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JUAN FERNANDEZ CARRERO

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1905

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DON QUIJOTE
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SANCHO PANZA

VITORIA

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JUAH FEREÁIDEX CARRERO

VITORIA

IMf. DE LOS HIJOS DE 1TURBE

1905
-A la conciencia humana

Siempre creí en tí, pero

ahora también creo.

DON QUIJOTE.
. A la socarronería humana

Siempre creí en tí, pero

ahora también creo.

SANCHO PANZA.
¿PARTE PRIMERA

FESTIVIDADES
Al Exorno. Señor Ministro de la Gober¬

nación española.

Alonso Quijano el Bueno por la gracia de los libros'


de caballería y por la fuerza de la constitución biológico-fi-
siológica de los seres, tipo que no murió por el lado espiritual,
aunque tuvo la suerte de morir por el lado físico, pero que
ha resucitado por petición colectiva de las señoras castella¬
nas que han demostrado y
rogado á Dios que el llamado vul¬
garmente Don Quijote no debió « dejarse morir sin más ni
más, sin que nadie le mate », y por ende debe resucitar para
que haya en la España un hombre siquiera que defienda y
sostenga al sexo bello y desfaga los tuertos inferidos al sexo
feo, máxime cuando el astuto de mi escudero no ha muerto
aún, porque dice y sostiene que mientras no le maten no ha
de morirse voluntariamente, y como, por lo visto, no hay

ningún guapo que se atreva á matarle, circunstancia (esta de


la supervivencia de Sancho) que hace absolutamente necesa¬
rio mi retorno á la vida para que las frialdades del tal escu¬
dero mío se acaloren con las mieles mías no
mis fiebres y
empalaguen al mezclarse por entre la tortas de Sancho ; sin
10 Juan Fernández Carrero

más cérlula que acredite mi personalidad que el estado de


momia en que reaparezco para reanudar mis tareas terres¬
tres, á vuesa merced digo respetuosamente:
«
Alonso,—me dijo el Señor—; accedo al ruego de las
»
mujeres que viven en el planeta que tú viviste, pero como
» vuelves al tiempo vuelves también á la inminencia del pe-
» cado y de la muerte eterna. » « Un sólo medio te resta pa-
» ra que si sigues, que seguirás, siendo tan tonto como antes

»
y te dejas morir sin que nadie te mate, entres otra vez en
»la gloria de que sales ahora : hacerte maestro de escuela en

»España. »
Y en efecto, aquí me tiene vuesa merced de maestro
de escuela, y 110 creáis, señor mío, que he cargado con esta
cruz, más pesada que la del Grorbea, porque unos cuantos
ilusos hayan dicho que yo fui un pedagogo y mi libro una
Pedagogía, no, señor Excelentísimo ; es que yo he disfrutado
de la gloria y aquello no se parece á nada, sino á sí mismo, y

por esta razón egoísta me he colado en este berengenal y en


el cual ando y vivo contento y satisfecho, porque si la gloria
no se parece más que á sí misma el ser maestro de escuela en

España no se parece más que á sí mismo también ; y por eso


Dios me encargó este oficio que desempeño, pues según la es¬
tadística que lleva San Pedro, en las mismas puertas de la
mansión celeste, todavía no ha muerto ningún maestro de es¬
cuela español que no vaya derecho á la gloria, ni ningún Mi¬
nistro de la Gobernación que no vaya derecho al infierno. Con
todo eso no se inquiete, ni desazone vuesa merced, que los
hombres sólo han de inquietarse y desazonarse por ser injus¬
tos y malos administradores y no por lo que las cosas dan de
sí naturalmente. Porque es lo que dije yo : « Ahora no hay
»
que dudar, sino que esta arte y ejercicio de maestro de escue-
» la excede á todas aquellas y aquellos que los hombres inven-
»taron, y tanto más se ha de tener en estima, cuanto á más
»
peligros está sujeto. » « Quiténseme delante los que dijeren
»
que la política hace ventaja á la escuela, que les diré, y sean
»
quien se fueren, que no saben lo que dicen : ahí está.par a
Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 11

demostrarlo el espantable triunfo de la escuela japonesa so¬


bre la política rusa y esto se vendrá á conocer por el ftn
y paradero á que cada uno se encamina, porque aquella
intención se ha de estimar en más, que tiene por objeto
más noble fin. » «Es el fin y paradero teórico de la política,
poner en su punto la justicia distributiva, y dar á cada uno
lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se
guarden : fin por cierto generoso y alto y digno de grande
alabanza; pero no de tanta como merece aquel que á la
escuela atiende, la cual tiene por objeto y fin la paz, que es
el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vi¬
da» « Esta paz es el verdadero fin de la guerra
escolar,
que lo mismo es decir escuela que guerra escolar. » « Prosu-
puesta pues esta verdad, que el fin de la escuela es la paz, y
que en esto hace ventaja al fin de la política, vengamos aho¬
ra al escrutinio de los trabajos del cuerpo del político, y á
los del profesor de la escuela, y véase cuáles son mayo¬
res » « Digo, pues, que los trabajos del político son éstos :

principalmente astucia, no porque todos sean astutos, sino


por poner este caso en todo el extremo que pueda ser ; y en
haber dicho que padece astucia, me parece que no había
que decir más de su mala ventura eterna, porque quien es
astuto no tiene cosa buena. » « Esta astucia la padece por
sus partes, ya en hambre, ya en frío, ya en desnudez, ya
en vanas promesas, ya en encender y atizar la discordia

en los pueblos, ya en burlarse de sus electores, ya en todo


junto ; pero con todo eso no es tanta, que no coma aunque
sea un poco más tarde de lo que se usa, aunque sea de las

sobras de los ricos, que es la mayor miseria del político esto

que entre ellos llaman andar á la sopa « de los caciques »....


