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Ana María Dolores H uerta J aramillo

y L ilián I llades A guiar

Coordinadoras

Trayectos del Fulgor


Libros y viajes en la circulación de saberes
Siglos xvi al xxi

Benemérita Universidad Autónoma de Puebla


Dirección de Fomento Editorial

3
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Alfonso Esparza Ortiz
Rector
René Valdiviezo Sandoval
Secretario General
Flavio Guzmán Sánchez
ED Vicerrectoría de Extensión y Difusión de la Cultura
Ana María Dolores Huerta Jaramillo
Directora Editorial

Primera edición, 2016


ISBN: 978-607-525-208-7

©Benemérita Universidad Autónoma de Puebla


Dirección de Fomento Editorial
2 Norte 1404, CP 72000
Puebla, Pue.
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Impreso y hecho en México


Printed and made in Mexico

4
nombre capitulo 109

rodolFo r aMíreZ rodrígueZ

T
LA MIRADA ROMÁNTICA
DE LA LITERATURA DE VIAJE
FRANCESA:
El caso de México en la década 1850-1860,
entre invención e invasión

Resumen

Con el arribo a México de una pléyade de viajeros franceses (inmi-


grantes, empresarios, inversionistas, exploradores) también llegó al país
la corriente ideológica y literaria del romanticismo, puesta en boga en
Europa al mediar el siglo xix. Los aspectos que resaltaba el romanticismo
francés fueron: la sensibilidad ante la naturaleza, el “viaje interior” y
el reconocimiento del pueblo como factor de cambio social. Esto fue
resaltado en las obras de viaje que escritores como Ernest Vigneaux,
Lucien Biart y Désiré Charnay realizaron de 1848 a 1860. Las principales
críticas en esta literatura fueron las costumbres, el carácter de la pobla-
ción y la descomposición política reinante en México. No obstante, esa
sensibilidad descriptiva extranjera hacia los mexicanos, entre barbarie
y civilización, hizo posible dar cuenta de aspectos que fueron el
bastión moral ante la invasión francesa y la singularidad del carácter
nacional. La fascinación originada por el México decimonónico pasó
de la expectativa natural a la comprensión de lo social.

Palabras clave

Literatura viajera, romanticismo, franceses, costumbres, carácter nacional.


102 trayectos del fulgor

Abstract

With the arrival to Mexico of a multitude of French travelers (immigrants,


entrepreneurs, investors, and explorers) also came to our country, the
ideological and literary movement of Romanticism, after becoming very
popular in Europe toward the middle of the nineteenth century. The
issues highlighted by the French Romanticism were: the sensitivity to
nature, the “inner journey” and the recognition to the people as a fac-
tor of social change. This was underlined in the works of writers like:
Ernest Vigneaux, Lucien Biart and Désiré Charnay, conducted from
1848 to 1860. Nevertheless, this foreing sensibility towards Mexicans,
“between barbarism and civilization”, allowed that in the Mexican
people, those very same negative aspects were —paradoxically— a
moral bastion against the French invasion. The fascination caused
by the nineteenth-century Mexico, went from the natural
expectation up till the understanding of the social concept.

Keywords

Travel literature, romanticism, French in Mexico, folkways,


national character.
nombre romántica
la mirada capitulo de la literatura de viaje francesa 103

Preparación para un lejano viaje

E l siglo xix se distingue en la historia mundial, entre otras muchas


cosas, por su sentir romántico, evasivo y reactivo. Época de grandes
cambios y de crisis en general donde los protagonistas más sobresalien-
tes: el poeta, el revolucionario, el viajero, el comerciante, el industrial y
el banquero, se sienten apesadumbrados, cada quien a su manera, por
el dolor del mundo (Schmerzenwelt) y ponen todo su entusiasmo por
medio de la acción o de la evasión.1 Uno de los protagonistas típicos
de este periodo, a causa de la expansión comercial y marítima, fue el
viajero, en cuyo diario de viaje relataba sus impresiones, con la fasci-
nación de un escritor, mostrando lo íntimo y lo visible de un “nuevo
mundo” recién descubierto y explorado a través de sus descripciones
la forma de vida de los países a donde arribaba, con la posibilidad de
enriquecerse por medio del comercio y con la perspectiva de realizar
investigaciones según sus intereses. En esa época era común que un
viajero reuniera sus cartas o escritos en un libro sobre su experiencia
para ser publicados en su país de origen, que por lo común eran naciones
política y tecnológicamente desarrolladas, siendo éstas el reino de la
Gran Bretaña, los estados alemanes, la Francia republicana y la pujante
nación de los Estados Unidos de Norteamérica. A esto se le denominó
en la historiografía “literatura viajera”.
La necesidad de conocer el mundo incita el deseo de describir cul-
turas ajenas y distintas que son visitadas (“la otredad”) y compartirlas
con un “nosotros” —una nación o una cultura en particular— que, por
regla general, forman parte de los países del hemisferio occidental. Por
este motivo, uno de los objetivos más importantes de esta literatura es
resaltar las impresiones y reflexiones hechas por el viajante (traveler)
usando tropos de contenido consciente, pero fundamentalmente subje-
tivos, como mecanismos de autodefinición en un lugar y espacio social
ajeno al momento de redactar sus escritos. Es por ello que encontramos
en todo texto representativo de la literatura de viajes una afirmación del
ser frente a un “otro” u “otros” (travelees o receptores del viaje) quienes,
a su vez, constituirían el principal interés de la mirada occidental viajera
expresada en la multiplicidad de fines, proyectos, ambiciones, gustos o

1
Juan Antonio Ortega y Medina, México en la conciencia anglosajona, Vol. ii, México, Antigua
Librería de Robredo, 1955, p. 43.
104 trayectos del fulgor

apetitos particulares.2 Un “redescubrimiento” del mundo que era fun-


damental para describirlo y poder ser asimilado y difundido por cada
sociedad de Occidente; cargando la narración con conceptos y categorías
históricas propias de la cultura del escritor, a veces contradictorias con
lo que asimismo se quería explicar, aunque generalmente reveladoras
de las diferencias culturales existentes en el mundo.3 Un descubrimiento
caracterizado por un afán racional, ilustrado y con capacidad descriptiva
o anecdótica ante lo desconocido, ahora revelado.
La fascinación despertada por los relatos de viaje, especialmente por
las culturas lejanas o exóticas, está marcada por la percepción de una
alteridad cultural, social y política por parte de los viajeros. Sin embargo,
éstos ponen de manifiesto lo mucho que hay de lo propio (su cultura)
en la captación de lo que se presenta como culturalmente distinto. De
manera que existe un complejo juego que se establece entre lo que se
relata y lo que se conoce entre los lectores contemporáneos de una obra
viajera: “Un juego que puede hacer que lo no sabido pase, inconscien-
temente o de forma muy calculada, a estructuras de lo ya sabido con
anterioridad.” Se trata de formas de percepción de la alteridad cultural
que, a lo largo del tiempo, se conforman y se presentan con claridad,
dando origen a los arquetipos y estereotipos. El relato de viajes se
fundamenta en una lógica de los movimientos del entendimiento que
concreta la dinámica entre el “saber” y el “actuar”; entre los lugares de
la escritura, de la lectura y de lo relatado.4
Muchos fueron los lugares de destino de los viajeros occidentales
del siglo xix, quienes incluso crearon una temática cultural compartida
para los ávidos lectores de este género literario: África ocupó un lugar
predominante en el imaginario británico, así como el Cercano y Lejano
Oriente para Francia; sin embargo, la América hispánica fue fuente de
gran interés para Europa occidental, así como también para los Estados
Unidos de América. En ella se daría una permanente literatura de viaje
sobre países tan diversos y complejos como Colombia, Perú, Chile o

2
Mary Louise Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Londres, Routledge,
1992, pp. 112 y 136.
3
Josep Fontana, Europa ante el espejo, Barcelona, Editorial Crítica (Biblioteca de Bolsillo), 2000.
4
Ottmar Ette, Literatura de viaje, de Humboldt a Baudrillard, México, ffyl-unam / Servicio
Alemán de Intercambio Académico, 2001, pp. 13-14.
la mirada romántica de la literatura de viaje francesa 105

México, tras haber obtenido su independencia política en la segunda


década del siglo xix.
Así, todos los extranjeros que vinieron a México, como a cualquier
otro país americano, pudieron describir los diferentes planos humanos,
geográficos, comerciales, políticos o culturales dentro de su travesía
que realizaron por intereses disímiles: comerciales, de exploración,
misión diplomática o simple aventura. Pero, sin duda, la dimensión
que siempre se encontrará representada será la social, pues todo viajero
se movía en diferentes grupos y capas sociales del país al que llegaba
y tenía como ventaja una gran libertad de acción y de crítica que no
poseían los habitantes de esa tierra, lo que le permite observar y dar
cuenta de una gran cantidad de tópicos que apuntará y luego descri-
birá para contrastar, criticar y alabar lo que juzga pertinente.5 En ese
sentido, la escritura o literatura de viajes justifica su incursión como
fuente histórica al fungir como transmisora de información de intereses
particulares, donde el escritor supera sus intereses primarios y logra
establecer un contraste entre dos culturas, cerciorándose de la percep-
ción del otro y de la problematización de la percepción construida, en
juicios o prejuicios, que al final desemboca en una reconciliación de lo
“propio”. En otras palabras, la importancia de la literatura viajera es
que permite el conocimiento de la otredad y el reconocimiento propio
del observador. El viajero sería entonces un transculturador que ayudó
a forjar la idea del mundo.

