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JEAN-LUC NANCY EL INTRUSO «¢stoy, junto con mis semejantes (..]en los comienzos de una mutacén(.)e hombre comienza 9 sobrepasarinfinitamente al hombre (..) Se convierte en lo que es: el mas terorfio y perturbadortéc nico (...Jel que desnaturaliza y rehace la naturaleza, el que re crea la creacién, el que la saca de la nada y el que, quiz ‘welvaalevarla a a nada, El que es capa del origen y del fn ‘El intruso no es otro que yo mismo y el hombre mismo, No otro que el mismo que no termina de alterarse, a la vez aguza do y agotado, desnudado y sobreequipado, intruso en el mun- do tanto como en si mismo, inquietante oleada de lo ajeno, ‘conatus de una infinidad excreciente.» « (Jocques Derrida en Le toucher, Jean-Luc Nancy). JEAN-LUC NANCY es profesor de filosofia en la Universidad de eee me ee es Berlin, Entre sus obras, que reflejan un amplio espectro de intere ses filosdfcos, podemas mencionar La communauté désaeuvrée (1986), Lexpérionce de la liberté (1988), Corpus (1992),Le sens Piece tek Ceo Nese eet a eae IBN 84-610-0007-1 | Amorrortujeditores #raaseri0900 cai 8 3 z — z JEAN-LUC NANCY EL JEAN-LUC NANCY Amorrortu/editores Frans sare De Jean-Luc Nancy en esta coleccién La mirada del retrato La representacién prohibida Esta obra se beneficié del P.A.P. GARCIA LORCA, Programa de Publicaciones del Servicio de Coopers ign y de Accién Cultural de la Embajada de Francia en Espaiia y del Ministerio de Asuntos Exteriores francés. El intruso Jean-Luc Nancy Amorrortu editores Buenos Aires - Madrid Coleccin Nomadas Lindrus, ean-Lue Nancy © Editions Gaile, Pars, 2000, "Treduecién: Margarita Martinez (© Tudos los derechos de Ia edicién en castellano reservados por Amorrortueditores Espaa SL, CSan Andrés, 28 ~ 28004 Madrid, “Amorrort edtores S.A, Paraguay 1225, "piso -C1057AAS Buenos ‘sires ‘ww wamorrortucditores.com La reproduesién total o parcial de este libro en forma idéntica 0 mo- difcada por cualquier medio mecsnico, electrénico o informatio, incluyendo fotocopia, grabacién,digitalizacién o cualquier sistema de almacenamiento y recuperacién de informacién, no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Queda hecho el depsito que previene la ley n 11.723 Industria argentina. Mado in Argentina ISBN-10: 84.610-9007-1 ISBN-1: 978-84-610.9007.5. ISBN 2-7186-0589-1 Paris, edicin orginal Nancy Jean-Luc Bl intruso, - 1d, - Buenos Aires: Amorrortu, 2006. 56 p.; 20e12 em. -(Coleceiin Némadas) ‘Tradueciin de: Margarita Martinez ISBN 84.610.9007-1 1. Filosofia tia. Moral. Martine, Margarit, trad Titulo ‘CDD 100: 170 Impreso en los Tallores Graficos Color Bfe, Paso 192, Avellaned provincia de Buenos Ares, en agosto de 2006 Tirada de esta edicién: 2.000 ejemplares. No hay, en realidad, nada més miserablemente intitil y superfluo que el érgano llamado corazén, el medio més inmundo que hayan podido inventar los seres para bombear la vida en mé. Antonin Artaud! 1 En 84, n° 6-6, 1948, pag. 103, 7 Indice general 11 Elintruso 47 Post seriptum (abril de 2005) 49 Obras de Jean-Lue Nancy El intruso se introduce por fuerza, por sor- presa o por astucia; en todo caso, sin derecho y sin haber sido admitido de antemano. Es indis- pensable que en el extranjero” haya algo del in- truso, pues sin ello pierde su ajenidad. Si ya tiene derecho de entrada y de residencia, si es esperado y recibido sin que nada de él quede al margen de la espera y la recepcién, ya no es el intruso, pero tampoco es ya el extranjero. Por * Btranger en ol original. Bl rango de significados det ‘érmino es ampli, ya sea que se lo emplee como sustan- tivo o se lo utilice en forma adjetiva: es el extranjero, el que llega desde afuera, pero también el extraiio. Como sustantivo, puede significar «extranjeros, «extraiio» 