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TRABAJO DE CF4

Lección No 3: Jesús visto por los evangelistas Lucas y Juan

PRESENTADO AL LÍDER
ALEXANDER DORADO

PRESENTADO POR MIGUEL ÁNGEL TREJOS ARIAS

CRUZADA ESTUDIANTIL Y PROFESIONAL DE COLOMBIA


MAYO DE 2019

PEREIRA

Tomado de: https://www.aboutespanol.com/los-milagros-de-cristo-jesus-en-los-evangelios-parte-3-122948 y


Estudio Vida de Juan de Witness Lee
Guía de estudio e investigación
Indique los milagros narrados en Juan, que no se hallan registrados en los otros evangelios. Señale el
énfasis del autor en cada milagro narrado.

“Cuando escuché por primera vez la historia de que Jesús cambió el agua en vino, no conocía el
significado de este evento. Más tarde pude entender que ésta no era simplemente una historia, sino
un hecho realizado por el Señor Jesús con el fin de establecer el principio básico de la vida. ¿Cuál es
este principio? Es el convertir la muerte en vida. En cada uno de los nueve casos presentados en el
Evangelio de Juan, del capítulo 3 al 11, el principio básico es convertir la muerte en vida. Esto queda
especialmente claro en el caso de Lázaro. Lázaro había muerto y llevaba cuatro días de haber sido
sepultado, de manera que ya hedía. Estaba lleno de muerte, desde la cabeza hasta los pies, por
dentro y por fuera. En cada parte de su ser lo único que se encontraba era muerte. Según nos dice la
narración del capítulo 11, cuando el Señor Jesús se enteró de que Lázaro estaba enfermo, no fue a
verlo. Esperó hasta que estuviera lleno de muerte, hasta que muriera y fuera sepultado. Fue
entonces cuando vino a resucitarlo de la muerte. Si aplicamos el principio de la vida a este caso,
podemos ver que Jesús convirtió la muerte en vida.

Los nueve casos presentados en el Evangelio de Juan se dividen en dos grupos. Los primeros seis
casos muestran cómo el Señor como vida para nosotros trata las cosas positivas, mientras que los
últimos tres casos representan la manera en que el Señor como vida se ocupa de las cosas negativas.
Repasemos brevemente los nueve casos. Los primeros seis casos revelan que el Señor es vida para
nosotros con el fin de regenerarnos, santificarnos, sanarnos, vivificarnos, alimentarnos y saciarnos.
Estos seis casos o señales forman un grupo, pues se enfocan en los asuntos positivos de Su vida. Los
últimos tres casos tocan los asuntos negativos: el pecado, la ceguera y la muerte. El pecado causa la
ceguera y da por resultado la muerte. Por lo tanto, estos tres —el pecado, la ceguera y la muerte—
forman un grupo y muestran que el Señor como nuestra vida se encarga de los asuntos negativos. En
los primeros seis casos el Señor nos introduce en lo positivo, pero en los últimos tres casos, nos libra
de lo negativo, ya que nos libra del pecado, de la ceguera y de la muerte.

Según Juan 20:30-31, el escritor indicó que Jesús hizo muchas señales Y de todos esos casos él
seleccionó sólo nueve como señales. Por lo tanto, dichas señales deben ser muy significativas, y la
secuencia en que se presentan también debe tener mucho significado. Por ejemplo, el primer caso
trata de la regeneración, y el último, de la resurrección de entre los muertos. Así que, el primero habla
de la regeneración al comienzo de la vida, y el último, de la resurrección, después de que la vida
termina. Además, en el último grupo de casos el pecado encabeza la lista de las cosas negativas,
porque el pecado es el origen de la ceguera y de la muerte. La ceguera proviene del pecado, y la
muerte es el resultado final de éste.

Tomado de: https://www.aboutespanol.com/los-milagros-de-cristo-jesus-en-los-evangelios-parte-3-122948 y


