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El Orgullo Espiritual No Discernido

por Jonathan Edwards (1703-1758)

(Traducción por Aarón Block)

La primera y peor causa de error que prevalece en nuestros días es el orgullo

espiritual. Esta es la puerta principal por la que el diablo viene a los corazones de

aquellos que son celosos por el avance de Cristo. Es la entrada principal del humo del

pozo sin fondo que oscurece la mente y engaña el juicio. El orgullo es el asa principal

por la cual toma a los cristianos y la principal fuente de maldad que introduce para

obstaculizar y estorbar una obra de Dios. El orgullo espiritual es el principal impulsor,

o al menos el soporte principal, de todos los otros errores. Hasta que esta

enfermedad es curada, los medicamentos se aplican en vano para sanar todas las

demás enfermedades.

A causa del orgullo espiritual, la mente se defiende y justifica a sí misma en otros

errores y se guarda de la luz por la cual podría corregirse y recuperarse. El hombre

espiritualmente orgulloso ya está lleno de luz y siente que no necesita la instrucción,

por lo tanto prontamente la rechaza. Por otro lado, la persona humilde es como un

niño pequeño que fácilmente recibe la instrucción. Es cauteloso de como se estima a

sí mismo, sensible de cuán propenso es de descarriarse. Si se le sugiriera que se está

descarriando, él estaría muy listo para inquirir sobre el asunto. Nada coloca al

cristiano tan lejos del alcance del diablo, prepara a la mente para la luz divina sin

tinieblas y aclara al ojo para poder ver las cosas como son como la humildad —Salmo

25:9: “Dirige a los humildes en la justicia, y enseña a los humildes su camino.” Si el

orgullo espiritual es sanado, otras cosas son fácilmente rectificadas. Nuestro cuidado

principal debe ser rectificar el corazón y sacar la viga del orgullo de nuestro ojo y

entonces veremos con claridad.


Los que tienen más celo en la causa de Dios son los más propensos a ser acusados de

estar llenos de orgullo. Cuando cualquier persona parece, en cualquier sentido, ser

extraordinariamente distinguido de los demás en su caminar cristiano, las

probabilidades son de diez a uno que esto despertará de inmediato los celos de los

que están a su alrededor. Sospecharán (tengan buena razón para hacerlo o no) que

tal persona está muy orgullosa de su bondad y que piensa que nadie es tan bueno

como él—de tal manera que todo lo que dice y hace es observado con este prejuicio.

Los fríos y muertos, especialmente los que nunca han experimentado el poder de la

piedad en sus corazones, fácilmente considerarán tales pensamientos con respecto a

los mejores cristianos. Esto surge de nada menos que una enemistad secreta contra

la santidad vital y ferviente. Pero el cristiano con celo debe cuidarse para que esto no

resulte ser un lazo para él, y el diablo no se aproveche de ello para cegar sus ojos para

que no contemple la verdadera naturaleza de su corazón, pensando que solo porque

él es acusado de orgullo equivocadamente con un espíritu malvado, tales acusaciones

a veces no son validas. ¡Ay, cuanto orgullo tienen los mejores en sus corazones! Es la

peor parte del cuerpo de pecado y muerte; el primer pecado que jamás entro en el

universo es el último que es arrancado de la raíz. ¡Es el enemigo más terco de Dios!

El orgullo es mucho más difícil de discernir que cualquier otra corrupción debido a su

misma naturaleza; es decir, el orgullo es una persona que tiene un pensamiento

demasiado alto de sí mismo. ¿Nos debe extrañar, entonces, que una persona que

tiene una idea demasiada alta de sí misma no sea consciente de ello? Él piensa que la

opinión que tiene de sí mismo tiene justa causa y por lo tanto no es demasiado alta. Si

el fundamento de esta opinión de sí mismo se derrumbara, él cesaría de tener tal

opinión. Pero por la naturaleza del orgullo espiritual, es el más secreto de todos los

