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Tema 1

Importancia y eficacia de la palabra de Dios.

Este curso que empezamos consiste en una exposición de la "Historia de la Salvación", es decir, estudiaremos la
Biblia desde la primera página, en la que se narra cómo Dios creó todo lo que existe, hasta la última del
Apocalipsis que nos recuerda las promesas de Jesús para toda su Iglesia.

No se trata de un estudio difícil reservado a los intelectuales o personas de cultura, sino un estudio sencillo y
accesible a todos pues la naturaleza del curso es vivencial. Descubriremos que la Biblia es la Palabra de Dios que
viene a iluminar nuestra vida y nuestro actuar, capaz de transformar nuestro ambiente si encuentra hombres que
se abren a su acción.

Se requieren además ciertas condiciones para que se puedan aprovechar y asimilar mejor este curso:

1. Gran apertura de corazón, pues lo que se pide para entender las verdades de la fe, no es cultura ni
inteligencia, sino disposición.

2. Lectura de fe, ya que la Biblia no es tan solo una obra literaria sino la Palabra que Dios dirige a los
hombres. Por lo tanto, debe superarse la natural curiosidad intelectual que surge cuando nos disponemos
a estudiar la Biblia (como por ejemplo, saber cómo ocurrieron las cosas o acumular argumentos para
contestar a los protestantes, etc.)

3. Perseverancia, pues nunca terminamos de aprender de la Palabra.

4. Buscar ayuda y dirección en la misma comunidad cristiana, para evitar el aislamiento y empeñarse en
hacer viva la Palabra en comunión con nuestra Iglesia Católica.

El objetivo principal de este curso es llegar a considerar la Historia de la Salvación, como nuestra propia historia
personal. Por historia de la salvación entendemos "toda la narración de sucesos y acontecimientos bíblicos en los
que se manifiesta la iniciativa de Dios para salvar a todos los hombres". Desde siempre el hombre ha sido la obra
predilecta y amada de Dios, por eso busca su salvación dirigiéndole su Palabra de muchos modos y muchas
maneras. Ese mensaje dirigido a los hombres de aquel tiempo, se convierte gracias a la Palabra en mensaje para
nosotros el día de hoy, pues las experiencias de los personajes bíblicos son experiencias humanas por las que
todos pasamos. La Historia de la Salvación es un tejido de historias de hombres y su relación con Dios; de cómo,
a pesar de las miserias y debilidades de estos, Dios no se cansa de hablarles. Esa es la historia de salvación; la
historia de amor entre Dios y los hombres o mejor dicho, del amor de Dios al hombre. Todas esas palabras,
experiencias e historias, Dios quiso dejarlas plasmadas en la Escritura para que todos pudiéramos alimentarnos
de ella; así pues a pesar de que ocurrieron hace muchos cientos de años, no son ajenas a nosotros, sino que reflejan
nuestro mismo sentir y actuar. Como veremos más adelante la Palabra de Dios es siempre viva y actual.

¿QUÉ ES LA BIBLIA Y CÓMO SE LEE?

La palabra Biblia es de origen griego y significa libros; es una colección que incluye 73 libros que fueron escritos
paulatinamente en el transcurso de más de mil años. Se divide en dos grandes secciones: Antiguo testamento y
Nuevo testamento. La primera de ellas comprende 46 libros que abarcan la Historia de la Salvación desde la
creación hasta antes de la venida de Cristo; la segunda contiene 27 libros que abarcan el período que hay entre la
venida de Cristo y la muerte del último apóstol.

La Biblia originariamente fue escrita en tres idiomas: el hebreo, que es la lengua del israelita; el arameo, que es
el rústico idioma del pueblo, el mismo idioma que hablaba Jesús, y el griego, en el que están escritos la mayor
parte de los libros del Nuevo Testamento. De tales idiomas originales, la Biblia se ha traducido a todas las lenguas
y dialectos para así llegar a los confines del mundo. Hoy día se siguen haciendo infinidad de copias, siempre
tratando de proporcionar un mensaje más fiel al auténtico original.