Estudio Vida de Juan de Witness Lee
1. Convierte el agua en vino
(Juan 2:1-11)
Antes de que Jesús comenzara su ministerio público, fue a las bodas de Caná con su madre
María y algunos de sus discípulos. Cuando se terminó el vino, Jesús llevó a cabo su primer
milagro y cambió el agua en vino.
El vino representa la vida humana, la cual es el factor básico del disfrute humano
Las fiestas de bodas, ya sea en tiempos antiguos o en el presente, tanto en el oriente como en el
occidente, incluyen necesariamente el vino, lo cual representa que el placer humano depende de la
vida. El vino, a diferencia del agua, proviene de la uva; proviene de algo viviente. El vino representa la
vida, porque el vino de la uva es la vida de ésta. Así que, el disfrute del hombre depende de la vida del
hombre. Cuando la vida llega a su fin, todo el disfrute se termina. Aunque una boda es una ocasión de
alegría, el gozo es temporal. Ninguna boda dura mucho tiempo. Recientemente asistí a una boda que
duró un poco más de media hora. Estuvimos contentos ahí sólo durante media hora. Estas son las
bodas humanas, el disfrute humano. El vino, el cual era el centro del disfrute de la fiesta de bodas, se
acabó (2:3). Esto significa que el disfrute de la vida humana llegará a su fin cuando la vida humana se
extinga. Cuando el vino se agota, el placer de la fiesta de bodas termina. Esto no sólo significa que el
disfrute de la vida se acaba, sino que la vida misma termina. No importa cuánto placer uno disfrute,
cuando su vida humana se acabe, todo su disfrute humano también terminará. Por muy bueno que
sea su esposo, su esposa, sus padres, sus hijos, o su trabajo, si su vida se acaba, su disfrute también
se terminará. Cuando el vino se agota, termina la fiesta, porque la fiesta depende del vino. Todo
nuestro disfrute depende de nuestra vida. Si nuestra vida llega a su fin, nuestro disfrute también
terminará. No importa la clase de boda que uno celebre, cuando la vida humana se acaba, la boda y
el disfrute terminarán. Esto es lo que sucedió aquel día en Caná de Galilea.

¿No cree usted que antes de que el Señor Jesús fuera a Caná sabía que el vino se agotaría?
Ciertamente Él lo sabía de antemano, pues ésa fue la razón por la cual fue a Caná. El vino no se acabó
por casualidad. El Señor Jesús sabía de antemano que el vino se acabaría, y fue a Caná a establecer
el principio de la vida, el principio de convertir la muerte en vida. Su presencia en la fiesta de bodas
tenía como fin resolver el problema de la muerte y sanar la situación. El Señor sanó la situación
humana cambiando la muerte en vida, tal como Eliseo sanó el agua salada convirtiéndola en agua
fresca y dulce (2 R. 2:19-22).

Cuando el Señor vino al mundo, vino a un lugar donde el disfrute humano existía pero no era duradero.
Vino a un lugar donde el final de la vida humana, la muerte, pone fin a todo disfrute humano. El cambio
del agua en vino es una señal que debemos entender de manera figurativa. Por ejemplo, cuando
pasamos de los sesenta años de edad, nos acercamos al tiempo cuando el vino está por agotarse.
Cuando nuestro vino está a punto de acabarse, sabemos que nuestra fiesta de bodas terminará pronto.
Pero alabado sea el Señor porque ese es el momento en que el Señor viene a nuestra situación. ¡Él
viene a nuestra fiesta de bodas! No debemos temer, pues Él puede cambiar el agua en vino.

El Señor, antes de realizar el milagro, ordenó llenar las tinajas de agua (Jn. 2:6-7). Había seis tinajas
hechas de piedra. El número seis representa al hombre creado, porque el hombre fue creado en el
sexto día (Gn. 1:27, 31). Por lo tanto, las seis tinajas de piedra representan al hombre natural, el cual
fue creado el sexto día. Por naturaleza, somos simplemente “tinajas de agua”, recipientes para
contener algo. Nosotros “las tinajas” nos encontrábamos en Caná, tierra de cañas, donde viven las
personas débiles y frágiles. Nosotros éramos las tinajas débiles y frágiles de Caná. El cambio
milagroso de agua en vino realizado por el Señor, significa que Él convierte nuestra muerte en vida. El
agua representa la muerte, y el vino, la vida. Cuando el Señor cambia nuestra agua en vino, éste viene
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a ser el vino de nuestra fiesta de bodas y nunca se acabará. Ya que fuimos regenerados, la vida con
su disfrute espiritual durará para siempre. Tendremos una eterna fiesta de bodas. Esta fiesta no toma
lugar en nuestra vida original, sino en la nueva vida que recibimos mediante la regeneración. Así como
el maestresala descubrió que el vino nuevo era mejor que el anterior (Jn. 2:9-10), así también nosotros
descubriremos que la vida que recibimos por medio de la regeneración es mucho mejor que nuestra
vida natural. Nuestra vida anterior, representada por el vino de menor calidad, era demasiado inferior.
El Señor no nos dio lo mejor al principio, sino al final. La primera vida, la vida humana, la vida creada,
es una vida inferior; la mejor vida es la segunda, la vida divina y eterna. Ésta es la mejor vida, porque
es la vida de Dios mismo en Cristo. Así que nuestro disfrute será eterno. Tendremos un disfrute eterno
porque Cristo nos ha trasladado de la muerte a la vida. Él como nuestra vida eterna puede mantener
nuestro placer y disfrute por la eternidad. Cuando somos salvos empieza una nueva fiesta de bodas
que nunca tendrá fin. Ahora, interiormente siempre tenemos gozo y fiesta de bodas, porque tenemos
el vino divino, el cual es la vida divina que es el Señor mismo.

