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Historia de la

Fealdad, de Humberto
Eco
Capitulo II: La pasión, la muerte, el
martirio
Reporte de Lectura

Multidisciplinario Plástica V
Mtro. Christian Diego
Erwin Cisneros 140155
Historia de la Fealdad

El libro de Humberto Eco, La historia de la Fealdad, relata las representaciones y contextos


que comprenden los rasgos y atributos de lo que consideramos como poco agraciado, que
carece de belleza; lo feo, a través del contexto que constituía determinada estética a lo largo
del tiempo. El libro muestra los temas concisos que Eco considera competentes a lo feo, y
explica determinadamente cómo se desarrollan en su debido tiempo.

Una de las genialidades de Humberto Eco que logró imprimir en su libro, es contextualizar
los datos biográficos necesarios para comprender cómo se consideraban los elementos de
fealdad en los tiempos en los que se presentaba. Además que conceptualiza todas sus ideas
a través de referencias textuales y citadas de autores que se encargaban de teorizar lo que
atendía lo feo, y refuerza de manera ávida las citas con recursos plásticos. Desde pinturas y
esculturas, hasta fotografías, Eco logra plasmar una ejemplificación de la teoría de lo feo en
un compendio crudo y conciso que nos ayuda a comprender lo que la fealdad representaba
y aún sigue representando.

La obra de Humberto representa una herramienta de gran significado y relevancia para


aprender de que lo bello y de lo sublime no sólo se exhiben representaciones plásticas, sino
que la fealdad, la maldad y lo antropomórfico también resalta un sello de estética por igual.

La pasión, la muerte, el martirio

En el capítulo II, la pasión, la muerte y el martirio, Eco nos instruye en un lapso de tiempo
desde la antigua Grecia hasta el renacimiento, donde nos habla de una percepción
antiestética de lo bello. Cómo el cristianismo influye de manera prominente en la
idealización de pinturas paleocristianas y explora la descomposición de cuerpos, además de
la martirización de rasgos en los mártires, y en el propio Jesús.
La visión pancalística del Universo

En los antecedentes que Humberto nos presenta, contextualiza que desde el periodo clásico
con los griegos, la concepción del universo no resultaba una manifestación de lo Bello, a
diferencia del cristianismo. Para los griegos el mundo no representaba fielmente lo que para
su estética consideraban bello, como Platón asumía, pues el mundo materialista era una
torpe imitación del mundo idealista. Además que para ellos, los Dioses del Olimpo
representaban el modelo de belleza absoluta antes que cualquier cosa.

En contraparte, con la reminiscencia del cristianismo, que consideraban que toda obra de
Dios era perfecta y por tanto era Bella, el mundo y el Universo era la pieza maestra del
creador, que en Jesús se representaba. Para el cristianismo y sus manifestantes, el universo
aparece como una inagotada irradiación de belleza y podían cualificarse como bellezas
ideales y bellezas corporales. Así que para el movimiento artístico e histórico del
cristianismo sólo lo bueno podía ser bello, y sólo aquello que era bello podía ser bueno, por
lo que cualquier representación de deformidad necesitaba una justificación erradicada en la
percepción.

El dolor de Cristo

Mientras que se desarrollaba el Cristianismo, una corriente artística conocida como Arte
Paleocristiano también surgía en la necesidad de representar los relatos bíblicos, sin
embargo, la crucifixión no se consideraba una representación iconográfica. Con el
cristianismo, la fealdad aparece de forma polémica en la representación de los
perseguidores de Cristo, pues en el intento de la representación de Jesús, se buscaba sentar
una representación fidedigna y cercana a la pasión y ahí radicaba un sentido de fealdad,
pues Jesús se mostraba mutilado, sangrado y lastimado, aunque otros argumentaban que
eso, precisamente, era lo bello de la pasión.

La introducción de la fealdad y del sufrimiento en lo divino tenía otros planes aún más
elaborados que ser una fiel representación de la pasión y de los pasajes bíblicos más
lastimosos, pues por otro lado se buscaba implementar un sentido moralista que mostrara al
mundo occidental un escenario crudo de la vida cristiana.
Mártires, eremitas, penitentes

Las representaciones pictóricas de Jesús solían ser el ideal del arte durante el cristianismo,
sin embargo, durante los siguientes siglos de la edad media y el renacimiento, los mártires,
los eremitas y los penitentes solían también tener una presencia solicitada, pues, en gran
medida, eran ellos quienes se encargaban de rendir un tributo a Dios y Jesús. Por lo que al
ser simples personas que asistían en las obras plásticas no se representaban como algo “feo”
sino que se presentaban de una manera especial para dar cierta emoción al cuadro. Mientras
que algunos los representaban preocupados, otros los representaban tristes, tomando el rol
que les competía. La representación del hecho que se cometía era quizá lo que causaba
conflicto, horror y fealdad, pues los actos que se les cometía era lo atroz.

La pulcirificación de lo doloroso era el fin de la representación de estos, pues constatar que


de la mano de Dios, la justicia y la tortura podría justificarse, necesitaba una argumentación
emocional en las características de los representados ahí.

El triunfo de la muerte

En primera instancia, representar visualmente la muerte parecería algo horripilante,


causante de terror entre aquellos que podrían admirar los frescos de la época, sin embargo,
la constante cercanía con la muerte representaba entre las personas de la edad media algo
común. Con la propagación de tantas infecciones, la peste negra y demás catástrofes de tal
índole, la sensibilización de las personas con la muerte era algo inevitable.

La muerte, de cierta manera, representaba un elemento de espectáculo para aquellos que


preferían olvidarse que algún día les llegaría también a ellos y que ante ello, se burlaban de
la muerte ajena, impregnada en los cuadros de la época. La representación de la muerte de
aquellos que se creía que la merecían, se manifestaba en gran medida con los juicios de
quienes podrían ir al cielo y aquellos que terminarían en el infierno, contemplando también
la representación de los cuerpos en descomposición y en putrefacción que de alguna
manera llevaban consigo la idea de fealdad.

Las celebraciones de la muerte que algunas culturas guardaban en su folclor inmutable,


fueron también un elemento de fealdad que algunos autores se encargaron de representar.

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