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El E.E. tiene por objetivo desarrollar un repertorio de música electroacústica escrita mediante
un sistema de notación, cuyas posibilidades expresivas sean semejantes a las que la notación
instrumental posee, que implique una renovación constante en las interpretaciones, ya sea por
parte del mismo ensamble en conciertos diferentes, por parte de otros ensambles, o por el
devenir del tiempo y el avance de la tecnología. Vale aclarar que la música electroacústica
nunca se escribió en este sentido, salvo algunas excepciones y con diferentes propósitos.
El presente ensayo tiene por objeto analizar desde un enfoque semiótico las dificultades, y la
imposibilidad de generar “cierto tipo de expectativas”, que presenta el concierto acusmático al
oyente al no gozar de determinadas pistas o índices visuales como las que brindan los
conciertos tradicionales.
La segunda pista importante que nos falta al no poder ver a los intérpretes son los signos
kinético/visuales. Estos son capaces, en algunos casos, de adelantarnos y prevernos de los
ataques y las dinámicas de los eventos sonoros venideros así como del cese de la ejecución
musical de un instrumentista o la vuelta a participar del discurso en un determinado momento.
Leonar Meyer, citando a Edward T. Cone expresa: “La observación de los gestos físicos de los
músicos puede facilitar las reacciones empáticas de los oyentes a los gestos simbólicos de la
música”. En este sentido, la ausencia de los músicos también nos priva de ese “consecuente
más o menos específico” que implica el movimiento de los mismos.
Muchas veces el receptor está a priori (y quizás sin haber reflexionado al respecto) parado
frente a la obra desde una actitud dogmática, de “celador del arte”, que intenta evitar que este
se “desnaturalice”. Podríamos relacionar esta postura con la noción Apocalípticos de Humberto
Eco (1984), es decir aquellos que se anclan en el pasado y exigen que no se desvirtúe el arte.
Ahora, entendemos que para lograr dar forma a una producción simbólica moderna, en este
caso para que cobren sentido las relaciones de una obra de música académica contemporánea
son necesarias nuevas competencias. Sin embargo pensamos que para alcanzar una experiencia
estética auténtica, un afecto, un percepto (Deleuze & Guattari, 1993), y lograr adosarle al
objeto percibido alguna configuración formal solo es necesario para el espectador adoptar una
postura más abierta y receptiva, así como involucrarse con el objeto ambiguo y llevar a cabo
una actividad poiética, crítica y creativa. Aclaremos que este no es el caso de las obras
puramente conceptuales, estas sí requieren competencias a priori, que ausentes nos
imposibilitarían comprender el fenómeno.
Jauss (Jauss, 1986) respecto de su Teoría del objeto ambiguo entiende que “a partir de ahora, la
poiesis supone un proceso en el que el receptor se convierte en co-creador de la obra”, así “el
arte libera a la recepción estética de su pasividad contemplativa”. Reinterpretando a Jauss (que
aquí hacía referencia a los objetos ambiguos de la estética dadaísta) podríamos decir que ahora
la contemplación del objeto en sí no es lo único estéticamente placentero sino que también se
suma la actividad poiética del espectador.
Marta Zátonyi en Arte Y Creación (Zátonyi, 2007) nos habla del valor de la Fe en la recepción de
la obra, “sin fe no hay, no se percibe el valor de la obra”. Esto sucede “sólo cuando hay fe,
cuando el hombre que recibe la obra está dispuesto a asimilarla”.
LA REPRODUCTIBILIDAD
De la placa fotográfica, por ejemplo, son posibles muchas copias; preguntarse por la copia
auténtica no tendría sentido alguno. Pero en el mismo instante en que la norma de la
autenticidad fracasa en la producción artística, se trastorna la función íntegra del arte. En lugar
de su fundamentación en un ritual aparece su fundamentación en una praxis distinta, a saber
en la política.
Y si quizás la capacidad exhibitiva de una misa no es de por sí menor que la de una sinfonía, la
sinfonía ha surgido en un tiempo en el que su exhibición prometía ser mayor que la de una
misa.
Un cuadro ha tenido siempre la aspiración eminente a ser contemplado por uno o por pocos. La
contemplación simultánea de cuadros por parte de un gran público, tal y como se generaliza en
el siglo XIX, es un síntoma temprano de la crisis de la pintura, que en modo alguno desató
solamente la fotografía, sino que con relativa independencia de ésta fue provocada por la
pretensión por parte de la obra de arte de llegar a las masas.
Ocurre que la pintura no está en situación de ofrecer objeto a una recepción simultánea y
colectiva. Desde siempre lo estuvo en cambio la arquitectura, como lo estuvo antaño el epos y
lo está hoy el cine.
EL AURA
Incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obra de arte, su
existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra. En dicha existencia singular, y en ninguna
otra cosa, se realizó la historia a la que ha estado sometida en el curso de su perduración.
También cuentan las alteraciones que haya padecido en su estructura física a lo largo del
tiempo, así como sus eventuales cambios de propietario.[…]
El aquí y ahora del original constituye el concepto de su autenticidad. […]
El ámbito entero de la autenticidad se sustrae a la reproductibilidad técnica y desde luego que
no sólo a la técnica. […]
He aquí un estado de cosas que podríamos caracterizar así: por primera vez -y esto es obra del
cine- llega el hombre a la situación de tener que actuar con toda su persona viva, pero
renunciando a su aura. Porque el aura está ligada a su aquí y ahora. Del aura no hay copia. La
que rodea a Macbeth en escena es inseparable de la que, para un público vivo, ronda al actor
que le representa.
La escena teatral es de hecho la contrapartida más resuelta respecto de una obra de arte
captada íntegramente por la reproducción técnica y que incluso, como el cine, procede de ella.
LO TÉCNICO
Mago y cirujano se comportan uno respecto del otro como el pintor y el cámara. El primero
observa en su trabajo una distancia natural para con su dato; el cámara por el contrario se
adentra hondo en la textura de los datos. Las imágenes que consiguen ambos son
enormemente diversas. La del pintor es total y la del cámara múltiple.
DEL ARTE
Nada pone más drásticamente de bulto que el arte se ha escapado del reino del halo de lo
bello, único en el que se pensó por largo tiempo que podía alcanzar florecimiento.
De ser una apariencia atractiva o una hechura sonora convincente, la obra de arte pasó a ser un
proyectil. Chocaba con todo destinatario. Había adquirido una calidad táctil.
Se trata de mirar más de cerca. Disipación y recogimiento se contraponen hasta tal punto que
permiten la fórmula siguiente: quien se recoge ante una obra de arte, se sumerge en ella; se
adentra en esa obra, tal y como narra la leyenda que le ocurrió a un pintor chino al contemplar
acabado su cuadro.
Dentro de grandes espacios históricos de tiempo se modifican, junto con toda la existencia de
las colectividades humanas, el modo y manera de su percepción sensorial. Dichos modo y
manera en que esa percepción se organiza, el medio en el que acontecen, están condicionados
no sólo natural, sino también históricamente.