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JUAN MANUEL
D ERO SA S
1829-1852
EMECÉ EDITORES
Ilustración de rapa.- Juan Alais, Gradado. 1836.
Título original: Argentine Dictador Juan Manuel de Rasas 1829-1852.
Onginaüy published ay Oxford University Freos
© John Lynch 1981
© Emecé Editores, S.A., 1984
Alsina 2062 - Buenos Aires. Argentina
Ediciones anteriores; JO.000 ejemplares
3a impresión en offset; 3.000 ejemplares.
Impreso en Compañía Impresora Argentina S.A., Alsina 2041/49,
Buenos Aíres, septiembre de 1985.
37.046
Agradecimientos
|
Abreviaturas
í
I
1
{'
Introducción
9
lo identificó inequívocamente como tin estanciero: “representante de los inte-j
reses.de los grandes hacendados y jefe militar de los campesinos”, quien va-1
Ü'éndose de un control absoluto sobre el gobierno y los sectores del trabajo de-j
terminó el desarrolló económico y social de Buenos Aires durante medio si-,
glo.’ Según jotro punto de vista : “Rosas fue io que el pueblo, argentino quiso';
que fuese”.3 " . * •l
Todos estos juicios son acertados, pero no constituyen toda la verdad. En
primer lugar, la base social delrosismo debe aún ser localizada con precisión;.?
¿Gozaba Rosas del apoyo de toda la d ase terrateniente? De haber sido así„|
¿cuál fue el motivo de la revolución del Sur. en 1839, y de las deserciones de su i
causa en 1852? Hay cierta confusión también en lo concerniente a sus vínculos j
con los sectores populares. ¿Disponía Rosas de. una fuerza masiva que lo si
guiera de entre los gauchos? Si así era, ¿cómo respondieron a su severa políti
ca agraria? ¿Y no existía acaso otro grupo, un sector urbano de artesanos y
personal de servicio, cuya relación con Rosas todavía debe ser establecida ? *
Algunos historiadores argentinos han interpretado ya a Rosas como un
conductor de masas, un precursor del dictador populista. Esto se halla implí
cito en uno dé los primeros estudios revisionistas sobre Rosas., el de Ernesto j
Quesada, quien describe el conflicto.entre unitarios y federales como si fuese ]
entre propiedad y pobreza, aristocracia y democracia, conservadorismo y re.- 'i
-volucíón. “Fomentó las clases populares: su base eran los gauchos y los orille- ¡i
ros, a los que unió los negrQs^?rDemÓcratá^óT'féinDéraménto.Jas masas.po-'i
píüarés~fueron"sírbjffu^ a Rosas ]
énTérminos dirigidos OTntras£es,"cómo la personificaciónH etM enVernal,
y el verdadero registró de su gobierno resallo perdido en la'mitólogía.’ Even- \
tualmente¡ las preocupaciones ideológicas desbordaron el tema, y muchas de - ?
las modernas publicaciones sobre Rosas hablan más del presente que del pa- l
sado. Hay nuevos mitos, de la derecha-y de la izquierda. José María Rosa ve ;
á Rosas,como eLelegido de Dios y de los^gauchos,j a eorporizacíóñ'deloS'vMo-
res argentinosrehazote'deYáimPeriafeía^GfaSYétáMT^Desdéla. cítra ala po- ■
Mica; los'ltiicrós'de Eduardo^B.'A;steslnÓYÓYóii^sicámente diferentes. Sí i
bien reconoce el verdadero origen de Rosas como estanciero, lo presenta sin i
embargo como un populista, cuyo nacionalismo comprende no sólo objetivos' ?
políticos y económicos sino también una profunda conciencia social. Según I
esta interpretación, los unitarios constituían una aristocracia urbana y mer- ■;
cantil, mientras que los federales representaban a “las m asas”, a “los secto- j
res populares”. Rosas lanzó una revolución social cuando subió tempestuosa
mente al poder en 1829 como el “defensor del orden y de la legalidad, repre
sentando las m asas, los gauchos, la pampa." Pero pronto amplió su base: “El
rosismo. como movimiento popular, como expresión de la revolución popu
lar. avanza ahora de las campañas al poblado, ganando hasta los mismos ne
gros”.®
Algunos historiadores profesionales han interpretado a Rosas desde un
punto de vista menos comprometido. El profesor H. S. F em s lo describe en
términos pragmáticos como un defensor de la independencia nacional, pro
tector de su provincia y alternativa única de la anarquía.7 Miron Burgin
bace referencia a su atractivo popular diciendo que es simplemente un pro
veedor de recursos y empleo: “Si bien representaban primariamente los inte
reses y aspiraciones de la industria de Jos criadores de ganado, los federales
se dedicaban también, al mismo tiempo, a las clases más bajas tanto de los
distritos rurales como de la ciudad, ”0 Según Tuiio Halperín, la politización de
las masas rurales y la movilización popular contra los unitarios en 1829 con
vencieron a Rosas de que el Rio de la Plata sólo podía ser gobernado “popular
mente” . Aunque Rosas estaba lejos de ser demócrata, decidió que el nuevo
equilibrio era irreversible y se colocó a la cabeza del peligroso sector popular
a fin de poder controlarlo y usarlo. De esa manera logró de inmediato conver
tir a las masas rurales en sus clientes y su baseú
En la Argentina, Rosas continúa provocando sentimientos de fascinación
y de indignación, y los juicios que le atribuyen todo el bien o todo el mal no aca
ban nunca. En Inglaterra ha sido olvidado hace tiempo, aunque Inglaterra lo
apoyó, lo combatió, comerció con él y finalmente lo rescató. Los historiadores
de Palmerston y su diplomacia, cuando se refieren al Río de la Plata, sonpoco
curiosos con respecto al hombre y al mundo existente detrás de los hechos. Sin
embargo, Rosas fue interesante en algún momento para los escritores ingle
ses y cautivador para el público inglés. Lo conocieron al principio como un ti
rano cruel, impresión transmitida por las columnas normalmente hostiles de
The Times. Ése fue también el juicio informado al gobierno por algunos de los
primeros diplomáticos; como declaró uno de ellos su autoridad estaba constituí-.
da por “el sistema de la amenaza y el terror. ”10Sin embargo, el público pronto
dispuso de un retrato de Rosas más serio y. en cierta forma, más favorable.
En agosto de 1833, el JIMS Beagle llegó a la desembocadura del Río Negro
en las etapas iniciales de su expedición científica a la América del Sur, y el jo
ven naturalista Charles Darwin desembarcó e inició un viaje bacía el interior.
Pasó por las ruinas de algunas estancias destruidas por los indios y luego se
dirigió al norte “a través de monótonos y tristes campos deshabitados, en los
que sólo encontró dos manantiales de agua salobre”, hasta que, finalmente, la
campiña desértica dio lugar a las planicies más verdes del Río Colorado.11 Se
encontró allí con el cuartel general del general Rosas y su caballería de feroz
aspecto, empeñados a la sazón en la así llamada “campaña del desierto” con
tra los indios. Darwin conoció a Rosas y conversó con él. “Es un hombre de ex
traordinario carácter”, escribió en su diario, “y tiene en el campo una gran .in
fluencia que probablemente utilizará para hacerlo progresar y prosperar.”
Darwin se enteró de su eficiencia para administrar estancias, ae sus excéntri
cos métodos disciplinarios, sus asombrosas proezas como jinete, su identifi
cación con los gauchos. Quedó impresionado por su gravedad, inteligencia y
entusiasmo, aunque notó que raramente sonreía y si lo hacía, era m ás una ad
vertencia que una amabilidad. También demostró Darwin cierta inquietud
por la política de Rosas con respecto a los indios. “Hay una sangrienta guerra
II
de exterminación contra los indios1'., escribió'a Caroline Darwin.12 Y en suf
Diario hizo esta anotación: “Si la campaña finaliza con éxito, es decir, si todos!
los indios son liquidados, se ganarán grandes extensiones-de campos para laf
producción de ganado vacuno..: El campo quedará en manos de los salvajes!
■ gauchos blancos en lugar de los indios cobrizos. Algo superiores los primeros 1
en cuanto a civilización, así como soninferiores en lo que hace a virtudes m o-|
rales.!’13 Los indios obsesionaban a Darwin. Más tarde, desde las Islas Malviví
ñas, volvió al tema en una carta dirigida a Edward Dumb, un comerciante in-1
glés que se hallaba en Buenos Adres: “ ¿Cómo les va a los indios contra ese Cé-1
sár de Rosas? ”14 En realidad, Darwin estaba equivocado, traicionado por un j
cierto prejuicio contra las razas mestizas y mostrándose injusto con res- f
pecio á la Campaña del Desierto. Es verdad que Rosas consideraba %
salvajes a los indios, pero no había salido a exterminarlos, sino más bien a I
darles una corta y acerba lección, para mostrar la bandera, empujar hacia |
atrás la frontera y negociar desde una posición de fuerza. Lejos de extermi- J
nar a los indios, su expedición obtuvo un acuerdo de paz y coexistencia para I
varias décadas subsiguientes-, y la solución militar esperó a ios gobiernos de |
las presidentes constitucionales. |
Darwin dejó a Rosas en buenos términos. “Quedé absolutamente com pla-1
cido en mi entrevista con el terrible general. E s digno de verlo, ya que se traía I
decididamente déla-personalidad más prominente de América del Sur. ”15Ro-í ■§
sa-s ayudó al viajero facilitándole caballos y un pasaporte para el viaje á: f
Bahía Blanca y luego, a través de las pampas, hasta Buenos Aires. Algo más J
tarde, le demostró aún su preocupación al aconsejarle, mediante un mensaje- f
ro, que se uniera a una escolta de tropas que marchaba con su mismo rumbo, ¡
cruzando regiones infestadas de indios. En Guardia del Monte, Darwin dur- |
mío en la gran estancia de Rosas, más parecida a una fortaleza que a un esta- |
bleeimiento de campo. con rigurosa guardia para la casa, inmensos rebaños y í
doscientos peones. Por sus propias observaciones, el científico quedó conven- j|
cido de que el entusiasmo que despertaba Rosas era general en toda la provin- I
;cía, que esperaban de él que librara a la gente del desgobierno, y que pronto f
sería él quien condujera el país en forma absoluta A6Más tarde, después de re- J
gresar a Inglaterra, Darwin escribió su Diario déla expedición, que fue publi- i
eado en 1839 y dejó a los lectores ingleses con una favorable impresión del die- j
tador argentino. Pero luego reconsideró sus juicios y, en la edición de 1845, |
agregó una nota al pie de la página diciendo que su profecía de un próspero go- ¡
Memo había resultado ser “total y lamentablemente equivocada ”. evidencia ¡
al menos de las noticias que circulaban en Gran Bretaña y del continuado inte- §
rés de Darwin por la Argentina. Se encontró una vez m ás con Rosas en South- f
ampton, a un mundo de distancia de la Campaña del Desierto de 1833. |
Woodbine Parish dejó el Río de la Plata un año antes de que llegara Dar- 1
win. Había estado allí-desde 1824, como primer Cónsul General Británico, en- |
tre otros enviados a la América Hispánica por Canning para representar los f
intereses británicos en los-nuevos estados. Al principio, Parish se sintió deseo- *
l
12
i
razonado por esta sociedad primitiva y anárquica y por una vida que estaba
en los límites de la civilización. Pero reservó para sí mismo sus pensamien
tos. informó cuidadosamente al Foreign Office sobre la situación política y
económica, defendió resueltamente los intereses británicos, y aun encontró
tiempo para perfeccionar sus conocimientos reuniendo documentación, estu
diando el país, su pueblo y sus recursos, y convirtiéndose en un experto en re
lación con este remoto y en gran parte desconocido territorio. Parish era un
aficionado 'a la paleobiología y, cuando regresó a Inglaterra en los primeros
meses de 1832, llevó con él no sólo sus anotaciones históricas sino también su
colección de esqueletos de mamíferos extinguidos, una modesta contribución
a los avances del conocimiento. Tenía por delante aün una larga vida y otras
actividades, pero no perdió su interés por el Río de la Plata, En 1333 publicó
Buenos Ayres and the Rio de la Pía ia, seguido en 1852 por una segunda edición
revisada, que informaba sobre la historia de la región asi como sobre su situa
ción en ese entonces y sus posibilidades futuras.17 En sus despachos. Parish
había expresado su satisfacción por el acceso de Rosas al poder en 1829, y io
describía como un hombre fuerte y probo, restaurador de la ley y el orden, y
amigo de los británicos. En el libro, fruto de una mayor reflexión, no intentó
realizar una estimación general del dictador, pero sus referencias eran fa
vorables y parecía seguir admirándolo todavía. Por sobre todas las cosas, el
libro continúa siendo una fuente de valiosa información sobre el ambiente v la
economía en el Río de la Plata en la época de Rosas.
La política británica con respecto al Río de la Plata, que culminó con.el
bloqueo de Buenos Aires entre 1845 y 1847, ocasionó una interminable polémi
ca en las columnas de la prensa de Londres, parte de ella —en el Morning
Chronicle— inspirada por la propia propaganda de Rosas, y otra parte—en
The Times— originada por sus opositores desde Montevideo. Hubo también
ciertas publicaciones en forma de panfletos, de efímera existencia, pero que
evidenciaban los intereses prevalecientes y el nivel de información disponi
ble. Los comerciantes británicos que actuaban en Buenos Aires en esos días
aclararon perfectamente a su gobierno que Rosas era su mejor protector y
que los privilegios de los cuales gozaban los colocaban en posición más fuerte
que la de los nativos, ya que tenían todos los derechas délos ciudadanos y nin
guna de sus obligaciones, ün panfleto anónimo publicado en Londres en 1847
sostenía con respecto al gobierno de Rosas sobre su propio pueblo que, por
más opresivo que fuera, no era de la incumbencia de Gran Bretaña, cuyo úni
co interés residía en su política exterior; “ni necesitaríamos ir a tanta distan
cia como queda el Río de la Plata para ejercer nuestra filantropía, en caso de
que se juzgara conveniente para nuestros intereses nacionales que adoptára
mos una política tan quijotesca.”18
Los británicos continuaron llegando al Río de la Plata por muchas razo
nes. Ninguno de los viajeros tenia las credenciales científicas de Charles Dar
win, y pocos de. los diplomáticos los intereses intelectuales de Woodbine Pa
rish. Pero dos observadores se destacaron por sobre el nivel normal, y ambos
13
dejaron relatos originales sobre la vida en las pampas. William MaeCann era Jj
un comerciante inglés que arribó al Río de ia Plata en 1842. En 1-846 publicó:
un trabajo preliminar sobre temas políticos. Más'tarde, entre 1847 y 1848 efec-:f
tuo viajes ¿I sur y al norte de'Ja-provincia de Buenos Aires-: “mientras me ha^fj
liaba buscando aperturas hacia nuevos campos de comercio, durante ambos _
viajes, mi propio interés me indujo a estar alerta en mis observaciones y a ser 1
exacto en mis juicios.”13 En una prosa tan vigorosa y clara como el aire de las f
pampas, MaeCann registró con simpatía y ojo penetrante para los detalles la 1
vida rural de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos en los tiempos dé i
Rosas, y desde entonces es mucho lo que le deben los historiadores. MaeCann jf
fue acusado en la Sala de Representantes de ser m espía inglés y de realizar I
su viaje por cuenta del gobierno británico con el objeto de recoger informa- ¡i
ción de utilidad para sus intereses. Rosas se enteró del problema y lo invitó a |.
su residencia dé Palermo, donde aseguró al inglés que tenía libertad para con- I
tinuar efectuando sus viajes. MaeCann encontró a Rosas agradable y muy ac- I
cesible: “su hermoso y rubicundo rostro, y su aspecto fornido... le daban la |
apariencia de un caballero de la campiña inglesa. ” Conversaron bajo la som- |
bra.de los sauces: “llevaba una chaqueta marinera, con pantalones azules y , |
gorra, y tenía en la mano un largo y curvo bastón. ”20 i
Otro observador británico, Wilfrid Latham, mostró menos simpatía ha- I
d a Rosas y su gobierno. Escribió en forma retrospectiva, durante la década:
iniciada en I860, y la Argentina que él describía estaba ya cambiando rápida- f
mente. Había criado ovejas durante veinticuatro años desde su llegada en los i
comienzos de la década de 1840 y mientras transcurrían los últimos diez años f
dél régimen. Su versión de Rosas y su época es un relato convencional de |
crueldades, fanatismo y estancamiento económico, pero su descripción de las I
consecuencias tiene valor perdurable al contrastar lo viejo y lo nuevo, la tran- |
sición de las vacas a las ovejas, y ej avanee hacia la modernización en la in- |
fraesíructura y la tecnología.21 f
Rosas fue derrocado en 1852 y, después de un largo exilio, murió en South- |
ampíon en 1877. Gradualmente,, a medida que eran menos sus contemporá- J
neos que quedaban, se iban desvaneciendo en Gran Bretaña los recuerdos de |
su vida y su época, aunque no era así en el Rio de la Plata. Sir Woodbine Pa- I
rish, al escribir a la hija de Rosas en el año siguiente a la muerte de su p a d re,. ;|
observaba con cierta ironía: “Es muy difícil ahora encontrar a alguien que j
recuerde, lo que era Buenos Aires hace cincuenta años. ”n Sin embargo, en la I
Argentina nadie olvidó a Rosas, y en los ambientes primitivos del campo. aún I
estaba vivo. En uno de sus extraños cuentos de viajes y aventuras en el inte- |
rior del Río de la Plata. Cunninghame Graham recordaba una violenta escena [
de su juventud, en una pulpería en las pampas meridionales. Describría a un j
grupo de hombres que se hallaban en el lugar, cantores y guitarreros que be- ¡
bían. fanfarroneaban y peleaban mientras algunas mujeres-los observaban j
desde un lado; de pronto, un viej o gaucho, provocado por las palabras de hom- j
bres más jóvenes, sacó su cuchillo y gritó “Viva Rosas”, para demostrar su j
14
actitud desafiante, su ira y su salvajismo. Esto ocurría alrededor de 1876o 77,
veinticinco años después de la caída de Rosas. ¿Era simplemente la nostálgi
ca embriaguez de un viejo gaucho venido a menos? ¿O se trataba de la año
ranza folklórica de una revolución popular ? Es imposible decirlo. Pero el mis
mo Cunninghame Graham, invadido por un extraño impulso, abandonó e!
grupo y salió a galopar furiosamente por el campo gritando " ¡ viva Rosas i !!23
Aunque Cunninghame Graham era un terrateniente escocés se identifica
ba tanto con los declinantes valores del gaucho como lo había hecho con las
victimas de la sociedad industrial en Gran Bretaña, y sus escritos conserva
ros para los lectores británicos la historia, las escenas y la cultura de aquella
antigua y primitiva vida en las pampas, antes de que se transformaran en una
délas grandes regiones productoras de carne y granos en el mundo. También
era amigo de otro experto en temas del Río de la Plata, W. H. Hudson, supe
rior como escritor y observador más agudo de las pampas y su gente, de ma
nera m ás reflexiva y con menos tintes aventureros. Si alguien recordaba lo
que había sido Buenos Aires mucho tiempo atrás, era él.
Hudson dejó la Argentina en 1874, muchos años después de la caída de Ro
sas, y nunca regresó a ese “país fatal”, donde había vivido desde su nacimien
to en 1841,24 En noviembre de 1915, mientras se hallaba deprimido y enfermo
en la casa de reposo de un convento, en Cornwall, empezó a rememorar su ni
ñez.25 Buscando más allá de posteriores sumas de conocimientos sobre la Ar
gentina, Patagonia, Sussex, Hampshire y Wiltshire, descubrió los primeros
recuerdos de todo aquello, los de su niñez de tanto tiempo atrás en las pampas,
y las imágenes de ese mundo distante volvieron como un torrente con toda su
pureza y frescura, una visión del pasado que en seguida se hizo clara y conti
nua. Fue una extraordinaria proeza de memoria, una recreación, en prosa
cristalina, de un país y una sociedad de sesenta y cinco años antes. Recordaba
especialmente la vida en el campo, ei mundo azul, verde y amarillo de las es
tancias, y las modalidades extrañas y violentas de sus habitantes.
Vemos que-todas las tierras que nos rodean son llanas, el horizonte es un circulo perfecto
de nebuloso color azul donde la bóveda de un cielo azul cristalino descansa sobre el nive
lado mundo verde. Verde al final del otoño, el invierno y te primavera, es decir, desde
abril hasta noviembre, pero no todo era como una verde pradera cubierta de hierbas: ha
bía zonas desnudas donde las ovejas habían pastado, pero la superficie variaba comple:
lamente y en su mayor parte era más o menos áspera...
En todas astas extensiones visibles no había cercas, y tampoco árboles, excepto,
aquellos plantados en proximidades de las casas de las viejas estancias, y como éstas se
hallaban'aleiadas de los campos arados y las plantaciones, parecían pequeñas islas ar-
. boladas o montes, azules a 1a distancia, sóbrela inmensa llanura de ia pampa.26
Así introducía Hudson a sus lectores en el mundo de los gauchos y los pas
tores, del ganado vacuno y de los caballos, de los patriarcas de las pampas,
viejos estancieros y nuevos colonos británicos, un mundo sólo visitado por él
pampero, el gran viento del sudoeste, por violentos incursores, por oficiales
reclutadores en busca de conscriptos y por fugitivos de la justicia o de un ejér-
15
cito enemigo. Pero Hudson también recordaba visitas aBuenos Aires durante!
los últimos años de la dictadura de.Rosas. Guardaba en su memoria las rectas!
calles, los angostos pavimentos, y el ruido de los carros sobre el empedrado d e |
adoquines; y, como Darwin, también él vio uno de los bufones de la corte d el|
dictador. Con oídos dé niño oyó las conversaciones de ios adultos sobre R osasl
y sus enemigos, la cruel necesidad de su autoridad, su llamado a la imagina-J
ción popular. Aprendió que ios gauchos lo ayudaron a tomar el poder sólo p aral
quedar finalmente desilusionados cuando empezó a privarlos de su libertad. |
Recordaba los nombres que le habían puesto sus enemigos, ‘'el Tirano del R ío |
de la P lata", ~ei píerón dé America del Sur”, “el Tigre de Palermo”. y él mis-1
mo, por su parte, lo resumía como “el m ás sangriento, así como el más origi-1
nal de los Caudillos y Dictadores, y asimismo, tal ves el más grande de quie-1
nes han subido al poder en este continente de repúblicas y revoluciones. ’rS7Ob-1
servó que mientras algunos lo aborrecían otros estaban de su lado, aún mu- J
chos años después de su caída, y entre éstos se encontraba la mayoría de los 1
residentes ingleses en el país. En el mundo de Hudson, no todos los británicos.I
son figuras uniformemente simpáticas. En The Purple Land, describió una $
colonia de borrachos británicos que llevaban una vida inútil e inmoral, dejan-1
do las tareas rurales a cargo de sus peones mientras ellos-se embriagaban has- f
ta la.estupidez, insultaban a los nativos y hablaban como caricaturas de los I
expatriados. Esto era en Uruguay. Pero en Allá lejos y hace tiempo, los britá-1
nicos eran sobrios, ambientados y pro-Rosas. ' I
Cunninghame Graham y W. H. Hudson mantuvieron vivo el mundo de R o-1
sas.y de las grandes llanuras en la literatura inglesa hasta bien entrado el si-1
glo XX, pero luego la tradición murió. Tuvieron un discípulo, queescueho y 1
aprendió, y, en 1918, brindó a un desinteresado público un largo poema narra- f
tivo sobre Rosas. John Masefield había visitado América del Sur brevemente f
en su juventudes calidad de marinero, pero era evidente que había estudiado f
la historia de Rosas de otras fuentes, literarias u orales. E l poema culmina |
con la ejecución, por el bien de la moralidad, de la joven Camila y su amante §
sacerdote, una de las inexplicables crueldades de la dictadura, episodio cono- ,f
cido por Hudson pero no común en las letras inglesas. El Rosas de Masefield f
es una curiosa mezcla de hechos, imaginación e inexactitud, y no constituye I
gran poesía: pero d autor hace algunas afirmaciones válidas y entiende que I
Rosas prometió sacar al pueblo de la anarquía si le daban poderes absolutos. I
¡
Así llegó Rosas al poder. Pronto su garra- |
Aferró a todo el país como si hubiera sido un caballo. i
Iglesia, Dinero. Ley, todo cedió. Controló |
Las salvajes pasiones de esas tierras con su fuerza aun más salvaje. {
Y a través de sus lágrimas, de tanto en tanto.los hombres oyeron * \
A sus esclavos adorar su astuto crimen. i
Y sí la ciudad, aterrorizada hasta el espanto ;
Lo aborrecía como esclavos a sus amos, aún él seguía siendo j
El amado capitán de los Gauchos: podía atraer I
A gusto sus corazones con su habilidad de jinete, !
!
1
16 j
i
Nadie montó jamás como Rosas; nadie como él
Fue capaz de hablar su jerga o comprender sti misterio,38
17
■
'
CAPÍTULO I
19
cía de manera casi tiránica. Dejó en Juan Manuel una impresión imborrable;!
escribió en su vejez: “No hay día que no me acuerdo de mi madre, sintiendo!
siempre su pérdida, y no haberla podido acompañar tanto como eran m isi
constantes deseos, porque las ocupaciones públicas me 3o impedían”.2 ., I
Era a través de su madre que Rosas estaba emparentado con los AnchoJ
rena, una de las familias mas ricas de tono el Río de la P la ta : Juan José, To-y
más Manuel y Nicolás Anchor ena, hijos de un comerciante inmigrante vasco J
eran sus primos segundos y pronto se convertirían en sus socios y aliados. |
El futuro caudillo, por lo tanto, comenzó su vida con excelentes ventajas.?
La tierra era su legado, su patrimonio las pampas. Nació el 30 de marzo dej
1793 en la casa que tenía su familia en la ciudad de Buenos Aires, siendo el p ri-|
mogénito de sus padres. Su educación, aunque rudimentaria, era apropiada!
para el papel que debería desempeñar. Le enseñaron en el hogar a leer y es-fjj
cribir, y luego, a los ocho años de edad, lo enviaron por un corto tiempo a u n a|
escuela privada de Buenos Aires. Según el observador inglés William Mac-
Cann: “Me dijo que su educación había costado a sus padres tan sólo cien d ó -|
lares, ya que apenas había concurrido a la escuela durante un año; y su m aes
tro acostumbraba decirle: !Don Juan, no debe preocuparse por los libros;;
aprenda a tener una buena mano, porque pasará toda su vida en una estan
cia. ,. no se moleste con la enseñanza.: ”3Rosas pasó una mayor parte de su ju
ventud en la estancia que en la escuela, conociendo las cosas del campo y laí
vida y lenguas de los indios. Su sobrino y biógrafo, Lucio Mansilla, afirmaba!
que el joven Rosas estuvo siempre destinado a ser un hacendado, porque ésa:]
era la ocupación de la élite en Buenos Aires: “Siendo sus padres pudientes, y!
hacendados por añadidura, en cuanto eso implica en el Río de la Plata tener)
estancia, no podían pensar y no pensaron en dedicarlo al clero, ni a la milicia,.!
ni a la abogacía, ni a la medicina, profesiones que precisamente, sólo eran eífí
refugio de los que no debían contar con gran patrimonio ” .4 • |i
Mansilla exageraba, o le faltaba el sentido cronológico. La colonia no po-g
seía grandes haciendas pobladas de peones, características de otras partes |
de América Hispánica. .Alrededor del año 1800, la estancia todavía no había ,
adquirido el prestigio social y la supremacía económica que tuvo posterior
mente. Los comerciantes eran probablemente superiores en riqueza y status-í
&aquellos que tenían tierras y nada más. Por lo menos eran vitales aliados y |
tenían capacidades admiradas por todos y que tampoco ignoraba Rosas. Pero
él creció despreciando cualquier carrera de escritorio páralos jóvenes. Como!
lo explicaba más tarde: “He llegado a creer que la carrera mejor que puedes I
darles es la agricultura y pastoreo”, y él enseñó a sus propios hijos las labores |
de campo y los estableció en sus propias estancias. Su educación formal q u e-f
dó complementada con sus propios esfuerzos en los años subsiguientes. Rosas |
no-era completamente iletrado, aunque su elección de autores se hallaba lim i-!
tada por la época, el lugar y su personal predisposición. Parece haber tenido !
cierta inclinación, aunque superficial; hacia algunos pensadores políticos ¡
menores del absolutismo francés. I
20
Los acontecimientos políticos de esos tiempos, de soma importancia para
la Argentina,'resultaban marginales en el mundo de Rosas. Cuando una expe
dición británica invadió el Río de la Plata en 1806, Rosas tenía trece años y,
junto con otros niños de su edad, sirvió como ayudante de municiones en el
[ ejército popular organizado por Santiago de Líniers y que derrotó a los britá-
| dícos en agosto de dicho ano. Durante la segunda invasion inglesa, en 1807, Ro-
[ sas prestaba servicios en la Caballería de los Migueletes, pero probablemente
[ no pudo participar en los combates por enfermedad.5 Fue después con sus.pa-
[ (ires al campo, a trabajar en su estancia. Tres años más tarde, Rosas fue uno
[ de los muchos que se quedaron en sus casas durante la Revolución de Mayo de
j 1810, que inició la independencia de España de la Argentina. La ejecución de
f Santiago Liníers, ex virrey, realista y hombre de la contrarrevolución, lo in-
I dignó: “ ¡Liniers! Ilustre, noble, virtuoso, a quien yo tanto he querido, y he de
í querer por toda la eternidad, sin olvidarle jamás. ”6Sin llegar a desafiar el he-
| cho de la independencia, Rosas no ocultó su preferencia por el orden social co-
i lonial: “Los tiempos, actuales no son los de quietud y de tranquilidad que pre-
! cedieron el 25 de Mayo... Entonces la subordinación estaba bien puesta; el
fuego devorador de las guerras civiles no nos abrasaba; había unión'’.7 Estaba
: hablando de la frontera india en particular, es verdad, pero los sentimientos
: tenían significado más amplio. R osas, como muchos de su clase, consideraba
eLperíodo colonial como la época de oro, en que la ley gobernaba y la propie
dad era determinante. Además, creía profundamente en los valores hispáni
cos. Cuarenta años después de la Revolución de Mayo, todavía eran evidentes
esos sentimientos de Rosas, al punto de ser reconocidos por un observador in
glés : “E l general Rosas, aunque se esfuerza a veces.por disimularlo, estoy se
guro de que nunca simpatizó con la lucha por 3a independencia. En su momen
to, no tomó parte en el movimiento, y creo que no era patriota de corazón. Sus
ideas actuales son todas españolas, y exactamente iguales a las que uno oye a
los sobrevivientes del otro partido, llamados godos. ”s
La Revolución de Mayo, por consiguiente, influyó poco en la formación
del caudillo. Desde 18U se concentró en la administración de ia estancia de
sus padres. El Rincón de López, sin recibir salario alguno, tan sólo la oportu
nidad de aprender. Se casó en 1813, eontra los deseos de su madre, como era
sabido. Su esposa, Encarnación Ezcurra y Arguibel, pertenecía a una familia
de clase alta de Buenos Aires y , como su marido, había nacido para la riqueza
y el status. Poco tiempo después, convencido de que su hermano Prudencio te
nía la edad suficiente como para hacerse cargo, Rosas abandonó la estancia
de sús padres y su empleo a fin de trabajar por su propia cuenta. Las circuns
tancias de su partida son discutidas. De acuerdo con una versión, su madre se
había vuelto contra él por mala administración de la estancia; su esposo se
puso del lado del hijo, y se encontraba discutiendo el asunto cuando Juan Ma
nuel los oyó desde un cuarto contiguo. Inmediatamente se quitó el poncho y la
chaqueta que le había regalado su madre y, silenciosamente, dejó el hogar pa
terno decidido a no regresar. Y la ruptura quedó simbolizada por su acepta-
21
ción para usar la escritura Rosas en su nombre.9 Rosas negó posteriormente
el hecho, que reviste cierta calidad folklórica pero carece de evidencias firf
mes. No hay razón alguna para creer que Rosas haya tenido una ruptura draí
mática con süs padres en esos días. Es más razonable su propia explicación:
de que simplemente decidió valerse por sí mismo y no seguir más tiempo bajc|
la dependencia de sus padres. Más aún. pese a que él no lo dijo, la tierra estaba!
virtualmente a disposición de quien la tomara.
"Las varias ocasiones que quisieron obligarme a recibir tierras y ganados en justa com _
pensacíón a mis servicios, contestaba suplicándoles me permitieran ei placer de servid
a mis padres, y ia satisfacción también honrosa de poder siempre decir" lo que tengo loá
debo puramente al trabajo de mfindustria y al crédito de mi honradez... Salí a trabajar!
sin más capital eme mí crédito y mi industria",10
23
m
■Is?
tierra estaba cubierta de flores y la hierba era de un briüante.coior verde; él
invierno se inundaban con grandes extensiones de agua; y en verano, cuand]
las altas hierbas se marchitaban y deshacían, ios campos quedaban áridos|
polvorientos en medio de un calor ardiente.-Como observaba M-acCann ef
años posteriores del siglo: “La disponibilidad de pastos durante el verano d |
pende de que las tierras hayan estado cubiertas por agua durante-el invierno!
de ahí la necesidad de grandes estancias con terrenos ondulados. Contfj
cuando más hacía el sur, en dirección a Tandil —que pronto habría de convex!
tírse en un fuerte de frontera, y que aún en la década de 1840 no era más qu|
una aldea primitiva— estaban por entonces empujando la frontera y, en io|
años siguientes a 1815, se hallaban en proceso de formación grandes estahf
c ía s; la tierra pertenecía en su mayor parte al Estado, pero su ocupación estaf
ba librada a casi cualquiera que tuviera espíritu pionero. La conquista dela|
pampas estaba a punto de comenzar. J
Las pampas eran vastas llanuras cubiertas de hierbas. W. H. Hudson la|
recuerda vividamente desde su infancia: “una tierra llana, su horizonte u|
anillo perfecto de color azul brumoso, donde la cupula azul brillante del ciei<¡
descansa sobre un mundo verde y nivelado... no había cercas, y tampoco áifj
boles, excepto los que habían plantado en las casas de las viejas estancias.'I
Nada había para ver, salvo los rebaños de vacas y caballos, un ocasional jinél
te que galopaba en el llano y, aún m ás raramente, la casa de alguna estancia!
muy lejana, como una isla en un mar de pastos y cardos. La temperatura er¿
agradable, aunque los meses de verano desde diciembre hasta febrero eran
muy calurosos. Había mucha humedad, llevada por ios vientos del nortefl
Pero desde el sudoeste llegaba la salvadora brisa de las pampas, él. pampera!
originado en los nevados Andes, y que alcanzaba a veces intensidad de huraJ
cárr cuando estaba ya llegando a Buenos Aires. Hudson recordaba el pampeif
ro, cuando “una extraña oscuridad, que no provenía de ninguna nube, corneal
zaba a cubrir el cielo: y poco después se levantaba una nube, una nube oscura!
y siniestra como sí fuera una montaña que se hacia visible sobre la ü&nura.af
enorme distancia." Normalmente era acompañada por una desagradable!
tormenta de polvo, pero el. viento barría los cardos gigantes y restituía la sí
pampas para los jinetes, El invierno no era demasiado severo, aunque podía!
resultar muy lluvioso, y kilómetros y kilómetros de llanura solían quedar ba jof
las aguas. Sin embargo, a pesar de las lluvias in vernales y los grandes ríos, la |
región sufría periódicas sequías, y entonces, esa inmensa extensión de tierrasi
que llegaban desde la Patagonia hasta Salta y desde el Atlántico hasta los An-|
des, absorbíalos ríos y los secaba. Normalmente, no obstante, había muchad
agua superficial disponible y el suelo de las pampas era rico y profundo. E li
agua abundaba más en las llanuras costeras que en ei interior, y eso acercó ai
Buenos Aires al ganado y los indios, f
El enemigo más grande en las pampas no-era la soledad ni el clima sinof
los indios. Gran parte del territorio que hoy forma la provincia de Buenos Ai-1
res estaba en aquella época controlado por los indios. Y aun dentro de lafron- S
II
24 i
í
teca había extensas zonas despobladas por el hombre blanco y carentes de
protección por parte del Estado. Alrededor de 1830., las tierras que se hallaban
bajo una u.otra forma de propiedad alcanzaban a cinco mil quinientas dieci-
-• seis leguas .cuadradas, lo que dejaba sin ocupantes legales dos tercios dedo
que habría luego de convertirse en el territorio total de la provincia. Los in
dios se presentaban en varías formas .Podía vérselos en 1a plaza del mercado,
en Buenos Aires, cambiando sus productos por ropa, pan, carne y el codiciado
vino. También se los encontraba en sus tolderías, o campamentos, amontona^
' dos en sus sucias tiendas y planeando su próxima correría contra las bien pro
vistas estancias. El Cónsul General británico. Woodbine Parish, informó des
cribiendo una típica incursión india:
La semana pasada, una partida de quiñientos o seiscientos indios hizo una audaz irrup-
dónenlas cercanías de Arrecifes, a menos de doscientos kilómetros de esta ciudad; y se
. llevaron gran cantidad de ganado vacuno antes de que las tropas del destacamento más
próximo recibieran información sobre ei hecho,.
Sin embargo, iniciaron de inmediato ía persecución y cayeron sobre ellos derrotándolo?
: con una partida de unos doscientos soldados, que recuperaron cerca de veinte mil cabe
zas de ganado. La gran extensión de las fronteras de las provincias determina que sean
\ -muy vulnerables a dichos ataques, dado que, en la presente situación deí país, esimposi-
í. ble mantener una fuerza suficiente dedicad a exclusivamente a su defensa. La ferocidad
; de los indios, que matan a todos los prisioneros varones y toman en cautiverio a las mu je-
I res y los niños, agregada a la frecuencia de sus ataques por más insignificantes que ellos
i sean, dan pie a toda cíase de exageraciones con respecto a su número y fuerza . )A
Los indios de las llanuras constituían diversas tribus, que abarcaban dis
tintas variantes de una misma cultura, aunque no siempre la del salvaje no
ble.15 Todos ellos eran cazadores, inseparables de sus caballos, con las pier
nas arqueadas por el constante cabalgar; viajaban sin grandes cargas y dor
mían en tiendas. La última fuente de inmigración india era Chile, de cuyos te
rritorios sureños habían estado llegando por muchos años los araucanos,
quienes se desplazaban hacia el este a través de los Andes, llevando con ellos
sulengua, sus costumbres y métodos de guerra. Las primeras décadas del si
glo six contemplaron uno de los movimientos más grandes de indios desde -
Chile, cuando numerosos caciques condujeron a su gente hacia la Argentina,
para establecerse o efectuar correrías, ya fuera individualmente o en alian
zas de grupos. Esta “araucanízación" de las pampas dio a los indios chilenos
una vasta reserva de tierras, ganado vacuno y caballos, y constituyó para las
estancias de frontera, para los hombres y sus mujeres, un problem a-de segu
ridad casi insuperable.
Los pehuencbes habitaban al píe de los Andes, en el oeste de la Argentina.
Eran de mayor talla que los indios de la llanura, se pintaban la cara, usaban
mantos y taparrabos y vivían comiendo carne de caballo y maíz. Normalmen
te coexistían en paz con los blancos, prefiriendo el comercio al terror. En las
pampas, desde las fronteras de Mendoza y Córdoba hasta el Río Negro en el
sur. había un grupo de tribus nómades que se movían en busca de pasturas
25
1
. ' at
■|
para sus ovejas y vacas. Eran los rasque] es y los aucas, gente inclinada a l£
ebriedad y la violencia, .implacables e inaccesibles. Los húüliches. aliado a
con los puelches, establecieron su dominio sobre el nacimiento del Río Negro
y del Eío Salado y hacia el norte del Río Colorado, dispersándose hacia las
pampas y.las tierras altas entre Buenos Aires y Mendoza. Eran más pacífi
cos. tenían grandes rebaños propios de ovejas y vacas, y manufacturaban ardan
los de gran demanda entre los blancos —ponchos, mantas de piel, bridas-4
que vendían en Buenos Aires y en lugares dedicados ai comercio. Más cerca:
aún de Buenos Aires estaban los indios conocidos como pampas. Vivían inme
diatamente al sur y al oeste del Río Salado, y podía encontrárselos también en;
las montañas de Tandil y Volcán, atraídos hasta allí por tierras de ricas pastin'
ras. Los blancos veían a los pampas como los más crueles de todos los indios;
irremediablemente salvajes, traicioneros y venales; quizá fueran todo esoj
aunque se hallaban sujetos a una creciente provocación. Su forma de vida -4
es cierto— no era motivo de admiración. Explotaban como esclavas a sus mui
jeres, seres inferiores a quienes obligaban a trabajar tanto y tan duro que pa-;
reexan alegrarse de la poligamia, como un medio para compartir la carga:
Cuando no se hallaban cazando o combatiendo, los hombres pasaban su tiemé
po bebiendo, jugando y durmiendo. En cada toldo, o tienda, construida con
cueros crudos estirados sobre cañas, vivían cinco o seis familias, unas veinte
o treinta personas, amontonadas en la suciedad y 3a enfermedad. Si les falta
ba combustible para cocinar, comían la carne cruda. Y saqueaban las estan
cias no sólo por ganado sino también por mujeres. Los blancos debían parla!
mentar con grandes dificultades para lograr el regreso de las mujeres cautr
vas, quienes según las leyes de los pampas constituían trofeos de guerra yt
propiedad exclusiva del individuo que las.capturara.J6 i
Los indios a caballo eran un enemigo muy esquivo y de gran movilidad?
cuyas tácticas y armas se ajustaban perfectamente al ambiente que los ro*.
' deaba. Las armas primarias de los indios eran la lanza y las boleadoras. Lasffi
lanzas, generalmente de cuatro y medio a cinco y medio metros de largo, eran!
mortíferas en manos de un diestro jinete. Las boleadoras, formadas por dos:.
pequeñas bolas balanceadas y sujetas en los extremos de un cordón de cuero*?
se usaban como maza o como proyectil. Ambas habían sido preferidas duran-
te mucho tiempo a las armas de fuego, y en los horrendos combates contra los?
blancos —veloces incursiones a caballo contra los caseríos, estancias, perso
nal y propiedades— las armas de los nativos nada tenían que perder compara:j.
das con-las de sus enemigos. y
La expansión de la economía estanciera a partir de 1815 fue una catástro
fe para los indios de las pampas, Los colonos empezaron a ocupar las tierras? |
situadas a] sur del Salado y.el choque fue inevitable. Los indios se sintieron na-1
turalmente agraviados ante la propagación de establecimientos sobre tierras:!
a las cuales ellos siempre habían visto como propias y sobre cuya ocupación|
no habían sido consultados. Las tribus más pacíficas se retiraron hacia las|:
montañas del sur, pero los ranqueles, los pampas y otras hordas migratorias!
26
: se vengaron intensificando sus correrías y saqueos contra los invasores.
Cuando merodeaban en estas excursiones eran a menudo acompañados por
: gauchos vagabundos, desertores del ejército, delincuentes que huían de la
justicia y refugiados por conflictos políticos o sociales; v de ellos aprendían
■ muchas costumbres de los blancos, los métodos de la milicia y el uso de las ar
mas de fuego, para agregar a su propio arsenal de armas.17 Y sus ambiciones
se vieron colmadas cuando en las guerras civiles posteriores a la independen
cia uno u'otro bando solicitó su alianza. Eran todos conflictos muy violentos,
en los que la agresión de ios indios quedaba igualada por la violencia de los co
lonos, un inglés viajero de las pampas preguntó a un gaucho cuántos prisione-
ros había tomado en una reciente pelea contra los indios i “Apretó los dientes,
entreabrió los labios y, pasando un dedo a través de su garganta durante un
cuarto de minuto, agachándose hada m í y al tiempo que sus espuelas se cla
vaban en los costados de su caballo, dijo en voz baja y ronca: 'Se matan to
dos’. ”18 Rosas mismo fue uno de los nuevos pioneros de las pampas. Pero no le
gustabaunatar indios.
Rosas anticipó la expansión de la economía ganadera de la década de 1820
y contribuyó a promover la conversión de Buenos Aires, de capital virreinal a
: centro exportador. La estructura económica de Buenos Aires, tal como emer
gió del período colonial, estaba dominada por el comercio, no por la agricultu
ra. Los grandes comerciantes de Buenos Aires no obtuvieron sus beneficios
, mediante la exportación de los productos del país —en realidad los alrededo
res rurales propios de la ciudad estaban muy poco desarrollados— sino grar
cías a la importación de bienes de consumo para un mercado que se extendía
desde Buenos Aires hasta Potosí y Santiago, en intercambio con metales pre
ciosos. En el momento de la independencia, la producción pecuaria sólo al-
: canzaba al veinte por ciento del total del comercio exportador de Buenos Ai
res; el otro ochenta por ciento estaba dado por la plata. Hasta alrededor de
1815, por lo tanto, la explotación de la tierra continuaba siendo una actividad
secundaria y la posesión de la tierra se hadaba limitada, tanto en el número
de titulares como en la extensión de sus posesiones. '
Esta simple estructura quedó alterada por tres circunstancias.18 Prime
ro, los comerciantes británicos desalojaron a los de Buenos Aires. Con sus
mayores recursos en materia de capitales y de contactos en Europa, los britá
nicos se hicieron cargo de las funciones empresariales previamente ejercidas
por los españoles y forzaron a los porteños a buscar inversiones alternativas,
Incapacitada para competir en un mercado dominado por los ingleses, la éli
te local buscó la salida en otra actividad de incipiente crecimiento: la indus
tria ganadera. En segundo lugar, la provincia de Buenos Aires se beneficiaba
entonces con la ausencia de competencia de sus rivales. En los años que si
guieron a 1813, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes fueron devastadas por las
guerras de secesión, a la vez que la otra región rica en ganado, la Banda
Oriental, estaba arruinada por la revolución, la contrarrevolución y la inva
sión portuguesa de 1816. La capital porteña sacó ventaja de la situación, en-
centrando una-solución beneficiosa en la actividad ganadera. Comenzaron a|
extenderse las pasturas, a expensas de las superficies cultivables, y la provin-1
cia pronto llegó a depender de la importación de granos. En la década de 1820-1
una estancia dedic-ada a la ganadería producía réditos de un treinta y uno porj
ciento sobre el capital invertido. comparado con el veinticinco por ciento obtéj
nido sobre el cultivo de tierras .K En tercer lugar, el comercio de Buenos Aires!
con el interior había dependido siempre de la capacidad del interior para gaíl
nar sobre la venta de sus productos, especialmente de sus industrias rurales m
artesanales. Pero el aumento de la penetración británica motivó la imposibbs
M ad de competencia para estas industrias en un momento en el que la guerra!
y la secesión estaban también impidiendo los mercados tradicionales de Chile!
y el Alto Perú. - ,
La conjunción de la competencia británica, la devastación provincial y lál
declinación del interior tornaron a la economía de Buenos Aires incapaz del
sostener á la élite local. Comenzó, en consecuencia, a diversificar sus interej
ses orientándose a una base rural. La política agraria imperante favoreció las!
inversiones en tierras, ganado y saladeros. Una ley de enero de 1816, que auto|
rizaba el establecimiento de estancias al sur del Pío Salado, fijó un límite m í|
. nimo de doce leguas cuadradas para cada estancia, a fin de, impedir que las|
propiedades quedaran reducidas a meras granjas, y que éstas invadieran tieff.
rras de ganadería.21Alrededor de 1816 la tierra costaba sólo treinta y cinco pét;
sos la legua cuadrada (dos mil quinientas hectáreas) en las pampas, aunque;!
en.realidad, era entonces más común alquilar la tierra que compraría, A parí
tir de 1822, Bernardino Rivadavia. el progresista ministro del gobierno d i
Martín Rodríguez, introdujo el sistema de enfiteusis en la provincia de Buet
nos Aires. Se autorizaba a alquilar las tierras públicas por veinte años m et
diante el pago de una renta fija; el solicitante sólo tenía que medir y denunciarl;
la superficie elegida. No rae esto una reforma agraria, pero tema sentido er|
otros aspectos: impedía la abierta venta de tierras públicas al sector privado!
ya que el gobierno necesitaba la garantía de la tierra para los préstamos d e |
extranjero; entregaba la tierra para un uso productivo, especialmente las inl
m ensas reservas de campos en la frontera sur, siempre en expansión; y satis!
facía las ansias de tierras délos prósperos porteños. El sistema favoreció e|i
latifundismo y la concentración, de la tierra. No había limite para la superficie]
que el beneficiado podía alquilar; luego, éste era libre de vender sus derechos
y subalquilar; y las comisiones que determinaban los valores de las tierras j|
administraban su distribución estaban dominadas por estancieros. Desdt|
1824 hasta 1827 se otorgaron algunas enormes extensiones, recibiendo cierto!
individuos más de diez leguas cuadradas cada uno (veinticinco mil hectál
reas). Al iniciarse el año 1828 se habían otorgado casi mil leguas cuadrada!
(dos millones quinientas mil hectáreas>, a ciento doce personas y compañías-,!:
diez de las cuales recibieron más de cincuenta y dos mil hectáreas cada unáí
Para la década de 1830, algo más de ocho millones cuatrocientas mil hectád
reas de tierras públicas habían sido transferidas a unos quinientos indivih
28
¡ duos.23 El régimen-agrario deRivadavia. a] igual que el del período colonial,
i se basaba en. el principio de alquilar la tierra más que poseerla. El alquiler
i era extremadamente bajo, pero a medida que la industria ganadera creció en
; importancia y que la propiedad de ios animales adquirió un nuevo valor, los
estancieros empezaron a desear la disponibilidad de sus propiedades, sin lí
mites de tiempo ni otras condiciones. Poseer tierras sin ganado era antieeono-
mieo, por supuesto; la clave era tener juntos la tierra y el ganado, y Buenos
Aires constituíala salida. Para lograr las condiciones convenientes, para con
trolar el proceso completo de producción, desde la estancia hasta el puerto y
para vencer a los intereses económicos rivales, el sector rural necesitaría au
mentar su peso político. En ese contexto, Rosas representó ia elevación al po
der de un nuevo grupo social: los barones de la ganadería.
La conquista de las pampas se aceleró después de 1820, Cuando la econo
mía de exportación de ganadería entró en un período de crecimiento, 1a ex
pansión se hizo extensiva, más que intensiva, ya que erada tierra —y no los ca
pitales— lo que abundaba. En esta etapa no hubo innovaciones técnicas, ni in
tentos para mejorar la raza o modernizar los métodos de cría. Los saladeros
representaban el único progreso técnico. Como hemos visto anteriormente,
los saladeros se cerraron en 1817, debido a la escasez de la carne en la zona ur
bana. En .1820 fueron autorizados otra vez y comenzaron a proliferar en los al
rededores del sur de la ciudad. A mediados de la década de 1820, los saladeros
consumían más que los mataderos y habían reiniciado sus exportaciones de
carne a Brasil y Cuba. Pero la principal mercancía eran los cueros crudos; a
mediados de la década de 1830, constituían casi las dos terceras partes de las
exportaciones de Buenos Aires, mientras que los productos de la ganadería,
en general, alcanzaban a las tres cuartas partes. E s difícil cuantifiear la par
ticipación de Buenos Aires en el total de exportaciones, que en 1825 excedió las
seiscientas mil unidades. Pero en 1824 llegaron a los dos mercados de Buenos
Aires ciento cincuenta y cinco mil cueros de vaca desde el cam po; y se sacrifi
caron ciento sesenta y nueve mil animales: noventa mil para ios saladeros y
setenta y nueve mil para abastecimiento de la ciudad.23 En 1825. la provincia
de Buenos Aires había sobrepasado ciertamente a las otras provincias del li
toral como, productora de eneros y otros derivados de la ganadería para ex
portación; y a mediados de la década de 1830 Buenos Aires producía alrede
dor de dos tereios de todos los cueros exportados desde el litoral.
Rosas fue uno de los pioneros de la expansión territorial y la formación de
ístancias. No estaba solo. Á partir de 1816, el gobierno de Buenos Aires formu-
ó una política de fronteras destinada a mejorar la seguridad rural, a lograr ei
tvance de la frontera hacia el sur y a ofrecer tierras desocupadas a colonos
iispuestos a ocuparlas y defenderlas. En 1817 el coronel Juan Ramón Balear
le fue designado Comandante General áe Campaña para coordinar esos es-
uérzos; en ese mismo año se cruzó la línea del Río Salado y se fundó la colonia
le Dolores; en 1818 se creó un comité especial integrado por autoridades civi-
ss y militares para aconsejar sobre el problema, el que resolvió establecer la
29
frontera sur en Kaquel. Cierto número de-estancieros —entre ellos Francis!
Ramos Mejía— estaban ya colonizando más allá del Salado y organizando g|
trullas de frontera, Rosas no se hallaba muy distanciado de eso. Cuando su.s|
ladero cerró sus operaciones eh 1817. él y sus socios se dedicaron a ariquirjj
tierras y a las actividades ganaderas en gran escala. Primero compráronla
tierras de Julián de Molina Torres, en la Guardia del Monte, sobre el Salado!
frente a la frontera con los indios. Allí, en el distrito de San Vicente, estábil
cieron ia gran estancia Los Cerrillos, que llegó a convertirse en el feudo m |
poderoso de Rosas.34 Gradualmente su propietario fue extendiendo Los Cer|
líos, empujando dentro de territorio indio, avanzando la frontera y eoionizajj
do tierras desocupadas. En los primeros meses de 1820 extendió sus posesíf
nes más allá del Salado y organizó un nuevo establecimiento ganadero q u e ll
mó La Independencia; éste fue su puesto de avanzada contra ios indios. T a l
bíén en el sur compró tierra a Santiago Salas, por cuatro mil pesos, que inte!
tó convertir en estancia durante el transcurso de 1820, pero los sucesos que ra
nían lugar en Buenos Aires le impideron hacerlo. A su regreso dala capital, |
1821, reanudo la vida de un activo estanciero. En ese momento manejaba d |
estancias para su compañía: Los Cerrillos, que había crecido a ciento veínl
leguas cuadradas .(trescientas mil hectáreas), en Guardia, del Monte, y la. J
taneia de San Martín, en Cañuelas. A estas dos, agregó posteriormente la J
tancia E l Rey, en Magdalena. Mientras tanto, había vendido Los CamarónJ
una estancia de cuarenta y cuatro leguas cuadradas (ciento diez mil hectl
reas), a sus primos Juan José y Nicolás de Anchorena, con quienes h ab íail
trado en sociedad en 1821. Como administrador, él seguía participando en.ljj
ganancias (una sexta parte) sin tener responsabilidad en las pérdidas. |j
Los Anchorena tenían antecedentes comerciales. Eran hijos de un v a s|
que había llegado a Buenos Aires en 1765, iniciándose como almacenero. 1
familia pronto expandió sus intereses incursíonando en operaciones comei
cíales entre provincias e internacionales. Acumularon rápidamente capitl
como para convertirse en inversores y financistas en la exportación de prj
ductos tales como los cueros, lana y yerba mate. Luego comenzaron a opera
en bienes rafees; al principio en propiedades urbanas, luego con fincas cercj
ñas a la ciudad y finalmente con grandes estancias.25La nueva orientación!
los Anchorena en cuanto a la inversión en estancias había sido posiblemenj
influenciada por Rosas, quien fue uno de los primeros en apreciar las m|
vas circunstancias que favorecían a la tierra por sobre el comercio y las deí
vacíones políticas que estaban tomando forma. De todos modos, Rosas adra
nistraba otras vastas posesiones de los Anchorena, además de Los Camas
nes. Entre ellas Las Dos Islas (en la cual tenía una quinta parte), El Tala, L |
Achiras y Las Averías. Y en 1826, cuando ellos compraron a William P arii
Robertson la estancia San Lorenzo, en Santa Fe, Rosas ios ayudó a dotarla ®
ganado. Rosas y sus socios acumulaban propiedades como operación com®
eial y aprovechaban toda circunstancia para comprar más. Especulaban ce
tierra y con ganado de acuerdo con el mercado, comprando en momentos |
; que aumentaba la presión dé los indios y los valores caían. Juan José de An-
ehorena escribió:
; ."‘Creo que habrá en Ja campaña mucho miedo de los indios; por tanto Vd. vea si algunos
tímidos dan ganado barato y compre tres o cuatro mil cabezas para nuestras estancias.
Quien nó arriesga no gana”.26
“Los pudientes tienen esclavos, peonada, carretiLos, sitios donde estaquillar los cueros,
custodiar el sebo, y proporción para hacerse dueños de las basuras, Los que no lo son, gi
ran con su industria, pero que la inutilizan el poder de las anteriores, a menos que no se
constituyan sn dependencia” P
31
cumento escrito-en 1819 recomendaba al gobierno la creación de la Soeiedai
de Labradores y Hacendados, que-habría de colaborar con las fuerzas de de
fens a: éstas se encontrarían destacadas entre la línea de las últimas estañ
cías y las tolderías indias; no habría guerra, simplemente una colonizaciój
militar.30 En 1821 presentó un segundo documento en el que se ocupaba coi
mayor extensión de los problemas de la seguridad rural.31- Se oponía terms
nantemente a la idea de una expedición militar contra los indios, prefiriendi
la defensa a la confrontación, y proponía una línea de fuertes de frontera eos
importante presencia áe milicias. Preservar la paz con ios indios significad;
impedirles el entrenamiento que les daba la guerra, atraerlos a la civilización
y capacitarlos para llenar los vacíos existentes en la disponibilidad de traba
jadores rurales. Citaba el ejemplo de sus propias estancias, donde empleaba
indios pampas; “En mis estancias Los Cerrillos y San Martín .tengo.alguno;
peones indios pampas que me son fieles y son de los m ejores” . Para la paz é¡
el interior de la provincia, volvía a su tema favorito de la subordinación: j
í
“La colocación de sacerdotes virtuosos y ejemplares, que prediquen e impriman las m j
ximas de subordinación, de adhesión al orden.., es el cimiento de la felicidad y organizó
dónde la Provincia". ' 1
í
Y así, en medio del desorden reinante en el campo, Rosas invocaba sri
proposiciones fundamentales: conquista de la zona desocupada entre las el
tandas y las tolderías; la formación de una milicia regular; pacíficas relacij
nes con los indios, mediante un sistema de recompensas y obsequios; un £ue|
te poder ejecutivo en el sector rural, con poderes extraordinarios delegados!
los estancieros para que se ocuparan de las tareas de.rutina referentes a la le|
y el orden. J
Sin embargo, ia frontera no era el único sector expuesto a la invasión y él
desorden. Én la misma Buenos Aires había una enorme brecha en las d efé|
sas de la provincia, que amenazaba directamente los intereses de los esta!
cleros. En 1820, Rosas debió posponer sus planes para el sur de la provincial
apresurarse a correr en ayuda de la capital. I
1820 fue el año de la anarquía. La independencia de España no había cti
minado con la unidad nacional sino con un desmembramiento general. D e|
pués de diez años de conflictos entre Buenos Aires y las provincias, entre el g |
bierno central y los intereses regionales, entre unitarios y federales, la el
tructura de la organización política en el Río de la Plata se había derrumbad!
En todas las provincias proliíeraban las repúblicas independientes y, cuan®
Buenos. Aires trató de reducirlas y someterlas, lucharon en respuesta. L|jj
caudillos provinciales—Estanislao López en Santa Fe, Francisco Ramírez ejj
Entre Ríos— lideraron sus hordas irregulares de gauchos, los montonero%
contra la capital. El 1* de febrero de 1820 derrotaron a las fuerzas de Buend
Aires en la batalla de Cepeda, y así pudieron destruir al directorio, al congr|
so y a toda manifestación de autoridad central. Sólo sobrevivió el gobierní
32
rovincíal de Buenos Aires, y.también éste fue hostilizado en forma intolera-
le; en marzo, los invasores trataron de imponer en la provincia un gobierno
legido por ellos. Durante los meses siguientes Buenos Aires soportó una pro-
;imda crisis política, en medio de una anarquía casi total. Los unitarios queda-
on profundamente desprestigiados y'deshonrados, mientras la gente y las
ropiedades se hallaban a merced de los caudillos, los gauchos y los. indios.
Buenos Aires miró hacia el sur. Mientras dos de sus líderes, Martín Rodrí-
|guez y Manuel Dorrego luchaban desesperadamente para contener la marea,
isepidíó a los estancieros del sur que acudieran al rescate con sus milicias n i
trales. Respondieron de buen grado, comprendiendo ei peligro que corrían sus
^propios intereses. ¿Quién podía permanecer indiferente mientras caudillos
[extraños se imponían a su gobierno? ¿Quién podía arriesgar que sus bien pro-
istas estancias fueran ocupadas c saqueadas por montoneros que escapaban
al empobrecimiento de sus propias provincias? Rosas, en particular, estaba
liisto para acudir. Hasta entonces no había buscado nombramientos públicos,
ero en ese momento, como copropietario de las estancias Los Cerrillos y San
ártín, y administrador délas de los Anchorena,'apareció por primera vez en
:un papel político, llevado de manera irresistible por la fuerza de las eircuns-
;ancias. La causa fundamental de su intervención fue defender las amenaza
bas haciendas. Más tarde racionalizó esto considerándolo defensa del bien eo-
jmún: “Rosas vivía contento en esa vida oscura. Su vida penosamente amar-
jga, empezó desde que en ese año 1820, lo arrancaron de las elaboraciones ra
bales sus conciudadanos, para obligarlo a tomar parteen el restablecimiento
pel orden. ”32 Pero no era tan altruista: los intereses públicos eran tam bien los
[suyos propios.
S En el transcurso de 1820, Rosas preparó su peonaje. Cuando ei goberna
dor de Buenos Aires los urgió a alistar a sus hombres rápidamente para la ac
tion, él respondió secam ente: “El común de esta clase de hombres no se pose
siona tan pronto de la inminencia de los riesgos ni de la necesidad de los sacri
ficios.”33 Se. necesitaban caballos, dinero y abastecimientos antes que sus
hombres quedaran listos para la acción; él no quería eonducir una fuerza que
Riviera simplemente de la tierra, ya que siempre estuvo convencido de “la
Obligación de respetar las propiedades y protegerlas.”34 El campo básico de
reclutamiento fue su propia estancia: “Hablo a los sirvientes de la estancia en
í^ue resido en la frontera del Monte; se presentan a seguirme, con ellos y con
algunos milicianos del escuadrón marcho en auxilio de la muy digna capital
gue con urgencia veloz reclamaba este deber.”35 Así los hizo avanzar desde
Los Cerrillos, vestidos de rojo y bien montados. Éstos fueron los primeros Co
lorados del Monte, quinientos hombres, que se unieron al ejército de Buenos
áires como Quinto Regimiento de Milicia.
El gobernador era Borrego, el comandante militar el general Rodríguez:
lébajo de él se hallaban el coronel Aráoz de Lamadríd y el coronel Pacheco, y
;1 comandante Rosas. ¿Pero quiénes eran los enemigos de la provincia? Las
ropas de Rosas eran la única fuerza disciplinada en un ejército que, movién-
33
1
dose desde Buenos Aires hacia Luján y más hacia el noroeste, era más;des|
tractive y rapaz que los'enemigos montoneros, y los hombres iban cargados
de productos del pillaje, incluyendo ganado y aves de corral, más que con ar|
mas.36 Rosas era el único que insistía en la disciplina: “Mis marchas mero!
hasta el pueblo de Rosario, territorio de Santa Fe. En ellas me lisonjeo que;
acredité—;cuánta es la superioridad que en mí reconocen el orden y la suborf
dínación!— que íbamos a salvar, no a destruir,”37’Con esa fuerza Rosas luchó:
enda batalla de San Nicolás y poco después en Pavón, Pero una derrota poste!
rior, en septiembre de 1820 en manos de López, motivó la caída de Dorrego y la-
consecuente pugna para ocupar el cargo de gobernador. Rosas apoyó 3a candil
datura de Rodríguez, porque, como escribió a Anchorena, “podemos pn>me|
ternes que en su gobierno se sujetará al consejo y que siempre respetará el de
Vd.”68 Su política y su poder constituían un importante respaldo para el nonsl
bramiento de Rodríguez, ya que Rosas, al igual que Rodríguez, se inclinaba!
a-una paz negociada con el caudillo de Santa Fe, política destinada a des ai erg
tar nuevas invasiones. Poco después, cuando un levantamiento federal ei
Buenos Aires conducido por el coronel Pagóla intentó reinstalar a Dorrego|
fueron los colorados de Rosas quienes lo aplastaron el 5 de octubre, y confuí;
marón a Rodríguez en el poder. Los observadores difieren en sus reacciones
con respecto a la operación de los colorados. Según algunos de ellos, se comr|
portaron en forma disciplinada en las calles de la ciudad, respetando la prqí \
piedad y manteniendo la ley y el orden. Desde otro punto de vista, si ha d§
creerse a Lamadrid, las clases superiores pagaron muy cara esta interven;
ción, ya que “el carnicero'gaucho Rosas" utilizó más fuerza que la necesariaJ
y “gustó desde aquel momento el placer de oprimir a las clases ilustradas déf •
pueblo, con los hombres de la campaña.”3í! Ésta es una de las primeras e x p r é ;
síones de un tema que se repite en la historiografía argentina: que Rosas usá|
ba como base el poder gaucho para intimidar a las clases superiores e impoj
nía el barbarism o rural a la civilización urbana. Ésta parece ser la impresión!
producida en 1820, de acuerdo con el punto de vista del observador. Cualquief
ra sea la verdad, el prestigio que Rosas había ganado en los campos del s u f
adquiría en ese momento una dimensión política al utilizar sus tropas parade!
fender un .gobierno en particular. :§
El 7 de octubre. Rodríguez ascendió a Rosas a coronel de caballería y lué|
go lo envió contra Santa Fe. Ansioso por pacificar Santa Fe, cuya legalidad jf
tendencia a la conducta guerrera constituían una amenaza para Buenos Airesf
y una atracción para sus subversivos, Rosas logró un tratado de paz con Lópe¿¡
sí 24 de noviembre de 1820, por medio del cual garantizaba que serían entrega!
das a Santa Fe veinticinco mil cabezas de ganado, para poner en marcha alai
provincia y erradicar la pobreza que contribuía a fomentar el saqueo inter!
provincial. El ganado fue provisto por terceros.y pagado-por el tesoro proviñ!
cial porque, como señaló Lamadrid, “pero quienes lo dieron en realidad fuel
ron los hacendados de la provincia.”® Rosas, por cuenta propia, envió a Lopes!
cinco mil ciento cuarenta y seis cabezas más de ganado; por estoy por su déf
sempeño como pacificador, Rosas recibió treinta y siete mil quinientos pesos
plata, una estancia de seis leguas cuadradas (quince mil hectáreas) llamada
El Rey. y una propiedad de treinta y dos leguas cuadradas (ochenta mil hectá
reas) en el norte de Santa Fe,
El año 1820 fue importante en la formación de Rosas. Durante su Irans-
. curso adquirió poder militar, reputación política y crecieron sus propiedades
rurales. No obstante ello, pronto regresó a su estancia y permaneció en ella.
El hecho fue que su acuerdo con Rodríguez no duró mucho v pronto perdió la
simpatía del nuevo gobierno, ocurriendo otro tanto con respecto a su política
■india. Rodríguez se vio presionado para tomar acción debido a los crecientes
ataques contra los colonos, consecuencia inevitable de la expansión de la fron
tera. Al principio intentó parlamentar para obtener una nueva línea límite -
Cuando los indios pampas la rechazaron, recayó en la tradicional estrategia
de la expedición punitiva. Como siempre, los indios se retiraron y desapare
cieron. Pero volvieron, y tomaron represalias a lo largo de toda la frontera,
incluyendo la propia estancia de Rosas, Los Cerrillos. En enero de 1821, Ro
dríguez tuvo que retirarse en medio de la confusión. Al mismo tiempo, los uni
tarios de Buenos Aires comenzaron a ejercer cada vez más influencia sobre el
gobernador e iniciaron sus ataques políticos contra Rosas. Entonces él renun
ció a su grado, declaró que no pertenecía a partido alguno y volvió a su vida
privada en Los Cerrillos, desilusionado con los políticos, especialmente con
quienes rodeaban a Rodríguez.
Rosas tenía profundas convicciones en cuanto a la política hacía los in
dios, como ya hemos Visto. En el documento que presentó al gobierno en 1821,
propiciaba el nombramiento de un comisionado especial para la frontera in
dia y una comisión de ganaderos y granjeros para organizar una nueva línea
de defensa. A los indios debía negárseles la guerra a toda costa: “Los indios,
acostumbrándose a vivir de la guerra, formarían escuela militar para ella; y
acaso adoptarían el pian de consumir el poder del ejército por medio de la gue
rra de recursos. ”41La guerra de recursos -—resistirla y usarla— era uno de los
temas favoritos de Rosas, al que volvió en otras ocasiones. Mientras tanto, es
tas ideas y su separación del servicio militar del gobierno no impidieron que
organizara tropas para la defensa de su propia estancia y las de sus colegas,
en tiempos de peligro. En 1823, cuando una gran invasión india conducida por
el cacique Quemalcoy penetró en profundidad en territorio d élo s blancos y
robó mucho ganado, el coronel Rosas salió con una poderosa fuerza integrada
por sus peones y rindió expertos servicios a las autoridades militares. El go
bernador Juan Gregorio de Las Heras, en contraste con su predecesor, desea
ba la paz con los indios, aunque más no fuese porque una inminente guerra con
e) Brasil amenazaba con, abrir todavía un frente más y crear la posibilidad de
una alianza entre los enemigos de Buenos Aires. Nombró dos comisiones, con
la participación de Rosas en ambas. La primera, en 1825. salió a negociar ¡a
paz con los indios en la frontera sur sobre la base de una mutua contención y li
bertad de comercio. La segunda (31 de octubre de 1825) fue nombrada para
explorar una nueva línea de frontera, desde la costa al sur de Sierra del Vol
cán. a través del centro de Boquerón del Tandil hasta el Fuerte Independencia
y la Laguna del Tigre. Rosas era uno de los tres miembros de esta comisión y
partió en noviembre de 1825 desde Buenos Aires a la cabeza de un considera-?
ble séquito personal que producía una vivida impresión de su poder en ese en-!
tonces: ayudantes, médicos, gulas, vaqueros, sirvientes, peones y esclavos.; j
en total ochenta y cinco hombres, ochocientos caballos, diez novillos, ochenta ;!
vacas, tres carretas con provisiones y treinta y seis bueyes.43La comisión ter-1
minó su trabajo en enero de 1826, inspeccionó el terreno, informó y recomendó j
la ubicación de nuevos fuertes y una guarnición de caballería permanente.43 ¡
SI gobierno de Bernardino Rivadavia aceptó el informe en teoría, pero en la -
práctica no llegó a implantarlo-. i
Rivadavia fue nombrado presidente de las Provincias Unidas del Río de?
la Plata el 7 de febrero de 1826. Tenía una constitución unitaria y un programa ?
de modernización. Pero la frontera india no era una de sus prioridades. Los
estancieros como Rosas estimaron que, mientras Rivadavia organizaba e l:?
progreso urbano según el modelo europeo, se permitía a los indios salvajes •
que recorrieran sin obstáculos por las pampas. Uno de sus socios, un Anchore-:
na, había escrito tiempo antes; “Vamos a tener un par de años muy m alos,?
años como el 20, en que va a salir el fruto de las locuras, de los descuidos y de la ?
presunción del porvenir maravilloso.”44 Rosas criticó amargamente la ineryf
cía del gobierno y su indiferencia para asignar recursos al sur. Hasta abril del
1826 continuó presentando sus informes y presionando con su consejo de que ;
se nombrara un comisionado permanente para asuntos indios. Pero no reci- \
bié contestación; “todo fue ocioso”. Llegó julio, declaraba, y nada se había.;
hecho, las invasiones indias continuaron, y así saquearon tres bien provistas ■
estancias que se hallaban bajo su administración: “Entraron los indios por e l ; i
Sur, dispersaron nuestras pocas fuerzas, hicieron una terrible mortandad d e ;
hombres por todo el campo que pisaron, y se llevaron cuantos'cautivos y gana- ?
dos se quisieron llevar. Me ofrecí al gobierno para salir a su alcance con gente ?
armada y batirlos... pero mi oferta no fue considerada. En noviembre. Ro-
sas rompió con el régimen, retirándose en silencio a Los Cerrillos y rehusán
dose a asistir a una reunión de hacendados en Buenos Aires convocada por el ¿
gobierno. En realidad, Rosas y sus amigos protestaban demasiado. Rivada- i
via no era completamente insensible a las necesidades del campo y de la fron-i:
terá"sur. Después de todo, había sido Rivadavia quien determinó la extern?
sión de las concesiones de tierra mediante el sistema de enfiteusis. El ideal de-:í
su gobierno era “un templo y una escuela en cada aldea” ,y planeaba mejorar j
la. administración de justicia en el campo, para reemplazarlo que en realidad -|
era úna generalizada ley de linchamiento.46Y en lo inmediato, envió una fuer-1
za a las órdenes del coronel Federico Rauch, que atacó a los indios en sus tol- y
derías y los obligó a replegarse. Por otra parte, existía una contradicción fun- %
"daraental en la propia política de frontera de Rosas, que él mismo no advertía |
o a la cual no prestaba atención. Era imposible expandir las tierras despia-1
36
zando la frontera y mantenerse en paz con los indios, ¿Cómo se podía ocupar
sus territorios y esperar que ellos quedaran satisfechos parlamentando ?47La
realidad era que Rosas no sólo estaba desconforme con la política de frontera'
de Rivadavia sino con la totalidad de su programa.
Rivadavia se había empeñado en modernizar la Argentina. Perseguía el
■ crecimiento económico a través del libre comercio, la inversión extranjera y
la inmigración. La política requería instituciones liberales y una nueva in-
i fraestructura. Y el marco de la modernización tenía que ser ampliado para
[ dar cabida a una. Argentina grande y unificada, sin las trabas de las divisiones
políticas y económicas. Ése era el plan de Rivadavia, ilustrado, liberal y uni-
f tario. En verdad, era más un sueño que un plan: algunas de sus ideas eran im-
í practicables, otras eran tontas. El ministro británico Lord-Ponsonby expresó
un desdeñoso concepto de Rivadavia cuando lo describió como “un hombre de
quien no puedo decir nada bueno, ni como estadista ni como titular del gobier
no.. más allá del elogio merecido por el activo alcalde de algún pequeño pue-
. blo. ”4ESi su personaiidadno resultaba muy atrayente, su visión de la Argenti
na era magnífica. Pero el programa completo de Rivadavia fue- rechazado
por irreievante por Rosas y sus socios, quienes representaban una economía
más primitiva —producción ganadera, para exportación de cueros y carne
salada— pero que reportara beneficios inmediatos y estuviera en armonía
con las tradiciones del país. Objetaban también algunas consecuencias de de
talle del programa. Se consideraba que la inmigración era cara, innecesaria
y probablemente subversiva; y, especialmente, traería competencia por las
tierras y el trabajo, produciendo aumento de costos de ambas cosas. La políti
ca anticlerical del régimen, diseñada primariamente para restringir el poder
temporal de la iglesia y extender la libertad religiosa, era anatema no sólo
para el clero sino también para todos aquellos que mantenían valores conser
vadores, y produjo el efecto de reunir a sacerdotes, federales y estancieros
bajo la divisa de religión o muerte. Pero 3o que más indignaba a los.rosistas
eran las consecuencias políticas y económicas del programa unitario.
En marzo de 1826, la ciudad de Buenos Aires fue declarada capital de la
nación y federalizada. “tras una larga y violenta oposición. ”49 Luego, éí 12 de
septiembre, Rivadavia envió al congreso su propuesta dediyidir la parte no fe
deralizada de la provincia de Buenos Aires en dos, la Provincia del Paraná, en
el norte, y ia Provincia del Salado, en el sur. Esta proposición alcanzó al cora
zón de los intereses estancieros. La federalización de la ciudad de Buenos Ai
res y sus alrededores había amputado la mejor parte de la provincia y un gran
sector de su población. Significó además nacionalizar el ingreso del puerto,
que alcanzaba al setenta y cinco por ciento de las rentas del gobierno provin
cial, y generó el temor de que el próximo paso habría de ser la implantación de
un ingreso alternativo mediante un impuesto a las tierras. Para el mundo de
ios terratenientes estas medidas amenazaban con la división y el desastre.
Para ellos, Buenos Aires y su interior eran una sola cosa. Eran residentes de
ambos. El hacendado poseía una casa en la ciudad y una estancia en el campo,
37
En el puerto tenía contratos comerciales que cuidar, en la provincia haciei|
das que debía mantener en producción; no quería que el puerto estuviera se*
parado.de sus abastecimientos, ni sus productos aislados de su salida. El ea¡mj
po, argumentaban los estancieros, depende de la ciudad y no puede ser consS
aerado sino como “un mismo cuerpo de Sociedad con la población de Bueno!
Aires, cuyos miembros recíproca e inmediatamente tienen que hallarse todas]
las partes del año ya en el uno, ya en los otros puntos del Territorio, pues tod|
él no viene a formar sino un laboratorio común de la subsistencia y de las fot
tunas tanto de los moradores del Pueblo como de la campaña.r’50Los estancil
ros. por lo tanto, reaccionaron en defensa de sus intereses. Rosas y los Ancho?
rena asumieron el liderazgo para organizar la resistencia política al plan de
Rivadavia. Rosas se concentró en movilizarla oposición en el sur de lap rovii
cía y, entre octubre y diciembre de 1826, viajó por toda la campaña recoíeej
tando firmas para una petición a la legislatura. En Chascomús organizó uñ|
reunión política que terminó en un tumulto por el cual fue arrestado, aunque
las ruidosas protestas que se alzaron entonces motivaron que el mismo Rival
davia decretara su libertad. Rosas encabezó a los hacendados en la firma di
ma petición, fechada el 13 de diciembre, manifestando su disconformidad
por la propuesta división provincial. Para ese entonces la adm inistraciónh|
bía complicado aun más sus crímenes al perder la guerra con el Brasil por |
destino de la Banda Oriental, una costosa guerra que aumentó el perjuicio
para ios intereses de los hacendados: la conscripción de peones mermó |
fuerza de trabajo rural; la frontera india quedó 'descuidada y abierta a la invl
sión brasileña; y el prolongado bloqueo de Buenos Aires aisló las exportacif
nes de las estancias de sus mercados internacionales.
La política de Rivadavia afectó a una cantidad de grupos de interese!
Golpeó .evidentemente a los federales, sus opositores políticos inmedí ató¡|
quienes, influenciados por el federalismo norteamericano se opusieron á | |
política unitaria como antidemocrática, buscando una solución federal al p n l
blemá de la organización nacional. Golpeó a los estancieros de la provincia di
Buenos Aires al descuidar la seguridad rural y atacar sus bienes económicof
y fiscales. Y golpeó a los caudillos de las otras provincias al proyectar usjf
constitución que los obligaría a aceptar una Argentina unificada y centralxzff
da.. Hasta ese momento Rosas no había sido federal, no había pertenecido s
partido liderado por Manuel Borrego y Manuel Moreno, que corporizaba lof
principios políticos del federalismo. Pero en la segunda mitad de 1826, a l a c | |
besa de una red de amigos, relaciones y protegidos,. Rosas se alió al partitff
que eventualmente habría de absorber y destruir.111 Se unió a ese partido J e
por razones de ideología política, que no poseía, sino porque la política unitjf
ria entorpecía sus planes de hegemonía en la campaña. Pero los politic#
aceptaron su apoyo sin considerar el precio a pagar, y los caudillos provincif
les. creyeron inocentemente que habían hallado un nuevo campeón contra l |
pretensiones de Buenos Aires. 1
Rivadavia se inclinó ante la fuerza combinada de sus opositores y.renuf
ció a la presidencia el 27 de junio de 1827, En último análisis, carecía de apoyo
social amplio; representaba a los intelectuales, burócratas y políticos profe
sionales. Rosas, del otro lado, proporcionaba músculo a la oposición, dado que
representaba una fuerza política básica, los estancieros. En este sentido, es
correcto decir que fue Rosas quien hizo caer a Rivadavia, y que fue aquel “que
clava en la culta Buenos Aires el cuchillo del gaucho,”5- Pero Rosas no gober
nó. Los verdaderos federales ocuparon el poder. Después del interinato presi
dencial de Vicente Lopez y Planes, la Junta de Representantes de la Provin
cia de Buenos Aires fue reinstalada, y eligió gobernador a Manuel Dorr ego el
12 de agosto. El nuevo régimen pronto reconoció el status y los servicios de
Rosas. El 14 de julio lo nombraron Comandante General de la s Milicias de
Campaña en la provincia de Buenos Aires. A su gran base económica agrega
ba así el mayor poder militar de la provincia. Fue en ese momento que Rosas
hizo su primera aparición en los documentos oficiales británicos, en los infor
mes avinagrados y llenos de aire de superioridad de Lord Ponsonby, pero no
por ello menos perspicaces:
33
ción directa por mar entre. Buenos Aires y las nuevas tierras. El puerío .at
cuado más próximo era -Bahía Blanca, y eso significaba ir más allá de las sj
rras de Volcán y Tandil y extender los límites, todavía más lejos. En 1828 S
sas empujó la frontera.más allá de Volcán y Tandil, hasta una línea de nuev
fuertes: Jurón, 25 de Mayo y Bahía-Blanca. La frontera de 1828 tenía aderó
la ventaja de abarcar tierras entre las dos cadenas montañosas del Voleáí
las-zonas altas de la Ventana, útiles para colonias agrícolas. Rosas se most
activo en la comisión nombrada para lograr acuerdos en la nueva íronter
Su influencia indujo a Ios-pampas de más pacífica disposición, a aceptar ít
taüos por sus tierras y a comprometerse a cooperar en su defensa contra:])
hostiles ranqueles y sus aliados.56 ..
Éstos fueron entonces los tres elementos de la política de frontera de Bj
sas: asentamientos con fuertes, -protección mediante guarniciones militar®
y un.frente intermedio, a manera de amortiguador, con los indios amistoso
Dio a los estancieros un nuevo pacto y una participación en él. Su intención é
la siguiente: ]
41-
Uticos profesionales aliados a la élite mercantil e intelectual y que represent
taban a la reacción unitaria contra los caudillos, montoneros y otras maniíefl
taciones provinciales. La valle y su colega el almirante Guillermo Browner J j
militares profesionales, carentes de-una base económica y que contaban sinil
plemente con el respaldo de otros líderes militares, tales como les general^
José María Paz, Carlos de Alvear, Martín Rodríguez. Miguel E, Soler y í |
más G. Cruz. El ala civil délos unitarios. Julián Segundo de Agüero. Salvad!
del-Carril y el mismo Rívadavia, tampoco tenían fortunas personales y yf
vían de la política y la función pública. Defendían ciertas ideas. es verdad
revolución de diciembre se biso en nombre de principios liberales y contra!
conservadorismo rural, el caudillismo, una entrega a las provincias y “los bal
didos y los salvajes que formaron sus reuniones, amenazaron la campaña"^
Pero, bajo la superficie, estos hechos eran una etapa más en el conflicto ent|
los políticos de carrera y las nuevas fuerzas económicas, entre los profesiori|
les de la independencia y los intereses de los terratenientes. Y aunque por|
momento los revolucionarios de-diciembre habían capturado los instrumejj.
tos del poder y eran superiores en armas y dinero, no tenían recursos ecotif
micos suficientes ni bases sociales para conservar ventajas a largo término;
Dorrego abandonó Buenos Aires en busca del apoyo de amigos y aliado!
Según Woodbine Parish, fue “a reunirse con las milicias gauchas de don Jua|
Manuel de Rosas, el más formidable líder de esa gente... Si él resuelve apoyaj
a Dorrego contra el ejército —y él puede reunir una fuerza suficiente conic
para intentarlo— me temo que veremos una lucha-muy sanguinaria.5,66La b á |
populista de Dorrego no le negó su lealtad: “Entendí esta mañana que se e s|
produciendo una considerable reacción en favor del general Dorrego, espf
cialmeníe entre las clases bajas, y que muchos de ellos se están armando y d|
jando la ciudad para reunirse con él, y aun m ás: que los soldados relacionad!
can ellos han demostrado una gran disposición para desertar.”67Las posibili
dades militares dé Borrego parecían brillantes, ya que Rosas también sa|i
de Buenos Aires y formó rápidamente una fuerza de lucha: “Sólo salí de Bu|
nos Aires el día de la sublevación y a los'cuatro días tuve conmigo dos rn¡
hombres, llenos de entusiasmo.”68 Pero otra vez chocaron los dos hombr<§¡
Rosas pretendió mandar, Dorrego se mantuvo insensible al consejo. R osasif
tentó convencer a Dorrego para que fuera con él hasta Santa Pe y que evitar|
a toda costa una batalla campal con las fuerzas regulares de Lavalle, veterl
ñas de la guerra con el Brasil. El consejo era correcto, pero fue ignorado. Ro
sas, reacio a participar en la imprudente táctica de Dorrego, lo dejó pati
marchar en busca del apoyo del gobernador López, de Santa Fe. Algunos.ai
sus gauchos e indios a caballo tomaron parte en la Batalla de Navarro (9 de di
ciembre de 1828), pero Dorrego fue completamente derrotado y tomado baje
custodia. La-tragedia llegó rápidamente para él y su familia. Por-orden de La-
valle, fue fusilado el 13 de diciembre. "Toda la ciudad está horrorizada”, ó®
servó Woodbine Parish, y así era.89 Pero ese cruel asesinato recayó sobre los
42
: unitarios y Ies causó justo castigo. La ejecución de Borrego motivó.un profun
do desagrado en todos los sectores, aun entre las clases superiores, que po
dían haber sido sus opositores, pero especialmente entre las clases popula-
- res: !iLas clases bajas, que desde el principio se adhirieron a la causa de Do-
. rrego, manifestaron ruidosamente sus execraciones contra los asesinos v se
dedicaron activamente y con éxito a seducir a los soldados: las mujeres, en
■'especial, tuvieron importante participación en estos procedimientos.”70 El
cónsul británico-creía que Rosas podía haberse reconciliado con la revolu
ción, pero la ejecución de Borrego le produjo un fuerte rechazo. También Te
dio una oportunidad.
La muerte de Dorrego dejó a Rosas en buena posición para liderar el par
tido federal. Los unitarios lo identificaron sin lugar a dudas como su principal
enemigo: “últimamente fueron liberados de la prisión dos asesinos ”, informó
Woodbine Parish, “bajo el compromiso de hacer todo lo posible para asesinar
a Rosas." Él tenia además las cartas credenciales más positivas. Como co
mandante de las milicias había obtenido el virtual.monopolio del poder mili
tar en la campana. Sus negociaciones pacíficas sobre la frontera le habían va
lido ganar indios amigos, aliados y reclutas. Sus éxitos le habían permitido
. ganar el respeto de los estancieros, quienes disfrutaban de una inusitada paz
y seguridad. Los caudillos provinciales lo preferían a los unitarios de la ideo
logía de Rívadavia. Y tenía una base popular en las pampas: “la adhesión
personal de toda la gentedel campo es difícil de creer. ”71 Fue sobre ese apoyo
popular que Rosas basó sus preparativos para la guerra.
Se convirtió entonces en jefe de montoneros..Inició una guerra de guerri
llas, atacando a la propiedad enemiga y a sus dueños, pero evitando la batalla
abierta. Primero reclutó entre sus partidarios estancieros. Esperaba de quie-
. nes eran sus clientes entre ellos que acudieran a su servicio con peones i ca
ballos y vacunos; y aquellos que no lo hicieron, por una u otra razón, algunos
i dudando quizá de sus posibilidades, comprendieron más tarde, en 1829, que
; habían perdido la oportunidad de enrolarse en una causa ganadora, y se apu-
• raron a dar explicaciones.72 Cuando partió hacia Santa Fe dejó instrucciones
a sus partidarios para que hicieran su base en el sur de la provincia, su zona
propia, y que libraran una batalla económica contra Lavalle y sus aliados.
Esta era la guerra de recursos, su estrategia favorita, aprendida con los in
dios y trazada para obtener sus objetivos mediante el desgaste y la destruc
tion de las estancias de los unitarios o. como lo describía el cónsul británico,
“una guerra gaucha contra las propiedades en el campo de todos aquellos de
quienes se sabía que eran partidarios de ia revolución." Para librar esta gue
rra, sin embargo,.Rosas tuvo qué reclutar hordas rurales-de los más bajos
: sectores.
El mismo Rosas comentaba acerca del carácter social del federalism o:
“Todas las clases pobres de la ciudad y campaña están en contra de ios suble
vados, y mucha parte de los hombres de recursos posibles. Sólo creo que están
43
con ellos los quebrados y agiotistas que forman esta aristocracia
! ti!.”7"1No es necesario tomar la declaración textualmente, pero aun c.oino-pro
paganda probablemente contenía algo de verdad. ¿Quiénes eran los “hom|f
bres de recursos1'? Tal vez hieran los estancieros y rentistas, perjudicados!
por el bloqueo y las operaciones de los especuladores durante la guerra con er:
Brasil. En cuanto a las “clases pobres”, comprendían a los partidarios de Doé
rrego de la ciudad, del campo, y ciertos grupos marginales reclutados por «i!
mismo Rosas o sus agentes como medida política. En la segunda mitad de di-i
ciembre de IB28 hubo algunos levantamientos en su favor, algunos en el norte!
de la provincia, pero la mayor parte en el sur, donde tenía mucho prestigio en
tre los indios “amistosos” y muchos seguidores entre los “amigos” de los inri
dios, hombres al margen de la sociedad rural, casi delincuentes sin trabajo
regular, protegidos de Rosas, a quienes ellos veían como su patrón. Los fun
cionarios oficiales que se bailaban en el sur de la provincia informaban que.
había bandas de “indios, desertores y toda d a se de delincuentes11, y también
“anarquistas”, que merodeaban la región atacando estancias y desafiando a-
los representantes de la ley y el orden. “Los gauchos se están reuniendo para
unirse a él desde todas partes de la provincia y me dicen que en los ranchos de
las pampas no se ven más que mujeres y niños,.. la cosecha de esta estación
está perdida."74
Sin embargo, fue el reclutamiento de indios por Rosas lo que causó mayo- !
res comentarios. Se informó en Buenos Aires que, en la batalla de Navarro
“pelearon más de doscientos indios pampas en favor-de Dorr ego, de los que te
nían sus tolderías en la estancia del comandante general de campaña, don,
Juan Manuel de R osas.”75 El general Lamadrid consignó “una gran concen
tración de milicia y de indios pampas en la hacienda de Rosas ”. bajo el mando'
de Molina, el capataz de Rosas.76 Este “pardo desertor” era un tipo caracte-h
ristico de la frontera, un hombre que había vivido entre los indios, juntándose 1
con la hija de un cacique y ganando influencia entre ellos; posteriormente re-,1
gresó a la sociedad de los blancos, fue perdonado y empleado por Rosas. “Mo
lina, un hombre de gran influencia entre la gente del campo y las tribus indias, i
del sur, de quien se dice que puede siempre tener a su disposición la cantidad
de hombres que pueda necesitar.1177
El coronel norteamericano John Anthony King, en viaje de Córdoba a
Buenos Aires, vio:
Las más espantosas escenas de desolación. Los indios, conocidos como los pampas, ha- ?
bían estrado en hordas en m achas délas aldeas,.cometiendo crímenes, sacando a la gen- i
te de sus hogares, destruyendo sus propiedades y, en numerosos casos, incendiando sus ;
viviendas. Por la forma sistemática y la impunidad con que actuaron, tomando práione- ’
ros y llevándoselos a través mismo de ios puebios que se habían manifestado en favor de !
Rosas... parecía más que posible que estas terribles escenas hayan sido realizadas com )
su connivencia o, aun, bajo su dirección.78 >
i
44
Rosas y sus partidarios reconocían a sus indios y hacían gala de ello. Si
tiado por los montoneros de Rosas, en. marzo de 1829, el gobierno de Buenos.Ai
res reclutó a toda prisa una milicia, incluyendo franceses y otros extranjeros.
El entusiasmo de los extranjeros por la causa unitaria provocó a los federa
les, quienes levantaron cartelones en la plaza de Monserrat, Indios sí. extran
jeros no: y Valen más indios que unitarios.78Y en su-viaje de regreso a Córdo
ba, eí coronel King vio nuevas evidencias de la s incursiones de los indios, des
trucciones y rapiñas en las haciendas de las pampas. En Córdoba conoció, al
general unitario Paz; "Le hablé de los terribles estragos de pueblos y caseríos
en toda la pampa, y expresé mi creencia de que los salvajes habían sido incita
dos por Rosas a cometer esos actos. ‘¡Incitados!’ exclam ó: ‘eran empleados,
y realizaban su trabajo bajo promesa de recibir recompensas’.5,80
Esta incongruente alianza de federales, gauchos, delincuentes e indios no
se mantenía unida por intereses sociales, que carecían de cohesión, sino por el
mismo Rasas, quien era en última instancia la autoridad reconocida por todos
en distintos grados. Constituían un enemigo esquivo, que no podía ser comba
tido de ninguna manera excepto la propia de ellos mismos, incursiones muy
rápidas conducidas por Molina y otros contra los unitarios y sus abasteci
mientos, mientras los indios saqueaban en la periferia. En abril, cuando La-
vaiíe marchó sobre Santa Fe, se produjeron revueltas en toda la provincia dé
Buenos Aires, de modo que la provincia entera pareció encontrarse bajo la
ocupación militar de unidades que actuaban en nombre de Rosas. Después de
perseguir a éste infructuosamente, La valle se vio obligado a retirarse;
45
Como en realidad la ayuda e intervención de las otras provincias ya han dejado, de ser ne
cesarias, se han convertido en embarazosas, y el mismo Sosas está deseoso de salvar a
Buenos Aires de la evidente bumiilación de tener que obedecer órdenes de ellas. Con las
fuerzas que él ha reunido en la misma provincia (que se estim an en no menos de ocho mil
hombres), hace tiempo que podría haber ocupado la ciudad, pero se ha mostrado muy
reacio a exponerla a las posibles consecuencias de un ataque... Esta moderación le ha
valido ganar un creciente n ú m e r o de partidarios en Buenos Aíres...®
46
fueron tan intransigentes que, por la causa de la paz del partido, Rosas se alla
nó junto a ellos y adoptó la opinión del grupo dominante. Anunció que el campo-
no estaba listo para tener elecciones ni en situación de conducirlas pacífica-
. mente; la legislatura, ilegaimente clausurada por la revolución del 1° de di
ciembre de 1828, debía ser restablecida. Éste fue el punto de vista que preva
leció;. volvieron a llamar a los representantes de 1828 y. el 1“ de diciembre de
1S29 se reunió la Honorable Sala de Representantes, con cuarenta diputados
en total, para resolver dos problemas inmediatos; elegir un nuevo goberna
dor y decidir qué poderes debían dársele. ¿Era conveniente otorgarle íaculta-
' des extraordinarias, que significarían un poder absoluto, según lo propuesto
por Tomás de Ánchorena en oposición a los puristas del partido ? La Sala esta-
■ba dividida entre aquellos que opinaban en .favor de una dictadura y los que te
mían al despotismo, pero finalmente se aprobó la moción de los poderes ex
traordinarios hasta el r de mayo de 1830. Y el 6 de diciembre de 1829, a la edad
de treinta y cinco años, Rosas fue elegido gobernador de Buenos Aires por vo
tación de todos los diputados, excepto Juan.N, Terrero. Asumió el poder en
medio de una orgía de personalismo puro, extraño básicamente al pensa
miento federal. El orden y la seguridad, observaba una nota-periodística, es
taban asegurados, no tanto por las leyes generales como por “la personalidad
de nuestro respetable gobernador; es pues en el carácter de nuestro benemé
rito gobernador que hallaremos todas las garantías que pueden aspirar los
buenos ciudadanos. ”86El ministro británico, simpatizante de Rosas, pensaba
que “los únicos'obstáculos eran su propia modestia y su gran renuencia a ser
colocado en una situación tan ostensible y responsable.”87 Enrealidad, Rosas
quería tanto la gobernación como los poderes extraordinarios y, en los años si
guientes, al serles renovados ambos, la renuencia habría de ser un sentimien
to repetido. Sin embargo, si había un elemento genuino de renuencia en 1829 se
debía a que, como hacendado y hombre de campo, carente de experiencia en
la política de la ciudad, tenía clara conciencia de los riesgos que acompaña
ban a la carrera política y del elevado índice de fracasos entre los políticos de
Buenos Aires. Había también una razón política en su insistencia —y la de su
grupo— en el otorgamiento de poderes absolutos, y era que los unitarios,dejos
de hallarse completamente destruidos, podían intentar un regreso, a menos
que debieran enfrentar un gobierno muy decidido.
¿Cómo podemos explicar la hegemonía de Rosas ? Hasta cierto punto, fue
un producto de las circunstancias. Representaba el ascenso al poder de nue
vos intereses económicos, de un nuevo grupo social, los estancieros. La élite
clásica de la revolución de. 1810 estaba formada por los comerciantes y los bu
rócratas. La lucha por la independencia había creado políticos profesionales,
funcionarios del Estado, nuevos militares, hombres que hicieron una “carrera
de la revolución" Muchos de ellos provenían de una élite, anterior a 1810. de
familias de comerciantes y funcionarios d éla Corona, pero sus propias carre
ras tuvieron un énfasis diferente, para servir al Estado y beneficiarse de él.
Los. comerciantes de Buenas Aires, surgidos dé la colonia como representan- ^
tes de los intereses económicos dominantes en el Río de la Plata, fueron, al >
principio importantes aliados d éla nueva élite. Pero la declinación del comer- j
d o con el interior, la destrucción de la industria ganadera del litoral por la j
guerra y, sobre todo, la irresistible competencia de ios comerciantes británi- T
eos, dislocaron la tradicional economía, y malograron las oportunidades a los '
empresarios locales. El aumento de las exportaciones provocado por los bri- i
tánicos y el fracaso del sector exportador par a.responder motivaron una eíu- 1
sión de m etales preciosos, que fue acompañada por un aumento en la demam ;
da de dinero efectivo. Llegó el momento en el que la economía tradicional de
Buenos Aires ya no podía sostener a la élife comercial. A partir de 1S20. apro- i
ximadamente, muchos de ellos empezaron a buscar otras salidas y. sin aban-
donar si comercio, a invertir en tierras, ganado y saladeros.
“El deseo de em plear los.capitales en un negocio más lucrativo, dio fomento a la indus
tria de la cría de ganados, que hasta entonces se había mirado en poco a pesar de 3a íera- ■'
cidad del suelo que ofrecía seguros y abundantes productos a esta ciase de especulado- .
nes. Y hasta ios comerciantes ingleses —los negociantes más positivos— emplearon
grandes rondos en'la población de nuevas estancias, dando así incremento a la riqueza .;
del país en su ramo más importante”.*9
Era éste un sector que no había sido dejado enteramente a los británicos.
Los empresarios ganaderos más prósperos eran los hermanos Anchorena, „
grandes comerciantes y financistas, y que pronto habrían de ser grandes te-
rraíenientes. Había otros numerosos ejem plos: Juan Pedro Aguirre, tratante
de esclavos y comerciante, Félix de Álzaga y Manuel Arroyo y Pinedo, comer- . -
ciantes y financistas; los hermanos Chiclana, pequeños comerciantes que se -y
convirtieron en ganaderos y saladeristas; Díaz Vélez, quien invirtió en tie-
rras toda una fortuna proveniente del comercio; Estanislao y Juan Fernán-
dez, modestos tenderos que adquirieron enormes estancias; los Saenz Valí en-
te, Viamonte, y otros, que se convirtieron en propietarios de grandes haden-
das. Éste era el grupo social dominante del futuro, una d a se de terratenientes v
con raíces en la ciudad y originada en la sociedad urbana. ;r
El cambio de equilibrio desde la ciudad hacía el campo quedó reflejado en
el progreso político de los-intereses rurales. En 1820, alrededor de la mitad de
los miembros del cabildo, o ayuntamiento, de Buenos Aires eran comercian
tes y otea mitad estancieros, y la misma proporción se daba en la Sala de Re- .
presentantes. Al mismo tiempo, los estancieros estaban desarrollando su po
der militar, ya que teman que ser autorizados para mantener unidades arma-
das para la seguridad rural y la defensa de frontera, unidades que en .último
término eran pagadas por el Tesoro provincial. Pero los comerciantes-ierra- ■;
tenientes no participaban todavía directamente en el ejecutivo, y se mantenía ;
48
i:
49
“En tal sentido Rosas no se hizo; lo hicieron los sucesos, lo hicieron otros, algunos ríc a l
chones egoístas, burgueses con ínfulas señoriales, especie de aristocracia territorial^
que no era, por cierto la g e n t r y inglesa, iras de él, estarían ellos, gobernando3’A' '"**
Estanciero
Rosas asumió el cargo en diciembre de 1829 con sus activos y pasivos equíIi-2
hrados. Reclamó el poder absoluto y se le dio con gran apoyo político.i
E l absolutismo no entraba en conflicto con sus propios principios. En una;;
entrevista con el enviado uruguayo Santiago Vázquez, un día después de ocn-1
par el cargo, negó que fuera federal: ,!Ya digo a usted que yo no soy federal,
nunca be pertenecido a semejante partido, si hubiera pertenecido, le hubiera//
dado dirección, porque, como usted sabe, nunca la ha tenido... En fin. todo ¡o ',
que yo quiero es evitar males y restablecer las instituciones, pero siento que./
me hayan traído a este puesto, porque no soy para gobernar”.? Sin embargo,.-
una vez ocupado el cargo, Rosas no quiso fracasar por falta de poder. Las eir-Y
constancias requerían un gobierno fuerte. .
Tanto por obra del hombre como de la naturaleza-, la- economía descendió: ’
a un nivel bajo. La guerra con el Brasil, seguida muy pronto por la guerra civil; "]
entre unitarios y federales, dañó la producción y las exportaciones y mutiló el ■ '
tesoro. Rosas heredó demasiados gastos y muy pocos ingresos. Además, du- //■
ran te la totalidad de su primer gobierno, la provincia soportó una tremenda'/;
sequía. Desde diciembre de 1828 hasta abril de 1832no llovió; los lagos, los ríos ;
y los pozos se secaron, la vegetación desapareció, sufrieron los cultivos y el í
ganado, los caballos morían de hambre y de sed, AI declinar la producción g a -'/
nadera todo el país languideció.,Sir Woodbine Parish relató a Charles Darwin .
que la tierra estaba tan seca y era tanto el polvo que volaba por todas partes-
que en el campo abierto quedaron borrados los mojones, y la gente ya no. sabía.
dónde estaban los límites de sus haciendas.3
Los problemas politicos también estaban ejerciendo presión. Aunque
Buenos Aires contaba con Santa F e como aliada, las fuerzas unitarias de la
Liga del Norte estaban todavía en campaña al mando del general Paz, y sólo
-cuando se produjo fortuitamente su captura, en marzo de 1831, finalizó la gue
rra civil. Las relaciones políticas y económicas entre Buenos Aires y las pro
vincias aún estaban por resolverse, pero después de una prolongada disputa
Rosas dio su conformidad para reconocer la autonomía de las provincias en
impacto federal informal. Pero en la misma Buenos Aires, el federalismo es
taba dividido entre los moderados, llamados con las distintas denominacio
nes de lomos negros, doctrinarios y (por Rosas personalmente) anarquistas,
quienes estaban en favor del constitucionalismo, y los conservadores delinea
dura, o apostólicos, que respaldaban a la dictadura de Rosas. La dictadura,
en realidad, creó una buena impresión de gobierno firme y solvencia finan
ciera, y Rosas probablemente podría haber logrado un segundo período en el
cargo si hubiera estado preparado para convertirse en constitucional. Pero
como fueron las cosas, la Sala de Representantes, en sesión del 29 de noviem
bre de 1832, aceptó la devolución de los. poderes extraordinarios y expresó su
gratitud porque “bajo el gobierno de Vuestra Excelencia la provincia ha al
canzado la feliz situación de vivir con tranqulidad bajo la autoridad de las le
yes” . Y así, el 5 de diciembre de 1832, Basas completó su primer período en el
cargo. Lo sucedió Juan Ramón Bale arce, con quien comenzaron a ganar posi
ciones los intereses moderados; pero Balcarce fue derrocado en octubre de
1S33 por la revolución de los Restauradores, provocada por los rosistas. En
tonces la legislatura nombró a Juan José Viamonte gobernador provisional,
en un intento de evitar una nueva dictadura, pero el balance de poder no esta
ba en su favor y renunció el 27 de junio de 1834. Al principio, Rosas rehusó el
ofrecimiento de la gobernación, como lo hicieron varios otros candidatos que
no estaban dispuestos &aceptar. Pero eventualmente accedió, con la condi
ción de que la legislatura le asegurara la suma del poder público. Así ocurrió
el 7 de marzo de 1835. y Rosas comenzó un largo período de gobierno virtual-
mente bajo sus propias condiciones.
Éstas eran asimismo las condiciones del sector dominante de la sociedad.
Se pensaba que eran necesarios los poderes dictatoriales para terminar con el
conflicto social, la inestabilidad política y el deterioro económico, y para ase
gurar la hegemonía de ios intereses de los estancieros. La primera adminis
tración de Rosas había tenido características conservadoras: representaba a
la propiedad, especialmente la propiedad rural, y había garantizado la tran
quilidad y la estabilidad. Fortaleció al ejército, protegió a la Iglesia, silenció
las críticas, amordazó a la prensa, ignoró a la educacíóny trató de mejorar el
crédito financiero del gobierno. Después de Rosas, en 1833 y parte de 1834,
la inestabilidad política retornó, las exportaciones cayeron y la situa
ción financiera desmejoró. El eónsul británico describió así lo que v io :
53
Las clases ricas e-industriosas de los habitantes hanquedado ahora empobrecidas debí- . :-
do a ía depredación de la moneda y a los continuos gastos en que ha debido incurrirse
para el mantenimiento de grandes efectivos de hombres armados, que han sido sacados
apresuradamente de sus ocupaciones agrícolas -y ganaderas y obligados a tomar las ar
mas durante estas conmociones. ■~
Todas las personas prudentes, además, se han visto impedidas de crear nuevos esta
blecimientos en los distritos rurales, por miedo á quedar expuestas a '¡as constantes de
predaciones e insultos de los destacamentos de aquellos hombres armados; y muchos
que ya-se habían instalado en el campo, después de haber sufrido mucho durante estos ,
períodos de confusión, han abandonado sus granj as, y han regresado a tomar residencia
en esta ciudad.4
.54
Ya con anterioridad a ser elegido gobernador, Rosas había aumentado su
poder y servido a sus pares. Fue él quien apresuró ei decreto de distribución
de tierras firmado por Viamonte el 19 de septiembre de 1829. con k pública in
tención, asi se explicó, de aliviar £ia orfandad y miseria a que han quedado
reducidas numerosas familias del campo, por los efectos déla misma guerra,
y la imposibilidad en que se encuentran de reparar sus quebrantos.”9 Se otor
garían tierras del Estado para formar estancias a los. habitantes de la provin
cia que quisieran establecerse sobre la nueva frontera al sur de Azul y en otros
sitios de avanzada. Como comandante de las milicias en la campaña, Rosas
fue autorizado a administrar el decreto, a recibir las solicitudes, elegir los be
neficiados y las ubicaciones y asignar las tierras. Pero esto no fue una simple
distribución de tierras a granjeros pobres, Instalar nuevos colonos sobre la
frontera significaba dar mayor seguridad a los estancieros de las zonas inter
medias ; de modo que se convertía en una recompensa a los partidarios de los
victoriosos federales, Al mismo tiempo, ponía en manos de Rosas un impor
tante instrumento de paternalismc. El comandante dé milicias era en ese mo
mento el señor de las tierras públicas y su donante, aun antes de alcanzar ía
gobernación. El 22 de septiembre, ei gobierno interino emitió otro decreto en
favor de los estancieros; debido a los dañosos efectos de la guerra sobre los
capitales empleados en tierras, ¿ría de ganado y agricultura, éstos quedaban
eximidos del pago de la contribución directa (impuesto directo sobre el capi
tal y la propiedad) por todo el año 1823, Y Rosas nunca fue negligente en los de
talles. Para completar la serie de medidas de compensación, el gobierno hizo
instalar, por decreto del 12 de octubre, dos corrales que habrían de contener el
ganado llevado a Buenos Aires.'Por todos esos medios, Rosas demostraba su
capacidad para servir a los estancieros. Pero eso era sólo el comienzo.
Como gobernador de Buenos Aires. Rosas dio muchos pasos positivos a fin
de mejorar la situación y la seguridad de los terratenientes. Empezó a partir
del evidente razonamiento de que la economía de Buenos Aires dependía del
agro y de que ésta necesitaba más tierras. La presión sobre los campos de
pasturas desde la repentina prosperidad de los primeros años de la década de
1820 y la escasez de tierras a distribuir por el sistema de enfíteusis llevaron al
sector de la ganadería a los límites de la expansión redituable. Les ganaderos
estaban empujando hacia el sur, dentro del territorio indio, en busca de tie
rras baratas.
Esto requirió la acción del gobierno, para ocupar nuevos territorios y prote
gerlos. Rosas era partidario de una política de expansión y colonización. La
ley del 9 de junio de 1832 separó trescientas sesenta leguas cuadradas (nove
cientas mil hectáreas) cerca de los fuertes Federación. Argentina, Bahía
Blanca y Mayo, para distribuirlas entre los veteranos de las guerras contra
los unitarios y ios ganaderos más perjudicados por la reciente sequía. Y un
año más tarde la frontera volvió a agitarse con una iniciativa m ás belicosa, 1a
Campaña del Desierto, conducida por Rosas personalmente contra los indios.
Eliejano sur, naturalmente, no era en realidad un desierto. Aunque las regio-
55
nes eran áridas y las lluvias escasas, tenía tres ríos importantes, el Salado, ei
Colorado y el Negro, capaces de transformar una región de veinte mil leguas
cuadradas en fértiles tierras de pasturas que se extendieran hacia efsur has
ta los confines del norte de la Patagonia.
¿No era esto un nuevo rumbo para Rosas ? Era un tema que conocía por su
experiencia como estanciero y comandante de milieias. Sabía distinguir en
tre indios enemigos, contra quienes había que luchar, y los indios amistosos a
quienes se podía conquistar mediante el comercio y obsequio de yeguas, e im
pedirles que escondieran a los delincuentes. Sabía también cómo usar a los in
dios para la causa federal, como lo hizo en ia guerra civil de 1828 a 1831. Sin.
embargo, antes, como ya se ha visto, no estaba de acuerdo en atacar a los in
dios, prefería la paz, los parlamentos y los obsequios, a fin de atraerlos hacia
el trabajo y la civilización.10Por ese motivo habla roto con Rodríguez en 1821.
¿Estaba ahora abandonando los principios de toda su vida? De ser así, no lo
hizo de golpe. Empezó a pensar en planes específicos de expansión y coloniza
ción hacia el sur ya en los primeros tiempos de su gobernación. Woodbine Pa
rish pensaba que ése era i:de todos sus propósitos, el que el general Rosas tie
ne con mayor peso en su corazón. Pronto comenzará a supervisarlo personal-'
mente, y sería difícil encontrar una persona más calificada para poner en
efectiva ejecución dicho proyecto”.11 Los motivos eran convincentes;
Al nielarse el presente mes. ios indios pampas hicieron una incursión a través de la fron
tera sur de la provincia de Buenos Aires, y lograron llevarse alrededor de doce mil cabe
zas de ganado. Gran parte de este ganado, propiedad del generaf Rosas, pudo luego recu
perarse gracias a la milicia provincial; pero todavía no se ha podido obligar a los indios a
que se retiren al otro lado de la frontera.12
Rosas tuvo que reconocer que esa política de pacificación.no era siempre
válida, que había un límite a lo que podía obtenerse mediante los parlamentos
y obsequios, y que la agresión india merecía una respuesta militar. Probable
mente terna además otros motivos. Si la legislatura se negaba a renovar sus
poderes extraordinarios y se veía obligado a abandonar la gobernación al fi
nal dei período en el cargo, ¿cuál sería su papel y dónde estaría su poder? El
comando de un fuerte ejército, por cierto virtuaímente el de todas las fuerzas
dé la provincia, le proporcionaría una base inatacable. Y si él conducía ese
ejército en una exitosa expedición para expandir y asegurar la frontera, no
podía fracasar en el fortalecimiento de su influencia ante los estancieros de su
propia provincia y los caudillos de cualquier parte.