2. Sana al hijo del oficial del rey


(Juan 4:46-54)
Un oficial del rey escuchó que Jesús estaba en Caná y le rogó que sanara a su hijo moribundo.
Jesús le dijo que su hijo viviría. Cuando el oficial llegó a su casa, el niño estaba vivo.

LA CONDICIÓN Y LA NECESIDAD DEL HOMBRE


Primeramente veamos la condición del hombre en cada caso. El primer caso, presentado en el capítulo
3, habla acerca de una persona moral de clase alta, que acudió al Señor. Él era un caballero superior,
sumamente culto, muy religioso, que buscaba a Dios y le temía. El segundo caso, hallado en el capítulo
4, presenta exactamente la condición contraria. El primer caso es acerca de un hombre moral; el
segundo trata de una mujer inmoral. El primero presenta a una persona apacible, de clase privilegiada,
mientras que el segundo caso presenta a una persona alocada, y de clase baja.

Jesús regresó a Caná de Galilea, el lugar de las personas débiles y frágiles (Jn. 4:43-46). Caná se
encuentra en Galilea, un lugar menospreciado (7:41, 52), que representa al mundo, el cual está en
una condición baja y vil, donde se hallan las personas débiles y frágiles. Anteriormente cuando hizo
la primera señal, la de convertir el agua de la muerte en el vino de la vida, el Señor estuvo allí. Ahora
Él regresa al mismo lugar para efectuar la segunda señal, la cual, según el principio de vida,
corresponde con la primera señal, la de convertir la muerte en vida.

Este caso tiene que ver con el hijo de un oficial del rey que está a punto de morir. La humanidad
primero necesita la regeneración, segundo, la satisfacción y después, la sanidad. Todos necesitamos
cierta medida de sanidad. En cierto sentido estamos viviendo, pero en otro, estamos muriendo. Cuando
un niño está recién nacido, su madre puede pensar que él está creciendo, pero en realidad está
muriendo. Todos los que moran en la tierra se están muriendo. Si usted es un joven de menos de
treinta años, es posible que no tenga la sensación de estar muriendo; sin embargo, cuando llegue a
los sesenta o setenta años, se dará cuenta de que se está muriendo. Un lapso de vida de setenta años
puede compararse con setenta dólares. Cada año vivido equivale a gastar un dólar. Cuando usted
haya vivido sesenta años, habrá gastado sesenta dólares. Cuando llegue a los sesenta y nueve años
de edad, sólo le queda un dólar. Una vez que el último dólar ha sido gastado, su vida se agotará. Así
que, los seres humanos aparentemente están viviendo, pero en realidad se están muriendo. Debido a
esto, no les pido a mis hijos o a mis nietos que celebren mi cumpleaños, porque mi cumpleaños me
recuerda que estoy muriendo. Dígame usted, ¿su edad está aumentando o disminuyendo? Cuanto
más tiempo vivimos, menos nos queda por vivir. No me gustaría llegar a los setenta años de edad;
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más bien me gustaría retrasar mi edad, pero eso no es posible. Por lo tanto, todos necesitamos
sanidad.

Hemos sido regenerados y diariamente podemos tener contacto con el Señor, el Espíritu viviente, y
hallar satisfacción. Pero además de esto necesitamos la sanidad. Todos somos enfermos y
moribundos. Somos personas caídas, débiles y frágiles y nos estamos muriendo; por eso, nos hace
falta la sanidad del Señor. Si uno tiene la sanidad del Señor Jesús, su muerte se convertirá en vida.