No quiero llegar á otras menudencias, conviene á saber, de
la falta de camisas y no sobra de zapatos, la raridad y poco
pelo del vestido, ni aquel ahitarse con tanto gusto, cuan¬
do la buena suerte les depara algún banquete político. »
Por este camino que he pintado, áspero y dificultoso, tro¬

pezando aquí, cayendo allí, levantándose acullá, tornando á


12 Juan Fernández Carrero

» caer allá, llegan al grado que desean, el cual alcanzado, á


» muchos hemos visto que habiendo pasado por estas Sirtes y
»
por estas Escilas y Caribdis, como llevados en vuelo de la fa-
» vorable fortuna, digo que los hemos visto mandar y gober-
» nar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura,
» su frío refrigerio, su desnudez en galas, sus promesas en
en

» lo que eran, y su dormir en una estera, en reposar en holan-


» das y damascos, premio justamente merecido de su virtud j
»
pero contrapuestos y comparados sus trabajos con los del
» milite pedagógico, se quedan muy atrás en todo, como ahora
» diré. » « Pues comenzamos en el político por la pobreza y

» sus partes veamos si es más rico el maestro de escuela, y ve-

d remos que, no hay ninguno más pobre en la misma pobreza,

»
porque está atenido á la miseria de su paga, que viene tarde
» ó nunca fvuesa merced, Sr. Besada, sabrá si esto de « nunca »
» va á ser ó no cierto, que en lo de tarde ya lo sabemos), ó á lo

»
que garbeare por sus manos con notable peligro de su vida y
» de su conciencia ; y á veces suele ser su desnudez tanta, que
» un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la

» mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del


»
cielo, estando en la escuela rasa, con sólo el aliento de la
» boca de los niños, que como sale de lugar inocente tengo por
»
averiguado que debe de salir frío contra toda naturaleza. »
« Pues esperad que espere » el Sr. Besada, el milite po¬
que
lítico, ponga en su punto la justicia distributiva, y dé a cada
uno lo que es suyo, ó sea al milite pedagógico la ración de

bazofia que ganara, y ya veréis cómo le pone « la borla en la


» cabeza hecha de hilas
para curarle algún balazo que quizá
»le habrá pasado las sienes, ó le dejará estropeado de brazo
»
y pierna » por ser tan altanero y tan violento como supone
el inaudito atrevimiento de reclamar lo suyo. Es por ésto y
no por el castigo por lo que hay que inquietarse y desazonar¬

se, Sr. Besada, porque el dolor de los maestros de escuela y


la inmoralidad administrativa son los que han escrito allá
arriba estas apocalípticas palabras: « entren en la gloria los
Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 13

maestros de escuela y en el infierno los Ministros de la Go¬


bernación. »

Y sin más preámbulos, y con la misma apostura que si


estuviese presencia de mi adorada Dulcinea del Toboso en
en

rendimiento de esta joya de paz que le tributo, construida


en la divina orfebrería pedagógica del mejor Maestro de la

tierra y del cielo, que fué quien dijo : Paz sea en esta casa.
Mi paz os doy, mi paz os dejo, paz sea entre vosotros, digo que

voy á deciros que persigo la paz como fin de la guerra que os


declaro en este

PRIMERO Y ÚLTIMO PUNTO

Tras, tras.—¿Quién es"?


—ElRegente de Vitoria
que ha llegado de la gloria
por el dinero de ayer.

Y como no dar dinero,


dice la Diputación,
Quijote en Gobernación
que desfaga nuestro fuero.

Besada (1) Ministro, vuestra gentil


sea, pues, señor
mano, pero en cumplimiento de las leyes de caballería pón¬
gase en guardia, que á los lanzazos longinescos que yo recibo
contesto siempre con bizcochazos á lo Contreras en Treviño.
Respeto, alabo, bendigo y defiendo el fuero vascongado
contra los que so pretexto de él lo desobedecen, vituperan,
maldicen y abandonan.
Ejemplo. En el « libro de caballería» denominado
Concierto económico de 1877 ( 2) leo en su artículo 9.°/:

(1) Nota importante.—Compuesto este trabajo antes de la «caída» del Sr. Besa¬
da, vea el nuevo Ministro de la Gobernación Sr. García Prieto si se le aplican ó no
estas «coplas.»
(2) Que es el alegado en contra mía.
14 Juan Fernández Carrero

«
Cualquier otra nueva contribución, renta ó impuesto que las
»
leyes de presupuestos sucesivas establezcan SERÁN OBLIGA -
» TORIOS & las provincias vascongadas y la caritidad que las
»
corresponda satisfacer al Estado, se liará efectiva por los
» medios que el G-obierno determine, oyendo previamente á las
»
respectivas Diputaciones provinciales. »
Y como la ley de presupuestos de 28 de Septiembre de
1898 estableció en su artículo 16 la nueva contribución ó im¬
puesto de mi gratificación, la obligación contraída por el fue¬
ro vascongado obliga á la diputacion provincial de álava á
pagarme las 500 pesetas anuales por mi trabajo diario en los
estudios y prácticas del Magisterio, por los medios que el Go¬
bierno determine, oyendo préviamente á dicha Diputación. Y
como el Gobierno ha oído repetidamente á la Diputación y
ha determinado (también repetidamente) que el medio de
pagarme sea esta Diputación directamente, aquí se está fal¬
tando al compromiso contraído solemnemente por el fuero

vascongado, al Gobierno central con la desobediencia á tres


Reales órdenes directas á esta Diputación sobre el particu¬
lar, y ese mismo Gobierno central está dando muestras de
echar « abajo el principio de autoridad ante los fuertes, » para
pavonearse ufano y exclamar furibundo, « arriba con el prin¬
cipio de autoridad ante los débiles. »
Este lenguaje altanero y violento (como corresponde á
un caballero andante y paisano del león rondeño) sobre las
suavidades y bienquerencias que por contestación á mis razo¬
nes honradas, justicieras y legales hanse combinado con otras

razones mías no menos legales, justicieras y honradas para

encantarme en el castillo de los Duques que dieron el gobier¬


no á Sancho, y luego di ó lugar á que grabaran los muy soca¬

rrones al exterior de la fortaleza


en que me encerraron esta

infame leyenda: « Aquí está emparedado el famoso caballero


»Don Quijote de la Mancha con las manos cortadas á cercén,
»la derecha por la Regencia que desempeña en Vitoria y la
»izquierda por el cargo que tenía en el Instituto, con la
»
pérdida de su ascenso por mérito á la primera categoría del
Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 15

