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Pontificia Universidad Javeriana

Estudiante: Camilo Alejandro Tobo Pérez


Director: Guillermo Zapata, S.J.
Seminario de Memoria, historia, hermenéutica.
Fecha: 8 de agosto de 2018

La fenomenología de la historia y su relación con la memoria

El artista produce una imagen o fantasma, y el que gusta del arte


dirige la vista al sitio que el artista le ha señalado con los dedos, y
ve por la mirilla que éste le ha abierto, y reproduce la imagen dentro
de sí mismo. Intuición, visión, contemplación, imaginación, fantasía,
figuración, representación, son palabras sinónimas cuando
discurrimos en derredor del arte y que elevan nuestra mente al
mismo concepto o a la misma esfera de conceptos, indicio del
consenso universal. Croce

‘La epistemología del testimonio histórico y la responsabilidad ética’

En esta oportunidad intentaremos reflexionar de manera sucinta, sobre la propuesta


neokantiana que aborda el filósofo francés Paul Ricoeur acerca de la articulación
entre memoria1 e historia. Para ello, nos valdremos del artículo del investigador
argentino Esteban Lythgoe, esto es, La fundamentación ontológica de la relación
entre memoria e historia en la memoria, la historia, el olvido de Paul Ricoeur. Con
todo, quiero formular distintas cuestiones que pueden suscitar entre nosotros
distintos modos de comprender el fenómeno histórico, en ese sentido, se tiene:
¿Cuál es la mejor manera de acercarse al pasado? ¿Cuál debe ser el lugar del
historiador frente al escenario, o, mejor aún, ante los ‘hechos’? ¿Cuál debe ser el
espacio que debe ocupar el historiador entre la relación de historia y memoria?
¿Podemos recordar imaginativamente? ¿En donde queda el papel del hilo

1 Mi memoria retiene también las pasiones de mi alma. Pero no de la misma manera que está en ella
cuando las padece. Sino de una manera muy distinta, tal cual conviene al poder mismo y propio de
la memoria. Pues, aunque no esté alegre, Puedo recordar mi alegría pasada. Puedo recordar mis
pasados temores, sin ser ahora presa del temor. Y aunque ahora no tenga ningún deseo, puedo
recordar haberlo tenido otras veces. (…) pero la dificultad está en que el alma y la memoria son una
misma cosa. (X, 14, 274)

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conductor2? ¿Cuáles son los criterios de verdad sobre los que se alza el edificio de
la ciencia histórica? ¿Existen tales criterios de verdad? ¿Hay elementos ficticios en
el discurso narrado? ¿Quiénes relatan los acontecimientos? ¿De qué modo nos
cuenta la historia? ¿Quiénes se apoderan3 del relato, es decir, de lo dicho? ¿El
discurso cambia el decurso de los sucesos históricos? y ¿Cuál es entonces el valor
cognoscitivo de la historia y, por ende, de la verdad? ¿Es posible hablar de memoria
o representaciones colectivas? Y ¿en dónde queda el papel de la identidad?
Téngase en cuenta que las cuestiones se formulan con el ánimo de forjar entre
nosotros ese espíritu crítico propio del quehacer filosófico.

Esteban Lythgoe indica que la obra de Ricoeur memoria, historia y olvido es uno de
sus trabajos más arduos y ambiciosos en el cual intenta acercar a los lectores para
que piensen frente al siguiente temario tripartito, o sea, la fenomenología de la
memoria, una epistemología de la historia cuyo elemento crucial es darle suelo
cognitivo al papel de lo histórico, y finalmente, una ontología de la condición histórica
que por cierto tiene como sustento filosófico una lectura heideggeriana. Así, Ricoeur
quiere ponernos de cara en un primer momento, con ese posible desarrollo
dialéctico entre la ontología, esto es, la ciencia del ‘Ser’ y desde luego, la historia
como una de las tantas disciplinas epistémicas que se adjuntan a las llamadas
ciencias sociales y, que por cierto tienen como objetivo describir e interpretar lo que
acaece en la naturaleza sensible o fenoménica. De igual forma, en ese encuentro