La Campaña del Desierto estuvo originalmente planificada como una
empresa conjunta de todas las provincias sureñas que tenían frontera con los
indios, incluyendo Mendoza, San Luis. San Juan y Córdoba; pero finalmente '
la.ejecución quedó casi exclusivamente a cargo de Buenos Aires y la acción
militar confinada a su sector.13Rosas sostenía la urgeneia de lograr la seguri
dad en la frontera y la necesidad de efectuar una expedición contra los indios,
en su mensaje a la Asamblea el ? de mayo de 1832; y el 30 de noviembre, antes
56
a3:•
%-■
I de dejar el cargo, envió a la'legislatura un plan específico para la expedi-
| dón.1* Sus ideas no eran meramente defensivas. Había, en su llamado a las an
; mas un.espíritu inequívocamente expansionista:
57
justificación básicamente económica de la expedición. En su Diario, destaca
ba las características positivas del Río Colorado, que regaba excelentes Ha
nuras desde la cordillera hasta la costa y podía dar apoyo a muchas granjas
de ovejas y aun más estancias:
, “debiendo ser considerable el número de estancias que se forme, porque se conoce que
todas las castas son buenas y porque desde sus nacientes hasta la embocadura en el mar
debe calcularse una distancia de 190 leguas. E s decir, que a 3 leguas de frente contresde
fondofcaben en ambas márgenes 100 estancias que a 10.090 cada una de ganado vacuno,
resulta un millón, aue Duede dar cada año una exportación de 300.000 cueros, 365.000quin
tales de carne salada y 600.000 arrobas de sebo, pues que el engorde debe ser dedos
arrobas cuando menos".19
58
“Juan Manuel es mi am igo, nunca m e ha engañado. Yo y todos m is indios m o
rirán por él... Las palabras de Juan son lo m ism o que las palabras de D ios”.24
Con respecto a los indios “extran jeros”, ta les com o los araucanos, el régim en
no m ostraba piedad. En 1836 fueron capturados unos ochenta en una incursión
sobre Bahía B la n ca ; los llevaron encadenados a Buenos Aires y los fusilaron
públicam ente, en grupos de diez, frente a la s barracas del Buen R etiro.25
A la Campaña del D esierto le siguió una rápida expansión de la frontera
sur y, durante la década de 1840, las estan cias habían invadido otra vez las tie
rras de caza de los indios. Pero si bien los estancieros eran en e se m om ento ob
jeto de un m ayor respeto por parte de los indios, éstos no les prestaban serv i
cios ni trabajo. Los indios no querían trabajar para los blancos. A v eces cui
daban ovejas, pero estaban poco dispuestos a convertirse en peones de traba
jo, y sus m ujeres no se adaptaban al servicio dom éstico en las estan cias. La
población blanca propiam ente dicha era bastante esca sa todavía en el ca m
po. “Hace unos pocos años”, informaba W illiam MacCann, “el general R osas
tom aba en Buenos Aires a todas la s m ujeres de dudoso carácter y las enviaba
a esta frontera con estrictas órdenes para su detención; en la esperanza de au
mentar la población por ese m edio.”26 Si bien la mano de obra esca sea b a , las
tierras eran abundantes. E l gobierno provincial transfirió grandes superfi
cies a m anos privadas durante los años posteriores a 1833. En septiem bre de
1834 la legislatura autorizó la distribución de cincuenta leguas cuadradas
(ciento veinticinco m il hectáreas) entre los oficiales de la fuerza expediciona
ria. E sta ley fue suplementaria por un decreto del 15 de noviem bre de 1834, se
gún el cual el general Angel Pacheco debía recibir siete leguas cuadradas
(diecisiete mil quinientas hectáreas), m ientras que las restantes cuarenta y
tres leguas cuadradas serían distribuidas entre once coroneles. Pero R osas
no sólo incorporaba nuevas tierra s; cuando volvió al poder introdujo tam bién
nueva legislación.
Rosas promovió importantes modificaciones permanentes a la estructura
legal referente a la posesión de tierras.27 Había tres m aneras de adquirir la
tierra: alquiler, compra y otorgamiento. La enfiteusis había sobrepasado ya
su período de utilidad, tanto para el Estado como para los individuos. Había fa
cilitado la explotación de la tierra, aumentado la superficie dentro de la fron
tera, de treinta y nueve mil doscientos cincuenta y ocho kilóm etros cuadra
dos, a m ás de ciento dos mil, en 1826. Pero había alentado tam bién una ex cesi
va concentración de tierras. Según las quejas presentadas en la Sala de R e
presentantes en 1827, un número relativam ente pequeño de personas había
tomado posesión de enorm es haciendas.28 Los registros oficiales de asigna
ciones por enfiteusis entre 1822 y 1830, m uestran que los Anchorena acum ula
ron ciento cuarenta y cinco leguas cuadradas (trescientas sesenta y dos mil
quinientas hectáreas); Eustaquio Díaz Vélez, ciento cuarenta y dos leguas
cuadradas (trescientas cincuenta y cinco m il h e ctá rea s); la Sociedad Rural
Argentina, ciento veintidós leguas cuadradas (trescientas cinco mil hectá
reas) ; Rojas Aguirre, cien legues cuadradas (doscientas cincuenta mil hectá-
59
V
r e a s ) ; F r ía s y C o., s e s e n ta y tr e s le g u a s c u a d r a d a s (c ie n to cmcuefl,
m il q u in ie n ta s h e c t á r e a s ) ; P a tr ic io L y n c h , s e s e n t a y tr e s leguas^
(c ie n to c in c u e n ta y s ie te m il q u in ie n ta s h e c t á r e a s ) ; J u a n Miller,^
o ch o le g u a s c u a d ra d a s (n o v e n ta y c in c o m il h e c t á r e a s ) ; Prudencj
tr e in ta le g u a s cu a d ra d a s (s e te n ta y c in c o m il h e c t á r e a s ) . D e esama
pequeño grupo de hom b res s e c o n v ir tió e n d u e ñ o y s e ñ o r d e toda la pjo|
en r e a lid a d , q u in ien to s tr e in ta y o c h o in d iv id u o s r e c ib ie r o n tres mi]^
ta s seis leg u a s cu ad rad as (o ch o m illo n e s q u in c e m il hectáreas), gja
obtuvo de e so m u y e s c a s o s b e n e fic io s , y a q u e la r e n ta d e e s a s tierrasp/t
só lo un pequeño in g reso . E n 1836 fu e d e c ie n t o n o v e n ta y ocho m ilp 3
1837, cuando exp iraron lo s a lq u ile r e s o r ig i n a le s , m u c h o s arrendataria
vech aron la oportunidad p a r a c o m p r a r d ir e c t a m e n t e su s tierras, ^
que fue m uy poco lo q u e q u ed ó e n e n f i t e u s i s . E n 1838 R o s a s duplicólos^
res de la s co n cesio n es r e s t a n t e s , q u e a lc a n z a b a n a u n a s tr e s mil quinj^}
guas cu ad rad as, q ue p r o d u c ía n s ó lo c ie n t o n o v e n t a y s e i s m il pesos
ser que, a p esa r de los p o d e r e s s u p r e m o s d e R o s a s , o qu izá gracias a ej?
ley es no se ap lica b a n d e l to d o . E l r e s u lt a d o fu e q u e , y a fu e se por favoi*
político o por o tra s r a z o n e s, a lg u n o s b e n e f i c ia d o s p o s e ía n m ás que el
leg a l (doce le g u a s c u a d r a d a s ) , m u c h o s n o p a g a b a n e l a lq u iler, y mucw
pagaban a lq u ileres m e n o r e s . E n v e z d e in t e n t a r s a lv a r el sistema de enf.
sis, R osas p refirió v e n d e r d ir e c t a m e n t e l a s t i e r r a s p ú b lica s, reuniera
dos donde y cuando fu e r a n n e c e s a r i o s . “ L a le y d e e n fite u sis prestó m,,
servicio al p ob lar los c a m p o s , in c o r p o r á n d o lo s a la a g ricu ltu ra o f '"
o rg a n iza ría vid a ru ra l, p e r o la p r o p ie d a d p r iv a d a e r a n ecesa ria despuést»
elev a r p r o g r e siv a m e n te e s a p o b la c ió n a u n m a y o r a d e la n to ”.30
La p rim era le y d e im p o r t a n c ia e n c u a n t o a la v e n ta d e tierras fue ladg
de m ayo d e 1836, q u e a u to r iz a b a a l g o b ie r n o a v e n d e r m il quinientas leg.
cuadradas de tie r r a s p ú b lic a s , e s t u v ie r a n o n o o c u p a d a s por enfiteusis.31^
jaba el p recio en c in c o m il p e s o s la le g u a c u a d r a d a e n e l territorio al nortfi
Salado, cu atro m il p e s o s p o r t i e r r a s a l s u r d e l S a la d o y h a c ia el sur hastal^
gión de T andil, y tr e s m il p e s o s p o r l a s q u e s e h a lla b a n al sur de esa lineal
tenedores d e tie r r a s e n e n f i t e u s i s te n ía n p r io r id a d p a r a com prar lo queyai
taban ocupando; no e s t a b a n o b lig a d o s a c o m p r a r , p e r o el incentivo consis
en la d u p licación d e la r e n ta c u a n d o t e r m in a r a e l p e r ío d o de enfiteusis,esi
cir, enero d e 1838. E s ta le y c o lo c ó e n e l m e r c a d o v a s t a s extensiones detien
a precios b a sta n te b a jo s y s i g n if i c ó u n g r a n a u m e n t o d e superficies depas
ra. La in ten ción e r a ir d e ja n d o d e la d o la e n f i t e u s i s y a le n ta r a los arrendá
rios a co m p ra r la s p r o p ie d a d e s q u e e s t a b a n a lq u ila n d o . U na ley posteriori
27 de julio d e 1837, e s t a b le c ía q u e la s t i e r r a s d e v u e lt a s a l E stado por falta
pago de la s r e n ta s r e s p e c t iv a s s e r í a n s a c a d a s d e l s i s t e m a d e enfiteusisytó
cidas en v e n ta . U n d e c r e to d e l 28 d e m a y o d e 1838 a n u n c ió la renovación^
en fiteu sis p a ra lo s c o n tr a t o s d e t i e r r a s s i t u a d a s e n z o n a s alejadas de lap
vin cia por un p eríd o d o d e d ie z a ñ o s , p e r o lo s a lq u i le r e s aum entaban enuñó
por cien to. A d e m á s, u n a g r a n e x t e n s ió n q u e c o m p r e n d ía la s partes delap
60
vincia m ás pobladas y valiosas quedó directamente‘fuera de la ley de enfiteu-
sis; las tierras de esa región ocupadas por enfíteusis volvían al Estado y que
daban sujetas a la venta pública de acuerdo con la ley del 10 de mayo de 1836.
Teóricam ente, las leyes de ventas de tierras permitían que compraran
los pequeños arrendatarios de la enfiteusis, y que se compraran las pequeñas
estancias en cam pos no comprendidos por la enfiteusis. Sin embargo, la reali
dad fue que, con la ley de 1836, unas doscientas cincuenta y tres personas to
maron en propiedad mil doscientas cuarenta y siete leguas cuadradas de tie
rras, y los nom bres de los grandes compradores eran casi idénticos a los de los
grandes arrendatarios bajo el régim en de enfiteusis, los Anchorena, Diaz Ve
lez, Álzaga, Arana, Lastra y Senillosa.32 Por el decreto de 1838 se vendieron
mil novecientas treinta y seis leguas cuadradas, y otra vez dominaron las ven
tas los m ism os intereses. De acuerdo con una estimación, en 1840, tres mil
cuatrocientas treinta y seis legu as cuadradas de la provincia estaban en m a
nos de doscientas noventa y tres personas. Después de 1838 el sistem a de enfi
teusis quedó extinguido. El gobierno de Rosas favorecía a la propiedad priva
da: respondió positivam ente a la demanda de tierras y a la preferencia por la
compra. Además, existía la esperanza de un aumento en los ingresos origina
do en las ventas.
Los precios de venta fijados en 1836 eran bajos y resultaron aun más bajos
por la depreciación m onetaria. Sin em bargo, parecía que, a corto plazo, el
problema no consistía en la disponibilidad de tierras sino en la falta de deman
da. Éste al menos era el punto de vista del Tesoro, ansioso de recoger un ingre
so inmediato. Los terratenientes tenían una perspectiva diferente: estaban
dispuestos a com prar, pero en el m om ento en que ellos quisieran y en sus pro
pios térm inos. Hacia fines de 1838, R osas expresó su decepción por la lentitud
en la venta de tierras ofrecidas en 1836. En realidad, habían producido un mi
llón sesenta y dos mil pesos en 1839, pero sólo ciento un mil en 1840, y después
de eso, nada, según el informe del Tesoro.33 Entre las diversas razones existen
tes para la lentitud de la dem anda no figuraba el precio de las tierras ; se ha
bía mantenido bajo, y aun se deprim ió m ás por la cautela de los comprado
res. Había dos precios para la tierra, el oficial y el de mercado. La legislación
había establecido un precio oficial bajo. E l precio de mercado era también
bastante bajo, y a que no era m ucha la gente en condiciones de pagar por la tie
rra. E l precio oficial para la s tierras que se extendían hasta el Río Salado era
de cuatro mil pesos la legu a cuadrada, com o hem os visto ; el precio de merca
do se encontraba entre cinco m il quinientos y seis m il pesos. Más allá del Sala
do, el precio oficial de tres m il p esos tenía un precio paralelo de mercado de
cuatro m il a cuatro m il quinientos pesos. En la década de 1840, MacCann que
dó im presionado por el bajo precio de la tierra sobre la frontera más allá de
Tandil, y durante todo el período de R osas el de las tierras fue un mercado que
favoreció a los com pradores.34 V arios factores mantenían bajo el precio de la
tierra. Uno de ellos fue la propia práctica del gobierno de emitir certificados
de recom p en sas m ilitares, entregando tierras a los ocupantes según servicios
61
prestados; había tantos de esos certificados en circulación (tal vez cerca de.
ocho mil quinientos, contando tanto a los soldados como a los oficiales) que el
precio de la tierra cayó por simple abundancia de la oferta.35 Porque muchos
soldados recibían esos certificados y de inmediato los vendían, y los compra: .
dores se hallaban en buena posición para mantener bajos ios precios; efecti
vamente, ellos preferían muchas veces comprar en ese mercado privado de
tierras en vez de favorecer al del gobierno.
En vista de la lenta respuesta a la ley de tierras de 1836, se ofrecieron más
incentivos: los pagos podían hacerse en'cuotas, en documentos del Tesoro, y
aun en ganado hasta el cincuenta por ciento del total. Una cantidad de com
pradores pagó sus.tierras con caballos y vacunos que entregarían al go
bierno en fechas futuras y. por lo general, en ios fuertes de frontera. Otra for
ma de ahorrar en la compra de tierras era adquirir ganado con la tierra, ya
' que el costo de 3a compra privada de ganado era siempre mucho más bajo que
los precios que le ponía-el Estado. En 1836, por ejemplo, cuando un novillo cos
taba de treinta a treinta y cinco pesos, Nicolás Anchorena obtuvo un contrato
con el Estado para abastecer de ganado al fuerte de Bahía Blanca, a cuarenta
y seis pesos por cabeza. De esta manera, la clase de ios estancieros usaba a l .
Estado para enriquecerse. Ño obstante, hacia fines de 1837 las ventas aún no
progresaban y el Tesoro seguía sin percibir sus esperados ingresos. Entonces,
durante 1838 y 1839, el bloqueo francés a Buenos Aires causó una declinación
en la demanda de tierras al provocar una escasez de dinero efectivo y cortar:
la salida a las exportaciones de las estancias. Más aún, la política de terror y
confiscación aplicada por el régimen a sus opositores creó una sensación de.
inseguridad que deprimió los valores de las tierras y atemorizó a los compran
dores. El gobierno se encontró con tierras sin vender en sus manos y deudas
impagas en sus cuentas. Como alternativa a la venta, en consecuencia, Rosas
decidió regalarla tierra. Éste fue el lógico final del mercado de compradores.
El régimen operaba mediante un sistema de recompensas y castigos. Se.
otorgaban las tierras a los partidarios como recompensa por lealtad, o eñ lu
gar de salarios para soldados y burócratas. La tierra se convirtió casi en mo
neda o en fondo de salarios y pensiones. La Campaña del Desierto fue el punto ;
de partida, y Rosas en persona el primer beneficiario. Por ley del. 6 de junio de
1834; la asamblea le otorgó la propiedad de la isla de Choele-Choel, en el Río
Negro, Luego, por ley del 30 de septiembre de 1834, fue autorizado a cambiar la
inhospitalaria Choele-Choel por otras tierras ubicadas donde él quisiera “en
propiedad absoluta para él, sus hijos y herederos, hasta la cantidad de sesen
ta leguas cuadradas de tierras de pastura provenientes de la hacienda públi
ca. ” También se entregaron tierras públicas, por ley del 30 de septiembre de
1834, a ios oficiales superiores que habían tomado parte en la Campaña del
Desierto, hasta un total de cincuenta leguas cuadradas. Un decreto deí 25 de
noviembre de 1834 aplicó esta ley al general Angel Pacheco, quien recibió sie
te leguas cuadradas, y a once coroneles, entre quienes se dividió el resto. Una
ley del 25 de abril de 1835 autorizaba al gobierno a distribuir hasta un total de
62
dieciséis leguas cuadradas entre los soldados de la División de los Andes que
habían-tomado parte en la expedición al Desierto.36 A la Rebelión del Sur, en
í octubre de 1833, siguieron castigos para-algunos y recompensas para otros:
Una ley del 9 de noviembre otorgaba tierras (con permiso para venderlas) a
TI los militares que habían aplastado la rebelión y a los civiles que se mantuvie
ii
1 ron leales. Estas cesiones- comersndían desde seis leguas cuadradas cara los
i .generales, cinco para los coroneles, hasta media legua cuadrada para los su
boficiales y un cuarto para los soldados.37 Otra ley. del 17 de diciembre de
1840-, otorgaba recompensas en sanado bovino y ovino a los oficiales partici
pantes en la bátalla de Sauce Grande, y posteriores.decretas daban beneficios
similares a quienes hubieran intervenido en otras victorias federales. Y asi la
política de Rosas con respecto a las tierras culminó en un amplio sistema de
compensación a las incorporaciones militares.. Había comenzado con el des
plazamiento hacia el sur de la frontera y el incremento de tierras disponibles.
Terminó luego con los alquileres de la enfiteusis, continuó después mediante
la venta de tierras a bajo precio. y finalizó regalándolas. Servía a los intereses
de los estancieros y saladeristas. "Ningún otro grupo social”, se ha observado
acertadamente, "obtuvo mayores beneficios del régimen de Rosas, ni hubo
grupo alguno más interesado íntimamente en mantener intacto el régi
m en.”38
Así como las leyes sobre tierras y los valores de éstas favorecían a los es
tancieros, también la política financiera de Rosas los beneficiaba. En 1829—y
otra vez en 1835— heredó un fuerte déficit, una moneda depreciada y una gran
deuda pública. Al liquidar el Banco Nacional abandonó cualquier intento de
restablecer el valor oro del peso. Siguió en cambio una política financiera con
servadora, cortando el gasto, mejorando la recaudación de impuestos y es
quivando cualquier redistribución social de recursos. El grueso de los ingre
sos, normalmente un ochenta a un noventa por ciento, continuaba teniendo
origen en ios impuestos aduaneros. A excepción de los años 1839 y 1846, cuando
el bloqueo interrumpió el comercio exterior y el ingreso aduanero disminuyó,
las sumas percibidas crecían cada vez m ás; de diez millones de pesos en 1835
a sesenta millones en 1850
La contribución directa, un impuesto sobre el capital y la propiedad, ha
bía sido introducida por la administración de Rivadavia en 1822, como alter
nativa para una recesión excesiva de ios ingresos de aduana. Pero no dio los
resultados esperados.40 Los índices eran demasiado bajos y no se habían he
cho previsiones para la depreciación de la moneda. Los contribuyentes eran
| virtualmente sus propios inspectores de pago. Los propietarios podían tasar
ii sus propiedades en valor oro y pagar el impuesto, calculado sobre la base de
j- un porcentaje, en pesos papel; la Sociedad Rural Argentina, por ejemplo, pa
gaba sólo quinientos cuarenta pesos papel por una estancia con capacidad
para diecinueve mil cabezas de ganado^ Como no se había efectuado un censo
estatal ni una valuación de propiedades, quedaba a juicio del contribuyente la
estimación de los valores a efectos del pago del impuesto. “E l impuesto a la
63
propiedad", afirmaba un observador británico, “del que se esperaba algo
considerable, produce sumamente poco por año—apenas doscientos mil dóla
res— y esto, debido a los abusos que prevalecen en el cobro, ha sido pagado
por la porción menos opulenta de la comunidad. ”4i Por decreto del 28.de mayo
de 1838. Rosas duplicó la contribución directa sobre 3a base de que el ingresó'
aduanero había mermado mucho por el bloqueo y que los contribuyentes su
bestimaban sus riquezas. La asamblea, que era generalm ente insensible con
respecto a los asuntos financieros, reaccionó de inmediato frente a los nuevos
índices creando una alternativa para los años siguientes. La ley del 12 de-abril
de 1833 mantenía ios índices establecidos en 1823 pero convertía al impuesto
en universal; además, formaba comisiones locales para valorizar la propie
dad. con la esperanza de lograr un registro oficial de la riqueza imponible.
Pero las comisiones estaban compuestas por funcionarios locales—jueces de
paz y alcaldes— que se encontraban bajo la influencia de los terratenientes y
atados a los intereses de éstos. De modo que el producto de este impuesto se
mantuvo bajo, alrededor de un millón de pesos por año y, a veces, ochocientas
mil pesos solamente. En 1841, Rosas adquirió una nueva valoración, pero-la
asamblea no aceptó y él no insistió en el tem a; durante la década de 1840 se fue
permitiendo a los contribuyentes cada vez mayores atrasos en los pagos,42En
1850, cuando los ingresos totales alcanzaron la cifra pico de sesenta y dos mi
llones de pesos (en moneda depreciada), la contribución directa, sólo produjo
alrededor de un tres por ciento del total. Aun así, los capitales invertidos en la
industria y el comercio pagaban bastante más de la mitad de la recaudación
por contribución directa. De manera que, la parte del ingreso total'correspon
diente a los terratenientes y a los criadores de ganado era pequeña. Según Pe
dro de Angelis: “El dueño de una estancia de treinta mil cabezas de ganado ¡
que en el estado actual de nuestras fortunas figura entre los más ricos hacen
dados del país, podrá cancelar su cuenta corriente con el erario, entregando el
valor de cuatro novillos ” 43
Rosas prefería casi cualquier otro expediente antes que aumentar los im
puestos y perturbar su base de poder. Había unas pocas y simples alternati
vas, Podía solucionar el déficit del gobierno mediante una reducción de los
gastos. Era particularmente agresivo con respecto a los gastos sociales, tales
como educación, bienestar y obras públicas. En 1838 el gobierno retiró un sub
sidio a la Universidad de Buenos Aires, que llegó casi a expirar en los últimos
días del régimen en que el cuerpo de profesores quedó reducido a tres titula
res impagos.44 Rosas podía también tomar préstamos e imprimir moneda.
Hasta marzo de 1840 el gobierno hizo sucesivas emisiones de bonos y, hacia fi
nes de dicho año, la deuda a largo plazo de la provincia llegaba a casi treinta y
seis millones de pesos. Los servicios de esta deuda se cumplieron -puntual
mente y, en 1850, sólo quedaban por satisfacer trece millones setecientos mil
pesos de fondos públicos. Rosas-tuvo que evitar un gran endeudamiento a lar
go plazo, ya que, los únicos capaces de apoyarlo, ios estancieros, preferían la
inflación. Por lo tanto, el gobierno recurrió a k prensa impresora. Comenzan-
64
do con quince millones doscientos mil pesos en moneda papel, en 1836. las su
cesivas emisiones llevaron la suma a un total de ciento veinticinco'millones
doscientos mil pesos en el momento de la finalización del régimen,45 Por lo
tanto, Rosas fue-responsable de haber emitido ciento nueve millones nove
cientos mil pesos en poco más. de once años. Éste fue el sistema financiero de
Rosas. Ésta fue su manera de afrontar los déficit evitando la quiebra, los pedi
dos de préstamos y la presión impositiva. La emisión de papel moneda, por
supuesto, provocaba la suba de precios y deprimía los salarios, causando así
una redistribución de ingresos desfavorable a los sectores pobres. Los terra
tenientes no objetaban esto; aceptáronla inflación del papel moneda como al
ternativa preferible a ios préstamos forzosos y a mayores impuestos.
Alentados por las leyes, los precios y la política fiscal, los estancieros tu
vieron acceso al mundo que efectivamente Rosas Ies había prometido. Él
. provocó la transferencia masiva de la propiedad pública al dominio privado.
En lugar de arrendatarios del Estado creó una élite de terratenientes, que po
seían ahora algunas de las haciendas más grandes dei mundo. La política de
Rosas con respecto a la tierra tenía un obvio objetivo económico en el hecho
de que buscaba promover al máximo los bienes de mejores posibilidades de
exportación. Descansaba, además, sobre ciertas ideas sociales y reforzaba el
poder del dueño de la tierra por sobre el trabajador, Pero tuvo también eonse-’
cuencias políticas. Porque la tierra era el más rico medio de patronazgo dispo
nible, un arma para Rosas, un sistema de bienestar para sus partidarios. Ro
sas era el gran patrón, y los estancieVos eran sus dientes. En este sentido,
el rosismo era menos una ideología que un grupo de intereses, un foco de pro
piedad antes que de principios.
Uno de los'principales instrumentos para la asignación de tierras eran los
boletos de premios en tierras, certificados que premiaban los servicios mili
tares. o campañas particulares, o simplemente servicios para el Estado. La
exitosa Campaña del Desierto de 1833, y el aplastamiento de ia Rebelión del
Sur en 1839 fueron ocasiones para pródigas cesiones de tierras. A. veces estos
certificados se otorgaban efectivamente en reemplazo de salarios y pensio
nes ; una de ¡as razones por las cuales se recompensaba con ellos a los solda
dos y civiles leales después de la Rebelión del Sur fue que el gobierno carecía
de fondos para darles recompensas monetarias. En total se expidieron unos
ocho mil quinientos boletos. ¿Se justificaba el sistema? ¿No era deber de los
soldados y civiles servir al gobierno y oponerse a la rebelión? ¿No se recom
pensaba habitualmente a la lealtad con medallas u otros honores ? El hecho es
que, con Rosas, el otorgamiento de tierras era parte de una operación políti
ca, que presentaba al caudillo como distribuidor de patronazgo y a los clientes
como objeto de interés. Quienes menos aprovechaban los boletos de
premios eran los soldados en acción en el frente; se hallaban a mucha distan
cia de Buenos Aires y no podí an presentarse personalmente en la eapital para
redam ar su recompensa; tampoco tenían los contactos necesarios para ase
gurar un pronto despacho de papeles y documentos. Otros morían en servicio
65
activo y otros, finalmente, se limitaban a atesorar sus certificadqs. Todavía
después de 1852 debían entregarse tierras a quienes presentaban certificados;
Y si los vendían, era muy probable que obtuvieran precios muy bajos en el
mercado de compradores. En 1849, por ejemplo, Prudencio Rosas compró a
un oficial certificados por dos leguas cuadradas, a mil quinientos pesos la.le
gua. Por lo tanto, relativamente pocos soldados recibían sus premios, y eran
aun menos los que reclamaban sus tierras. Por otra parte, la inclusión de civi
les en el sistema ocasionó un verdadero reparto de certificados a gente que se
deseaba favorecer, incluyendo representantes diplomáticos, argentinos en
Europa y en los Estados Unidos, quienes sólo supieron de la Rebelión del-Sur
después de su finalización, el director de la Biblioteca Nacional, el portero de
la Casa de Gobierno y los carceleros de la prisión de Buenos Aires. Es decir
que el proyecto estaba lejos de ser igualitario y nada hizopara modificar Ia.es-
tructura agraria.
Los certificados por menos de una legua eran virtuaímente inútiles en
manos de los soldados o los pequeños burócratas, en momentos en que el pro
medio de las estancias existentes era de ocho leguas cada una. Y la tierra en sí
misma, sin capital, ganado, y un buen capataz, era un dudoso bien para un re
cién iniciado. Pero en manos de gente que ya terna estancias, los certificados
constituían un poderoso instrumento para adquirir nuevas propiedades pro
venientes del sistema de eníiteusis o de nuevas ubicaciones. Más del noventa,
por ciento de los certificados de tierras otorgados a los soldados y civiles ter
minó en manos de los terratenientes o de quienes estaban luchando para
llegar a serlo.46 La gente de menores recursos vendió sus certificados
de tierras a especuladores o a quienes podían comprar. En otros cases-,
gente poderosa -recibió los certificados de sus protegidos o dependientes o los
obtuvo en nombre de sus servidores militares. Todo funcionó, con la ayuda de
una administración condescendiente, para lograr la extensión de las propieda
des existentes, el fortalecimiento de los privilegios y la consolidación de la clase
de los estancieros. Llevé también refuerzos ai campo político de Rosas. Pern
la ganancia de una persona era también la pérdida de otra.
La contraparte de los otorgamientos de tierras eran las confiscaciones de
tierras, concebidas para castigar o impedir la oposición. Sus representantes
podían haber sido encarcelados o exiliados sin dañar a sus familias o debilitar
sus posibilidades. Pero la pérdida de la propia hacienda realmente perjudica
ba. Era también una guerra económica. Mientras que las confiscaciones cor
taban recursos a la oposición y los medios para reclutar peones, proporciona
ban al gobierno una fuente de ingresos y de patrocinio. ¿Había algún elemen
to de populismo en la política de Rosas? Si lo había, era sólo una derivación de
su principal propósito.
Dé ios arrestos efectuados en la ciudad, la mayoría eran hombres ricos, siendo sus pro
piedades, con toda seguridad, el verdadero objeto de la acusación. A veces se decía pue,
cuando el gobernador deseaba obtener la propiedad de algún individuo, lo denunciaba
primero como unitario, teniendo así un pretexto para la confiscación.1,7
66
Inevitablemente, las confiscaciones golpeaban a los ricos más que a los
pobres..
Por decreto del 21 de mayo de 1835, Rosas dejó sin efecto la pena de confis
cación: “Queda abolida para siempre la pena de pérdida y confiscación gene
ral de bienes-en todos casos, sin excepción alguna... no podía aplicarse para
Castigo de ninguna d ase de delito”.48 Esto nc era tan generoso como parecía,
porque sólo abolía la “ confiscación general”. No se refería a otros casos, tales
como la confiscación de objetos preciosos, o cargas de contrabando, o dinero
para pagar una multa, porque en estas confiscaciones particulares o parcia
les las leyes de la tierra aún se aplicaban. Además, las confiscaciones podían
tomar varias formas, tales como la conscripción de víctimas en el ejército,
por unitarios. Para pagar su liberación tenían que entregar una cantidad de
perseñeros, o substitutos, o abonar una contribución en dinero, o ambas co
sas. E l número de personeros entregados de esta manera alcanzaba, al 12 de
febrero de 1840, a quinientos dos. casi un batallón. Algunos unitarios se vieron
obligados a presentar cinco, diez, o aun veinte o más personeros, y miles de
pesos.49Estas penalidades menores quedaron pronto sobrepasadas, para vol
ver a la medida total de confiscación.
La ley fundamental de expropiación fue el decreto del 16 de septiembre de
1840, emitido en un momento en que el régimen se hallaba sometido a una pre
sión extrema por el poder combinado de los franceses y los unitarios.50 Según
el mismo, cualquier propiedad de unitarios —mercaderías, tierras, propieda
des urbanas, acciones, y propiedades rurales— debía responder por el daño
causado por el general Lavalle; mientras tanto, quedaba prohibida su venta o
hipoteca. El propósito era sufragar los gastos extraordinarios en que había in
currido el Estado por la invasión y recompensar a ios individuos privados per
judicados en la misma acción. El decreto amenazaba con la ruina a toda fami
lia que tuviera un miembro del lado unitario. También aquellos federales
cuya lealtad estaba en duda sufrieron similares efectos, como lo muestran al
gunos ejemplos.
Marcelino Galíndez peticionó a Rosas que se levantara la orden de confis
cación sobre su estancia en Arroyo de las Flores, una propiedad que adminis
traba su hijo, y de la cual poseía la mitad. Cualesquiera fuesen las opiniones
políticas de su hijo, él protestó, porque personalmente había sido siempre un
honesto federal, que sirvió a la causa con todos sus recursos desde 1820, como
¡Rosas muy bien lo sabía.51 Otro federal, Pedro Capdevila, propietario de una
estancia en Chaseomús, explicó a Rosas que “por uno de aquellos incidentes
que ofrece toda revolución, mi familia y yo somos victimas de un infortunio” .
Después de leales y largos servicios a la causa federal, reclamaba, la revolu
ción de 1839 lo sobrepasó en Chaseomús. Los rebeldes, al mando del “salvaje
CasteHr1.llegaron a su estancia, mientras él se encontraba cuidándola seguri
dad de su familia “para disponerme a partir”, llegaron las fuerzas del gobier
no. Él se presentó de inmediato al general Prudencio Rosas y je dieron varías
.tareas a cumplir, antes de que tuvieran que sacarlo enfermo. Mientras se ha-
6?
liaba convaleciente-en Buenos Aires, se enteró, de que habían,confiscado su
estancia'en Chascomus y peticionó en vano al gobernador para que se la de
volvieran. Peor aún, su pena incluía una “clasificación odiosa, que yo no me
recía” como sospechoso político. Por lo tanto, cuando La valle invadió la pro
vincia y se desarrollaron los hechos de abril de 1842. a pesar de su tranquilidad
de conciencia, temió por su vida y huyó a Montevideo, un exilio donde conoció
en forma directa “la protervia del salvaje bando unitario". Ahora había re
gresado a Buenos Aires y, por el bien de su familia, imploraba a Rosas que lo
escuchara.52 Pero una vez perdido el favor era muy difícil recuperarlo , y las
peticiones de este tipo se encontraban normalmente con un helado silencio.
En cuanto a Rosas. las confiscaciones le permitieron alimentar y montar
a su ejército, recompensar a sus seguidores, subsidiar a sus indios amigos, y
mantener en marcha todo su sistema. Años más tarde, en Southampton, pidie
ron a Rosas un comentario sobre los motivos de este decreto, y él respondió:
“Si he podido gobernar 30 años aquel país turbulento, a cuyo frente me puse en plena anar
quía y al que dejé en orden perfecto, fue porque observé invariablemente esta regla de con
ducta: proteger a tbdo trance a mis amigos, hundir por cualquier medio a mis enemi
gos ”.K
68
plómente marcadas como tales. Las confiscaciones comprendieron quinientas
estancias y .casi un millón de cabezas de ganado, valuadas en. quince.millones
quinientos'mil pesos.55 Los críticos unitarios denunciaron amargamente esta
política:
"La confiscación ha pesado sobre esa sociedad en una escala inmensa. La propiedad de las
ciases acomodadas ¿asido sin exageración, ei botín puesto a disposición de los asesinos or
ganizados. Escribimos a presencia de miles de testigos y de víctimas. La fortuna de mu
chos propietarios opulences, que hoy están en suma miseria en Montevideo, ó en ios otros
estados limítrofes de la República Argentina, ha sido repartida entre los hombres que Ro
sas "na lévániádo déi cieno, y iá gozan a la vista del pueblo de Buenos Aires. Sólo una míni
ma parte de ia propiedad comiscada, y ésta vendida a vilísimo preció, ha entrado en el Te
soro de Buenos Aires”.56
6S
provincia, y ellos eran virtuahnente los únicos que recibían total protección de
la ley. Quienes poseían ya estancias disfrutaban de una posición privilegiada;
=otros compraron tierras muy baratas, confiados en el futuro. Y la libertad con
respecto a las leyes de herencia locales les permitía disponer de sus propieda
des como quisieran. Así procedió Rosas, en otros aspectos aclamado por cons
picuo nacionalismo, para promover la penetración extranjera en la economía
argentina. Las circunstancias fueron destacadas por el terrateniente británico
■ Wilfrid Latham:
La protección que aseguraban sus “tratados” a ios extranjeros, ios colocaba, en estas cir
cunstancias, en ventaja por sobre ios nativos, dado que ios primeros estaban completa
mente exceptuados del servicio militar y de las contribuciones forzosas, menos los caba
llos, que se consideraban elementos de guerra: y cualquier daño a sus propiedades, o 3a
toma de su ganado en guerras internas, dabs lugar a reclamaciones de compensación, de
acuerdo con los tratados existentes, Alentados por el bajo precio de ia tierra y la mayor se
guridad de que disfrutaban, los extranjeros, y más especialmente los británicos, compra
ron grandes superficies de tierras ofrecidas en venta.,/'8
Como observaba Mansüla: “Se tuvo suerte si se era inglés en aquel enton
ces ” . Y Tomás de Anchorena se quejó amargamente a Rosas por el favoritismo
demostrado hacia los extranjeros: “Las excesivas generosidades que está Vd.
dispensando a los gringos me tienen de muy mal h u m o r/58La verdad es que los
colaboradores cercanos de Rosas gozaban de los mismos privilegios y.compa-
rabie seguridad. Y ei mejor ejemplo eran ios Anchorena.
La estructura erigida por Rosas era apropiada para 3a concentración de la
propiedad. En el período comprendido entre 1830 y 1852, la superficie ocupada
de la provincia creció en un cuarenta y dos por ciento como consecuencia de la
Campaña del Desierto y el mejoramiento de relaciones con los indios. Pero el
crecimiento de la superficie de las tierras no fue equiparado por un aumento del
número de establecimientos —veintiocho por ciento—, ni en el número de pro
pietarios —diecisiete por ciento—, indicaciones éstas de una concentración aún
mayor en manos de un pequeño grupo. Esto ocurría en la frontera. En la zona
intermedia y en las proximidades de Buenos Aires había una mayor competen
cia por las tierras, una mayor variedad de propiedades, mayor difusión de ia
tierra y tal vez un cambio de posesión más rápido. Sin embargo, tomando la
provincia’como un todo, la base dé una estancia típica podía comenzar con unas
veinte mil hectáreas y triplicarse en tamaño, hasta las sesenta mil hectáreas
hacia. 1855, y ésta posiblemente era sólo una de un-grupo de estancias pertene
cientes ala misma.familia en diferentes partes de la provincia. Podía tener.casi
diez mil cabezas de ganado, mas de mil caballos, y mil ovejas merino, mientras
que, ios estancieros más progresistas estarían ya mejorando sus existencias
mediante la cruza de razas. La estancia tendría también cantidad de berra-
mientas y equipos, puestos de adobe, una granja con huerto y, por lo general,
una gran casa principal.
70
En este período, de acuerdo con el Maps Catastral de 1836, predominaban
las grandes propiedades (de más de cinco mil hectáreas) que constituían el se
tenta y seis con ochenta y nueve por ciento del total. Sólo un cuatro con ochenta
y cinco por ciento eran propiedades de menos de diez mil.quinientas hectáreas,
En 1830. novecientos ochenta terratenientes poseían las cinco mil quinientas
dieciséis leguas cuadradas (trece millones ochocientas mil hectáreas) de tie- .
iras ocupadas en la provincia d&Buenos Aires: de éstos, sesenta propietarios
monopolizaban casi cuatro mil leguas cuadradas, es decir, un setenta y seis por
ciento.60En el período transcurrido entre 1830 y 1852, las tierras ocupadas au
mentaron a seis mil cien leguas cuadradas, con setecientos ochenta y dos pro
pietarios. De éstos, trescientos ochenta y dos propietarios monopolizaban el
ochenta y dos por eient-o de las posesiones de más de una legua cuadrada, mien
tras que doscientos propietarios, o sea un veintiocho por ciento, monopolizaban
ei sesenta por ciento d élas posesiones de más dé diez leguas cuadradas. Había
setenta y.cuatro propiedades de más de quince leguas cuadradas (treinta y sie
te mil quinientas hectáreas), y cuarenta y dós propiedades de más de veinte le
guas cuadradas {cincuenta mil hectáreas). En las proximidades de las ciuda
des. donde algunas pequeñas .granjas se habían dividido sucesivamente entre
descendientes, se encontraban algunos minifundios. Pero eran pocos en núme
ro. En el período de 1830 a 1852 hubo'trescientas treinta y siete propiedades de
superficies comprendidas entre una y tres leguas, que en total significaban qui
nientas veintinueve leguas, es decir. el uno por ciento de la extensión total de las
tierras en uso. Éstos eran minifundios sólo para las pautas de las pampas. Es
que en ese periodo, el tamaño era importante; en realidad, era lo único que im
portaba. Da tecnología era primitiva: el único criterio de éxito era el número de
animales. No había selección, ni cuidados, ni alimentación especial: simple
mente la producción en m asa de cueros crudos, sebo, grasa, cuernos, y otros
productos de las bestias criollas. Todo esto producía buenos rendimientos sobre
las inversiones. “Se ha comprobado que los establecimientos ganaderos de este
país producirán un incremento cierto de más del treinta por ciento por año, con
un gasto anual insignificante,”61
La transferencia de tierras, representaba un movimiento de capital. La m a
nera más rápida y efectiva de desarrollar una gran hacienda era invertirlos be
neficios urbanos. Es cierto que, bajo ei gobierno de Rosas, la tierra se adquiría
todavía en pocos casos directamente a través de viejos títulos o.mediante acti
vidades rurales exclusivamente. Pero el estanciero más característico, espe
cialmente a partir de 1820, fue el capitalista de ía dudad. Era con frecuencia un
jefe de familia que había llegado a la colonia a fines del siglo dieciocho, como
comerciante o funcionario y, posteriormente, él o su hijo habían invertido
en tierras y ganado. Esto motivó una nueva relación social en la estancia..de
terminada por la diferencia entre eí comerciante-estanciero que residía en la
ciudad, y su administrador, que vivía en el campo y era completamente depen
diente de su empleador. Los inversores de capitales provenientes de la ciudad es
taban en sxtuación de ganar las mayores concentraciones de tierras, de participar
en todas las etapas de producción, desde las pampas hasta el puertoy, en gene
ral,- de dominar la economía rural. No eran terratenientes abseníistas sino m ás
hien administradores de la terminal de mercado de su empresa, mientras sus
empleados supervisaban la producción rural. Una variación de este modelo
eran aquellos comerciantes-estancieros que .trabajaban en sociedad con sala
deristas extranjeros; también ellos tuvieron que adquirir sus propiedades éñ
tierras y ganado mediante la inversión de capitales.
Dentro de la clase de los propietarios había diferencias de escala económi
ca y nivel social.82Pedro Trápani fue un ejemplo de los más pequen os, propieta
rio visible de un saladero (en realidad pertenecía a Lord Ponsonby). terrate
niente y dueño de ganado, que tenia doscientos doce mil pesos de capital total en
el momento de su muerte. En el nivel medio estaba Juan José Yiamonte, dueño
de siete leguas cuadradas y señor de numerosos peones, gobernador en ejerci
cio en dos ocasiones y diputado durante más de siete años. En lo m ás alto de la
escala estaban los Anchorena, Nicolás de Anehorena comenzó como comer
ciante en la década siguiente a 1810; entre 1820 y 1830 realizó fuertes inversiones
en tierras y, en 1852 habían acumulado trescientas seis leguas cuadradas. Era so
cio de saladeristas argentinos y extranjeros, abastecía carne para el matade
ro, prestaba dinero ai Estado, vendía ganado a los fuertes de frontera, fue
miembro de la asamblea desde 1827 hasta 1852, y consejero permanente de Ro
sas. ¿Cuál era el secreto de su éxito?
E l fundador del imperio comercial de los Anchorena era un inmigrante
vasco que había llegado a Buenos Aires en 1765 y abierto una modesta pulpe
ría. Legó a sus tres hijos suficiente experiencia y capital como para permitir
les hacer una fortuna en el, comercio, y luego trasladar su capital hada la tie
rra. Como no tenían conocimientos de ganadería. Rosas se convirtió en su ver
dadero asesor y comprador en el mercado de tierras y permaneció estrecha
mente ligado a sus intereses rurales. Era el experto del grupo en cuanto al va
lor de las tierras, su capacidad productiva y potencial exportador. Con su ayu
da los Anchorena aprovecharon la ley de enfíteusis para adquirir grandes su
perficies a muy bajos alquileres, a veces impagos, transfiriéndolas más tarde
como propiedades absolutas. Primero invirtieron en tierras para ganadería,
en 1818. que se expandieron con el desplazamiento de lairontera y el agranda-
mienío del mercado, y se transformaron en los mayores terratenientes de la
Argentina en ia década de i860, con veintitrés diferentes propiedades en la
provincia de Buenos Aires, decenas da miles de vacunos y caballos, y varios
cientos de peones. Desde 1821 Rosas fue el administrador de tres estancias
que pertenecían a Juan José y Nicolás de Anchorena; Las Dos Islas, Los Ca
marones, y E l Tala. En 1824 ratificólos límites de Los Camarones, y en el m is
mo año compró para sus primos las cuarenta y ocho leguas cuadradas que
pertenecían a J. J. Ezeíza en Marihuincuí, por un precio de ocho mil pesos.
Entre 1825 y 1826 ios Anchorena “denunciaron” las estancias Los Toldos y El
Sereno, Las Achiras y Las Averías. También eran dueños de Los Montes del
Tordillo, Montes Grandes y Morón. Rosas les ayudó a poblar estas estancias
con buen ganado, a manejarlas como una sola empresa, a emplear su fuerza
de trabajO'V:controlar sus capataces y, cuando llegó a la gobernación, a obte
ner lucrativos contratos con el estado para proveer a las guarniciones de fron
tera y otros establecimientos militares. En la cláusula veinticuatro de su tes
tamento. escrito en 1862 en un relativamente empobrecido exilio, Rosas recla
maba setenta y ocho mil quinientos cuarenta y cuatro pesos a los Anchorena,
“el precio de mis servicios y de mis gastos en su beneficio", durante erperíodo
de 1818 a 1830, cuando había creado y administrado para ellos varias estan
cias.65
El grupo Rosas-Ánchorena no adquirió estancias en busca de prestigio o
por una obsesión de cantidad; ni compró tierras en el margen de la econo
mía, ni para dejarlas desocupadas. Lo dirigía la ambición, la búsqueda de
beneficios, la atracción del poder, y sus métodos eran estrictamente comer
ciales. Sus estancias estaban situadas, en zonas bien regadas, al norte del Sa
lado, donde el campo era de buena calidad y próspero, los pastos cortos y de
un intenso color verde, superficies tachonadas con macizos de trébol y cardo y
marcadas con cuevas de vizcacha. Eran modelos'de industria y producción,
con rendimientos que alcanzaban el límite dé su capacidad. Y sus propieta
rios no eran enemigos de la agricultura, ya que producían para su propio in
tercambio de granos, La expansión de los Anchorena se puede apreciar en sus
exportaciones:
73.
tes a Rosas. Terrero y Compañía y estaba formado por varias estancias: Los
Cerrillos, San Martín y El Rey. que tenían en conjunto unas trescientas mil
cabezas de ganado; y aparte de esto, Rosas tenía tierras en Santa Fe. Corría
el ano 1830. D e allí en adelante, la magnitud de sus propiedades es difícil de
calcular con exactitud. Además de las tierras acumuladas por su empresa
privada, también recibió cesiones del Estado. Durante toda su vida, las re
compensas obtenidas por servicios públicos tomaron la forma de tierras. El
premio más espectacular fue la isla de Choele-Ghoel, que le fuera otorgada
por la asamblea al S de junio de 1834, después déla Campaña del Desierto.87El
pidió que se la cambiaran por un. otorgamiento de tierras equivalente, a su
propia elección, sobre la base de que esa isla era demasiado importante para
que el Estado perdiera su posesión. El “equivalente” calculado por Rosas fue
ron cincuenta leguas cuadradas, dos veces el tamaño de la isla ; y cuando llegó
el memento, la asamblea votó en su favor la cesión de sesenta leguas cuadra
das de tierras aptas para ganadería, superiores y más accesibles en la provin
cia. En 1837, Rosas, Terrero y Compañía fue liquidada por acuerdo mutuo. La
■estancia San Martín y las tierras ubicadas más allá del Salado quedaron para
Rosas, mientras que Terrero tomó Los Cerrillos.® Pero esta reorganización
no afectó al grueso de las tierras de Rosas, que se encontraban fuera de los ac
tivos de la Compañía. Y si sus estancias estaban en alto nivel, sus propiedades
urbanas no eran menos considerables,
Podría alguien preguntarse, dijo, ¿por qué construyó semejante casa en ese lugar? La
había construido con el propósito de luchar contra dos grandes obstáculos: la obra co
menzó durante el bloqueo francés: como ei pueblo se hallaba en esos momentos en un es
tado de gran excitación, quiso calmar la opinión pública mediante una demostración de
confianza en un Suturo estable: y al erigir su casa en un sitio tan poco apropiado se propu
so dar a sus compatriotas un ejemplo de lo que podía hacerse para superar obstáculos
cuando existía la firme voluntad de"lograrlo.7® * "
74
TABLA I
Mayores terratenientes en la Provincia de Buenos Aires
(estancias en leguas cuadradas)
1830 alr. 1846s
7;
Estas-curiosas razones se ie ocurrieron sin duda a R osas en otras circuns
tancias posteriores, de mayor tranquilidad. Otro observador inglés, que via
jaba por tren a lo largo del Río de la Plata, donde una vez había galopado el
dictador, describió a Palermo diez años después de la caída del. régimen;
“Está ahora bastante abandonado, pero ios parques constituyen amplía evi
dencia de los enormes gastos realizados para que esto fuera una muy lujosa
residencia. Todavía se ven allí los bosquecillos de naranjos y durazneros. Sin
embargo, en los caminos y senderos alguna vez bien cuidados, ahora crecen
malas hierbas, y el silencio de la desolación reina entre esas paredes. ”n
¿Cuál era el saldo final de este gran complejo patrimonial? “En 1336 su
fortuna, según declaración pava impuestos, sobrepasaba los cuatro millones
de pesos plata y no tenía similar en la provincia.”72 En su testamento. Rosas
especificaba ciertas reclamaciones que sus herederos tendrían que presentar
contra el gobierno de Buenos Aires por legítimas compensaciones. Se refería
a ‘116.000 reses, 40.000 ovejas, 60.000 cabezas de ganado entre vacas, novillos
y terneros, 1.000 bueyes gordos, 3.000 caballos buenos y sanos, 100.000 ovejas,
100.000 animales yeguarizos y demás de mi propiedad, de que ha dispuesto el
Gobierno desde el 2 de febrero de 1852. ”73 Se requerirían vastas estancias
para sostener todo este ganado; la estimación oficial era de ciento treinta y
seis leguas cuadradas (trescientas cuarenta mil hectáreas).74 ¿Cómo se al
canzó esta cifra ? Por decreto del 16 de febrero de 1852. las posesiones de Rosas
fueron declaradas de propiedad pública, por causa de sus “sangrientos crí
m enes”. Más tarde, el general Urquiza emitió otro decreto, por el que se orde
naba que la propiedad existente de Rosas fuera entregada a Juan Nepomuce-
no Terrero, el abogado del exiliado. Pero la ley dei 28 de julio de 1857, contra el
llamado reo de lesa patria, ordenó la venta de las tierras de Rosas por cuenta
de la legislatura. Se hicieron informesl se levantó un inventarío, pero éstos no
indicaban las fechas ni el origen de las diversas propiedades, sólo su exten
sión. De acuerdo con el Departamento Topográfico (12 de agosto de 1863) la
cantidad de las propiedades en tierras “conocida como de Rosas” , sumaba
ciento treinta y seis leguas cuadradas. El informe del fiscal doctor Pablo Cár
denas (23 de noviembre de 1863) dio una cifra algo más alta; ciento cuarenta y
cinco leguas cuadradas (trescientas sesenta y dos mil quinientas hectá
reas).75 .
Rosas no se limitó a acumular tierras; también las explotó. Tenía estric
tas reglas con respecto a la propiedad privada;
“El peón o capataz que ensilla un caballo ajeno o haga uso de un animal ajeno, sea de la
d a se que sea, comete un delito tan grande que no lo pagará con nada absolutamente:
será penado con echarlo en el momento de las haciendas a mi cargo, y a m ás será casti
gado según lo merezca. ”7e
78
glas paraúsas capataces y peones. De ellas puede deducirse que no era un es
tanciero progresista. No obtenía sus resultados por innovaciones sino por tra
bajo, organización y meticulosidad.77 Estaba menos preocupado por la cali
dad de sus animales que por su cantidad. A diferencia de muchos otros estan
cieros, no parece haber intentado mejorar su ganado mediante la cría selecti
va, No daba instrucciones referentes a la cantidad óptima de animales para
un rodeo. Pero si. bien su tecnología era deficiente, su organización, en cam
bio, era impecable; y para movilizar la mano de obra no tenia parangón.
Charles Darwin conoció a Rosas en la Campana del Desierto, en 1333, y quedo
impresionado por lo que d o y oyó:
Es un hombre de extraordinario carácter y tiene en e l campo una. influencia tremenda,
que probablemente utilizará para hacerlo progresar y adelantar. Se dice que es duóño de
setenta y cuatro leguas cuadradas de tierras y de trescientas mil cabezas de ganado. Sus
estancias se hallan manejadas de m asera admirable, y su producción cerealera es-mu
cho mayor que las de otros. Prim ero se hizo famoso por sus disposiciones para sus pro
pias estancias y por haber disciplinado a varios cientos de hombres como para resistir
con éxito los ataques de los indios.
Darwin pasó luego por Los Cerrillos, “una de las grandes estancias del ge
neral Rosas. Estaba fortificada y tenia una extensión tal que. al llegar yo en la
oscuridad, pensé que se trataba de un pueblo y un fuerte. Por la mañana vi
mos enormes rebaños de ganado, ya que allí tenía el general setenta y cuatro
leguas de tierra.”78 Mientras Rosas dedicó todo su tiempo a la estancia, él
mismo hacía las veces de capataz. Pero cuando ocupó la gobernación, sus ad
ministradores atendían sus propiedades bajo la distante aunque estricta vigi
lancia de su patrón, quien escribía, ordenaba y amonestaba, recordándoles
sus obligaciones y exhortándolos a mayores esfuerzos. En 1838. durante el
bloqueo de los franceses, escribió a Juan JoséBeccar, administrador déla es
tancia San Martín:
“En primer lugar debo decir a V, con toda claridad que observo que V. no atiende a los in
tereses de esa hacienda como antes. Que ya no es eíque era en otro tiempo y que tiradas
bien las cuentas de los productos de estancia no han correspondido ai capital invertido en
su compra en el año de 1821. Y si esto es lo esencial que son ias haciendas de todas espe
cies, en le que son las cosas, absolutamente se ha olvidado V. del hombre que era” .7°
77
el ganado vacuno o las ovejas, distanciados de la casa principal y cercanos al
agua, y algunos con sus propios corrales. Había un capataz para determinado
número de puestos, y un mayordomo- que mandaba sobre ei conjunto. Cuando
h'abía-que poblar una estancia con animales recien comprados, se contrataba
a un grupo de arrieros a las órdenes de un capataz, quienes conducían el gana
do a través de grandes distancias y durante varios días. Había que tener cui
dado para alejar a los animales de su anterior querencia y acostumbrarlos a
' la nueva; pastaban durante el día bajo la vigilancia de ios arrieros y eran en
cerrados de noche en los corrales. En el sur de la provincia de Buenos Aires,
donde la tierra era menos valiosa por ^ ex isten cia de .pajonales y bañados,,
se consideraba necesario, en general tener una legua cuadrada por cada mil
cabezas de ganado vacuno; pero en el norte la calidad de la tierra era superior
y en una legua se podían mantener dos mil a tres mil cabezas de vacunos, cua
trocientos a quinientos caballos,.y cuatro a cinco mil ovejas. El incremento
anual de ganado vacuno se estimaba en un treinta y cuatro a treinta y cinco
por ciento, pero aumentaba a menudo a un cuarenta por ciento. Durante la dé
cada de 1840 había tres millones de cabezas de ganado vacuno, el patrimonio
principal del país. Eran animales de raza inferior, criados a campo abierto y
-al cuidado de un solo puestero para tres m i cabezas por lo menos, pero capa
ces de producir el rendimiento esperado en cueros y carnes saladas, las prin
cipales- exportaciones de Buenos Aires.
La práctica de marcar el ganado promovió el crecimiento de la propiedad
privada en las pampas y la asignación de todos los animales alas estancias, y
se hizo ilegal comerciar con animales sin marca. El estanciero que no podía o
no quería marcar su ganado ponía en peligro toda su inversión, y cuando las
autoridades negaban el permiso para marcar lo hacían con el propósito de se
ñalar al estanciero en persona por razones políticas o de otra índole. En 1843,
José Braulio Haedo, un porteño propietario de una gran estancia en Tandil, se
quejó ante Rosas porque el juez de paz, Mariano Castañera, le había negado
permiso para marcar su ganado desde hacía dos años, y pedía autorización
para ejercer su derecho. Tenía una estancia de dieciséis o diecisiete leguas
cuadradas, veinticuatro mil cabezas de ganado vacuno con gran cantidad de
terneros, y había introducido recientemente otros quince a veinte mil anima
les jóvenes, diez mil de los cuales eran vaquillonas que estarían listas en pri
mavera para ser servidas. El hombre arriesgaba perder todo eso en beneficio
de las estancias vecinas. Según su propia estimación, era un progresista te
rrateniente que invertía grandes sumas en su propiedad. Su inversión inicial
en ganado había sido del orden de los novecientos veinte a novecientos sesenta
mü pesos; gastó luego ciento cincuenta a doscientos mil pesos para reunir y
engordar su ganado en la estancia; el valor de ios animales de dos años de
edad que recientemente había agregado era de ciento cincuenta a doscientos
mil pesos y, finalmente, entre varios otros gastos menores, contaba la suma
de treinta a cuarenta mil pesos parala construcción de dos corrales de piedra
con capacidad para diez a doce mil cabezas. Y todo lo que podía exhibir des
78
pués de semejantes inversiones era-un rebaño de ganado sin marca, que esta
ba perdiendo en beneficio de las estancias vecinas, y con el cual tenía prohibi
do comerciar, mientras vecinos suyos tales como Felipe Arana y Sáenz Va
liente estaban marcando y comerciando y obteniendo utilidades originadas
en sus pérdidas. ¿Por qué —preguntaba Haedo— era él una excepción, cuan
do tenía antecedentes de lealtad y patriótico servicio a la causa federal?80
La rutina de la estancia era invariable. Todas-las mañanas los puesteros
conducían ei ganado hasta un cierto punto llamado el rodeo, donde se reunían
durante una o dos horas y donde se subdividí an solos e instintivs mente de en
tre miles de otros., formando pequeños rebaños llamados puntos y constitui
dos por cincuenta a cien animales que incluían vacas, toros y terneros para
cada punto. Cuando los animales se sometían fácilmente para que los lleva
ran al rodeo, se los consideraba mansos; pero sí escapaban al aproximarse
los hombres, los clasificaban como salvajes. En una estancia bien conducida
no se permitía que se juntaran más de tres mil animales en el mismo rodeo, y
era responsabilidad de los puesteros mantenerlos dentro de ciertos límites
para evitar que se'mezclaran con otros rebaños. En algunas estancias lleva
ban el ganado al rodeo a la puesta del sol, o los reunían allí ocasionalmente.
Los peones eran quienes formaban el rodeo, cabalgando alrededor de los ani
males —rodeando— y de esta práctica con el ganado se extendió el nombre Üe
rodeo tanto allugar donde se realizaba como al conjunto de animales reuni
dos. Las estancias valuaban el ganado principalmente por los cueros, sebo y
grasa. Consecuentemente, no había incentivo para mejorar la raza a fin de
conseguir mejor calidad en la carne. Eso era cosa del futuro, cuando los es
tancieros empezaron a encerrar sus campos con cercas de alambres de púas,
levantadas a veces por peones europeos. En 1876, los Anchorena invirtieron
diez millones de pesos en alambrados de púas para sus inmensas estancias.
Así como las estancias eran fuentes de riqueza, estereotipos de relaciones
sociales y puntos focales de poder político, eran también lugares primitivos y
nada cómodos para vivir en ellos, y muy poco se parecían a las grandes ha
ciendas de regiones más antiguas de América española. Era un mundo vacío,,
severo en su simplicidad. William MaeCann describe la estancia de Mr. Tay
lor, en la provincia dé Buenos Aires: cuatro mil hectáreas de campo con abun
dancia de agua, caballos, vacunos, ovejas, muías y asnos en cantidad, una
casa de dos pisos construida con ladrillos en un sitio alto de un jardín donde
había árboles frutales y hortalizas, y sin embargo casi completamente des
provista de comodidades materiales. Aun así, MaeCann la consideró'“un pe
queño oasis de comodidades y cultivos en un desierto de inculta rusticidad” .
El ambiente hacía pensar en los tiempos bíblicos; “Cuando llegamos. los re
baños de ovejas estaban entrando al redil, y nos sentamos en los escalones de
la puerta para contemplar la escena, que transportaba la mente a las costum
bres pastorales de épocas patriarcales, tal como están registradas en ei Anti
guo Testamento,”81 Sin embargo,.la hospitalidad de las estancias era igual
mente cálida. Por cierto, constituían los únicos lugares de alojamiento para el
79
viajero, y se podía cabalgar novecientos o mil kilómetros .en las pampas sin
pagar un solo peso por comidas y alojamiento. La generosidad de la población
' rural suplía la falta de hoteles y posadas, aunque había una notoria.escasez de
camas, y la gente más ordinaria dormía en el suelo, dentro o fuera déla casa,
a 3a vez que faltaban en ésta platos, tenedores, mesas y sillas y difícilmente
alguien lavaba o usaba agua y jabón.
La estancia tenía que enviar sus productos a Buenos Aires o más allá,
pero la infraestructura era aun más primitiva que la misma economía rural.
Éste era un país sin caminos ni puentes, que sólo tenía huellas en las rutas
principales. Casi todo se hacía a caballo, también ei abastecimiento. Gauchos
montados dominaban a los animales con sus lazos. Los pescadores cabalga
ban m ás de un kilómetro dentro del rio y arrojaban sus redes como podrían
haberlo hecho desde una embarcación, luego arrastraban la pesca hasta la
costa. Cazaban perdices montados en sus caballos, por medio de un lazo co
rredizo sujeto en el extremo de una larga caña. Todo el mundo andaba a caba
llo, las mujeres y los niños tanto como los hombres. Hasta los mendigos lo ha-
cían.82 El único medio de transporte de cargas consistía en carretas de
bueyes, construidas en los talleres de Tucumán y conducidas por recios indi
viduos, principalmente a lo largo de las dos rutas importantes que atravesa
ban la Argentina, una desde Buenos Aires, por San Luis y Mendoza hasta Chi
le, la otra también desde Buenos Aires, vía Córdoba, Santiago, Tucumán. Sal
ta y Jujuy hasta Bolivia. Viajaban en trenes de unas catorce carretas, cada
una tirada por seis bueyes y llevaban tres de reserva. El costo del transporte
de cargas, incluyendo ios impuestos provinciales, era equivalente a veinte li
bras esterlinas por tonelada, y el porte solamente absorbía el cuarenta o cin
cuenta por dentó del costo.83
Las estancias preferían controlar, si no monopolizar, todas las relaciones
comerciales entre el campo y la ciudad, üna particular amenaza a sus recla
mos de exclusividad provenía ce las pulperías volantes, especie de tiendas
viajeras, que recorrían el campo comerciando productos de la ganadería y
otras mercaderías de origen rural, tales como pieles y plumas de avestruz, y
vendiendo artículos de la ciudad a los habitantes del campo. Usaban carros y
carretas y un grupo de ayudantes; realizaban sus negocios con cualquiera
que encontraran y frecuentemente ofrecían también juego y bebidas; a veces
comerciaban con mercaderías robadas de las estancias. Las autoridades y
los estancieros consideraban que las pulperías volantes eran económica y so
cialmente subversivas. Efectuaban su comercio fuera del monopolio infor
mal de las redes de la estancia; eran libres e independientes, y fomen
taban el robo y el pillaje. Además, establecían contacto directo con los
peones y los alentaban a producir y vender fuera del control de sus patrones,
ofreciéndoles, a la vez, un medio para comprar fuera de la tienda de la estan
cia. Rosas era hostil con respecto a las pulperías volantes. Siempre ¡as había
prohibido en sus propias estancias y, a partir de 1831, su gobierno las proscri
bió en toda la provincia. La prohibición se mantuvo durante el resto del régi»
80
men de R osas; la ley trataba de vagos a los operadores y los reclutaba en el
ejército.
Para la estancia, el saladero era la principal salida de sus productos. Al
gunos estancieros producían-par a saladeros que pertenecían a su propio gru
po, familiar. que podia también ser dueño de depósitos en Buenos Aires o de
sus propios barcos en la costa cercana. Otros estaban en sociedad con salade
ristas. como el mismo Rosas lo había estado, De lo contrario, el saladero com
praba ganado directamente a un estanciero independiente, o a través de un
agente; en esos casos, el saladero asumí- todos los riesgos de llevar el ganado
a la ciudad. La responsabilidad del vendedor cesaba una vez que había entre
gado los anímales fuera de los límites de su estancia, "pero más tarde, mu
chos de los estancieros más influyentes vendían su ganado a entregar en el sa
ladero.”® Conducían los animales desde las tierras del vendedor hasta el sala
dero u otro comprador un capataz con cinco o seis arrieros, y podían llevar
unos seiscientos animales a razón de cuarenta o cincuenta kilómetros por día;
deteniéndose a pasar las noches en campos de buenas pasturas.
Los saladeros eran grandes establecimientos donde mataban a las bes
tias. extraían el sebo, salaban y secaban la cam e, y preparaban los cueros
crudos para exportación. Habían comenzado en Buenos Aires en 1810 y, des
pués de una vacilante iniciación, quedaron firmemente establecidos en 1819.
En 1820 había unos veinte saladeros en la provincia de Buenos Aires, aunque
su producción era relativamente baja: menos de cien animales por día y por
saladero. Sin embargo, en la década de 1840, aunque el número de saladeros
que operaban en Buenos Aires o sus proximidades se había mantenido en la
misma cifra, su producción había crecido considerablemente, y cada uno sa
crificaba alrededor de doscientos a cuatrocientos animales por día durante la
temporada.®6 El trabajo alcanzaba su pico en el verano, de noviembre a mar
zo, cuando el ganado estaba en las mejores condiciones y el calor del sol era
más intenso, El tasajo era carne cortada en tiras, avinagrada, salada y seca
da al sol. Resultaba inaceptable para la mayoría de los paladares, pero la ex
portaban a Brasil y a Cuba para alimentar a los esclavos. Los cueros crudos
eran embebidos en salmuera, tendidos en sal y luego estirados y puestos a se
car; el estiramiento variaba según el espesor requerido. Se había introduci
do laiuerza del vapor para producirsebo. Col ocabana los bueyes sacrificados
en grandes vasijas donde se los trataba con vapor; el sebo se extraía y se lle
vaba luego a una caldera de hierro fundido para purificarlo, después se lo en
friaba en tanques de hierro forjado y. finalmente, era vaciado entoneles listos
para embarque. “La enorme vasija del establecimiento de mister Dowdall
podía contener los restos de doscientos cincuenta anim ales; el tratamiento
con vapor tiene una duración de sesenta a setenta horas. Mister Dowdall tiene
también otras dos calderas, y en cada una de ellas se pueden procesar dos
cientos animales por día. ”S7El ganado se pagaba siempre con dinero efectivo.
En la década de 1840 el precio era de aproximadamente tres pesos por cabeza,
si la entrega se hacía en el saladero. El costo de una planta suficiente para
81
procesar mil animales por semana era de dos mü libras aproximadamente,
aunque algunas costaban bastante m ás: ios aparatos de vapor solamente va
lían alrededor de mil libras. Establecer un saladero, en consecuencia, reque
ría una gran inversión de dinero; los gastos generales eran importantes, y se
necesitaba una buena administración de la planta si se deseaba obtener bene
ficios y resistir la competencia de otras provincias. La mayoría délos salade
ros pertenecían a sociedades más que a individuos, y muchos extranjeros te
nían capitales en esta industria.88
De manera que los saladeros eran parte integrante deí sistema de las es
tancias y, como tales, fueron favorecidos por Rosas. En su mensaje anual de
1849 recordó a la asamblea que “estos grandes establecimientos merecen la
protección de la autoridad porque son talleres importantes de la riqueza na
cional.” En realidad, eran fácilmente la industria más grande de Buenos Aí
res, en razón de la cantidad de personas que empleaban y el capital invertido
en ellas. La “protecciónresuelta por Rosas consistía en una virtual exención
del pago de impuestos. En 1852, de un ingreso total de cuarenta, y cinco millo
nes ciento noventa y cinco mil trescientos veintidós pesos obtenido por el go
bierno provincial, sólo den mil pesos provenían de los saladeros. Y la ley de
aduanas de 1835 eximió del pago de .impuestos de exportación a toda la carne
salada embarcada en barcos nacionales. Financiados y manejados por ex
pertos, abastecidos por las estancias y protegidos por el gobierno, los salade
ros aumentaron su producción. La exportación de carne salada desde Buenos
Aires pasó de cinco mil seiscientas cincuenta toneladas iun millón cuatro
cientos sesenta y dos mil cuarenta y dos pesos) en 1835, a nueve mil novecien
tas toneladas (dos millones novecientos quince mil setecientos noventa y seis
pesos) en 1841, un buen año después del bloqueo; y a veintiún mil seiscientas
toneladas en 1851.as
Rosas ha recibido críticas por su fracaso en desarrollar una política
económica integrada y reconciliar los intereses divergentes- dei país. Fa
voreció a los estancieros, y criadores de ganado a expensas de los pequeños
chacareros, y hasta el punto en que el país dependía del grano importado. Sin
embargo, existían razones convincentes para promover las riquezas natura
les del país y alentar sus más exitosas exportaciones, aun cuando ello signifi
cara privar de recursos a empresas menos rentables, por más meritorias que
fueran. El plan de Rivatíavía había consistido en subsidiar la inmigración y
confiar en el suelo fértil y las fuerzas del mercado. Pero los esquemas de .colo
nización agrícola de la década de 1820 fracasaron por la falta de capital, orga
nización, seguridad y estabilidad, en contraste con la expansión de la gran es
tancia con su propio dinamismo interno. En último caso, la agricultura estaba
sujeta a obstáculos particulares y necesitaba un tratamiento especial. La
mano de obra era escasa y costosa, los- métodos eran primitivos y el rendi
miento muy bajo. El alto costo del transporte obligó a los chacareros a insta
larse cerca de las ciudades, donde los precios de las tierras eran más altos; y
había siempre competencia extranjera. De manera que la agricultura necesi
82
taba capital y protección. En este punto, el gobierno dudaba, temiendo cau
sar una escasez de alimentos y ganarse la antipatía del apoyo político masivo.
Desilusionados por ios regímenes anteriores, los granjeros esperaban más de
Rosas.. Su primer paso fue disolver la Comisión de Inmigración (20 de agosto
de 1830) con el fundamento de que los resultados no justificaban los gastos. El
argumento era difícil de negar.
Rosas cultivó trigo y maíz en su estancia Los Cerrillos, donde tenía parte
¿8 sus tierras dsciic&ds sericultura. F ug cisrtHinsnts sctivo 8n si comer-
ció de granos, y se decía que, a través de su agente Pablo Santillán, había acu
mulado todo el trigo de la provincia para venderlo a las panaderías. Había tie
rras aradas y granjas en las afueras de Buenos Aires, en distritos ubicados ai
norte de la capital, y también alrededor de Rosario. Rosas hizo una contribu
ción para aumentar los.establecimientos agrícolas, aunque en menor escala.
En 1832 distribuyó;chacras fen lotes tomados de las tierras de la vieja estancia
de Nuestra Señora de Luján. Los dio a los colonos de la región y se convirtie
ron en activas granjas. En 1836, con ocasión de la nueva ley de aduanas, los
chacareros de Luján agradecieron a Rosas por la protección recibida. En 1836
se distribuyeron más tierras para cultivo en San Andrés de Giles Apóstol. Du
rante la primera administración de-Rosas se dis tr ibuy e ron) ehacr as'en Monte
y, en 1836, se nombró a Vicente González, guardaespaldas local de Rosas, co
misionado especial para la distribución de chacras en dicho pueblo. En mayo
del mismo año, éste informó que el sistema era exitoso y que los chacareros
estaban contentos con la nueva ley de aduanas. En ese año, eran más de dos
cientos los colonos beneficiados con el sistema de asignación de chacras.90
Después de la tierra misma, lo que más querían los chacareros del gobier
no era protección. Rosas estaba en un dilema. Tenía que'mantener bajo con
trol los precios del trigo y de la harina, para evitar inquietud social y agitación
política. Esto significaba mantener abiertas las puertas a la importación y
negar protección a los chacareros nativos; y en los primeros años de la déca
da de 183C Rosas estaba preocupado para estabilizar ios precios locales del
trigo, que fluctuaban demasiado con respecto a lo esperado,93 Sin embargo, a
partir de 1834, los chacareros empezaron a aumentar su presión en busca de la
protección requerida. En 1835 peticionaron a la asamblea una política de de
sarrollo y protección para la agricultura. Su lista de problemas era muy lar
ga. Los chacareros necesitaban más tierras y seguridad para su tenencia; ne
cesitaban capitales y créditos para semillas y equipos; necesitaban caminos
y puentes; necesitaban graneros, galpones y molinos; necesitaban merca
dos, además del de Buenos Aires, donde en último caso debían competir con
las importaciones extranjeras; y necesitaban una marina mercante para ex
portar. “Éste es el cuadro dej labrador provincial que, sin protección y sin am
paro, tiene que luchar solo con el temperamento y los abusos; y presentarse
en un mercado único, regido por leyes absolutas, incipientes, y sin previsión
para trabar la concurrencia de los extranjeros^.92 Por último, en di
ciembre de 1835, mediante la ley dé aduanas de 1836, Rosas tomó una resoíu-
83
TABLA 2
ción: anunció una política de protección para la industria y la agricultura. El
grano nacional quedaba protegido por una tarifa móvil y se prohibía la impor
tación de trigo en forma absoluta cuando el precio local del trigo cayera por
debajo de los cincuenta pesos por fanega, A ello siguió una modesta recupera
ción de la agricultura y hubo una serie de buenas cosechas; hasta se rcaliza-
í'cu algunas exportaciones de granos y harina, y varios grupos de agricultores
de diferentes localidades hicieron llegar su agradecimiento por ia nueva polí
tica. Pero el bloqueo francés de 1339 interrumpió la marcha de estas exporta
ciones, como lo hizo también el bloqueo anglo-írancés de la década de 1840. De
allí en más, el gobierno guardó silencio con respecto ala agricultura. El hecho
era que los chacareros no constituían un grupo de intereses lo suficientemente
fuerte, en 3o económico ni en lo político, como para apoyar una campaña y ob
tener una adecuada respuesta.93
Mientras que la agricultura no significaba amenaza alguna para el domi
nio de la estancia ganadera, la cría de ovejas sí lo era. La “merinización" de
Buenos Aires, el aumento en importancia de una sustancial economía basada
en la oveja y i a lana, comenzó en la década de 1840 y condujo a una pelea por
nuevas tierras. El cambio fue decisivo para la Argentina, ya que fue a través
de la exportación de lana que el país expandió por primera vez su capacidad
productiva, experimentó una acumulación de capitales y aceleró su integra
ción en el mercado mundial. Una de las razones para ese cambio en favor de la
cria de ovejas fue que el precio de la lana no sólo aumentó m ás rápido que el de
cualquier otro producto agrícola sino que también lo hizo más rápido-que la
inflación, a diferencia de los cueros crudos y la carne salada. E l índice de pre
cios de la lana subió de cien, en 1833. a trescientos trece en 1850. comparado
con ciento cincuenta y ocho con dos décimos para los cueros crudos y doscien
tos setenta y siete con tres décimos para la carne salada, aumento de precio
diferencial motivado por la demanda originada en una industria textil euro-,
pea en expansión,94 Esta circunstancia proporcionó un buen mercado para la
exportación e indujo a los terratenientes argentinos a diversificar su produc
ción en favor de la oveja. Muchos de los primeros criadores de ovejas eran de
origen inglés e irlandés y al llegar a la década de 1860 los colonos británicos se
habían convertido en algunos de ios más grandes terratenientes del país,
aunque era mayor el número de hacendados criollos, atraíaos por los altos be
neficios derivados de la crianza de ovejas. El Estado se interesó una vez más
en nuevos desplazamientos de la frontera, porque las ovejas necesitaban
grandes extensiones de tierras, aunque no mucha mano de obra. Pero, al prin
cipio, la cría de ovejas se expandió en perjuicio de la estancia ganadera.
En 1810 la provincia de Buenos Aires tenía una existencia de dos a tres mi
llones de ovejas, aunque eran de inferior calidad y ocupaban tierras margina
les. Los restos de las ovejas sacrificadas, secados al sol, servían de combusti
ble para los hornos de ladrillas, y para muy pocas cosas m ás. En los primeros
años de ia independencia los estancieros mostraron poco interés en mejorar
las razas de ovejas, y fueron dos ingleses, John Harratt y Peter Sheridan.
85
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quienes tomaron la iniciativa. A partir de ios primeros años de la década de
1820, Earratt empezó a comprar merinos españoles, y a cuidar y purificar las-
razas mejoradas. Luego comenzó a vender y. en la mitad de la década de 1830..
las ventas empezaron a aumentar cuando logró colocar varias parcelas de la
nas mejoradas en Liverpool, a poco más de dos chelines la libra. La lana ar
gentina no era tan apreciada en Gran Bretaña como la australiana, porque
era más corta, pero el mercado resultó lo suficientemente confiable como
para justificar posteriores expansiones, y no había virtualmente impuestos
de importación en Inglaterra sobre ese articulo. E’ creciente interés en la cría
de ovejas quedó reflejado en subsiguientes importaciones de merinos desde
Europa y los Estados Unidos enl836 y 1837, a la vez que se efectuaban también
cruzas de ovejas criollas y pampas con otras de raza Saxony. “A mediados de
la década de 1830”. informaba el cónsul británico, “las exportaciones de lana
mostraron un notable aumento, tanto en cantidad como en precio.”93 El blo
queo de Buenos Aires interrumpió esta tendencia y detuvo el mejoramiento
de razas de ovejas por un tiempo. Pero la cantidad de animales mejorados au
mentó rápidamente, y al terminar la década de 1840, la existencia total de
ovejas en la provincia de Buenos Aires era de seis millones, un tercio de los
cuales eran de raza mejorada. Las exportaciones crecieron lentamente. En
1822, la lana sólo significaba un noventa y cuatro centesimos por ciento de las
exportaciones totales de Buenos Aires; los cueros vacunos constituían el se
senta y cinco por ciento. En 1836, la lana representaba el.siete con seis déci
mos por ciento, los cueros vacunos el sesenta y ocho con cuatro décimos por
ciento; en 1851, la lana el diez con tres décimos por dentó, ios cueros el sesen
ta y cinco por ciento. En 1861, la lana habla aumentado al treinta y seis por
ciento, y los cueros representaban un treinta y tres con cinco décimos por
ciento.66Al llegar 18521a provincia tema una población ovina de diez millones
de animales, y las exportaciones de lana se encontraban en el orden de los
veinticinco millones de libras.
El clima moderado y las tierras fértiles permitían que las ovejas se ali
mentaran a campo abierto durante todo el año. Las tierras que habían estado
ocupadas durante más tiempo, en la zona norte de la provincia, eran las que
mejor se adaptaban para las ovejas, mientras que las nuevas tierras, en el
sur, eran más apropiadas para la cria de ganado vacuno. En las pampas, en
tre Buenos Aires y el Río Salado, la oveja había empezado a desplazar ai vacu
no; a partir de la década de 1840 en particular, estancia tras estancia pasó a
manos de los criadores de ovejas. Una legua cuadrada de tierra podía propor
cionar pasturas para doce a catorce mil ovejas. A cien kilómetros de Buenos
Aires hacía el sur. una legua de tierra de buena calidad valía de cincuenta .a
sesenta mil pesos; para 1880 esos .valores habían aumentado tres a diez veces
más. Al sur del Salado, la tierra valía la mitad de esas sumas.
TABLA4
Producción de lana y exportaciones, Argentina 1830-80 ■
....... . ... « m
88
i
mixtos, o en tierras bajas v pantanosas cuyos pastos no- eran aptos para las
ovejas. El mismo Rosas había alentado siempre la cria de ovejas, aunque no
su mejora, en sus propias estancias.57 Pero la estructura original de la hege
monía de la estancia, tan laboriosamente desarrollada desde 1820. había que
dado hasta cierto punto socavada. Había ahora una alternativa.
Rosas era un granhaeendado, que actuaba por instinto más que por teo
rías, y ei modelo agrario que él prefería era en su mayor parte apropiado para
el lugar y la época. La estancia primitiva se ajustaba correctamente a la Ar
gentina en la primera mitad del siglo diecinueve; correspondía a los hechos
de la vida económica y a las limitaciones de los recursos disponibles. Había
poca esperanza de atraer grandes inversiones para cambiar Ja estructura
económica, en una época en la que la disponibilidad de capitales extranjeros
era muy limitada y la Argentina significaba un gran riesgo. Desde otro punto
de vista, había abundancia de tierras desocupadas, aptas para un desarrollo
extensivo. El crecimiento de las inmensas propiedades desplazó la línea áe
frontera, mejoró el uso de la tierra y aprovechó las circunstancias ambienta
les; y mediante la especial!ración en cria de ganado vacuno la estancia se
adaptó a la escasez crónica de mano de obra. Y la dedicación al ganado vacu
no; además, significó producir un bien exportable, o varios', para los cuales
existía demanda en el mercado mundial. No era irracional importar grano a
bajo precio; dada la escasez de población, no era imperiosamente necesario
alentar un desarrollo de ia agricultura. Aun la misma concentración de tie
rras ocurría en circunstancias en que habría sido exagerado desaprobarla,
aunque comprensible; las estancias no eran grandes porque algunas pocas
personas ambiciosas ganaran una carrera para obtenerlas, tampoco porque
se hubiera echado de ellas a colonos marginales, sino porque se trataba de un
país enorme y vacío, donde las escalas eran completamente distmtas.de las
que regían en Europa. Ademas, la inseguridad de un mercado internacional
Quemante, sobre todo de cueros, requería la consolidación de la cria de vacunos
en gran escala, para lo cual no eran necesarias grandes inversiones en tecnolo
gía ni en tierras, y se obtenían muy buenas ganancias. Las inversiones debían
concentrarse en el ganado y se requerían tierras abundantes, baratas y relativa
mente seguras, La pacificación rural y los bajos niveles impositivos a producto
res y comerciantes mejoraron las ventajas de la naturaleza y desarrollaron las
exportaciones de productos de la ganadería hasta un punto en el que Buenos Aires
se aproximó a una balanza comercial favorable. El resultado fue la estancia, y '
había cierta justificación cuando Rosas afirmaba que la tierra era el negocio
clásico.
En la década de 1850. la estancia de Rosas no era ya simplemente clásica;
se estaba convirtiendo en arcaica. Había un límite, más allá del cual la econo
mía de Rosas no podía crecer. La falta de tecnología significaba que la estan
cia sólo podía expandirse mediante la adquisición de más y más tierras; y su
especialización se limitaba a cierto número de artículos —cueros crudos y
carne salada— para los cuales la demanda extranjera tenia limites; final-
mente, con los mercados de esclavos de Brasil y de Cuba las probabilidades s«
inclinaban más hacia una contracción que una expansión. En ultimo análisis,
el sistema de Rosas estaba económicamente estancado. Como lo hizo notar
Sarmiento, todo estaba subordinado al ganado y su producción; “Las vacas
dirigen la política argentina. ¿Qué son Rosas, Quiroga y Urquiza ? Apacenta
dores de vacas nada m ás.”38 De haber prevalecido el rosismo. habría metido
a la Argentina, desde el punto de vista económico, en un cnaleco de fuerza..
Pero ej modelo resultó finalmente minado en sus cimientos desde adentro,,
primero por la cria de ovejas y luego por la revolución agraria de la década d e,
1880. yg en ios veinte años siguientes a Caseros pudieron apreciarse los:
primeros signos de cambios importantes; la difusión de los cercos de alaxn-j
ores de púas, el mejoramiento de la raza, la colonización, ía creciente inmi- j
gración, la extinción de la cultura del gaucho y la modernización de la econo- j
mía. Sin embargo, el régimen de Rosas dejó una huella indeleble en la estruc-1
tura agraria de la Argentina. El campo fue objeto de una configuración social \
y económica antes que la Argentina recibiera la inmigración masiva, pasara •]
por una revolución en las pampas y se convirtiera en importante exportador |
de granos y carnes. Antes que la modernización empezara siquiera, el sisíe- j
ma de posesión de tierras, el tamaño de las estancias y, en muchos casos, ei I
personal, todo eso había quedado permanentemente implantado. |
Algunas características de esa herencia produjeron pronto revisiones y j
críticas. Las fáciles riquezas amasadas por quienes habían sido lo suficiente- I
mente afortunados como para adquirir-estancias, durante el régimen de Bo- ¡
sas eran tema de muchos comentarios. El historiador chileno Benjamín Vicu- j
ña Mackenna, quien viajó por la Argentina en 1855, quedó impresionado por el I
caso-de Fabián Gómez, uno de los más ricos estancieros, quien en 1885 había j
recibido en propiedad la estancia Carpinchos cerca de San Nicolás sobre las ¡
oí-illas del Paraná, con mil cabezas de ganado vacuno, a cuatro pesos por aní- )
mal. Veinte anos más tarde su ganado había aumentado a cincuenta mil, y \
cada uno se vendía a cuatro pasos: I
90
!pón común pedir prestadas diez mil cabezas de ganado y devolverlas en
-cuatro o cinco años, “en cuyo término el individuo obtendrá ocho mil a diez
mil terneros de producto”. Tan sencillo era, que muchos estancieros de Bue
nos Aires pocas veces dejaban la ciudad para visitar sus estancias, y Nicolás
knchorena no conocía personalmente ninguna de sus numerosas haciendas.59
ibomo observara Wilfrid Latham; “Muchos de los estancieros educados y cul-
ios —principales ciudadanos de la nación— difícilmente habían visto alguna
yez sus estancias. Les llegaban sus ingresos originados en la venta de ganado.
,y sólo pensaban en una forma de invertir sus ganancias acumuladas (excep
tuando una o dos casas en la ciudad), que no era otra que la adquisición de tie-
frras, más y más leguas cuadradas de tierras de pasturas naturales.”100
I El mismo Sarmiento fue un severo crítico del régimen agrario de Rosas.
Declaraba que, en la Argentina, una superficie de ciento cuarenta mil kilóme
tros cuadrados, aproximadamente el tamaño de Inglaterra, estaba en poder
¡de ochocientas veinticinco personas. Probablemente tenia más validez la im-
fpresión que la exactitud de las cifras. En 1856, con ocasión del debate parla
mentario sobre la ley de tierras, formuló fuertes afirmaciones contra el lafci-
fundismo, en las columnas de El Nacional Denunciaba amargamente las
■consecuencias sociales de la distribución de tierras efectuada por Rosas: “El
.pueblo perece de hambre en el país consagrado a la cria del ganado. Hoy vale
seis duros en el mercado una arroba de carne; el pan vale más que en Euro
pa”A01 La concentración de tierras en manos de unos poeos, argumentaba, las
mantenía en inferiores niveles de utilización, e impedía que otros adquirieran
fracciones; la gente se congregaba en la ciudad, imposibilitada de obtener
tierras para chacras o cría de ganado. Mientras unos pocos favoritos y prote
gidos conseguían tierras con sólo pedirlas, el peón no tenía posibilidad alguna
de iniciar una granja. La misma red de familias privilegiadas que florecieron
con Rosas monopolizaba todavía las tierras:
“La campaña de Buenos Aires está dividida en tres clases de hombres: estancieros que
residen en Buenos Aires, pequeños propietarios, y vagos Véase la multitud de leyes y de
cretos sobre vagos que tiene nuestra legislación. ¿Qué es un vago en su tierra, en su pa
tria? Es el porteño que ha nacido en la estancia de cuarenta leguas, que no tiene, andando
un día a caballo, donde reclinar su cabeza porque la tierra diez leguas a la redonda es de
uno que la acumuló con capital, o con servicio y apoyó ai tirano, y el vago, el porteño, el
hijo del país, puede hacer daño en las vacas que pacen de donde se destierra al hombre” .
91
en las zonas más nuevas.103Naturalmente, se alentaba a ios más pequeños coi
Iones para que se instalaran en las tierras recientemente ganadas por despla
zamiento de la línea de frontera, en la esperanza de que ellos formarían un¿
valla o escudo contra los indios. Y si podían demostrar que eran buenos fede
rales, los chacareros estaban en condiciones de obtener adelantos de la Casa
de la Moneda, restituibles al cinco por ciento, para comprar animales pars
sus chacras. En agosto de 1833, el mismo Rosas ofreció chacras ubicadas en
tre Los Cerrillos y el .Arroyo Azul a más de d en fam ilias. El gesto terna un pro
pósito político: sumar apoyo para el rosismo en el campo, en un momento eui
el que, desde el desierto, estaba dirigiendo un movimiento contra sus enemiil
. gos de Buenos Aires. Encomendó la idea a su agente González: “Esta obra en
favor de algunos pobres, hace mucho que la tengo pensada, y si ha estado del
morada es tan sólo por lafaita de tiempo para poderla hacer yo personalities
te. ”1MInstruyó a González para que difundiera la noticia por todo el campo de]
que “yo le he-encargado que todos los paisanos pobres que han servido en 1|
restauración, o a sus padres o viudas o madres, que na tengan dónde poblar!
' se ”. Sus nombres debían colocarse en una lista; de inmediato recibirían unj
posición en la comunidad y tierras cuando Rosas regresara de la Campaña!
-del Desierto. La operación total no era tanto un ejercicio de reforma agraria!
como de propaganda y movilización política. Los colonos más pobres no erarf
normalmente objeto de una sostenida atención de parte de Rosas; en realij
dad. desde un comienzo había emitido las más severas prohibiciones contra!
los colonos usurpadores o intrusos en sus prop i aati erras.iíJSY aunque lo huhíel
ra deseado, no habría sido fácil modificar la estructura social del campo. |
CAPÍTULO m
Patrón y peón
TABLA5
Crecimiento de la población, Argentina 1800-1869
Año Total
1800 300.000
1816 507.951
1825 570.000
1857 1.180.000
1869 1.736.923
Puente:. Maeder, E v o l u c i ó n d e m o g r á fic a , 22-6,
E! salto entre 1825 y 185? se puede completar con las estimaciones de Die
go de la Fuente, director del primer censo de la Argentina (1869), quien esta
blece un total de setecientos sesenta y ocho-mil para 1839, y novecientos trein
ta y cinco mil habitantes para 1849.1 Én los treinta y dos años transcurridos
entre 1825 y 1857, casi coincidentes con los gobiernos de Rosas, la población de
93
la: Argentina, en términos globales, se duplicó a sí misma. El crecimiento sí
debió esencialmente a una caída en i a tasa de mortalidad, en un período óf
mejoramiento de las condiciones de vida y liberación de las más graves epide
mías. Sólo hubo con Rosas una inmigración moderada, aunque durante los
años comprendidos entre los bloqueos, o después de ellos. llegó a Buenos Aires
un cierto número de vascos, franceses, gente d élas Islas Canarias, italianos e
ingleses, =
El aumento de población más notable fue registrado en las provincias deí
litoral, cuya participación en el total pasó del treinta y seis por ciento en 1800;;
ai-cuarenta y ocho con ocho décimos en 1869. Buenos Aíres creció con Rosas*
pero no espectacularmente, y los historiadores del período se refieren a una!
muy pequeña comunidad. El mismo Rosas ordenó un censo de la provincia er¡|
1836; se cumplió exitosamente y dio una población de sesenta y dos mil dos-j
cientos veintiocho habitantes para la ciudad, y ochenta mil setecientos veinti-j
nueve para el campo, con un total de ciento cuarenta y dos mil novecientos!
cincuenta y siete. . j
TABLA 6
Provincia de Buenos Aires, Población 1797-1869
i
Año Ciudad Campo Total ¡
1797 •f
40.000 32.168. 72.168
1822 55.416 62.230 118.646 .1
1836 62.228 80.729 142.957 1
1855 90.076 183.861 273.937 1
1869 177.787 317.320 495.107 i
Fuente: M aeder, 33-4. f
95
llenaran los niveles medios. Fueron los extranjeros quienes terminaron por i
■ejercer las funciones empresariales. Especialmente los capitalistas y hom -|
bres de negocios británicos dominaron pronto las actividades comerciales,'!'
mientras que los inmigrantes europeos se dedicaban a las ocupaciones arte J
sánales. Estos-grupos tenían tendencia a mantenerse fuera de la estructura l
social local, aunque constituían parte significativa de la población. Cuando fi-J
nalizaba la década de 1840, el ministro británico informó que “casi la mitad def
los comerciantes del país son extranjeros y una proporción aun mayor es la dej
los artesanos de todas las clases, que provienen en abundancia de todos lo sf
rincones de Europa."'- Sus equivalentes locales sobrevivieron, por supuesto;'i
ios industriales, o manufactureros, eran plateros, ferreteros, carpinteros, •
pero en nivel de artesanía-más que en el sentido moderno que caracteriza a un
industrial. Ai igual que a los comerciantes, se los puede encontrar en los regis- .
tros de la contribución directa, y también ellos eran con frecuencia dueños d e:
los edificios donde operaban. Pero, mientras que desde el punto de vista so cia l:
los comerciantes locales se movieron hacia arriba entrando en la aristocracia
terrateniente, los artesanos y manufactureros se mezclaron de manera in-:
confundible con los sectores bajos, marcados por sus ocupaciones manuales'
que muchas veces eran desempeñadas por gente de color.
Sí
que ios rodeaban,'analfabetos, indiferentes a las comodidades materiales y
poco inclinados a mejorar.
Los dueños de la tie rra se pueden dividir en dos clases: los que desear adoptar cos
tum bres europeas, y ios que prefieren las propias. La segunda de estas clases vive exac
tam ente en la m ism a form a en que lo hace el trabajador: aunque el patrón puede se r due
ño de una o m ás teguas de iierra"ss, en cuanto a costum bres y sentimientos, la contrapar
te de su p u estero: la única diferencia notable es que uno tiene más dinero para el juego y
va m ejor m ontado que el otro. Los que están deseosos de h acerse europeos en sus costum
bres —IqUE form an ú.n sector grande y en aum ento— son aquellos que, por así quererlo o
accidentalm ente, se han puesto en contacto con los extranjeros de Buenos Aires. Regre
san al cam po con ei deseo de m ejorar sus propiedades y , en la m edida de lo posible, adop
tan las comodidades de la vida civilizada*
97
garro en la boca; otro eraBarboza, un. verdadero cacique, enorme;feroz, con
ojos de águila, negra barba, hábil con el facón gaucho; un inglés, educado
pero poco práctico, antítesis de muchos exitosos inmigrantes británicos que
seguían aún conscientes de sus humildes orígenes en su propio país y se
mantenían al margen de la sociedad local; don Gregorio Gándara, criador de
caballos, que sólo se dedicaba a. animales manchados; don Anastasio Bueña-
vida, un solterón de mediana edad que se vestía magníficamente al estilo gau
cho y usaba risos simétricos que le caían hasta los hombros, el último de una
larga lista de estancieros que alguna vez habían sido'ricos en tierras y en ga
nado, pero.reducidos en ese momento a una vida de subsistencia, rodeados de
pobres relaciones; por último, inevitablemente, uno de los muchos patriarcas
de las pampas, don Evaristo, un viejo gaucho estanciero, dueño de tierras, ga
nado, muchos caballos y seis esposas.
Sin embargo, a pesar de las diferencias de ingresos, cultura y éstüG.so-
ciai, los estancieros eran como uno, comparados con los peones de sus estan
cias y los gauchos de las pampas, y tenían entre ellos mucho más en común
que con eí resto de la sociedad. Había una gran cohesión de grupo y solidari
dad entre los miembros de la clase terrateniente. El mismo Rosas era el cen
tro de un numeroso grupo cuya afinidad se basaba en la tierra. Estaba rodea
do por una estrecha red económica y política, diputados confiables, oficiales
ce justicia, funcionarios y militares, que también eran terratenientes y esta-,
ban relacionados entre ellos o con'Rosas. Aun cuando no estaba en el poder y"
se hallaba lejos de Buenos Aires, tenía considerable influencia política “a tra
vés de los oficios de ciertos coadjutores que residían allí, es decir: en todos los
asuntos concernientes al departamento de gobierno, a través del general ■
Mansilla, jefe de policía; en los relativos ai departamento de finanzas, me
diante don Nicolás Anchorena; y en los de relaciones exteriores a. través de
don Tomás Anchorena.'”0 Los tres hermanos Anchorena, Juan José Cristó
b a l Mariano Nicolás, y Tomás Manuel, eran primos de é l; ellos también es
taban conectados ventajosamente y se habían vinculado por casamiento con
prestigiosas familias de Buenos Aires. Felipe Arana, ministro de relaciones
exteriores desde 1835 hasta 1852, era pariente lejano dé Rosas, cuñado de Ni
colás Anchorena y, en política, un dócil instrumento de la familia. Los Ezeu-
rra eran parientes cercanos de R osas; Lucio N. Mansilla. jefe de policía, era
su cuñado; y para servicios en la provincia tenía a sus propios hermanos., Ger
vasio y Prudencio. Rosas usó su amplio patronazgo para unir esta pequeña oli
garquía aun más estrechamente. Los Anchorena,.en .particular, pudieron ex
pandir sus propiedades rurales y urbanas gracias a-su ayuda directa, obte
niendo beneficios por sus pretendidos servicios al Estado. Más tarde, Prosas
declaró que, como gobernador, había promovido sus intereses y engrosado in
mensamente su fortuna: “No era solamente el precio de esos servicios como
encargado de sus estancias lo que m e debían. Entré y seguí por ellos, y por
servirlos, en la vida pública. Durante ella-los serví.con notoria preferencia en
■todo cuanto me pidieron, v en todo cuanto me necesitaron. Esas tierras que
QS
tienen, en .tan grande escala por mí se hicieron de ellas, comprándolas a pre-
-cios muy moderados. Hoy valen machos millones lo que entonces comprar oí
por unos pocos m iles1’.11 Estas palabras fueron escritas en e l exilio y repre
sentaban los reclamos de un hombre amargado, pero no están lejos de la ver
dad. Tomás de Anehorena agradeció una ve2 a Rosas, en 1846, por haber ex
cepi.uado a su hijo del servicio militar que lo habría expuesto al populacho
“el verlo rozándose en el cuartel con gente oscura, sin-ninguna educación ;
cargada de vicios, sería una fatalidad que sin duda alguna abreviaría los día;
CÍB m i YlGcl ,
Y el mismo Rosas admitió que había exceptuado deliberadamente a las estar
cías de los Anehorena de las exigencias del Estado para obtener peone;
ganado vacuno y caballos, “distinción y privilegio que era en esos tiempos á
muchísimo valor para ellos, en sus estancias, y en todos sus negocios en r
campo y en la ciudad”.
Eso no es más que la verdad.
La mentalidad de la clase de los estancieros era conservadora, y mucho
de ellos daban por sentado que la continuidad era mejor que el cambio. So
ideas sociales y, en muchos casos, políticas traicionaban una afinidad básic
con el orden colonial; para muchos de ellos los años anteriores a 1810 había
sido ciertamente una época de ore, durante la cual, en condiciones monópól
cas, sus familias habían hecho sus primeras fortunas. Tomás de Anchores
era uno de ellos, aunque sin duda ubicado en un extremo. Amigo, pariente
socio de Rosas, no perdía oportunidad para alabar el pasado y censurar lasú
novaciones. Su hostilidad hacia las influencias extranjeras llegaba a la xen¡
fobia. En la Sala de Representantes , en 1828, habló impetuosamente contr
“esa plaga de extranjeros corrompidos que infesta nuestra campaña”, decl;
rando que el campo había hecho más progresos antes de las invasiones ingi
sas al Río de la Plata en 1806 que después, y que Rivadavia había.permitido"
ingreso de demasiados inmigrantes.12 Continuó afirmando que había una i
nata superioridad en la generación prerrevolucionaría: “En cuanto a la ilu
tración, yo observo, y nadie lo negará, que generalmente los hombres de m;
capacidad y crédito que hay en el país, son los que se formaron antes de la r
volución y los que éstos han formado después bajo el método antiguo en esb
días”.
Los hombres como él se oponían a la más mínima modificación de la e
tructura social colonial. Tomás de Anehorena era un rígido opositor a las pe
turbaciones sociales y a la subversión, y un crítico constante déla.anarquía
la inseguridad en el campo, aunque hasta él mismo debía admitir, en su de
preciativo lenguaje, que existía en el cámpo un orden que no había sido car
biado: “La rusticidad de nuestra gente vulgar, y de la. camp aña, no. es tan ch
cante que la de igual clase en Europa. Aunque carecen de-maneras es genen
mente dócil, afable,1desinteresada, cortés, hospitalaria y humana”.13
Los puntos de vista de Tomás de Anehorena eran demasiado exagerad
aun para muchos de sus “elitistas” contemporáneos, pero su influencia sob
Rosas fue considerable, En una de las conferencias preliminares de los fede
rales para la Liga del Litoral, en 1830, Rosas, después de agotar sus argumen
tos contra Pedro Ferré, el representante de Corrientes, “presentó una carta
de su primo don Tomás de Anchorena, diciéndo'ie que para él era un oráculo,
pues lo consideraba infalible. ”14 Mansilla no dudaba de la autoridad de An
chorena sobre Rosas: “Sólo un hombre, un Anchorena. tuvo verdadera in
fluencia sobre él. Y por cierto no fue nada benéfica para ei país, aunque el que
la ejercitaba fuera persona de bien en la acepción lata. Pero pertenecía al
grupo de hacendados cuya gran profiláctica consistía en recetar un gobierno
“fuerte7’.1- Rosas se describía a sí mismo como apartado de los intereses de
ciase, un honesto hombre de campo llamado para restaurar las leyes: “Juan
Manuel de Rosas es un hombre de bien, un labrador honrado, amigo de las le
y es y. de la felicidad de su país. Tiene en él una fortuna arraigada, esposa, hi ■I
jos, padres, hermanos. Treinta y cinco años de edad que los más ha pasado en
el retiro de una vida obscura que es lo más acomodable a su temperamen
to ,”16Por otra parte, expresó una solidaridad social con su cíase que hasta lle
gó a abrazar a sus enemigos políticos:
“Me dice V que ios Unitarios propietarios, los que figuraron en tiempo de Rivadavia,
son los que más abogan por k marcha de mi administración, y por mis amigos, sin que
hasta, ahora se sepa de uno solo qué esté con los Anarquistas. No io extraño: .siempre creí:
que si me aereaban algún día no habí an de ser esos. Yo he notado durante mi administra
ción buena conducta, y juicio en muchos de esos hombres. Por eso no solo no los he perse
guido sino que los he tratado siempre dándole a cada uno su verdadero lugar según su ca
tegoría. Veía también la escasez que tiene ei país de hombres, y mirando muy lejos cono
cía la necesidad deque ei tiempo fuese dándonos algunos hombres mas, de luces y de res
ponsabilidad propietarios, para el Congreso-Nacional: que teníamos esa necesidad ya se
vio cuando nombre a Alvear de Ministro para Norte America... Por otra parte creía con
veniente acostum brar la gente a m irar siempre con respecto a las primeras categorías
del país aun cuando sus opiniones fuesen diferentes a las dominantes. De aquí la razón
por que como todos mis castigos eran reducidos a los eachaíases, reboltosos, a toda esa
panduta de oficiales y Gefes aspirantes a quienes siempre he creido que se deben casti
gar con severidad y sin indulgencia ” ,37
100
tar los mandamientos de Dios, las leyes, el capital, y a sus poseedores’5.18E s
tos son, sin duda, los puntos de vista de una conservadora edad avanzada, in
fluidos tanto por las convulsiones en Europa como por los cambios en la Ar
gentina, pero resumen también la filosofía de toda una vida.
Sin embargo, Rosas conservó el orden social heredado, lo reforzó y lo en
tregó intacto. Había una innata propensión aristocrática en la sociedad ar
gentina, una amalgama. de los valores hispánicos y la nueva prosperidad, que
sobrevivió a la caída de Rosas. Su amigo, José María Rojas, describía algu
nas de sus características en 1882;
“Buenos Aires es el país de ias ideas más aristocráticas que cualquiera otro de la
América antes española.’. Se encuentran sus descendientes ¡délos conquistadores], aun
en las últimas clases, pobres pero orgullosos de su origen. En Santa Fe be conocido va
rios jóvenes llenos de miseria, por no querer trabajar en oficios mecánicos, a causa de te
nerse por nobles.
”Ys se ve, una gran parte de esa aristocracia es de dinero, la peor de todas. En un
país nuevo salen las fortunas del estiércol, como los hongos: muchos son venenosos y su
influencia deletérea contagia el cuerpo. Hablando un día con Mr. Parish sobre la dificul
tad de gobernar un país tan heterogéneo como el nuestro, me dijo: “Esa dificultad será
cada día mayor” .
“Estaba yo mirando salir un cuerpo de gente pobre para Cepeda: los compadecía di
ciendo que me afligía ver conducir hombres ai matadero, sin saber ellos por qué iban. Un
joven conocido que me oía, dijo: “Déjelos usted que vayan a morir. ¿Para qué sirve toda
ésa chusma?” ;A este punto se ha barbarizado la juventud!19
101
Hr en medio de su. pobreza i de sus privaciones”, porque lo que más valoraba •
era la ociosidad y i a independencia.21 No ambicionaba tierras; vivía cazando, \
jugando y peleando. Félix de Azara dio una ilustrada opinión'española del y
gaucho: y
‘‘Esos hombres errantes que corres tras de ios ganados, y que persiguen bestias ai- ■
sadas en los desiertos no tienen la más minim a noción de regla. ni de medida para nada; . \
habituados a la completa independencia, no aman la sociedad que. no conocen, ignoran - [
las más elementales comodidades, carecen de toda instrucción y no saben obedecer 1 ■[
Acostumbrados desde ss infancia a degollar animales, les parece natural hacer lo mismo |
con ios hombres; la muerte les es indiferente.”- |
los
■miliar ni preservaron su identidad'a través de varias generaciones. Las con
diciones íes eran adversas, ya que se encontraban arrojados a la deriva en las
llanuras, sin hogar y acosados. Los gauchos y la gente del pueblo, en general,
eran víctim as de la política del gobierno y de la nueva economía:
Eran víctimas de las levas trimestrales para la guerra irregular, y no tenían incentivos
para eí trabajo estable y hü podían, de hecho, e n r a l z a r s e . Eran acosados en todo momen
to y por todos los partidos, debían luchar o huir, desbandarse o ser desbandados, aunque
■sólo para ser capturados de nuevo: sin nadie con quien compartir un hogar, sin hogar que
compartir, obligados a vagar, carecían de pertenencias y no se propagaban. bDe que les ser
viría form ar hogares o crear poblados en tanto las partidas de presa los acechan y deben
esconderse y agazaparse como ciervos acosados entre los densos matorrales y ios cam
pos de cardos ?s£
104
poner la ley y el orden en el campo; el segundo consistía en poner una fuente
laboral a disposición délos hacendados. el tercero proveer conscriptos para el
ejército. La milicia se transformó efectivamente en una prisión abierta, ha
cia la cual arreaban por la fuerza a la parte más miserable de i a población ru
ral. No puede caber en la imaginación más amplia que las milicias rurales
fueran formaciones espontáneas o fuerzas populares.
Los años posteriores a 1810 fueron para el gaucho mas duros que los ante
riores. Durante el gobierno del régimen colonial, la existencia de costumbres
comunes en las pampas daba al gaucho libre y nómade acceso al ganado va
cuno salvaje (cimarrones) en el campo abierto. Pero estas costumbres tradi
cionales cesaron cuando se implantaron y poblaron las estancias y comenzó a
extenderse en las pampas la propiedad privada con la consiguiente apropia
ción de todo el ganado vacuno. Entonces los terratenientes, con el apoyo deí
gobierno republicano, empezaron a impedir las actividades ilícitas de captu
ra., sacrificio y comercio de cueros, y a defender sus tierras y ganado. Hubo
una lucha prolongada entre los hacendados y los gauchos. En tiempos de tur
bulencia y guerra civil, la gente marginal del campo revivió las prácticas co
munales del pasado y tomaron una vez más el ganado; pero cuando se resta
blecía el orden, los hacendados reafirmaban sus derechos de propiedad. Esto
no significaba que ios cimarrones dejaran de vagar por el campo abierto, pero
en ese momento eran los peones de la estancia, y no los gauchos libres, quie
nes se apropiaban del ganado salvaje y lo llevaban a sus patrones; de lo con
trario, se lo consideraba robo.31
Mientras tanto, las propias guerras de la independencia tenían repercu
siones sobre la población de gauchos. La rebelión de Buenos Aires contra Es
paña dio ocasión para la rebeldía de las pampas contra Buenos Aires, lo que, a
su vez, condujo a una especie de contrainsurgencía. La Primera Junta, en
1810, comisionó al coronel Pedro Andrés García para inspeccionarlos fuertes
de la frontera, establecer las condiciones de la población rural y la posibilidad
de reunirla en aldeas. Su informe señalaba el estado de anarquía en que vivía
el campo. Su estimación era que, alrededor de un tercio de la población rural
estaba constituido por vagos ociosos y nóm ades; a éstos se unían delincuentes
y fugitivos de la le y ; otros se incorporaban a los indios como caudillos para or
ganizar robos y ataques a las estancias. Encontró “impunidad de delitos, mul
tiplicidad de malévolos, incivilidad, desorden délas poblaciones, ruina einde-
fensión de las campañas”,32El mismo gobierno era provocativo. Durante las
guerras de la independencia, las fuerzas combinadas del gobierno porteño,
los estancieros y los jueces de paz. reclutaban por la fuerza al gaucho para los
ejércitos revolucionarios. Todo hombre acusado o identificado como vago era
tomado sumariamente, si no para el ejército, para trabajos públicos. Mien
tras que los negros formaban la infantería de los ejércitos revolucionarios, los
gauchos constituíanla caballería. Las patrullas militares barrían las pampas
reuniendo “voluntarios” para el servicio de fronteras, para el Ejército del
Norte y para la guerra contra el Brasil, Si los estancieros se quejaron fue por
105
que estaban perdiendo, en determinado momento, más fuerza laboral que la
que podían soportar.33 Así se obligaba al gaucho a prestar servicios, con fre
cuencia literalmente encadenado, en nombre de un sistema político y econó
mico del que no recibía el menor beneficio. Nació un gran sentimiento de in
justicia, cantado en los versos populares y más carde regístradopor José Her
nández en su Martín Fierro :
Tiene une que soportar
el tratamiento más vil; ■
a palos en lo civil
y a sable en lo militar.
los
ba la demanda de mano.de obra. El peón de campo estaba a sólo un paso de
distancia del vago y mal entretenido. La Ley Militar del 17 de diciembre de
1823. que asignaba los vagos al ejército, los definía como holgazanes sin ocu
pación; aquellos que pasaban los días de trabajo jugando, bebiendo, corrien
do carreras y en otras actividades sem ejantes; hijos que hablan abandonado
la obediencia a-sus padres; aquellos enviados a prisión por peleas con cuchi
llo.3' Una ley posterior, del 19 de septiembre de 1824, admitía el mero testimo
nio verbal de un juez de paz o un alcaide como prueba de que un hombre era un
vago, üna evidencia de este tipo podía mandarlo ai ejército por cuatro a seis
años, donde pasaría tal vez todo el tiempo'patrullando territorio infestado de
indios. En la frontera, hay que admitirlo, los talentos naturales de los pobla
dores de la zona estaban en relación con los del enemigo, y eran apropiados
para las necesidades del ejército. Charles Darwin describió un grupo de sol
dados gauchos a quienes encontró en la frontera sur en 1833, “extraños seres:
el primero, un apuesto joven negro; el segundo, mitad indio y mitad negro; y
los otros dos. de imposible clasificación... eran dos mestizos, de expresiones
tan detestables como nunca había visto antes”.58 Pensó que vivían una vida
miserable en el desierto, alimentándose de lo que podían cazar, avestruces,
ciervos, armadillos, con los únicos lujos de los cigarros y el mate, su único pa
satiempo el juego de cartas, impedidos de relajarse y descansar por las no
ches, siempre alertas por los indios. Sin embargo, Darwin admiraba' a los
gauchos, término que él usaba para la población rural en general. Le gusta
ban sus buenas maneras, espíritu y hospitalidad. Pero lamentaba su inclina
ción a la violencia y al derramamiento de sangre: “los robos son una conse
cuencia natural del juego generalizado,- exceso de bebida y extrema indolen
cia”.56 Éste era también el punto de vista de las autoridades y de los hacenda
dos.
