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Ex 20, 15)

¡SI CONFIESAS TUS PECADOS!


Edición publicada por
EDITORIAL CMM — 2013

Manizales, Colombia

ISBN: 978-958-46-3057-5

© 2013 por William Zuluaga

Editor general: Andrés Felipe Villa Panesso


Colaboración de edición: Claudia Andrea Gallego Z. - Paola Andrea Alzate R. - Carlos Andres Correa E.

Diseño Interior y cubierta: Julio César Castellanos H, - Lorena Henao Osorio.

¡SI CONFIESAS TUS PECADOS!

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

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PRÓLOGO

Todos los seres humanos tenemos muchas cosas buenas, pero también somos capaces de
darnos cuenta de la presencia del mal en nuestras vidas: somos seres limitados, tenemos
defectos, cometemos errores. A los creyentes la fe nos permite reconocernos como
inclinados al mal: “pecador me concibió mi madre” +Sal 51,7+. Por eso una de las
cuestiones más importantes en nuestra vida cristiana es, precisamente, dejarnos purificar
del mal en que hemos caído voluntariamente, dejarnos “renovar por dentro” +Sal
51,12+, pues del corazón sale todo aquello que hace impuro al hombre +Mc 7,20+. Y
sólo Dios, que es Padre, rico en misericordia, puede renovar nuestra vida con la gracia de
su perdón.
Los cristianos creemos en “el perdón de los pecados”; así lo afirmamos en nuestra
profesión de fe. El medio ordinario para la remisión de los pecados cometidos después
del Bautismo es, para los católicos, el Sacramento de la Reconciliación mediante la
confesión individual e íntegra de los pecados y la absolución del sacerdote (can. 960). De
este modo “quienes se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la
misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y al mismo tiempo se
reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando” (LG 11).
Este libro es un instrumento apto para ayudarnos a tomar conciencia de la realidad del
pecado que hay en nosotros y para disponernos a recibir el perdón que necesitamos
mediante la digna celebración de la misericordia que Dios Padre nos ofrece en el
sacramento de la Reconciliación.

Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado.


+Sal. 32,1+

Pbro. Carlos Mario Valencia Rios


Lic. en Teología dogmática
Pontificia Universidad Gregoriana. (Roma)

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Tabla de Contenido

PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN

Capítulo 1: TODOS SOMOS PECADORES

Capítulo 2: CINCO FORMAS DE PECAR

Capítulo 3: LA CONFESIÓN DE LOS PECADOS

Capítulo 4: CINCO PASOS PARA UNA BUENA CONFESIÓN

Capítulo 5: EL EXAMEN DE CONCIENCIA

ANEXOS

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INTRODUCCIÓN

Este libro ha nacido de la necesidad que tiene pueblo de Dios de comprender, de una
manera sencilla pero profunda, la gracia recibida en el sacramento maravilloso de la
Reconciliación. La Biblia nos enseña: “Si dijéramos que no tenemos pecado, nos
engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría en nosotros. Si confesamos
nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad”
+1 Jn 1,8-9+.
La gracia de Dios recibida a través de este sacramento maravilloso nos permite, poco a
poco, ir venciendo la fuerza del pecado en nuestras vidas y empezar a vivir en los frutos
del Espíritu Santo que nos llevan a la santidad. El Señor ha determinado en su infinita
sabiduría, y porque así lo ha querido, que los hombres participemos como colaboradores
en el plan de salvación, por ello, dejó establecido en su Palabra que a través del
sacerdote debemos buscar el perdón de los pecados; veamos:

”Jesús les dijo otra vez: “Paz a ustedes; como el Padre Me ha enviado, así
también Yo los envío.”Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo:
“Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, éstos les son
perdonados; a quienes retengan los pecados, éstos les son retenidos.”
+Jn 20,21-23+

Este encargo no significa que el sacerdote está libre de culpas, sino que es Dios quien
encarga esta obra a hombres que tienen las mismas luchas y que comprenden las caídas
de sus hermanos, pues ellos mismos las experimentan +Hb 5,1-3+.
El objetivo fundamental de este libro es ayudar al pueblo de Dios a desarrollar una
conciencia bien formada, equilibrada y sana, que permita hacer una evaluación de la vida
y del comportamiento personal, para que, a través del reconocimiento y confesión de los
pecados, se reciba en abundancia la libertad que Cristo vino a traer +Gal 5,1+, y que
sobre todo se entienda que, a través de la confesión, se vive la misericordia de Dios que
llena de gozo y esperanza, pues a pesar de las faltas, Dios sigue perdonando y sigue
mostrando su amor incondicional.
Lo anterior nos debe llevar a tener una respuesta muy concreta ante el buen Dios y esta

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es: que nuestro corazón anhele la santidad de vida, que en agradecimiento a todo el amor
mostrado por el Señor, al limpiarnos de nuestros pecados y vendar y sanar nuestras
heridas, busquemos ardientemente parecernos todos los días más a Jesús a través de la
acción del Espíritu Santo que se nos da por medio de la oración diaria y la vida
sacramental, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía.
Meditemos profundamente lo que nos enseña el salmista; pues, hasta que no confesemos
nuestro pecado delante del Señor, nuestro cuerpo, alma y espíritu se consumirán en la
angustia y el dolor que causan la ausencia de Dios.

Mientras no confesé mi pecado, mi cuerpo iba decayendo por mi gemir de todo


el día, pues de día y de noche tu mano pesaba sobre mí. Como flor marchita
por el calor del verano, así me sentía decaer. 5ero te confesé sin reservas mi
pecado y mi maldad; decidí confesarte mis pecados, y tú, Señor, los
perdonaste.
+Sal 32,3-5+

Regresemos a Dios, confiados en su misericordia que se renueva todos los días sobre
justos y pecadores. Regresemos, como el hijo pródigo, a la casa de nuestro Padre que,
con brazos extendidos, nos espera y anhela abrazarnos para restaurar nuestra vida +Lc
15,11- 32+.

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Capítulo 1
TODOS HEMOS PECADO

¡Todos hemos caído!


Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay
verdad en nosotros.
+1 Jn 1,8+

La Palabra de Dios nos afirma, de una manera contundente, que todos estamos enfermos
de pecado y que nadie puede sustraerse de esta realidad; el pecado ha afectado a toda la
humanidad y podemos ver sus consecuencias de manera palpable en nuestra cotidianidad
y en nuestra sociedad. Matrimonios destruidos, jóvenes esclavos de las drogas y del
desenfreno, tratando de encontrar sentido a la vida; robos entre hermanos, ambición
desmedida de dinero que lleva a consumir los recursos naturales sin importar las
consecuencias, corrupción sin límite y abuso de poder. Esto, sólo por dar una ilustración
de cómo la terrible enfermedad espiritual del pecado es la causa de la devastación que
hay en el mundo. Jesús nos explica en el evangelio que el pecado brota del corazón
humano y es una agresión directa contra Dios y contra nuestros hermanos; veamos:

Y luego continuó: "Lo que hace impura a la persona es lo que ha salido de su


propio corazón. Los pensamientos malos salen de dentro, del corazón: de ahí
proceden la inmoralidad sexual, robos, asesinatos, infidelidad matrimonial,
codicia, maldad, vida viciosa, envidia, injuria, orgullo y falta de sentido
moral. Todas estas maldades salen de dentro y hacen impura a la persona.
+Mc 7,20-23+

Ahora preguntémonos: ¿Quién está libre de un mal pensamiento? ¿Quién no ha sentido


deseos impuros? ¿Quién no ha codiciado en algún momento la fortuna ajena o ha sentido
envidia en su corazón? ¿Quién ha desterrado completamente el orgullo y la soberbia de
su vida? La respuesta a estas pregunta la dio Jesús a aquellos que acusaban a la mujer
sorprendida en adulterio: "Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la
primera piedra” +Jn 8,7+.

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Y es que el gran problema de una persona enferma o adicta es no reconocer su necesidad
de ayuda. Desafortunadamente, en la Iglesia frecuentemente encontramos personas que
se sienten santas, perfectas, olvidando que solo hay uno que es bueno y justo: DIOS. En
una ocasión, a Jesús se le acercó una persona y le dijo: “Maestro bueno”, a lo que
respondió: “Bueno solo hay uno”; no estaba diciendo que Él no fuera bueno, sino que
quería dejar bien claro que el único bueno y justo es Dios. San Pablo, en su carta a los
Romanos, nos enseña que TODOS hemos pecado y fuimos destituidos de la gloria de
nuestro Dios.

...pues todos pecaron y están faltos de la gloria de Dios. 24Pero todos son
reformados y hechos justos gratuitamente y por pura bondad, mediante la
redención realizada en Cristo Jesús.
+Rom 3,23-24+

El catecismo nos enseña sobre el reconocimiento del pecado lo siguiente:


Catecismo 1847. Dios, “que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín,
Serm. 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de
nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está
en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los
pecados y purificarnos de toda injusticia” +1 Jn 1,8-9+.
Catecismo 1848. Como afirma san Pablo, “donde abundó el pecado, [...] sobreabundó
la gracia” +Rm 5, 20+. Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para
convertir nuestro corazón y conferirnos “la justicia para la vida eterna por Jesucristo
nuestro Señor” +Rm 5, 20-21+. Como un médico que descubre la herida antes de
curarla, Dios, mediante su Palabra y su Espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:
«La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de la
propia conciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de
la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo
de la dádiva de la gracia y del amor: “Recibid el Espíritu Santo”. Así, pues, en este
“convencer en lo referente al pecado” descubrimos una «doble dádiva»: el don de la
verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad
es el Paráclito» (DeV 31).

Es muy importante entender que la gracia del Espíritu Santo es la que descubre el pecado
en el corazón y hace que la conciencia sienta dolor de haber fallado; esta es la
comprobación de la acción del Espíritu en nuestras vidas. Cuando una persona esconde
sus faltas o no reconoce su pecado, revela que aún no se ha hecho consciente haber
fallado y es necesario que ore pidiendo la acción maravillosa del Paráclito, quién le
ayudará a entender que no se ha equivocado, que ha pecado y que necesita levantarse

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para volver a la casa del Padre amoroso. Dice la Palabra de Dios que "si reconoces tu
pecado y lo confiesas con tus labios Dios hace lo que es justo".
Son varias las consecuencias de no reconocer el pecado en nuestras vidas; dos de estas
son: el sentimiento destructivo de culpa y la enfermedad. El primero lo vivieron Adán y
Eva en el Jardín del Edén; dice la Biblia que Dios caminaba por el jardín para tomar el
fresco de la tarde y que ellos se escondieron, pues les dio miedo de que Dios los viera
desnudos +Gen 3,8-10+. Experimentaron el sentimiento de culpa y el deseo de alejarse
de Dios, contrario a lo que dice el salmista, que no podemos alejarnos de la presencia
del Señor +Sal 139+.
La segunda consecuencia es la enfermedad, a la que entró al mundo por causa del
pecado. La Biblia dice que la paga del pecado es la muerte +Rom 6,23+ y que el
hombre fue creado para que no muriera +Sab 2,23-24+ lo que quiere decir que en el
plan original del Señor no existía ningún tipo de enfermedad. Con esto no queremos decir
que todas las enfermedades son causadas por el pecado, sino que el pecado trajo consigo
la destrucción del plan natural de Dios.
Otra consecuencia del pecado es la pérdida de las bendiciones de Dios; perdemos la
confianza que da la gracia para acercarnos, como hijos amados del Padre, en busca de su
bendición. La única manera de recibir la gracia y bendición de Dios es a través del
reconocimiento y la confesión de los pecados.

Pero si confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará
nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad.
+1 Jn 1,9+

El pecado es como una bola de nieve que se va volviendo incontrolable. Por ejemplo,
cuando una persona hace de la mentira un hábito de vida, todas sus relaciones
interpersonales sufrirán las consecuencias de este pecado, que al parecer es inofensivo,
pero que tiene como padre al mismo enemigo de Dios +Jn 8,44+, quien con la mentira
engañó a nuestros primeros padres y trajo graves consecuencias a la humanidad.
Si un hombre o mujer se acostumbra a vivir con una vida sexual desorganizada, llena de
infidelidades y aberraciones, este estilo de vida se le convierte en una necesidad; en un
vicio que termina por tomar el control de las decisiones que dirigen el rumbo de su vida.
Cuando se vive del dinero mal habido y con este se tienen lujos y niveles de vida con
grandes excesos y excentricidades, se le da el control de la vida a estos dioses que llevan
a la esclavitud.
Al dejar que el pecado tome ventaja en nuestra vida, ya no hay manera de parar, pues
absorbe cada días más y más a las personas, hasta el punto de que el mismo corazón se
acostumbra al pecado y se convierte en un vicio insaciable; el corazón se cauteriza

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volviéndose insensible a la presencia de Dios. En este punto, el pecado se ha convertido
en una atadura para la vida de la persona.

Tened cuidado y no dejéis que vuestro corazón se endurezca por los vicios, las
borracheras y las preocupaciones de esta vida…
+Lc 21,34+

Debemos reconocer el pecado para vencerlo


Cuando se confiesa el pecado, no sólo Dios lo perdona, sino que también rompe la
atadura que éste generó. El hombre siempre tendrá la inclinación al pecado, y ésta es
precisamente la razón por la cual debemos acudir frecuentemente a la confesión de los
pecados en sus diferentes formas; allí se recibirá la fuerza del Espíritu para ir derrotando
las obras de la carne con las que debemos luchar todos los días.

Si viven según la carne, necesariamente morirán; más bien den muerte a las
obras del cuerpo mediante el espíritu, y vivirán.
+Rom 8,13+

Nuestra tendencia al pecado no puede ser la excusa para dejar de confesarlo, antes bien,
con mayor ánimo debemos acudir a esta valiosa fuente de gracia para que vaya
disminuyendo el poder de éste sobre nuestras vidas. Recordemos que todo es un
proceso; que si durante muchos años las obras de la carne +Gal 5,19-21+ han
gobernado en nosotros, y nuestra alma (mente, emociones, voluntad) y cuerpo están
acostumbrados a ellas, la lucha será difícil, pero “DEL SEÑOR ES LA VICTORIA”.
Desacostumbrarnos a vivir en la inmundicia del pecado es un trabajo que el Espíritu
Santo hará poco a poco; además, en este proceso que dura toda la vida, el Señor
madurará nuestro carácter.
El reconocimiento de nuestros pecados y su confesión son una obra directa de la gracia
santificante que es definida por el catecismo de la Iglesia de la siguiente manera:
Catecismo 1996. Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor,
el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios
+cf Jn 1, 12-18+, hijos adoptivos +cf Rm 8, 14-17+, partícipes de la naturaleza divina
+cf 2 P 1, 3-4+, de la vida eterna +cf Jn 17, 3+.
Catecismo 1999. La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida
infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y santificarla: es
la gracia santificante o divinizadora, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de

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la obra de santificación +cf Jn 4, 14; 7, 38-39+:
«Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y
todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo» +2 Co 5, 17-18+.

