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Segundo parcial de trabajos prácticos.

Alumno: Renzo. E Pesano, número de legajo 108204/9.


Cátedra de Historia General IV, FaHCE, UNLP.
Comisión A de trabajos prácticos, a cargo de Gastón
García.
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La primera consigna de la evaluación requiere una explicación de las


transformaciones y de la expansión ocurrida en tres espacios nacionales del oeste de
Europa a lo largo del siglo XVII: Holanda, Francia e Inglaterra.
Antes de abordar el desarrollo de los países propuestos caso por caso, sería
preciso señalar dos aspectos fundamentales del período.

1) La mutación de la sociedad occidental europea moderna es coetánea con


una mutación de las relaciones materiales a través de las que se produce
y distribuye la riqueza. Visto en retrospectiva, podemos hablar de un
proceso de acumulación originaria del capital: aquel por el cual se
escinde al trabajador de la propiedad de sus medios de producción,
puestos, de allí en más, al servicio de la reproducción ampliada del
capital y de la escisión que lo presupone (Marx, 2004: p. 893).
2) Importa contextualizar los cambios sociales y económicos en el marco de
una expansión colonial y comercial encabezada por España y Portugal.
Como consecuencia, el siglo XVI se vio signado por la recepción
europea de plata y oro, “catalizadores” del cambio social (Elias, 1982: p.
203). Ámsterdam era, hacia el siglo XVII, el eje de un sistema comercial
en el que se intercambiaba oro y plata por mercancías manufacturadas
(Wolf, 1987: p. 147).

Hacia el final del análisis, se pondrá de manifiesto la relación flagrante (ya


mencionada por Marx) entre ambos fenómenos de expansión de la frontera
productiva ad intra (cercamientos) y ad extra (colonización) del continente europeo.
Holanda fue la nación europea que ostentó “la primacía del comercio
internacional” luego de que, tras los conflictos bélicos del siglo XVI, se
independizara, trasladando la centralidad del nuevo Estado hacia la ciudad de
Ámsterdam y mejorando el rendimiento de sus flotas (Guenzi, 2007: p. 102). Más
allá de la presencia de un incipiente sector manufacturero, la evolución de la
sociedad holandesa hacia el capitalismo involucró una redefinición del sistema
colonial: la creación de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales aligeró los
costes de la empresa colonial ligándola a un conjunto de accionistas. Estableció
bases marítimas y gestionó la producción y el tráfico local sin intervenir de forma
directa en la gestión del territorio (v. gr. Java, Sumatra). La riqueza fluía a la Bolsa
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de Ámsterdam, sin la cual no podría explicarse el funcionamiento dinámico del


comercio con Asia (ib.: pp. 104-7).
El caso francés fue disímil al de los Países Bajos: la centralización estatal se
consolidó gracias a recursos provenientes en mayor medida del excedente agrícola
(antes que provenientes del comercio interoceánico) (Wolf, op. cit.: p. 150). A pesar
de que con Richelieu y Colbert hubo un intento de sistematización de las empresas
coloniales con relativos beneficios (teniendo en cuenta el comienzo tardío del
colonialismo francés) el “gran protagonista” del desarrollo económico en Francia
fue el Estado, que ejerció una política de protección aduanera e incentivó las
manufacturas (mercantilismo) (Guenzi, op. cit.: p. 112). La burocracia y el
dirigismo estatal fueron los orígenes, cuando no estrictamente económicos,
institucionales, que nos ayudan a comprender la evolución francesa a la modernidad
capitalista (ib.: p. 117).
El motor de la expansión inglesa del siglo XVII fue, al igual que en Holanda,
el comercio. Sin embargo, el autor estudiado propone que, a pesar de observarse allí
un despegue económico más lento, este fue más sólido y cimentó el despegue del
siglo XVIII, por las siguientes razones: primero, Londres fue sede de una red
comercial muy extensa que, habiendo penetrado en Asia a través de la India,
contaba con su mayor fuente de ingresos en el comercio triangular atlántico. Así, la
empresa colonial inglesa en América fue singular en dos aspectos: contó con el
“aprovechamiento” de mano de obra esclava, que redujo los costos laborales en las
plantaciones de algodón y tabaco y supuso la instalación de colonos protestantes que
se dedicaron mayoritariamente a la agricultura. Segundo, el debatido desarrollo de
una revolución agrícola, diversificando la producción e incrementando las
superficies cultivadas. Tercero, al igual que en Holanda, el desarrollo del sistema
financiero y crediticio, con la creación de la Bolsa de Londres (ib.: pp. 119-121).
Retomando a Marx, mencionado al comienzo, y vinculándolo, a modo de
conclusión, con la expansión colonial y comercial europea, así como con la
transformación social producida en los tres países analizados, podemos observar,
más allá de las claras diferencias señaladas al analizar cada uno en su singularidad
(mayor o menor incidencia del Estado, del comercio o la colonización), una
similitud fundamental: la violencia que se encubre tras la desposesión originaria de
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los medios productivos, se instrumente ya sea a través del proteccionismo francés1 o