2 Para Kant los ‘hechos’ humanos están atravesados por la naturaleza, es decir, una naturaleza que
obra de manera inmanente en las acciones humanas. En efecto, Kant en su comprensión de la
filosofía de la historia considera como rasgos esenciales, en primer lugar, que la historia misma está
atravesada por una racionalidad que opera frente al caos de los acontecimientos humanos los cuales
a su vez suponen una naturaleza finalistica, en segundo lugar, cuando Kant propone un ensayo de
la historia probable supone que la historia tiene un arjé y, de este modo, no se puede considerar a
la historia como una mera arbitrariedad o fabulación de sucesos que han ocurrido ficticiamente. De
lo anterior, que Kant esté preocupado por el punto de partida de la historia, es decir, de ese
salvajismo primitivo que va hacia la transición de la moralización y de la cultura que en fondo es la
salida del hombre de la minoría de edad cuyo fin asintótico es ir poco a poco hacia la idea de progreso
y, que por lo tanto, ha de tener esa fundamentación deontológica. (Cifuentes, L. Filosofía de la
Historia, 2017)
3 <<Apoderarse de la memoria y del olvido es una de las máximas preocupaciones de las clases, de

los grupos, de los individuos que ha dominado y dominan las sociedades históricas>> (Hermann,
2004, pg. 17)

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dialogante entre ontología e historia es menester la analítica existenciaria 4 del
filósofo alemán Martin Heidegger debido a la fuerte relación que a partir del
estagirita existe entre potencia y acto. Ahora bien, uno de los objetivos primordiales
del pensador francés es potencializar a la filosofía por medio de los planteamientos
de la ciencia histórica, más aún, no solo la filosofía recibe dicho beneficio, antes
bien, la historia se ha de cimentar conceptualmente gracias al papel de la razón que
de suyo obra en la filosofía.

En un primer momento, en el que se filosofa sobre el problema de la articulación


entre memoria e historia, cabe señalar que en este diálogo onto-historico aparecen
tres etapas5 que se relacionan entre sí con el fin de plantear la analítica existenciaria
sobre el estado de resuelto que se desarrolla también en tres momentos, o sea: la
temporalidad, la historicidad y la intratemporalidad. En un segundo momento, la
hermenéutica fenomenológica busca describir y hermeneutizar el fenómeno
estudiado, esto es lo que aparece ante el historiador, por lo cual, que sea importante
fijar conceptualmente los cimientos sobre los que se entreteje la historia, en ese
sentido, cabe la pregunta ya antes formulada ¿cómo debe actuar el historiador
frente a cada situación sin que sea vulnerada la verdad o el relato sobre el cual se
construye la misma?

4 En ese diálogo entre filosofía e historia Paul Ricoeur bebe de los existenciarios de Heidegger,
especialmente con el ‘ser para la muerte’, pues la muerte como fenómeno da el acceso a la
temporalidad, dado que esta es el auténtico sentido del ser de Dasein. He atestiguar que para
Heidegger, el análisis fenomenológico del Dasein es el punto de partida para llegar a comprender el
sentido del ser en general. El Dasein puede hacer muchas elecciones, pero hay una que no deja de
hacer, esto es, el tanatos. En consecuencia, cuando la muerte se hace real ya no hay mas existencia,
y es por esto, la existencia auténtica debe ser el asumir de manera tranquila la finitud.

5 A continuación Lythgoe indica cada una de estas etapas, Así: En la primera etapa se establecerán
las pautas para el inicio del diálogo: la historia aportará elementos que obligarán a que la analítica
existenciaria modifique su concepción de la muerte, incorporando aspectos de la muerte impropia;
la ontología por su parte, establecerá la necesidad de abrir el discurso histórico al presente y al
futuro. Siguiendo las pautas de Ser y tiempo, en la segunda etapa se llevará a cabo una reflexión de
segundo grado acerca de la epistemología de la historia; el uso de los conceptos de generación y
reiteración permitirán redefinir la labor del historiador. Por último, el análisis de la intratemporalidad
permitirá articular ciertas categorías aplicadas a los actores sociales pasados con el concepto
heideggeriano de la preocupación. (Lythgoe, 1996, pg. 383)

