sicarios, robos o delitos. A pesar de eso, hay gente
muy buena que nos dice: “los colombianos son buenos trabajadores, hablan
mucho y saben envolver a la gente”. Eso es lo que yo procuro, que la gente me
mire con aprecio. Desde que llegué a Ecuador me he dedicado a preparar y
vender perfumes, es algo que aprendí a hacer acá. Ahora sueño con tener mi
propio almacén y distribuir mis productos en tiendas, supermercados, centros
comerciales y darme a conocer en todo el país. Otro proyecto que tengo en mente
es crear un perfume con nombre quechua, a base de unas flores que encontré en
una reserva del país. Mi experiencia en Ecuador ha sido muy enriquecedora. Me
ha dado la oportunidad de conocer gente valiosa de gran calidad humana. En las
peores situaciones he comprendido que no estoy solo, que hay personas que te
aprecian y por las que yo también guardo aprecio. Esas personas en cualquier
momento te van a dar una mano. De este país valoro, además, su cultura. Los
ecuatorianos no pierden sus raíces. Me encanta ver cómo los indígenas visten sus
trajes tradicionales y hablan sus dialectos de origen, aun cuando viven en las
ciudades grandes. Toda esta vivencia me ha hecho reflexionar. Para mí, ser
refugiado ha sido tener que salir de mi país y encontrar una puerta que se abre y
te dice: “bienvenido, aquí te vamos a ayudar, aquí no vas a tener los problemas
que tuviste y vas a salir adelante porque vamos a estar pendientes de ti”. Aunque
la situación económica es difícil, tengo lo más importante: lo moral, lo
sentimental y la gente que te tiende la mano cuando más lo necesitas.
Actualmente vivo con mi pareja. Tengo su compañía y apoyo. Él es como un motor
que me hace crecer más y me alienta a salir adelante. Aunque nuestra orientación
sexual es distinta a la mayoría y provoca controversia, pues hay gente que me
dice que Dios creó al hombre y a la mujer para que sean pareja, yo solo creo que
Dios nos creó iguales. Si pudiera cambiar quien soy, no lo haría. Yo me acepto y
me quiero tal y como soy. Sé que mi pareja me quiere. Lo sé por la forma en que
me mira, por la manera en que me habla. Porque en la mañana me dice:
“desayunemos juntos” o cuando me ve salir de casa me reclama “¿se le olvida
algo?” yo me devuelvo y me da un beso y un abrazo. Eso es lo que realmente me
importa”.
JEAN (Haití)
La migración es algo que cualquier ciudadano del mundo puede experimentar en un momento
de su vida. Se trata de dejar tu país y convivir con una cultura diferente. Significa sumergirse en
una nueva realidad y levantarte cada vez que te caes.
Para mí ser una persona migrante significa progresar, me siento una mujer ejemplar para la
familia, para nuestro país.
“Mi madre murió cuando yo tenía 12 años y me quedé a cargo del cuidado de mis tres hermanos;
la más pequeña tenía dos años. Comencé a trabajar desde entonces. Con el paso de los años, las
ganas de viajar y conocer otro país estaban latentes. Pero tuve una hija y luego una nieta a las
que no podía dejar. Sin embargo, un día decidí migrar y antes de irme me aseguré de dejarles
un techo. Pensaba que si algo me pasaba, ellas no debían sufrir como yo lo hice de niña. Me fui
en la época de la crisis económica ecuatoriana. Yo también fui víctima de esa crisis. Perdí los 300
000 sucres que había ahorrado para pagar la deuda de la casa. Fue entonces que tomé una
decisión: salir del país. Mucha gente se iba para España y Estados Unidos. Pero, aunque mucha
gente se iba, salir no era fácil. Mi hermano me ayudó con el contacto para una carta de
invitación. El dinero para el pasaporte me lo prestó una señora del trabajo. Compré el pasaje y
tres días antes de viajar le conté a mi hija que me iba. El día de la despedida no quise llorar, pero
cuando el avión estaba alto y veía las casas pequeñitas, se me fueron las lágrimas. Solo pude
pensar que me iba por alguna razón importante, así fuera para morir en otro país. En la cartera
llevaba 500 dólares, ese era mi capital para subsistir. A los dos meses encontré trabajo. Mi
sobrina que vivía en España y trabajaba en una casa; la madre de su empleadora padecía de
Alzheimer y me contrataron para que la cuidara. Ahorré y reuní lo suficiente para pagar la deuda
de la casa y enviar dinero a mi hija. De España me encantó la comida, como el jamón y el cocido.
