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“Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felices” (Séneca,) Sentencia
el autor al inicio de Vita beata. Este es precisamente el propósito de la doctrina
utilitarista, lograr alcanzar la mayor felicidad como fundamento de la moral.
Comprendamos por felicidad el placer y la ausencia del dolor; por infelicidad, el
dolor y la ausencia de placer.
Luego entonces, tanto el placer como la exención del dolor son las únicas cosas
deseables como fines, además, todas las cosas que comparten esta calidad de
deseo lo son o por el placer inherente a ellas mismas o como medios para
promover el placer y prevenir el dolor.
Considero afines con este principio de utilidad el hecho de que algunas clases
de placer son más valiosas y deseables que otras. No concibo que los placeres
solo dependan de la cantidad, siendo así que, al valorar todas las demás cosas,
se tomen en consideración no solo la cualidad sino la cantidad.
El débil carácter conduce a que los hombres tomen decisiones enfocadas por el
bien más próximo, aun sabiendo que es menos valioso; esto tanto cuando la
elección se hace entre dos placeres corporales, como entre lo corporal y lo
espiritual. Buscan el placer sensual que perjudica a la salud, aunque hay un
conocimiento perfecto que esta es un bien mayor.
De acuerdo con el principio citado, el ultimo fin por razón del cual son deseables
todas las otras cosas (indistintamente de considerar el bien propio o el de los
demás) es una existencia libre de dolor y rebosante en goces, en el grado más
alto, tanto cuantitativa como cualitativamente.
Sin dar paso a la duda, es posible obrar sin ser feliz; lo hace involuntariamente
el noventa por ciento de los hombres. Quienes suelen hacerlo voluntariamente
son el héroe o el mártir, en aras de algo que aprecian más que su felicidad
personal. Y este algo ¿qué es, sino la felicidad de los demás, o alguno de los
requisitos de la felicidad? Pienso que, el mejor procedimiento para alcanzar en
lo posible la felicidad es la capacidad de obrar conscientemente sin pretender
serlo.
La moral utilitarista reconoce al ser humano el poder sacrificar su propio bien por
el bien de otros. El utilitarismo exige a cada uno que entre su propia felicidad y
la de los demás, sea un espectador tan imparcial como desinteresado y
benevolente.
Ningún sistema de ética exige que el único motivo de cuanto hacemos haya de
ser un sentimiento del deber; por el contrario, la mayoría de nuestros actos se
realizan por otros motivos, y son justos, siempre y cuando las reglas del deber
no los condenan.
La mayoría de las buenas acciones no se realizan en provecho del mundo, sino
de los individuos, de cuyo bien depende el del mundo. Es posible que el objeto
de la virtud, para una ética utilitaria, sea la multiplicación de la felicidad.