Aunque el oficial del rey rogó al Señor que descendiera y sanara a su hijo (Jn. 4:47, 49), el Señor
simplemente dijo la palabra, y el niño fue sanado. “Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la
palabra que Jesús le dijo, y se fue” (v. 50). El oficial del rey creyó la palabra que procedió de la boca
del Señor. Cuando fue informado por sus siervos que el niño vivía, él y toda su casa, creyeron (vs. 51-
53). ¡Aleluya por la palabra vivificante! Amamos la palabra vivificante; no la palabra en letras muertas,
sino la palabra que es el Espíritu. El Señor simplemente habló la palabra vivificante, y el niño
moribundo fue sanado. Hoy en día el Señor sigue enviando Su palabra sanadora. Cuando los
moribundos reciben esta palabra por fe, son sanados por la vida. Una vez que la palabra vivificante ha
sido infundida en nosotros, estemos o no conscientes de ello, nunca seremos los mismos. La palabra
vivificante produce un verdadero cambio en nuestra vida.

Cuando los moribundos reciben la palabra por fe y son sanados por la vida, esto, en principio, es
cambiar la muerte en vida. El poder de la muerte es vencido por la vida. ¡Alabado sea el Señor por Su
vida sanadora y por Su palabra vivificante que sana todas nuestras enfermedades! La muerte procede
del árbol del conocimiento, y la vida, del árbol de la vida. Nosotros nacimos con la enfermedad de la
muerte, pero la palabra de vida del Señor, nos sana de la muerte. Todo lo que necesitamos es recibir
y creer Su palabra vivificante y sanadora.

El caso de la sanidad del hijo del oficial del rey muestra que para recibir la sanidad no es necesario
tener contacto con el Señor físicamente. Es suficiente con tener Su palabra. Aunque no contemos con
la presencia física del Señor, mientras tengamos Su palabra y Su obra, será suficiente; y no
necesitamos nada más. Cuando tenemos la palabra del Señor, somos salvos y llenos del Señor. Su
palabra es suficiente para sanarnos y salvarnos.

3. Sana a un hombre que llevaba 38 años enfermo


(Juan 5:1-17)
Jesús fue a Jerusalén para las fiestas judías y, junto a la piscina de Betesda, sanó a un hombre que
llevaba 38 años enfermo. La piscina era un lugar que la gente visitaba con la esperanza de sanarse de
enfermedades pues un ángel descendía y otorgaba cualidades sanadoras a las aguas.

El caso del hombre débil que había estado enfermo por treinta y ocho años demuestra el poder
reavivador de la vida del Señor. En este mensaje llegamos al cuarto caso, el cual nos muestra la
necesidad del imposibilitado (Jn. 5:1-47). Este caso expone la vanidad de la religión.
El caso del hombre imposibilitado expone la inutilidad de la religión (5:1-9). En toda la tierra no existe
ninguna religión mejor que la judía, ya que ésta es la religión genuina y típica establecida conforme al
oráculo santo de Dios, Su Palabra divina. En esta religión se adora al único Dios verdadero en la forma
correcta. Ninguna otra religión puede compararse con ella.

Sin embargo, la religión no pertenece a la economía de Dios y no puede cumplir Su propósito. Dios
nunca tuvo la intención de tener una religión. Sí, Él dio a Su pueblo Su Palabra santa, el Antiguo

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Testamento, y les dijo cómo tener contacto con Él. Esto es cierto. Sin embargo, Dios no tenía la
intención de formar una religión. La religión es una invención humana, un producto de la mente humana
caída. Es la mejor invención de la cultura humana. Pero con respecto a la economía divina, la religión
es el peor enemigo de Dios, pues está completamente en contra de Su economía. Vuelvo a decir que
Dios no tenía la intención de establecer una religión. Su intención era darle Su Palabra santa a Su
pueblo, revelándoles que Aquel que vendría, el Hijo de Dios, sería para ellos salvación y vida a fin de
cumplir el propósito eterno de Dios. Este que vendría sería todo para ellos: justicia, santidad, redención
y gloria. El pueblo judío no tuvo tal comprensión. En lugar de eso, seleccionaron porciones de los
mandamientos en la Palabra santa de Dios y las usaron para establecer ritos y ordenanzas. Entonces,
juntaron estos mandamientos, ritos y ordenanzas, y con ellos formaron una religión. ¿Qué es una
religión? La mejor definición no se encuentra en el diccionario, sino es esta, la religión consiste en que
adoremos a Dios y nos comportemos bien, pero sin Cristo. Esto es, simplemente hacer todo lo posible
por adorar a Dios y comportarnos apropiadamente, con el fin de agradarle y de ser personas perfectas,
pero sin Cristo. Aunque pueda ser bueno, adorar a Dios conforme a los reglamentos y el comportarnos
bien por nuestros propios esfuerzos, aun así, carece de Cristo. En el cristianismo parece que las
personas tienen a Cristo, pero en realidad, para la mayoría de ellos, Cristo es simplemente una
palabra. Si usted sólo tiene a Cristo como una palabra, eso es religión. Debemos tener a Cristo como
realidad. Sólo teniendo a Cristo como nuestra realidad estaremos fuera de la religión.