» escalafón y con la expulsión de la segunda categoría en que


»
ya estaba, la pérdida del derecho á sus célebres 500 pe-
con
»
setas, con la pérdida de la cuarta parte de su sueldo por
»
adultos, con el lanzamiento exoneroso del caso 5.° del ar-
»tículo 3.° del R. D. de 27 de Abril de 1877 en que estaba
»
comprendido, previo expediente en el cual se hizo constar
» sus brillantes resultados en la enseñanza
y su conducta ejem-
»piar y con la publicación en la prensa y comunicaciones
» oficiales á las autoridades
y al interfecto, de la deshonra ca-
» balleresca de
que ha sido objeto el atrevido caballero. »
«Item más. » « Para poder llevar á cabo esta hazaña
» hemos tenido
que desglosar del expediente y enterrar en el
» foso de este castillo las noventa y nueve actas, comunica-

» ciones
oficiales, informes laudatorios y los once premios ex-
»traordinarios que el « caballero de los Leones » traía en
» su coleto como trofeos de sus
campañas educativas y lite-
» rarias en
pró de los niños desvalidos y tirados por esas ca-
»lies, y en desagravio y desfacimiento de los tuertos causados
» á la
justicia, á la ley, á la conciencia, á la educación, á la
» enseñanza yá la verdad. » Y como todo esto no era bastan-
»te hemos tenido que suplantar la verdad oficial, consignada
» en expediente, para que el «Ingenioso Hidalgo » sea aquí
»encarcelado y rotulado además con este epitafuero :

» Es salvaje de Esparta,
un

»
y ante su tenacidad
»
por que triunfe la verdad,
»
que un rayo de Dios lo parta. »

Sepa, pues, vuesa merced, Sr. Besada ó Besado (que


le estaríamejor por razón del sexo), que careciendo como
carezco, de entrambas manos escribo estas cuartillas con la
pluma puesta en la boca, y en su consecuencia esta mi pluma
recibe las modificaciones internas á quemarropa y quemar hé
con ellas á los encantadores, aunque revistan la forma de leo¬

nes, pues ya sabe vuesa merced cómo me cuadré yo ante ellos


16 Juan Fernández Carrero

al verlos venir por el camino opuesto que seguíamos Don Die¬


go de Miranda y yo:« ¿ Leoncitos á mí ?» «¿ A mí leoncitos,
y a estas horas, ? » recordará vuesa merced que dije, y los
leones me volvieron las posaderas y yo exigí del leonero que
certificase de mi valentía en la mejor manera que le fuese po¬
sible lo que allí había visto hacer por míconviene á saber:
cómo el leonero abrió « al león, yo le esperé, él no salió, vol-
víle á esperar, volvió á no salir, y volvióse á acostar. » « No
debo más, y encantos afuera y Dios ayude á la razón y á la
verdad. »

traducción de este pasaje quijotesco á la realidad oficial

Los leoncitos son los


diputados provinciales de Alava,
Don Quijote es el Regente de la escuela graduada de Vitoria
y el leonero es vuesa merced, representante y sostenedor de la
misma conducta de aquel otro Ministro á quien yo le dije que
diese de palos á los «leoncitos » y les irritase para echarlos
fuera, y quien tuvo la debilidad de decirme : « Eso no haré
yo, porque si yo les instigo, el primero á quien harán peda¬
zos será á mí. » « Vuesa merced, señor Regente, se contente

con lo hecho, que es todo lo que puede decirse en género de


valentía, y no quiera tentar segunda fortuna. »
Mas como á mí hay medio de convencerme, ni de
no

detenerme si se trata de
una aventura caballeresca, héme

aquí que cuando el andante caballero conocido con el selvá¬


tico nombre de D. Juan de la Cierva y Peñafiel dictó, falsa¬
mente aconsejado, la Real orden de mi traslado disciplinario,
Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 17

hube de decirle: « á la calle, que no á otra escuela iréme yo,


porque sobre la vergüenza que ello me costaría, me ampara
la legalidad para permanecer en mi puesto, mientras no se
me paguen las 3.000 pesetas que ¡ SE ME DEBEN ! por esta
Diputación. »
Pero la Cierva tiraba al monte, al monte mar¬
como

chóse, soltando al paso mi instancia en esta Diputación y sus¬


tituyéndole en su cargo un médico tan... cirujano, que ha
obrado con su renombrada terapéutica administrativa el es¬

tupendo milagro de coger mi mano derecha del frasco de al¬


cohol en que yo la conservaba, y pegándola al muñón de mi
antebrazo ha quedado adherida á él con una perfección tal
que ya pueden venir todos los doctores, habidos y por haber,
á distinguir entre el corte y el ingerto.
El 27 de Mayo próximo pasado dióse cuenta de mi ins¬
tancia en esta Diputación, y acordóse pase—por décima vez
—el « arco de catedral» á estudio é informe de los «leon-
citos» letrados, ó lo que es igual: arrójese el negocio por la
romana roca Tarpeya ó por el agreste Taigeto griego, pues¬
to que todos los «leoncitos» conocen el asunto como las mon¬
jas el Padrenuestro ; pero como aquellos no quieren decir que
« sí» y no pueden decir que « no,» el busilis consiste en se¬

guir manteando al Gobierno, al Regente, á la justicia y á la


ley, á la manera como « daba el arriero á Sancho, Sancho á
la moza, la moza á él, el ventero á la moza, etc.; y fué lo bue¬
no que al ventero ( al Gobierno ) se le apagó el candil, y como

quedaron á escuras, dábanse tan sin compasión » el Regente


al Gobierno, el Gobierno á la Diputación, la Diputación al
fuero y el Consejo y todos al Regente, « que á doquiera que
ponían la mano no dejaban cosa sana. » Y mientras el cua¬
drillero de la Santa Hermandad vieja de Toledo no diga:
«¡ Ténganse á la justicia ! » á la Real Orden de 17 de Febrero
de 1904, há ya más de 15 meses consentida é incumplida por
esta Diputación, tengo para mí que « el extraño estruendo de
la pelea » no cesará, porque aun cuando la Diputación echó¬
me « á tiento mano á las barbas » y creyóme muerto, ahora
18 Juan Fernández Carrero

resulta que no estoy muerto, sino vivo y muy revivo, y sos¬


pecho que — en relación con lo que se avecina — « el moli¬
miento délas estacas fué tortas y pan pintado, » sin qne lo evi¬
te eso de que los «leoncitos » no quieran salir de la jaula, que

yo obligaré al leonero para que los apalee y salgan á reñir


conmigo la más descomunal batalla de que se tenga noticia
en los pasados, presentes y venideros siglos.