Cuando cualquier persona reconoce y confiesa su pecado, recibe una efusión del Espíritu
Santo con la fuerza para luchar contra las obras del mundo, el demonio y la carne que lo
han tenido esclavizado. Después de una confesión bien hecha se experimenta limpieza
interior y mayor fortaleza espiritual para luchar y vencer los obstáculos puestos por el
enemigo. Ninguna persona va a adquirir una vida de santidad de un momento a otro,
pero con el paso del tiempo, si se va aprendiendo a caminar.
La razón de no querer reconocer nuestros pecados es el no haber aceptado
verdaderamente la Palabra de Dios en nuestros corazones. La Biblia enseña:

Si decimos que no hemos cometido pecado, hacemos que Dios parezca


mentiroso y no hemos aceptado verdaderamente su palabra.
+1Jn 1,10 +

¿Cómo podemos conocer a Dios y seguir viviendo en las maldades del pecado? Es
necesario arrepentirse, rendirse y entregar el pecado en manos de Dios para poder
experimentar los beneficios de la salvación. El pecado trae la muerte espiritual, pero el
reconocerlo y confesarlo nos permite nacer de nuevo bajo la gracia de Dios, por medio
de la sangre de Jesús que fue derramada en el madero de la cruz; de esta manera, Él
pagó el precio que nos rescata del dominio que el pecado tenía sobre nuestra carne. La
salvación se manifiesta en el perdón de los pecados.

Antes ustedes estaban muertos a causa de las maldades y pecados en que


vivían, pues seguían los criterios de este mundo y hacían la voluntad de aquel
espíritu que domina en el aire y que anima a los que desobedecen a Dios. De
esa manera vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, siguiendo
nuestros malos deseos y cumpliendo los caprichos de nuestra naturaleza
pecadora y de nuestros pensamientos. A causa de eso, merecíamos con toda
razón el terrible castigo de Dios, igual que los demás.
+Ef 2,1-3 +

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Capítulo 2
CINCO FORMAS DE PECAR

¡Y Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno!


+Jn 8, 11+

Para que el pueblo de Dios crezca en santidad debe aprender a valorar las gracias que
Dios derrama a través de los sacramentos en su Iglesia, en especial el sacramento que
nos lava del pecado y restituye nuestra amistad con Él. Cuando nos confesamos
recibimos nuevamente la perfecta comunión con el Señor a través de la sangre
derramada en la Cruz del Calvario.
Para realizar una excelente confesión debemos desarrollar una conciencia bien formada y
para ello es necesario tener bien claro las formas en que podemos caer en pecado, esto
nos dará claridad y objetividad a la hora de recibir el sacramento.
Las cinco formas del pecado son: los pecados de pensamiento, palabra, obra, omisión y
el pecado contra es Espíritu Santo. Conociendo cada una de estas formas de pecado
entenderemos dónde nace el pecado, hasta dónde llega el pecado, y de qué más debemos
confesarnos.

1. PECADO DE PENSAMIENTO:

Son abominables a Yahvé los pensamientos del malo y le son gratas las
palabras limpias.
+Pro 15,26+

Todo pecado tiene su nacimiento en nuestro pensamiento; no en vano, santa Teresa de


Ávila enseña: “la mente es la loca de la casa”. Siempre que el demonio quiere incitar un
pecado, lo inicia a través de los pensamientos, lanzando propuestas que cautivan poco a

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poco nuestra mente y que pasan a nuestras emociones, haciéndonos desear de una
manera más fuerte lo que desde el principio comenzó como una idea. Estas tretas, son
llamadas en la Biblia “dardos o saetas encendidas” que el demonio envía a la mente de
los creyentes para robarles la paz y hacerles sucumbir ante las diferentes sugerencias.
Los estudiosos de estos temas afirman que Satanás no puede leer los pensamientos, pues
el único que puede hacerlo es Dios que es omnisapiente (Que todo lo sabe, hasta lo más
íntimo de nuestros pensamientos), pero el demonio, siendo un ser espiritual, de
naturaleza superior a la nuestra y por lo tanto con una mente también superior, puede
hacer un análisis de nuestros pensamientos e inferir lo que está pasando por nuestra
cabeza, además de conocer nuestros pecados y tendencias pecaminosas. El enemigo nos
conoce y sabe qué dardo encendido enviarnos para hacernos caer en pecados de
pensamiento.
Siempre vendrán malos pensamientos sobre nosotros, pero es importante tener claro la
diferencia entre sentir y consentir, en algún momento alguien hizo la siguiente reflexión:
“no podemos evitar que los pajaritos vuelen sobre nuestra cabeza, pero lo que sí
podemos evitar es que se posen sobre ella”. Así funcionan los pensamientos, por
ejemplo: puede llegarnos un pensamiento que nos incite a la rabia contra alguien; el
pensamiento está rondándonos así como el pájaro está volando sobre nosotros, pero en
ningún momento le damos pie a éste para que tome control de nuestras emociones, ya
que lo rechazamos. No le permitimos que se pose en nuestras cabezas, en otras palabras,
nos llega el pensamiento, de repente “lo sentimos llegar”, pero no le permitimos que
tome fuerza en nuestra mente.
Cuando aprobamos el pensamiento y lo dejamos posarse sobre nosotros, lo estamos
“consintiendo”. Esto se da cuando tomamos el pensamiento y le damos vueltas en la
cabeza hasta que se apodera de nuestros sentimientos, que en muchas ocasiones, termina
en una acción pecaminosa.
Jesús explicó con un ejemplo claro el pecado de pensamiento diciendo: “Pues yo os
digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su
corazón” +Mt 5,28+. Algunas personas interpretan de manera equivocada este
versículo del evangelio al pensar que mirar a una mujer o a un hombre es pecado. Eso no
es cierto, pues, ¿cómo encontraríamos esposa o esposo si no miráramos a nuestro
alrededor? El problema del pecado de pensamiento radica en LA INTENCIÓN DEL
CORAZÓN CON LA QUE MIRAMOS A LA OTRA PERSONA. Jesús dijo: “el que
mira deseando”, esto quiere decir, el que mira con intención sexual o con morbo a otro,
comete adulterio en su corazón.
Cuando viene una saeta del enemigo SE DEBE DESECHAR INMEDIATAMENTE. El
problema con un pensamiento impuro ocurre cuando la persona empieza a degustarlo y a
saciarse en él, dándole rienda suelta a la imaginación; esto lo lleva a maquinar cómo lo
hace realidad. Imaginemos lo siguiente: Vemos pasar una mujer bonita en la calle y

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pensamos: “¡Qué hermosa mujer!”, continuamos nuestro camino, no hay aquí ningún
pecado. El problema es que muchos están viciados a pensar más que eso, se han
acostumbrado a darle rienda suelta a todo lo que llega a sus cabezas y se les ha vuelto
inmanejable, así como el adicto no puede controlar su consumo. De esta misma forma el
que se acostumbra a pensar mal no puede controlar su mente.
Algunos pensamientos nacen de las tendencias pecaminosas que hemos alimentado por
años, pero la gran mayoría son propuestas del enemigo. La Biblia dice que nuestro
adversario el diablo no descansa y anda como león rugiente buscando a quien devorar +1
Pe 5,8+, en otras palabras, la ansiedad que siente el enemigo por nosotros es la misma
que siente un león cuando tiene hambre.

CÓMO ENFRENTAR LOS MALOS PENSAMIENTOS.


Nuestras armas no son las humanas, pero tienen la fuerza de Dios para
destruir fortalezas: todos esos argumentos y esa soberbia que se oponen al
conocimiento de Dios. Todo pensamiento tendrá que rendirse a nosotros y
someterse a Cristo…
+2 Cor 10,4-5+

Para poder alcanzar la victoria sobre los pecados de pensamiento

1. Debemos identificar lo que pensamos constantemente, “pensar en lo que pensamos”


para que, de esta manera, a la luz de la Palabra nos ajustemos a la forma de pensar de
Jesús. Recordemos que estamos llamados a pensar como Cristo +1 Cor 2,16+.
2. Identificar las fuentes de estos malos pensamientos para cortar de raíz nuestro
contacto con ellas: los compañeros, los ambientes del mundo, el internet, la televisión, la
música, las películas, las noticias, etc. Éstas y otras son fuentes que nos pueden llevar a
pecar de pensamiento constantemente. Si somos vulnerables a ellas es mejor evitar el
contacto. Jesús lo advierte de manera radical:

Y si tu pie te está haciendo caer, córtatelo; pues es mejor para ti entrar cojo en
la vida que ser arrojado con los dos pies a la gehenna. Y si tu ojo prepara tu
caída, sácatelo;" pues es mejor para ti entrar con un solo ojo en el Reino de
Dios que ser arrojado con los dos al infierno, donde su gusano no muere y el
fuego no se apaga.
+Mc 9,44-48+

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Con esto, Jesús no quiere decir literalmente que debemos destruir nuestro cuerpo: sería
contradictorio, pues la misma Palabra nos enseña que si alguien destruye su cuerpo,
templo del Espíritu Santo, Dios lo destruirá a él +1 Cor 3,16-17+, la invitación que Jesús
nos hace es a cortar radicalmente con todo aquello que nos lleve a pecar y nos aleje de
Dios. Algunos ejemplos de esto son:

Si no podemos controlar lo que vemos en internet, pues es mejor no tener este


servicio en casa o utilizarlo donde todos nos puedan ver para evitar caídas.
Si al ver las noticias nos llenamos de temor y pensamos que las situación
económica o de corrupción no pueden cambiar, y entramos en un mar de
angustia y depresión, no debemos ver más noticias.
Si tenemos amistades que nos pueden llevar a la infidelidad debemos alejarnos
por completo de ellas.

Todo este desprendimiento de las situaciones que nos llevan al pecado depende de
nuestro anhelo por amar a Jesús con todo el corazón, valorando su sacrificio de amor por
nosotros y despreciando toda situación de pecado. El profeta nos invita:

Jerusalén, lava las maldades de tu corazón y así te salvarás. ¿Hasta cuándo


darás vueltas en tu cabeza a pensamientos perversos?
+Jer 4,14+

No sólo los pensamientos de orden sexual son impuros, todo pensamiento es impuro
cuando nos lleva a pecar y a romper nuestra comunión con Dios. Los pensamientos que
más incita el demonio son los pensamientos de rabia, enojo, furia, odio, celos,
infidelidad, adulterio, fornicación, de desorden sexual, de suicidio, de angustia, depresión,
entre otros.
3. La oración: la oración es el arma más poderosa para luchar contra el pecado. Podemos
cubrir nuestros pensamientos y cada área de nuestra vida con la poderosa sangre de
Jesús, haciendo oración varias veces al día, en el momento que lo recordemos. Para
luchar contra los pensamientos que constantemente envía el enemigo es importante llenar
nuestra mente de la Palabra de Dios. Para comenzar a vivir como Dios quiere, y en su
gracia, debemos hacer el propósito de renovar nuestra mente, alimentándola con la
meditación de la Palabra de Dios y sus promesas; el resultado de esto es la fe que mueve
montañas.

No viváis conforme a los criterios del tiempo presente; por el contrario,

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cambiad vuestra manera de pensar, para que así cambie vuestra manera de
vivir y lleguéis a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que
le es grato, lo que es perfecto.
+Rom 12,2+

En los momentos en los que estamos batallando con malos pensamientos en nuestra
cabeza, encontramos una manera muy recomendada por los santos para vencerlos:
existen oraciones pequeñas, llamadas jaculatorias; Estas son invocaciones de ayuda a
Jesús, o a la Santísima Virgen María, al Ángel de la guarda, o a san Miguel arcángel. Las
jaculatorias son una herramienta eficaz para pelear y vencer. Algunas de ellas son: El Ave
María, la Salve, el Ave María purísima, la repetición del poderoso nombre de: Jesús, la
oración a San Miguel Arcángel, entre muchas otras. Las jaculatorias son efectivas para
enfrentar cualquier pensamiento pecaminoso y si aprendemos a controlar nuestros
pensamientos habremos conquistado un terreno muy importante en el camino hacia la
derrota del pecado.

2. PECADO DE PALABRA:

La Biblia nos enseña de manera especial acerca de la importancia de la palabra


pronunciada y cómo esta palabra puede llevarnos a vivir bajo bendición o bajo maldición;
nos muestra cómo Dios utilizó este instrumento para que todo fuera creado +Hb 1,3+.
Jesús es la misma Palabra de Dios encarnada; el Apóstol Santiago dedica casi todo el
capítulo tres de su carta a hablar de la importancia de controlar la lengua, nos enseña de
manera imperativa: “el que no peca con palabras es un hombre perfecto de verdad”
+St 3,2+.
Las palabras de la boca del sabio son llenas de gracia, mas los labios del
necio causan su propia ruina.
+Ec 10,12+

El Apóstol Pablo nos exhorta al decirnos: “No salga de vuestra boca palabra dañosa,
sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que
os escuchen” +Ef 4,29+. Los pecados de palabra serían entonces todas aquellas frases y
palabras que “NO” edifican sino que destruyen. Las palabras que sicológicamente dañan
a los demás, palabras de insulto, de maldición, de maltrato, todas estas también califican
dentro de los pecados de palabra.

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Muchas personas manejan sus palabras de manera destructiva, incluso con sus propios
hijos a quienes insultan, programan y limitan con frases como: “¡No sirves para nada!”,
“yo te dije que eso iba a pasar”, “no tienes remedio”, “¡Eres un tonto!”, “siempre te
irá mal”. Estas palabras tiene la capacidad de destruir la vida de una persona y mucho
más, cuando vienen de las personas que deberían ser ejemplo y bendición. Muchas veces
hace menos daño un golpe (con esto NO aprobamos el maltrato físico, pero sí
diferenciamos la agresividad y las consecuencias entre estas dos formas de maltrato) que
una palabra cargada de ira, que fue pronunciada con el deseo de someter, imponer, o
ganar la discusión sin importar dañar el corazón del otro.
Es increíble la capacidad que uno tiene para hacer daño con la palabra, especialmente
entre personas que comparten el mismo techo y la misma sangre, pues las palabras que
más nos hieren el corazón vienen de aquellos que más amamos. Una sola palabra que un
padre diga a su hijo en la infancia le puede arruinar el resto de la vida. Cuántas
maldiciones y frases destructivas pronunciamos en nuestros hogares, que en lugar de
edificar, destruyen. Analicemos una de ellas: "¡Maldita sea! ¿usted por qué es así?" La
frase comienza con una maldición, aunque lo que quiere decir en su trasfondo es: usted,
como “es”, no me gusta; para yo aceptarlo(a) y amarlo(a) debe ser diferente. Cuántas
veces maltratamos a nuestra pareja diciendo: “mi amor”: “¡Mi amor, no seas estúpida!”
o “¡Mi amor, no seas tonta!”.
Lo anterior debe llevarnos a profundizar y reconocer la necesidad de sanar nuestro
corazón individualmente para tener familias sanas. Si de nuestro corazón brotan tales
frases destructivas de violencia y rechazo, estamos evidenciado el pecado al hablar y
requerimos ir a Jesús para que sane nuestro corazón. Todos estamos urgidos en mayor o
menor medida, pero nadie se escapa a la necesidad de restaurar su vida por la fuerza del
Espíritu Santo de Dios. No en vano Jesús decía:

… ¿cómo podéis vosotros hablar cosas buenas siendo malos? Porque de lo que
rebosa el corazón habla la boca.
+Mt 12,34+

Otra forma de pecado con la palabra, es disfrutar de conversaciones o chistes de doble


sentido, conversaciones vulgares, chismes, murmuraciones, mentiras, difamaciones y
palabras groseras. Nada de esto está bien visto a los ojos de Dios; Él es radical al
decirnos que de toda palabra ociosa se nos pedirá cuenta, veamos:

Y yo os digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de cualquier
palabra inútil que hayan pronunciado. Pues por tus palabras serás juzgado, y
por tus palabras serás declarado inocente o culpable.”
+Mt 12,36-37+

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Todo lo que sale de nuestra boca debe ser cuidado con mucho celo, pues “la muerte y la
vida están en poder de la lengua” +Pro 18,21+; debemos discernir si nuestras
conversaciones son edificantes para la fe y la vida. Cada conversación puede ser fuente
de bendición o causa de pecado, pues motiva al bien o al mal. Usemos el poder de la
Palabra creadora de Dios para, en el nombre de Jesús, traer bendición sobre nosotros,
sobre nuestras familias, sobre todos aquellos que nos rodean, nuestra ciudad y nuestro
país.