Los controles coercitivos y el horror de la vida entre los indios llevaron al
gauche a manos délos hacendados, pero como mano de obra contratada, asa
lariado,peón de estancia. Esto tenia algunas ventajas, porque le daba la segm
ridad de la estancia y el respaldo de una persona poderosa que, así como
defendía su estancia contra las invasiones indias, defendía a sus peones
contra las incursiones del enemigo o de las autoridades. El gaucho per
día su libertad y anonimato a cambio de un salario, comida, techo y-ropas.
Se convertía virtualraente en propiedad de su patrón: si la estancia era su
santuario, era también su prisión, El estanciero, naturalmente, estaba obli
gado a imponer su autoridad no sólo por su riqueza y posición sino también por
sus cualidades personales en el ambiente del-campo. Tenía que ser un gaucho
tan rudo y talentoso como sus propios peones, si no más. Tenía que tener sufi
ciente habilidad, recursos y poder como para derrotar a los indios y resistir a
las autoridades en caso de ser necesario. De manera que debía ser tanto un pe
leador como un propietario. un hombre que pudiera proteger tanto como em
plear.
La relación entre patrón y cliente era un vinculo esencial basado en el
107
personal intercambio de valores entre estos dos desparejos socios. El terrate
niente quería mano de obra, lealtad y servicio en la paz y en la guerra. El peón
■queria subsistencia y seguridad. Por lo tanto, el estanciero era-un protector,
dueño de suficiente poder como para defender a sus dependientes de las ban
das merodeadoras, sargentos reclutadores y hordas rivales. Era también un
proveedor, que desarrollaba y defendía los recursos locales y podia dar em
pleo. comida y abrigo. De esta manera, el patrón reclutaba una peonada. Y
estas alianzas individuales se extendían para formar una pirámide social ya
que, a su vez, los patrones se convertían en clientes de hombres más pode
rosos, hasta que se alcanzaba la cumbre del poder y todos ellos pasaban a ser
clientes de un superpatrón. el caudillo.
Así era como el patrón obtenía una peonada que lo seguía ciegamente en
las tareas de la estancia, en la política y en la guerra. Y en esta forma, ade
más, el patrón llegaba a ocupar el papel, de un padre y desempeñaba el papel
patriarcal en una sociedad rural en'la que el verdadero padre estaba huyendo
o era desconocido. Rosas fue el arquetipo del caudillo, la corporizacióndel pa-
ternalisrao en tal sociedad., que respondía más al amparo que a la política.
¿Podía contar Rosas con un seguimiento masivo de los gauchos? ¿Era un
verdadero populista? ¿Representaba a lás masas rurales contra la aristocra
cia urbana, tal como lo insinúan sus contemporáneos y lo afirman ios historia
dores ?wLa imagen que Rosas tenía de las clases populares estaba condicio
nada por sus intereses económicos y su posición social. Como podía esperar
se. era un punto de vísta autoritario y conservador, pero nobasado en una ac
titud de crueldad o desprecio, sino, inicialmente, en el recelo. Poco después de
tomar posesión de su estancia Los Cerrillos, escribió al gobierno, en 181?. que
jándose por la temible inseguridad y la anarquía existentes en la región de
Monte, infestada por hordas de vagos, holgazanes y delincuentes que no res
petaban la propiedad ni a las personas y que erraban por el campo desafiando
con insolencia tanto a ios terratenientes como a la autoridad de los magistra
dos: “Apenas es cumplido mi mes que fui acometido en m i estancia; porque
traté de impedir en ella corridas de avestruces que se hacían por decenares de
hombres, que con tai pretexto corrían mis ganados, usaban de ellos, no los de
jaban pastar, y m e los alzaban. Mi vida se salvó de entre ios puñales; y desde
entonces sólo pende mí existencia de un golpe seguro con que- la asesten los
ociosos y mal ocupados.”41 El gaucho como delincuente; era una interpreta
ción muy generalizada. Lo que primero impresionó a Rosas fue la ilegalidad
reinante en el campo. Y esta vivida captación de la anarquía incipiente gene
ró en él la determinación de conquistarlo, primero en su propio ambiente, lue
go en el mundo político que se abría más allá. Hubo un período, en los anos fi
nales de la década de 1820, en que parece haber sentido un genuino temor de
que se produjera un movimiento autónomo de protesta desde abajo, un movi
miento que él trató de captar y controlar. Éste es el contexto en el que se desa
rrolló su frecuentemente citada entrevista con el enviado uruguayo, Santiago
Vázquez, al día siguiente de tomar posesión de su cargo de gobernador en
108
diciembre de 1829, cuando dijo que, a diferencia de sus predecesores, él había
cultivado la gente “de las clases bajas'’ y que se había “agauchado” él mismo
para poder controlarlos. Explicaba que, los anteriores gobiernos
“Se conducían muy bien para la gente ilustrada, que es lo que yo Hamo moral, pero des
preciaban lo físico, pues, los hombres de las clases bajas, los de la campaña, que son la
gente de acción... me pareció que en los lances de la revolución, los mismos partidos ha
bían de dar lugar a que esa ciase se sobrepusiese y causase los mayores males, porque
Vd. sabe ¡a disposición que hay siempre en él que no tiene contra ios ricos y superiores; me
pareció, pues, desde entonces’ muy importante conseguir una influencia grande sobre esa
clase para contenerla o para dirigirla; y me propuse adquirir esa influencia a toda costa;
•para ésto me fue preciso trabajar coa mucha constancia, con muchos sacrificios de co
modidades y de dinero, hacerme gaucho come ellos, hablar como ellos y hacer cuanto
ellos hacían; protegerlos. hacerme su apoderado, cuidar sus intereses, en fin, no ahorrar
trabajo ni medios para adquirir más su concepto1’.42
109
Identificarse cultor al mente con. la gente del carapo.no era-lo mismo'que
unirse-a ellos socíalmente. Comportarse como un gauche no significaba nece
sariamente representar o elevar o salvar al gaucho. La posterior historiografía
rosista explicaba que Rosas se identificó totalmente con los gauchos., y que
ellos se levantaron espontáneamente por él. Una cantidad de observadores
contemporáneos, es verusG, hablaron en el mismo sentido. Los ministros bri
tánicos informaron invariablemente que las clases bajas del campo y la ciu
dad apoyaban a Rosas, y daban la impresión de hordas de gauchos que mar
chaban a caballo hacia la capital por la causa de su salvador. Philip Yorke
Gore imormo: “Los gánenos, Habitantes de los distritos rurales i SSt-SJl 3-1*G.Í0TI*
tómente unidos al general Rosas, a quien, como jefe y benefactor reconocido.^
hace tiempo que admiran con increíble devoción. ”49 El mismo. Rosas explica
ba a John Henry Mándevüle que “aquí no hay una aristocracia que apoye a un
gobierno ; son la opinión pública y las masas las que gobiernan.T,5Í)Henry'South
ern creía que “El secreto de su poder es que él enseñó al gaucho de las llanu
ras que era el verdadero amo de los pueblos. Fue sobre la base de tropas de
sus propios criadores de ganado, arrieros y domadores que estableció inicial-
mente su autoridad, mantenida hasta el día de hoy gracias al uso diestro y as
tuto de la misma arma.Í?S1
Sin embargo, estas impresiones están distorsionadas o, por lo menos,
abiertas a una mala interpretación. En primer lugar, el núcleo de las fuerzas
de Rosas estuvo formado por sus propios peones y. dependientes, quienes lo
habían tenido que seguir en la guerra así como trabajaban par.a él en la paz.
¿Quiénes eran los peones de Rosas? Eran, ante todo, los gauchos, previamen
te “salvajes” y nómades, luego, domados y atados a sus estancias, donde tra
bajaban como mano de obra para tareas rurales, en retribución por una paga
y protección. Luego, comprendían también a los indios “amistosos1’; algunos
de éstos trabajaban para él como peones, otros simplemente vivían en las zo
nas cercanas a sus estancias o acampaban en sus tierras, colaborando con él
en la lucha contra las incursiones de indios enemigos o contra enemigos políti
cos, en agradecimiento por la protección de un caudillo poderoso que los im
presionaba y que hablaba su propia lengua. En tercer lugar, las estancias de
Rosas albergaban una cantidad de proscriptos. Reclutaba deliberadamente
delincuentes, desertores del ejército, prisioneros, escapados, y ¡os alentaba
para que buscaran refugio en sus propiedades, en parte como una solución
para la escasez de mano de obra, en parte como una medida de control contra
la anarquía. Rosas, por supuesto, no toleraba los delitos contra la propiedad,
Gomo lo señaló Sarmiento, convirtió a sus estancias en “una especie de asilo
- para dos homicidas", pero, como propietario terrateniente, no extendía su
protección a ios ladrones.52 No siendo así, echaba sus redes con bastante am
plitud, como observó'®] general Lam.adrid; “Pues a pesar de todo este rigor
con que se hacia obedecer, era él el hacendado que más peones tenía, porque
les pagaba bien, y tenía con ellos en los ratos de ocio sus jugarretas torpes y
groseras con que los divertía, y apadrinaba además a todos los. facinerosos o
110
desertores que ganaban sus estancias y nadie los sacaba de ellas” .s3 Gauchos,
indios, delincuentes o quienesquiera que fuesen, los peones, de Rosas eran sus
servidores más que sus partidarios, sus clientes más que sus aliados.
Cuando Rosas decía a sus gauchos “ i adelante' ”. era una orden, no un discur
so DolítiC O .
Estos movimientos de la población rural, por otra parte, se produjeron en
tiempos de crisis excepcionales, rebelión o guerra, tal como en 182S, 1838 y
1838. Durante 1828 y 1829, como se ha visto, Rosas levantó deliberadamente a
las fuerzas populares para oponerse a la rebelión unitaria. Alguien que lo co
nocía, informó en esa oportunidad: "Estableció un campamento que terna to
dos los privilegios de un santuario para cada malhechor, en toaos los distritos
desde Buenos Aires hasta el Alto Perú” ; y usó esos elementos margínales
como parte de sus "fuerzas populares” ,34En 1833, dio instrucciones a su espo
sa para que cultivara a los pobres, como base para un regreso político. Duran
te la Campaña del Desierto, en ese año, estaba en cierto sentido esperando en
la trastienda mientras, desde lejos, movilizaba a lo s‘apostólicos contra los
cismáticos y, eventualmente,1socavaba la administración de Viamonte: En
una serie de cartas inculcaba en doña Encarnación ia importancia de adoptar
actitudes populistas y métodos, a fin de ganar el apoyo de las masas para la
fracción rosista del federalism o:
"Ya has vista lo que vale ia amistad de ios pobres y por ello cuanto importa sostenerla y
no perder medios para atraer y cautivar voluntades. No cortes pues sus corresponden
cias. Escríbeles coñ frecuencia: mándales cualquier regalo, sin que te duela gastar en esto.
Digo lo mismo respecto de las Madres y mujeres de los paraos y morenos que son fieles.
No repares, repito, en visitar a las que lo merezcan y llevarlas a tus distracciones rura
les, como también en socorrerlas con lo que puedas en sus desgracias."55
11
reunir las levas. En último término, íue el ejército acampado en Santos Luga
res el que le dio su poder. ' ■
Además, las milicias de gauchos eran consideradas fuerzas- “populares
solamente en el sentido de que estaban compuestas por los peones del campo,
i No siempre eran voluntarios por una causa, ni estaban politizados. Los méto-
\ dos militares de reclutamiento eran, en general. rudos y a menudo violentos,
i El ministro, británico William Gore Ouseley registró una cínica opinión de la
espontaneidad. Describió las brutales actividades del general Prudencio Ro-
l sas mientras se levantaban levas sn una población cercana &Buenos Aíres,
donde dio doscientos latigazos a un hombre por resistir la conscripción forzo
i sa. La severidad del castigo mató al hombre, pero el general Rosas pensó que
establecería un buen ejemplo. “E sta forma de reclutar tropas”, comentó Ou
seley, “está descripta en los últimos números de la Gaceta como ;el levanta
5 miento entusiasta y espontáneo del pueblo en defensa propia contra las agresio
nes de los salvajes unitarios’.”57En cuanto a las milicias, sus oficíales y conducto
res eran los jueces de paz. los comandantes del ejército regular y los estancie
ros. El hecho de pertenecer a una organización militar no daba a los peones po
der político o representatividad, porque la rígida estructura de la estancia
también regía dentro de la milicia, donde los estancieros eran los comandan-
| tes, los capataces los oficiales y los peones la tropa. Estas tropas-no entra-
% ron en relaciones directas con Rosas; eran movilizadas por sus patrones, lo
f que significaba que Rosas1no recibía su apoyo de las hordas de gauchos libres
| sino de ios estancieros que conducían a sus peones conscriptos, servicio por el
% cual los estancieros recibían una paga del Estado. El mismo Rosas fue, desde
f el principio, el estanciero más poderoso, y su peonada la más numerosa y bien
equipada. Pero eso no lo hizo líder populista.
Aun el uso de la palabra gaucho era ambiguo en la terminología rosista.
Tenía dos significados, según la situación. En público se la usaba como un tér
mino de estima y perpetuaba la idea de que el gaucho, como el estanciero, era
' un modelo de virtudes nativas y que los intereses de ambos eran idénticos. En
? las palabras de las canciones populares
El hacendado es de plebe .
Y vas tendero hombre decente
112
\ para la masa delpueblo, dándose por entendido que significa una persona que
no tiene permanencia fija, sino que vive como nómade; por lo tanto, euando
hablo de las clases más pobres, evito ese término.,,5e
i La gente más pobre, naturalmente, constituía un grupo heterogéneo, no
una clase uniforme. Eran peones de estancia, dependientes vinculados a un
patrón trabajadores libres, granjeros y arrendatarios, pequeños ganaderos,
y la población marginal compuesta por casi profesionales montoneros. Estos
grupos, semibárbaros, analfabetos, ignorantes délos asuntas políticos, ñopo-
dían participar ni siquiera en los más rudimentarias procesos políticos; eran
incspaCOS de cualquier acción autónoma, de organizarse y de responder a un
j liderazgo político. De manera que. el así llamado "populismo oligárquico’’, si
bien tenía base popular, carecía de objetivos populistas y de capacidad para
: cambiar la estructura social y redistribuir la riqueza.59 La historia del popu-
: iismo, por supuesto, contiene muchos ejemplos de líderes que ofrecían benefi
cios a las masas apolíticas sin necesidad de incorporarlas a la poli dea ni de
cambiar básicamente la sociedad. ¿Hizo esto Rosas? ¿Mejoró las condiciones
;■ de la población rural? ¿Otorgó beneficios económicos y sociales?
! Como se ba visto, el dominio de la economía por parte de la estancia fue
completado y continuado bajo Rosas.00 No se entregaron tierras al gaucho; no
i se asignaron propiedades a los peones. Pero se argumenta a veces que con Ro-
sas los trabajadores rurales eran- hombres libres, respetados y defendidos.
Sin embargo, no existen evidencias de que alguna vez Rosas objetara la es-
¡ tructura social existente. Él heredó de los regímenes anteriores una legisla-
= ción social discriminatoria y un sistema político diseñado para excluir la par-
i ticipación. La ley electoral del 14 de agosto de 1821. que permaneció en vigen-
ci a durante todo el período de Rosas y m ás allá, establecía elecciones directas
y sufragio universal masculino; todos los hombres libres, a partir de los vein-
i te años de edad tenían derecho a votar, y todos los propietarios mayores de
i veinticinco tenían derecho a ser candidatos en la elección. É sa era la ley, y no
había exigencias de educación o de propiedad para los votantes. Pero, e s la
; práctica, los gauchos analfabetos no podían votar como hombres libres. El
sistema era un fraude y una farsa: el gobierno enviaba una lista de candidatos
. oficiales, y era misión de los jueces de paz asegurar que ellos resultaran elegi
dos, La votación abierta y verbal, d derecho de los jueces de paz a excluir como
votantes y candidatos a quienes consideraban no calificados, la intimidación de
la oposición, éstas y muchas otras prácticas ilegales reducían las elecciones a
procedimientos absurdos. Rosas admitió francamente que era necesario con
trolar las elecciones y condenó como hipocresía la exigencia de elecciones li-
| brea. En 1-837, dijo a la asamblea que su gobierno “ha dirigido, por toda la ex-
I tensión de la Provincia, a muchos vecinos y magistrados respetables listas
j que contenían ios nombres de aquellos ciudadanos que, en su concepto, mere-
’ cían representar los derechos de la Patria, con el objeto de que propendiesen a
i su elección, sí tal era su voluntad’?61 En la práctica, las listas de Rosas eran -
: una orden indiscutible y los gauchos que concurrían a los comicios lo hacían
113-
sólo como instrumentos para la votación, Así se quejaba José Hernández en
su Martín Fierro.
No te perdonan sí yerra.
Que no saben perdonar,
Porque ei gaucho en esta tierra
Sólo sirve para votar.
114
"delincuencia rural. Durante la independencia y hasta el régimen de Ros a a
continuaron el látigo y otras formas de tortura característicos de la época co
lonial. Y los propietarios de las estancias todavía castigaban a sus peones po
niéndolos en ei cepo o estaqueándolos como cueros al sol, Era un régimen se
ñoril. independiente, en el que los peones estaban privados de sus derechos ci
viles por completo y gobernaba el campo una alianza informal de estancieros
y comandantes de milicia que, a menudo, eran las mismas personas. Se unía a
ellos un tercer opresor.
El agénte clave de control en el campo era ei juez de paz. El cargo fue es
tablecido en 1821 para llenar el vacío dejado por el cabildo colonial, pero sus
funciones origínales de carácter administrativo y judicial en un distrito deter
minado pronto se ampliaron hasta incluir las de comandante de milicia, jefe
de policía y recaudador de impuestos. En cierto sentido, el cargo creció con la
estancia. En ios años posteriores a 1821, la colonización del campo desierto se
vio acompañada por la creación de una nueva burocracia que se convirtió en
instrumento conveniente para la autoridad del caudillo.63 Porque el juez de
paz no era un funcionario “constitucional1' sino un agente político, un servidor
del centralismo estatal. Rosas comprendió esto de inmediato y asumió el con
trol de los jueces de paz en la campaña de 1829; de allí en adelante ellos fueron
sus criaturas, “Desde el punto de vista administrativo, Rosas consideraba al
campo corno una inmensa estancia, dividida en distritos; a cargo de cada uno
de ellos había un juez de paz, una especie de señor feudal dependiente del po
der señoril establecido en la capital.”- Los jueces de paz administraban y
controlaban loseontratos de los peones de campo:perseguían a ios delincuen-
; tes, desertores y vagos; informaban sobre propiedades y sus dueños, y asi-
■ mismo sobre sus afiliaciones políticas; tomaban censos de la población, apli-
:. caban confiscaciones de propiedades; presidían en las elecciones. Sin embar-
; go, en-general, la administración de justicia era defectuosa, y existía una es-
| pecie de delincuencia oficial tan sedienta de sangre como la delincuencia del
; gaucho.65 La mayoría de ios jueces de paz eran faltos de educación y sin ido-
! neidad para el cargo; algunos eran completamente analfabetos. Sin duda, ha-
;■bía excepciones, unos pocos funcionarios dignos que trataban de proteger sus
1distritos de los peores excesos del poder gubernamental y a los individuos de
: la venganza política.66 Pero, en general, los jueces de paz eran cómplices o
i bien instrumentos impotentes de una política expresada en arrestos, coníis-
j caciones. conscripciones o peor, dirigida contra cualquiera que fuera eonsi-
í aerado unitario o delincuente.
Sin embargo, algunos observadores estaban impresionados por la severa
justicia que se administraba en la provincia, y por la ley y el orden impuestos
,■por Rosas. El índice de delincuencia parecía haber disminuido, la seguridad
:personal aumentado y la propiedad estaba mejor protegida. Más aún, las evi
dencias se originan en diversas fuentes, algunas de ellas británicas, y en dís-
;tintos momentos:
Desde el comienzo de la administración de Rosas no ha habido mucho que temerles (a los
gauchos): no digo que se haya extinguido por completo entre hilos el'amor al pillaje, ins
tinto natural del salvaje; pero como el Capitán General .los m ata invariablemente o los
convierte en carne de cañón al hacerlos soldados, cuando ceden a sus impulsos, han desa
parecido. según mi información, los robos con violencia.87
Esto ocurría en la mitad de la década de 1830. Diez años más tarde, Wil
liam Mac Cano destacaba la seguridad existente aun en las más remotas pro
piedades desde que Rosas estableciera en las pampas la autoridad de la
Me han asegurado que no era ese el estado de cosas antes de la asunción del poder por e!
general Rosas; pero conociendo bien que, debido al sistema de policía establecido bajo
so gobierno, todos aquellos, sean, pobres o ricos, que resulten comprometidos en la viola
ción de las leyes existentes en el país habrían de sufrir seguramente las extremas penali
dades por sus delitos, el robo y el ultraje son casi desconocidos.58
. Ésta era la clásica defensa de Rosas, que su autoridad era la única alter
nativa para la anarquía; el mismo Rosas se encargaba de propagaría y tenia
•atractivo para los extranjeros. Pero no para todos ellos. Un observador fran
cés tema otras opiniones:
“Hay en las campañas argentinas, hombres más temibles que el gaucho malo que hacen
más daño, sin verse obligados a huir de la justicia, porque ellos mismos representan la
autoridad legal y la justicia. Son los funcionarios honrados por Rosas con su favor y su
confianza; los jefes militares de campaña y los jueces de paz. ”58
Los apremios y violencia del régim en rural eran un medio para superar la
extrema escasez laboral, como se ha visto. La población estaba muy dispersa
y la mano de obra era una mercancía difícil de hallar, especialmente en la dé
cada de .1840, cuando las exigencias de la guerra aumentaron los niveles de
conscripción. -Se estimaba que. en aquellas estancias donde inicialmente se-
consideraba que quince a veinte hombres eran apenas suficientes para el tra
bajo con el ganado, en ese momento sólo podían conseguirse tres o cuatro y ni
siquiera éstos podían eludir la conscripción del ejército.70La situación no me
joraba en virtud de la estrecha gama de habilidades y motivación que poseía
el peón rural: como observó MacCann. “generalmente, los nativos están poco
dispuestos a ocuparse de cualquier manera, excepto en los deberes ordinarios
de una estancia”.71 En la década de 1840, los peones de una estancia (vaqueros
y pastores) ganaban entre cien y ciento cincuenta pesos por mes, además de
tres kilos de yerba mate un poco de sal y toda la carne vacuna y de cordero
que quisieran. Sus condiciones de vida eran pobres, sus ranchos,! casuchas
primitivas, carecían por completo de las mínimas comodidades humanas,
. pero podían ganar dinero extra empleándose afuera ocasionalmente, por
ejemplo, para marcar ganado, por lo cual recibían de veinte a veinticinco pe
sos diarios. Para otro tipo de trabajos no se encontraba gente disponible, y
116
MacCannno pudo contratar-an guía entre todala población de la estancia, “ya
que todos los miembros varones de casi todas las familias estaban lejos, en él
ejército, y ios pocos que quedaban en su casa no eran suficientes para atender
las obligaciones imprescindibles de la vida”.72Si la población era insuficiente
para trabajar con el ganado, ciertamente no había quien se ocupara délos tra-
■bajos agrícolas y, en el sur de la provincia' de Buenos Aires estaban consu
miendo harina norteamericana, aunque toda la tierra de los alrededores era
extremadamente fértil y se hallaba lista para el arado. Para algunos terrate
nientes la escasez de mano de obra fue un desafio para que se concentraran ya
no en aumentar la cantidad de animales sino en mejorar su calidad. Hubo al
gunos criadores de ovejas que. sin incrementar mayormente ei número de ani
males, mejoraron de tal manera la calidad de sus rebaños que ei valor de la es
quila a comienzos de la década de 1840. de dos centavos por libra aumentó en
tres años a diez centavos por libra. Por otra parte, con un suelo fértil y un cli
ma templado, el ganado vacuno y ovino aumentaba en número tan rápida
mente que pronto superaban la mano de obra disponible, los rebaños se ha
cían salvajes y las ovejas morían. Esas condiciones no eran exclusivas de
Buenos Aires. También en el resto del litoral la falta de mano de obra retardó
el crecimiento rural. Charles Mansfield visitó una gran estancia en Corrien
tes a la que encontró “magnífica pero triste”, magnífica porque tenía suelos
fértiles y de gran variedad, con pastos, árboles y plantas; triste porque la ma
yor parte de esas riquezas estaba desaprovechada por la falta de trabajo;
la “estancia” estaba formada por unos pocos ranchos, y el dueño vivía en la
pobreza.?s
La supervivencia de los esclavos en la Argentina fue. en parte, una conse
cuencia de la escasez de mano de obra. La trata de negros del siglo xviu había
producido una considerable población de esclavos, la mayoría de ellos em
pleados en el servicio doméstico o en ias industrias artesanales. La abolición
del comercio de esclavos en las Provincias Unidas] por decretos del 9 de abril
y del 14 de mayo de 1812, redujo la fuente de obtención; y el tratado del 2 de fe
brero de 1825 con Gran Bretaña obligaba a las Provincias Unidas a cooperar
con Gran Bretaña en la supresión total del tráfico de esclavos. Sin em bargóla
abolición de la esclavitud en la práctica, que afectaba ai derecho de propiedad
y a la escasez de fuerza laboral, fue mas difícil de lograr. La cantidad de es
clavos disminuyó, ciertamente durante la guerra de la independencia, dado
que recibían la emancipación en retribución por sus servicios m ilitares; pero
ésta solía conducirlos m ás bien a la muerte que a la liberación. En 1813; tres
medidas legales se aproximaron a la total abolición. La Asamblea Constitu
yente decretó el 2 de febrero la así llamada libertad de vientres, por la que se
declaraba libre a todo hijo de esclavo nacido con posterioridad al 31 de enero
de 1813, o en esa fecha. Un segundo decreto, del 4 de febrero, declaraba libres
a todos los esclavos introducidos a partir de ese día en las Provincias Unidas
“por el solo hecho de pisar e) territorio de las Provincias Unidas”. Una terce
ra medida, del 6 de marzo, estableció los límites de libertad otorgada a los hi-
117
jos de los esclavos: debían permanecer al cuidado del amo hasta.la edad de
veinte años: hasta los quince años debían prestar servicios a sus señores sin
recibir paga alguna, y durante los cinco años restantes tendrían una paga de
un peso por mes. Pero aun estas leyes limitadas quedaron frustradas o demo
radas en su aplicación a causa de los conflictos políticos y la guerra civil.
Hacia el final del período colonial, había en el Río de la Plata unos.treinta
mil esclavos, en una población de cuatrocientos m il es decir, un ocho por
ciento. La incidencia de la esclavitud era mayor en las ciudades y, después de
1810, la gente de color continuó concentrándose en Buenos Aíres. En 1810 ha
bía once mil ochocientos treinta y siete negros y mulatos en Buenos Aires, o
sea un veintinueve por ciento de la población total de cuarenta mil trescientos
noventa y ocho, y ia mayor parte de los negros eran esclavos. En 1822, de los
cincuenta y cinco mil cuatrocientos dieciséis habitantes de la ciudad de Bue
nos Aires, trece mil seiscientos ochenta y cinco, un veinticuatro por ciento,
eran negros y mulatos; de éstos, seis mil seiscientos once, un cuarenta y ocho
por ciento, eran esclavos. En 1838 los negros sumaban catorce-mil novecien
tos veintiocho de sesenta y dos mil novecientos cincuenta y siete, es decir, un
veintitrés eon setenta y uno por ciento.74
Las cifras del censo pueden, tal vez, conducir a.error; los observadores
contemporáneos tenían la impresión de que la proporción de hombres de color
era mayor que la establecida en las estadísticas. Los prejuicios raciales y la
discriminación probablemente impulsaban a la gente a “pasar por blancos”,
y de esa manera aumentaban la cantidad de blancos. Losmegros libres y los
mulatos ocupaban invariablemente los puestos de trabajo más bajos, como
mozos de cordel, carreteros, trajinantes, cocheros y lavanderas. Y el término
“mulato” era un insulto. Sus enemigos llamaban a Rosas “mulato”, no por su
color —era rubio y de oios azules— sino por su personalidad, a la que muchos
consideraban como indigna de confianza.75
. Las tasas de mortalidad en la década de 1820 eran mucho más altas entre
las personas de color que entre los blancos, y más elevadas todavía entre los
negros liberados (casi un sesenta por ciento) que entre los esclavos (diecisie
te con veinticinco por ciento). Las condiciones de vida empeoraban páralos
negros cuando obtenían su libertad, ya que mientras eran esclavos consti
tuían una inversion que dema ser cuidada, como Sirviente o hábil trabajador:
en cambio, el negro liberado no tenía quien cuidara de él. La mortalidad in
fantil era más alta éntrelos negros, que tenían condiciones de vida inferiores,
y mayor aún entre los varones que entre las mujeres, lo que favorecía el mes
tizaje. Desde 1822 hasta 1836 la cantidad de personas de color se mantuvo esta-
cionaria debido a la incorporación de recién llegados desde el exterior y el in
terior, pero declinó en relación ai resto de la población, ya que los blancos au
mentaron y llegaron nuevos inmigrantes.
También el número de esclavos declinó. Sin embargo, la esclavitud so
brevivió y continuó funcionando un tráfico interno de esclavos; los esclavos
domésticos acrecentaban el prestigio social y. en tiempos de extrema escasez
118.
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laboral, aunque fuera unos pocos esclavos podían influir logrando diferencias
en la tierra. Rosas era dueño de esclavos. La vasta adquisición de tierras, la
explotación de estancias en desarrollo, la creciente producción para los sala
deros, todo eso aumentó la demanda de mano de obra, en una época en que los
peones eran escasos y el reclutamiento militar intenso por la guerra con el
Brasil. De manera que Rosas compró esclavos para sí mismo y para ios An-
ehorena. E n el período de 1816 a 1822 adquirió tres esclavos en Santa Fe, y los
Anchorena compraron también tres. En 1822 y 1823 Rosas compró quince es
clavos paralas estancias délos Anchorena, y en 182S efectuó nuevas compras.
Solamente en las estancias Los Cerrillos y San Martín, tenía treinta y cuatro
esclavos.75 Era severo en su tratamiento con los esclavos, y partidario del
azote para mantenerlos obedientes y preservar el orden social. Reveló su ac
titud con franqueza en una carta: “Pero me parece que el asunto es de poca
importancia y que quedaría remediado con que Ud. prenda al mulato y lo
mande a ésta a don Vicente González, que yo ie dejaré dicho que le arrimen
trescientos azotes y lo conserve preso hasta que yo disponga o el señor don Ni
colás Anchorena su amo”.'77
Rosas fue responsable de un parcial restablecimiento del tráfico de escla
vos. Su decreto del 15 de octubre de 1831 permitía la venta de esclavos impor
tados por ios extranjeros como sirvientes, i;para hacer sentir a ios desgracia
dos hijos de África los beneficios de la civilización", y además, evidentemen
te, para aliviar la escasez de mano de obra. Además de esto, en la década de
.1830 subsistió un tráfico ilegal de esclavos desde Brasil, Uruguay y Africa, al
que el gobierno no reprimía con seriedad. E l mismo Rosas alegaba qué la es
clavitud era necesaria para aliviar la escasez de mano de obra en las estan
cias, industrias y casas de familia. Y durante toda la década de 1830 ios perió
dicos publicaban diariamente avisos que ofrecían esclavos en venta. Según
ios observadores británicos, los esclavos “se vendían sin mayor oculta
ción” .7S El gobierno británico presionó a Rosas para que actuara y. en parti
cular, intentó concretar un tratado que se opusiera al tráfico deesclavos, pero
no recibió respuesta alguna hasta que Rosas necesitó el apoyo británico-con
tra los franceses, durante el último bloqueo de Buenos Aires, desde 1838. El 24
de mayo de 1839 se firmó un extenso y completo tratado contra el comercio de
esclavos, én el que se preveían procedimientos de búsqueda recíproca, cortes
mixtas y reclam os.75 Hacia 1843, según una estimación británica, no había
m ás de trescientos esclavos en las provincias argentinas, aunque las perso
nas de color constituían una calor cea va parte déla población total.80Mientras
tanto, los caminos tradicionales para la emancipación aún estaban abiertos:
los esclavos que se unían al ejército federal, especialmente si pertenecían a
dueños unitarios, ganaban su libertad ál volver del servicia m ilitar.81Hacia el
final del régimen, la emancipación parece haber aumentado: “Se sabem uy
bien en Brasil que si un esclavo logra alcanzar e! territorio de la Confedera
ción, es libre. Aquí, Rosas ha sido el libertador de los africanos, y si hay .en el
país una clase que lo mira con afecto es la constituida por las razas de color, a
129
las que invariablemente ha favorecido”.**Y cuando en la Constitución de 1853
se abolió finalmente la esclavitud en toda la Argentina, quedaban ya m uy po
cos esclavos..
La oposición atacó los antecedentes de Rosas sobre la esclavitud, y los li
berales de Montevideo inevitablemente hicieron hincapié en el asunto. Com
paraban la política de la antigua república después de la revolución de 1810
con lo que siguió bajo R osas: “Él dio un decreto, ahora ocho años, permitien
do introducir negros esclavos; porque él y los Anchorena los necesitan para
sus estancias,í!E3 También Alfaerdi criticó la discriminación que se practicaba
contra la gente de color, aunque él se refería a todo el Río de la Plata y no sólo
al estado de Rosas. Citaba la expulsión de cuatro jóvenes negros de un café de
Montevideo en 1840. Y también el teatro estaba cerrado para los negros. Pero
esta clase de discriminación no fue nunca una característica déla actitud per
sonal de Rosas con respecto a los negros y mulatos, que era ordinariamente
amistosa.
Rosas tenía muchos negros empleados y muchos más a su servicio políti
co. No los elevaba so d aim ente, pero tampoco ejercía una discriminación con
tra ellos desde el punto de vista racial. Tenían un sitie aceptado en su casa, y
una negra, Greguria, era madrina de uno de sus hijos.84 Fuera de su círculo
más próximo, el elemento de color le proporcionaba un apoyo sum ameníeúíii
:Sn las calles y eran parte de sus seguidores “populares”. Los negros de Bue
nos Aires estaban agrupados en varias sociedades, tales como la Sociedad
Conga o la Nación Bangueia, cada una de ellas con su propio nombre, sus pro
pios líderes y sus trajes distintivos, conservando todas un fuerte y relativa
mente reciente carácter africano. En las afueras de la ciudad formaban una
serie de pequeñas colonias, enclaves negros, donde seguían haciendo sus bai
les, toeando su música y practicando sus costumbres y lenguas. Rosas patro
cinaba algunas de sus reuniones festivas y asistía discretamente a sus can
dombes,,como lo hacia también su hija Manuela.
“Los negros encontraron en el candólo de la pampa una decidida protección: íes hizo
concesiones y proporcionó f o n d o s para que se estableciesen asociaciones con la denomi
nación délas respectivas tribus africanas a que debían su origen. Así es que toda esa gen
te estaba alzada y más entonada que nunca: sabido es cuanto lisonjea a ios negros las far
sas y representaciones de sus extravagantes costumbres, usos, bailes y alusiones a su
•país natal.”85 ~ '
121
provincia, donde form aban .una unidad de milicia, la negrada-federal, tropas
negras con camisas rojas, muchos de ellos-ex esclavos.. Rosas también los
usaba como instrumentos políticos. Cuando en agosto de 1833. desdé el desier
to, dirigía la actividad política en Buenos Aires, aconsejó a su esposa y a-otros
agentes que identificaran a la oposición en el ejército observando a las espo
sas de los oficiales y sus contactos, recomendándoles en la práctica un siste
ma de espionaje en el que los esclavos y los negros eran alentados para qüe in
formaran a sus amos y amas®6 Y el negro Domiciano, ún antiguo peón de la
estancia deRosas, era uno de los .principales degolladores sa la s escuadras an
tiunitarias. Sin embargo, en último análisis, la demagogia de Rosas entre los
negros y mulatos no hizo nada para cambiar su posición en la sociedad que los
rodeaba.
La sociedad tomó su forma bajo el gobierno de Rosas y subsistió después
de él. La hegemonía de los terratenientes, la degradación de los gauchos, la
dependencia de los peones, todo eso fue herencia de Rosas. Durante muchas
de las generaciones siguientes. la Argentina sobrellevó la impronta de una ex
trema estratificación. La sociedad quedó establecida en un molde rígido, al
cual tuvieron que adaptarse luego la modernización económica y el cambio
político. Hasta cierto punto, Rosas fue una criatura de la estructura de clases,
un producto de la élite terrateniente, un hombre formado en la imagen social
de la estancia. Pero era más que eso. No era simplemente un fenómeno so
cial ; era un hombre de idiosincrasia'. Hizo más que heredar un sistema; u-
dó a crear una sociedad. Comenzando por la estancia, estableció valores y es
tructuras que se extendieron a toda la provincia y se convirtieron en alma y
nervio en el estado de Rosas. En la estancia, él era el amo absoluto y exigía a
sus peones obediencia incondicional. Ya desde los comienzos castigaba a sus
hombres sin piedad. La pena por llevar un cuchillo en día domingo o en feria
dos era permanecer dos horas en el cepo; por otros delitos menores, la esta
queada ; por ir a trabajar sin llevar el lazo, cincuenta latigazos sobre la espal
da desnuda. Siempre insistía en someterse él mismo a igual disciplina, y orde
naba a su sirviente que le administrara a él el mismo castigo a manera de
ejemplo; a su vez, castigaba a los que dudaban en castigar a su propio amo.
Esta severa excentricidad dejó una huella en 3a sociedad por sus resultados:
“Este fue el modo con que Rosas comenzó a formarse una reputación. En toda
la campaña del sud. muy particularmente, era más obedecida una orden suya
que la del mismo gobierno. ■'87
E l sistema de Rosas era un producto del ambiente y la idiosincrasia. Su
estado era la estancia ampliada en extensión. La sociedad en sí fue edificada
sobre la base de la relación patrón-peón. Rosas ayudó a definir los términos de
esta relación, modelando un estado previo de cosas en el que la vida era
brutal y la propiedad un riesgo. “Subordinación” era su palabra favorita, la
autoridad su ideal, el orden su logro. Como lo expresó un ministro británico,
“Elogia a las clases bajas por su docilidad y obediencia”,83Esto ocurría en la
cumbre de su poder, Al principio, la obediencia no estaba tan asegurada. Por
122
cierto, Rosas explicábalos orígenes de su régimen como una desesperada al
ternativa para la anarquía;
“La sociedad se encontraba disuelta enteram enteuerdido si influjo de ios hombres eme
en todo el país son.destmados a dar la dirección, el espíritu de insubordinación Labia cun
dido, y echado multiplicadas raíces: cada uno conocía su impotencia y la de los otros, y
no se resignaba ni a maridar ni a obedecer... Efectivamente había llegado aquel tiempo fa
tal, en que se hace necesario el influjo personal sobre las masas, para restablecer el or
den, las garantías y las mismas leyes desobedecidas; y cualquiera que fuese el que tenía
respecto a ellas el Gobernador actual, fue muy grande su conflicto, porque conoció la fal
ta absoluta de medios de gobierno para reorganizar la sociedad. ”M‘
m
CAPITULO IV
Ir
1
Buenas Aires era tanto un puerto como una provincia y en sus calles y plazas
situadas entre el río y las llanuras existían una vida y una sociedad apropia
das para una ciudad. Había un grupo,.pequeño pero discernible, de clase m e
dia apesar déla polarizaciónsoeial. Inclusive en el campo había modestos ga
naderos, arrendatarios, capataces, dueños de tienda, dependientes todos—en
una u otra forma— de los grandes propietarios rurales, pero caracterizados
por un status superior al de los peones carentes de bienes. Los que vivían m ás
cerca déla ciudad eran los chacareros granjeros suburbanos y hortelanos del
mercado y, en los alrededores, los empleados de los mataderos. El personal
dei.sector de servicios desarrollaba su actividad en el puerco —sirvientes, mo
zos d e cordel, cocheros, carreteros, lavanderas—la mayor parte de ellos ocu
paban el más bajo nivel de la sociedad; muchos eran negros o mulatos y pocos
de ellos aspiraban a cosas más elevadas. Los burócratas, profesionales, libe
rales, policías, militares de jerarquía y hombres de la iglesia pertenecían a
diversas posiciones sociales y habitaban, generalmente, en la ciudad. Igual ca
racterística teníanlos artesanos urbanos., los dueños o empleados de talleres,
los elaboradores de bienes manufacturados o productos procesados para el
mercado local, y los contratistas y obreros de la industria de la construcción.
Finalmente, los comerciantes constituían un importante grupo, urbano, hasta
cierto punto un enclave extranjero, pero que. incluía familias locales tanto en
las m ás altas posiciones como en el comercio minorista, en el clero y en otros
puestos menores. Todos estos tipos tenían amplías diferencias entre ellos.en
ingresos e intereses, pero los unía una identidad común en su residencia v ocu
pación urbana o suburbana, y algunos de ellos buscaban un vocero político y
protección contra otros intereses.
124
A lo largo de la calle deí Buen Orden estaban ubicados numerosos estable
cimientos comerciales y de pequeña industria —plateros, talabarteros, he
rreros— quienes, como artesanos y comerciantes minoristas, s e encuentran
asentados en los censos rudimentarios de la época y en los registros de im
puestos como la contribución directa. En muchos casos eran tanto propieta
rios del edificio como del negocio. Era una época de bajo costo de los edificios,
con mano de obra y terrenos baratos y abundantes materiales de construc
ción, que incluían los ladrillos fabricados localmente por una amplía fuerza
Laboral de negros. En los comienzos del período de Rosas la construcción ur
bana estaba todavía en la infancia. Había unas pocas plazas espaciosas; la
principal era ia Plaza de la Victoria, rodeada por la catedral, el cabildo y una
arcada de tiendas. Pero las calles, que se cruzaban en ángulos rectos, estaban
mal pavimentadas y llenas de pozos-con barro, mientras que las casas, pinta
das de blanco a la. cal. con rejas verdes de hierro forjado en las ventanas y
adornadas con plantas del Paraguay, no eran del todo elegantes y carecían de
comodidad; muchas tenían un aspecto pobre y ruinoso. La mayoría de las ca
sas privadas tenían una sola planta, simples habitaciones comunicadas unas
con otras, pisos de ladrillos, paredes blanqueadas y carecían de cielo raso que
ocultara las vigas, mientras que el moblaje, según Woodbine Parish, “era ge
neralmente de la más rústica manufactura norteamericana.'’1 No había un
sistema público de aguas corrientes, y el aguapara beber debía comprarse en
los carros que la llevaban en toneles’. En cambio, había abundancia de al
cohol, con no menos de seiscientas pulperías solamente en la ciudad, sin con
tar las de los alrededores.
En la década siguiente a la de 1820. las comodidades mejoraron ligera
mente y hubo un cambio en las modas y costumbres, cuando las influencias in
glesa y francesa se extendieron a muebles y decorados. Los hogares ingleses
reemplazaron a los calentadores españoles y el carbón, que se enviaba como
lastre desdeüverpooi, se vendía más barato que en Londres. También ia edi
ficación empezó a desarrollarse. Con el crecimiento de la población y cierta
afluencia de inmigrantes, el valor de la propiedad se elevó considerablemen
te, en especial en ia parte más céntrica de la dudad, por lo que los dueños de
casas empezaron a agregar más pisos y a construir hacia arriba. Se pavimen
taron cada vez más calles con excelente granito extraído déla cercana isla de
Martín García. Algunas calles tales como Perú adquirieron una nueva ele
gancia, aceptable para sus ricos vecinos. En los suburbios, las clases altas te
nían espaciosas quintas con naranjos y colibríes y agradables jardines llenos
de flores y frutales, algunos de ellos eran especies nativas, otros introducidos
de Europa por jardineros y horticultores ingleses y escoceses.2
En un periodo de moderados costos de. construcción y terrenos de bajo
precio, hasta los sectores-más bajos de la sociedad porteña, los carniceros,
panaderos y trabajadores del transporte, podían aspirar a convertirse en due
ños de sus casas, y la propiedad urbana estaba distribuida posiblemente de
una manera más equitativa que en épocas posteriores. Pero esos dorados días
125
pronto pasaron. La vida ciudadana se transformó en una lucha por la existen- ?
cía, y también allí un patrón debía proteger a ios suyos. Había barrios de ne
gros y mulatos cuyos habitantes tenían inciertos derechos de propiedad y se
consideraban especialmente protegíaos por Rosas. Los muy pobres y semi
delincuentes se mudaban con frecuencia, entrando como intrusos en uno y
otro lado, sin documentos legales ni derechos formales, de propiedad. Los pro- ■,
tegidos pobres pedían a veces a.Rosas las casas de ios “salvajes unitarios”, o
que el dueño unitario de sus casas les redujera el monto del alquiler. Y si. ade^V7
más de ser pobre, tenían buenos antecedentes federales, eran muy grandes sus |
probabilidades de lograr éxito en su pedido.3 La construcción urbana refleja- 'l;
bs las condiciones económicas v sufrió cierta recesión durante las épocas de -■
bloqueo y de guerra, con la consiguiente escasez de viviendas; aunque esto
fue-seguido de un florecimiento de la construcción en los últimos años del régi
men. Hacia la década de 1850, Buenos Aires se había convertido en una ciudad
sumamente cara para vivir en ella ; los alquileres eran altos, los servicios ha
bían aumentado mucho de costo y una creciente pobl ación debía competir por
los terrenos, el trabajo y las viviendas.
TABLAS
Permisos de construcción de vhriendas en Buenos Aires, 1829-51
Año Permisos Año Permisos
1829 91 1841 32
1830 138 1842 49
1831 145 1843 64
1832 139 1844 108
1833 98 1845 158 *
1834 130 1846 120
.3835 142 Íí>47 124
1836 342 1848 ■148
18?7 120 1S49 128
,. 1838 94 1850 410 *
1839 90 1851 323 .
.1840 49
126
banización no fue bastante decisiva como para transformar la economía o
para crear un mercado en expansión para la producción industrial, Hubo, es
verdad, cierto crecimiento de la población urbana y los habitantes de la du
dad aumentaron de cincuenta y cinco mil cuatrocientos dieciséis en 1822, a no
venta mil setenta y seis en 1855. aunque este crecimiento no estaba en propor
ción con el del campo, de sesenta y tres mil doscientos treinta a ciento ochenta
y tres mil ochocientos sesenta y uno. En realidad, muchas actividades urba
nas y grupos sociales eran simplemente una extensión del campo, y el incre
mento urbano fue un aspecto del desarrollo rural,.Esto fue así inclusive en el
sector comercial, que vendía o exportaba los producios de una economía ex
clusivamente pastoral, y en el sector manufacturero, o en aquella parte del
mismo que procesaba productos de la ganadería. En otros aspectos también
Buenos Aires alojaba una población “ruralizada”. Los chacareros de los-alre-
■dedores y suburbios eran pequeños granjeros y horticultores del mercado, ur
banos y rurales al mismo tiempo, y producían trigo, maíz, melones, uvas,
membrillos y otros frutos y verduras, en especial para los mercados de la ciu
dad. La mayoría de ellos eran dueños de su propiedad, aunque algunos las
arrendaban. Los abastecedores proveedores al por mayor de carne para la
ciudad y sus alrededores, eran también típicos en la sociedad rosista ¿gene
ralmente poseían modestas fortunas y gozaban del favor del dictador, quien,
a su vez, dependía de ellos en cuanto a su apoyo y sus peonadas. Los abastece
dores erar, dueños tanto de los mataderos como de las bocas de salida; en los
primeros empleaban esencialmente trabajadores rurales, a los que podían
movilizar para el servicio del dictador de manera muy parecida a la que usa
ba el propietario rural para movilizar a sus hombres. Finalmente, la ciudad
tema una considerable población de peones, carreteros, vagos y mal entrete
nidos; y otros tipos marginales, directa o indirectamente sometidos o busca
dos por los propietarios rurales, quienes con frecuencia eran habitantes de la
ciudad y estaban relacionados con el comercio. De acuerdo con un relato,
Buenos Aires estaba plagada de vagos rurales: “En 1856, dieciocho mil porte
ños estaban inscriptos como peones de campo y más de dos mil se clasificaban
como vagos, pero la cifra de estos últimos era mucho más abultada, decía
Sarmiento, ‘porque todos propenden a disimular ese estado de vivir’”.4
2
Si bien Buenos Aires era en muchos aspectos una sociedad rural más que
urbana, se encontraban además en ella las tradicionales industrias artesana
les, cuyos dueños y empleados eran parte integral de la estructura urbana.
Los grupos de artesanos habían establecido su identidad en la sociedad colo
nial aunque, hacia 1810, habían fracasado en asegurarse'una alta posición.
Los plateros porteños, por ejemplo,.no pudieron crear instituciones corporati
vas o, por lo menos, un control efectivo en su propia industria, y tuvieron que
conformarse eon una situación margina] en la sociedad colonial.6 Sin embar
go, la industria artesanal sobrevivió la transición hacíala independencia y la
‘ competencia extranjera, a la cual estaba en ese momento expuesta; las gue
rras de la. independencia dieron mayor ímpetu a muchas industrias existen
tes. y empezaba a desarrollarse un nuevo sector: el procesamiento de produc
tos de la ganadería. El sector industrial tuvo capacidad para producir algu
nas importantes sustituciones cuando fue necesario, como durante la guerra
con el Brasil y el consiguiente bloqueo. En 1827, unos comerciantes británicos
que estaban en Buenos Aires informaron:
128
no hay forma de calcular el valor o el volumen de la producción. Las estima
ciones oficiales y privadas contienen serios defectos de clasificación y enume
ración, y son inconsistentes entre ellas mismas; entre otras cosas, no acier
tan a distinguir entre establecimientos industriales y comerciales.9 Se aplica
a algunas el término fábrica;a otras aríesanoío artesanía), pero las caracte
rísticas diferenciales no se explican. Por lo tanto, sólo es posible obtener una
burda medida del desarrollo industrial,
Un censo oficial de 1836 publicaba una lista con un total de ciento veintiuna
“fábricas”,10 Entre los diversos establecimientos, los que confeccionaban
sombreros eran los m ás numerosos (treinta y nueve), seguidos por la fabrica
ción de sillas (diecisiete) y la de velas para embarcaciones (trece); muchas
de las otras empresas se relacionaban con la producción de alimentos, más
que manufacturas. Había también una cantidad de talleres artesanales, dos
cientos treinta y ocho en total, divididos de la siguiente m anera: carpinterías
(ochenta y cuatro), forjas (cincuenta y cuatro)., sastrerías (treinta y una), fa
bricantes de arneses (veintisiete). hojalaterías (veinticinco), platerías (vein
titrés). fábricas de toneles (diecisiete), fábricas de monturas (nueve), tapi
cerías (cinco), broncerías (cinco), tornerías (cinco), armerías (tres).D ieci
siete años más tarde, en un censo de establecimientos, en 1853, figuraba un to
tal de ciento seis “fábricas”. Aparté de los molinos harineros (cuarenta y nue
ve) y los saladeros (tres), había cuarenta y cuatro establecimientos de tipo
manufacturero, aunque muchos de éstos eran plantas- procesadoras de ali
mentos. Los principales eran; fideos (diez), jabón (siete), velas para embar
caciones (ocho), bebidas alcohólicas (cuatro), cerveza (tres), pianos (tres),
y carruajes (dos). El mismo censo daba una lista de trescientos veintinueve
talleres artesanales en total, como sigue: carpinterías (ciento diez), forjas
(setenta y cuatro), sastrerías (cincuenta y una), fabricantes de arneses (ca
torce), hojalaterías (diecinueve), fábricas de toneles (siete), monturas
(veintitrés), tapicerías (cuatro), broncerías (una), tornerías (cuatro), arme
rías (quince), platerías (veintiséis). Había además nuevos talleres: mueble
rías (doce) y trabajos con cuero marroquí (seis). Ninguna de estas estadísti
cas incluía astilleros, aunque Buenos Aires tenía una pequeña industria para
construir y reparar embarcaciones, especialmente las de río.
También resulta difícil medir el uso de maquinaria. E s probable que estu
vieran comenzando a aparecer incipientes métodos de fabricación y que algu
nos sectores de la industria manufacturera, tales como la confección de som
breros, de velas para barcos, jabón, muebles y otros pocos, estuvieran em
pleando cierta cantidad de obreros enün lugar, con alguna especialízaeión y
uso de máquinas. En 1832 se ofreció en venta, en Cangallo 152, Buenos Aires,
un taller metalúrgico que pretendía ser el mejor de la zona en su tipo, con ocho
fraguas, tornos, fresadoras, cortadoras de metal y máquinas para fabricar
una amplía gama de productos metalúrgicos y de herrería en general. La
prueba básica de progreso, sin embargo, fue la aplicación de la energía de va
por en la industria. La energía de vapor, con calderas y bombas, se adoptó por
129
primera vez en ios saiaderos y se la usaba para curar cueros, extraer el sebo y
procesar otros productos déla ganadería.11 Unas pocas firmas, especialmen
te de origen británico, vendían y mantenían esa maquinaria en.Buenos Aires,
y cierta cantidad de plantas metalúrgicas estaban en condiciones de cons
truir y reparar equipo industrial. La energía de vapor se aplicó-lúe go a ios mo
linos harineros. E l método tradicional de moler el grano se basaba en el traba
jo de las muías, atahonas, de las cuales había cuarenta y nueve en Buenos Ai
res en 1853.12 Pero desde 1846, las máquinas de vapor se aplicaron cada vez
más a los molinos harineros, y algunas de sus calderas en uso habían sido
construidas por J. E, Hall, de Dartford. En.1853 había probablemente no me
nos de seis u ocho máquinas de vapor operando en Buenos Aires, algunas en
molinos harineros, otras en fábricas de jabón.
. Aproximadamente en 1850, por lo tanto, la industria había logrado cierto
avance a través de la aplicación de nueva maquinaria y el crecimiento de la
especialización laboral. Pero esto no podía ocultar la ausencia de cambios bá
sicos en cuanto al número y tipo de establecimientos. La industria estaba diri
gida primariamente hacía la demanda local y concentrada en alimentos; ro
pas y vivienda; había pocas industrias de exportación, entre ellas, saladeros,
cueros y velas de barcos. El progreso así logrado, sin embargo, no significó
una verdadera industrialización. Fue en los saladeros donde la combinación
de la energía del vapor y ja division del trabajo condujeron a un aumento de la
producción y a la variedad de ios productos. Pero los saladeros eran parte inte
gral del sector exportador de ganadería, y su adelanto no representó progreso
alguno en la industria manufacturera sino un refuerzo de la economía agra
ria. generando aun-irravores beneficios para los estancieros. Mientras tanto,
las fábricas y los talleres artesanales sólo experimentaban mejoras margina
les y no lograron mantener la proporción con el crecimiento de la población.
En resumen, después de medio siglo de1independencia, Buenos Aires tenía
una industria tradicionalmente artesanal, nada más.
La producción estaba limitada por las dimensiones del mercado y cual
quier demanda extraordinaria significaba siempre un suplemento bien reci
bido. Por lo tanto, la política militarista de Rosas tenía el apoyo incondicional
del sector .industrial, porque muchas de esas empresas se mantenían econó
micamente gracias a la guerra, a través de los pedidos de armas, equipos,
quincalla y uniformes. La provincia tenía una pequeña industria de arma
mentos, capaz de fabricar riñes, cañones, sables y pólvora, aunque algunos
de ellos se compraban también en el exterior. Los gastos de defensa, sin em
bargo, estimulaban no sólo a las fundiciones y talleres de arm as; también da
ban impulso a otras manufacturas. Los ejércitos de Rosas necesitaban miles
de ponchos, chaquetas, espadas, lanzas y otros equipos de cuero, tela y metal.
La guerra era una tabla de salvación para muchos talleres de Buenos Aires, y
Rosas se valía también de unafábrica.militar especial en Santos Lugares, que
empleaba una considerable fuerza laboral para confeccionar uniformes y
reparar arm as.13 Los artesanos urbanos, en'consecuencia, eran una parte
importante de la economía. Bastante numerosos como para significar cierto
.peso y,;sm constituir un grupo mayor de presión, para merecer considera
ción. Aparte de los argumentos económicos, era de estos grupos de donde Ro
sas reclutaba su milicia urbana.14 Parece haber cultivado también a los ne
gros como apoyo social menor. Los negros y los mulatos estaban empleados
en las industrias artesanales: fabricaban escobas con ramas de durazneros,
hogares de arcilla, bolsos de cuero, cestas de mimbre, e intervenían además
en la-venta de trajes, zapatos, cigarrillos y pasteles. La presencia de los ne
gros y mulatos en el sector industrial puede haber sido ciertamente una. de las
razones por las que los artesanos no pudieron logar una posición social eleva
da y que motivaron siempre una escasez de mano de obra especializada a pe
sar de los salarios relativamente altos.
Fuera de Buenos .Aires había pocas actividades industriales. En las dis
cusiones contemporáneas referidas ai libre comercio y a la protección se ha
cía referencia frecuentemente a “la industria del país" y a "las fábricas de las
provincias’', y la historiografía posterior ha citado a veces las “industrias del'
interior” como evidencia de intereses alternativos. Pero es muy difícil esta
blecer su número y. en algunos casos, identificar dichas industrias. ¿Qué eran
las industrias del interior ?
Las provincias litoraleñas de Santa F e . Entre Ríos y Corrientes tenían re
cursos económicos similares a los de Buenos Aires, aunque menos desarrolla
dos. Para quesos economías pastorales fueran más competitivas, querían ac
ceso directo al mar por los ríos Paraná y Uruguay, mientras que Buenos Aires
se interponía entre ellas y sus mercados extranjeros y trataba de mantener
cerrados los ríos al comercio exterior. A pesar de eso, Entre Ríos desarrolló
un exitoso comercio exportador de saladeros y. hacia la década-de 1850, esta
ba compitiendo con Buenos Aires. También Corrientes, si bien parecía estar
satisfecha con una economía de mera subsistencia, tenía algunas posibilida
des comerciales. Su clima tropical le permitía producir algodón, tabaco,
arroz, azúcar e índigo, además de la normal ganadería y sus derivados en las
estancias. Nada de esto podría considerarse realmente industrias sino más
bien productos procesados, aunque algunos de ellos requerían protección con
tra la competencia extranjera. Corrientes tenia también una industria de fa
bricación de embarcaciones, Jo suficientemente fuerte como para valerse por
sí misma.
El interior propiamente dicho comenzaba en Córdoba, y allí operaba cier
to pequeño número de plantas industriales que procesaban materias primas
locales: molían harina del trigo cultivado en Ja provincia, y había una-indus
tria que curtía cueros de cabra y de guanaco.15 Pero la actividad cordobesa
más característica era la producción textil. Había tomado la forma de indus
tria doméstica rural, que empleaba cientos de mujeres y les compraba su pro
ducción de telas de lana y especialmente ponchos. La industria artesanal de.
este tipo no sucumbió del todo ante la competencia europea después de 1810;
Córdoba sufrió más por la pérdida de sus antiguos mercados coloniales en Pa-
.131
raguay y en el Alto Perú, y sus textiles siguieron abasteciendo al interior y
también Buenos Aires, aunque allí enfrentaban una dura competencia.
La Rióla tenía una economía aislada, pastoral y primitiva, con algunos
viñedos en el norte de la provincia. Mendoza, en cambio, estaba más desarro
llada. Además de una agricultura diversificada, en ia provincia había exten
sos viñedos y huertos, y producía vino, coñac y frutas secas que se vendían
tradieionalmente no sólo en el mismo Cuyo sino también en Buenos Aires y
otras partes de América del'Sur. Estas industrias tenían en esos tiempos una
severa competencia europea, como resultado de lo cual ia industria del vino
de Mendoza entró en prolongada recesión. No'estaba capacitada para compe-
tír, en Buenos Aires y oíros lugares, con los vinos franceses, españoles, portu
gueses y alemanes, excepto quizás en tiempos de bloqueo, cuando los consu
midores descubrieron que era un producto inferior y que no podía sobrevivir
comparado con los importados de mejor calidad. Los vinos de Mendoza se
vendían entonces solamente en el mercado provincial y, por el momento,.no
se hizo esfuerzo alguno para mejorarlos.
Santiago del Estero vivía en un nivel apenas superior al de subsistencia;
cierta cantidad de mujeres del campo confeccionaban ponchos, mantas y rús
ticos paños para ios recados, pero sólo para ei mercado provincial. El camino
que partía de Santiago hacia el norte conducía a la provincia de Tucumán,
más cálida y exuberante y cuyas fértiles llanuras producían no sólo trigo,
maíz y excelente ganado vacuno sino también arroz, tabaco y-caña de azúcar.
El tabaco se comercializaba en escala interprovincial, mientras que los esta
blecimientos dedicados a la producción de azúcar hacían también aguardien
te y melaza. Pero, los molinos de azúcar no eran eficaces. Todavía en la déca
da de 1850 la maquinaria era primitiva —consistía en poco más que rodillos
verticales de madera— y ios costos de mano de. obra eran elevados. En vez de
-usar el-rezago como combustible, se gastaba excesivamente para trasladarlo
hasta, cierta distancia y traer el combustible. Pero Tucumán tenía su propio
mercado, protegido hasta cierto punto por su aislamiento y por sus tarifas y
durante el bloqueo de Buenos Aires el azúcar tucumano se vendía a buen pre
cio en-el puerto .16 Hacia la década de I860 hubo signos de mejoras. La provin
cia ya tenía catorce plantas productoras de azúcar, y cinco de ellas contaban
con maquinaria construida’por Fawcett. Preston & Compañía,.de Liverpool;
pero ios costos de producción eran todavía altos, y el azúcar de Cuba, que se
vendía en Ja vecina provincia de Santiago, resultaba más barato que-el tucu-
mano.17 Había cierta cantidad de industrias artesanales en Tucumán, siendo
notabie la manufactura de carretas de altas ruedas, con las maderas muy du
ras de la zona, vehículos que constituían el medio dé transporte básico en la
Argentina de la primera mitad del siglo xix. H ada el norte, la provincia de
Salta tenía una economía diversificada correspondiente a la variedad de su
clima. En los valles regados por el río Juiuy se cultivaba azúcar, algodón y ta
baco, y algunos molinos de azúcar que empleaban estacionalmente mano de
obra india, producían para el mercado local.
Las provincias subandinas de la Argentina tenían recursos minerales,
pero no había industria minera. La Rioja, Mendosa y San Juan tenían yaci
mientos de plata, y en Cafcamarca había cobre. Pero las zonas remotas y de di
fícil acceso, la necesidad de una afluencia masiva de capitales, la deficiencia
de establecimientos de fundición, la gran escasez de mano de obra, y la casi
absoluta falta de transporte a través de ¿as ¿¿¿mensas distancias basta ib . cos
ta. eran todos obstáculos mayores para la producción y determinaban que la
minería argentina fuera una pobre inversión. Una circular del departamento
de Relaciones exteriores- británico, en la que se requería información sobre
las minas de oro y plata en la Argentina, motivo una ciara siirmación por par
te de Woodbine Parish sobre la superioridad de la cría de ganado con respecto
a cualquier otra forma de inversión:
Desde hace muchos años la exportación de cueros desde este país ha sustituido en gran
medida a los metales preciosos como principal ingreso de las importaciones desde Euro
pa, Se ha comprobado que los establecimientos ganaderos de este país producirán con un
aumento seguro de más del treinta por ciento por año con un gasto anual realmente insig-
niñcante, beneficio que constituye para los capitalistas un atractivo mucho mayor que i s
inversión en operaciones de minería, que en estas provincias nunca han sido muy pro
ductivas y siempre han motivado elevados gastos de atención, por la escasez de mano de
obra y los impedimentos locales de los distritos donde hasta ahora se han encontrado ya
cimientos de oro y plata. Las compañías inglesas que se formaron para traba-jar las mi
nas de estas provincias no hallaron incentivo alguno ni siquiera para iniciar sus opera
ciones, y abandonaron su intento después de recibir ios primeros informes de sus agen
tes.**
¿Cuál era entonces el peso que tenían las industrias del interior? Desde
ya, constituían una actividad económica menor. La Argentina tenía una eco
nomía pastoral de exportación y una agricultura de'subsistencia. Las indus
trias locales estaban representadas por unos pocos talleres artesanales f
cierta producción doméstica rural; ia expresión cubría también el procesa
miento de productos locales, especialmente en alimentos y bebidas. La tecno
logía era primitiva, el producto era a menudo inferior y de elevado costo, y la
salida estaba limitada al mercado provincial. Las industrias del interior, en
resumen, estaban aún menos avanzadas que las de Buenos Adres. Woodbine
Parish desalentó con firmeza 1a posibilidad de desarrollar una, industria na
cional en la Argentina con un argumento clásico, cuando se refirió a-la domi
nación de las mercaderías británicas: “y en lo que respecta a cualquiera de
las manufacturas nativas, sería ocioso pensar en ellas en un país que se en
cuentra hasta ahora tan escasam ente poblado, en el que toda mano es-necesa
ria y puede volcarse hacia un aprovechamiento diez veces superior para au
mentar sus recursos naturales y medios de producción, tan imperfectamente
desarrollados hasta este momento. "iS Y hasta los propagandistas de Corrien
tes admitían que "Argentina no tiene fábricas", aunque agregaban que nunca
las tendría, a menos que se adoptara ia protección.20
3
La industria argentina comprendía poco más que los productos artesana
les de Buenos Aires y los procesados del interior..Sin embargo, ambas activi
dades ¡legaron a conformar un interés y un grupo de presión, y cualquier régi
men en Buenos Aíres debía definir su política con respecto a ellos. Rosas creía
en el libre juego de las fuerzas del mercado. Sostenía que era necesario dejar
a un lado “el espíritu reglamentario y prohibitivo” impuesto por España en
tiempos de ignorancia y servidumbre.” Para lograr ei progreso económico
había que adoptar un absoluto laissez-faire y proveer de esa manera las con
diciones apropiadas para ei crecimiento déla estancia y la exportación de sus
productos.23 Pero dos grupos sufrieron la indiscriminada aplicación-de estas
políticas, los artesanos porteños-y las provincias. Rosas había heredado una
fuerte posición con respecto a las provincias y si bien no pudo determinar sus
estructuras internas, estaba bien colocado para dictar ía política económica,
Esto porque Buenos Aires controlaba el rio. el puerto y ia entrada hacia ei in
terior. Buenos Aires podía cerrar el rio a cualquier comercio que no fuera el
propio; podía cortar el uso de los puertos del Paraná y el Uruguay ala navega
ción oceánica y obligar a las provincias del interior a que comerciaran a través
de Buenos Aires. Todos los productos argentinos para exportación y todas las
.importaciones del exterior tenían que pagar derechos a Buenos Aires. La tari
fa no era simplemente un impuesto, era una política económica, que permitía
a Buenos Aires promover ciertos productos en el interior y deprimir otros y, al
' mismo tiempo, determinar cuáles mercaderías importadas debía consumir
el interior. Ese control podía asumir significación política, porque daba a los
gobiernosiporteños; los medios para empobrecer un grupo social de una pro
vincia y favorecer otros. Por todas estas razones, el más serio desafío a la po
lítica económica de Buenos Aires se originó en las provincias, y así se inicié el
gran debate entre el libre comercio y la protección,
En julio de 1830 se reunieron en Santa Fe los delegados de Buenos Aires ,
Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes para discutir ios términos délo que habría
de conocerse como el Pacto Federal. El líder del movimiento proteccionista
en el litoral era Pedro Ferré, gobernador de Corrientes, descendiente de una
familia catalana aunque nacido en ía provincia. Él requirió cíe inmediato a
Rosas que modificara la política de tarifas de-Buenos Aires para proteger las
industrias provinciales, aunque sólo se encontró con el argumento de que la
política existente tenía ei apoyo de Tomás de Anchorena. “diciéndome que
para él era un oráculo pues lo consideraba infalible.”22 Ferré presentó la mo
ción de nacionalizar los ingresos aduaneros y permitir la libre navegación de
los ríos, declarando que debía autorizarse a otros puertos, además del de Bue
nos Aires, a operar directamente con el comercio exterior, disminuyendo así
las distancias y costos de transporte hacia las provincias. Estas exigencias
tradicionales del federalismo, además, fueron acompañadas por otras. Ferré
insistió en que debía permitirse a las provincias que participaran en el control
134
del comercio exterior, con el objeto de reemplaza!' el liberalismo económico
porteño por una política proteccionista que promovería la agricultura y la in
dustria en las provincias prohibiendo la importación de productos que se obte
nían en el país. No fue una coincidencia que Corrientes asumiera el liderazgo
para formular una política proteccionista, porque la expansión de su tabaco,
algodón y otros productos subtropicales dependía de la protección contra la
competencia paraguaya y, más aun. brasileña. Y se abogaba en favor de la
protección alegando la creación de trabajo, la calidad de ios productos loca
les, los precios.competitivos y la pérdida de efectivo metálico a través de las
importaciones extranjeras.33
José María Rojas y Patrón, el delegada norteño, replicó en un extenso me
morándum . afirmando la política de Buenos Aires ,2i Los impuestos de protec
ción, decía, golpeaban al consumidor y no ayudaban realmente a las indus
trias locales sí éstas no eran competitivas y capaces de abastecer las deman
das de la nación. La economía pastoral dependía de tierras baratas, bajos cos
tos de producción y demanda de cueros por parte de los mercados extranje
ros. La protección elevaría los precios, aumentarla los costos y dañaría el co
mercio de exportación. Y los que podían beneficiarse con la protección, apar
te de la economía ganadera, eran una pequeña minoría. La masa de la pobla
ción dependía del comercio exterior y. concluía, “nada podrá convencerme
de que es correcto prohibir ciertos productos extranjeros con el propósito de
promover otros que, o no existen todavía en este país o son escasos o inferiores
en calidad..”
Ferré volvió a rechazar los argumentos porteños.25 En su réplica a Rojas
censuró la libre competencia. Las industrias nativas no podían competir con-'
tra los menores costos de producción de los países extranjeros. Y así se per
dían las inversiones, aumentaba el desempleo y los gastos de importaciones
llevaban a la ruina. Las provincias del litoral y del inferior necesitaban la pro
tección para salvar sus economías, pero Ferré insistía en que él sólo.buscaba
la protección para aquellas mercaderías que el país yaestaba realmente pro
duciendo, no para aquella que podría producir.
Buenos Aires no cedió, y el trata do federal del 4 de enero de 1831 fue con
certado sin Corrientes, aunque posteriormente lo firmó. El delegado dé Co
rrientes. Manuel Leyva, en una carta al gobernador de Caiamarca. acusó a
Buenos Aires de ser un obsta culo para la paz y la unidad, sólo interesada en.re-
tener los ingresos nacionales para su propio beneficio. La carta fue intercep
tada por Facundo Quiroga y entregada aEosas, quien expresó su indignación.
Ferré, sin embargo, se negó a repudiar las opiniones de Leyva e hizo circular
nuevas argumentaciones dirigidas a los gobernadores de las provincias. Bue
nos Aires, alegaba, estaba arruinando la economía del país, que dependía de
“la promoción y protección de una industria territorial’'. “Prohibida la intro
ducción de vinos, aguardientes, tejidos y demás productos que proporciona
nuestro feraz territorio, las producciones dé éste adquirirían ia debida impor
tancia, y en igual sentido a proporción todos los ramos de industria nacional
que se crearon”'-26En lo concerniente al comercio exterior, debía ser alentado
mediante la apertura de los puertos fluviales a la navegación.de ultramar.
Pero la circular de Ferré fue criticada en Buenos Aires; la opinión oficial
señalaba los altos costos de producción y preguntaba: “¿Es correcto tiranizar a
la gran masa de consumidores simplemente para beneficio délos artesanos y
los estancieros?”27 ¿Acaso no existían ya impuestos del cuarenta-por ciento
para los vinos y licores importados, y veinticinco por ciento sobre las aceitu
nas? El gobierno invocó otros argumentos. Cuando Ferré viajó en 1831 a Bue
nos Aires para reunirse con M. J. García, el ministro de Hacienda de Rosas, e
insistió ante él sobre la necesidad de proteger a la agricultura local y a la in
dustria contra la importación extranjera, sólo recibió en respuesta lo que él
consideró argumentos “puramente especiosos”. García sostuvo que “noso
tros no estábamos en circunstancias de tomar medidas contra el comercio ex
tranjero, particularmente inglés, porque hallándonos empeñados en grandes
deudas con aquella nación, nos exponíamos a un rompimiento que causaría
grandes m ales: que aquel arreglo era obra del tiempo, pues en el día tenia
también inconveniente, que con él disminuirían las rentas de Buenos Aires y
no podría hacer frente a los inmensos gastos dei aquel gobierno”.28 Tampoco
pudo aventurar sobre cuándo cambiaría esa situación. Sin embargo. Corrien
tes tenía que resolver sus propios problemas, como siempre, siguió insistiendo
Ferré. En el período de 1825-30, la provincia tuvo una balanza comercial nega
tiva durante todos esos años, excepto uno. La de Ferré no era la-tínica voz de
protesta. En enero de 1835, el gobernador de Mendoza, Redro Molina, solicitó
a-Rosas medidas que proporcionarán “una justa protección a su industria y
producciones” de su provincia. Se refería en la práctica a la prohibición de
importaciones, a fin de detener el desempleo y el drenaje de las reservas mo
netarias.®
El federalismo provincial era la expresión política de la autonomía eco
nómica, ya que el interior y el litoral procuraban defenderse contra Jas políti-
' cas de Buenos Aires y también, es necesario agregarlo, contra la de uno con
respecto al otro. Córdoba daba libre entrada a los vinos de Mendoza y San
Juan, privilegiados en relación con los importados del extranjero y, recípro
camente, exportaba ganado vacuno, sin impuestos, a esas provincias. Co
rrientes prohibió la importación de aguardiente (1830), ropas y calzado
Í183H, efectos y muebles de extranjería (1832), y yerba mate (1833).30 Pero
Corrientes era una provincia pobre, y demasiado grande su necesidad de
mercaderías y de ingresos; en 1834 se vio obligada a permitir la importación
de azúcar y yerba mate. A las provincias del litoral, en general, les resultaba
difícil resistir la atracción del comercio exterior, como puede apreciarse en
su deseo de soslayar el puerto de Buenos Aires, especialmente durante ios pe
ríodos en que éste se hallaba bloqueado. Hasta este punto su proteccionismo
era irreal.
El nacionalismo económico era una fuerza política tanto en Buenos Aires
como en las provincias. No había, naturalmente, nada que pudiera llamarse
136
líbre comercio, ya que ei gobierno dependía de la aduana para recaudar ei
grueso de sus ingresos, y debía hallar ei correcto nivel impositivo que le per
mitiera entradas suficientes sin matar el comercio que las generaba. Las ac
titudes económicas estaban divididas siguiendo la linea de los partidos. En
general. los unitarios del grupo de Rivadavia apoyaban el libre comercio, y
los federales sostenían mía política más nacionalista, Pero los estancieros no
eran proteccionistas incondicionales, porque querían importaciones baratas,
bajos costos ' producción y ^ucns-s oporiuni&tidGS ^0 exportación. 31
La. penetración extranjera en Buenos .Aires, y particularmente la británica,
así como era bien recibida por algunos, tenia la amarga oposición de otros, ar
gumentando que ella significaba un control exterior del comercio, competen
cia con la industria local, desocupación y un obstáculo para ei desarrollo de
una marina mercante nacional. No todos estos razonamientos, reiterados
desde entonces, son válidos. Es verdad que los británicos, después de 1810, in
trodujeron telas de algodón baratas para consumo popular, pero que no reem
plazaron necesariamente a las telas producidas iocalmente. Hasta cierto
punto reemplazaron a las telas peruanas, que tenían mucha demanda en las
épocas coloniales. Más positivo fue el hecho de crear una demanda completa
mente nueva, poniendo por primera vez algodones baratos al alcance de un
mercado masivo. Mientras tanto, en el campo y en el interioraos ponchos de
lana de confección local coexistían bon los textiles británicos en el nivel más
bajo del mercado.22Las industrias locales artesanales en Buenos Aires y en el
interior, por lo tanto, sobrevivieron después de 1810, aunque tuvieron que pa
sar por un lento y constante periodo áe declinación.
Para promover las manufacturas nacionales, un grupo de comerciantes,
locales propuso en 1815 una política fiscal que comprendía desde elevados im
puestos hasta la absoluta prohibiciónpunto de vista secundado por los arte
sanos de Buenos Aires que, durante la década de 1820 continuaron presionan
do para lograr la intervención estatal, exigiendo la importación libre de im
puestos de las materias primas necesarias para la manufactura, y la protec
ción de las mercaderías procesadas con productos locales. Los estancieros,
en cambio, incluidos Rosas y los Anehorena, preferían el libre comercio a la
protección, sosteniendo los intereses del sector ganadero orientado a las ex
portaciones. Los intereses de los consumidores también se oponían a la expor
tación, ya que ésta restringiría el abastecimiento, eliminaría las alternativas
de la competencia y elevaría los precios. Existía cierta propensión contra ios
producios locales y en favor de los artículos importados. En 1831, el propieta
rio de una fábrica de cerveza de Buenos Aires, Antonio Martín Thym, en la pu
blicidad de su producto en la Gaceta Mercantil, defendía la industria nacional
y desaprobaba :tía preocupación inveterada que remaba generalmente en
esta ciudad de que todo lo elaborado en ei país no vale tanto como io elaborado
en el extranjero”.23 Los consumidores no eran nacionalistas.
La opinión favorable al libre comercio contaba con el apoyo de los que se
oponían a la intervención del Estado como principio; sostenían que la indus-
tria sólo se desarrollaría cuando tuviera condiciones para hacerlo, y que los
fabricantes nacionales que no pudieran competir en precio y calidad con las
importaciones extranjeras no merecían la protección. Pedro de Angelis, uno
de los más ilustrados voceros del régimen de Rosas, decía que "antes de ser
manufactureros es preciso ser labradores”.34 Atacaba con dureza la idea de
dar protección a ia industria provincial del vino y a ia porteñadel calzado, so
bre la base de que la protección alzarla los precios para la masa de ios consu
midores y distraería hacia la industria una mano de obra que sería mejor em
pleada en el sector agrario. Si existía fuerza laboral disponible, rendiría ma
yores beneficios utilizándola en la producción de sustitutos para los productos
agrícolas importados; ífUna abundante cosecha de trigo sería incomparable
mente más útil a la población, que todo el producto délas industrias que, a cos
ta de inmensos sacrificios, se procura fomentar entre nosotros1'.35Angelis es
taba realmente en favor del concepto de la división internacional del trabajo,
contra la cual las leyes restrictivas resultaban impotentes o perniciosas.
Sin embargo, la preocupación por la adversa balanza de pagos, aunque no
lo fuera por la industria y sus empleados., fue suficiente para convencer al go
bierno de que no debía cerrar las puertas a la protección. En 1829, a una im
portación de treinta y seis millones ochocientos treinta y seis mil seiscientos
un pesos, correspondió una exportación de sólo veinticinco millones quinien
tos sesenta y un mil novecientos cuarenta pesos; el país estaba gastando más-
de lo que ganaba, y la diferencia tuvo que ser llenada con salida de efectivo.
Las cifras de mayo y junio de 1832 muestran nuevamente una muy desfavora
ble relación entre importaciones y exportaciones, y otra vez sufrió el país la
salida de dinero al exterior.36 La inflación y la pérdida de valor de la moneda
absorbieron la pequeña protección otorgada previamente. En esas circuns
tancias. el grupo de los industríales tuvo oportunidad para hacerse oír. La in
dustria sombrerera y la naciente industria manufacturera del cuero estuvie
ron entre las voces que se levantaron exigiendo protección contra la influen
cia de las importaciones extranjeras y, en algunos casos, contra la competen
cia por las materias primas.
El desarrollo de una industria.del sombrero, en Buenos Aires, a fines del
siglo dieciocho, se vio estimulada por el descubrimiento de que la piel de la nu
tria —disponible localmente— era tan apta para-haeer el fieltro como la del
castor, Pero existía una fuerte competencia por el cuero de nutria por parte
de los compradores extranjeros de Inglaterra y los Estados Unidos. Desde las
pampas y las provincias, a través de Buenos Aires, se exportaron miles de
pieles, aumentando de nueve mil novecientos catorce docenas en 1822, a trein
ta y cinco mil seiscientos setenta en 1825, cincuenta y nueve mil setecientas
cincuenta y seis en 1329, y setenta mil doscientas cincuenta y siete en 1835. y
pronto las pieles de nutria ocuparon ei tercer lugar en las exportaciones, des
pués de los cueros vacunos y la carne salada,37 La excesiva exportación, la
caza irrestricta y la sequía de 1830-32, que casi aniquilaron la especie, motiva
ron una fuerte suba en el precio de las píeles y amenazaron aumentar de tal
138
manera los costos de producción que los fabricantes locales habrían de que
dar en desventaja con respecto a los competidores extranjeros. Algunos fa
bricantes porteños de sombreros se quejaban de que ios compradores británi
cos y norteamericanos estaban tratando deliberadamente de acaparar las
materias primas y de eliminarlos a ellos del negocio. En 1832, cuarenta y cin
co fabricantes de sombreros pidieron ai gobierno que prohibiera Ja exporta
ción de pieles de nutría, para favorecer a la industria local y reducir el desem
pleo. Pero la intervención oficial se limitó a controlar la intensidad y el perio
do de caca. La alternativa consistió enutilbtar nuevos materiales, tales como
la seda y la felpa. Pero la industria porteña no se adaptó fácilmente a innova
ciones de este tipo y al intentar hacerlo perdió una de las ventajas de las que ha
bía gozado originalmente: el abastecimiento local de la materia prima. En
ese momento como los costos de producción aumentaron, la industria som
brerera necesitaba protección contra las importaciones del exterior y, en
1835, así lo solicitaron.
Mientras tanto, se había establecido una nueva rama déla industria con
la manufactura de cuero marroquí. La iniciativa nació en 1834 y fue de Juan
Brydone y su socio Carlos Cadett, quienes invirtieron en una nueva fábrica
empleando artesanos europeos y logrando un artículo de buena calidad, aun
que a precios no competitivos, a pesar de la ventaja de contar con materias
primas locales. Pidieron protección al gobierno para permitir que la “nacien
te industria1’ pudiera sobrevivir, rechazando las teorías de Adam Smith y
aduciendo que “s in k protección patriótica y paternal de la Honorable Legis
latura nos veremos precisados a desistir de nuestra empresa para no arrui
narnos. ”33 La legislatura, esperando tal vez la mano directiva de R osas. no in
cluyó este pedido en el arancel para 1835. Pero el debate continuó afuera. Un
artesano que tuvo que cerrar su taller escribió a la prensa explicando que la
razón principal era la posibilidad de conseguir mercadería extranjera de con
trabando, que se vendía a precios imposibles de igualar por ios fabric antes lo
cales. Una razón secundaria era que ios establecimientos manufactureros ex
tranjeros que había en Buenos Aires estaban favorecidos al ser exceptuados
del servicio de milicia: "Mientras un hijo del país tiene que servir personal
mente o pagar personero por sí y por sus dependientes, un extranjero y los su
yos (que generalmente son de su nación) trabajan sin ser interrumpidos en
sus tareas”.39 En medio de estos puntos de vistas conflictivos, ¿cuáles eran
las intenciones de Rosas? Rivadavia y ios unitarios, teóricamente, habían
apoyado el libre comercio, aunque también ellos dependían de los ingresos
aduaneros. Rosas favorecía a los estancieros con respecto a los granjeros y
artesanos, mantuvo bajos los impuestos de importación y. por mucho tiempo,
resistió los pedidos de intervención. Durante su primera administración no
hubo aumentos significativos en ios aranceles. Un decreto del 7 de enero de
1831 impuso una escala móvil sobre la harina importada, en interés de los
agricultores y molineros, pero las cifras no eran lo suficientemente altas
como para significar una verdadera protección, no índuí2 el trigo y otros gra-
nos y no ayudó positivamente a la actividad agrícola.44:1En los aranceles de
1832, el impuesto sobre la sal importada se redujo de dos a un peso por fanega,
a pesar de las necesidades del Tesoro y el perjuicio a la industria doméstica de
Ja sal; se dio prioridad a los saladeros, que alegaban estar sufriendo por la
competencia de Montevideo y Río Grande del Sur. En la misma tabla arance
laria, el impuesto sobre los sombreros importados subió de nueve a trece pe
sos por unidad, a fia de proteger a la industria local. Durante el debate en 1.a
Sala de Representantes algunos diputados pidieron que se extendiera la pro
tección a otras industrias domésticas, tales como la de zapatos, ropas y mue
bles, pero no lograron su propósito, y el tratamiento especial acordado a la in
dustria del sombrero fue defendido sobre la base de que utilizaba mano, de
obra y materias primas de origen local.41 Los aranceles de 1833 redujeron ios
impuestos sobre la exportación de cueros y abolieron el gravamen sobre la sal
transportada en barcos nacionales desde las provincias del sur; pero la agri
cultura y la industria no tuvieron otra protección. En las tablas arancelarias
de 1834, la sobrecarga del diez por ciento en aquellas importaciones gravadas
en un treinta por ciento, se redujo a un cinco por ciento, en interés de la expan
sión comercial, y el impuesto total sobre las mercaderías sobrecargadas era
ahora del treinta y cinco por ciento. La tabla arancelaria de 1835, entrada a la
Sala de Representantes durante el interregno, fue ampliamente debatida allí.
Los estancieros expresaron claramente que deseaban mantener una política
de libre comercio favorable para la exportación de cueros y carne salada,
mientras que una minoría “nacionalista'' buscaba lograr un sistem a de pro
tección para las industrias locales y provinciales. En esa ocasión se mantuvo
la tendencia opuesta a la protección, y un pequeño ajuste del impuesto sobre
el trigo hizo muy poco en ayuda de ios agricultores locales.
TABLAS
Atahonas 3 49 Mármol — 2
Abanicos 1 2 Modistas 13 15
Ahumadores — i Mueblería — 12
Armerías- 3 15 Molino 1 1
Bombas ÍF) 1 — Cascos — 6
Billares (F) — 1 Loza de barro (F) 1 —
14C
Tipo 1836 1853 Tipo 1836 1853
Baúles — 2 Panaderías 34 61
Broncerías 5 i Peluquerías 10 43
Braseros (F) l __ Piel de ovéis — 2
Barracas 33 _ Platerías 23 26
Carruajes (F) 3 o P araguas(F ) 1 _
Caías — g Persianas ÍF) 1 —
Carpinterías 84 110 Pianos CF) 2
Colchones 7 6 Peines 5 _
Cuchillería 1 — Piel de oveja ÍF) 1 _
Curtiduría — 5 Sillerías (F) 2 —
Cigarros — 19 Sombreros íP) 39 —
Carros ÍF) I — Sebo <F) 1 —
Cordones 4 2 Sastrerías 31 51
Chocolaterías 9 Saladeros _ 3
Carne de cerdo 11 — Sombreros señora — 19
Carretas CF) 9 — Sillerías 17 3
Cuerdas 2 — Rapé ÍF) 1 —
Cerveza (F) 1 3 Riendas 1 4
Fideos 7 10 Relojerías 13 10
Fundiciones _ 2 Registros 42 —
Goma - 2 Sillas montar 9 23
Guitarras — 2 Tacheros — 3
Grasas 13 Toneles 17 7
Herrerías 54 74 Tornerías 0 5
Herrería mecánica 25 19 Tapicerías 5 4
Harineros 35 — Tintorerías 9 10
Hilos 1 — vciiunS — 3
Imprentas 3 — Vel as náuticas (F ) í5 8
Jabón ÍF) — 7 Vinagre (F> 1 —
Joyerías — 15 Zapaterías 49 108
Licores (F) 4
En 1835, anticipando tal vez una nueva iniciativa del gobierno entrante,
los pedidos de protección porteños y provinciales se hicieron más insistentes.
Hasta ese momento, las políticas arancelarias en vigencia desde que Rosas
asumió el poder en ,1829 favorecían a los estancieros y saladeristas antes que a
141
í
la provincia como un todo. No estaba dispuesto a-arriesgar aumentos de los
costos de vida y de producción y perjudicar así al sector exportador; no creía
j
§
■que el precio del nacionalismo económico fuera digno de ser pagado. No exís- |
te evidencia de que Rosas reviera un programa industrial o una política eco- J
cómica de largo plazo para la Argentina. Pero no estaba atado a los principios 1
y . .a veces ( ei pragmatismo pasaba ai frente. Asi como estaba decidido a man-
tener las estructuras e intereses dominantes de la economía argentina, se ha- i
Haba también dispuesto a rescatar a las particulares víctimas de esa econo- ¡
m ía. de modo que. en el momento oportuno, tenia en cuenta las necesidades de :
protección. ?
En la ley de aduana del 18 de diciembre de 1835 (es decir, para aplicación ¡
en 1836) Rosas introdujo una tabla-arancelaria significativamente elevada.. I
Partiendo de un impuesto básico de importación del diecisiete por ciento, las \
cifras aumentaban para dar mayor protección a los productos más vulnera- |
bles, hasta alcanzar un punto de absoluta prohibición. Las importaciones vi- j
tales, como el acero, el latón, carbón y herramientas agrícolas pagaban ac. i
impuesto del cinco por ciento. El azúcar, las bebidas y productos alimenticios |
pagaban el veinticuatro por ciento. El calzado, ropas, muebles, vinos, coñac, j
licores, tabaco, aceite y algunos artículos de cuero pagaban el treinta y cinco f
por ciento. La cerveza, la harina y las papas, el cincuenta por ciento. Los som- j
breros pagaban trece pesos cada uno. Estaba prohibida la importación de un 4
gran número de artículos, incluidos los textiles y productos de cuero; guinea- I
Ha y otros elementos de hierro y acero; productos déla madera y, cuando el ¡
precio local cayó;por debajo de los cincuenta pesos por fanega, el trigo.42 Por J
decreto del 31 de agosto de 1837, los aranceles de 1835 sufrieron algunos au- i
m entes: se agregó una Sobretasa del dos por ciento a las importaciones su je- I
tas al diez a diecisiete por ciento, y una sobrecarga del cuatro por ciento a
aqueHas que pagaban ei veinticuatro por ciento, Aunque estos aumentos esta- li
ban calculados para elevar los ingresos por la guerra boliviana, fueron eonti- \
nuados después de ella y, en la práctica fortalecieron la protección. El ajuste i
de.1887 fue el último aumento. j
El acta arancelaria de diciembre de 1835 fue una revisión antes que un 1
, cambio de la política tradicional. Desde 1810 los sucesivos gobiernos habían |
intentado solucionar las tres exigencias en cuanto a sus políticas arancelarias f
—ingresos aduaneros, principios de. líbre comercio y protección a la indus- \
tria— y mantenerlas en correcta proporción. La política de 1835 fue algo nue- |
vo en cuanto a que reducía la tendencia hacia el libre mercado y buscaba dar |
ayuda positiva a las industrias manufactureras y agricultura de sembrados; i
ai hacerlo, dio un paso adelante para satisfacer las demandas proteccionistas 1
hasta el punto de prohibir la entrada de gran número de artículos. ¿Cómo ;
reaccionó el mayor socio comercial de la Argentina ? El cónsul británico pen- 1
só que la ley de aduanas de 1835 iba a estimular la industria local y la agricul- j
tura, y el gobierno británico no objetó las nuevas escalas arancelarias. Los !
aumentos de 1837 se consideraron más serios, y Palmerston aconseje al con- |
142-
sul británico para que ilustrara al gobierno de Buenos Aires sobre los benefi
cios de] libre comercio.43 Aun así. el cónsul británico estaba más preocupado
con el poder de compra de los consumidores que con ios aranceles y ni siquie-
ra con el bloqueo francés; y la caída de la demanda de producios británicos
"superiores’’ la atribuía a la conscripción para la guerra con Bolivia. las po
bres pagas de los militares y los préstamos forzados:
Lina disminución muy considerable del valor de ios productos británicos importados
p ara consumo de estas Provincias se ha producido, como podrá apreciarse, durante el úl
timo año, y puede ser atribuida a is ere ai enre pooress ce las ciases m edias y m as bajas,
debida a la guerra con Bolivia y sus lam entables consecuencias.. - Por causa de estas, ca
lam idades, la dem anda de productos británicos m anufacturados superiores ha declina
do esencialm ente, y es de tem er que siga declinando h asta que se haya restituido otra vez
la paz y la tranquilidad en las Provincias.44
143
del Gobernador a la Sala de Representantes, en dieiembre.de 1835. dio -algu
nas indicaciones sobre sus fundamentos.
"Largo tiem po hacia que la agricultura y 3a naciente industria fab ril dei país, se resen
tían dé la falta de protección, y que la clase m edia de nuestra población. que por cortedad
de sus capitales, rio puede en trar en em presas de ganadería, carecía dei gran estímulo al
trabajo que producen las fundadas esperanzas de adquirir con él m edios de descanso en
la ancianidad, y de fomente a sus hijos. El Gobierno ha tomado este asunto en considera
ción, y notando que la agricultura e industria extranjera im piden esas útiles esperanzas,
sin que por ello reportem os ventaja en las form as o calidad
Por último, explicaba de nuevo que la ley de aduanas “no fue un acto de
egoísmo”, y que Buenos Aires esperaba de las provincias una acción recípro
ca evitando levantar barreras contra su comercio.’®La inconsistencia dees-
tas afirmaciones puede tener una explicación muy simple, que Rosas estaba
pronunciando un discurso formal desde el trono, que no había sido escrito por
él sino por algunos funcionarios que no coordinaron sus meas o sus políticas.
Una explicación alternativa puede ser la de que Rosas buscaba honestamente,
algo paraúoüos, especialmente para los estancieros y saladeristas, pero tam
bién para los comerciantes, artesanos, obreros y granjeros. Porque continuó
afirmando que la restauración de la ley y el orden había beneficiado a todos,
incluyendo alos pobres: “cada uno se encuentra rico en su pobreza, desde que
sabe que lo que tiene es suyo, y que puede disponer de cuanto adquiere”, ün
punto de vista complaciente, sin "duda, pero muy característico. En estas pa
labras, Rosas imprimía su bendición al orden social existente, no al cambio.
5
Los efectos de los aranceles de protección de 1835 se hallaban lejos de ser
ciaros. Los primeros en beneficiarse eran, aparentemente, los agricultores.
Los precios de los granos mejoraron, ante ¡a satisfacción de los cultivadores
déla provincia de Buenos Aires y del interior; bubo cierta di versificación y un
aumento constante en la producción de trigo, maíz y hortalizas hasta 1850 y
aún después. Entre 1835 y 1838 hasta se realizaron exportaciones de trigo, ha
rina y maíz.5QPero la agricultura continuaba sufriendo la falta de condiciones
estables y ios precios de los granos oscilaban. En algunos años, ios altos pre
cios eran un estímulo, en otros, subían a tales niveles que indicaban una esca
sez de oferta. Los bloqueos dieron a la agricultura una protección agregada,
pero entonces los consumidores experimentaron una verdadera escasez. En
los últimos años de la década de 1840. todavía se importaba harina norteame
ricana, En años buenos, como 1850, los productores de harina de Buenos Aires
pudieron abastecer el mercado local y dispones* ademas de cierta cantidad
para exportación, pero ia agricultura de sembrados habría de encontrarse en
tonces con otro desafío para obtener la tierra, debido a la creciente cría de
ovejas. Mientras tanto, los productores de vino y coñac del interior, incapaces
de mejorar la calidad de sus productos —o no deseando hacerlo— no pudieron
salir de la depresión, a pesar de las medidas de protección.
La respuesta de las industrias locales a la protección fue lenta y débil. Al
gunos críticos alegaban rápidamente que las tarifas arancelarias eran dema
siado bajas. Los fabricantes de zapatos, de Buenos Aires, uno de los grupos de
145
artesanos más numerosos en 1836. alegaron que el treinta y cinco por ciento dJ
derechos ■de importación no constituía protección adecuada, y que solamente
una prohibición total para importar calzado podría detener las crecientes pér|
dídas de capital, la reducción del tiempo de trabajo, los cierres y el desem j
pieo.51 Las quejas eran probablemente exageradas: si bien era cierto au¡á
existía una intensa competencia extranjera en el nivel superior del mercado j
ia importación de zapatos era sólo limitada, y Buenos Aires exportaba nor-J
malmente calzado de fabricación local a las otras provincias. De "manera que-:
los argumentos del sector industrial no impresionaron demasiado al gobisrY
no. Y de cualquier forma, pronto hubo otras presiones sobre su política econó-f
mica,
SI primer bloqueo francés comenzó en marzo de 1838. y casi de inmediato !
provocó una grave escasez de abastecimientos en Buenos Aires, produciendo f
así, en la práctica, un exceso de protección. Por decreto del 28 de mayo, Rosas ¡
redujo en un tercio todos los derechos de importación, con el objeto de inducir!
a los extranjeros a una ruptura del bloqueo y continuar las provisiones. Una-f
vez levantado el bloqueo (29 de octubre de 1840), los aranceles retornaron a if
sus niveles de protección, y eso duró un año. Pero el 31 de diciembre de 184iJ
Rosas decidió permitir la entrada de todos los productos anteriormente prohi- ¡
oídos, “para que se provea al ejército y la población de unos artículos que hanlf
escaseado enteramente".52Éstos incluían. las manufacturas de hierro y hoja-j
lata, ruedas para vehículos y algunos textiles, aunque fueron gravados con un §
impuesto del treinta y nueve por ciento, que tenía el propósito de aumentar los J
ingresos e impedir que resultaran demasiado favorecidos en la competencia.!!
con la industria local. Este apartamiento de la ley de 1835 sugiere que la pro-1
tección o el bloqueo, o una combinación de ambos, había reducido de hecho las |
importaciones, pero la industria local no podía producir como para evitar las ?
consiguientes escaseces. Éste fue el final d éla prohibición de importaciones. |
En 1845, cuando los británicos y los franceses-bloquearon Buenos Aires por se- j
gunda vez, Rosas tuvo que modificar otra vez los aranceles para reducidos, y J
los-derechos de importación bajaron en un tercio, Hubo un flujo de importa- f
dones a través del bloqueo, y los productos locales sufrieron las consecuen- j
das. Los textiles de Córdoba, por ejemplo, soportaron una brusca declinación |
entre 1844 y 184S, y se produjo un vuelco en la economía provincial, de textiles |
a lana virgen. El bloqueo francés quedó levantado en 1848, y sólo entonces fi- J
nalizo la reducción de los aranceles en un tercio y.éstos volvieron a sus niveles. J
normales. Eran los derechos de protección establecidos en 1835, aunque en ;
ese momento habían pasado a ser poco más que una formalidad, solamente j
útiles para obtener ingresos. 5
¿ Qué opciones tenía Rosas ? El empobrecimiento de ia provincia, combi- !
nado con la depreciación de la moneda y la pérdida de poder adquisitivo —el i
peso papel había perdido en 1850 más de la mi íad de su valor oro de 1835— indi- ¡
bia el desarrollo industrial pues se había reducido el mercado para la pro- ;
ducción local. De modo que la tabla arancelaria, aun cuando era efectiva, sólo i
146
[causaba escasez y elevación de precios, alimentando el costo de vida para la
[masa dél pueblo. Por lo tanto, Rosas abandonó tácitamente el intento de pro-
[mover las industrias nacionales mediante nuevas tarifas de protección y, en
[los últimos años de su régimen, los estancieros y consumidores estuvieron
m ejor servidos, mientras que ios artesanos tenían que contentarse con los
¡aranceles existentes. Los estancieros probablemente habían sufrido menos
.que otros sectores las consecuencias de los bloqueos, porque ellos podíanacu-
mular y multiplicar sus rebaños mientras esperaban la reapertura del co
mercio exterior; y aunque is producción do tetas de tana podía sumir ios erec
tos de ia competencia extranjera, había ya un mercado de exportación en ex
pansión para la lana virgen. Luego, una vez que el bloqueo quedó levantado,
se produjo un breve pero agudo aumento de la demanda de artículos de consu
mo importados. Este periodo pronto quedó superado a raíz de una prolongada
y grave sequía que causó una seria depresión en ei mercado, y por un abarro
tamiento de importaciones que excedían la capacidad de absorción. Pero en.
1851 la prensa de Rosas pretendía ver signos de mejora. Sin embargo, lo que
quería significar corno-mejora era la capacidad dei mercado para absorber
las importaciones extranjeras y la capacidad del sector exportador para sol
ventarlas : '
Í47
tria loe al la infraestructura necesaria para el desarrollo, y su efectividad quei
daba contrarrestada por otros factores. En un país de tan grandes distancias]
y medios de transporte tan primitivos, el costo del flete era extremadamente!
alto. De manera que los productos délas provincias estaban gravados coupe-]
sados costos de transporte aur¿ antes de que llegaran a enfrentar la competen-!
cia de los precios internacionales en el litoral. El hecho fue que la industria do-|
m ésííca no aprovechó las ventajas de ia protección otorgada por ley ni las de]|
bloqueo francés, y no desarrolló suficiente resistencia contra la competencia!
extranjera. Y si éste fue el caso con las empresas existentes, era aún menos»
probable que se intentara crear otras nuevas o que se arriesgara el capital enf
la industria cuando estaba más seguro en la tierra. Lo cierto es que la indus-J
tria no se expandió; mantuvo su característica artesanal y su limitada extern]
sión. |
La protección significó dar respiración artificia] al sector más débil de lal
economía, mientras estrangulaba al más fuerte. Pocos agradecerían por eso !
a un gobierno. El mismo Rosas parece haber perdido ia fe en la protección, J
aunque formalmente no la abandonó. Y después de dieciséis años de altas ta-|
rifas aduaneras, con listas de prohibiciones totales durante seis años, ¿quéf
podía mostrar la industria? En el debate de 1853 sobre la ley de aduanas, un]
año después de la caída de Rosas, resultaba claro que el proteccionismo esta-!
ba a la defensiva y que las fuerzas decisivas de la economía no eran los artesa- ]
nos sino los estancieros, exportadores y comerciantes. Hasta un ex restate, J
como Lorenzo Torres, criticaba el anterior proteccionismo declarando que í
era inútil para la economía, costoso para el consumidor y complaciente con la 1
fuerza laboral, y aseguraba que no había hecho nada para promover el crecí- s
miento ni la calidad en la industria: “el resultado era que existían hoy los mis- ]
mos talleres que antes. Que no había tales fábricas en nuestro país, sino sola- J
mente talleres, los más de los que se hallaban sin haber progresado un ápi- i
ce. ’'3GÉsta era también la opinión de los observadores extranjeros. Martín de \
Moussy. al escribir pocos años después de la caída de Rosas, observaba que !
fíLa industria, por lo menos como la entendemos en Europa, ha hecho muy I
poco progreso en el Plata... Es más económico, generalmente, comprar ar- ¡
tículos importados extranjeros, a pesar de los elevados derechos aduaneros i
que deben pagar, que los producidos en el país. ”s7 La ley de 1853 de hecho re- i
dujo la protección a ia industria, bajando el impuesto más elevado al veinte f
por ciento, pero la mantuvo para la agricultura, por lo menos para el trigo, el i
maíz y la harina. E
Había muchos obstáculos para el crecimiento industrial en la Argentina, |
y la política de Rosas era sólo parte de ia situación económica de la época. La |
propensión hacia una economía pastoral orientada a la exportación reflejaba \
tanto las condiciones económicas como la estructura social. Sin duda, un i
próspero sector exportador promovía el crecimiento del ingreso y el aumento l
de la demanda interna. Pero esto no aumentaba necesariamente el mercado \
interno. Los grupos más altos preferían las manufacturas importadas. Ha bis ]
148
■poco ahorro o acumulación de capitales para inversiones fuera del sector pas
toral, Las importaciones de artículos de consumo y suntuarios utilizaban
; gran parte del capital excedente que. de lo contrario podría haber sido invertí-
: do. Los textiles y otros artículos de consumo para el mercado calificado com
prendían mas del cincuenta por ciento de las importaciones totales de Buenos
Aires, en los últimos años de la década de 1830. mientras que las materias pri
mas industriales, como el hierro y la hojalata, sumaban menos del uno por
ciento, cruda indicación de una producción reducida, de una tecnología infe
rior y áel empleo limitado en las industrias artesanales locales.5®Si el capital
era escaso, otro tanto ocurría con la especializacíón y ei trabajo; eran muy
pocas las previsiones para la adquisición de nueva tecnología o aprendizaje
industrial. Pero el principal obstáculo era tal vez el mercado. Mientras las
ciases altas no invertían, el resto de la población no podía comprar; los bajos
ingresos y la capacidad adquisitiva limitada impedían que las masas forma
ran un mercado consumidor capaz de crear y sostener una industria nacional.
Aunque había cierto crecimiento déla población urbana, sus necesidades po
dían cubrirse con una combinación de importaciones y manufacturas artesa-
nales. Estos hechos no deben sorprender: la naturaleza, y no la política, hicie
ron a la Argentina como era. Ni el Estado ni la economía estarían suficiente
mente desarrollados como para generar una moderna industria manufactu
rera hasta después de la década de 1870.
Los organizadores de la Gran Exposición del Palacio de Cristal, en Lon-
. tires, en 1851, invitaron a las legaciones extranjeras y consulados a que requi
rieran la,colaboración de sus gobiernos para reunir productos de las indus
trias nacionales. Manuel Moreno, ministro argentino en Londres, escribió a
sus superiores en Buenos Aires, con más esperanzas que confianza;
Casi puede decirse que la m aquinaria y las invenciones m ecánicas son desconocidas en
este país, tan reducido es su empleo p ara cualquier finalidad. Los únicos artículos de m a
quinaria que'hay en el país —y fabricados en Gran B retaña— son un molino a vapor para
149
I
m oler trigo y ana docena de tinajas a vapor p ara obtener grasa de los huesos y reses
m uertas. Los artículos m anufacturados, ilustrativos de los resultados producidos por eií
trabajo humano sobre las m aterias p rim as naturales,, son de extensión m uy lim itada, y "
la población prefiere casi sin excepciones la industria extranjera aun p ara los productos,
m ás insignificantes.® ’ ■' 1
Leviatán
Rosas dividió a la sociedad entre aquellos que mandaban y aquellos que obe
decían. El orden lo obsesionaba, y la virtud que más admiraba en una persona
era la subordinación. Sus opiniones sobre la historia argentina reflejaban
esas simples ideas. Veía a la Revolución de Mayo de 1810 como un mal necesa
rio; había dado la independencia a la Argentina, pero dejando un vacío en el
que prevalecía el desorden y reinaba la violencia. Él mismo había salido a
rescatar ei país del caos en 1829: entonces se vio por fin que la teoría era una
ilusión, la democracia una utopia y la libertad una forma de esclavitud. E l es
tanciero que había dado detalladas instrucciones a sus capataces para esta
quear a sus. peones al sol se convirtió en el gobernador que incitaba a sus
jueces de paz y colmaba Sa-capacidad délas cárceles. En lugar de una constitu
ción pidió un autoritarismo total, y en 1335 justificó la posesión de “un poder
sin límites" como vital para suprimir la anarquía: “He cuidado de no hacer'
otro uso que el muy preciso con relación al orden y tranquilidad general del
país5' .1Mucho después, en Southampton, declaró que se había hecho cargo dé
un país anárquico, dividido, desintegrado, arrumado einestable, “uninfierno
en miniatura", y hecho de él un lugar adecuado para vivir. “Para mí, el ideal
de gobierno feliz sería el.autócrata paternal, inteligente, desinteresado e infa
tigable... he admirado siempre a los dictadores autócratas que han sido los
primeros servidores de sus pueblos.”~Pero io que Pvosas veía como un bene
volente despotismo, er.a calificado por otros argentinos como una despiadada
tiranía.
Si había algo para Rosas más detestable que la democracia, era el libera
lismo. La razón por la que odiaba a los unitarios no consistía en que ellos que
rían una Argentina unida, sino que eran liberales que creían en los valores se
culares del humanismo y del progreso. Los identificaba como francmasones
e intelectuales, "hombres de las luces y de los p rin cip io s . subversivos que so-
151
cavaban el orden y la tradición, y a q u ien es h a lla b a responsables en último
término de los asesinatos políticos que hab ían d esa ta d o la brutalidad enla
vida pública argentina desde 1828 hasta 1835.3 L a s doctrinas constitucionales
de unitarios y federales no le interesaban, y nunca fu e un verdadero federal
En 1829 negó que perteneciera al federal ni a ningún otro partido, y expresósu
desprecio por Dorrego.4 Pensaba y gobernaba co m o un centralista y estaba
en favor de la hegemonía de Buenos A ires. E x p lic a b a la s divisiones políticas
en términos de estructura so cia l. Interpretó e l co n flicto de 1828-29 y sus const
cuencias como una guerra entre las c la s e s m á s p o b res y la aristocracia mer
cantil. “La cuestión es entonces entre una m in oría aristocrática y una mayo,
ría republicana.”5 “La m asa federal la com p on en só lo la gente de campaña;
el vulgo de la ciudad, que no son los que d irig en la política del gabinete".*!
en cierta ocasión confesó la fa u te d e m ie u x d e su f e d e r a lism o : “Estoy persua
dido de que la Federación es la form a de G obierno m á s conforme conlospró
cipios democráticos con que fuim os ed u cad os en el esta d o colonial sin serct
nocidos los vincules y titulos de la A risto cra cia co m o en Chile y Lima...pero
aun asi, siendo Federal por íntimo con ven cim iento m e subordinaría a serUni
tario, si el voto de los pueblos fuese por la U n id a d .”7
La unidad, solía decir, era m ás aprop iad a p a ra una aristocracia,elfedt
ralismo para una democracia. En abril de 1839, seg ú n lo informado porsuso
cretario, el conspirador Lafuente, p red icab a a lo s d e su peña en un atardece
bajo los ombúes de Palermo. Sostenía “que n o so tro s éra m o s demócratasofo
derales que para él todo es lo m ism o, d esd e lo s e s p a ñ o le s ”.8
Pero esto era retórica política. No h ab ía d e m o c r a c ia en la Argentinaya
pueblo no gobernaba. R osas m anipulaba a lo s s e c to r e s inferiores, comosebi
visto, pero no los representaba ni los em a n c ip ó . S e n tía horror de la revoluciót
social y cultivaba a las cla ses populares no p a ra d a r le s poder o propiedades
sino para apartarlas de la violencia y la in su b o rd in a ció n . Creía tener unalec
ciónpara enseñar a otros gobernantes. L a r e v o lu c ió n d e 1848, en Francia,®
tivó su más enérgica condenación. La vio co m o un co n flicto entre aquellos^
no tenían intereses en la sociedad y los h o m b r e s ju ic io so s y prudentes, duefó
de propiedades; y debía culparse al g o b iern o fr a n c é s por no prestaratenckí
a las clases más bajas.9 No abogaba él, n a tu r a lm e n te , por una reforma soci¿
sino por la propaganda y com pulsión. R o sa s te n ía in stinto para manipulan
los descontentos de las m a sa s y v o lv e r lo s c o n tr a s su s propios enemigos^
manera tal que no dañaran la e stru ctu ra b á s ic a d e la sociedad. Mediante^
mezcla de nacionalism o y d e m a g o g ia e r a c a p a z d e d a r , con mucha habilité
una ilusión de participación popular y u n a co m u n id a d de intereses entrepf
trón y peón. Pero su fed era lism o ten ía p o co c o n te n id o so cial. En realidad,
sas destruyó la división trad icion al e n tr e f e d e r a le s y unitarios e hizo queest^'
calificaciones carecieran v ir tu a lm e n te d e s ig n ific a d o . Las sustituyóporr^
sism o y antirrosism o. ,
¿Qué era el rosism o? Su b a s e d e p o d er e r a la e s ta n c ia , foco de recur*
económicos y sistem a de control s o c ia l. L a e s t a n c ia dio a R osas lospertr#
152
j^fle guerra. la alianza de colegas estancieros, y los medios para reclutar un
í ¡Ejército de-peones, gauchos y vagos. En 1829, no sólo derrotó a sus enemigos
jjpnitarios, también demostró su habilidad para controlar fuerzas populares.
>aJEntonces explotó de tal manera eimiedo que los hombres sentían por la anar-
p'lqula. que pudo pedir y obtener el poder absoluto. Así armado, procedió a to-
^ ímar la posesión total del aparato estatal—la burocracia, la policía, el ejército
°§de linea—. Con los principales medios de coerción en sus manos, terminó su de-
.^¡pendencia de las fuerzas irregulares del campo. Ya podían volver a casa, los
^estancieros a trabajar sus haciendas, los gauchos a cumplir sus tareas depeo-
' §ne$ o a servir en el ejército reguiar. Rosas ejercía en ese momento un monopo-
jlio de poder en un estado adecuado a los intereses de ios ganaderos y a una pri-
■|jmitiva economía de exportación. A medida que el populismo retrocedía, la
f persuasión tomó su lugar; el control, la coerción y 3a propaganda se hicieron
características intrínsecas del régimen. Se impuso un control político total.
