No es nada fácil remediar esta situación, mientras Maduro usurpe el poder.
Por: Plinio Apuleyo Mendoza 25 de abril 2019 , 07:00 p.m. Todas las semanas, amigos periodistas y conocidos personajes venezolanos me envían desde Caracas sus dolorosos artículos. Al recibirlos, lo primero que me pregunto es en qué medio los publican. En Venezuela, como es sabido, se han clausurado los periódicos de siempre; es el caso de El Nacional, en el que, gracias a su director, el inolvidable Miguel Otero Silva, publiqué mis primeras notas de prensa. Después de 75 años de existencia, este periódico murió por la carencia de papel, pero sobre todo por falta de libertad. Hoy, en la televisión tampoco hay campo para expresar nada que pueda ser contrario a la dictadura de Maduro. Así, pues, los escritos que recibo solo tienen albergue en las traviesas notas sociales. El riesgo de ir a prisión, como el que corren mis remitentes, es muy grande. Lo que todos ellos describen sobre la situación venezolana cabe en una sola palabra: tragedia. En veinte años de dictadura chavista se registran cuatrocientos mil muertos y un millón de heridos por causa de una dura represión oficial de la cual forman parte los siniestros ‘colectivos’. Más de tres millones de migrantes han salido del país formando hambrientas y desesperadas caravanas que recorren las carreteras de Colombia, Ecuador, Perú y Brasil. Como se sabe, hay una dramática escasez de alimentos y medicinas. Las fallas de los hospitales obedecen también a los cortes de luz, que a veces duran más de cuatro días, y a la falta de agua. La dura realidad económica es la causa de estas desventuras. La deuda externa es impagable. Rusia, por ejemplo, no cesa de reclamar cien millones de dólares por intereses vencidos. En Maracaibo, en otras épocas una festiva ciudad, hoy reina el hambre que explica sorpresivos ataques a las residencias. El frecuente saqueo de los centros comerciales, facilitado por un descuido de la policía, suscita la sospecha popular de que es autorizado maquiavélicamente por el gobernador Omar Prieto. Me lo cuenta un familiar venezolano que acaba de regresar del estado Zulia para instalarse en Colombia. No es nada fácil remediar esta situación, mientras Maduro usurpe el poder. El 90 por ciento de la población espera su caída. Gracias a la valerosa gestión de Juan Guaidó, que además de mover tumultuosamente la oposición en las calles ha sido respaldado por cincuenta y cuatro países suscritos a organismos internacionales como la Organización de Estados Americanos, el Grupo de Lima y el Parlamento Europeo. Lo malo es que su esperanza de incitar a las Fuerzas Militares para establecer un gobierno de transición no parece cumplirse. Como bien dice en su último artículo Fernando Ochoa Antich, conocido exgeneral de división, exministro y diplomático de gobiernos democráticos, las causas son las siguientes: “Haber sometido a la Fuerza Armada Nacional, durante estos veinte años, a un proceso de destrucción de sus principios y valores profesionales e institucionales comprometiendo su cohesión interna; y el férreo control establecido mediante un eficaz sistema de inteligencia”. Esto es muy cierto. Hace años lo supe por un almirante amigo que estaba todavía en ejercicio de sus funciones. Recuerdo el papel que tenían los cubanos en los órganos de inteligencia de Chávez, el control de los altos, medianos y bajos mandos que no podían tener reuniones privadas sin su autorización y vigilancia. ¿Qué puede hacerse entonces? Se ha hablado de una intervención militar de Estados Unidos, parecida a la que le permitió al presidente Bush en 1989 apoderarse del general Noriega en Panamá. Mi amigo Carlos Alberto Montaner admite que destruir el aparato militar de Venezuela le tomaría pocas horas a una nación como Estado Unidos. Pero duda de que Trump esté dispuesto a llevarla a cabo, pensando en su futuro político. Una tremenda incógnita reina sobre el porvenir que le aguarda a Venezuela. No me resigno a la idea de ver sucumbir al bravo pueblo, con el que tengo una estrecha relación.