Con la bendición de los rectos, se levanta la ciudad; la boca de los malos la


destruye.
+Pro 11,11+

3. PECADOS DE OBRA:

Los pecados de obra son aquellos que cometemos en forma material a través de una
acción física con cualquier parte de nuestro cuerpo. Estos parten de quebrantar los 10
mandamientos de la ley de Dios; por ejemplo: Matar, cometer adulterio, golpear o robar.
San Pablo nos habla en su carta a los Romanos acerca de las OBRAS que nos llevan a la
muerte eterna por la esclavitud en la que el pecado nos tiene sometidos. Cuando
aceptamos a Jesús como nuestro libertador, no estamos más sometidos al pecado y a sus
consecuencias, pues nos sometemos a Dios; así, tendremos garantía de una vida en
abundancia para la eternidad +Jn 10,10+ y una vida de santidad por el Espíritu Santo
que nos ha dado, veamos:

Cuando eran esclavos del pecado, ustedes estaban libres con respecto de la
justicia. Pero, ¿qué provecho sacaron entonces de las obras que ahora los
avergüenzan? El resultado de esas obras es la muerte. Ahora, en cambio,
ustedes están libres del pecado y sometidos a Dios: el fruto de esto es la
santidad y su resultado, la Vida eterna. Porque el salario del pecado es la
muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo
Jesús, nuestro Señor.
+Rom 6,20-23+

Nota: Esta forma de pecado será profundizada a través del examen de conciencia en el
capítulo 5.

18
4. PECADOS DE OMISIÓN:

El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.


+St 4,17+

Caemos en pecados de omisión en el momento en que dejamos de hacer lo que es


correcto a los ojos de Dios. El Apóstol Santiago lo dice claramente: “es saber hacer el
bien y no hacerlo” o en otras palabras, el pecado de omisión “es todo el bien que
pudimos hacer y no lo hicimos”. Todos hemos recibido de Dios la capacidad y el
mandato de hacer el bien, amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos, por lo
tanto, toda ayuda que negamos, teniendo la posibilidad de proporcionarla, nos acusa ante
el Señor; no podemos ser indiferentes ante las necesidades de nuestro prójimo.

Entonces ellos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o
forastero o falto de ropa, o enfermo o en la cárcel, y no te ayudamos?’ El Rey
les responderá: "En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de
estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mí.
+Mt 25,44-45+
Hay personas que permanecen pasivas sin explotar los grandes talentos que Dios les ha
dado; asi que en los pecados de omisión clasifican los perezosos; por ejemplo: Aquellas
personas que dejan pasar los mejores años de su vida laboral y productiva esperando que
sean otros los que les brinden el sustento, no buscan trabajo, o no quieren estudiar,
teniendo las posibilidades, acomodándose bajo la protección económica de sus padres o
familiares; estos son pecados de omisión pues Dios nos capacitó para ser productivos.
Un pecado de omisión lo comenten aquellos que por temor, miedo o inseguridad no
aprovechan los talentos que Dios les ha dado dejándolos ocultos; recordemos la parábola
de los talentos +Mt 25,14-30+, llegará el día del juicio en el que el Señor pedirá cuenta
de ellos.
Otro ejemplo de pecado de omisión sería es la negligencia: Interrumpir el proceso
productivo de una empresa, pudiendo hacer mejor las cosas. No ser diligente con el
trabajo: Este un pecado de omisión, de falta de rectitud en la vida. Dios quiere
bendecirnos, pero una persona que no es diligente, que es despilfarradora y descuidada
no puede ser bendecida y prosperada.
Tenemos que ser fiel en lo poco para que Dios nos ponga a cargo de mucho más. Dios se
da cuenta de cómo trabajamos, del uso que hacemos de nuestro tiempo, de nuestros
materiales de trabajo, de nuestros conocimientos.

19
Cumplid con vuestro trabajo de buena gana, como un servicio al Señor y no a
los hombres.
+Ef 6,7+

Aunque los pecados de omisión no están contemplados de manera explícita en los 10


mandamientos, sí lo están de manera implícita, pues los dos mandamientos donde se
resumen la ley y los profetas son: “Ama al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda
el alma y con toda la mente y al prójimo como a ti mismo” +Mt 22,37-40+; cuando
no hacemos el bien a nuestro prójimo, teniendo la posibilidad de hacerlo, atentamos
contra el mandamiento del amor y contra Dios mismo; por el mandamiento del amor
seremos juzgados; entonces los pecados de omisión sí estarán contemplados el día que
nos presentemos ante el Señor +Mt 25,32-46+.

5. EL PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO:

Por eso yo les digo: Se perdonará a los hombres cualquier pecado y cualquier
insulto contra Dios. Pero calumniar al Espíritu Santo es cosa que no tendrá
perdón. Al que calumnie al Hijo del Hombre se le perdonará; pero al que
calumnie al Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro.
+Mt 12,31-32+

Juan Pablo II en su encíclica Dominum et vivificantem en los numerales del 46 al 48 nos


explica el pecado contra el Espíritu de Dios, leamos algunos fragmentos:
"Esta blasfemia no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo;
consiste, más bien, en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre
por medio del Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz. Si el
hombre rechaza aquel «convencer sobre el pecado», que proviene del Espíritu Santo y
tiene un carácter salvífico, rechaza a la vez la «venida» del Paráclito, aquella «
venida » que se ha realizado en el misterio pascual, en la unidad mediante la fuerza
redentora de la Sangre de Cristo, la Sangre que «purifica de las obras muertas nuestra
conciencia”.
Más adelante dice: "...consiste en el rechazo radical de aceptar esa remisión, de la que
el mismo Espíritu Santo es el íntimo dispensador, y que presupone la verdadera
conversión obrada por El en la conciencia". Si Jesús declara imperdonable este
pecado es "porque esta no-remisión está unida, como a su causa, a la no-penitencia, es

20
decir, al rechazo radical a convertirse."

Catecismo 1864. “Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres pero la
blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada” +Mc 3, 29; cf Mt 12, 32; Lc
12, 10+. No hay límites para la misericordia de Dios, pero quien se niega
deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento, rechaza el
perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46).
Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna.
Simplemente, no es posible perdonar a quien no está arrepentido ni quiere ser perdonado.

21
Capítulo 3
LA CONFESIÓN DE LOS PECADOS

“Quien reconoce su falta, se libra de la calamidad”


Sir 20,3

El significado más simple de la palabra confesar es: “decir con la boca”, por lo tanto
podríamos decir que confesar los pecados es: decir con la boca, reconociendo
voluntaria y libremente los actos, pensamientos, palabras y omisiones que destruyen la
comunión con Dios.
Jesús, en su infinita sabiduría, ha dado a su Iglesia signos visibles y sensibles de su
ministerio para transmitirnos su propia vida, su gracia que santifica y da fuerza para
vencer nuestra naturaleza inclinada al pecado. Estos signos visibles son llamados
"sacramentos". El sacramento de la penitencia también llamado de la "reconciliación" o
"confesión" es el signo visible y sensible a través del cual nosotros, hombres y mujeres
pecadores reconocemos ante Dios nuestras faltas y recibimos por intermedio del
sacerdote la absolución de los pecados. Este sacramento, junto con el sacramento de la
unción de los enfermos, es considerado curativo tanto para el alma, como para el espíritu
y el cuerpo.

Qué nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica.

Catecismo 1422. "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la


misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo,
se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a
conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).
Catecismo 1424. Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o
manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de
este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una "confesión",
reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia para con el
hombre pecador.

22
Se le denomina sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del
sacerdote, Dios concede al penitente "el perdón [...] y la paz" (Ritual de la Penitencia,
46, 55).
Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios
que reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" +2 Co 5,20+. El que vive del amor
misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: "Ve primero a
reconciliarte con tu hermano" +Mt 5,24+.

LA CONFESIÓN DE LOS PECADOS EN SUS TRES


FASES
Hay tres fases en el proceso de reconocimiento de nuestros pecados en el sacramento de
la confesión; las cuales, ayudan en el tratamiento que cada persona debe darle a su
pecado.

1. Confesión con Dios.

Este es el primer momento que debemos tener en el camino del perdón de los pecados y
tiene como propósito sensibilizar el corazón para entrar en un proceso de cambio de vida.
La Biblia nos enseña que Dios quiere cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón
de carne +Ez 36,26+ y esto es precisamente lo que se busca al hablar con Dios sobre
nuestros pecados: Reconocerlos y exponerlos ante el Señor pidiendo la sabiduría y la
fuerza para vencerlos.
Teniendo un momento de intimidad con Dios en oración le pedimos que trate
directamente la raíz de los pecados, meditamos en ellos, en su gravedad y en las
consecuencias que traen a nuestra vida.
Si una persona es agresiva o celosa puede pedirle a Dios en oración que le deje ver la
raíz de amargura que está destruyendo a su familia, o el origen de los celos que no le
permiten confiar y muestran una gran falta de autoestima y de seguridad en sí mismo. El
hombre soberbio y orgulloso busca la causa de la necesidad de ser reconocido; el hombre
esclavizado por el desorden sexual tendrá la oportunidad de pedirle al Señor que lo sane
de aquellos deseos que lo controlan y ha acostumbrado a satisfacer, de los que sólo podrá
liberarse a los pies del Maestro.
Muchos tienen una conciencia endurecida y no saben lo que es bueno o malo. A pesar de

23
que sus pecados sean graves ante Dios no lo ven de esta manera y no entienden el por
qué deben arrepentirse. Sólo la acción del Espíritu Santo nos hará conscientes del pecado
cometido +Jn 16,8+, de sus consecuencias y de su gravedad. La mayoría de los
penitentes se acercan al confesionario sin haber tratado su pecado con Dios, sin pedirle
sabiduría y fuerza para cambiar y hasta sin tener un dolor profundo de haberlo ofendido
y por esto, el santo sacramento de la reconciliación no alcanza los efectos deseados en la
vida de los hijos de Dios.

Te confesé mi pecado, no te escondí mi culpa.


+Sal 32,5+
Descargaos de todos los crímenes que habéis cometido contra mí, y haceos un
corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel?
Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor
Yahveh. Convertíos y vivid.
+Eze 18,31-32+

El pecado se debe confesar ante el sacerdote, ministro revestido por voluntad de Dios
con su autoridad para conceder el perdón, pero antes de esto debemos dialogar con el
Señor sobre las situaciones y comportamientos que son pecado y nos alejan de Él; tal vez
en el momento no sintamos dolor por haber fallado, pero precisamente se trata de pedirle
al Espíritu Santo que traiga el arrepentimiento verdadero y la contrición profunda al
corazón.

Ve y preséntate al sacerdote para que conste que has quedado sano.


+Mt 8,2-4+

2. Confesión con los hermanos.

Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros para ser
sanados. La oración fervorosa del justo tiene mucho poder.
+St 5,16+

La Biblia dice claramente que debemos confesar nuestros pecados unos con otros. En la
antigüedad los cristianos se reunían para la fracción del pan y confesaban unos a otros
sus pecados. Al final, la comunidad intercedía por los penitentes para que fueran sanados

24
de las consecuencias de sus faltas.
Es importante, y no está mal, que además de confesar el pecado delante de Dios y con el
sacerdote, busquemos ayuda, consejería y oración de una PERSONA IDÓNEA. Los
maestros de la vida espiritual coinciden en la necesidad de tener un acompañamiento
espiritual, que puede hacerse dentro del sacramento de la confesión con el sacerdote, o
fuera de él; o a través de personas con experiencia de vida en Cristo y llenos de la
sabiduría del Espíritu Santo. Sea religioso, misionero, laico comprometido o líder de
comunidad, es importante ser escuchados, acompañados y aconsejados de la mejor
manera y de acuerdo con la Palabra de Dios y el magisterio de la Iglesia; por un líder que
nos ayude a escuchar la voz del Espíritu, que es quien dirige nuestra vida y nos da la
fuerza transformadora para poder vencer la situación pecaminosa que estemos viviendo.
El apóstol Santiago nos invita a orar unos por otros para ser sanados. El apóstol Juan, en
su primera carta, nos advierte de la necesidad de orar por esos pecados, que siendo
malos, no llevan a la muerte eterna. Hay una diferencia entre pecados mortales, que
atentan contra nuestra comunión con Dios y traen como consecuencia la muerte, y los
pecados veniales que lastiman la gracia pero no hacen que la perdamos, veamos:

Si alguno ve a su hermano en el pecado -un pecado que no ha traído la


muerte-, ore por él y Dios le dará vida. (Hablo de esos pecadores cuyo pecado
no es para la muerte). Porque también hay un pecado que lleva a la muerte, y
no pido oraciones en este caso. Toda maldad es pecado, pero no es
necesariamente pecado que lleva a la muerte.
+1 Jn 5,16-17+

Muchas personas, además de consejería necesitan apoyo en oración, pues deben luchar
por la liberación de ataduras, opresiones y enfermedades generadas por espíritus
inmundos que, a través de pecados repetitivos, han generado esclavitudes.

3. Confesión sacramental.

La confesión sacramental es aquella a través de la cual los hijos de Dios que han caído
gravemente en pecado, lo reconocen ante el sacerdote y de esta manera, reciben la
confirmación de la reconciliación con Dios y con la Iglesia a través de la absolución de
los pecados por intermedio del ministro ordenado. Este sacramento es ministrado
UNICAMENTE POR SACERDOTES Y OBISPOS (El sacerdote debe tener las
debidas autorizaciones o licencias de su diócesis en cabeza de su obispo).

25
LG 11: Quienes se acercan al Sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de
Dios el perdón de la ofensa hecha a Él, y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a
la que hirieron pecando.
Este sacramento no es un invento de la Iglesia Católica; está de manera muy clara
estipulado en las Sagradas Escrituras. El evangelio de Juan nos muestra cómo Jesús, el
Hijo de Dios que vino a mostrar el rostro misericordioso del Padre, da la orden directa a
sus apóstoles para que vayan y perdonen los pecados, veamos:

Jesús les dijo otra vez: “Paz a ustedes; como el Padre Me ha enviado, así
también Yo los envío.” Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo:
“Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, éstos les son
perdonados; a quienes retengan los pecados, éstos les son retenidos.”
+Jn 20, 21-23+

Jesús da esta instrucción a sus apóstoles; éste fue el ministerio que Dios mismo dio a su
Iglesia: el poder para perdonar los pecados. Jesús tenía toda la autoridad para hacerlo;
recordemos el pasaje de las Escrituras donde el Señor le dice al hombre paralítico +Mt
9,1-8+: “Animo, hijo: tus pecados quedan perdonados”; al ver esto todos los maestro
de la ley quedaron escandalizados, pero Jesús les dijo: “Sepan, pues, que el hijo del
hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados”. En Mateo 10, 1 está
escrito que: “Jesús llamo a sus doce discípulos y les dio poder sobre los malos espíritus
para expulsarlos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias”. Lo que hizo
Jesús fue multiplicar el ministerio de sanidad, de liberación y del perdón de pecados.