3'¡ En ese sentido, el rosismo era un clásico despotismo, pero era un despotismo
,-í con una novedosa organización y con su propio estilo. No se permitían leaita-
° | des rivales ni partidos alternativos, ün régimen que controlaba todos los me-
dios de comunicación inculcaba en los cerebros délos hombres un implacable
| adoctrinamiento. Se hizo de Rosas una gran figura líder, un gobierno uniper.-
“¡ sonal, protector y padre de su gente, mientras un movimiento político único
íl tomaba el lugar de la elección constitucional. Los activistas del partido en
alianza con la policía aplicaban un sistemático terrorismo contra "el enemigo
í interior” . La detección de disidentes y la destrucción de quienes eran oposito-
:| res comprometían gran parte de los recursos del Estado, mientras se imponía
f un sistema de conformidad que era de carácter casi totalitario. La pacifica -
| ción tenía ou precio.
I Este régimen dio a Rosas hegemonía sobre Buenos Aíres durante más de
| veinte años. Pero no pudo aplicar la misma estrategia para todo el resto de la
I- .Argentina. En las provincias del oeste veían a Rosas como un caudillo que ser-
| vía los intereses locales de Buenos Aires; allí no era tan fácil conseguir ia leal-
f tad de los hacendados y los servidos de sus peones. En el interior, el partido
| federal tenía raíces económicas más débiles y una base social más estrecha;
| y en las zonas más remotas de la confederación no se podía aplicar de inme-
| diato la dominación autocrática ni regular el uso del terror. La pacificación
I de! interior, por lo tanto, significaba la conquista del interior por parte de Bue
nos Aires,10 Él federalismo daba paso al rosismo. Sin embargo, esta solución
no se pudo aplicar a las provincias del litoral, donde la intervención extranje
ra, aliada con los opositores locales, impidió la hegemonía total de Buenos Ai
res y finalmente ambos inclinaron la balanza en contra de Rosas.
El advenimiento de Rosas al poder en 1829 fue considerado como una res
tauración después del interregno del usurpador Lavalle. La Sala de Repre
sentantes aprobó con retroactividad todos los actos de su conducta política y
militar como Comandante General de Campaña desde el r de diciembre de
1828 hasta el 8 de diciembre de 1829, en que asumió como gobernador de Bue-
153
nos Aires dotado de poderes extraordinarios, Jo declaró Restaurador de ia|
Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos .Aires, y le otorgó-diversos 1
tulos y condecoraciones.13 Por supuesto, no existía cohesión ideológica e n |
país, ni unidad social detrás de los valores aceptados. De manera que la r e í
tauración estaba dirigida más a los intereses que a las ideas, Rosas represes!
taba poderosos grupos de intereses, estancieros y hombres de negocios, qu|
querían pa2y seguridad y que identificaban a los gobiernos unitarios de Rival
davia y Lavalle con la innovación y la inestabilidad. El primer gobierno dtf
Rosas (1829-1832) subordinó todo a la ley y el orden. Reforzó el ejército y prof
tegió a la Iglesia, silenció las críticas e ignoró a la educación. Pero no ignoró
ios pobres o, por lo menos, a aquellos que se habían empobrecido por la caus&í
federal durante la guerra de 1828-29, abasteciendo con bienes y servicios a lasP
fuerzas de R osas; a éstos los compensó, o les prometió compensación con fo s|
dos públicos.12 Así fue como Rosas entró para reconciliar, y comenzó con ungí
administración moderada: nombró al general Tomás Guido ministro de Go4
bienio y Relaciones Exteriores, al general Juan Ramón Balcarce ministro de!
Guerra y al doctor Manuel J. García ministro de Hacienda. Pero en marzo deij
1830 Guido fue designado comisionado argentino para considerar la constituí':
don del Uruguay, siendo reemplazado temporariamente (hasta el 5 de enero!
de 1832} por el doctor Tomás Manuel de Anchorena, a quien Rosas describía:!
como su “oráculo ” y Woodbine Parish como "un hombre de carácter violente í
y muy descuidado de la popularidad".33 Anchorena era un fanático conserva- ”
dor, un ultra católico, un nacionalista que hasta se había mostrado hostil ai-
tratado anglo-argentino de 1825. ” {
Esto marcó la iniciación de una política de facciones, con un gobierno dis-|
puesto a vengarse de sus enemigos unitarios. Las publicaciones antifederalesl
fueron objeto de ataques, y el ejecutor público quemó en la plaza principal!
muchos ejemplares del Pampero, la Gaceta Mercantil y E l Tiempo zL as “ía -|
cuítades ex traordin arias” significaban que Rosas podía restringir la libertad i
de prensa mediante acción ejecutiva. Un decreto del 3 de octubre de 1831 f
prohibió la venta de libros e ilustraciones “contrarios a la religión y buenas y
costumbres”. Se quemaron públicamente obras de Volney, Voltaire y hasta f
de Racine, juntamente con biblias protestantes y cuadros que representa -1
ban la más remota sospecha de desnudez, Pero el verdadero propósito era la 1:
censura política. El 29.de enero de 1832, Rosas decretó la suspensión de dos pe-1
riódicos, E l cometa y E l Clasificador o E l Nuevo Tribuno sobre la base de que |
constituían una amenaza para ei orden y la unión. El V de febrero de 1832 emi- :
ció un decreto de imprentas,, imponiendo la obligación de obtener un per- ,
miso expreso del gobierno antes de establecer cualquier diario o periódico.
Los dueños de los existentes tenían quince días para cumplirlo, vías pecalida- j
des en caso de falta eran severas; primera vez, seiscientos pesos o tres meses i
de prisión: segunda v e z : el doble de la primera: tercera vez, castigo como j
perturbador del orden público. Después de esto, la prensa quedó eíeetivamen- f
■te amordazada y se convirtió en simple vocero del gobierno.34 ií
.154
El cambio de dirección, sin embargo, no-fue causado solamente por per
sonalidades. La razón básica era el colapso del federalismo en el interior, que
■amenazaba difundirse hacia el litoral y revertir las victorias de 1829. Facundo
Quiroga llegó dramáticamente a Buenos Aires el 11 de marzo de 1830,
huyendo del general Paz y los unitarios. Sin duda, Rosas explotó estos hechos
para excitar el odio contra sus enemigos, pero la amenaza en sí misma era su
ficientemente real y. al ponerse personalmente a la cabeza del federalismo
intransigente, Rosas sólo respondía a las circunstancias. Retuvo los poderes
extraordinarios, presidió una clara victoria federal en las elecciones de abril
de 1830 y empezó a gobernar en forma antocrática. Hubo una cantidad de
arrestos arbitrarios, que la Sala de Representantes se apresuró a criticar,
pero los ministros Anchorena y Balcarce defendieron basándose en la seguri
dad pública. Desde ese momento en adelante estaban en conflicto dos alas po
líticas, el federalismo tradicional y el nuevo rosísimo. En consecuencia, el pri
mer gobierno de Rosas se transformó en una lucha entre el gobernador y su
facción, que buscaban implantar una dictadura, y la Sala de Representantes,
que intentaba preservar el constitucionalismo federal. Y este conflicto era
acompañado por otro que fue aun más prolongado, entre Rosas el centralista,
que se negaba a otorgar una constitución, y los caudillos provinciales, quienes
querían que se les reconocieran sus derechos. En julio de 1830, el gobierno pre
sentó a la asamblea una propuesta para que se le ampliaran los poderes ex
traordinarios concedidos por la ley del '6 de diciembre, de 1829, y fortalecer así
la dictadura. Mediante una ley nueva, sancionada el 2 de agosto, los poderes
otorgados al gobernador ya no quedaban limitados por la '‘necesidad’' ni por -
la obligación de rendir cuentas de su uso a la legislatura. Se le dieron “faculta
des extraordinarias” f‘con toda la amplitud” para que “haga uso de ellas se
gún le dicten su ciencia y su conciencia. ” A partir de ese momento, cuando Ro
sas arrestaba y castigaba a sus opositores y suprimía la libertad de prensa y
ios derechos individuales, no podía ser acusado ni debía rendir cuentas a na
die.
Pero en el transcurso de 1831, Paz fue tomado prisionero y su liga militar
quedó derrotada. La victoria del federalismo, no sólo en Buenos Aires sino
también en el interior, produjo el efecto de calmar la atmósfera política y de
terminó una promesa de concluir con las facciones. En 1832 Anchorena dejó la
administración, y otro tanto hizo García. El gobierno estaba en ese momento
formado por Vicente López y Planes, José María Rojas y Patrón, Manuel Vi
cente de Maza y Victorio García de Zúñiga. Éstos eran hombres dignos y sen
satos que significaban un retorno a la normalidad institucional. ¿Quería decir
esto que habían terminado los poderes extraordinarios? En los comienzos de
1832. Rosas tuvo conciencia de que la opinión pública, tranquilizada por la paz
y la seguridad, estaba en favor de la vuelta a la legalidad. Esto era contrario a
su propia convicción de que el país necesitaba un gobierno fuerte. A manera
de táctica, empezó a amenazar con su renuncia. La ofreció por primera vez a
la asamblea el 22 de enero de 1832. pero lo persuadieron para que la retirase.15
155
Luego se vio que la táctica no era suficiente. El 11 de mayo de-1832, en lj¡
apertura de una nueva sesión del parlamento. Rosas devolvió las facultades
extraordinarias, contra sus propios deseos. Durante los meses siguiente^
tuvo lugar una prolongada lucha verbal entre Rosas y .la asamblea, “El pro
greso de este debate", comentó el ministro británico, "se ha caracterizado
por una oposición más decidida a las opiniones del gobierno y por una exprej
sión m ás libre de los distintos puntos de vista, tanto en la misma Sala comoj
por parte del público, que las acostumbradas manifestaciones anteriores. ”-(j
Rosas exigía una “reforma" de la constitución con un sentido autoritario. Laj
negativa a obedecer de la legislatura fue la razón por la cual Rosas repetida^
mente se rehusó a aceptar la reelección. Esto no era simplemente para poned
su precio, sino porque él creía sinceramente que el gobierno no podía fundo-j
nar sin una mayor autoridad, y no quería ponerse en la situación de un gobier-j
no fracasado. Tenía cierto apoyo en la asamblea, pero había mucha oposi-j
cion. Algunos sostenían que “vivir constitucionalmente era una necesidad vi|
tal de nuestra sociedad” ; otros hacían una distinción entre las facultades con-j
íerídas para una emergencia y el otorgamiento de poderes dictatoriales per-]
manantes a un hombre; y otros consideraban "alarmantes” las propuestas y|
que era “muy peligroso poner el destino de un país en las manos de un solo|
hombre. ”17 La votación dio por resultado que una mayoría se oponía al pro-]
vecto. Los argumentos usados por la oposición irritaron a Rosas, lo misme]
que la votación, y lo tomó como una afrenta personal; éste fue un factor del
peso en su reehazo a aceptar la reelección como gobernador. |
La Sala de Representantes, en la sesión del 29 de noviembre de 1832, acep-|
tó las facultades extraordinarias devueltas por Rosas y expresó su gratitud!
ante ei hecho de que “durante el gobierno de Vuestra Excelencia, la Provincial
ha alcanzado la feliz situación de vivir en tranquilidad bajo la autoridad de l
sus le y e s .E l 5 de didem bre de 1832 Rosas terminó su periodo de gobierno y laj
Sala de Representantes procedió a elegir un nuevo gobernador. La asamblea!
era totalmente federal en su composición, de modo que, inevitablemente, se -!
ría elegido un federal. ¿Pero quién? Ofrecieron de nuevo el gobierno a Rosas. |
y otra vez lo rechazó. Por lo tanto, el 12 de diciembre, eligieron al general S
Juan Ramón Baleares, a quien se veía como el más cercano a Rosas desde el I
punto de vista político y que tenía, de hecho, su aprobación; la continuidad í
también se lograba con dos ministros rosistas, el doctor Maza y García Zúñi-1
ga. La salida de Rosas, sin embargo, dejó un vado de poder en el que podía ge- J
aerarse la inestabilidad. El sector liberal del partido federal ganó más ban-J
cas en la asamblea y dio al nuevo gobierno una alternativa ante el grupo favo- ]
rabie a Rosas. Y. una vez en ei poder, Bálcarce no fue un dócil instrumento de J
Rosas sino un político independiente que buscó el apoyo de los oficiales del |
ejército y pareció decidido a gobernar, a dominar la asamblea,.refrenar la f
prensa rosisía y mantener en su lugar la facción de Rosas. Luego se vería que:|
había subestimado a la oposición. El 13 de octubre de 1833, una turba de tres-1
cientos rosistas fue dispersada y obligada a huir en el puente Barracas; pero J
158
se reagruparon en las cercanías y comenzaron a presionar sobre la ciudad
desde afuera. Rosas estaba en la Campaña del Desierto, cuyo ejército le pro-
■perdonaba otra base de poder; tenía ademas en el campo el apoyo de los peo
nes y gozaba de una decisiva influencia sobre la milicia rara!. E l movimiento
¡ de resistencia rosista fue tomando impulso y quedó convertido en un sitio ar
mado de Buenos Aires. Dentro de ia ciudad, la esposa de Rosas, doña Encar
nación, movilizó a sus partidarios y preparó un enlace con las fuerzas resistas
que estaban afuera; tenía confianza en que “deben esperarlos en la Capital,
según los esfuerzos que hacen por reunirse y componer una fuerza imponen
te”Is Rodeado y superado en su capacidad de maniobra. Baleares renunció el
3 de noviembre, y un día después eligieron gobernador a Juan José Viamonte.
Si ei gobierno de Baleares había representado una intervención militar en la
[ política, terminó en un triste fracaso, porque Rosas pudo convocar un apoyo
| militar mucho más amplio que el ejército regular.ifi
\ El Fosismo había demostrado que sus manipulaciones de ios sectores po-
í pnares rurales y urbanos podía generar poder político. Con ese factor en su
| vn or, no tenía interés en volver a las instituciones normales. De manera que
\ vía monte, inclinado a los principios constitucionales, nunca tuvo una oportu-
f aidad. Su gobierno perdió prestigio por ios ineficaces intentos del doctor.Gar-
; cía para reformar las finanzas, Perdió el apoyo de los federales conservado-
: res, como los Anchoren a, por su política eclesiástica liberal. Y se hizo sospe-
; choso ante los ojos de los estancieros rurales, quienes, junto con sus hombres,
' dieron a Rosas una base permanente de poder. Acosado y aislado, Viamonte
. renunció en junio de 1834. El ritual político empezó de nuevo. La asamblea eli
gió a Rosas gobernador, pero él lo rechazó porque pensaba que nG se podía
ejercer el cargo sin facultades extraordinarias, y más aún teniendo en cuenta
que Balear ce y Viamonte habían introducido en ia administración elementos
que no eran dignos de confianza. Se negé cuatro veces, y entonces, el doctor
Maza,..presidente de la Sala de Representantes, fue propuesto y aceptó. Rosas
: pensó que podría controlar a Masa pero, como tantas veces ocurre. Maza no
fue tan fácil de controlar una vez que estuvo en el poder. Rosas le quitó su apo
yo, y pareció inevitable la cíclica repetición del conflicto.
Rosas no se limitó a rechazar la gobernación, renunció además como Co
mandante de Campaña (14 de julio de 1834), fundamentando su decisión en la
mala salud y la necesidad de atender sus descuidadas haciendas. Era de cono
cimiento general —y así lo decían ios observadores políticos-— que su retiro
tenía la intención de perturbar al régimen e inducir a la asamblea a que le con
firieran el poder total que él consideraba esencial para gobernar o, como te
mían otros, “para convertir un sistema de gobierno constitucional y republi
cano en. otro virtualmente despótico.,,2Í A medida que la sensación de insegu
ridad aumentaba, el tácito argumento de Rosas se hizo irresistible. Y fuere-
forzado por un dramático golpe desde afuera.
Facundo Quiroga, el veterano caudillo del interior, había sobrevivido a la
violenta política de los llanos mediante una combinación de ferocidad militar
y férrea autoridad. Como azote de los unitarios, fue elegido por Buenos Aixg
para llevar una misión de pacificación al noroeste. Iba como emisario, no só|
de Maza sino también del mismo Rosas, quien el 20 de diciembre de 1834, des
de la hacienda de Figueroa, escribió a Quiroga una larga carta aconsejando!
sobre los problemas de mediación entre los caudillos enfrentados y sobre Ij
necesidad de apartar al gobierno y a la gente del interior de la idea de un¡j
constitución. El 25 de febrero de 1835, Rosas escribió otra carta a Quiroga de|
cribíéndole un remedio para el reumatismo.s Nunca le llegó. Cuando regr^
saba de su misión sufrió una emboscada y fue asesinado el 16 de febrero en B&
nanea Yaco. La muerte de Quiroga facilito el ascenso de Buenos Aires enlj
confederación. También preparó el camino para el retorno de Rosas al poder
Por éstas razones se rumoreaba en la época —y desde entonces asi lo han creí
do muchos— que el mismo Rosas había sido el responsable del asesinato, a pdf
sar de la versión oficial de que los autores del crimen de Quiroga eran sus enej
migos políticos, los hermanos Rein ai é, de Córdoba.32Pero si bien Rosas result
tó beneficiado por el asesinato, no existen evidencias que indiquen su autoría!
El asesinato de Quiroga polarizó a los políticos de Buenos Aires en federal
les doctrinarios, el ala liberal del partido, y los apostólicos, o resistas. E st|
concluyó abruptamente con el triunfo de los últimos, como única aJternativf
ante los unitarios y el caos. Se creyó que estaba en marcha una conspiraeíó|
para eliminar a los líderes del partido y que se necesitaban extremas medida|
de autodefensa. Tan pronto como el gobernador anunció a la Sala de Represen^
tantee, la noticia del asesinato de Quiroga, el 6 de marzo de 1835, ios diputado!
se precipitaron unos sobre otros para levantarse y clamar a Rosas que salvaf
ra al país de la anarquía, como ya lo había hecho antes. Era cierto que él ha,
rechazado el ofrecimiento del cargo un año antes. Pero en ese momento la si
tuación era diferente. Si era necesario, debían otorgársele facultades absolu
tas para rescatar al país de la destrucción.23 Finalmente. Maza renunció el I
de marzo de 1835, y la Sala votó el siguiente decreto:
"Se deposita toda la su m a del poder público de esta Provincia en la persona del Brií
gadier General D. Juan Manuel de Rosas, sin m ás restricciones que las siguientes: 1
Que deberá conservar, defender y proteger la religión Católica Apostólica Rom ana. 2,
Que deberá defender y sostener la causa nacional de la Federación que han proclamado
todos los puebios de la República. 3. E l ejercicio de este poder extraordinario du rará por
todo el tiem po que a juicio del Gobernador electo fuese necesario.”
158
fuesen-expresen su voto precisa y categóricamente sobre el particular”.24
TambiénJa legislatura estaba dispuesta a explorar la opinión de toaos los ciu
dadanos, por lo menos para compartir la responsabilidad de establecer una
dictadura.
■ El plebiscito se llevó a cabo los días 26 a 28 de marzo en las parroquias de
Ja ciudad de Buenos Aires, y ei electorado tenía que votar por “s r o por “no”
con respecto a la proyectada ley: esto no era exactamente para elegir a Ro
sas, sino para “manifestar su opinión” en esta elección. También sépermiííó
catar a ios extranjeros. En realidad, los votantes comprendían a todos "los
ciudadanos habitantes de la ciudad”, “todo hombre libre, natural del país o
avecindado en él, desde la edad de veinte años o antes si mese emancipado”.
El voto universal masculino no era nuevo en la Argentina. Se había estableci
do por primera vez por la ley electoral de Buenos Aires del 14 de agosto de
1821, que otorgaba el voto a “todo hombre libre, nativo o habitante del país, a
partir de la edad de veinte años”. Esa vez había dos diferencias. Primero, ei
plebiscite se realizaba solamente en la ciudad de Buenos Aires, presumible
mente para ahorrar tiempo y en la suposición de que el campo era completa
mente resista. En segundo lugar, mientras que normalmente sólo habían vo
tado en las elecciones unos pocos cientos de personas, en ese momento partici
pó una cantidad mucho mayor. EJ resultado rué: nueve mil trescientos dieci
séis en favor de ia nueva ley; cuatro en contra.25 Calculando una población de
unas sesenta mil personas en Buenos Aires, y un padrón electoral de veinte
mil, esto significaba-que Rosas había recibido el voto de un cincuenta por
ciento dei electorado que, inclusive, había sido obligado a concurrir a ios co- •
micios por una mezcla de propaganda oficial y presión de los activistas. El
ministro británico creía que, aunque aparentemente Rosas había recibido
una aclamación universal, en realidad lo habían llevado al poder ios conser
vadores y sus propios “servidores a medio-civilizar”, y con la sanción de un
“sistema,de amenaza y terror”.26La amenaza ejercida por la maquinaria po
lítica de Rosas era realmente fundada, como se verá. Por esta razón eran
muy significativas las numerosas abstenciones; abstenerse constituía un
acto positivo y peligroso y. para mucha gente, un acto de müitaneia. Rosas
nunca repitió el experimento.
A continuación del referéndum, la mayoría de los diputados apoyó la nue
va ley, que fue finalmente sancionada ei r de abril de 1835. En su mensaje a la
Sala, fechado el 4'de abril, Rosas aceptaba el cargo de gobernador, a pesar de
sus “costosas” consecuencias, su salud debilitada, y el daño a sus intereses.27
Señalaba que se le había confiado “ilimitado poder por el término de cinco
años” y que, aunque algunos pensaban que durante ese período era innecesa
ria la existencia de la Sala de Representantes, él no podía aceptar esto, y espe
raba que “los Sres. Representantes, que aun cuando tengan a bien cerrarla
Legislatura, y a la vez suspender sus sesiones,.harán que continúe la Honora
ble Sala, renovando cada año los Sres. Diputados que corresponda, y obser
vando todas las demás formalidades indispensables para su conservación”.
159
Era una siniestra perspectiva, que llegaba aun más allá que la preceden-';
te de 1S29-32. Entonces, por lo-menos, los tres poderes eran independientes.;
teóricamente. En ese momento, se había dotado ai ejecutivo de poderes ex-';
. traordinaríos cuyos límites serían establecidos por él mismo, no por xa legis-;|
latura. La Sala de Representantes quedaba reducida a cero. Y los jueces sólo ]
serían independientes hasta la medida que el gobierno se lo permitiera. Si al-1
guna vez los nombres buscaron refugio de la anarquía en un leviatám eso fue |
lo que hicieron en Buenos Aires en 1835. f
El lunes 13 de abril de 1835. un ala de brillante sol otoñal, fue de fiesta pú- j
blica en Buenos Aires, con desfile de tropas, multitudes que adamaban desde j
los balcones y los techos, un arco triunfal en la esquina del cabildo, puertas y-j
ventanas adornadas con sedas rojas y amarillas y las calles y postes de luces J
cubiertos de ñores y estandartes. A la una de la tarde, Rosas, acompañado f
por los generales Pinedo y Mansilla, se presentó en la Sala de Representantes §
para prestar el juramento del cargo. Luego, tirado por hombres en vez de ca-1
ballos, fue conducido hasta el fuerte en su carrosa, donde las damas se apiña-1
ban en las terrazas, balcones, puertas y ventanas, arrojando flores al paso de-l
los que desfilaban. Un observador registró una breve tragedia: “La cuadra |
antes de llegar a la plaza de la Victoria, la rueda del coche apretó un niño de 121
o 14 años, que incauto se metió debajo de él y lo m ató; funesto principio que in -1
died antes del mando, lo que había de ser después de estar en él.”28 Durante |
las semanas siguientes, la vida pública de Buenos Aires fue una continua ron--|
da de tedéums, conciertos, bailes patrióticos y banquetes. El crescendo de l
adulaciones era cada vez mayor mientras los diversos grupos sociales, mili-1
cares, comerciantes, funcionarios y otros rivalizaban para demostrar su leal-1
tad a Rosas. Los principales barrios de la ciudad organizaron sus propios fes- jj
tejos. Revivieron las corridas de toros. El gobernador ofreció un baile en la |
casa de gobierno, en el que las damas estaban “'federalmente vestidas”, sin la t
menor traza de azul en ninguna parte.25 Rosas asistió a una función de teatro I
especial en la que habían puesto su retrato en el escenario mientras le rendían |
honores musicales con un himno dedicado si Restaurador de las Leyes. En i
otra ceremonia, organizada por el ejército, llevaron por las calles un gran re- í
trato de Rosas en un carruaje adornado con banderas y trofeos militares y f
arrastrado por sus seguidores vestidos con chaquetillas rojas. La adulación, f
se convirtió en idolatría, y los retratos del Restaurador ocuparon ios altares f
de las principales iglesias. :].
La contribución particular de Rosas en estas celebraciones.inaugurales l
fue una proclamación en la que prometía usar sus poderes ilimitados para lie -1
var a un rápido juicio y a la muerte a los enemigos del régimen, de manera. ¡
que “de esta raza de monstruos no quede uno entre nosotros”, y con la espe- f
ranza.de que otros se alejarían espantados por el terror. Se veía a sí mismo ]
como un dictador por derecho divino y consideraba a los justos castigos que él I
imponía como un acto de Dios.30 En este sentido, sin embargo, el régimen co-J
menzó con moderación; tres acusados de conspiración militar contra ei g o -|
160
bernador fueron fusilados el 29 de mayo de 1835 en la Plaza del Retiro y sin jui
cio previo. A excepción de éstos, hubo pocas muertes en el primer año y entre
los diversos espectáculos ofrecidos al populacho, las ejecuciones públicas no
fueron lasunás importantes.
'Las demostraciones estaban inspiradas oficialmente y constituían un an
ticipo del estilo de gobierno de Rosas, un signo exterior de la sumisión inte
rior. Pero la obediencia pasiva no era suficiente. Rosas quería un apoyo abso
luto y activo de todas las instituciones del país, desde la Sala de Representan
tes, las cortes de justicia, la burocracia, la prensa, la Iglesia, los militares,
hasta de los patrones y los peones. Como Rosas controlaba todas las institu
ciones dél Estado y la sociedad, no había tolerancia para la oposición, ni tam
poco oportunidad alguna, sólo una existencia clandestina y peligrosa. Rosas
proclamó una sola y exclusiva verdad en política.
La Sala de Representantes continuó como criatura del gobernador, a
quien ella formalmente había “elegido “. Adoptó Ja costumbre de enviar su re
nuncia a la Sala de tanto en tanto. Pero jamás fue aceptada. Porque la Sala de
Representantes solo representaba al régimen. Hubo elecciones para la legis
latura —aunque no para el ejecutivo— y desde 1S36 siempre se presentaban
candidatos oficiales y siempre eran elegidos. La Sala estaba compuesta por
cuarenta y cuatro diputados, y la mitad de ellos se renovaba anualmente m e
diante elecciones. Pero sólo una pequeña minoría del electorado podía parti
cipar. y los jueces de paz teman el deber de enviar estos votos al régimen. De
esa manera, ara.Rosas quien escogía a la asamblea; los diputados estaban
comprometidos con el régimen v tenían intereses creados para preservarlo.
Y ninguno de ellos quería ser reconocido como el diputado que votara —sin
éxito— para aceptar la renuncia del gobernador. Por lo tanto, la asamblea
era en gran parte un simple ejercicio de relaciones públicas, tanto para con
sumo interior como exterior. La debilidad de la asamblea se originaba en Ja
circunstancia de no tener con exclusividad la función legislativa y el control
financiero. En el primer aspecto , la suma del poderipermítía a Rosas .legislar
por decreto, Como hizo notar un ministro británico: :tSu palabra es literal
mente una ley, para él y para todos los que viven debajo de él. 'rS1En lo referen
te a finanzas, la Sala no tenía poder de veto sobre ingresos ni sobre egresos.
Su derecho original de apropiación se perdió una vez que Rosas recibió facul
tades absolutas en 1829..Y la Sala no hizo esfuerzo alguno para recuperar el
control financiero, en parte porque había sido impuesta por Rosas la condi
ción de obtener el poder absoluto o dejar el país en el caos, y en parte porque él
era conservador y por lo tanto intachable en cuestiones de impuestos. De ma
nera que las estimaciones financieras presentadas anualmente por Rosas a la
asamblea requerían aprobación y no restringían los gastos adicionales o ex
traordinarios más allá de lo calculado. En marzo de 1839, la Sala fue convoca
da tres veces para considerar un proyecto de ley sobre un impuesto directo.
En ninguna de esas ocasiones hubo quorum. En 1a cuarta convocatoria, el
Presidente de la Sala agregó la amenaza de que informaría Jas ausencias al
gobernador. Esa vez el salón se-llenó hasta-exceder la capacidad, con diputa
dos y gente llevada de las calles y caminos.32
Había una maquinaria política para organizar el apoyo a Rosas. Aunque
él comunicó a la Sala de Representantes que debía elegir un sucesor que lo
reemplazara al término de su mandato en abril de 1840, esto no debía tomarse
en su sentido aparente. Sus agentes lo sabían. El 9 de noviembre de 1839. el di
putado Baldomero García, conocido oportunista, entregó a ia Sala una peti
ción que había recibido de los jueces de paz del séptimo distrito, eipartido de
Giles; estaba firmado por doscientos cinco habitantes y solicitaba la reelec
ción de Rosas como gobernador y capitán general de la provincia.” Las peti
ciones de ese tipo se multiplicaron en los meses siguientes. Por cierto, la orga
nización de Rosas consideró esto como una ''elección”. Su más fiel vocero e in
dicador válido de la opinión-,rosista era el diputado Agustín Garrigos, un fede
ral fanático que había participado en la campaña de Rosas de 1835, El 10 de
enero de 1840, este diputado propuso a la Sala que el mandato de Rosas debía
continuar hasta .el fin del bloqueo francés, y que para esto debía realizarse un
plebiscito. Éste era el verdadero objetivo de Rosas y sus partidarios: el cargo
sin límites de tiempo ni de poder, y que ia ley apropiada fuera sometida a un
referéndum o. más bien, a la aclamación por petición. Garrigos, Baldomero
García y otros diputados rosistas montaron una elocuente campaña en la
asamblea y actuaron como vehículo de las “peticiones” de diferentes locali
dades, asegurando la inevitable resolución de la Sala (5 de marzo de 1840)
para que Rosas fuera elegido gobernador con las mismas-facultades que en
1835, resolución que, según se propuso.no debía ser debatida sino aprobada
por aclamación, y así fue.34 Igualmente inevitable resultó el rechazo de Ro
sas, ante la gran consternación de la asamblea, convencida de que “el señor
Rosas es el.único capaz de contener las m asas.” Rosas ofreció entonces con
tinuar en el cargo por seis meses. La invasión de la provincia por el general
Lavalle en agosto "de 1840, seguida por el Terror de Octubre, preocuparon a
Rosas hasta sustraerlo del ritual político, mientras que la asamblea se dedi
caba más a la declamación de panegíricos del Restaurador que a recordarle
el completamiento de su término en el cargo, Rosas tuvo que llamar la aten
ción a los. diputados en diciembre de 1840. y de nuevo ofreció permanecer en el
poder por otros seis meses, aunque sin indicar las fechas que marcaban la ini
ciación ni la finalización de ese periodo. La Sala expresó sus deseos de hacer
cualquier cosa que él pidiera.
El ‘'plebiscito” de 1340 fue descripto por Garrigos a la Sala como “un
acontecimiento histórico y el primero en su linea, pues que no se ha visto hasta
hoy una manifestación en más de toda la población, pidiendo la reelección del
Jefe del Estado”.
Informó que había seis mil doscientas una firmas de ia ciudad de Buenos
Aires y nueve mil quinientas veintiséis provenientes del campo.35 Los “vo
tos”,, naturalmente, eran simples firmas de las peticiones, Y éstas habían sido
instigadas por las autoridades, reunidas por ios jueces de paz, oficiales de po-
182
Hela, o' sacerdotes, y firmadas bajo presión. Las firmas estaban invariable
mente encabezadas por ios líderes'loe ales, seguidas por funcionarios inferio
res; luego venían los nombres de muchos que firmaban personalmente y mu
chos otros que, no sabiendo'escribir. eran representados por otros para la fir
ma. Obviamente, el solo hecho de pedir a alguien que firmara, o que diera'su
acuerdo para que lo incluyeran, en esa sociedad en la que nada era privado, la
disensión peligrosa y la amenaza siempre presente, significaba una exigen
cia casi irresistible, Y las cifras informadas en la Sala tenían tendencia a ex
ceder a las verdaderas de las listas. Aun así, el resultado de 1840 podía moti
var una interpretación diferente. No había sido un verdadero referéndum
realizado de acuerdo con la ley electoral, como en 1835; de modo que no exis
tían limitaciones con respecto a quiénes podían votar, libres o esclavos, nati
vos o extranjeros, residentes o en tránsito. En estas peticiones podía partici
par toda la provincia. Sumando las firmas que llegaron después del 5 de mar
zo, la cantidad total fue de dieciséis mil cuatrocientas cuarenta y tres. Si la po
blación de la provincia totalizaba alrededor de ciento setenta mil personas,
los “votos” de 1840 significaban sólo un nueve con seis décimos por ciento.
Rosas persistió en mantener una pretensión de constitucionalismo hasta
el fin mismo de su régimen. Los extranjeros escépticos escuchaban solemnes
conferencias del gobierno; les informaban que en Buenos Aires existía la opi
nión pública y que la asamblea la representaba.
Ha tenido la ceguera, o el descaro, de jactarse más de una vez ante mí de la absoluta inde
pendencia de que goza aquí la Sala de Representantes, Es verdad, como él dice, que ja
más ha indicado a miembro alguno lo que debe decir, pero, agrega, nunca se negó a dar
su opinión a aquellos que fueron pidiendo consejo; y el hecho es que cada uno de ¡os
miembros de la Cámara habla como lo hacían en un tiempo los proponem.es de leyes en
Atenas, con una soga alrededor del cuello. Yo sé que la opinión de cada miembro de la
Sala que se distingue por la violencia de. sus discursos es directamente contraria a la doc
trina que predica.
163
pero lo cierto es que indudablemente quería que sus hijos lo sucedieran. Por !
primera vez se comenzó a hablar de la idea en los peligrosos años 1839 a 1841. ;
' En respuesta a una cantidad dé complots de asesinato de Rosas, reales, ima- í
ginarios o inventados que culminaron en ia “máquina infernal’- de 1841, un
grupo de ultrafederales. —José María Rojas, Felipe Arana. Felipe Ezcurra. :
Juan N. Terrero. Nicolás Anehorena, Lucio Mansilla y otros— se sintieron
alarmados ante la perspectiva de un inminente problema sucesorio. Decidie
ron que la única sucesora posible era la hija de Rosas, Manuela, y pidieron a
Rosas que recomendara la idea a los federales de otras provincias. Sin em
bargo, no fue éste el origen de ¡a propuesta; el mismo Rosas ya la había lanza
do. En ios momentos de conspiración y crisis de 1839. advirtió a su intimo ami- ¡
go Vicente González sobre el inevitable conflicto que se produciría entre los j
federales en el caso de que lo asesinaran y tuviera que ser reemplazado. Esto ;
podía evitarse manteniendo ia sucesión en la fam ilia: “En Manuela mi queri- j
da hija íienenustedes una heroína. — :Qué valor' Si el mismo de la Madre—
¿Ni que otra cosa podría esperarse de los hijos de una señora ia esencia de la
virtud?... ¿Y Juan? Está en el mismo caso, son dos dignos hijos de mi amante i
Encarnación, y sí Yo falto pur disposición de Dios en ellos ande encontrar us- |
ted quienes puedan suceder m e”.38 Una gobernación hereditaria; ésa era la ;¡
contribución de Rosas a las ideas constitucionales. Su sistema seguiría vi- |
viendo en sus herederos. '|
Así como controlaba la legislatura, también dominaba Rosas el poder ju- ;j
dícial. No sólo hacía las leyes, las interpretaba, las cambiaba y las aplicaba. |
Es verdad que la-maquinaria normal de 3a justicia continuó funcionando. En - |
la base de la pirámide legal estaban los jueces de paz; éstos no eran solamen- |
te.administradores. oficiales de policía, recaudadores de impuestos y agentes \
políticos, sino también magistrados,..Había un juez de paz por cada distrito y |
once por la capital. Arriba de ellos había cuatro jueces, dos para los casos ci- I
viles y dos para los criminales; ellos recibían apelaciones de los jueces de paz y |
eran también jueces de primera instancia en lo civil y criminal. Las apelado- J
nes a sus juzgados iban al juez de apelaciones (ju ez de alzada,, uno solo para I
tod a la provincia. En el más alto nivel estaba la suprem a cor te, o cámara , qu e J
reemplazaba a 3a antigua audiencia española, estaba compuesta por nueve f
miembros y fue presidida durante casi todo el régimen por Vicente López y f
Planes. Había también una corte de revocación, establecida por Rosas en I
1838. En estas instituciones legales, ileg itim id a d resistía v ia ley sobrevivía. |
Pero no era la ley la que reinaba. La intervención arbitraria del ejecutivo mi- |
naba la independencia del poder judicial. Sin ser presidente deninguca corte, I
Rosas tomaba personalmente algunos casos, leía las evidencias, examinaba i
los informes policiales y. sentado solo en su escritorio, emitía su juicio eserí- |
biendo en los expedientes: “fusílenlo”', “múltenlo", “pónganlo en prisión”, j
“al ejército”. j
Muchos de estos casos se han conservado en los archivos, y hacen revivir |
el verdadero significado deí poder absoluto.35 En algunos de ellos, especial- |
164
mente en los de delincuencia rural. Rosas actuaba sobre la base de las reco
mendaciones de Vicente González, quien le enviad a informes sobre ios deteni
dos delincuentes o políticos. El gobernador los consideraba., escribía su sen
tencia en el documento y lo pasaba ai Camarista Juez Especial, Manuel Vi
cente de Maza, para que se registrara judicialmente y se procediera.
Lázaro Gorosito, de veintiséis años de edad, de Santiago, huérfano. Des
pués de prestar servidos militares para la causa federal se había dado a una
vida de delincuencia que incluía robo a una casa privada, evasión de arresto,
otros robos posteriores de caballos, ropas y diversos efectos, la mayoría de ios
cuales habían sido luego recuperados. Lo habían arrestado hacía varios me?
ses-en Buenos Aires. González recomendó una sentencia de cinco años de ser
vicios militares .en la frontera.. Rosas tomó en consideración el año que ya ha
bía pasado en prisión esperando el juicio, y lo sentenció a siete años en el E s
cuadrón de Dragones, en la nueva frontera (31 de octubre de 1836).
Migue} Roldan, cuarenta y un años de edad, federal de Córdoba, con ser
vicios militares. Estaba empleado en el partido de Lujan y lo arrestaron por
llevar ganado robado a la casa de su patrón, cumpliendo órdenes de este-últi
mo. González recomendó cinco años en el Regimiento de Blandengues en la'
frontera. Esta sentencia fue confirmada por Rosas ir de noviembre de 1835).
Cipriano Alfaro, de veinticinco años de edad, de Entre Ríos, sin- antece
dentes de servicio para la causa federal. Fue arrestado por el juez de paz del
partido de Lobos por apuñalar a un hombre, y enviado a Buenos Aires. Gonzá
lez recomendó cinco años en el Regimiento de Blandengues en la frontera. Ro
sas lo confirmó (F de noviembre de 1835).
Pedro Ignacio González, de veintitrés años, de Santiago, huérfano. Fue
arrestado por desertor de su regimiento, recibiendo cien latigazos después
del arresto. González recomendó diez años en el Regimiento de Blandengues
en la frontera. Rosas lo confirmó, agregando que en caso de reincidir en la de
serción debía-ser fusilado (F de noviembre de 1835).
Manuel Gorocito, de veinticinco años, porteño. “Éste parece mal Fede
ral, porque nunca ha prestado servicio alguno a la Patria, ni ha servido en el
Ejército Federal. ” Fue arrestado y aherrojado por robar terneros sin marca.
González recomendó ocho años en el Regimiento de Blandengues en la fronte
ra. Rosas lo sentenció a prestar siete años de servicio en el Fuerte Argentina,
debiendo previamente pasar un año en prisión en el mismo lugar (Io de no
viembre de 1836).
Rosas justificaba la usurpación de las funciones judiciales basándose en
sus facultades extraordinarias:
“Aun quando estoy investido por la Honorable Junta de Representantes con la suma
del Poder público, teniendo siempVe muy presente el fin con que se me dio esta alta y ex
traordinaria investidura, he cuidado de no hacer otro uso que si muy preciso con relación
al orden y tranquilidad general delPays, dejando correr cuanto me ha sido posible todas
las cosas por su orden y conductos regid ares, mientras esto no estudíese en oposición con
los objetos de la Política. Assi es que no me be ingerido en los asuntos correspondientes a
165
los Tribunales de Justicia, sino solamente en las causas criminales, nombrando pars es
tas un Joes especial aim de. que el pronto castigo de los delincuentes preservase ai pays
de muchos delitos y asegurase d orden y tranquilidad de todos,"
166
derales más liberales y un competente jefe de departamento. Las aptitudes
de otros para los cargos eran menos convincentes. El ministro áe Bel aciones
Exteriores era Felipe Arana. Cuando ofrecieron su propio cargo a Rojas y se
enteró de que .Arana habría de ser colega, objetó la promoción de alguien tan
poco capacitado: Tomás de Anchorena estaba presente en la entrevista y ter
minó la disensión cenias palabras 11Arana entrará. Si no es por bien, por el sa
ble. :>4ÍPero si a Arana le faltaba estatura moral e intelectual, tenia en cambio
otras condiciones, una o dos délas cuales interesaban mucho a Rosas, Era útil
tener en su entorno un político urbano, especialmente si era alguien totalmen
te servil. Además, ese hombre pertenecía a la red familiar de Rosas, ya que
era hermano de la esposa de Nicolás Anchorena. En 1832, siendo presidente de
la Sala de Representantes durante las controversias sobre la renuncia de Ro
sas, dijo a su señor: “Yo haré lo que Ud. m e díga,;’45Y siempre lo hizo así. Ro
sas trataba a Arana más como un empleado que como a un colega. “En reali
dad. aquí hay dos ministerios de Relaciones Exteriores !\ observaba Southern.
“El que conduce el gobernador con sus veinticuatro secretarios priva
dos, que trabajan las veinticuatro horas del día. una mitad de día y la otra de
noche. ” El otro ministerio era el de Arana, que se ocupaba simplemente de los
asuntos menores y de la ejecución de la política.46 Oíros dos departamentos,
, Interior y Guerra, recibían también la atención personal del gobernador, y
sus respectivos titulares, el doctor Garrígos y el general Pinedo, políticos fe
derales de alma, ni siquiera tenían nivel ministerial. Un miembro notable de
la administración en los primeros años era el doctor Manuel Vicente Maza,
antiguo amigo de Rosas, consejero y, hasta cierto punto, maestro del dicta
dor. Maza era un hombre inteligente y capaz, que estaba por encima del nivel
promedio del gobierno, y como presidente de la Sala de Representantes y déla
Suprema Corte de Justicia parecía habér retenido cierta cuota de indepen
dencia. Pero durante mucho tiempo había sido un entusiasta defensor de las
ideas y actos de Rosas y, si bien no ignoraba los deberes constitucionales, no
mostraba tampoco aversión hacia el sistema o el absolutismo de Rosas, de los
que pronto seria él mismo una victima.
Aparte de sus ministros y burócratas, Rosas tenía cierto mlxnero de cola
boradores que mejor podrían ser llamados guardaespaldas. El más notorio
de ellos era Vicente González, el Carancho del Monte, quien llegó a ser el prin
cipal agente rural del dictador .'González era un paisano tosco y primitivo, que
había llenado un papel informal pero específico en cada etapa de la carrera de
Rosas: servidor gaucho del caudillo rural antes de 1829, cacique de Monte
mientras el patrón se hallaba ausente peleando o gobernando, cuaríeímaes-
tre de la expedición al desierto, intermediario en la revolución de octubre de
1833. agente de terror, ejecuciones, encarcelamientos y deportaciones d e s-'
pués de 1835. La amistad entre el jefe del Estado y este bárbaro no era vista
con buenos ojos por los federales más refinados. Ciertas observaciones
de Tomás de Anchorena parecen haber puesto a Rosas a la defensiva:
16/
"Don Vicente Gonzales no m e-dirige, ni puede ser por que es un hombre común, ni a mi
me dirige nadie. L a c o n o s c o desde ei año i?. Hemos vivido siempre muy amigos muy fi
nos, muy consecuentes, y k aprecio deberás por su fidelidad, y tantos motivos que ya es
de suponerse en qmistad tan antigua. No es Español, y no es capaz de hacer mas que ie
que yo le, aconseje. Lo del sintilio no es de ei. ”47
168
mentó, dependiente de Rosas. De manera que, en cada una d élas provincias
pudo Rosas imponer gradualmente gobernadores aliados, satélites o simple
mente débiles. Con la dominación del litoral, estaba listo para enfrentar al ge
neral Rivera, quien, secundado por Lavaile y los emigrados-unitarios que se
hallaban en e-1 Uruguay, habían derrocado al presidente Oribe constituyéndo
se en un grave desafío para Rosas.
En las relaciones interprovinciales, Rosas pretería el poder informa] a
una constitución escrita. Siempre se negó a preparar una constitución, ale
gando que. antes de que llegara el momento oportuno para la organización na
cional, debían organizarse las provincias ellas m ism as; el progreso de las
partes debía preceder al del todo; y la primera tarea era derrotar a los unita
rios. Así lo comentó con Quiroga antes de su última misión, “si no hay estados
bien organizados y con elementos bastantes para gobernarse-por sí mismos, y
asegurar el orden respectivo, la república federal es quimérica y desastro
sa .”®
El aparato de gobierno que funcionaba bajo Rosas no era sofisticado pero
sí ordenado y metódico. El centro de poder era el despacho privado de Rosas
con su propio equipo de empleados. ÉJ era un dictador personal y cumplía por
sí mismo la mayor parte del trabajo, haciéndolo en una extravagante rutina,
casi siempre de noche, en una forma que desconcertaba a sus sirvientes y visi
tantes. Era capaz de empezar a las tres de ia tarde y continuar sin pausa hasta
las ocho o nueve de la mañana siguiente, en que finalmente se iba a la cama.
“No tenía hora fija para dejar de escribir”, observaba uno de sus principales
secretarios, “y sus empleados debían ser dotados de buena salud para sopor
tar la tarea.”50 Un grupo de empleados trabajaba en turnos para seguirle'el
ritmo, Perdía mucho tiempo en trivialidades y parecía incapaz de discrimi
nar entre diferentes prioridades: detalles de asuntos domésticos, provisio
nes, vestidos para Manuelita, órdenes de ejecución, encarcelamiento o cons
cripción de gente, se mezclaba todo en su agenda de trabajo y recibía tanta
atención como los asuntos básicos de política.
No había aprendido bien a delegar. Era muy reservado y silencioso, per
mitiendo a cada uno de sus servidores sólo una porción de conocimientos,
aquella que él necesitaba. Ni siquiera sus ministros compartían el trazado de
la política. Cuando el ministro británico Southern se quejó de que no podía ob
tener de Arana la más mínima expresión de una opinión, Rosas explicó:
No imagine que mis ministros son otra cosa que secretarios. .Los pongo en sus puestos
. para escuchar e informar, y nada más. Antes era diferente: los ministros acostumbra
ban ir a la Sala, donde eran acosados por ios d o c t o r e s , las plagas de todo gobierno, y a ve
ces los llevaban a deeir un monidnde cosas que costaban grandes dolores de cabeza:
pero no tardé en cambiar iodo eso.51
169
diendo y aplicando la política por sí mismo y comunicándose directamente
con sus generales, policía, jueces de paz y otros gobernadores. Sus secreta
rios recibían y clasificaban la correspondencia y los despachosque llegaban y
ios entf egaban a Rosas. Pero él escribía o emitía personalmente la correspond
dencia: “Tengo que hacer yo mismo toda la correspondencia, y no me es posi
ble entregar a otro un trabajo que es de absoluta necesidad que vo personal
mente lo haga.”52 El hecho es que no confiaba en la gente. Él mismo era un
maestro del disimulo, on rasgo adquirido tai vez como consecuencia del am
biente que lo rodeó desde mucho tiempo atrás, cuando tuvo que adaptarse al
criollo y tratar con los indios. Algunos de sus actos eran marcadamente inu
suales. Al barón Howden, enviado británico, le concedió una entrevista a me
dianoche.
Ei general Rosas... pasó por todas las inflexiones de los sentimientos humanos, y todas
las modulaciones de la voz humana. Admiró a Jos ingleses, odió a ios franceses, detestó a
ios, brasileños, injurió a los unitarios, elogió su propia política, y todo esto de una manera
evidentemente calculada para producir una gran impresión en su oyente. Si yo no hubie
ra estado ocupado muy seriamente en el intento de descubrir qué quería realmente de
cir ..habría sido en extremo divertí do, *
Sin embargo, la burocracia de Rosas era más bien tediosa que divertida;
aunque él personalmente parecía inmune al aburrimiento, algunos de sus co
laboradores sufrían en forma aguda a causa de la sofocante rutina. Para acu
car recibo de una carta, tm mensaje o un pedido, insistía en que se transcribie
ra toda la nota, sin importarle que el contenido fuera trivial, y a ello debía se
guirle la respuesta, a veces no más de dos palabras. Una victoria de “la auto
ridad sobre la razón ”, según el veredicto de uno de sus secretarios,54Tai vez lo
era, aunque Rosas no hacía jada sin razón, y es de suponer que sus métodos
eran calculados. Pensaba que si un hombre de Estado se mantenía demasiado
en el Olimpo, corría el riesgo de perder contacto con la realidad, que ei secreto
de un gobierno exitoso consistía en prestar la atención a los detalles y a los in
dividuos. El resultado de todo esto era un tremendo atraso en el trabajo para
el gobierno y una gran frustración para los que esperaban:
No permite hacer riada anadie que no sea él. Examina, filtra, acepta y decide todo perso
nalmente. Para éí, todos los asuntos tienen la misma importancia. Una vez que se ha en
frascado en im tema, por más insignificante que sea, lo trata como sí la vida y ei honor de
pendieran de su decisión. En consecuencia, ías nueve décimas partes de los asuntos del
país quedan sin hacer: de propiedades, en cantidades inmensas; cuestiones de extrema
importancia para ios individuos a quienes conciernen; ia existencia misma de numero
sas familias mantenida en suspenso, angustia y desesperación, y en eterna espera de una
decisión de cualquier naturaleza. Además, se ha convertido ahora en una especie de Cor
te de Apelación, aun contra las sentencias y decisiones de los Tribunales y como su avi
dez por ei poder y para m anejar y arreglar todas las cosas es insaciable, recibe todas las
solicitudes, sin importarle que sean o no procedentes; y dado que no tiene tiempo para
prestarles atención, los asuntos quedan en suspenso y es así como reina una especie de
estancamiento universal en todos los asuntos que deben ser referidos al gobierno.53
170
Rosas conducía su gobierno desde tres lugares: su casa de la ciudad, que
era en erecto la casa de gobierno; el palacio de Palermo, a unos seis kilóme
tros del centro urbano y donde prevalecía un estilo de vida m edieval; y Santos
Lugares, que era esencialmente el cuartel general militar del régimen. Pa
lermo era el asiento característico del gobierno, donde se mezclaban curiosa
mente las cosas de rutina, pública y privada. Se ofrecían cenas diariamente a
cuantos quisieran participar en ellas, funcionarios, protegidos, visitantes, ex
tranjeros. Dos o tres bufones profesionales —uno era un norteamericano.
otro, el cómico “general” don Eusebio— divertían a los invitados mientras es
peraban. No era frecuente que. Rosas se uniera a ia recepción, ya que sólo co
mía una vez en el día, a la noche y muy tarde, después de haber finalizado su
trabajo. Pero a veces recibía invitados especiales, como el general Aráoz de
Lamadrid, ocasión en la que servía mate debajo de los ombúes, o tal vez un
-asadoa orillas del río, con los bufones de la corte siempre presentes y, a la dis
tancia, los cañones franceses que bloqueaban Buenos Aires.® Cuando Wil
liam MacCann visitó a Rosas en Palermo, por invitación, encontró reunidas
sobre el césped y bajo la galería a varias personas, hombres y mujeres, que
esperaban ei despacho de los asuntos. En estas ocasiones, era la bija de Ro
sas, Manueiita, quien presidía. “Su hija, doña ManueMta, era la intercesora
universal para todos aquellos que acudían al general Rosas en carácter extra-
judicial. Cuestiones de momento para los individuos, tales como confiscacio
nes, destierros, y hasta de muerte, quedaban así en manos de ella y eran la úl
tima esperanza de los infortunados. ”57 Manueiita era una intermediaria entre
protegido y patrón, un canal para el favor y la gracia; en e! gobierno de Rosas,
ella era la gobernadora o, como lo decía Southern, !‘la Gran Sacerdotisa de su
Reino.”®
La propaganda era un ingrediente esencial del rosismo: unos pocos y sen
cillos eslogans reemplazaban a la ideología, saturaban ia administración y
eran implacablemente inculcados al público. El lenguaje político estaba ear-
•gado de violencia y llevaba la intención de provocar el terror. A partir de 1835
la retórica política se envileció aun más. Un decreto del 22 de mayo de 1835 re
forzó otro del 3 de noviembre de 1832 por el que se ordenaba que todas las notas
oficiales debían empezar con el encabezamiento “'Viva la Federación” . y em
plear el sistema federal de fechado. Otro decreto del 27 de mayo revivió al del
U de marzo de 1831, según el cual debía usarse el emblema colorado como
“señal de fidelidad a la causa del orden, de la tranquilidad y del bienestar de
los hijos de esta tierra, bajo el sistema federal, y un testimonio y confesión pú
blica del triunfo de esta sagrada causa en toda la extensión de la República, y
un signo de confraternidad entre los argentinos. En 1842, Rosas ordenó que .
en el encabezamiento de los documentos oficiales se reemplazara “Nuestro
Ilustre Restaurador de las Leyes” por “ ;Mueran los Salvajes Unitarios: ”, co
locando este eslogan después de las palabras “ [Viva la Confederación Argen
tina?'60 Así como el gobierno imponía el estilo, los seguidores fanáticos lo aeep-
taban yrepetían eon menos moderación aún. y con obsesivas referencias a 3os
degüellos. En las reuniones federales patrióticas se hacían brindis incitando a
los leales a la violencia. El comandante Martín Santa Coloma- bebió por la
muerte de todos los enemigos del Ilustre Restaurador: “Yo pido ai Todopode
roso que no me dé una muerte natural sino degollando franceses unitarios. ”ñ5
Los serenos cantaban ” ¡Mueran los salvajes unitarios!” antes de anunciar la
hcra: cada treinta minutos. Los jueces de paz adornaban sus decretos con
amenazas sedientas de sangre, los clérigos predicaban feroces sermones.
Normalmente se llamaba a los unitarios salvajes inmundos y bestias asque
rosas, pero los propagandistas seguían buscando -calificativos aun más viru
lentos, que terminaban a menudo en una promesa de depositar pilas de cadá
veres unitarios en las calles de Buenos Aires. "¡Insensatos!-'', declaraba un
decreto.conjunto de la justicia y el clero. "Los pueblos hidrópicos de cólera os
buscarán por las calles, en vuestras casas y en los campos, y segando vues
tros cuellos formarían una honda balsa de vuestra sangre donde se bañarían
los patriotas para refrigerar su devorante ira.”62
Estos- eslogans monótonos y tontos eran tomados muy seriamente por el
régimen y sus sirvientes. Se consideraba su uso como una prueba de lealtad,
un juramento de colaboración. Un funcionario de alta jerarquía que olvidó en
cabezar un decreto con el lema federal se humilló ante Rosas para pedir per
dón ; sólo su miedo superaba a su servilism o:
"Me hallo agoviado con un profundo pesador, al saber que tenido la enormísima desgra
cia de haber disgustado a V.E. Protesto ante V.E. por lo mas sagrado, que solo por un des
cuido puramente involuntario puedo haber dejado de escrivir ia palabra salvaje unita
rio., . ¿Sería creíble que contra diciendo mi modo de discurrir, me hubiera decidido a de
jar de escribir ¡a palabra salvaje unitario, cuando a la exactitud de su aplicación, se
agrega mi convencimiento íntimo de la justicia de ella?”®
Me explicó que lohabía adoptado contra ia opinión de hombres de gran reputación, pero
que en circunstancias de gran excitación popular había constituido un medio para saivar
muchas vidas; era un lema de hermandad, explicaba, a la vez que lo ilustraba dándome
un enérgico abrazo. La palabra muerte sólo quería significar la expresión del deseo de
que-lps unitarios, como partido político opositor ai gobierno, fueran destruidos. E ra cier
to que se había ejecutado a muchos unitarios, pero sólo porque veinte gotas de sangre
vertida en el momento oportuno podían salvar el derramamiento de veinte mil.6*
Puede parecer ridículo en las latitudes de Londres pedir a los Baring que no escriban al
gobierno en papel azul o azulado. Sin embargo, es un hecho que él.nunca iee —y nunca lo
liará mientras viva— nada que esté escrito en papel1azul, En cambio, si las hojas están
unidas con un. pedaciío de cinta roja, se sentirá más satisfecho por ese pequeño y absurdo
homenaje que si ios Earing le hubieran concedido un gran préstamo,65
“Cada mes después de la venida de! paquete inglés forman en el Ministerio de Reía-
dones Exteriores una nota de todas las ¿Olidas venidas por e! paquete, para pasarla al
tigre. Esto ya Vd. sabe como lo sé. El tigre pasa una copia de ella a'todasias provincias:
esto, por supuesto, lo nace cercenando lo oue le es desfavorable y amollando lo favora
ble." re
176
dor.77 En-la Catedral, el obispo en persona oficiaba a veces esas ceremonias;
celebraban Misa con el retrato de Rosas y el Santo Misal uno junto a otro,
mientras uno de los sacerdotes de la catedral predicaba simultáneamente lo
sagrado y lo profano en un resonante sermón, haciendo oportunas alusiones a
las virtudes cívicas del gobernador v a las justificaciones de la causa fede
ral.™
No se perdía ocasión para identificar al federalismo con la religión, espe
cialmente cuando constituía una cruda y masiva atracción. En marzo de 1842.
el Comandante del Paroue construvó seis ciisiss de Judas, objeto anualmente
del odio del pueblo; ese año. por orden de Rosas, las hicieron con la forma de
“salvajes unitarios”. Rosas dio precisas instrucciones en el sentido de que de
bían representar a Paz, Lamadrid, Rivera y otros unitarios muy conocidos, y
proveyó la información detallada sobre sus aspectos y uniformes. Finalmen
te, ordenó que fueran quemados públicamente el Sábado Santo, en diversos si
tios de la ciudad.73
La jerarquía eclesiástica respaldaba sólidamente a Rosas, pidiendo a los
fíeles que dieran total apoyo al restaurador de las leyes y defensor de la reli
gión. E l Obispo de Buenos Aires, Mariano Medrano, que usaba vestiduras “fe
derales” con rebuscados emblemas, instruyó a los sacerdotes en su diócesis
para que predicaran a mujeres y jóvenes sobre la virtud de pertenecer a la
causa federal: “Nada es más justo para el clero, como conformar sus opinio
nes con las del Supremo Gobierno, por cuanto cualquiera divergencia en esta
parte pudiera ser ruinosa y perpetuar males a todos tan sensibles ”. Mientras
Rosas condenaba personalmente a los masones, heréticos e impíos, a todos
los cuales identificaba con los unitarios, el obispo Medrano, a su vez, alababa
“la Santa Causa Federa!", La mayor parte de los miembros inferiores del cle
ro se mostraba con vehemencia favorable a Rosas; eran virtualmente otra,
arma de su “populismo”, una especie de milicia espiritual, a menudo inclina
da con violencia contra los unitarios, a quienes acusaban por las medidas an
ticlericales de Rivadavia y sobre quienes instigaban ahora por venganza. Era
un clero fanático, de poca educación, formación y disciplina. Muchos de estos
sacerdotes criollos eran, de hecho, caudillos menores del populacho de Rosas,
y desde sus pulpitos predicaban la santidad del restaurador y pedían el e x te r -,
minio de sus enemigos. Así eran el Padre Camargo, Fray Florencio Rodrí
guez, el Padre Solis y, especialmente, el Padre Gaeta. que vestía sus estatuas
con colores y divisas federales y comenzaba sus sermones con la exhortación.,
“Feligreses míos, si hay entre nosotros algún asqueroso salvaje unitario, que
reviente." El clero formaba parte sin la menor reserva del movimiento rosis- .
fca. Y la Iglesia, a su vez, recibía el apoyo de Rosas, con un precio.
Rosas era católico convencional por nacimiento y educación. Rezaba,
creía en la Divina Providencia y consideraba a los unitarios como “enemigos
de Jesucristo”. Puso fin rápidamente al liberalismo y anticlericalismo de RiV
vadavía, restauró iglesias, reinstaló a los dominicos y autorizó el regreso de
los jesuítas. Pero tenía un concepto utilitario de la religión y la evaluaba sobre
177
todo como m apoyo para el orden social y la “subordinación’’.80Así como pro
tegía a la Iglesia, también la dominaba y manipulaba, tratando ai clero como
una rama de la burocracia y esperando de ellos que sirvieran en todo ala cau
sa federal. Redamó el derecho de patronato, lo usaba para nombrar solamen
te a federales en la iglesia, y mantenía fuera de la Argentina la jurisdicción
papal. Por decreto del 27 de febrero de 1837 declaró nula toda bula papal emiti
da desde 1810 y todo nombramiento eclesiástico allí contenido.81 Y todavía en
1851 se rehusó a negociar con un enviado del Papa cuya misión era resolver la
disputa sobre patronazgo.82
Los jesuítas regresaron a la Argentina en 1836. unos setenta años después'
de su expulsión por Carlos IIL Volvieron por invitación de Rosas, quien les
restituyó su antigua iglesia y colegio de San Ignacio, les permitió abrir escue
las, planear misiones a los indios y establecerse en Córdoba y en Buenos Ai
res. En virtud de esta decisión llegaron a Buenos Aires seis jesuítas españoles
el 9 de agosto de 1836, a bordo'del bergantín inglés Eagle, a los que siguieron
otros con breves intervalos. Rosas favoreció a los jesuítas porque estaba im
presionado a raíz dé “los incalculables servicios que había rendido previa
mente la Compañía a la religión y el Estado''; creía que serían una fuerza
para ei orden y la unión; y esperaba de ellos que predicarían “las ventajas de
nuestra Santa Causa Federal ”.83 Pronto quedó decepcionado. El éxito inme
diato y la popularidad de los jesuítas despertaron su resentimiento por el posi
ble desarrollo de un foco rival de intereses e influencias, y más aún cuando
descubrió qué eran neutrales en política. Pronto fueron acusados de ser pro
unitarios. los acosaron los activistas federales y los aterrorizó la mazorca. Lo
cierto fue que ellos no permitieron que sus escuelas e iglesias se convirtieran
en centros de propaganda federal. Se negaron a predicar la doctrina resista y
a colocar el retrato de Rosas en sus altares. Hacia 1840 , Rosas se había vuelto
en contra de los jesuítas y pronto estuvo en conflicto con ellos. Por un decreto
del 22 de marzo de 1843 los expulsó de Buenos Aires y, durante los años siguien
tes, logró que ios expulsaran del resto del país, alegando que buscaban obte
ner poder y dominación y que aceptaban el gobierno de Roma. En 1852 no que
daba ya ni un solo jesuíta en la Argentina. No había, por supuesto, evidencia
alguna de que los jesuítas fueran culpables de subversión o conspiración. Sim
plemente habían asumido una posición contraria ai compromiso político;
esto era la norma de la Orden, particularmente estricta después de la amarga
experiencia de la supresión. Los jesuítas se convirtieron así en una prueba
para la tendencia totalitaria del régimen. Era imposible ser neutral en la lu
cha entre la verdad oficial y sus enemigos; la gente era pro-Rosas o anti-Ro-
sas. Él esperaba que ios jesuítas aceptaran del gobierno “las máximas, prin
cipios y sistema político en que han de instruir a nuestra juventud. ”84 Planea
ba hacerlos agentes ideológicos del régimen. Eventualmente, él mismo probó
lo.que sus enemigos habían denunciado durante mucho tiempo: que en la Ar
gentina de Rosas no se toleraba el más mínimo grado-de desviación, ni la me
nor expresión de independencia, ni un sólo enclave. Personalmente, el dicta-
178
.dor parecía-insensible a las implicancias de su política, y acusó a Roma y a los
jesuítas ante el encargado de negocios británicos, Robert Gore, hallando un
elemento de base común con la Inglaterra protestante:
Se lanzó luego una furiosa invectiva contra el P apa, a quien injurié en términos desmedi
dos; me preguntó qué Se propoma ei Papa pretendiendo interferir en ia soberana autori
dad de un país extranjero, y más, una nación de diferente religión. Dijo: “Daría iodo el
pequeño poder que tengo para destruir a un a persons tan malvada. Yo soy un buen catóií-
. co apostólico, pero no romano... ”. Después habió de los jesuítas. “Los curas, señor, sen la
ruina de estos países: esos jesuítas son demonios conforma humana, nunca tengo natía
que decirles; les atribuyo todas las desgracias de este país.w®
“Rosas tiene andón innata a la guerra montonera. Le he oído hablar sobra esto: le he
oído que temía a las bizarras tropas de nuestro querido y valiente Lavalle. pues eran m i
litares y sus secuaces no io eran. Así es como evitaba e'l año 28 presentar acción: pero
cree tan buena la que él hizo, que piensa con ello burlarse siempre de sus enemigos, que
son porque han aprendido a serlo, militares. Creo que teme mucho una insurrección, una
montonera, que si la hubiese se moriría de miedo y sin duda caería. Lo creo así, pues ob
servo que procura precavería. Sino fuera así, ¿por qué tener aquí al joven Ramón Maza
que tiene prestigio en la campaña? ¿Por qué también tener al coronel valle? ¿Por qué
adular tanto a Pacheco, consentirlo que robe tan escandalosamente en la campaña? Con
su nombre han aumentado su diccionario los gauchos significando con pachequear, ro
bar... ¿Por qué encargar sus fuerzas a hombres negados que no tienen aspiraciones?
¿Por qué llevar úna correspondencia tan larga y minuciosa con los jueces de paz de la
campaña que son automates suyos, no hombres ?”Si
181
res, adaptándose fácilmente al nuevo lenguaje de la política federal. Algunos
oficiales antiguos, como Prudencio Rosas y Lucio MansÜla eran parte de la
red familiar áel dictador; otros como Ángel Pacheco. Juan Isidro Quesada;
Rolan. Ravelo y Corvaián, eran hombres íntimamente ligados ai régimen. El
coronel Nicolás Granada, veterano de las guerras de la independencia, co
mandante del regimiento de Coraceros Escolta Libertad, un cuerpo recio y
leal, era un típico oficial superior del ejército de Rosas. Pero el prototipo era
Ángel Pacheco, modelo mismo del general rosista. Físicamente fuerte y er
guido, de expresión severa y brillante uniforme. Pacheco era soldado profe
sional de alma, peleador cruel que había ganado su experiencia en el campo
4 c batalla, en las guerras de la independencia, la frontera india y las guerras
civiles. Conocía íntimamente el país, desplegaba sus fuerzas con eficacia, y
su objetivo no era solamente vencer al enemigo sino destruirlo. Sus opiniones
políticas eran simples: odiaba a todos los unitarios, a quienes veía como la
ruina del país y aliados de los enemigos nacionales: los franceses. Pacheco
era el primer general de Rosas, -leal al líder y al régimen y. a su vez, era depo
sitario de la admiración y la confianza de aquél.33 Con generales como Pache
co, Rosas no tenía problemas con el más alto comando. Esto era importante,
porque siguiendo la línea hacia abajo, las virtudes militares eran menos evi
dentes.
El ejército de Rosas no era en realidad un ejército de voluntarios. Si bien
había un fuerte núcleo de oficiales y suboficiales regulares, la masa de las tro
pas era de conscriptos, oficialmente por cuatro años pero, en la generalidad
de los casos, por una indefinida emergencia, Como la población rural no es
taba dispuesta a incorporarse y los terratenientes tampoco querían perder su
mano.de obra, se practicaban las levas, establecidas por ley e impuestas por
la fuerza; las patrullas militares o rondas de enganche acorralaban a los
conscriptos, arreando a los hombres desde las estancias o cazándolos en cam
po abierto. E l gaucho era muy vulnerable, porque se lo consideraba muy bien
•capacitado para el ejército, al menos para la caballería:
La facilidad con que puede convertirse a los gauchos montados de este país en soldados
d e caballería los hace particularmente pasibles de dichas requisiciones. En la ciudad,
las ocupaciones y costumbres de las clases bajas so los hacen aptos para el servicio mili
tar en el mismo grado; además, en la capital, hay autoridades locales y opinión pública a
las.cuales apelar en extremos casos de apuros, lo que da mayor seguridad a la propiedad
■yalavida.^
Las primeras víctimas de las levas, por lo tanto, eran los hombres que se
ajustaban a la ley, que no ofrecían resistencia. Otros blancos eran los delin
cuentes, y se entendía como tales a los vagos y los desocupados tanto como a
los criminales y proscriptos. En una circular del 14 de enero de 1833, el minis
terio de. guerra ordenaba que cada partide (distrito) debía enviar cada quince
días dos hombres de éntrelo peor de Jos vagos, los desocupados y los que se ha
llaban fuera de la ley.95En un decreto del 19 de marzo de 1831, Rosas ordenaba
182
personalmente a los jueces de paz que despacharan a los delincuentes de sus
distritos para que prestaran servicios en el ejército por un tiempo proporcio
nal a cada delito en particular. De tanto-en tanto se hacían barridas de nuevos
grupos de vagos y delincuentes, y estos conscriptos formaban por lo menos el
cincuenta por ciento del ejército, A otros conscriptos los obligaban primero a
integrarlas milicias. Aunque había una diferencia entre milicias y fuerzas re
gulares,-bajo el régimen de Rosas cualquier unidad de milicia podía ser sim
plemente transferida a regimientos de línea y quedaba sujeta a la severa dis
ciplina y al serví cío activo del ej ército regular.96
Muchos de.los hombres de tropa eran negros o mulatos, algunos de ellos
esclavos que ganaban su libertad mediante la incorporación; ios amos reci
bían a veces orden de manumitir sus esclavos para que entraran al ejército,
una forma indirecta de impuesto o leva. Se consideraba que las tropas de co
lor eran las mejores disponibles; tal vez tenían poco que perder, y en todos los
casos debían pasar un riguroso examen médico antes de incorporarse al ejér
cito. La demagógica relación de Rosas con las clases más bajas no podía ocul
tar el desdén que sentía por ellos, y si mostraba algún favoritismo hacia ios
hombres de color lo hacía dentro de la estructura existente. Durante su pri
mer gobierno, Rosas creó un regimiento de negros libres llamado'Defensores.
de Buenos Aires, y un batallón de infantería, los Libertos de Buenos Aires;
más tarde estableció el Cuarto Batallón de Milicia Activa, formado por ne
gros elegidos. También se reclutaba a los indios para las fuerzas de Rosas. Al
gunos, capturados en las guerras de frontera, otros eran guerreros mitad in
dios mitad gauchos de la misma región del sur. virtualmenté'montoneros pro
fesionales. Otros eran de tribus pampas, que durante mucho tiempo habían
sido aliados de Rosas, uno de los pocos blancos que conocía sus costumbres y,
se decía, su lengua; o eran simplemente atraídos con el señuelo del botín.
Unos pocos regimientos de caballería del ejército federal tenían escuadrones
de indios, y el mismo Rosas contaba con indios bien armados entre los miem
bros de su séquito.en Santos Lugares.<jTPero, militarmente, los indios nunca
fueron más que un elemento marginal, y el ejército regular existía tanto para
defenderse de ellos como para usar su alianza."
Por lo tanto, el ejército de Rosas no era un ejército "popular". Era una
multitud incoherente y apolítica de conscriptos reclutados más o menos de
mala gana, para muchos de los cuales la vida militar era una forma de cauti
verio. y conducidos por oficiales profesionales de diversos grados de expe
riencia. Sin embargo, el servicio militar era una carga no solamente para la
gente común del campo sino también para los estancieros, o por lo menos
para aquellos que no tenían influencias en el gobierno, porque agravaba la es
casez de mano de obra llevándose por la fuerza empleados vítales para la es
tancia, para no mencionar muchos valiosos caballos ya domados.98 Una for
ma de evitar esto era conseguir un privilegio especial, como el que disfruta
ban los Ánchorena. El otro camino era mediante el pago de substitutos. Ésta
era una forma de impuesto. “He visto a un individuo, cuyo capital no pasaría
■de ocho mil pesos, pagar en un solo mes cuatrocientos de personerías de sus
a sa la ria d o sescrib ió un demandante.99De lo contrario, estancieros y peones
quedaban completamente a merced de los comandantes militares del lugar,
■que dispensaban a sus amigos y ejercían las injustas levas sobre los demás.
■La carga se hizo intolerable en la década de 18.40, después de diez años de gue
rras provinciales y extranjeras y así como crecieron las brutales y arbitra
rias exacciones .otro tanto ocurrió con las protestas.
Este tipo de fuerzas tenía poca moral, sentido del deber c patriotismo,
mientras que el espíritu nacional y la motivación prácticamente no existían,
excepto entre los oficiales. Las impresiones de los observadores británicos
eran tai vez prejuzgadas, aunque su referencia ala ausencia de un sentimien
to nacional probablemente sea correcta:
Puede considerarse que las fuerzas del general Rosas son absolutamente incapaces de
hacer frente a las tropas europeas, aun las de segundo orden,,. Podría ser suficiente men-‘
donar cómo se obliga por ia fuerza-y contra su voluntad a prestar servidos a hombres
frecuentemente mai pagados, alimentados y vestidos, y tratados con tremendo rigor; re
ferirse también a la ausencia de todo sentimiento o fervor nacional, ya que ia mayor par
te de las tropas son mitad-indios, traídos de grandes distancias, o extranjeros, especial
mente españoles, vascos, italianos, brasileños, etc,, que sirven contra su voluntad, forza
dos a hacerlo, muchos de ellos recién formados como soldados, e imperfectamente, ves-
tán ansiosos de encontrar una oportunidad para desertar. Hay algunas excepciones en
cuerpos especiales de Buenos Aires, de porteños y negros, pero no son suficientes para
afectar el carácter general de las fuerzas del general Rosas. Los oficiales, por razones
personales, intereses o miedo, muestran a veces resolución y fidelidad en sus servicios;
un solo revés sacudiría estos sentimientos en la mayoría de ellos; una decidida derrota
dispersaría totalmente a casi todos ellos y destruiría su fuerza.100
Es costumbre, a través de todas estas provincias, que cada soldado sea autorizado du
rante toda una campaña a llevar una mujer como compañera, la que recibe sus radones
regularmente... Las autoridades aducen que dicha licencia es absolutamente necesaria
para el bienestar del ejército; los hombres muestran menos tendencia a desertar cuando
tienen una m ujer compañera, que trabaja para él cocinando y cosiendo.102
184
Otra forma de mantener unidos a los ejércitos era mediante la esperanza
de recompensa. Generalmente recibían un pago inicial en el momento de alis
tarse. En 1832, Rosas autorizó el pago de cuatro pesos a cada uno de los hom
bres que se incorporaban. La gente a quien se consideraba más importante
recibía mayores remuneraciones; por ejemplo, en el mismo año, Francisco
Carril recibió cien pesos por servicios en el Ejército Restaurador.103'El botín
era un medio aceptado para sostener y financiar un ejército, fuera federal o
unitario. A falta de un ingreso adecuado y en condiciones de escasez de recur
sos, se sostenía el esfuerzo de guerra mediante incursiones a las estancias en
busca de caballos y provisiones, o practicando el despojo en aquellas regiones
del país que no sostenían a la causa federal. Y el robo autorizado era virtual
mente el tínico premio para el soldado común, cuando le debían sus salarios.
De esa manera se institucionalizó el pillaje y los ejércitos vivían a costa de
las tierras. Para algunos había sustanciales recompensas. En marzo de 1330,
Rosas decretó una partida en el presupuesto de los años siguientes para “una
suma adicional como ayuda de costas para sus buenos servidores”. lo que in
cluía una sobrepaga a los militares, desde general hasta soldado raso.
Los oficiales también recibían donaciones de tierras v. en el caso de los ge
nerales y coroneles, comprendían extensas haciendas, tomadas de las nuevas
tierras sobre la frontera india,, de las tierras públicas y de las confiscaciones.
Las cesiones de tierra de este tipo se hicieron periódicamente, después de la
Campaña del Desierto, de la rebelión del sur y de otras importantes operacio
nes, con las unidades de tierras siempre graduadas cuidadosamente según
las jerarquías. También se distribuía ganado. La ley del 31 de marzo de 1846
otorgó a los vencedores de Pago Largo ganado vacuno y bovino en las siguien
tes cantidades: seis m il cabezas a los generales, cinco mil a los coroneles, y
así sucesivamente hasta quinientas a los sargentos, y menos a los soldados e
indios; todas ellas habían sido tomadas “de las haciendas que fueron de los
salvajes unitarios”. Similares entregas se hicieron después de Quebradillo y
otras batallas. Un decreto del 26 de marzo de 1841 otorgó a los militares fede
rales una excepción del pago de la contribución directa por veinte años, con
cesión que sólo puede haber beneficiado a los oficiales. También se daban pre
mios individuales. Un teniente naval. Roque Lenguaso, segundo en comando
de las lanchas de guerra de Garibaldi en Montevideo, se presentó a la Marina
Argentina llevando la lancha que estaba a su mando; le otorgaron umpremio de
cuatro mil pesos, dos leguas de tierra y un uniforme de teniente, y premios
menores al "dueño y a la dotación .m E l soldado que mató al general Lavalle en
Jujuy. José Bracho, recibió una asignación de trescientos pesos mensuales,
un certificado por tres leguas cuadradas de tierra, seiscientas cabezas de ga
nado vacuno y mil ovejas.105 Pero pocos soldados rasos podían aspirar a se
mejantes premios. Teóricamente, ellos también participaban en los premios
de tierras, pero en la práctica les resultaba difícil, sino imposible, reclamar
sus cesiones o explotarlas; normalmente debían- contentarse con un unifor
me, una ración diaria de carne y veinte pesos por mes. La clientelateníatam-
185
bíén sus jerarquías, y también esto, reflejaba la estructura social.
El mantenimiento del establishment m.ilitar y el apoyo para su privilegia
da posición en la sociedad eran una carga pesada sobre el resto-de la pobla
ción, Además, se trataba de una fuerza militar activa, constantemente em
pleada en guerras exteriores, conflictos int'erprovinciales y seguridad inter
na. Pero si bien la guerra y las exigencias económicas de la guerra significa
ban la miseria para la mayoría, producían.for tunas para unos pocos. Los gas
tos de defensa constituían un mercado seguro para ciertas industrias y em
pleo poT-S. SUStrabajadores: la casi constante demanda de uniformes, armas y
equipos ayudaba a sostener una cantidad de manufacturas artesanales en un
sector industrial que de lo contrario habría estado deprimido. Sobre todo, el
mercado militar beneficiaba a muchos grandes terratenientes. Algunos pro
pietarios, como los Anchorena, tuvieron durante largo tiempo valiosos com
tratos para proveer ganado vacuno a los fuertes de frontera. Luego, los ejérci
tos de otros frentes llegaron a ser voraces consumidores y clientes regulares.
Así, los dineros públicos pasaban a manos de estancieros como Juan Lang-
don, Pablo Duarte, Pedro Bello, Nelson Harting, Esteban Adrogué, Claudio
Quiroga, Francisco Gándara, Carlos Bunge y, especialmente, Simón Pereira.
Éstos fueron algunos de los hombres que lograron grandes beneficios abaste
ciendo a las fuerzas de Rosas.106
¿Qué magnitud tenía el ejército de Rosas ? Estaba compuesto por siete di
visiones : el Ejército de la Capital; las unidades del cuartel general en Santos
Lugares; el Ejército del Norte, al mando del general Mansilla; el Ejército del
Sur. comandado por el general Prudencio Rosas; el Ejército del Centro, bajo
el mando del general Pacheco ; y la Fuerza Auxiliar de lp República Oriental,
al mando del general Oribe. Cada ejército en sí no erá grande. En marzo de
1842, en medio de la guerra contra los unitarios, el Ejército del Norte tenía mil
quinientos sesenta y nueve hombres.107 Esto puede compararse con los seis
mil trescientos noventa y cuatro hombres del fuerte ejército de Entre Ríos, al
mando de Urquiza, en octubre de 1842.ioa Pero reunidas estas divisiones de
Rosas sumaban una considerable fuerza para una pequeña población. En
1841, el ministro británico estimó que totalizaban dieciséis mil hombres. Otro
cálculo, en 1845, establecía la cifra en diez mil. Según el observador francés
Alfred Brossard, el ejército de línea estaba formado por veintiún batallones de
infantería, o doce mil seiscientos hombres; dieciocho regimientos de caballe
ría, con seis mil hombres; la Guardia del Gobernador y los auxiliares indios,
de Santos Lugares, unos cuatrocientos o quinientos; y otros cuerpos que su
maban tres mil hombres. Esto significaba un ejército permanente de veintiún
mil seiscientos hombres. S! se agrega la m ilic ia c a to r c e mil cuatrocientos
hombres en veinticuatro batallones— se llega a un total de treinta y seis mil
hombres bajo las arm as.109Ésta era probablemente una estimación algo au
mentada. Sin embargo, teniendo en cuenta sus responsabilidades en el país y
en el extranjero, nadie dudaba de que Rosas mantenía un gran ejército per
manente. en reía eión al nivel de población.
186
.El-'ejército y sus .obligaciones crecieron en un momento-en que los ingre
sos se contraían, y algo tenía que ser sacrificado. Cuando empesó a apretar el
bloqueo francés, desde abril de 1838, no sólo perdieron muchos sus trabajos y
se sintieron golpeados por una rápida inflación, sino que el gobierno vio ade
más que sus ingresos provenientes de la aduana —su ingreso básico— caía
dramáticamente. Enfrentado a graves déficit presupuestarios, impuso de
inmediato severas economías en los gastos:
TABLA 10
Ingresos y gastos del gobierno, Buenos Aires, 1822-50
PüQOpesos)
5 Año Ingreso Gasto Saldo
i
| 1822 2408 2198 T- 210
1 1823 2869 2539 + 330
1824 .2596 2649 ~ 53
1825 3196 2698' + 498
1- 1827 - 798
■í
& 1828 - 4354
L 1829** 7916 9753 - 1837
1830 12055 10276 -f- 1779
f 1831 8989 13332 - 4343
í 1832 10657 12245 - 1588
I 1833 12240 12903 - 633
| 1834 (6 meses) 485? 10151 - 5294-
í 1835-39 f.d. f.d. f.d.
I
1£■ 1840 48516
7879 - 40637
tS: 1841 39307 41685 - 2378
1. 1842 341SI 36320 - 2189
ít
1843 36837 3515? + 1680
£ 1844 32511 34340 - 1829
i 1845 31463 33877 - 2414
1 Í846 8720 3132? - 22607
1847 17978 3907o - 21097'
| 1848 32060 37668 - 5608
1848 51870 48192 4- 3678
1850 62228 56016 + 6212
Fuentes: Woodbine Parish, Buenos Ayres, 521; Miron Burgin, The .Economic A s p e c t s of
Argentine F e d e r a l i s m . 1 8 2 0 -1 8 5 2 , 4S, 66,167,195-7.
* Moneda en uso desde 1822 a 1828: pesos fuertes; desde 1829 hasta 1859: pesos papel.
ii
18?
Se &an suspendido algunas de las instituciones públicas, entre las últimas, las escuelas pú
blicas y el hospital de niños. Se ba hecho unHaraado a suscripción pública para mantener
los hospitales de hombres y de mujeres, que deberán cerrarse si la suma recaudada no
alcanza para cubrir sus gastos. Todos los departamentos, civiles y militares, están atra
sados en los pagos, y nadie ha cobrado desde que se inició el bloqueo, excepto los contra
tistas de abastecimientos para el ejército, y el ministro destacado en Brasil sor este go
bierno, que ha recibido tres meses de sueldo.350
188
i
TABLA 11
Distribución del ingreso del gobierno, 1822-1850
(porcentaje cié! total)
1825*8' í.d.
1829 84,5 2,3 2,9 7,3 3,0 100,0
1835-9 f.d
189
TABLA 12
Distribución dalos gastos del gobierno, 1822-1850
(porcentajes del total)
1822-1839
Gobier Relac. Des
Año Guerra Hacienda Tjitsrés cuentos Justicia V arios
no Exter.
1822 38.4 20,3 — 12,0 29,3 — — —
1823 49,2 2o 2 — 12*7 17,9 — — —
1824 42.2 25,8 — 11,2 20,3 — — —
1825 f.d.
1826 f.d.
1827 f.d.
1828 f.d.
1829 62,9 13,0 0.6 3,8 18,8 — — —
1830 51,7 18,0 2,9 5.8 21,6 — — —
190
El contraste entre ios gastos militares y sociales reflejaba tasto las cir
cunstancias como los principios. E l enemigo interior, los conflictos con otras
provincias y con potencias extranjeras y la obligación de socorrer a sus alia
dos del interior, eran en conjunto causa para que Rosas mantuviera un costo
so presupuesto de defensa. En algunos casos sus decisiones le habían sido im
puestas. en otros, respondían a preferencias políticas; finalmente, en otros
reflejaban la indiferencia universal con respecto al bienestar. Cualquiera fue
se el caso, las consecuencias significaban un retardo en materia social. En la
década de 1840, el ministro de Gobierno, o del Interior, recibió un promedio
del seis al siete por ciento del presupuesto total, y la mayor parte de esto esta
ba asignada a la policía y a gastos políticos, no a servicios sociales. En cam
bio, la defensa tenía prioridad absoluta. El presupuesto militar varió de cua
tro millones de pesos —o veintisiete por ciento del total— en 1836, a veintitrés'
millones ochocientos mil —cuarenta y nueve por ciento— durante el bloqueo
francés en 1840, y a veintinueve millones seiscientos mil —setenta y uno con
once décimos por ciento— en 1841. Durante el resto del régimen nunca cayó
por debajo de quince millones, o un cuarenta y nueve por ciento.1:2
Éste fue el sistema de gobierno total que sostuvo a Rosas en el poder du
rante más de dos décadas. Proclamaba una sola verdad en política y exigía
lealtad exclusiva. La mayoría de la gente obedecía, algunos con entusiasmo,
otros por inercia, muchos como producto del miedo. ¿Fue este régimen un
precursor del moderno totalitarismo, o era algo más primitivo? Muchos de
los observadores que lo veían desde afuera lo han considerado simplemente
como el despotismo de un hombre:
E] carácter del general Rosas está impreso en eada.acio y en cada palabra proveniente
de la autoridad. Su intervención desciende hasta las minucias de las vestimentas y las
diarias costumbres de la gente. Se propone establecer un absoluto sistema patriarcal de
mando despótico, que se sobrelleva en silencio y se obedece religiosamente, pero no sin
mucho descontento secretó y mala voluntad.113
191
dos en sí, que estaba capacitado, por erterror resultante, para conformar las
voluntades de todos ellos, hada la paz en el país, y hacía la ayuda mutua contra-
ios enemigos exteriores.”314Desde el momento de su acceso al poder, Basas re
tuvo los clásicos derechos de soberanía en toda su pureza “hobbesiana”, el dere
cho a inmunidad contra el derrocamiento, disenso, critica y castigo, el poder
de vida y muerte, el derecho a usar todos los medios para preservar la paz y la
seguridad para todos, el poder de emitir leyes referidas a Jos derechos de las
personas y ala propiedad, el derecho de judicatura, el derecho de hacer la paz
y la guerra con otras naciones, el derecho de establecer impuestos, el derecho
a elegir sus propios ministros, magistrados y funcionarios, el poder de recom
pensarlos, castigarlos y otorgarles honores. Todos estos derechos eran inse
parables y no había división de poderes.
Para ejercer esta soberanía, Rosas empleó la administración, los milita
res y la policía. Y, de reserva, tenía otra forma de compulsión, el terror.
CAPÍTULO VI
El Terror
194
De manera que, en 1838, las perspectivas de llo sa s eran contradictorias.
Como gobernador de Buenos Aires estaba en la cumbre de su poder, servido
por un'ejército sin par en el Río de la Plata y una fuerza parapolicial ciega
mente devota. Pero 1838 fue un mal año para la economía. La guerra eon Boli
via constituyó una carga para todas las clases, mientras que el bloqueo fran
cés impidió ei comercio, detuvo los barcos, cerró los depósitos y causó mucho
desempleo. Con la caída de Oribe y la intervención de Francia, miles de porte
ños . especialmente la población estudiantil y la juventud profesional y educa
da de Buenos Aires, cruzaron a Atontevideo , conde teman una prensa liore y
una salida para su política y propaganda. Para entonces, de ios treinta mil ha
bitantes de Montevideo, veinte mil eran argentinos emigrados, además de al
gunos franceses y españoles. Se preparó una fuerza de invasión y, en abril de
1839, llamaron de su retiro al general La valle para que la condujera. En Bue
nos Aires, no se necesitaba mucha imaginación para pronosticar el esquema
futuro —si no la fecha— de los sucesos: un ataque desde afuera por las fuer
zas combinadas de Lavalle y de los franceses en connivencia con el enemigo
interior.
¿Quién era ei enemigo interior? Era un grupo de hombres jóvenes que
conspiraban para derrocar a Rosas. Reclutaban a los disidentes tanto dentro
como fuera de las rilas federales. Al finalizar 1838, los miembros de algunas
me las principales familias fueron colocados en. situación de arresto domicilia-,
rio por hablar contra el gobierno; otras personas, ubicadas más abajo en la
escala social fueron encarceladas por la misma causa. Los líderes dé la oposi
ción eran un grupo separatista derivado d éla Asociación d éla Joven Argenti
na, Carlos Tejedor, Avelina Baleares, Jacinto Rodríguez Peña y Santiago AI-
barracín.4 Ellos organizaron un club político que realizaba reuniones secre
tas. Y los conspiradores civiles reclutaron aliados militares que incluyeron al
coronel Ramón Maza, jefe del Tercer Regimiento de Caballería, quien se hizo
cargo de la conducción militar, y el general Pinte, un veterano de 1810.5 Los
objetivos serios de la conspiración contrastaban en forma aguda con el entu
siasmo de principiantes de los miembros más jóvenes, pocos de los cuales fue
ron capaces de mantener el secreto. Tenían un agente infiltrado en elbando
deRosas. Enrique Lafuente, un empleado del secretariado, temporario y mal
pagado; él informaba sóbrelos hechos y dichos del dictador y se comunicaba
particularmente con Félix Frías, quien a su vez estaba en enlacecon Lavalle
y los franceses. El plan consistía en activar una quinta columna en la capital,
donde Maza habría de conducir las fuerzas militares declaradas en favor del
movimiento. Simultáneamente, una insurrección en el sur seríala encargada
de contener la reacción resista en el campo, mientras el general Lavalle, ayu
dado por los franceses y otras unidades de Montevideo, desembarcaría en el
puerto de Buenos Aíres en apoyo de ambos frentes. Este plan requería una ex
perta organización y secreto absoluto. En realidad carecía de ambos y, even-
tuaimente, las diversas fuerzas fallaron en la sincronización.
La conspiración resultó infiltrada y traicionada; el capitán Nicolás M ar-
195
tínez Fontes informó a Rosas sobre ios planes y fue pagado por sus servicios.
El 26 de junio de 1839 arrestaron al coronel Maza y a varios de sus asociados;
aunque otros permanecieron ignorados u ocultos. Rosas creyó entonces que
ambos Maza, padre e hijo, estaban comprometidos en la conspiración y, aun
más. pensó —probablemente equivocado— que planeaban asesinarlo, De
-cualquier manera, consideró el hecho como una traición. Maza, el padre, ha
bía colaborado con Rosas durante varios años recibiendo distinciones y car
gos a manera de recompensa; era en ese momento presidente de la Sala de
Representantes y de la Suprema Corte; y el mismo Rosas le había advertido
ya sobre el peligro que estaba corriendo. Su hijo también estaba protegido por
el dictador y tratado como uno de su familia, a la que había ingresado por su
casamiento. En vez de juicio, Rosas se decidió por la justicia sumaria. E l 27
de junio de 1839, a las ocho de la noche, el padre fue asesinado por la mazorca
en la Sala de Representantes. Al día siguiente mataron al hijo en la prisión, La
viuda se suicidó. Estos sombríos hechos inauguraron tiempos de gran miedo
en Buenos Aires y las calles fueron quedando vacias y silenciosas.
Un movimiento disidente en el sur se había anticipado a la conspiración
urbana. Y aun agosto de 1838, Rosas tuvo frente a sí informes de funcionarios
locales que se basaban en las declaraciones de un soldado miliciano, estable
ciendo que se preparaba una revolución contra el gobernador y que debía es
tallar entre- el 17 y el 18 de agosto. E l líder era un teniente Carlos O'Gorman,
ayudante del 6° Escuadrón de Blandengues, que —según se afirmaba— esta
ba planeando un levantamiento de las trapas de Azul, con la intención de am
pliar eí movimiento hasta Bahía Blanca.® Rosas admitió personalmente que
sospechaba desde antes de otros dos conspiradores unitarios, Zélarrayán y
Céspedes, pero, por falta de pruebas, les había permitido continuar hacia el
sur; Zélarrayán a Chascomús y Céspedes a Dolores. Cuando tuvo pruebas de
su complicidad e impartió las órdenes para que los arrestaran, ellos ya ha
bían huido y O'Gorman se encontraba de regreso en Azul. Rosas decidió no
hostilizar a las tropas de Blandengues, a las que simplemente consideraba
como un objetivo de la subversión unitaria, pero sí arrestar y ejecutar a los lí
deres rebeldes. Así lo hizo, y el coronel Zélarrayán y sus compañeros sufrie-
ron.un horrendo castigo.7Mientras tanto, los funcionarios locales informaron
que la situación estaba controlada y que las tropas de Azul celebraban todas
las noches fiestas y bailes en honor del gobernador. E s difícil determinar si
esta conspiración militar menor tenía vínculos con los estancieros del sur. En
Buenos .Aires, los conspiradores lamentaron su descubrimiento y fracaso
para “prender una chispa en. la pólvora de la campaña demasiado seca ”. Pero
en los m eses siguientes'eí movimiento rural sobrevivió y se mantuvo en sus
penso, listo para cuando llegara el momento de decisión.
La destrucción de la conspiración de Maza, junto con un .inesperado cam
bio en los planes de La valle, dejó aislados a los disidentes del sur. Pero sus
jefes decidieron continuar y arriesgarlo todo; de cualquier m anera , Rosas co
nocía sus planes desde mediados de octubre v, después de eso, tenían que ac-
196
tuar, y actuar rápidamente. El día de la decisión fue e l 29 de octubre de 1839,
en que los hacendados de Dolores se pronunciaron contra el gobernador, se
guidos el 2 de noviembre por otros de Chascomús y Tuyú.
-El juez de paz de Chascomús era un hombre que estaba siempre alerta y
vigilante, observando a todos sin escatimar nombres, y que informaba todo a
Rosas, incluyendo algunas insinuaciones.-Su segundo despacho sobre estos
sucesos confirma los asombrosos detalles del prim ero:
“En este momento que sos las ocho y tres cuartos déla m añana acaba de llegar Don Juan
Aldao negosiante en frutos del País, de iá postrera, punto situado en la margen exterior
del Salado. Partido de Dolores, y declara haber oido en la pulpería de Don Ambrosio
Cramer ayer cerca de las oraciones lo que refería un paisano de Dolores y es lo siguiente.
Que el Comandante Rico encabezaba allí una fuerza arm ada considerable en.apoyo
de la insurrección dirigida por Don Benito Miguens y Don Pedro Casteili; que estaba
como complices de la insurrección varios hacendados de nota cuyos nombres no recorda
ba el declarante; que el piquete destacado en el Tuyú mandado por el Capitán Bigorena
debía haber sido tomado por ayer; que toda la extensión de Campaña hasta Bahia Blanca
se hallaba insurreccionada por los revoltosos; pero no dice si han sido ocupados el Tandil
y Fuerte Azul; que una fuerza considerable se dirigió para aprender al Coronel Valle,
que debía hallarse en su Estancia del Tandil; que el Coronel Don Nicolas Granada con su
fuerza debía haber estado en el Monte al 29 a la noche para apoderarse de aquel punto y
tomar preso al Coronel Gonzalez y demás Gefes. Esto es todo lo que de cierto se dice por
los conductos expresados,
No hallándose Gafe alguno de la caballería en este Pueblo el infrascrito ha dirigido
avisos y llamado inmediatamente á los capitanes Don José Maria Ansorena de la Ia, y
Don José Mendiola de la 2a, ausentes en la campaña á seis y nueve leguas de distancia de
este Punto. E l infrascrito se ha puesto deacuerdo con el Capitán encargado de la Coman
dancia de la Milicia Activa de Infantería y tanto esta como la Pasiva Que manda el in
frascrito se halla desde anoche acantonada y haciendo patrullas y rondas en el Pueblo y
sus contornos durante la noche y acantonados hoy dia para lo que ocurra.
. “Necesitando el infrascrito el apoyo de una fuerza de caballería para llenar mis debe
res con prontitud y eficacia la solicita en este momento del Comandante del Escuadrón
Don Francisco Olmos. El Sargento Mayor Comandante de. la Infantería Don Francisco
Vülerinó se halla ausente en su estancia de la Magdalena hace mas de un mes, y desem
peña la Comandancia el encargado Capitán Don Lucas Baián. El Coronel del ' Regi
miento Don Prudencio Ortiz de Rosas se halla hoy en su estancia Santa Catalina en el
AzüL"B
197
los extranjeros y dañaba el país. Enviaron una declaración al almirante fran
cés Leblanc, sosteniendo los principios de la libertad y la causa de Lavalle y
de los argentinos contra la tiranía de Rosas, y apelando a la alianza con los
franceses en lá lucha común, pero no para la conquista y .ocupación francesa,
como alegaba Rosas.9La propaganda rebelde denunciaba el empobrecimien
to de la gente del sur a causa del servicio de frontera y las costosas guerras, la.
autoridad opresora de los tiranos resistas ocales. la indiferencia del gobierno
hacia los intereses del sur. Los hacendados sureños también tenían motivos
de queja como productores. Sufrían una forma de discriminación en manos
de ios saladeristas de Buenos Aires, poderosos intereses estrechamente iden
tificados con el regimen.de Rosas. Las condiciones del mercado impuestas
por los saladeros eran perjudiciales para eí sur. Durante el largo traslado del
ganado vacuno hacia el norte, los animales perdían peso y s como el peso de
terminaba el precio, los saladeros de las vecindades de Buenos Aires fijaban
cargas extras a los sureños, agregando a sus costos el engorde preventa de su
ganado en las pasturas próximas a los saladeros. Por último, los sureños eran
víctimas de la política exterior de Rosas, ya que sus posibilidades de exporta
ción estaban cerradas por el bloqueo francés y, por tal causa, ellos considera
ban -a Rosas como un obstáculo para el progreso. Como informó el ministro
■británico,
El levantamiento en el sur sólo debe atribuirse al bloqueo. El grito de los rebeldes que
claman por libertad y para term inar con la tiranía del general Rosas, fue el grito de gue-
■rra para derrocar a ún gobierno que resiste el bloqueo y les impide vender sus cueros y
sebo y otros productos de la tierra; y basta que no obtengan esa libertad mediante la sus
pensión del bloqueo, las causas del último estallido están aumentando diariamente, y
pronto habrán de generalizarse e n l a s provincias de Ja República.10
Pero ios rebeldes del sur eran débiles y estaban aislados, mientras que la
organización gubernamental se encontraba preparada para la seguridad in
terior. Los-jueces de paz informaron; Rosas tomó medidas; las fuerzas mili
cianas se movilizaron; y los comandantes militares recibieron instruccio
nes.11 Antes de cinco días los rebeldes fueron derrotados y eí castigo no tardó
en efectivizarse. Los rebeldes perdieron-sus estancias, y algunos de ellos sus
vidas. Otros escaparon.a través de los puertos cercanos. Muchos se refugia
ron en el Uruguay, donde Lavalle les dio provisiones y caballos.12
■Rosas ya había suprimido, con intervalos convenientemente situados,
dos focos de oposición. Restaba la amenaza desde el exterior, materializada
por primera vez por Lavalle. apoyado por los franceses. Llegado el momento,
Lavalle condujo sus fuerzas de invasión, aunque no hacia el sur ni hacia Bue
nos Aires sino sobre Entre Ríos (5 de septiembre de 183&), prometiendo liberar
a la Confederación del tirano y dar autonomía a las provincias. Pero su alian
za con los franceses, a quienes muchos consideraron agresores contraía Con
federación, lo privó del apoyo de los entrerrianos. Se volvió entonces hacia Co
rrientes, cuyo gobernador Pedro Ferré lo aceptó y se declaró contrario a Ro-
íS8
sas, Los meses siguientes fueron difíciles para este 'último, pero no mucho me
nos paraLavalle. A su ejército le faltaba dinero, armas y, tal vea. fe. Los fran
ceses le dieron apoyo naval y armas, pero no podían proporcionarle fuerza
militar. Lavalle entró en la provincia de Buenos Aíres el ó de agosto de 1840 y
finalmente pareció listo para atacar a Rosas. Pero en ese momento su juicio
—o su voluntad— lo .traicionó. Se detuvo para esperar refuerzos franceses.
'que no llegaron, y perdió la ventaja de la sorpresa. El 5 de septiembre, ante la.
consternación áe sus partidarios, se replegó en dirección a Santa Fe, y su ejér
cito, ya desmoralizado por el fracaso v ía s deserciones, comenzó su largareti-
rada en dirección al norte. Pero la expedición libertadora, humillada en Bue
nos Aires, logró cierto grado de éxito en otras partes. Sirvió para estim ular a
ios enemigos de Rosas en el interior. A partir de abril de 1840, la Coalición del
Norte, organizada por Marcos Avellaneda, gobernador de Tucumán, y que in
cluía a Salta, La Rioja, Catamarca y Jüjuy, salió a la campaña bajo el coman
do del general Aráoz de Lamadrid y aliado con Lavalle, y amenazó a Rosas -
nuevamente desde el interior. En suma, 1840 fue un año peligroso para Rosas.
Pero sobrevivió y. al iniciarse 1841, la marea comenzó a invertirse. Los caudi
llos federales dominaban Cuyo y empezaron a devolver los golpes. También
Oribe luchó ferozmente por Rosas. EÍ 28 de noviembre de 1840 derrotó al ejér
cito libertador de Lavalle en Quebracho Herrado y completó la conquista.de=
Córdoba. Durante el año siguiente destruyó los restos de la Coalición del Nor
te, primero las desgastadas fuerzas de Lavalle, en Famaillá (19 de septiembre,
de 1841), y luego las de Lamadrid, en Rodeo del Medio (24 de septiembre de
1841). El general Lavalle fue asesinado en Jujuy, el 8 de octubre de 1841, mien
tras marchaba hacía Bolivia. La destrucción de las fuerzas Unitarias dei inte
rior, sin embargo, en vez de postrar a las provincias del litoral, las incitó;
pero su rebelión quedó frustrada tanto por su propia desunión como por la ener
gía de Oribe, quien las obligó a desistir y las desarmó en diciembre de 1842.
Éste no fue el final de la oposición contra Rosas. La campaña del gener al Paz
mantuvo vivo el espíritu revolucionario en Corrientes, que no pudo ser total
mente extinguido hasta la victoria de Urquiza en la batalla de Vences (27 de
noviembre de 1847), a la que siguió un baño de sangre que estremeció a los
más duros partidarios.
Oponerse a Rosas era un crimen, casi de iése-majesíé, y no tenía perdón.
La oposición no solamente provocaba en él una simple irritación sino una in
dignación tremenda y un fuerte deseo de venganza. Esto era una medida de la
violencia de la época y de las circunstancias en las que élm ism o había llegado
ai poder, con el constante riesgo de su vida y propiedades y las de sus asocia
dos. Constituía asimismo un mecanismo de defensa contra los unitarios, cu
yos propios antecedentes políticos eran también de agresiva violencia; Rosas
inició su segundo período de gobierno en 1835 con un odio reprimido contra los
unitarios.- En marzo, al escribir una carta a uno de sus capataces, comienza
refiriéndose a asuntos de la estancia pero repentinamente suspende el tema y
se lanza en una amarga denuncia política:
,!E1 señor Dorrego fue fusilado en Navarro por los unitarios. El general'Villafañe, com
pañero del general Quiroga, lo fué en su tránsito de Chile para Mendoza por los mismos.
El general Latorre lo ha sido a lanzar después de rendido y preso en 1a cárcel de Salta, sin
darle un minuto de término para que se dispusiera, lo mismo que el coronel Aguilera que
corrió igual suerte. El general Quiroga fué degollado en su tránsito de regreso para ésta
el 16 del pasado último Febrero, 18 leguas antes de llegar a Córdoba. E sta misma suerte
corrió el coronel José Santos Ortiz, y toda la comitiva en número áe 16, escapando sólo ei
correo que venía, y un ordenanza que fugaron entre la espesura dei m onte.; Qué tal! ¿He
conocido o no el verdadero estado de la tierra? Pero ni esto ha de ser bastante para los
hombres de las luces y de los principios.”’3
Éste era el estado de ánimo con el que Rosas exigió facultades absolutas e
inició su gobierno.
La contienda e inseguridad de la vida política tuvo un. efecto profundo so
bre Rosas, Era por naturaleza un hombre cauteloso, pero no cobarde. A partir
de 1829 vivió en constante prevención del peligro y tomaba toda clase de pre
cauciones para su seguridad personal. Edificó una fortaleza alrededor de su
régimen: movilizó la policía, reguló los medios, dirigió la Iglesia y fortaleció’
el ejército, Mantuvo importantes fuerzas acuarteladas en la ciudad y una po
derosa guardia próxima a su persona. En el comienzo de 1839 sintió particu
larmente el miedo al asesinato. En febrero, comentó con su amigo Terrero,
“¿Sabes que conspiran contra.mí en Buenos Aires? Sí,-el plan es asesinar
me... Lo peor es que hay algunos federales en el complot. Pero quiero saber
quienes son estos. No tem e por mí vida, sino por los horrores'que va a presen
ciar Buenos Aires si me matan.”14Después de la muerte de su esposa, dividía .
su tiempo entre su casa en la ciudad, que era también el asiento del gobierno,
y su nueva.quinta en Palermo. Durante todo el año 1839 la seguridad en Paler
mo fue estricta; las patrullas y los guardias detenían e interrogaban a cual-
quieraque pasara por la vecindad. Dieron la voz de alto a un in glés: "El inglés
contestó que si era prohibido hacer camino por allí, y le contestaron que no,
pero que mejor era que no lo hiciera".15
Rosas no descansaba.únicamente en las medidas defensivas. Contraata
caba, Usó el terror como instrumento de gobierno, para eliminar enemigos,
para disciplinar disidentes, para advertir a los irresolutos y, finalmente,.para
controlar a sus propios partidarios. El terrorismo no erapopular, espontáneo
ni indiscriminado. Esto no hubiera respondido a la característica del régí-
, men, que se enorgullecía de mantener la ley y el orden. En lo referente a segu
ridad personal, coincidían los observadores, Buenos .Aires era uno de los luga
res más seguros del mundo. De modo que el terror no era anárquico. 'Ni era
tampoco un poder delegado, tramado y aplicado por subordinados. Los agen
tes del terror no eran sus autores; no eran ellos quienes ejercitaban la política
de elegir a las víctimas. En este régimen, el terrorista era el gobierno. A eso
se debía que la maquinaria dei terror pudiera ser encendida y apagada con se
mejante precisión. El terror no era masivo ni continuado, sino limitado y es
porádico. Y tampoco era un instrumento de clase. Dentro de sus objetivos
200
esencialmente políticos,.es verdad, había una cierta tendencia clasista, por
que las víctimas principales eran las que constituían la élite unitaria, pero
esto era una política más estratégica que social y su intención era destruir
una clase dirigente rival. El terror se aplicaba a personas y grupos cuidadosa
mente elegidos por el gobierno. Se consideraba inútil matar a gente pobre e in
significante; Y los terroristas no tocaban a los extranjeros, ni siquiera duran
te los bloqueos francés y anglo-franees. Las víctimas estaban vinculadas con
la causa unitaria, directa o indirectamente, correcta o equivocadaménte, y
cuando los terroristas no podían poner sus manos sobre los unitarios, toma
ban un sustituto o equivalente, por el valor déla demostración. Además de ios
unitarios, algunos de los blancos eran grupos políticos y administrativos de
los que Rosas no podía prescindir, pero en los cuales tenía muy poca confian
za, Y más allá de éstos, el terror era una advertencia siniestra para otros
miembros del régimen, proveniente de un hombre que buscaba.docilidad in
condicional de sus servidores, y que estaba decidido a dominar sus movimien
tos y a destruir facciones. El terror terna también una dimensión militar: selo
aplicaba en el campo de batalla. Los ejércitos eran exterminados; rara verse
tomaban prisioneros o, en caso de tomarlos, los mataban luego: cazaban a los
fugitivos, los degollaban y exhibían sus cabezas. Se cultivaba el salvajismo
como medio de disuasión, para intimidar apoyos potenciales; el terrorismo se
convirtió en complemento —a veces una alternativa— de las batallas. El te
rror no era, por lo tanto, simplemente una serie de episodios excepcionales,
aunque lo regulaban según las circunstancias. Era una parte integral.del sis
tema de Rosas, el estilo distintivo del régimen. Marcaba la venganza y el po
der de Rosas; era un castigo por el pasado y una advertencia para el futuro,,
Era la extrema sanción del régimen, la coerción final.
El terrorismo provenía de las facultades extraordinarias otorgadas a Ro-_
sas. Había medios alternativos disponibles, ya que la maquinaría normal de
la justicia aún existía, como se ha visto. Pero Rosas evitaba con rodeos Ios-
procedimientos legales y dispensaba justicia sumaria, especialmente duran
te las épocas de crisis interna y emergencia nacional. Nunca pudo olvidar qüe
tenía exclusivos poderes sobre la vida y la muerte, que podía juzgar a un acu
sado sin proceso, que su palabra era suficiente para enviar un hombre al ver
dugo. Los extranjeros estaban asombrados por la amplitud y la aplicación de
su autoridad personal:
Lo culpo de haberlos hecho m atar (a los ejecutados) por soldados, cuando debió haberlo
hecho el verdugo autorizado por sentencia del tribunal apropiado, del que ha prescindi
do, desde que estoy aquí, en todos los casos. A unos los matan a bordo de un pequeño ber
gantín de diez cañones amarrado en la rada, a otros en una barraca, algunos en otra, sin
que ninguno de ellos, según me han informado, haya pasado a través de las formas ordi
narias de justicia, o juicio.16
201
ban de ellos. no a través de los tribunales o al menos de la policía^sino por pro
pia decisión, a menudo con el simple consejo de matones como Vicente Gonzá
lez, quien parece haber actuado no solamente como agente político sino tam
bién como asesor legal y funcionario de cárceles. Esto lo hacía en el sur de la
provincia, una región donde Rosas tenía intereses domésticos y políticos. Un
mes típico, noviembre de 1835. proporciona una cantidad de ejemplos .'Grego
rio Barragón. unitario, que se puso violento en la prisión, fue sentenciado a ser
fusilado una mañana ala s diez en punto, en la plaza de Navarro. Toribio Gon
zález, de veinticinco años, para quien González aconsejó quinientos latigazos
y diez años de prisión, fue sentenciado por Rosas para que lo fusilaran a las
diez de la mañana en la plaza de Lobos. Santiago Carvajas, de treinta y cinco
años, acusado de robo en la pulpería de Lobos, fue fusilado en la plaza princi
p a l José Martínez, sospechoso de ser unitario, y ladrón de ganado por añadi
dura, fue sentenciado a prisión en Monte, con González, Cayetano Esteres,
acusado de robo de ganado por su patrón unitario, fue sentenciado a servir
cuatro años en la milicia. Ésta era la forma en que Rosas gobernaba al sur de
la provincia, región a la que él consideraba como una extensión de sus estan
cias privadas. En otras partes, su administración de justicia no era mucho
menos informal.Desde Santos Lugares, Antonino Reyes, su secretario jefe en
el cuartel general, le enviaba listas de delincuentes, unitarios y desertores, y
Rosas simplemente anotaba en ellas “fusílenlo” o “azótenlo”, y así hasta ter
minar la lista; Algunos dé estos casos eran puramente políticos; otros eran
asuntos delictivos que comprendían vagancia, robo, asalto y'asesinato..En
cualquiera de las categorías se podía fusilar a un hombre sin necesidad de jui
cio. y los delincuentes unitarios eran condenados casi con. certeza. En estos
procesamientos, una combinación de caza de brujas política y seguridad ru
ral, no habí a-rastros de evidencias policiales o de cualquier tipo de proceso ju
dicial E l ejecutivo era a la vez juez y verdugo, actuando en virtud de sus fa
cultades extraordinarias.