Una multitud de enfermos yacían en los pórticos. Esto significa que bajo el refugio de la observancia
de la ley, en el redil de la religión, hay muchos ciegos, cojos e imposibilitados; personas que no pueden
ver, no pueden andar y carecen del suministro de vida. No tienen gozo ni paz, sólo sufrimiento. El
hombre imposibilitado no era feliz ni siquiera en el día más alegre de la fiesta (5:1), y no tenía descanso,
ni siquiera en el día de sábado (v. 9). Los enfermos estaban desvalidos y sin esperanza, muertos a los
ojos del Señor.

En la observancia religiosa de la ley, había un medio para sanar, pero el hombre imposibilitado no
pudo recibir tal beneficio, porque no tenía la fuerza para satisfacer los requisitos que exigía. Guardar
la ley en la religión depende del esfuerzo humano, de las obras humanas y de la naturaleza humana.
Puesto que el hombre es impotente, es ineficaz guardar la ley en la religión. La ciudad santa, el templo
santo, la fiesta santa, el sábado santo, los ángeles, Moisés y las Santas Escrituras son las cosas
buenas de esta religión; sin embargo, no pudieron hacer nada por este hombre imposibilitado. A los
ojos del Señor, él era un muerto que necesitaba no sólo ser sanado, sino también vivificado. Para ser
vivificado por el Señor no hay ningún requisito. Como veremos, este hombre escuchó la voz del Señor
y fue avivado. Esta señal significa que cuando la práctica de guardar la ley en la religión judía llegó a
ser algo irrealizable debido a la incapacidad del hombre, el Hijo de Dios vino para vivificar a los
muertos. La ley no puede dar vida, pero el Hijo de Dios da vida a los muertos (v. 21). “Cuando aún
éramos débiles” (Ro. 5:6), Él vino para darnos vida

Si yo hubiera sido el hombre imposibilitado, probablemente habría dicho: “Señor, no puedo hacerlo.
He dependido de este lecho durante treinta y ocho años. Este lecho me ha cargado durante todo ese
tiempo. ¿Cómo puedes decirme que yo lo cargue? No puedo hacer eso que me dices”. Pero, nunca
debemos argumentar con la palabra del Señor. Debemos decir simplemente: “Amén”, a todo lo que Él
diga y seguir Sus instrucciones. No argumentemos ni razonemos. Si razonamos, perderemos Su
bendición. ¡Cuán bueno fue que este hombre no solamente se levantara, sino que también cargara su
lecho y caminara! Él no sólo fue sanado, sino que fue vivificado. Conforme a los versículos 24 y 25,
esto significa que él, como un hombre muerto, pasó de la muerte a la vida y vivió. En el principio
establecido en el capítulo 2, esto es convertir la muerte en vida.

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Estudio Vida de Juan de Witness Lee
No necesitamos el estanque de la religión con su agua ni necesitamos al ángel. Comparados con
Cristo, el estanque de la religión y el ángel son realmente muy pobres. Cuando tenemos al Señor
Jesús, no necesitamos nada más. ¿De qué nos sirven la ciudad santa, el templo santo y el ángel
santo? Ni las fiestas ni los días de sábado tampoco significan nada para nosotros. No nos hacen
ningún bien. Es el Señor Jesús el que vivifica. Todos tenemos que ver esto. Esta es la vida que vivifica.
Por el lado positivo, éste es el punto central de este caso.

4. Sana a un hombre ciego de nacimiento


(Juan 9:1-41)
Jesús sanó a un hombre ciego de nacimiento cuando lo mandó a lavarse en el estanque de Siloé.
Cuando le preguntaron por qué había nacido así, Jesús dijo que el hombre había nacido ciego para que
las obras de Dios se manifestaran en él.
Leamos Juan 9:1-3: “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron Sus
discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió
Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino que nació así para que las obras de Dios se
manifiesten en él”. La pregunta hecha por los discípulos concordaba con su conocimiento religioso.
Ellos pensaban que la ceguera se debía al pecado del hombre o al pecado de sus padres. Esta
pregunta, al igual que las de 4:20-25 y 8:3-5, requería un sí o un no, lo cual pertenece al árbol del
conocimiento y da por resultado la muerte (Gn. 2:17). Pero la respuesta que el Señor da en Juan 9:3
los dirige a Él mismo, quien es el árbol de la vida y da por resultado la vida (Gn. 2:9). Hemos visto que
el Señor en el Evangelio de Juan nunca responde a tales preguntas con una respuesta de sí o de no;
ni bien o mal. Esto se debe a que el Evangelio de Juan es un libro de vida y no un libro relacionado
con el conocimiento del bien y del mal. Por lo tanto, el Señor dijo que la ceguera del hombre ocurrió
para que “las obras de Dios se manifiesten en él”.