PECADO MORTAL Y PECADO VENIAL

Catecismo 1855. El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una
infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su
bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior. El pecado venial deja subsistir la caridad,
aunque la ofende y la hiere.
Para ilustrar de una forma más clara la diferencia entre los pecados mortales y veniales,
un pecado mortal es aquel que atenta contra los diez mandamientos de manera seria o
grave con pleno consentimiento, algunos ejemplos de pecados mortales son: el secuestro,
asesinato, incesto, robo, promiscuidad, adulterio, aborto, suicidio, violencia, entre otros.
Los pecados veniales son pecados que no tienen consecuencias graves, por ejemplo: Una

26
persona va por la calle y de repente, pasa una buseta que la salpica con el charco de agua
que está justo a su lado; mojada y con rabia, esta persona reacciona diciendo una mala
palabra, por supuesto, esto no es un pecado grave. Si una persona tiene un mal
pensamiento pero no lo consiente, es un pecado venial, pero si los pensamientos se hacen
constantes y pervertidos, como dice Jesús en el evangelio: “comete adulterio en su
corazón”, entonces, éste sí es un pecado que debe ser confesado. Un pensamiento se
convierte en pecado cuando una persona se detiene a consentirlo, le da rienda suelta y se
sacia en él.
Un consejo práctico de los santos para los momentos de tentación con los pensamientos
es repetir jaculatorias; estas son frases cortas invocando al Señor o a la Santísima Virgen
María, por ejemplo: ¡Ave María Purísima! ¡Jesús, Jesús!
La confesión se hace sobre los pecados mortales pero también es recomendable que los
pecados que “no llevan a la muerte” como nos decía anteriormente el Apóstol San Juan
+1 Jn 5,16-17+, sean de la misma manera confesados en el sacramento.
Todos los extremos son perjudiciales. Algunas personas se vuelven escrupulosas o de
conciencia estrecha; quisieran confesarse varias veces al día por pecados veniales que no
rompen la comunión con Dios, y existen otros para quienes nada es pecado. A
continuación se transcribe un fragmento de un artículo tomado de la página Catholic.net1
:
“Para ayudarnos a distinguir entre una conciencia bien calibrada y una que está
desajustada, podemos emplear tres adjetivos que describen los grados de sensibilidad de
la conciencia: escrupulosa, laxa y bien formada.

1. Escrupulosa:

Una conciencia escrupulosa es una conciencia enferma. Es como una báscula que marca
más de lo debido: todo le parece peor de lo que es. Descubre pecados donde no los hay y
ve un mal grave donde sólo hay alguna imperfección. La persona escrupulosa es tímida y
aprensiva, cree que sentir equivale a consentir y, por lo mismo, confunde la tentación con
el pecado. Vivir con una conciencia escrupulosa es como conducir un auto con el freno
de mano puesto: en continuo estado de fricción, tensión y estrés.
El mejor tratamiento contra ello es formar nuestra conciencia de acuerdo con las normas
objetivas, y aconsejarse por alguien de probada rectitud de juicio.

2. Laxa:

Si la conciencia escrupulosa peca por exceso, la conciencia laxa peca por defecto. Se
asemeja a la báscula que marca menos que lo debido. La persona con conciencia laxa

27
decide, sin fundamentos suficientes, que una acción es lícita, o que una falta grave no es
tan seria. Acepta como bueno lo que es una clara desviación moral.
La persona laxa tiene como lema "Errar es humano"; vive convencida de que es
demasiado débil para resistirse al pecado, y tiende a quitarle toda importancia. No se
preocupa ni hace esfuerzo alguno por investigar si lo que va a hacer es malo; diciendo
que "todo mundo lo hace", por lo que no debe ser tan malo. Este tipo de persona tiende
también a infravalorar la responsabilidad de sus acciones. Una conciencia laxa es como
un resorte vencido. A fuerza de repetir actos contrarios a lo que exige su conciencia, la
persona laxa pierde toda tensión espiritual; su conciencia ya no le reclama. Normalmente
empieza por cosas pequeñas, pues cree que carecen de importancia; no advierte que ese
camino desemboca en el abismo. Como señaló Chesterton: "Un hombre que jamás ha
tenido un cargo de conciencia está en serio peligro de no tener una conciencia que
cargar".

3. Bien formada:

La conciencia bien formada se localiza entre estos dos extremos. Una conciencia bien
formada es delicada: se fija en los detalles, como un pintor de pincel fino que no se
contenta con figuras y formas más o menos burdas, sino que insiste en la perfección,
incluso en los aspectos más pequeños.
La persona que tiene su conciencia bien formada no se deja llevar por sofismas ni
pretende huir de la verdad. Aún más, la conciencia bien formada no se limita a percibir el
mal, sino que impulsa a buscar activamente el bien y la perfección en todo”.
Nota: Para profundizar en este punto se recomienda estudiar el Catecismo en los
numerales 1846 al 1876.

EL MINISTRO DEL SACRAMENTO


La confesión o reconciliación, así como los demás sacramentos, hacen parte del
ministerio dado por Dios a su Iglesia por el Espíritu Santo; pero esta Iglesia es
administrada por hombres que tienen en sí las mismas luchas de cualquier persona.

Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres, y le piden representarlos


ante Dios y presentar sus ofrendas y víctimas por el pecado. Es capaz de
comprender a los ignorantes y a los extraviados, pues también lleva el peso de
su propia debilidad;" por esta razón debe ofrecer sacrificios por sus propios
pecados al igual que por los del pueblo.

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+Heb 5,1-3+

Debemos tener bien claro que nuestros sacerdotes no son libres de las debilidades y
pecados a los que todos estamos sometidos, y que el ser revestidos con el Sacramento
del Orden, no los hace inmunes contra el pecado que brota del corazón +Mt 7,20-
23+.

La cita anterior de la Carta a los Hebreos nos dice algo importante (v.2): “Es capaz de
comprender”; esto quiere decir que el sacerdote tiene la capacidad de ponerse en nuestro
lugar, pues ha vivido lo mismo, ha experimentado en su carne las tendencias del pecado y
lucha al igual que nosotros. Tiene necesidad de ser sanado por Dios y está expuesto a las
tentaciones del mundo, el demonio y la carne.
Continúa diciendo el versículo dos: “Lleva el peso de su propia debilidad”, pues es tan
humano como cualquiera de nosotros, aunque ha sido revestido con un ministerio. Los
apóstoles también le fallaron a Jesús por miedo, por debilidad, pero aun así, JESÚS
DECIDIÓ contar con ellos para esta obra de salvar al mundo.
El verso tres dice: "por esta razón (por su debilidad) debe ofrecer sacrificios por sus
propios pecados al igual que por los del pueblo". Cuando el sacerdote administra algún
sacramento no lo hace en nombre propio, lo hace revistiéndose de Cristo, pues participa
de su mismo sacerdocio. Por esta razón, cuando él alza la mano para decir “yo te
absuelvo” lo hace “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Lo hermoso de todo esto es que Dios escribe recto en renglones torcidos y utiliza lo débil
del mundo para mostrar su gloria. Decidió comenzar su obra de salvación a través de un
puñado de hombres sencillos para mostrar que suobra no es de hombres, sino que sale de
la mano de Dios.
Aquí es donde cobran sentido las recomendaciones fraternas del Apóstol Santiago: “Por
eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros para ser sanados”.
Oremos por nuestros sacerdotes para que sean sanados en sus corazones, para que llenen
sus vidas de Dios y no de las cosas que ofrece el mundo; para que puedan resistir la
tentación o la hora de la prueba y salgan victoriosos, llenos del Espíritu Santo al estilo de
Jesús, a fin de que lleguen a ser hombres santos, según el corazón de Dios.

Al ver el diablo que había agotado todas las formas de tentación, se alejó de
Jesús, a la espera de otra oportunidad. Jesús volvió a Galilea con el poder del
Espíritu, y su fama corrió por toda aquella región.
+Lc 4,13-14+

29
De igual forma, ellos ofrecerán oraciones por nosotros, el pueblo de Dios, para que
seamos santificados. Esto es lo maravilloso de la comunión fraterna y el amor de
hermanos en la Iglesia. Oramos unos por otros en el Espíritu Santo para fortalecernos y
ayudarnos.

30
Capítulo 4
CINCO PASOS PARA UNA BUENA
CONFESIÓN

¡Entremos directamente a la presencia de Dios con


corazón sincero y con plena confianza en él!
+Hb 10,22+

Uno de los temas más importantes en el desarrollo de la vida cristiana es el de los


sacramentos, y dentro de estos la Confesión y la Eucaristía toman un lugar
preponderante en la santificación del creyente. Los demás sacramentos, exceptuando la
unción de los enfermos (que puede recibirse varias veces por enfermedad o peligro de
muerte, pero aun así son pocas), sólo se reciben una sola vez. La Confesión y la
Eucaristía son sacramentos repetitivos a través de los cuales, la gracia de Dios va
aumentando cada vez más en nuestras vidas.
Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que la Eucaristía es el culmen de todos los
sacramentos, pues recibimos a Jesús mismo en cuerpo, sangre, alma y divinidad;
recibimos al primogénito de toda la creación por quien todo fue hecho y sin el que nada
podía hacerse +Jn 1,3+. Comemos a aquel que hace dos mil años “pasó haciendo el
bien y sanando a los oprimidos por el diablo” +Hc 10,38+.
Pero, para poder recibir al Rey de reyes y Señor de señores, +Ap 19,16+ es necesario
primero preparar el corazón y recibir la gracia a través de la Confesión sacramental. La
Confesión es demasiado importante, la necesitamos para alcanzar la vida eterna. Una
Confesión bien hecha nos asegura la entrada al reino de los cielos.
No podemos descuidarnos. Muchos piensan que es suficiente con tener una experiencia
carismática y sentir al Espíritu Santo en un momento de oración, pero la vida de piedad
se debe cultivar todos los días. El apóstol san Pablo nos lo enseña: “Yo corro la carrera
de la fe, no sea que al final quede descalificado”; nadie querría escuchar al Señor en el
día del juicio diciendo: “¡No te conozco!”. Para que esto no suceda, debemos darle
importancia al tema de la Confesión.

31
A continuación estudiaremos los cinco pasos para desarrollar una buena Confesión
sacramental de una manera práctica y sencilla. Esperamos que los frutos sean abundantes
en nuestras almas, para la Gloria de Dios.

1. EXAMEN DE CONCIENCIA:

El examen de conciencia es un análisis profundo de nuestra vida (obras, actitudes


palabras, pensamientos, sentimientos y servicio a los demás), a la luz de la Palabra de
Dios, con respecto al amor reflejado en las obras de misericordia y en las
bienaventuranzas (El Evangelio); el cumplimento de la ley (Los mandamientos) y las
virtudes que llevan a la perfección de la vida cristiana (Enseñanzas de la Iglesia). Todo
esto se hace a partir de la última vez que recibimos el sacramento de la Reconciliación.
Este punto se profundiza ampliamente en el capítulo 5 de este libro.

2. DOLOR DE LOS PECADOS:

Es el dolor profundo del corazón por haber ofendido a Dios que nos ha amado hasta el
extremo +Jn 13,1+. Este se manifiesta de dos formas: una forma perfecta o contrición y
otra forma imperfecta o atrición.

La contrición y la atrición

La contrición es el dolor profundo causado por el Espíritu Santo en el alma de aquel hijo
que ama a su Padre Dios y que reconoce que ha fallado contra Él; está íntimamente
ligada al Temor de Dios, uno de los Dones del Espíritu Santo. La atrición se trata de un
don que nos hace ver la fealdad del pecado y nos mueve a temer el infierno, veamos:
Catecismo 1451. Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es
"un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no
volver a pecar" (Cc. de Trento: DS 1676).
Catecismo 1453. La contrición llamada "imperfecta" (o "atrición") es también un don
de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del
pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es
amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una
evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental.

32
Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados
graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia (cf Cc. de Trento:
DS 1678, 1705).

Dolor de los pecados, no sentimiento de condenación.

No podemos confundir el dolor de los pecados con el sentimiento de condenación. Dos


personajes de la Palabra de Dios nos sirven de ejemplo para aprender a diferenciarlos:
Judas y Pedro fueron compañeros en el grupo de los doce; ambos le fallaron al Señor,
pero hubo una gran diferencia en la actitud y decisión que cada uno tomó después de la
equivocación: el primero lo traicionó, entregándolo al sanedrín y el segundo negó
públicamente sus vínculos con el Maestro. Miremos con atención:

Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue
acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los
sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: «Pequé entregando sangre
inocente.» Ellos dijeron: «A nosotros, ¿qué? Tú verás.» El tiró las monedas en
el Santuario; después se retiró y fue y se ahorcó.
+Mt 27,3-5+

Judas fue “acosado por el remordimiento”. Cuando se dio cuenta del error que había
cometido, intentó resarcirse devolviendo las monedas de plata que había recibido por
entregar a Jesús; pero ante la negativa de los sacerdotes y su impotencia, experimentó la
condenación. Lo interesante aquí es que Judas fue a buscar a los que querían asesinar al
Maestro y no fue a buscar a Jesús, a quien debía pedir perdón. Su corazón sintió la
angustia, el desconsuelo, la desesperación, la ausencia de Dios; sintió que su pecado era
más grande que la Misericordia de Dios y, viéndose sin salida, se quitó la vida.
Una de las armas más utilizadas por el enemigo de Dios es la desesperación. Satanás
causa en el corazón de las personas un sentimiento de culpa inmenso, acompañado de la
angustia de sentir que el pecado cometido es más grande que la Misericordia de Dios, lo
que desencadena en la pérdida total de la esperanza de recibir el perdón de Dios. La
Biblia afirma que el enemigo de Dios nos acusa de día y de noche +Ap 12,10+; nos
señala y llena nuestra cabeza de mentiras al hacernos sentir que no hay perdón para los
grandes pecadores. El espíritu de las tinieblas es quien produce sentimientos de
condenación a través de mentiras; esto llevó a Judas a tomar decisiones equivocadas.

El padre de ustedes es el diablo; ustedes le pertenecen, y tratan de hacer lo


que él quiere. El diablo ha sido un asesino desde el principio. No se mantiene
en la verdad, y nunca dice la verdad. Cuando dice mentiras, habla como lo que

33
es; porque es mentiroso y es el padre de la mentira.
+Jn 8,44+

Cuando experimentamos este tipo de pensamientos y sentimientos, debemos rechazarlos


inmediatamente en el nombre de Jesús, reprendiendo al enemigo que está acusándonos
para llenar nuestros pensamientos de condenación y desesperación, digámosle: “En el
nombre de Jesús: ¡Fuera espíritu de condenación de mis pensamientos! Someto cada
uno de ellos a Cristo Jesús y al poder de su Sangre derramada en la Cruz para
liberarme de todos mis pecados”.

…Todo pensamiento tendrá que rendirse a nosotros y someterse a Cristo.


+2 Cor 10,5+

Nos cuenta el Evangelio que Pedro, después de haber negado tres veces a Jesús, lloró
amargamente su pecado +Mt 26,75+; sintió el dolor de haber negado al Señor pero no
dejó que le arrebataran la esperanza de recibir la misericordia de Dios; de hecho, cuando
Jesús se apareció a los apóstoles a la orilla del lago, Pedro se abalanzó sobre Él (el
arrepentimiento nos lleva a Jesús). Ninguno de los dos habló acerca de la negación, Jesús
sólo quería afirmarlo en su ministerio, sanando su corazón de las heridas ocasionadas
por su error. Este fue el día del perdón de Pedro, borró cada una de sus negaciones con
una afirmación de su amor hacia Él:

Cuando terminaron de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan,
¿me amas más que éstos?" Contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús
le dijo: "Apacienta mis corderos. Le preguntó por segunda vez: "Simón, hijo de
Juan, ¿me amas?" Pedro volvió a contestar: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo: "Cuida de mis ovejas. Insistió Jesús por tercera vez: "Simón
Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?" Pedro se puso triste al ver que Jesús le
preguntaba por tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú lo sabes todo,
tú sabes que te quiero. Entonces Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".
+Jn 21,15-17+

El Espíritu Santo trae convicción de pecado y por lo tanto, se siente el dolor de haber
ofendido a Dios, aunque en ocasiones no sintamos dicho dolor, debemos orar
insistentemente pidiéndole a Dios esta gracia: “Señor, reconozco que lo que hice es malo
a tus ojos, pero de ti viene la gracia de experimentar el dolor del pecado, por eso te
pido que sensibilices mi corazón ante el pecado que he cometido”.
La práctica de ayunar y orar recomendada en la Palabra de Dios permite que el Espíritu

34
de Dios nos haga conscientes y sensibles al pecado.