El ambiente literario del romanticismo

En una obra publicada en Francia hacia 1847, sobre las nuevas tendencias
de literatura viajera, el editor francés Albert Montémont expuso lo que
a su juicio era el acto de “viajar” en el siglo xix: “Viajar es aprender a
conocer, a comparar, a juzgar y a convertirse en alguien mejor; es rela-
cionar la propia experiencia con la de los otros pueblos; es agrandar la
esfera de las ideas y prepararse para el porvenir una multitud de goces
inagotables; es penetrar cada vez más en las infinitas maravillas de la
naturaleza y en los secretos aún más infinitos del corazón humano.”6

5
Ette, Op. cit., pp. 21-23.
6
Albert Montémont, Voyagues nouveaux par mer et par terre effectués ou publiés de 1837 à
106 trayectos del fulgor

Siendo éstas las condiciones del “viaje ideal”, es posible reconocer


su cumplimiento en algunos textos de viajeros, pues gracias al viaje
los individuos son capaces de transformarse, de adquirir aprendizaje
gracias a lo “recién conocido”, sin limitarse a la naturaleza sino también
a la sociedad. El viajero o viajera es capaz de rectificar sus juicios ini-
ciales y cambiar de opinión sobre la apariencia singular o “exótica” de
los mexicanos. Por esta razón, la literatura viajera puede considerarse
como un género de lo más comprensivo de la realidad de un país (a
pesar de que su autor(a) no pueda escapar plenamente de los
prejuicios de su nacionalidad, de su clase y de su religión). Las obras
de viajeros extranjeros en nuestro país, durante las décadas de 1850 y
1860, repre-sentan uno de los cuadros más completos y animados
del México de su tiempo debido, en gran parte, a la curiosidad innata
de los visitantes que arribaron a nuestro territorio.7
Los escritos de viajes engloban, por lo general, dos aspectos de enun-
ciación: el elemento pragmático o la finalidad del viaje, y el aspecto
autobiográfico o su aprendizaje durante el mismo, resultado de la
confluencia de la Ilustración y el Romanticismo, vigentes en el mundo
occidental en esta época. El Romanticismo influyó sobre el elemento
autobiográfico al situar al yo subjetivo en el centro de la concepción
del mundo sensible, pues sólo a través del yo se puede contemplar el
mundo: “La misma naturaleza se metamorfosea de acuerdo con los
ojos y el corazón de quien la contempla: palpita con ellos, se transforma
siguiendo los sentimientos…”8
La corriente ideológica del romanticismo proclamaba la autonomía
de las pasiones y de los instintos del individuo: fomentaba la fantasía,
la ensoñación, el capricho, los gestos desmesurados, los matices colo-
ridos y violentos, los altos contrastes, lo sublime y lo grotesco; daba,
en fin, “rienda suelta al yo romántico, al individuo inquieto, agitado y

1847dans les diverses parties du monde, Vol. i, París, A. René, 1847, pp. 10-11, cit. en Margarita
Pierini, Viajar para (des)conocer. Isidore Löwenstern en el México de 1838, México, uam-Iztapalapa
(Colección Ensayos), 1990, p. 37.
7
Según Margarita Pierini, Op. cit., p. 44, el libro de cartas Life in Mexico (La vida en México)
de la escocesa Frances Erskine Inglis Calderón de la Barca, esposa del primer embajador
de la corona española en México, constituye uno de los documentos imprescindibles para
conocer la situación social de México por sus cuadros o sketches culturales.
8
Pierini. Op. cit., p. 58.
nombre
la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 107

emotivo”.9 Además, el periodo romántico influyó en la búsqueda y recu-


peración de los orígenes culturales, históricos y estéticos de los pueblos,
a través de los trazos, memorias y hallazgos de un pasado nacional y
popular. La reacción melancólica ante el avance de la industrialización
en las naciones europeas, generó una búsqueda por recuperar el pasado
y mantener el orgullo de su historia, de los paisajes y de las costumbres
populares, que tuvo su consecuencia en el reconocimiento de los pasa-
dos, las culturas y los paisajes de las sociedades que eran visitadas por
los viajeros de genio romántico.
Una cita del autor francés Alain Niderst explica las consecuencias del
recuerdo romántico en la escritura viajera: “El recuerdo metamorfosea
lo real, o más bien presenta su verdad. Del viaje sólo quedan algunas
horas de infinita profundidad […] Es decir, que toda la literatura es una
‘búsqueda del tiempo perdido’, que sólo lo recobra transfigurado […]
El relato de viajes no es, pues, la descripción pintoresca de un ‘Allá’
excitante y colorido; es simplemente un esfuerzo por suprimir el tiempo,
y, como toda literatura, debe mentir primero para decir la verdad.”10
Pero no sólo había una profunda influencia romántica sino también
proveniente de la Ilustración, en la cual, para conocer el mundo real-
mente, se tenía que viajar; para verlo por uno mismo. En todo caso, en
el libro de viajes se entremezcla la subjetividad y la objetividad donde
el viajero es, a la vez, sujeto y actor que analiza, observa y juzga el gran
“teatro del mundo”. Para cualquier viajero su papel se transmuta en
descubridor, creando su propia figura narrativa con identificación a
ciertos paradigmas políticos, sociales o ideológicos, incidiendo en la
recreación de los hechos dentro del relato. El viajero no sólo es una
persona dotada de observación y de la cualidad de escribir, sino que
es partícipe de la creación de un “hecho vivido” y de su veracidad en
la escritura.11

9
Guadalupe Jiménez Codinach, “La litografía mexicana del siglo xix: piedra de toque de
una época y de un pueblo”, en Nación de Imágenes. La litografía mexicana del siglo xix, México,
Museo Nacional de Arte, abril-junio, 1994, Conaculta / Instituto Nacional de Bellas Artes,
pp. 139-140.
10
Alain Niderst, “Les récits de voyage”, en Récits, voyages et imaginaire, Actes de Montréal,
Ed. Bernard Beugnot, París-Seattle-Tubingen, 1984, p. 52, cit. en Margarita Pierini, Op. cit.,
p. 118 (traducción suya).
11
Pierini, Op. cit., pp. 109-117.
108 trayectos del fulgor

Un libro de viajes es, esencialmente, un libro descriptivo que trata de


fijar en la imaginación y en la memoria del lector una serie de elementos
que hasta entonces le son ajenos. Para ello recurre a la descripción, a la
acumulación de rasgos caracterizadores que, a través de la semejanza
o de la oposición, van conformando una imagen captable y asimilable
por el lector. Así, en los libros de viajes se repiten las descripciones de
paisajes, ciudades, edificios, fisonomía, vestimenta y carácter de los
habitantes de los diversos grupos sociales, etcétera.12 En el libro de viajes
siempre aparecerán pasajes narrativos de diversa índole, los itinerarios
(tanto geográficos como cronológicos), la descripción de escenas cos-
tumbristas o la inclusión de la “anécdota ejemplar”, además de poder
hallar las acciones y no sólo la descripción de los personajes.
En la literatura de viajes el escritor no puede dejar de tratar determi-
nados temas, referentes obligados del género en esta época, como son:
la naturaleza, la exaltación de la belleza de los paisajes y su
posibilidad de explotación material; el conocimiento de la historia
nacional, expresada tanto en el devenir de los sucesos políticos de su
época como también en la memoria de los tiempos antiguos; la
actuación social de la población, analizada de acuerdo a los
parámetros de “raza y moral” de su tiempo; el desarrollo de la
civilización, esto es, la descripción de la cultura, ciencia y tecnología
que posee la nación; y, por último, el lugar que ocupan las descrip-
ciones de las costumbres, otorgándose una gran importancia en la
literatura viajera a la narración de los hábitos y tradiciones de un de-
terminado grupo o grupos sociales, sobre lo que el viajero o viajera
ejerce las funciones de un observador pero también de un censor.

el roManTicisMo Francés: la Mirada suBJeTiva,


el “viaJe inTerior” y el PueBlo

De Francia vinieron a México diversos políticos, comerciantes,


científicos y aventureros, quienes trataron de percibir algo de la
compleja realidad mexicana y, después de varios años, al regresar a su
patria, publicaron las impresiones de la vida mexicana y sus
escenas costumbristas de manera reflexiva, subjetiva o aun
burlesca, pretendiendo sintetizar
12
Ibid., p. 119.
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la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 109

con sus propios conceptos a una cultura original, lejana y cautivante.