0 «ajeno». Hemos optado por traducirlo como -extranjero» cuando el término entra en tensién con otro que remite a Ja Hlegada desde afuera: vel intruso>. Como adjetivo, y dads los diferentes contextos en que es empleado, opta- ‘mos por traducirlo como «ajenos, En relacién con otro tér- ‘ino asociado, étrangeté, preferimos «ajenidade a ssingu- laridad»; en este tiltimo caso no hay ambigitedad posible con sextranjeria-, que en el original aparcee como étran- wereté,(N. dela T) u Teax-Luc Nancy eso no es légicamente procedente ni éticamen- te admisible excluir toda intrusién en la lle- gada del extranjero. Una vez que est ahi, si sigue siendo extran- jero, y mientras siga siéndolo, en lugar de sim- plemente «naturalizarse», su Iegada no cesa 41 sigue llegando y ella no deja de ser en algin aspecto una intrusién: es decir, earece de dere- cho y de familiaridad, de acostumbramiento. En vez de ser una molestia, es una perturba- cién en la intimidad. Es esto lo que se trata de pensar, y por lo tanto de practicar: sino, la ajenidad del extran- jero se reabsorbe antes de que este haya fran- queado el umbral, y ya no se trata de ella, Rec bir al extranjero también debe ser, por cierto, experimentar su intrusion, La mayoria de las ‘Yeoes no se lo quiere admitir: el motivo mismo del intruso es una intrusion en nuestra correc- cién moral (es incluso un notable ejemplo de lo politically correct). Sin embargo, es indisocia- ble dela verdad del extranjero, Esta correccién moral supone recibir al extranjero borrando en 12 Ex wereuso el umbral su ajenidad: pretende entonces no haberlo admitido en absoluto. Pero el extran- jero insiste, y se introduce. Cosa nada facil de admitir, ni quiz de conecbir... 13. Yo ({quién, «yor?; esta es precisamente la pregunta, la vieja pregunta: cual es ese sujeto de la enunciacién, siempre ajeno al sujeto desu enunciado, respecto del cual es forzosamente el intruso, y sin embargo, y a la fuerza, su motor, su embrague o su coraz6n?), yo he recibido, en- tonces, el corazén de otro; pronto se cumpliran diez afios. Me lo trasplantaron. Mi propio cora- z6n (la cosa pasa por lo «propio», lo hemos com- prendido; o bien no es en absoluto eso, y no hay propiamente nada que comprender, ningin misterio, ninguna pregunta siquiera, sino la simple evidencia de un trasplante,” como dicen preferentemente los médicos), mi propio cora- * Salvo aqui, cada vez queen el texto se hace referencia al trasplante se utiliza el término groffe. En este caso se opta por un término menos eoloquial, puesto que es el que utilizan los médicos: transplantation, ol cual hace re- ferencia al proceso de trasplante del érgano completo y la reconexién del sistema de vasos que se le asocian. En francés, a diferencia del espatil, greffe se refiere tanto a 4 Bt wreuso Z6n, por tanto, estaba fuera de servicio por una raz6n nunca aclarada. Para vivir era preciso, pues, recibir el corazén de otro. (Pero, gqué otro programa se eruzaba enton- ces con mi programa fisiolégico? Menos de veinte aios atras no se hacian trasplantes, y sobre todo, no se recurria a la ciclosporina, que protege contra el rechazo del érgano trasplan- tado. Dentro de veinte afios seguramente se practicaran otros trasplantes, con otros me- dios, Se produce un cruce entre una contingen- cia personal y una contingencia en la historia de las téenicas. Antes, yo habria muerto; mas adelante seria, por el contrario, un sobrevi- viente. Pero siempre ese «yo» se encuentra es- trechamente aprisionado en un nicho de posi- bilidades técnicas. Por eso es vano el debate que he visto desplegarse entre quienes preten- la operacién para extraer el érgano del donante como a la operacién de implantacién del érgano en el receptor (en cespafiol se dice «ablaciéns, y «trasplantes se reserva