Los ninivitas creyeron en la advertencia de Dios y ordenaron un ayuno, y se


vistieron de saco desde el mayor al menor. La noticia llegó hasta el rey de
Nínive, que se levantó de su trono, se quitó el manto, se vistió de saco y se
sentó sobre cenizas. Luego hizo publicar esta orden en Nínive: "Hombres y
bestias no comerán ni beberán nada. Que se vistan de saco y clamen a Dios
insistentemente. Que cada uno se corrija de su mala conducta y de sus malas
obras. ¿Quién sabe si Dios se arrepentirá y cesará su enojo, de manera que no
nos haga morir?" Al ver Dios lo que hacían y cómo se habían arrepentido de
su mala conducta, se arrepintió él también y no los castigó como los había
amenazado.
+Jon 3,5-10+

3. FIRME PROPÓSITO DE NO VOLVER A PECAR:

Cuando vayamos al sacramento de la confesión debemos tener una firme intención de no


volver a pecar. Esto significa que haremos todo lo que esté a nuestro alcance para evitar
el pecado y huir de él. La Biblia enseña que debemos acercarnos a Dios con un corazón
sincero y limpio de toda mala conciencia, pues a Dios no podemos engañarlo +Gal
6,7+.
... acerquémonos con sincero corazón, con plenitud de fe, purificados los
corazones de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura.
+Hb 10,22+

Si una persona va al sacramento de la Reconciliación y no tiene un deseo sincero de


cambio, no podrá recibir el sacramento de la reconciliación. Muchos sacerdotes
preguntan a la persona que están confesando, antes de la absolución, si desea seguir en la
misma situación, y si es así, no puede absolverla. No estamos diciendo con esto que las
personas después de confesarse nunca más vayan a caer, pues las tentaciones se
presentan y algunas veces, se cae; otras, se sale victorioso de ellas, pero todo hijo de
Dios debe tener el firme propósito de vencer el pecado en su vida. Si caemos
posteriormente, que no sea por haberlo planeado. Si en el corazón de una persona no
existe el propósito de cambio, la confesión no es real, ni tampoco lo es el perdón.
Hay personas que no pueden recibir la absolución de sus pecados, porque viven en unión

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libre, son divorciados y tienen otra pareja; o tienen alguna situación de vida por
solucionar que les impide vivir bajo la gracia recibida en el sacramento de la confesión. A
estas personas el sacerdote las puede escuchar y aconsejar, pero no absolver, porque
viven en una situación irregular que aún no han resuelto.
En la Iglesia no se excluye a ninguna persona, antes bien, todos, sin importar su
condición, son invitados a conocer el mensaje de salvación y la misericordia de Dios para
que puedan tomar una decisión. Algunas situaciones se pueden salir de las manos y no
tienen solución inmediata, pero debemos seguir luchando por mejorar las demás áreas de
la vida; que no nos suceda como aquellas personas que dicen: “como ya vivo en una
situación de pecado y estoy condenado, voy a vivir la vida loca”. Sacramentum
Caritatis, 29. Pastoral de los divorciados vueltos a casa.
Quien viva situaciones irregulares debe seguir luchando y debe poner todo en manos del
Señor, procurando de manera diligente ante Dios, darle solución a su situación para que
en un futuro pueda vivir en gracia. Tenemos muchos testimonios de personas que llegan
a la Iglesia viviendo en unión libre, o de personas separadas que conviven con otra
pareja, las cuales, después de un encuentro personal con Jesús, inician un proceso de
conversión y de conocimiento de la Palabra de Dios, fruto de ella, deciden sacar adelante
su proceso de nulidad matrimonial (siempre y cuando hayan causales para ello, ver
anexo), lo que les permite recibir el sacramento del matrimonio y vivir en la gracia de
Dios.

4. CONFESIÓN DE BOCA:

En este punto se lleva a cabo el acto específico de contar los pecados al sacerdote de una
manera corta, concisa y concreta. Para esto debe haberse realizado un buen examen de
conciencia y tener claro lo que se va a confesar. El diablo es muy astuto, y cuando no
hemos estudiado bien nuestra situación de pecado se nos quedan muchas faltas sin
reconocer ante Dios, a través del ministro del sacramento.

Te confesé mi pecado y no oculté mi iniquidad. Dije: “Confesaré a Yahvé mi


pecado,” y tú perdonaste la culpa de mi pecado.
+Sal 32,5+

El salmista nos dice de manera especial: “no te oculté mi iniquidad”. En el momento de


la confesión no podemos ocultar nada ante el sacerdote; debemos, de manera confiada,
apelando a la misericordia de Dios, contar todos nuestros pecados sin omitir ninguno.
Recordemos que no podemos engañar a Dios y debemos actuar con una conciencia

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recta. En caso de que olvidar algún pecado (sin intención de ocultarlo) en el momento de
la confesión, la gracia actúa y todos los pecados son perdonados: “Tú perdonaste la
culpa de mi pecado”.
El tiempo de la confesión no debe ser tiempo de consejería o de dirección espiritua. En
algunos casos especiales, en los que el sacerdote lo considere necesario, puede utilizar
este espacio para hacerlo. Normalmente se debe pedir una cita en otro espacio para
recibir consejería. El momento de la confesión debe ser exclusivo para reconocer los
pecados y el sacerdote considerará si debe decir algunas palabras frente a algún pecado
específico o no. La confesión tiene que ser concreta, breve, concisa.

Algunas recomendaciones frente a la confesión

En la confesión NO BUSQUEMOS JUSTIFICAR NUESTROS PECADOS, ejemplo:


“Padre golpeé a mi esposa, pero es que ella…” Cuando cometemos una falta, sólo
debemos reconocer que lo que hicimos estuvo mal. No demos razones que justifiquen el
por qué lo hicimos.
DEBEMOS CONFESAR NUESTROS PECADOS Y NO LOS DE LOS DEMÁS.
Muchas esposas y esposos van ante el sacerdote a poner quejas de sus cónyuges y no a
reconocer sus faltas. Debe quedar claro que, si en algún momento debemos comentar
algo de manera concreta acerca de nuestras relaciones es con el fin de ilustrar al
sacerdote la situación para que éste pueda discernir de manera correcta, nunca con el
ánimo de acusar al otro para sacarnos en limpio.
NO ES NECESARIA UNA DESCRIPCIÓN DETALLADA DE LOS HECHOS, así se
evitan vergüenzas, además de poner al sacerdote en situaciones incómodas. Es suficiente
con clasificar el pecado de acuerdo con examen de conciencia, como lo veremos en el
capítulo cinco. Otro error que se comete de manera común es el de maquillar el pecado;
esto se hace cuando queremos disimular el pecado o disminuir su gravedad. Los pecados
tienen nombre, y hay que llamarlos por su nombre.
La confesión NO ES UN ESPACIO PARA BUSCAR LA APROBACIÓN DE LOS
PECADOS en los que caemos. Es frecuente encontrar confesores que, de acuerdo a su
estilo y experiencia personal de santidad o debilidad, son muy estrictos y otros demasiado
laxos. Recordemos que el sacerdote debe aconsejar y dirigir con el mismo sentir de la
Iglesia, acorde a la Palabra de Dios y a la doctrina de la Iglesia, y no conforme a su
manera de pensar y de ver las cosas. En una parroquia, un sacerdote celebraba la
Eucaristía para los novios y era muy popular; todos estaban felices. Al tiempo, se pudo
entender lo que ocurría: el sacerdote aprobaba que los jóvenes tuvieran relaciones
sexuales en sus noviazgos; los muchachos se confesaban y él los absolvía sin orientarlos
de manera correcta en esta situación. Esta es una situación que puede ocurrir como
consecuencia de la debilidad humana, pero esto de ninguna manera anula el

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mandamiento de Dios. Cuando se confiesa un pecado se debe aceptar la falta cometida y
no buscar por todos lados la aceptación para continuar con un estilo de vida de pecado y
deseo de no cambiar.
Para crecer en la piedad, la fidelidad al Señor y trabajar seriamente en la santidad, es
recomendable confesarse periódicamente, y en la medida de lo posible, con el mismo
sacerdote para que él pueda hacernos un seguimiento serio de nuestros avances en la
vida espiritual. El ejercicio de tener un mismo confesor también es benéfico, ya que a la
hora de cometer un pecado que ha sido repetitivo, la vergüenza de confesarlo
nuevamente ante el mismo sacerdote puede ayudarnos de alguna manera a que nos
abstengamos de caer.

5. CUMPLIR LA PENITENCIA:

La absolución recibida por el sacerdote quita los pecados, pero las consecuencias
generadas por estos deben ser reparadas a través de actos de piedad y penitencia, que
nazcan de un corazón lleno del deseo de buscar la santidad, de agradar a Dios y con
recta intención. Cuando el sacerdote propone un acto de penitencia, en reparación de los
pecados confesados en el sacramento de la Reconciliación, debe tenerse muy claro que
las oraciones, ayunos y sacrificios, entre otros, deben realizarse prontamente para no
correr el riesgo de olvidarlo.
El Pueblo de Israel había caído en actos de penitencia externos y buscaban a Dios
mediante sacrificios, pero sus corazones estaban lejos de Él. Esta manera de actuar fue
rechazada por Dios a través de sus profetas, y hasta el mismo Jesús habla en contra de
estas costumbres: El caso de los fariseos +Mt 23,13-22+. El Salmista nos muestra
cómo debe hacerse una verdadera penitencia, veamos:

Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los


sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y
humillado no despreciarás tú, oh Dios.
+Sal 51,16-17+

Con lo anterior, comprendemos que lo principal, a la hora de reparar un pecado, es tener


un corazón postrado a los pies del Señor, arrepentido de toda obra mala. De allí nacen
los actos penitenciales válidos ante los ojos de Dios. También el profeta Isaías en el
capítulo 58 de su libro, nos habla del ayuno agradable a Dios y nos recuerda cómo debe
ser nuestra actitud de misericordia y de congruencia de vida. Con esto no se anula el

38
ayuno corporal que el mismo Jesús nos invita a hacer +Mt 17,21; Lc 4,1-2+, más
bien nos amplía el panorama a la hora de hacer los actos de mortificación y penitencia.
Catecismo 1459. Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible
para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que
ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto. Pero, además,
el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el
prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el
pecado causó (cf Concilio de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe
todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus
pecados: debe "satisfacer" de manera apropiada o "expiar" sus pecados. Esta
satisfacción se llama también "penitencia".
Catecismo 1460. La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la situación
personal del penitente y buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la
gravedad y a la naturaleza de los pecados cometidos. Puede consistir en la oración, en
ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias,
sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar. Tales
penitencias ayudan a configurarnos con Cristo que, el Único, expió nuestros pecados
+Rm 3,25; 1 Jn 2,1-2+ una vez por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de
Cristo resucitado, "ya que sufrimos con él" (Rm 8,17; cf Concilio de Trento: DS
1690):
Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo es posible por
medio de Jesucristo: nosotros que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la
ayuda "del que nos fortalece, lo podemos todo" +Flp 4,13+. Así el hombre no tiene
nada de que pueda gloriarse sino que toda "nuestra gloria" está en Cristo [...] en
quien nosotros satisfacemos "dando frutos dignos de penitencia" +Lc 3,8+ que reciben
su fuerza de Él, por Él son ofrecidos al Padre y gracias a Él son aceptados por el
Padre (Concilio de Trento: DS 1691).

Algunas aclaraciones

Si no se cumple la penitencia de la confesión, se debe informar al sacerdote en la


confesión siguiente para que lo tenga en cuenta en el momento de proponer una nueva
penitencia.
Si alguna persona siente que no puede cumplir por algún motivo la penitencia que le fue
impuesta, se lo debe comunicar al sacerdote inmediatamente; si no lo hace, y la
penitencia no es cumplida, debe acudir a otro sacerdote para que la cambie. Siempre
debe cumplirse la penitencia, pues es parte del sacramento de la Reconciliación.

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Capítulo 5
EL EXÁMEN DE CONCIENCIA

¡Tiemblen y no pequen más! Ya acostados, y en silencio,


examinen su propia conciencia
+Sal 4,4+

El examen de conciencia es un escrutinio profundo de nuestra conciencia. NO tiene


como objetivo el generar angustia, desesperanza y condenación por nuestras faltas, más
bien, tiene como objetivo que reconozcamos de una manera seria y madura nuestros
pecados ante Dios, mirando siempre con esperanza su INFINITA MISERICORDIA, que
con amor posa su mirada sobre nosotros, pecadores:

Jesús, al irse de allí, vio a un hombre llamado Mateo en su puesto de cobrador


de impuestos, y le dijo: "Sígueme. Mateo se levantó y lo siguió. Como Jesús
estaba comiendo en casa de Mateo, un buen número de cobradores de
impuestos y otra gente pecadora vinieron a sentarse a la mesa con Jesús y sus
discípulos. Los fariseos, al ver esto, decían a los discípulos: "¿Cómo es que su
Maestro come con cobradores de impuestos y pecadores?" Jesús los oyó y
dijo: "No es la gente sana la que necesita médico, sino los enfermos. Vayan y
aprendan lo que significa esta palabra de Dios: Me gusta la misericordia más
que las ofrendas. Pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
+Mt 9,9-13+

A la luz de la Palabra de Dios, consideremos estos puntos de reflexión para realizar un


buen examen de conciencia:

1. El mandamiento del amor

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Las bienaventuranzas.
Las obras de Misericordia.

2. La ley de Dios dada a su pueblo en el Sinaí

Los 10 mandamientos.

3. Las enseñanzas de la Iglesia

Los defectos de carácter.


Los dones que Dios nos ha dado para servirle a Él y a los demás.
Las responsabilidades de nuestra vocación.
Los siete pecados capitales.

A continuación expondremos una guía basada en el Evangelio y las enseñanzas de la


Iglesia para analizar, de manera profunda, nuestra conducta de vida y poder reconocer
nuestras faltas para, finalmente, poder realizar una Confesión sacramental que traiga
grandes bendiciones a nuestra vida.

EXAMEN DE CONCIENCIA BASADO EN LAS


BIENAVENTURANZAS. POR RANIERO
CANTALAMESSA (Predicador del Papa)
El mejor modo de tomar en serio las Bienaventuranzas evangélicas es servirnos de ellas
como de un espejo para un examen de conciencia verdaderamente "evangélico". Toda la
Escritura, dice Santiago, es como un espejo en el que el creyente debe mirarse con
calma, sin prisa, para conocer verdaderamente "cómo es" (cf. St 1, 23-25), pero la
página de las bienaventuranzas lo es de manera única.

Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

¿Soy pobre en el espíritu, pobre dentro, abandonado en todo a Dios? ¿Soy libre y estoy

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desapegado de los bienes terrenos? ¿Qué representa el dinero para mí? ¿Trato de seguir
un estilo de vida sobrio y simple, como conviene a quien quiere testimoniar el evangelio?
¿Tomo en serio el problema de la espantosa pobreza no elegida sino impuesta a tantos
millones de hermanos míos?