de la expropiación de las tierras comunales del campesinado inglés. Y una pieza
clave en este proceso fue, precisamente, “el sistema colonial…[que] (P)roclamó la
producción de plusvalor como el fin último y único de la humanidad” (Marx, op.
cit.: p. 943). Una explicación del cambio social en los países señalados durante el
siglo XVII no podría ignorar, por lo tanto, la conformación del proletariado
asalariado moderno y la división internacional del trabajo que ella presupone.

El análisis de la sociedad cortesana realizado por Norbert Elias permite


distinguir una racionalidad apartada del tipo ideal que Max Weber utiliza para
describir a una sociedad profesional-burguesa. Pero, antes de enfocarme con
precisión en las características de la racionalidad que predomina en una sociedad
cortesana-aristocrática, creo conveniente precisar el marco histórico sobre el que
Elias basa su análisis. La corte francesa del siglo XVII se nos presenta como el
momento “clásico” de la sociedad cortesana y fue allí donde se conjugaron una
variedad de factores: 1) La figura de Luis XIV, que sienta la tónica del ceremonial
de la corte y que reordena y consolida su funcionamiento a partir de estructuras
heredadas. 2) El contexto económico de Francia en el siglo XVII, signado por la
devaluación del dinero y el alza de los precios. El rey es el único aristócrata que se
ve favorecido (considerando que, nominalmente, como representante y
personificación del Estado en un sistema de gobierno absolutista, es el beneficiario
de la fiscalidad ejercida por el propio Estado) (cf. Elias, op. cit., p. 119). Por lo
tanto, es posible señalar en el siglo XVII la inclinación a favor de la monarquía en la
lucha de poder entre ésta y las demás capas de la nobleza francesa (ib.: p. 203). Y
ello tendrá cierta preponderancia en la forma en que Luis XIV podrá administrar y
ejercer el poder dentro de la corte. 3) La centralización del ejercicio del poder en
una sede geográfica, París, y un espacio institucional de gran simbolismo, el palacio
de Versalles. Considero estos factores porque me parecen importantes a la hora de
comprender el funcionamiento de la estructura social cortesana tal como la describe
Elias, y también teniendo en cuenta la noción de Revel de la corte como un lugar de
memoria, en donde las prácticas estatuidas siempre tienden a la preservación de un
pasado idealizado (Revel, 2005: p. 145). Lo que coincide en cierta medida con la