pecados. No hay otro asunto en el cual el corazón es más engañoso e inescrutable y

no hay otro pecado en el mundo del cual los hombres tengan tanta confianza. Su

naturaleza misma es estimular la confianza en sí mismo, y alejar cualquier sospecha

de maldad respecto a sí mismo. Debido a su naturaleza secreta y sutil, no hay ningún


pecado tan parecido al diablo como este, apareciendo en muchas formas que no son

discernidas o sospechadas. El orgullo tiene muchos aspectos y formas, uno bajo otro,

y abarca el corazón como las capas de una cebolla; cuando quitas una capa, hay otra

debajo. Por lo tanto, tenemos que tener la mayor vigilancia imaginable sobre nuestros

corazones con respecto a este asunto y clamar con todo fervor al gran Escudriñador

de corazones por su ayuda. El que confía en su propio corazón es necio.

Dado que el orgullo espiritual en su propia naturaleza es secreto, no puede ser bien

discernido por la intuición inmediata de ello. Es mejor identificado por sus frutos y

efectos, algunos de los cuales voy a mencionar, junto con los frutos contrarios de la

humildad cristiana. El orgullo espiritual hace que uno hable de los pecados de otros,

de su enemistad contra Dios y su pueblo, o con risa y ligereza y un aire de desdén,

mientras que la humildad pura y cristiana se dispone a no mencionarlos, o hablar de

ellos con tristeza y compasión.

La persona espiritualmente orgullosa lo demuestra al encontrar fallas en los otros

santos, que tienen poca gracia y cuán fríos y muertos están, y son prontos para

discernir y fijarse en sus deficiencias. El cristiano que es sumamente humilde tiene

tanto que hacer en casa y ve tanta maldad en su propio corazón que no es apto de

estar muy ocupado con otros corazones. Se queja más de sí mismo y se queja de más

de su propia frialdad y poca gracia. Él es apto de estimar a otros como superiores a él

mismo y fácilmente espera que la mayoría de las personas tengan más amor y

gratitud a Dios que él mismo, y no puede soportar el pensamiento de que otros

produzcan menos frutos para el honor de Dios que él.

Algunos que tienen orgullo espiritual mezclado con mucho conocimiento y gozo,

hablando de ello con los demás con mucho fervor, son propensos a estar llamando a

los otros cristianos a emularles, y a reprenderles por ser tan fríos y sin vida. Hay otros

que están abrumados por su propia vileza, y cuando tienen extraordinarios

descubrimientos de la gloria de Dios, son absorbidos por su propia pecaminosidad.


Aunque ellos están dispuestos a hablar mucho y muy fervorosamente, es

principalmente para culparse a sí mismos y exhortar a los cristianos, pero de una

manera amorosa y humilde. La humildad cristiana pura hace que una persona se fije

en todo lo que es bueno en otros—esperar lo mejor y disminuir los fracasos de los

demás, aunque fija su ojo principalmente en las cosas malas de sí mismo y se enfoca

mucho en todo lo que exaspera a otros.

El hábito de las personas espiritualmente orgullosas es hablar de casi todo lo que ven

en otros usando lenguaje muy duro y severo. Es común con ellos decir acerca de otro,

que su opinión, conducta, consejo, frialdad, silencio, cautela, gentileza, prudencia, etc.

es del diablo o del infierno. Usaran tal tipo de lenguaje frecuentemente, hablando no

solo de hombres malvados, sino de los que son verdaderos hijos de Dios, y también

de los ministros del Evangelio y otros que por mucho son sus superiores. Los

cristianos, no siendo más que gusanos, deben al menos tratarse el uno al otro con la

humildad y dulzura con que Cristo les trata.