•' Én qtros.casós, Rosas actuaba con la policía, o sobre la base de informes
policiales;.respondía aéstos dando instrucciones que, en la práctica, eran dic
tados de juicios. Una muchacha de dieciocho años, Marcelina Buteler.-costu
rera residente en Santos Lugares, conversó con un hombre joven, de veinti
séis años, Marcelino Ojedá. tendero de la vecindad y que tenía un sirviente de
veintiocho años,. Timoteo A m ansa. Ojeda era un sospechoso, por. no ser fede
ral activo y no haber participado en ninguna campaña contra los unitarios.
Todo esto se hallaba registrado. El 19 de octubre de 1840 encarcelaron a los
fres como “salvajes unitarios”. En el legajo de Armansa, una anotación ma-
nuserita de Rosas ordenaba “envíese al jefe de policía para que pueda poner
en la cárcel a Timoteo Armansa, por el delito de hallarse al servicio de Marce
lino Ojeda y no haber denunciado la conversación que éste tuvo con la salvaje
unitaria Marcelina Buteler” .:7 Ésta, fue una sentencia liviana. Otras eran m e
nos afortunadas, como la extraída de otra anotación en Jos archivos de R osas:
202
“Manana miércoles 2 del corriente mes de Febrero, a las cuatro, o cuatro y media de la
mañana, hágase fusilar a los salvajes imitarlos Marcos Leguizamón, José Giménez, Ma
nuel Yélez, Pedro Burgos, Lorenzo Cabral, Pablo Ramírez y Antonio Helguero, a quienes
Se le facilitarán uno o dos sacerdotes que les confiesen.”18
.La forma en que mataban a las víctimas variaba segúnias circunstancias y según las in
clinaciones del poder condenador. A veces los'fusilaban. A veces cumplían su destino en
manos de dos lanceros, que colocados a ambos lados del prisionero, esperaban la señal
para hundir en su cuerpo sus brillantes armas. Otras, por último, caían mediante la más
bárbara de las prácticas: una afilada hoja les cortaba el cuello A1
“El ejecutar con el cuchillo degollando i uo fusilando, es un instinto de carnicero, que Ro
sas ha sabido aprovechar para dar todavía a la muerte formas gauchas, 1al asesino pla
ceres horribles: sobre todo para cambiar las formas legales i admitidas en las socieda
des cultas, por otras que él llama americanas...1,23
204
El degüélio se convirtió en un medio y un signo del terror, uña penalidad'
apropiada para unitarios y rebeldes, un triunfo para los verdugos:
“P o r cuanto, el miliciano Juan Duran, tuvo ia suerte de dar alcance y cortarle la cabeza
al salvaje unitario titulado coronel Pedro Castelli, se le acuerda si uso de barba y bigote
federal, testera y colera punzó en su caballo, acordándole a la vez el sueldo dé sargento
durante su vida. ”24
E l terror de este régimen era extraordinario, aun con las pautas déla épo
ca. El diarista Beruti registró un incidente de particular salvajismo:
‘‘Benitez, hombre de mas de 60 años no lo degollaron y quedé vivo inutilizado; pues el de
gollador Alen lo estaqueó boca arriba como media vara de altura, y bien atado entre cua
tro estacas, le puso un brasero de fuego, y le quemó los testículos e intestino; . ..todo esto
lo he copiado de los papeles públicos, y sólo en extracto,1123
Hubo relatos de que las tropas federales jugaban a las bochas con la cabe
zas de los unitarios o las llevaban a Buenos Aires para presentárselas a Ro
sas ; y un capitán de la marina británica aseguraba haber visto una en la casa
de R osas. Un rumor extremo, de los de este tipo, quedó registrado por. el coro
nel King:
Corrió el rum or de que Manuelita contemplaba los degüellos y jugaba con las cabezas de
capitadas. y se dijo que Oribe le envió desde Tucumán las orejas en sal de un oficial uní-
tarío de nombre Borda, a las que ella conservaba en una caja-de vidrio y las enseñaba a
sus visitantes.26
205
Los agentes: del terrorismo eran miembros de la Sociedad Popular Res
tauradora. un.ciub político y organización parapoliciai. La sociedad tema un
ala armada, comúnmente llamada lamazorca, La-palabra mazorca, que sig
nifica la espiga del maíz con sus granos muy juntos, simbolizaba la fuerza me1
diante la unión, pero en realidad se popularizó porque su pronunciación sona
ba en forma similar a “más horca'". Según algunos, tenía connotaciones aun
más horripilantes:
La Mashorca, afiliación secreta en apoyo del gobierno de Sosas, deriva su nombre del
cuerpo mtérior del maíz, una vez quitados los granos, y ha sido utilizado por los miem
bros del club como un instrumento*de tortura del que su señoría puede tener una idea sí
trata de recordar la agónica muerte infligida a Eduardo II.28
206
salir en cualquier momento a atacar a la. gente y las casas unitarias. Explica
ba que, durante la invasión de Lavalle, mucha gente se apresuraba a unirse a
las filas de la sociedad, pero que él no admitía a nadie sin una cuidadosa con
firmación de seguridad y comprobaciones prácticas, en acción, contra el ene
migo, bajo su personal y estricta vigilancia; aun así. no estaba seguro de que
Rosas aprobara a todos los nuevos ingresados y prometía, siguiendo el conse
jo de su amo, expulsar a cualquier sospechoso. Mientras tanto, había mante
nido una rigurosa observación sobre las casas unitarias señaladas por Rosas,
sin resultado hasta ese momento, pero Su Excelencia sólo tenía que pronun
ciar la palabra y él marcharía contra cualquier eas2 para exterminar a los
salvajes. “Por lo demás, Sr. Exxno.. yo me permito a decir a V.E. que puede
descansar en nuestro celo, dispuestos como estamos a sepultarnos antes, que
usar de la menor tolerancia para con los malvados, asesinos, traidores unita
rios. " La respuesta de Rosas demostraba su estrecho vínculo con la Sociedad
y su confianza en ella: “todo ello es muy satisfactorio a mis ojos... en el mo
mento oportuno le pediré que venga a conversar, mientras tanto, póngase en
contacto con Manuelita, para consejo.”30
No todos los miembros de la Sociedad Popular Restauradora- eran terro
ristas activos. Había una división funcional en dos secciones, la mayoría de la
Sociedad y la'mazorca. La Sociedad era el cerebro, la mazorca el brazo; la So
ciedad ayudaba a compilar las clasificaciones, la mazorca eran los activistas
que caían sobre los sospechosos; la Sociedad se manifestaba en favor de la po
lítica de Rosas, la mazorca la aplicaba. La élite de la Sociedad, miembros de
la clase más alta que con frecuencia se asociaban simplemente como un segu
ro, incitaban y toleraban el terrorismo, pero no salían ellos al galope a reco
rrer Buenos Aires para degollar. Eso se dejaba a las tropas de choque, la ma
zorca. Los mazorqueros eran los verdaderos terroristas, reclutados en secto
res inferiores a los de la élite resista, y que constituían grupos armados para
salir en misiones diversas. Realizaban registros casa-per-casa, destruían
todo lo que fuera azul e intimidaban a los propietarios; actuaban sobre la base
de informes policiales tales como este hombre “no ha prestado ningún servi
cio a la Federación, Es de chaqueta muy unitaria” ; arrestaban ; torturaban;
y mataban. Nada era sagrado. La mazorca ílegó inclusive a aterrorizar a la
asamblea: “La mazorca mostraba ei cabo de sus puñales en las galerías mis
mas de la Sala de Representantes y se oía doquier, ”3i Los miembros ordina
rios de la Sociedad podían mantenerse apartados de las más violentas salidas
de la mazorca, pero eran todos parte déla organización, vinculados entresí, y
con Rosas. El joven Andrés Somellera, un fugitivo déla conspiración de Maza
de 1839, fue conducido a una trampa callejera por un miembro de la Sociedad
que lo abordó en una conversación casual; un grupo de la.mazorca empezó a
acercarse sobre él mientras las personas que pasaban giraban la vista hacía
otro lado.32Somellera luchó, logró liberarse y huyó ala carrera, iniciando una
vida secreta en Buenos Aires; pasó parte del tiempo en la casa de Mr. Atkin
son en ei consulado británico; luego partió de Buenos Aires, con el enemigo
siempre en su rastro, y se escondió en la costa esperando en vano un bate para
cruzar a Montevideo.. Volvió a la ciudad e hizo luego un nuevo intento, planea
do por Atkinson; esta vez pudo escapar, de noche, en la misma embarcación
del general Paz, el 3 de abril de IMS. Era difícil evadirse del sistema, porque
tenía muchos ojos y largo alcance. La Sociedad proporcionaba una red de es
pías, agentes e informantes, asi como también los grupos o escuadras de la
muerte. Era guardians del federalismo puro, el escudo del régimen y su cu
chillo.
¿Quiénes eran estos militantes que seguían a Rosas? No había secreto al
guno sobre la lista de miembros de ia Sociedad Popular Restauradora.^ En
1842 estaba formada por unas doscientas personas cuyos nombres publicaba
orgullosamente la Gaceta M e r c a n til Según Saldxas, comprendía “partida
rios fanáticos, de militares de todas graduaciones y de hombres ventajosa
m ente conocidos en la sociedad, en la magistradura, en las letras y en el
foro”.34 No era sorprendente que la lista incluyera nombres de miembros de
la Sála de Representantes y otros grupos de élite, que se asociaban tanto por
convicción como por miedo. El presidente era Julián González Salomón, naci
do en Buenos Aires, dueño de una pulpería y hombre rudo de cuerpo y de men
te. É se era el lado político del movimiento. Los miembros de lám azorca/los
superterroristas, eran reclutados en los grupos sociales más bajos, a menudo
de la policía y los serenos (cuerpo de vigilancia nocturna), e incluían delin
cuentes y degolladores profesionales. Sus líderes eran Ciríaco Cuitiño y An
drés Parra, notorio y siniestro par, asesinos y organizadores de asesinatos.
Cuitiño era el más despiadado de los carceleros y verdugos de Rosas, y que
cargaba en su cuenta con ocho asesinatos personales. Mendocino de origen,
. había sido oficial de la milicia de Buenos Aires, donde alcanzó el grado de co
ronel. Hasta 182? fue alcalde de Quilines, y allí se convirtió en feroz persegui
dor de los delincuentes rurales. É l y Parra habían establecido un vínculo per
sonal con Rosas en.1834, cuando le escribieron para agradecerle por su interés
en ellos (vía doña Encamación) y reafirmándole su apoyo: “V.E. debe cono
cer que Cuitiño y Parra siempre marcharán por el camino que V.E. nos ha for
mado-desde que se destronó el pérfido partido Unitario, y que siempre sere
m os unos obedientes súbditos para respetar las Leyes, y los derechos de im
ciudadano honesto como lo ha sido V.E. y que los grandes sacrificios que ha
hecho.,,3S Además de conducir las escuadras de la muerte, Cuitiño dirigía la
prisión que llevaba su nombre, aplicando las órdenes de-Rosas para sus vícti
mas. También Parra había sido oficial de milicias-antes de convertirse en su
perintendente de policía bajo el gobierno de Rosas. Otros maz orqueros cono
cidos fueron Nicolás Marido, jefe de los serenos y de su cárcel; Manuel Tron-
coso, un horrible gigante asesino; el capitán Manuel Gaetán, ejecutado des
pués del-asesinato de Maza; Moreira, un sereno y notorio criminal, a quien
mataron a su vez cuando fue demasiado lejos; Leandro Antonio Alem, Juan
-Merlo. Sílverio Badía, Manuel Gervasio López, Torcuato Canales, Fermín
Suárez, Antonio Reyes, Mánuel Leiva. José María Martínez, José Roldán,
208
AgustínRívarola, Patalonga, Bernardino Cabrera, Juan José Unarmé, Salva
dor Moreno, Manuel Arvallo, Macaluz, Villanueva, y Juan Medina.36Ún justo
castigo esperaba a algunos de estos asesinos después de la caída de su señor.
Cuitiño y Troncoso fueron ejecutados en 1853, desafiantes hasta lo último;
Cuitiño murió con el puno levantado “como un buen federar*. Alem y Badia
también fueron ejecutados en 1853. Además de sus líderes y los'Soldados ra
sos. la mazorca podía también movilizar fuerzas ajenas a sus filas. El popula
cho de Buenos Aires no era una fuerza espontánea e independiente. Constituía
también una criatura deRosas, como apreciaron los observadores: “Elpopu
lacho no debe ser interpretado aquí con su significado habitual, sino como
mercenarios de la policía,”37 La mazorca podía reunir y manipular una tur
ba; ésta era otra de sus funciones.
Un antecedente típico de un mazorquer o terrorista, por lo tanto, era usa
carrera previa en la milicia o en la policía. Muchos habían perseguido delin
cuentes o unitarios durante toda su vida. Otros habían sido ellos mismos delin
cuentes; y algunos sentían una mórbida satisfacción al matar. Hasta cierto
punto, los mazorqueros eran asesinos profesionales que se ponían al servicio
de Rosas para recibir protección y para combinar el placer con el benefició
cuando degollaban. La confiscación de las propiedades de los unitarios era un
clásico instrumento de Rosas y un premio para sus protegidos. Afín de real
zar su significado, se hacia de tanto en tanto una venta pública ficticia de los
bienes confiscados. A estas ventas asistían los miembros déla mazorca, quie
nes arreglaban entre ellos la asignación de los artículos o propiedades y, ofer
tando por ellos, se aseguraban la posesión, mientras, los demás participantes
eran ahuyentados por el sólo temor de su presencia.38 Los premios mayores
quedaban a disposición de los líderes. En 1840 Salomón hizo una oferta de dos
mil cuatrocientos pesos por una propiedad unitaria confiscada y recibió la
aprobación del gobierno por la compra.39
La) Socíe dad Popular Restauradora y su brazo armado fueron una crea
ción de Rosas, quien autorizaba sus actos y los controlaba. Andrés Lamas,
aun siendo hostil, definió exactamente la mazorca : “Este club existe como
corporación oficial bajo el nombre de 'Sociedad Popular Restauradora’, y se
dirige en este carácter ai Gobierno... E sta sociedad ha sido el brazo de R osas;
ella ha ejecutado las degollaciones de Octubre de 1840 y de abril de 1841.5,40La
mazorca era una fuerza de irregulares urbanos, que figuraban en las listas de
pago del Estado y recibían dinero del servicio secreto. No era una repartición
del Estado, pero trabajaba en estrecho contacto con cuerpos oficiales, tales
como la policía y los serenos, y era evidente que había cierto grado de partici
pación común. Además, los líderes de la mazorca recibían verhalmente del
propio Rosas las órdenes para ejecuciones específicas; asilo declaró más tar
de Cuitiño, y no hay razón para ponerlo en duda; Si bien la mazorca era una
creación de Rosas, llegó a ser más terrorista que su creador. Como muchas de
esas escuadras de la muerte, adquirió en su accionar una semiautonomla, y
una vez que-estaba en las calles era imposible ejercer sobre ella un control ab-
209
soluto en todos los detalles. Los hombres temían a ia mazorca más que a S o
sas.‘EustaquioPrías, un oficial unitario que había recibido permiso de Rosas
para retirarse sin que lo molestaran,'emigró finalmente en.1839, “no por te
mor al gobierno que no me perseguía, sino a un enemigo de bastante influen
cia en la mazorca” .41 No sería exacto decir que Rosas había liberado un tigre
que no podía controlar. Pero así como daba precisas instrucciones para las
ejecuciones y elegía cuidadosamente a las víctimas, no podía refrenar todos
los asesinatos que se cometían más allá de las listas oficiales. Por otra parte,
si él no ordenaba personalmente cada acto de terror, pudo haber detenido los
excesos. Aparentemente, él sabía que la mazorca jamás contrariaba sus ór
denes, pero con frecuencia se excedía en ellas. Rosas pensaba que no podía
gobernar sin la mazorca y que tenía que permitirle ciertas licencias. De ma
nera que el terror adquirió una inercia propia y se constituyó en una tolerada
tiranía.
La crueldad tuvo su cronología. La incidencia del terrorismo varió según
las presiones que se ejercían sobre el régimen, alcanzando su cumbre entre 1839
y 1842, cuándo la intervención francesa, la rebelión interior y la invasión unita
ria amenazaron destruir el Estado de Rosas y produjeron violentas-contra-
medidas. El pico de l839-1842no era típico del régimen total sino más bien una
manifestación extraordinaria de una regla general, es decir, el terroris
mo existió para reforzar la sumisión a los métodos de gobierno en períodos de
emergencia nacional.
El terrorismo comenzó durante el primer gobierno de Rosas;- cuando el
asesinato del capitán Juail José Montero .se convirtió en cause céiéhre y mar
có el estilo de, gobierno que sobrevendría. Montero era un oficial chileno, recio
y turbulento, de origen indio, veterano de la Expedición Libertadora a través
de los Andes y más tarde de las luchas en la frontera india, donde había servi
do en la guarnición de Bahía Blanca. A comienzos de 1829, cuando los agentes
de Rosas estaban reclutando contingentes rurales para la guerra contra los
unitarios, Montero prefirió conducir a sus indios en apoyo de Lavalle, pero fue
atacado y herido por fuerzas rosistas y regresó con sus hombres a Bahía Blan
ca. Rosas le escribió entonces (18 de febrero de 1829) expresándole su sorpre
sa ante el hecbo de que no se hubiera unido a la “causa del orden”, y amenaza
ba castigarlo si no se incorporaban—él y sus indios— ai bando federal. Monte
ro desoyó el consejo y Rosas no lo olvidó. Cuando fue elegido gobernador tuvo,
oportunidad para ajustar cuentas; además, creía que Montero constituía una
influencia subversiva en la frontera y que estaba alzando a los indios contra
las- estancias y haciendas. En 1830, Rosas llamó a Montero y le dio una carta
que debía llevar al coronel Prudencio Rosas. Éste, sin juicio previo ni explica
ción alguna, hizo fusilar al oficial. La carta llevada por Montero contema la-’
orden para su propia ejecución.
El caso Montero puede considerarse como un incidente aislado, de no ser
por dos aspectos que le dieron mayor significación. En primer lugar, tenía ca
racterísticas sensacionales y macabras que habrían de convertirse en sello
210
distintivo del terrorismo rosista. En segundo lugar, provocó una explicación
personal de Rosas sobre su poder tal como él lo interpretaba. Porque, induda
blemente. el asesinato perturbó a sus amigos e indignó a sus enemigos. Cuan
do se trató el tema en la Sala de Representantes, en marzo de 1830, Tomás de
Anehorena replicó que Montero era culpable de insubordinación, que era ne-
cesarlo tomar rápidas y enérgicas medidas en interés de la ley y el orden, y
que las facultades extraordinarias autorizaban a Rosas a hacerlo. Pero el in
cidente continuaba irritando; los unitarios se encargaban de mantenerlo
vivo, y era motivo de preocupación para los federales más moderados. Rosas
tomó conciencia de que estaba adquiriendo reputación de asesino, pero recha
zó la acusación. Cuando accedió a suspender la ejecución de José Adolfo Quin
tero --pedida por Vicente González—, escribió:
"Vd me conoce hace muchos años, y sabe que no soy sanguinario. Sabe también que esto
lo he acreditado e n el tiempo de mi Gobierno. ¿Quién en mi lugar hubiera economizado
tanta sangre? ¿Cuál es la que he derramado? Ni una gota áe lo que puede considerarse
fuera de la esfera ordinaria. Porque mandar fusilar éste o el otro faseineroso es común
en todas las partes del mundo, y nadie puede notarlo, ni es posible que la sociedad puede
vivir si asi no se hace. ”
“E sa ley que autorizó es la que mandó morir a Montero. Se dirá que abusé del poder. Este
será un error mío ; pero no un delito que pueda causarme remordimientos; porque cuan
do se me entregó ese poder odioso, extraordinario, se me facultó no con la condición de
que en todo había de acertar, sino para obrar con toda libertad, según me juicio, y obrar
sin trabas rigiéndome por el solo objeto de salvar la tierra agonizante.”42
311
mo detalle, o simplemente porque eran terroristas de alma. Por otra.parte,
esto ocurrió cuando la presión de 3a guerra civil estaba decayendo, y en un lu
gar —el interior— adonde la jurisdicción de Rosas no se extendía. Otra ejecu
ción notable fue la de Saturnino M igues, a quien fusilaron por sospechoso de
tener conexiones con ios unitarios, en 1832.
Rosas aplicaba su propio concepto de la justicia para castigar, advertir,
atemorizar y reformar. Algunos de sus actos, si bien no, significaron aplica
ciones del terror, fueron sin embargo brutales y amenazantes, con una arbi
trariedad moral que era característica del régimen. El diarista Eeruii re
gistró:
‘’Todas las mujeres comunes fueron agarradas por partidas de tropas una noche y las lle
varon a la plaza de Monserr at, y al aníanecar del otro día en carretas preparadas fueron
conducidas escoltadas de soldados con destino a B ahía Blanca habiendo dejado en sus ca
sas o. cuartos de alquiler sus pobres muebles e intereses para que otros los disfrutasen, y
ellas a ser pasto de los soldados en Bahía Blanca hasta con el bello sexo fue malvado este
tirano, habiendo sido hecho este atentado en el año de 1831.
212-
hacer en mi casa no tenía otro objeto que éste, asustarme y obligarme a emi
grar” .m Doña Encarnación instigó otro ataque terrorista en la noche del 29 de
abril de 1834, en que pandillas de jinetes efectuaron disparos en las calles y a
los frentes de las casas de víctimas particulares, gritando “;Muerte al gober
nador!” ¡Larga vida para Rosas, restaurador de las leyes! ”49 Observadores
políticos no dudan de que éstas y otras demostraciones del terrorismo eran
obra de Sosas y la mazorca, y tenían por objeto causar pánico, minar la con
fianza pública y dar a Rosas la oportunidad de volver.50 Si bien el terrorismo
no restituyó por sí solo a Rosas en el poder, contribuyo a la inestabilidad del in
terregno y preparó el camino para la restauración.
Al iniciarse el segundo gobierno de Rosas, entre 1835 y 1839, las ejecucio
nes podrían describirse como de “rutina normal”. Para la mayor parte de
ellas se cumplieron los debidos procesos legales; en los casos de asesinatos y
robos las sentencias eran severas, pero dictadas por las cortes y aplicadas por
la policía.51 No obstante, va había presentimientos del terror que se avecina
ba. En mayo de 1835 ejecutaron sin proceso previo a tres militares acusados
de conspiración contra Rosas, sacrificio inaugural que satisfizo temporaria
mente a Rosas. Hubo también víctimas indias; unos setenta araucanos apro
ximadamente, traídos en cadenas desde la frontera y fusilados en grupos de
diez por vez frente a los cuarteles del -Buen Retiro:
.. dos primeros diez que llegaron no tenían ni la menor idea de lo que iba a ser de ellos, ya
que nose había efectuado ni siquiera un simulacro de juicio, y cuando ios sentaron en los
bancos que habían colocado especialmente para ellos, pensaron que los iban a juzgar;
las decenas restantes iban llegando al lugar generalmente antes de que retiraran a sus
infortunados compañeros. Esta carnicería produjo poco o ningún efecto entre los habi
tantes, a quienes, cuando yo les preguntaba, me daban siempre la misma respuesta: Ah,
sí, los bárbaros. Sí, los indios, siempre los destruyen...53
Un coronel unitario, arrestado hace poco cuando viajaba de Chile a Buenos Aires y á
quien se le encontró correspondencia que implicaba traición, fue ejecutado el día ^ en
esta ciudad frente a los cuarteles del Buen Retiro; desde entonces se han producido una o
dos ejecuciones m ás, quizá más, de parecida naturaleza, pero debido al secreto que ro
dea a estas ejecuciones y como ninguna forma de juicio las ha precedido, es difícil obte
ner información referida a ia naturaleza del delito de los acusados o de las circunstancias
en que pudo haberse producido, o conocer por lo menos el número de los condenados y
ejecutados.33
213:
ta cantidad de prisioneros políticos: “en estos últimos días ha permitido aban
donar la prisión a varias personas confinadas por faltas políticas,, y algunos
que estaban comprometidos en conspiraciones contra su persona/’54 Pero no
se descartaron los métodos terroristas. En 1338. en un resurgimiento de los
procedimientos sumarios, tomaron prisionero en la frontera sur al coronel
Zelarrayán, acusado de conspiración, y 3o decapitaron. A manera de castigo,
obligaron a dos de sus compañeros a permanecer de pie mirando su cabeza
durante tres días, pero un pedido de clemencia del ministro británico les salvó
la vida.
E l asesinato de Facundo Quiroga provocó en Rosas una mesurada reac
ción. Afirmando sus prerrogativas'interprovinciales llevó a Buenos Aires
para ser juzgados a los hermanos Reinafé y otros acusados.55Los sentencia
ron a muerte y fueron ejecutados el 25 de octubre de 1837. José Vicente Reina
fé, ex gobernador de Córdoba y su hermano Guillermo fueron ejecutados en la
plaza de la Victoria frente a una muchedumbre de tropas y espectadores; con
ellos murió también Santos Pérez, quien gritó: “Rosas es el asesino de Quiro
ga”. Los cadáveres quedaron colgando bajo los arcos del cabildo. José Anto
nio Reinafé y Feliciano Figueroa murieron en prisión: y otros cuatro fueron
ejecutados en la plaza del Retiro. El caso Reinafé fue origen de algunas otras'
víctimas. El artista Cesáreo Hipólito B ade, cuya ilustración de Ios-cadáveres
colgados en el cabildo llegó a ser casi una insignia del régimen, fue encarcela
do sin juicio previo por seis m eses en una celda húmeda y sin sol en la prisión
de Cuitiñó, y murió de tuberculosis a los pocos días de ser liberado. Su delito
consistía en haber tenido contacto con emigrados en Chile, aconsejando que
se estableciera allí una oficina de'imprenta y litografía, la que, según pensó
Rosas, sería un nuevo instrumento* para sus enemigos.56 Otra víctima..de
aquel caso fue el doctor Marcelo Gamboa, el abogado que había recibido ins-
, trucciones para defender a José Antonio y José Vicente Reinafé, y que resultó,
culpable por asociación. Cuando el gobierno publicó un extracto del caso, ei
doctor Gamboa solicitó permiso para conducir la defensa de sus clientes. En
furecido, Rosas denunció al “insolente, picaro, impío unitario Gamboa”, y de
cretó : “Al cual se le da por Cárcel, con prevención que si Regaba infringir las
órdenes que se le dan, será paseado por las calles, en un Burro vestido de ce
leste, y castigado ademas, según la falta; como también si tratase de fugar
del país, será inmediatamente fusilado.”37 Pero, en retrospectiva, ésos fue
ron años tranquilos, sin duda angustiosos para algunos pero suficientemente
seguros para' quienes lograron mantenerse anónimos. El terrorismo ace
chaba, pero aún no era desenfrenado. El año 1838 fue el punto de cambio, el
momento en que el choque exterior fue seguido por una prolongada reverbe
ración interior.
El bloqueo francés a Buenos Aires, a partir de abril de 1838, creó condicio
nes clásicas para el terrorismo. El estancamiento económico, un programa
oficial de austeridad y la tensión política sometieron a dura prueba al régi
men de Rosas y produjeron presiones en diversos puntos. Cuando aparecieron
214
216
era una venganza calculada una vez que la emergencia había pasado? ¿Fue
impuesto por la lógica de los sucesos o fue la cruel elección de su creador?
¿Fue el terror una defensa contra el enemigo o se lo pudo emplear con impuni
dad solamente después que el enemigo se había retirado? El terror de Rosas,
contenía elementos de todas estas cosas, sin una simple razón lógica. Pero por
más extraña que parezca la oportunidad, la intención era suficientemente
cla ra d estru ir a aquellos cuya lealtad merecía sospechas, fortalecer la segu
ridad del Estado y asegurar la soberdinación política.
El terror de 1840 fue presentado como una explosión popular y espontá
nea. En realidad, estaba oficialmente inspirado y lo administraba un pequeño
grupo de hombres que se hallaban directa o indirectamente pagados por el ins
tado, principalmente policías y la mazorca Más aún, se medía cuidadosa
mente el terrorismo y se elegía con precisión a las víctimas, porque una ma
sacre indiscriminada bien podría haber provocado una reacción masiva. El
principal objetivo de los terroristas eran los unitarios, reales o supuestos, y
cierta cantidad de personas, dentro de las filas federales, a quienes se consi
deraba un riesgo para la seguridad. La culpa era retrospectiva y anticipada..
Era también fatal. Según el general D íaz:
“Las escenas sangrientas de Octubre de 1840, tuvieron origen en ias amenazas y protes
tas de venganza, propaladas (segunal General Rosas) por el GeneralLavalle; pero cree
mos que el verdadero objeto era asegurarse por medio del terror, de aquellos de sus su
bordinados, cuya decisión creyó ver desmayar, a la'aproximación deLavalle, entrando
entre estos basta sus propios hermanos".56
“Ayer mande una persona desconocida a casa del salvaje Unitario Feiix dé Aizaga
con el preíesto de m atar un ganado. Hablo con un Dependiente, el que entró a otra pieza y
trajo la contestación sobre el precio. Inmediatamente mande a un comisario y habiéndo
lo negado procedió a registrar la casa, como le había ordenado, y se encontró que estaba
217
la cama atm caliente, y una escalera de mano en una pared divisoria que da ala casa don
de viven extranjeros Ingleses y señales de haber saltado a la azotea de otra casa; por lo
que no fue posible el tomarlo11.164
218
septiembre de 1840. El coronel Sixto Quesada, ex ayudante de campo del gene
ral Lavaü&j-ñie secuestrado de su casa durante el día; uno de sus amigos lo vio
en la calle a las diez acompañado por un hombre y, a la mañana siguiente, 16
encontraron degollado cerca del cementerio.72 Pedro Echenagueia sufrió un
ataque déla mazorca el 8 de. octubre y murió degollado. E. N. Nóbrega. portu
gués, fue degollado el 15 de octubre, y llevaron su cadáver desfilando por las
calles con el pecho cubierto de ñores. Otro portugués, de apellido Silva, fue de
gollado el mismo dm. A Juan Cladellus* un OSpCEJuOl. lo asnxiaron dentro de un
baúl, también el 15 de octubre, y los vecinos vieron entrar y-salir de la casa al
asesino en horas del mediodía.73 El 19 de octubre, una escuadra conducida por
Nicolás Marino, jefe de los serenos, sacó de su casa a Juan Pedro Varangot,
un francés, y lo degollaron en la Plaza de la Concepción.74 Así transcurrieron
los hechos durante un mes aproximadamente; no fue una matanza, pero sí
una serie de asesinatos individuales.
En d momento oportuno, el ministro británico protestó. Primero se quejó
a Arana de los atropellos cometidos en la manzana donde él vivía. Ai ver que
esto no producía ningún resultado, se dirigió personalmente a su “ilustre ami
go"’, el propio Rosas. Mandeville sentía simpatía por Rosas y, generalmente,,
le otorgaba el beneficio de la duda; esta circunstancia torna quizá más con
vincente su testimonio del terror.73 Su protesta no había sido en manera algu
na precipitada, puesto que bahía salvado ya a varios individuos mediante peti
ciones especiales, y existía una ruta de escape conocida hada una nave británi
ca. Sostenía, además, que era importante protestar en el momento oportuno,
cuando Rosas estaba buscando un pretexto para detener la matanza. La ra
zón inmediata de su intervención fue la proximidad cada vez mayor de la vio
lencia, pero aprovechó la circunstancia para generalizar y advertir a Rosas
sobre el peligroso nivel del terrorismo. El 9 de octubre escribió que, en la no
che anterior, “un grupo de hombres rompió las ventanas de una cantidad de
casas en la cuadra siguiente a la que yo habito; después atacaron la casa si
tuada frente a la mía y al grito de muerte a sus moradores rompieron las ven
tanas y trataron de derribar las puertas con piedras." Recordaba a Rosas que
ésta era “la residencia de un ministro extranjero, representante de una na
ción amistosa para este país, que debía permanecer inmune a los desmanes
cometidos en su inmediata vecindad por una turba salvaje.” Más aún, le ha
bían advertido que su propia vida estaba en peligro y que no debía salir de no
che.76
Rosas le contestó de inmediato y con cierta extensión. Si bien prometió a
Mandeville una guardia adecuada para la legación, se mostró impenitente y,
por cierto, hasta desafiante, con respecto al terror. Justificaba la conducta de
las bandas en razón de “las circunstancias extraordinarias en que han coloca
do a este desgraciado país las crueldades de'sus bárbaros enemigos." Insi
nuaba también que los ingleses no eran menos culpables;
219.
“Sin este respecto en la época actual,, no,debe V.E. extrañar que grupos dé hombres de
senfrenados pasen a las casas inmediatas a la de V.E. a'perseguir asusferoces enemi
gos, los salvajes unitarios. V.E. sábelo que pasé ha poco con los que de esto vivían allí, los
que abrigados a esas casas inmediatas a la de V.E., fugaban por ella conducidos por un
inglés, a quien no solo le dispensó toda indulgencia el Gobierno, sino que' aun los cuatro
mil pesos que recibió, los puse de mis fondos, particulares y se quedó con ellos... ¿Cómo
han correspondido a V.E. esos v los demás salvajes unitarios que han sido indultados por
la interposición y respeto de V.E. ?:”
Rosas aducía que no podía ir más allá de la opinión pública, que no podía
detener la furia federal, de lo contrario ofendería a sus propios partidarios, &
quienes necesitaba para gobernar e impedir la anarquía. “No me crea con po
der suficiente a reparar boy esas desgracias... Tales medidas causarían una
' mayor irritación. ” Y si los ingleses se mostraban hostiles, ¿era de sorprender
que el pueblo se indispusiera en contra de ellos? “Sí esto sigue no podré res
ponder tampoco de la seguridad de los bienes y vidas, ni aun de los mismos in
gleses.”77
En su carta a MandeviUe, Rosas daba la impresión de que los hechos de
octubre de 1840 eran la reacción natural y espontánea de las m asas populares
contra los salvajes unitarios, y de que, deten er.ese sentimiento era algo supe
rior a lo que su gobierno sé atrevía a hacer. Ésta era la versión oficial de* te
rror. Era también la verdad, en cierto sentido, pero no toda la verdad. Hubo
siempre el peligro del terror anárquico. Cualquier gobierno que crea y usa un
instrumento de violencia ilícito tiene que dar su cabeza-al monstruo y permi
tirle que persiga a sus presas libremente. Como estaba convencido de que no po
día gobernar sin el terror, Rosas tenía que dar campo de acción a los terroris
tas. Pero, en última instancia, el terror de Rosas estaba dirigido y controlado
desde arriba, partiendo de lo más alto, a través de la mazorca, y llegando,
abajo, a quienes querían movilizar. Como decía MandeviUe en sus conclusio
nes: “hay un poder oculto más poderoso que él gobierno, pero que puede ser
controlado por la mano que lo dirige, si ios intereses o inclinaciones la impul
san a hacerlo”.78 Rosas no necesitaba emitir pesonalmente una serie conti
nuada de directivas para mantener la responsabilidad del terrorismo. Sólo te
nía que permanecer simplemente a distancia y no hacer nada para detenerlo
hasta que él lo decidiera, método normal de aprobación de las operaciones de
■este tipo. No hay duda alguna de que él aprobaba lo que se estaba haciendo:
“Preciso es que ia república sea depurada de tan inmundos traidores... En sus
personas y en sus fortunas deben sentir las terribles consecuencias de su ini
quidad, su alevosía, de su salvajismo.”79
Los asesinatos duraron aproximadamente un mes, finalizando el 27 de oc
tubre después de cobrar unas veinte víctimas, no todas unitarias. El 28 de oc
tubre, Rosas firmó la convención que restablecía las relaciones con Francia,
lo que fue ratificado dos días más tarde. Ese mismo día, 31 de. octubre, Rosas
emitió un decreto en el que justificaba el terror y. a la vez, poma fin al mismo.
Explicaba que la ira popular causada por la invasión de La valle, había esta-
220
Hado en una “venganza natural”, imposible de contener sin impugnar el pa
triotismo y ia lealtad del pueblo. En ese momento había paz con Francia y una
mayor seguridad. Por lo tanto, el decreto imponía la pena de muerte por robo
y asalto y clasificaba como-perturbador a la paz a “cualquiera individuo, sea
la condición o calidad que fuese, que atacase la persona opropiedad deArgen-
tino o extranjero, sin expresa orden escrita de autoridad competente” .MEsto
contuvo a los asesinos y probó, no tanto que Rosas podía suspender el terror si
lo deseaba, pero s í. en cambio, que podía suspenderlo cuando consideraba lle
gado ei momento oportuno. Pero el terror no se había extinguido sa la Argen
tina; solamente había cambiado de escenario.
En 1841 la posición deRosas mejoró- La paz con Francia devolvió la pros
peridad a Buenos Aires: otra vez el puerto estaba lleno de barcos y las expor
taciones revivían. Es verdad que las guerras civiles continuaban devorando
recursos y exigiendo el mantenimiento de un gran ejército. Pero también en
esto las perspectivas eran mejores. La derrota de la Liga del Norte, en 1841,
puso el interior del país a merced de Rosas. Su ejército, al mando de Oribe,
impuso el reino del terror en un solo golpe, cuando en Buenos Aires había ido
creciendo gradualmente hasta el pico de 1840.Hasta ese momento, las provin
cias del interior no habían experimentado el terror en esa escala; recién en
tonces cayó sobre ellas en forma bárbara, sangrienta e inolvidable.
Los agentes de esta represión eran los militares resistas Oribe, Pacheeo,
Áldao, Benavidez, quienes aplicaban-una política sancionada por su amo. Ori
be dio el primer golpe en Quebracho Herrado (28 de noviembre de 1840). cuan
do venció y maltrató al ejército de cuatro mil doscientos hombres de Lavalle,
e informó posteriormente la captura de sesenta y dos oficiales.81 Después de
esta derrota, la situación se deterioró rápidamente para lós unitarios y los
dejó abiertamente a disposición del terrorismo. En San Calá, las fuerzas de
Pacheco cayeron sobre el ejército del coronel Vilela en forma totalmente sor
presiva y mataron a toda la tropa mientras dormía; “este suceso”, escribió
Lavalle, “me fue más sensible y tuvo peor influjo que el del Quebracho.”82An
tes de finalizar el año, el mismo Lavalle perdió la vida, y los otros caudillos de
la coalición cayeron víctimas de la represión. Avellaneda, Acha, Espeche,
Cubas, González y Dulce, fueron todos decapitados y sus cabezas se exhibie
ron a lo largo de los caminos de Tucumán y Cafamar ea. Gribe condujo luego
la guerra otra vez hacia el litoral y comenzó a aplastar allí a la oposición. En
febrero de 1843 comenzó el sitio de Montevideo, de nueve años de duración;
ésta habría de serla grieta en la armadura de Rosas. Por el momento, sin em
bargo, había resistido la intervención extranjera, aplastado a los disidentes
de Buenos Aires y derrotado a la oposición en las provincias. Había ganado.
Durante el transcurso de 1841. el terror permanecía en suspenso en Bue
nos Aires. Pero Rosas continuaba interviniendo en los procesos judiciales y
dispensando justicia sumaria; los archivos policiales de los años 1840-42 con
tenían muchas m ás órdenes personales de Rosas que anteriormente, de las
del tipo de “que lo fusilen”, “que lo encarcelen”, a veces con aclaración de la
221
causa, a veces-sin ella.83Además, dos hechos fueron amenazadores para el fu
turo. El primero, un pretendido intento de asesinato de Rosas que,, aun siendo
cómico en sus detalles, fue seriamente explotado por el régimen. El 23 de
marzo de 1841 descubieron una máquina infernal —un aparato explosivo en
viado desde Montevideo a guisa de obsequio— dirigido a Rosas pero abierto
por Manuela, Según las descripciones-oficíales, consistía en una gran caja lle
na de pistolas cargadas y dispuestas en forma tal que se dispararan al abrir
la; de ser ciertos estos informes, el arfcflugio habría matado a sus fabricantes
mucho antes de llegar a Rosas. Se afirmó que los conspiradores eran Rivera y
otros unitarios, Mientras los escépticos observadores declaraban (JU6 u6-
masíado estúpido para ser tomado en serio, el régimen denunció el intento
como.un acto peligroso y criminal. Dio pie para una sesión extraordinaria de
la Sala de .Representantes, en la que fue condenado el “horrible hecho”, y
para que se realizaran ceremonias públicas enlas que celebraron la afortuna
da salvación de Rosas.84
E l segundo suceso fue el anuncio por parte de los unitarios de una política
-de línea dura, tan intransigente como la de los federales. Siempre había exis
tido un elemento terrorista en el bando unitario, y también ellos habían contri
buido desde 1810 ai aumento de la violencia organizada, culminando con el de
rrocamiento y fusilamiento del gobernador Borrego en diciembre de 1828 y un
año de mutuas represalias. Éste fue el verdadero comienzo del terrorismo,
que creció a medida que cada lado practicó sus calculadas venganzas. En las
campañas de 1840-41, los unitarios ejecutaron a los prisioneros federales. En
Entre Ríos, Lavalle proclam ó: “E s preciso degollarlos a:todos. Purguemos a
la sociedad de estos monstruos. Muerte, muerte sin piedad.” Estos sentimien
tos no estaban reducidos a los soldados. Desde Chile, Sarmiento escribió: “Es
preciso emplear el terror para triunfar en la guerra. Debe darse muerte a to
dos los prisioneros y a todos los enemigos... Todos los medios de obrar son bue
nos. ” El mensaje de la comisión argentina en Chile al jefe de la Liga del Norte
era igualmente intransigente:
“Seria conveniente que todos los m alvados que empuñan las arm as en favor de Rosas tu-
.viesen la evidencia de que han de m orir, si caen en manos de sus enem igos... P a r a que es
tos hom bres se decidan en ei acto contra Rosas y ayuden a V.E. en la em presa que dirige,
es preciso que sepan evidentem ente que perderán la fortuna y 3a vida, si continúan sien
do io que han sido hasta ahora... todos los m edios de obrar soil buenos... La m ás grande
v erd ad en política, es la de que los m edios quedan siempre legitimados por los fines.”85
222
al otro. Los unitarios llamaban bárbaros a los federales; los federales llama
ban salvajes a los unitarios. La escena estaba dispuesta para una nueva ola de
terror.
A medida que progresaba 1342, otro tanto ocurría- con el terrorismo. Con
tropas enemigas en Entre Ríos, al mando de Rivera y Paz; y supuestas conspi
raciones contra la vida de Rosas en la capital, las ejecuciones empezaron a
aumentar, tanto en la ciudad como en Santos Lugares, durante el transcurso-
de febrero.87 Una cantidad de prisioneros de guerra y de civiles fueron ejecu
tados, y la depresión se instaló una vez más en Buenos Aires. Sin embargo, la
posición de Rosas, aunque amenazada, no era desesperada y de nuevo el re
surgimiento del terror no obedecía a causas evidentes. La amenaza in
mediata venia del Uruguay y sus aliados unitarios de Santa F e y Entre Ríos;
esta vez no se trataba de un poderoso respaldo europeo, aunque la hostilidad
diplomática de Gran Bretaña y Francia era inocultable.88 Pero las fuerzas fe
derales convergieron en Santa Fe. y entre el 12 y el 18 de' abril, derrotaron a los
unitarios, mientras que Entre Ríos se alzaba contra Paz el 4 de abril y lo obli
gaba a retirarse. De modo que la coalición de Rivera. Paz y Ferré estaba ya des
trozada cuando el terror alcanzó el pico entre el l l y el 19 de abril. Por-otra
parte, el cuadro de situación no era tan obvio para R osas: los unitarios habían
sido vencidos pero no estaban totalmente destrozados, y él era consciente de
la hostilidad aoglo-francesa y la posible intervención-en el futuro. Por lo tan
to, resolvió lanzar el terror con prioridad; para purgar el cuerpo político y re
forzar por adelantado la seguridad. Ésta es una posible explicación del terror
de abrá de 1842. Otra, fue expuesta por el general Díaz: '
“En las ejecuciones de Abril áe 1842, nadie veia objeto ni motivo, h asta que, el m ism o Ro
sas preguntó una noche a una de las personas a quien prestaba alguna consideración sí
había leído un decreto del Gobierno de Corrientes en el que se decía, que por cada unita
rio a quien se ie quitase la vida en Buenos Aires, se fusilarían diez délos prisioneros fede
rales. ‘Ya ve Vd. lo que son estos salvajes unitarios: m atan y luego tienen m iedo de m o
rir; ahora verán lo que m e im portan sus am enazas: que hagan decretos, que yo les iré
contestando como m erecen.”89
223
xilio de la esposa del muerto fue acusada por alguien de ser unitaria.90 En la
mañana del 5 de abril se dijo que había en el mercado un carnicero que había
puesto en exposición, entre el resto de la carne, una cabeza humana adornada
con un moño celeste; las sirvientas que gritaban horrorizadas recibían golpes
o eran arrestadas. En la noche del 5 de abril se realizó un baile publico y mien
tras algunos bailaban a otros los degollaban a sólo pocos metros de distancia.
Hacia mediados de abril los asesinatos se hicieron aún más descarados. Los
■ degolladores mataron a un catalán en el muelle, en presencia de varias perso
nas y a la s diez y media de la mañana. El 13 de abril, para festejar el séptimo
aui.versarlo del acceso de Rosas al poder, el jefe de policía ofreció un baile;
esa noche se cometieron varios asesinatos políticos, y sus autores fueron te
rroristas que abandonaban el baile para cometerlos y luego regresaban a la
fiesta. El 14 de abril, un degollador de la jmazorca asesinó en la calle al doctor
José Macedo Ferreira, un abogado; lo mismo ocurrió con un señor Iranzuaga.
Ese mismo día. alrededor de las doce, cuatro hombres entraron en la casa de
un conocido abogado, el doctor Zorrilla, situada en la Plaza de la Victoria, en
el centro de la ciudad, con el pretexto de efectuarle una consulta, lo degollaron
y abandonaron el lugar sin ser mol estados. Un comerciante español dé apelli
do Martínez, cuyas actividades durante el bloqueo habían llamado la atención
de las autoridades y que —según se decía— tenía vinculaciones de negocios
con el general Lucio Mansiíla’y su sobrino, invitó a éstos a cenar a su casa,
Posteriormente salieron caminando para dirigirse a la casa del general a to
mar ca fé; los terroristas salieron a su encuentro, dejaronpasar a los Mansilla
pero tomaron a Martínez y lo degollaron; al descubrir que tenía medías azu
les, metieron su cuerpo en un barril que se encontraba en la calle y que conte
nía brea-caliente.
En la tercera sem ana de abril la ciudad estaba petrificada; las calles que-
' daban completamente vacías después de las seis de la tarde y los aterroriza
dos habitantes se mantenían en sus casas, mientras que afuera reinaban las
escuadras de la muerte. Pero la matanza no era indiscriminada. Mandeville,
guien no podía explicar el terror en una época de relativa seguridad y que pa
recía, en ese momento, ser más complaciente al respecto que antes, informó
sobre una visita a 3a casa de gobierno:
Hace unas noches estuve en la casa del gobernador y hablé con uno de los m iem bros del
Comité Secreto del Club de.ía Mazhorca, llamado ahora “Sociedad P o p u lar” .Le pregunté si
ao sería m ejor que m e acom pañara un hombre, por lo menos, a 3a noche, ya que vivo en un
lugar ap artad o de la ciudad, y es muy difícil que no salga p e r la s noches. Me respondió
que no, “usted está tan seguro como doña Maiiueiita, ia h ija del gobernador.” Quizases,
así, le dije, cuando m e conocen, pero podrían com eter uná equivocación. “Nunca se equi-
voean'%fue su contestación, “nunca hay errores .”91
224
delincuencia. Era' una lección disuasiva y estremecedora, especialmente
para guien tuviese la más mínima relación con unitarios. Mandevüle pensaba
que esta vez la intención era sacar del país a los unitarios y confiscarles sus
propiedades. Pero además de los unitarios muchos federales estaban tam
bién en riesgo y, finalmente, otros sehacían sospechosos simplemente porque
eran apolíticos. Una enmudecida histeria poseía a Buenos Aires en abril de
1842, y existía el peligro de que el terror pudiera producir inestabilidad en vez
de seguridad. Los extranjeros estaban armándose; los cónsules europeos
amenazaban abandonar el país; Mandevüle y otros representantes protesta
ron.92 En esas circunstancias, el 19 de abril el gobierno ordenó terminar con
los asesinatos, y el jefe de policía recibió instrucciones de establecer patrullas
para capturar y encarcelar a los asesinos. Era destacable que algunas de esas
patrullas estaban formadas por hombres que previamente habían constitui
do las escuadras de la muerte.83
La existencia del terror era innegable; sólo la responsabilidad podía dis
cutirse. Los voceros oficiales afirmaban que “no han muerto miles, ni cientos,
sino cuarenta y tantos”, víctimas de “un pueblo indignado”. Rosas declaraba
no tener idea de la magnitud de los excesos. Su orden al jefe de policía finali
zando con el terror hablaba de “el más profundo desagrado” por los recientes
asesinatos: aseguró que nadie estaba autorizado para ejercer semejante li
cencia, ni siquiera contra los unitarios; y reprendió a la policía por su inercia
y negligencia.94 Sin embargo, en 1842, al igual que en 1840, Pmsas tenía la res
ponsabilidad esencial por el terrorismo. La evidencia resultante de la conver
sación de Mandevüle con los terroristas en la casa de gobierno señala en for
ma inequívoca la aprobación oficial, Pero Rosas pensaba que, una vez activa
do el terror por él. debía permitirle que siguiera su curso. En cierto sentido,
debía ser indulgente con algunos excesos que iban m ás allá de lo que había au
torizado. En una reveladora entrevista con Mandevüle, Rosas explicó sus fa
cultades y algunas de sus características:
La terminación del terror de abril de 1842 no puso fin a las tendencias re
presivas del régimen. EnMontevideo, la prensa de la oposición informó que el
10 de mayo de 1842 se había ejecutado a trece personas en Santos Lugares, in
cluyendo a cuatro ancianos sacerdotes. En su réplica, la Gaceta Mercantil no
225
negó las ejecuciones, pero declaró simplemente que eran “por horribles cri- 3
menes.”95 Éstas, y otras, püeden ser consideradas como matanzas “nórma-a
les” . Después de 1842, el terror y la violencia extraordinaria dejaron de ser c a - J
racterísticas del régimen, aunque podía suceder todavía que se provocaran f
represalias fulminantes ante la más mínima falta política. Durante el blo- |
queo anglo-fr anees. el solo hecho de difundir noticias sóbrela acción enemiga |
y ios reveses federales era considerado como un delito. Francisco Aráoz, un f
empleado de correos, de Tucumán, fue arrestado por causas haladles y acu- |
sado de traidor a la causa federal por difundir falsas noticias en sus viajes en- í
tre Buenos Aires y Jujuy. El director general de correos informó el 8 de julio J
de 1846: uNo pudiendo determinarle a Aráoz que dase de noticias había derra- |
mado en su tránsito por las Postas u otros parajes, sino fijarme de las que ha- |
bía ido dando eran contrarias a la causa, ” Rosas firmó la condena de muerte i
el 13 de julio de 1846 y, dos días más tarde, Aráoz fue ejecutado, -7 Si bien el te- :|
rrorismo rara vez se usaba contra residentes extranjeros, podía ocurrir que |
se lo invocara como arma.de la diplomacia, para obligar a los extranjeros a
llegar a un acuerdo. El arribo de William Gore Ouseley como ministro británi- J
co en 1845 y su insistencia para una rapid a terminación de la guerra fueron se- |
guidos por una cantidad de asesinatos que algunos interpretaron como un |
mensaje de Rosas. La muerte de nueve personas, miembros de una familia de {
colonos escoceses que llevaban establecidos varios años en el país, y otros crí- I,
Bienes, junto con la aparición de carteles con las palabras “mueran los fran- |
ceses e ingleses”, fueron hechos que, en conjunto, podían considerarse I
como una advertencia a los británicos para que moderaran sus exigencias y ¡
■alcanzaran un acuerdo satisfactorio para la. Argentina.96 - |
Durante los años 1846 hasta 1850 la cantidad, de ejecuciones se redujo y el J
régimen pareció ablandarse. En 1846 se disolvió la mazorca y sus miembros í
se reintegraron a sus legítimos puestos, tal como lo registró el periodista Be- |
ruti: “El 1 de junio de 1846. Desde este (¿a ha quedado disuelta la sociedad po- j .
pular restauradora, alias, la mas-horca, que tantos males y lágrimas ha he- J
cho derramar; habiéndose mandado, que sus individuos pasen a los cuerpos f
de las milicias activa y pasiva adonde corresponden. Rosas ya no necesita- f
ba una agencia especial del terror: en lo interno. si bien no con respecto al ex- |
tranjero, había superado a sus enemigos. Sin embargo, el régimen estaba to- ¡
davía basado en la violencia, aunque su empleo era menos frecuente. Como i
observó Southern: J
Aquí la fuerza del gobierno es el terror, y como el gobernador se ocupa personalm ente de J
los m ás nimios detalles de la vida diaria, es e¡ vigilante jefe de su propia policía activa, l
jam ás olvida la m ás m ínim a circunstancia ni la perdona cuando ia considera una indica- 1
clon de hostilidad. V uestra Señoría com prenderá fácilm ente que vivimos como si fuera \
en una g ran prisión. M ediante las facultades extraordinarias que le otorgara la Sala de í
R epresentantes —y que, en caso contrario, él las habría tomado— el gobernador tiene i
poder exclusivo de vida y m uerte sin juicio previo, y cuando se elíje a una víctim a no se j
necesita ninguna cerem onia de juicio y no estoy seguro de qúe se le conceda aviso previo 1
o tiempo de preparación.1K) * |
226
Estas opiniones eran vertidas poco tiempo después de producirse-la más
espectacular demostración de poder de todo el régimen.
La historia comenzó como un melodrama y terminó en tragedia. Camila
O’Gorman, la hija de diecinueve años de un inmigrante francés, se relacionó
con un joven dei interior, Ladislao Gutiérrez, a quien persuadió su familia
para que se ordenara sacerdote. Lo asignaron a una parroquia en Buenos Ai
res y allí, en la estrecha vida social de la época, fue muy fácil que la pareja se
conociera y enamorara, pero muy difícil poder ocultarlo. Cuando se hizo evi
dente la falta de esperanzas de su situación, decidieron fugarse para buscar
una nueva vida lejos del alcance de la Iglesia y del Estado, tal vez en los Esta
dos Unidos donde, según ellos creían, “los sacerdotes pueden casarse1’. Huye
ron el 12 de diciembre de 1847 y llegaron hasta Corrientes, esperando poder vi
vir allí por un tiempo, como maestros, en una decente oscuridad. Mientras
tanto, la Iglesia estaba escandalizada, Rosas furioso, y los unitarios encanta
dos. Aunque las generaciones posteriores quedaron impresionadas por el ro
mántico atractivo de la fuga de los amantes a través de las llanuras hasta el
lejano norte, en Montevideo y en Chile la prensa de la oposición explotó el he
cho para reprochar al régimen por su falta de moral. P ara Rosas, era tanto un
desprestigio como una ¿ren ta a su autoridad. Pero el poder de Rosas tenía
largo alcance. Tan pronto como recibió información sobre su paradero, hizo
arrestar a la pareja y llevarla de regreso a Buenos Aires. Los encarcelaron en
Santos Lugares y. ante el asombro de todos, aun de los m ás duros funciona
rios, a pesar de la súplica de Camila por el hecho de estar embarazada, inme
diatamente fueron sentenciados a muerte. Los llevaron juntos frente a un pe
lotón de fusilamiento —Camila trágicamente vestida de blanco— y les dieron
muerte, el 18 de agosto de 1848.10i
“Ninguna persona m e aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Cam ila Q’Gorman;
ni persona alguna m e hablo en su favor. P or el contrario, todas las p rim e ras personas del
clero m e hablaron o escribieron sobre esa atrevida crim en y la urgente necesidad de un
ejem plar castigo p ara prev en ir otros escándalos sem ejantes o parecidos. Yo creía lo
mismo. Y siendo mi responsabilidad, ordené la ejecución.”'*®
Rosas estaba curiosamente orgulloso de su propio juicio. Sin embargo, el :
aecho constituyó una nueva causa para alejarse del régimen. Según South
ern, “el pánico se apoderó de la ciudad de Buenos Aires, y ios hombres ocu
paban su imaginación tratando de concebir cuál sería el próximo acto con el
que Rosas marcaría ese azaroso período.”104 Manuel Bilbao pensaba qué 1
“más le valiera a Rosas haber perdido una batalla que fusilar a Camila. Tal
fue el daño que le hizo a su prestigio y autoridad. ”105E l diario de Beruti reflejó ;
la inquietud provocada en Buenos Aires por la ejecución;
“Habiendo causado una so rp resa y sentimiento general á todos ios habitantes de esta cío- i
dad estas m uertes, por un cielito, que no creen m ereciera p erd er la vida, sino una recio- ¡
Sion por algún tiempo, p a r a que purgasen el escándalo qué habían dado, por solo una pa- \
sión de am or, que no ofendían a nadie sino a sí propios; siendo lo m ás sensible que esta- f
■ha em barazada de ocho m eses, se lo dijeron al gobernador; pero este señor , sin re p a ra r i
la inocente criatu ra que estab a en el vientre, sin esp era r a que ia m ad re pariese, la man- f
dó fu silar; caso nunca sucedido igual en Buenos Aires, de m anera, que por m atar a dos ■=;
m urieron tres. ”l* ¡
|
La gente quedó sobrecogida, no sólo por la pena que sentían por las vícti- j
mas sino también por el temor de que. justoen el momento en que parecían estar ■
ya al alcance de la mano la normalidad y la prosperidad. Buenos Aires esíab a :j
volviendo al terror de los tiempos más bárbaros. Se le recordó dramática- \
mente el poder ilimitado de Rosas y su propia indefensión. Esta noción pesa- ¡
ba más en las mentes de los hombres que las relativamente pocas ejecuciones \
realizadas después de 1848, en general, casos de delincuencia, aunque las de- f
serciones también provocaban rápidos castigos. A fines de 1850 fueron.ejeeu- f
tados veintidós desertores; en enero de 1851 ejecutaron en un día a dieciocho ¡
delincuentes, acusados de asesinato y otros crím enes, mientras destinaban ai ]
ejército o a trabajos públicos a muchos internados en las cárceles de la eiu- f
dad .101Entre las diversas ejecuciones de ios primeros m eses de 1851, sólo una |
se debió a una falta política. Rosas defendía su severidad ante el ministro bri- í
tánico empleando básicamente un argumento derivado de supuestas diferen- ¡j
cías socio-raciales entre europeos y argentinos: ]
, Su E xcelencia se m ostró luego contrario a la idea de gobernar en estos países según las 1
nociones europeas; y al an alizar el carácter de sus com patriotas, esa extraordinaria i
m ezcla —como é! la llamó— de caracteres españoles e indios, trató de convencerm e de \
que la única form a de lo g rar resultados era m ediante severos castigos, y, a veces, ni eso j
e ra suficiente; que las ejecuciones que él ordenaba ni siquiera tenían el propósito de cas- |
íigar al culpable, y en nrny poco grado llevaban la intención de disuadir a otros deün- }
cuentes, sino que, sim plem ente, cum plían la finalidad de im pedirles que infligieran hue-
vos daños a la sociedad. Dijo que a todos aquellos que él consideraba capaces de redim ir- |
se ios convertía en soldados. Su escolta estaba principalm ente com puesta por esa d a s e |
de h o m b res; dijo que, de su s soldados dedicados a la'atencion común y constante de su |
persona, p o r lo menos la m itad habían sido culpables de asesinato u homicidio sin prem e- I
dilación, aunque él hacia una profunda distinción entre los asesinatos causados por |
am or, celos o em briaguez, y aquellos crím enes prem editados en los que se había em plea- ¡
228 !
do la traición y la m alignidad. Que los asesinatos de esta ultim a ciase eran terriblem ente
frecuentes, y que un número considerable de las personas ejecutadas había cometido
h asta cinco crím enes de este tipo.1*5
T A B L A 13
El Terror, 1829-43: Cifras de la Oposición.108
Envenenados 4
Degollados 3765
Fusilados 1393
Asesinados 722
Total 5884
Muertos en combate 14920
Muertos en otras acciones y por deserción 1600
22404
Las cifras contienen una cantidad de defectos. Les falta una base de com
paración con regímenes anteriores y con la acción de la oposición. Están in
fluenciadas por prejuicios y probablemente exageradas. Más aún, y en parti
cular, no discriminan entre delincuentes y víctimas de persecución política,
entre castigos legales y asesinatos, entre Buenos Aires y las provincias. Rive
ra indarte atribuyó a Rosas responsabilidad personal por todos los actos de
violencia cometidos por los federales en toda la república, a menudo por gente
carente de autorización y más allá del control. Por otra parte, y como lo seña
laron algunos críticos, el terrorismo aplicado por Quirogay Oribe, quienes co
múnmente asesinaban a sus opositores, ejecutaban a los prisioneros y confis
caban propiedades, era parte integrante del sistem a federal.110 Y las modali
dades propias del régimen hacían difícil a los observadores la discriminación
entre sentencias legales, ejecuciones extra judiciales y simples asesinatos.
229
Las “Tablas de Sangre”' tuvieron cierta circulación en el exterior y constií
tuyeron la fuente de la mayor parte de las estimaciones sobre terrorismo pu-f
blieadas fuera de Buenos Aires. The Times de Londres publicó un artículo en|
el que citaba miles de victimas de supuestas matanzas. Para refutarlo, la S a i
ceta M ercantil declaraba que no habían sido más de quinientas las ejecucio-f
nes en catorce años, 1829-43, y que aproximadamente la mitad de éstas se ha-f
bian producido en las provincias por orden de sus propios gobernadores, Lasf
doscientas cincuenta ejecuciones restantes, en la provincia de Buenos Aíres, |
incluían a cien indios hostiles ejecutados por asesinatos, atrocidades y s a i
queos. Suponiendo que no debían contarse las de los indios, sólo quedaban!
ciento cincuenta casos de ejecuciones, y éstas comprendían a unitarios culpa-1
bles de conspiración y otros crímenes. La Gaceta Mercantil concluía que Hi- f
vera Indarie había inventado maliciosamente las cifras publicándolas luego |
como un hecho y confundiendo al mismo tiempo asesinatos y castigos legales. |
Es así como ha sido formada la cifra referida a personas muertas por degüello, medíante f
la acumulación de fábulas acompañadas de repugnantes circunstancias... Algunos ase- |
sinatos perpetrados en Buenos Aires en octubre de 1840 y abril de 1842 —que no exeedie- ¡
ron jos cuarenta— en circunstancias de gran confusión y conmoción, les proporcionaron jj
e! pretexto para ese falso y atroz calendario; y, sin embargo, el gobierno reprimió esos J
asesinatos con severas medidas y ejecuciones... Desde 1843 hasta el presente no se ha ;j
producido an la provincia de Buenos 'tires una sola ejecución por delitos políticos..,111 |
TABLA 14
El Terror. 1829-43; Cifras oficiales
Total 500
238
do, ejecutaron a cuatrocientos prisioneros, trescientos de ellos eran indios a
quienes alinearon y mataron con lanzas; al resto lo degollaron.114
Después de la caída de Rosas en 1852 las historias de terror empezaron a
circular con mayor libertad. ¿Podrían considerarse como el surgimiento es
pontáneo de la verdad?. ¿o recuerdos distorsionados por el tiempo y la pa
sión ? Es imposible decirlo. Beruti ha registrado:
“Rosas en octubre de 1840 hi20 degollar a m ás de 500 ciudadanos de los mas distinguidos,
xnilitai es, empleados y gente com ún; y en abril de 1842 se repitió el mismo desastre aga
rrándolos sus corifeos de la ínfim a plebe, en sus casas o en las calles, con engaños, y ios
llevaban a-ios buscó? de xas quintas fuera déla ciudad, los tendían en el suelo boca arriba,
y otros boca abalo y m aniatados coa grandes cuchillos los degollaban; pero estos malval
dos verdugos ban m uerto lo m ás desastrosam ente y algunos por el mismo R osas m anda
dos fusilar, p a ra que no publicasen sus m aldades. Rosas mandó em bargar las casas y sa
quearlas de una porción de ciudadanos que se creía ser unitarios, por chismes que le lle
vaban sus picaros corifeos; cuyas casas las alquilaban los jueces de paz.'”n5
TABLA 15
El Terror 1829-52; Juicio de Rosas116
Condenados por orden de Rosas a diversas penas-, incluyendo la
de muerte, por supuestos delitos, 1835-52 218
Condenados a diversas penas, incluyendo la de muerte, pero
mayormente al ejército, sin delito mencionado 1609
Condenados al ejército por diversas faltas, pero dejando
autoridad a los subordinados para pena de muerte 33
Ejecuciones en San Nicolás de los Arroyos, 1831, y en Arroyo
del Medio, 1839. 13
Persecuciones, exterminios y robos a ciudadanos calificados
como salvajes unitarios . 118
Fusilados en diversas prisiones, Plaza del Retiro, Palermo,
y Santos Lugares, 1830-52 363
Total 2354
Por lo tanto, las ejecuciones políticas sumaban una gran cantidad de víc
timas: más de doscientas cincuenta, menos de seis mil y, tal vez, en el orden
de las dos mil, para todo el período de 1829-52. Si bien el historiador no puede ;
medir el terror, sí está capacitado en cambio para extraer algunas conclusio
nes. Estos crímenes no fueron masivos. Los objetivos estaban perfectamente :
. elegidos y cuidadosamente identificados. No obstante, su impacto no debe ser j
medido solamente por la cantidad, sino por el sufrimiento que infligían a las ;
familias de las víctim as y por el miedo que provocaban en toda la población.
Puede suponerse que Rosas calculaba el monto de terror necesario para pro- ;
ducir resultados en círculos más amplios alrededor de la víctima. Si alguna :
vez gobernó un régimen basándose en el principio del miedo, fue éste, Rosas
actuaba según el convencimiento —a la manera de Hobbes— de que el miedo ■
es lo único que impulsa al hombre a cumplir las leyes. En términos políticos, ■
sus métodos daban resultado, El terror ayudó a mantener a Rosas en el poder. I
.y ai pueblo en orden durante unos veinte años; lo hizo junto con otros factores f
entre 1829-32 y entre 1835-38; como principal instrumento-de gobierno en 1839- J
42, y como amenaza latente desde 1843 hasta 1852. En este sentido, el terror !f
sirvió para su propósito'. ¿Pero quién era el principal terrorista? J
Rosas fue el responsable del terror: lo afirman los contemporáneos y es- J
■tán de acuerdo los historiadores. Como observó Mansilla: “que Rosas manda- i
ra degollar o que consintiera que se degollara, nos es indiferente;” si él omitía j
ejercer su poder para detener los asesinatos, aun por medio del miedo, seguía ’
siendo él el responsable.117 Paro su función era más positiva. Según sus ;
funcionarios, él daba las órdenes. Felipe Arana, ministro de Rosas y go- ;
bernador sustituto durante el terror de 1840-42, rechazaba toda responsabilí- ¡
dad por las decisiones de esa época: “Rosas desde Santos Lugares libraba sus ;
órdenes con absoluta presdndencia del declarante, sin duda, c por la Policía ;
para la ejecución de aquellos asesinatos, o por los mismos ejecutores”.118El i
jefe de policía, Bernardo Victoríca, también negó responsabilidad y ninguna 1
obligación-de investigar. La razón que invocó fue que él sabia “de todos esos
crímenes era sabedora la primera autoridad y fue confirmado en esa convic
ción, por cuanto el Gobierno no la hizo al declarante ninguna prevención”, .■
-hasta el decreto que detenía el terror, oportunidad en que fue acusado por falta |
de vigilancia. Sin duda, los testimonios de esta d a se eran sospechosos, ya que j
todos ellos estaban tratando de salvar sus propios pellejos durante el juicio de |
R osas. Difícilmente podría aplicarse esto a Cuitiño. sin embargo, dado que no j
se mostró arrepentido y se preparó para caer luchando. Cuitiño declaró a la [
corte “que la orden de degollar al Coronel D. Francisco Linch, a D. Isidro Olí- j
den, Messon. etc. la recibió Parra del mismo Gobernador Prnsas, verbalmen- f
te”, y Parra con posterioridad, informó directamente a Rosas en la casa de |
gobierno. Y Cuitiño, en su propia prisión, había matado a tiros y degollado a 5
algunos detenidos, por orden del gobierno.118 El testimonio probablemente' |
era cierto. i
De una u otra forma, Rosas obtuvo obediencia incondicional. Destruyó la |
232
anarquía, pero-creó un miedo pavoroso. Agotó a la oposición medíante una
fuerza irresistible. Después de dos memorables décadas, él aún estaba allí.,
irremovible y, aparentemente, impenetrable tanto a la amenaza interior
como a la intervención extranjera.
233
CAPÍTULO VII
La Penetrante Albión
234
i males muertos."1El mismo Woodbine Parish, que trabajó duro por los intere-
Ises británicos, describió a la Argentina como un “lugar desagradable y desa
tienta dor”, aunque su mentalidad investigadora y sus instintos eruditos supe-
fraron su repugnancia inicial.Éste era otro mundo, otra cultura. E l viaje des-
I de Inglaterra era largo y decisivo, en barco de vela o de vapor, y llevaba a una
i vida primitiva, solitaria y tediosa. Ir a la .Argentina exigía un espíritu de em-
j presa, aventura y hasta de excentricidad, y las motivaciones tal vez no eran
i enteramente comerciales. Una vez allí, los inmigrantes quedaban a merced
f de las autoridades locales. Lejos de participar en un plan del Imperio, los bri-
I tónicos en la Argentina eran objeto mayormente de indiferencia por parte de
{ su propio gobierno, o de una protección contumaz que les hada más daño que
¡ bien. En su momento, Rosas no los molestó, y fue precisamente en esos años
I que ellos se establecieron pacíficamente y echaron raíces.
| La importancia de los británicos no residía en su cantidad. En 1810, la co-
I lonia británica en Buenos Adres estaba formada por unas ciento veinticuatro
I personas. Desde los primeros tiempos del siglo diecinueve se asentaron-en los
í distritos rurales, como propietarios, vaqueros y peones. Unos pocos habían
! llegado en la época de las invasiones inglesas o aun antes, pero no fue hasta
{ 1824 y 1825 que arribaron en cantidad. Con el estímulo'de Rivadavia, se orgá-
í rizaron en Gran Bretaña diversos planes de inmigración y colonización, tales
| como el de la Asociación Beaumont y el de afincamiento fmancíado por John
; Parish Robertson. Sí bien no tuvieron éxito en sus propósitos comerciales,
dieron por resultado la introducción de importantes cantidades de colonos
británicos que se quedaron luego con una u otra ocupación. Hacia 1324. según
Woodbine Parish, había cerca de tres mil. De los mil trescientos cincuenta y
cinco súbditos británicos registrados en el consulado en enero de 1825. ciento
cuarenta y seis eran comerciantes;’sesenta y siete, empleados; noventa y
tres, tenderos; veinte granjeros, yun gran número de obreros y artesanos. En
los pocos años siguientes, los británicos aumentaron su número en varios
cientos. Una gran proporción de ellos eran escoceses y se desempeñaban
como tenderos y trabajadores de toda clase, que originalmente pertenecieron
a las asociaciones agrícolas y de minería. En 1831 había unos quince o veinte
mil extranjeros en Buenos Aires y su provincia, en una población total de cien
to-cuarenta mil aproximadamente. Una tercera parte de los extranjeros eran
británicos, otra tercera, franceses; de los británicos, cuatro mil sesenta y cin
co estaban registrados en el consulado, y se apreciaba que habría por lo me
nos mil sin registrar.2 Para 1850, los franceses habían crecido a veinte mil en
Buenos Aires y suburbios, la mayor parte de ellos eran mecánicos y artesa
nos, en la ciudad y alrededor de ella; había además muchos italianos que tra
bajaban en transporte fluvial. En 1865, los británicos en la Argentina suma
ban treinta y dos mil, de los cuales veintiocho mil eran irlandeses, la mayoría
de ellos ocupados en la crianza de ovejas. En sus escritos de 1840, William
MacCann pensaba que los ingleses y escoceses no habían aumentado en canti
dades significativas desde la década de 1820. Los irlandeses, en cambio, ha-
235
bían llegado en mayor número desde entonces, algunos vía Estados Unidos,
. otros directamente desde su tierra natal, aproximadamente unos tres m il en
total, y la mayor parte de ellos solteros. .
Lo que faltaba en cantidad a los ingleses lo suplían en capital y recursos
comerciales, y en las calidades que podían esperarse de los pioneros. “Los
súbditos británicos son preferidos", escribió MacCann. "no solamente por las
autoridades sino también por la gran masa de la población nativa; y los irlan
deses, por muchas razones, son particularmente aceptables.” Los hombres
de negocios británicos llegaron a formar parte influyente de la ciase empre
sarial, “sus honorables principios e inteligentes opiniones eran incentivos
para quienes apreciaban el valor de una personalidad de alto nivel para el co
mercio. y una saludable contención para sus competidores”, como observó
MacCann.3
Los comerciantes británicos iban a la Argentina para hacer fortuna, más
que para encontrar nuevas salidas a excedentes de riqueza, y tenían tenden
cia a mantener trabajando insuficientes capitales. Sus fondos iniciales eran
normalmente británicos y la mayoría de ellos empezaban como comerciantes
generales, haciendo uso del crédito provisto por firmas mercantiles de Lon
dres, Liverpool y Manchester. Vendían artículos baratos pero de buena cali
dad, con largos, créditos y bajos intereses, a precios inferiores que los fabri
cantes nacionales y compitiendo fuertemente con los rivales extranjeros. Si
bien obtenían beneficios, parecerían haber remitido muy pocos capitales a '
Gran Bretaña, y el drenaje de capital argentino en esta etapa no fue de mayor
importancia.- En realidad, los comerciantes británicos usaban a menudo
sus beneficios para proporcionar créditos e invertir capitales en la Argentina.
Se instalaron en la economía local, comprando y preparando productos loca
les para exportación y, en algunos casos, comprando tierras y desarrollando
estancias. Colaboraron también con el Estado. Los contratos con el gobierno
para importar partidas de ropas para el ejército, suministros militares y
■; I .
otros artículos, sumaban una significativa parte de sus negocios. Simón Pe
reira, sobrino de Rosas y hombre que llegó a acumular una cuantiosa fortuna
r como contratista del gobierno, colocó algunas de sus órdenes más importan
tes en firmas exportadoras-importadoras británicas en los-años 1841-42, y
•: - cuando él quebró en 1844, fueron ellas las que se hicieron cargo de sus asuntos.
Otros inmigrantes británicos se dedicaron al campo, ya fuera como pro
pietarios, dueños de estancias de tres a veinte leguas cuadradas1con su co
rrespondiente población pecuaria, o como arrendatarios, que alquilaban las
tierras pero eran dueños de los animales. Este último grupo estaba formado
principalmente por escoceses e irlandeses, que habían llegado a la Argentina i
como vaqueros, pastores, peones y artesanos y , mediante su duro trabajo, ad- ’
quirieron propiedades, prestigio y un lugar en la sociedad rural, Los estáñele- i
ros y agricultores británicos disfrutaban de una cantidad de ventajas con res- ¡
necio asus vecinos argentinos, ya que eran inmunes a los préstamos forzosos, \
al servicio m ilitar y otras exigencias dei Estado resista, |
236
I
j E l lado opuesto de la empresa británica era su evidente frialdad hacia la
I gente local. ¿Hasta qué punto llegaron los británicos a integrarse en la socie-
|. dad argentina ? ¿Cuándo se identificar on con el país, tomaron esposa entre las
| familias locales y se convirtieron en anglo-argentinos o simplemente argenti-
| nos? Es difícil decirlo. En los primeros días era excepcional encontrar un in-
! giés que se casara-can una argentina. Tenían mucha dificultad para aprender
| el español, especialmente las mujeres, y eran muy lentos para adaptarse a la
I vida criolla. Algunos sencillamente se mantenían firmes en el apego a sus
I propias costumbres. Otros eran arrogantes con los argentinos: “Miran desde
| arriba a los nativos con afectado aire de superioridad, y parecen esperar que
I estos, con adecuada humildad, levanten la vista hacia ellos.”5 Otros grupos.
I integrados por pobres inmigrantes escoceses , ingleses, galeses e irlandeses.
I conscientes de sus orígenes y del contraste con la situación que tenían en esos
I momentos, sufrían demasiadas inhibiciones para entrar a la sociedad local,
I como lo presumía Hudson: “Estos otros, a pesar de sus prosperidad (algunos
| poseían grandes estancias), procedían en su mayor parte de las clases obrera
¡ y media de su país, y sólo se:interesaban en sus propios asuntos. ”6Éstos eran,
| naturalmente, los recién llegados; mucho dependería de sus hijos y de las fu-
| turas generaciones de anglo-argentinos. Pero aun la primera generación, a
I pesar del fuerte ambiente local, mantuvo sus distintivas instituciones y eos-
í lumbres británicas, y se preocupaban por conservar su identidad.
Aunque vivían muy separados entre sí, los británicos se reunían en cier
tas ocasiones, para practicar su culto o en recepciones sociales. Desde la dé
cada de 1820 desarrollaron sus propias organizaciones einstituciones. En m e
nos de veinte años tenían ya una cantidad de iglesias, En los tiempos de Wood
bine Parish, el-gobiemo obsequió a la comunidad británica una superficie de
terreno ubicada en la mejor parte déla ciudad, para que se estableciera una
iglesia anglicana. “Por este hecho, los residentes británicos quedaban en deu
da con el general Rosas y su ilustrado ministro y consejero en esa oportuni
dad. el difunto don Manuel García. ”7La iglesia fue completada mediante sus
cripciones de los residentes británicos y una donación del gobierno británico;
llevó once m eses construirla y se inauguró el 6 de marzo de 1831.® También el
gobierno británico se hizo cargo de parte del sueldo del clérigo. Los escoceses
construyeron una iglesia presbiteriana, y para los metodistas se hizo una ca
pilla anglo-am erícana. Lós católicos romanos usaban una délas iglesias loca
les pero tenían su propio capellán, un sacerdote irlandés, que actuaba tam
bién como funcionario de asistencia social y agente de empleo. William Mac-
Cann lo conoció en una estancia:
En la casa de Mr. Handy conocí al Reverendo Mr. Fahy, un sacerdote irlandés católico
romano, que se encontraba en una de sus visitas pastorales, y en cuya compañía pasa
mos una agradable velada. Mr. Fahy es indispensable aquí para sus compatriotas: no
sólo cumple afectuosamente con sus deberes ministeriales sino que proporciona a su re
baño todo el beneficio de su experiencia y consejo en asuntos temporales,®
237
. Los británicos tenían otra cantidad de instituciones en Buenos Aires, que
incluían un cementerio protestante, de dieciséis mil metros cuadrados en la
esquina de las calles Victoria y Pasco: la B ritish Fríendly Society, un dispen
sario que facilitaba servicios médicos y hospitalarios; las B ritish Commer
cial Room s; dos bibliotecas; y} en los primeros años de la década de 1850, un
club británico, con “salones de lectura, comedores y los habituales etcéteras
de un club, en un estilo algo más sencillo que los que se encuentran próximos a
S t James, pero de todos modos muy confortables y con buenos hogares...”10
Había también escuelas británicas, que florecieron hasta 1844. en que los de
cretos del gobierno empezaron a acosarlas con pruebas políticas y religiosas:
Probablemente uno de los más graves perjuicios infligidos por Rosas a los extranjeros
fue la emisión de un decreto según el cual sus escuelas quedaban sujetas a ios reglamen
tos de la policía. Mediante este acto tiránico, igualmente injusto e impolítico, anuló la efi
ciencia de instituciones que durante muchos años habían ocupado la ansiosa atención de
los comerciantes británicos en Buenos Aires, y a las cuales habían dedicado muchos cui
dados y una elevada suma de dinero; instituciones que —de haberles permitido prospe
rar— habrían beneficiado a las nuevas generaciones de todos los países en Buenos Ai
res,1*
238
vía de aguas poco profundas pero rápidas, mejoró considerablemente en esos
años. Alrededor de 1820 el río estaba todavía sembrado de mástiles de naufra
gios. muchos de ellos británicos, víctimas del peligroso pasaje. Antes de dos
décadas las condiciones habían mejorado. Se levantaron faros, las partes áe
mayor riesgo se marcaron con boyas, y se dispuso de pilotos competentes que
salían a la boca del río para conducir las naves en sus entradas a Montevideo o
Buenos Aires. Además, se publicaron —en Londres algunas de las m e jo r e s-
cartas perfeccionadas v directivas de navegación. No obstante, el puerto en sí
mismo todavía estaba sin desarrollar, y se desconocíanlos diques, dársenas y
muelles. Los pasajeros y la carga debían ser desembarcados en lanchas y
barcazas en los canales exteriores, a diez o quince kñómetros de la costa, y lue
go, cerca de tierra, eran transferidos a carros dé grandes ruedas tirados por
caballos. Á comienzos de 1847, Rosas comenzó a construir la muralla un mue
lle que, según su diseño, se extendería desde el fuerte hacia ei norte cubriendo
todo el largo de la ciudad; pero la verdadera modernización del puerto tuvo
que aguardar varias décadas.
El comercio exterior de Buenos Aires fue afectado por dos bloqueos nava
les durante el régimen de R osas: el de los franceses (1838-40), y el de los britá
nicos y franceses (1845-47), pero logró sostenerse sóbrela base de exportacio
nes pastorales e importaciones de bienes de consumo. La entrada a Buenos
Aires de barcos extranjeros mostró un crecimiento constante aunque nada es
pectacular, desde un promedio anual de ciento siete naves extranjeras en la
década de 1810, a doscientos ochenta y ocho en la de 1820; doscientos ochenta
en la de 1830; cuatrocientos cincuenta y dos en la de 1840 y seiscientos setenta
y cuatro en ía de 1850, aumento de cierta significación.14 La demanda de los
mercados británico, europeo y norteamericano obtuvo respuesta de Bue
nos Aires. En los primeros años que siguieron a la Independencia hubo un in
tervalo en materia de comercio, ya que cayeron las exportaciones de metales
preciosos y se elevaron las importaciones de bienes de consumo, Hasta que s'e
produjo el crecimiento en la producción de ganadería y derivados, el exceso
de importaciones por sobre las exportaciones debió ser cubierto con el envío
al exterior de metálico, con la consiguiente escasez de efectivo en el país y
emisiones cada vez mayores.de papel moneda. El medio de comercio interna
cional eran las cartas de crédito extendidas sobre la plaza de Londres, y io s
comerciantes británicos llegaron a dominar el mercado financiero de Buenos
Aires. El eslabón esencial era el intercambio de textiles de Gran Bretaña con
cueros de la Argentina, comercio que experimentó un moderado crecimiento
sólo interrumpido durante los años de bloqueo.
Desde 1822 hasta 183?, las exportaciones de Buenos Aires aumentaron de
setecientas mil libras esterlinas a un millón; desde 1837 hasta 1851 se duplica
ron en valor, alcanzando los dos millones de libras al año. Los cueros forma
ban el grueso de estas exportaciones, a medida que se incorporaban a la eco?-
nomía más y más tierras para la ganadería. La exportación de cueros creció
desde un promedio anual de quinientas setenta y cuatro mil cuatrocientas se-
239
senta piezas en la década de 1810, a dos millones trescientas tres mil novecien
tas diez en la.de 1840; y. hacia 1850, la Argentina estaba-proveyendo a Gran
Bretaña de más del veinte por ciento de sus importaciones de eneros. En 1837,
el último año de comercio normal antes del bloqueo francés, los cueros signifi
caban el sesenta y cuatro con dos décimas por ciento del valor total de las ex
portaciones desde Buenos Aires; en 1851, el último año del gobierno de R osas,
' alcalizaban el sesenta y cuatro con nueve décimos por ciento. Los productos
de la ganadería contribuían con el setenta y seis con un décimo por ciento de
las exportaciones dé Buenos .Aires en 1837, y setenta y ocho por ciento en 3.851.
Las exportaciones de lana hacia ios Estados Unidos y Gran Bretaña aumenta
ron de un promedio anual de dos mil trescientas nueve toneladas en la década
de 1830, a seis mil setecientas cincuenta y dos toneladas en la de 1840. Se ex
portaba carne salada a las economías de esclavos de Brasil y de Cuba, aumen
tando los montos de un promedio anual de mil ochenta y dos toneladas en la
década de 1810 a veintitrés mil doscientas tres en la de 1840.15 Mientras tanto,
las importaciones hacia Buenos Aires crecían de un total de un millón y medio
de libras esterlinas en 1825, a dos millones cien mil libras en 1850, y compren
dían fundamentalmente bienes manufacturados.
Los armadores británicos lideraron la carrera hacia el Rio de la Plata
después de la Independencia y, en la década de 1810, llevaban el sesenta por
ciento del comercio que entraba y salía de Buenos Aires. E ste liderazgo sufría
naturalmente los embates de la competencia de otras naciones mercantes, y
hacia mitad del siglo, el transporte marítimo británico hacia Buenos Aires
era el veinticinco por ciento del total. La mayor parte del comercio iba a Gran
Bretaña (veintidós con ocho décimos por ciento del tonelaje entre 1849-51) y a •
los Estados Unidos (veintiuno con se is décimos por ciento), pero un treinta y
tres por ciento iba hacia países no industriales, Cuba, Brasil, Italia y Espa
ña.16
Los británicos dominaron el comercio en el Río de la Plata durante las dos
primeras décadas después de la Independencia, y tenían a su favor la balanza
comercial, debiendo la Argentina equilibrar la diferencia enviando metálico
al exterior. La clave del éxito británico se apoyaba én productos apropiados a
precios competitivos, y eso les dio el control masivo del mercado, especial
mente en textiles de algodón. Woodbine Parish, desde el consulado británico,
observó esa situación:
Ahora se han convertido en artículos de prim era necesidad para las clases bajas de Amé
rica del Sur. E s todas partes, el gancho se viste con ellas. Si se toma su equipo completo 3'.
se examina todo lo que tiene... ¿qué hay allí--—excepto lo de cuero— que no-sea británico ? ■;
Si su m ujer tiene un vestido... diez a uno quees de Manchester. Ei asador donde prepara d
su comida, los platos comunes de donde come, su cuchillo, espuelas, freno, y el poncho ’
que io cubre... todo es importado de Inglaterra .17
240
mercado. Los artículos de algodón sumaban ia mitad de todas las exportacio
nes británicas ai Río de la P la ta ; elresto induía-manufacturas de lana, seda y
lino, quincallería y cuchillería, ferretería, loza y porcelana, vidrio y carbón*
No obstante, ni el mercado ni el comercio deben exagerarse. “Lentos ré
ditos, comunicaciones pobres, elevadas tarifas y comisiones,'5eran todos fac
tores que hacían dudar a un comerciante antes de invertir su capital en nego
cios con América Latina, como se ha observado acertadamente.18SI valor del
comercio británico con la Argentina no se elevé espectacularmente en la pri
mera mitad del siglo diecinueve. El promedio anual de exportaciones en el pe
ríodo 1822-25 se hallaba entre setecientas y ochocientas mil libras esterlinas.
En 1850, el valor de las exportaciones británicas a la Argentina solo estaba en
el orden de las novecientas mil libras. En el intermedio, el comercio sufrió di
versas vicisitudes, no todas causadas por la Argentina.
241
res ; las importaciones, dos millones ciento ochenta y un mil ochocientos cin
cuenta y dos dólares„24Quíenesquíera que fueren, los comerciantes extranje
ros se dedicaban casi exclusivamente al comercio al por mayor, en exporta
ciones e importaciones, al que sin duda dominaban. El comercio minorista en
el puerto y en la provincia, en cambio, era del dominio de los propios argenti
nos, como 3o era también la preparación de los productos locales para expor
tación.25 Se encontraba a los criollos en la navegación costera y fluvial, en el
comercio de transporte de cargas desde el interior, en el acopio de ganado y
productos pastorales de las estancias y su entrega a Buenos Aires, en la pro
piedad de los saladeros y depósitos.
Si bien la importación de artículos extranjeros era considerable y había
dería importación de mano de obra extranjera, era todavía mínima la entra
da de capitales del exterior y, en ese período, la exportación de beneficios no
tenía trascendencia. El régimen unitario de la década de 1820 había intentado
atraer inversiones extranjeras en minería y otros sectores de la economía,
pero los resultados fueron magros. En 1824, la Casa Baring dio al gobierno un
préstamo de un millón de libras sobre títulos argentinos; este dinero no fue in
vertido en crecimiento económico sino en la guerra con el Brasil. La pequenez
de los excedentes de exportación, la renuencia del gobierno para gravar los
ingresos o la propiedad, y los fuertes gastos en la guerra, se combinaron para
dejar al gobierno muy poco margen financiero. Rosas trató de equilibrar las
cifras mediante el ingreso de la aduana y reduciendo gastos no militares, y los
agentes extranjeros de crédito no estaban en alta priondadJÍEl hecho de que
Rosas no haya cambiado nunca su política financiera para satisfacer los re
clamos de los acreedores extranjeros se debe en parte a la falta de disposición'
del gobierno británico a aplíear presiones en beneficio>de los bondholders.'"’23
Las cargas anuales derivadas del crédito eran de sesenta y cinco mil li
bras. Los pagos estaban atrasados desde 1828; Buenos Aires no tenia ingresos
para la renovación y el gobierno británico no presionaba, dejando que los
bondholders se las arreglaran a través de la ageneia de los Baring.
En diciembre de 1831, Manuel Moreno, ministro argentino en Londres,
recibid a una representación de veinte bonoleros, como los llamaba Rosas,
que él dirigió a Buenos Aires, pero no había dinero sobrante.27 En 1842, para
mejorar las relaciones con Gran Bretaña, Rosas demostró voluntad para re-
.novar los servicios de la deuda, y Francis Falconnet. agente de los Baring,
viajó a Buenos Aires para efectuar las negociaciones. El resultado fue que
Buenos Aires se comprometió a pagar a Baring mil libras mensuales a partir
de mayo de 1844.28 Pero los pagos se suspendieron en 1845 y no volvieron a
efectuarse hasta 1849.
Los británicos iban a la Argentina como comerciantes y se quedaban
como terratenientes. Algunos ingleses consideraron una buena inversión po
ner sus beneficios comerciales en establecimientos ganaderos o de cría de
ovejas. Otros orientaron sus capitales a la tierra y el ganado cuando el comer
cio quedó interrumpido por los bloqueos o deprimido por la guerra.29Otros se
242
dedicaron directamente ala- agriculturacomo inmigrantes pobres-y se abrie
ron camino hacia arriba. '
TABLA 16 '
Promedio de exportaciones anuales desde Buenos Aires
1810-1855
(productos seleccionados)
1810s 1820s 1830S 1840s 1850s
TABLA 17
Importaciones argentinas en 1825 por país de origen
242'
TABLA 18' ■
Valor declarado-de las exportaciones británicas
al Río de la Plata, 1831-50
1831 £ 339.870 1841 £ 989,362
1832 660.152 1842 969.791
1833 515.362 1843 700.416
1834 831.564 1844 784.564
1835 658.525 1845 592.279
1836 697.334 1846 187.481 ■
1837 696.104 1847 490.504
1838 680.345 1848 605.953
1839 710.524 1849 1.399.575
1840 614.047 1850 909.280
244
No muy lejos, sobre las márgenes del Río Salado, había atro estableci
miento ovejero que pertenecía a un irlandés llegado poco antes al país, Mr.
Murray. Esta zona, en la vecindad de Chascomús, fue colonizada poruña can
tidad de inmigrantes británicos, especialmente irlandeses del condado áe
Westmeath, todos ellos empleados en establecimientos ovejeros y ia mayoría
dueños, únicos o en sociedad, de ios rebaños. MaeCann conoció algunos irlan
deses que se hallaban cavando una zanja en la región de Tandil y descubrió
que ese tipo de trabajo era el más beneficioso de todos: los hombres ganaban
diez o doce chelines por día, con abundancia de carne vacuna, lo que les daba
la posibilidad de ahorrar hasta cuarenta chelines por semana. “La razón por
la que reciben salarios tan enormes”, escribió MaeCann, “es que son pocos los
de su clase que llegan tan lejos hacia el sur. y los nativos nunca empuñarán
una pala; por lo tanto, estos individuos que trabajan tan duro, consiguen casi
todo lo que piden.” Un informe del ministro británico confirmaba esta afirma
ción:
El costo de la mano de obra de todo tipo es excesivo, y existe una particular demanda por
esa clase de trabajo que el irlandés es particularmente apto para desempeñar; como cer
car, cavar y otros trabajos agrícolas, cuidado de ganado vacuno y ovino, y el arreo de reba
ños de uno a otro distrito. Muchos propietarios me han informado sobre su decisión de reali
zar convenios para recibir cualquier cantidad de inmigrantes irlandeses y emplearlos en
forma permanente a partir del día de su llegada, a cuatro libras esteriinaspor mes, man
teniéndolos al mismo tiempo, además de contribuir a los gastos de viaje.35
De ser cierto este inf orme, Gervasio Rosas, hermano del gobernador, ha
bía declarado su disposición para recibir y dar empleo permanente a mil ca
bezas de familia.
Los irlandeses eran m uy apreciados como pastores de ovejas, en parte
porque trabajaban duro, y en parte porque estaban exceptuados del servicio
militar; y, como socios, los criollos los preferían porque traían la protección
emergente del tratado. La mayor parte de los irlandeses llegaban como inmi-
grantes pobres: probablemente los recibía en el puerto el padre Anthony
Fahy, quien los enviaba a trabajar como pastores para sus compatriotas ya
establecidos o para otros empleadores aprobados. Los salarios eran buenos,
la mano de obra escasa, un trabajador podía ahorrar y comprar sus propias
ovejas, y un rebaño podía duplicarse en un año. Desde el punto de vista del te
rrateniente, el problema no era sólo encontrar sino conservar a los buenos
pastores. Comenzando como trabajadores a salario, los inmigrantes con am
bición podían convertirse en aparceros, arrendatarios y, eventualmente, due
ños de la tierra, y solamente los haraganes o los borrachos iban quedando
como peones. Los pastores procuraban normalmente obtener un contrato de
aparcería , mediante el cual proporcionaban su trabajo y parte del capital ne
cesario, mientras que el dueño de las tierras poníalas tierras y el resto deí ca
pital ; al término del período, los pastores recibían una parte de la producción.
Una variante de este acuerdo consistía en que el pastor proveyera también
245
parte del rebaño, con lo que, en cierto sentido, se transformaba emsocio. Y de
esta manera los irlandeses se establecieron y crecieron en el mundo de las
pampas, y algunos de ellos se unieron a la oligarquía terrateniente de la Ar-.
gentina. .
Si bien se encontraban establecimientos ovejeros en el sur de la provin
cia. había aun más cerca de Buenos. Aires; muchas estancias se convertían
para la cria de ovejas después de ser adquiridas por británicos. Entre éstas se
bailaba un importante establecimiento de propiedad de Mr. M. Handy, a
quien llamaban también Mike el Irlandés y el “Duque de Leinster", un gracio
so y próspero personaje dueño de una hermosa casa, que tenía esposa e hijos,
y un tutor privado para sus niños. MacCann quedó impresionado:
246
enemigos délos valores e intereses délos criollos. Algunos observadores pien
san que el régimen alimentaba una aguda xenofobia y alentaba un irracional
resentimiento hacia los inmigrantes extranjeros, especialmente entre las
clases bajas y en él campo, creando y fomentando una hostilidad que poste
riormente sólo pudo ser contenida por la élite y el propio gobierno 1Existía la
suposición de que los extranjeros eran los aliados naturales de los unitarios,
cuy as'doctrinas política y económica tendían a favorecer relaciones más es
trechas en los países más adelantados, cuya inclinación intelectual era más
europea que criolla, y que preferían educar- a la juventud argentina de acuer
do con los modelos extranjeros,32Aun antes de los años de la intervención an
sí o-ír ancesa, cuando eran de esperar las respuestas críticas, los agentes fe
derales vivían inmersos en fuertes sentimientos nacionalistas y se incitaban
unos a otros hacia grados cada ver mayores de chauvinismo. Por ejemplo, el
12 de noviembre de 1843, en la Sala de Representantes, el doctor Lahitte pro
testó vigorosamente contra ios extranjeros-. “Decididos e interesados por
vernos siempre en guerra, siempre en campaña, siempre sobré las armas,
para ser ellos los exclusivos dueños del comercio, de la industria y de las ar
tes, han sembrado siempre la discordia. ” “ ¿Qué nos importa” , gritó Lorenzo
Torres, un leal rosista, “que no nos venga nada de Europa? Si no tenemos.si-
lias de madera en que sentamos, nos sentaremos en cabezas de vacas.” -
(Aplausos) .33En el debate del 20 de mayo de 1844, Torres denunció el “espíritu
del extranjerismo” del gobierno que había negociada el préstamo de Londres
de 1824, y se lanzó en una prolongada invectiva contra los ingleses, aliados e ■
instigadores de ios unitarios, agresores de las flotas, territorios y ciudadanos
argentinos, quebrantadores del bloqueo y auxiliares de enemigos sitiados.
“Ingleses son en fin lo que con mil vejaciones mas, han. producido un odio pro
fundo que se extiende a sus nacionales aqui, al nombre Inglés, y hasta al de ex
tranjeros también. ”34 Otros señalaban que ios extranjeros gozaban de privile
gios y excepciones en lo referente a obligaciones nacionales, lo queíes otorga
ba ventajas sobre-los argentinos y por las cuales no demostraban la menor
gratitud. Hasta existían prejuicios contra el ganado “unitario”, es,decir, et
ganado bovino y ovino importado desde el extranjero para mejoramiento de
razas para, según se decía, las estancias unitarias. Se sospechó que ellos ha
bían difundido la sarna durante-la epidemia de 1845, y pronto se escuchó el gri
to; “mueran los. extranjeros sarnosos”.35 El sentimiento antibrítánico fue
epitomado por el doctor Manuel Irigoyen, diputado y alto funcionario del Mi
nisterio de Relaciones Exteriores:
“Se observa que estas potencias [europeas] lejos dém irar el sistema colonial como con
cluido, tienen un grande empeño por sostenerlo, haciéndose de territorios no solamente
en Asia y Africa sino también muy particularmente en América. La Inglaterra no con
tenta con las Malvinas, ha intentado comprar las Californias, y pretende las costas de
Mosquitos, en Guatemala, haciendo valer el testamento de un indio salvaje en favor de la
Reina Victoria, y quiere apoderarse del Rio Orinoco de Venezuela. ”ss
247
El más conservador y rudo de los nacionalistas, sin embargo, era Tomás
de Anehorena, quien consideraba a todos los extranjeros herejes, liberales y
ladrones. A su vez. los británicos detestaban a Anehorena, “cuyo carácter fa
nático, intolerante y peligroso no tiene igual en toda la provincia de Buenos Ai
res3’, comentó un enviado.®7 Anehorena estaba dispuesto a colaborar con los
principales comerciantes británicos, y tanto él como sus hermanos aceptáron
la hospitalidad británica en 2328-29 cuando, a través de la mediación de Wood
bine Parish, obtuvieron refugio a bordo de una nave inglesa durante la repre
sión de Lavaíle a los federales.®8 Pero su posterior gratitud sólo funcionaba &
regañadientes, y. en la comunidad de delincuentes internacionales, Tomás de
Anehorena colocaba a los británicos sólo un puesto detrás de los franceses.
Mientras que los franceses creían que el poder naval les tíabaderecho a hacer
io que quisiesen, sostenía, los-británicos apoyaron a Rosas durante el bloqueo
francés de 1833 tan sólo para satisfacer sus propios intereses. Básicamente,
los británicos respetaban la ley argentina y reconocían a la justicia argentina
con respecto a los ciudadanos extranjeros y residentes. Pero esto no significa
ba que debiera confiarse en los británicos:
“Ellos es verdad que gustarían, como todos los demás extranjeros, de que cediéramos a
las.pretensiones de los-franceses, porque entrando entonces, como deberían entrar a la
par de éstos, sería Ib mismo que entregarles todo el territorio de la República, y entre
garnos todos los argentinos a si¡ disposición para que cada uno de ellos, es decirde los es
tados extranjeros, hiciese de nosotros lo que quisiese y pudiese hacer.”3-
•248
“Cuando los argentinos tanto-debemos ai Gobierno de S.3Í.B; en ia jura de nuestra inde
pendencia, cuando V JE. tanto se interesa de corazón en ia libertad,-honor y gloría de ia
Confederación Argentina y cuando estoy tan intimamente reconocido a los finos, ami
gables, buenos oficios de VJ*¡. me permito poner o dejar en poder de V.S. los adjuntos do
cumentos originales; por ser el testimonio.flamante con que acredita la Nación Argenti-
■na haber sabido castigar inmediatamente de muerte a los malvados que se atrevieron a
querer insultar la paz de sus pactos en el Tratado con el gobierno de S.M.B. que tuvimos
el honor de firmar, tanto mayor cuando era, es y será siempre intensa nuestra encareci
da gratitud, a aquellos favores que nos dispensó S.M. y otros posteriores que realzan la fi
nura de su benevolencia hacia nosotros. ”
Rosas tiene una decidida predilección por el carácter inglés ; debemucho. sino iodo, alos
agentes ingleses; siempre ha sido estimado y apreciado por ios ingleses, entre quienes.
ha formado muchas amistades y apacibles relaciones.44
Los residentes británicos veías a Rosas como un protector que podía con
vertirse en perseguidor, y su actitud nacía el régimen era tácticamente con
formista: “El 30 de noviembre, día de San Andrés”, informaba la prensa ofi
cial. “se celebró por los escoceces,. en el Monte Grande, una brillante fiesta,
en la que se pronunciaron entusiastas discursos en celebridad del día y del
Restaurador de las Leyes, por quien se díó el brindis siguiente: ;A nuestra E s
trella de Esperanza y Ancla de Seguridad, el E s eme. donjuán Manuel deR o
sas'1.”45 En 1849, celoso por restaurar las buenas relaciones después de la In
tervención, Southern intercambió con las autoridades una obsequiosa corres
pondencia para establecer si los residentes británicos podían firmar las peti
ciones en masa que se estaban organizando —o imponiendo— urgiendo a Ro
sas para que no renunciara. Eventualmente. setenta y seis comerciantes bri
tánicos firmaron una petición propia:
249
para convencer a su gobierno de que se interesara en el Río de la Plata era
duro.
En general, cualesquiera fuesen las alternativas de la política del Fo
reign Office, los representantes británicos en Buenos Aires apoyaron a Rosas
y prefirieron su gobierno a otros. Woodbine Parish estableció la tendencia,
Observó con profundo rechazo el cruel conflicto entre unitarios y federales y
la anarquía latente en todo el-territorio y, en privado, se sentía desencantado.
Se opuso a Rivadavia y los unitarios por divísxomstas y consideró a Rosas un
poderoso pacificador, sin condonar la .viol encía rural que lo llevó al poder. Du
rante el sitio de 1823, cuando Lavalle intentó reclutar extranjeros. Parish in
vocó los derechos de los tratados británicos y mantuvo a sus compatriotas es
trictamente neutrales. De manera que comenzó bien con Rosas, y sus despa
chos reflejaban.su satisfacción con el nuevo régimen. Mientras rechazaba a
la oposición unitaria como “un grupo pendenciero e indigno de funcionarios
sin empleo y especuladores en quiebra”, continuaba informando favorabia-
.mente sobre el dictador, a quien consideraba moderado, fuerte y popular.47
Pero Parish dejó Buenos Aires a principios de 1832 y. en consecuencia, sólo
pudo observar en forma directa la primera administración de Rosas; fue des
pués de 1835 que Ja opinión británica local comenzó a alertarse por la otra faz
de Rosas, y a apreciar que no era solamente un hombre fuerte sino también un
terrorista. En un libro posterior sobre Buenos Aires, publicado por primera vez
en 1838. Parish no tuvo mucho que decir referente a Rosas y no emitió juicio,
aunque su actitud general seguía siendo de aprobación. Como explicó al capitán
William Bowles, veía a Rosas como representante de un grupo social que.te-
ma intereses creados para preservar la paz y la estabilidad, y como la única
defensa contra una guerra montonera:
250
que iba a entrar en una república, pero pronto descubrió que estaba acreditado
ante “el déspota más grande del nuevo mundo... y quizás del viejo.- E s un
hombre gordo y pulcro, cuya apariencia es más la de un regidor que la de un
gaucho, de labios apretados y un gesto que debe de ser muy desagradable
para quien tenga que enfrentarlo después de haber cometido una falta.”49
Pero ni el aspecto ni la política de Rosas perturbaron a Mandeville, quien cul
tivó su relación con el dictador hasta llegar a la amistad y gozar de su influen
cia. En 1839. después de la abortada rebelión del sur, muchas fam ilias apela
ron al ministro británico en busca de ayuda:
Yo tenía, debo confesarle, una opinión completamente equivocada de este hombre. Pen
saba que, con todas sus faltas y enemigos, éra en cierta forma un buen gobernante para
nosotros; que tenía alguna nobleza de carácter, y que había en él una especie de bastarda
caballerosidad y una suerte de patriotismo medió salvaje. Si puedo tomarme la libertad
de decirlo, ¿creo que Vuestra Señoría se inclinaba a esta impresión de su carácter? Si es
así, no pudo haber error más grande, como podré demostrarlo de ahora en adelante. El
más absoluto ególatra.,, la cobardía personal más miserable, con una crueldad inhuma
na cuando puede ejercerla rnipunemente, y, por último, una perfecta indiferencia can
respecto a los intereses de sus compatriotas.51
251
A la agresión siguió la reconciliación, y Henry Southern, conveniente
mente aleccionado por Mandeville antes de abandonar Londres, restableció
las relaciones con Rosas en un terreno más am istoso;
Se dice mucho sobre la ambición de Rosas: fue llamado al gobierno principalmente por
la posesión de cualidades que se necesitaban para salvar a su'país déla anarquía, ¿ sta es
una gente muy difícil de gobernar. Rosas ha tenido que vérselas con la revolución y cons
piración permanente; tal ve 2 nadie pudo establecer nunca el orden y la seguridad absolu
ta que existe aquí... con menos derramamiento efectivo de sangre, menos violencia ver
dadera. aunque por cierto no con menos terror, cerque ese es ei poder que Rosas esgri
me.” * "
252
queño establecimiento y un diminuto destacamento naval. La Argentina pro
testó manifestando que eso era una violación de sus derechos territoriales,
pero en la práctica Rosas veía a las islas como un asunto menor y estaba dis
puesto a utilizarlas como un elemento en su favor para necesidades de nego-
. elación. Bn diciembre de 1838, Manuel Moreno regresó a Londres como minis
tro argentino. Llevaba entre otras instrucciones la orden de explorar la posi
bilidad de ceder los derechos argentinos sobre las Malvinas a cambio de la
cancelación de la deuda remanente del préstamo de 1824.55 A partir de 1841
Moreno persiguió la idea más activamente.55 Pero fracasó frente a ía dura
realidad del caso, y tuvo que informar: “Mientras este gobierno niegue la so
beranía délas islas en la República, como lo ha hecho hasta ahora, no hay me
dio de inducirlo a indemnizaciones por la cesión de aquel dominio.1,57 En todo
caso, quedaba todavía el problema de calcular la suma-precisa de que se tra
taba. Lord Aberdeen no perdió tiempo: rechazó de plano la idea. Y la razón
era sim ple: ¿por qué habría de comprar Gran Bretaña lo que ya poseía? Más
aún, desde el punto de vista británico, la deuda no cobrada era privada y no
del gobierno. Y allí quedó el asunto. En cuanto a Rosas, se ha observado acer
tadamente que “la preocupación de sus principales partidarios eran las vacas
y las ovejas, no las focas y las ballenas.”58 Y le importaba más cultivar la
amistad de Gran Bretaña que desafiarla. El motivo era Francia.
La política de Francia en el Río de la'Plata reflejaba la convicción de que
suposición era inferior a sus intereses. La hostilidad hacia Rosas se alimenta
ba de diversas fuentes.59 El fracaso para obtener un tratado equivalente al de
Gran Bretaña, la inseguridad resultante de los ciudadanos franceses en la Ar
gentina, y la obligación que tenían con respecto al servicio militar, consti
tuían elementos irritantes permanentes. Las relaciones se dañaron aún más a
causa de la política francesa de aliarse con los enemigos de Rosas en el Río de
la P lata y la negativa de Rosas para negociar. El conflicto culminó con el blo
queo de Buenos Aires por una flota francesa desde el 28 de marzo de 1838, la
ocupación de la Isla Martín García por marinos franceses el 11 de octubre, y la
triple alianza de Francia, Rivera y los emigrados argentinos.50En el lado bri
tánico, la opinión política y los comerciantes interesados censuraron la ac
ción francesa y presionaron al Foreign Office para que hiciera algo.
La política exterior de Palmerston respondía a un inteligente interés na
cional. Pensaba que el único objetivo de un Secretario Británico para el Exte
rior era el progreso de los intereses británicos y, en su persecución, Gran Bre
taña no tenía aliados eternos ni enemigos perpetuos. Sin embargo, parecía
considerar a Francia, si no como un enemigo perpetuo, por lo menos como ob
jeto permanente de sospecha, especialmente en Europa y Medio Oriente.
Tampoco aprobaba las ambiciones francesas en América del Sur, y su instin
to lo ñevó a apoyar a Rosas contra sus atormentadores. Pero no quería pertur
bar la alianza anglo-francesa por 3o que, en la política británica, era un asunto
secundario. Por lo tanto, optó por la mediación. Protestó a Francia y, en Bue
nos Aires, Mandeville urgió a Rosas para que negociara. En el mar, la arma-
da británica nada hizo para ayudar ai bloqueo francés, y el comercio británi- f.
eo pasaba a través de él con una mínima declinación de volumen,61 |
Mientras tanto. Rosas estaba conteniendo o derrotando a sus enemigos i
provinciales apoyados por los franceses y a los disidentes, rechazando la in -1
vasión de Lavalle. En los hechos, resistía exitosamente a los franceses, con e l ;)
resultado de que ellos no podían ganar sin cometer nuevos actos de fuerza-; los j
informes desde Europa indicaban que se estaban preparando. Fue entonces
cuando intervino Palmerston, en una particular aplicación de su política de \
estorbar a Francia en todo el mundo. Preparó un detallado informe sobre las I
relaciones de los franceses con los enemigos de Rosas y lo envió ai Ministro de i
-Relaciones Exteriores de Francia; era una evidencia perjudicial, en momen- i
tos en que Francia se hallaba también en difícil situación en Medio Oriente, j
De manera que Francia decidió no enviar refuerzos al Río de la Plata. La de- I
cisión ayudó a desmoralizar a la causa unitaria en el litoral, a facilitar las vic- ;{
torias de Rosas y a debilitar la posición de negociación francesa. Mandeville |
presionó a Rosas para que aceptara los términos mínimos de Francia, cosa -f
que hizo. Por la convención del 28 de octubre de 1840 quedó levantado el blo- .f
queo y evacuada la Isla Martín García. Rosas accedió a otorgar a Francia un if
tratamiento equivalente al de nación más favorecida; pero nada prometió |
con respecto a los aliados de Francia,62 4
Gran Bretaña ganó considerable crédito en la Argentina a raíz del bio-; |
queo francés. La mesurada respuesta de Palmerston a la situación significa ' J
ba que Rosas podía obtener beneficios de ia buena voluntad de Gran Bretaña. I
pero no darla por asegurada. Actuó con ei convencimiento de que si se notante- |
nía el tiempo suficiente y resistía en forma pasiva, 1a voz déla razón, íransmi- |
tida por la diplomacia británica, alcanzaría a París. Y así cultivó la amistad I
con ios británicos. firmó el tratado contra el tráfico de esclavos —que Mande- f
vílle había perseguido durante tanto tiempo—, revivió la costumbre depermi- f
tir que los ministros británicos vieran los borradores de documentos oficiales, |
y. declaró que el tratado de 1825 era la piedra angular de la política exterior ar- |
gentina. Su lenguaje sehizo positivamente respetuoso; ' ¡
Después de conversar durante un tiempo sobre el moqueo, sobre su injusticia, y cuán de- j
seoso estaba de hacer cualquier sacrificio honorable para que lo levantaran, concluyó di- j
deuda;. Queremos ser “AmigosdelosFrancesesperonoesclavos. Amigos de los France- |
sés y hijos de los Ingleses, parque los Ingleses eran nuestros padres en iá Guerra de ia Re- |
votación. Pero si tas Franceses no quieren ser nuestros amigos y tos Ingleses nuestros na- >
dres, queremos a los Ingleses por nuestros amos.->63í!kl ' f
Rosas sabía que no existía probabilidad alguna de que Gran Bretaña acor- f
dar a un protectorado ni de que sus propios partidarios lo aceptaran. Pero la ¡
retórica de la diplomacia traicionaba una inclinación que permitió a Gran |
254
Bretaña un claro lidéra2go en el Río de la Plata y la convirtió en principal be
neficiaría déla paz franco-argentina. Estas ventajas pronto fueron malgasta
das.