tini- camente para la operacién de injerto del nuevo érgano en quien lo necesita). En franeés se emplea el término grep fon para hacer referencia al 6rgano a trasplantar 0 tras- plantado. (N. de Ja 7) 15 Jean-Luc Nancy dian que fuera una aventura metafisica y quie- nes lo concebian como una proeza técnica: se trata por cierto de ambas, una dentro de otra.) Desde el momento en que me dijeron que era necesario hacerme un trasplante, todos los, signos podian vacilar, todos los puntos de refe- rencia invertirse, sin reflexién, por supuesto, e incluso sin identificacién de ningun acto ni de permutacién alguna. Simplemente, la sensa- cién fisica de un vacio ya abierto en el pecho, con una suerte de apnea en la que nada, estric- tamente nada, todavia hoy, podria separar en mi lo orgénico, lo simbélico y lo imaginario, ni distinguir lo continuo de lo interrumpido: todo eo fue como un mismo soplo, impulsado de allt en mas a través de una extrajia caverna ya im- perceptiblemente entreabierta, y como una misma representacién, la de pasar por la borda mientras se permanece en la cubierta. Simi propio coraz6n me abandonaba, jhasta dénde era «el mio», y «mi propio» érgano? {Era siquiera un érgano? Desde hacia algunos aitos experimentaba cierto palpitar, quiebres en el 16 Ex awreuso ritmo, poco en verdad (cifras de maquinas, co- mo la «fraecién de eyeccién», cuyo nombre me gustaba): no un érgano, no la masa muscular rojo oscuro acorazada con tubos que ahora, de improviso, debfa imaginar. No «mi corazén» la- tiendo sin cesar, tan ausente hasta entonces como la planta de mis pies durante la marcha. Se me volvia ajeno, hacia intrusién por de- feccién: casi por rechazo,* si no por deyeccién. ‘Tenfa ese coraz6n en la boca, como un alimento inconveniente. Algo asi como una nausea,** * Juego de palabras imposible de traducir: los términos en franeés son intrusion, défetion, rejection, déjection Enel easo del tercer término, en espanol se picrde la ter- minacién en sin», puesto que se lo debe traducir como rechazo (del érgano).(N. de la 7.) * Otro juego de palabras intraducible: coeur, corazén, es un término que también forma parte de expresiones relacionadas con los malestares estomacales, eomo en el caso de la expresién avoir mal au coeur (tener néuseas). Eneste caso, ln expresin haut-le-coeur, que iteralmente significa tener el vimito al borde de los labios, juega con la idea de detencisn del corazén (haut da también la voz de alto: jarriba las manos! es haut les mains!), la arvit- ‘mia que provoea la dolencia del autor, pero tambien con la idea de tener coraje: hauts les coeurs! tiene su equi- valencia exacta en Ia expresién «jarriba los eorazones!» WW. de la) 7 Jean-Luc Naxcy pero disimulada. Un suave deslizamiento me separaba de mi mismo, Estaba alli, era verano, habia que esperar, algo se desprendia de mi, o surgia en mi donde no habia nada: nada més que la «propia» inmersién en mf de un «yo mis- mo» que nunca se habia identifieado como ese cuerpo, todavia menos como ese corazén, y que se contemplaba de repente. Por ejemplo, al su- bir las escaleras, més adelante, cuando sentia las palpitaciones de cada extrasistole como la caida de una piedra en el fondo de un pozo. ;C6- mo se convierte entonces uno en una represen- tacién para uno mismo? ZY en un montaje de funciones? ¢¥ dénde desaparece entonces la evidencia poderosa y muda que mantenia el conjunto unido sin historia? Mi corazén se convertia en mi extranjero: justamente extranjero porque estaba adentro. Sila ajenidad venia de afuera, era porque an- tes habia aparecido adentro. Qué vacio abierto de pronto en el pecho o en el alma —es lo mis- mo— cuando me dijeron: «Sera necesario un trasplante». .. Aqui, el espiritu tropieza con un objeto nulo: nada que saber, nada que