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Para Marx, en Francia, gracias a Colbert “parte del capital originario del industrial
provenía directamente del erario público” (Marx, op. cit: p. 946, subrayado original).
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idea del perpetuum mobile con que Elias se explica la persistencia del
comportamiento cortesano basado en la etiqueta y el ceremonial, más allá de su
aparente nulidad de sentido o de función (Elias, op. cit.: p. 118). Y esto me lleva
directamente al punto de partida, en relación con la mentalidad cortesana, en donde
las relaciones interpersonales dentro de la corte funcionan a través de la coacción:
pero no la que ejerce el rey sobre sus súbditos sino, de forma indirecta, la que, por
cumplir con el ceremonial, ejercen los unos sobre los otros, pues el autodominio es
la clave para preservar el propio honor, que, a su vez, es aquello que distingue a los
nobles del resto de la sociedad. Y dicho honor, en una realidad social jerarquizada a
través de rangos escalonados, está directamente asociado a una concepción de lo
puro y lo sagrado, tal como lo explica Le Roy Ladurie (1993: pp. 88-9): he aquí que
nos atenemos a la presencia de una racionalidad cortesano-aristocrática, pues
actitudes aparentemente “nimias”, carentes de significado (el semblante, los gestos,
el orden en el que se entra a la habitación del rey por las mañanas) son cruciales a la
hora de preservar el reconocimiento y el rango del noble dentro de la “buena
sociedad”, un grupo que, en el ethos aristocrático, se distancia frontalmente de los
sectores inferiores. La observación de los demás, en el contexto cortesano,
acompañada de la autobservación que permite el dominio de los propios
sentimientos y de cualquier clase de intenciones inconscientes, es parte de un juego
constante por acceder a distintas oportunidades (escalonadas) de prestigio, en donde
la variable determinante es la distribución del favor y del afecto real. El rey se vale
del ceremonial y de la etiqueta como una herramienta de dominación y de control:
los utiliza para ejercer un poder que consiste, primariamente, en impedir que otros
nobles se articulen en su contra. Por lo tanto, debe dividirlos, y para lograrlo, sólo
tiene que asegurarse de que ellos se encuentren en estado de tensión y perpetua
vigilancia. Como todos los cortesanos dependen del rey en persona, existe una
fractura entre el honor y el prestigio otorgado por el rango y el honor y el prestigio
efectivos de contar con el favor real (razón por la que Luis XIV solía priorizar a
aquellos que no contaban con otra cosa que su favor, v. gr. ministros, antes que por
otros nobles, y de esa manera, los coaccionaba). Dentro de la estructura social de la
corte, en donde el honor está puesto constantemente a prueba ante los demás nobles
y el dominio personal y el de los demás sólo puede ser ejercido de forma indirecta y
simbólica, acercarse a la persona indicada podía ser una estrategia de acceder a
mayor prestigio, rango y dignidad (y por lo tanto, mayor poder sobre los demás).
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B I B L I O G R A F Í A:

GUENZI, Alberto, “La expansión europea en el siglo XVII”, en: DI


VITTORIO, Antonio (coord.), Historia económica de Europa, siglos XV-XX (2003).
Barcelona, Crítica, 2007. (Cap. II. “Consolidación de nuevas potencias: 1. Holanda,
2. Francia, 3 Inglaterra”, pp. 99-125.)
ELIAS, Norbert, La sociedad cortesana. Madrid, FCE, 1982. (Caps. V, VI y
VII.)
LE ROY LADURIE, Emmanuel, “La corte que rodea al rey: Luis XIV, la
princesa palatina y Saint-Simon”, en: Pitt-Rivers, J. y Peristiany, J. G. (eds.), Honor
y gracia. Madrid, Alianza, 1993, pp. 77-110.
MARX, Karl, El Capital (1867). Madrid, Siglo XXI, 1980. (Libro I, Cap.
XXIV “La llamada acumulación originaria” y selección de texto, pp. 891-895 y 938-
945.)
REVEL, Jacques, “La corte, lugar de memoria”, en: IDEM, Un momento
historiográfico. Trece ensayos en Historia Social. Buenos Aires, Manantial, 2005,
pp. 143-193.
WOLF, Eric, Europa y la gente sin historia. México, FCE, 1987. (Primera
parte. Cap. IV. “Europa, preludio a la expansión”, pp. 131-159.)

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