Según el escritor Jorge Silva (uno de los primeros expertos interesados
por el estudio de los visitantes franceses en México), la visión del via-
jero francés posee “un exceso de subjetivismo [que], en menoscabo de
la objetividad, desdeña una visión de conjunto y hace más grande las
particularidades que observa, sea de persona, entidad o lugar”.13
Para la mayoría de los viandantes franceses las escenas captadas del
México independiente muestran una descripción sin connotaciones de
un “deber ser”, libre de ataduras ideológicas o políticas, proporcionando
una singular definición de la naturaleza y del aspecto social de México
y de los mexicanos. Había en ellos una doble intención informativa
de lo que significaba el país: tanto la singularidad natural (estética)
como su particularidad social y moral (cultura). Algunos de estos via-
jeros fueron enviados por el propio gobierno francés para estudiar la
posibilidad de inversión, investigación o expansión de su poderío en
México, como fueron los casos de Isidore Löwenstern, Duflot de Mofras,
Mathieu de Fossey, Arthur Morelet, Just Girard, Michael Chevalier, Jean
Jacques Ampère, Désiré Charnay, Alfred de Valois y Charles Brasseur
de Bourbourg, entre varios otros.14
Algunos viajeros franceses que, además de recorrer diversas regiones
del México decimonónico, incursionaron en la literatura de ficción o de
aventuras, retomando los escenarios de los paisajes y las costumbres
del pueblo mexicano en diferentes épocas. Es el caso de Gabriel Ferry
(pseudónimo de Eugène G. Louis de Bellemare), quien publicó varios
compendios de novelas con los títulos Escenas de la vida salvaje, Escenas
de la vida social y Escenas de la vida militar en México (editadas en París y
Bruselas, en 1851) y de Lucien Biart, quien publicó en París, entre 1853
y 1880, la serie Memorias del doctor Bernagius compuesta de doce tomos,
entre cuyos títulos encontramos La tierra templada y La tierra caliente.
Escenas de la vida mexicana. Además de Julio Verne, que escribiría una
obra en su juventud, cuyo escenario sería México, titulada Un drama
en México, que trata sobre la obtención de los dos primeros navíos de
guerra mexicanos.15

13
Jorge Silva, Viajeros franceses en México, México, Editorial América, 1946.
14
Jean Meyer, “Los franceses en México durante el siglo xix”, en Relaciones. Estudios de Historia
y Sociedad, México, El Colegio de Michoacán, Vol. i, No. 2, 1980, pp. 7-8.
15
Silva, Op. cit., pp. 48, 45 y 55; Gabriel Ferry, Escenas de la vida salvaje en México, México,
110 trayectos del fulgor

Las expresiones del romanticismo francés del siglo xix se enmar-


carían, por lo general, en una tendencia al espíritu lírico-sentimental
que mostraba un sentir pesimista y un encanto por la rusticidad, que
se contraponía al desarraigo bucólico originado por la industrialización
y las corrientes migratorias. Además existen en él influencias exóticas
propiciadas por la exploración de Asia, África y Oceanía y el contacto
con otros pueblos y culturas reflejadas en la literatura. Ejemplo del
interés por las aventuras románticas en los nuevos mundos es la novela
de Alexandre Dumas, Diario de Marie Giovanni, inspirada en el viaje de
una parisina por Oceanía, los Mares del Sur y Norteamérica, transitando
por México entre los turbulentos años de 1855 y 1856.16
Para la mirada viajera francesa la contemplación romántica de la
naturaleza, en cuanto a la admiración del paisaje, sólo es efectuada
y de manera secundaria una contemplación del exterior; “la mirada
fundamental, aquella que pone en juego y otorga su confianza a la
fuerza de la Imaginación, es hacia al interior, hacia el Inconsciente”. Por
ejemplo, en la obra del escritor romántico, la realidad queda moldeada
y dominada por los flujos ordenadores que provienen de esa “mirada
interior”: “Una ruina, una montaña, un atardecer o un huracán debe
evocar y, por tanto, reflejar plásticamente no fenómenos orográficos o
climatológicos, sino estados de la subjetividad.”17
El viaje romántico es siempre una búsqueda del yo. El héroe romántico
es, en sueño o en la realidad, un obsesionado nómada. Necesita recorrer
amplios espacios —los más amplios de ser posible— para liberar a su
espíritu del asfixiante aire de la cómoda limitación. Necesita conquistar,
en geografías inhóspitas, el malestar que produce el talante de un tiempo
y una sociedad marcados por la “anti-épica” burguesa. El romántico
viaja hacia fuera para viajar hacia dentro y, al final de la larga travesía,
encontrarse a sí mismo. Por eso los viajes por el mundo son sueños
de movimientos simbólicos y oníricos que muestran lo desconocido.
De esta manera el viaje romántico es, al mismo tiempo —y según dos
impulsos antagónicos—, “viaje a la conquista de sí mismo” y “fuga sin

Conaculta, 2005; Lucien Biart, La tierra caliente, escenas de la vida mexicana, 1849-1862, México,
Editorial Jus, 1962; Julio Verne, Un drama en México, México, Conaculta, 2004.
16
Alejandro Dumas, Diario de Marie Giovanni. Viaje de una parisiense (1855-56), México, Banco
de México, 1981.
17
Rafael Argullol, La atracción del abismo. Un itinerario por el paisaje romántico, Barcelona,
Acantilado, 2006, pp. 68-69.
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la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 111

fin”.18 A la par de este viaje “interior” (hacia el yo), la mente romántica


busca experimentar una necesidad de encontrar su identidad a través
de la interacción física y de poner a prueba su voluntad con la “realidad
hostil”; es decir, con el riesgo de estar en un ambiente desconocido. En
éste el viajero se desprovee súbitamente de su fortaleza cotidiana para
afirmarse en la desnudez o en la soledad de los escenarios que se le
presentan, sobre todo en una vasta naturaleza imponente.
Las circunstancias históricas de la situación de Francia, como la con-
formación de la conciencia social a través de sus sectores productivos,
influyeron positivamente en el arte y en la literatura romántica. Después
de la revolución de julio de 1830 —que instauró a la monarquía libe-
ral— el humanitarismo y la tradición de la Ilustración convergieron en
el pensamiento social de los intelectuales a favor de un mejoramiento
de las clases pobres, influido por el pensamiento rousseauniano de la
idealización del campesino y del artesano honesto; no obstante, también
se reconocerían a las pasiones humanas como impedimentos para lograr
un desarrollo social.19 La literatura francesa fue entonces influida por la
preocupación de los problemas sociales de su época, como lo demues-
tran las novelas de Victor Hugo y Alexandre Dumas (interesados en
historias sociales de tintes pintorescos), Honoré Balzac (que combinó
temas románticos con escenarios del realismo francés), Eugène Sue (y
su temática sobre los misterios) y George Sand,20 quienes representaron
un primer acercamiento de la literatura francesa al tratamiento científico
del pensamiento sociológico, cuyo mayor representante sería ulterior-
mente Auguste Comte.21

18
Ibid., pp. 85-87. El viaje procura alimentar a una subjetividad moderna, excepcionalmente
ansiosa e insatisfecha.
19
Alfred Cobban, A history of Modern France, 1799-1871, Vol. 2 (cap. ii – “The constitutional
Monarchy” – 5 An age of Idealism), Middlesex-Baltimore-Victoria, Penguin Books, 1973, p.
117. La influencia que tuvo Rousseau para el movimiento romántico fue haber establecido
el gusto por la melancolía, la autoindagación personal y la ensoñación mediante la poética,
cultivada por los escritores Bernardin de Saint Pierre y Alphonse de Lamartine, Ibid., p. 115.
20
Un ejemplo de ello es la compilación La novela popular. Antología de Sue, Dumas, Verne,
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1981.
21
Cobban, Op. cit., p. 119. En la tercera y cuarta décadas del siglo xix varios escritores
franceses conformaron una clase ilustrada en la cual la conciencia social parece haber sido
más animada que en otros sectores del arte. Eran muy conscientes de la interacción entre
la riqueza extrema con la pobreza calamitosa en su país. Ellos pasarían de la condolencia
humanitaria a las críticas agresivas del orden social y a propuestas positivas para mejorar
112 trayectos del fulgor

Por otra parte, la característica del exotismo francés, según la escritora


Margo Glantz, era “la evasión y resumen de nostalgias” que se expresan
en el romanticismo de Francois-René Chateaubriand y Alfred Musset.
En las obras de Chateaubriand se reunía la concepción del paisaje ame-
ricano —como “paraíso del hombre civilizado y la figura heroica del
buen salvaje enmarcado en llanuras y bosques redentores”— con el ideal
político de la democracia, como realización de la utopía civilizatoria en
América. Estas ideas quedaron plasmadas en su obra Viaje en América
(París, 1827 y 1851). En ella se encuentra tanto la idealización política
como la del enorme paisaje salvaje y romántico, donde se refugiaba el
indio con su “sabiduría inocente”.22
Para los viajeros galos que recorrían el mundo la impronta surgida
de los postulados del romanticismo francés, con Jules Michelet como
exponente, era la reivindicación del pueblo, siendo categoría de interés
sociocultural. Entre sus postulados podemos resaltar la aportación de
las masas a la Civilización; el hecho de que los sectores “populares”
fueran el reflejo del estado de la sociedad y su cultura; y la idea de nación
entendida como la representación de la Patrie, donde la descripción del
pueblo (con sus rasgos típicos, su clima, habitantes y carácter social)
jugaba un papel fundamental. Por consiguiente, la nación era también
la “imagen moral del lugar que se habita”. Por último, pero no menos
importante, la historia era vista como el progreso de la libertad humana,
siendo el “héroe” —y benefactor del mismo progreso— el propio pue-
blo.23 Como habremos de apreciar todas estas categorías culturales serán
palpables en los viajeros franceses.
El inestable periodo de emancipación de los territorios hispanoame-
ricanos, que no terminaban de consolidarse en naciones, y el peligroso
expansionismo estadunidense fueron incentivos para intentar reactivar el
predominio europeo. Por su parte, la función civilizadora de la América
libre entró en conjunción con la decadencia cultural y de poder político
que sufrió Francia después de la caída del imperio napoleónico. Sin
embargo, el sueño de la restauración de la grandeza de Francia y de un

el sistema de gobierno.
22
Chateaubriand realizó su viaje a Norteamérica en 1791. Viaje a la América, Quito, Abya-
Yala, 1994; Margo Glantz, “El exotismo y la ideología de la Intervención Francesa”, en Espejo.
Letras, Artes e Ideas de México, No. 3, México, Fondo de Cultura Económica, 1967, pp. 109 y 110.
23
George P. Gooch, Historia e historiadores en el siglo xix, México, fce, 1942, pp. 182-185.
nombre
la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 113

futuro halagüeño para las razas “latinas” —antaño gloriosas—, expre-


saba la tremenda nostalgia de este pasado y la necesaria reivindicación
del orgullo francés que se había visto disminuido ante la expansión de
Inglaterra y los Estados Unidos.24 Fue en esta época, inmersa en una
teoría de “lucha de razas” y de expansión imperialista, el marco en el
cual los viajeros franceses acrecentarían su interés por México, tanto
científico, empresarial y literario; sin dejar de lado la posibilidad de desa-
rrollar un proyecto de incursión y regeneración social del país, inmerso
en el expansionismo del capitalismo y de la lucha por la posesión de
territorios geo-estratégicos, además del interés por la exploración de la
historia y la arqueología.