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

¿Considero la aflicción como una desgracia y un castigo, tal como lo hace la gente del
mundo, o como una oportunidad de parecerme a Cristo? ¿Cuáles son los motivos de mis
tristezas: los mismos de Dios o los del mundo? ¿Trato de consolar a los demás o sólo ser
consolado yo? ¿Sé guardar como un secreto entre Dios y yo alguna contrariedad, sin
hablar de ello a diestra y siniestra?

Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.

¿Soy humilde? Hay una violencia de las acciones, pero también hay una violencia de las
palabras y de los pensamientos. ¿Domino la ira fuera y dentro de mí? ¿Soy amable y
afable con quien está cerca de mí?

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán
saciados.

¿Tengo hambre y sed de santidad? ¿Tiendo a la santidad o desde hace tiempo me he


resignado a la mediocridad y a la tibieza? El hambre material de millones de personas,
¿pone en crisis mi búsqueda continua de comodidad, mi estilo de vida burgués? ¿Me doy
cuenta de en qué medida yo y el mundo en que vivo nos encontramos en la situación del
rico Epulón?

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

¿Soy misericordioso? Ante la equivocación de un hermano, de un colaborador,


¿reacciono con el juicio o con la misericordia? Jesús sentía compasión por las multitudes:
¿y yo? ¿He sido también yo alguna vez el siervo perdonado que no sabe perdonar?
¿Cuántas veces he pedido y recibido a la ligera la misericordia de Dios por mis pecados,
sin darme cuenta de a qué preció me la ha procurado Cristo?

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

¿Soy puro de corazón? ¿Puro en las intenciones? ¿Digo sí y no como Jesús? Hay una
pureza del corazón, una pureza de los labios, una pureza de los ojos, una pureza del

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cuerpo... ¿Trato de cultivar todas estas purezas tan necesarias especialmente para las
almas consagradas? Lo opuesto más directamente a la pureza de corazón es la
hipocresía. ¿A quién me esfuerzo por agradar en mis acciones: a Dios o a los hombres?

Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de
Dios.

¿Soy agente de paz? ¿Pongo paz entre las partes? ¿Cómo me comporto en los conflictos
de opiniones, de intereses? ¿Me esfuerzo por preferir siempre y sólo el bien, las palabras
positivas, dejando caer el mal al vacío, los chismes, lo que puede sembrar discordia?
¿Está la paz de Dios en mi corazón, y si no, por qué?

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino


de los cielos.

¿Estoy dispuesto a sufrir algo en silencio por el Evangelio? ¿Cómo reacciono ante alguna
ofensa o desaire que recibo? ¿Participo íntimamente en los sufrimientos de tantos
hermanos que sufren verdaderamente por la fe, o por la justicia social y la libertad?

EXAMEN DE CONCIENCIA BASADO EN EL


MANDAMIENTO DEL AMOR, LAS OBRAS DE
MISERICORDIA
Jesús, de manera muy clara en el Evangelio, nos enseña que Él no ha venido a cambiar la
Ley que Dios le dio a Moisés para el pueblo de Israel en el monte Sinaí, más bien, ha
venido a darle la perfección en el AMOR +Mt 5,17+.

El hombre contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a
ti mismo. Jesús le dijo: "¡Excelente respuesta! Haz eso y vivirás.
+Lc 10,27-28+

En este orden de ideas el Evangelio de Mateo nos narra el día en el que el Señor Jesús
regresará lleno de Gloria y poder para juzgar a vivos y muerto. Este juicio será realizado
conforme al amor manifestado a nuestros hermanos más necesitados, veamos:

Y dirá el Rey a los que estén a su derecha: 'Vengan ustedes, los que han sido
bendecidos por mi Padre; reciban el reino que está preparado para ustedes

43
desde que Dios hizo el mundo. Pues tuve hambre, y ustedes me dieron de
comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero, y me dieron
alojamiento. Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me
visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme.' Entonces los justos
preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer? ¿O
cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos como
forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? ¿O cuándo te
vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?' El Rey les contestará: 'Les
aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más
humildes, por mí mismo lo hicieron'.
+Mt 25,34-40+

La Iglesia, en su sabiduría dada por el Espíritu Santo, nos da un parámetro de todas las
cosas necesarias para heredar la vida eterna. La Salvación dada por Jesús es gratuita,
pero, en agradecimiento a este acto de amor de Dios por nosotros, debemos dar
testimonio de esta obra del Señor por medio del amor al prójimo en actos concretos. La
Iglesia ha resumido estos actos de amor al prójimo en “catorce obras de misericordia”:
siete espirituales y siete materiales. De esta manera, el cristianismo se convierte en una
forma de vivir en el amor y no solamente en el cumplimiento estricto de la ley (los 10
mandamientos).

Habrá juicio sin misericordia para quien no ha sido misericordioso, mientras


que la misericordia no tiene miedo al juicio. Hermanos, si uno dice que tiene
fe, pero no viene con obras, ¿de qué le sirve? ¿Acaso lo salvará esa fe? Si un
hermano o una hermana no tienen con qué vestirse ni qué comer, y ustedes les
dicen: "Que les vaya bien, caliéntense y aliméntense", sin darles lo necesario
para el cuerpo, ¿de qué les sirve eso?" Lo mismo ocurre con la fe: si no
produce obras, muere solita. Y sería fácil decirle a uno: "Tú tienes fe, pero yo
tengo obras. Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe a través de las
obras.
+St 2,13-18+

Aunque el no cumplir con las obras de Misericordia no ha sido catalogado por la Iglesia
como un pecado en materia grave, es muy importante que hagamos una revisión de
conciencia de una manera especial para identificar si hemos cumplido con ellas de
manera diligente y así poder evaluar nuestra vida de perfección cristiana basada en el
amor a Dios y al prójimo. Si pasáramos por alto el mandamiento del amor y
cumpliéramos estrictamente los 10 mandamientos seríamos como fariseos hipócritas.

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+Mt 23,27-28+.

OBRAS DE MISERICORDIA "ESPIRITUALES"


Enseñar al que no sabe: La Palabra de Dios nos enseña: “Mi pueblo no tiene
conocimiento, por eso ha sido destruido” +Os 4,6+. Una de los actos de amor más
importantes con nuestros hermanos es ayudarles a salir de la ignorancia en todas sus
dimensiones. Esto quiere decir que, como cristianos, debemos enseñar el camino de la
salvación a nuestro prójimo, pero también ayudarle a salir adelante en esta vida terrena a
través de todo aquello que podamos aportarle cristiana y materialmente para su desarrollo
y mejoramiento de su calidad de vida.
Dar buen consejo al que lo necesita: Todos los que hemos empezado un proceso
espiritual serio, hemos recibido sabiduría de Dios para dar una palabra que ayude a
direccionar, conforme al Evangelio, la vida de aquellos hermanos que necesitan una luz
en su diario caminar.
Corregir al que se equivoca: No podemos disimular las equivocaciones de nuestros
hermanos; Jesús nos enseña que si un hermano se equivoca debemos ayudarlo para que
reconozca su equivocación; sería un pecado de omisión el no exhortar a alguien que
sabemos se está equivocando +Mt 18,15-17+.

No odies en tu corazón a tu hermano; pero corrígelo, no sea que te hagas


cómplice de sus faltas.
+Lev 19,17+

Perdonar las injurias: Jesús en el Evangelio nos da varias lecciones importantísimas con
respecto a la capacidad que debemos tener sus seguidores de perdonar a aquellos que de
alguna manera nos han hecho daño. En la cruz Jesús dijo: “Padre perdónalos porque no
saben lo que hacen” +Lc 23,34+; la manifestación más hermosa del amor se da en el
perdón y así como Dios no nos castiga como merecen nuestras faltas sino que nos
perdona, así nosotros debemos imitar al Señor con la ayuda de su gracia y perdonar las
injurias de quienes nos han ofendido.

No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis
seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá.
+Mt 7,1-2+

Consolar al triste: La comunidad cristiana se debe caracterizar por el amor, puesto que

45
es esta la marca de Jesús en la Cruz, el extremo del amor por nosotros. Es por esto que
debemos estar siempre dispuestos a imitar a Dios, que es nuestro consuelo y refugio en
tiempos de crisis, Él quiere que sus hijos le presten sus pies, sus manos y su boca para
consolar a aquellos que sufren. La Biblia enseña: “Alégrense con los que están alegres y
lloren con los que lloran” +Rom 12,15+.
Consolando al triste también alabamos al Señor, cumplimos la ley de Jesús y nos
ganamos el Reino de los cielos. Aprendamos a escuchar, a abrazar, a amar y aconsejar a
quienes lo necesitan, ya sea en el trabajo, en la familia o en cualquier entorno social.
Sufrir con paciencia los defectos del prójimo: Dios utiliza los defectos de nuestros
hermanos para que poco a poco vayamos creciendo en las virtudes que nos llevarán a la
santidad. Además, así como nosotros tenemos defectos que afectan a aquellos que nos
rodean y ellos deben ayudarnos y comprendernos, de la misma manera lo debemos hacer
con ellos. Aprendiendo a soportar todos estos detalles que a veces nos sacan de quicio,
pero que nos ayudan a ser imitadores de Jesús y nos ayudan a entrar al Reino de los
cielos. No podemos perder ninguna oportunidad; cuando nuestro hermano empiece a
manifestar sus defectos, ofrezcámosle esto a Jesús diciendo: “Señor, te ofrezco esta
situación con mi hermano en reparación por mis pecados que son muy grandes y
necesito tu infinita misericordia”; volvamos todas las situaciones complicadas en
oración y la paz de Cristo llenará nuestros corazones.
San Pablo nos habla del amor y sus características, además de sus diferentes
manifestaciones: el amor de padres, amor de hermanos, amor de hijos, amor de amigos,
amor al prójimo, amor de pareja (esta cita se ha interpretado de manera común solo al
amor matrimonial, pero abarca todas sus manifestaciones); demos un vistazo estas
características que deben ser la base de toda relación cristiana: “El amor es paciente y
muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con
bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se
alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree
todo, lo espera todo y lo soporta todo” +1 Cor 13,4-7+.
Nuestras relaciones humanas deben estar direccionadas por el amor de Dios manifestado
a los demás por medio nuestro, siendo imitadores de Cristo, de esta manera la
convivencia será diferente y nuestras familias y la sociedad sanarán las heridas del odio y
la violencia.

Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy
queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la
paciencia. Sopórtense y perdónense unos a otros si uno tiene motivo de queja
contra otro. Como el Señor los perdonó, a su vez hagan ustedes lo mismo. Por
encima de esta vestidura pondrán como cinturón el amor, para que el conjunto
sea perfecto.

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+Col 3,12-14+

Rogar a Dios por los vivos y por los muertos: Es un gesto de amor el interceder por la
conversión de los pecadores; los que hemos tenido la dicha de conocer a Jesús de
manera personal, debemos compartir su afán por la conversión de las almas, en especial
todas aquellas que se han alejado de la casa del Padre. Jesús en el Evangelio dice:

También habéis oído que antes se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.’
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen.
Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, pues él hace que su sol
salga sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos e injustos.
+Mt 5,43-45+

Una obra de amor es ofrecer oraciones y sacrificios por las almas de las personas que
murieron de repente sin conocer a Dios, sin tener la oportunidad de recibir una
predicación de la Palabra, o sin poder recibir los sacramentos. La Santísima Virgen María
ha dicho en sus manifestaciones alrededor del mundo que muchas almas están cayendo
en la condenación porque no hay nadie que ore por ellas. ¿Cuántas personas oran por los
miembros de su comunidad, su familia, sus compañeros de trabajo, ya difuntos? Es el
momento de comenzar.
La Palabra de Dios nos enseña que: “SIN SANTIDAD NADIE VERÁ A DIOS” +Hb
12,14+. La santidad implica dos cosas: la primera es santidad por recibir el bautismo,
que es la salvación y segundo la rectitud de vida, es por esto que los Católicos creemos
en el purgatorio como un estado del alma en el cual se termina el proceso de purificación
de nuestros pecados. Es un hecho que muchas personas fallecen sin haber caminado en
santidad, muchos aceptan a Jesús como su Señor y salvador a la hora de la muerte y son
aceptados por el Señor en la familia eterna, pero deben purificar y reparar las
consecuencias de sus pecados para poder entrar en la presencia de Dios.

Luego efectuó una colecta que le permitió mandar a Jerusalén unas dos mil
monedas de plata para que se ofreciese allí un sacrificio por el pecado. Era un
gesto muy bello y muy noble, motivado por el convencimiento de la
resurrección. Porque si no hubiera creído que los que habían caído
resucitarían, habría sido inútil y ridículo orar por los muertos. Pero él
presumía que una hermosa recompensa espera a los creyentes que se acuestan
en la muerte, de ahí que su inquietud fuera santa y de acuerdo con la fe.
Mandó pues ofrecer ese sacrificio de expiación por los muertos para que
quedaran libres de sus pecados.

47
+2 Mac 12,43-45+

La oración más poderosa que podemos ofrecer por los difuntos es la Santísima
Eucaristía; por eso cuando vayamos a Misa, ofrezcamos este santo sacrificio por las
personas fallecidas de nuestras familias, amigos y en todo el mundo, en especial las más
olvidas, las que no tienen alguien que eleve una plegaria por ellas al cielo. Recordemos
que así como nosotros seamos de generosos con aquellos que necesitan oración (vivos o
muertos), de la misma manera lo serán con nosotros en el momento que lo necesitemos.

OBRAS DE MISERICORDIA "CORPORALES"

Visitar a los enfermos: Jesús sentía compasión por los enfermos y necesitados y nosotros
estamos llamados a tener los mismos sentimientos de Jesús +Fil 2,5+, es por esto que
debemos visitar a los que sufren la enfermedad para llevarles el mensaje de la buena
nueva y orar por ellos para que Dios haga su obra sanadora tanto en el alma como en el
cuerpo.
Dar de comer al hambriento: El mundo entero experimenta un gran egoísmo y nuestra
realidad no es ajena a esto; cuánta comida desperdiciamos en nuestras casas; muchas
personas la botan a la basura sin pensar que en el mundo muchos no tienen que comer.
Debemos concientizarnos de las necesidades de los más pobres, buscando la manera de
dar según nuestras capacidades y procurando el máximo beneficio para el prójimo, y con
mayor razón cuando se trata de alimentos.
En la caridad no se puede humillar al necesitado, nadie conoce las condiciones de vida
que puede tener. El juicio y la crítica deben dejarse a un lado; cuántas veces pasamos
juzgando a aquellos que nos piden algo para comer pensando que lo gastarán en sus
vicios. La caridad se hace rápido, con cariño y sin perseguirla. De igual manera se debe
apoyar a las instituciones; no dar limosna.
Cuando se tenga la oportunidad, qué bueno que podamos dar una ayuda extra como:
mercado, medicamentos, dinero para un uso específico. Dios te pagará lo que hayas
dado de corazón.

Un préstamo al pobre es un préstamo al Señor, y el Señor mismo pagará la


deuda.
+Pro 19,17+
Todo lo que gastes de más te lo pagaré cuando vuelva.
+Lc 10,35+

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Dar de beber al sediento: Cuántos hermanos nuestros no tienen agua potable o deben
tomar aguas contaminadas para poder sobrevivir y tal vez nosotros despilfarramos este
recurso natural vital; debemos ser buenos administradores y tener corazones agradecidos
y generosos que compartan con los demás las bendiciones que se han recibido. Hasta el
mismo Jesús en el momento de su martirio sintió sed y no recibió más que desprecios
representados en el vinagre que le ofrecieron para calmarla +Jn 19,29+.

