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César Vallejo Mendoza nació en Santiago de Chuco el 16 de marzo de 1892. Sus padres
fueron Francisco de Paula Vallejo Benítez y María de los Santos Mendoza.
En 1918, llegó a Lima para continuar estudios en la Universidad San Marcos. En 1919,
publicó Los Heraldos Negros, su primer poemario, y en 1921 ganó el Premio del Cuento
Nacional por su relato Más allá de la vida y la muerte. En 1922, publicó su afamado
poemario Trilce y en 1923 viajó a Europa, de donde nunca volvió. Vivió entre París y
Madrid escribiendo poemas y artículos periodísticos. También viajó a Rusia, donde
adoptó la ideología socialista.
Vallejo es considerado el más grande poeta del Perú. Su obra refleja el dolor por las
injusticias sociales. Sus poemarios más afamados son: Los Heraldos
negros (1919), Trilce (1922), España, aparta de mí este cáliz (1939), Poemas
humanos (1939). En narrativa sobresalen: Paco Yunque (1931), Fabla salvaje (1923)
y El Tungsteno (1923).
1922- Trilce
1936- Nómina de huesos
importantes como cuentos, poesía, narrativa, teatro y ensayo. César Abraham Vallejo
Merton lo considero como "el más grande poeta universal después de Dante".
RESUMEN DE EL TUNGSTENO
Cesar Vallejo
Cuando la empresa norteamericana “Mining Society” logro porfin adueñarse de
las minas de tungsteno de Quivilca, en el departamento del Cuzco, de inmediato
llego al Perú la orden gerencial de Nueva York disponiendo el comienzo de la
extracción del mineral.
Una avalancha de indios procedentes de Colca lleno la mina en poco tiempo para
satisfacer las labores de minería.
En Quivilca se instalaron junto a los peones y mineros, míster Taik y míster Weiss,
gerente y subgerente de la “Mining Society”; el cajero de la empresa, Javier
Machuca; el ingeniero peruano Baldomero Rubio; el comerciante José Marino, que
había tomado la exclusiva del bazar y la contrata de peones para la “Mining
Society”.
Los soras cambiaban sus plantaciones y sus animales por cosas banales como
garrafas, franelas en colores, botellas pintorescas, paquetes policromos, fósforos,
caramelos, vasos transparentes etc. Los soras es sentían atraídos por estos objetos,
como ciertos insectos a la luz.
El primero en operar sobre las tierras de los soras para enriquecerse fue José
Marino, quien formo una sociedad secreta con el ingeniero Rubio y el agrimensor
Benites. Este contubernio tuvo que vérselas en apretada competencia con
Machuca,Baldazari y otros que también despojaban de sus bienes a los soras.
José Marino adulaba a todo el que, de una u otra manera, podía serle útil. Un día
que Marino debía ir de Quivilca a Colca, se reunieron en su bazar para despedirlo,
Leónidas Benites, Míster Taik, y Míster Weiss, el comisario Baldazari, Rubio y
Javier Machuca.
Cuando ya estaban ebrios Marino propuso jugar a “La rosada” a los dados; esta era
una de las queridas de Marino. Muchacha de 18 años, serrana, ojos grandes y
negros y empurpuradas mejillas candorosas, la había traído de Colca, como
querida, un apuntador de las minas, junto con sus hermanas Teresa y Albina.
La muchacha se había negado a las exigencias de José Marino, pero este le había
dado una pócima que la embriago hasta privarla. La muchacha no vio el amanecer
y murió por efecto de la droga que le administrara José Marino. Míster Taik exigió
absoluta discreción.
La llevaron a su casa y dijeron a sus hermanas que le había dado un ataque y que
yace le pasaría. Al otro día la enterraron. Las hermanas de la difunta fueron donde
Míster Taik a pedirle justicia por que consideraban que a su hermana la habían
matado.
Los hermanos Marinos eran originarios de Mollendo y hace ya unos doce años que
se habían establecido en la sierra. Poco apoco habían ido escalando posiciones para
llegar al lugar en que estaban, pero siempre con la adulación y la falta de
escrúpulos como armas.
Había en casa de Mateo una india rosada y fresca bajada de la puna a los ocho años
y vendida por su padre, un mísero apasero, al cura de Colca; se llamaba Laura, y
cuando José venia de Quivilca, Lura solía acostarse también con el a escondidas
de Mateo.
José la retenía con la astucia y el engaño prometiéndole que la haría su mujer ante
todos, cuando el tono de su hermano Mateo la dejara como lo hozo con la madre
de su hijo Cucho. Esa noche fue Mateo el primero en deslizarse hasta la cocina
donde dormía Laura para ponérsela brutalmente.
A los pocos minutos fue José, quien aprovechando que Mateo dormía, visito a la
joven india en la cocina.
Laura le confeso que estaba preñada de el; este se negó a tal compromiso. José
había contado a su hermano que Míster Taik le había pedido cien peones mas para
la mina de tungsteno que explotaba la Mining Society.
Como no era fácil convencer a los indios para tan dura tarea, en la cual ya habían
casi desaparecido los soras, fueron a buscar al subprefecto Luna para que les
facilitara dos gendarmes.
Este les manifestó que carecía de personal y que el escaso que estaba a su cargo
los tenia ocupados “cazando” conscriptos. Dos yanaconas, Braulio conchucho e
Isidoro Yepez, fueron traídos desde Guaca pongo a Colca, para ser enrolados en el
servicio militar.
Sin sombrero, bajo un sol abrazador, los encallecidos pies en el suelo, los brazos
atados hacia atrás, amarrados por la cintura con un lazo de cuero al pescuezo de
las mulas, los yanaconas fueron arrancados de sus hogares y atravesando ríos,
quebradas y pedregales, fueron llevadas a Colca ya casi agonizantes por dos
crueles y sanguinarios gendarmes.
Braulio Con chucos no pudo resistir mas tiempo y cayo muerto en la oficina del
alcalde Para, delante del prefecto Luna, el secretario boda, el juez Ortega, el
gamonal Iglesias y el medico Riaño quien certifico su muerte.
Servando dio entonces un salto a la calle entre los gendarmes, lanzando gritos
salvajes, roncos de ira, sobre la multitud ¡un muerto! ¡Lo han matado los soldados!
¡Abajo el subprefecto! ¡Viva el pueblo! La confusión, el espanto y la refriega
fueron instantáneos.
En una reunión ofrecida por el alcalde Para, los hermano Marino llevaron a un
rincón al subprefecto Luna y lo convencieron para que este les facilitara
veinticinco indios que estaban en la cárcel, los cuales en la madrugada,
emprendieron viaje a las minas de Quivilca.
Con palabras desgarradoras, Huanca logro que Benites despertara del letargo en
que estaba sumido y se diera cuenta que los pobres indios eran no solo explotados,
sino también maniatados por los Yanquis y por los malos hombres como José y
Mateo Marino que servían incondicionalmente a tipos sin escrúpulos como míster
Taik.
Benítez proporciono un documento que demostraba que míster Taik no era yanqui
sino alemán, y que con esa evidencia podría fregar a la “Mining Society”. Ambos
hombres se unieron para iniciar la rebelión de los indios contra sus opresores.
Lo que había terminado de decidir la actitud de Benites, era el amor que sentía por
la difunta Graciela a quien el recordaba y amaba en silencio.