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Estos desplazamiento en su mayor parte son de tipo rural y del mismo modo tienen una
constante en ellos: que van es del campo a la ciudad, pues en principio se pasaba de un
centro rural a otro, pero dadas las circunstancias de violencia y pobreza, estos
movimientos poblacionales se dirigieron hacia los centros urbanos más cercanos, y
posteriormente a las grandes ciudades capitales más próximas. También se pueden
clasificar en individual o familiar, en el que se desplaza un individuo o una familia entera y
el éxodo masivo, cuando se desplazan poblaciones enteras por amenazas de genocidio o
por enfrentamiento en sus cercanías de la guerrilla, de los paramilitares y de las fuerzas
militares del estado colombiano.
En este orden de ideas y al establecer una relación entre 1) conflicto armado + disputa
territorial + desplazamiento o migración interna forzada en Colombia; se puede establecer
que entre las múltiples variables generadoras de esta ecuación, la constante es
precisamente la pugna de poder y el control territorial que este trae consigo; es más
puede fijarse esa como una de las causales inmediatas y presentes en todos los tiempo
en que la violencia armada ha estado vigente en nuestro país, siendo considerada por
muchos sociólogos estudiosos del tema, como “la base de la mayoría de los conflictos a
nivel mundial”, donde Colombia no es la excepción. Dicha afirmación se produce dado el
estrecho vínculo desarrollado entre las formas de dominación socio-política sufrida por las
masas poblacionales y la apropiación del espacio o territorio por parte de un grupo social
quien pretende ejercer ese dominio; yendo en contra de los intereses no solo de las
personas despojadas y dominadas (que pierden su propiedad y su arraigo cultural) sino
de una comunidad general que sin duda se ve afectada por los modos de expansión
económica arbitraria, y las violentas estrategias de control social.
Por otro lado, y no menos importante, los grupos insurgentes como las guerrillas de
izquierda y los grupos apoyados por la clase privilegiada (empresarios, ganaderos,
políticos e industriales) como los paramilitares y los escuadrones de inteligencia ilícitos
(antiguo F2, DAS), han sido participes de la producción y distribución de bienes y
servicios ilegales en los territorios en los que han tenido injerencia; siendo en este sentido
otras causas de los fenómenos de desplazamiento y migración interna: a) la extorsión ya
sea con el pago de vacunas o de brindar fuerza de trabajo gratuito en cultivos ilícitos a
cambio de recibir protección; b) la presión psicológica ejercida por esos grupos sobre la
población a fin de despojarla de sus tierras; ya sea por mostrarse neutrales al conflicto o
por ser opositores manifiestos de dichos grupos opresores. Esta con el tiempo se traduce
en medios físicos y violentos en donde la presión deja de ser por la incertidumbre de que
“algo suceda”, finalmente materializándose en atentados reales en los que quienes no
apoyen tales grupos son víctimas directas de ataques, asesinatos, acceso carnal violento,
y otros crímenes.; c) el ultimátum del que son víctimas las poblaciones que están en el
fuego cruzado entre dos grupos que luchan por un territorio –particularmente cuando
ambos son de corte ilegal-, pues estos al no tener control estatal, tienen margen de
movilidad y operación que solo es limitado por el accionar del grupo contrario, que
también lucha por dominar ese territorio la población habitante en él. Esta situación es
generadora de desplazamiento de civiles pues estos en su mayoría son calificados como
auspiciadores del bando que menor control territorial tiene o del bando contrario de quien
ejerce la presión.
A todo esto se le suman los conflictos políticos que la confrontación económica entre
latifundistas y minifundistas tiene en las zonas rurales; el cual se ve agudizado por la
enorme ausencia del Estado en la preservación de los derechos constitucionales que la
población víctima posee. Un ejemplo de ello es la lucha social y la lucha armada que han
ejecutado en los municipios campesinos, mineros y ganaderos del país grupos de
ideología de izquierda y derecha, los cuales con su propósito político, solo buscan
preservar el proyecto económico al cual apoyan y destruir a aquel o aquellos que
respaldan al contrario. Lo que en Colombia se traduce en la guerra entre guerrillas y
paramilitares presentes desde la segunda mitad del siglo XX y sus múltiples elementos
generadores de incertidumbre y violencia.