com- 18 Ex ivreuso prender, nada que sentir. La intrusién de un cuerpo ajeno al pensamiento, Ese blanco per- manecerd en mi eomo el pensamiento mismo y su contrario al mismo tiempo. Un corazén que sélo late a medias es sélo a medias mi corazén. Yo no estaba més en mi Llego desde otro lado, o bien ya no llego. Una ajenidad se revela «en el corazén» de lo mas fa- miliar, pero familiar es decir demasiado poco en el coraz6n de lo que nunea se designaba co- mo «corazén». Hasta aqui, era extranjero a fuerza de no ser siquiera sensible, de no estar siquiera presente. De alli en mas desfallece, y esta ajenidad vuelve a eonducirme a m{ mis- mo. «Yo» soy porque estoy enfermo («enfermo» no es el término exacto: no esta infectado, esta enmohecido, rigido, bloqueado). Pero el que es- tA jodido es ese otro, mi corazén. A ese corazén, ahora intruso, es preciso extrudirlo. 19 Sin duda, esto sélo sucede a condicién de que yo lo quiera, y algunos otros conmigo. «Al- gunos otros» son mis parientes, pero también los médicos y por fin yo mismo, que me descu- bro aqui mas doble o miltiple que nunca. Es preciso que toda esta gente a la vez, por moti- vos diferentes en cada caso, se ponga de acuer- do en pensar que vale la pena prolongar mi da. No es dificil imaginar la complejidad del conjunto ajeno que interviene de este modo en lo mas vivo de «mf», Dejemos de lado a los pa- rientes, y también a mi «mismo» (que sin em- bargo, lo he dicho, se desdobla: una extrana suspensi6n del juicio me hace imaginar que muero, sin sublevacién, también sin atrac- Gidn. . ;, uno siente que el corazén lo abandona, cree que va a morir, que ya no va a sentir na- da). Pero los médicos —que son aqui todo un equipo— intervienen mucho més que lo que hubiera pensado: deben, ante todo, evaluar la 20 Bx wwreuso indicacién del trasplante, luego deben propo- nerlo, no imponerlo, (Para ello, me dirén que habra un «seguimiento» obligatorio, sin mas; {qué otra cosa podrian asegurar? Ocho aiios més tarde, y después de muchas otras moles- tias, tendré un edneer provocado por el trata- miento; pero sobrevivo todavia hoy: ,quién dird lo que «vale la pena», y qué pena?) Pero los médicos deben también decidir, lo comprenderé hilvanando retazos, una inserip- cidn en la lista de espera (en mi caso, por ejem- plo, aceptar mi pedido de inseribirme recién hacia el final del verano, Jo cual supone una cierta confianza en la firmeza del coraz6n), y esta lista implica elecciones: me hablarén de otra persona susceptible de recibir un tras- plante, pero manifiestamente ineapaz de so- portar las consecuencias médicas de este, so- bre todo la toma de medicamentos. Sé tam- bién que s6lo me pueden implantar un corazon del grupo 0 positivo, lo cual limita las posibili- dades. No plantearé nunea la pregunta: ;Como se decide, y quién decide, cuando hay un érga- no disponible para més de un trasplantado po- 21 Jeaw- Luc Nancy tencial? Se sabe que en esto la demanda es ma- yor que la oferta. . . De pronto, mi sobrevida es- td inseripta en un proceso complejo tejido entre extrafios y extrafiezas. din qué punto debe alcanzarse un acuerdo de todos para la decisién final? En lo tocante a una sobrevida que no se puede considerar des- de el punto de vista estricto de una pura nece- sidad: cad6nde se iria a tomarla? {Cuél es la obligacién de hacerme sobrevivir? Esta pre- gunta se ramifica en muchas otras: {Por qué yo? gPor qué sobrevivir, en general? ¢Qué sig- nifica «sobrevivir»? Es, ademés, un término apropiado? {Por qué la duracién de una vida es un bien? Tengo entonces cincuenta afos: la edad de alguien que sélo es joven en un pais desarrollado a fines del siglo XX. . . Morir a esa edad no tenia nada de escandaloso hace ape- nas dos o tres siglos. Por qué el término «es- candaloso» se me