¿Cuál es la razón por la que el Señor nunca responde con un sí o un no? Porque hacerlo es responder
conforme al árbol del conocimiento del bien y del mal. Dar una respuesta de bien o mal es igual que
hacerlo con un sí o un no. Mientras que el sí y el no pertenecen al árbol del conocimiento del bien y
del mal, el Señor en este evangelio se presenta a nosotros como el árbol de la vida. El árbol de la vida
es Dios como nuestra vida. Por eso, en este evangelio el Señor nunca responde a la gente con un sí
o un no, sino que siempre los refiere a Dios. El Señor nunca aludió al sí o al no para responder, sino
a Dios, al árbol de la vida. La respuesta que el Señor dio en 9:3 condujo a Sus discípulos directamente
a Dios, esto es, al árbol de la vida. Para ese entonces los discípulos eran todavía muy religiosos y
estaban aferrados a sus conceptos religiosos, los cuales pertenecen al árbol del conocimiento del bien
y el mal. Pero el Señor intentaba una y otra vez volverlos del árbol del conocimiento al árbol de la vida.
Los discípulos en este asunto se encontraban bajo el entrenamiento del Señor durante tres años y
medio. Aun después de ese tiempo, uno de Sus discípulos, Pedro, no había sido totalmente liberado
de los conceptos religiosos, pues en Hechos 10:9-16 vemos que seguía siendo religioso y que aún
estaba afectado por el conocimiento del bien y del mal. Tal vez podemos considerarnos libres del árbol
del conocimiento, pero aun ahora podemos hallarnos bajo su influencia.

Cuando éramos pecadores, perdimos nuestra vista, por lo que no pudimos ver nada más. Nuestra
ceguera se debía a nuestra naturaleza pecaminosa. En el capítulo 9, vemos que el hombre nació
ciego, lo cual da a entender que la ceguera se encuentra en la naturaleza de una persona desde su
nacimiento. Nosotros los pecadores somos ciegos por naturaleza porque nacimos así. ¿Se ha dado
cuenta usted alguna vez de que todo pecador nació ciego? Por lo tanto, si confesamos que somos
pecadores, debemos también reconocer que somos ciegos.

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5. Resucita a Lázaro
(Juan 11:1-44)
Cuando Cristo Jesús oyó de la muerte de su amigo Lázaro, fue a Betania.

Le pidió a sus hermanas que le mostraran a Lázaro, y al abrir la tumba lo llamó. Lázaro se levantó y
Jesús ordenó que le quitaran las vendas y lo dejaran ir.

El caso de la resurrección de Lázaro es ciertamente maravilloso. Aquí tenemos el caso de un


hombre que había muerto y había estado sepultado durante cuatro días, e incluso había empezado a
heder. No obstante, fue resucitado. ¿Por qué los otros tres evangelios no incluyen el relato de este
maravilloso caso? Aunque este caso es maravilloso, los otros evangelios no dicen nada acerca de
esto debido a que este caso, que trata de la resurrección, no concuerda con el propósito de los otros
tres evangelios; únicamente encaja con el propósito del Evangelio de Juan. Los evangelios de
Mateo, Marcos y Lucas tienen propósitos diferentes a la vida. Juan es el evangelio que habla de la
vida. Por lo tanto, el Espíritu Santo reservó este caso para el Evangelio de Juan, lo cual comprueba
que este evangelio es un libro acerca de la vida.

En Juan 11:1-4 encontramos el caso del hombre muerto y vemos su necesidad. Lázaro no sólo estaba
enfermo, sino también muerto (v. 14). Por lo tanto, no necesitaba sanidad, sino resurrección. Cuando
el Señor salva, Él no solamente sana a los enfermos, sino que también da vida a los muertos. Fue por
esto que esperó dos días hasta que el enfermo hubiera muerto (v. 6). El Señor no reforma ni controla
al hombre; sino que Él lo regenera y lo levanta de la muerte. Por lo tanto, el primero de los nueve casos
trata de la regeneración, y el último, de la resurrección, lo cual revela que todos los aspectos de Cristo
como vida para nosotros, según se muestra en los demás casos, corresponden al principio de la
regeneración y la resurrección. Este último caso es un verdadero cambio de muerte a vida.