Además, cuando estás fuera, haces muy buenas amistades. Me hice amiga de romaníes,
marroquíes, polacos, indonesios, peruanos, bolivianos, colombianos, costarricenses,
dominicanos, con quienes conversábamos de nuestros países, de nuestras costumbres. Yo era
muy amiguera. Saludaba con todos y hacía amistad muy fácil. A los ecuatorianos nos quieren
mucho porque somos muy trabajadores. Se refieren a nosotros como gente muy cariñosa. Claro
que fue allá en donde aprendí a dar dos besos y eso sin importar el color o la procedencia de la
persona. Aporté a España con mi trabajo, entregué mucho amor y confianza. A los abuelos que
cuidaba les daba abrazos y ellos me decían: “que cariñosos que son los latinos”. Pero además,
ahorré. Con todo lo que sufrí en mi infancia aprendí a valorar el dinero. Y desde lejos aprendí a
dar más valor a mi familia. Me di cuenta de que nuestro país es un paraíso que lo tiene todo. Por
eso, mi contribución con mi provincia y mi gente fue aportar con el dinero de las remesas, algo
que procedía de todo mi esfuerzo. En 2008 regresé a Ecuador, tras la terrible noticia de que mi
hermano había fallecido. Por problemas familiares perdí el dinero que había enviado para
ahorrar. Así que regresé a España, pero allá la crisis había tocado piso y no se conseguía trabajo
muy fácil. Incluso comencé a migrar dentro de España en busca de empleo. Conseguí algo en
una empresa de cuidado con un contrato de un año. Con todo lo que he vivido puede decir que
migrar es progresar. Me siento una mujer ejemplar, para la familia y para nuestro país. En 2012
decidí regresar temporalmente porque empecé a tener problemas de salud. En realidad yo
estaba muy enseñada allá, pero luego mi salud empeoró, me diagnosticaron artritis y no pude
volver a España. Mi intención no era quedarme, quería estar allá dos años más para poner un
negocio y ayudar a mi familia. Ahora sé que no puedo regresar allá porque tampoco hay trabajo.
Mi retorno ha significado seguir trabajando. Actualmente estoy haciendo productos de soya y
quiero montar mi propio negocio, por lo que sigo buscando capital. Ahora que estoy aquí le digo
a mi hija: “tenemos que trabajar para que nuestro país salga adelante”, nuestro país es rico,
todo lo que se siembra crece. Es un paraíso. Si todos valoráramos todo lo que tiene nuestro país,
a pesar de ser tan pequeño, nuestro país fuera mucho más rico. Y a pesar de todas las
dificultades, tengo a mi familia. A pesar de mi enfermedad, madrugo todos los días. Hago
ejercicio y preparo la leche de soya tres días a la semana: martes, jueves y sábado. Es difícil, pero
todos los días, hago de cuenta que no estoy enferma y sigo adelante”.
MÓNICA (Ecuador)
El migrante se convierte en un nuevo ser más valiente, capaz de ponerse en los zapatos de
otros y dar apoyo sin juzgar.
