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Para reinar hay que dividir, y bien lo saben las clases dominantes, que
hábilmente configuran dispositivos de odio y discriminación en la sociedad
para separar a los sectores medios de los populares. El resultado, un
desclasamiento que sólo puede ser funcional al establishment.
OTREDADES
La lista de alteridades es muy extensa en la Argentina
actual: los pobres, los negros, los vagos y planeros, los
trabajadores, las mujeres, las disidencias sexuales, los
inmigrantes de países latinoamericanos, los peronistas
“irracionales” o kirchneristas, los revoltosos y así
puede continuar ampliándose. No es difícil
comprender por qué las sociedades pueden ser pasivas
ante asesinatos realizados por dictaduras. Sin embargo,
hace tiempo los estudios sociales se preguntan cómo
podría suceder que sociedades democráticas y
aparentemente racionales terminen avalando
pasivamente asesinatos o tratos diferenciales frente a
la ley. Enunciada de modo sintético, para la sociedad
argentina es más sencillo permanecer pasiva ante el
asesinato de un joven indígena en una zona remota
(como el caso de Rafael Nahuel) que frente a un joven
de clases medias en la Capital. Ahora, el estatuto de
valores diferentes entre dos vidas, entre dos personas o
entre dos muertes puede extenderse a cuestiones
étnicas, de clase, de género, territoriales o políticas.
Así, es necesario analizar y deconstruir las estrategias
discursivas, mediáticas y jurídicas para instalar ideas
como los mapuches son terroristas, los travestis
generan problemas, los comunistas comen niños o los
kirchneristas son corruptos. Tomemos este último
caso. Si esa creencia se instala en la sociedad, si la
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