Antes de abarcar el tema tocante a Cristo que resucita a Lázaro de entre los muertos, debemos
entender que el Evangelio de Juan revela dos puntos. Por el lado positivo, revela que Cristo vino para
ser nuestra vida. El Hijo de Dios es el Verbo de Dios, el cual es la expresión de Dios. Como expresión
de Dios, Él mismo se hizo carne para ser nuestra vida. Este pensamiento central se encuentra en cada
capítulo a lo largo de todo este evangelio. Por el lado negativo, este libro también muestra que la
religión, aun la religión del judaísmo, está totalmente en contra de Cristo como vida. Al leer este libro
cuidadosamente, podemos ver cómo aun la religión sólida y auténtica se opone a Cristo como la vida.
En los primeros diez capítulos de este evangelio, la única oposición que el Señor enfrentó vino de la
religión judía. La religión se opuso a Él, lo rechazó, lo repudió y lo persiguió. Al llegar al final del capítulo
10, vemos que Él fue obligado a abandonar la religión. Abandonó el templo, la ciudad santa y las cosas
buenas de la religión judía, y tomó una nueva posición.

6. Los 153 peces


(Juan 21:4-11)
Después de la resurrección de Jesús, él se le apareció a los discípulos, que no lo reconocieron. Les
indicó que debían lanzar las redes del lado derecho de la barca. Luego de hacer esto, los discípulos
encontraron que la red estaba tan llena que no podían sacarla. Entonces lo reconocieron y al sacar la
red, encontraron 153 peces.

En Juan 21:1-14 vemos que el Señor actúa y vive con los creyentes. En resurrección, el Señor no
sólo se reunió con los hermanos, sino que también actuó y vivió con ellos. Él no sólo está con
nosotros cuando nos reunimos, sino también en nuestro andar diario. Adonde nosotros vayamos, Él

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Estudio Vida de Juan de Witness Lee
va. En cualquier cosa que hagamos, Él está ahí con nosotros. Ya sea que estemos bien o mal, el
Señor está con nosotros.

En el versículo 3 se nos dice que los discípulos “fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no
pescaron nada”. Pedro y los hijos de Zebedeo (Juan y Jacobo) eran pescadores profesionales, y
aunque todo estaba a su favor —el mar de Tiberias era grande y estaba lleno de peces y la noche era
el tiempo ideal para pescar— ellos no pescaron nada en toda la noche. ¡Esto fue un milagro! Ellos
echaron la red una y otra vez durante toda la noche, pero no pescaron ni un solo pez. Ciertamente el
Señor les mandó a todos los peces que se apartaran de la red. Tal vez el Señor Jesús mandó a los
peces diciendo: “Peces, manténganse alejados de esta red”.

El milagro de no atrapar ningún pez les enseñó algo a Pedro y a los otros discípulos, y también nos
enseña algo a nosotros el día de hoy. No debemos pensar que podemos simplemente alejarnos del
Señor, buscar un trabajo y ganarnos la vida. Si el Señor dispone que todos los trabajos se alejen de
nosotros, jamás podremos hallar uno. No debemos pensar que podemos irnos al mar tan fácilmente y
obtener una gran cantidad de pescados. Si pescamos bajo la dirección del Señor y conforme a Su
voluntad, ciertamente pescaremos algo. Pero si no lo hacemos en conformidad con la voluntad del
Señor y salimos por nosotros mismos, es posible que todos los peces sean alejados de nosotros y por
la soberanía de Dios se aparten de nosotros. Como creyentes regenerados y comisionados por el
Señor, debemos ir y hacer las cosas en conformidad con Su voluntad, incluso en lo tocante a ganarnos
la vida. Puesto que fuimos regenerados y el Señor nos dio una comisión divina y celestial, debemos
andar conforme a Su voluntad. No debemos tener un concepto natural acerca de cómo ganarnos la
vida. Otros podrán hacerlo, pero nosotros no. Tal vez había muchos incrédulos pescando en el mar de
Tiberias al mismo tiempo que los discípulos, y puede ser que ellos tuvieran una pesca exitosa. Sin
embargo, estos discípulos creyentes laboraron toda la noche y fueron los únicos a quienes los peces
les fueron ahuyentados. Esto fue un milagro. Por lo tanto, no debemos pensar que podemos
simplemente irnos al mar y pescaremos muchos peces. Si lo hacemos por nosotros mismos,
probablemente no obtendremos nada.