ocurre hoy en este contexto? &Y por qué y cémo no hay ya para nosotros, «de- sarrollados» del aiio 2000, un «tiempo justo» para morir (apenas antes de los ochenta aos, yel limite no va a dejar de ampliarse)? Un mé- 22 Ex ivreuso dico me dijo un dia, cuando renunciaron a en- contrar la causa de mi miocardiopatia: «Su eo- raz6n estaba programado para durar hasta los cincuenta afios». Pero, geudl es ese programa del que no puedo hacer destino ni providencia? ‘No es mas que una corta secuencia programé- tica en una ausencia general de programacién, {Donde estan, aqui, la justeza y la justicia? ¢Quién las mide, quién las pronuncia? ‘Todo me Tlegard de otra parte y desde afuera en esta historia, asi como mi coraz6n, mi cuerpo, me legaron de otra parte, son otra parte «en» mi, No pretendo tratar la cantidad con despre- io, ni declarar que ya no sabemos contar mas que con la duracién de una vida, indiferentes a su «calidad». Estoy dispuesto a reconocer que incluso en una expresién como «Es mejor que nada»* se ocultan bastantes mas secretos que lo que parece. La vida no puede hacer otra cos: que impulsar a la vida, Pero también se dirige hacia la muerte: {Por qué iba, en mi, hacia este limite del coraz6n? {Por qué nolo habria hecho? * En el original, c'est toujours ¢a de pris. (N. de la T) 23 Jean-Luc Nancy Aislar la muerte de la vida, no dejarlas en- trelazarse intimamente, cada una intrusa en el corazén de la otra: he aqui lo que nunca hay que hacer. Después de ocho afios habré escuchado tan- tas veces, y yo mismo me habré repetido tantas otras, durante las pruebas: «{Pero si no, no es- tarias aquil», Cémo pensar esta especie de cuasinecesidad o de cardcter deseable de una presencia cuya ausencia siempre habria po- dido, simplemente, configurar de otro modo el mundo de algunos? Al precio de un sufrimien- to? Seguramente. Pero, gpor qué siempre vol- ver a lanzar la asintota de una falta de sufri- miento? Vieja pregunta, que la técnica exacer- bay lleva a un grado para el cual —es preciso confesarlo— distamos de estar preparados. Al menos desde la época de Descartes la hu- manidad moderna hizo del voto de superviven- cia y de inmortalidad un elemento en un pro- grama general de «dominio y posesién de la na- turaleza». Programs de este modo una ajeni- dad creciente de la «naturaleza». Reavivé la 24 Ex. wreuso ajenidad absoluta del doble enigma de la mor- talidad y la inmortalidad. Elev6 lo que repre- sentaban las religiones a la potencia de una técnica que empuja més lejos el final en todos los sentidos de la expresién: al prolongar el pla- zo, despliega una ausencia de fin. {Qué vida prolongar, con qué finalidad? Diferir la muerte es también exhibirla, subrayarla, Ess preciso decir solamente que la humani- dad nunca estuvo preparada para ninguna variante de dicha pregunta, y que su no prepa- racién para la muerte no es mas que la muerte misma: su golpe y su injusticia, 25 De este modo, el extranjero multiple que es intrusién en mi vida (mi tenue vida jadeante que a veces resbala en el malestar, al borde de un abandono apenas asombrado) no es otro que la muerte, o mas bien la vida/la muerte: una suspensién del continuum de ser, una es- cansién en la que «yo» no tiene/no tengo dema- siado que hacer. La revuelta y la aceptacién son igualmente ajenas a la situacién. Pero no hay nada que no sea ajeno. El medio de sobre- vivir, 61 mismo, él antes que nada, es de una completa ajenidad: gqué puede ser eso de re- emplazar un corazén? La cosa excede a mis po- sibilidades de representacién. (La apertura de todo el térax, la conservacién del érgano a tras- plantar, la cireulacién extracorpérea de la san- gre, la sutura de los vasos. .. Comprendo, por cierto, que los cirujanos hablen de la insigni- ficancia de este tltimo punto: en los by-pass, 26 Et. wreuso los vasos son bastante mas pequefios. Pero no obsta: el trasplante impone la imagen de un pasaje a través de la nada, una salida hacia un espacio vaciado de toda propiedad o toda inti- midad, o, muy por el contrario, de la intrusién en mi de este espacio: tubos, pinzas, suturas y sondas.) 