los visiTanTes Franceses y su sensiBilidad descriPTiva

Visto lo anterior, se entiende por qué al mediar el siglo xix México


representó un espacio geográfico que fue considerado estratégico para
Europa, siendo un dique de contención a la expansión de los Estados
Unidos de América, y como sitio en donde se pudiera experimentar la
regeneración cultural y política de los ideales liberales de la renovada
Europa, a pesar de que eso implicaba hacer tabla rasa el estado de inde-
pendencia y autonomía del país. Algunas investigaciones sugieren que
las descripciones exaltadas de la riqueza natural de México de las obras
viajeras fueron retomadas para fomentar un discurso político francés
en donde se pretendía el aprovechamiento de esos recursos, al
mismo tiempo se participaría en la regeneración de los pueblos de
raza latina, para evitar su absorción por los Estados Unidos;25 por lo
que el régimen galo apoyó las expediciones filibusteras y luego una
intervención militar para imponer un gobierno subordinado a Napoleón

24
Glantz, Op. cit., p. 111.
25
Margarita Helguera, “Posibles antecedentes de la Intervención Francesa”, en Historia Mexi-
cana, México, El Colegio de México, 57, Vol. xv, No. 1 (1965), pp. 1-24; Un folletín realizado: la
aventura del conde de Raousset-Boulbon en Sonora, edición y prólogo de Margo Glantz, Secretaría
de Educación Pública, 1973, pp. 13-20. Para un balance de la literatura viajera francesa, vid.
Chantal Cramaussel, “Imagen de México en los relatos de viaje franceses: 1821-1862”, en
Pérez Siller, Javier (Coord.), México-Francia. Memoria de una sensibilidad común, siglos xix-xx,
t. i, México, buap / cemca / Colegio de San Luis, 1998, pp. 333-363.
114 trayectos del fulgor

III, que derivó en la instauración del Segundo Imperio con Maximiliano


de Habsburgo.26
Entre los viajeros franceses que visitaron México entre 1850 y 1860,
señalaré a tres que, en mi opinión, son los mejores exponentes de la
unión del romanticismo y del interés social francés:
Ernest de Vigneaux, médico nacido en Burdeos, arribó a las costas de
Guaymas, Sonora, el 25 de mayo de 1854, prosiguiendo la aventura del
conde Gastón Raousset de Boulbon, en cuanto a independizar el
territorio de Sonora bajo los auspicios del gobierno de Francia pero
que, tras una breve batalla con la guarnición mexicana del lugar, el 13
de julio, cae prisionero y es con-ducido al puerto de San Blas a fin de
ese mes. Para el 29 de noviembre, el presidente Antonio López de
Santa Anna otorga una amnistía a los voluntarios franceses de la
expedición de Boulbon, por lo que a inicios de 1855 Vigneaux es
liberado de su encierro en Guadalajara para trasladarse a ciudad de
México, donde recibiría una indemnización de viaje para salir a
Veracruz el 22 de febrero de 1855.27 De estas vivencias escribiría
Souvenirs d’un prisonnier de guerre au Mexique, 1854-1855,28 una
agradable narración en la que relata las desafortunadas acciones
militares de los filibusteros, su prisión, traslado al interior del país, su
final liberación y partida de México, país al que sin conocer quiso
combatir y al que durante su breve estancia trató de comprender.
Lucien Biart viajó a nuestro país a la edad de 18 años. En 1855 se
graduó en la Academia de Medicina de Puebla, encomendándosele la
cátedra de botánica, química y física en dicho lugar. Luego se establecería
26
Michel Chevalier, senador y consejero del gobierno de Napoleón III, arribó a México en
1862 con la finalidad de valorar la posibilidad de una intervención en el país, a causa de su
debilidad política y militar, instaurando así una monarquía en y detener la influencia creciente
de los norteamericanos, incorporando la idea de un imperio latino en América (siendo el
origen del término Latinoamérica). A su regreso a Francia escribiría México antiguo y moderno,
publicado originalmente en francés en 1863 (traducción castellana, México, sep / fce, 1983).
27
Ernest Vigneaux, Souvenirs d’un prisonnier de guerre au Mexique, 1854-1855, París, Hachette
et Cie., 1863 (hay edición castellana, la cual utilizamos como referencia, Viaje a México,
México, sep / fce, 1982); Viajes en México. Crónicas extranjeras (1821-1855), Sel., Trad., e Intr. de
Margo Glantz, México, Secretaría de Obras Públicas, 1964, p. 408; Ana Rosa Suárez Argüello,
“Viajando como prisionero de guerra. Ernest Vigneaux y su travesía por el México de Santa
Anna”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, unam, Instituto
de Investigaciones Históricas, Vol. 27, 2004, pp. 35-59.
28
Vigneaux, Viaje, Op. cit., pp. 7-8, dice que en su trayecto como reo fue tratado benévola-
mente por los militares mexicanos, sufriendo una transformación curiosa pues pasaría de
sentirse prisionero a “feliz viajero casi en libertad”, Ibid., p. 36.
nombre
la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 115

en Orizaba con la finalidad de ejercer como farmacéutico en una botica.29


Durante su estancia en el país realizó numerosas expediciones a través
de las regiones serranas del Golfo y del centro de México, en una labor
de coleccionista de ejemplares de botánica, zoología y arqueología para
enviarlos a museos franceses. Sus obras literarias más conocidas sobre
México son La Terre chaude (1862) y La Terre Tempérée (1866). En La tierra
templada, escenas de la vida mexicana, el autor expone al público francés la
situación social y política de México anterior a la Intervención Francesa
(de 1846 a 1855), formando una secuencia de cuadros costumbristas que
tienen los nombres de algunas regiones del centro de México o el de un
personaje o una escena de carácter típicamente mexicano, resaltando
los usos y costumbres del pueblo y el entorno natural que conforman
“el carácter nacional”.30 En 1865 regresaría a su país, para dedicarse a
las labores de escritor de obras infantiles y crítico literario.
Désiré Charnay Fôrets estudió en el Liceo Carlomagno de París. Luego
de radicar en Inglaterra y Alemania se trasladó a Nueva Orleáns como
profesor del idioma francés entre 1850 y 1851.31 Durante su estancia en
Estados Unidos supo de los descubrimientos arqueológicos realizados
por John Lloyd Stephens en Yucatán, forjándose la idea de realizar
una expedición a México auspiciada por el Ministerio de Instrucción
Pública de Francia.32 En su primera visita realizó excursiones al interior
del país entre noviembre de 1857 y diciembre de 1860, recorriendo los
sitios arqueológicos más emblemáticos como: Tula, Mitla, Chichén-Itzá,
Uxmal y Palenque, tomando fotografías de las ruinas y de los grupos
sociales de esos lugares; imágenes que llevaría a Europa.33 De su vasta
producción bibliográfica sólo mencionaremos Le Mexique, 1858-1861;
souvenirs et impressions de voyage, primera parte del volumen Cités et
ruines américaines, Mitla, Palenque, Izamal, Chichén-Itza, Uxmal; recueilles
et photographiées (París, 1862-1863). El principal rasgo de la obra es que
otorga una gran importancia a ciertos aspectos sociales y cotidianos
del pueblo. Su narración conjuga de manera sensible la realidad de la

29
La información biográfica se tomó de Lucien Biart, La tierra templada, escenas de la vida
mexicana, 1846-1855, México, Editorial Jus, 1959, pp. 271-273.
30
Biart, Op. cit., pp. 5-7.
31
Désiré Charnay, Ciudades y ruinas americanas, Pról. de Lorenzo Ochoa, México, Conaculta,
1994, p. 19.
32
Ibid., Pról., pp. 19-20 y 33.
33
Ibid., pp. 12-16 y 20-22.
116 trayectos del fulgor

sociedad mexicana o, más bien, de las comunidades regionales, insertas


en una clara descripción de su ambiente natural y político, relacionán-
dolas con su pasado histórico grandioso, con una prosa amena y a veces
tragicómica.

el encanTo Por el PaisaJe naTural e inTerior

Una de las principales características de la literatura francesa fue el


interés por la descripción del paisaje agreste y enigmático de México.
El naturalista Lucien Biart, que residió durante diez años en la región
comprendida entre las ciudades de Orizaba y Puebla, en una de sus
exploraciones en el trayecto de Acultzingo a Tehuacán luce extasiado
con la vista del paisaje mágico, siendo al mismo tiempo un prototipo de
viaje al interior: “Antes de seguir por la barranca, me volví para contem-
plar el paisaje. Desde la altura a [la] que había llegado, la mirada, domi-
nando todas las cumbres, no tenía más límite que su propio alcance…”
y adelante se explaya al decir que:

Me olvidé de mí mismo en la contemplación de ese vasto panorama que


vanamente trataría de describir la pluma. Una multitud de sensaciones me
embriagaba; me parecía no pertenecer ya a la tierra que se extendía a mis
pies, y, sin embargo, envidiaba a las águilas que, abandonando sus nidos
cercanos, en vuelo tranquilo y audaz planeaban por encima del valle.
Pronto se levantó un viento seco y áspero, que agitó las hojas de los
árboles con un ruido sonoro y extraño. El estrépito del agua, el grito de las
aves de presa, el soplo del viento, todo parecía armonizar con la majestad
de aquellas alturas en que ninguna voz cantaba, en que el estremecimiento
de las encinas y de los pinos tenía algo de solemne. Poco a poco olvidaba
yo al hombre y sus miserias, para no pensar sino en el Creador de aquellas
maravillas.34