Disponibles y al alcance de todos los cristianos, tenemos muy buenas traducciones, que año con año se corrigen
al ritmo de las investigaciones que realizan los estudiosos de la Sagrada Escritura. Entre ellas mencionamos la
Biblia de Jerusalén, la cual es una traducción que cuida mucho su fidelidad a los escritos originales, por ello se
recomienda a los que quieren profundizar en el estudio más científico de la Palabra de Dios. Tenemos la Nacar-
Colunga, que es una traducción española que maneja un lenguaje antiguo, que hoy nos parece cursi; se difundió
mucho hace algunos años, hoy parece en desuso. Existe la conocida Biblia Latinoamericana que es una traducción
hecha especialmente para la mentalidad y el vocabulario del latinoamericano; de fácil lectura y comprensión es
la traducción que recomendamos para nuestro curso, pues cuenta con muy buenos comentarios y explicaciones.

Las traducciones, "Dios habla hoy" y "Dios llega al hombre" de Ediciones Paulinas son muy accesibles y
económicas. Y recomendamos la Biblia Misionera, que tiene comentarios de los Misioneros Servidores de la
Palabra.

Hay también infinidad de gruesas traducciones de lujo, con muchas imágenes y bordes dorados, dignas de estar
en una vitrina. Nosotros abrazamos la idea de que la Biblia debe ser un libro para leerse, subrayarse y llevarse a
todos los días, sin ningún escrúpulo, pues el libro del cristiano por excelencia. Por ello nos conviene una Biblia
en letra grande que nos permita localizar y leer los textos fácilmente.

¿CÓMO DIFERENCIAR UNA BIBLIA CATÓLICA DE UNA PROTESTANTE?

Hay dos modos importantes para reconocer si la Biblia que ha llegado a nuestras manos es católica o protestante:
1. La Biblia católica lleva siempre la aprobación eclesiástica que se expresa con la palabra latina
"imprimatur" que significa "imprímase", o bien "Nihil obstat" (nada se opone). O en su defecto, la rúbrica
del obispo que autoriza la traducción. Esto se encuentra en las primeras páginas de la Biblia.

2. La Biblia católica tiene 73 libros, mientras que la protestante 66; esto debido a que los protestantes no
reconocen como inspirados los siete faltantes.

También los testigos de Jehová difunden su biblia cargada de errores doctrinales, la titulan "traducción al nuevo
mundo de la sagradas escrituras" no es apta para nuestro estudio. El libro de los mormones no puede considerarse
como biblia.

¿CÓMO LOCALIZAR UN TEXTO BÍBLICO?

Para encontrar un texto bíblico, primero se menciona el título del libro. Cada uno de los 73 libros que conforman
la Biblia tiene un nombre (Génesis, Éxodo, etc.). El índice que se encuentra al principio o al final de la Biblia,
nos enlista los nombres de los libros, con su abreviatura y la página donde pueda localizarse.

A continuación se da un número que corresponde al capítulo, normalmente de tamaño grande o remarcado,


fácilmente visible; luego se da otro número que indica el versículo, éste es un pequeño número entre las líneas de
la escritura. El versículo nos ayuda a localizar el texto que deseamos en el capítulo. Así por ejemplo:

Libro: Gén. Capítulo 1 Versículo 26

La cita queda así:

Gén. 1, 26 Si uno quiere que se lean varios versículos como por ejemplo hasta el 28, se dirá Gén. 1, 26-28. Si se
quiere que se lea otro texto del mismo capítulo, pero separado del anterior, se pondrá un punto. Por ejemplo: Gén.
1, 26-28.30 quiere decir que al final de la lectura de del versículo 28 pasará al 30 sin leer el 29.

Ahora ensayaremos esta localización de los textos tomando algunos pasajes de la Sagrada Escritura que nos señala
la importancia que tiene la Palabra de Dios para el cristiano y nos exhortan para apreciarla como algo
indispensable para nuestra maduración en la fe.

Veamos el texto:

Heb 4, 12- 13
Libro capítulo versículos

Este texto del Nuevo Testamento, subraya de una manera clara y fuerte que "La Palabra es viva y eficaz".
Decíamos al inicio que la Palabra de Dios no es palabra humana que se dijo hace muchos cientos de años, sino
palabra actual que viene a sacudir e inquietar nuestra propia vida. Por eso, frente a una palabra de la Biblia, toda
palabra resulta vacía y pobre; nada puede compararse con la voz de Dios que se dirige al hombre para manifestarle
su voluntad. Es el medio de comunicación por excelencia, por la que nos unimos a Él, del mismo modo como un
padre se comunica con sus hijos para expresarles su amor.