Una forma característica del ejercicio de la violencia rural es la selectividad con que actúa
contra los puntos neurálgicos de las sociedades locales, que son los líderes y miembros
de las organizaciones campesinas, cualquiera que sea su carácter Ello ejerce un impacto
enorme amedrentando y desplazando las familias circundantes. Esta estrategia, además
le los efectos económicos descritos, disuade los procesos de organización de las
sociedad civil rural que, luego del desplazamiento, van a tener muy pocos deseos de
constituirse en una fuerza organizativa para denunciar su situación y para gestionar
colectivamente la solución de sus necesidades. Las experiencias traumáticas van
llevando a| relegar la participación política en sus diversas manifestaciones. Los procesos
de la violencia rural, se entretejen de manera muy sutil pero muy fácil, con los conflictos
derivados de las estructuras locales de poder.
Algunos hechos explican la dinámica del conflicto en estos tres años; en 2005 el cambio de
tendencia se advierte desde el primer trimestre con “el comienzo del fin del repliegue de las
FARC, en medio de una ofensiva sostenida del gobierno contra esta guerrilla, con apoyo
del Plan Colombia y un importante respaldo de la opinión pública. Es también un período
crítico para el proceso de diálogo entre las Autodefensas y el gobierno, enfrascados en un
debate sobre el marco jurídico sin salidas claras en cuanto a las exigencias del derecho
internacional de verdad, justicia y reparación”[28]. El desplazamiento siguió afectando a
comunidades afro-descendientes, indígenas, campesinos y colonos en zonas donde los
efectos de la “política de seguridad democrática”[29] del gobierno de Álvaro Uribe más se
ha hecho sentir[30], ya que son donde se llevan a cabo los mayores enfrentamientos entre la
fuerza pública, las guerrillas y el paramilitarismo, correspondiendo en su mayoría con
zonas fronterizas.
Y en 2007, uno de los hechos que se consolidan y explican el aumento del desplazamiento
interno es que los actores armados involucran cada vez a más población civil en el conflicto
o actúan intimidándola y generándole zozobra e inseguridad[31]. Esto se manifiesta en la
intensificación del reclutamiento de jóvenes; la siembra de cultivos ilícitos como la coca y
amapola por campesinos (“raspachines”) que posteriormente son acusados de
colaboradores del bando contrario; fumigaciones de estos cultivos con importantes secuelas
en el medio ambiente y en la población; colocación de minas antipersona; uso frecuente de
ejecuciones extraoficiales (falsos positivos)[32]; confinamiento de la población civil
mediante bloqueos que impide la llegada de alimentos, ayuda sanitaria y humanitaria en
general; asesinato de líderes comunales; etc.
A veces las estadísticas despiertan polémica y un cierto rechazo, actitud que está
relacionada en ocasiones con prejuicios bien por la desconfianza ante el organismo que las
realiza, o porque los resultados no se ajustan a lo que se pensaba es la realidad, pero sin
lugar a dudas, y en el caso concreto de los desplazados, conocer con la mayor exactitud
posible “¿cuántos son y donde están?” es muy importante ya que de este número depende,
en gran medida, la asignación de recursos destinados a su ayuda y protección.
En este sentido es indudable la importante labor y esfuerzo de organismos internacionales y
nacionales responsabilizados en mejorar la recogida de información de forma ordenada y
sistemática de manera que sea posible investigar y conocer los múltiples aspectos que
describen las trayectorias de las personas desplazadas. Como ejemplo de este esfuerzo es
encomiable la labor de ACNUR y del IDMC; y Acción Social con el RUPD que comporta
un sistema propio y sistematizado de registro de población desplazada, siendo un desafío
para el Gobierno potenciar la confianza hacia él mismo, de las personas desplazadas y de
los mismos investigadores interesados en este tema.
Las zonas más afectadas por el conflicto y donde este ha ido adquiriendo mayor virulencia
coincide con ser zonas altamente productivas, fronterizas y tradicionalmente olvidadas por
los sucesivos gobiernos, los cuales han ejercido y ejercen escaso control. En estos
territorios paramilitares y guerrillas se disputan el control de los corredores viales, el
narcotráfico, el cultivo de coca y los recursos naturales.