En resolución, dile—me dijo Moraza (1) al despedir¬


me de él en la gloria—al caballero Besada (2) estas dos cosas :

1.a Que ya le tengo dicho á la Diputación de Alava, por con¬


ducto del asendereado Carrero (que invocó mi espíritu), que
está condenada, porque Dios no perdona á los que faltan á
sabiendas á la justicia y á la ley, que el fuero vascongado
no se opone á ese pago, sino que lo exige, y que el portillo

por donde se van los fueros es el faltar á lo pactado en ellos,


y que ni por estas expresiones, ni por otras análogas, se en¬
fade la Diputación ni nadie contigo, porque el estallar ardo¬
roso de los sentimientos de justicia, de ley, de verdad y de'

honor, limpia la atmósfera social de la patógena microbio¬


logía y riega los secos campos de la moral; y 2.a Que si el.
Ministro de la Gobernación, tomando buena nota de la ins¬
tancia tuya que radica en la Presidencia del Consejo de Mi¬
nistros y fundándose en el escozor que debe causarle la per¬
tinaz desobediencia de la Diputación alavesa á tres Reales ór¬
denes del mismo, ordena al Gobernador de Alava intervenga
los fondos provinciales y pague al Regente lo que es suyo,.
Dios Nuestro Señor hará una excepción honrosa y el Sr. Be¬
sada, al instigar á los «leoncitos » para que salgan de la
«jaula » y para que rompan un silencio que es la demostra¬
ción mejor de la razón de la sinrazón que á tu razón se hace,
será el primer Ministro de la Gobernación que entre en la
gloria de los justos, no sin advertirle que, en el supuesto de¬
que no haga caso, como no hará, de estos consejos de amigo,
no es menester que se muera para que entre de cabeza en el

(1) Heróico defensor del «legítimo» fuero vascongado.


(2) Téngase en cuenta la nota de la página 13.
Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 19

infierno de la prensa y delParlamento á ver si allí se calien¬


taj que calentura eterna han de sufrir todos los que retienen,
ó toleran que se retenga, lo ajeno contra la voluntad de su
dueño (1).

Don Quijote.

En el castillo de los Duques á 9 de Junio de 1905.

(1) Imposible que el eminente canonista señor


Montero Ríos tolere semejante retención, máxime es¬
tando dentro del nuevo Gobierno el héroe de la jus¬

ticia pedagógica, el eximio Conde de Romanones.


PARTE SEGUNDA

FORMALIDADES

TRAEMJO PREMIADO

ES EL III CEETEEARIO DEL "QUIJOTE,,


CELEBRADO EN VITORIA EL DÍA 9 DE MAYO DE 1905
TEMA:

¿Qué quiso decir Cervantes

en el inciso "de cuyo nombre no

quiero acordarme?....,,

LEMA :

t en Madrid á 23 de Abril de

16(6.

Señores :

El acto de entrar el
pensamiento ajeno para salir
en

luego con el conocimiento exacto de lo que un hombre ha


querido decir, pero que no ha dicho, constituye, á mi humil¬
de entender, una operación temeraria y propensa á error por

consiguiente.
Fundo esta modesta opinión mía en que la palabra
« conocida, » á
pesar de haberse inventado, según San Agus-
24 Juan Fernández Carrero

tín, para decir con ella lo que se siente, muchas veces expre¬
samos con ella lo que no sentimos ; es decir, que los hombres

hemos añadido á la palabra una función más de la que Dios


le diera, ó sea la función pecaminosa de mentir con el signo
oral, función agregada por nuestra debilidad á la incompa¬
rable obra divina para engañar á nuestros prójimos y para
engañarnos también—en el tiempo—á nosotros mismos.
Otra cosa fuera si el progreso,
labor grata á Dios, lle¬
gase á inventar un aparato que, cual el de los rayos X para
penetrar los cuerpos, nos llevase á la penetración del pensa¬
miento ajeno con las seguridades de la intuición racional y
sin los peligros de conmover en sus sepulcros á los autores

cuyas ideas interpretamos por los indicios de sus palabras,


que pudieron ser forma externa de una impresión psicológi¬
ca suya especial, particular y pasajera5 envoltura
material de
una idea sincera, general y permanente
5 expresión oral labo¬
riosa y rebelde que no traducía fielmente sus conceptos ; sig¬
nificación verbal sugestionada por el amor, por el agradeci¬
miento, por la caridad, por el odio, por la ingratitud, por la
crueldad, por la envidia, por la sátira ; como pudo ser
también lenguaje de más bajo vuelo puesto al servicio inno¬
ble de la negación práctica del octavo mandamiento de la Ley
de Dios.
Y si por todas estas laberínticas sinuosidades anímicas
hay que atravesar y escudriñar para la interpretación genui-
na del pensamiento ajeno expresado con palabras, la dificul¬

tad sube de punto, es aterradora, cuando queremos acometer


la magna empresa de interpretar lo que no ha dicho un autor
sino lo que quiso decir, sin ostentar el intérprete el indis¬

pensable título de adivinador.


