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El día en que el Papa Juan Pablo II humilló a

Monseñor Romero en el Vaticano


El obispo salvadoreño que fue elevado a Santo, viajó a Roma con las
pruebas de la persecución de la dictadura a los sacerdotes. Hace 38
años fue asesinado
Por: Iván Gallo | Marzo 24, 2017
https://www.las2orillas.co/el-dia-en-juan-pablo-ii-humillo-monsenor-romero-en-
el-vaticano/

Antes de que las ruedas de una tanqueta pasaran por encima del rostro del

sacerdote salvadoreño Octavio Ortiz, un verdugo le había cortado el cuello con un

cuchillo. Los grupos paramilitares que respaldaban la dictadura del general Carlos

Humberto Romero Mena, lo habían acusado de darle apoyo y de pertenecer a la

guerrilla del Frente Farabundo Martí. Con Ortiz, eran cinco los religiosos asesinados

en 1979 bajo la consigna: Haz patria, mata a un cura.


La extrema derecha que mandaba en El Salvador buscaba atajar a sangre y fuego

los postulados de la Teología de la liberación asesinando religiosos. El obispo de

San Salvador, Óscar Romero quiso hacerle frente a la persecución a la que estaban

sometidos los sacerdotes en su pais y viajó a Roma, a entrevistarse con el recién

nombrado Papa Juan Pablo II. Era su superior jerárquico y se veía en la

obligación de denunciar las atrocidades que se cometían contra la iglesia católica y

sus prelados.

Monseñor Romero llegó con cita confirmada al despacho papal pero no fue

recibido. Los ayudantes del pontífice se las arreglaron para que la reunión no se

diera. “Ya debes saber que el correo italiano es un desastre” fue la frase que le

dieron como excusa. Le cerraron todas las puertas en su cara.


Sin resignarse a regresar al Salvador sin haber hablado con el Juan Pablo II,

monseñor Romero hizo la tarea como cualquier feligrés que viaja a Roma a

conocer al Papa: madrugó el domingo para estar en primera fila en la plaza de

San Pedro a la espera del saludo. Cuando le llegó el momento de darle la mano

simplemente le dijo: “Soy el arzobispo de San Salvador y necesito hablar con

usted” . Sin otra salida, el Papa le concedió la audiencia para el día siguiente. .

Monseñor Romero colocó sobre la mesa del despacho una caja con los documentos

e informes que revelaban los abusos, las calumnias, la campaña de difamación que

el gobierno del general Romero Mera había emprendido contra la iglesia

salvadoreña.

Impaciente, casi despreciativo el Papa le responde: – ¡Ya les he dicho que no

vengan cargados con tantos papeles! Aquí no tenemos tiempo para estar leyendo

tanta cosa.

Sorprendido, con las lágrimas en los ojos, el obispo de San Salvador abrió el sobre

que guardaba la foto del rostro del sacerdote Octavio Ortiz destruido. Le contó la

historia del origen campesino del cura, la tarde en que lo ordenó, el día en el que

fue apresado por el gobierno sólo porque le estaba enseñando a los muchachos de

un barrio humilde de San Salvador el evangelio. “Lo mataron con crueldad y hasta

dijeron que era guerrillero…” Viendo la foto de refilón, Karol Wojty le preguntó “¿Y

acaso no lo era?”.

Monseñor Romero soportó todo. El consejo del Papa no podía ser màs

sorprendente: establecer puentes con la dictadura y le recuerda que el General es

católico, y por tanto algo bueno habrá de tener.

Abandonado por su iglesia, el obispo endurece aún más su discurso en donde

denunciaba la arbitrariedad y la represión del ejército y el hambre insaciable del

“imperio del infierno” calificativo que le daría a los terratenientes. Las amenazas

aumentan hasta que su círculo íntimo decide como una precaria medida de

seguridad, limitar sus misas al oratorio del hospital para cancerosos La divina
providencia. Pero hasta allí llegaron sus verdugos. El 24 de marzo de 1980, tres

meses después de haber estado en el despacho papal, un francotirador, en plena

homilía, le revienta de una bala el corazón.

Monseñor Romero tras su muerte. Foto: archivo AP Eduardo Vazquez Becker

El Vaticano mantuvo silencio, pero América Latina lo adoptó como el santo de los

oprimidos. Treinta y cinco años después de que la causa de su canonización se

hubiera dilatado por el desinterés del papado de Juan Pablo II en los sacerdotes

del movimiento de la Teología de la liberación y con la ayuda cómplice para

obstaculizar el proceso de los cardenales colombianos Alfonso López Trujillo y

Darío Castrillón, Monseñor Oscar Romero fue beatificado en su propia tierra donde

libró su gran batalla por volver realidad la palabra del evangelio.

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