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La evaluación formativa sirve para mejorar el nivel de comprensión y planificar el diseño de la

enseñanza, impulsando aprendizajes más apropiados mediante la personalización del aprendizaje. La


evaluación sumativa, por su parte, ofrece información sobre el nivel de logro en un contenido y revisa el
aprendizaje de los estudiantes al finalizar la unidad.

Diferentes estudios muestran la evaluación formativa como una de las estrategias más efectivas para
aumentar el rendimiento escolar (1), puesto que intenciona el fortalecimiento de las capacidades
individuales en los estudiantes, quienes, a su vez, pueden comprender mejor sus propios estilos de
aprendizaje.

"La idea es que el estudiante no viva la evaluación como una instancia de miedo, sino que la conozca
previamente, sepa aún más sobre que se está queriendo inferir por parte del docente y finalmente, lo
más importante, tenga una devolución al respecto. Es en ese momento precisamente donde se verá la
instancia de aprendizaje" (Banco del desarrollo de América Latina, 2016).

Conociendo los beneficios que reporta esta práctica, ¿Por qué es poco utilizada en las aulas? Hay al
menos tres aspectos que responden este interrogante y que deberían ser superados para su
apropiación:

- Las facultades de educación no contemplan, con la suficiente profundidad, este tipo de evaluación
como parte de sus currículos.

- No existen lineamientos claros desde las políticas educativas para incentivar su uso en el sistema.

- Los maestros suelen asumirla con resistencia por ser una práctica que demanda más tiempo y esfuerzo,
por el nivel de reflexión y planeación que requiere.

Teniendo en cuenta la relevancia de la evaluación en los procesos de aprendizaje y apropiación del


conocimiento de los estudiantes, es necesario poner el foco en la de tipo formativo y para ello es
indispensable que los maestros la asuman como práctica cotidiana al momento de planear
estratégicamente la medición de resultados.
En medio de las transformaciones aceleradas que vive la escuela, es importante hacer una pausa que
permita integrar evaluaciones formativas claras, completas y con intencionalidad pedagógica. De la
mayor importancia resignificar esta práctica, ya no con cargas punitivas, sino como oportunidades de
mejoramiento y aprendizaje permanente

evaluación educativa no refiere únicamente a ponderar el accionar de los estudiantes, sino también al
de los docentes, pues sus resultados involucran a todo aquel que interviene en el proceso de enseñanza
y aprendizaje, incluida la familia. Por lo tanto, se convierte en el indicador de cómo ese quehacer
colectivo infiere en el desempeño hacia la búsqueda de la calidad educativa.

Desde hace décadas se ha aportado información a la literatura conceptual con respecto a la evaluación
formativa, enfatizando en su función motivadora y orientadora, pero descartando la acción
sancionatoria. Si la característica formativa de la evaluación ha estado en muchos documentos y
opiniones desde hace tantos años, ¿de qué sirvió implantar la evaluación continua, cuando los
profesores siguen instalados en las viejas prácticas evaluadoras? Lo que quiere decir que la principal
dificultad de la evaluación no está en las normas, sino en la concepción que se tiene de estas y de su
práctica en el aula, pues a veces se es reacio a la innovación, a la capacidad investigativa y el dominio
temático y pedagógico. (Santos, G., 1995)

Evaluación Formativa

En la actualidad, la evaluación es referida desde unas dimensiones y unos propósitos enfocados hacia el
NO culpar al estudiante de sus resultados, sino a crear estrategias para mejorar, cambiando un poco el
paradigma en el sentido de entender la evaluación como el proceso que nos dice si lo que estamos
haciendo está bien o no. Exhorta a tomar conciencia del papel protagónico del docente, en cuanto al
desarrollo de estrategias que permitan entender la situación cognoscitiva en que se encuentran los
estudiantes, para tomar acciones encaminadas a transformar sus desempeños escolares en resultados
significativos.

Hoy se requiere una evolución de la praxis en función del acto escolar; dar un giro a las viejas prácticas
educativas, buscando su transformación. Para ello es necesario cambiar el paradigma educativo hacia la
innovación: la necesidad de arriesgarse a pasar de lo predecible hacia lo impredecible, venciendo el
temor al cambio. Einstein, invita a “no hacer siempre lo mismo, si se busca resultados diferentes”. Por lo
tanto, se requiere educar con sentido desde la libertad, sin descuidar sus límites, aparte de enseñar a
pensar desde esa transformación personal, que propenda el bienestar del ser humano.

Dochy, Segers y Dierick plantean la necesidad de pasar de la cultura del examen a la cultura de la
evaluación, a partir de un modelo de evaluación formativa centrado en mejorar el aprendizaje. En éste
mismo sentido, Santos (2010), Álvarez (2010), López & Pérez (2017) critican el modelo tradicional
centrado en exámenes y calificaciones, y enfatizan en la confusión entre evaluación continua con
examen continuo. Hoy se exhorta a utilizar una evaluación que esté al servicio del conocimiento y del
aprendizaje, y no otra que sirva para descalificar o para penalizar.

No es un mito que hoy se utilice las pruebas escritas como producto final para valorar el desempeño del
estudiante mediante la figura de evaluación sumativa. Este instrumento de evaluación es quizás
inadecuado, en el sentido de que no se debería evaluar contenidos con conocimiento de memoria, sino
con conocimientos contextualizados, pues, en ocasiones se indaga por aspectos memorísticos, lo que
Pérez (2003) llama la capacidad de reproducir un contenido. O cuando se enseña para un examen, y
convertimos el proceso educativo en la enseñanza bancaria (Freire, 1970) en el que se memoriza para
vomitar en un examen. Y peor aún, se utiliza la evaluación como instrumento de control (Santos Guerra),
como una forma o mecanismo de presión sobre el estudiante, creando fobia y por ende afectando los
resultados.

Así que la evaluación formativa debe formar parte integral tanto del proceso de enseñanza como del
aprendizaje, de tal manera que exista un diálogo permanente entre lo que se enseña y lo que se
aprende, para lograr que el desarrollo de las competencias, se evidencie en los desempeños.

5 aspectos a considerar en una evaluación formativa


Una evaluación que pueda responder claramente a los interrogantes: ¿hacia dónde vamos?, ¿dónde
estamos? y ¿cómo podemos seguir avanzando?

Una evaluación que enseñe si el estudiante realmente aprende o, en su defecto, permita crear
estrategias para corregir las dificultades.

Una evaluación que maneje diferentes técnicas e instrumentos, en cuyos criterios, los estudiantes
comprenden con claridad, lo que se espera de sus desempeños.

Una evaluación donde se cambie el paradigma negativo del error, en donde éste sea considerado como
una oportunidad para el aprendizaje.

Una evaluación cuya finalidad principal no sea calificar al estudiante, sino disponer de información que
permita saber cómo ayudar a mejorar su aprendizaje y para que el profesor aprenda a hacer un trabajo
cada día mejor.

Todo esto a través de una evaluación formativa cuya finalidad principal sea mejorar los procesos de
enseñanza y de aprendizaje, en donde se beneficie el proceso, el aprendizaje, el alumno y el docente,
pero fundamentalmente, una evaluación que permita ser evaluada.

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