Buenos Aires no era todo el Río de Ia.Plaia. Había otro foco de política y co
mercio; Montevideo. Durante la década de 1830. Montevideo empezó a recu
perarse de sus largas guerras de independencia, a explotar nuevamente la ri
queza pastoral de su territorio interior, y a atraer en forma creciente el co
mercio y la navegación. Los negocios británicos llegaban ahora a ambas már
genes del Río de la Plata, y los dos intereses no siempre estaban en armonía.
Las políticas locales de confrontación arrastraron a quienes eran ajenos a
ellas, les gustara o no. En Uruguay. Rivera, que había depuesto de la presiden
cia ai aliado de Rosas, Oribe, y se había declarado en favor de Francia y de los
exiliados argentinos, necesitaba dinero para sobrevivir. Mediante la hipoteca
de los ingresos déla aduana de Montevideo, tomó un préstamo de un consorcio
extranjero que era en su mayor parte británico, ;‘un asunto gordo’' hecho por
“un pequeño grupo de personas” , como lo describieran luego en la Cámara de
los Lores.54De manera que los financistas británicos tenían así una participa
ción en el régimen de Rivera, y un interés natural en que aumentaran los in
gresos de la aduana de Montevideo, en que el comercio se derivara allí, y en
buscar el apoyo 'del gobierno británico. ¿Por qué se dejó comprometer Gran
Bretaña, apartándose de sus prácticas tradicionales y, en particular, la délos
últimos años?
Lord Aberdeen, secretario del Foreign Office en la administración de Peel,
se dispuso a reconstruir la entente con Francia, apoyado por la Reina Victoria
-y su consorte. Una alianza con Francia en el Río de la Plata no podía hacer
daño, ¿Pero seria de alguna utilidad? ¿Y sería algo más que una cooperación
artificial? Superficialmente-podían esgrimirse argumentos en favor de la
alianza anglo-francesa. Rosas estaba entonces tomando la ofensiva, dispues
to a restablecer a Oribe en el poder en Uruguay. Si Rivera resistía, el resulta
do seria una prolongada guerra. Si Rosas tenía éxito, no significaría necesa
riamente la paz. Al ganar un satélite podía destruir el equilibrio de poder en el
Río de la Plata y provocar así al Brasil. De cualquier manera el comercio bri
tánico habría de sufrir, en un momento en el que vitalmente necesitaba cre
cer. La crisis económica de Gran Bretaña, en 1836-3? había determinado un
aumento en las presiones de los intereses comerciales e industriales para lo
grar la acción del gobierno en la promoción de oportunidades y mercados. Si
multáneamente. el movimiento orientado hacia ellibre comercio ganaba im
pulso, y también esto originaba la necesidad de nuevos mercados. El interior
de la Argentina era considerado un mercado de vasto potencial, que se podía
alcanzar a través del gran sistema del Río de la Plata, toda una invitación de
la naturaleza a úna potencia marítima, Pero estas tentadoras vías de agua se
hallaban firmemente cerradas a la navegación extranjera, por el desorden
político y la política de Rosas. Desde Buenos Aíres, con el poder de una metró
polis y las ventajas de un monopolio, Rosas prohibía el enmercio extranjero
255
directo con ios puertos de ios ríos interiores, de Santa F e, Entre Ríos y Co
rrientes. además de Paraguay.
¿Qué importancia tenía la libre navegación? En épocas anteriores al barco
de vapor y al ferrocarril, la navegación fluvial hacia, el interior y el litoral no
era probablemente lo suficientemente rápida como para que resultara económi
ca, y podía ser discutible que la prohibición de Rosas dañara de manera efectiva,
al interior o al comercio extranjero. La opinión británica sobre el tema estaba
dividida. Woodbine Parish pensaba que la Argentina tenía derecho a restrin
gir la navegación de sus ríos interiores. Según éilo veía, el principal problema
no era la libertad sino la velocidad; navegar a vela los mil seiscientos kilóme
tros que había entre Montevideo y Corrientes podía tomar ciento doce días. La
tarea más urgente para Buenos Aires consistía en alentar el uso de barcos de
vapor, La navegación a vapor en el Paraná podía traer a Buenos Aires los pro
ductos de Paraguay y Corrientes con menores costos, estimulando asi la de
manda extranjera:
Poro la gente de esos países no debe seguir engañándose con el sueño del doctor Francia
eme puede responder ai proposite de ios comerciantes de' Europa de incurrir en los ries
gos innecesarios y los gastos de enriar sus propias naves, tan poco aptas para la navega
ción fluvial, tantos cientos de kilómetros en el interior del continente sudamericano, en
busca de una carga que está disponible en todo momento en ios puertos marítimos de sus
desembocaduras.65
256
ránáum sobre el Comercio Británico, preparado por el Foreign Office en di
ciembre de 1841. se desarrollaba con mayor profundidad el conocido tema de
la expansión de exportaciones.65Se decía que. en América-del Sur. existían los
mercados pero estaban en la práctica cerrados por el desorden político. La in
tervención no se justificaba normalmente, ni siquiera-para asegurar merca
dos vitales, pero a veces podía quedar justificada por razones predominan
tes ; una situación así se había alcanzado en esos,momentos en el Pao de ia P la
ta. Ezi años recientes habían mejorado en Montevideo las perspectivas co
merciales, pero se hallaban amenazadas por el conflicto con Rosas. Por lo
tanto, Gran Bretaña debía acudir en “socorro” del gobierno de Montevideo,
en respuesta a un tratado comercial. E l “socorro” se definía como “una pe
queña cantidad de fuerza” contra la agresión. E l M emorándum no era un do
cumento de política de alto nivel y no formaba parte de ningún tipo de instruc
ciones. Pero revelaba la tendencia del pensamiento oficial, y el curso de ac
ción que recomendaba resultó notablemente similar a los hechos que se pro
dujeron posteriormente. Revelaba también una confusión de pensamientos
en el Foreign Office, Imaginaban que se podía usar la fuerza sin desatar la
guerra, que los mercados de estados independientes se podían asegurar m e
diante 3a intervención, y que “una pequeña cantidad de fuerza” sería sufi
ciente. La política siguiente sufrió precisamente por causa de esas confu
siones.
Acertada o equivocadamente, se consideraba ahora a Uruguay como de
mejores perspectivas que Buenos Aires, más promisorio comercialmente y
más flexible desde el punto de vísta político. Aberdeen presionó a Mandeville
para que acercara más la política británica hacia la posición Uruguay a. Toda
vía intentaba mediar entre Rosas y Rivera, aunque un anterior ofrecimiento
de Palmerston, en julio de 1841, ya hábía sido rechazado. Aberdeen instruyó a
Mandeville en el sentido de que, si el gobierno de Buenos Aires aún rechazaba
la .mediación y continuaba la guerra, la defensa de los intereses británicos
“podría imponer al gobierno de Su Majestad el deber de apelar a otras medi
das, a fin de suprimir los obstáculos que en estos momentos interrumpen la pa
chaca navegación de estas aguas.”70 Las instrucciones permitían diversas in
terpretaciones y Mandeville decidió utilizarlas como un virtual ultimátum.
Posteriormente le comunicaron que se había excedido en sus instrucciones al
amenazar con una. fuerza armada para poner fin a las hostilidades.71 Además,
fue criticado también por parcialidad en favor de Rosas. Los residentes britá
nicos en Montevideo hacía tiempo que, naturalmente, lo consideraban resis
ta, y uno de ellos lo denunció como “la voluntaria y cándida víctima de uno de
los hombres más inescrupulosos que hayan obtenido alguna vez ascendiente
sobre una mente crédula y débil.>m Pero Aberdeen también tenía sus sospe
chas y, después del terror de abril de 1842, con informes sobre Rosas que había
recibido, más críticos que los de Mandeville. despachó una severa reprimen
da al enviado por no protestar antes de lo que lo había hecho y por no recurrir
al HMS Pearl para proteger las vidas de los súbditos británicos. En una afíigi-
257
da respuesta, M andeville alegaba se r el único de los diplomáticos que había \
protestado, que su protesta puso fin a los crím enes, lo que no era enteram ente |
cierto, y que la presencia del HMS'Pearl sólo habría lograda aum entar el te- J
rror, lo que puede o no ser cierto.75 M ientras tanto, Rosas sospechaba que J
M andeville estaba pasando inform ación m ilitar a R ivera.74 |
De acuerdo con las instrucciones de Aberdeen. Mandeville viajó a Monte- J
video p ara negociar un tratado de comercio y am istad con el gobierno de Hi- f
vera. Antes de hacerlo, informó a Rosas que a ello habría de seguirlo la me- f
diación anglo-francesa y que una negativa a aceptarla “podia ser de fatales, |
consecuencias” p a ra Rosas y su gobierno. Rosas replicó que sí él hacía la paz f
con Rivera, su partido no lo apoyaría, y si a él lo apartaban del gobierno. ni un f
solo extranjero quedaría a salvo en Buenos A ires: |
Sé perfectamente bien que Gran Bretaña sola —mucho más Gran Bretaña y Francia |
combinadas— puede tomar Buenos Aires con sus buques y hombres. ¿Qué ocurriría en- j
tortees? Las partidas de guerrilleros rodearían Ja dudad y pronto se vería obligada aren- "i
dirse a nosotros de nuevo por hambre... Hay ciertas cosas, la paz con Rivera, por ejem- .1
pío, que, por más grande que fuera mi inclinación en favor de ella, por más deseoso que f
estoy siempre de acceder a los deseos del gobierno de Su Majestad, mi partido y la opi- d
rdón pública jamás me permitirían concretarla. Mi vida no estaría segura si lo intentara. ’:;f
No hay aquí una aristocracia que apoye al gobierno; son las masas y la opinión pública ¡í
las que gobiernan.75 ;¡
■4
■Hubo otra entrevista el 12 de agosto, cuando Mandeville regresó con un j
tratado que resultó im popular en Buenos Aires e irritante p a ra Rosas, quien |
comentó que este tratado significaba p a ra R ivera m ás que cualquier victoria ¡
m ilitar ■.“E n este m om ento hay una gran agitación entre la gente, en especial f
entre la del campo. Si algo m e sucediera, todos los extranjeros —los ingleses |
tanto como los otros— se encontrarán en inminente peligro, particularm ente |
los que viven en el cam po. ” En realidad, Mandeville estaba impresionado por j
el control que ejercía Rosas sobre las fuerzas de la violencia, en la ciudad y en j
el campo: |
Nunca había visto pruebas tan grandes del poder del general Rosas sobre esta gente como |
en estos últimos tiempos: desde la publicación délas dos ordenanzas para la represión de f
conductas indignas mediante palabras o actos, no se ha. oído una sola palabra en la cíu- 4
dad o en la provincia de Buenos Aires, que yo sepa, contra ningús extranjero.78 I
558
rr.a fracasaron. La mediación anglo-francesa fue rechazada. Rosas-continuó
¿oque Peal llamó-“hostilidades de locura"; impulsó su. ejército hacia adelante
y. hacía febrero de 1843, dominaba el litoral. Rivera estaba encerrado en Mon
tevideo y Oribe se hallaba en las afueras acampado en el Cerrito. La-flota de
Buenos Aires destruyó a la de Montevideo e impuso un bloqueo.
En la Cámara de los Comunes, Peer declaro que el gobierno británico es
taba decidido a no tomar parte sn las hostilidades ,n N o era ésta la impresión
de los observadores que estaban en el lugar. Los enviados británico y francés
dirigieron a Rosas una infructuosa nota aconsejándole oue firmara un armis
ticio y mantuviera sus fuerzas dentro de los límites de la Confederación Ar
gentina. Ai mismo tiempo, instruyeron a sus comandantes navales para que
estuvieran listos para proteger a los residentes extranjeros en Montevideo. Al
parecer. Mandevíüe también prometió a Rivera ayuda militar y naval anglo-
francesa, informándole que estaba sn camino una flota. Esta promesa, junto
con las acciones del comodoro J. B. Purvis, comandante navaí británico en el
Río de la Plata, ayudó a sostener a Rivera y la causa unitaria en Montevideo.
Purvis hizo su entrada e impidió que la flota de Buenos Aires bombardeara
Montevideo poniendo así en peligro a los británicos y otros residentes extran
jeros ; también posibilitó que llegara ayuda por barco y abastecimientos s los
sitiados defensores y que reclutaran legionarios extranjeros. Si bien no llegó a
quebrar el bloqueo de Montevideo por Buenos Aires. ciertam ente logró dismi
nuir su efectividad.
El sitio de Montevideo duró nueve años, desde el 16 de febrero de 1843
hasta el 8 de octubre de 1851 en que se estableció la paz entre los uruguayos ri
vales. El compromiso británico fue de menor duración, pero, en el comienzo,
resultó crucial por cuanto salvó la ciudad y prolongó la guerra. No fue una ac
titud de neutralidad en ei Río de la P la ta ; por lo contrario, el poder naval bri
tánico contuvo a las fuerzas navales de Buenos Aires y de esa manera propor
cionó a los asediados defensas más efectivas y mayores reservas que las que
hubieran tenido en caso contrario. Esto significó que, por tierra. Oribe no
pudo asestar un golpe decisivo y las fuerzas resistas quedaron aferradas en
un largo y costoso sitio. El comodoro Purvis quería ir más allá, tomar la ofen
siva, acosar a Oribe, romper el bloqueo y dominar .el Río de la Plata, pero
Mandevüle lo contuvo: él debía tener en cuenta el peligro que corría la comu
nidad británica en Buenos Aires. El ministro británico estaba atrapado entre
la ambigüedad de sus -instrucciones, la agresividad de Purvis y las contra
amenazas de Rosas. Se insinuaba que el gobierno podía no ser capaz de garan
tizar las vidas y propiedades de los británicos y, en abril de 1843, Arana comu
nicó a Mandevüle que si no desautorizaba a Purvís se haría responsables a los
residentes británicos por los actos de la Armada Real,79 Mandevüle se apre
suró a rechazar este argumento y sostuvo que, mientras los súbditos británi
cos no quebraran las leyes argentinas, tenían derecho a la protección del tra
tado de 1825. Tomó medidas para reprender a Purvis, quien continuaba ha
ciendo gala de su belicosidad, sin que Lord Aberdeen hiciera nada para conté-
259
nerlo, Pero como Gran Bretaña detuvo-sus avances p ara brindar una ayuda
m ás positiva a Montevideo; pudo p rese rv a r la apariencia de neutralidad y
m antener relaciones oficiales con Buenos Aires, Aberdeen, em itió instruccio
nes en las que declaraba que Buenos Aires tenía derecho a bloquear M ontevi
deo de acuerdo con las reglas existentes sobre bloqueos navales y que las fu er
zas navales británicas debían aceptarlo. R etiraron a P urvis a Río de Janeiro
y pareció prevalecer una neutralidad m ás evidente.
La g u erra continuó su curso h asta un punto de estancam iento. Rosas y sus
aliados eran, básicam ente, jos beligerantes m ás poderosos, pero Oribe e sta
ba todavía inmovilizado trente a Montevideo y el bloqueo había perdido su
efectividad. Montevideo sobrevivió g r a d a s a su dominio de la navegación flu
vial, la ayuda de la legión extranjera, los esfuerzos de Garibaldi—a quien la Ga
ceta M ef cantil llam aba “el chacal de los tigres anglo-íranceses , la alianza
de los exiliados argentinos y los esfuerzos dé los mism os uruguayos.30 El ocho
a Rosas y el miedo a la venganza de Oribe perm itieron aceptar a los u rugua
yos la intervención ex tran jera sin pérdida de su autoestim a, y utilizarla en be
neficio del Uruguay. E l costo p a ra la economía era alto y las operaciones co
m erciales declinaron. Pero eran los británicos quienes m ás se quejaban de
ello. En Liverpool y en M anchester había un “interés por Montevideo” ; los
banqueros y com erciantes presionaron a Lord Aberdeen en 1844 p ara que de
fendiera su m ercado contra Rosas e im pusiera la libertad de navegación en el -
Río de la P lata. Las firm as británicas en Montevideo sostenían el m ism o pun
to de vista. Algunas de éstas eran sucursales de establecim ientos británicos
en'Buenos .Aires, también hostiles a la política de Rosas. “Desde el comienzo
del bloqueo francés hasta el día de hoy. la m ay o ría de los com erciantes b ritá
nicos establecidas en Buenos Aires no han intentado nunca ocultar el interés
que tienen en el éxito de los enemigos del presente gobierno...”81La im presión
de Mandeville era parcial. Las opiniones com erciales británicas en el Río de
la P la ta no eran de ningún modo homogéneas. E l comercio de Buenos Aires
sobrevivió al bloqueo francés y, ahora, durante la guerra, Buenos Aires se
guía siendo un puerto libre y el com ercio británico se sostenía bien allí por sí
m ism o; los buques británicos seguían llevando el correo a la A rgentina y —se
gúnsospechaba ei gobierno— abriéndolo.82E n realidad, los com erciantes bri
tánicos en Buenos Aires estaban siem pre dispuestos a tra ta r con Rosas, m ien
tras los beneficios fueran buenos. E n este sentido, las opiniones tam bién dife
rían.
Se han hecho esfuerzos para presentar al comercio de Monte Video como de m ayor im
portancia que ei de Buenos Ayres. Sería fácil exponer cifras para demostrar que eso no
es verdad... Es suficiente decir que sí se deja seguir al comercio su curso natural, cada
parte obtendrá de él aquella porción queda conveniencia de su situación y otras circuns
tancias locales le permitan atraer... P ara nuestros fabricantes y comerciantes es indife
rente cual sea el destino de la mayoría de sus mercaderías.83
Sin duda, algunas de estas m anifestaciones eran p arte de una cam paña
260
I
pe propaganda organizada en favor de Rosas. Pero existen pruebas ciaras de
|jue algunos intereses británicos importantes, por falta de esperanzas o por
miedo, empezaron a favorecer a Rosas; unos peticionaron.ai Foreign Office
ten beneficio de é l; otros escribieron panfletos; y otros, finalmente, hasta lle
garon a pelear por él.
I Estas tendencias del sector privado do se reflejaron in ri edia tam en te en
|a política exterior británica. Aberdeen decidió destacar en Buenos Aires a un
nuevo enviado, William Gore Ouseley, a quien impartió no muy precisas ins
trucciones pero sí agresivas. El objetivo principal consistía en obtener la in
dependencia del Uruguay : en consecuencia, Ouseley debía advertir a Rosas
fjue retirara sus tropas deis Banda Oriental de lo contrario Gran Bretaña le
vantaría él sitio de Montevideo por la fuerza. E l objetivo secundario era abrir
f os ríos a la libre navegación. Si era necesaria la fuerza. Ouseley debía consul
ta r con el comandante naval británico en el Río de la Plata y concertar medi-
jdas con los franceses. Quedó aclarado —si es que algo resultó claramente es
tablecido— que Gran Bretaña no tenía intención de efectuar operaciones en
¡tierra,
| Ouseley no aumentó su reputación en el Río de la Plata. Pero no era tonto.
'¡Había actuado ya casi doce años como secretario de la legación en Río de Ja
neiro y de ninguna manera ignoraba los asuntos del Río de la Plata. Aunque
|sus informes reflejaban en forma constante su creciente hostilidad hacia Ro-
¡sas, señaló algunos puntos válidos sobre el régimen: observó que Rosas, si
bien usaba los términos federal y unitario, había logrado quitarles toda signi
ficación, reduciendo la política a¡rosismo y anürrosismo comprobó que el die.
dador había comenzado odiando a los intelectuales y a la cultura, pero ahora
jlos explotaba y usaba a la prensa como un medio de propaganda sin preceden
t e s ; además, tenía plena conciencia del poder y personalidad de Rosas. Pero
Jsu análisis de la«útuación y la política que recomendó contenían una cantidad
¡de errores fatales. Creyó que la fuerza haría ceder a Rosas y que la guerra ha-
¡bría de servir a los intereses británicos. Sus opiniones ya estaban formadas
¡antes de asumir su cargo, el 20 de febrero de 1845. En un memorándum defe-
¡cha 12 de diciembre de 1844, Ouseley ya daba por segura la idea de la interven-
¡ción británica:
jLa intervención de Inglaterra y Francia quedará limitada aúna mediación que se presi 0-
fnará con insistencia, pero sí eso fracasada cooperación naval con el Brasil." como' el blo-
jqaeo. etcétera.
¡E s de suponer que lo primero será ofrecer la Mediación, insistiendo y presionando con
f urgencia, antes de la efectiva Intervención.
I Además, que no existe el deseo de deshacerse de Rosas por completo. Al contrario, que si
jes posible inducirlo por las buenas para que actúe eordialmente con nosotros y asuma el
j.liderazgo para conseguir que otros estén de acuerdo; si podemos hacer uso de él, tanto-
¡mejor,84
261
Después de su llegada a Buenos Aires, en febrero dé 1845. Ouseley cotí
deró confirmados sus puntos de vista, y apreció erróneamente la situacif
cuando pidió una.declaración de “guerra contra llosas (no contra los argenf
nos)'’, como si ambos hubieran podido separarse.85Comenzó a avanzar a
tir de instrucciones que no lo.controlaban con suficiente rigor. Según una fueS
te argentina, supuestamente informada por Ouseley. el gobierno británi|
había decidido usar la fuerza cuando designó a su nuevo enviado: “Mr. Ous¡
ley me manifestó que cuando fue nombrado para Buenos Aires, el Ministeit
Inglés estaba decidido &una intervención armada en el Río de la Plata. !|
Esta interpretación, una amalgama de las preconcebidas ideas de Ouseley
vaga beligerancia de Aberdeen y una tendencia argentina a exagerar las |
tenciones británicas, era probablemente incorrecta, pero contribuyó ala co|
fusión que caracterizaba en esos momentos a las relaciones angloargení]
ñas. I
Cuando Ouseley llegó al Rio de la Plata. Rosas había obtenido una can¡
dad de triunfos importantes contra sus enemigos en el Uruguay y parecía ejj
tar a punto de lograr la victoria definitiva. Urquiza había derrotado comp]|
lamente a Rivera en India Muerta, destruyendo tanto su ejército como su cof:
fianza. Oribe había quedado ya libre para concentrarse sobre Montevidéf
mientras que las fuerzas navales británica y francesa se mantenían a distai
cía. En ese momento, Ouseley'declaró “Montevideo no debe ser tomada”,!
convenció al enviado francés para que cooperara con é l ordenando la consi
tución de una fuerza naval conjunta que produjera el desembarco de Infantl
de marina e impidiera el colapso de Montevideo; declaró que no reconocería!
ningún gobierno encabezado por Oribee instalado por la Argentina. E18de j |
üo de 1845, Ouseley y su colega francés Deffaudis enviaron una nota al gobiél
no argentino pidiendo la evacuación del territorio uruguayo por las tropas a|
gentinas y la partida de Montevideo del escuadrón argentino. Estos pediddi
estaban basados en tres proposiciones: la presencia de tropas argentinas |
mando del general Oribe para reinstalarlo como presidente constituía una h|
terferencia en los asuntos del Uruguay y un ataque a su independencia; laj
atrocidades cometidas durante esa guerra habían conmovido al mundo crvg
lizado; y los intereses comerciales británicos y franceses estaban sufriend|
par la obstrucción áe tiempo de guerra de la navegación en el Río de la Plata.!|
Rosas rechazó los pedidos y. el 30 de julio de 1845, Ouseley fue obligado a tras!
ladarse de Buenos Aires a Montevideo. La posición británica había quedade
así deteriorada en la Argentina; sin embargo, aun el mismo Ouseley admitif
a Aberdeen que el comercio de Montevideo jamáis compensaría la pérdida di
Buenos Aires. ¿Por qué intervinieron entonces los ingleses arriesgando l|
más grande por lo que era menor? |
Una posible explicación era que Gran Bretaña buscaba mantener el equi
librio de poder en el Río de la Plata sustrayéndolo de la hegemonía de Buenef
Aires. Sí éste era el propósito, existían mejores medios —al menos discutí
bles—para lograrlo. Otro objetivo era tal vez ganar la libre navegación áe ló|
262
^iosinteriores. Contra esta idea puede alegarse que Gran Bretaña ya domina-
jba el comercio de Buenos Aires y Montevideo y no necesitaba una penetración
b ad a el interior, menos aún cuando se trataba de mercados que todavía eran
sn gran parte quiméricos. El mismo Aberdeen dio una explicación. En febre-
146: al justificar su política en la Cámara de los Lores, afirmó que Buc
e s había rechazado la mediación británica en 1841 y 1842. Entonces se
la mediación por tercera vez: si también ésta era rechazada, existía la
intención de hacer valer la fuerza. Por lo tanto, concluyó. Gran Bretañababía
intervenido para preservar la paz y la independencia del Uruguay. Y , a pesar
déi bloqueo impuesto por Gran Bretaña y Francia, “este país no estaba en
guerra con Buenos Aires” 38 En esa forma, se usaba la fuerza para mantener
la paz, no para hacer la guerra, era un argumento clásico y ni siquiera Aber
r e e n parecía convencido.
No obstante. en Gran Bretaña respaldaban a Ouseley en form a considera-'
[ble. Desde 1843, Brasil había incitado a Gran Bretaña en el sentido de que ha
mbría sido fácil montar una demostración de fuerza en el Río de la Plata y le-
ivantar el litoral contra Rosas. El argumento encontró alguna correspondencia.
.Veían entonces a Rosas como causa de perturbación, ya no de estabilidad. Los
icomerciantes de Liverpool y Manchester, los políticos y la opinión publica, to
ldos clamaban pidiendo medidas para defender al Uruguay e imponer la libre
[navegación en el Río de la Plata. Un folleto publicado por Thomas Baines des-
|de las oficinas del Liverpool Times recomendaba la guerra como un instru-
;mentó de comercio.8fl Durante el transcurso de 1845, los intereses británicos
jen Montevideo recibieron una oleada de apoyo de parte de los aliados y porta
vo ces en la metrópolis y se beneficiaron de la relación de su causa con la de la
¡¡libre navegación en general. Solamente en la Argentina se oyeron voces es de
sacuerdo ; desde allí, la comunidad británica redactó una petición protestan-
ido contra la política angio-franees a. Y en Londres la maquinaria de propa
ganda de Rosas lanzó un contraataque.
Manuel Moreno, el ministro argentino en Londres, enviaba asiduamente
¡material pro-Rosas a la prensa británica y a las librerías. En 1843 contrató a
¡un periodista inglés, Alfred Mallalieu, amigo aparentemente de los comer
ciantes de Londres y Liverpool y que decía tener directos conocimientos de
■América del Sur, para que escribiera un panfleto en inglés defendiendo a Rosas
de sus enemigos y calumniadores.90 Escrito desde The Bank, Highgate Hill,
en la forma de cartas públicas dirigidas a Lord Aberdeen entre 1844 y 1845,
desde la abierta, posición de im observador independiente, el panfleto era
esencialmente, en realidad, una traducción de material oficial, en su mayor
parte de la Gaceta Mercantil, y constituía una franca apología del régimen de
Rosas. Mallalieu opinaba que Gran Bretaña no tenía legítimos motivos de
queja contra Rosas, ya que su comercio estaba protegido durante el bloqueo
de Montevideo y el comercio de los buques mercantes a Buenos Aires conti
nuaba siendo allí bien recibido. Las quejas provenían principalmente de los
especuladores británicos y otros intereses en Uruguay, hombres que sehalla-
263
ban detrás de Purvis y Rivera y que se beneficiaron conmotivo del favorahj
contrato de préstamo que este último les había otorgado. Los asuntos interit
res-de Buenos Aires, tan objetables como podían considerarse, no concernía,
a Gran Bretaña; la necesidad de contener la anarquía justificaba las faculta
des extraordinarias del gobierno y aun del terror, como lo aceptaba ahora.],
opinión délos comerciantes británicos. De cualquier manera, las acusaeíone
de terrorismo que aparecían en las Tablas de Sangre eran una “monstruos;
ficción^ fabricada por un desacreditado renegado. Mailalieu se quejaba de ig
coran d a y superficialidad en el tratamiento británico a las noticias de Amén
ca Latina, :ien esas raras ocasiones en que son puestas a disposición del públi
co". aunque estos países son importantes consumidores de los productos bri
tánicos.91En el caso de la Argentina, Gran Bretaña estaba asociándose abort
con Francia y el Brasil para atacar una potencia que protegía ios intereses
británicos., en favor de otra potencia (Uruguay) que era más'o menos una co
lonia de Francia, mientras que el Brasil simplemente buscaba controlar com
pletamente el Río de la Plata, Mientras tanto. Oribe favorecía la independen
d a del Uruguay; Rosas nunca bahía cerrado previamente el Río de la Plata s
la navegación extranjera y, en todo caso, era incapaz de hacer eso contra Ú
marina británica. La Intervención, concluía Mailalieu. sólo podría frustrar ei
comercio y dañar los intereses británicos.92 . -
. Mientras la guerra verbal continuaba en Gran Bretaña, Ouseley y sus eo;
legas navales estaban combatiendo una guerra informal en el Río de la Plata
La política del enviado británico era engañosamente simple. Obligaría a R oí
sas a que cesara en su ayuda a Oribe, le impediría que estableciera un gobieri
no títere en el Uruguay y lo llevaría a un acuerdo negociado. Pero la única íori
ma era la fuerza, y esto ereaba complicaciones. Ouseley no. subestimaba la tal
rea: “Hay... poca esperanza de obtener nuestra meta con e] general Rosas sin
recurrir a la fuerza y en ese caso debemos esperar una prolongada y obstina!
da resistencia.1,93 Por lo tanto, cuanto antes se declarara la guerra mejor se-’
ría. Él mismo dio el ejemplo. El 2 de agosto de 1845, fuerzas navales angio-’
francesas tomaron a la flota argentina que estaba sitiando Montevideo, reem
plazaron: a sus dotaciones y la pusieron al mando de Garibaldi. El 17 de sep
tiembre. después de desembarcar una fuerza de ocupación en la Isla Martín]
García, que guardaba la entrada de los ríos Paraná y Uruguay, la flota anglo-
francesa declaró el bloqueo a Buenos Aíres.94 Ouseley también quería tropas;!
Los regimientos 45 y 73 de infantería se hallaban convenientemente a mano en|
Río de Janeiro, en camino hacia Africa del Sur. A pedido de Ouseley. el minis-!
tro británico en Río los envió a Montevideo. En octubre estaba preparada anal
flota para forzar el paso hacia el norte por el río Paraná, con el propósito de es^
collar una flota de más de den barcos mercantes a puertos de Entre Ríos yj
Corrientes, Invitaron a participar a los comerciantes interesados. Sólo falta-4
ba a Ouseley una declaración formal de guerra. Ejerció urgente presión sobre|
Aberdeen para obtenerla; $
264
f^-apaz sólo puede ser restablecida de manera sólida y ventajosa y se podrá tener fe en la
prosperidad de estos países mediante la caída del general Rosas. Si el gobierno de Su Ma
lgastad decide continuar las medidas coercitivas que la conducta de Rosas nos ha obliga
d o ya s. adoptar, no deberá perderse tiempo alguno en hacerlas rápidamente decisivas.
¿La manera más efectiva de actuar sería declarar la guerra al general Rosas.95
a¡ &
s!
j
4 Aberdeen va citó. Desde cierto punto de vista pareció estar en des acuerdo
■eos la fuerza, "Rosas es tan inescrupuloso y sus instrumentos tienen una de
voción tan ciega por él que cualquier atrocidad (contra las personas, o propie
dades de súbditos británicos) puede ser posible.” Éstos fueron sus comenta
rios cuando confirmó el uso de medidas coercitivas contra Rosas y basta pre
c ió la posibilidad de guerra entre ios dos países.96 Sin embargo, el 5 de noviem
bre instruyó a Ouseiey a ñn de que preservara una estricta neutralidad y, un
Ines más tarde, dio otro paso hacia atrás: aclaró perfectamente a su enviado
ijue consideraba al bloqueo como “la última medida hostil contra Rosas que
jfcontemplan sus instrucciones, y lamentaría mucho que este bloqueo pudiera
pegenerar en una verdadera guerra.”87 Era demasiado tarde: ía armada y
|a s tropas ya estaban en acción.
¡ ¿Qué clase de acción sería más efectiva? El góbierno británico excluía
¡específicamente la guerra en tierra. É sa fue una decisión obvia, sobre la base
|de la logística tanto como de la política. En su litoral atlántico, Buenos Aires
testaba protegida por aguas de poca profundidad, rocas y bancos de arena, y la
¡faltade puertos. También la capital estaba defendida contra buques pesados
¡por aguas muy poco profundas que mantenían a sus cañones a varios kilóme
tros de distancia. Cualquier ejército que desembarcara en esas zonas tendría
|que combatir contra un enemigo móvil y esquivo que podría instalarse tácü-
|mente en el campo, y enfrentar una sociedad que resistiría por inercia. Por lo
|tanto, las operaciones terrestres quedaban fuera de toda cuestión. La deci
sion significaba que los funcionarios británicos tenían una limitada influencia
¡en el Río de la Plata. Ouseiey y sus colegas negociaron con los caudillos de En-
¡tre Ríos,. Corrientes y Paraguay para .formar una coalición contra Rosas.
¡José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, no se mostró contrario a las con-
sversaciones, pero era demasiado cuidadoso como para arriesgar su futuro sin el
¡apoyo asegurado de poderosas fuerzas terrestres que garantizaran el éxito,
iComo éstas no se encontraban disponibles se mantuvo junto a Rosas, contro
lando a Corrientes y Paraguay. Los británicos, por otra parte, carentes, de
[sanciones, de fuerza, de posición militar, no estaban bien colocados para ne
gociar en asuntos de esta naturaleza ni para convencer a Urquiza para que pe
leara. Solamente Brasil podía proporcionar las fuerzas terrestres, sin las cun
des Urquiza no podía moverse, como lo hizo en 1852. Mientras tanto, al poder
británico en el Río de la Plata le faltaba una dimensión militar: ésos eran los
límites reales del imperialismo.
Las operaciones navales eran el único medio, que finalmente tomó la for
ma de una expedición -para subir al Paraná, asegurando la libre navegación e
265
inaugurando el comercio directo con el interior. Rosas estafe a preparadora:
disputar el paso de la flota aliada y había realisado sus preparativos. Desp
chdtropas desde Buenos Aires para reforzar las guarniciones situadas a oí
lias del río Paraná e hizo instalar lanchones armados para interceptar a 1;
naves mercantes británicas en ei río. En particular, decidió defender el pa;
Tonelero, sobre el Paraná, en la Vuelta de Obligado, donde las barranc;
son altas y el río tiene unos setecientos metros de a n ch o é E l lugar esta!
bien elegido y el plan inicial fue hábilmente ejecutado. Cuatro baten,
estaban en posición en terreno ventajoso, dos de ellas sobre alturas de dieeií
cho metros por encima del agua, dos en el valle intermedio, con espesos boj
ques a sus espaldas: en total comprendían veintidós piezas de artillería, eó:
cañones que variaban de doce a treinta y dos iibras. Además de los artillero
se habían reunido también efectivos de infantería y caballería, con un total!
tres mil quinientos hombres. Algunos de ellos eran voluntarios de ia cornual
dad británica en Buenos Aíres. Para detener a la flota enemiga habían temí
do tres pesadas cadenas a través del río, desde la costa hasta una isla y sosf|
nidas por veinticuatro barcazas; detrás de éstas había otras diez embarcad!
nes incendiarias y el extremo oeste de las cad- ñas estaba defendido por uij
goleta de guerra argentina armada con seis c í ' mes. Tal vez ei plan era m j
impresionante que los recursos disponibles. Ei <., viandante de ia operado!
general Mansilia, no había recibido armas suficientes ni completado sú pr|
paracíón cuando ya los aliados estaban sobre él y la batalla de Obligado habí
comenzado. " 1
La flota angio-francesa dejó Montevideo ei 17 de noviembre, comandac|
por el capitán Charles Hotham. Al llegar a la barrera, un día después, separ|
a sus buques en dos divisiones, una hacia la costa norte y otra hacia la del su|
con cuatro naves es cada una. Los barcos de vapor, tres en total, formaron
tercer grupo. §
El 20 de noviembre. los aliados empezaron a combatir para abrirse cam f
no y pronto quedaron comprometidos en una dura lucha. La batalla se transí
formó en una contienda directa entre los buques anglo-íranceses y las bate|
rías de costa argentinas. La exactitud del fuego anglo-francés estaba contra!
crestada por la bravura de los argentinos, aunque una de las misiones de la cal
ballena ubicada cerca del bosque era llevar de vuelta a aquellos que in ten t#
ran abandonar sus posiciones. Los británicos lograron cortar las cadenas i:
los primeros barcos empezaron apasar al otro lado, no sin sufrir severas aves
rías y muchas bajas por el intenso fuego de la costa. |
El paso siguiente consistía en destruir las baterías. Cubierto por el escuái
drón francés, al mando del capitán Tréhouart, el capitán Hotham desembalé
có a las 17:45 con ciento ochenta marineros y ciento cuarenta y cinco infante!,
de marina, “y dando tres jhurras! formaron en la playa.”99 Los infantes df|
marina hicieron retirar al enemigo y detuvieron el fuego de sus mosquetesfc
mientras los marineros tomaban el bosque. En esta acción, el propio MansillSr
M
266
|e herido. Luego desembarcó la brigada francesa y algunos.de los cañones ^
feron inutilizados y desmantelados; a la mañana siguiente completaron la “
Irea de destrucción y retiraron diez cañones de bronce. E l grupo de desem-
lirco retuvo la posesión del terreno y los bosques durante todo el día.
| Mientras tanto, los aliados habí an. destruido la goleta de guerra con los
eís cañones, las veinticuatro barcazas encadenadas a través del río. y todos
!s cañones hallados en las fortificaciones, excepto los cañones de bronce cap-
irados. Las pérdidas sufridas por las fuerzas argentinas no se conocieron
¡jxactam.1ente, aunque los británicos informaron haber encontrado varaos cen-
inares de muertos en las baterías. Hoíbam informó también la rendición de
íbho ingleses que, según él creía, habían servido en las fuerzas enemigas y
dudado a disparar los cañones. En cuanto a la expedición, habían debido pa
sar un precio por sus éxitos: en el total de pérdidas aliadas, los británicos tu
pieron nueve muertos y veinticuatro heridos.100 Dejando una fuerza desem
barcada y dos navios de guerra, la flota continuó luego aguas arriba por ei Pa-
lana escoltando a los barcos mercantes. El convoy sobrevivió a otro ataque
¡ñ San Lorenzo, aunque esperaba una mejor recepción en el interior. Sufrió
[na decepción.
1 La expedición no encontró aliados que les dieran la bienvenida ni mérca
los promisorios. En Entre Ríos, el gobernador Urquiza estaba en el proceso
je ganar ascendiente sobre el aliado délos británicos, el general Paz; tampo-
¡o hubo bienvenida ni posibilidades de una alianza antirrosista con Corrientes
i Paraguay. En Corrientes, la expedición encontró la desconfianza popular
jor su presencia, y las autoridades «levaron de inmediato los derechos adua
neros a niveles exorbitantes, que los comerciantes extranjeros no tuvieron
jtra alternativa que aceptar'. En Paraguay hubo una manifiesta hostilidad,
Sn cuanto al impulso a las ventas, el mercado era pobre y muchos comercian-
.es regresaron sin vender sus mercaderías.XÜ1Si bien la expedición demostró
jue Rosas carecía de poder para impedir el acceso al interior, puso también
;n evidencia que el interior no respondía positivamente a la intervención ex-
ranjéra y a la libre navegación. Además, después de haber entrado, los bar
ios mercantes aún debían salir. Una vez alcanzados sus mercados, vendido
us artículos y comprado productos de Comentes y Paraguay —cueros,
ana. sebo y tabaco— las naves teman que regresar bajo la protección del con
voy o permanecer encerradas y empobrecidas en Corrientes. Partieron en
nayo de 1846, en un convoy de ciento diez naves, y se encontraron con que las
uerzas y baterías de Rosas los estaban esperando en diversos puntos del río.
[’uvieron un duro encuentro en las alturas de San Lorenzo y . aunque el convoy
uchó para abrirse paso &través del fuego argentino de cañones, recibió gra
ms daños en Quebracho y, con Ja pérdida de cuatro barcos, seguramente una
eccíón de que la libre navegación no era fácilmente conquistable.102 E i capi-
án.Hothamfue armado caballero por sus servicios, y las fuerzas armadas in-
iudablemente habían luchado con valor y eficiencia. Pero la causa no era he-
nica.y los resultados no fueron permanentes.
267
A todo esto, las unidades navales británicas habían reforzado elbloq\|
con un vigor que era más irritante que efectivo. El 21 de abril, por ejemp}o,J
buque de guerra británico que perseguía a ciertos violadores del bloqueo^
sembarcó un grupo en Ensenada, combatieron contra la guarnición, quenjj
ron barcos y mercadería y escaparon. Otro grupo que desembarcó en Ataiai
fue menos afortunado, allí perdióla vida el infante de marina Wardiaw. Ros|
amenazó con ejecutar a los prisioneros de esas operaciones como delincuei
tes comunes ya que no existía una declaración de guerra y. según se añrrd
■hizo degollar a por lo menos uno de los prisioneros ingleses,103En su comaní
en Montevideo, Ouseiey y sus colegas franceses se comportaban como
.cónsules imperiales, impartiendo ordenes ai gobierno uruguayo, entregan!
recursos y armas a Rivera —cobrándolos en ganado y otros productos—]
alentando al caudillo para que obtuviera los medios de pago mediante sjj
queos dedos distritos rurales. Uruguay descubría ahora que debía pagar t|
precio por la alianza angla-francesa. Y otro tanto comprobaron ios come;
«antes, Todas las naves que estuvieran dispuestas a pagar dinero a la aduar
de Montevideo (es decir, a sus dueños extranjeros) obtenían permiso pa^
proseguir hasta Buenos Aires, a través del bloqueo. Lord Howden habría, áj
observar más tarde en la Cámara de los Lores que nunca había podido cois
prender “por qué, una medida tendiente a deteriorar el comercio y herir íf
recursos del general Rosas (habría de convertirse en) un medio para reíorz|
las decaídas finanzas de Montevideo."104 |
El bloqueo no era más efectivo que la expedición. Fue un arma torpe|
lenta que golpeó más al comercio que al enemigo. Con toda razón, Rosas di|
de los bloqueos r “si molestan a estos países, no los privan de sus primeros r|
cursos, ni alcanzan a abatir su energía.”103 Y MacCann expresó el punto t|
vista del comercio británico: “Un bloqueo contra la Argentina es absurdf
porque son los extranjeros los que se arruinan: sus propios ciudadanos no s|
fren, ya que existen muy pocas casas mercantiles nativas en toda la repúbl|
ca -uos Su economía primitiva hacía a la Argentina invulnerable a la prestó!
exterior. Siempre podía reducirse a-una economía de subsistencia y resistid
esperando que reviviera su contenido comercio mientras acumulaba sus r |
cursos ganaderos. Entre las diversas presentaciones recibidas por el Foreign
Office contra el bloqueo había una carta de San M artín, quien proporcionaba
una especie de referencia en favor deRosas explicando que un bloqueo no prof
duciria en la Argentina el mismo efecto que en Europa, ya que la masa de|
pueblo no tenía las necesidades de consumo de ios europeos y. frente a una inf
tervencion m ilitar, podría retirarse con su ganado a una zona reducida a mi
desierto:107 j
En todo caso, como se quejaba Howden. el bloqueo no era absoluto. H ábil
un comercio de connivencia a través del Río de la Plata dado que los británif
eos querían el mercada y Buenos Aires necesitábalos ingresos aduaneros. É
los comerciantes beneficiados por ambas autoridades se íes permitía trafica]|
en forma clandestina y. entre Buenos Aires y Montevideo se producía un acti|
268
vo movimiento a través del bloqueo con pequeñas embarcaciones que nave
gaban de noche bajo las narices fiel escuadrón de patrullaje. Sin embargo el
■bloqueo de Buenos Aires, como ia expedición del Paraná, fue un hecho srnna-
! mente irritante, que nada hizo en favor de los intereses británicos e indispuso
1 innecesariamente a la Argentina. MacCann hablaba por los británicos resi-
I dentes en Buenos Aires cuando escribió; *:E1 tesoro y las vidas de los súbditos
| británicos fueron... sacrificadas innecesariamente, al disputar con un pueblo
\ al que debería haberse dejado que manejara sus propios asuntos. Y es de es-
i perar que. en el futuro, nunca más sea enarbolada de nuevo la bandera britá-
í nica para promover otra ‘Intervención' en La Plata.” En realidad, durante
t todo el período Ge intervención, nadie molestó a ios residentes británicos y,
| más tarde, Wilfrid Latham recordaba cuánto mitigaba su aislamiento la ob-
í servación de las distantes acciones en el Río de la P la ta : "era una ruptura
[ casi agradable en la placidez de la noche reunirse en los techos de las casas
í para presenciar una exhibición de mosquetería, explosiones y el ocasional
I fuego que vomitaban los cañones de las baterías del puerto. ”108
| El uso de la fuerza en el Rio de la Plata no fue recibido en Gran Bretaña
| con mayor uniformidad ni mejores reacciones que entre los británicos en
[ Buenos Aires. Una parte importante de la opinión comercial preguntaba por
i qué debía arriesgarse un mercado que valía un millón de libras en exportacio-
l nes a fin de aumentar los beneficios de los extranjeros dueños de la aduana de
i Montevideo. Y la Casa de Baring presionaba para que se pusiera fin a la inter-
[ vención contra uno de los pocos gobiernos de América Latina que estaba in-
| tentando pagar el préstamo británico, El comercio ya era difícil cuándo la po-
¡: lítica británica con respecto a Rosas se endureció, y la intervención lo redujo
i aun más. Las exportaciones británicas a Buenos Aires cayeron a quinientas
noventa y dos mil doscientas setenta y nueve libras en 1845 y a ciento ochenta
; y siete mil cuatrocientas ochenta y una libra en 1846; comparadas con nove-
i denlas ochenta y nueve mil libras en 1841, después de la finalización del blo-
! queo francés, y con un millón trescientas noventa y nueve mil libras a que al
canzarían en 1849. Los comerciantes se quejaban amargamente al Foreign
Office de que el mercado se estaba perdiendo y las ventas se extinguían, que
los partidarios de la intervención no representaban el comercio del Río de la
Plata sino intereses rivales, tales como los del Brasil, que no verían con desa
grado el cierre del Río de la Plata, y especuladores que habían comprado el
derecho a cobrar los ingresos de la aduana de Montevideo. Mientras Gran
Bretaña perseguía ilusiones, ofendía y desairaba a un buen cliente. Como esos
argumentos se multiplicaban, finalmente convencieron a Aberdeen. En pri
mer lugar, en febrero de 1846, advirtió a Ouseley para que no emprendiera
nuevas agresiones contra un gobernante con el que “hemos llevado amistosas
relaciones... y un ventajoso comercio durante muchos años.” Luego, adhirió
abiertamente a la causa de los comerciantes:
...los comerciantes más respetables de este país dan testimonio de su (deR osas) buen
269
i
comportamiento hacia nosotros, y si bien admiten sus defectos morales y el carácter pel
verso dé su política doméstica, declaran en forma unánime que, en nuestros tratos es
mereiales con él, no tenemos motivo de queja.1*® ,1
que abandonara cualquier intención que pudiera atentar contra ese gran objetivo de lai
Paz, que ambos gobiernos tienen tan honestamente en ei corazón. Soy el más ansioso enl
hacerle a usted esta advertencia, porque en los dos despachos a ios queme he referido,)
usted ha tratado de establecer una diferencia entre el general Sosas y lá República Ar-J
gemina; entre el presidente y el país, lo que el gobierno de Su Majestad no puede perm E
tirse aceptar ni por un momento ,iu ?
270
aversión a conceder demasiado'a cualquier oponente, deseaba salvaguardar
el tratado de 1825, procurar la libre navegación más allá de Buenos Aires! y
asegurar la independencia del Uruguay. En consecuencia, retuvo algunas po
siciones de negociación. Pero tuvo también algunas actitudes positivas. Bn su
[momento retiró a Ouseley y reemplazó al almirante Ingleñeld, comandante
['de la estación naval británica, por el comodoro Thomas Herbert, un hombre
[más agradable y de mayor tacto. Despachó nuevas instrucciones., con la fir-
|me declaración polínica de que el gobierno británico no deseaba ni se proponía
|tomar nuevamente-parte en las hostilidades entre Buenos Aires y Montevi
d eo . Y destacó a un nuevo enviado, John Hobari Caradoc, segundo Barón
f Howden, quien llegó a Buenos Aires en mayo de 1847.
| A través de una convencional carrera de las armas y de la diplomacia,
I Lord Howden había preservado una naturaleza romántica que se manifesto
I en Buenos Aires a pesar de sus cuarenta y ocho años. Causó una buena impre-
| -sión en los porteños por su informalidad y franqueza, sus esfuerzos por domi-
S r¡ar el español y sus maneras criollas.113 Estaba acompañado por el comodoro
| Herbert, quien, no obstante ser el comandante de la ilota que efectuaba el bló-
I queo, se paseaba sin ser molestado por las calles de Buenos Aires y hasta reei-
| bió de Rosas el ofrecimiento de"proveerle vituallas, como informó Howden:
| “El general Rosas me ha ofrecido abastecer diariamente al escuadrón de tílo-
| queo con came vacuna, pan y hortalizas, todo fresco. Por más ineficiente que
¡ sea el bloqueo, me pareció que había en el ofrecimiento algo demasiado ah-
|. surdo como para permitirme aceptarlo.”114 Así como Howden rechazó las
|: provisiones de Rosas, habría aceptado a su hija. Su pasión por Manuelita se
|. despertó rápidamente y fue expresada muy pronto. E l 24 de mayo de 1847.
| cuando ella cumplió treinta años, le dirigió una ardiente nota: “este día
I jamás se irá de mi memoria ni de mi corazón. ”115 Sus emociones alcanzaron
I su punto más alto durante una excursión criolla a Santos Lugares, oportuni-
1 dad en que, vestido de gaucho. Howden galopó por el campo y, entre otras di-
! versiones rurales, encontró tiempo para estrechar las manos de un grupo de
| caciques y jefes indios, a quienes aseguró que él también era un señor en su
I país y, además, que también era amigo de Rosas. Mientras regresaban pro-
I puso-matrimonio a Manuelita, quien le respondió con firmeza que sólo lo
I veía como a un hermano. Su ardor ahora se calmó poco a poco y, cuando
| abandonó Buenos Aires, el 18 de julio, le escribió desde el HMS RaMgh una
I cariñosa carta de despedida, “mi-vida, mi buena, querida y apreciada her-
| . mana, amiga y dam a.”116
I Mientí as-Howden ponía su corazón a los pies de Manuelita Jugaba su polí-
f tica ante Rosas, aunque con el mismo escaso resultado, Rosas se-negó a dar
I una garantía de la independencia del Uruguay a las potencias europeas, pen-
| sando que sería una negación de la independencia y soberanía americanas.
f En cuanto a la Ubre navegación, sostuv o que el río P araná estabnen territorio
I argentino, mientras que el río Uruguay era un problema conjunto déla Árgen
s' tina y el Uruguay, pero no de las naciones europeas.117Howden no aceptó esos
argumentos, como posteriormente lo informó a Palmerston, “su gran desea
su gran jactancia, su gran esperanza de fama postuma reside en segregará
tanto como sea posible de todo lo que sea europeo y envolverse en su !america|
msmo V ’118 Pero algo salvó al enviado. Comprendió que, mientras el bloque!
interfería el comercio, las principales víctimas eran los mismos británicos!
“estamos sencillamente bloqueando nuestro propio comercio!!, observó é
Herbert. El 15 de julio de 1847 abandonó' su parte en el bloqueo la flota británil
ca —los franceses continuaron otro año, hasta el 12 de junio de 1848— y re tir!
de Montevideo las tropas y equipos británicos. Palmerston estuvo de acuerdol
Pensaba que el bloqueo había sido ilegal desde el principio, dado que Gran)
Bretaña y Francia so estaban formalmente en guerra con Rosas, y que habíaf
quedado anora reducido a poco más que piratería; e ignoró los gritos de pro-j
testa que se levantaron desde los diversos grupos de intereses en Montevideo
Palmerston había llegado a considerar a Rosas como un mal necesario: al
pesar de ser un tirano, puso orden donde había' caos, salvaguardó la libertad y|
la seguridad de los extranjeros, y ofrecía mejores perspectivas a ios hritání-j
eos que Montevideo, que permanecía en manos de aventureros extranjeros yi
bajo la influencia de Francia. Para suceder a Howden nombró a Henry South-]
em como ministro plenipotenciario, con la misión de restablecer las buenasl
relaciones con Rosas como asunto de primera prioridad. Southernoo era una j
elección casual; se trataba de un hombre educado, con experiencia en el xnun- \
do ibérico y comprensión de sus valores. E ra Master of Arts del Trinity Colie- j
ge, Cambridge, miembro del Middle Temple (una de las cuatro sociedades i
de estudiantes y practicantes de leyes en Inglaterra), tema ciertas ambicio- i:
nes literarias y. en 1,824, Jeremy Hentham lo había nombrado director de la
Westminster R eview , con John Bowring. Había pasado cinco años en Madrid, j
desde 1833, como secretario privado del embajador británico, seguidos de ocho i
años en Lisboa como secretario de la legación británica. En la persona de
Southern, Palmerston eligió un calificado diplomático. Fue cuidadosamente ;
preparado por Mandeville antes de partir de Londres y estaba ya dispuesto a
apreciar lo mejor del régimen de Rosas. En Buenos Aires siguió fielmente sus
instrucciones; envió a Palmerston una continuada corriente de notas infor- ¡
mativas y, sin perder sus facultades críticas, trabajó duro para mejorar la re
putación del dictador y para promover la paz y la amistad*.118
Sin embargo, la misión de Southern comenzó mal, porque Rosas prefirió
adoptar una actitud difícil. Se negó a recibir oficialmente al nuevo ministro y
sólo le permitió desembarcar, a principios de octubre de 1848, como ün simple
ciudadano. Southern no quiso mostrarse ofendido y se apartó de su camino
para adaptarse, usando poncho, vistiendo a sus sirvientes con librea de subido
color rojo y presentando sus respetos en la corte de Mannelita. Pero cuando
llegaron a Londres las.noticias de su recibimiento, se produjo una explosión
de cólera. Disraeli, que había perdido varios miles de libras en especulacio
nes en la Asociación de Minería del Río de la Plata en 1825 y tema amargos re
cuerdos de los gobiernos argentinos, llevó el asunto a la Cámara de los Comu-
272
bes. En respuesta al discurso desde el trono del r de febrero de 1849, se refirió
a la intervención en el Río de la Plata y al daño causado a los intereses comer
ciales británicos simplemente para ayudar a los hombres de negocios de Li
verpool :
posas no tenia en vista otro propósito que gratificar su propia ignorancia —la vanidad de
jun salvaje injertada en el orgullo de un español— exhibiendo ai representante de la Reina
Inglaterra ante el pueblo de Buenos Aires en una posición en la que no debía permanecer
¡ningún ministro como él... Nada efectivo puede hacerse contra Buenos Aires a menos
gue se tome total posesión del puerto y de la ciudad y se le convierta en una colonia britá
nica permanente; y el momento para una medida tan decisiva aún no ha llegado.121
274
; '"'Los británicos apoyaron ahora a Rosas hasta el final. Su justificación
—que-erala única alternativa para la anarquía— era un argumento usado du-
rantemueho tiempo por el mismo régimen. Si era cierto, los propios brxtáiú-
-cos habían ayudado a demostrarlo por su fracaso para reformar a Rosas o*
bien derrocarlo. La diplomacia de las cañoneras, tal como fue practicada en
el Río deis Piáis, en 1843-46, fue curiosamente ajustada en el tiempo, planeada
de manera informal, y casi completamente ineficaz. Como lamentó en la Cá
mara de los Lores un crítico de esa política: “el gran error... fue que nosotros
do contemplamos simplemente nuestros propios intereses, j los de nuestros
i compatriotas residentes en aquel país”, en vez de unirse a Francia, cuya
1 alianza'en Europa podía haber sido importante pero que en América del Sur
era sólo una responsabilidad.128 Pero si la diplomacia con cañones tenía
poca capacidad para hacer algo bueno, su potencial para hacer daño fue muy
limitado, por lo menos en la Argentina. A pesar de las locuras de su gobierno,
: los británicos en la Argentina sobrevivieron y prosperaron. Durante la inter-
| vención —según se conoció el episodio— el gobierno de Buenos Aires dio es-
I dietas órdenes para que ningún extranjero fuera molestado, no obstante la ín-
dignación local. Muchos residentes británicos experimentaron una sensación
de inseguridad, un sentimiento de que eran considerados enemigos de la na-
cíón y, en 1845-46, algunos de ellos llevaron sus familias del campo a la capital,
y dentro del alcance de ía protección naval. Pero sus temores probaron care
cer de fundamentos. Durante lasguerra s de Rosas, no sólo no fueron acosados
los extranjeros sino que, indirectamente, fueron favorecidos. Los extranjeros
podían sacar provecho de la desgracia dedos nativos. Eran inmunes ante las
duras exacciones sobre las estancias y ante las inexorables exigencias del E s
tado. en hombres y provisiones, para el esfuerzo de guerra. Los británicos go
zaban de particulares ventajas gracias a 3a situación que les daba el tratado,
con excepciones al servicio militar, los préstamos forzosos y las requisiciones
de ganado. Ayudados por el bajo precio de las tierras y. en tiempos de tensión
política, por ausencia de la competencia de los argentinos, fueron comprado
res que se abrieron camino en el sector rural. En la década de 1840' avanzaron
rápidamente en la industria de la oveja, adquiriendo üerra-s y rebaños, y
acentuando las mejoras de las ovejas criollas mediante cruzas con las merino
importadas, Nacieron grandes establecimientos, tales como los de Sheridan,
Harratt, Hannah, Thwaltes y otros, beneficiándose de los grandes lugares
abiertos y los excelentes pastos. Algunos observadores estaban sorprendidos
de que no hubiera resentimientos más fuertes contra los británicos:
Causas acreditables tanto a ios nativos como a los extranjeros contribuyeron, a impedir
el crecimiento de tales prejuicios; por un lado, el buen sentido de la gente del país, al ver
que los extranjeros estaban fomentando y mejorando sus industrias y que eran ellos casi
exclusivamente los que deseaban y podían comprar las cosas y propiedades que querían
vender; por el otro. ía solidaridad de los extranjeros con el pueblo en sus problemas y ba
jo sus opresiones, y aun su disponibilidad para protegerlos y darles abrigo con sus mejo
res posibilidades como así también, cuidar sus propiedades. Con este propósito, a menu
do se efectuaban ventas simuladas a los extranjeros,ias
275
P o r otra p arte , la oposición política en tre los exiliados se ocupó del te:
y, sin dem ora, denunció las discrim inaciones en favor de ios extranjeros
Una ’de las peculiaridades más extrañas e inexplicables del gobernador, y tambiég
como necesaria consecuencia, de todos los principales hombres de nota en este país,
una extraordinaria parcialidad, admiración y preferencia por el gobierno inglés y los
gleses, en todas las ocasiones y circunstancias. Yo califico a esta parcialidad y prefer* ..
ciacomo inexplicable y extraña, en vista de la política egoísta y arrogante, el entróme}
miento y siniestra influencia que el gobierno y la gente británicos siempre se han empe
ñado en poner en práctica en ¿stos países.535
v-:
•; R osas podía p erm itirse ser m agnánim o, y a que indudablem ente h a b |
obtenido un gran crédito con motivo de la intervención. Su te rc a oposición,
determ inación y el éxito final lo elevaron en el tem plo de los nacionalistas
'I gen tinos. Aun la b atalla de Obligado se convirtió en una especie de v ícto ri|
por lo menos en la mitología nacionalista. ¿Acaso no fracasó la arm ad a m |j
poderosa del mundo en su intento de m an ten er abierto el P aran á ? ¿ Y no d
contenerse de un segundo asalto? La A rgentina se reunió en torno a Rosas,
doctor López y P lanes escribió una inevitable oda patriótica. La Sala de
presentantes resonó de orgullo y alabanzas. Los diputados com petían e n r
rica p ara elogiar a Rosas por haber dado una lección a los extranjeros e
■S' ñándeles a lim itarse al -comercio, Lorenzo T orres, un resista, naeíonali
f probablem ente habló por todos cuando describió a la intervención como 1
gu erra de vandalaje en la que la principal p a rte , o toda la parte, la tenía la
nalla extranjera.”132 Los-mismos británicos adm itieron que Rosas había m
rado su posición. Southern no lo d u d ab a: “la Intervención ha dado fuerza y
gor al poder de Rosas. Su reputación, n atu ralm en té, ha llegado a ser inm
s a ; y ha dem ostrado a satisfacción de sus com patriotas que, por lo menos,
invulnerable.”133 Rosas recibió tam bién m uchas alabanzas, aunque poca
ayuda práctica, de o tras naciones su d am erican as por su obstinada resisten
cia a los gigantes im periales, y h asta Andrés Bello se sintió impulsado a elo|
giarlo diciendo “cuya conducta en la gran cuestión am ericana le coloca, a m|
juicio, en uno de los lugares m ás distinguidos en tre los grandes hom bres de.
América. ”13‘i T am bién Rosas consideró su éxito como una contribución a una;
causa m ás grande que la de la A rgentina; su g ra n ambición era se r el creador
de la identidad am ericana, un defensor de la independencia am ericana. Su’
276
compromiso hacia un americanismo más amplio fue observado por Lord
Howden:
..,1o llaman t2el gran Sistema Americano” , que consiste en una determinación para no
admitir jamás el derecho de ninguna potencia europea a intervenir, para hostilizar o pro
teger. en ios asuntos de este continente.'.. La única idea política que se inculca asidua
mente a todos los niños en las calles es que existe una gran conspiración europea contra
la independencia americana en la totalidad del mundo americano.125
Rosas no había terminado aún con los británicos; habría de pasar los últi
mos veinticinco años de su vida en medio de ellos. Por el momento, la Inter
vención había confirmado, más qiie modificado, su característica relación
con ellos, una extraña mezcla de atracción y repulsión.
277
CAPÍTULO VIII
Apogeo y Derrota |
I
278
gobierno parecía ansioso por. liquidar el pasado y dar la bienvenida de vuelta
al redil a los propietarios favorecidos con las restituciones.
La tendencia continuó. En 1848 el régimen alcanzó la cumbre de su poder
y reputación. El país estaba unido y fuerte, en su propio territorio y en el exte
rior. Rosas había impreso su personalidad a cada aspecto del gobierno y a
cada sector de la vida, hasta en los más mínimos detalles de vestimenta y con
ducta. Aunque fuera a disgusto, le obedecían en Buenos Aires y más allá. Ha
bía amansado a los caudillos y convencido a las provincias, por terror o por in
tereses, de que la hegemonía de Buenos Aires era un precio razonable a pagar
para obtener la paz federal y el orden. Había combatido éxitos amente la in
tervención de Oran Bretaña y Francia y ganado cierto respeto en las Ameri
cas por sus logros. La paz y la seguridad alentaban a la inmigración y mejora
ban la disponibilidad de trabajadores. Los émigrés políticos continuaron re
gresando y muchos descubrieron que no era demasiado tarde para reclamar
sus tierras y propiedades.
Hay también una inmensa afluencia de emigrantes, tanto de la dase de los que Megan &
estas costas por primera vez y desde países extranjeros, como también de la de los nati
vos que han estado ausentes durante mucho tiempo por razones políticas. Cantidades
considerables vienen a establecerse aquí desde la ciudad de Montevideo y, entre ellos,
muchos quehan actuado en armas durante los Ultimos sucesos. Sin embargo, no se hacen
investigaciones, y a nadie molestan porto que puede haber ocurrido en otra parte. Los re
fugiados que regresan también so» tratados con toda consideración y con mucha fre
cuencia, ante solicitudes presentadas al gobierno, el secuestro de sus propiedades es de
jado sin erecto.*
280
Aquí hay de hecho dos departamentos de Relaciones Exteriores, Une conducido por el
gobernador y sus veinticuatro secretarios privados, que trabajan las veinticuatro horas,
una mitad de día y la otra de noche. Esta oficina privada realiza igualmente Is mayor
parte de las otras tareas, reduciendo a los ministerios a asuntos de forma. La adminis
tración es cumplida principalmente por la Policía, otra ram a de su gobierno privado, y
tiene todavía otra ram a de secretarios militares privados en su cuartel general, que se
encuentra a unos veinte kilómetros de la ciudad y que constituye el centro de todos los
asuntos relativos a las provincias. Se mantiene a los ministerios tan ignorantes de lo que
astá ocurriendo como resulta posible sin vulnerar una estricta observancia de todas las
formas oficiales-3®
Era éste un gobierno personal en la más burda de las formas; Rosas to
maba todas las decisiones en política y aun las más ejecutivas, y no se hacía el
menor intento para organizar la delegación de los poderes y funciones admi
nistrativas. La única excepción era el trabajo hecho por su hija Manuelita, a
quien Southern describió como <;e! Ángel redentor de R osas1' Ella actuaba
como una especie de filtro a través del cual se transmitían los temas de carác
ter extrajudicial, que incluían peticiones de dem encia en las sentencias de
confiscaciones, destierros, y aun las de muerte. Aparte.de esto, el dictador
asumía el peso total de los detalles administrativos en forma indiscriminada:
“está siempre ocupado en un solitario estudio, análisis y concreción de los
asuntos, y no acepta ayudas, a excepción de la que le prestan mecánicamente
sus asistentes.”11 SegúnSaldías, el trabajo se hizo excesivo para é l; “en el año
1848 es cuando comienza su decadencia intelectual”, un proceso que podía
apreciarse en sus vacilaciones, obsesiones, conducta excén trica, rutina sin
gular y en repentinas explosiones de cólera por cosas triviales, Southern pen
só que podía haber un toqué de locura en su comportamiento:
Él mismo dice que no hay un solo miembro de su familia que no sea maniático; él es
aun algo más. A veces pienso que sus aberraciones alcanzan a ser como fugaces toques
de locura: en todo momento se encuentra en el más alto grado de. capricho, propenso a
irritarse; lento para escuchar o. más bien,.para comprender razones, y es quizás el indi
viduo m ás obstinado y terco que exista,12
Una de sus obsesiones eran el delito y sus autores. En 1851. cuando au
mentaron una vez más las presiones externas sobre el régimen, Rosas se
preocupó por la ley y el orden, recordando tal vez aquella combinación de ata
que extranjero y subversión interior que tanto lo había amenazado en 1840-42.
Se mostraba muy interesado en los detalles de la conducta delictiva, y .urgía a
los jueces de paz para que realizaran grandes esfuerzos. Les ordenó, por
ejemplo:
Ea adelante, a todo preso o presos que remita usted a este cuartel general, debe pregun
tarles si acostumbran a emborracharse con frecuencia, si beben poco o mucho, si tienen
mala o buena bebida, y silesda por pelear o cometer otra clase de desórdenes con la bebi
da, todo lo cual debe usted anotar en las clasificaciones con que los remita, según el ad:
junto modelo de clasificación.33
281
' ■ Los registros policiales daban la impresión de un aumento en los índie|
delictivos, una mayor cantidad de delitos sexuales, ataques en las calles,
bos con violencia, falsificación de dinero y deserciones del ejército. Enlaprf
mera mitad de 1851. una cantidad de delincuentes fueron ejecutados,
como explicó Rosas a Southern, “con élpropósito de castigar al culpable, yn|
tanto para disuadir a otros delincuentes, sino simplemente para impedirle^
que vuelvan a causar daños a la sociedad”.14
Rosas creía íntimamente que su régimen había logrado ahora el decidí
equilibrio entre el conservadurismo y la moderación, y declaró orguiiosg
mente a la Sala de Representantes:
282
día desaparecer reemplazado por el de un rival. Además de su verdadero po
der, Rosas poseía una legitimidad formal, y a ella se aferraba; en realidad, le
resultaba difícil abandonarla.
La Sala de Representantes había elegido a Rosas gobernador de Buenos
Aires con facultades absolutas el 6 de diciembre de 1829 y por ley del 2 de agos
to de 1830 se le autorizaron “facultades extraordinarias en su totalidad, para
ser usadas según los dictados de su propio juicio y conciencia.1118 A fines de
1332, no aceptó la reelección para otro período de gobierno, pues 3a Sala se
mostraba poco dispuesta a renovar aquellas facultades. Sin embargo, en 1835
aceptó una vez más el nombramiento cuando le garantizaron la suma del
poder que podría usar de acuerdo con su juicio y conciencia. En 1840 no acep
tó la-reelección, y los diputados encontraron una fórmula salvadora, la pró
rroga de su período de gobierno, que Rosas pareció no objetar. A principios de
. 1842, alegando su precaria salud, solicitó nuevamente a la Sala de Represen
tantes que buscara un sucesor ; una vez más no lo hicieron y de nuevo continuó
Rosas gobernando. Lo mismo ocurrió en 1843. En 1844. todavía estaba “sacri
ficando su salud”, y la Sala, seguía aún declarando su lealtad. En ese momen
to, durante el bloqueo de Montevideo y la intervención anglo-franeesa, Rosas
parecía especialmente indispensable. En 1845 fue reelegido por el voto unáni
me de la Sala. En 1846, otra vez pidió ser relevado porque su salud estaba que
brantada pero, como era igualmente previsible, la Sala lo reeligíó. La misma
rutina y casi las mismas palabras fueron adoptadas en 1847 y 1848. Así conti
nuó el juego, y la gobernación de Rosas alcanzó el año 1849.
Hacia fines de 1849, Rosas parecía más decidido que nunca a retirarse,
mostrando tai vez verdaderos signos de fatiga, una sensación deque las cosas
se le escapaban y una ansiedad por abandonar las preocupaciones del cargo.
Su principal tarea —podía alegarse— ya había terminado. El país estaba en
■paz; la ley y el orden estaban asegurados; los enemigos derrotados; y la pros
peridad aparecía en el horizonte. La razón que dio fue su agotamiento en el
servicio de este país, la necesidad de retirarse a la vida privada y dar paso a
alp ien lleno de vigor, “que con más voluntad y fuerza de opinión, suceda sin
demora al'general R osas.”18 Podía también interpretarse como un medio de
obtener un pseudo plebiscito, alentando al pueblo para que presionara por su
continuación en el cargo. Los agentes dei-Tosismo,;y no menos la misma legis
latura, organizaron una clamorosa campaña de demostraciones y peticiones,
simulando una presión pública de todas partes. El 18 de octubre se presentó a '
la Sala una petición masiva. Hasta la comunidad comercial británica se unió
a ella, solicitando a Southern que apoyara el movimiento en favor de Rosas.
La campaña terminó al finalizar el año, en una orgía de adulaciones. La Sala
confirmó a Rosas con poderes absolutos, limitados solamente por su propia
voluntad, declarando “Él mundo sabe que el general Rosas y la Confedera
ción Argentina son hoy sombres inseparables. Si se quita uno de ellos se per
derá el otro.”30
Había, por supuesto, un verdadero obstáculo para el retiro de1Rosas.
283
¿Quién lo sucedería? Tomás Anchoreña, su “oráculo”, había muerto en 1E$7.
Manuel Instarte y Felipe Arana eran más burócratas que ministros- Mediar.-,
te un proceso de conformismo, exclusión y persecución, Rosas había elimina-;
do todo talento político y todo rival posible. La política estaba reducida al ro--
sismo, y el r osismo sin Rosas era inconcebible. Todo el complejo sistema de
protecciones dependía de él; era ei patrón fundamental, y sus protegidos se
ponían más ansiosos cada vez que se producía un indicio de renuncia: “El se-
ñor gobernador tiene sobrados motivos para mandarnos a todos a la p... que
nos parió. Es ei único hombre puro, patriota y de buena voluntad que tenemos.
Srél falta, todo se lo lleva la trampa, y no es posible que él lo desconozca. ¿Qué
será del país?”31 Sin duda, algunos de los rumores de corrupción administra
tiva, especialmente aquellos que circulaban entre los grupos de. émigrés de
Montevideo, que hablaban de “inmoralidad y corrupción en todas las ramas
de ia administración" y de “la arbitrariedad délos mandarines”, eran exage
rados por motivos de propaganda.22Pero parece haber existido una real decli
nación, no meramente de eficiencia sino también de moral e integridad. Mu
chos oficiales y administradores estaban haciendo dinero a costa del Estado,
.extendiendo sus propiedades, interviniendo en contrabandos y aun traficando
con el enemigo en Montevideo. Un cargo en el gobierno era considerado como
un negocio privado, y los lemas políticos fueron perdiendo significado: “'está,
rodeado de salvajes unitarios”', se quejaba Vicente González.2? Rosas estaba
ahora conduciendo todo el Estado: “Todo ei peso de la administración, en sus
pequeños y grandes detalles, descansa sobre sus hombros y. lo que es más, so
bre su responsabilidad. Las faltas de los empleados, los abusos que cometen,
su misma ineducación, todo se pone en cuenta del gobierno y se atribuye a su
descuido y hasta su connivencia,”24 ¿Quién podía asumir esa responsabili
dad?
El 27 de diciembre de 1849 Rosas continuó su práctica anual de presentar
un mensaje a la Sala de Representantes. Estos íníoiunes políticos se hacían
cada año más largos, aunque su valor para los historiadores no aumentó en
relación a su prolijidad. Esa vez. el informe tenía una longitud de cuatrocien
tas cincuenta y tres páginas, y Rosas anunció que se necesitarían tres sesio
nes para leerlo; en consecuencia, se le asignaron los tres primeros días de
enero. El secretario de la Sala empezó a leer el informe el r de enero, pero
sólo había alcanzado la página cuarenta y nueve cuando concluyó la sesión y
los sufridos diputados se retiraron. Durante el segundo día. llegó hasta la pá
gina setenta y ocho, de modo que se requirieron dos días más y una lectura
más rápida para completarlo y terminar con ei tedioso tema. El mensaje era
una verbosa y satisfecha relación política y referente ai cargo, en la que Ro
sas Regaba a una conocida conclusión: que había destruido su salud al servi
cio de la república y ahora deseaba retirarse.25 Legalmente, el período en el
■cargo de gobernador finalizaba en abril de 1850, y. el 7 de marzo, ia Sala eligió
por unanimidad a Rosas como gobernador y capitán general. Luego tuvieron
que convencerlo para que aceptara. “Cada uno de los Representantes tendrá
284
® -.siempre como un timbre haber ocupado un asiento en esta Sala mientras el
f General Rosas hacía las grandes cosas que hoy se admiran, y traía a la Repú-
blica al estado de prosperidad en que se encuentra”. Henry Southern observó
I -sue. Rosas atravesaba el paroxismo d éla frustración ante su imposibilidad de
f ¡ . renunciar:
Realmente creo que Rosas es a veces victima dé sí mismo y por momentos se identifica a
menudo con ei papel que está jugando. Sospecho que tiene algo defectuoso es. el cerebro
y. aunque hay un método constante er¡ su locura, debe ser, de todos modos, alucinación.
Hace unas pocas noches, mientras hablaba de la crueldad de sus compatriotas al obligar
lo a permanecer como poder supremo en esta parte del mundo, su tono de lamentación y
dolor habría derretido cualquier corazón que no estuviese endurecido por l_a mcr-áui:-
dad—Anteanoche me dijo: Siempre le digo que yo soy un esclavo que trabaja con cade
nas de oro, ahora, mis crueles compatriotas las han tachonado con brillantes. Luego
rompió en lamentaciones sobre la falta de los hombres, ios sacrificios que hasta entonces
había hecho, casi de su vida y por completo de su salud, y finalmente señaló a su hija,
que lloraba a su lado, como otra víctima en el altar del patriotismo
285
' •V'Í3Í? '•
su porvenir”.28 Algunas provincias declararon que querían que Rosas fu era|
su gobernador..,, otras, como Salta, lo llamaron Jefe Supremo de la Comedera-1';:?
ción, otras le asignaban la suma del poder y una de ellas lo proclamó P r e si
dente de la República, Ya desde 1848, por lo menos, el mismo Rosas había.em-
pezado a usar ampulosos títulos de mayor significación nacional, aunque no
definidos por ninguna ley. tales como Gobierno de la Confederación. Gobierno.
General, Jefe Supremo de la Nación. Como resultado de la campaña en las
provincias, comenzó a llamarse a sí mismo Jefe Supremo de la Confederación.
Argentina. En su mensaje de 1850 habló de los gobernadores y pueblos de la s '
provincias “que obedecen y acatan las órdenes del jefe supremo del Estado”;
y del “gobierno argentino que habla a su cuerpo legislativo”, reclamando así.'
un carácter nacional para su gobierno. Hasta cierto punto, esto reflejaba su
verdadero poder e influencia, pero no significaba que existiera un Estado na-'?
cional ni que Buenos Aires poseyera la maquinaria de gobierno para susten
tarlo, Y desde una remota pero combativa provincia llegó un revuelo de pro
testa.
Antiguo feudo de Facundo Guiroga, La Rioja estaba gobernada en esos
días por Manuel Vicente Bustos, a quien había llevado ai poder la revolución.
de Angel Vicente Peñaloza —El Chacho— en 1849. y era considerada por Ro- ;
sas como un débil eslabón en la cadena federal. Cuando se sintió presionada . ■
para unirse a la campaña provincial en favor de Rosas, la asamblea de Ls ?
Ríoja cumplió la obediencia ritual, pero expuso también ciertas ideas consti-;:.'
tu clónales: que las provincias debían defender sus sistemas políticos, que;./
mientras la Argentina no tuviera una constitución su destino dependía de un . : :
hombre, y que, hasta tanto tuviera un congreso representativo, debía preval
lecer la ley existente. Rosas nunca aprobó las referencias a una futura organr-?.
ración del país o la creación de un cuerpo representativo nacional. Considera^/,
ba que hablar de la organización nacional- era una invitación a la anarquía. EL/v
26 de diciembre de 1850 respondió a todos los gobernadores en términos apro- . :
xünatíamente iguales. Pero en su contestación a Bustos agregó que las ideas :
expresadas en el mensaje recibido, desde La Rioja estaban “opuestas en parte,, /
y en algo éstas, a sus principios y sentimientos políticos”. Hasta el fin de su go
bierno Rosas se opuso a la organización constitucional de la Argentina y se. ■;
mantuvo firme en favor de una indefinida confederación en la que Buenos Afe
res ejercía de facto la hegemonía sobre un grupo de satélites. Como explicó? /
más tarde, seguía oponiéndose a una constitución sobre la base de que “los há
bitos de la anarquía no podían modificarse en un día”, y que una constitución;
no podía crear el orden, sólo reflejarlo. Su punto de vista sobre el gobierno
nunca tuvo vacilaciones: “Para mí, el ideal de gobierno feliz sería el aütócra-, ..
ta paternal”29
Cuando 1850 llegó a su término, nada estaba resuelto y nada había cam? /
biado. Rosas informó a la Asamblea del triunfo en las provincias, pero toda? /
vía parecía decidido a no continuar. Los diputados estaban acostumbrados a
esto, pero las provincias se mostraron consternadas. Como estaban domina
285
das por federales, expresaron nuevamente su solidaridad a Rosas, quisieron
proclamarlo Jefe Supremo de la Confederación, y nombraron plenipotencia
rios ante su gobierno. Naturalmente, éstos no se reunieron en Buenos Aires,
sino que trataron invariablemente .en forma separada con Rosas. Y así, llegó
1851 lleno de incertidumbre. El Jefe Supremo quería abandonar el gobierno o,
al menos, asilo decía. Nadie ofrecía reemplazarlo, o no lo dejaban. Y repenti
namente el propio régimen fue desafiado. Corrieron rumores de que Urquiza
estaba organizando a la oposición en el litoral y hablando de una constitución.
Un artículo del periódico enírerriano La Regeneración (» de enero) bajo el tí
tulo "El año 1851 ” declaraba que sería conocido c o m o e s e año el de la Organi
zación”. Rosas no podía ignorar el desafío. El 15 de marzo de 1851, la Gaceta
Mercantil, sin explicación alguna, publicó la célebre carta de Rosas a Quiro-
ga escrita el 20 de diciembre de 1834 en la Hacienda de Figueroa, en la que ex
plicaba su convencimiento de que no era conveniente imponer una constitu
ción nacional o convocar un congreso general.36 Y en el mes de abril, en el Ar
chivo Americano , aparecía reproducido ei artículo de Entre Ríos y criticado
como anarquía: “organizar un país es conmoverlo. ”
Mientras las provincias del interior proclamaban su apoyo al Jefe Supre
mo de la Confederación, en otras partes aparecían signos de descontento. Ha
bía tres focos de crítica, en particular: los emigres que permanecían irrecon
ciliables ; la economía daba motivos de preocupación, aun dentro de Buenos
Aires; y el litoral que rechazaba ahora en forma total las políticas económi
cas de Rosas.
Nadie conoce con más sagacidad que el general Rosas la situación social de los pueblos
que lo rodean. Su larga permanencia en el mando i la inteligencia penetrante i aguda de
que por desgracíalo ba dotado la naturaleza, i que sólo par una miserable i ridicula porfía
de partido se le puede negar, basta para hacer que esté bien informado de estas cosas
287
que, a la verdad, se revelan con facilidad a cualquiera que se dedique a m irarlas con una
avisada atención.
Elevado al mando de su país por los brazos de una insurrección general de las m asas:
sostenido en este mando por los medios mismos de que esta insurrección io ha provisto:
dueño de este elemento i conocedor de su fuerza i de sus instintos; vencedor, si no en el
campo de batalla, al menos en la política i en ios resultados, de toda la parte ilustrada, de
toda la parte europea, diremos asi, por ideas i por hábitos que tenía ia República Argenti
na, ha Hegado a tener un conocimiento cqmpieto dei estado de ¡a sociedad enSud-Améri-
ca, i despliega a cada momento una astucia nada común para tocar las cuerdas sociales
i producir los sonidos que le. interesan, según las miras que se propone realizar.
Ei hecho es que hoy representa sin disputa el primer poder guerrero en acción de este
continente; nosotros ai menos, no sabemos que haya habido de algunos años acá otro go
bierno que, como él, tenga en campaña doce mil veteranos, no bajando quizá de cuatro
mil los que tiene de reserva en sus "respectivos cuarteles. El general Rosas jam ás se ha
presentado en un campo de batalla, pero hace el papel de conquistador sobre la Repúbli
ca Oriental del üru g u ai; lo hará sobre la del Paraguai; hará m ás omenos tarde, el papel
de protector contra el Imperio del Brasil en las provincias de Río Grande.31 -
288
promovido al poder alas clases bajas y había ayudado-a educarlas en política
y-gobierno. Sin embargo, concluía Alberdi, Rosas había malgastado sus opor
tunidades; en último análisis fracasó, porque no había dado a la Argentina
una constitución:
No hay Ccmsolución escrita en la República Argentina, no hay ni leyes sueltas dé carác
ter fundamental que la suplan. ¿Si ejercicio de las que hubo en Buenos Aires está suspen
dido. mientras eí general Rosas es depositario indefinido d e la suma d e l p o d e r p ú b lic o ...
es un dictador: es un jefe investido de poderes despóticos y arbitrarios, cuyo ejercicio no
reconoce contrapeso... Vivir en Buenos Aires es vivir bajo el régimen de la dictadura mi
litar. Hágase cuanto elogio se quiera dé la moderación de ese poder: será en tal caso una
noble dictadura. En el tiempo en que vivimos las ideas han llegado a un punto en que se
apetecen más las Constituciones mezquinas que las dictaduras generosas.”
289
Newmarket :, otros asistían a las reuniones de la Sociedad de Beneficios y Abs
tinencia Total de Buenos Aires. Si bien esto no era exactamente el estilo de
una belle époque, los últimos años del régimen deRosas fueron probablemen
te los mejores.
Pero la estructura económica no era tan estable como parecía. La reanu
dación de las exportaciones, el súbito crecimiento de la población, el aumento'
de la demanda y una grave sequía, causaron en 1850 una ola de inflación.36La
inmigración, apenas tuvo tiempo de resolver la crónica escasez de mano de
obra cuando quedó anulada por ía conscripción para la guerra y, en 1851..el
servicio, militar casi universal. Porque Rosas no podía dejar las casas como
estaban. Quien se suponía debía garantizar la paz, parecía demasiado dis
puesto a comenzar la guerra. Todavía deseaba controlar el Uruguay y recu
perar el Paraguay, de ser necesario por la fuerza. Y no oran sólo éstas las ten
siones que obraban sobre la economía.
Los comerciantes, los artesanos y los granjeros.se quejaban de la escasez
de dinero efectivo y del alto precio. Las fluctuaciones de la moneda, cierta
mente hacían estragos con las transacciones económicas y con las fortunas de
las firmas de exportación-importación. En los últimos meses de 1850, cuando
parecía probable la guerra con el Brasil, el valor déla moneda local cayó, el 11
de octubre, de sesenta y dos a ochenta y cinco pesos por libra esterlina, es de
cir, alrededor de un treinta y siete por ciento. Cuando pasó el temor de la gue
rra, volvió a subir, en el término de un mes, a sesenta pesos, o sea un treinta
por ciento. Los comerciantes tuvieron grandes dificultades para obtener fon
dos de Londres, v el precio del oro comenzó a subir día a día.37 Además, la eco
nomía no sólo estaba trabada por un papel moneda depreciado e inconverti
ble, sino que había escasez de disponibilidad de dinero debido a la práctica del
gobierno —especialmente en los años de crisis por la guerra, 1850-52— de rete
nerlo para sus propios fines. :‘Los derechos de aduana”, informó el ministro
británico, “han dado ai gobierno un excedente de ingresos muy considerable y
que se paga en papel; y este excedente es retenido por la Tesorerí a... Ahora la
acumulación ha alcanzado tal exceso que el gobierno retiene más de un tercio
del único circulante permitido, y se desconoce con qué objeto. ”3fí Pero el resul
tado fue que se forzó el alza de precios, y los exportadores que habían visto
caer la libra un cincuenta por ciento en dos años, no podían pagar los precios
qué pedían los productores por sus artículos. De modo que el comercio se es
tancó y se detuvo el vital flujo exportador, Naturalmente, se invocaron otras
teorías para explicar las dificultades económicas de 1851. La versión oficial
era queda extraordinaria afluencia de importaciones con posterioridad al blo
queo. más allá de la capacidad del mercado, y la prolongada sequía que redu
jo'la producción y, por 3o tanto, el poder de compra, eran las causa„s básicas
del problema. Los exiliados lo atribuían a la disminución del consumo provo
cada por la represión social y política. Cualesquiera fuesen las razones; los
años dorados pronto dejaron de brillar.
Porque el sistema de Rosas no dependía solamente de la represión sino
290
también de las seguridades de beneficios continuados para diversos sectores.
La clave del sistem a residía en la capacidad de exportación. Los buenos pre
cios de exportación satisfacían a los terratenientes y a los saladeristas, quie
nes eran a la vez virtualmente inmunes a los impuestos. Un ingreso cuantioso
permitía al gobierno afrontar los gastos del gran ejército, que era simultánea
mente un instrumento del Estado y un importante comprador en el mercado
interno. Solo un ingreso aduanero abundante y constante podía sostener se
mejante asignación de recursos. Ésta era una de las razones por las cuales
Rosas nunca podía estar de acuerdo en disminuir el monopolio aduanero de
Buenos Aires o renunciar a su control económico en tavor de las provincias.
El sistema total descansaba así sobre tres b ases: la hegemonía délos terrate
nientes. la presencia del ejército y la subordinación de las provincias. Y aho
ra, esos propios apoyos empezaban a moverse.
Una economía de cueros y carne salada no podía generar crecimiento.
Perpetuaba una tecnología primitiva y un bajo nivel de empleo, y dependía de
mercados que se caracterizaban por una inherente tendencia al estancamien
to. La exportación de carne salada estaba limitada a Brasil y Cuba, mercados
de esclavos que podrían sobrevivir a la abolición de ia esclavitud pero que di
fícilmente se expenderían. La producción de cueros, especialmente la que si
guió a las grandes expansiones de tierras y estancias, de 1820 a 1840. excedía
la demanda del mercado británico. En la década de 1840, el mercado europeo
para cueros significaba una salida agregada, pero ahora otras áreas de pro
ducción estaban compitiendo con Buenos Aires, entre ellas—y no las que m e
nos— los saladeros de Río Grande do Sul. Para compensar esos obstáculos, la
economía de Buenos Aires comenzó a desarrollar una actividad alternativa,
la cría de ovejas. La última década del régimen de Rosas vio cambiar a mu
chas estancias, o partes de estancias, del ganado vacuno a las ovejas, a la vez
que la lana virgen empezó a mejorar su participación en las exportaciones.
La mano de obra apropiada estaba disponible, ya que los inmigrantes Mande-
■ses, los vascos y los gallegos aprovecharon las pacíficas condiciones que se vi
vieron después de los bloqueos. Si bien estos desarrollos indicaban que el ro-
sismo.podía ajustarse para cambiar y acomodarse a las actividades económi
cas alternativas, también era cierto que sus consecuencias eran menos favo
rables. La cría de ovejas significó un cambio tanto en la agricultura como en
la sociedad, entrando en escena nuevos colonos cuyos valores y estilos esta
ban muy lejos de los barones rurales y sus hordas, los primeros en salir en
apoyo de Rosas. Los criadores de ovejas, sus socios y pastores, se sentían me
nos obligados hacia Rosas que los antiguos hacendados ganaderos de la pro
vincia. menos militarizados, menos movibles, más domésticos y “civiles”
que los estancieros rosistas del pasado. Esto constituyó una erosión a la pri
mitiva base social deirosismo, enraizada en la estancia ganadera y la milicia
rural.
Otra consecuencia del cambio económico afectaba a las provincias. Si
Buenos Aires podía desarrollar un nuevo sector agrícola, otro tanto podían
291
hacer ias provincias del litoral, cuyas tierras y recursos no. eran sino una ex-
■ tensión de las pampas y estaban dotadas de manera muy similar. La indus
tria de la ganadería en el litoral, especialmente la de Entre Ríos y Corrientes,
también había crecido mucho durante esos años y, en los períodos de bloqueo,
cuando el comercio de Buenos Aires estaba embotellado, estas provincias ha
bían podido realizar una abierta —si bien no autorizada— competencia. Este
hecho no había tenido todavía un serio peso económico, menos aún en materia
de lanas, pero tenía significación política, Hasta 1352, las exportaciones de
carne salada desde Entre Ríos sólo alcanzaban al diez por ciento de las de
Bueno? Aíres.ss Pero los obstáculos que encontraron debido a la política de Bue
nos Aires sobrepasaban en mucho a ios cálculos económicos. La así lla
mada por Rosas unificación déla Argentina era una fachada; se trataba más
bien de la conquista déla Argentina por Buenos Aires. Pero los intereses eco
nómicos provinciales eventualmente se rebelaron contra la dominación de
Buenos Aires, su control déla aduana, el monopolio de los ingresos federales y
la prohibición del libre comercio. Fue un unitario, Florencio Varela, quien
pronosticó que los territorios del litoral habrían de ser ios escollos.ocultos en
los que la dictadura se iría a pique, y que la exigencia de la libre navegación de
los ríos los uniría en una liga para enfrentar a Rosas, “Las provincias litorales
del Paraná, arruinadas por una serie no interrumpida de guerras sin objeto y
sin utilidad, empobrecidas por, ese sistem a de aislamiento y de pupilaje mer
cantil, tienen más intereses que otro pueblo ninguno del mundo en promover
esa liga.”*
El mundo exterior podía ser hostil, pero Rosas todavía estaba seguro en
su base esencial de poder, la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Allí, en su
mayor fortaleza interior, no había el menor aflojamiento de su control, nin-
gün signo de oposición, ningún cambio político. E l régimen parecía tan pode
roso cómo siempre, destinado a perdurar por muchos años más y a conceder,
finalmente, los beneficios que siempre había prometido. Como no había for
ma de socavar la dictadura desde adentro, sólo podía ser destruida por una
conmoción del exterior. Así-fue precisamente como se originó la amenaza e,
irónicamente, el propio Rosas contribuyó a crearla. Él vio el peligro, y su
campaña para unir a las provincias tuvo suficiente intensidad. Pero demostró
ser una maniobra inútil: en su momento las provincias habrían de mostrarse
indiferentes, impotentes u hostiles. La hostilidad provincial por sí misma no
era. sin embargo suficiente, porque las provincias no tenían poder militar
-como para afectar el equilibrio contra Buenos Aires. Cualquier provincia que
tomara la iniciativa necesitaría agregar el peso del apoyo exterior. Y Rosas
contribuyó a provocar también esto.
292
En octubre de 1850. Brasil rompió relaciones con Rosas, formó una alian
za con el Paraguay el 24 de diciembre y alcanzó-un entendimiento con Entre
Ríos a principios de 1851. En todos los casos se invocó la independencia del
Uruguay como objetivo primario de los aliados. Entre Ríos declaró la guerra
a Rosas en mayo de 1851. y Corrientes hizo otro tanto. E l 29 de mayo de 1851 se
estableció una liga formal entre Brasil, Entre Ríos y Uruguay; luego fue am
pliada para incluir a Corrientes y Paraguay, con el propósito de derrocar al
enemigo común, Rosas, Las operaciones comenzaron en el Uruguay, con éxi
to tal que Oribe se rindió el 8 de octubre. E l día del juicio se estaba acercando
para Rosas. ¿Cómo podemos explicar esta coalición sin precedentes?
Cuando terminó formalmente la intervención anglo-francssa mediante
los tratados con Gran Bretaña (1849) y Francia (1850), Buenos Aires quedó li
bre para enfrentar a Brasü. Ambos estaban, ya empeñados en la Guerra Gran
de, la prolongada guerra civil en Uruguay entre caudillos y facciones oposito
ras. Rosas apoyaba a Oribe, acampado fuera de la capital, y Brasil al gobier
no de Montevideo, sitiado en su interior. Brasil pensaba que dehía-sostener a
Montevideo y Paraguay a fin de mantener a Rosas y sus satélites fuera de su
frontera sur. Se decidió, por lo tanto, eafavor délas fuerzas unitarias vantirro-
sistas en Montevideo, y en ayuda de la causa de ía independencia de Uruguay,
aunque obteniendo grandes concesiones en reciprocidad y mientras perse
guía su propio expansionismo. Brasil estaba preocupado por la seguridad de
Río Grande do Sul no solamente por ser su provincia más meridional sino
también por ser su frontera económica móvil; también quería la libre nave
gación del Paraná, y un Paraguay libre y amistoso.
.Rosas veía todo esto como imperialismo brasileño en el Río de la Plata.
En su apreciación, Río Grande do Sul era simplemente una base de penetra
ción brasileña hacia eí sur; un Paraguay independiente no era más que un sa
télite de Brasü: y la libertad de navegación equivalía a la expansión del poder
naval brasileño. Para evitar que Brasü saltara sobre sus satélites para entrar
en el Río de la Plata, Rosas tenía que fortalecer su frontera norte e impedir
que los gobiernos de Uruguay y Paraguay cayeran dentro de la órbita de po
der de Brasil y. se convirtieran en canales de futura expansión imperial. Ro
sas nunca había reconocido al Paraguay como nación independiente, Todavía
la llamaba “la provincia del Paraguay". y buscaba su “recuperación". con el
propósito de extender las fronteras de la Confederación hasta igualarlas alas
que tenía el antiguo virreinato español. Uruguay era una excepción, porque
su independencia había sido asegurada por un tratado y su conquista sería ex
tremadamente difícil.*1 De manera que era improbable que Rosas deseara
destruir ía independencia de Uruguay; le convenía m ás reducirlo a la situa
ción de satélite, el destino natural de un vecino más débil.
La defensa de la frontera nordeste no había sido descuidada. Para conte
ner a los paraguayos, de quienes no se esperaba que combatieran lejos de su
país, se consideró suficientes la milicia de la provincia de Corrientes y un es
cuadrón fluvial. El mayor esfuerzo se reservó para la seguridad del litoral
293
contra el Brasil. Aguí Rosas tenía el ejército de operaciones ai mando de ür-
quíza, con un fuerte efectivo de diez mil hombres y al que Rosas reforzó con
armas y tropas desde marzo de 1850. También tenía el ejército aliado, de Ori
be, otra fuerza veterana,‘también de diez mil hombres, cuya misión-era man
tener eí sitio de Montevideo y guardar la seguridad de la Banda Oriental. Fi
nalmente. Rosas contaba con la caballería de Mansxüa y otras'tropas, unos
veinte mil, entre Santos Lugares y Palermo, como ejército de reserva y fuer
za de defensa. Era consciente desús deficiencias en poder naval y. en 1851rre-
cibió dos buques de guerra comprados en Trieste. Be manera que, aparente
mente. Rosas tenía un poderoso ejército de.tropas argentinas veteranas, con
ducidas por experimentados oficiales y eomandandas por el mejor general ar
gentino : Urquiza.42Pero lo que debió haber sido su mayor fuerza se convirtió
en fatal debilidad. Rosas había encargado la última defensa de Buenos Aires
y su régimen a generales que eran básicamente caudillos provinciales, y ha
bía ubicado sus mejores tropas y armas en el iitoraL donde habrían de emer
ger sus más peligrosos opositores y sus aliados. Esto se debía al hecho de que
" é l había identificado a Brasil como la amenaza principal a su seguridad. Pero
también significaba que estos generales caudillos y sus fuerzas —en la práctí-
:v ca los mejores ejércitos de Rosas— quedaban en riesgo ante Brasil, ya fuera
por deserción o por derrota. Cuanto más fuerte se hacía Rosas, mayor era su
1 vulnerabilidad.
I En d transcurso de 1850 Rosas aumentó sus preparativos militares. A
1; partir de marzo los dirigió abiertamente contra el Paraguay, para contra-
| rrestar las incursiones qu e éste había llevado penetrando en Misiones, pero el
| objetivo más importante era la guerra contra el Brasil. El 2 y el 3 de octubre,
la Sala de Representantes se debatió en un delirio de fiebre guerrera, en el que
; dos diputados se esforzaron por superarse unos a otros en sus mu estras de hos
tilidad hacia el Brasil. Una multitud se desbandó por las calles pidiendo a gri
tos la guerra.4®Pero Henry Southern estaba convencido de que. debajo de ese
entusiasmo exterior, existía una verdadera hostilidad popular contra unapo-
i lítica de guerra, debido a los sacrificios materiales que ello significaba:.
En ninguna parte se sienten los males de la guerra con mayor crueldad que en estas pro
vincias, donde los sacrificios quesehacen para apoyarla, tanto en personal como en pro
s’ piedades, toman las formas más penosas; y como la comunidad es totalmente agrícola o
fj comercial y los productos nativos de toda clase se dedican casi por completo ala exporta-
í don, la guerra golpea en las mismas raíces del bienestar de casi todos los individuos del
| país, tanto nativos como extranjeros.44
|
Por otra parte, el punto de vista rosísta fue sintetizado por el sacerdote
1 Esteban Moreno, quien declaró “el Imperio es nuestro enemigo natural” y pi-
I dió la guerra de inmediato. Sin embargo, muchas ¿fe las medidas defensivas
I de Rosas dispersaron aim más sus fuerzas y lo pusieron en riesgo. En junio ad-
| quirió un escuadrón de barcos fluviales, incluyendo a algunos de vapor, y envió
f. con ellos a Urquiza refuerzos de tropas y nuevas provisiones de artillería y
294
munición. 4“ mientras Rosas se jugaba a una sois carta. sus enemigos esta-
ban preparando la coalición contra él. E l 24 de diciembre de 1850 se firmó una
alianza entre Brasil y Paraguay, para defender recíprocamente su indepen
dencia y asegurar la libre navegación de los ríos Paraguay y de la Plata “bas
ta su. desembocadura”. Esto era sólo el comienzo, lina alianza entre Brasil y
Entre Ríos significaría una amenaza aun inás grave.
Entre Ríos era el peligro más grande para Rosas, porque tema los intere
ses, los recursos y el líder para desafiarlo. La provincia estaba menos desa
rrollada que Buenos Aires y había sufrido grandes daños por la guerra de la
Independencia, en. la que sus'tierras habíansido campos de batalla y hacienda
proveedora para los ejércitos opuestos. Pero la economía agraria había revi
vido gradualmente y. bajo la guía política y militar de Urquiza, renovó su cre
cimiento en la-década de 1840. La navegación de cientos de kilómetros hacía el
interior permitía a los barcos penetrar hasta el corazón del país para recoger
la producción, y la provincia tenía en Paraná un puerto sobre el río que. aun
que primitivo, podía exportar con éxito y, si se le daban condiciones favora
bles. competir con Buenos Aires. El recurso básico era la ganadería: Entre
Ríos tenía algunas estancias verdaderamente inmensas y había un creci
miento paralelo de los saladeros, de seis en 1844 a doce en 1849 y a diecisiete en
1851. Se había desarrollado una industria artesanal para servir a la agricultu
ra, y también un considerable número de hornos de cal. Por último, la provin
cia tenía un sector agrícola protegido por elevadas tarifas contraías importa
ciones de otras provincias. Entre Ríos protegía cada vez más su economía, un
proceso que culminó con la ley de aduanas de 1849. que buscan a promocional
y proteger la agricultura y las industrias artesanales. Pero fue el bloqueo un-
glo-francés a Buenos Aires lo que proporcionó el estímulo más efectivo a En
tre Ríos, permitiéndole desarrollar un activo tráfico desde sus propios puer
tos. o desde Rosario, directamente hacia Montevideo y desde allí hacia Euro
pa o los Estados Unidos; así escapó su comercio de exportación a la tutela de
Buenos Aires, mientras que las importaciones también eran llevadas desde
Montevideo. Rosas tuvo que reconocer la situación, y decretó que se permitía
exportar los frutos del país a Montevideo, pero no los productos de los salade
ros, ya que éstos competirían con el comercio exportador de Buenos Aires
Urquiza aceptó esto aparentemente, pero continuó el tráfico ilegal. Luego, er
diciembre de 1847, él gobierno de Entre Ríos terminó formalmente su comer
ció con Montevideo, a fin de evitar enfrentamientos con Rosas, pero sus co
merciantes y armadores ignoraron abiertamente la prohibición. Había llega
do ciertamente el momento para que Entre Ríos volviera a considerar la si
tuación, para que rechazara el control porteño de la aduana y pusiera fin -ah
■política de un solo puerto de entrada y salida.46Mientras tanto, la carrera poli
tica y militar de Urquiza estaba facilitando los medios y recursos para imple
mentar esta decisión,
Justo José de Urquiza era el mejor líder militar de la Confederación, el ven
cedor de una serie de famosas y sangrientas batallas, India Muerta (1845), Lñ
29
gima Limpia (1846) y Vences (184?) en las que su defensa de la Confederación y
amor a la guerra gaucha habían sido más evidentes que su lealtad hacia lio
sas. Era gobernador de Entre Ríos desde 1841. jefe del Ejército de Reserva
Federal desde 1845 v comandante en jefe del ejército de operaciones desde
1849. Siempre fue un sagaz conocedor del equilibrio del poder militar y , en
1846, no se había sentido tentado a desertar para unirse a los enemigos de Ro
sas (Gran Bretaña. Francia y Corrientes). debido a la incapacidad que tenían
para poner en el terreno un poderoso ejército. En 1847 todavía no estaba dis
puesto a resistir a Rosas y. el 27 de noviembre, en la batalla de vences, destru
yó ¡as fuerzas de Joaquín Madariaga, el gobernador antirrosisía de Corrien
tes, e instaló un régimen clientelista. Rosas estaba en ese momento en la
; cumbre de su poder, pero ürquiza no se hallaba mucho m ás atrás, A partir de
1847, Rosas no vio con buenos ojos los éxitos de ürquiza y desconfiaba por el
. importante papel que jugaba entonces en la guerra contra los unitarios, ür-
1 quiza ya no era simplemente un agente de R osas: era un poder independiente.
; Ya no era sólo un caudillo de una provincia; se había convertido en el líder del
i ' litoral.
Ürquiza reunía tanto poder como prosperidad. La guerra en Uruguay y el
bloqueo de Buenos Aires habían estimulado la economía de Entre Ríos, y todo
i. lo que enriqueciera a Entre Ríos enriquecía a ürquiza. Los estancieros llega-
| ron a ser proveedoras de la sitiada Montevideo, y el escuadrón anglo-franeés
| protegía sus cargamentos de carne contra Rosas, ürquiza no sólo controlaba
| la producción ganadera y las exportaciones, también participaba de ellas con
¡| sus propiedades. Poseía las estancias más grandes de la provincia, situadas
| embarras muy fértiles y qué cubrían varios cientos de kilómetros cuadrados
| de buenas pasturas, con algunos campos de trigo y huertos1frutal es. La ha-
I ciénda de San José solamente, a principios de la década de 1850, tenía unas
I cincuenta mil ovejas, cuarenta mil cabezas de ganado vacuno y dos mil caba-
I ’ Hos; el casco de la estancia era una maciza estructura de piedra, deforma
i. cuadrangular y con dos elegantes torres en ia esquina del frente.47 Pero Ur-
| quiza era tanto un empresario como un terrateniente. Exitoso saladerista,
§ exportador de carne, propietario de barcos, importador de artículos europeos
í desde Montevideo hacia Entre Ríos y luego hacia Buenas Aires, donde obtenía
í el oro que luego exportaba vía Entre Ríos.48
j ürquiza tenía así un interés vital en defender el tráfico costero con Monte-
'■i video, en apoyar una política de libre navegación, y en resistir el monopolio
' porteño en el comercio y en la aduana. Pero Rosas se defendió. Primero de-
eretó que todo artículo importado a Buenos Aires mediante tráfico comercial
(■ internó (es decir, por otro puerto o provincia) quedaba sujeto a la ley de adua-
■ na y tarifas de Buenos Aires. Luego, el 31 de agostG de 1847, ordenó que no po-
- día salir de Buenos Aires moneda en metálico para las provincias; los comer-
i ciantes y productores debían aceptar el papel moneda, aunque ellos mismos
y pagaran por sus compras en Buenos Aires en moneda metálica, como lo h«r
; cían los compradores extranjeros.49 Estas medidas golpearon particular-
mente el nuevo comercio de Entre Ríos, ürquiza protestó en noviembre de
1848, en julio de 1849 y. finalmente, el 22 de octubre de 1849. En los primeros
m eses de 1850 los rumores de su proyectada ruptura con Rosas eran tan per
sistentes que, el 20 de abril, indignado los rechazó. Pero ei Brasil apreciaba
que la decisión estaba cerca y trabajaba para apresurar la fecha. También
otros, incluido Henry Southern, estaban convencidos de que Urquiza había
llegado al final del cam ino: “E l tono del general Urquiza con Rosas es muy
distinto del de cualquier otro gobernador de provincia: y es muy cierto que el
general ürquiza uo se someterá por mucho más tiempo a la esclavitud comer
cial en que mantiene el gobierno de Buenos Aires a las provincias ubicadas so
bre el Paraná. ”55 Hacia fines de 1850, después de malgastar nuevos refuerzos
para el ejército de Urquiza, el mismo Rosas entró en sospechas, aunque se
guía siendo reacio a la idea de que su mejor general pudiera desertar en favor
de Brasil. Pero ya Urquiza estaba suficientemente decepcionado como para
superar su desagrado ante una invasión extranjera a la Argentina y, en el
transcurso de abril de 1851, se comprometió con el enemigo.51 El 15 de abril,
Rosas cerró toda comunicación con Entre Ríos.
Ürquiza declaró abiertamente su rebelión contra Rosas en su Pronuncia
miento del r de mayo de 1851. Manifestaba en éste que asumía los poderes de
jefe de un estado soberano, “en aptitud de entenderse directamente con los
demás gobiernos del mundo,”52 El efecto fue que el ejército de operaciones de
Rosas y su comandante se retiraron de la Confederación para aliarse con el
Brasil en una guerra contra Rosas. Urquiza solo, con un ejército de quince mil
hombres, no podía derrotar a Rosas, que todavía tenía veinticinco mil hom
bres a su disposición; Urquiza necesitaba al Brasil, que tenía un poderoso
ejército ubicado en Rio Grande do Sul y cuyos buques de guerra estaban ya
protegiendo el comercio de Entre Ríos. La alianza se formalizó el 29 de mayo
de 1851, en que se firmó el tratado entre Brasil, Entre Ríos y Montevideo. para
hacer la guerra a Oribe y Rosas.53 Sin embargo, Urquiza no recibió apoyo al
guno délas otras provincias. Los gobernadores, todos rosistas,' se declararon
unánimemente contra Urquiza y rechazaron su invitación a la rebelión.54 Las ¡
noticias de la rebelión de Urquiza se publicaron en la Gaceta Mercantil el 20 I
de mayo de 1851.ss Hubo una tormenta de protestas contra el “pérfido Impe
rio”, “el vil traidor vendido al oro brasileño” , “el loco Urquiza”. A partir de
ese momento, la designación oficial de Urquiza era “el loco traidor salvaje
unitario Urquiza”, y así lo nombraban en todas las declaraciones públicas y
documentos. En el desfile militar del 9 de julio, a pesar de la lluvia torrencial,
Rosas marchó a la cabeza de la División Palermo gritando “ ¡Viva la Confede
ración Argentina l ”, "; Muera el loco traidor salvaje unitario Urquiza! ”, para
demostrar su poder de recuperación y su rechazo al Pronunciamiento.56Lue
go, después de una nueva demostración masiva en su favor, hizo lo que le su
plicaban: retiró su renuncia y aceptó continuar en el gobierno. E l 15 de sep
tiembre de 1851, una gran concurrencia (cuarenta diputados) a la Sala de Re
presentantes y un gentío en la galería de visitantes, escuchó a Lorenzo Torres
297
cuando anunció que, para derrotar a Urquiza y a sus amos, ios pérfidos brasi
leños, Rosas había decidido continuar en el cargo “hasta que quede para
siempre enterrado con sus armas el salvaje bando unitario.”57 Todos estalla
ron en aplausos. Torres agradeció a Rosas por no vacilar en arriesgar su ‘'im
portante salud” en la lucha contra el loco traidor. Luego los diputados se lan
zaron a una orgía de rosismo. haciendo de sus discursos una antología de len
guaje político contemporáneo en alabanza de Rosas y censura de sus enemi
gos. Estos sentimientos se repetían en las calles, teatros y demostraciones de
toda clase; los gobernadores, diputados provinciales, oficíales del ejército,
funcionarios, magistrados, clérigos, todos declaraban su lealtad a Rosas y
odio a Urquiza y los brasileños. Pero tal vez.el premio a la adulación debió ha
berse dado a Esteban Moreno, sacerdote diputado en la Sala de Representan
tes, quien finalizó así su discurso:
Yo tengo un especial deber que llenar, una obligación particular; yo debo dar a mis com
patriotas el ejemplo en una ocasión como ésta en que todos somos militares, hasta los que
vestimos este hábito. Yo soy como ei perro, que cuanto más viejo es más fiel. Desde que
-ei Exmo. Sr. General Rosas ha tenido la dignación de nombrarme capellán suyo, mi des
tino es único. Este destino me lleva a colocarme a su lado para darle los consejos y los au
xilios de la Religión; yo no haré más que im itar a un gran Pontífice Romano, que en una
situación semejante ocupó su solio con la cruz en una mano y la espada en la otra, aquella
para defender los derechos de ia Religión, y ésta los de la P a tria ; porque si la Religión de
Jesucristo es de todo hombre, el patriotismo es la Reügión déí corazón; sí Señores, y lle
varé mí espada, yo me colocaré al lado áebGratiRosas.y cumpliré sus órdenes, seré su
escudero, y si viese que una lanza se dirige contra su pecho, seré entonces su escudo, yo
presentaré mi peeho’para recibir en él el golpe... ¿Qué importa mi vida ?
2&8
Paraná, para dificultar al escuadrón brasileño el pasaje del río, E intentó
más esperanzado que convencido, hacer participar a las provincias en la de
fensa de la Coníederación, encargando al general Benavidez, gobernador d<
San Juan, la formación de un Ejército de Reserva sobre la base de las milicia;
de Cuyo. Una vez tomada su decisión, Rosas estaba resuelto a permanece;
hasta el final.