El texto también revela la fuerza de penetración que tiene la Palabra “hasta la raíz del alma y del espíritu”, es
como una flecha puntiaguda que se clava en un tronco. Una persona que ha escuchado la palabra de Dios no puede
permanecer como antes; pues por medio de ella descubrimos nuestra miseria y nuestro pecado y al mismo tiempo
la necesidad que tenemos de Dios para seguir adelante. Dice el cincelazo núm. 59: "La palabra de Dios tiene un
doble efecto: Descubre nuestra miseria para que la detestemos y nos da fuerza para caminar hacia Cristo".

Veamos ahora otro texto: Ef 6, 17 (Carta a los Efesios, capítulo 6 versículo 17), que nos presenta la palabra de
Dios como “casco de salvación y espada del espíritu”. Nos refleja el papel del escudo de protección que tiene la
Palabra. La batalla que libera el cristiano en el mundo actual es difícil e imposible, si no se va bien armado con
la fuerza de Dios. Dice un conocido refrán: “Nadie va a la guerra sin fusil”. Así también el cristiano que no se
arma con la palabra de Dios va a una derrota segura en la vida. Tomemos el ejemplo de Cristo que salió adelante
de las tentaciones del demonio, defendiéndose con la palabra de Dios. No puede llamarse cristiano a aquel que
ignora las escrituras y desconoce el poder que tiene la Palabra. San Jerónimo decía: “Ignorar las Escrituras es
ignorar a Cristo”.

Otro texto de entre los muchos que nos hablan de la Palabra de Dios es 2Tim 3, 16-17 (Segunda Carta a Timoteo,
capítulo 3, versículos del 16 al 17), que afirma que “toda escritura es inspirada por Dios” y señala también algunos
atributos que tiene la palabra:

TODA ESCRITURA ES INSPIRADA POR DIOS

1. “Sirve para enseñar”: La palabra de Dios no es cultura ni libros de buenos modales; es palabra que nos
enseña a vivir como hijos de Dios entendiendo su voluntad, a amarlo cada día más y a servirle a nuestros
hermanos. Unos padres de familia sin mucha cultura, pero con un gran amor a la Palabra podrán hacer de
sus hijos hombres de bien pues cuentan con la sabiduría divina.

2. “Rebatir”: Está palabra significa rechazar la fuerza y la violencia que intentan hacer algunos. La Palabra
nos afirma en la lucha de la vida, nos da seguridad y confianza, pues nos garantiza que obramos desacuerdo
a la voluntad de Dios.
3. “Corregir”: Pues viene a señalarnos las fallas que vamos teniendo, proporcionándonos un modelo de
conducta. Dice el cincelazo núm. 60: "Nunca terminamos de cambiar, pues la Palabra de Dios es siempre
Buena Nueva, y llega a nosotros exigiéndonos cambios".

4. “Guiar en el bien”: Muchos hombres navegan en la vida, sin ningún ideal o sentido de existencia, se
tambalean ante los problemas, dudas o confusiones; son como banderas que ondean hacia donde el viento
las empuja. Hay un dicho mexicano: “¿Adónde va Vicente?, a donde va toda la gente”. El cristiano, en
cambio, poseedor del tesoro de la Palabra se forja un ideal y un carácter, empeñándose en la constante
superación; la palabra de Dios es su compañera que le ayuda a discernir el bien del mal, lo que le conviene
de lo que no le conviene.

5. “Hace perfecto al hombre”: Es el hombre un bloque de piedra sin forma, del que Dios quiere hacer una
escultura a imagen de Cristo, su Hijo. La palabra de Dios es el cincel que va eliminando todo lo que impide
que en nosotros se descubra el hombre perfecto. Este es un trabajo lento y pesado que nos exige paciencia
y perseverancia.

Por último veamos el texto Is 55, 10, el cual nos habla del poder de la Palabra para generar la vida y para
transformar nuestro ambiente. El fruto lógico de la Palabra de Dios es la conversión. No puede entenderse la
actitud de un cristiano que al escuchar la Palabra, permanezca en el mismo estado y actitud en que estaba antes
de escucharla. La Palabra representa la voz de Dios que despierta al amor, única fuerza capaz de lograr los
cambios. La Historia nos muestra muchísimos hombres santos que, acogiendo la Palabra, transformaron su
existencia y su propio ambiente. Quizá hay en nuestro pueblo algunas personas que haciendo esta experiencia
salieron de sus vicios y actitudes ateas y ahora son personas que trabajan para que la Palabra llegue a otros
valiéndose de la predicación y de su testimonio.

Otros textos que conviene reflexionar son: 1Pe1, 23; Is49,2; Ap1,16.