27 {Qué es esta vida «propia» que se trata de «salvar»? Se revela entonces, al menos, que es- ta propiedad no reside en nada en «mi» cuerpo. ‘No se sitva en ninguna parte, ni en ese organo cuya reputacién simbélica ya no hay que cons- truir. (Se dira: queda el cerebro. Y, por supuesto, la idea del trasplante de cerebro agita cada tanto las crénicas. La humanidad volver aha- blar de ello algun dfa, sin duda, Por el momen- to, se admite que un cerebro no sobrevive sin el, resto del cuerpo. En cambio, y para no insistir, sobrevivirfa quiz con un sistema entero de cuerpos ajenos trasplantados. . .) ‘Vida «propia» que no se sitiia en ningtin or- gano y que sin ellos no es nada. Vida que no s6- lo sobrevive, sino que vive siempre propiamen- te, bajo una triple influencia ajena: la de la de- 28 Et. wreuso cisién, la del érgano, la de las consecuencias del trasplante. De entrada, el trasplante se presenta como una restitutio ad integrum: se ha vuelto a en- contrar un coraz6n que palpita. En este aspec- to, toda la simbélica dudosa del don del otro, de una complicidad o una intimidad seereta, fantasmatica, entre el otro y yo, se desmorona muy rapido; parece, por otra parte, que su uti- lizaci6n, todavia difundida cuando me hicieron el trasplante, desaparece poco a poco de las conciencias de los trasplantados: ya existe una historia de las representaciones del trasplante, Se ha puesto mucho el acento en una solidari- dad, incluso en una fraternidad, entre los «do- nantes» y los receptores, con la finalidad de in- citar a la donacién de érganos. Y nadie puede dudar de que ese don haya legado a ser una obligacién elemental de la humanidad (en los dos sentidos del término), ni que instituya en- tre todos, sin més limites que las incompatibi- lidades de grupos sanguineos (sin limites se- 30 Ex iwreuso xuales o ¢tnicos en particular: mi eoraz6n pue- de ser el coraz6n de una mujer negra), una po- sibilidad de red en que la vida/muerte se com- parte, la vida se conecta con la muerte, lo ineo- municable se comunica, Muy répidamente, sin embargo, el otro co- mo extranjero puede manifestarse: ni la mujer, ni el negro, ni el joven, ni el vasco, sino el otro inmunitario, el otro insustituible a quien, em- pero, se ha sustituido, Esto se denomina «re- chazo»: mi sistema inmunitario rechaza el sis- tema del otro. (Esto quiere decir: «yo» tengo dos sistemas, dos identidades inmunitarias. ..) No poca gente cree que el rechazo consiste literal- mente en escupir el corazén, en vomitarlo: des- pués de todo, el término parece elegido para hacerlo creer. Noes eso, pero se trata, sin duda, de lo que es intolerable en la intrusién del in- truso, mortal sin un tratamiento inmediato. La posibilidad del rechazo nos instala en una doble ajenidad: por una parte, la del cora- z6n trasplantado, que el organismo identifica y ataca en cuanto ajeno; por otra, la del estadoen 31 Teax-Luc Naxcy que la medicina instala al trasplantado para protegerlo, Deduce su inmunidad para que so- porte al extranjero. Lo eonvierte, entonces, en extranjero para si mismo, para esta identidad inmunitaria que es un poco su firma fisiolé- ica. El intruso esta en mi, y me convierto en ex- tranjero para m{ mismo. Si el rechazo es muy fuerte, es necesario tratarme para que resista a las defensas humanas (esto se hace con in- munoglobulina extrafda de los conejos y des- tinada a ese uso «antihumano», tal como se es- pecifica en el prospecto, y cuyos efectos sor- prendentes, unos temblores casi convulsivos, no dejo de recordar) Pero el hecho de convertirme en un extran- jero para mi mismo no me acerca al intruso, Pareceria, més bien, que se hace pablica una ley general de la intrusién. Jamés hay una so- la: ni bien se produce, comienza a multiplicar- se, a identificarse en sus diferencias internas renovadas. 