Por estas razones, que condicionan el problema, es por
lo que me he atrevido á decir que resulta temerario el querer
averiguar ahora lo que entonces quiso decir Cervantes en su
inciso « de cuyo nombre no quiero acordarme » : solamen¬
te él puede decirlo.
Pero creado el hombre para el trabajo, para la lucha,
Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 25

para descubrir cón esfuerzos una parte de los misterios


sus
que le rodean para excitar y quizá para motivar y entretener
así su existencia, y ocultarle por este modo piadoso la reali¬
dad de su tremenda desgracia original, y hacerle noble coo¬
perador de la gloria por sus propios merecimientos y respon¬
sable justamente directo de su infierno por sus pecados, el
hombre, digo, fascinado por su omnímoda libertad, ha dado
una excesiva extensión á sus finitas prerrogativas, y de aquí

que intente muchas veces luchar con el imposible, querer pe¬


netrar lo que le está vedado y querer saber lo que está nega¬
do, porque á su general imperfección suele juntar su particu¬
lar debilidad que le excita contra toda potencia y que discul¬
pa y ensalza en él lo que estima disparatado en los demás,
descifrándose de esta suerte la eterna metáfora Cristiana de
que « vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el
nuestro. »
Y si todo esto ocurre á los sabios explicadoestá ya que
los ignorantes cometamos la temeridad de invadir y profanar
con nuestras presunciones estúpidas el suntuoso, respetable
y magnífico templo de Minerva.
Una razón natural, pues, empujada por mi ignorancia

(como se ve por lo que ya llevo dicho á guisa de exordio


«
solapado, » pero sin haber dicho nada sobre el tema á dis¬
cutir, ) me induce ciegamente á entrar en liza armado de cas¬
cada y presuntuosa caña (especie de segunda lanza de Don
Quijote) para « desfacer entuertos » en este torneo de acera¬
das y conceptuadas lanzas literarias.
Perdóname, Cervantes, el que sea yo uno de los que
intenten suponer lo que tu extraordinaria imaginación crea¬
dora quiso decir en el inciso « de cuyo nombre no quiero
acordarme », despreciando tu prudente y discreto consejo

« No te metas en dibu-
» ni en saber
pidas aje-
»
que en lo que no va ni vie-
»
pasar de largo es cordu- »
26 Juan Fernández Carrero

Espero de tu grandeza y de tu generosidad frente á mi


pequenez y egoísmo este perdón, pero reconozco que no tengo
derecho á esperar lo mismo de tu justicia, sino de tu miseri¬
cordia, porque todos los escritores te tratarán con el respeto
y con la finura que son peculiares á sus talentos y á sus plu¬
mas, pero yo, sin intención de lastimar en lo más mínimo tu
santa memoria, no podré escapar á tu severa condenación,
porque « presuntuoso y malandrín historiador con pluma de
avestruz y mal adeliñada » desobedezco á sabiendas tu man¬
dato de
«
Tate, tate, folloncicos,
» deninguno sea tocada,
»
porque esta empresa, buen rey,
»
para mí estaba guardada. »

II

Si alguna parte está escrito lo que Cervantes quiso


en

decir en su inciso
« de
cuyo nombre no quiero acordarme... »,
yo no lo he leído, pero he oído referir algo sobre ello que no
me ha satisfecho del todo, ni tampoco le habrá satisfecho al

autor del tema en cuestión cuando lo pregunta nuevamente.


Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 27

Y por lo que toca á la averiguación exacta y plena de lo que


quiso decir Cervantes en su citada frase, yo no soy capaz de
realizarla, sino que por medio de aventuras más ó menos qui¬
jotescas echaré sobre «los libros de caballería » la responsa¬
bilidad del «tuerto » (y aun del ciego ) que mi rústica lanza
cause á las ninfas del Parnaso en el combate literario á que
me apresto, para aspirar á la conquista de la
hipótesis pro¬
bable sobre lo que Cervantes quiso decir en
lo que no dijo
expresamente, aunque malas lenguas digan que á lo que yo
aspiro es « al objeto de arte » ofrecido por el Sr. Conde de
Buena Esperanza al « caballero » triunfante, murmuraciones

que tienen su origen en las indiscreciones y majaderías soca-


rrónicas de Sancho Panza al decirle á todo el mundo : « Lo

que busca mi amo es lo mismo que yo buscaba al entrar de


gobernador de la ínsula Barataría, ó sea « comer caliente y
beber frió, » pero Dios quiera que no le suceda á mi señor lo
mismo que á mí, que « comí frío y bebí caliente » por fallo

inapelable del doctor Pedro Recio.

III

primera aventura

¡ Cuidado ! que no voy á referir aquí la primera aven¬


tura de Don Quijote en la venta del « andaluz y de los de la
28 Juan Fernández Carrero

playa de Sanlúcar, » sino la primera aventura de mis andan¬


tes juicios para hallar la hipótesis probable de lo que Cervan¬
tes quiso decir en su repetido inciso, « porque todo otro an¬
dar es andar á gatas, » según dijo Sancho Panza á su mujer
Teresa Panza sobre las excelencias del andar en coche, y con
ocasión de aquella graciosísima, picaresca é intencionada car¬
ta acerca de
su partida al gobierno baratario.

Argamasilla de Alba—que es el nombre del cual no


'quería acordarse Cervantes—es la contestación á lo que dijo
el « Manco de Lepanto »; pero se insiste y se pregunta: ¿ qué
fué lo que quiso decir con « eso » el « Príncipe de los escrito¬
res españoles » ? Luego el tema presupone el concepto de que

Miguel de Cervantes Saavedra quiso decir algo más que Ar¬


gamasilla de Alba., cuando dijo « de cuyo nombre no quiero
acordarme... »

¿ Qué quiso decir, pues ? He aquí el nexo de la cuestión.


Apliquemos el llamado método de eliminación en for¬
ma interrogativa para no tergiversar la intención oculta del

glorioso y gloriado autor de El Ingenioso Hidalgo Don Qui¬


jote de la Mancha.
¿Querría decir que abominaba del Sr. Alonso Quijano
por los malos ratos que le hizo pasar ?
Bien pudo ser que así fuese, pero no estará de más el
considerar que el Sr. Alonso Quijano fué para Cervantes el
modelo perfecto y acabado que necesitaba para pintar su
inmortal tipo Don Quijote, y esto es ya un dato que debe
anotarse al margen para relacionarlo con otros que sumados

luego nos den ó nos nieguen la probable hipótesis buscada.