Esta pugna por el control del territorio, de sus recursos y potencialidades, involucra en el
medio rural a poblaciones campesinas y a grupos étnicos que son forzadas a desplazarse,
realizando en muchos casos movimientos cortos con dirección a las cabeceras municipales,
a otro ámbito rural o a otro lugar dentro de su mismo Departamento. La estrategia puede ser
la de moverse a lugares próximos para que el regreso pueda ser más inmediato una vez
restablecida la normalidad.
No todos los Departamentos y Municipios están afectados con la misma intensidad por el
fenómeno del desplazamiento; así, el Departamento con el mayor volumen de personas
desplazadas desde 2000 a 2007 es Antioquia (más del 10% del total de desplazados en el
país) seguido de Caquetá, Bolívar, Cesar, Magdalena, Tolima y Sucre, aglutinando cada
uno de ellos entre el 5 y el 10%; pero si se tiene en cuenta el “impacto” la población
desplazada tiene en el total de la población se observa que es mayor el número de
Departamentos afectados por este hecho; así, en Caquetá, Arauca, Chocó, Guaviare y
Putumayo, la población desplazada significa la cuarta parte o más del total de población del
Departamento respectivo; a estos le siguen Bolívar, Cesar, Magdalena, Meta, Guainía,
Vaupés y Vichada, en los que el “impacto” se sitúa entre el 10 y 16,6%. De ellos, Caquetá,
Bolívar, Cesar y Magdalena coinciden con tener el mayor volumen de personas
desplazadas.
En este fenómeno, los “grupos étnicos” están cada vez más amenazados en los procesos de
desplazamiento, siendo expulsados de cualquier parte donde se encuentren. Con respecto a
las “características” de la población desplazada, hacer dos consideraciones; por un lado, la
visibilización de las mujeres en la estadística, siendo tan afectadas o más que los hombres
por el conflicto y el desplazamiento, y con necesidades diferenciadas con respecto a otros
grupos; por otro lado, la extremada juventud de la población desplazada.
Así, cualquier política de atención a la población desplazada debe tener en cuenta las
características de la población y sus diferentes necesidades, pero no sólo eso: el Gobierno
se debe implicar más en hacer efectiva y posible el retorno de las personas desplazadas.
Este proceso está empezando a ser investigado y en la práctica cuenta con escasas pero
interesantes iniciativas como los denominados “territorios de paz”; por otro lado es, más
que un fenómeno, un derecho reconocido en los Principios Rectores del Desplazamiento
Interno y los Principios sobre la Restitución de las Viviendas y el Patrimonio de los
Refugiados y las Personas Desplazadas.
Sin duda, el desplazamiento interno en Colombia cuenta una amplia y específica legislación
reconocida como la más sofisticada del mundo en esta materia, con organizaciones y
personas dedicadas a la atención de la población desplazada. Lo sorprendente es que en este
contexto son muchos los individuos que han dado un giro total a sus vidas gracias a un
conflicto que ha sido ajeno a sus intereses, y donde antes tenían seguridad porque tenían
vivienda, recursos y se reconocían dentro de una comunidad, ahora no tienen nada, viven
de las ayudas y a veces se les discrimina por ser personas desplazadas; todo esto convierte a
muchas de esta personas en vulnerables con escasa capacidad de enfrentar riesgos y la
inseguridad que estos generan.
Algunos hechos explican la dinámica del conflicto en estos tres años; en 2005 el cambio de
tendencia se advierte desde el primer trimestre con “el comienzo del fin del repliegue de las
FARC, en medio de una ofensiva sostenida del gobierno contra esta guerrilla, con apoyo
del Plan Colombia y un importante respaldo de la opinión pública. Es también un período
crítico para el proceso de diálogo entre las Autodefensas y el gobierno, enfrascados en un
debate sobre el marco jurídico sin salidas claras en cuanto a las exigencias del derecho
internacional de verdad, justicia y reparación”[28]. El desplazamiento siguió afectando a
comunidades afro-descendientes, indígenas, campesinos y colonos en zonas donde los
efectos de la “política de seguridad democrática”[29] del gobierno de Álvaro Uribe más se
ha hecho sentir[30], ya que son donde se llevan a cabo los mayores enfrentamientos entre la
fuerza pública, las guerrillas y el paramilitarismo, correspondiendo en su mayoría con
zonas fronterizas.