Decidí ir a España porque pensaba que sería más fácil estudiar en un país que tuviera el mismo
idioma. Con la crisis ecuatoriana, ir al otro lado del Atlántico parecía ideal. Incluso tenía a una
conocida de mi madre que vivía allí y me podía ayudar a arrancar. Recuerdo el miedo que tuve
al entrar a Europa. Ingresé por Amsterdam y tuve que explicarle el porqué de mi entrada al
funcionario de migración del aeropuerto y además en inglés. No entendía lo que ponían los
letreros y veía a compatriotas asustados y con riesgo de deportación. Fue una sensación de
persecución como la de la Alemania nazi. “Ser migrante es dejar tu lugar de residencia, tu casa
y tu cama calentita; dejar el cariño de mi papá e ir a otro país. En mi caso fue España. Todavía
recuerdo cuando una mañana desperté en un hotel del barrio de Príncipe Pio en Madrid, era
1999 y las hojas caían al pie del Manzanares en medio del aire frío del otoño. Mi proceso fue
emocionante, de muchas expectativas, sueños, ilusiones, deseos y ganas de superación
personal. Una experiencia que cambió mi vida de manera radical y absoluta. Ahora soy doctora
en Psicología Jurídica, estuve casada con un español, con quien tuve a mi hijo Isaac que ha sido
la mejor cosecha de mi estadía en España. Pero en ese entonces, cuando recién llegué no fui
doctora, sino asistente de hogar. Limpiaba una casa muy grande, cuidaba a tres niños y atendía
a dos adultos. Mi meta era estudiar un master en Dirección de Recursos Humanos, pero antes
debía ganarme la vida. Incluso hice un curso para cajera en supermercados y sufrí racismo,
xenofobia y discriminación. Además sentía mucha nostalgia, pues extrañaba a mi familia. Mi
abuela murió de pena porque yo no podía volver a casa mientras se legalizaran mis papeles. Ser
migrante fue sentir de cerca el disgusto de las españolas porque les quitábamos el trabajo;
porque trabajábamos por menos dinero; porque éramos dulces y cariñosas y los hombres nos
miraban de otra manera. Para ser migrante hay que convertirse en un nuevo ser más valiente.
Capaz de ayudar y comprender a tus semejantes. De ponerse en los zapatos de otros y apoyar
sin juzgar. Lo curioso es que nunca dejaré de ser migrante. Porque al retornar a Ecuador, había
pasado tanto tiempo que me convertí en extranjera para mis familiares y amigos a tal punto que
volví a vivir en mi propio país el mismo proceso que cuando llegué a España. Es increíble pero
hasta añoro España, porque a pesar de tanta resistencia me acogió y se convirtió en mi hogar.
La búsqueda de trabajo fue dura. Quería ejercer mi profesión pero como era una profesional
muy joven había pocas posibilidades. Estuve en una mueblería por casi nueve años. Después de
que me doctoré en España y regresé a Ecuador también fue difícil porque excedía el límite de
edad para que me contrate el Estado. Hice grandes esfuerzos por acostumbrarme a la vida
española. A manejar horarios tan absorbentes en un ritmo de vida tan acelerado. A pesar de las
jornadas laborales extensas, me di tiempo para estudiar inglés, computación y luego el máster.
Cuando llegué allá ya era profesional en Psicología. Estaba sobrecalificada para el tipo de
trabajos que realicé. Pero eso me ayudó a fortalecer el crecimiento profesional de algunas
mujeres españolas que apenas habían terminado la educación básica. La migración también
tiene un aporte significativo para el desarrollo del Ecuador. Nuestras remesas levantaron a un
país en crisis. Además de que hemos aportado una cultura más diversa y educada. Por ejemplo,
a Pichincha hemos retornado personas muy cualificadas en nuevos empleos para asumir
responsabilidades de un país más organizado y desarrollado. Actualmente doy talleres de
Renovación Personal y Economía del Hogar, son talleres mixtos que ayudan a las personas a
fortalecerse psicológicamente y a elaborar productos; tanto de higiene personal como de aseo
del hogar, tanto para autoempleo como para consumo en el hogar. Me encanta trabajar con la
gente, en especialmente con personas en contextos de movilidad humana. Después quisiera
formar una asociación de trabajo con personas en esta situación para mejorar su calidad de vida.