Sin embargo. Rosas no tenía plan estratégico. Después de toda una vid;
de comando, era ahora un seguidor de ios acontecimientos, no el dueño d*
ellos. Demoró todavía en asumir la iniciativa contra los brasileños, aúnan
sus navios estaban moviéndose libremente en el Río de la Plata y operando s i
oposición en los ríos Uruguay y Paraná. Hasta el 18 de agosto de 1851 ni siquie
ra había declarado la guerra ai Brasil. A pesar de que, en Montevideo, Orib
tenía un buen ejército, probablemente el mejor de Rosas, con una estructur
básica de cinco mil aguerridos soldados argentinos, veteranos de muchas d
las -campañas del dictador. Pero si bien ese ejército era superior al de Urqu:
za, no tenía poder suficiente para resistir la doble acometida de Urquiza y lo
brasileños. La única posibilidad de Oribe era enfrentarlos separadamente
abandonar el sitio de Montevideo, cruzar el Uruguay y empeñarse contra Ui
quiza en territorio de Entre Ríos; sólo después de derrotar a Urquiza podía re
sistir Oribe la invasión brasileña. Era un plan difícil, pero no imposible y. d
todos modos, el único factible. Rosas no estaba preparado para correr el riee
go. Ordenó a Oribe que mantuviera el sitio y que impidiera la unión de Urqu
za con los brasileños. Eso fue un error: simplemente porque Oribe no teñí
medios para resistir a las fuerzas combinadas de los aliados en la Band
Oriental, como pronto habría de demostrarlo la derrota de su vanguardia.
E l ejército de Urquiza invadió el Uruguay entre los días 18 y 19 de julio d
1851. El 4 de septiembre, un ejército brasileño de dieciséis mil hombres hiz
otro tanto y su sola presencia significó un refuerzo suficiente. Urquiza entr
en la Banda Oriental con un ejército y un aliado pero, además, con una politic
de conciliación —1‘no hay vencedores ni vencidos ’ que, sumada a otros al:
dentes, ganó para su causa a una cantidad de comandantes uruguayos de Or
be y, eventualmente, al mismo Oribe. Por cierto. Oribe no ofreció resistencí
alguna: capituló el 8 de octubre de 1851, “desacreditado pero no deshonrado5
sobre la base de una amnistía política y la independencia del Uruguay.58 E
hecho había traicionado a Rosas al aceptar la derrota en manos de una fuerz
inferior y sin presentar batalla. Además, debiMó los recursos de su líder. T¡
das las armas y municiones enviadas por Rosas a Oribe a fines de 1850, valí
radas en un millón y medio de pesos, aproximadamente, cayeron en poder c
Urquiza, junto con los cinco mil veteranos de la Ia División Argentina.60Este
tropas eran básicamente leales, pero necesitaban órdenes para saber qué hacer;
en la ocasión, no las habían hecho entrar en acción contra Urquiza: quedaron ent¡
la espada y la pared y se rieron enfrentadas a un fait accompli. Rosas intentó dese
paradamente hacerlas volver, tanto más porque las tropas argentinas del ejérci
de Urquiza, ante el mismo dilema, habían aceptado el nuevo comando.
■Rosas pidió encarecidamente a] ministro británico. Henry Southern, que
autorizara a la Armada Real para que transportara a las tropas argentinas al
otro lado del Río de la Plata y protegiera también el embarque de sus armas,
equipos, artillería y caballos. Southern sentía simpatía por Rosas, a quien
veía como el tínico hombre que se interponía entre la Argentina y el caos, y lo
prefería a cualquiera de sus enemigos, extranjeros y provinciales. Pero, en
ese caso, nada podía hacer. Las fuerzas navales británicas que se hallaban en
el río debían ajustarse a la neutralidad y, aunque facilitaron el pasaje de unos
pocos oficiales argentinos, no pudieron evacuar una division entera. De ma
nera que Rosas perdió la Is División, ürquiza pudo jactarse de que “todo el
personal y material del ejército de Buenos Aires está unido a las armas liber
tadoras”, aunque no —es necesario agregar—, para ventaja definitiva de esas
fuerzas.61 La “traición” de Oribe, inexplicable excepto como expresión de
profunda desilusión ante esa interminable e infructuosa guerra, causó sensa
ción en Buenos Aires, donde Southern pensó que podía producirse un colapso
similar, debido a la ausencia de un verdadero deseo de lucha:
301
ma de estas deserciones. De allí en adelante, los “libertadores” fueron recibi
dos con general hostilidad; no obtenían información alguna de las poblacio
nes locales, ni ayuda, ¿Cuál era entonces el balance de poder entre Urquiza y
Rosas en el comienzo de la campaña?
Desde su cuartel general en Diamante, Urquiza, .que era ahora General
en Jefe, del Ejército Aliado , había e^uiíiQo una proclam a:
“La campaña que vamos a emprender es santa y gloriosa, porque en ella vamos a decidir
déla suerte de una Gran Nación, que Veinte Años ha gemido bajo el pesado yogo de la ti
ranía dél Dictador de ios Argentinos, y a completar iti oDi 3, Qííis rs^6iísrá.c¡íóo uo“■
ciai de las Repúblicas del Plata, para que de principio la nueva E ra de Civilización, de
'Paz y de Libertad.”67
-302
por un tiempo de sus aliados y bases y apoyo naval, pero él esperaba que te da
ría acceso a los recursos de las pampas en ganado vacuno y agua, lo pondría
entre Rosas y sus aliados del interior y lo llevaría &una posición desde la cual
podría bloquear toda ruta posible de escape hacia el sur. Rosas no aproveche
para explotar aquellas debilidades. No se movió para unir fuerzas con Sanri
Fe y resistir el cruce del Paraná en Diamante. No atrapó a Urquíza en medie
de la pampa abierta. Por lo contrario, ordenó a los comandantes de su van
guardia. Pacheco y Lagos, que evitaran la acción y se retiraran hasta Puentf
de Márquez. La estrategia elegida era puramente defensiva y consistía en re
tirarse frente al enemigó, vaciando el campo dé ganado, caballos y provisío
nes y concentrando hombres y recursos en Buenos Aires. El propósito de Eo
sas era terminar la guerra con una gran batalla en las puertas de la capital
Esto significaba abandonarla defensa del Paraná, desamparando sus fronte
ras y territorio, y dejando que el ejército de Urquíza se moviera según sus de
seos.' Pero, ¿tenia otra alternativa? Se mostraba ahora reacio a confiar en su
oficiales titulares de comandos independientes demasiado lejos de BuenosA
res; y sus recientes experiencias no habían contribuido a darle seguridades
Además, los brasileños disponían de im ejército del otro lado del río y , si Rosa
se alejaba de la capital, ellos podían entrar, ya fuera por la fuerza o por la ir
dolencia de sus habitantes. Rosas estaba obligado a permanecer en Bueno
Aires, tenia que cuidarse de dos ejércitos, mantener en suspenso a ambos,
moverse rápidamente y a último momento contra uno de ellos. Ésta era 1
consecuencia del desequilibrio militar impuesto por la intervención foráneí
¿Qué apoyo tuvo Rosas en ésta, la etapa más critica de su régimen? En i
misma Buenos Aires, los signos exteriores de adhesión popular no habían di
minuido.. El 20 de septiembre de 1851, la Sala de Representantes designó un
comisión para que presentara personalmente a Rosas todas las leyes puestr
en vigencia para confirmar sus poderes en el cargo y enla guerra. Se organi?
una gran demostración para el domingo 28 de septiembre. Desde muy ten
prano en la mañana se reunió en Palermo gente de ‘todas las clases sociales
a pie. a caballo y en carruajes. La procesión oficial comenzó a las once de la m
ñaña, organizada por el jefe de policía y su plana mayor, con la partí eipacic
de funcionarios, jueces de paz, sacerdotes, militares, representantes de 1;
parroquias, y los diputados de las provincias. La columna de jinetes y carru
jes salió del centro de la ciudad a las trece y cuarenta y cinco y avanzó a lo lar;
de la cosía del rio hasta Palermo, con banderas y pancartas que se agitaban, 3a
zando gritos y aumentando el número de participantes a medida que march
ban. En Palermo se mezclaron con.quienes habían legado anticipadamente
pulularon por los jardines y se amontonaron en los corredores de la residenci
Después de las ceremonias v discursos, Rosas caminó en medio de la multiti
conversando y haciendo bromas, mientras la gente se apretujaba contra él, a
siosos todos por verlo y tocarlo, hasta las dieciocho en que empezaron a regres
á la ciudad. E l jefe de policía estimó que habían llegado más de trescientos c
rruajes, dos mil doscientos treinta jinetes y -una multitud de quince mil person
para apoyar a Eos as en ese memorable domingo; una demostración que impre
sionó vividamente y por mucho tiempo las mentes de los observadores, aun los
menos parciales. En estas semanas previas a las últimas del régimen sonaron
notas triunfales en desafío a la tormenta que se acercaba. Una serie de acon
tecimientos desmedidos marcó la promulgación de la ley del 20 de septiembre
de. 1851, y se expresó la gratitud hacia Rosas en la forma de salvas, fuegos arti
ficiales, iluminaciones, demostraciones, desfiles y funciones teatrales,
Esta clase de apoyo popular no era espontánea sino organizada, y los sa
cerdotes y magistrados sacaban la gente a las calles para reunir apoyo y le
vantar la moral. Esto era significativo en sí mismo, porque indicaba que la
maquinaria política rosista estaba todavía funcionando y la sumisión seguía
siendo la norma. Pero el elemento de manipulación era siempre de primor
dial importancia. Como observó Henry Southern, el populacho de Buenos Ai
res no era un populacho normal, sino '‘mercenarios de la policía”. Si se toma
ban estas demostraciones por su valor aparente. Rosas era tan amado como
temido. Pero en la práctica era el terror el que inspiraba obediencia, y el mie
do el que mantenía en línea a la gente. Southern informó en esos tiempos;
Si mañana Rosas mera obligado a retirarse de Buenos Aires, lo seguirían en sus andan
zas por las llanuras todos los hombres respetables de la ciudad y. por supuesto, la canalla
que son sus soldados. Casi todos esos hombres respetables odian su autoridad pero, a pe
sar de ello, se los encontraría sin excepción a su lado. Sosas dice a susintimos—y yo lo sé
por uno de ellos—; “Aquellos que me quieren bien estarán con el Comando; aquellos que
se queden atrás, serán degollados7772
En Buenos Aires no hay simpatía por ürquiza, pero existe un deseo muy generalizado de
paz que permita a ios individuos atender sus asuntos privados, descuidados durante mu
cho tiempo por causa de la g uerra; además, se teme que. en caso de triunfar R o sa s, la
guerra se prolongue a d i n f í a i t v m , pues, una-vez vencido Ürquiza iría a la guerra con P a
raguay y el Brasil.73
Tengo una profunda convicción, formada por los hechos que he presenciado, de que el
prestigio de su poder en 1852 era tan grande o mayor tal vez de lo que había sido diez años
antes, y que la sumisión y aun la confianza del pueblo en la superioridad de su genio, no le
habían jamás abandonado .77
Por último, Rosas contaba con apoyo hasta en si mismo ejército aliado.
Los argentinos que integraban sus filas, aquellos que habían peleado duro y
por mucho tiempo en favor de la causa federal o, al menos, enfavor deRosas,
no habían cambiado sus simpatías de la noche a la mañana y, aunque obede
cían a Urquíza como comandante en jefe, estaban ofendidos por la proximi
dad de quienes antes habían sido sus enemigos y por la alianza con potencias
extranjeras. Según el general José María Francia,
Habíamos contraído un serio compromiso de honor en que, si el día de una batalla en que
fuese vencedor nuestro ejército caía prisionero el general Rosas, no íbamos a permitir
que se le tocase en lo m ás mínimo, ni fuese mortificado por sus enemigos. 37hasta pediría
mos que se nos confiase su guarda.78
305
escribir y también muchos oficiales eran analfabetos. Sarmiento dejó una vivi
da descripción de estos terribles tercios de Rosas, vertidos de rojo con chiri
pá. gorros y ponchos, fósiles extraños de un. pasado primitivo:
Fisonomías graves como árabes y como antiguos soldados, caras llenas de cicatrices y
de arrugas. Un rasgo común a toaos, casi sin excepción, eran las canas de oficiales y sol
dados... ¡Qué misterios de la naturaleza humana, qué terribles lecciones para los pue
blos í He aquí los restos de diez mil seres humanos, que has permanecido diez años casi
en la brecha combatiendo y cayendo uno a uno toáos los días, ¿por qué causa? ¿sosteni
dos por qué sentimiento?... Estos soldados y oficiales carecieron diez años de abrigo, de
un techo, y nunca murmuraron. Comieron sólo carne asada en escaso íuego^ y nunca
murmuraron... Tenían por él, por Rosas, una afección profunda, una veneración que di
simulaban apenas,.. ¿Qué era Rosas, pues, para estos hambres? ¿o son hombres estos
seres 7^
306
.....
m ■
dos. También desertó de. Rosas una cantidad dé jefes militares regionales, y
las fuerzas de Santa Fe demostraron no ser efectivas. Fue obligado a retirar
se a su ultima base de poder, la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Pero
..i , . aun allí, sólo en noviembre de 1851 comenzó a armar un improvisado ejército,
una combinación de voluntarios y conscriptos íncorporadosen levas. Aunque
las levas habían sido tantas que los oficiales locales encontraron pocos hom
bres en edad militar y sólo pudieron enviar a Rosas muchachitos adolescen
tes , separados de sus madres por la fuerza, en medio de llantos y gemidos, en
i escenas tales como la descripta por W, K. Hudson, quien observó comportar-
i se a una mujer “como un animal salvaje que trataba de salvar su cría de los
cazadores” ,81 Las milicias de Buenos Aires y de campana, llamadas entonces,
.guardia civil, eran también fuerzas improvisadas, ya que se obligaba a la
gente a abandonar sus negocios, chacras y estancias en detrimento del co
mer cí o y la producción. Se empleó a los artesanos para el equipamiento, se or
denaron uniformes y se reunieron tropas y caballos. Comenzaron el entrena-
[ miento al mando de oficiales retirados y llamados nuevamente a prestar ser-
1 vicios, y el aspecto de la campaña pronto se convirtió en el de un enorme aurt-
| que desordenado campamento. E l diarista Berutí escribió:
j Concluyó el presente año de 1851, con la desgracia de estar todos los ciudadanos déla ciu-
I . dad y su provincia sobre las armas haciendo ejercicios militares como soldados, sin dis-
j } tinción de empleados, abogados, escribanos, jueces, etcétera, capaces de llevar las ar
il mas, y hasta los niños de doce años a dieciséis... habiéndose llevado de los pueblos de la
■| campaña, sin distinción de personas pobres ni ricas.83
¡ 307
i
cumplía eou su. deber y hasta había logrado incorporar dos mil quinientos
hombres, bien montados y armados, de Lujan, Cirtvilcoy y 25 de Mayo.84 Pa
checo no tenía ningún plan y no ejerció iniciativa alguna; no se empeñó contra
el enemigo ni permitió que lo hicieran sus subordinados. E s verdad que sus ór-...
denes consistían en retirar su ejército con seguridad hasta Puente de Már
quez y defender ei puente. Pero no lo hizo; en cambio, se retiró más ailá de éste
y luego intentó renunciar. Su renuncia fue rechazada y, el 30 de enero, dejó su
puesto sin consultar a Rosas y se marchó a su estancia El Talar de López, so
bre el otro iaao del río de Las Conchas. Allí presentó nuevamente su renuncia
y, mientras se estaba librando la batalla final para el régimen, Pacheco y su
tuerza de caballería de quinientos hombres estaban descansando en su estan
cia.83 Urquiza tenía así el camino abierto desde Santa Fe basta Buenos Aires.
Mientras tanto, en Buenos Aires, Rosas perdía los señuelos de su comandan
te, el general Mansilla, quien cayó seriamente enfermo el 26 de diciembre, -
contribuyendo a debilitar aún más al régimen.
Rosas ignoraba la verdadera situación, ya fuera por engaños o erróneas
apreciaciones de quienes lo rodeaban. E l ministro británico Robert Gore es
taba presente en la casa del gobernador en la noebe del 2 de febrero, y le ase
guraron positivamente que el general Benavidez, gobernador de San Juan, se
hallaba a la retaguardia de Urquiza con cuatro mil hombres, y que Pedro Ro
sas se encontraba detrás de su,flanco derecho con dos mil indios; de manera
que Urquiza estaba atrapado entre dos fuegos. La información era totalmente,
falsa. Y Rosas no sólo fue engañado, fue virtualmente traicionado. Pocos días
más tarde, después de la última batalla, Gore informó:
Casi todos los jefes en quienes Rosas había confiado están abora en el servicio, empleados
por Urquiza; son las mismas personas a quienes he escuchado con frecuencia jurar su
devoción a la causa y a la personada! general Rosas: ningún hombre ha sido jam ás trai
cionado en esa forma. El encargado de*asuntos confidenciales que escribía sus notas y
despachos nunca dejó de enviar copias a Urquiza de todo aquello que importaba que co
nociera; los jefes que comandaban la vanguardia del ejército de Rosas están ahora en ei
comando de distritos. Nunca existió traición más completa.86
Rosas había gobernado siempre solo en sus dominios; ahora tenía que lu
char solo en su batalla, y era una batalla para perder. Admitió que su ejército
terna insuficientes.oficiales, pobres instructores, tropas inexpertas. Las ar
mas y los uniformes se enviaban en todas direcciones, por todos los medios
disponibles e. invariablemente, a último momento. Había desorden en las fi
las, confusión entre los comandantes, y graves pérdidas de moral.87 Rosas
tuvo que tomar personalmente el comando; difícilmente hubiera podido ha- I
cerlo otro, y nadie en quien él pudiera confiar. ]
Durante enero de 1852, Rosas estuvo inmovilizado en Santos Lugares, sin j
poder dejar Buenos Aires para el caso de que el Ejército de Reserva Brasile- |
ño, estacionado en Colonia, del otro lado del Río de la Plata, resolviera entrar I
y los defensores de la ciudad carecieran de espíritu para resistir; en su mb- ¡
mentó, los brasileños pusieron cinco mil hombres a las puertas de la ciudad, i
308
í
' Por Jo tanto., Rosas no se movió hasta que Urquiza se acercó desde el oeste.
Entonces resolvió salir y enfrentarlo. E l 26 de enero delegó el gobierno en sus
ministros, Arana e Instarte. La defensa militar de la ciudad quedó a-cargo de
..j Lucio Mansilla, supuestamente recuperado, y de la milicia urbana. El 27 de
¡ enero abandonó Palermo y tomó en Santos Lugares sus disposiciones finales;
j desde allí partió el ejército con la esperanza de asestar un golpe decisiva ai
! enemigo en una batalla campal.'Y así, en la noche del 2 de febrero, Urquiza
j se encontró inesperadamente con el ejército de Rosas que le cerraba el cami-
| no a Buenos Aires cerca del arroyo Morón.
¡ Aquí he estado oyendo el consejo de los gefes sobre lo que debemos hacer y cada uno me
1 ha dado su opinión. Por supuesto que no son de opinión que se dé la bata¡la,*smo que gane-
{ mos la ciudad con la Infantería y la Artillería, y mandar la Caballería al Siid para venir
\ con los indios. pero ya sabe V. que- soy opuesto a mezclar este elemento entre nosotros,
í pues que si soy vencido no quiero dejar arruinada la campaña...Sí.íriunfamos, .quién con
i' tiene a los Indios. Si somos derrotados, quién contiene a los Indios: No hay remedio, ya es-
I tamos aquí, es preciso dar la batalla, sea lo que sea.®9
309
Rosas estaba constituido por veintitrés mil hombres, con cincuenta y seis pie
zas de artillería. Pero no.podían comparárselas fuerzas veteranas de ürqui-
za con los bisoños reclutas de Rosas, ni los respectivos comandos superiores. -
Urquiza era un modelo de experiencia y capacidad militar, mientras que Ro
sas, con todo su talento para la guerra irregular, no era un soldado profesio
nal. Sus tácticas fueron en ese momento tan débiles como su estrategia; era
evidente que no tenía planes y ubicó sus tropas en forma indiscriminada. La
batalla comenzó a las 7:00 de la mañana, con fuego de artillería de ambos la
dos. Urquiza atacó primero el flanco izquierdo de Rosas con su caballería y
dispersó la caballada enemiga. Luego desplegó su infantería y artillería con
tra el flanco derecho de Rosas, se atrincheró en la casa de Caseros, de donde
tomó su nombre la batalla; allí hubo más resistencia, pero también fue supe
rada,* De manera que pudo sobrepasar, rodear y dispersar fácilmente a las
tropas de Rosas, que huyeron en desorden, derrotadas tanto por su falta de
disciplina, experiencia y conducción como por la excelencia del ejército gran
de. Solamente la artillería de Chílavert y el regimiento de Díaz presentaron
una efectiva resistencia, pero también ellos fueron superados. Hacia medio
•U día. la derrota era total, y rápidamente reconocida; las bajas en conjunto no
'¡Vi sumaban más de doscientas, 1a mayoría de ellas en el ejército de Rosas. Miles
de soldados, con artillería, fusiles y municiones, abastecimientos y equipos,
cayeron en manos de los aliados,.quienes a las 1S:00 estaban ya en Santos Lu
•i
•.V ■
gares, que pocas horas antes había sido el cuartel general militar de un pode
roso régimen.
•
La caída de Rosas fue rápida y total. Sufrió una ligera herida en la mano y '
cabalgó desde el campo de batalla acompañado solamente por un servidor,
v ;i para dirigirse a Hueco de los Sauces en el sur de la ciudad, donde escribió su
iV renuncia a la Sala de Representantes. Urquiza le rindió un generoso cumplí- .
H
do: "Rosas es un valiente; durante la batalla de ayer le he estado viendo al
frente mandar su ejército”.91 Pero Sarmiento registró qué fácil había sido ;
todo al final: '‘La caída del tirano más temido de los tiempos modernos se ha i
logrado en una sola campaña, sobre el centro de su poder, en una sola batalla
campal, que abría las puertas de la ciudad sede de su tiranía, y cerraba toda
posibilidad de prolongar la resistencia”.
En Buenos Aires, como en el campo de batalla, el calor era agobiante ese
día. E l sonido distante de los cañones se había oído desde hora temprana. A
las 09:00 empezaron a circular rumores sobre la batalla y la derrota de Rosas
y, alrededor de las 11:00, entraron al galope algunos grupos de soldados de ca
ballería, confirmando el informe. A medida que avanzaba el día iban llegando
nuevos fugitivos, que sólo se detenían para refrescarse antes de dispersarse
hacia el sur. E l general Mansüla no ofreció resistencia, pues no quiso utilizar
la Guardia Civil para combatir por la ciudad; en consecuencia, el Ejército de
Reserva Brasileño no necesitó siquiera desembarcar. En cambio. Mansüla
retiró la milicia y pidió a los diplomáticos extranjeros que obtuvieran de Ur
quiza condiciones de seguridad para Buenos Aires. Luego, ante el disgusto de
310
muchos, el cuñado de Rosas se rindió a Urquiza coa el grito “;Viva Urquiza!
¡Muera el tirano Rosas!” Algunos soldados de barcos extranjeros, incluida
una partida de rolantes de marina británicos, desembarcaron para proteger a
sus connacionales y sus propiedades, Pero la única baja fue la del sargento de la
marina del 3.MS Locust, Mr. Payne quien, contra el consejo de todos. partió hada
Palermo para ver qué estaba pasando. En el camino, fue detenido por un soldado
que huía, quien le exigió que le entregara su caballo y. ante la negativa, le dis
paró un tiro; m ás tarde murió a bordo de su barco. Mientras tanto, continuaba
la fuga en desorden, y Buenos Aires quedó indefensa ante el enemigo. “Así fue
la ignominiosa caída” f.concluía el despacho de The Times , “del tirano suda
mericano; un dictador cuyo poder era más absoluto que ei del Autócrata
Ruso, y que el de cualquier gobernante en la tierra” .93
Urquiza llegó en seguida a Palermo, donde estableció su cuartel general.
Pero en la ciudad había comenzado el saqueo, primero por la caballería rasis-
ta , luego por las tropas de Urquiza y los delincuentes locales, que formaron
bandas errantes en el centro de la ciudad,'disparando contra las puertas para
abrirlas y robando las tiendas. Amenazaba un colapso total de la ley y el or
den, hasta que Urquiza impuso su autoridad y superó el terror con ei terror;
en Buenos Aires. más de doscientas personas fueron fusiladas por orden suya.
incluyendo muchos civiles. Y a la victoria le siguió una terrible venganza.
¡Una cantidad de antiguos oficiales rosistas fueron fusilados, algunos por el
pasado terrorismo, otros con justificaciones menos obvias. “Los mazorque-
ros existentes”, escribió Sarmiento, “eran como seis o siete, y el pueblo en
Buenos Aíres sólo tenía ojeriza contra los más crimínales de entre ellos” ,n El
corone] Martín Isidro Santa Coloma, un rosista de la línea dura, fue degollado
por orden de Urquiza; había sido miembro de la mazorca, juez de paz y partí
cipe en. el asesinato de Maza en 1839. En otro caso, Martiniano Chilavert. un
simple aunque antiguo oficial que cambió de bando, también fue asesinado.
Ejecutaron a muchos soldados. Todo el regimiento de Aquino, o los.que caye
ron prisioneros, fueron ejecutados sin juicio previo, y la gente-aplaudía a me
dida que eran degollados. Alrededor de Palermo, los árboles estaban llenos1de
cadáveres. La infantería de Rosas, reclutada de entre las más bajas clases y
carentes de opinión en la toma de decisiones, quedó prisionera de Urquiza du
rante casi un mes, acampada en Palermo. Sin embargo, una cantidad de polí
ticos Irosistasjque incluía a Felipe Arana. Nicolás Anchorena y Baldomcro
García, sobrevivieron y prosperaron. Urquiza ejerció una justicia extrema
damente dura, perdonando a algunos, ejecutando por fusilamiento a otros y
finalmente degollando a otros, pero, en general, como en el terror deRosas, el
castigo se practicaba en una campaña controlada.
Caseros no significó la conquista de una vieja Argentina por una nueva.
Su efecto inmediato fue el reemplazo de un caudillo por otro. Urquiza, a quien
el corresponsal de The Times en Buenos Aires describió como “más animal que
intelectual” en su exteriorización, era en cierta forma más gaucho que el mis
mo Rosas, y sólo un grado más conciliador, Instaló su corte en Palermo, orde-
311
nó el uso del uniforme federal con emblemas rojos, a pesar de su relación con
Rosas, y gritó “ ¡Mueran los salvajes unitarios!" Sarmiento 3o vio como otro
Rosas, rodeado de aduladores e r r asistas.94Y, en el epílogo de Caseros, el'ven
cedor parecía destinado a perpetuar los conflictos ideológicos-vía política de
caudillos de la época. Según el diarista Beruti, !tün nuevo tirano que ha
reemplazado a Rosas, su maestro, ha entrado con sus tropas a-la ciudad y las
ha colocado en varios puntos, causando a sus habitantes un susto extraordina
rio... El señor Urquiza entró como libertador y se ha hecho conquistador”.85
Fuera de la ciudad, la memoria del pueblo y las lealtades eran más fuertes y
los mitos más tenaces. En la campaña y en la frontera sur. en todos aquellos
sitios que habían sido la base de su poder, la nostalgia por Rosas llegó a-consti
tuir una forma de protesta. Los gauchos saludaban su memoria y los indios in
vocaban su nombre. En abril de 1852, unos doscientos indios invadieron la pro
vincia y amenazaron Bahía Blanca, recorriendo estancias en busca de caba
llos y ganado. Robert Gore informó: “Pequeños grupos de indios se están
uniendo todos los días a los invasores, y las últimas cuentas llevan su número
a unos dos mil, además de algunos cristianos que sé supone eran parte del an
tiguo-ejército del general Rosas. Se informa que en diversas ocasiones han
gritado ‘;Viva R osas!’ ‘ ¡Muera Urquiza !f ',96E1 mismo Rosas pensaba que no
había sido derrotado por el pueblo, sino por extranjeros. Después de Caseros,
afirmó, “No es el pueblo el quem e ha volteado. Son los'macocas,dos brasile
ros.” Y de manera más cínica, observó, “Estoy abandonado de todos; el pue
blo me aborrece, porque mis generales y mis hermanos lo han saqueado, y
mis generales me abandonan porque están hartos de fortuna y quieren guar
darla”.97 ¿Podría ser que la verdadera explicación déla caída de Rosas tuvie
ra una clásica simplicidad? Él aplicaba políticas que tenían oposición, si no
dentro de Buenos Aires por lo menos-mera de ésta, y sus opositores tuvieron
suficiente fuerza como para derrotarlo. Los brasileños nó habrían podido in
vadir la Argentina sin un aliado interior; y Urquiza no habría podido rebelar
se sin apoyo extranjero. Juntos, fueron demasiado poderosos para Rosas. De
pronto se encontró solo. La vida económica debía continuar. Los estancieros
.teman que producir y vender, ios hombres de negocios tenían que comerciar,
y todos ellos podían hacerlo bajo otro gobierno tanto como bajo el gobierno d e
Rosas. Los británicos debieron buscar nuevos socios y quizá mercados más
amplios, y también ellos descubrieron que, después de todo, Rosas no era .in- .
dispensable.
312
destino, yo me separo” .9SInsistió en partir solo, en compañía de un sirviente,
Lorenzo López, y en su caballo favorito. Victoria —así llamado por la Reina de
j Inglaterra— se dirigió rápidamente a los suburbios del sur de la ciudad. En
Hueco de los Sauces desmontó debajo de un árbol y escribió una renuncia for
mal dirigida a ía Sala de Representantes:
314
insistiera en la entrevista; en cambio, recibió una carta por la cual le acorda
ban el derecho de instalarse en cualquier parte de las Islas Británicas, bajo la
protección de las leyes existentes y siirnecesidad de un permiso especial.106
Pero en la Cámara de los Lores se formularon varias preguntas. ¿Por qué
se había hecho al general Rosas en Plymouth una recepción que parecía ofi
cial? ¿Por qué se lo había recibido con honores más que habituales? El secre
tario del Foreign Office, Conde de Malmesbury, respondió que ei gobierno no
había impartido orden alguna referida a la rendición de honores oficíales,
sino que las autoridades de Plymouth habían actuado por su cuenta;
Exilio
316
fuera político. En ese momento, terminada su tarea pública, encontró en In
glaterra una nueva libertad. Antes de los seis meses de su llegada, el 23 de oc
tubre de 1852. se casó con Máximo Terrero. hij o del antiguo socio de Rosas, un
meritorio joven que la había cortejado en Palermo y la siguió voluntariamen
te al exilio. Para Manuela, a los treinta y cinco años de edad, fue una especie
de emancipación. Para Rosas, acentuados sus instintos posesivos por causa
del aislamiento, fue una traición; objetó dolorido el matrimonio y reprochó a
su hila por su “inaudita crueldad” ai dejarlo solo en el mundo cuando más la
| necesitaba.1Durante los años siguientes, Manuela tuvo dos hijos y se trasladó
• a Londres con su m árido, mientras Rosas se retirad a aun más en sí mismo, pi-
í diéndole que no volviera a su casa, ya que no le proporcionaría más ningún
placer y no deseaba recibir a nadie allí. Sin embargo, la pareja se mantuvo
leal y devota usando a los niños como pretexto para visitarlo, a pesar de suín-
j. sístencia en que “no debes, pues, alimentar esperanza alguna de venir a esta
j casa” .2 La derrota y los celos se combinaban para desmoralizar al caído dic-
f tador, lo que era comprensible, decía él “sí consideran mis circunstancias, lo
i que he sido. lo que soy”, y por momentos pensaba que estaba “verdaderaraen-
i te loco”. De manera que siguió culpando a su familia por su falta de compa-
5 síón, tanto más cruel cuando sus así llamados amigos de Buenos Aires tam-
I bién lo estaban traicionando .3
Su depresión aumentó, alimentada por la soledad y autoconmiseración.
' ' Tal era su estado de ánimo cuando concluyó toda relación con Manuela y su.
' marido, y hasta les advirtió que no le escribieran: “Si lo hacen perderán su
; tiempo, las estampas, o porte, puesto que sin abrir las cartas, cajones, o lo que
t fuere. devolveré a Vds. todo lo que sea. También ruego a Vds. no vengan a ver
me 4 Así se aisló Rosas todavía m ás en su tristeza, resentido ante su destino,
enojado con su familia en Inglaterra y sus enemigos en Buenos Aires e invadi
do por un prolongado letargo. De jó de aceptar las invitaciones que le enviaban
; algunas familias de la pequeña aristocracia para participar en cacerías y carre
ras, quejándose de que la falta de dinero le impedía retribuir esas cortesías. Qué
: oportunidad se estaba perdiendo, se lamentaba, de promover losintereses de
; " la Argentina; porque pensaba que, de haber tenido medios para moverse en la
alta sociedad, podría haber hecho conocer su país y lograr "mucho enfavor de
esas naciones de Sud América".5 Pero dada la situación, permanecía en su
casa, y su placer principal consistía en cabalgar solo en el New Forest, donde
\ pasaba largas horas en comunión con la naturaleza y condenando a-los hom
bres . Por eso, la primera década de su exilio fue la más triste. En junio de 1862'
■ todavía resistía los intentos de Máximo para restablecer el contacto pero, fi
nalmente. en agosto-septiembre de 1863, escribió una vez más a su hijo políti
co. La redacción de su testamento y el alquiler de una granja lo obligaban a
consultar a su familia, y pareció dispuesto a verlos de nuevo, especialmente a
sus dos nietos.5 Manuela y su familia, de hecho, se convirtieron-en los princi
pales beneficiarios de su última voluntad.7 Ella continuó viviendo en Inglate
rra con su maridó' e hijos y allí murió en septiembre de 1898.. Jamás había de
jado de ser leal a Rosas, siempre lodefendió y, antes de su-múerte, túvola sa
tisfacción de leer los trabajos históricos de Adolfo Saldias y Ernesto Quesada.
y de saber que la revisión de la reputación de su padre ya había comenzado,
Manuela y Juan no fueron los únicos hijos de Rasas. También tuvo hijos e
hijas con María Eugenia Castro, hija de un oficial del- ejército, el comandante
Juan Gregorio Castro, quien había nombrado a Rosas su albacea y tutor de su
hija mayor, Eugenia. Cuando la nina tenía trece años, Rosas la llevó a su resi
dencia de Palermo como doncella de compañía de su esposa Encarnación y,
después de la muerte de ésta, Eugenia pasó ce criada a amante. Tenía quince
años, Rosas cuarenta y siete. En ios años siguientes nacieron cinco niños déla
pareja, Nicanora, Ángela, Justina, Joaquin y Adrián.8 E l último nació des
pués de la caída del dictador, pero los primeros cuatro se criaron en Palermo
y, aunque nunca fueron formalmente reconocidos por Rosas, los trataba bon
dadosamente y como parte de la familia. Después de su caída, la madre y los
niños permanecieron en la Argentina, en precarias condiciones y con pobres
perspectivas. Eugenia escribió anualmente a Rosas entre 1852 y 1855, al pare
cer quejándose de su situación, pero como no había aceptado la invitación de
Rosas para unírsele en Inglaterra, la conciencia de él estaba tranquila. “Si
cuando quise traerte conmigo, según te lo propuse con tanto interés en dos
muy expresivas y tiernas cartas, hubieras venido, no hubieras sido desgra
ciada. Así. cuando hoy lo sois, debes culpar solamente a tu maldita ingrati
tud. Su hija Ángela también le escribió y , al agradecerle por el regalo de un
pañuelo, tuvo oportunidad de negar los rumores mencionados por ella de que
se había casado con una rica dama inglesa; como dijo, no tenía deseos de ca
sarse con una rica esposa y no tenía dinero para mantener a una pobre. Escri
bió su última carta a Eugenia en 1870, alegando su continua pobreza e incapa
cidad para ayudarla y agregando poco más. En ninguna de esas cartas firmó
como amigo o padre, sino simplemente tu afectísimo paisano, y en la última
carta a Eugenia patrón.
318
La declaración era de dudosa validez legal, pero le siguió un juicio ante un tri
bunal. El fiscal alegó que “El asesinato, el robo, el incendio, las devastacio
nes, el sacrilegio, el perjurio, la falsificación, la impostura y la hipocresía han
sido los elementos constitutivos de esa terrible tiranía erigida en sistema polí
tico por tan largos años en nuestro país”. El juez Sixto Villegas pronunció la
sentencia el 17 de abril de 1861 “Condeno, como debo, a Juan Manuel de Ro
sas a la pena ordinaria de muerte... A la restitución de los haberes robados a
los particulares y al fisco”. Más aun, como Rosas era un criminal convicto y
no un refugiado político, se debía solicitar al gobierno británico que lo entre
gara.11 En realidad, éste era un juicio de índole política, y la sentencia no fue
menos política que las confiscaciones ordenadas por el mismo Rosas. La in
tención era la venganza.
Rosas rechazó los procedimientos y la sentencia, negándose a aceptar el
juicio de sus enemigos, amigos o supuestas víctimas. “El juicio”, declaró,
“está reservado a Dios y la Historia”. Escribió una protesta y refutación, pu
blicada en Londres en tres idiomas y distribuida en Europa y las Americas;
en Buenos Aires, fue reproducida por La Tribuna, el 21 de noviembre de 1857.12
Estaba indignado por la acusación de que había robado el Tesoro y usado dine
ro público para obtener ganancias privadas, y repudiaba la demanda contra
su propiedad confiscada por el gasto de cuatro millones seiscientos cuarenta
; y siete mil sesenta y seis pesos en Palermo. Consideraba ésta como la más in
justa de todas las acusaciones, ya que siempre había servido al Estado sin co
brar sueldo. Estaba especialmente agraviado por la confiscación de sus pro
piedades que, insistía, habían sido adquiridas correctamente y laboriosa
mente ganadas.15 Además de su protesta, Rosas tomó otras medidas prácti
cas para defenderse, pensando que sus enemigos tratarían de llegar hasta In
glaterra para atacarlo, y que desde hacía algún tiempo ellos mantenían un
agente a sueldo para que lo matara, dañara su propiedad y, tal vez, robara sus
papeles; por esa razón contrató un guardia para que vigilara de noche, al que le
pagaba cuatro chelines por día con casa y carbón:14
La ignominia del juicio público estuvo.acompañada por la penosa expe-,
riencia de la deslealtad. Tal vez ésta fue su mayor mortificación, ver que tan
tos antiguos amigos y protegidos no sólo eran incapaces de resistir a la perse-
cución sino que voluntariamente lo traicionaban; al patrón que los había ayu
dado para mejorar sus fortunas y situación. Es verdad que algunos pocos par
tidarios y amigos íntimos se mantuvieron leales, afirmaron su adhesión y se
guían en contacto. Antonino Reyes, su ayudante militar y secretario, Pedro Li
meño, su capitán del puerto, Juan Moreno, su jefe de policía, y. especialmente.
José María Rojas y Patrón y Juan N. Terrero, colegas de sus primeros días, con
tinuaban teniendo fe y comunicados entre ellos y con Rosas. También mantuvo
una larga y detallada correspondencia con Josefa Gómez, desde 1853 hasta la
muerte de ella, en 1877,,poco antes de la suya. Era una mujer de buena posi
ción, dueña de muchas propiedades y.amiga de la familia; no era política
mente rosísta, pero sumamente lea] a Rosas; una mujer formidable que sig-
míicó un eficiente agente para sus intereses en Buenos Aires y un foco de
unión para las lealtades que aún subsistían.15Pero fueron muchos más los an
tiguos amigos que cambiaron de lado, y algunos de sus ex aduladores se con
virtieron en los peores detractores. Otros se mantuvieron simplemente apar
tados y en silencio: Con quienes más amargado estaba. Rosas era con los An
chorena, que habían estado muy cerca de él en los días del poder y recibido
muchos favores. Después de Caseros. Nicolás Anchorena Je dio la espalda al
amigo y protector de su familia y ni siquiera le escribió, deserción que mere
ció el desprecio de Rosas por el resto de su vida: “S í,;esos Anchorena! y, muy
señaladamente el tal Dn. Nicolás. \Qué hombre tan malo, tan impío, tan hipó
crita y tan bajo, tan asqueroso e inmundo' ”16 ¿Le habían pagado por lo menos
las deudas que tenían con él? Rosas las calculó en doscientos pesos por mes
durante los doce anos (1818-1830) en que él había administrado sus estancias
sin sueldo. Le sumó los intereses, alcanzando un total de setenta y ocho mil
quinientos cuarenta y cuatro pesos, que redam ó entonces a la viuda de Nico
lás.17 Ella negó secamente su responsabilidad, por falta de documentación
probatoria, y Rosas debió soportar tristemente un nuevo agravio todavía.
Todo lo juzgaba en términos personalistas y. aun en el exilio, reducía a los po
líticos argentinos arosistas y sus enemigos. Estos conceptos eran demasiado
simples. Como todos los estancieros, los Anchorena no eran “amigos” ni “ene
migos”, “leales" ni “desleales” a Rosas. Los intereses económicos no desapa
recieron abruptamente con la caída de un gobierno y la toma del poder por
otro. La clase terrateniente, partidarios y beneficiarios de Rosas, tenían en
ese momento que hacer la paz —y los beneficios— con sus sucesores. La su-
pervivenda, ño la lealtad, era su política.
Mientras que los amigos de los buenos tiempos desertaban, uno de sus
enemigos se reconciliaba. Rosas quedó patéticamente reconocido a Urquiza
por el decreto que le restituía sus propiedades, y le escribió para agradecerle
su m a ^ .armr»Hafí. ^ Urquiza continuó apoyando a Rosas y. cuando asumió la
presidencia de la Confederación Argentina, en conflicto conBuenos Aires, in
tento rehabilitar al dictador caído ante los enemigos de allí. Como lo escribió,
esperaba 3a derrota de Buenos Aires y la restauración de Rosas “a su rango, a
sus goces, y a su patria”.19Hizo reproducir laprotesta de Rosas en los periódi
cos de la Confederación.25 Rosas respondió agradeciendo las palabras de
aliento y reconocimiento de sus servicios a la Argentina formuladas por Ur
quiza, consciente,, sin duda, de las posibilidades económicas de tal amistad.
Urquiza también era impolítico, y calculaba que el apoyo de Rosas podía ser
le útil para desestabílizar Buenos Aires. Ciertamente se ejercieron algunas
presiones sobre Rosas en los años 1858-64, para que regresara al país. Urquiza
esperaba que Rosas pudiera alzar un movimiento de oposición favorable a la
Confederación. Los rosistas de Buenos Aires —había aun unos pocos nostálgi
cos del pasado y desilusionados del presente— pensaban que Rosas podía en
cabezar una nueva “revolución del sur”. Hasta el mismo Alberdi, en ése mo
mento agente de la Confederación, usó sus buenos oficios para la reconcilia-
323
clon entre ios enemigos de Caseros. Pero Rosas no estaba dispuesto a montar
una contrarrevolución, como escribió a Urquiza después de la batalla de Pa
vón, “Le he de servir en todo lo que me ocupe, toda véz que no sea para conspi
rar contra el gobierno de m i patria, ni contra las personas que lo componen,
aun cuando fuesen sus enemigos”.21 En 1864, Rosas pensó por un breve tiempo
que tal vez podrían .quererlo en Buenos Aires para algún servicio, pero esas
esperanzas pronto pasaron y, a pesar de las superficiales palabras de los fede
rales en el sentido de que él debía hacer un movimiento, ya no se engañó más a
s í mismo. Toda esperanza de regreso parecía haber desaparecido, y se apartó
de las controversias inútiles. Pero todavía estaba muy preocupado por su si
tuación económica. En un gesto de amistad, Urquiza ofreció a S osas ‘‘Una
•súma de dinero para ayudarlo en sus gastos, si es que esto no lo ofende”.22Al
principio, Rosas declinó la oferta pero, más tarde, en 1861, se rebajó para pedir
ayuda a Urquiza: "No poco m e cuesta molestar a V.E. con pedido de tal natu
raleza, pero mí caso tan claro y notorio me impone llamar en mi auxilio por
asistencia, pues creo que debo, hasta a mi Patria, no perdonar medio alguno
permitido a un hombre de mi d a se para no parecer ante el extranjero en esta
do de indigencia, quien nada hizo para merecerlo. ” Rosas encargó el pedido a
Josefa Gómez, quien de inmediato partió de Buenos Aires en un vapor fluvial
y entregó personalmente la carta a Urquiza en su estancia de Entre Ríos: ahí,
el caudillo le habió, con sinceridad o no, de “el dolor con que recuerda su gran
error y crimen (son las palabras del general Urquiza) en haber dado en tierra
con el gobierno de V.f!23 Después de una ansiosa espera, Rosas recibió de Ur
quiza un envío de mil libras esterlinas.
321
to superado por la revolución del i l de septiembre de 1852, que rompió la frágil
unidad nacional y restauró la autonomía de Buenos Air.es. Allí, el nuevo go
bierno se apresuró a poner nuevamente en vigencia el decreto de confiscación
del 16 de febrero. Rosas comprendió entonces que se encontraba eii serios pro
blemas. Movilizó a sus amigos, apeló a la opinión pública y luchó desespera
damente para recuperar sus propiedades. Pero finalmente tuvo que admitir
la derrota, sólo fortalecido por la convicción de que lo habían despojado injus
tamente de lo que había ganado con todo derecho. ¿Cuánto era el monto total
de la confiscación? Esto daba en 3a práctica la medida de su anterior riqueza.
Primero, las haciendas rurales, que comprendían la estancia San Martín, su
principal posesión, y las estancias Encarnación y San Nicolás, juntamen
te con su población en ganado; una investigación del gobierno establecía el ta
maño total en ciento treinta y seis leguas'cuadradas (trescientas cuarenta mil
hectáreas), que sólo podía ser una estimación aproximada.-5Segundo, su pro
piedad urbana, la casa y terrenos de Palermo, y un grupo de cinco casas en la
calle Moreno. É sas fueron las propiedades sujetas a confiscación en 1852, me
diante un proceso confirmado por ley del 28 de julio de 1857, Ése fue para Ro
sas el final dél camino en Buenos Aires :■sus propiedades estaban en ese mo
mento completamente dispersas, en poder de los demandantes, los compra
dores y el Estado.
¿Cuáles eran entonces sus ingresos en el exilio? Durante el breve período
de respiro proporcionado por el decreto de Urquiza, Rosas vendió la estancia
San Martín por cien mil pesos oro. Su agente, Juan N. Terrero, tuvo que pagar
de allí los costos, como también las deudas con diversos acreedores y otros
gastos incidentales antes de transferirle el saldo. Éste era el ingreso básico,de
Rosas.28 Además, unos pocos amigos, entre ellos Rojas y Patrón y Juan N. Te
rrero, le enviaban periódicamente fondos de sus propios recursos, y las muje
res de su familia 3o ayudaron. Obtuvo un crédito anual de tres mil libras en un
Baneo inglés, conseguido se dijo, mediante los buenos oficios de Lord P al
merston y, aunque esto no era una renía, significó un préstamo vital, que se
fue incrementando y Regó a causarle cierta ansiedad.27De manera que, hacia
fines de la primera década de exilio, Rosas empezó a pasar apuros. Se vio obli
gado a dirigirse a Urquiza, quien le envió mil libras en 1865, con la promesa de
convertir esa suma en anualidad, si podía lograrlo; pero no hubo nuevos en
víos, Rosas estimaba personalmente en mil libras anuales sus necesidades
para vivir con modesta seguridad. Como no pudo lograr que su granja cubrie
ra los costos —y mucho menos que le produjera beneficios— necesitaba nue
vos ingresos provenientes de la Argentina. Una suscripción de fondos pro
puesta por los Terrero encontró su aprobación, y se esperaba que eso podría
proveer el ingreso requerido.38Rosas supervisó la lista, escribió cartas perso
nales a los probables suscriptores, en su mayoría parientes, amigos y ex ca
maradas políticos, y esperó ansiosamente los resultados. En Buenos Aires,
Josefa Gómez organizó toda la operación, enviando incansablemente los pe
didos y recordatorios, escribiendo agradecimientos, reuniendo las suserip-
dones y, a partir de 1867, efectuando giros de remesas a Inglaterra. A pesar
de' su celo, la respuesta fue desalentadora, un reflejo más de las declinantes
lealtades. Los nombres más importantes de la dictadura estaban todos ausen
tes: sólo unos pocos amigos y-relaciones leales conformaban la lista, pero, a
medida que pasaban los años y la gente moría o sus recursos menguaban,
también disminuían sus ingresos. Como observó con sarcasmo ürquiza.
¿Qué se han hecho los amigos del General Rosas, a quienes colmó de fortuna
en su época?,;2£>Rosas agotó su capital original, gastóla suscripción según iba
llegando y durante los diez años siguientes sobrevivió gracias a los amigos
que le quedaban y a su propia familia.30
Pero aun en los peores días de su exilio, Rosas no era realmente pobre. Su
ansiedad con respecto al ingreso, sus coléricos intentos de revertir las confis
caciones, su cuidadoso examen de las listas de suscripción, su implacable
búsqueda de nuevos fondos, aumentaron hasta convertirse en una obsesión
por el dinero, rayana en la avaricia o el pánico. En 1876, a los ochenta y tres
años de edad, en un absurdo y último llamado, hasta se dirigió a la viuda de
Urquiza en busca de ayuda. Existe la sospecha de que sus pretensiones eran
demasiado altas, que estaba viviendo más allá de sus medios. Al principio
gastaba ciento veinte libras por mes, lo que ciertamente sobrepasaba sus-po
sibilidades. É l decía que su estilo era pobre, sus gastos modestos y que su vida
social había quedado muy reducida, aunque sus pretensiones aún seguían en
evidencia; “Por más esfuerzos que hago para no salir de m i silencioso retiro,
no me es ya posible cortar por más tiempo las visitas de personas de elevada
distinción, como la del H. Vizconde Palmerston y otros,., y a corresponder
esas demostraciones con iguales visitas m ías.”31 Diez años más tarde, aún
sostenía que vivía frugalmente:
Mi economía en los doce años corados ha continuado siempre tan severa como parece.
imposible al que no ha estado cerca de mí. No fumo, no tomo rapé, ni vino ai licor alguno,
no asisto a comidas, no hago visitas ni las recibo, no paseo ni asisto ai teatro ni a diversio
nes de clase alguna. Mi ropa es la de un hombre común. Mis manos y mi cara estáis bien
quemadas y bier¡ acreditan cuál y cómo es mi trabajo diario incesante, para en algo ayu
darme. Mí comida es un pedazo de carne asada y mi mate. Nada más.32
323
4
Eosas era un hombre de formación rural y vivía para la tierra y el. cielo.
Cuando llegó por primera vez a Southampton estuvo alojado en el Windsor Ho
tel por poco tiempo y luego alquiló Eockstone House en Carlton. Tenace, don
de mantuvo un buen nivel de vida, dio dos habitaciones a su hija y su marido y
puso_a su servicio a un maltratado peón argentino, de apellido Martínez, a
quien, mandó buscar de entre sus ex servidores. Pero odiaba vivir en la ciudad
y en 1857, la inactividad lo estaba matando. Anhelaba tener una estancia y vi
vir en el campo, y empezó a buscar una granja. En 1862 alquiló Burgess Street
Farm, en Swaythling, a unos cinco kilómetros de Southampton. Era una pro
piedad típica para un arrendatario, no para un estanciero, y pagaba por ella
una renta anual de ciento noventa libras al propietario, Mr. John Fleming, de
Stoneham Park. La casa de la granja era una amplia vivienda campestre con
techo de paja, nueve habitaciones y construcciones auxiliares, pobres ran
chos, como los llamaba Rosas. La tierra tenía unas ciento sesenta hectáreas,
con una mezcla de superficies cultivables y de pasturas. Con esta propiedad,
Eosas inició un nuevo capítulo en la historia de su exilio.
Aquello no era la Argentina, un país joven y una nueva frontera, y Rosas
no podía expandir ni la casa ni el “campo”. Las construcciones estaban llenas
de bichos y descuidadas, y le le v ó algún tiempo limpiarlas y restaurarlas.33
La tierra era un desierto; fue una tarea ardua y costosa ponerla en condicio
nes. Durante los primeros meses tuvo que dedicarse a limpiar y despejarla;
drenó los pantanos, eliminó malezas y malas hierbas, cortó los troncos dé ár
boles secos y taló cientos de árboles. En una loma cercana a la casa hizo una
quinta de manzanos, peras, durazneros y ciruelos, rodeada por un seto vivo,
con una cerca y portón; detrás había un prado para ejercitar los caballos y, a
pocos metros un estanque con patos; todo era aproximadamente tal como re
cordaba los alrededores de los cascos de estancias en las pampas. Excepto
que no podía compararse con las grandes haciendas que había dejado atrás.
No le gustaban las granjas inglesas, apretadas y confinadas, donde toda.la em
presa constituía una lucha. “Muy poco y muy malo era lo que había en esos ti
tulados farm s . Todo he tenido que comprarlo y que hacerlo. Pero no tengo, ni
hago lo preciso por falta de fondos”, escribió.34 Tenía dieciocho caballos, tres
toros jóvenes, sesenta vacas, veinte vaquillonas y treinta y cuatro cerdos, a
todos los cuales podía alimentar de su propia producción correctamente cose
chada. Trató de vender lo que podía, pero sus expectativas comerciales que
daron limitadas por la reducida escala de las operaciones. La granja podía
mantener cuarenta vacas más y mil.quinientas ovejas, pero no tenía capital
para adquirirlas. Le hubiera gustado establecer una empresa de cria de gana-
324
do vacuno y otros animales, comprando buenos caballos en la Argentina 7 en
Uruguay; vacas y toros, gallinas y otras aves de corral en Inglaterra y Fran
cia; ovejas en España, y mejorarlos para el mercado, alquilando tal vez la
casa principal y la vivienda de la granja. Pero esos eran sueños. Todo lo que
pudo hacer fue establecer un tambo y subalquilarlo, usando la renta para dis
minuir su propio alquiler; pero el tambo fue destruido por un incendio en 1865,
que puso su nombre en la prensa local y en nada contribuyó a mejorar sus fi
nanzas. Introdujo el cultivo de zapallos e hizo dulce de leche, afirmando que
había introducido también otras costumbres criollas:
No se usa aquí el tasajo como no se usa el mate, por amor puramente a las costumbres dei
país y porque los argentinos, orientales y paraguayos que vienen so son como yo. son
como Máximo, que dice: a la tierra que fueres haz lo cue vieres. Yó sigo lo bueno que
veo... No conocían el mate los vecinos del f a r m . Ahora todo el pobre que viene y recibe un
m átelo prefiere a un vaso de cerveza. No conocían el zapallo; ahora todos lo comen apre
ciándolo con gusto su verdadero mérito, pues yo lo como todo el año.35
Rosas tenía una ama de llaves, Mary Ann Mills y en la granja, em pleaba.
de dos a cuatro trabajadores, o peones, como él los llamaba. Pagaba bien, al
rededor de un tercio más que los salarios corrientes en el distrito, pero sólo
contrataba a sus peones por día y, a medida que pagaba a cada hombre, le de
cía si lo necesitaría o no ai día siguiente. Ésta era quizás una costumbre subsis
tente délas estancias, o una resistencia a atarse con un acuerdo permanente;
pero posteriormente comenzó a tomar regularmente a los hombres y efectua
ba pocos cambios. Si bien les pagaba bien por su trabajo, era estricto en el
control de la tarea; las labores de la granja estaban rígidamente reguladas, el
trabajo de cada hombre calculado bora ñor hora y estrechamente supervisa
do.'
Rosas sabía que estaba arriesgando, pero confiaba en que esa granja se
ría un éxito comercial, y que él podría demostrar “al gobierno y a la historia,
que no tengo más aspiraciones que al trabajo y al retiro honesto y en el silen
cio de la vida privada, dejando también así a mis hijos esa herencia noble, dig
na de mi nacimiento y de mi d a se .,,36Pero la granja no produjo ganancias y ni
siquiera bastó para los propios gastos en forma independiente. Sus ansieda
des financieras continuaron y vivía diariamente en el temor a las penurias del
mañana. Escribió a Josefa Gómez que sólo ganaba un poco con sus tareas ru
rales, ni siquiera lo suficiente como para sufragar los gastos, y que estaba re
frenado por la falta de capital para expandir la producción. Pensaba que se
vería obligado a renunciar a la casa, aunque la necesitaba para recibir a sus
visitantes, que incluían a Lord Palmerston, el cardenal Wiseman, !!y otras
personas de la nobleza.1,37Se quejaba de que el rumor difundido en Buenos Ai
res de que gastaba cinco mil libras al añoera falso. Luego pareció perder tan
to su ánimo como su dinero; en la década de I860 habló con frecuencia de
abandonar la granja y tomar una casa aun más pequeña, en aras.de la econo
mía. También soportó tiempos difíciles en los primeros años de la década de
325
1870 y volvió a manifestar que perdía dinero en la propiedad, estorbado por
nuevas restricciones al arrendamiento, obteniendo muy poco de la tierra y ro
deado de enemigos que le robaban, peones insolentes y campesinos-codicio
sos.® -
En su exilio, las actividades de la granja eran más una forma de vida que
un negocio, una ocupación para levantar so moral, una rutina diaria que le
daba seguridad en sí-mismo. Así lo explicó a su familia, en tono conciliatorio,
“que en él están en juego mi salud, muchos años más de mi vida, y la única dis
tracción a mis tan tristes como desgraciados días.11La granja le restituyó su
identidad. Se levantaba temprano, tomaba mate, ensillaba su caballo a lo
gaucho y salía a cabalgar, con espuelas en los talones, las boleadoras al cinto,
el lazo en apresto y el viejo poncho argentino sobre sus hombros, con su lana
de vicuña aún fuerte después de cincuenta años. Recorría toda la granja,
como un solitario patriarca de las pampas, orgulloso de su estampa y su habi
lidad para arrojar el lazo y las boleadoras en sus más de setenta años, tal
como lo hacía en la campaña contra los indios en 1833-34. “Soy a la vez admi
nistrador y mayordomo”, alardeaba, “puede que tenga aspecto de viejo, pero
mi trabajo, mi experiencia y mi progreso me dan más capacidad que la del
mejor hombre joven. ” Todavía sentía placer en dar órdenes y requería que le
respondieran si habían comprendido la orden y le contestaran sus preguntas.
Como lo hizo notar un hábil observador: “Su mayor felicidad parecía consis
tir en montar su caballo y dar órdenes a sus empleados. ”39 Amaba estar al aire
libre y en las más calurosas noches de verano se quedaba afuera hasta tarde, y
hasta dormía a la intemperie sobre la manta de su recado, como lo hubiera he
cho un gaucho. Normalmente regresaba a la casa al final del día, y entonces rea
sumía otra ocupación del pasado, la del burócrata, revisando sus papeles, escri
biendo documentos y ocupándose de su correspondencia, mientras su sereno
montaba guardia en la propiedad. Su estudio-dormitorio, en el primer piso,
estaba lleno de libros y documentos, y sólo despejaban la mesa principal en un
extremo para servirle sus comidas.4*5Era allí, a la luz de las velas, donde en
contraba consuelo para su exilio en el recuerdo del pasado y la tranquilizado
ra lectura de la historia.
326
fue agregando a éstos otros papeles, a medida que sus amigos ios reunían y
despachaban; en 1865 recibió unas diez cajas. Tenía así en su poder cartas y
notas que había recibido durante su desempeño del cargo, copias de las que
había enviado, documentos oficiales de su gobierno, archivos del Tesoro y de
asuntos exteriores, y muchos otros papeles. Aun así. una gran masa de mate
rial quedó inevitablemente atrás; parre de ello fue reunido por ex partidarios
y funcionarios para guardarlos con seguridad, y el resto cayó en poder de los
gobiernos siguientes pasando aíormar parte de ios archivos nacionales. Pero
todos aquellos papeles que logró reunir en Southampton eran un consuelo en
la adversidad, “mil veces más valiosos que mis bienes”, decía, una fuente por
medio de la cual podía aconsejar a sus amigos, refutar sus críticas y confun
dir a sus enemigos. Confió a Josefa Gómez que pasaba muchas horas en sus
pobres ranchos, organizando su archivo: “Sigo conduciendo a estos ranchos
mis papeles y muchas otras cosas que no pueden ni deben ser vendidas, los pa
peles son numerosos y de muchísima importancia para mis herederos.”42
Legó su archivo a su hija Manuela en Londres y, según el historiador Adolfo
Saldías, allí fue conservado intacto.43
Rosas aspiraba a ser escritor y hablaba de los libros sobre política y filo
sofía que estaba preparando, además de una autobiografía, pero ninguna de
ellos fue escrito. El único trabajo que completó fue una gramática y dicciona
rio del lenguaje de las pampas, cuyo manuscrito fue confiado en su momento
a Saldías. En cambio, la mayor parte de los escritos de Rosas estaba en for
ma de cartas y, de éstas, especialmente las de su correspondencia con Josefa
Gómez, es posible reconstruir su pensamiento político y social.
El exilio no atemperó su rígido conservadorísimo ni ablandó la crudeza de
sus opiniones. El punto de partida era todavía el derecho absoluto a la propie
dad privada y la dominación de los intereses de los terratenientes, en general,
los principios de la autoridad de su régimen en la Argentina. La polarización
de la sociedad era una virtud, no un defecto. Era esencial atraer a los sectores
comerciales en desarrollo hacia los estratos superiores, alejándolos de las
m asas; éstas debían ser mantenidas abajo, bien apartadas del' poder. El desa
rrollo de las ideas liberales y democráticas lo llenaba de horror, especialmen
te en los años posteriores a 1850. “¿Dónde está el poder de los gobiernos para
hacerse obedecer?”, preguntaba. La anarquía estaba avanzando en todas
partes, y las autoridades debían ocuparse de sus defensas. Como Napoleón IH
en Francia, las monarquías debían aprender a conceder y no ceder, actuando
desde una posición de fuerza, detrás de poderosos ejércitos. La revolución no
conocía fronteras y se requería la acción internacional.; los estados teman de
recho a intervenir en otros estados para aplastar movimientos subversivos.
También la Iglesia debía luchar para defenderse, resistiendo los ataques del
liberalismo y. preservando su poder temporal. Rosas consideraba esencial-'
mente a la Iglesia como una conveniencia política y fuerza social y al papado
como una soberanía absoluta que conservaba la tradición y lideraba la lucha
contra la revolución. Desaprobaba el dogma de la infalibilidad papal, del Pri
327
mer Concilio Vaticano, como inapropiada para los tiempos turbulentos'.:Pero
el poder político del papado era otra cosa, y se mostraba partidario de una
efectiva dictadura del Papa, presidiendo un gobierno cristiano universal. E s
taba en favor del establecimiento de una especie de Santa Alianza, una orga
nización internacional de monarquías cristianas bajo la presidencia del
Papa, que habría de resolver los problemas del momento, contener a las cla
ses trabajadoras e impedir la anarquía.44 Ésta era la extraordinaria conclu
sión a la que lo condujo su lógica fanática.
Rosas estaba ai tanto de'las condiciones de la clase trabajadora, se com
padecía de los pobres y de los que pagaban alquileres e impuestos con bajos
ingresos y, personalmente, no era despiadada. Pero dejaba librado a la cari
dad y al gobierno paternal el remedio para la pobreza. Se oponía terminante
mente al movimiento de la clase-obrera, que consideraba un insulto para la
sociedad y'una amenaza h ad a la autoridad.45 Detestaba al socialismo, al que
hacía equivalente al ateísmo y comunismo, y se mantuvo siempre como un
firme defensor del sistema capitalista. Consideraba un ultraje la existencia
de la Asociación Internacional de Trabajadores, o Primera Internacional,
fundada en Londres en 1864, y jamás comprendió por qué la toleraban. Exage
rando la importancia y confundiendo los objetivos dei movimiento. 3a denun
ció como atea comunista y tremendamente peligrosa, una amenaza a todos los
derechos de propiedad y herencia. Hasta en Sussex, informó asombrado, uno
de los agentes de aquélla se había dirigido a una muchedumbre de miles
de personas, amenazando con que no estaba distante el día en que incendia
rían en Londres los palacios de ia aristocracia.46 liLo que he visto y veo es inso
lencia en la plebe; licencia escandalosa sin freno en los agitadores; concesio
nes y más concesiones sin equilibrarías; tumultos, reuniones, huelgas por
dias, semanas, y aún más en algunos lugares ,1,117El único remedio era pode
res ejecutivos más fuertes y más policía.
La libertad de pensamiento, de expresión^ de enseñanza, era la raíz de
todo el problema, Esa clase de libertades permitían simplemente que los
charlatanes, “esos que profesan falsas ideas, subversivos de la mora) y el or
den público”, explotaran sus puntos de vista conduciendo, una vez más, &la
anarquía y a la torre de Babel. Al mismo tiempo, los descubrimientos científi
cos y los avances de la técnica sólo estaban llevando hacia otra d a se de desor
den, materialismo, codicia y corrupción. Las naciones que toleraban esos de
sarrollos solamente recuperarían la paz cuando se sometieran al despotis
mo.48 También sentía desdén por la educación gratuita y obligatoria, espe
cialmente cuando leyó los planes de Sarmiento y Avellaneda en la Argentina.
Pensaba que la educación era dañosa para las clases más pobres, que Ies im
pedía aprender un oficio, ganarse )a vida y aceptar su lugar en la sociedad;
alentaba falsas esperanzas y llevaba a la vagancia y el delito. En la práctica,
Rosas proponía herramientas para los trabajadores y libros para la élite, un
prejuicio que compartía con mucha gente de Inglaterra en esa época.
A medí da que el mundo cambiaba a su alrededor, él permanecía aferrado
328
a los dogmas del viejo régim en, sospechando de toda novedad y consciente de
su aislamiento cada vez m ayor: “Sobre todof el mayor torm ento es quedar
solo y extranjero en medio de generaciones que lo desconocen. ” Su modelo po
lítico seguía siendo el del despotismo ilustrado .
para mí, el ideal de gobierno feliz seria el autócrata paternal, inteligente, ossinieresado
e infatígabíe; enérgico y resuelto a hacer la felicidad de su pueblo, sin favoritos uí favori
tas... He despreciado siempre a los tiranuelos inferiores y a los caudillejos de barrio, es
condidos en la sombra: he admirado siempre a los dictadores autócratas que han sido los
primeros servidores de sus pueblos. Ese es mi gran titulo: he querido siempre sen-ir al
país.49
Durante el tiempo en que presidí-el gobierno de Buenos Aires, encargado de las relacio
nes exteriores de la Confederación Argentina, con la suma de! poder por la ley, goberné
según mi conciencia. Soy, pues, el único responsable de todos mis actos, de mis hechos
buenos como de los malos, de mis errores y de mis aciertos. Las circunstancias durante
329
los años de mi administración, fueron siempre extraordinarias, y no es justo que durante
ellas se me juzgue como en tiempos tranquilos y serenos.51
330
simpatía por el nacionalismo irlandés; al contrario, pensaba que la política
de Inglaterra era demasiado débil. Si el gobierno británico hubiera asumido
desde tiempo atrás la-suma del poder, como Rosas lo había hecho en la Argen
tina, no estaría en ese momento enfrentado a la alternativa de perder Irlanda
o conservarla por la fuerza.56
Rosas identificaba dos amenazas en particular para los intereses británi
cos. Primero, quedó impresionado por la derrota de Francia en 1870 y la evi
dencia creciente del imperialismo alemán y su fuerza militar, que, según él
pensana, destruirían el equilibrio de poder en Europa. Mientras tanto, la res
puesta del gobierno británico al avance alemán era débil; la preparación
militar no era suficiente para proteger la posición material y moral
británica en el mundo, por lo tanto, la situación “de esta gran nación y
su glorioso futuro” estaban en peligro.37 La falla era sintomática de la retira
da británica y su tendencia a ceder a todas las exigencias de los gobiernos ex
tranjeros. En segundo lugar, en Inglaterra no menos que en Europa, existía el
grave riesgo de subversión social —por cierto, socialista— que él veía di
fundirse sin control y con inadecuada respuesta de la autoridad. La policía
era buena pero escasa. “Cuando llegué a este Imperio, hace diecinueve años,
un solo vigilante en esta parroquia era suficiente. Sigue siempre ese uno:
nada más, cuando ya serian necesarios veinte, para contener los robos, las
quemazones y la insolencia de la plebe.,,5a En Inglaterra, la libertad de reu
nión había llegado a convertirse en Ucencia para la anarquía. El Estado de
bía prohibir todos los ataques a la monarquía, al gobierno mismo y al orden
establecido: “El gobierno inglés y el dé los Estados Unidos, no tienen garan
tías contra la anarquía, y hay necesidad urgente de dársela, so pena de aca
barse la libertad y entronizarse el despotismo sostenido por la fuerza.”59Ese
era el contexto en el que Rosas formuló una de sus más intransigentes afirma
ciones políticas: “Cuando hasta en las clases vulgares desaparece cada día
m as el respeto al orden, a las leyes y el temor a las penas eternas, solamente
los poderes extraordinarios son los únicos capaces de hacer respetar los man
damientos de Dios, las leyes, el capital y a sus poseedores.”60
331
asontos aparecían ocasionalmente informados en la prensa local: pero él
mismo se guardaba de los periodistas y otros visitantes, porque había apren
dido por experiencia que sus informes podían terminar en forma falseada y
poco grata en los periódicos de la Argentina. Desde 1852 fue una especie de
producto político en exhibición y a medida que fueron pasando los años se con
virtió en una curiosidad. Su lugar en la Argentina evolucionó de historia re
ciente a creciente mitología. En Inglaterra vivió en relativo aislamiento, reti
rado de los hombres y ios acontecimientos. Parece haber tenido algún contac
to con el cardenal Nicholas Wiseman, arzobispo de Westminster. Y hablaba
de una larga vinculación con LordPahnerston, el único hombre de Estado bri
tánico que le había dispensado su amistad.
Rosas no se acercó a Palmerston durante los tres primeros años después
de su llegada a Inglaterra. Luego, en 1855. escribió su primera carta cuando
Palmerston era primer ministro. A ésta le siguió una entrevista y nuevas car
tas de Rosas, doce en total, una de ellas acusando recibo de un presente de
caza, otra el recibo de una tarjeta de visita.81Sólo existe una respuesta conoci
da de Palmerston, breve y formal.62 Por otra parte, las cartas de Rosas eran
tina triste mezcla de adulación, servilismo y autojustificación, e incluían fra
ses idénticas, oraciones y párrafos enteros que había empleado en cartas a
otros, particularmente a Josefa Gómez. Fueron seguidas por tres cartas , aun
más embarazosas, a la viuda de Palmerston, que al parecer no tuvieron con
testación.
Rosas afirmó que Palmerston acostumbraba a visitarlo una vez por año,
y que él visitaba al estadista inglés todos los días de Año Nuevo, en Broad-
íands. No hay evidencias de esas visitas, aunque Palmerston mencionó una
vez en su diario que el “General Rosas vino por la tarde”, y Broadlands estaba
lo suficientemente cerca como para que pudiera haberío hecho.63 Nombró a
Palmerston su albacea cuando redactó por primera vez su testamento en
1862, aunque sin conocimiento de aquél, y probablemente para dar fuerza a
sus reclamaciones contra el gobierno de Buenos Aires. Rosas aseguraba que
Palmerston le había ofrecido ayudarlo para recuperar sus bienes:
El Lord Palmerston me insinuó la oferta de los buenos oficios confidenciales del Gobier
no de Su Majestad para la devolución de mis propiedades... Mi contestación, aunque la
más entrañablemente agradecida al Lord Palmerston, fue siempre la de no obligar al
Gobierno de mi patria, de quien debía yo esperar no tan distante la debida justicia. ¡Qué
descrédito para los Gobiernos de la América cuando se ve que el General Rosas ha m ere
cido de uno de los primeros hombres y de uno de ios primeros Gobiernos de Europa lo que
no ha merecido de ninguno de los déla América toda!54
832
te una duda. ¿Se trataba de una amistad imaginaria? La verdad parecería ser
que Rosas exageró sus relaciones con Palmerston, y que sus acercamientos
no fueron alentados ni retribuidos. La amistad era una fantasía que Rosas ne
cesitaba inventar para afirmar su identidad; enaltecer su posición e impre
sionar la opinión en la Argentina.
Rosas concedía entrevistas a muchos visitantes, la mayor parte de los
cuales llegaban por simple curiosidad o en busca de una nota para los periódi
cos. A casi todos les decíalo mismo. Había servido bien a su país, siendo luego
despojado en forma fraudulenta de sus propiedades; obligado a vivir en la po
brera y ganar un ingreso con el sudor de su frente; a su edad, todavía tenía que
trabajar, aunque gozaba de buena salud, vivía modestamente en su granja a
la usanza criolla, rodeado de libros y papeles y aislado de la sociedad, excepto
en el trato y amistad con unas pocas personas eminentes. Sin embargo, con
uno o dos argentinos tuvo conversaciones más serias.
Alberdi lo conoció en Londres el 17 de octubre de 1857, cuando era ministro
de la Confederación Argentina en Europa y Rosas estaba de visita en la du
dad para arreglar la publicación de su protesta. La ocasión fue una comida en
la casa de Mr. George F. Dickson, banquero y cónsul general déla Confedera
ción.66 Alberdi recibió una favorable impresión. Encontró a Rosas agradable
e interesante, más viejo de lo que él esperaba a la edad de sesenta y cuatro
años, de cabello gris, bien afeitado, pobremente vestido; hablaba de caballos
y política y se mostraba muy dueño de sí mismo y en dominio de la situación,
aunque sin alardes ni arrogancia. Rosas describió los actos de su gobierno y
las ejecuciones como ‘‘hechos políticos de la guerra civil de esa época.”
Al ver su figura toda le hallé menos culpable a él que a Buenos Aíres por su dominación.
Habló mucho. Habla inglés mal; pero sin detenerse, con facilidad. Es jovial y atento en
sociedad. Después de la mesa, cuando se alejaron las señoras, habló mucho de política.
Acababa de leer él todo lo que trajo el vapor dé antes de ayer sobre su proceso. No por eso
estaba menos jovial y alegre. Me llaman por edicto —decía— ¿pues estoy loco para ir a
entregarme para que me maten? Niega a Buenos Aires el derecho de juzgarlo. Repite
como de m em oriaias palabras de su protesta. Dice que el único gobierno de autoridad so
berana es el de la Confederación, no el de Buenos Aires... Habló con moderación y respe
to de todos los adversarios, incluso de Alsina.07
333
Confederación; “Indudablemente el general Rosas se conduce mejor como
vencido, que lo hacia como vencedor. Los trabajos y el espectáculo de la vida
libre de Inglaterra han influido mucho en él.”6S Más tarde, en 1864, más .im
presionado todavía por la conducta resignada y honorable de Rosas en el exi
lio. su laboriosidad y dignidad, Alberdi le aconsejó escribir una breve'memo
ria, dando los hechos documentados de su gobierno, el logro de la ley y el or
len, de la moneda sana y el respeto internacional, en comparación con la si
tuación actual de la Argentina,70 Pero Rosas jamás escribió una memoria po
lítica; ei tiempo permanecía detenido para él, era Alberdi el que avanzaba.
Quince años más tarde, Vicente G, Quesada. un hombre de letras y de! go
bierno, desembarcó en Southampton en su viaje a Europa y fue a visitar a Ro
sas con su hijo Ernesto, Posteriormente sintió cierta vergüenza por haber ido
a visitar al desamparado anciano por pura curiosidad, y no publicó la entre
vista. Sin em bargo, su hijo, que tenía entonces catorce años, conservó las no
tas del encuentro y cincuenta años más tarde las utilizó en su historia La épo
ca de Rosas. Aceptando la natural deformación, esa entrevista tal cual fue re
gistrada, daba una verosímil impresión de Rosas en el invierno de su exilio.
Los visitantes admiraron su fidelidad a las costumbres rurales y las tradicio
nes criollas, y quedaron asombrados por la profusión de papeles en los que es
ta ba trabajando. “Era entonces aquel octogenario un hombre todavía hermo
so y de aspecto imponente; cultísimo en sus maneras, el ambiente más mo
desto de la casa en nada amenguaba su aire de gran señor, heredado de sus
mayores. La conversación fue animada e interesantísima.” Incitado por Que-
sada, Rosas expuso su acostumbrada apología: había impuesto un gobierno
fuerte como única respuesta a la anarquía, y había gobernado como un servi
dor del pueblo. Ésa era su justificación; no tenía arrepentimiento, aunque sí
cierto resentimiento.
Pasaron pocos años más. pn frío y húmedo día de marzo de 1877 salió de la
granja; al regresar, no se sintió bien, y rápidamente cogió una neumo
nía. Fue atendido por el doctor John Wibblin, su médico desde 1852, quien lla
mó a Manuela que estaba en Londres; ella llegó sola, ya que su marido acaba-
334
ba de p a rtir de Southampton en viaje a Buenos Aires. Rosas pareció recupe
ra rse, pero gradual y tiernam ente fue separándose de ella. Murió a las siete
de la m añana del viernes 14 de m arzo de 1877, cuando tenia ochenta y cuatro
años.72Hubo una m isa de réquiem en la iglesia católica de Southampton y pos
teriorm ente fue enterrado en form a p riv ad a en el cem enterio de la ciudad y
en p resencia de unos pocos parientes y am igos. The Times publicó un obitua
rio. •'
Una coherencia extraña m areó la vida de Rosas. Se dijo acertadam ente
de su exilio, “su m ayor felicidad p arecía se r m ontar su caballo y etar órdenes
a su s em pleados.5 É sa fue tam bién la v erd ad sobre su vida s n ls Argentina,
en la estancia, en la cam paña y en el gobierno.
i
*1
NOTAS
INTRODUCCIÓN
337
gentiha. “Ahora las palmas de mis manos están endurecidas, mis veranos son cin
cuenta,”
22 Parish a Manuela,Terrero, julio 1878, Adolfo Saidías, ed;, P a p e l e s d e R a z a s (2 vols.,
La-Plata, 1904-7) J i, 478.
:23 E. B. Cuimínghame Graham. "La Pulpería” , en T h i r t e e n S t o r i e s (Londres.. 19000,
172-5 ; sobre las circunstancias, véase Cecine Watts y Laurence Davies, C u n n i n g h a -
m e G r a h a m : A C r i t i c a l B i o g r a p h y (Cambridge, 1979), 28-35,195-6.
24 Así lo llamaba en T h e P u r p l e L a n d , en S o u t h A m e r i c a n R o m a n c e s (Londres, 1930). 2.
25 F a r A w a y a n d L o n g A g o (Allá lejos y hace tiempo) (Everyman’s library, Londres,
1967), 2-4; sobre los orígenes y circunstancias del libro, publicado par primera vez en
1918, véase Dennis Shrubsali. W. H . H u d s o n , W r i t e r a n d N a t u r a l i s t (Tisbory, 1978),
79-80.
26 F a r A w a y m d L o n g A g o , 54-5,
27 Ibid,, 91,108-13; véase también los comentarios sobre Rosas en el Apéndice a "El
Otnbú”. en S o u t h A m e r i c a n R o m a n c e s , 819-23.
28 R o s a s , en T h e C o l l e c t e d P o e m s o í J o h n M a s e f i e l d (Londres, 1927),
29 Thomas Hobbes, Leviathan (Everyman’s Library, Londres, 1976), 64,89-90.
338
16 Woodbine Parish, B u e n o s A i r e s , 190-5.
17 Ibid. 183-3.
18 Francis B o n d B e a d , R o u g h N o t e s t a k e n d u r i n g s o m e r a p i d J o u r n e y s a c r o s s t h e P a m -
p a s a n d a m o n g t h e Andes (Londres , 1826) 21,
19 Tubo Halperin Donghi, P o l i t i c s , E c o n o m i c s and S o c i e t y i n A r g e n t i n a i n 't h e R e v o l u
t i o n a r y P e r i o d (Cambridge. 1375) 81-108.
■20 Enrique M. Barba, "Notas sobre la situación económica de Buenos Aires en la déca
da de 1820", t r a b a j o s y C o m u n i c a c i o n e s , 17 (1967), 65-71.
21 Ricardo Rodríguez Molas, H i s t o r i a s o c i a l d e l g a u c h o (Buenos Aires, 1968), 201.
22 Miron Burgin.'ÍTbe E c o n o m i c A s p e c t s o f A r g e n t i n e F e d e r a l i s m 182-1852 (Cambrid
ge, Mass., 1946), 96-100; Emilio A. Coni, L a v e r d a d s ó b r e l a e n ñ t e u s i s d e R í v a d a v i a
(Buenos Aires, 1827), 171-5; Sergio Bagó, E l p l a n e c o n ó m i c o d e l g r u p o R í v a d a v i a n o
1 S 1 M 8 2 7 (Rosario, 1966), 167-456, repetidas veces; Jacinto Oddone, La b u r g u e s í a t e
r r a t e n i e n t e a r g e n t i n a (3a. eá., Buenos Aires, 1967). 76-91. Una legua cuadrada equi
valía a unas dos mil quffiientas"bectáreas.
23 Tubo Halperin Bongin. A r g e n t i n a ; d e l a r e v o l u c i ó n d e i n d e p e n d e n c i a a la c o n f e d e r a
c ió n r e s i s t a (Buenos Aires, 1872) 181.
24 Ibarguren, J u a n M a n u e l d e Rosas. 44, 59,87; Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o
r i a , I, 54-5.
25 Andrés M. Carretero. L o s A n c h o r e s s : p o l í t i c a y n e g o c i o s e n e l s i g l o x z x (Buenos Ai
res, 1970), 9-16,136.
26 J. J . Anchorena a Rosas. Ibarguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s . 82.
27 Montoya, H i s t o r i a d e l o s s a l a d e r o s a r g e n t i n o s , 50-3.
28 Ibid., 54.
29 Juan Manuel de Rosas, I n s t r u c c i o n e s a l o s m a y o r d o m o s d e e s t a n c i a s , ed. P . Carlos
Lemée (Buenos Aires, 1942).
30 "Memoria” , 1819, Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , i, 35-6.
31 “Segunda Memoria”, 182Í. Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , i , 221-34; Irazusta
Julio. V id a p o l í t i c a d e J u g n M a n u e l d e R o s a s , a ' t r a v é s d e s u c o r r e s p o n d e n c i a (8
vois-, Buenos Aires, 1970), i, 100; Sampay. 97-109.
32 Rosas a Josefa Gómez, 25 julio 1869, Carias d e l e x i l io , 131.
33 Rosas a Baleares, 6 sept 1820, Irazusta, V id a P o l í t i c a , I, 85,
34 Ricardo Levene, L a a n a r q u í a d e 1 8 2 0 y l a i n i c i a c i ó n d é l a v i d a p ú b l i c a d e R o s a s (Aca
demia Nacional de la Historia, O b r a s d e R i c a r d o L e v e n e , 4, Buenos Aires, 1972), 104-
■5.
35 “Manifiesto de Rosas” , 10 oct. 1820, Juan A. Pradere y Fermín Chávez, Juan M a n u e l
d e R o s a s (2 veis. Bueaos Aires. -1970), i, 26-8.
36 Gregorio AráozdeLamadrid. M e m o r i a s d e l g e n e r a l . .. {2vols. Buenos Aires, 1968), I
179-81.
37 "Manifiesto de Rosas”, Pradere, J u a n M a n u e l d e R o s a s , i, 26.
38 Rosas a J. J. Anchorena, 8 sept. 1820, Carretero, L o s A n c h o r e n a , 123-4,
38 Lamadnd, M e m o r i a s , i, 197.
40 Celesta, R o s a s , a p o r t e s p a r a su h i s t o r i a , i, 6S-2; Horacio C. E. Gíberti, H i s t o r i a e c o
n ó m i c a d e l a g a n a d e r í a a r g e n t i n a (Buenos Aires, 1961), 129-30.
41 “Segunda memoria”, 1821, Saldías, H i s t o r i a d é l a C o n f e d e r a c i ó n , i, 309; Irazusta,
V id a p o l í t i c a , i, 100-8,
42 Rómulo Muniz) L o s i n d io s p a m p a s (Buenos Aires, 1929), 77.
43 Diario déla Comisión, 25 ene. 1826, Pedro de Angelas. C o le c c ió n d e o b r a s y d o c u m e n
t o s r e l a t i v o s a ¡a h i s t o r i a a n t i g u a y m o d e r n a d e l a s p r o v i n c i a s d e l R í o d e l a P l a t a (2a.
ed., 5 vois., Buenos Aires, 1910), V, 89,
44 J. j . Anchorena a Rosas, ene. 1824, Ibarguren, J u a n M a n u e l d e Rosas, 85.
45 “Memoria” ,.22 jal. 1828, Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , i, 235-46; Irazusta,
V id a p o l í t i c a , i, 154-61; Levene, L a a n a r q u í a d e 1 8 2 6 , 166-S.
46 Mensaje, 18 may. 1825, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, M e n s a j e s
339
d e l a s g o b e r n a d o r e s d é l a p r o v i n c i a d e B u e n o s A i r e s 1822-1848 (2 vols,, La Plata,
1976), i, 38.
47 Pedro de Angelis, A c u s a c i ó n y d e f e n s a d e R o s a s , ed. Rodolfo Trostiné (Buenos Ai
res, 1945). ' . '
43 Ponsonby a Canning, N*38, 20 jul. 1827, PRO, FO 6/18.
49 Parish a Canning, N515,14 mar. 1826, PRO/FO 6/11.
50 Petición en contra de la división de la provincia, en Archivo Histórico de la Provincia
de Buenos Aires. D o c u m e n t o s d e l C o n g r e s o G e n e r a l C o n s t i t u y e n t e d e 1824 -1 8 2 7 (La
Plata, 1949) 27S.
51 Enrique M. Barba, C ó m o l l e g ó R o s a s a l p o d e r (Buenos Aires, 1972), 8.
52 Domingo Faustino Sarmiento. Facundo (La Fiata, 1S3S), 72,120. Para una aprecia
ción del régimen de Rivadavia, véase Ricardo Piceiriiii, R i v a d a v i a y s u t i e m p o (2a.
ed. 3 vols., Buenos Aires, I960), y Sergio Ragú, E l p l a n e c o n ó m i c o d e l g r u p o R i v a d a - ■
v i a n o 1811-1827 (Rosario, 1966).
53 Ponsonby a Canning, N° 38,20 jul. 1827, PRO, FO 6/18.
54 Ibarguren. J u a n M a n u e l d e R o s a s , 102.
55 “Memoria”, 22 jul. 1828, Saldías. H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , i. 235-46.
56 Woodbine Parish, B u e n o s A y r e s . 196-20,204.
57 Ibarguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s , 104.
58 “Segunda Memoria” 1821, Sai días, H i s t o r i a d e i s C o n fe d e r a c ió n , i, 233.
59 Surgin. 109-10, afirma que Borrego representaba el ala democrática del partido fe
deral, Rosas y Anehorena el ala derecha. La presente obra sugiere una distinción di
ferente, entre verdaderos federales y pseudo federales.
60 Ponsonby a Dudley, 15 oet. 1827, PRO, FO 6/19.
81 Tomás de Iriarte, Memorias (11 vols., Buenos Aires. 1944-69), iv, 86.
62 Ibid, iv, 72,
63 Ponsonby a Dudley, 27 die. 1827, PRO, FO 6/19.
64 L u c a s A y a x r a g a r & y , L a a n a r q u í a a r g e n t i n a y e l c a u d i l l i s m o , (3a. ed., Buenos Aires,
1935) 115-16.
65 E l T i e m p o N° 175, 3 die. 1828. incluido en Parish a Aberdeen, N'AÜ, 3 die. 1828, PRO, .
F06/23. '
66 Parish a Aberdeen, Nfl37; i die. 1828, PRO, FO 6/23.
' 67 Parish a Aberdeen, N*38,3 die. 1828. PRO, FO 6/23.
68 Ricardo Levene, É l p r o c e s o h i s t ó r i c o d e L a v a l l e a R o s a s .(Academia Nacional de la
Historia, O b r a s d e R i c a r d o L e v e n e , 4, Buenos Aires, 1972) 195-6.
69 Parish a Aberdeen, N544, ls dic. 1828, PRO, FO 6/23.
70 Parish a Aberdeen, N62,12 ene., 1829, PRO, FO 6/26.
71 Ibíd.
72 José Antonio Beja a Rosas, 1 oct. 1829, AGN, Secretaría de Rosas, Sala X, 23-8-4.
73 Rosas a López. 12 die. 1828, Bilbao, H i s t o r i a d e R o s a s , 197-8; Ir azusta. V id a p o l í t i c a .
í, 189.
74 Parish a Aberdeen, N° 3,12 ene. 1829, PRO, FO 6/26.
75 Juan Manuel Reruti. M e m o r i a s c u r i o s a s , en B i b l i o t e c a d e M a y o (17 vols. Buenos Ai
res, 1960-63) iv, 4010.
76 Lamadríá, M e m o r i a s , i, 292-93.
•77 Parish a Aberdeen, N° 2,12 ene. 1829, PRO, FO 6/26.
78 John Anthony King, T w e n t y - f o u r y e a r s i n t h e A r g e n t i n e R e o u b h e (Londres, 1846),
224-5.
79 Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , i, 113.
80 King, o p . c i t 241-2,
81 Parish a Aberdeen, N" 21,20, abr. 1829, PRO, FO 6/26.
82 Parish a Aberdeen, N° 31,9 jun. 1829. PRO, FO 6/27.
83 Levene,; La vaZte a R o s a s , 262.
84 Parish a Aberdeen, N ‘ 49, u nov. 1829, PRO, FO 6/27.
85 Levene, L a v a l l e a Rosas, 256-62; Barbad C ó m o l l e g ó R o s a s a l p o d e r , 124,147.
;!
340
ge E l L u c e r o , N° 78,9 die. 1829, incluido en Parish a Aberdeen, N° 53,12 die. 1829, PRO,
FO 6/27. Véase también Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , i,.i03-4.
S7 Parish a Aberdeen, N' 53,12 die. 1829, PRO, PO 6/27.
gg Para un relato original de k “carrera de la revolución", véase Halperín, P o l i t i c s ,
E c o n o m i c s a n d S o c i e t y i n . i r g e n t i n s i n t h e R e v o l u t i o n a r y P e r i o d , 211-15,382-91.
89 Iriarte, M e m o r i a s , üi, 25-6;- véase también .Andrés M. Carretero, “Contribución al
■cono cimiento de la propiedad rural en la provincia de- Buenos Aires cara 1.830",
B I H A E R , tomo X IIL2 serie, N° 22-3 (1970), 246-92.
90 Sergio Basú. “Los unitarios: El oariído de la unidad nacional", R e v i s t a d e H is to r ia .,
2 (1957), 23-36.
91 Mansilla, R o z a s . 145,
92 Véase más arriba, nota 1G.
Capítulo 2 ESTANCIERO
1 Domingo Faustino Sarmiento, I n m i g r a c i ó n y c o lo n iz a c ió n , en O b r a s d e D .F , S a r - ,
m i e n t o (5S voís„ Santiago y Buenos .Aires, 1887-1903). xxiii, 292.
2 El relato de Vázquez de esta celebre entrevista fue publicado en forma incompleta '
por Andrés Lamas, “Confidencias de don Juan Manuel de Rosas en el día en que se
recibió, por Xa primera vez. del gobierno de Buenos Aires1’. Revista d e l R i o d e h Pia
ra. 5 (1873), 596-606, reproducida en H i s t o r i a d e l a literatura a r g e n t i n a , de Ricardo
Rojas (9 vols.. Buenos Aires, 1960), iii. 250A; para el texto completo, véase Sampay,
129-36.
3 Charles Darwin, J o u r n a l , 96.
4 Griffiths a Palmerston, Nc4,9 abr . 1834, PRO , PO 6/43.
5 Hamilton a Palmerston, N* 45,21 jui. 1835, PRO. FO 6/47.
6 Saídías, H i s t o r i a d e i s C o n f e d e r a c i ó n , ii, 122.
7 G a c e t a M e r c a n t i l , 19 jul. 1835.
8 José María Rosa. “Rosas, la sociedad rural, los terratenientes y Alvaro Yunque",
R H H J M R , 22 (I960) [1961], 335-43.
9 Miguel A. Cárcano, E v o l u c i ó n h i s t ó r i c a d e l r é g i m e n d e l a t i e r r a p ú b l i c a , 1810-1916
( 3a, ed,, Buenos Aires, 1972), 56-7; Barba, C ó m o l l e g ó R o s a s a l p o d e r , 150-2; Ibargu-
ren, Juan Manuel de R o s a s , 137; Levene, l a v a l l e a R o s a s , 266-7. 307.
10 Véase más arriba, pp. 33,36,41.
11 Parish a Palmerston, N" 13,- 20 jui. 1831, PRO, FO 6/32.
12 Fox a Palmerston, Ne3; 29 oet. 1831, PRO, FO 6/33.
13 Sobre la Campaña del Desierto véase Salólas H i s t o r i a . d e la C o n fe d e r a c i ó n , iii, 29-
60; Arturo de Carranza. L a C a m p a ñ a d e l D e s i e r t o d e 1833: P l a n i f i c a d a y l l e v a d a a
c a b o p o r e l S r . B r i g a d i e r O r a l. D . M a n u e l d e R o s a s (Buenos Aires, i960); Celosía,
Rosas, a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , I, 286; Margarita Ferrá de Hanoi, “El origen de ia
campaña al desierto de 1833", T r a b a j o s } ' C o m u n i c a c i o n e s , N° lo (1961), 31-51.
14 Mensaje, 1832,-en Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires “Ricardo Reve
ne" . M e n s a j e s d e i o s g o b e r n a d o r e s d é l a p r o v i n c i a d e B u e n o s A í r e s 1822-1849 <2vois.,
La Plata, 1976) í. 66-7.
15 Carta pública en favor de la expedición emitida al dejar el cargo, en Juan Manuel de
Rosas, D i a r i o d e ¡a e x p e d i c i ó n a l d e s i e r t o (1833-1834) (Buenos Aires, 1965), 55.
16 Orden del día, 1.1 mar. 1833, Irazusta, V id a P o l í t i c a , ü, 203.
17 Woodbine Parish, Buenos Ayres, 206-7.
18 Darwin, J o u r n a l , 51.
19 Rosas. D i a r i o , 17 may. 1833,99-100.
20 Ibid., 136-7.
21 José María Ramos Mejía. O b r a s c o m p l e t a s . 1-3: R o s a s y s u t i e m p o ( 3a ed.. 3 vois.,
Buenos Aires, 1927), I, 269-70.
22 La oposición alegaba que la política de Rosas habría de perder finalmente terreno al
341
admitir a los indios “amistosos” d e n t r o de la frontera: véase Florencio Varela, “Ro
sas y las fronteras áe Buenos Aires”, II oct 1845; R o s a s y s u g o b i e r n o ( e s c r i t o s p o l í t i
c o s , e c o n ó m i c o s y l i t e r a r i o s ) (Buenos Aires, 1927), 93-7.
23 Hamilton a Wellington, N° 10,14 feb. 1835, FRO, FO 6/46.
24 G a c e t a M e r c a n t i l , jul. 1835, Antonio Zinnv, L a G a c e t a M e r c a n t i l d e B u e n o s - A i r e s ,
1823-1852 (3 vols., Buenos Aires, 19121, I I 244-5.
25 MandeviBe a Palmerston, N° 21.22 ag. 1836, PRO, FO 6/52.
26 MaeCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ' F i d s , i, 36.
27 Con respecto a las leyes argentinas sobre tierras, véase D. de la Fuente, T i e r r a s , c o
lo n ia s y a g r ic u ltu r a , R e c o p ila c ió n d e le y e s , d e c r e to s y o tr a s d is p o s ic io n e s n a c io n a
l e s (Buenos Aires, 1898); Joaquín M. Musiera, T i e r r a s p ú b l i c a s : R e c o p i l a c i ó n d e l e
y e s . d e c r e to s y r e s o lu c io n e s d e la p r o v in c ia d e B u e n o s A ir e s s o b r e t ie r r a s p ú b lic a s ,
d e s d e 1810 a 188-5 (La Plata, 1896).
28 Coni. L a v e r d a d s o b r e l a s n f i i e u s i s d e R i v a d a v i a (Buenos Aires, 1927), 171-5; Oddo-
ne, 75-91.
29 Burgin, 199.
30 Citado por Horacio C. E. Giber ti, H i s t o r i a e c o n ó m i c a d e l a g a n a d e r í a a r g e n t i n a
(Buenos Aires, 1961), 123.
31 Cáreano, 62-3.
32 Gddone, 96-109. Las estimaciones de Oddone son incompletas e inexactas, y son cita-
- das aquí pana dar una idea; se refieren solamente a las tenencias por enfiteusis y a
las ventas de tierras públicas de la década de 1830, no a las asignaciones totales de
tierras. Para esto, véase m ás abajo, pp. 70,74.
33 Burgin, 200.
34 “En estas cercanías la tierra se vende a unos dieciocho mil dólares la legua cuadra
da;' esto, con el elevado cambio de tres peniques por dólar, significa cuatrocientas
cincuenta libras esterlinas, y eso no es más que dieciocho peniques por aere inglés,
por las tierras de pasturas más fértiles, listas para el arado. El ganado vacuno, como
viene, bueno y malo, se vende a quince dólares por cabeza, ylas ovejas, desde un che
lín y seis peniques hasta tres chelines la docena.” MaeCann, T w o T h o u s a n d M i l e s '
R i d e , i, 86.
35 Carretero, “Propiedad R ural” , BIHAER, serie 2,13,22-3.(1970), 246-92.
36 Cáreano. 61,
37 Ley del 9denov, 1839; por decreto del 9 de julio de 184.0, Rosas ordenó que fueran emi
tidos ios certificados de tierras, íbid, 64.
38 Burgin, 255.
39 También contribuía a esto cierta depreciación de la moneda, con el aumento de pre
cios de los bienes; véase ibíd, 185.196.
" 40 Alfredo Estévez. “La contribución directa. 1821-1852”, R e v i s t a d e l a F a c u l t a d d e
C i e n c i a s E c o n ó m i c a s . s e r i e A 46,10 (i960), 115-232.
■41 Hamilton a Palmerston, N4 4,17 nov. 1834, PRO, FO 6,41: véase Pedro de Angelis,
M e m o r i a s o b r e e l e s t a d o d e l a h a c i e n d a p ú b l i c a e s c r i t a p o r o r d e n d e l g o b i e r n o (Bue-
; nos Aires, 1834).
42 Burgin, 194-6.
43 Citado por Giberti, 136-7, Pedro de Angelis, erudito, periodista y, en la práctica, mi
nistro de propaganda, fue uno délos más ilustrados voceros del régimen.
44 Víctor Gálvez Jpseud. Vicente G. QuesadaJ, M e m o r i a s d e u n v i e j o : e s c e n a s d e c o s
t u m b r e s d e j a R e p ú b l i c a A r g e n t i n a (4a. ed. 3 vols., Buenos Aires, 1889), 323-5.
45 Burgin, 216.
46 Andrés M. Carretero, L a p r o p i e d a d d e la t i e r r a e n Ja é p o c a d e R o s a s (Buenos Aires.
1972), 25-30.
4? King, T w e n t y - f o u r y e a r s i n t h e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 413, n .i.
;i¡ 48 R e c o p i l a c i ó n d e l e y e s y d e c r e t o s p r o m u l g a d o s e n B u e n o s A i r e s d e s d e e l 2 5 d e m a y o
'8 A d e 1810 "h a sta f i n d s d i c i e m b r e d e 1 8 3 5 (Buenos Aires, 1836), part 2.
.i 49 Celesta, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii 194: Ramos Mejía, iii 73A.
342
50 R e c o p i l a c i ó n , . part. 3,
51 Gáiíndez a Rosas, 11 die. 1840, AGN, Sala X, 27-7-4,1840 A-C.
52 Capdevilla a Eosas, 30 ene. 1S44, AGN, Sala X, 27-74.
53 Ernesto Quesada, La é p o c a d e É o s a s (Buenos Aires. 1923), 78-9.
54 Casos citados de ios años 184041 por Ramos Mejía, iii. 834.
55 Carlos Heras, “Confiscaciones v embargos durante'eí'gobierno de Eosas ”, H u m a n i
d a d e s (LaPlata), 20 (1929) [1930], 4-24.
56 Andrés Lamas. E s c r i t o s p o l í t i c o s y l i t e r a r i o s d u r a n t e l a g u e r r a c o n t r a la Tiranía d e -
"D. J u a n M a n u e l R o s a s , ed, Angel J. Carranza (Buenos Aires, 1877), 282-3: véase
“Agresiones de Rosas”, i b i d , ,368-9.
57 Salvador María del Carril a Lavado, 15 die. 1328, Irazusta, V id a p o l í t i c a , 1.161: B.
Piedrabuena a M, Sola, 28 jul, 1840, Ernesto Quesada, A c h a y l a b a t a l l a d e A n g a c o
(Buenos Aires, 1965), 22-3.
58 Latham , T h e S t a t e s o f t h e R i v e r P l a t e , 316.
59 Tomás de Anchorena a Rosas, 1 mar, 1846, Juan José Sebreli, A p o g e o y o c a s o d e ¡o s
A n c h o r e n a (Buenos Aires, 1972), 16".
60 Carretero, L a p r o p i e d a d d e i s t ie r r a e n l a é p o c a d e R o s a s , 14.31; “Propiedad rural”,
'BIHAER, señe 2,12,22-23 (1970), 251-2, 273-92.
61 Parish a Aberdeen, Ñ” 22,17 ago. 1830, PRO, FO 6730. Véanse, sin embargo, las con
clusiones de Jonathan Brown, cuyas investigaciones sobre libros de contabilidad de
las estancias, “revelan que los márgenes de beneficio normales en ganadería y agri
cultura pueden no haber sido tan altos como el legendario treinta por ciento” ; A S o
c i o e c o n o m i c H i s t o r y o f .A r g e n t in a , 154.
62 Véase Jorge Newton, Diccionario biográfico d e l c a m p o a r g e n t i n o (Buenos Aires,
1972).
63 Antonio Deüepiane, E l t e s t a m e n t o d e R o s a s (Buenos Aires, 1957), 101-2; sobre la fun
dación y expansión del negocio ganadero de los Anchorena, véase Brown, A S o c i o e
c o n o m i c H i s t o r y o f A r g e n t i n a , 174-200, quien asigna a sus .propiedades en 1864 un to
tal de nueve mil quinientos ochenta y dos kilómetros cuadrados.
64 MacCann, T w o T h o u s a n d M ile s - 'R i d e , i, 72-3; sobre la expansión délos Anchorena en
la década de 1820, véase Carretero, Lcfe A n c h o r e n a , 178,
65 Carretero, L a p r o p i e d a d d e J a t i e r r a e n l a é p o c a d e R o s a s , 14. En diciembre de 1873,
el S t a n d a r d de’Londres publicó un articulo laudatorio sóbrelos Anchorena, valuando
sus propiedades en cuatro millones de libras: véase Ernesto.Fitte. E l P r o c e s o a R o
s a s y l a c o n f i s c a c i ó n d e s ú s b i e n e s (Buenos Aires, 1973), 19.
66 Vése Tabla L
Celesta. Rosas, a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ü, 94,405.
S3
343-
m illas cabezas de ganado en el rodeo de 3.846 en Los Cerrillos, San Martín y otros yen-
tiséis lugares,
75 Véase Ricardo Revene, ed.. H i s t o r i a d e l a P r o v i n c i a d e B u e n o s A i r e s y f o r m a c i ó n d e
s u s p u e b lo s ,. Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires (2 vois., La-Plata,
1941), ii, 368, er¡ que aparece un mapa de las propiedades de Rosas en el partido de
Las Flores, y L a a n a r q u í a d e 1820. de Le vene’ 176-81, para ia cita de documentos;
véase también E l p r o c e s o s R o s a s , de Fítte, 123-35.
76 Rosas, I n s t r u c c i o n e s a l o s ¿na v o r d o m o s d e e s t a n c i a s , 53.
77 Ibid., 57-76.
78 Darwin, J o u r n a l , 52-3,85.
79 Rosas a Beecar, 22 ju l 1838, Saldías. P a n e l e s d e R a z a s . i, 143; Levase, L a a n a r a u i a
d e 1826, 180-1.
Sí) José Braulio Haedo &Rosas, 1 sept. 1843, AGN, Sala VII, 22-2-1, í. 186-S.
81 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ’ R i d e , i, 19,292-5, de información que le fuera sumi
nistrada por Don Patricio Lynch, el dueño de la estancia; Latham, 35; Rosas, I n s
t r u c c i o n e s a J o s m a y o r d o m o s d e estancias, 49-60,
82 Woodbine Parish, Buenos Ayres, 122.
83 MacCann, Two T h o u s a n d M i l e s ’ R i d e , 1, 209-10.
84 Gastón Gori, V a g o s y m a i e n t r e t e n i d o s : A p o r t e a l t e m a h e m a n d i a n o (2a ed., Santa
Fe, 1965), 65-8; Jorge A. Bossio, H i s t o r i a d e l a s p u l p e r í a s (Róenos Aíres, 1972), 201-2;
Rosas, I n s t r u c c i o n e s a l o s m a y o r d o m o s d e e s t a n c i a s , 17.
85 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ’ R i d e , i, 216.
86 Alfredo J. Montoya, L a g a n a d e r í a y Ja i n d u s t r i a d e s a l a z ó n d e c a r n e s ; MacCann,
T w o Thousand M i l e s ’ R i d e , i. 213-15.
87 Ibid, i, 214.
88 Victor Martin de Moussy, D e s c r i p t i o n g é o g r a p h i q u e e t s t a t i s t i q u e d e la C o n f é d é r a -
t io n A r g e n t i n e (3 vois., Paris, 1860-4), if, 12Ó-1.
89 Juan Carias Nicolao, “La industria saladeril en la Confederación Argentina (1835-
1852) y N u e s t r a H i s t o r i a , 7 (1970), 20-28.
90 Benito Díaz, I n m i g r a c i ó n y a g r i c u l t u r a e n l a é p o c a d e R o s a s (Buenos Aires, 1975).
■ 73.
91 P ara el precio del trigo, véase Burgin, 259:62. Sobre las importaciones dd extranje
ro, véase Griffiths a Palmerston, N" 4,9 abir. 1834, PRO, FQ 6/43: “No hay ahora nin
guna exportación de granos desde Buenos Ayres; por lo contrario, hay una gran im
portación de harina de los Estados Guidos, y de granos de Chile y dei Cabo de Buena
Esperanza, que sumada a lo que se cultiva en estas provincias, es requerida anual
mente para el consumo del pueblo. ”
G a c e t a M e r c a n t i l , 8 ene. 1835.
ss
Sobre eí precio de los granos para el consumidor, véase Haydée Gorosíegüi de To
rres, “Los precios del trigo en Buenos Aires durante el gobierno de Rosas”, A n u a r i o
d e l I n s t i t u t o d e I n v e s ti g a c i o n e s H i s t ó r i c a s , fi (Rosario, 1962-3); sobre exportaciones,
Véase Alfredo Brossard, Rasas v i s t o p o r u n d i o l o m á ü c o f r a n c é s (Buenos Aires,
1942), 358-
Laura Randall, A C o m p a r a t i v e E c o n o m i c H i s t o r y o f L a t i n A m e r i c a 1300-1914. V o lu
* 3 * 8 *
344
1854-1855) ( O b r a s c o m p l e t a s , 4 vols., Santiago, 1936-8i , ii 429-30.
100 Latham, 251-2.
104
g
{tosasde
PATRON
e n t i n a ,I n1869
105 Rosas,
defensaYde
la Fuente, 26
a González.
s t r u c(Buenos
la política de Rosas con respecto a los pequeños chacareros,
PEON
véase José María Sosa, “Rosas, Is sociedad rural,los terratenientes y Alvaro Yun-
aue’\ RIIHJMR, Buenos Aires,'Ñ* 22 Í1960 [1961JL 335-43.
1 Diego “Introducción
ag. 1832, Celesia,
c i o n e s &Aires,
i o s m a y1872),
retrospectiva",
¿tesas, a p o Pr t reismp ea rr ac esni ts ho ids et oJa
o r d o mxix-xsíi,
o s d e e s tvéase
a n c i a sErnesto
c ió n d e m o g r á f i c a a r g e n t i n a d e 1 8 1 8 b 1868 (Buenos Aires, 1989).
r i aR,eip, ú372,589.
, 18-17. J. A. Maeder, E v o l u
.345
27 Charles Blackford Mansfield, Paraguay, B r a z i l a n d t h e P l a t e ; L e t t e r s w r i t te n in
1852-53 (Cambridge, 1856), 271.
28 Latham, 326-7.
29 Benito Diaz. J u z g a d o s d e p a z d e c & m o a ú a d e l a p r o v i n c i a d e B u e n o s A i r e s (1821-
1854.) (L aP lata. 1959).204-18. '
30 Gori. V a g o s v m a l e n t r e t e n i d o s . 18.
31 Ibid., 53-8.
32 Pedro Andrés García, “Informe”, y -'Viaje1' , Angelis-, C o le c c ió n d e o b r a s y d o c u m e n
to s .- . R í o d e i a P l a t a , iii, 203-16,219-60.
33 Rodríguez Molas. H i s t o r i a s o c i a l d e l g a u c h o . 185-201.
34 Ibid.. 198-201.
35 Decreto del 19 de abril, 1822. Bagá, 106.
36 Decreto del 17 de julio, 1823. ibid., 203-4: Díaz. J u z g a d o s d e P a z , pp. 104-9. inste decre
to permaneció en vigencia hasta i860 y aún tnás.
37 Díaz, J u z g a d o s d e p a z , 202-3.
38 Darwin, J o u r n a l . 80-1.
29 Ibid., 113.
40 Quesada, L a é p o c a d e R o s a s , 25,64; Astesano, 84-9.
41 Rosas al gobierno provincial, 1817, Montoya, Historia de ios saladeros a r g e n t i n o s , 41.
42 “Nota confidencial de Santiago Vázquez... relatando una conversación mantenida
en la noche del 9 de diciembre de 1829 con el gobernador de la provincia de Buenas Ai
res Juan Manuel de Rosas”, Sampay, 131-2. Véase más arriba p. 363, nota 2.
43 Ayarrugaray, L a a n a r q u í a a r g e n t i n a y e l c a u d i l l i s m o , 115-16.
44 Damadrid, M e m o r i a s , ' 199, quien señala que cabalgaba con cautela cuando estaba
en compañía de Rosas,
45 Lafueste a Fría? 18 de abril, 1836, Gregorio F. Rodríguez, ed.. C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i
c a y d o c u m e n t a l 3 vals,, Buenos Aires, 1921-22) ü . 4 67-8, o f r e c e la descripción de una
fiesta gauchesca en Palermo.
46 Darwin, J o u r n a l , 53,113-14.
47 Lamas, “Agresiones de Rosas”, en E s c r i t o s p o l í t i c o s y l i t e r a r i o s . 17.
48 Ibid., 27, 367.
49 Gore a Palmerston, N° 26¡ 21 oct. 1833, PRO, FO 6/37.
50 Mandeville a Aberdeen. Ñ557, 7jul. 1842, PRO. FO 6/84.
51 Southern a Palmerston, 22 de noviembre, 1848, Comisión de Manuscritos Históricos,
Documentos de Palmerston, GC/SO/241, con autorización de los Fideicomisarios de
los Archivos Broadiands.
52 Sarmiento, F a c u n d o . 68.
53 - Lamadrid, Memorias', I; 199; para más evidencias, en 1828 véase Celesia. R o s a s ,
a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , 1 ,33.
54 Gen, J. T. O’Brien a Aberdeen, ene. 1845, PRO, FO 6/110; véase más arriba, pp. 43,46,
. _ 47,
55' Rasaste Doña Encarnación. 23 nov. 1833, en R e v i s t a A r g e n t i n a d e C i e n c i a s P o l í t i c a s .
xxviíi, 118-26.
56 S a r m i e n t o , F a c u n d o , 2 8 ? .
57 Ouseley a Aberdeen, Nc 31,26 de julio de 1845, PRO, FO 6/104. Después de largas exi
gencias de la guerra, el año 1845 fue, sin duda, particularmente difícil, pero estos mé
todos de reclutamiento no eran excepcionales.
58 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ; R i d e , i, 154, quien usa los términos “peón nativo o
labrador", “campesino nativo” .
59 Rubén H. Zorrilla. E x t r a c c i ó n •s o c i a l d e l o s c a u d i l l o s 1810-1870 (Buenos Aires, 1972),
179-85.
60 Véase más arriba, Capitulo 2.
61 M e n s a j e , 1 ene, 1837, M e n s a j e s d e l o s g o b e r n a d o r e s , i, 109.
82 M e n s a j e , 3l die. 1835, ibid., i. 91; véase también Benito Díaz, J u z g a d o s d e p a z . 211,
234,
63 1Benito Díaz, J u z g a d o s d e p a z , 23-4, "0-3,134-40,
64 Ibid., 133.
65 Latham, 333.
66 Andrés R. Allende, “Un juez de paz de la tiranía: Aspectos de la vida en una parro-
traia de Buenos Arres durante la énoca de Rosas” , I n v e s t i g a t i o n e s y E n s a y o s . 14
(1973), 167-204.
67 Msndevüle a Straugways. 18 o z t 1836, PRO,.FO 6/53.
68 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s 1 R i d e , i, 162-3,
69 Xavier Marmier, B u e n o s A i r e s y M o n t e v i d e o e n 1SS2 , trad, y ed. José Luis Busaoiche
(Buenos Aires, 1948), 75.