El orgullo espiritual a menudo dispone a las personas a actuar de una manera distinta

en apariencia externa: asumen una manera diferente de hablar, hablan con palabras

distintas, o usan otro tono de voz, expresiones o comportamiento. Pero el que es un

cristiano sumamente humilde, aunque será firme en su deber, sin importar cuán

diferente tenga que ser—yendo por el camino al cielo solo, aunque todo el mundo lo

abandone—sin embargo, no se deleita en ser diferente por ser diferente. No intenta

levantarse para ser visto y observado y distinguido, deseando ser contado como

mejor que los demás—despreciando su compañía o su conformidad a ellos—sino al

contrario, desea hacerse todo a todos, ceder a ellos y conformarse a ellos en todo

menos el pecado.

El orgullo espiritual presta gran atención a la oposición y a las ofensas recibidas, y es

propenso a hablar a menudo sobre ellas y fijarse mucho en el agravio causado por

ellas, con un aire de amargura o desdén. Por el otro lado, la humildad cristiana pura e
integra causa que una persona sea más como su Señor bendito cuando le maldijeron:

callado, no abriendo su boca, sino encomendándose en silencio a Aquel que juzga con

justicia. Para el cristiano humilde, cuanto más esté el mundo en su contra, más

callado y tranquilo será…al menos de que esté en su lugar secreto, ahí él no estará

tranquilo.

Otro efecto del orgullo espiritual es un cierto denuedo confiado ante Dios y los

hombres. Algunos, en sus regocijos ante Dios, no han considerado lo suficiente la

regla en el Salmo 2:11: “Adorad al Señor con reverencia, y alegraos con temblor.” No

se han regocijado con un temblor reverencial, a la luz de la impresionante majestad

de Dios y la gran distancia entre Él y ellos. También existe un inapropiado denuedo

ante los hombres que ha sido promovido y defendido por una mala aplicación de

Proverbios 29:25: “El temor al hombre es un lazo…” Es como si fuera apropiado que

toda clase de persona—los altos y bajos, los hombres y mujeres e hijos—abandone

totalmente, en toda su conducta cristiana, cualquier tipo de modestia o reverencia

hacia los hombres. Esto no quiere decir que debemos abstenernos de conducirnos

como cristianos, pero debemos tener la humildad que se encuentra en 1 Pedro 3:15:

“sino santificad a Cristo como Señor en vuestros corazones, estando siempre

preparados para presentar defensa ante todo el que os demande razón de la

esperanza que hay en vosotros, pero hacedlo con mansedumbre y reverencia”.

Otro efecto del orgullo espiritual es disponer al que lo tiene a que desee la atención.

Las personas tienden a actuar de una manera especial como si los demás deberían

darles mucha atención y gran estima. Es muy natural para alguien bajo la influencia

del orgullo espiritual aceptar todo el respeto que se le ofrece. Si otros demuestran

una disposición de someterse a él y ceder en deferencia a él, él está abierto a ello y

libremente lo recibe. Se vuelve natural para él esperar tal tratamiento y notar cuando

una persona no lo hace, y formar una mala opinión de aquellos que no le dan lo que

siente que merece. Uno que está bajo la influencia del orgullo espiritual es más apto

para instruir a otros que inquirir por sí mismo, y por lo tanto naturalmente tiene el
aire de control. El cristiano sumamente humilde cree que necesita la ayuda de todos,

mientras que aquel que es espiritualmente orgulloso cree que todos necesitan su

ayuda. La humildad cristiana, consciente de la miseria de otros, ruega y suplica, pero

el orgulloso espiritual trata de mandar y advertir con autoridad.

Así como el orgullo espiritual hace que las personas se atribuyan demasiado a sí

mismos, también ignora a los demás. Por el contrario, la humildad cristiana pura

dispone a las personas a honrar a todos los hombres, como dice 1 Pedro 2:17. Entrar

en disputas sobre el cristianismo es algunas veces inapropiado, como en una reunión

de conferencia cristiana o de adoración. Sin embargo, debemos cuidarnos de no

rehusar conversar con hombres carnales, como si les contáramos indignos de nuestra

atención. Al contrario, debemos condescender con los hombres carnales así como

Cristo ha condescendido con nosotros, soportando nuestra incapacidad de aprender

y torpeza.

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