Esta reminiscencia literaria de la tradición de Chateaubriand (que con-


sideraba la bondad de la naturaleza como un reflejo de la del “Supremo
Hacedor”) converge con el tema de la atracción al abismo, característica
de la literatura romántica decimonónica, entendida por una búsqueda

34
Biart, Op. cit., p. 52-53.
nombre
la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 117

del “Ser” en una soledad salvaje y melancólica, ejemplificada en el


siguiente texto:

En la Tierra Templada, el mediodía tiene languideces de noche serena, que


invitan igualmente a los ensueños de la fantasía. Todo guarda silencio, un
vapor azulado se eleva de la tierra, el aire resplandece y toma reflejos acera-
dos; profunda quietud planea sobre los árboles de follaje multiforme, a cuya
sombra se deslizan los tigres y las serpientes. Para cambiar el panorama me
era suficiente volver un poco la cabeza; pero los abismos poseen un extraño
poder de atracción, y me complacía en mirar las rocas suspendidas y los
árboles inclinados sobre la pendiente de la montaña, de preferencia a la
llanura cuya triste soledad iba a cruzar pronto.35

El impacto sentimental por el contraste de ambientes entre climas


cálidos y templados aparece habitualmente en la obra de Biart, tanto a
su arribo a Veracruz como en Orizaba. Su actitud de viajero romántico
la resume con las siguientes palabras pues, al contrario de los “turistas”,
prefiere sobre los caminos trillados “las veredas apenas trazadas, y con
tanto más gusto me aventuro por un sendero, cuanto me parece más
salvaje”. Adelante explica su comportamiento: “Hago callar entonces
la razón, que me recuerda más de una noche pasada a campo raso, y
me dirijo hacia lo desconocido con un sentimiento de satisfacción que
me ha costado fuertes contratiempos y disgustos, los que no han sido
bastantes a corregirme.”36 Más adelante describe sus travesías en un
barranco solitario: “El mundo se extiende a mis pies; estoy solo, me
siento orgulloso, soy el amo, soy el rey!” Pero, después de un sobresalto
originado por la cercanía de animales salvajes, expresa: “El rey de la
creación respira ampliamente, abandona su refugio y canta de nuevo.
Ha tenido miedo; sí, ha tenido miedo de lo desconocido. Quien negara
esa sensación desagradable no probaría su valor; probaría que no se ha
internado nunca en una selva virgen.”37
Hacia 1848, cuando visitaba la sierra de Zongolica, nuevamente se
sorprende por el encanto de la naturaleza: “Las montañas cuajadas de
bosques se dibujaban vigorosamente sobre el fondo azul claro del cielo,
y los rayos del sol, hundiéndose en los desfiladeros que el camino nos

35
Ibid., p. 135.
36
Ibid., p. 196.
37
Ibid., pp. 202-203.
118 trayectos del fulgor

hacía cruzar, producían efectos de luz fantásticos”, aunado al silencio


sorprendente que encontró entre los densos bosques de la sierra y al
colorido de las flores y frutas tropicales que “no se cansa de admirar el
europeo”.38 Biart muestra gran sensibilidad naturalista, poco común entre
los viajeros extranjeros, al declarar que: “Para apreciar bien a los habi-
tantes de los bosques, hace falta verlos libres, en medio de la naturaleza
que les sirve de marco y donde se desarrollan sus instintos.” A su juicio,
los habitantes humanos de estas regiones se muestran desinteresados
por los preciosos parajes debido a una actitud reservada propia de los
indígenas más que por la costumbre de vivir en estos sitios. En cambio,
para un “ser civilizado” el encuentro con lo natural lo abruma; empero,
para Biart, la naturaleza terrorífica es preferible sobre las mascaradas
de la civilización.39
En cambio, a pesar del supuesto desinterés de los mexicanos por la
naturaleza, los franceses no pueden más que asombrarse por la per-
fecta combinación del escenario natural y lo social. Por ejemplo, en su
último trayecto a Veracruz, antes de salir del país, el aventurero Ernest
Vigneaux manifiesta la alegría por la vida demostrada por el pueblo
jarocho pues, en medio de un rincón en el bosque, fue testigo de un
“espectáculo maravilloso” que lo deja profundamente conmovido:

… las copas de los gigantescos árboles y los graciosos abanicos de las pal-
meras, se recortaban en el fondo azul del cielo estrellado; por encima de
algunas cabañas de puntiagudos techos, una de ellas estaba iluminada; bajo
su porche tres jóvenes subidos sobre una especie de estrado, cantaban al
son de sus guitarras y algunas parejas de ambos sexos, medio cubiertos de
seda, terciopelo y muselina, con el cabello en desorden, bailaban apasio-
nadamente. Una multitud entusiasmada se agrupaba en rededor; unos a
pie, otros en mulas o caballos ricamente enjaezados, resoplando, piafando
como si participaran de la embriaguez general. En el interior de la cabaña

38
Ibid., pp. 64-65.
39
Ibid., pp. 66 y 68. Antonello Gerbi, en La disputa del nuevo mundo: Historia de una polémica,
1750-1900 (México, fce, 1982, p. 443), advierte que en esa época se efectuó la difusión de
ciertas “mitologías escolares y fantasías canoras”, originarias de América que penetraban en
el imaginario occidental, donde “El europeo se siente cautivado, sacudido, embriagado por
ellas; [mas] el indio se encuentra allí en su elemento natural”. Biart retomó de Rousseau la
concepción de la pasión humana “al desnudo” que se contrapone a la falsedad en el actuar
de la civilización moralmente degenerada.
nombre
la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 119

“el guarapo y la chicha”, el aguardiente de caña, de manioc [sic] y de maíz,


corría en abundancia para conservar el fuego sagrado.40

Esta interacción entre la erotización social y de la belleza del paisaje


produce un enchantement particular en la conformación de la imagen
de México para las culturas románticas, como la francesa, ante lo cual
no dejan de manifestar su interés por aquellas regiones “mágicas”,
desconocidas por ellos. Así, para Vigneaux decir adiós “a todo lo que
para mí constituye el encanto del viaje, es renunciar a sorprender los
secretos del color local”; y agrega, de manera melancólica, que al viajar
en una diligencia “ya no era yo de México, país que desde entonces iba
a entrever solamente por la ventanilla de un stage americano”.41

El estudio social: el carácter de la población

La descripción de las ciudades del interior más importantes de la época


(Veracruz, Puebla y Guadalajara) por parte de los viajeros franceses
refleja con claridad la importancia social, política y económica que tenían
éstas para el conjunto del país, debido a su localización estratégica en
las principales rutas de comercio; además estas tres urbes ilustrarían
muy bien los segmentos sociales que interactuaban en la nación y que
llamarían la atención a los europeos. Como los viajeros e inmigrantes
europeos de la década anterior, los franceses compartían la idea de un
determinismo social causado por las cálidas condiciones climáticas
sobre el carácter nacional del pueblo. Por ejemplo, el proto-arqueólogo
Désiré Charnay reconoce en la población jarocha una pasión por el
aspecto festivo, siendo los bailes populares del arrabal las reuniones
sociales donde la fiesta y las sensaciones se desencadenaban. Para él,
el baile o fandango no era más que la unión de un canto monótono con
“un pisoteo cadencioso acompañado de movimientos lascivos propios
para excitar las pasiones de los concurrentes”, y casi siempre finalizado
con un riña sangrienta.42

40
Vigneaux, Op. cit., pp. 121-122.
41
Ibid., p. 112.
42
Charnay, Op. cit., p. 36.
120 trayectos del fulgor

Vigneaux, al describir al pueblo veracruzano, expresa prejuicios


étnicos al decir que “el jarocho no es muy inclinado a trabajar, pero
esta indolencia criolla se dobla en él; con la energía para el placer que
pertenece a la sangre negra. Gozar con furor es la última palabra de
la vida: fuego, la bebida, la música, el baile y el amor, absorben todos
sus ocios”,43 aunque esto puede ser extensible para todo el pueblo de
México. Charnay se queda atónito por la heterogénea composición
social de Veracruz, por “los diversos tipos [que] se cruzan, se modifi-
can, cambian de un pueblo a otro y, en ningún otro lugar del mundo,
sería posible encontrar en un diámetro tan estrecho tal diversidad de
razas”;44 pero también ofrece una descripción del carácter nacional de
los mexicanos al escribir que:

El mexicano es una figura compleja, difícil de describir; altanero, orgulloso,


insolente en la buena fortuna; es llano y servicial en la mala. Sin embargo, es
de relaciones fáciles, sobre todo si se le imponen. Su amabilidad exagerada
se parece mucho a la amabilidad obsequiosa de la gente falsa. Es bueno y
de una cortesía rara en nuestros tiempos; pero, hombre de instinto antes
que nada, se compromete de buen grado con promesas metafóricas que el
viento se lleva y de las cuales él nunca se acuerda. Conservó del español
una ingenua locución que recita sin cesar al prójimo: “Es también de usted,
señor”, o bien “está a su disposición”.45

No obstante, a pesar de esta fraseología cortés, advierte que “maldito


sea el que la tome al pie de la letra”, pues es sólo un artilugio de buena
educación para evitar fricciones sociales. El mexicano, de fácil acceso
en la calle, es amigable, pero sólo hasta la puerta de su casa, pues “difí-
cilmente permite al extraño penetrar al interior de su familia”, al igual
que a la hora de la comida.46 Biart, en contraste, describe en cuanto a
las maneras corteses que los anfitriones mexicanos ofrecían al visitante
“sobre la marcha todo lo que usted admira”, produciéndose con frecuen-
cia resultados embarazosos, pues admite que “más de una vez me ha
sucedido hallar en mi casa algún objeto cuya belleza había elogiado en