Asimismo pretendo continuar dictando talleres de fortalecimiento personal y autoestima”.
VIVIANA (Colombia)
Ser migrante es tener una segunda oportunidad y ser refugiada es empezar una nueva vida.
“Mi esposo y yo trabajábamos en una finca en el Quindío, en Colombia, pero allí tuvimos
problemas con el conflicto armado. Por eso él se desplazó primero. Llegó a Ecuador hace ocho
años. Yo seguí en el Quindío con mis tres hijos. En 2011 el conflicto armado continuaba, así que
decidí venirme también; pero no teníamos los recursos para traer a mis hijos. Ellos se quedaron.
Mi esposo consiguió trabajo en una finca en la Costa. Me habló del tema del refugio, pues él ya
lo había solicitado. Le habían entregado el carné de solicitante pero lo perdió. Sin embargo,
retomamos el proceso y a los seis meses nos dieron una visa de refugio. Pero antes de eso
pasamos una serie de situaciones penosas. Cuando llegué los empleadores de mi esposo no
permitieron que yo me quedara. Vinimos a Quito e intentamos dormir en hostales, pero
resultaba muy caro. Pasamos varias noches en unas sillas fuera del Condado Shopping, pero
aquello era peligroso. Lo pasé realmente mal. Conocimos a un colombiano que nos habló de una
organización que ayudaba a refugiados. Fuimos y nos recomendaron un albergue. Aquello fue
traumático: estaba sucio, la comida dañada, los niños lloraban de hambre y sus padres los
calmaban con pan duro, coladas de leche cortada y jugos de fruta podrida. A los 15 días de estar
en el albergue, llegó la señora Margarita, preguntando por gente colombiana que quisiera
trabajar en su restaurante en la vía a Machachi. La oferta incluía 300 dólares libres al mes,
comida y un techo para dormir. Aquello parecía maravilloso, incluso nos salían las cuentas para
mandar dinero a nuestros hijos en Colombia. El restaurante era uno de esos comedores para
camioneros en medio de la nada. Al principio todo fue bien, pero poco a poco la situación
cambió. Comenzábamos la jornada a las 05h00 y terminábamos a las 23h00. Nos dejaban un
pedacito de carne, una rabadilla o un huevo para comer. La casa era grande y ahí nos
acomodábamos ocho colombianos adultos y seis niños. De repente un día nos quitó los
colchones. Si nos enfermábamos era terrible porque nos bañábamos a las 04h00 y con agua fría.
Si faltábamos nos descontaba el salario; también nos descontaba 12 dólares si rompíamos un
plato, un vaso… Lo más difícil fue cuando decidió que el trabajo que hacía mi marido ya no le
gustaba y que si quería comida para él, yo tenía que hacer el trabajo de los dos. Mis jornadas
fueron desde las 04h00 hasta el cierre. Con suerte mi marido consiguió otro trabajo en una
empresa cercana. Allí trabajaba desde la 01h00 hasta las 17h00. No le hicieron contrato, por lo
tanto no estuvo afiliado al IESS y recibía un salario de algo más de cien dólares. Un día vinimos
a Quito para renovar el carné de solicitante. Por la noche una patrulla de policía nos detuvo.