¿ Querría decir que abominaba de ios chiquillos que le
tendieron una cuerda en la calle para levantarla á su paso y
derribarle ?
No debe atribuirse tan pequeña venganza
á la máxima
grandeza de nuestro héroe.
¿ Querría decir que abominaba del cancerbero que
guardaba con una severidad digna de mejor causa las puertas
de su prisión ?
Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 29

Un hombre del corazón y del


talento de Cervantes no
parece racional que pueda abominar del instrumento que le
facilitópapel y lápiz para escribir su sin par obra, y más tar¬
de sirvió ese mismo carcelero de medio al ingenio del encar¬
celado para conseguir sus fines con aquellas noticias y casti¬
gos estupendos escritos y pedidos en un papel á Felipe II
contra el Alcalde y el Ayuntamiento de Argamasilla de Alba,
estratagema que dejó leer el pobre preso á su guardián y éste
comunicó en seguida á todos los interesados, quienes conclu¬
yeron por pedir mil perdones al personaje maltratado por ellos
y ponerle en libertad.
¿ Querría decir que abominaba de la falta de religiosi¬
dad que hallara en todos los moradores de Argamasilla de Alba?
No debió querer decir esto tampoco, porque la cultura
de Cervantes se oponía á confundir la acción dulce y supli¬

cante de la religión con la acción amarga y cruel de rústicas


alcaldadas, amén de que tenía una prueba de la religiosidad
de ese pueblo en la síntesis venerable de su párroco, que
estuvo á visitarle en la cárcel y que 110 se contentó con pro¬
digarle consuelos espirituales, sino que le dió pruebas de sus
obras corporales de misericordia, regalándole con alimentos
exquisitos y bebidas confortables.
¿Querría decir, por último, que abominaba de la cár¬
cel maldita y lóbrega que le arrebataba sol, aire, salud y ale¬
gría ?
Los hombres—y más los que tienen la altura que tenía
Cervantes—no abominan nunca de las cosas, porque son se¬
resirresponsables, pero aunque algunas veces altos y bajos
confundamos el instrumento con la causa, parece lógico pen¬
sar que nuestro célebre « Manco » no haría en su mente se¬
mejante confusión, porque, aun admitiendo que la cárcel de
Sevilla fuese la cuna del fruto incomparable de su privilegia¬
do ingenio, no cabe duda ninguna de que la cárcel de Arga¬
masilla de Alba fué la madre de su hijo intelectual, estético,
moral, festivo, educador y religioso y la causa ocasional de que
pudiese legar á su patria una honra universal á través de to-
30 Juan Fernández Carrero

dos los siglos: sin el Sr. Alonso Quijano y sin la cárcel de Ar-
gamasilla de Alba es casi seguro que no tendríamos El Qui¬
jote, libro que ha merecido los honores de una definición se¬

mejante al Divino « ego sum qui sum:» « El Quijote es el Qui¬


jote ; » y ac¿iso por aquellas razones quizá no existiría en el

ánimo de su autor la idea de anotar en el « debe » de esos ins¬


trumentos—tal vezprovidenciales—lo que él mejor que nadie
sabía que debía anotarse en su « haber. »
Abona además esta suposición mía la cultura, el ta¬
lento, la agudeza, el donaire y la intención alegórica de Cer¬
vantes : sería negar la evidencia el atribuir al autor de « Don

Quijote » una protesta contra lo que él presentía que había


de constituir su inmortalidad, porque así confundiríamos tor¬

pemente al sabio con el ignorante, con las gentes vulgares y


superficiales que no tienen aptitud para reflexionar que la
virtud no sería conocida sin la existencia del vicio, que la
verdad carecería de valor ético sin la existencia de la menti¬
ra, que la hermosura no sería apreciada sin la existencia de
la fealdad y que la Redención no se hubiera verificado sin la
existencia de la crucifixión de Jesús ; y estos recursos de
que—como medios—se vale la providencia para sacar bienes
de los males mismos debieron ser perfectamente apreciados

por el autor de Numancia, y, en su legítima consecuencia, es


de suponer, lógica y racionalmente, que no debía referirse á
ellos cuando dijo « de cuyo nombre no quiero acordarme »
¡ Infeliz de mí! Rota mi lanza en las primeras de cam¬
bio, como se rompió la de Don Quijote al arremeter furioso
contra los molinos de viento, indudablemente debo de estar yo
tan rematadamente loco como Alonso Quijano el Bueno,
cuando, desarmado pública y vergonzosamente por mi falta
de valor, prosigo mis aventuras, sustituyendo mi despedaza¬
da lanza con un débil palo de « encina ó de roble, » más cla¬
ro, cuando antes de decir algo sobre lo que se me pregunta
heme quedado mudo y sin haber podido hallar la hipótesis

probable de lo que quiso decir el insigne autor de « El Cu¬


rioso Impertinente » en su inciso dichoso.
Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 51

IV

SEGUNDA AVENTURA

Los «desgraciados » que no han sentido nunca las


grandes aflicciones de la vida no pueden apreciar en todo
su valor la sublime poesía que encierra la desgracia., los ex¬

tensos horizontes espirituales que abre al desgraciado, la pu¬


rificación que causa en su alma, la profundidad que lleva á
su pensamiento, los semidivinos sentimientos que le crea, el
apoyo soberano que presta á su voluntad, la santidad que in¬
funde á su acción y la majestuosa grandeza que inspira á su
lenguaje; y es que la obra del dolor ha sido, es y será siem¬
pre superita? á la obra del placer, como lo certifica el ejem¬
plo de Cristo que no quiso redimirnos por el placer, sino
32 Juan Fernández Carrero

por el dolor, que es la estatua muda y llorosa que siempre te¬


nemos delante, según expresión feliz, creo, del ilustre Fray
Zeferino González. Y cuando esta desgracia afortunada ( pa¬
se la
paradoja) recae sobre un hombre de los merecimientos
y del bagaje intelectual de un Cervantes el fruto no se deja
esperar y entonces exclama: « de cuyo nombre no quiero
acordarme »

¿ Querría decir con ésto el ilustre autor de Rinconete y


Cortadillo que abominaba del fanatismo español en aquella
época ?
Bien
pudo ser que así fuese, pero esa abominación, por
su índole particular no encaja dentro del genio enciclopédi¬
co del que supo dibujar los caracteres generales en El Colo¬

quio. de los Perros y en otras producciones suyas.