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Por lo que sigue, Ricoeur nos advierte que la articulación entre memoria e historia
tiene como medio a la ‘representación’, pues bien este concepto tan estudiando en
la comunidad filosófica puede comprenderse como una imagen o idea que sustituye
a la realidad, toda vía más, desde la mirada del escocés David Hume en la mente
existe solo un haz de percepciones6 y, por ende, no se percibe a la realidad misma
sino solo una representación de esta, por consiguiente, que todos tengamos
percepciones distintas del fenómeno. Dicho de otro modo, Hume piensa que no hay
nada realmente presente a la mente sino sus percepciones e insiste que toda
percepción es siempre discontinua y depende de la mente. En virtud de lo dicho y,
a partir de esa concepción filosófica de Hume sobre el concepto de la ‘representacia’
podemos rastrear en la lectura que uno de los grandes problemas de la memoria, la
historia y el olvido, es en el fondo evitar la diversa variedad de temáticas u opiniones
tratadas y las metodologías llevadas a cabo de tal modo que no se caiga en el error
del relativismo, en tanto que pueden pervertir y prostituir la unidad de la obra. No
obstante, el filósofo francés se detiene a pensar que a pesar de la diversidad de
relatos es posible reconstruir el hilo conductor entre memoria e historia donde es
menester apoyarse en esa aporía común de la cual estamos conversado, es decir,
la representación, en tanto se entiende a esta como la imagen presente en la mente
de una cosa que tuvo existencia pasada. Apropósito de este silogismo, se informa
que “Una problemática común corre en efecto a través de la fenomenología de la
memoria, la epistemología de la historia, la hermenéutica de la condición histórica:
aquella de la representación del pasado” (Lythgoe, 1996, pg. 383)

Por otro lado, el problema de la representación mnémica está atada desde sus
orígenes a la pregunta de cómo distinguir los recuerdos verdaderos de los
imaginativos, de ahí que también sean posibles las preguntas sobre ¿existen como
tal los recuerdos verdaderos? o ¿acaso los recuerdos se desvanecen con el

6David Hume testifica que las <<impresiones>> se definen como aquellas <<percepciones>> que
se reciben de modo directo, es decir, que se manifiestan de manera <<inmediata>> a la
<<conciencia>> y para esto es necesario el <<cuerpo>> quien es capaz de tener contacto gracias
a los <<sentidos>>. Incluso, Walter Doti advierte que para Hume las impresiones son: “aquellas que
entran con mayor fuerza y violencia>> (Doti, p.57) En cambio, las <<ideas>> son <<copias>> o
<<imágenes atenuadas débiles>>, las cuales ha surgido del resultado de las <<impresiones>>.
Ahora bien, las ideas surgen cuando pensamos y razonamos, e incluso cuando rememoramos.

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trascurso de esto que Heidegger denomina temporalidad? Parece ser, que el
filósofo de la academia había percibido que la memoria requiere de la facultad
imaginativa y, por ello, de las técnicas de la mimesis para volver manifiesto lo
representado. Sin embargo, esta cercanía entre la memoria y la facultad de la
imaginación problematizaba la distinción entre el fenómeno que se supone es lo
auténtico y la representación de dicho fenómeno que simplemente puede estar
alterado por la ficción y, por lo tanto, inauténtico; por lo pronto, que estemos ante
la encrucijada de un engaño, es decir, de cómo realmente ocurrieron los hechos, es
más, valiéndome del aforismo de Nietzsche he de indicar entonces que no existirían
como tal los hechos sino solo las interpretaciones de los mismos.

Acto seguido, y, en virtud de lo anterior, el recuerdo7 sería entonces una imagen en


sí misma, a la que se le denomina como Phántasma, o sea, lo que se presenta a la
conciencia y, por otro lado, el rememorar es la representación de otra cosa el eikón8.
Téngase en cuenta que el padre de la fenomenología Edmund Husserl consideró
que la memoria puede ser asociada con la fantasía, eso significa, que para el
fenomenólogo la fantasía muestra que ninguno de los objetos tiene existencia, lo
que vendría entonces a suponer que el valor de verdad de los hechos ha de ser
puesto en tela de juicio. Dicho de otro modo, estamos persuadidos ha suspender
adecuadamente el juicio manteniendo una actitud escéptica frente al ‘caso’.