Dijeron que los papeles eran falsos y uno de los policías me dio una nalgada. “Las colombianas
solo sirven para putas”, dijo. Mi esposo reaccionó mal y a la final nos dieron una golpiza y nos
echaron gas pimienta. Un señor que pasaba por allí estaba grabando lo que sucedía, eso
ahuyentó a los policías. Pensamos poner una denuncia, pero, ¿para qué? Regresamos a
Machachi al restaurante y la señora no quiso pagarme. Busqué otro trabajo desesperada. Incluso
viajé a Santo Domingo. Las únicas ofertas eran de prostituta. Por su parte, mi marido seguía en
construcción, un trabajo durísimo y sin protecciones para su espalda. Levantaba piedras, bultos
y arenas a un quinto piso. Un día se le inflamó el nervio ciático y se quedó doblado. Yo estaba
desesperada, no sabía si la salud era gratis o había que pagar, ¡y yo sin trabajo! Días después me
encontré con una conocida del restaurante. Me ofreció trabajo en una discoteca que había
abierto hace poco. El trabajo incluía hablar con los clientes y bailar con ellos. Allí comencé a
ganar dinero. La situación era muy dura. Unos amigos colombianos nos recomendaron vender
habas en los buses. Mi marido comenzó en los que iban a Tambillo. En dos horas consiguió siete
dólares, más de lo que había hecho en construcción. A mí me daba vergüenza eso de vender en
los buses. En Colombia está mal visto, quienes venden en buses son extremadamente pobres o
delincuentes. Pero me di ánimo y comencé a hacer lo mismo. Gané nueve dólares, de los cuales
4,50 eran para mí (el resto era para el proveedor). Estuve tan feliz, no me podía creer. Desde
entonces es lo que hacemos, vender en los buses. Con esto hemos podido comprar ropa y
zapatos, desayunar, almorzar, llamar a mis hijos y mandarles una platita. Con el tiempo
aprendimos a cocinar nosotros mismos las habas y a montar nuestro propio negocio. Todos los
procesos migratorios son muy difíciles. Acá mucha gente pensaba que por ser colombiana era
prostituta. Y claro, hay mujeres que lo hacen por hambre. Si ves a tus hijos morir de hambre,
¿qué harías? Lo positivo fue descubrir cosas de mí que no sabía. Yo sabía que era una mujer
fuerte, pero aquí, en Ecuador, aprendí a rebuscarme con todo. Dejé de lamentarme y me di
cuenta de mi fuerza. Y lo que más deseo ahora es continuar estudiando Enfermería Geriátrica,
pues adoro a los viejitos y las viejitas. Yo siento que no hemos sido una carga para el país. Sólo
necesitábamos un empuje y en cuanto supimos cómo hacer para sobrevivir y para poder
contribuir con nuestros impuestos, nos pusimos manos a la obra. El anhelo de nosotros es llegar
a comprar una casa aquí. Y es que ser migrante es tener una nueva oportunidad y ser refugiada
es empezar una nueva vida. Ecuador le revive la esperanza a mucha gente que ya la había
perdido. Ahora es el colombiano el que huye, pero hay que entender que mañana pueden ser
los ecuatorianos”.
Persona en situación de movilidad humana: PSMH, persona que de manera voluntaria
o forzada, regular o irregular ha cambiado de residencia dentro o fuera de su lugar de
origen.
El contexto de movilidad humana: se refiere al entorno político, histórico, cultural, o
familiar, de la persona en situación de movilidad humana. Es decir se refiere
específicamente, aunque no exclusivamente, a los y las familiares de las personas
migrantes, a la comunidad de acogida y/o la comunidad originaria de migrantes,
refugiados/as, desplazados/as, otras.
Migración: La migración es un hecho social que hace referencia a los diferentes
movimientos de las personas de un lugar a otro y conlleva un cambio de una
delimitación administrativa y/o política.
Emigración: la salida de personas de su lugar de residencia.
Inmigración: la acción de ingreso de las personas a un nuevo lugar de destino
Migrante retornado, o migrante retornada: Se refiere a las personas que optan por el
regreso independiente o asistido al país de origen, de tránsito o a un tercer país basado
en la libre voluntad de la persona que regresa.
Solicitante de Refugio: Persona que solicita su admisión en un país como refugiado y en
espera de una decisión para obtener dicho status de acuerdo con los instrumentos
nacionales e internacionales aplicables.
Apátrida: El término puede hacer también referencia a quien renuncia voluntariamente
de su nacionalidad.
Refugiado, refugiada: Persona que con “fundados temores de ser perseguida por
motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u
opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa
de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país.”
Persona en situación de trata: persona que ha sufrido “La captación, el transporte, el
traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la
fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de
una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para
obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de
explotación”