43
Vigneaux, Op. cit., pp. 118 y 119.
44
Charnay, Op. cit., p. 43.
45
Ibid., p. 51.
46
Ibid., p. 52.
nombre
la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 121

el curso de una visita”, siendo éste un acto de magnificencia aparejado


de una fuerte reserva en las relaciones que alguien podía entablar.47
Vigneaux concibe a la sociedad mexicana como la unión de espa-
ñoles y naturales, identificando su mestizaje sobre todo en el vestir,
donde “capas españolas y sombreros de anchas alas” le dan el sello
original al mexicano.48 Por su parte, Biart diría que en la ciudad “las
consideraciones que se reciben dependen menos del color de la piel
que de la calidad de la ropa”, por lo que se ocupó en comprar un traje
para ser aceptado por la “clase decente” de Puebla, demostrando así
que el ambiente social tiene un estricto sentido jerárquico expresado en
los hábitos y en la apariencia. En las calles de esta ciudad encuentra a
las tres clases de la nación (siendo un prototipo para ser en el vestir de
los mexicanos del siglo xix): “las gentes decentes, vestidas a la francesa,
bastón en mano, calzados y enguantados como lechuguinos parisienses;
los artesanos, de chaqueta, sombreros de alas anchas y envueltos en
mantas de abigarrado aspecto, y, finalmente, los indios y los mestizos,
en calzones, sin camisa ni zapatos, envueltos en jirones de tela horri-
blemente sucios”.49 Además comenta que veinte años atrás se insultaba
en las calles de Puebla a los extranjeros cuyo traje, no adoptado todavía
por las clases altas, los daba a conocer en seguida, pero para entonces
esas malas pasiones se habían calmado; no obstante, opinaba, la ciudad
continuaba siendo inhospitalaria.50
En Puebla51 Vigneaux fue testigo de una reunión nocturna donde
se bailó con formalidad y en la que se cantaron “sencillos y dolien-
tes romances” con juicio de gente atemperada, proporcionando una
reflexión que complementa la primera imagen pasional del mexicano,
pues: “en las reuniones mexicanas se divierte la gente con mucha sensa-
tez; estas naturalezas ardientes no conocen medio entre los excesos sin
reservas y la reserva acompasada, indispensable siempre que quieren
conservar imperio sobre sí mismos”.52 En su estancia en Guadalajara,

47
Biart, Op. cit., pp. 243-244.
48
Vigneaux, Op. cit., p. 57.
49
Biart, Op. cit., p. 236.
50
Ibid., p. 242. Se refiere seguramente a los testimonios de viaje anteriores a 1828 en esa
ciudad conservadora.
51
Para Biart y Charnay, Puebla es la segunda ciudad más importante de México y, en opinión
de Vigneaux, sólo Guadalajara podía competirle por este honor.
52
Vigneaux, Op. cit., pp. 110-111.
122 trayectos del fulgor

en 1855, al despedirse de la familia que le otorgó alojamiento, expresa


que fue tratado como un huésped destacado (en sus palabras, fue para
él “un oasis”), a tal grado que declara su enamoramiento de las tierras
mexicanas: “aquella atmósfera perfumada, aquel aposento en que he
soñado tanto, aquellos portales bajo los que pasaba la mitad de nuestra
existencia… Allí [pasé] algunos meses, los más felices de mi vida, en
medio de una familia que reemplazaba la mía por sus cuidados”.53 La
imagen encantadora de México, con sus aspectos populares, se erigía
casi al momento de una evidente crisis social y política que estaba dete-
riorando la unidad nacional antes del periodo de la Guerra de Reforma
y de la Intervención Francesa.

Crítica y aprendizaje de los segmentos sociales

El acercamiento a los grupos sociales fue decisivo para recalcar los


valores, virtudes y vicios otorgados por los viajeros a cada estamento
social. Para Charnay, al pueblo de México lo componían los mestizos,
siendo un sector aparte del nacional los indígenas que —no obstante,
eran la mayor parte de los habitantes de las urbes— vivían en arrabales
y tugurios donde mujeres y niños harapientos, “roídos por la miseria
y con los cabellos esparcidos, presentan el aspecto de una población
debilitada por el aire infecto, la mala alimentación y la corrupción”,
configurando así la imagen estereotipada un pueblo “degenerado”.
Estos barrios eran los lugares que un extranjero debía evitar, pues sus
pobladores le tenían un odio feroz inspirado por el clero de tiempo atrás:
“A sus ojos, somos herejes sin fe ni ley. Nuestra presencia es para la
república motivo de problemas, de discordias y desdichas. Modificamos
sus costumbres, nos reímos de sus ceremonias religiosas, escarnecemos
a sus ministros. Esto es suficiente […] para atraer sus cuchillos sobre
nosotros”.54 La degeneración cultural del pueblo mexicano connota un
atraso social, cuya excesiva opresión en los sectores populares era visto
por los viajeros civilizados como una crueldad moral impuesta por las
clases dirigentes.

53
Ibid., pp. 56 y 61.
54
Charnay, Op. cit., pp. 59-60.
nombre
la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 123

El lépero fue descrito como el tipo popular mexicano ejemplo de


la degeneración social, y un lugar célebre para observarlo y criticarlo
fueron las pulquerías, en que no cesaban de brindar, tanto el mestizo
como el indígena; en una ebriedad embrutecedora: “Se les ve entonces
arrastrarse con la mirada perdida y la boca babeante, murmurando
palabras incomprensibles. Unos se precipitan bajo el impulso de una
locura furiosa y otros, revolcados en el fango, ofrecen el más deplorable
espectáculo.” Según Charnay, los léperos, a “pesar de la belleza del clima,
la inalterable serenidad del cielo y el estado de holgazanería en el que
parecen hundirse con delicia”, consideraban a la vida como una prueba
terrible, alegrándose de la muerte de uno de los suyos o la aceptaban
con estoicismo.55 Vigneaux delinea al lépero con una clara fisonomía
corrupta, pues de entre todos los mexicanos: “Es más maligno, más
sutil, más audaz, más desvergonzado; su inteligencia y su imaginación
tienen una esfera más amplia; es, en una palabra, más completo”, ase-
mejándolos con la “superioridad” maligna de los lazzaroni de Nápoles.56
No obstante, exhibe una cierta civilidad, como explica Biart, que hace
contradecir el supuesto estado de barbarie del pueblo mexicano, pues
una de las peculiaridades más llamativas:

… es el lenguaje pomposo de esos desarrapados. Por el traje y por las cos-


tumbres se les podría tomar más por salvajes que por gentes civilizadas; pero
se tiene la sorpresa, no obstante, de oír de sus labios las fórmulas orgullosas
y altivas de una cortesía caballeresca. No se abordan sino tratándose de
caballeros, de señores y de excelencias. Esos hombres que no saben leer,
encuentran frases que envidiarían los letrados.57

Pero el asombro mayor de Biart sería el encuentro con la clase religiosa, a


la cual todos cedían el paso y se descubrían ante ella, reconociendo que:
“So pena de ser lapidado, yo mismo debo bajar de la acera y ceder el
paso a los eclesiásticos”, haciendo acto del refrán que reza: Donde fueres
haz lo que vieres. Así que él humildemente realiza las reverencias como
el resto de la gente, mas luego observa que: “Si me era preciso ceder la
acera a los sacerdotes y a los monjes, las gentes del pueblo a su vez me
la cedían a mí con deferencia —distinción que debía al traje comprado

55
Idem.
56
Vigneaux, Op. cit., p. 85.
57
Biart, Op. cit., p., 239.
124 trayectos del fulgor

unas horas antes.” Aquí de nuevo resalta la fuerza del convencionalismo


en el vestido que indicaba la clase social a la que alguien pertenecía o
el grado de importancia pública obtenido. Así, viendo estos homenajes
e inmunidades irracionales cuestiona sobre el porqué no se populariza
la adquisición de estas artimañas, ante lo que declara: “Es que los pre-
juicios son barreras más infranqueables que las leyes: sería más fácil, a
mi juicio, inducir a un lépero —el lazzarone [sic] de México— a cometer
un crimen, que a vestir el traje de los burgueses.”58
Del mismo modo, Charnay observa que el ladrón obtiene un reco-
nocimiento como una figura popular mexicana, pues los “ladrones de
mérito” son bien conocidos entre la gente: “Se les encuentra a veces en
la calle, se les saluda afectuosamente y algunos se apresuran a estre-
charle la mano.” En los juicios no se da sentencia contra ellos porque:
“Nadie ve nunca nada [pues] se teme una querella con al acusado al
verse libre, o con sus amigos. Se le deja robar ante el miedo de hacerse
de un enemigo.” Señala que en el México decimonónico se llamaba a
los ladrones con el nombre familiar de “compadres” y que formaban
parte de la cotidianidad mexicana.59
De Charnay tomamos estas anécdotas de los asaltos seriados en el
camino de Tehuacán a Puebla, de los que fue víctima tres veces en un
mismo día (pues “los compadres habían marcado el camino por etapas
como algo arreglado de antemano”); así, al salir de Tecamachalco fueron
detenidos por dos alegres compadres quienes obligaron a parar al postillón
e invitaron a los viajeros a descender: “Pero al ver nuestros bolsillos
vacíos, estos amables hombres de los grandes caminos se enfurecieron;
nunca la virtuosa indignación de un hombre, detenido en la más loable
empresa, igualó la de estos simpáticos asaltantes. ‘—¡Ya nos robaron!’
Era indigno, eso nunca se había hecho...” Y al relatar otro atraco, un
“compadre”, al confundir a un pasajero con un sacerdote, exclama
compasivamente: “—¡Ah, padrecito! —le dice—. No somos ladrones;
no lo cree, ¿verdad? ¡Pero los tiempos son tan duros! Tenemos hijos que
alimentar. Querido padre, déme su bendición, somos gente honesta,
se lo juro.” Otros chuscos encuentros con los ladrones serían narrados
en Amozoc y Río Frío y uno más dramático que derivó en el rapto de
una bella joven en el camino a Orizaba, lo que revela una época de oro

