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Actividad Propia

Indiscutiblemente una de las pruebas más claras de que un cuerpo está


vivo es que hay actividad en cada una de sus células, y en el caso del ser
humano, que cada uno de sus órganos muestra actividad propia.
El tema que nos proponemos presentar en este número es que el origen
y la calidad de nuestras acciones son prueba contundente de que nuestra
relación con Dios es tal que gazamos de la vida abundante que puede ser
nuestra en Cristo Jesús.
Para ello, partiremos de la historia de una persona que el Señor Jesús
resucitó mientras visitó nuestra tierra. Se encuentra en el Evangelio según
San Marcos 5:21-23, 35-43.
Un padre afligido, de nombre Jairo, buscó al Señor Jesús porque su hija
agonizaba. En el trayecto a su casa, la pequeña murió, aunque las
palabras del Maestro fueron: “La niña no está muerta, sino duerme” (v.
39).
En el trayecto a casa, Jairo pudo ver en acción el poder de Dios sanando a
una mujer que había estado emferma por doce años, también, sin duda,
oyó sus enseñanzas y escuchó testimonios de quienes habían recibido
bendiciones de manos del Hijo de Dios.
Fue por esto que cuando le avisaron a Jairo que su hija había muerto y
que no molestara mas al Maestro, el Señor le dijo: “No temas, cree
solamente”(v. 36).
A la mujer que fue sanada le había dicho: “Hija, tu fe te ha hecho salva;
vé en paz, y queda sana de tu azote”(v.34). Jairo, un principal de la
sinagoga, necesitaba de la misma fe para poder ver las maravillas de
Dios.
De esta historia extraigamos tres lecciones:
1. VISIÓN DEL MAESTRO

Veía a la niña, no como muerta, sino durmiendo, porque la condición no


era irreversible: la fe de los padres y el poder de Dios podían cambiar su
condición.
“He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de
salvación” (2 Corintios 6:2).
Si entre usted y Dios existe pecado, entonces su condición es la de uno
que ha muerto y está separado de las bendiciones de Dios. Pero esta
condición puede ser revocada mientras dure “el día de salvación”. La
petición de Dios para modificarla es la misma “Cree solamente” (Marcos
5:36).
Jairo tuvo que hacer tres cosas:
a) Aceptar el veredicto de los de su casa: “Tu hija ha muerto”, aunque
no la opinión de ellos “¿Para qué molestas más al Maestro?” (Marcos
5:35).
b) Quedarse al lado del Maestro. La primera prueba para su fe sería la
paciencia: esperar mientras el Maestro despachaba a la multitud y
éste pudiera llegar a su casa.
c) Permitir que el Señor echara fuera a todos los extraños que había en
su casa y que hacían alboroto, llorando y lamentando.
Estas tres acciones, que se esperaban de Jairo, son las mismas que pide
Dios del hombre pecador. Repasémoslas:
a) Creer el veredicto.
Hemos de creer que Dios nos ve: “muertos en pecados” (Efesios 2:5),
pero sin hacer caso de las indicaciones de los vecinos que tienen muchas
sugerencias de qué hacer con el muerto, pero ninguna sobre qué hacer
para devolverle la vida.
b) Asirse de las promesas de Dios.
No se le pide que crea en las palabras de hombres; su fe y esperanza han
de ponerse en Dios. El versículo más citado de la Biblia es muestra
suficiente de lo amplio y seguro que son sus promesas, dice: “Para que
todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan
3:16).
c) Tener a Jesús como Señor.
La fe en Dios ha de llevarle a confesar que Jesús es Señor (Romanos
10:9-10), y su forma de vida ha de demostrar que no hay nadie más que
él en el control de ella.
Esto fue lo que demostró Jairo cuando le permitió al Señor echar fuera a
todos sus amigos y vecinos. La vida que Dios le ofrece será totalmente
nueva, y su fe debe dar las bases para que esto sea así al dejar de ver las
cosas por sus propios ojos y aprender a verlas como las ve su Señor.