Asimismo, el que dé un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, porque es


discípulo, no quedará sin recompensa: soy yo quien se lo digo.
+Mt 10,42+

Dar posada al peregrino: Debemos de manera generosa ofrecer nuestra ayuda a


aquellos que lo necesitan en la medida de nuestras posibilidades y sin arriesgar la
seguridad de nuestras familias; Dios bendice de manera especial a aquellas personas que
abren las puertas de su casa para acoger a su hermano. La Palabra nos dice: “Ayudad en
sus necesidades a los que pertenecen al pueblo santo; recibid bien a los que os
visitan.” +Rom 12,13+.

Acójanse unos a otros en sus casas sin quejarse.


+1 Pe 4,9+

Vestir al desnudo: Estamos viviendo tiempos donde el consumo excesivo está cada vez
más arraigado en nuestra forma de vivir, y constantemente estamos comprando lo que en
realidad no necesitamos, mientras que muchas personas no tienen siquiera lo básico para
vivir dignamente. Es por esto, que necesitamos liberarnos de todo aquello que no usamos
y que puede traer bienestar a los más necesitados, debemos aprender a desapegarnos de
las cosas materiales que terminamos acumulando y que se convierten en una esclavitud,
no nos dejan vivir en libertad, como dice la Escritura: “Pues al llegar al mundo no
trajimos nada, y al dejarlo tampoco nos llevaremos nada” +1 Tim 6,7+.
"El pan que te sobra le pertenece al hambriento; el vestido que ya no usas le pertenece
al necesitado; el calzado que ya no empleas le pertenece al descalzo... Las obras de
caridad que no haces, son injusticias que cometes." Sn. Basilio Magno.

Si uno goza de riquezas en este mundo y cierra su corazón cuando ve a su


hermano en apuros, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijitos,
no amemos con puras palabras y de labios para afuera, sino de verdad y con
hechos.
+1 Jn 3,17-18+

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Visitar a los encarcelados: Muchas personas, hombres y mujeres, han cometido delitos
que han afectado de manera grave la dinámica social en la que vivimos, por esto han sido
encerrados en cárceles para que de alguna manera asuman su responsabilidad frente a la
sociedad, pero de manera consciente o inconsciente han sido marginados. También
tenemos los casos de personas que están allí siendo inocentes. Jesús ha venido por
aquellos que necesitan ser sanados en su corazón y por esto no los excluye, sino que nos
invita a todos los cristianos a llevarles la buena nueva, con ánimo de servirles y llevarles
una voz de aliento, de esperanza y sobre todo decirles que Dios no los ha olvidado.
Este fue el gesto del Papa Francisco al querer ir en su primera celebración de la Última
Cena como obispo de Roma a una penitenciaría para jóvenes infractores. Les llevó la
esperanza de que todo en sus vidas puede cambiar y que hay alguien que los ama,
JESÚS. Por algo el profeta nos dice del Mesías:

¡El Espíritu del Señor Yavé está sobre mí! sepan que Yavé me ha ungido. Me ha
enviado con un buen mensaje para los humildes, para sanar los corazones
heridos, para anunciar a los desterrados su liberación, y a los presos su vuelta
a la luz.
+Is 61,1+
Y estas palabras se las aplicó Jesús a sí mismo.
+Lc 4, 16-21+

Enterrar a los muertos: Dar una cristiana sepultura a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad es un derecho, es una forma de valorar la dignidad humana puesto que
todos venimos de Dios y a Él tendremos que volver.
Catecismo 2300. Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad
en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de
misericordia corporal (cf Tb 1, 16-18), que honra a los hijos de Dios, templos del
Espíritu Santo.
Catecismo 2301. La autopsia de los cadáveres es moralmente admisible cuando hay
razones de orden legal o de investigación científica. El don gratuito de órganos después
de la muerte es legítimo y puede ser meritorio.
La Iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la resurrección
del cuerpo (cf CIC can. 1176, § 3).
El respeto del cuerpo, que es templo del Espíritu Santo, debe ser tenido siempre en
cuenta aún después de la muerte, es por esto que se deben evitar ceremonias extrañas
que no respeten su dignidad, los restos o las cenizas deben ser sepultados con la
esperanza de la resurrección de los muertos.

50
AMOR Y NO SACRIFICIOS.
Porque me gusta más el amor que los sacrificios, y el conocimiento de Dios,
más que víctimas consumidas por el fuego.
+Os 6,6+

El día en que nos presentemos delante de Jesús para nuestro juicio, el Señor no nos
preguntará por los títulos académicos que hemos obtenido, ni por cuántos idiomas
hablamos, o a qué familia prestante pertenecimos; no preguntará cuántos rosarios
rezamos al día o a cuántas Eucaristías asistimos, no preguntará si nos sabemos de
memoria la Biblia. Todas estas cosas son importantes y buenas y, hechas correctamente,
deben producir frutos de santidad y misericordia en nuestras vidas. Lo que realmente Él
nos preguntará será: ¿Cuán grande ha sido tu amor? ¿Cuánto amaste a tus hermanos?
¿Cuánto serviste a tu prójimo? ¿Cuánto imitaste mi carácter (el de Jesús) en tu vida,
mostrando frutos de amor para con los demás? Estas van a ser las preguntas claves,
seremos juzgados por el amor.
Los fariseos eran estrictos en el cumplimiento de la ley y en los sacrificios que ofrecían a
Dios, pero su corazón estaba lejos de Él, pues no practicaban la misericordia con sus
hermanos más necesitados. Es por esto que el Apóstol Santiago nos enseña:

Habrá juicio sin misericordia para quien no ha sido misericordioso, mientras


que la misericordia no tiene miedo al juicio.
+St 2,13+

A la hora de ayudar a los más necesitados la crítica debe dejarse a un lado. Si alguien nos
pide ayuda, y está a nuestro alcance hacerlo, no escatimemos esfuerzos. Si vemos a una
persona haciendo algo malo debemos orar por ella, recordando siempre que, cuando no
conocíamos al Señor, cometíamos faltas iguales, o tal vez mayores. Debemos orar
además por la conversión de todos aquellos que están lejos de la casa de nuestro Padre
Dios: narcotraficantes, los corruptos, guerrilleros, paramilitares, pandilleros, y toda clase
de pecadores, incluyéndonos a nosotros mismos. Así, por nuestra oración, ganaremos
muchas almas para el Señor Jesús, y su sacrificio no será en vano para tantas almas;
alcanzaremos nosotros también misericordia.
Cuando logramos dejar a un lado nuestros problemas orando y ayudando al prójimo,
practicando misericordia, Dios no nos desamparará, nos respaldará de manera poderosa;
sanará nuestras heridas, limpiará nuestros pecados y su bendición siempre estará en

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nosotros; la Gloria del Omnipotente será nuestro escudo y siempre responderá a nuestro
llamado.

¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas,
desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase
de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán
a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano.
Entonces tu luz surgirá como la aurora y tus heridas sanarán rápidamente. Tu
recto obrar marchará delante de ti y la Gloria de Yahvé te seguirá por detrás.
Entonces, si llamas a Yahvé, responderá. Cuando lo llames, dirá: Aquí estoy.
+Is 58,6-9+

EXAMEN DE CONCIENCIA DE ACUERDO CON LOS


10 MANDAMIENTOS +Ex 20, 1-17+

Ya hemos dicho anteriormente que el examen de conciencia debe realizarse en torno a


tres elementos: El amor, la ley, y las enseñanzas de la Iglesia. Hemos hecho un recorrido
por las obras de misericordia y las bienaventuranzas. Ahora es muy importante que
examinemos nuestra conciencia a la luz de la ley de Dios.
En los últimos tiempos algunas personas han cuestionado y han querido suprimir del
examen de conciencia los 10 mandamientos, calificándolos como "demasiado rígidos",
fuertes y pasados de moda. Consideran que podría generar una carga demasiado pesada
en las conciencias de las personas; pero no fue esto lo que dijo Jesús, el mismo que
predicó las bienaventuranzas +Mt 5,2-12+ y las obras de misericordia +Mt 25,34-
46+. Él dijo claramente: “No he venido a suprimir la ley sino a llevarla a su perfección”
+Mt 5,17+. Esto quiere decir que la ley sigue vigente a luz de la perfección que da el
amor. Por lo tanto, podemos ser muy buenos cumplidores de la ley (fariseos) o podemos
ser muy buenos cristianos (seguidores de Jesucristo).

Jesús estaba a punto de partir, cuando un hombre corrió a su encuentro, se


arrodilló delante de él y le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer
para conseguir la vida eterna?" Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno?
Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no
cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas
injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: "Maestro, todo
eso lo he practicado desde muy joven. Jesús fijó su mirada en él, le tomó

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cariño y le dijo: "Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y
reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después,
ven y sígueme.
+Mc 10,17-21+

¡La respuesta de nuestro Señor fue contundente! Jesús le dijo al hombre rico que debía
cumplir los mandamientos, y además darle todo lo que tenía a los pobres para caminar
en la perfección del amor. El Señor jamás descalificó los mandamientos; les dio plenitud
con la entrega amorosa a los más necesitados.
El trabajo de la Iglesia nunca será atemorizar a las personas; su labor siempre será
llamarlas con misericordia para que vuelvan su vida al Señor que “nos amó y entregó su
vida por cada uno de nosotros” +Gal 2,20+. La Iglesia, como madre y maestra, no
puede permitir que las personas relajen sus conciencias al punto de dejar de llamar
pecado a lo que es pecado +2 Tim 4,3-4; Is 5,20+.
El conjunto de los 10 mandamientos dados por Dios a Moisés en el monte Sinaí se divide
en dos partes: la primera son los mandamientos con respecto al amor a Dios y la segunda
parte con respecto al amor al prójimo. (cf. Catecismo, nos. 2067 - 2069)

Primera parte: Con respecto al amor a Dios.


1. Amar a Dios sobre todas las cosas.

¿Reconozco a Dios como mi creador y mi dueño, que ha dado a su único Hijo por amor
a mí para salvarme del pecado, lo he declarado como el Señor de mi vida y reconozco
que ha enviado su Santo Espíritu para llevarme a la santidad? o ¿he puesto en su lugar
ídolos como el dinero, el tener, el placer, el poder, el trabajo, el conocimiento? ¿He
puesto en el lugar que le corresponde a Dios en mi corazón a mis padres, hermanos,
hijos o amigos? ¿He creído más en el poder de los santos, de los ángeles o de la Virgen
María que en el poder de Dios?
¿Me he alejado de la casa de mi Padre Dios en busca de satisfacciones del mundo o en
búsqueda de placeres desordenados?
¿He intentado acercarme a Dios con un corazón sincero para compartir con Él una
relación de Padre e hijo, o lo he hecho por interés? ¿He visto a Dios como un Padre
amoroso que quiere lo mejor para mi vida, o lo he visto como un Dios lejano, castigador
y al que no le importan sus hijos?

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¿Reconozco que el Señor es mi proveedor en todas las áreas de la vida y soy agradecido
de su generosidad para conmigo o creo que todo lo que tengo lo he conseguido por mis
propios medios?
¿Busco a Dios en oración diaria para cultivar mi relación de amor con Él? ¿Reconozco
en mi corazón el mensaje de la verdad dado en la Palabra de Dios?
¿He caído en superstición o algún tipo de ocultismo (brujería, hechicería, poder mental,
metafísica, astrología, adivinación, cartomancia, santería, magia, fetichismo, espiritismo,
satanismo, yoga, nueva era, reiki) u otra práctica ajena al cristianismo?
¿Me preocupo por formarme en la fe leyendo la Palabra de Dios, el Catecismo de la
Iglesia, libros de crecimiento espiritual? ¿Quiero vivir mi fe en Dios a mi manera o busco
acompañamiento espiritual?
¿Vivo mi vocación en la Iglesia como cristiano siendo testigo del Evangelio o estoy
anhelando estados de vida diferentes que me distraen del plan de Dios? ¿Utilizo los dones
que Dios me ha regalado para el servicio de los demás?

2. No jurar su Santo nombre en vano.

¿Juro en el nombre de Dios para darle credibilidad a cosas vanas o sin importancia?
¿Utilizo el nombre de Dios para justificar mis actos aunque estos estén en contra de su
santa Palabra o para aprovecharme de los ignorantes en la fe?
¿Reconozco que hago parte de la familia de Dios en la Iglesia y que debo dejar en alto
esta dignidad con mi comportamiento como cristiano? ¿Doy testimonio de ser hijo de
Dios ante cualquier persona o me avergüenzo de identificarme como discípulo de Jesús?
¿He blasfemado contra Dios interior o exteriormente con palabras o pensamientos de
odio (esto incluye hablar mal de la Iglesia y en contra de todas las cosas sagradas)?

3. Santificar las fiestas.

¿Respeto el día que Dios ha separado para que lo alabemos dedicándole tiempo a la
oración y a la familia? ¿Voy a la Eucaristía y me esfuerzo por vivirla, o simplemente voy
a cumplir sin poner ningún interés en ella? ¿Asisto a la Eucaristía los domingos y los días
de precepto?
¿He recibido al Señor Jesús en el Santísimo Sacramento sin haber recibido antes la

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Confesión sacramental? ¿Dudo de la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento
del Altar? ¿Voy de cualquier manera (mal vestido o sin preparación), tanto física como
espiritual a recibir a Jesús Eucaristía?
¿Tengo prácticas religiosas (rezo de rosario, novenas u otro tipo de oraciones) durante la
celebración Eucarística?

Segunda parte: Con respecto al amor al prójimo.


4. Honrar a padre y madre.

¿Amo a mis padres y reconozco en ellos su autoridad? ¿Les presto ayuda material o
humana cuando la necesitan? ¿Tengo gestos de paciencia y ternura con mis padres?
¿Acojo y protejo a mis padres en su ancianidad? ¿Comparto tiempo de diálogo y
esparcimiento con mis padres? ¿Les digo a mis padres palabras tiernas y respetuosas o
los maltrato con insultos y golpes?

Como padres de familia:

¿Los padres comparten tiempo de esparcimiento y diálogo con sus hijos? ¿Han intentado
los padres manipular de manera dañina la vida de sus hijos para que hagan lo que ellos
quieran? ¿Los padres se han victimizado frente a las decisiones libres y maduras de sus
hijos? ¿Los padres han maltratado a sus hijos tanto fisca como verbalmente?

Como esposos:

¿Dedico tiempo a mi esposa(o)? ¿Soy cariñoso(a), comprometido(a) y diligente en mi


matrimonio? ¿He maltratado física o verbalmente a mi cónyuge?

5. No matar.

¿He quitado la vida a alguna persona? ¿He participado en abortos o he incentivado la


práctica de estos? ¿He tenido intentos de suicidio o ha pasado por mi mente el
realizarlo?
¿He asesinado la buena honra de alguna persona con murmuraciones o chismes? ¿He

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maldecido la vida de alguna persona deseándole la muerte o la ruina? ¿He destruido la
vida de alguna persona dañando su autoestima a través de palabras groseras y de
maltrato?

6. No fornicar.

¿He tenido relaciones sexuales fuera del vínculo matrimonial? ¿He consentido
pensamientos impuros que han desencadenado en actos de impureza como la
masturbación? ¿He utilizado pornografía? ¿He recurrido a la prostitución? ¿He
participado en relaciones homosexuales? ¿He practicado relaciones sexuales con
animales? ¿He participado en prácticas sexuales que degradan la dignidad humana o
generan aberraciones?

7. No robar.

¿Le he quitado algún bien a alguien con violencia, por la fuerza o al escondido? ¿He
devuelto los bienes prestados? ¿He ganado reconocimiento con logros ajenos? ¿No he
dado los créditos que les corresponden a las demás personas? ¿He recibido sobornos o
he sobornado a alguien? ¿He sido corrupto en mis acciones laborales o sociales?