¿ Querría decir en su inciso el que escribió tan donosa¬
mente El Celoso Extremeño que abominaba de la holgazane¬
ría española en aquellos días ?
El esclarecido autor de La Tía Fingida presintió, « co¬
mo Castelar la Historia, » todas las ciencias y todas las artes,

y sin saber bien ninguna de ellas manaba de su cerebro una


filosofía tan profunda que excluye la posibilidad de que echa¬
se sobre un infeliz pueblo enervado y analfabeto las culpas
de sus directores, pues le ocurría al gracioso autor de La
Ilustre Fregona una cosa que constituye su singularidad, y es
que Dios le dotó de ciencia infusa de tal manera que sin sa¬
ber ortografía y sin haber estudiado nunca seriamente proso¬
dia ni sintaxis limpió, fijó y dió tal esplendor á la lengua
castellana « con la acentuación harmónica de las sílabas, con
la coordinación admirable de las palabras, con ese singular
estilo de donde se han derivado después las leyes del buen
decir que llevan su nombre,» y que por antonomasia han da¬
do lugar á que se conozca la Lengua castellana por Ja Lengua
de Cervantes.

Querría decir en su inciso el esforzado autor de El


i
Capitán Cautivo que abominaba de la injuria y de Ja calum¬
nia con motivo de la quiebra del mercader sevillano ó madri-
Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 53

leño y de su caritativa acción en Valladolid al llevar á su


propio lecho á un herido ?
Amarguras son estas capaces de producir una abomi¬
nación contra los recreadores de la malevolencia, pero aún
así y todo falta á estos hechos especiales eficacia suficiente
para crear una protesta general en el ánimo del atildado au¬
tor de la G-alatea.
Querría decir en su inciso el tierno, religioso y deli¬
cado autor de el Per siles que abominaba de tanta desdicha
como sobre él pesara ?

Era demasiado buen católico el generoso autor de La


Cueva de Salamanca para sentir y expresar con tal egoísmo
un odio tan grande contra sus prójimos por ofensas hechas á

él solamente.
¡ Desdichado de mí! En la primera aventura me rom¬
pieron la lanza, en la segunda he perdido el palo con que
torné á la lucha literaria, y ya no me queda otra cosa que las
manos para combatir en pró de la conquista de mi probable

hipótesis sobre lo que quiso decir en su inciso el artístico au¬


tor de El Retablo de las Maravillas, y, sin embargo insisto tan
temerariamente en proseguir mis locas aventuras.
34 Juan Fernández Carrero

TERCERA Y ULTIMA AVENTURA

«¿ Qué dirían de mí si no hago lo que debo 1 » « Mejor


quiero morir peleando por Dios y por mi Rey, que no meter¬
me so cubierta á reparar mis daños. » (Palabras que contes¬

tó Cervantes, herido en el pecho y mancado de la izquierda,


como dice la información, al requerimiento de los que le im¬

pulsaban á recogerse en la cámara de la nave.)


Con su mano menos y con los merecimientos de su va¬
lerosa conducta, certificados por Don Juan de Austria, se pre¬
sentó el pobre « Manco » á Felipe II en demanda de algún
•empleo para ganarse el sustento.
Y el tirano, sin conciencia y sin talento para apreciar

y ver que tenía delante de sí á un hombre cuyas virtudes


patrióticas y cuyos resplandores gloriosos valían más que su
corona personal, se limitó á decirle que los empleos andaban

escasos y que por el pronto nada podía hacer, pero que vería
Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 35

si más adelante podía darle alguno—dice un autor que fué


la fría contestación del tenebroso monarca al festivo autor de
El soldado mágico.
Y he aquí donde yo sospecho que está la síntesis de lo
que quiso decir Cervantes cuando dijo « de cuyo nombre no
quiero acordarme »

Porque como al fin la magnánima generosidad de Fe¬


lipe II le facilitó al donoso autor del Viaje al Parnaso la hon¬
rosa y productiva plaza de vejiguero con cuatro pesetas dia¬

rias contra el ayuntamiento de Argamasilla de Alba, es de su¬

poner que el excautivo de Argel hubiese reflexionado en la


cárcel sobre las injurias del tiempo y sobre la ingratitud de
los hombres.
Non serviam blasfemó Luzbel contra Dios : Non serviam
exclamó Felipe II contra Miguel de Cervantes Saavedra.
Y el mancado de la izquierda por servir á Dios y á su
Rey, y el sangrado del corazón por las injurias y las calum¬
nias de la malevolencia, y el despreciado por su Rey debió
concebir la idea sublime de levantar en su pecho un altar á
su inmerecida desgracia, á la recompensa inicua que se daba

á sus grandes merecimientos, á la desgracia humana; pero


aunque á Cervantes le sobraban materiales para la erección
de este grandioso altar le faltaba tiempo para construirlo, y
este tiempo se lo proporcionó la cárcel de Argamasilla de Al¬
ba. En ella desfilarían ante su poderosa imaginación y en
confuso tropel torbellinos de miserias; pequeneces de los
grandes y grandezas de los pequeños ; delirios de los cuerdos
y corduras de los locos ; ignorancias de los sabios y sabidu¬
rías de los ignorantes ; soberbias de los humildes y humilda¬
des de los soberbios ; avaricias de la largueza y larguezas de
la avaricia ; iracundias de los pacientes y paciencias de los
iracundos ; envidias de los caritativos y caridades de los en¬
vidiosos ; lujurieces de los castos y castidades de los lujurio¬
sos ; glotonerías de los templados y templanzas de los gloto¬
nes
; perezas de los diligentes y diligencias de los perezosos;
vivas á la libertad propia y mueras al derecho ajeno ; arriba
56 Juan Fernández Carrero

con principio de autoridad ante los débiles y abajo con el


el
principio de autoridad ante los fuertes ; himnos á la justicia
y endechas á su fúnebre aplicación ; elogios á la ley y elegías
á sus tristes y lamentables amoríos; verdades aducidas y
mentiras triunfantes; derechos escritos y desengaños recibi¬
dos ; castigos aplicados á méritos probados ; moral teórica é
inmoralidad práctica; vergüenzas dichas y desvergüenzas
hechas ; conciencias limpias por fuera y sucias por dentro ;
libertades que esclavizan y despotismos que redimen 5 alegrías
que destruyen y penas que edifican 5 injurias á la bondad y
aplausos á la maldad ; flores con un año de gestación para vi¬
vir un día y calumnias con un segundo de gestación para vi¬
vir eternamente ; analfabetos que reclaman alfabeto ; groserías
que demandan educación ; anagramas del dogma pedagógico ;
severidades del fisco y dilapidaciones de la administración;
tiranos montados sobre serviles 5 orgías de santurrones y san¬
tidades de pecadores j gentes cansadas de oir llamar el Justo
á Arístides ; por servir á Dios relapsos ; inquisidores por des¬
gracia de la religión ; extirpaciones de la virtud y exaltacio¬
nes del vicio ; por servir á la patria un baldón ; encarcelados