2. LA VOZ DE DIOS

Sólo Dios podía decir las palabras: “Niña, a ti te digo, levántate” (Marcos
5:41), porque sólo en Dios está el poder dar vida a los hombres.
En estas palabras notamos que cuando Dios nos habla:
a) Pide nuestra atención.
Le dijo: “Niña”. Deténgase un momento a pensar en su condición delante
de Dios.
b) Nos habla a cada uno.
Añadió: “A ti te digo”. Si pone atención, oirá la voz de Dios que, a través
de su Espíritu, le quiere redargüir de pecado.
c) Exige obediencia inmediata.
Ordenó: “Levántate”. Dejar para mañana nuestra respuesta u obedecer a
nuestra manera es lo mismo que desobedecer a Dios, y éstas dos son
decisiones fatales para nuestra alma.
“Exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy;
para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado”
(Hebreos 3:13).
3. LA PREOCUPACIÓN DEL SEÑOR

La primera manifestación de vida fue actividad. Leemos: “se levantó y


andaba”. Por esto el Señor se preocupó de sus necesidades primarias, y
“dijo que se le diese de comer” (Marcos 5:42,43).
La Biblia dice:
“Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las
cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”
(Efesios 2:10).
Por esto Dios espera actividad de cada uno de sus hijos, y como en el caso
de un recién nacido, espera que las primeras actividades sean: desear ser
alimentado con la palabra de Dios (1 Pedro 2:2); abrir sus labios y
llamarle Padre (Romanos 8:11,15,16), y comenzar a andar, imitando a
Cristo (Efesios 5:1,2).
Pensemos en estas evidencias de vida:

PEDIR ALIMENTO

Querer saber más del Dios que nos salvó, no sólo es algo natural, sino que
sería preocupante el hecho de que este deseo no existiera en el que ha
nacido de nuevo.
Dios no espera que de inmediato seamos eruditos en su Palabra, ni que
seamos grandes defensores de las doctrinas que contiene. Sólo pide que
demostremos “hambre” por leerla y entenderla; que la aceptemos en
forma incuestionable, como el niño que recibe la leche de su madre.
Leerla nos hará conocer la voluntad de Dios para así obedecerle; nos
permitirá observar las maravillas de su creación a través de los mismos
ojos del Creador, y esto nos llenará de alabanza y gratitud; pero más, nos
abrirá el velo que encierra los misterios de su gloria y de su gracia y
brotará en nosotros la adoración. Todo esto nos ayudará a crecer para
poder vivir una vida agradable ante sus ojos.
LLAMAR A DIOS: PADRE

Escuchar a un pequeño decir “mamá” y “papá” es la alegría de todo padre.


Esto no es diferente para con nuestro Dios. A él también le agrada
escuchar la voz de sus hijos. El niño, al crecer, aprende de aquel a quien
llama “padre” es alguien al que desea imitar; luego, que es alguien al que
ha de obedecer, y finalmente, que es quien le ha dado un nombre que
habrá de honrar durante toda su vida. Esto es también lo que Dios espera
de nosotros (1 Pedro 1:13-19).

APRENDER A ANDAR

El niño no queda para siempre en su cuna; antes del año está haciendo
esfuerzos por salir de ella y moverse con libertad. ¡Qué alegría hay
cuando da sus primeros pasos! Ya no gatea, ya no se arrastra: camina
erguido como todo un hombre.
El deseo, más aún, el esfuerzo por caminar como Cristo, por andar en sus
pisadas, es otra evidencia de vida que debe manifestarse en aquel que ha
creído en Dios y aceptado a Cristo como Señor.
Amigo lector: si en usted no hay estas evidencias, si no le interesa leer la
Biblia, si no acepta el compromiso de llamar a Dios, Padre, y si no puede
andar en amor, en justicia y en verdad como Cristo anduvo; crea las
palabras de Dios que lo señalan como uno que está muerto y obedezca la
instrucción del Maestro:
“NO TEMAS, CREE SOLAMENTE” (Marcos 5:36).

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