58
Ibid., p. 237.
59
Charnay, Op. cit., pp. 61 y 83
nombre
la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 125

del bandidaje en México; por lo que Charnay, al igual que la población


en general, se fue acostumbrando a la problemática local: bandidaje y
corrupción eran hechos cotidianos, lo que demuestra la “trivialización”
y una aceptación velada, pero generalizada, del crimen.60
Empero, es en Biart donde se encuentra una gradual aceptación de
parte de los mexicanos a tratar con viajeros e inmigrantes extranjeros,
principalmente en regiones campestres y rurales, lo que nos hace pensar
que la interacción entre ajenos y propios estaba llegando a una época
de gran intensidad antes de la Intervención Francesa. Un ejemplo es
su reunión con un grupo de arrieros, después de haber estado perdido
en la sierra de Orizaba y ¡con sólo una ardilla para comer!: “¡Oh santa
hospitalidad! Me había presentado mal vestido y cubierto de polvo, y
nadie me preguntó nada; ignoran quién soy, de dónde vengo, a dónde
me dirijo. Nadie me preguntó si tenía hambre o sed; pero se me sirvió
abundante comida. No me queda[ba] sino despedirme de mis amigos con
un ‘Dios se lo pague’: me desearán buen viaje, y todo habrá concluido.”61
Pero luego de la acción de gracias de parte de Biart, exagerada
para los arrieros, narra cómo ellos convinieron que en Francia harían
lo mismo por un mexicano en una situación semejante, ante lo que el
francés reflexiona para sus adentros: “No quise responderles que no;
no me atreví a confesar que la civilización, que debería hacer al hombre
más compasivo, le crea tanta necesidades facticias, que lo vuelve ávido,
envidioso y egoísta, y que tratamos de salvajes a los montañeses de
Escocia.”62 Se cuestiona también sobre la estricta jerarquía social de las
ciudades mexicanas, como Puebla, en donde: “A cada paso [encuentra]
la extrema barbarie codeándose con la civilización extrema; pero, en fin
de cuentas, la primera me parecía a menudo preferible a la segunda.”
Además expresa un rechazo a la estatificación de las clases sociales,
optando para sí la “soledad” de la naturaleza y la igualdad de la socie-
dad nativa, apreciando la virtuosidad de la barbarie sobre la magra
civilización.63 Al final de su escrito se expresará de manera melancólica:
“Añoraba las chozas, el hogar de los salvajes, el silencio de los bosques.
Me sentía triste, aburrido, inquieto y temeroso de un mundo cuyos pla-

60
Ibid., pp. 61-63, 268-269 y 283-285.
61
Biart, Op. cit., p. 207.
62
Ibid., pp. 208-210.
63
Ibid., pp. 253-254.
126 trayectos del fulgor

ceres no eran ya los míos. Como el indio del desierto trasplantado a la


ciudad, sentía yo la nostalgia de la solitud [sic, soledad] y el silencio”;64
ejemplo de una “barbarización” de un joven médico francés en medio
de un contexto romántico.
En cuanto a la moral del mexicano, Charnay comenta de una manera
muy puntillosa que éste es más bien pragmático y poco escrupuloso:
“Sin preocuparse por el mañana, el mexicano gasta el dinero que gana
en el juego con la misma facilidad que el que ha ganado trabajando; al
parecer, a sus ojos, uno y otro tienen el mismo valor, prueba evidente
de desmoralización.” Se ha acostumbrado a los cambios de gobierno
y a la ley del más fuerte, y nos dice: “la política lo pierde, la pereza lo
corrompe y el juego lo deprava”.65 De modo que la disolución de las
costumbres en nuestra sociedad se expresa con una moral relajada. Para
poder entender esta situación cita al médico francés David Jourdanet,66
del que toma la descripción del mexicano del altiplano: “Al mexicano
le gusta gozar la vida, pero la goza sin calcular. Prepara su ruina sin
inquietarse y se somete con calma a la desgracia. Este deseo de bienestar
y esta indiferencia en el sufrimiento, son dos matices del carácter mexi-
cano muy dignos de notabilidad; estos hombres le temen a la muerte,
pero se resignan fácilmente cuando ésta se acerca: mezcla extraña de
estoicismo y timidez.”67
Charnay compara esta situación social con la de los Estados Unidos,
cuyo progreso material está “sostenido por la sola fuerza moralizadora
del trabajo”; no obstante, no ser más que una “feliz anarquía” (palabras
tomadas de Alexis de Tocqueville). Expresa que “México está mejor
dotado: tiene todos los climas, todas las producciones, todas las riquezas,
pero languidece: le tiene horror al trabajo”. Por lo que da su opinión
sobre los franceses, cuya sociedad estaba compuesta “de gente enérgica,
que empezando desde abajo, llegó a la fortuna gracias a un trabajo
obstinado y a sus facultades”, haciendo clara alusión a la actividad

64
Ibid., p. 269.
65
Charnay, Op. cit., p. 52.
66
Jourdanet fue impulsor de la barometría médica, cuya teoría se basa en que a mayor altitud
el ser humano comienza a experimentar degeneración física y moral a causa de la difícil
respiración. Publicó un libro que tuvo gran influencia en la mentalidad de su tiempo, Les
altitudes de l’Amérique tropicale, comparées au niveau des mers, París, 1861.
67
Charnay. Op. cit., pp. 53-54.
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la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 127

comercial realizada por los inmigrantes de la colonia de barcelonnettes


que arribaron a México a mediados del siglo xix.68

La (des)composición política y el futuro de México

Désiré Charnay advierte claramente que la situación política de México,


donde la guerra civil ha desolado a la república, convirtió cada lugar
estratégico en un escenario continuo de guerrilla. Él mismo haría una
descripción jocosa de un típico “pronunciamiento” en el México del
siglo xix:

Tenemos todos una idea de lo que es un pronunciamiento. Pierdo mi


puesto y, naturalmente, el gobierno ya no me conviene: me pronuncio.
Estoy a medio sueldo: me pronuncio. Coronel descontento, general pen-
sionado, ministro despedido, presidente en expectativa: me pronuncio, me
pronuncio, me pronuncio. Entonces emito un plan, agrupo a mi alrededor
a algunos empleados descontentos, reúno algunos andrajosos, formo un
núcleo; detengo una diligencia, me impongo a un desdichado pueblo,
asalto una hacienda: estoy pronunciado. Actúo por el bien más grande de
la república. ¿Qué tienen ustedes que decir? Formo una banda, la pereza
engorda mis filas, pero leo bien, la fortuna llega y me encuentro, un poco
sorprendido, lo confieso, en la silla de la Presidencia.69

Ante esa descomposición política de las élites del gobierno mexicano,


durante la década de 1850, Charnay muestra su desagrado al conocer
historias personales de individuos que de un cargo público cualquiera
habían podido llegar a ocupar altos puestos en el ejército o la burocracia,
pues: “Nunca la inconstante fortuna distribuyó tan al azar distinción
tan inmerecida.” En sus palabras, el “pronunciamiento era una broma
de mal gusto” que se hacía a menudo.70
En cuanto a la concentración de poder político no puede dejar de
mencionar a la iglesia católica, pues lo más sorprendente en todas las
ciudades “es el prodigioso número de iglesias, signo que no deja dudas
del poderío del clero. Por todos lados hay monjes grises, negros, blancos

68
Ibid., p. 58.
69
Ibid., pp. 52-53.
70
Ibid., pp. 76, 86 y 79.
128 trayectos del fulgor

y azules, conventos de mujeres, establecimientos religiosos, capillas


milagrosas, etc.” No obstante, se refiere al grupo religioso muy negati-
vamente por ser causa de la condición deplorable que sufría el pueblo
en general: “Este respeto del pueblo y la clase media por los curas es tan
tenaz que, aunque muchos de éstos hagan lo posible por alejarlos con su
conducta y la publicidad de una vida escandalosa, no pueden lograrlo.
Todos saben como yo, que el clero mexicano no es ningún modelo de
virtud.”71 Esta crítica moral se validaba realmente a causa de la
corrupción de la institución católica. Asimismo, hace una descripción
de los tipos religiosos de la época que denota una degradación de las
costumbres de su antigua constitución espiritual:

El padre de la Merced es sombrío de costumbre; lleva en sí algo de la deso-


lación de su convento y se ocupa de las ciencias. Raramente se le ve dirigir
la mirada a los transeúntes.
El agustino tiene algo de desgano en su forma de caminar y algo de
guerrero en su actitud. Esto no es sorprendente; ha visto tantos pronuncia-
mientos, sus claustros han servido con tanta frecuencia de trincheras y sus
campanarios de fortalezas, que el soldado ha dejado algo en él.
El dominico echa de menos la Inquisición pero, comparado con el fran-
ciscano, es la perla de los monjes, es todo amor. Muchas veces lo he visto
perseguir a las muchachas en las calles; indiferente a la edad, al tipo, a la
cuna, tiene para todas ellas tantas sonrisas como bendiciones.72