Los versículos 4 y 5 dicen: “Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los
discípulos no sabían que era Jesús. Y les dijo: Hijitos, ¿no tenéis algo de comer? Le respondieron:
No”. El Señor Jesús se apareció cuando “ya iba amaneciendo”. El Señor no vino, sino que se apareció.
En el versículo 14 vemos que Jesús “se manifestaba a Sus discípulos”. Antes de que el Señor se
presentara en la playa, Él ya estaba ahí. Cuando los discípulos estaban en la barca pescando, el Señor
también se encontraba ahí, porque Él estaba dentro de ellos. Pero en este momento en particular, el
Señor se apareció y se mostró a ellos.

Podemos comparar Juan 21:5 con Lucas 24:41-43. Cuando los discípulos estaban en la posición
correcta, como en Lucas 24:41-43, ellos tenían incluso en la casa más peces de los que
necesitaban, por lo que le ofrecieron una porción al Señor. Sin embargo, aquí se habían apartado del
camino. De manera que, después de pescar toda la noche, no habían pescado nada —y eso que
estaban en el mar— ¡no tenían ni un solo pescado! No sólo no tenían nada que ofrecer al Señor,
sino que no tenían ni para alimentarse ellos mismos. El Señor les preguntó si tenían pescado para
alimentarse, y ellos dijeron: “No”. Su respuesta debe haberles provocado mucha vergüenza. Si yo
hubiera sido Pedro, me habría avergonzado al responder a la pregunta del Señor.

El versículo 6 dice: “Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la
echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces”. La mañana (v. 4) no era el tiempo
apropiado para la pesca; no obstante, cuando ellos obedecieron la palabra del Señor y echaron la
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Estudio Vida de Juan de Witness Lee
red, cogieron peces en abundancia. ¡Esto indudablemente fue un milagro! Seguramente el Señor
ordenó a los peces que entraran a la red. Este milagro les abrió los ojos, y “aquel discípulo a quien
Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!” (21:7). Juan fue el primero en reconocer que era el Señor.
Cuando Pedro supo que era el Señor, se echó al mar y se le acercó. Los otros discípulos vinieron
con la barca, arrastrando la red llena de peces.

Cuando los discípulos descendieron a tierra, “vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan”
(v. 9). Pedro y los discípulos vieron claramente el pescado sobre las brazas y el pan. No había
necesidad de pescar ningún pez del mar, porque ya el pescado estaba listo en la tierra. El Señor realizó
este milagro para enseñarle a los discípulos que si estaban bajo Su voluntad encontrarían peces en
cualquier lugar, incluso en la tierra. Pero si no estaban bajo Su voluntad, no encontrarían peces ni aun
en el mar. Atrapar peces no depende de nuestra habilidad natural, sino de Su voluntad, pues Él es
soberano y todo se encuentra bajo Su control. Aun en un lugar donde la gente piensa que normalmente
no hay peces, el Señor preparará pescados para nosotros, no directamente del mar, sino ya cocinado
y preparado para nosotros.

En este capítulo vemos tres milagros, los cuales indican tres señales: el milagro de no pescar nada (v.
3), el milagro de la pesca abundante (v. 6) y el milagro del pescado sobre el fuego y el pan (v. 9). Aquí
el Señor entrenaba a Pedro para que tuviera fe en Él en cuanto al sustento. Pedro y los que estaban
con él intentaron pescar toda la noche, pero no obtuvieron nada. Luego, al obedecer la palabra del
Señor cogieron una gran cantidad de peces. No obstante, sin estos peces e incluso estando en tierra
firme donde no hay peces, el Señor preparó pescado y hasta pan para los discípulos. Esto fue un
milagro. Con esto el Señor los entrenó para que reconocieran que si Él no los guiaba, no pescarían
nada aunque fueran al mismo mar, donde siempre hay peces, y lo hicieran en la noche, el mejor tiempo
para pescar; debían comprender que si seguían la dirección del Señor, Él podría proveer peces para
ellos, aunque fuera en tierra firma, donde no hay peces, y aunque fuera en la mañana, que es el peor
momento para pescar. Aunque ellos recogieron muchos peces conforme a la palabra del Señor, Él no
usó esos peces para alimentarlos. Esto fue una verdadera lección para Pedro. En cuanto a procurar
su sustento, él necesitaba creer en el Señor, quien “llama las cosas que no son, como existentes” (Ro.
4:17).

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