En este punto sobre el recuerdo, se deben testimoniar dos cosas a saber: La


primera, que el acto rememorativo pertenece a un mundo de la experiencia
comunitaria y, por otro lado, que el recuerdo no es un asunto que defina
propiamente a la memoria, por tanto, ¿qué es memoria en sentido estricto? Para

7 Desde una postura psicologisista el recuerdo o (recordación) es la reconstrucción activa de la


información. En el recuerdo participan el conocimiento, las actitudes y expectativas del individuo.
Ahora bien, hay personas que no necesitan reconstruir la información por poseer una memoria
eidética, llamada generalmente “memoria fotográfica”. Pueden recordar con asombrosa exactitud
todos los detalles de una fotografía, de un texto o de una experiencia basándose en un breve
contacto con ellos. (Garrison-Loredo, pg. 114)
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La cuestión es introducida en su radicalidad a partir de la investigación de la fase objetal de la
memoria: ¿cuál es el enigma de una imagen, de un eikṓn para hablar griego con Platón y Aristóteles,
que se da como presencia de una cosa ausente marcada con el sello de lo anterior? (Lythgoe, 1996,
pg. 383)

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responder dicha cuestión que es compleja de solventar, Paul Ricoeur recurre a la
idea de ‘temporalidad’, o sea, como el criterio necesario que identifica a la memoria
del recuerdo. Adicionalmente, para comprender dicha distinción se tiene que la
memoria busca ajustarse con la realidad acaecida ya no existente, esto es, en ella
entra en juego la estimulación externa (fenoménica) y, en el caso de la imaginación
hay una semejanza interna (nouménica) la cual apunta al mantenimiento del suceso,
más aun, como se ha advertido el recuerdo puede ser falseado, en tanto este se
va disipando con el devenir del tiempo hasta caer en el abismo del olvido.

En el caso de la representación mnémica esta se debe determinar por ese aspecto


temporal. Sin embargo, debe haber un vínculo entre la impresión inicial y la
representación presente, es decir, dos dinámicas que surgen en el tiempo ¿pero
qué tipo de tiempo? ¿El del ahora? ¿El del ahí arrojado en la existencia? O el del
¿aquí? En efecto, solo la facultad de la memoria es la que puede garantizar estos
dos momentos y, de esa manera ir comprendiendo lo que es la memoria en sí. Por
otra parte, la impresión inicial y el acontecimiento pasado es aún mucho más difícil
de vislumbrar, ya que como se ha dicho con el trascurrir de lo que denominamos
tiempo los ‘hechos’ está subordinados a una desaparición, por tal motivo, que se
llegue a la decadencia del ser, dada la negación de lo ocurrido. En definitivas
cuentas, este tipo de relación entre la impresión inicial y el suceso pasado es muy
complicado para que se adecuen.

Hay que afirmar que la historia como ciencia social intenta recoger de manera fiel
los hechos, por tal razón, que en el fondo tenga responsabilidad ética y moral con
la verdad. Es más, se puede llegar a pensar que el papel de lo imaginativo puede
violar el compromiso ético al transmutar la rapsodia de los acontecimientos. De
todos modos, y para ir concluyendo, el artículo de Lythgoe nos pone de cara con la
cuestión inicial ¿solo la historia posee los elementos críticos para desmentir el papel
de la imaginación? Pues parece ser que el protagonismo de la historia ante el
fenómeno radica en que ella diferencia las representaciones del acontecimiento. Al
mismo tiempo, y, reconociendo que hay muchas coas que quedan en el tintero el
giro crítico emana de esa distancia que hay entre el acontecimiento y la

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representación histórica que no se puede sintetizar, pues se sabe que el historiador
quiere dar cuenta detallada de un acontecimiento pasado, pero solo puede realizar
a través de la narración de hechos históricos.

Bibliografía

Cifuentes, L. (2017) Filosofía de la historia. Bogotá, Pontificia Universidad


Javeriana.

Doti, W, (s.f) El tratamiento Humeano del yo y la identidad personal. Ágora


Philosophica.

Garrison y Loredo. Psicología segunda edición. Editorial: Mc Graw Hill.

Lythgoe, E. (1996) La fundamentación ontológica de la relación entre memoria e


historia en la memoria, la historia, el olvido de Paul Ricoeur. México, Ed. Universidad
Iberoamericana, México, pp. 123-176.

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