Bien, damos por terminada la lección introductoria a este curso bíblico. También recomendamos el manual “Dios
ama a los hombres”, como guía para seguir el curso con más detenimiento.

Tema 2
DIOS CREA TODO LO QUE EXISTE
En la introducción al curso se nos hizo ver cómo al acercarnos a la Biblia en realidad lo hacemos a la palabra de
Dios. En ella vamos a encontrar el mensaje salvífico que el Señor nos da hoy.

Este mensaje lo vamos a encontrar a través de la experiencia de Israel y de la primitiva comunidad cristiana y,
más aún, de la experiencia de Jesucristo. Por tratarse de experiencias históricas, la llamamos Historia de la
Salvación.

La Biblia, y con ella la historia de la salvación, inicia con la creación del universo y concluye con la esperanza de
la vuelta del Señor (Apocalipsis). Por ello al empezar esta historia lo haremos con el primer libro de la biblia:
Génesis.

LA CREACIÓN DEL UNIVERSO

La palabra Génesis se puede traducir como nacimiento, producción, linaje, generación u origen, pues en este libro
se presenta el origen o generaciones del hombre, de las cosas del Pueblo de Israel, tal como el autor inspirado lo
comprendió.

Gén 1, 1-2
Los primeros versículos nos dicen que Dios es el principio de los cielos y tierra. Nunca se cuestiona por el
«origen» de Dios: ¿Quién lo creó? Para Israel Dios es creador y no creado. Él es la Vida y la existencia y al mismo
tiempo las participa.

Gén 1, 3-25
Es la palabra de Dios por la que se crean las cosas: «Dijo Dios». La palabra divina es creadora, es la voluntad
amorosa de Dios la que llama a la existencia a los seres. Conviene tener presente que el texto no tiene finalidad
científica, tal como lo entendemos hoy; tampoco se trata de oponer ciencia y fe, simplemente son campos diversos.
Siendo pues, un mensaje fundamental religioso, hay que buscar en él el mensaje salvífico.

1. El orden de los días está encaminado a explicar por qué el israelita descansa el séptimo día: Dios trabajó seis
días y descansó el séptimo. Hace falta un día de descanso y ese día es dedicado al culto divino. Este mensaje es
muy actual. Si consideramos lo intensa y frenética que es la vida del hombre. Al tensionarse tanto sin descansar
la interioridad dañada por el «stress», la vida hace crisis, y en muchos casos, muy grave. Esto propicia cansancio
y vacío; lógicamente no hay disposición al culto a Dios. El encuentro con Dios es descanso y fortalecimiento del
hombre física y espiritualmente. Este tipo de descanso no es opcional, es necesario.

2. Dios crea cada ser bueno y con una función específica, y regidos por unas leyes; de no responder se rompe
la armonía y el orden, cunde el caos y la destrucción. Los desastres naturales y sociales son la más grande prueba
de ello.
Hace mucha falta entender este mensaje de la creación. El hombre necesita llevar su vida de acuerdo a su función
(vocación) en el mundo, si quiere evitar tanto desastre y dolor. El mundo y la creación le serán propicios al hombre
cuando éste entienda, respete y realice el plan de Dios respecto a aquellos.

LA CREACIÓN DEL HOMBRE

Gén 1, 26-31
Después de preparar el ambiente, Dios crea al hombre que lo va a habitar. Este es un momento importantísimo en
el acto de la creación.

1. Dios creo al hombre para ser señor de la creación, por ello es «imagen y semejanza» de Dios. No ha de ser
esclavo de ella. Cuando esto sucede, el hombre desfigura esta imagen. Todo lo creado es para su beneficio y
provecho, pero ha de guardarse de ser avaricioso y egoísta. Porque los bienes son para la humanidad, debe velar,
por la justa distribución de ellos. Que no todos reciban estos beneficios es permisión de la voluntad divina respecto
a los bienes.

2. La dignidad del hombre depende, pues, del hecho de ser imagen de Dios, no de lo que posee, sino de lo que
es. Sin importar si es un ser recién concebido en el seno materno o si es ya adulto, ni edad, ni sexo; el derecho de
ser hombre e ir encaminado en lograrlo merece sea considerada su dignidad. Un aspecto de esta dignidad es el
que siendo Dios amor, lo creó capaz de amar, por lo que el hombre necesita vivir amando, si quiere vivir
dignamente.