32 Ex wreuso De este modo, padeceria varias veces el vi- rus del herpes zéster o el citomegalovirus, ex- tranjeros dormidos en mi desde siempre y que se despiertan de pronto contra mf por la nece- saria inmunodepresién. Como minimo, sucede lo siguiente: identi- dad vale por inmunidad, una se identifica con otra, Reducir una es reducir la otra. La ajeni- dad y la extranjeria se vuelven comunes y coti- dianas, Esto se traduce en una exteriorizacién constante de mi: es preciso que me mida, que me controle, que me pruebe. Se nos acoraza con recomendaciones en relacién con el mundo exterior (las muchedumbres, los negocios, las piscinas, los nifios, los enfermos). Pero los ene- migos mas vivos estan en el interior: los viejos virus agazapados desde siempre a la sombra dela inmunidad, los intrusos de siempre, pues- to que siempre los hubo. Eneste tiltimo caso, no hay preveneién posi- ble. Si tratamientos que se ramifican una vez mas en ajenidades. Que fatigan, que arruinan elestémago. ..,o bien el dolor aullante del her- 34 Ex ivruso pes zéster. .. A través de todo eso, {qué «yo» [onoi»] sigue qué trayectoria? 1Qué extraito yo! ‘No es que me hayan abierto, hendido, para cambiarme el corazén. Bs que esta hendidura no puede volver a cerrarse. (Por otra parte, ca- da radiografia lo muestra, el esternén se cose con ganchos de hilos de acero retorcidos.) Estoy abierto cerrado, Hay alli una abertura por la cual pasa un flujo incesante de ajenidad: los in- munodepresores, los otros medicamentos des- tinados a combatir algunos de los llamado efectos secundarios, los efectos que no se sabe combatir (como la degradacién de los rifiones), los controles renovados, toda la existencia colo- cada en un nuevo registro, barrida de lado a la- do. La vida explorada y trasladada a multiples registros en los que cada uno inscribe otras po- sibilidades de muerte, 36 Ex.weevso De este modo, yo mismo me convierto en mi intruso, de todas esas maneras acumuladas y opuestas. Lo siento con precisién, es mucho més fuer- te que una sensaci6n: la ajenidad de mi propia identidad, que, sin embargo, siempre me fue tan viva, nunca me tocé con esta acuidad, «Yoo se convirtié claramente en el indice formal de un encadenamiento inverificable e impalpa- ble. Entre yo y yo, siempre hubo espacio-tiem- po: pero hoy existe la abertura de una incision y lo irreconciliable de una inmunidad contra- riada, 37 Aparece, ademas, el céncer: un linfoma del que nunea habia notado mas que su eventuali- dad (no su necesidad, por cierto: pocos tras- plantados pasan por ello), senalada en el pros- pecto de la ciclosporina. La causa es la baja in- munitaria, El céincer es como el rostro masti- cado, ganchudo y estragado del intruso, Extra- fio a mi mismo, y yo mismo que me enajeno. {Cémo decirlo? (Pero se discute todavia acerea de la naturaleza exdgena o endégena de los fe- némenos cancerosos.) Aqui también, de otro modo, el tratamiento exige una intrusion violenta. Incorpora una cantidad de ajenidad quimioterapéutica y ra- dioterapéutica. Al mismo tiempo que el linfo- ma roe el cuerpo y Jo agota, los tratamientos lo atacan, lo hacen sufrir de diversas maneras, ¥ el sufrimiento es la relacién entre una intru- sién y su rechazo. Aun la morfina, que calma 38 Ex wereuso los dolores, provoca otro sufrimiento: el embru- tecimiento y el extravio. E] tratamiento més elaborado se denomina

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