El descubrimiento de que los genomas procarióticos y eucarióticos son menos estables de lo que los análisis genéticos clásicos habían indicado, es uno de los muchos desarrollos importantes realizados por la Genética Molecular en los últimos años. Bárbara Mc Clintock, Premio Nobel de Medicina 1983, estudiando loci inestables, con una alta tasa de mutabilidad reversible en maíz, Zea mays, pudo concluir hacia finales de la primera mitad de este siglo que las expresiones fenotípicas en los loci mutables estaban ligadas a cambios en un elemento de la cromatina diferente a los componentes de los genes mismos. Estas entidades fueron denominadas por Mc Clintock “Elementos Controladores”, pues podían inhibir la actividad de un gene al insertarse en él o cerca de él. De vez en cuando, en el tejido germinal o en el somático, el elemento podía escindirse de ese sitio y como resultado, la actividad del gene podía ser más o menos restaurada, mientras que el elemento podía integrarse en otra parte del genoma en donde afectaría la actividad de otro gene. Sin embargo, fue en los organismos Procarióticos en donde 20 años después del descubrimiento de los elementos controladores en maíz, se encontró un nuevo tipo de mutaciones que parecían deberse a una adición de segmentos de ADN de longitud definida al cromosoma de la célula. Estas secuencias mutadoras de alrededor de 2000 pares de nucleótidos de longitud, descubiertas en la bacteria Escherichia coli, se denominaron inicialmente “Secuencias de la inserción” y muy pronto se estableció que podían integrarse en múltiples sitios del cromosoma bacteriano causando mutaciones reversibles, la cual indicaba la existencia de fenómenos de inserción y escisión de unidades estructurales discretas. Hasta ahora, elementos genéticos transponibles como los descubiertos inicialmente en maíz y en bacterias también se han descrito en levadura y en Drosophila, lo cual representa una razonable distribución para considerar su existencia como universal en el mundo biológico. Actualmente se conoce a los elementos genéticos transponibles con la denominación genérica de transposones. Por diversas técnicas genéticas y moleculares se sabe que los transposones bacterianos tienen entre 750 y 5000 pares de nucleótidos y que codifican una enzima llamada transposasa (una endonucleasa que cataliza los procesos de inserción y escisión) y una proteína reguladora de la transposición (que actúa como represor con control negativo sobre la transcripción). Algunos transposones bacterianos poseen genes que codifican resistencia a antibióticos y aun algunos tienen la organización genética y molecular suficiente para considerarlos como partículas virales. Una notable característica estructural de los transposones es la presencia de extremos con secuencias repetidas. Estos extremos son esenciales en los procesos de inserción-escisión, pues las mutaciones que afectan estas zonas inhiben la transposición del elemento. Los transposones tienen la muy interesante propiedad de generar re-arreglos cromosomales en la vecindad del sitio de su inserción, como por ejemplo, delecciones, adiciones, duplicaciones, inversiones y fusión de replicones, lo cual explica la gran capacidad que poseen para originar mutaciones. Un modelo reciente de cómo se realiza la transposición postula que la transposasa codificada por el transposón reconoce una pequeña secuencia en el ADN “blanco”, provocando un corte escalonado en el que se realiza la inserción. La reparación de los extremos del corte produce las secuencias repetidas terminales y conduce a la replicación del transposón. Actualmente existe mucha evidencia física y genética de la presencia de transposones similares a los bacterianos en levadura, Drosophila y muy posiblemente en células de mamíferos, en donde serían responsables de diversos eventos mutacionales.