70 Ouseiey a Aberdeen, Ne 31.26 jal. 1845. PRO, FO 6/104.
71 MacC-ann. T w o T h o u s a n d Miles'Mide. i, 24-5.
72 Ibid.. í, 34. 62,159-60.
73 Mansfield, P a r a g u a y , B r a z i l a n d t h e P í a t e , 259,
74 M arta B. Goldberg y Laura Beatriz Jany. “Algunos problemas referentes a la situa
ción del esclavo en el Río de la P lata5’, Academia Nacional de la Historia, C u a r to
Congreso I n t e r n a c i o n a l d e H i s t o r i a de A m é r i c a (8 vols., Buenos Aires, 1966), vi. 61-
75; M arta B. Goldberg, “La población negra y mulata de la ciudad de Buenos Aires,
1810-1840”, D e s a r r o l l o E c o n ó m i c o . N° 61, vol. 16 (1976), 75-99.
75 “Ese mulato de Rosas”. Mansilla, R o z a s , 124-5.
76 Carretero. Los A n c h o r e n a . 175-6; Brown. A S o c i o e c o n o m i c H i s t o r v o f A r g e n ti n a .. 187-
8.
77 Rosas a Morillo. Monte, 8 mar. lS33.,Cairetero, L a p r o p i e d a d d e l a t i e r r a e n la é p o c a
d e R o s a s , 50.
78 Gore a Palmerston, 12 die. 1833. B r i t i s h - a n d F o r e i g n S t a t e P a p e r s (Londres, I832-),
xxiii, 131-2; Rosas, M e n s a j e , 7 mayo 1832, M e n s a je s - d e l o s g o b e r n a d o r e s , i. 65-6.
79 Sobre la abolición véase J . F . King. “The Latin American Republics and the Supres-
sion of the Slave Trade”, HAHR. 24 (1844), 387A ll; Hebe ClementL La abolición déla
esclavitud en América Latina (Buenos Aíres, 1974), 53-75.
80 Griffiths a Aberdeen, 1 nov, 1843, B r i t i s h a n d F o r e i g n S t a t e P a p e r s , xxxiii. 517.
81 King, T w e n t y - f o u r Y e a r s i n th e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 342.
82 Southern a Palmerston, 28 jul. 1851, PRO, FO .6/158.
83 E l G r i t o A r g e n t i n o , 24 feb. 1839.
84 Ramos Mejia, i, 74.
85 triarte. Memorias, iv, 28l.
86 Rosas a Arena, 8 ag. 1833, Ceíesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , i, 362-8,523-32.
87 Lamadnd,' Memorias, i, 198-9.
88 Southern a Palmerston, 18 oct. 1848, PRO, FO 6/139.
89 Rosas, M e n s a j e , 31 die. 1835, M e n s a j e s d e i o s g o b e r n a d o r e s , i, 83-4.
347
8 Ramos Mejia, i, 182-3,227-40; Juan Carlos Nicoiae, A n t e c e d e n t e s p a r a ¡a h i s t o r i a d e
l a i n d u s t r i a a r g e n t i n a (Buenos Aires, 1968), 71-117,
9 Véase J. J. M. Blondel, A l m a n a q u e p o l í t i c o y d e c o m e r c i o d e l a c i u d a d d e B u e n o s A y
r e s p a r a e l a ñ o d e 18 2 6 , y compilaciones similares para 1829.1830 y 1834 (Buenos Ai
res) : R e g i s t r o E s t a d í s t i c o d e la P r o v i n c i a d e B u e n o s A i r e s , 1821-1823 (Buenos Ai
res).
10 Juan Garios Nieolau. I n d u s t r i a a r g e n t i n a y a d u a n a 1835-1354 (Buenos Aires. 1975),
52-6.
11 Ibid.. 56-64.
12 José M', Mariluz Urquijo, “La industria molinera porteña a mediados del siglo xix”.
B o l e t í n d e la A c a d e m i a N & c í s z a l d e la H i s t o r i a , 39 (19S6).
1S Ezequiel Martínez Estrada, R a d i o g r a f í a d e i s p a m p a (6a. ed., Buenos Aires, 1968).
288, n.a.
14 Véase más adelante, pp. 188,191.
15 Thomas Jefferson Page, La Plata, t h e A r g e n t i n e C o n f e d e r a t i o n a n d P a r a g u a y (Lon
dres, 1859), 352.
16 T h e B r i t i s h P a c k e t a n d A r g e n t i n e N e w s , 7 mar. 1840.
17 Thomas Joseph Hutchinson, B u e n o s A y r e s a n d A r g e n t i n e G l e a n in g s (Londres,
18®), 183-4; pág., pp. c it, 401-2.
18 Parish a Aberdeen, N* 22.17 ag. 1830, PEO, FO 6/30; véase también Martin de Mous-
sy, ii, 389-419.
19 Woodbine Parish, Buenos A y r e s . 362.
20 Emilio Ravignani, ed., R e l a c i o n e s i n t e r p r o v i n c i a l e s : L a L i g a l i t o r a l (1829-2833)
(Instituto de Investigaciones Históricas, D o c u m e n t o s p a r a la h i s t o r i a a r g e n t i n a . 15-
17, Buenos Aires, 1922), xvií, 360.
21 “Proyecto de Juan Manuel de Prosas sobre la escasez y la carestía de la carne L 5
may .1818, Sampay, 89-96.
22 Pedro Ferré, M e m o r i a d e l b r i g a d i e r g e n e r a l P e d r o F e r r é , o c tu b r e d e 1821 a d i c i e m
b r e d e 1842 (Buenos Aires, 1921). 52.
23 D H A , xvü, 279-83.
24 Texto en Ferré, M e m o r i a , 366-71.
25 “Contestación al Memorandum” , 25 jui. 1830, Ferré, Memoria, 371-6.
26 Ferré a Rosas. 22 de junio, 1832, carta circular de Ferré alos gobiernos del interior,
13 abr. 1832, DHA, xviií, 154-65.
27 Ravignani, DHA.'xv pp. clviii; xvii, 139; G a c e t a M e r c a n t i l , N“2564,31 ag. 1832; Bur-
gin, 231-3.
28 Ferré, M e m o r i a . 55.
29 G a c e t a M e r c a n t i l , N° 3514,20 feb .1835. Según Molina, el desequilibrio de importacio
nes sobre Jas exportaciones alcanzaba a 262.649pesos en 1828,209.395 pesos en 1833, y
. 194.052 pesos en 1834. Véase también Burgin, 233,
30 G a c e t a M e r c a n t i l , N° 2462, 3 die. 1832.
31 José M. Mariluz Urquijo, “Protección y librecambio durante d período 1820-1835”,
B o l e t í n d e la A c a d e m i a N a c i o n a l d e la H i s t o r i a , 34 (1964).
32 Halnerín, P o l i t i c s , E c o n o m i c s a n d S o c i e t y i n A r g e n t i n a i n t h e R e v o l u t i o n a r y P e r i o d .
89-91.
33 G a c e t a M e r c a n t i l , l oet. 1831,
■34 JoséM. Mariluz Urquijo. E s t a d o e i n d u s t r i a 1810-1862 (Buenos Aires, 1969), 65-6.
35 Pedro de Angelis, Memoria s o b r e e l e s t a d o d e l a h a c i e n d a p ú b l i c a , en Mariluz Urqui
jo, E s t a d o e industria, 101-8,
36 G a c e t a M e r c a n t i l , N" 2542,3 ag. 1832.
37 José M. Mariluz Urquijo. "La industria sombrerera porteña y el problema de las ma
terias primas (1810-1835)'', T r a b a j o s y C o m u n i c a c i o n e s , N” 12 (1964), 139-61.
38 2 ene. 1835, en Mariluz Urquijo, E s t a d o e i n d u s t r i a , 109-12.
39 D i a r i o d e l a T a r d e , 4 ene. 1832, ibid., 85-7.
40 G a c e t a M e r c a n t i l , N° 2091,10 ene. 1831.
348
41 D ia r io d e S e s io n e s d e la R J u s t a d e R e p r e s e n ta n te s d e la P r o v in c ia d e B u e n o s A ir e s
(Buenos Aires, 1827-1851), 14 nov. 1831,
42 Texto en Mariluz Urquiio, Estado e i n d u s t r i a , 113-19.
43 Ferns, 2S1-2.
44 Griffiths a Palmerston. N° 7 ,14 mav. 1838, PRO, FO 6/66.
45 Burgin, 237,240.242,263-4.
46 Jose Maria Rosa, ’' o±i Tiurgiii. la seuGi iza Beatriz Boscli y la ley de acuana fie Ro
sas", R I I H J M R . N* 22 (I960) , 329-34.
47 M e n s a j e 31 die. Í835, M e n s a j e s d e ¡ o s g o b e r n a d o r e s . i, 95.
48 Rosas a Rafael Atienza, 20 ju l 1836, Academia Nacional áe la Historia. H i s t o r i a d e l a
H a d o s A r g e n t i n a , ed.. Ricardo Levexie (2a. eo., Buenos Aires. VTX, n, 147.
49 M e n s a j e , i ene. 1837, M e n s a j e s d é l o s g o b e r n a d o r e s , i, 113,
sO M e n s a j e s , 1 ene. 1837,27 die. 1837, M e n s a j e s d e l o s g o b e r n a d o r e s , i, 113,145.
51 Mariluz Ur quijo, E s t a d o e industria, 123-4; Burgir. 263.
52 Citado por Rosa. “Miron Burgin, la señorita Beatriz Bosch y la ley de aduana áe Ro
sas” , 329-34; véase también José María Rosa. D e f e n s a y p é r d i d a d e n u e s t r a i n d e p e n
d e n c i a e c o n ó m i c a (3a. ed., Buenos Aires 1962), 125-43."
53 Ffie B r i t i s h P a c k e t and .A r g e n t i n e N e w s , N51304. 4 oct. 1851.
54 Woodbine Parish, Buenos Ayres, 362-9.
55 Mansfield, Paraguay, B r a z i l a n d t h e F i a fe¡239-90.
56 Mariluz Ur quijo, E s t a d o e industria, 155-8a; Nicola a, I n d u s t r i a a r g e n t i n a v aduana,
141.
57 Martin de Moussy,ii,4T7.
58 Surgía, 272. -
59 Moreno al Ministro de Relaciones Exteriores, 11 mayo 1950, Mariluz Urquijo, E s t a d o
e i n d u s t r i a , 140-1.
60 Martin T. Hood a Palmerston. N° 27,15 jun. 1850, PRO, FO 6/153.
Capítulos LEVIATÁN
1 Rosas a López, 23 ene. 1836, C o r r e s p o n d e n c i a e m r e R o s a s , Q u ir o g a y L ó p e z , ed. Enri
que M. Barba (Buenos Aires, 1958) 310.
2 Entrevista de Vicente G. v Ernesto Quesada con Rosas, Southampton, 1873, Sampay,
215,218-19.
3 Rosas a un observador, 3 mar. 1835, Saldías, Papeles d e R o z a s , i, 134.
4 Véase más arriba, p. 53.
5 Rosas a Lónez, 17 mav. 1832, Barba, C o r r e s p o n d e n c i a e n t r e R o s a s , Quiroga y L ó p e z ,
158.
6 Rosas a López, i ocf. 1835, ibid., 267.
7 Rosas a Quiroga, 28 feb. 1832, Enrique M. Barba. “El primer gobierno de Rosas”,
Academia Racional de la historia, E N A , vol. Y U , 2 , 5.
8 Laíuente a Frías, 18 abr, 1839. Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l ii,
468-9.
9 Rosas a San Martín, marz, 1849,15.ag, 1850, Saldías, P a p e l e s d e R o z a s , i. 303, H, 57.
10 Véase Halperín Donghi, Argentina; de l a r e v o l u c i ó n d e la i n d e p e n d e n c i a a l a c o n f e
d e r a c i ó n r o s i s t a , 301-4, quien desarrolla una versión original de la tesis “popular” ,
diferente del argumento presentado en la presente obra.
11 G a c e t a M e r c a n t i l N° 1798, 7 ene. 1830,Zinny, L a G a c e t a M e r c a n t i l , i, 244-5.
12 Barba, “El primer gobierno de Rosas” H N A , vii, 2,19-21.
13 Parish a Aberdeen, N' 36,20 nov. 1830, PRO, FO &3Q.
14 Ramos Mejí a, ii, 27-8; Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , í, 186.
15 Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , i , 258-61.
16 Gore a Palmerston, Ns 3,20 nov, 1832, PRO, FO 6/34
17 Diario de Sesiones, may.-nov. 1332, passim.
349
18 Sucarnación & zairr a de Sosas a Vicente González, 22 oct. 1833, Martimano Leguiza-
m ó n . P a p e l e s d e R o s a s (Buenos Aires, 1953), 22-3.
19 "Rechaza, ciertamente, todo conocimiento previo de las opiniones de los insurgen
tes: pero confiesa sin ocuitamientos.su aprobación de sus medidas”, Gore a Pal
merston 2?. 14 nov. 1833, PEO. FO 613?.
20 Gore a Palmerston, Ne 16,30 ag. 1834, PRO; FO 6/40.
21 Leguizamóm 16 .
22 Sobre los documentos de Barranca Yaco, véase Gaceta M e r c a n t i l Nc 3522. 4 mar.
1835, N" 3722,24 die. 1835,Zinny, L a G a c e t a M e r c a n t i l , II, 227. 271. Para una versión
moderna que considera a Rosas autor del crimen, véase David Peña. J u a n F a c u n d o
Q u ir o g a Í2a. ed. Buenos Aires, 1971).
23 Diario o e S e s i o n e s , vol. 21, 7F 503.
24 Diario de Sesiones, vol. 21. N# 506,18 mar. 1835; Emilio Ravignaní. ed.. Asambleas
c o n s t i t u y e n t e s argentinas (6 vols., Buenos Aires, 1937-9). vi. 2,1087; Celesta, Rosas
a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 172-7.
.25 Ra vígnani, A s a m b l e a s C o n s t i t u y e n t e s A r g e n t i n a s , VI, 2,1088, da un total de 9,720 por
la nueva ley.
26 Hamilton a Wellington. Ne 27,14 abr. 1835, PRO. FO 6/47.
27 D i a r i o d e S e s i o n e s , vol. 21, N" 510,6 abr. 1835; Ravignani, A s a m b l e a s c o n s t i t u y e n t e s
a r g e n t i n a s , VI, 2,1089.
28 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s . B i b l i o t e c a d e M a y o , iv. 4113.
29 G a c e t a M e r a s t i l , 23 a or, 1335, 3. '
30 Zinny, L a G a c e t a M e r c a n t i l , ii, 236.
31 Southern a Palmerston, 22 nov. 1848, HMC. Palmerston Papers. GC/SO/241.
32 A. G. Balearte a F. Frías, 25 mar. 1839, Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u
m e n t a l , ii, 488.
33 Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , Ii, 211-12.
34 D i a r i o d e S e s i o n e s . vol. 26, N° 663.
35 Ibid.. 1-2,
36 Southern a Palmerston, Privado, 22 nov, 1848, HMC, Palmerston Papers, GC/SO/241.
37 Southern a Palmerston, Privado, 18 de julio. 1849 (fechado en el reverso de la carta
“1850”) HMC, Palmerston Papers, GC/SO/267.
38 Rosas s González, i jul. 1839, G a c e t a M e r c a n t i l , 22 jul. 1839; Ceíesia, R o s a s , a p o r t e s
p a r a s u h i s t o r i a , ü, 252.
39 AGN, Colección Célesia, 22-1-12, f.lül-114.
49 Rosas a López, 23 ene. 1836, Barba, “Formación de la tiranía’- H N A , vil, 2, p. 134,
Southern a Palmerston, Privado, 27 ene. 1850, HMC, Palmerston Papers, GC/SG/251.
41 Rosas, carta circular a los gobernadores provinciales, 29 abr. 1835, Archivo Históri
co de Santa Fe, Papeles? d e R o s a s 1821-1850 , ed. Félix Barreto (Santa Fe 1928). 58-9.
42 Barba, "Formación de la tiranía”, S N A , vii, 2, pp. 137-8.
43 Irazusta, V id a p o l í t i c a , VH, 89-92.
44 Ibid., ií, 23.
45 Celesta, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 24.
46 Southern a Palmerston, Privado 26 nov. 1849, HMC, Palmerston Papers, GC/50/248.
47 Rosas a T. Anehorena, 25 die. 1838, Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , i, 629."
48 Rosas a González, 16 jim. 1841, Leguizamón, 11 -12 .
49 Rosas a Quiroga, Hacienda de Figueroa, 20 die. 1834, Andrés M. Carretero (ed.), E l
p e n s a m i e n t o p o l í t i c o d e J u a n M . d e R o s a s (Buenos Aires, 1970), 70-8.
50 Antonino Reyes, en Ibarguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s , 228.
51 Southern a Palmerston, 18 oct. 1848, PRO. FO 6/139.
52 Rosas a Urquiza, 3l m ar. 1842, Ibarguren, Juan M a n u e l d e R o s a s . 229.
53 Howden a Palmerston, Ns 8,23 may. 1847, PRO. FO 6/133,
54 Lafuente & Frías, 18 abr. 1839, Rodríguez. C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l . U,
469.
55 Southern a Palmerston, Privado. 11 mar. 1850, HMC, Palmerston Papers.
GC/SO/254. .
56 Lamadrid, M e m o r i a s , ii, 96-8.
57 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ’ R i d e , ii, 3.
58 Southern a Palmerston, 26 nov. 1848, HMC, Palmerston Papers, GC/SO/248.
59 Irazusia, V id a p o l í t i c a , ii, 25.
SO Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 486.
61 Ibargur en,J u a n M a n u e l d e R o s a s . 239.
62 Decreto del juez de paz y cura párroco de la Guardia de Salto. G a c e t a M e r c a n t i l
N° 5308.24 afar. 1841.
63 Casto Cáceres a Rosas, 9 oct. 1840. Leguízamón. 32-4,
64 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ' R i d e , ii, 5-6.
65 Según Sal di as, en la noche siguiente a lá muerte de la esposa de Rosas, el coronel Vi
cente González, que se encontraba en la casa de Rosas coo oíros oficiales, lanzó la
idea de usar un l u t o f e d e r a l en memoria de Doña Encarnación, consistente an una
banda roja sobre un fondo de crespón negro alrededor del sombrero; véase H i s t o r i a
d e l a C o n f e d e r a c i ó n , III, 54r5-
66 Rosas a T. Ancho rena, 25 die. 1838, Celesta, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , 1,629-30,
ü, 207-08,452-5. Doña Encarnación murió el 1S de octubre de 1838 después de una lar
ga enfermedad. Rosas quedó muy afectado por la pena y cuando el ministro británi
co le hizo una visita de condolencia, lo encontró postrado en la cama. Pero Rosas
también explotó el duelo público y popular por la Heroína de la Federación para
convertirlo en apoyo para el régimen.
67 Rosas a Alejandro, 30 ene. 1838, AGN, Archivo Adolfo Salólas, Sala Vil, 3-3-7, í.fi.
68 Southern a Palmerston, 16 ene. 1849, PRO. FO 6/143; Southern a palmerston, N° 55,.
16 jul, 1849, PRO, FO 8/144; King, T w e n t y - f o u r Y e a r s in t h e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 326-
7; Ramos Mejia, I I , $ 4 -6 .
69 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B i b l i o t e c a d e M a y o , iv, 4114; en 1842 la mazorca se in
cautó de un estuche de navaja propiedad de Berutí porque no era del color adecuado,
70 Sobre periódicos y periodismo en época de Rosas.- véase Félix Weinberg, “El perio
dismo en Ja época de Rosas". R e v i s t a d e H i s t o r i a , Na 2 (Buenos Aires, 1957), 81-101.
71 Fermín Chávez, I c o n o g r a f í a d e R o s a s y d e Ja F e d e r a c i ó n , Pradere y Chávez, J u a n
M a n u e l d e R o s a s , H, 31-40.
72' Lafuente a Frías, 2 Jim. 1839, Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y documental.Ti.
479.
73 Elias Díaz Medaño, V id a y o b r a d e P e d r o d e A n g e l i s (Santa Fe, 1963}, 73-7; Julio Ira-
zusta, “Pedro de Angelis, vocero de Rosas", E s t u d i o s A m e r i c a n o s , 9, 44 (Sevilla,
15551,411-46.
74 Southern a Palmerston, N” 55,16 jul. 1845, PRO, FO 6/144.
75 ’ Existe una reimpresión del texto en español de las prim eras series, 1843-45, A r c h i v o
A m e r i c a n o y E s p í r i t u d e l a P r e n s a d e l M o n d e 1843-1351 (2 vols., Buenos Aires. 1946-
47).
76 Sobre la campaña de propaganda de Rosas en Europa, véase Irazusta, V id a p o l í t i c a ,
iy. 133-67.
77 En los primeros años de la década de 1840este procedimiento fue repetido de tanto en
tanto; véase King, T w e n t y f o u r y e a r s i n t h e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 353-54; otros ejem
plos de demostraciones en favor de Rosas, incluyendo algunos de indios, véase infor
mes en la G a c e t a M e r c a n t i l jun-ag. 1835, Zimiy, L a G a c e t a M e r c a n t i l , ii, 244-5.
78 G a c e t a M e r c a n t i l , Jf* 489.1,2l ocí. 1839.
79 Manuel Corvaián, ayudante de campo de Rosas a José M. Velázquez, comandante
del parque, 23 m ar., 26 m ar. 1842, AGN, Sala X, 26-5-1.
SO Francisco Avelia Cháfer, “Ideas y sentimientos religiosos de don Juan Manuel de
Rosas", Nuestra H i s t o r i a , año 2, núm. 6 (Buenos Aires, 1S69), 339-52; Ramos Mejía,
ü, 29,
81 Héctor José Tanzi, “Las relaciones de la Iglesia y el Estado en la época de Rosas",
H i s t o r i a , año 9, N° 30 (Buenos Aires, 1963), 5-28.
82 Rosas a Bessi, 16 jur¡. 1851, Saldías, P a p e l e s d e R o z a s , ii, 148-51.
351
83 Baúl Héctor Castagnino, R o s a s y 1o s J e s u í t a s (Buenos Aires, 1970), 39.
84 Ibid., 50.
85 Gore a Palmerston, Privado, 27 may. 1851. HMC, Palmerston Papers, GC/SO/84.
88 M arnier, 83-6.
87 Benito Díaz. J u z g a d o s d e p a z , 225-37.
88 Véase más arriba, pp. 40,41.
89 Citado por Ibárguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s . 102,
90 Arana a Sosas, 8 nov. 1833, Celesia, R o s a s , aporres para so h i s t o r i a , i, ¿>35.
91 Lafuente a Frías, 7 may. 183S, Rodríguez, C o n tr ib u c ió n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l , n ,
478-7.
S2 Benito Díaz, J u z g a d o d e p a z 202-4; véase pp. 106-7,114-15.
93 Quesada, A c h a . 49-52.
94 Woodbine Parish, B u e n o s A y r e s . 120.
95 Ramos Mejia, iii. 15?.
96 Félix Best, H i s t o r i a d e l a s g u e r r a s a r g e n t i n a s d e l a i n d e p e n d e n c i a , i n t e r n a c i o n a l e s ,
c i v i l e s y c o n s i i n d i o (2 vols., Buenos Aires, I960), i, 113-40.
97 Ramos Mejía, iii, 176-7.
98 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ' R i d e , i, 145-6.
99 Agustín F. Wright, B r e v e e n s a y o s o b r e l a p r o s p e r i d a d d e l o s e x t r a n g e r o s y d e c a d e n
c i a d e l o s n a c i o n a l e s (Buenos Aires, 1833), 35.
100 Memorandum de Ouseiey, ag. 1846. PRO, FO 6/123.
101 La distinción que hace Quesada, A c h a . 60, entre las fuerzas aristocráticas de los uni
tarios urbanos y las fuerzas populares de la campana federal no es válida.
102 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ’ R i d e , II, 20-1.
103 R osas,22 jul. 1832. 5oct. 1832, N' 179, ÁGÑ, Secretaría deRosas, S aiaX 13-.1-L
104 Pedro Jiménez a Rosas, 6 y 14 abr. 1843, AGN. Sala VH, 22-2-1, f. 128-9.
105 Decreto del 13 de noviembre de 1842, Ramos Mejía, iii, 30-1.
106 Irazusta, V id a p o l í t i c a , vil 156-7.
107 “Estado que manifiesta la' fuerza efectiva con que se halla cada una de las divisio
nes”. 16 mar. 1842. AGN, Sala X. 26-5-1.
108 AGÑ, Sala VII, 22-2-1, f . 65.
108- MaudeviBe a Palmerston, Ne 12,17 feb. 184I.PRO.FO 6/78; Gen. J. T. O’Brien a Aber
deen, ene. 1845, FO 6/110: Alfredo de Brossard. R o s a s v i s t o p o r u n d i p l o m á t i c o f r a n
c é s (Buenos Aires 1942) 353. El trabajo de Brossard fue publicado por primera vez en
París en 1850, El efectivo de un solo regimiento de milicia, el Regimiento 6 de Mili
cias Patricias de Caballería de Campaña, en 1842, era de 1.343; véase "Estado Gene
ra l” , Chascamos, r may. 1842, AGN, Sala X, 25-9-2.
110 Mandeville a Palmerston, Nc 27,2 m ay. 1838, PRO, FO 6/64.
111 Marnier, 21.
112 Burgin, 202-3.
113 Southern a Palmerston. N° 10,21 nov. 1848, PRO, FO 6/139.
114 Thomas Hobbes, L e v i a t h a n , 89-90.
Capítulo 6 EL TERROS
1 Hamilton a Palmerston, N°2 ,8 feb. 1836, PRO, FO 6/51.
2 Jorge M; Mayer, A l b e r d i y s u tiempo (Buenos Aires, 1963) 127-74; a veces se llama ai
movimiento incorrectamente, la Asociación d e M a y o .
3 Vicente Fidel López, “Autobiografía”. en L a B i b l i o t e c a , i (Buenos Aires, 1896), 34.7.
4 Carlos Tejedor a Saldías, 16 oct. 1883, Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n fe d e r a c i ó n , IV, 241-
3; véase Angel J. Carranza, B o s q u e j o h i s t ó r i c o acerca d e l d o c t o r C a r lo s T e j e d o r y la
c o n j u r a c i ó n d e 1839 (Buenos Aires, 1879).
5 A . G . Balearen a Frías, 29 may. 1839, Rodrigues, C o n tr i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n -
352
ta l, h , 496-7. El doctor Manuel Vicente Maza no era un conspirador activo. pero cono
cía el plan y, quizás, pensaba encabezar un movimiento constitucional si éste tenía
éxito; véase Saldías, H i s t o r i a d é l a C o n f e d e r a c i ó n . IV.
6 Pablo Munoz a Pedro Burgos, l l ag. 1838, Burgos a Rosas, 12 ag-1838, AGN, Colec
ción Celesia, 22-1 -12 , £. 196-8.
7 Rosas a Burgos, 16 ag. 1838, AGN Colección Celesia, 22-1-12-, 1 . 199-201. E, Lafuente a
Frías, 7 may. 1839, Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l , 'ii, 477, Véase
más abajo, p. 213.
S José Antonio Liner a a Rosas, 31 oet. 1839, AGN, Colección Celesia, 22-1-12, í. 315.
9 Cuartel General en Dolores, 5 nov. 1839, AGN, Archivo Adolfo Baldías, Sala VII, 3-3-
81, f. 126-9. Sobre la revolución del sur, véase Emilio Ksvjgnani, S o s a s : i n t e r p r e t a
c ió n r e a l y m o d e r n a (Buenos Aires, 1970). 21-34; Angel J. Carranza, L a r e v o lu c ió n ,
d e l 3 9 e n é l s u r d e B u e n o s A i r e s (Buenos Aires, 1919), 128.175.
10 Mandevüle a Palmerston, N” 81,12 die. 1839, PRO, FO 6/70.
11 Manuel Corvalán a Miguel del Valle, comandante del 4° escuadrón de Milicias, 2 nov.
1839. AGN, Archivo Adolfo Saldías, Sala VII, 3-3-8, í. 120-1.
12 Capitán del Puerto a Arana, 15. ene. 1840, AGN, Sala X, 27-7-4.
13 Rosas a Juan José Díaz, Estancia San Martín, 3 mar. 1885, Saldías, P a p e l e s d e R o
z a s , 1,134.
14 Saldías, H i s t o r i a d é l a C o n f e d e r a c i ó n , iv, 142; Irazusta, V id a p o l í t i c a , ii. 234-5.
15 E. LafuemeaF. Frías, 18 abr. 1839. Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l ,
ii, 469.
16 Mandevüle a Strangways, 18 oct. 1836, PRO. FO 6753.
17 Celesia. R o s a s , a p o r t e s ’p a r a s u h i s t o r i a , ñ, 242; Leguizaraón, 84-5.
18 Ibarguren, J u a n M a n u e i d e R o s a s , 244; Ramos Mejía, ii, 7-9.
719 Sarmiento. F a c u n d o , 76.
; 20 Ezequiel Martínez Estrada, R a d i o g r a f í a d e l a p a m p a , 47-8.
21 King, T w e n t y f o u r Y e a r s i n ¿be A r g é n t i n e R e p u b l i c , 253 A .
22 Hudson. F a r A w a y a n d L o n g A g o , 107.
' 23 Sarmiento, F a c u n d o , 77.
24 Rosas, 18 nov. 1839, Ramos Mejia ii, 99-100.
25 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B ib l i o t e c a d e M a y o , iv, 4134.
26 King, Twenty f o u r Y e a r s - in th e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 380,
27 Lamas.. E s c r i t o s p o l it i c o s y l i t e r a r i o s , 346-7.
28 General J. T, O’Brien a Aberdeen, ene, 1S4S, PRO. FO 6/110.
.29 “Esta sociedad que comúnmente se llama de la Mazorca, tiene por objeto el introdu
cir por el ñanco de la retaguardia del enemigo unitario el sabroso fruto del que ha to
mado el nombre, así es que toda aquella gente que recela este fracaso ha dado en
usar el pantalón muy ajustado, disfrazando con eí nombre de moda una prevención
muy puesta en orden y razón.” Juan María Gutiérrez, 1835. en H i s t o r i a , 9,30 (Buenos
Aires, 1963), 149.
30 Salomón a Rosas, 3Gsepi. 1840, Rosas a Salomón, 30sept, 1840, AGN. Colección Cele
sia, 22-1-13, í. 160-2 ; Celesia, R o s a s , aportespara s u h i s t o r i a , ii, 235-7,461-3; Leguiza-
món, 48-51.
31 Esteban Echeverría. O b r a s c o m p l e t a s (5 vols., Buenos Aires, 1870-4), iv. 40.
32 Andrés Somellera, L a t i r a n í a d e - R o s a s : r e c u e r d o s d e u n a v i c t i m a d e la M a z o r c a
(Buenos Aires, 1962), 20-4.
33 Saldías publica una lista de ciento sesenta y cuatro personas “bien situadas" que
eran miembros, y-díce que había ciento noventa y un miembros en 1842; H i s t o r i a d é
l a C o n fe d e r a c i ó n , y, 9-10. Unos doscientos nombres fueron publicados en la G a c e t a
M e r c a n t i l , 16 abril 1842, es decir en el apogeo del terror,
34 Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , v, 4S.
35 Cuitiño y P arra a Rosas, 13 ene. 1834, Celesia. R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 43-
4.
353
36 Le mayoría de estos nombres son los que recuerda Berutí en 1853. M e m o r i a s - c a r i o
s a s . B i b l i o t e c a d e M a y o , iv, 4121-2.
37 Southern a Palmerston, N* 55,16 luí. 1849, PRO. FO 6/144.
38 King, T w e n t y - f o u r Y e a r s i s t h e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 326.
39 Celesia, R o s a s . aportes p a ra so h i s t o r i a , ií, 238.
40 Lamas. Escritos políticos y literarios. 310.
41 Citado por Ibarguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s , 232
42 Rosas a González. 10 ag. 1831, Ravignani, R o s a s : I n t e r p r e t a c i ó n r e a l y m o d e r n a , 75-
6; I n f e r e n c i a s s o b r e J u a n M a n u e l d e R o s a s y o t r o s e n s a y o s , 25-35.
43 Rosas a Arana. 26 ag: 1833, Celesia. R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , 1 .190; G a c e t a
M e r c a n t i l , 3 feb. 1830.
44 C a u s a c r i m i n a l s e g u i d a c o n t r a e l s x - g o t e r a s d a r J u a n M a n u e l d e R o s a s a n t e l o s t r i
b u n a l e s o r d i n a r i o s d e B u e n o s A i r e s (Buenos Aires, 1908), 8-10.
45 Berílti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B i b l i o t e c a d e M a y o , iv, 4110.
46 Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 376,574.
47 Doña Encarnación a Rosas, 4 dic„ 1833, ibid., ü, 43.
48 Iriarte, M e m o r i a s . iv, 47-8.
49 Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 45.
50 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B i b l i o t e c a d e M a y o , iv, 4113.
•51 A r c h i v o d e P o l i c í a : í n d i c e ( 2 v o ls ., B u e n o s A i r e s . I 8 6 0 ) , ii, 2 1 0 -1 3 ,2 6 8 -7 1 .
32 Mandeville a Palmerston, Privado, 26 jul. 1836, HMC, Páíínerston Papers, GC/MA/
262. El periódico oficial G a c e t a M e r c a n t i l N° 6426,22 mar. 1846. dio la cifra de cien in
dios ejecutados por rebelión, asesinato y robo. La C a u s a c r i m i n a l daba ciento diez in
dios, 29.
53 (Mandeville a Palmerston. N° 33.19 oct. 1836, PRO, PO 6/53.
54 Mandeville a Palmerston, N* 1,6 ene. 1837, PRO, FO 6/57; N '51,25 sept, 1838, FO 6/64.
55 Héctor C. Quesada, B a r r a n c a Y a c o ; a n t e c e d e n t e s , a p u n t e s . e p i s o d i o s y d o c u m e n t o s
d e l A r c h i v o G e n e r a l d e l a N a c i ó n (Buenos Aires. 1934).
56 Mandeville a Palmerston, N° 10, 3 mar. 1837. PRO. FO 6/57 CLeguizamón, 25-7.
57 Celesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, ¿41.
58 Leguizamón, 126.
59 Mandeville a Palmerston, N° 57, 26 ag. 1839, PRO, FO 6/7G.
60 King, T w e n t y - f o u r Y e a r s . i n t h e A r g e n t i n e R e p u b l i c . 401-2; Juan Jacobo Bajarlia,
R o s a s y l o s a s e s i n a t o s d e s u é p o c a (Buenos Aires, 1969), 42-3.
61 Saldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , iv. 153-4;
62 Leguizamón. 64-7.
S3 Mandeville a Palmerston, N° 82,12 die. 1839, P R íl FO 6/70.
64 Manuel Corvalán a Vicente González. 10 sept. 1840, Zinnv. L a G a c e t a M e r c a n t i l , ií,
436;
65 F. Varela a F. Frías. 8 mav. 1840, Rodríguez. C o n tr ib u c ió n h i s t ó r i c a v d o c u m e n t a l .
' ni, 200. ..
66 Antonio Díaz, H i s t o r i a p o l í t i c a y m ilitar de l a s r e p ú b l i c a s d e l P í a ta , y . % ,
67 Mandeville a Palmerston, N° 67.23 sept. 1840, PRO, FO 6/75.
68 Victories a Rosas, 13 sept. 1840, Celesia. R o s a s , a p o r t e s - p a r a s u h i s t o r i a , ií, 458.
69 Ibid.,11,232. '
70 Gálvez. M e m o r i a s de u n v i e j o , ii, 70-89; Lamas, E s c r i t o s p o l í t i c o s y l i t e r a r i o s , 310.
71 Enrique Arana (h), J u a n M a n d é ! d e R o s a s é s l a H i s t o r i a A r g e n t i n a (3 vols., Buenos
Aíres, 1954), ii, 76-7, documento de A. Tauiard.
72 Mandeville a Palmerston, N" 72,14 oct, 1840, PRO, FO 6/75,
73 José Rivera Indarte, T a b l a s d e Sangre; e s a c c i ó n s a n t a m a t a r a R o s a s -(Buenos Ai
res, 1946), 63-136; C a u s a c r i m i n a l , 13.
74 E l A r c h i v o A m e r i c a n o , 20, 31 jul. 1845, afirma que Várangot era español.
75 John Henry Mandeville, Ministro británico plenipotenciario en Buenos Aires desde
1836 hasta 1845, adquirió considerable experiencia sobre el régimen de Rosas. “Mr.
Mandeville llegó a Buenos Aires a todo lujo. Vivía en el distrito conocido como el Par-
354
•..; que Lezama. y su sobrina, que lo acompañaba, vivía en la esquinadle Perú y Moreno;
ella era viuda y tenía familia, y fue presentada en lo mejor de la sociedad, aunque, en
realidad, era algo más íntimo que una sobrina; su nombre era Mrs. McDonald”,
(Mansiila. R o z a s , ensayo h i s t ó r i c o - p s i c o l ó g i c o , 129-30). Mandeville nunca fue inde
bidamente crítico con respecto a Rosas y encontró ciertamente mucho que admirar-
. le : fue uno de los pocos extranjeros con quienes Rosas dejaba a un lado su-xormaiidad
y los trataba de m anera jocosa. El sucesor.de Mandeville, William Gore Ouseley.
arrojó dudas sobre la veracidad y objetividad de los informes de su antecesor; afir
maba que Rosas había sobornado a Mandeville, dándole valiosos regalos y una casa
para su amante. Ouseley a Aberdeen, 23 jul. 1345, British Library, Add. MS 43,127.
76 Mandeville a Rosas. 9 oct. 1840. Saidías, P a p e l e s d e R o z a s , i. 207-462; H is to r ia , d e la
C o n f e d e r a c i ó n , V, 229.
77 Rosas a Mandeville, 10 oct. 1840, AGN, Archivo Adolfo Salólas, Sala VII, 3-3-8, i 316-
18; Saidías, H i s t o r i a d e i a C o n f e d e r a c i ó n , V, 230-4; Ramos Mejia, II, 35-61. ■
78 Mandeville a Palmerston, N° 72.. 14 oct. 1840. PRO, FO 6/75.
79 Rosas a López, gobernador de Córdoba. 20 ene. 1841, Quesada, L a é p o c a d e R o s a s , 107.
80 Decreto, 31 oct. 1840, AGN. Archivo Adolfo Saidías, Sala VII, 3-3-8, f. 331-2; Registro
oficial, 1840,162-3; G a c e t a M e r c a n t i l , N" 5177,2nov. 1840.
81 Oribe a Rosas, 11 die. 1840, AGN, Colección Ceiesia, 22-1-13, f. 225-7. Muchos de éstos
fueron posteriormente ejecutados.
82 Lavalle a su esposa, 31 mar. 1841, Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l ,
Üi, 142.
83 Archivo d e P o l i c í a , ii, p a s s i m ,
84 G a c e t a M e r c a n t i l , N° 5292,5 abr. 1841. Zinny, La G a c e t a M e r c a n t i l , ü, 450-1, e H i s t o
r i a d e l o s g o b e r n a d o r e s , ii, 154-7.
85 E. Bedoya a Pucñ, Tucumán, 30 jul. 1841. Quesada. L a é p o c a d e R o s a s . 106.
86 Las Heras a Brizne] a, Santiago de Chile, 21 mar. 1841, ibid. 105, véase también ibid.,
para la cita de Sarmiento, 101-2.
87 Un observador naval británico dio una cifra “durante las últimas ocho semanas,
más de ciento sesenta individuos”, capitán C. C. Frank!and. H M S P e a r l , Montevi
deo. 28 febr. 1842, incluido en Almirantazgo a Canning, 23 may. 1842, PRO, FO 6/86.
88 Irazusta, V id a p o l í t i c a , íii, 229-34.
89 Antonio Díaz, H i s t o r i a p o l í t i c a y m i l i t a r d e ¡ a s r e p ú b l i c a s d e l P l a t a , v. 96-7.
90 Mandeville a Aberdeen, N° 27,18 abr. 1842, PRO, FO 6/83.
91 Mandeville a Canning, privado y confidencial, 18 abr. 1842, PRO, FO 6/83.
92 Mandeville a Aberdeen, Mf° 28,23 abr. 1842, PRO, FO 6/83.
93 Declaración de D. J. Lasserre, un é m i g r é de estos sucesos, en L am as. Escritos p o l í t i
c o s y l i t e r a r i o s , 313-15, Mandeville a Aberdeen, N* 28,23 abr. 1842, PRO, FO 6/83.
94 Mandeville a Canning, 24 abr. 1842, PRO, FO 6/83. G a c e t a M e r c a n t i l , N° 5913,20 iui.
1843.
95 Mandeville a Aberdeen, N '57, Confidencial. 7 jul. 1842, PRO, FO 6/84.
96 G a c e t a M e r c a n t i l , N° 5945,22 jul. 1843.
97 Leguizamón, 53-6.
98 Ouseiey a Canning, 5 jul. 1845. PRO, FO, 6/104.
99 Beruti. M e m o r i a s c u r i o s a s . B i b l i o t e c a d e M a y o , N° 4066.
100 Southern a Palmerston, Privado y Confidencial. 18 oct. 1848, PRO, FO 6/139.
101 Sobre la historia de Camila O’Gorman, véase Saidías, H i s t o r i a d é l a C o n fe d e r a c i ó n ,
víii, 146-57: Antonio Reyes, M e m o r i a s d e l e d e c á n d e R o s a s , ed. Manuel Bilbao- -
USuenos Aires, 1943) 347-71.
102 John Masefield, R o s a s . .
103 Rosas a Federico Terrero, Southampton, 6 mar. 1870, Saidías, H i s t o r i a d é l a C o n fe
d e r a c i ó n , viii, 227-8: Mansiila, R o z a s , e n s a y o h i s t ó r i c o - p s i c o l ó g i c o , 171-2,
104 Southern a Psdmerston, 24 nov. 1848, PRO, FO 6/139.
105 Reyes, M e m o r i a s d e l e d e c á n d e R o s a s , 370.
106 Befuti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B i b l i o t e c a d e M a y o , iv» 4077.
355
107 Southern aPalmerston, N°"2,10 ene. 1851, PEO, FO 6/157: 'B r i t i s h P a c k e t , N* 127.1,11,
ene. 1851.
108 Southern a P aimers ton, N' 45,25 jun. 1851, PRO, FO 6/15ík
109 .Rivera. Indarte, Tablas d e S a n g r e , 3.34-5, quien parece alcanzaron total incorrecto de
sus propias cifras.
11.0 King. T w e n t y - f o u r Y e a r s i n t h e A r g e n t i n e R e p u b l i c , 426-ñr.
111 G a c e t a M e r c a n t i l , Nc 6426,26 mar. 1845
112 Véase una-referencia en la Nota 84 y varias otras cartas en PRO, FO 6/86.
113 Roberto Btchepareborda, R o s a s , c o n t r o v e r t i d a h i s t o r i o g r a f í a (Buenos Aires, 1972)
102. cita una cifra inferior a ochenta, daña por un observador español, para el terror
de 1840-42.
114 Otros informes británicos dan ciiras aun más altas de las ejecuciones, aireáeoor do
cien, se esta acción: véase inclusiones en Hamilton a Canning. 25 sent. 1845. PRO,
FO 6/111.
115 Beruti. M e m o r i a s c u r i o s a s , 1852, B i b l i o t e c a d e M a y o , iv, 4110-11. En otras panes Be-
ruti hizo listas de aquellas victimas a quienes conocía por sus nombres : odio oficía
les ejecutados, uno azotado; tres funcionarios ejecutados, uso azotado; veintiún ha
bitantes, comunes ejecutados y uno cruelmente azotado; dos comerciantes ejecuta
dos ; ibid., iv 4122-4,4133-4.
116 C a u s a c r i m i n a l . 33-112, sin contar las ejecuciones de prisioneros de guerra.
117 Mansilla, R o z a s , e n s a y o h i s t ó r i c o - p s i c o l ó g i c o , 85.
118 Causa c r i m i n a l , 13-14.
119 Ibid., 14.
356
15- Woodbine-Parish, B u e n o s A v r e s . 353.
16 Nicoiau, “Movimiento Marítimo” , 358-61; Kroeber, 121-34.
17 Woodbine Parish, B u e n o s A y r e s , 362.
18 D. C. M. Platt, L a t i n A m e r i c a a n d B r i t i s h T r a d e 18Q6-I9Q4 (London, 19725,23-38,55.
. is Woodbine Parish; B u e n o s A y r e s , 363.
20 Brown. “Buenos Aires. 1810-1850”, S10.
21 Humphreys, B r i t i s h C o n s u l a r R e p o r t s , . 76.
22 Mtilhali, T h e E n g l i s h in S o u t h A m e r i c a , 331.
23 Beber, B r i t i s h M e r c a n t i l e H o u s e s m B u e n o s A i r e s , 56-7. No todos ios ministros britá
nicos aprobaron a sus compatriotas; “Sin embargo. la clase de los comerciantes in
gleses está lejos de ser buena; son principalmente agentes en comisión y socios me
nores de las firmas de Inglaterra, o empleados enviados para supervisar intereses
que no sen los suyos. Se han aprovechado de-las convulsiones políticas y bajo el pre
texto de estos desastres continúan manteniendo a sus superiores en Inglaterra en la
ignorancia de los verdaderos negocios que desarrollan. Las empresas que dan pérdi
das son puestas siempre a cuenta de Ja firma en Inglaterra y se echa la culpa al tira
no Rosas cuyo nombre data del pasado y se mantiene con ese objeto: pero las especu
laciones que dan beneficios con demasiada frecuencia se ocultan y se colocan en la
cuenta de sus transacciones personales.” Southern a Palmerston. 25 abr. 1849,
HMC, Plamersíon Papers,.GC/SO/245. Debe agregarse que no todos los británicos
que se encontraban en Buenos Aires aprobaban a Southern.
24 Woodbine Parish, B u e n o s A y r e s . 365,367-8.
25 Ibid, 120.
26 H. S. Ferns, 220.
27 Véase Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luís Duhalde, B a r i n g B r o t h e r s y la h i s t o r i a
, p o l í t i c a a r g e n t i n a (Buenos Aires 1868), 53, un folleto político masque una historia se
ría. Agradezco ai profesor D. C. M. Plátt por haberme permitido leer el mecanogra
fiado de parte de su historia délos Baring, que contiene el primer relato con autori
dad de sus operaciones en la Argentina.
28 A r c h i v o A m e r i c a n o , ira. serie, N° 14,31 ag. 1844, i, 445-7.
29 Comisión Mercantil de Buenos Aires a Parish, 31 de diciembre, 1827, incluido en Pa
rish a Bidweü 31 die. 1827, Woodbine Parish Papers, PRO. FO 354/4.
30 Sobre los británicos en la Argentina rural,, véase MáeCanñ. i.,8-9.20-1, SI, 68,99,143,
148,151.
31 Southern a Palmerston, N476. Confidencial, 25 nov. 1849, PEO, FÓ 6/145.
32 Baidomero García. Sala de Representares, 12 nov. 1843, G a c e t a M e r c a n t i l , 5771.
33 Lorenzo Torres, Sala de Representantes, Í2 nov. 1843, G a c e t a M e r c a n t i l , N° 5771-,
34 A r c h i v o A m e r i c a n o , ira. sene, N° 14,3l ag. 1844. i, 450-1,
35 Ramos Mejía, i. 194. '
36 Sala de Representantes, 15 de diciembre, 1843, A r c h i v o A m e r i c a n o , N° 11,29S; para
una denuncia similar sobre la política británica en las Americas, véase Alvear a Gui -
do, 18, die, 1843, írazusta, V id a p o l í t i c a , ív. 164.
37 Hamilton a Wellington, N° 30,5 m ay. 1835. PRO, FO 6/47.
38 Ferns, 203.
39 Tomás Anchor en a a Rosas, 13 oct. 1838, Irazu sta, V id a p o l í t i c a , ii, 307-8.
40 Pedro de Angelis a Tomás Guido, 17 nov. 1847, ibid., V, 388.
41 Tomás Anchorena a Rosas, i mar. 1846, Sebrelí, A p o g e o y o c a s o d e lo s A n c h o r e n a ,
167.
42 Rosas a Mandevüie, 2 abr. 1839, citado por Barba en H i s t o r i a i n t e g r a l 'a r g e n t i n a , 2.
D é l a a n a r q u í a a l a o r g a n i z a c i ó n n a c i o n a l , Centro Editor de América Latina (Buenos
Aires, 1970), 156.
43 Ibid.
44 Southern a Palmerston, Privado, 22nov. 1848, HMC, Palmerston Papers, GC/SO/241.
45 Robert Éillínghursí. uno dé los más antiguos residentes británicos en la Argentina,
hizo una larga descripción de esta celebración para el B r i t i s h P a c k e t , 19 d e diciem-
357
. bre, 1835: el doctor Gibbon, que aún vivía en 1877, estaba allí; Zinny. L a Gaceta M e r -
c a n t i l , ñ. 25&-6G. ' ' ‘ •
46 ' Petición firmada por setenta y siete comerciantes ingleses, que incluía a MacLean.
Gotland, Tompson, Hughes. Tomkinson, MacKinley, Brittain, Wilson; .^rabble’
, Lamb. Stegman, y Green, en G a c e t a M e r c a n t i l 25 oct 1849, 21 die, 1349,
47 Parish a Palmerston, 25 may. 1831, PRO. FO 6/32.
48 Parish a Bowles, 14 feb. 1839, Woodbine Parish Papers, PRO, FO 354/9 .
4$ Mandeviile a Strangways, Privado, 18 oct. 1836. PRO. FO 6/53.
50 Mandeviile a Palm erston, N" 82,12 die. 133S, PRO, FÓ 6/70.
5X Guseley a Aberdeen, Privado, 26 nov, 1845, PRO, FO 6/106,
52 Ouseley a Aberdeen, is abr. 1846, BL, Add. MS 43,127.
53 Southern a Palmerston, 25 abr. 1849, BMC. Palmerston Papers. G-C/SO/245.
54 MacCann. ii, 251.
gá Andrés M. Carretero, ed., E l u e n s a m i e n i o p o l í t i c o d e J u a n M . d e R o s a s (Buenos Ai
res,.1970), 117-19.
56 Arana a Moreno, 22 die. 1841, Ir asusta. V id a p o l í t i c a , hi, 2i0.
57 Moreno a Arana, 5 abr. 1843, Irazusta, V id a p o l í t i c a . iv. 223.
58 Ferns, 232.
0 Néstor S, Coili, L a p o l í t i c a f r a n c e s a e n e l R í o d e l a P l a t a : R o s a s y e l b l o q u e o d e 1838-
1840 (Buenos Aires, 1963), 125-64: Gabriel A. Puentes, La i n t e r v e n c i ó n f r a n c e s a e n e l
R í o d e l a P l a t a (Buenos Aires, 1958) , 49-65.
g0 Puentes. 65-73.
gl Ferns, 243; Puentes, 276-82.
§2 John F. Oady. F o r e i g n I n t e r v e n t i o n i n t h e R í o d e Ja P l a t a 1838-30 (Phíladelohiá,
1929), 87. - .
S3 Mandeviile aStrangways, 17 ene. 1840, PRO, FG 8/74 .
64 .Lord Beaumont, Cámara de ios Lores, 23 abr. 1348. P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s 3ra. se
rie, dv. 815. ‘ ■ "
65 Woodbine Parish, S u e ñ o s A y r e s , 237,251,
66 John Hoyt Williams, “Foreign 'Técnicos and the Modernization of Paraguay, 1840-
1870”, J o u r n a l o f I n t e r a m e r i c a n S t u d i e s a n d W o r l d A f f a i r s , 19 (1977), 234.
§7 Cámara de Jos Lores, 27 ene. 1845, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3 a. .Serie, ixxxi, 1306.
gg MacCann, II, 292. •
0 Ferns, 254-5.
70 Aberdeen a Mandeviile, 12 mar. 1842, ibid., 250.
7 1 1; Sir Robert Peel, Cámara de los Comunes, Í 1 m ar. 1845, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a.
' Serie, btxvii, 643.
72 Rasas? a n d s o m e o f t h e a t r o c i t i e s o f h i s d i c t a t o r s h i p i n t h e River Piare; i n a l e t t e r to.
t h e R i g h t H o n o u r a b l e t h e E a r l o f A b e r d e e n , b y a B r i t i s h g e n t l e m a n r e s i d e n t in M o n
t e v i d e o (Londres. 1844) un panfleto que presionaba para que hubiese intervención
británica.
73 Ferns, 258.
74 SMáías.-Historia d e i s C o n f e d e r a c i ó n , VI, 28-9,
75 Mandeviile a Aberdeen. N° 57, 7 jul. 1842, PRO, FO 6/84
76 Mandeviile a Addington, 10 ene. 1843, PRO. FO 6/88. Parte 1.
77 Mandeviile a Aberdeen, N° 23,12 mar.. 1843, PRO; FO 6/88, Parte 2.
■78 CárnaradelosComunes, 22 may., 2jun. 1843, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, Ixix,
244,1251, Un año más tarde Peel aún expresaba su decisión de no interferir y se refe
ría a “la perversidad de las potencias neutrales de mayor fuerza que cada una de las
potencias en lucha, que comenzaban una hostil interferencia a la que no tenían dere
cho” ; 17 may. 1844, Ibid, lixiv, 1259.
79 Sal días, H i s t o r i a d é l a C o n f e d e r a c i ó n , vi, 56-60.
80 G a c e t a M e r c a n t i l , 18 sept, 1845.
81 Mandeviile a Aberdeen, 2 jun. 1843, PRO, FO 6/89.'
82 Irazusta, V id a p o l í t i c a , iv, 297.
358
I 83 A n A p p e a l o n b e h a l f o f t h e B r i t i s h S u b j e c t s r e s i d i n g i n a n d c o n n e c t e d w i th th e E l v e r
P l a t e , a g a i n s t a n y f u r t h e r v io l e n t i n t e r v e n t i o n b y t h e B r i t i s h a n d F r e n c h G o v e r n
m e n t s i n t h e a f f a i r s o f t h a t c o u n t r y (Londres, 1846), 12-13,
84 Ouseley, P r i v a t e n o t e s r e l a t i v e to th e p r o p o s e d I n t e r v e n t i o n o f G r e a t B r i t a i n , F r a n
c e a n d B r a z i l f o r t h e -p u r p o s e o f p u l i n g a s t o n to t h e W a r b e t w e e n B u e n o s A y r e s a n d
M o n t e v i d e o , 12 die. 1844, PRO, FO, 6/96.
85 Ouseley a Aberdeen, 9 sept. 1845, BL, Add. MS 43,127.
86 Tomás Guido, Ministro argentino en Río de Janeiro, a Arana, 15 abr. 1845, Irazusia,
V id a p o l í t i c a , ív, 313; para las instrucciones, véase José Luis Bustamante, L o s c in c o
e r r a r e s c a p i t a l e s d e la i n t e r v e n c i ó n a n g l o - f r a n c e s s e n e l P l a t a . 1849 (Buenos Aires.
1942), 36-49,
87 Baldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , vi. 202-3.
88 Cámara de los Lores, lSfeb. 1846, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, bcodii, 1158-62.
89 Thomas Baines, O b s e r v a t i o n s o n t h e P r e s e n t S t a t e o f t h e A f f a i r s o f t h e R i v e r P l a t e
(Liverpool, 1845). Reproducido parcialmente en G a c e t a M e r c a n t i l , 18 jul. 1845.
90 Alfred Mali alien, Rosas and h i s c a l u m n i a t o r s . T h e j u s t i c e a n d p o l i c y o f a T r ip l e
A llia n c e in te r v e n tio n o iE n g la n d , F r a n c e a n d B r a z il in th e a ffa ir s o f th e R iv e r P la te
c o n s i d e r e d i n l e t t e r s to t h e R i g h t H o n o u r a b le t h e B a r i , o f A b e r d e e n (Londres, 1845);
véase también un esfuerzo anterior de) mismo autor, B u e n o s A i r e s , M o n t e V id e o ,
a n d A f f a i r s i n t h e R i v e r P l a t e ; i n a L e t t e r t o t h e E a r l o f A b e r d e e n (Londres 1844).
Mallalieu signe siendo una figura anónima y se lo ha descriüto como un pseudónimo
de Manuel Moreno, véase Zinny, L a G a c e t a M e r c a n t i l , iii. 82 y A r c h i v o A m e r i c a n o ,
30 nov, 1845. Pero Irazusta parece estar en 3o cierto al identificarlo como un periodis
ta inglés contratado por Moreno; véase V id a p o l í t i c a , ív, 164-7.
■91 Mallalieu, R o s a s a n d h i s c a l u m n i a t o r s , 92-3,
92 Moreno creyó que su campaña de propaganda había tenido efecto sobre el Parla
mento y la opinión púbiiea. Pero también pareció pensar que el gobierno británico
estaba preparado para ejercer un protectorado sobre el Rio de la Plata, o aun para
'‘recoionizarlo" (sic). antes de que modificara sus objetivos: Moreno a Alvear, Lon
dres, 2 may. 1846, Rodríguez, C o n t r i b u c i ó n h i s t ó r i c a y d o c u m e n t a l , ill, 543-5.
93 Ouseley a Aberdeen, 26 jun. 1845, PRO, FO 6/103.
94 Saidías. H i s t o r i a d e Ja C o n f e d e r a c i ó n , vil, 9-17.
95 Ouseley a Aberdeen, Ns75,18 oct. 1845, PRO, FO 6/105.
96 Aberdeen a Ouseiey, 8 oct. 1845, BL, Add. MS 43,127.
97 Aberdeen a Ouseley, 3 die. 1845, BL. Add, MS 43,127.
98 Contralmirante Inglefield a Carry, secretario del Almirantazgo, H M S V e r n o n , fu e ra .
de Montevideo, 25 ñov.. 30 nov, 1845 incluye el Informe del capitán Hotham, 22 sov.
1845, PB.O, Adm 1/5580, Sobre la batalla de Obligado, véase MacCann, ii, 229-36 que
incliive el despacho de Hotham del 22 nov, 1845; L. B. Mac Kinnon, S t e a m W a r f a r e I n
th e P a r a n á : a N a r r a tiv e o f O p e r a tio n s b y th e C o m b in e d S q u a d r o n s o f E n g la n d a n d
F r a n c e , i s f o r c i n g a P a s s a g e u p d i e t R i v e r (2 vols, Londres, 1848); Saidías,' H i s t o r i a
d e l a C o n f e d e r a c i ó n , vil, 27-35; José Luis Muñoz Azpiri. R o s a s f r e n t e a l i m n e r i o i n
g l é s (Buenos Aires I960), 28-34.
99 MacCann, i!, 233, citando a Hotham.
100 Hotham a inglefield, G o r g o n , Rosario, 5 die. 1845, PRO, Adm. 1-5560, Segtín fuentes
argentinas los aliados sufrieron ciento cincuenta bajas y resultaron dañados tres na
vios; los argentinos perdieron seiscientos cincuenta hombres, dieciocho cañones y
cierta cantidad de lanchas; Baldías, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , vil, 34-5. Muñoz
Azpirí estima las bajas argentinas en cuatrocientos muertos,
"101 Fems, 274.
102 Inglefield a Corry, 17 jun. 1846, incluye Hotham a inglefield, 7 jun. 1846, PRO, Adm.
5560, Baldías H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , vil, 73-6. El resultado más valioso de la
expedición fue el cuidadoso reconocimiento dé ios ríos Paraná y Uruguay, realizado
por el eapiíán Sullivan, de la Armada Real y publicado por el Almirantazgo; Wood
bine Parish, B u e n o s A y r e s , 235.
359
103 Bustamante, 179-81; Salólas. H i s t o r i a de la C o n f e d e r a c i ó n , vil, 71-2. .'
104 Cámara délos Lores, 10 jul. 1849, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, evii, 94.
103 Rosas, 1845. Irazusta. V id a p o l í t i c a , v, 7-8.
106 MacCann, ii, 227.
107 José de San Martín a G. F. Dickson, 28 die. ;184S, incluido en Dickson a Aberdeen. 24
ene. 1846. PRO. FO 6/128.
108 MacCann, ii,-247-8, Latham, 268.
109 Aberdeen a Ouseley, 4 feb. 1846,-8 abr. 1846, BL, Add, MS 43,127.
110 Cámara de los Comunes. 29 mar. 1846, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, rixxrv,
1423-3,1437,
111 F. O, a Ouseley, N° 30, 28 abr. 1846, FRO, FO 6/114.
112 Pablo Santos Muñoz, “Antecedentes y desarrollo de la misiónHüod en el Río de la
P lata”, I n v e s t i g a c i o n e s y E n s a y o s . Academia Nacional de la Historia, 14 (1973). 477-
525; Bustamante, 108-75.
113 Irazu sta, V id a p o lític a ., V. 332-56; sobre la misión Howden, véase Cady, F o r e i g n In -
t e r v e m i o n m th e R í o d e i& P l a t a . 218-26.
114 Howden a Palmerston, N“ 11, 3 jun. 1847, PRO, FO 6/133.
US Baldías, P a p e l e s d e R o z a s . i, 252.
116 Carlos Ibarguren, M a n u e l i t a R o s a s (Santiago, 1937), 50A; Ramón F. Vial, M a n u e i i i a
R o s a s : aspectos i n t e r e s a n t e s d e s u v id a (Buenos Aires, 1969}, í 02-4,
117 ‘Ferns, 278-9.
116 Howden a Palmerston, 18 oct. 1848. HMC, Palmerston Papers, GC/HO/914.
119 Sobre Henry Southern (1799-1853) véase D i c t i o n a r y o í N a t i o n a l B io g r a p h y , íiíi, 279.
Fue acreditado ante la corte de Brasil en 1851 y murió en Río de Janeiro el 28 de enero
de 1853«Sobre el aseguramiento de Mandeville a Southern, véase Saldías, H i s t o r i a d e
l a C o n f e d e r a c i ó n , viii, 239-42.
120 Cámara de los Comunes, líeb. 1849. P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, CU. -106-7. El
informe de T h e T i m e s da una versión ligeramente distinta: “'"Una revoltosa colonia
española de segundo orden ha estado imitando a la vieja madre patria en Madrid, y
echando a nuestro Ministro’ (Risas-y aclamaciones}” t h e rimes, 2feb. 1849,4, col. 3.
121 T h e T i m e s , 14 abr. 1849.4. col. 3; para el discurso de Rosas a la Sala de Representán-
..tes, véase M e n s a j e , 27 die. 1848,' M e n s a j e s d e l o s g o b e r n a d o r e s , íi. 46-7.
122 Arana a Rosas, 16 abr. 1849, Muñoz Azpirí, 193.
123 Southern & Palmerston, NT' 57,16 jul. 1¿4S. PRO, FO 6/144.
124 Southern a Palmerston, 22 nov. 1848. HMC, Paimerston Papers, GC/SG/241.
125 Cámara de los Comunes, 2 abr. 1849, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, CIV . -14 ?.
126 Saldias, H i s t o r i a d e l a C o n f e d e r a c i ó n , viii, 183-7, M e n s a j e s d e l o s g o b e r n a d o r e s , ii,
113-17, Cady, 246.
127 Cámara de los Lores, 22 feb. 1250, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, cviií, 1281-85.
128 Lord Colchester, Cámara de los Lores. 23 abr. 1849, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s . 3a. Se-
' rie, civ. 617.
129 Latham, 318-19; sobre los ingleses en Buenos -Aires, véanselas anecdóticas pero-inte
resantes observaciones dé José Antonio Wilde, B u e n o s A i r e s d e s d e s e t e n t a a ñ o s a t r á s
(1810-1880) (4a, ed. Buenos Aires, 1966}, 77-88.'
130 Lamas, Escritos p o l í t i c o s y l i t e r a r i o s , 64.
131 William A. Harris a Daniel Webster, 20 sept. 1850, W, R. Manning, D i p l o m a t i c C o
r r e s p o n d e n c e o f t h e U n i t e d S t a t e s : I n t e r A m e r i c a n A f f a i r s 1831-80 (12 vols. Washing
ton, 1932-9}, i, 502.
132 A r c h i v o A m e r i c a n o , nuevas series, N° 3,501-31.
133 Southern a Palmerston. 22 nov. 1848, HMC. Palmerston Papers. GC/50/24I.
134 Andrés Bello a Baiciomero García, 30 die, 1846. Irazusta, V id a p o l i t i c s , v . 205.
135 Howden a Aberdeen, 12 jun. 1847, BL, Add. MS 43,1241
1
r
I 360
'! Capítulos APOGEO Y DERROTA
1 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s . B ib lio te c a " d e M a y o , iv, 4059,4060.
2 Southern a Palmerston. N° 10,21 nov/ 1848, PRO. FO 6/139.
3 EEzalde a ügarte, 24 jul. 1848. Inscituto.de: Historia Argentóla y Americana “Doctor
Emilio Ravignaní”. É l D o c t o r R u f i n o d e E U z a l d e y s u é p o c a a t r a v é s d e s u a r c h i y o
! (4 vols., Buenos Aires, 1967-741, íi. 266.
4 Domínguez a Frías, 17 ene. 1350/Mayer, A l b e r d i y s u t i e m p o , 373.
5 Saldtas, H i s t o r i a d e i s C o n f e d e r a c i ó n , VIII. 94
6 Southern a Palmerston, 16 jul. 1349, PRO, FO 6/144.
7 Southern a Palmerston. 18 oeí. 1848, PRO, FO 6,139.
8 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s ’ R i d e , ü, 5,9.
S Sarmiento, C r ó n i c a , IA 48,1849. e n C o s a s v e r d e s de Rosas (Buenos Aires, 1900}, 3-4.
10 . Southern a Palmerston, 26 nov. 1849, HMC, Palmerston Papers GC/SO/248.
11 Southern a Palmerston, 22 nov. 1848, HMC, Palmerston Papers GC/S0/241.
12 Southern a Palmerston, 6 mar. 1849, HMC, Palmerston Papers, GG/SO/243.
13 Antonias) Reyes, ayudante de campó de Rosas, al juez de paz de La Matanza, 2 mar.
1851, Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii. 512.
14 Southern a Palmerston, 25 jun. 1851, PRO, FO 6/158.
15 Mensaje, 27 die. 1849, Mensajes d e l o s gobernadores, ii, 289-70,
16 Southern a Palmerston, 11 oct 1849, PRO, FO 6/145.
17 Gore a Palmerston, 2 feb. 1852, PRO, FO 6/167,
18 Véase más arriba, p. 159.
19 Saldtas, H i s t o r i a d e is C o n f e d e r a c i ó n , viii, 180.
20 R e g i s t r o O f i c i a l , libro 29,1850,15.
21 Angelis a Guido. 12 abr. 1849. José María Rosa. L a c a íd a d e R o s a s (2a. ed., Buenos Ai-
res^ 1968), 67.
22 C o m e r c i o d e i P l a t a , ÍA 1614, 8 jun. 1851.
23 Mayer, A l b e r d i y s u t i e m p o , 381.
24 Angelis a Guido, 27 ene. 185Ó, Rosa, L a c a í d a d e R o s a s , 67.
25 M e n s a j e . 27 die. 1849, M e n s a j e s d e lo s g o b e r n a d o r e s , ii. 95-286; Ceiesia, Rosas, a p o r
t e s p a r a s u h i s t o r i c , ii, 281-5.
26 Southern a Palmerstofe, 18 jul. 1850, HMC. Palmerston Papers, GC/S0/267,
27 Southern a Paimerston, 10 ene. 1851, PRO, FO 6/157,
28 Ceiesia, R o s a , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 293-323.
28 Entrevista cor. V, Qcesad a, feb. 1873, en É, Quessda, L a é p o c a d e R o s a s , 230-31.
30 Véase más arriba, p. 169.
31 Sarmiento, E l P r o g r e s o >S oct. 1844, O b r a s d e D. F . S a r m i e n t o , ii, 118-19; O b r a s s e
l e c t a s , ed. Enrique de. Gandía, iii J u a n M a n u e l d e R o s a s , su política, s u c a íd a , s a h e
r e n c i a (Buenos Aires, 1944), 103-6.
32 “No dijo en ios partidarios de Rosas, en los mazorqueros mismos ha¡ bajo las esterio-
rídades del crimen, virtudes que un día deberían om inarse", Sarmiento, F a c u n d o .
303.
33 Juan Baustisfca Alberdi, L a R e p ú b l i c a Argentina, treinta y s i e t e a ñ o s después d e s u
R e v o l u c i ó n , Valparaíso, 25 may, 1847, O b r a s c o m p l e t a s (8 vols,. Buenos Aíres, 1866-
7), ííi, 223,225, 241,
34 Mayer, Alberdi y s u t i e m p o , 342-7.
I 3o Southern a Palmerston, 3 mar. 1849, PRO, FO 6/143.
i 36 Southern a Palmerston! 3 sept. 1850, PRO, FO 6/151.
3" .Southern a Palmerston^ 18 nov. 1350. PRO , FO 6/152.
38 Southern a Palmerston, 18'ene..l851, PRO, FO 6/157.
39 Montoya, H i s t o r i a d e l o s saladeros a r g e n t i n o s . 71-2. ■
40 Florencio Varela, C o m e r c i ó d e l P l a t a , 23 jun. 1846, R o s a s y s u g o b i e r n o . E s c r i t o s p o -
l it i c o s , e c o n ó m i c o s /literario s (Buenos Aires, 19273,65.
41 Southern a Palmerston, 6 mar. 1849. HMC, Paimerston Papers, GC/S0/243.
42 Rasa. La c a í d a de R o s a s . 35;-9; José María S&robe. “Camoaña de Caseros” . H N A ,
vil, 2. p. 520. •
43 Rose. L a c a í d a d e R o s a s . 246-7,335-45.
44 Southern a Palmerston, Í9 oct. 1830, PRO, FO 6/152.
45 Rosa. La caída de Rosas, 357.
46 MacCann, T w o T h o u s a n d M i l e s 'Ride, U, 75-82; Nicoia u. I n d u s t r i a a r g e n t i n a y a d u a
n a , 101-28.
47 Page, L a P l a t a , t h e A r g e n t i n e C o n f e d e r a t i o n a n d P a r a g u a y , 52-6.
48 Beatriz Bosch. U r q u iz a y s u t i e m p o (Buenos A im . 1971), 125-34.
49 Aníbal S'. Vásquez, C a u s a s e c o n ó m i c a s d e l p r o n u n c i a m i e n t o d e U r q u iz a c o n t r a R o
s a s (Paraná, 1956). 28-47; Barba. H N A , vü. 2, p. 512.
5B Southern a Palmerston, 10 sepl. Í85G. PRO. FÓ 6/152.
51 Bosch, U r q u iz a y s u tiempo, 167-71.
52 Ibid., 171-2. ■
53 Rosa. L a c a í d a d e R o s a s , 491.
54 Julio-írazusta, U r q u iz a y e l p r o n u n c i a m i e n t o (Buenos Aires, 1952). 45-53,
55 “Había llegado la hora depensar en nuestra pobre p atria; gobernada por ur¡ imbécil
que no tiene una chispa de patriotismo riiun&idek generosa. El ilustre general Urqui
za ha sido llamado por la Providencia para conducir la sagrada revuelta.” J. F. Se
guí a José Rodríguez, 22 abr. 1852, G a c e t a M e r c a n t i l , LP825" , 20 may 1.851. llMi divisa
será 'guerra al tirano Juan Manuel de Rosas y a sushostenedores' y el Programa de '
rm política restaurar el orden y la libertad en ía República Argentina Urquiza a Lu
cas Moreno, 22 abr. 1851, ibid.
56 G a c e t a M e r c a n t i l , íl jul. 1851.
5? Celesta, R o s a s , aportes p a r a s u h i s t o r i a , íi, 347,
58 Rosas a la Sala de Representantes, 15 sept. 1851, ibid.. íi 499-501: véase también Ira-
zusta, V id a p o l í t i c a , viii, 224,
59 Bosch, Ii r q u i z a y s u t i e m p o , i9i-2.
60 Sarobe, H3V.4., vii. 536.
61 Pedro Santos M artínez.C aseros, las tropas extranjeras y la política internacional
rioplatense” B o l e t í n d é l a A c a d e m i a N a c i o n a l d e I s H i s t o r i a , xvii (1S74), 120-5; Ur
quiza a Crespo 0 Oct. 1851, Academia Nacional de la Historia, P a r t a s d e B a t a l l a d e
l a s G u e r r a s C i v i l e s , Tomo III, 1840-1852 (Buenos Aires, 1977), 439.
62 Southern a Palm erston,2 nov, 1851,.PRO. FO60/160.
63 Julio Horacio Rube, H a c i a C a s e r o s 1850-1852 (Buenos Aires, 1975). 260;. Bosch, U r
q u i z a y su t i e m p o , 205-6.
64 ' Rosa, L a c a í d a d e R o s a s , £93-4,
65 Irazusta, V id a p o l ít i c a ., viii, 302.
66 C o m e r c i o d e l P i s t a , 8 oct. 1874. vrireia. R o s a s ,ys u g o b i e r n o , 102-3.
67 Proclamación de Urquiza, 10 die. 1851, Celesia, R o s a s , a p o r t e s - n a n a s u h i s t o r i a , ii,
506-7,
68 Sarmiento, C a m p a ñ a e n e l e j é r c i t o g r a n d e 141
68 José S. Campobassi, S a r m i e n t o y s u é p o c a (2 vois., Buenos Aires, 1975), i, 351: Sar
miento, C a m p a ñ a e n el e j é r c i t o g r a n d e , 144.
70 Ricardo Rojas, E l p r o f e t a d e la p a m p a ; v id a d e S a r m i e n t o í2a. ed-, Buenos Aires,
1948),375. '
71 Sarmiento, C a m p a ñ a e n e l e j é r c i t o g r a n d e , 1286-7,
72 'Los que me quieren acompañarán al ejército, los que quedan, serán degollados’,
Southern a Palmerston, 22 nov. 1848, HMC, Palmerston Papers, GC/SO/241.
73 Gore a Palmerston, 4 ene 1852, %feb-1852, PRO, FO 6/167.
74 César Diaz, M e m o r i a s , 1842-1852: A r r o y o 'G r a n d e ; . s i t i o d e M o n t e v i d e o : C a s e r o s :
(Buenos Aires, 19431.220, 223.
75 Ibid., 229/
76' Ibid., 23?, Urquiza dijo a Sarmiento en esta campaña," ¡Quéhombre de tanto presti
gio! -Lástima que sea tan m a lo ! I r a z u s ta , V id a p o l í t i c a viii, 314.
3.62
T í César Díaz, M e m o r i a s , 269.
78 José M. Francia, e n “A p u n t e s inéditos de Antonino Reyes ”, Ibarguren, J u a n M a n u e l
de R o s a s , 284.
"9 Sarmiento, C a m p a ñ a e n e i e jé r c it o - g r a n d e . 100-1.
80 P a r t e s d e - B a t a l í a , üi, 515-19, 524-5;-Sarmiento. C a m p a ñ a e n e l e j é r c i t o g r a n d e . 152-
3; Saidías, H i s t o r i a d e ¡ a Confederación, ix, 103,231-2.
■81 Hudson, F a r A w a y a n d L o n g A g o , 99-100.
S2 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s " B ib lio te c a d e M a y o , iv 4088.
83 P a r t e s d e B a t a l l a , iíi, 570-1.
84 Saidías, H i s t o r i a d e Ja C o n f e d e r a c i ó n , ix. 99.
85 P a r t e s d e B a t a l l a , iií, 413, 426-8,
86 Gore a Palmerston, 9 íeb, 1852, HMC, Palmerston Papers, GC/GO/64: véase también
Gore a Palmerston, 9 íeb. 1852. PRO. FQ 6/167 y HMC. Palmerston Papers, GC/GO/
65: Santos Martínez, C a s e r o s . 135.
87 Rosas a Pacheco. 30 die. 1851. Partes d e B a t a l l a , n i . 497-500; Irazusta, V id a p o l ít i c a ,
viii, 306-9-
88 Sai días, H i s t o r i a d e la C o n f e d e r a c i ó n , ix, 121 .
. 89 Inform t de Antonino Reyes, P a n e s d e B a t a l l a , iií. 412; Saidías, H i s t o r i a d e l a C o n fe
d e r a c i ó n . ix.237-41: José Luis Busaniehe; R o s a s v i s t o p o r s u s c o n t e m p o r á n e o s ,
(Buenos Aires, 1955), 150.
90 Reyes. P a r t e s d e B a t a l l a , üi, 414-16.
01 Irazusta. V id a p o l í t i c a . vil. 314.
S2 ‘'Deuna carta privada”, fechada en Buenos Aires, 3 de febrero de 1852, T h e T i m e s , T ;
abr. 1852,5.
93 Sarmiento, C a m p a ñ a e n e l e j é r c i t o g r a n d e , 211 -12 : César Díaz, M e m o r i a s . 26".
94 Sarmiento, C a m p a ñ a e n e l e j é r c i t o g r a n d e , 216.
■95 Beruti, M e m o r i a s c u r i o s a s , B i b l i o t e c a d e M a y o . iv, 4107,24 jun. 1852.
96 Gore a Malmesbury, 29 a b r. 1852. PRO, FO 6/Í67.,s
97 Ernesto J . Fitte, “Después de Caseros”, H i s t o r i a , 30 Í1963), .103,
98 Reyes, P a r t e s d e B a t a l l a , üí, 416.
99 Saidías, P a p e l e s d e H o z a s , ii. 246-8.
100 Entrevista con V. Quesada. íeb. 1873 en E. Quesaáa, L a é p o c a d e R o s a s . 231.
101 Gore a Palmerston, i\T. l6,_Sfeb. 1852, PRO, FO 6/167: Diego Luis Molinari, P r o l e g ó
m e n o s d e C a s e r o s (Buenos Aires, 1962), 176-83.
102 Gore a Palmerston, Privado. 9 íeb. 1852. PRO. FO 6/167: Fitte. “Deoués de Caseros".
104,113.
103 Rosas a Henderson, 8 íeb. 1852, Saidías, P a p e l e s d e R o z a s , ii, 252-3.
104 Rosas. 5 abr. 1852, ibid.ü, 256-7.
105 Tíre T i m e s , 28 abr. 1852,"5,3-may. 1852, 5.
1.06 Rosas a Granville, 18 abr. 1852. Malmesbury a Rosas, 24 abr. 1852, Saidías, P a p e l e s
d e R o z a s , ii, 256-61.
107 Cámara de ios Lores, 29 abr. 1852, P a r l i a m e n t a r y D e b a t e s , 3a. Serie, cxx, 1279-82.
Capítulo 9 EXILIO
1 Rosas a Peirona Villegas, 1855, Ibarguren, M a m j e ü i a R o s a s , 71.
2 Rosas a Manuela Terrero, 28 abr., 22 may. 1859, Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u ñ i s -
ii, 377-8, 535-6.
- te r ia ,
3 Rosas a Máximo Terrero, 13 jun. 1861, íbid_, ii, 378-9.522-4.
4 Rosas á-Máximo Terrero, 8 ag. 1861. ibid., ii, 379-80,524-5-
5 Rosas a Josefa Gómez, 7 ag. 1864. Juan Manuel de Rosas, C a r t a s d e l e x i l i o , 51.
6 Rosas a Máximo Terrero, 20 ag. -6sept. 3863, Ceiesia, Rasas, a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a ,
ii, 380-1.52o-9.
7 Antonio Dellepiane, E l t e s t a m e n t o d e R o s a s (Buenos Aires, 1957) ,97,104.
8 Rafael Calzada. C in c u e n ta . A ñ o s d e A m é r i c a <2vols. Buenos Aires, 3926)1,326 ; véase
también Rafael Pineda Yánez C ó m o f u e Ja v id a a m o r o s a d e J u a n M a n u e l d e R o s a s
(Buenos Aires, 3972). 95, ill , quien afirma que había siete hijos.
9 Rosas a Eugenia Castro, 5 jun. 1855, Rosas a Angela Castro, 6 jun. 1855, Rosas a Eu
genia Castro, 8 abr. 1870, Calzada, a p , d i . , i, 826-7, Pineda Yánez, o p , c i t . .-174-6.
10 C a u s a c r i m i n a l . 3,
11 Ibid., 55-8.
12 Pr 0test a del Génex al Rfj sa s, 20 sept. 1857, Zinn y, H i s t o r i a d e lo s g o t e r n a d o r e s d é l a s
■p r o v i n c i a s a r g e n t i n a s , ii, 170-5: Mario César G ras, I R o s s s y U r q u iz a : s u s r e l a c i o n e s
d e s p u é s d e e n s e r e s ^Buenos Arres, 1948), I tjO-3.
13 Quesada, L a é p o c a d e R o s a s . 81-2; Fitte, É l p r o c e s o a R o s a s , 117-21.
14 Rosas a Josefa Gómez. 25 jul. 1369, C a r t a s d e l e x i l i o , 132.
15 Rosas a Josefa Gómez, 5 mar. 1864, ibid., 45-6.
16 Rosas a Terrero, 7 die. 1859, Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 24.
17 Deliepiane. E l t e s t a m e n t o d e R o s a s , 101-2 : Rosas a Estaníslada Arana de Ancñore-
na, 31 may 1864, Gras, R o s a s y U r q u iz a , 317-19; Rosas a Josefa Gómez, 22 may 1866.
C a r t a s d e i e x i l i o , 74; Fitte, jSÍ p r o c e s o a R o s a s , 19.
18 Rosas a Urquiza, 3 nov. 1852, Saidías, P a p e l e s d e R o z a s , ii, 270-1.
19 Urquiza a Rosas, 27 die. 1858, Saidías, P o p e l e s d e R o z a s , ii, 322-5: Gras, R o s a s y U r-
q u iz a , 192,
20 Alberdi a Rosas, 19 de mar. 1858. Juan Bautista Alberdi, L a s c a r t a s r o s i s t a s d e A J b e r -
d i: Comentarios de Adolfo Saidías (Buenos Aires, 1970). 59.
21 Rosas a Urquiza, 7 noy. 1863, Saidías, P a p e l e s d e R o z a s , is, 148.
22 urquiza a Rosas. 24 a s. 1858, Gras, R o s a s y U r q u iz a , 179-80,
23 Rosas a Urquiza, 7 nov. 1863, Saidías, P a p e l e s d e R o z a s , ii, 350-1, Gras, o p . c it. 283.
24 Gras, o p . c i t . , 78-33.
25 Fitte, E l p r o c e s o a R o s a s . 103-116: véase más arriba, p. 74,
26 Rosas a Josefa Gómez, 14 juL 1854, 7 íeb. 1864, C a r i a s d e l exilio: 36, 40.
27 . Rosas a Máximo Terrero,.? dio. 1859, Ceiesia, R o s a s , aportes cara s u h is to r ia , .ii, 521-
2,
28 Rosas a Josefa Gómez, 22 mayo 1866, Cartas d e l e x i l i o , 74.
29 Urquiza a Josefa Gómez, 25 .jun. 1866, Baldías. P a p e l e s d e R o z a s , ii, 414.
30 Ramos Mejía, R o s a s y s u t i e m p o , iii 12; Ibarguren, J u a n M a n u e l d e R o s a s , 293,295-6,
Gras, R o s a s y U r q u iz a . 411; Raed, C a r t a s d e l e x i l io , 21-3.
31 Rosas a J. N. Terrero, 9 nov. 1853. Ceiesia, R o s a s , a p o r t e s p a r a s u h i s t o r i a , ii, 516..
32 Rosas a Josefa Gómez, 7 ag. 1864, Cartas del exilio, 51.
33 Rosas a Josefa Gómez, 17 die. 1865, ibid., 68-9, Oficina del Registro civil, Southamp
ton, Rate Books, 1870.
34 Rosas.a Máximo Terrero. 6 sept. 1863, Ceiesia, R o s a s , a n o r t e s p a r s s u h i s t o r i a , ii,
526-9. "
35 Rosas a Rojas y Patrón, íeb. 1869, Gras, R o s a s y U r q u iz a , 334.
36 Rosas a Máximo Terrero, 26 ag.-6 sept. 1863. Ceiesia, Rosas, aportes p a r a s u h i s t o r i a ,
ii,,380-1, 525-9.
37 Rbsas a Josefa Gómez, 7 feo. 1864,-7 jul. 1865, C a r t a s d e l e x i l io , 44, .63.
38 Antonio Bellepiane, Rosas (2a. ed., Buenos Aires, 1956), 240.
39 T h e T i m e s , 15 de marzo de 1877,5, nota fúnebre sobre Rosas.
40 Alejandro Báldez Rozas, 1873, Dellepiane, Rosas217-18..
41 Sinny. H i s t o r i a d e d o s g o b e r n a d o r e s d e l& s p r o v i n c i a s a r g e n t i n a s , ii, io6.
42 Rosas a Josefa Gómez. 6 jun, 1864. 25 jul. 1869. C a r t a s d e i e x i l i o , 49.131.
43 Los documentos rosistas, en realidad, encontraron su camino entre jos coleccionis
tas e investigadores, a través de ios vendedores de libros si no desde Londres, sí des
de otras fuentes. Baldías tuvo autorización para acceder al archivo, o parte de él,
porque Manuela aprobó su versión sobre el período de Rosas. Otros historiadores no
fueron tan favorecidos. Ernesto Quesada escribió a Máximo Terrero pidiéndole per
miso para consultar los documentos, después que su E p o c a d e R o s a s (1899) había reci-
364
bitío la aprobación de la familia en Inglaterra. El' hijo de Máximo le respondió: “tina
. parte'de ellos ya está en manos de don Adolfo Saldías y la otra parte que aquí queda está
prometida ai mismo señor por especial deseo también de mi .finada"madre. Así, en las
circunstancias del caso comprenderá usted que ya estrictamente depende más del se
ñor Saldías que de papá el permiso de hacer uso de ellos. ” En su momento, el archivo de
Saldías fue vendido al doctor Farini, y por ios herederos de éste al Archivo General déla
Nación, en Buenos Aires. Manuel Terrrc a Ernesto Quesada, S3 oct. 1833, Quesada, L a
época, d e R o s a s , 44; 228; véase también Julio Ir asusta. A d o lf o S a l d ía s (Buenos Aires.
1964), 32-7.
44 Rosas a Josefa Gómez, 22 oct. 1860, Cartas del exilio 142-3.
45 Rosas a Josefa Gómez, 4 ene. 1870,24 sept. 1871. C a r t a s d e l e x i l io , 147,166-7.
46 Rosas a Josefa Gómez, 11 sept. 1871, ibid,. 163-4.
47 Rosas a Báldez Rozas, Deilepiane, R o s a s , 199.
48 Rosas a Josefa Gómez, 12 may. 1872, C a r t a s d e l exilio, 170-1.
49 Enirevista con V. Quesada, feb. 1873, en E. Quesada. La é p o c a d e R o s a s , 231-2.
50 Rosas a Josefa Gómez, 7 feb. 1864, Garfas d e l e x i l io , 44-5.
51 Rosas a Federico Terrero, 6 mar. 1870, Saldías, H i s t o r i a d é l a C o n f e d e r a c i ó n , viii,
228; véase también Rosas a Josefa Gómez. 22 sept. 1869. Carras d e l e x i l ió , 134 donde
exonera al doctor VélezSarsíield y a cualquier otra persona de haberle aconsejado ia
ejecución.
52 Alberdi a Rosas, Londres. 14 ago, 1861, L a s c a r t a s r e s i s t a s d e A l b e r d i , 60.
53 Véase por ejemplo, Rosas a Josefa Gómez, 9-sept. 1872, Carias d e l e x i l i o , 176-81.
54 Rosas a ürquiza, 5 jul. 1861, Rosas a F. Terrero, 5 jun. 1870, Gras, R o s a s y U r q u iz a ,
236-41; 376-7: Rosas a Josefa Gómez, 28 jun 1870, C a r t a s d e l e x i l ie , 154.
■55 Rosas a Josefa Gómez, 7 ene. 1868, Cartas d e l e x ilio , 97.
■56 . Rosas a Josefa Gómez, 4 abr. 1870, ibid., 153.
' 57 Rosas a Josefa Gómez, 2 mar. 1871, ihíd., 157-60,
58 Rosas a Josefa Gómez, 19 ene, 1870, ibid.. 149.
59 Rosas a Josefa Gómez, 12 'de may. 1372, ibid., 173.
60 Rosas a Josefa Gómez, 24 sept. 1871, ibid., 166-7.
61 Éstas se encuentran impresas en Deilepiane, Rosas e n e l d e s t i e r r o (Buenos Aires,
1936). '
62 Palmerston a Rosas. 4 ene. 1859, Saldías, P a p e l e s d e R o z a s , ii, 333.
63 Rosas & Josefa Gómez, 20 sept. 1866. C a r t a s d e l e x i l i o , 77-8. HMC, Palmerston Pa-
pers.D.18 (1858), entity for 29-9-1858.
64 Rosas a Josefa Gómez. 17 aíc. 1865, C a r i a s d e l e x i l i o >71-2.
65 Rosas a Josefa Gómez, 8 nov. 1865, ibid., 66.
66 M a y e r q A l b e r d i y s u t i e m p o , 556-7.
'67 Alberdi, A u t o b i o g r a f í a . E s c r i t o s p o s t u m o s Í16 vols., Buenos Aíres. 1895-1910), xvi,
556-8.
68 Alberdi a Máximo Terrero, 3 m ar. 1864, L a s c a r t a s r o s í s t a s d e A l b e r d i , ios.
69 Alberdi, O b r a s c o m p l e t a s í8 vols. Buenos Aires, 1886-7); ví.ü,14k: Alberdi a ürquiza,
3 nov. 1857, Gras, R o s a s y ü r q u i z a , 154.
70 Alberdi a Máximo Terrero, 14 ago. 1864, Mayer, A l b e r d i y s u t i e m p o , 671: véase tam
bién Manuel Gálvez, V id a d e d o n J u a n M a n u e l d e R o s a s Í5a. ed. Buenos Aires, 1965)
475-6.
71 Entrevista con V. Quesada. íeb. 1873, E, Quesada, L a é p o c a d e R o s a s , 230-1.
72 Manuela a Máximo Terrero, 16 mar, 1877, Ibarguren, M a n u e l l t a R o s a s , 88; Zinny,
H i s t o r i a d e l o s g o b e r n a d o r e s d e l a s p r o v i n c i a s a r g e n t i n a s , II, 187-90, T h e H a m p s h i r e
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. 1877.
73 T h e T i m e s , 15 m ar. 1877,5, nota fúnebre sobre Rosas.
365
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Sala 10, División Nacional, Sección Gobierno.
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Aberdeen Papers. Additional MSS 43Í24.43126.43127
Civic Records Office, Southampton
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Diarios y recortes de diarios
Historical Manuscripts Commission, Londres
Palmerston Papers
Correspondencia General
Diarios
Public Record Office, Londres
Foreign Office, Correspondencia General, República Argentina
Í 0 6.1823-52
Woodbine Parish Papers FO 354
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üBeróirde Astrada, Genaro: 168,194. Camargo, Padre: 177
Beruti, Juan Manuel-: 174, SOS, 212.226, Campana dei Desierto, Darwiii: 13-, 14,
228, 231, 278. 307-12. 367 B, 69 57
■ Bigorena, Capitán: 197. Rosas y: 55-6-7-8, 62-7
Bilbao,Manuel: 228. tierras concedidas-, 5S, 59, 35.32-?,
Bloqueo francés: 54, 62, 85,. 145, l§7, 185
194. 201, 214. 248, 252-3-4, 272. ' Cañuelas: 31,46
anglofraneés: 85,146,201, 236,266- Capdevüla, Pedro: 67, 75
7-8-9. 272-3-8, 293. Carril, Salvador del: 43
B o l e a d o r a s : 27.102, 326. Carvajas, Santiago: 202
Bolina; 80,143,1S4, 142,185. Casaros: 309-10-11-12,326-30-34
Bracfto. José: 135. Castañera, Mariano-. 78
. Brasil, mercado: 23,30.81,147,240,291 Casíeili, Pedro: 54, 67,197,205,215
guerra de 1S25-8: 35,42,39, ios. 128. Castro, .Angela: 318
2.42. Castro, Maria Eugenia: 318
"y Sosas: 288,293-5-7, 308 Calamar e a : 221,285
invasión de : 265,299, 300-1-3-8 Caudillos; 21, 33-4, 43, 50.108, 115, 168,
B r i t i s h P a c k e t , T h e : 178. 282, 294, 296, 302-6
Brossard, Alfred: 186. Cepeda: 33.101
Brown, Guillermo: 42. Comerciantes: en la colonia: 28
Brydone. Juan: 139. después de la independencia: 28,
' Buenos Aires, alrededores de: 18. 24, 290"
30. y la tierra: 7l
economía; 28-3, 30, 78, 84,137,140- grupo social; 7l~2, 96
1, 243. Comercio de Buenos Aires: 23,95,136,
sociedad; M, 30, 4&-S, 71, 93. 95-6, 260-3, 270, 290
125-6,217, 289. exportaciones: 23, 81. 87. 88, 234,
indios: 26, 33. 240, 242,28S •
políticas: 33, 36-8, 40, 44-5-7-8-9, 50, y status social; 72
51,152-3-4-5-6:7-8,193-4, 278, 215 ' tarifa como política: 134
felror; 62, 215-6-7, 220. - ■ véase también Gran Bretaña
bloqueo francés de: 54, 62, 85,260, Compañía de Jesús: 177-8-9,
146,187,194.201,214,248; 252-3-4, Conflict HM3; 314-S
272 Córdoba: 16, 26. 56, 30, 93,283
bloqueo angloírancés de: 85,264-5- economía: 131,136,146.149
6-7-S-9, 273-8-8, 293, Comentes: 28, 103, 131, 134-5-6, 144,
y la caída de Rosas: 16 , 313, 315, 149, 194, 223. 226, 256, 264-5-7, 285,
. 322,324,335. 292-3, 300-1
Burocracia-:. 50, 62, 86,16 6 Cramer, Ambrosio; 54,197
Burgess Street Farm : 324-5-6 Cuba: 23, 81,132, 240, 291
Burgos, Pedro: 203-4 Cuítiña, Ciríaco: 208-9, 218,218, 232
Bustos, Manuel Vicente; 286 Cullen, Domingo; 168,215,249.
Buteler, Marcelina: 202 Cunmnghanie Graham, Robert: 16-7-8
384
Darwin. Charles: 13,14,77,107,109 Esclavitud: 11-7-3
Ddtaudis,Baron: 262 B a sa ra, Felipe: 164
Diamante; 302-3
D ia r io d e t e T a r d e ; 176
Díaz, Antonio: 217,223 Fahy, Padre Anthony; 237, 245
Díaz,'César: 305 Falconnet, Francis; 242
.Díaz, Pedro José; 307,310 Famaülá: 199
Díaz Vélezj Eustoquio: 49,54,59, 61,75 Federalismo, Federales: 12,29, 40-1-4-
Dickson. George F.; 333 5*$*7-9, 39, 50, 67, 111, 155-6-8, 165
Disraeli, Benjamin, conde de Beaeons- 6, 171-3-6-8, 193-4-9, 215, 220, 250,
tiaid: 272-3, 300.376 fi. 120 260,288, 356, n. 58
Dolores: 30,196. 213 política económica: 4S, 137
Dorrego: Luis: 234 provincial; 40, 53,137
Borrego, Manuel: 34-5,39,40-1-2-3,152, Fernández, Estanislao: 49
174, 200, 222 Ferns, H.S.: 12
DowdaÜ, saladero: 31 Ferré, Pedro: 100,134,198,223
Finanzas, gastos: 53-4, 63,187,190,242
ingresos; 60,63,68-9,81,189,289
£ chagüe, Pascual: 168,194,249,301 . aduana: 63, 81. 142-3-4-5-8, 242,
Echeverría, Esteban: 93 289, 290-1-5-6
Educación: 53, 64,188,238 papel moneda: 42,64-5,290
Ejército, en 1828-9: 50-1,153 Francia, José M aría: 256,305
campaña del desierto: 59,62,65 Frías, Eustaquio: 210
organización: 68,105,112,114,116, Frías, Félix: 195
179,185 Frontera, seguridad: 30.37-8-9,40,-303
en í 349-52: 130-1 expansión; 31, 55.58, 59. S3, 70
Eüzalde, Rufino de: 279 Fuente, Diego de ia: 93
El Rey, estancia: 31, 36, 74 Fuerte Independencia: 37
Emigres: 193-3:214,279,284,287
Ensenada: 23, 268
Entre Ríos: 16, 28,131. 248, 264-5-7,,235, Gaceta M e r c a n t i l . L a : 112, 137. 154.
293-5,300-1 175, 208, 225, 230, 260, 263, 287,297
economía; 134,2sS. 292 Gasta, P adre; 177
guerra contra Rosas: 194,223,300-1 Gastan, Manuel: 208,215
Galíndez, Marcelino: 67
Escoceses: 125,226,236-6-7,246-9
Gamboa, Marcelo: 214
Estados Unidos: 87, 147, 227, 236 , 238,
García, Baldomcro: 162, 311
240-1,276, 295 García. Manuel J . ; 136.154,237, 238
Estancia, colonial: 21
García, Pedro Andrés: 105
después de la independencia: 17, García de Zuñiga, Victoria: .155-6
24,25 Garibaldi, Giuseppe: 185,260-4 - ,
expansión; 27, 29,49, 65,- 91, 291-5
Gamgos, Agustín: 162,167
organización: 29. 90, 92,359: u. 61
Gaucho, y Rosas :• 12,45,51
grupo de interés: 49165,71,137,244, e indios: 28,34,45,51
■246 condiciones: 80,101-2-3A
concentración: .29, 30,61. S2,66,70-
ejército: 102-3-4-5.107,182
1, 75, 359, n, 34
Gómez,'Fabián: 90
peones: 39,76,105-6-7,112,114,116, Gómez, Josefa; 319,21-22, 325-7, 332
122,127 González, Pedro Ignacio: 165
E s t e v a s , Cayetano: 202
González, Toribio: 202
Eusebio. Don: 109.171
385
Vicente: 120, 164. 165, 167.
G o n z á le z . Ibarra, Felipe: 69,215
168.202-3,211-2,-284 Iglesia: y Rivadavia: 38,177
Gore, Philip Ydrke; 110 ■. y Rosas; .38, 53, 154, 176-7-8-9, 200
Gore, Robert: 179,282, 304-8, 312-3-6 226, 304
Gorosito, Lázaro: 165 India M uerta: 262,295 ;
Gorocito, Manuel: 165 - Indios, presencia de: 25-6-7, 59, 354 d
Granaba, Nicolás: 132,197 14
Grao Bretaña, y Rosas: 11.13,219-20-3- frontera: 26,36-7-8-9,40,107,.210
5-6, 230, 246-7-9, 313-4-6,, 330-1, 373, y Rosas: 14,36-7,40, 46, 56,58.312,
íl.4 5 357. n. 22
invasión de 1806-7: 22. 24,-99,102 ejército; 56, 308
comercian tes: 15, 28, 48*9, ¿5, 234- ejecutados; 213.230-1,211
5-6, 241, 260, 283 Industria: 55, 96,128-9, 13i), 132-3. 137.
estancieros; IB, 70, 234, 236, 242, 145, 146,148-9 ‘ ^
24-4, 246, 275 protección de: 137-S, 146; 148, 252
criadores de ovejas: 85, 88, 235, en provincias; 29,136.295 \
242,246,275 Inglefieid, Contralmirante: 271 ;
manufacturas: 125,133,236,241 Inmigración: 90, 94, 96, 128, 235, 245,i
supresión del comercio de escla 289,290 • ;
vos: 117,120, 238. 254 Instarte. Manuel: 284,309
comercio: 28-9, 137, 239, 240-1-4, Iriarte, Tomás de : 212 j
260-2-6,.270-3-4 Irígoyen, Manuel: 174,247 -.1
. emigrantes: 98,234-5, 237, 245,274 Irlandeses: 88, 235-6-7, 244-5-6, 291 ;j
diplomada: 15, 219, 223, 234, 249, Italianos: 235 j
250-1-4,275
intervención: 219,261-5, 275-6-7-9 1
Guido, Tomás: 154 Jujuy: SOy.132,199 li
Gutiérrez, Juan María; 193 Justicia, administración de: 164. 202-3 s
Gutiérrez, Ladislao: 227 Jueces de paz, confiscación de tierra: ;
63,68 j
milicia: 105,181 j
Haedo, José Braulio: 78 cargo de: 112,115,1 1 6 j
HalpermDonghi, Tullo: I3: 365, n. 10 actividades: 78,106-7,113,1 1 5 , 161, {
Hannah, John: 275 - 203,231,281 J
Henderson, Contraalmirante, W. W.:
313-4 '
Herbert,.Comodoro Thomas: 271-2 Raquel: 31
Harratt, John: 85,87,27S Kiernan, Ja m es: 175
Hernández, José, M a r t í n Fierra: 106, King, John Anthony: 45,205
114-
, Hobbes, Thomas: 19,123,191,232
Hóod, Thomas: 270 Lafueníe, Enrique: 152, X95
Hotham, Capitán Charles: 266-7 Lagos, Hilario: 303-7
Howden, John Hobart Caradoc, 2? ba- Laguna Limpia: 296
■ ronde: 170,246,268,271-2 Lahitte, Eduardo: 247
Hudson, W.H., sobre la pampa: 17-8,25 La Independencia, estancia: 31
sobre Rosas: 18, 204, 307 Lamadrid, Mariano: 218
" sobre los estancieros; 97,237 Lamas, Andrés: 109,209
Hueco de ios Sauces:- 310-13 La Rioja: 109,131,133, 286
Htlilliches: 27 Las Heras, Juan Gregorio de: 36
386
Aistra, familia: 54, 61 Mandevilie, John Henrv: 110 ,219.220,
1 bathara, Wilfrid: 16. 70, 91. 104. 268, 224-S, 248-9,-250-1-3-4-7:8-9, 272, 370
• . 353 n. 21 n . 75
I Lavalle, Juan, política de 1828-9:42,63, Mansfield, Charles Blackford: IOS,
I 193,198,220-1,248,250 . 117,147
campaña de 1833-42: 67,163,194-5, Mansilla, Ludo N.; 21. 51, 70, 98,164,
207,216-7-8,220-1,254 131-2, 224, 266, 308-9-10
muerte: 199,.221,279 MansiLa, L udo V.: 70,174,204,232,294
f Leblanc. Almirante Louis: 198 Marino, Nicolás: 174-5, 204, 208, 219
¡ Lenguaso. Roque: 185 Marmier, Xavier: 188
LePredour. Almirante: 274 Marques, Brigadier: 302
Leiva, Manuel: 135,208 Márquez, Puente de: 303-8
Lixüers, Santiago: 22 Martin García, isla de; 125, 253-4.264,
Liverpool: 87,236,260-3,273 274
L o c u s t , BMNS: 311-4 Martínez, José: 202,208
Londres: 236,317, 327-8, 333 Martínez Estrada, Ezequíei: 204
López, Estanislao; 33, 35,168 Martínez Fontes, Nicolás; 196
López, Juan Pablo: 168 Masefield, John: 18,371 n. 102
López, Lorenzo: 313 Masón, Carlos: 218
López, Vicente Fidel: 193 Mataderos; 30,124,127
López de Osornio, Agustina, madre de Maza, Manuel Vicente de: 155,157,165,
3MR: 20 167,196, 368-9 n. 5
López de Osornio, Clemente: 20 Maza, Ramón: 181,195,196,215
López y Planes, Vicente: 40, 95, 155, M a z o r c a , actividades: 166, 184, 196,
Í64, 276 207,209, 215-6,218, 224, 367 r,. 69-3
Los Camarones, estancia: 31.73 organización: 208-9,369. n. 29y 33
Los Cerrillos, estancia: 31,33-4, 36, 74, disolución: 226, 278, 311: v e r t a m
77,108,120 b ié n S o c ie d a d P o p u la r R e s ta u r a
Lujan: 83,308 ; do ra ;
Lutnb, Carlos P.: 321 Medrano, Mariano., obispe: 177
Lumb, Edward: 14 Hendióla, José: 197
■Lynch,Francisco; 216,232 Mendoza: 26,56, 80, 285
Lynch, Patricio: 60 economía: 131,133,136
Miguens, Benito: 197
Milicia, frontera: 34, 41, 51,105,293
MacCann, William, Rosas y el régi Colorados del Monte : 34-5
men; 16,21,59,74,116,171,172,174, estancieros: 49,179,180,291
280 organización; 179,278
pampas: 16,96 Miller, Juan: 60,75
estancias: 25,61,73,79,.244,246 Mills, Mary Ann: 325
gauchos: 112, lié Misiones: 294
irlandeses: 235, 245' Mitre, Bartolomé: 11,301,306
intereses británicos: 143, 236, 252- Molina, capataz de Rosas: 45-6
6,268-9 Molina, Pedro: 136
Madariaga, Joaquin: 296 Monte, Guardia deí: 14,31,167,203
Mailalieu, Alfred: 263^4,375 n. 90 Montenegro, Agustín: 211
Malmesbury, Jam es Howard Harris, Montero, Juan José: 210
3? conde de: 315 Montevideo: 225-6,251-6,297
Malvinas: 247, 252-3, 273 comercio y política: 140,193.255-7-
' Manchester: 147,236,240, 260-3 8. 260-3, 269, 284, 295
387
sitio: 22Í, 259', 2S0-3-4. 268, 270-2-4, indios: 26, 56 1
294-6-9 alrededores de; 15,52,125,234 i
Montoneros: 33, 44-3, 103, 113. 181,230 economía: 15,133, 240, 256 ’ ¡
Moreno, Esteban: 294-8 política: 238, 248, 250- ' I
Moreno. Manuel: 39, 42, 14S, 242, 253, Parra, Andrés: .208,216,232
263. 273. 375 0. 92 Patagonia: 17,25 i
M o r n i n g C h r o n ic le : .15, 176 Patrón-peón: 66, 68, 72, 79, 107-8. 112 ,
Morón :~3QS 122,152
Moussy, Víctor Martin de: 148 Pavón: 35,321
Paz, José María; 43, 53, 155, 177, 199, i
223,267
Navarro: 45,202 Pearl, HMS: 257-3, 371 a. 87
Negros, población: 96,105,117 Peel. Sir Robert: 255-6-9, 270, 374 a. 78 i
Rosas y: 1 1 , 121-2 , 126,183 Fehuenches: 26'
artesanos: 96,131 Peñaloza. Ángel Vicente, “El Cha-.;
dio” : 28g
Pereira, Simón: 186,236
Obligado, Vuelta de: 266, 276, 375n. 100 Pérez, Luis: 174
G’Gorrcaxi, Camila: 18. 227, 279, 329 Pinedo, Agustín: 160,167,181 ;
O’Gorman, Carlos: 18,196 Pinto, General: 195 .;
Ojeda, Marcelino: 202 Plymouth: 314-5
Glazábal, General: 212 población: 93-4, 103-4, 107, 113, 118-9;..'
Oliden, Isidro: 2ifi, 232 124,126,235,290.304 1
Griben, Manuel: 168,186,194,199,205, Policía: 115,166,195,200,209, 213.216-7--1
221,229,255-9,260-3-4,270,293-4-7-8- 8 ,224.-S, 232,281 y
9,300-5 Ponsonby. Sir John, .vizconde y 2? ha-í
Orííz de Rozas, Domingo: 20 ron: 38,40,42, 72,234 - '¡
Ortiz de Rozas, León, padre de JMR: Prensa; 53,154,174 , i
20 Provincias, y Buenos Aires: 69, 131, :
Ouseley, William Gore: 112 , 226, 251, 153,163,168, 221, 286, 287 ;
261-2-3-4-5-8-9. 270, 370-1 n. 75 intereses económicos: 131, 134, i
144,146, 267, 292
Puelches: 27 i
Pacheco; Ángel: 34. 57; 59, 82, 75, 95. P u l p e r í a s : 24, 58,103,125; p u l p e r í a s i
181-2, 221, 303-7-8 v o l a n t e s : 80 i
Pago Largo: 168,185,194 Purvis. Comodoro J. B.: 259, 230-4 G
Palermo: 74, 76, 171, 200, 230, 293, 303,
311, 319, 322-26
Palmerston, Henry John Temple, 3° Quebracho Herrado: 199, 221, 267, 307
vizconde de: 13,142-3.. 234, 252-3-4- Quesada, Ernesto: 12 , 318. 334,'368
7, 270-2*3-4, 313-4-6, 322-5, 332 n. 101
Pampa, descripción; 25,71,78 Quesada, Juan Isidro; 182
indios: 25-6-7-8, 36; 56 Quesada, Sixto: 219
sociedad: 106 Quesada, Vicente G.: 334
para Rosas': 109 Quii-mes: 23,24,208
Pampas, tribu i n d íg e n a : 27, 41,45 Quiroga, Facundo: 135, 155, 157-8, 214,
Paraguay: 134, 256, 265-7, 288, 290-3-5. 229, 287
301
Parish, Woodbine.-y Rosas: 14,16-, .43,
154, 237, 250 Ramírez, Francisco: 33
388
Ramos Mejia, Francisco; 31.197 muerte: 173, 367 n. 65 y 66
Ranqueles: 27, 41 Rosas, Felipe S .: 75
Rauch, Federico: 37 Rosas, Francisco: 75
Revolución del Sur; 65-6, 195-6-8 Rosas, Gervasio, hermano de JMR:
Reinaíé, José Vicente y hermanos: 197,245
. 158,'214 Rosas, Juan, hijo de JMR: 109,164,314-
Reyes, Antonin o: 202,309,316 6
Rico, Leoncio: 197 Rosas, Juan Manuel de, historiogra
Rigios, José María: 216 fía: 20-1-2, 34-5-6-7,110. 283-4
Río Colorado: 13, 27,57 observadores británicos de: 134,
Río de Janeiro: 252, 260-4 16-7-8-9
Río de la Plata, invasión inglesa 1806- primeros años: 12-3-4,39
7 : 22, 24, 99,102 estancia y saladero: 22-34, 30-1-2,
intervención francesa: 194, 239. 32,71-2-34-5-6-7, 87-8-9,359-60 a. 74
253-4,262 • tierras cultivables: 73,77,83,85
comercio y navegación: 95. 238-9, cría de ovejas: 16, 70,76,.8S, 291
240-1,252. 260-8 política agraria: 31-2.38,41.55,60,
política británica: 147,239, -250-1-2- 61, 66, 69,145
4-5-6-7-9,262-3-5 política económica: 38-9, 65. 139,
Brasil: 255, 263-4-9,293-5-9, 307 141-2. 145.255,287.291
Río de las Conchas: 308-9 indios; 24,40,43,45,56,110,183,309
Río Grande do Su!; 140,288,291-3-7 gauchos: 24, 26, 35, 40, 43, 108-9,
Río Negro: 13,23,26-7, 56-7 110,112
Río Paraguay: 295 esclavos y negros: 37.57,90,120-21-
Río P araná: 264-5-6-7-9,270-1-4-6,293-9, 22,180.183
301-3 comienzos políticos: 39,44,47
Río Salado: 27,30,56, 60-1,73,87,245 federalismo: 39, 42, 45-6-7-8, n i.
RÍO Uruguay: 131-4, 264,271. 299 1434, 152-3-8, 194-5
Rívadavia, Bernardino, política agra ideas políticas: 22,52,100,113,152,
ria."29, 30, 50,235 261,286,327-8-9, 330-1
régimen: 37-8, 82, 99, 100-6, 39, 54. llegada ai poder: 47-8,52
235,250,288 primer gobierno; 47-8,114,137,154-
caída de: 39,40,50 5
retorno d e: 206 - Campaña del desierto: 13,55-6J7-8;
Rivera. Fructuoso: 168,179.194, 222-3, 62,74 - ■'
230,255-7-8-9,262-4-8 gobierno a partir de 1835: 53-4,158-
Rivera lúdante, José: 174,222,229.230 9,161
Robertson, John Parish: 235 sistema de gobierno: 88, 153, 167,
Rodeo del Medio; 199 170.191,202,280-1,291
Rodríguez, Padre Florencio: 177 jueces de paz: 64,1-15,164.197
Rodríguez Martín: 29. 34-5,42-3, 56 ejército: 62-3, 112,179,181, 1834-6,
Rodríguez Peña, Jacinto: 195 281. 294. 305-6-7-8
Rojas y Patrón. José M aría: 101, 135, iglesia: 38, 53, 154, 1764,327-8, 330
I do", 164,166, 252, 319, 322
oposición: 100,193, 287,297
Roldan, Miguel: 165 terror: 62, 66,151,153,160-1,164-5,
Rosa, José María: 12 171-2, 192, 196, 200-1, 203-4-5, 210-1,
Rosario: 295, 301 213, 216, 218, 220-1-2-34, 229. 230-1,
Rosas, Encarnación Ezcurra de, espo 251, 304
sa de JM R: 22 Inglaterra y: 242,247-8-9,251-2-3-8.
actuación política: 111,157,212-3 2614, 272-3-7
389
Tablas