8. No levantar falsos testimonios ni mentir.

¿Digo mentiras? ¿He levantado testimonios falsos contra alguna persona? ¿He sido
hipócrita a la hora de relacionarme con otros? ¿He participado de chismes o
murmuraciones? ¿He calumniado a alguien? ¿He sido irónico con los demás?

9. No desear la mujer del prójimo.

¿He mirado de manera morbosa o con deseo sexual desordenado a otras personas,

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hombres o mujeres? ¿He caído en relaciones adúlteras? ¿He coqueteado
imprudentemente con personas casadas? ¿Me ha faltado recta intención al relacionarme
con personas comprometidas? ¿Me expongo de manera provocativa y de doble sentido
frente a otras personas a pesar de estar casado(a)?

10. No codiciar los bienes ajenos.

¿He sentido envidia del progreso y los logros alcanzados de los demás? ¿He sentido
avaricia queriendo apropiarme de bienes ajenos? ¿He sido una persona codiciosa?
¿Tengo un apego desmedido a los bienes materiales? ¿Soy tacaño con los demás y con
Dios? ¿He participado de negocios ilícitos?
NOTA: Para una mayor profundización en el estudio de los diez mandamientos se
recomienda acudir al Catecismo de la Iglesia Católica. (nos. 2052 - 2557)

REVISANDO LOS SIETE PECADOS CAPITALES EN


NUESTRA VIDA

Este tipo de pecados o vicios están en contraposición a las virtudes y nos impiden
avanzar en el proceso de purificación del corazón y por ende en la santificación de
nuestra alma.
“Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana caída está
principalmente inclinada. Es por eso muy importante, para todo el que desee avanzar en
la santidad, aprender a detectar estas tendencias en su propio corazón y examinarse sobre
estos pecados.
El término "capital" no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos
otros pecados. De acuerdo a Santo Tomás (II-II: 153:4) “un vicio capital es aquel que
tiene un fin excesivamente deseable de manera tal que en su deseo, un hombre comete
muchos pecados, todos los cuales se dice, son originados en aquel vicio como su fuente
principal”.2
Catecismo 1866. Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen,
o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha
distinguido siguiendo a san Juan Casiano (Conlatio, 5, 2) y a san Gregorio Magno
(Moralia in Job, 31, 45, 87). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros

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vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.
A continuación veremos las definiciones de cada uno de los pecados capitales
1. Soberbia: Altivez y apetito desordenado de ser preferido por encima de los otros.
2. Avaricia: Afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas.
3. Lujuria: Vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites
carnales.
4. Ira: Pasión del alma, que causa indignación y enojo.
5. Gula: Exceso en la comida o bebida, y apetito desordenado de comer y beber.
6. Envidia: Tristeza o pesar del bien ajeno.
7. Pereza: Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados.

Pecados Capitales y virtudes a las que se contraponen

1. La soberbia se contrapone a la humildad.


2. La avaricia se contrapone a la generosidad.
3. La lujuria se contrapone a la castidad.
4. La ira se contrapone a la paciencia.
5. La gula se contrapone a la templanza.
6. La envidia se contrapone a la caridad.
7. La pereza se contrapone a la diligencia.

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ANEXOS

Teniendo en cuenta que algunas personas quisieran acceder a los sacramentos de la


Reconciliación y la Eucaristía y no les es posible por su estado de vida,
específicamente por ser personas divorciadas y vueltas a casar por lo civil o
simplemente divorciadas y conviven en unión libre con una nueva pareja, queremos
ofrecer alguna información sobre el tema de las nulidades matrimoniales en nuestra
Iglesia.

Exhortación Apostólica Postsinodal SACRAMENTUM CARITATIS del Santo


Padre Benedicto XVI, numeral 29.

Puesto que la Eucaristía expresa el amor irreversible de Dios en Cristo por su Iglesia, se
entiende por qué ella requiere, en relación con el sacramento del Matrimonio, esa
indisolubilidad a la que aspira todo verdadero amor.[91] Por tanto, está más que
justificada la atención pastoral que el Sínodo ha dedicado a las situaciones dolorosas en
que se encuentran no pocos fieles que, después de haber celebrado el sacramento del
Matrimonio, se han divorciado y contraído nuevas nupcias. Se trata de un problema
pastoral difícil y complejo, una verdadera plaga en el contexto social actual, que afecta de
manera creciente incluso a los ambientes católicos. Los Pastores, por amor a la verdad,
están obligados a discernir bien las diversas situaciones, para ayudar espiritualmente de
modo adecuado a los fieles implicados.[92] El Sínodo de los Obispos ha confirmado la
praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura +cf. Mc 10,2-12+, de no admitir a
los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de
vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se
significa y se actualiza en la Eucaristía. Sin embargo, los divorciados vueltos a casar, a
pesar de su situación, siguen perteneciendo a la Iglesia, que los sigue con especial
atención, con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano
mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar, la escucha de la Palabra
de Dios, la Adoración eucarística, la oración, la participación en la vida comunitaria, el
diálogo con un sacerdote de confianza o un director espiritual, la entrega a obras de
caridad, de penitencia, y la tarea de educar a los hijos.
Donde existan dudas legítimas sobre la validez del Matrimonio sacramental contraído, se
debe hacer todo lo necesario para averiguar su fundamento. Es preciso también asegurar,

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con pleno respeto del derecho canónico,[93] que haya tribunales eclesiásticos en el
territorio, su carácter pastoral, así como su correcta y pronta actuación.[94] En cada
diócesis ha de haber un número suficiente de personas preparadas para el adecuado
funcionamiento de los tribunales eclesiásticos. Recuerdo que « es una obligación grave
hacer que la actividad institucional de la Iglesia en los tribunales sea cada vez más
cercana a los fieles ».[95] Sin embargo, se ha de evitar que la preocupación pastoral sea
interpretada como una contraposición con el derecho. Más bien se debe partir del
presupuesto de que el amor por la verdad es el punto de encuentro fundamental entre el
derecho y la pastoral: en efecto, la verdad nunca es abstracta, sino que « se integra en el
itinerario humano y cristiano de cada fiel ».[96] Por esto, cuando no se reconoce la
nulidad del vínculo matrimonial y se dan las condiciones objetivas que hacen la
convivencia irreversible de hecho, la Iglesia anima a estos fieles a esforzarse por vivir su
relación según las exigencias de la ley de Dios, como amigos, como hermano y hermana;
así podrán acercarse a la mesa eucarística, según las disposiciones previstas por la praxis
eclesial. Para que semejante camino sea posible y produzca frutos, debe contar con la
ayuda de los pastores y con iniciativas eclesiales apropiadas, evitando en todo caso la
bendición de estas relaciones, para que no surjan confusiones entre los fieles sobre el
valor del matrimonio.[97]
Debido a la complejidad del contexto cultural en que vive la Iglesia en muchos países, el
Sínodo recomienda tener el máximo cuidado pastoral en la formación de los novios y en
la verificación previa de sus convicciones sobre los compromisos irrenunciables para la
validez del sacramento del Matrimonio. Un discernimiento serio sobre este punto podrá
evitar que los dos jóvenes, movidos por impulsos emotivos o razones superficiales,
asuman responsabilidades que luego no sabrían respetar.[98] El bien que la Iglesia y toda
la sociedad esperan del Matrimonio, y de la familia fundada en él, es demasiado grande
como para no ocuparse a fondo de este ámbito pastoral específico. Matrimonio y familia
son instituciones que deben ser promovidas y protegidas de cualquier equívoco posible
sobre su auténtica verdad, porque el daño que se les hace provoca de hecho una herida a
la convivencia humana como tal.

¿SE PUEDE DECLARAR NULO UN MATRIMONIO?3


Para la Iglesia no existe el divorcio sino lo que existe es la nulidad del matrimonio. Esto
quiere decir que se declara que nunca existió el vínculo matrimonial, es decir, nunca hubo
matrimonio.
La nulidad mediante Decreto se da cuando el Tribunal de la Iglesia encuentra que en
alguna de las promesas del matrimonio que fueron intercambiadas, por lo menos faltaba
algún elemento esencial para que el matrimonio fuera válido, como por ejemplo, que una
de las partes no intentaba ser fiel de por vida a la otra parte o que nunca pretendía tener
hijos. Otro ejemplo sería que una de las partes era incapaz del matrimonio (debido a

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alguna debilidad física, como enfermedad mental o alguna condición psicológica que
impidiera cumplir con el compromiso matrimonial como la homosexualidad etc.)
Si alguien está aprovechándose del proceso con engaño, esto sería un pecado muy grave
para esa persona. Una persona que entra inocentemente en un segundo matrimonio no es
culpable de pecado, pero la persona que se aprovechó del proceso para obtener
fraudulentamente el decreto, y así poder casarse de nuevo cometería adulterio en su
nuevo casamiento.
El proceso para obtener un Decreto de Nulidad supone la entrega de los hechos del
matrimonio, con testigos de los mismos, al Tribunal Eclesiástico. Cualquiera de las partes
lo puede hacer. Después de la evaluación debida de los hechos, el juicio sobre la validez
del mismo es realizado. Una segunda corte, normalmente una Diócesis vecina, debe
verificar la sentencia y esta debe ser aprobada por un Obispo. Cualquiera sea la decisión,
esta puede ser apelada a la Rota Romana (la Corte Suprema de la Santa Sede).
Como este es un proceso voluntario, la mayoría de las Diócesis estiman unos costos para
cubrir los gastos administrativos que este proceso acarrea. Si este estipendio es una carga
muy pesada se debe pedir su eliminación.
Si el Decreto de Nulidad se otorga, la pareja queda libre para volverse a casar, a menos
que la condición que llevó a la toma de decisión (Ej. falta de intención, enfermedad
mental, incapacidad, falta de madurez) siga existiendo. Entonces la persona que tiene ese
problema sigue estando incapacitada para el matrimonio (veto), pero la otra pareja que
no tiene el problema está libre para volverse a casar.

NULIDAD MATRIMONIAL4
Por explicarlo de un modo sencillo: para que un matrimonio sea válido debe ser realizado
en forma válida, entre personas hábiles y además que sean capaces de prestar
consentimiento.

Qué no es una nulidad matrimonial

No es un divorcio eclesiástico.
No es algo para ricos o famosos.
No es un artificio para resolver fracasos matrimoniales.
No es un proceso para enfrentar a los esposos.

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No es una declaración de culpabilidad.
No es causa de perjuicios innecesarios a los hijos.

Qué es la nulidad matrimonial

Una declaración sobre la validez o no del matrimonio.


Un derecho de los fieles, el de conocer si están o no verdaderamente casados.
Un modo de regularizar la situación de los fieles en la Iglesia.
Un servicio de la Iglesia a la dignidad del Matrimonio.
Un medio para conocer si un matrimonio se constituyó verdaderamente.
Un instrumento de paz para los fieles.

Cómo se pide

Conviene hablar con el Párroco o con un sacerdote conocido.


Dirigirse después al Tribunal eclesiástico diocesano.
El Secretario General del Tribunal informa de todos los pasos que hay que seguir.

Cuánto tarda

Esto depende del tribunal eclesiástico donde se radique el caso de nulidad, pero
normalmente tarda entre uno y dos años.

Causas más frecuentes

Grave inmadurez.
Incapacidad para ser esposos y padres.
Grave irresponsabilidad.
Otros trastornos psíquicos (adicciones: alcohol, drogas, ludopatía).
No querer casarse para siempre.

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No querer tener hijos.
Casarse obligado por fuertes presiones.
Poner una condición de futuro.

Nulidades derivadas de impedimentos

Impedimentos que nacen de circunstancias personales:

Impedimento de edad (16 años para el varón y 14 para la mujer): c. 1083.


Impedimento de impotencia antecedente y perpetua: c. 1084.

Impedimentos que nacen de causas jurídicas:

Impedimento de vínculo o ligamen: c. 1085.


Impedimento de disparidad de cultos: c. 1086.
Impedimento de orden sagrado: c. 1087.
Impedimento de voto público y perpetuo de castidad en un instituto religioso:
c. 1088.

Impedimentos que nacen de delitos:

Impedimento de rapto: c. 1089.


Impedimento de crimen: c. 1090.

Impedimentos de parentesco:

Impedimento de consanguinidad: c. 1091.


Impedimento de afinidad: c. 1092.
Impedimento de pública honestidad: c. 1093.
Impedimento de parentesco legal: c. 1094.

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Nulidades por vicio de consentimiento

Nulidad por carecer de uso de razón: canon 1095, 1º.


Nulidad por grave defecto de discreción de juicio: canon 1095, 2º.
Nulidad por incapacidad de asumir las obligaciones esenciales del matrimonio
por causas de naturaleza psíquica (incapacitas assumendi): canon 1095, 3º.
Ignorancia de las propiedades esenciales del matrimonio: canon 1096.
Error acerca de la persona: canon 1097 § 1.
Error acerca de una cualidad de la persona directa y principalmente pretendida
(error redundans): canon 1097 § 2.
Dolo provocado para obtener el consentimiento: canon 1098.
Error determinante acerca de la unidad, de la indisolubilidad o de la dignidad
sacramental del matrimonio (error determinans): canon 1099.
Simulación total del matrimonio o exclusión de una propiedad esencial: canon
1101.
Nulidad por atentar matrimonio bajo condición de futuro (canon 1102 § 1) o
bajo condición de pasado o de presente que no se verifica (canon 1102 § 2).
Matrimonio contraído por violencia o por miedo grave: canon 1103.

Nulidades por defecto de forma

Matrimonio nulo por celebrarse sin la asistencia del ordinario del lugar o
párroco, o sin su delegación: canon 1108.
Matrimonio por procurador nulo por vicio del mandato: canon 1105.
Matrimonio nulo por falta de uno o de los dos testigos: canon 1108.

Pastoral de los divorciados vueltos a casar (Sacramentus


Caritatis no. 29)

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TABLAS DE ABREVIATURAS

Biblia Latinoamericana . BLA

Biblia de Jerusalén. BJER

Biblia Dios Habla Hoy. DHH

Biblia Nácar Colunga. N-C

Biblia Traducción en Lenguaje Actual con Deuterocanónicos. TLAD

Catecismo de la Iglesia Católica. CIC

El Libro del Pueblo de Dios. LPD

1. CATHOLIC.NET “Una conciencia sana” Fecha de consulta: (23 de Julio de 2013) [Disponible en línea]: http://es.catholic.net/educadorescatolicos/751/2408/articulo.php?
id=23966

2. CATHOLIC.NET “Los pecados capitales” Fecha de consulta: (31 de Julio de 2013) [Disponible en línea]: http://es.catholic.net/conocetufe/364/817/articulo.php?id=24756

3. ACIPRENSA.COM “¿Se puede anular el matrimonio?” Fecha de consulta: (06 de Agosto de 2013) [Disponible en línea]:
http://www.aciprensa.com/Familia/matrinulidad.htm#1

4. CATHOLIC.NET “Nulidad Matrimonial” Fecha de consulta: (06 de Agosto de 2013) [Disponible en línea]:
http://es.catholic.net/estudiososdelderechocanonico/217/556/articulo.php?id=8546

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Índice
PRÓLOGO 3
INTRODUCCIÓN 5
Capítulo 1: TODOS SOMOS PECADORES 7
Capítulo 2: CINCO FORMAS DE PECAR 12
Capítulo 3: LA CONFESIÓN DE LOS PECADOS 22
Capítulo 4: CINCO PASOS PARA UNA BUENA CONFESIÓN 31
Capítulo 5: EL EXAMEN DE CONCIENCIA 40
ANEXOS 59
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2 65
3 65
4 65

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