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EL PRINCIPIO DE LA MAYOR FELICIDAD: UTILITARISMO

Por: Lic. José Antonio Estrella Ángeles

“Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felices” (Séneca,) Sentencia
el autor al inicio de Vita beata. Este es precisamente el propósito de la doctrina
utilitarista, lograr alcanzar la mayor felicidad como fundamento de la moral.
Comprendamos por felicidad el placer y la ausencia del dolor; por infelicidad, el
dolor y la ausencia de placer.

Las siguientes líneas no pretenden ser un estudio profundo acerca del


utilitarismo, tampoco una crítica a este, sino recoger de manera sucinta lo
expuesto por Esperanza Guisan en Historia de la Ética. La ética moderna.

Es a Bentham a quien debemos, en palabras de Guisan, “el primer borrador de


la teoría utilitarista de la moral y de la política” (2004, p. 459) misma que fue
matizada, corregida y perfeccionada por John Stuart Mill. ¿En qué consiste esa
teoría perfeccionada por Mill?

EI credo que acepta como fundamento la utilidad, o principio de la mayor


felicidad, mantiene que las acciones son correctas en la medida en que tienden
a promover la felicidad, incorrectas en cuanto tienden a producir lo contrario a la
felicidad (Mill, 1984, pp. 45-46).

Luego entonces, tanto el placer como la exención del dolor son las únicas cosas
deseables como fines, además, todas las cosas que comparten esta calidad de
deseo lo son o por el placer inherente a ellas mismas o como medios para
promover el placer y prevenir el dolor.

Considero afines con este principio de utilidad el hecho de que algunas clases
de placer son más valiosas y deseables que otras. No concibo que los placeres
solo dependan de la cantidad, siendo así que, al valorar todas las demás cosas,
se tomen en consideración no solo la cualidad sino la cantidad.

A propósito de esto, diferenciar la cualidad entre los placeres, o dicho de otra


forma, qué hace que un placer, en cuanto placer, sea más valioso que otro,
prescindiendo de su superioridad cuantitativa, encuentro solo una posible
respuesta: el placer más deseable es aquel que, entre dos de estos, hay uno al
que independientemente de cualquier afecto o sentimiento de obligación moral,
dan una decidida preferencia todos o casi todos los que tienen experiencia de
ambos. Quienes tienen un conocimiento basto de ambos, es seguro que
coloquen uno encima de otro, aun sabiendo que el grado de satisfacción puede
ser menor, no lo cambian por ninguna cantidad del otro placer, que su esencia
les permite gozar, está justificado otorgarle al goce preferido una superioridad
cualitativa tal, que la cuantitativa resulta de menor importancia. Es posible que
un ser de facultades más elevadas necesita más para ser feliz.

El débil carácter conduce a que los hombres tomen decisiones enfocadas por el
bien más próximo, aun sabiendo que es menos valioso; esto tanto cuando la
elección se hace entre dos placeres corporales, como entre lo corporal y lo
espiritual. Buscan el placer sensual que perjudica a la salud, aunque hay un
conocimiento perfecto que esta es un bien mayor.

Es en muchas naturalezas una planta muy delicada la capacidad para los


sentimientos más nobles. Delicada pues muere con facilidad. Esta muerte no
solo por influencias hostiles, sino por la mera falta de alimentos.

Las aspiraciones elevadas de los hombres se pierden como pierden su agudeza


intelectual, pues no tienen tiempo ni oportunidad para fortalecerlos. Hay una
clara inclinación y adhesión a los placeres inferiores, no tanto por preferencia
deliberada, sino por ser los únicos a los que se tiene acceso o que pueden gozar
por más tiempo.

De acuerdo con el principio citado, el ultimo fin por razón del cual son deseables
todas las otras cosas (indistintamente de considerar el bien propio o el de los
demás) es una existencia libre de dolor y rebosante en goces, en el grado más
alto, tanto cuantitativa como cualitativamente.

Puedo afirmar que el utilitarismo puede entenderse como el conjunto de reglas y


preceptos de conducta humana por cuya observación puede asegurarse a todo
el género humano una existencia como la descrita en la mayor extensión posibe;
y no solo al género humano, sino hasta donde la naturaleza de las cosas lo
permita a toda la realidad consciente. Vale recordar la consideración de Bertham:
Los sujetos a quienes se dirigen nuestras acciones no tienes que ser seres
necesariamente racionales o por lo menos poseer el grado de racionalidad de un
miembro adulto de la raza humana desarrollado. La pregunta no es, a la hora de
interesarme por el bienestar de alguien ¿piensa?, ¿posee la capacidad de
raciocinio?, sino ¿siente? ¿tiene capacidad de gozar y sufrir? (Guissan, 2004).

Es claro, hasta ahora, que la utilidad no solo incluye la búsqueda de la felicidad,


sino también la prevención o mitigación de la desgracia.

Si por felicidad entendemos a las continuas excitaciones altamente placenteras,


es de suma evidencia que esto es imposible. Un estado de placer exaltado es
efímero, o en algunos casos y con interrupciones, horas o días. Es el resplandor
momentáneo del gozo, mas no su llama firme y permanente.

Cuando las personas medianamente afortunadas en bienes materiales no


encuentran en a vida goces suficientes para considerarla valiosa, la causa está
en que solo se preocupan de sí mismas. Tras el egoísmo, la principal causa de
la insatisfacción ante la vida es la falta de cultivo intelectual.

Sin dar paso a la duda, es posible obrar sin ser feliz; lo hace involuntariamente
el noventa por ciento de los hombres. Quienes suelen hacerlo voluntariamente
son el héroe o el mártir, en aras de algo que aprecian más que su felicidad
personal. Y este algo ¿qué es, sino la felicidad de los demás, o alguno de los
requisitos de la felicidad? Pienso que, el mejor procedimiento para alcanzar en
lo posible la felicidad es la capacidad de obrar conscientemente sin pretender
serlo.

La moral utilitarista reconoce al ser humano el poder sacrificar su propio bien por
el bien de otros. El utilitarismo exige a cada uno que entre su propia felicidad y
la de los demás, sea un espectador tan imparcial como desinteresado y
benevolente.

Ningún sistema de ética exige que el único motivo de cuanto hacemos haya de
ser un sentimiento del deber; por el contrario, la mayoría de nuestros actos se
realizan por otros motivos, y son justos, siempre y cuando las reglas del deber
no los condenan.
La mayoría de las buenas acciones no se realizan en provecho del mundo, sino
de los individuos, de cuyo bien depende el del mundo. Es posible que el objeto
de la virtud, para una ética utilitaria, sea la multiplicación de la felicidad.

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