Y en 2007, uno de los hechos que se consolidan y explican el aumento del desplazamiento
interno es que los actores armados involucran cada vez a más población civil en el conflicto
o actúan intimidándola y generándole zozobra e inseguridad[31]. Esto se manifiesta en la
intensificación del reclutamiento de jóvenes; la siembra de cultivos ilícitos como la coca y
amapola por campesinos (“raspachines”) que posteriormente son acusados de
colaboradores del bando contrario; fumigaciones de estos cultivos con importantes secuelas
en el medio ambiente y en la población; colocación de minas antipersona; uso frecuente de
ejecuciones extraoficiales (falsos positivos)[32]; confinamiento de la población civil
mediante bloqueos que impide la llegada de alimentos, ayuda sanitaria y humanitaria en
general; asesinato de líderes comunales; etc.
Las teorías económicas plantean que la descentralización podría servir como medio para
alcanzar la desconcentración y la redistribución de la población. En el caso colombiano,
es necesario tener en cuenta que —si bien hay administración descentralizada y las
grandes ciudades se dividen en unidades administrativas menores (alcaldías, localidades,
comunas); — los departamentos son unidades administrativas para un número limitado de
programas y no cuentan con poder legislativo ni con facultades de aplicación de
impuestos. Tampoco hay desarrollo industrial en zonas distintas a los principales centros
comerciales, industriales y administrativos y, finalmente, las dependencias principales del
gobierno central están en la ciudad capital.
Es inevitable conectar el tema del desplazamiento forzado con el del conflicto agrario; la
tierra y el territorio colombiano tienen una valoración que va más allá de la tradicional
explotación agropecuaria y se constituyen en objetivo prioritario de las fuerzas violentas.
Actualmente, la violencia y el desplazamiento forzado son expresiones del problema por
la propiedad y control, que se manifiestan en el antagonismo entre latifundio ganadero o
empresa agroindustrial y el minifundio campesino, y en el conflicto por el dominio y control
del territorio como espacio estratégico de orden político económico. Ello pues en los
últimos 25 años la acción de los violentos se ha dirigido hacia los campesinos que
explotan la tierra de segunda calidad. Los indicios que se presentan sugieren, en primer
lugar, que la tierra de mejor calidad se encuentra controlada por poderes que no les es
factible enfrentar o con quienes sostienen vínculos indisolubles y, en segundo lugar, que
muy probablemente esa tierra haya entrado en una fase de degradación que afecte su
fertilidad en razón de la extralimitación en su explotación por la mecanización y el uso
indiscriminado de fertilizantes.
En este sentido es pertinente señalar que Colombia atraviesa por la segunda fase
histórica del desplazamiento forzado interno, ello se debe a la persistencia de un estado
corporativista de intermediación de intereses cuyo modelo territorial no está en capacidad
de responder al desafío del conflicto suscitado en el empobrecimiento secular de algunas
zonas del país y de la consolidación de las inseguridades y vulnerabilidades que el
conflicto retroalimenta cotidianamente. La cuestión ambiental contribuye a agravar el
conflicto pues, en efecto, la pérdida de la fertilidad tanto en la agricultura mecanizada
como en el minifundio de uso intensivo, aunada a la deforestación de las principales
cuencas hidrográficas del país, torna más localizado el desplazamiento forzado originado
en la disputa violenta de la riqueza de la tierra con restricciones moderadas para el cultivo
y en la subsecuente inseguridad alimentaria que todo este fenómeno trae consigo.
Finalmente, en una búsqueda de una reactivación del campo como ente productivo, y de
las zonas rurales como generador económico de riqueza, no se han impulsado programas
con los que se puedan desarrollar políticas públicas que contribuyan a este objetivo, y por
el contrario la ocupación de tierras aptas para el laboreo o cultivo se han extendido a la
producción de cultivos ilícitos como la hoja de coca, lo cual en sí mismo es factor que
consolida el fenómeno criminal del narcotráfico y de los desplazamientos forzados
subsecuentes de la violencia que las mafias cocaleras desarrollan en los territorios que
ocupan. Lo cual se motiva por dos razones principales: a) los altos costos en materia de
producción agrícola o ganadera que han tenido que asumir los campesinos minifundistas,
y b) la alta productividad (por los bajos costos) que tienen los cultivos ilícitos, donde el
productor aunque no tenga una ganancia que le permita ser generador de empleo, si tiene
un margen de productividad que no le acarrea perdidas y una ganancia que le permite
seguir subsistiendo realizando esta actividad.