Por otra parte, Biart haría una buena descripción de la composición del
ejército, del cual refiere que la mayoría de soldados aparecían desvesti-
dos, indisciplinados y mal armados a las órdenes de coroneles vestidos
primorosamente, pero aún en la edad de la adolescencia, por lo que
pregunta: “¿qué partido se puede sacar de ellos con jefes improvisados,
sin estudios ni conocimientos?” Debido a que el ejército no contaba con
dinero ni víveres en sus trayectos, los soldados vivían del merodeo y de
“tratar a sus conciudadanos como vencidos”; no obstante que, agrega,
debido a sus cualidades indígenas podían ser magníficos soldados.73
Vigneaux menciona que en el reclutamiento militar, aunque en teoría
excluía a los indígenas (por una ley de Santa Anna de 1853), eran éstos

71
Ibid., pp. 54 y 63.
72
Ibid., p. 78.
73
Biart, Op. cit. pp. 45-46.
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la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 129

los verdaderos integrantes del ejército, pues todo joven bien constituido,
encontrado en libertad, era reducido a prisión y convertido en soldado,
“poniéndoles las esposas, atándolos de dos en dos y conduciéndolos a
México”. Y si este procedimiento no llenaba el contingente, se completaba
entresacando de las prisiones.74 Entre los grupos de indígenas y léperos
se ejecutaba la leva (levantamiento del ejército), constituyendo la reserva
de “valientes soldados”; pues “tal es la sumisión o el embrutecimiento
de estos infelices” que fácilmente se reunía a una tropa, se les conducía
a Palacio y ahí “el desdichado es convertido en soldado por la gracia
del comandante o por la desgracia de la república”. Habiendo un total
descontrol cuando se organizaba el regimiento pues la mujer seguía al
hombre, así: “Nada tan original como un ejército mexicano; las mujeres,
los niños y los perros, lo hacen parecer una emigración.”75
Charnay menciona que el ejército estaba lleno de oficiales advene-
dizos, “de los cuales algunos no saben escribir y la mayoría debe sus
méritos a acciones poco caballerosas”. Los miembros de un ejército tan
corrupto fácilmente se podían convertir en “ladrones oficiales”, debido
a que: “Todos estos hombres a medio sueldo, o sin otra paga que raras
gratificaciones, retroceden delante de una violencia para asegurar una
existencia precaria. Desprovistos de principios, sin otra educación que
la recibida en los enfrentamientos de las ciudades, privados de sentido
moral”, encubriendo sus acciones que atentan al bien común, con el
beneficio de un juez amigo o un testigo sinvergüenza que lo hacían salir
libre, eran un peligro social latente. Charnay anota que la composición
de las cortes de justicia era tan lamentable como la del ejército y “no sé
si el epíteto de venal sea suficiente para caracterizar las maniobras de
ciertos jueces”.76
Charnay describiría la guerra civil como una guerra de aficionados,
pues: “Los he visto subir al poder, bajar y volver a subir, menos rápi-
dos en la bajada que en la subida, en la cual el único y verdadero plan
consiste en enriquecerse; y es bueno, seguramente, porque no volvería
a empezar tan seguido”; además, las continuas revueltas no alteraban
el orden general. Este viajero sólo tenía una cosa clara: que el clero y

74
Vigneaux, Op. cit., p. 59.
75
Charnay, Op. cit., p. 60; Vigneaux, Op. cit., pp. 38-39.
76
Charnay, Op. cit, pp. 85-87.
130 trayectos del fulgor

el ejército luchaban por no perder sus privilegios.77 En este contexto


la disputa era un episodio demasiado frecuente en la vida de México:
pueblos y aldeas se hallaban expuestos a ese tipo de agresiones todos
los días, dando fe del estado de violencia cotidiana, tanto psicológica
como social.78 Por su parte, Biart da su opinión sobre la “impasividad”
del pueblo ante la crítica situación de la Guerra de Reforma pues, a
riesgo de ser utilizado y explotado en causas bélicas ajenas, la solución
común fue por consiguiente habituarse a una realidad pasiva:

Se familiariza uno con todo. Aquellas escenas brutales y cínicas, que me


indignaban al principio, ya no me producían ninguna sorpresa. La doci-
lidad con que los mexicanos sufrían semejantes afrentas y vejaciones, me
indisponía también contra ellos. Aquellas poblaciones aterrorizadas, que
inclinaban la frente ante cualquier bandido, me habían inspirado tal des-
precio, que solía decirme: “No tienen sino lo que merecen.”79

El concepto de “anarquía” que los tres autores expresan estaba relacio-


nado con una evidente desorganización política y con una descomposi-
ción social reinante que podía detenerse con un gobierno firme y liberal
que, de no obtenerlo los propios mexicanos, los franceses tendrían el
derecho de dirigirlos y encaminarlos por el sendero del progreso, incluso
yendo en contra de su estado de derecho y de autodeterminación, lo
que detonaría, al final de las luchas, el surgimiento de una identidad
nacional.80

A manera de conclusión:
el alcance de la sensibilidad ajena

Como hemos visto, los visitantes franceses de la década de 1850 repre-


sentaron la cristalización de una corriente de pensamiento que enlazaba
al viajero ilustrado y crítico con la sensibilidad romántica y naturalista,
que fue plasmada en las obras de literatura viajera de personalidades
tan diferentes como Vigneaux, Biart y Charnay, a pesar de que cada
uno de ellos tenía un distinto interés de descubrimiento en México.

77
Ibid., p. 76.
78
Biart, Op. cit., pp. 89 y 92.
79
Ibid., p. 121.
80
Charnay, Op. cit., p. 83.
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la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 131

Vigneaux fue un respetable aventurero que, tras intentar invadir e


independizar Sonora, se acercó a la sensibilidad mexicana que intentó
comprender y luego, incluso, sería uno de los pocos franceses que se
opuso a la intervención militar de su país. Biart, siendo un naturalista
nato y romántico empedernido que se sintió atraído por las bellezas
naturales de la zona de Orizaba, Veracruz, defendió la sencilla pero
cálida personalidad del pueblo mexicano, reivindicando la supuesta
barbarie sobre la ficticia sociedad moderna europea que arrasaba con
lugares, hábitos y saberes en aras de imponer la ansiada civilización. y
el fotógrafo y arqueólogo Désiré Charnay, quien en pos de encontrar
los vestigios de ruinas del pasado que demostraran contundentemente
el alto grado de desarrollo cultural de pueblos prehispánicos, al visitar
lugares como Tula, Mitla, Palenque o Chichén-Itzá, descubrió y descri-
bió la existencia de una sociedad que tenía los méritos de ser plasmada
magistralmente con todas sus costumbres, actitudes, hábitos, vicios y
virtudes, potenciando así un primer estudio de una cultura mestiza que
sería la base de la futura nacionalidad mexicana.
En las obras reseñadas encontramos, sin duda, el asombro y embeleso
de estos viajeros por el paisaje romántico, donde la naturaleza es llevada
al imaginario europeo como la unión preciosa de la región tropical y
de la zona templada; donde vegetación y fauna asombran, pero aún
más los habitantes originarios que son herederos del “buen salvaje”,
muestra palpable de un ser humano interiorizado con la Naturaleza,
del verdadero “yo romántico” que se agrandaba con el encuentro de
las ruinas de la antigüedad en medio de la selva.
Pero en cuanto a las descripciones sociales de los mexicanos,
que vivían en las grandes ciudades, el interés cambia al carácter de
la población, al escudriñamiento de sus valores, fortalezas y debili-
dades, y de ahí al encuentro con los representantes del “pueblo”; el
futuro héroe que tendrá que soportar una guerra civil y una de
invasión, saliendo de una catarsis para demostrar sus verdaderas
cualidades en épocas de paz y de guerra; encontrando entonces que la
pasión y el aspecto festivo iban a la par de la tensión y expresión del
estoicismo y del desprecio a la muerte (de cariz indígena). Existe así la
fascinación por los segmentos excluidos de la sociedad, como los
léperos que, aun con sus lastres morales, parecen ser una abstracción
de la inteligencia y caballerosidad nacional, como si dependieran más
de los prejuicios morales que de las libérrimas leyes que se estaban
fraguando.
132 trayectos del fulgor

En medio de este colorido escenario social, donde los franceses se


movieron y conocieron las costumbres decimonónicas, fue donde halla-
ron que la barbarie “civilizada” del mexicano hacía peligrar el futuro de
esta nación, expuesta al expansionismo de su país vecino del norte. De
manera que, ideando una posible solución y utilizando las descripciones
verídicas y ficticias de estos prohombres de la aventura y de la pluma, el
gobierno francés se interesó por las riquezas potenciales del país que se
estaban perdiendo por décadas de anarquía política y desgaste moral; y
si era necesario recuperar un tesoro escondido para beneficio del mundo,
se tendrían que tomar cartas sobre el asunto. y así, en 1862 una aventura
imperial con trasfondo francés no sólo influyó en la historia del mundo
sino que también definiría el rostro republicano de la nación mexicana.
El romanticismo francés no sólo influyó en su patria —al presentarnos
una sensibilidad descriptiva de la naturaleza y de los grupos sociales—,
sino en el propio reconocimiento de México al promover una auto-
exploración de las condiciones naturales, sociales e históricas del
país. Los grupos de la élite educada mexicana pudieron
beneficiarse de esa corriente en boga, en la cual la principal
consecuencia, en nuestra historia, fue fortalecer e incentivar el
orgullo patrio y la pertenencia de nación en todos sus saberes:
geográficos, históricos, sociales, artísticos y estéticos.
nombre
la mirada
capitulo
romántica de la literatura de viaje francesa 133

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