por servir al Rey..., y cerrando todo este lúgubre cortejo un


monumental estandarte con fondo negro y letras blancas que
decían: « deslumbrantes resplandores del culto externo y

entierro de la fe »;la humanidad, en fin, retratada en la


mente del gran artista de la palabra con las siluetas proce¬
sionales de la protervia en danza macabra con el bien y re¬
cogidas desde el fondo de una cárcel por la potente cámara
oscura del genio extraordinario que veía
paseada con él,
exhibida alegóricamente con él, y por follones y malandri¬
nes, la historia sempiterna de los hombres desde la caida de
Adán hasta el presente.
Y en la duda mía sobre lo que quiso decir Cervantes
en su inciso « de cuyo nombre no
quiero acordarme » ,

quiero rendir á su inmaculada memoria el tributo de una su¬


posición que no estremezca sus cenizas, que le honre, que me
haga digno de su misericordia, ya que no de su justicia, en
Don Quijote y Sancho Panza en Vitoria 37

vista de la compasión que debe inspirarle el lastimoso estado


en que me hallo después del combate literario á que me lle¬
varon los «libros de caballería,» que trastornaron mi
juicio
hasta el punto de no saber con quién me metía y hasta el ex¬
tremo de no recobrar mi razón con la pérdida de todos mis

arreos, ni con el mancado de mis entrambas manos, ni si¬


quiera con habérseme tirado desde el honesto circo literario á
la calle de la vergüenza pública por mi atrevimiento de bus¬
car entre potentes lanzas de reputados
campeones literarios
la hipótesis probable de lo que quiso decir nuestro festejado
escritor en su célebre inciso ; y así, ya que no pueda cubrir
con rosas mi blasfema suposición la cubriré con mi inaudita

desgracia.
Qué suposición es esa ?—La hipótesis existe, pero como
yo no he podido hallarla voy á arrebatársela á quien la haya
encontrado, y voy á hacer más, porque voy á oficiar de dios
Saturno : me voy á comer á mi hija querida, la hipótesis, que
es lo único que resta ya á mi indigente voracidad, y en prue¬

ba del paroxismo de mi locura comienzo por desarticularla,

por quitarle el hipo que le entró desde que yo comencé á bus¬


carla y entrego el residuo, la tesis siguiente, al digno Jurado
que ha de juzgar y fallar estas líneas :
Cervantes quiso decir en su inciso « de cuyo nombre no
quiero acordarme » lo que dijo Cristo expirante al pe¬
dirle venganza al Todopoderoso ; « ¡ Padre mío, perdónalos
que no saben lo que se hacen ! »
Así, de no ser exacta la conclusión, no será ofensiva á
la memoria de Cervantes 5 así, de no haber interpretado fiel¬
mente su pensamiento, le habr é considerado como artista de
la altura del otro que no halló más medio de pintar el dolor
que echar un paño sobre el rostro humano ; así, de no haber
acertado la significación de sus palabras, tal vez recobre mi
perdido juicio con este raciocinio fundamento de mi tesis : la
desgracia de Cervantes le abrió las puertas de la gloria, y
cuando se ve la gloria no se quiere ver el infierno : la escala
misteriosa por donde Miguel de Cervantes Saavedra subió á
53 Juan Fernández Carrero

la gloria estaba formada por los peldaños del nombre de ese


lugar de la Mancha de que no quería acordarse, por la cárcel
de Argamasilla de Alba y por la infernal procesión supuesta

atrás, esñnge pavorosa que el nombre del lugar de que no


quería acordarse evocaba en su espíritu, con las pesadumbres
suyas, las pesadumbres de todo el género humano, y el genio
cristiano de Cervantes echó sobre ese nombre acusador y
simbólico el manto soberano de la caridad, con unción de
redentor, al exclamar discreto, noble, generoso y magnánimo :
« de
cuyo nombre no quiero acordarme » porque ese
nombre me recuerda una cárcel, esta vida carcelaria me re¬
cuerda una procesión impía, esta procesión trae á mi memo¬
ria el « de mis desventuras donde sudé sangre y es¬
huerto »

tos sudores míos me recuerdan los de todos mis semejantes,


eldogma de la imputación, el pecado original, la hecatombe
dolorosa por excelencia, la reina siniestra de todas nuestras
desgracias; y he aquí lo que yo me callé cuando dije « de cu¬
yo nombre no quiero acordarme »
Es, pues, Cervantes—y no yo—quien dice ahora lo que
quiso decir entonces en su inciso « de cuyo nombre no quiero
acordarme »

HE DICHO.

J^uan Fernández Carrero


Regente de la €scuela graduada de Vitoria.

25 de Abril de 1905.
Sr. D. Eduardo de Velasco, presidente de la Diputación provincial de Alava.
Excmo. Sr. D. Vicente González de Echávarri, vicepresidente de la Comisión provincial.

Sr. D. Julián flpráiz, director del Instituto de Vitoria.


Sr. D. Emeterio de Abecluico, párroco de San Miguel.
Sr. D. Asunción Gurruchaga, catedrático del Seminario Conciliar.
Sr. D. Jaime Verástegui, presbítero.
Sr. D.Teodoro de Ligarte, teniente coronel de Artillería y presidente del Ateneo de
Vitoria.

• *

Él premio otorgado por los precedentes señores á mi trabajo es el segundo co¬

rrespondiente al tema, y por cuyo favor les estoy agradecido en sumo grado, pues la

insignificancia de mi labor no da lugar á creer en aquello que le dijo Don Quijote á

Don Lorenzo de Miranda sobre la significación del segundo premio en la «justa lite¬

raria. »

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