3. De entre las tantas cosas que atentan contra la dignidad humana, se encuentran las supersticiones. La
superstición es una forma de ser esclavizado y manipulado. Esto lo saben muy bien los que las practican. Así
someten la voluntad y conciencia del hombre. Lo dominan con el miedo y la amenaza de males. La superstición
es duramente condenada por la Biblia, porque con ella se da la espalda a Dios y se da lugar al demonio (Dt 18, 1-
14; Lev 20, 6. 27). El curanderismo y otras formas de magia y superstición, por más que se quieran justificar son
engaños, autosugestión u obra del demonio.

LA NATURALEZA DEL HOMBRE


Gén 2, 7-15
Nos encontramos con una segunda narración de la creación del hombre que en realidad es la más antigua. Ella
nos explica que el hombre es un ser efímero y limitado, es como el barro; viene del polvo y al polvo vuelve. NO
ES DIOS. Nunca podrá ser como Dios. Sin embargo, eso no desmerece al hombre ni rebaja su dignidad. El texto
parece sugerirnos que como alfarero pone afecto en su obra, al moldearla, también el Señor modeló al hombre:
Lo hizo con cariño y por su amor.
Dios lo coloca en el jardín del Edén. Le encomienda la misión de cultivarlo. El trabajo humano es exigencia de
su naturaleza y vivirá con el producto de él. La tierra, Dios se la da como una gracia, y al hombre le toca hacerla
producir. La providencia divina no suplanta la labor humana, es más, la exige. Además que el trabajo también lo
dignifica. En este sentido, la pereza y la mediocridad atentan contra la dignidad humana.

Gén 2, 18-25
Pero el hombre no está completo sin la mujer. Esta narración, que no debe tomarse literalmente, describe con
imágenes literarias lo sublime de la pareja humana: «No es bueno que el hombre esté solo». Es un ser con una
dimensión social creado para relacionarse y realizarse y crecer con dicha relación. Por lo mismo los actos de la
persona de algún modo repercuten en los demás. Pero para que la relación madure se tiene que considerar el valor
que tiene el «semejante».

Es importante notar que la relación de la pareja es divina. Y ésta sólo es posible cuando ambos se consideran con
la misma dignidad y los mismos derechos, por el mismo origen. De suerte que el machismo o el feminismo (como
extremo contrario) se oponen además que a la voluntad divina, a la plena realización de la pareja. Ninguno está
por encima del otro. Son complemento. En una relación en que el amor se expresa así en el respeto, y en la
donación «de mí al otro», es posible y duradera. Esta idea es clave en el matrimonio.

Finalmente, hemos de considerar la imagen de la desnudez, como indicio de que la transparencia mutua es factor
determinante en la convivencia. Es ella la que permite la confianza y la confiabilidad.

Dentro de lo limitado de estas consideraciones, y del espacio de que disponemos, podemos entender que el
mensaje de la creación es de una profundidad considerable y muy actual. Desde nuestro punto de vista, podemos
encontrar en él elementos y luces para mejorar nuestra vida en todos los aspectos. Basta mirar El Proyecto y «mi
proyecto» a la luz del Señor, y la vida cambia.

Tema 3
Los Hombres rompen con Dios

Está lección nos ayudará a comprender, ¿qué es el pecado?, ¿cómo tuvo su origen?; ¿cómo fue que se rompió el
plan que Dios tenía para hacer feliz al hombre?; ¿cuáles son las consecuencias que el pecado deja en nosotros?;
pero también, la palabra de Dios nos descubrirá la infinita misericordia que el mismo tiene para con el hombre
rebelde y obstinado en el mal.
Empecemos nuestra lección rezando un salmo. Los salmos son oraciones muy antiguas que rezaba el antiguo
Pueblo de Dios; a través de ellas alababa a Dios, le suplicaba favores y daba gracias por ellos. Estas oraciones
son también palabra de Dios y han quedado plasmadas en la Escritura para que nosotros las aprovechemos. En el
índice de nuestra Biblia buscamos la página en que se localiza el libro de los salmos y, ya allí, vamos al salmo
101. Este salmo nos invita hacer un alto en nuestra vida y a poner nuestra conciencia ante Dios para que él nos
haga entender la gravedad de nuestras faltas y, para que también, nos dé fuerzas para luchar contra todo lo que
pueda apartarnos de él.

Después de rezado el salmo, hacemos esta oración: «Te pedimos, Señor, que nos concedas la humildad para
reconocer siempre la infinita misericordia que tienes para con nosotros pecadores. Haznos fuertes para luchar
contra lo malo, tomando tu Palabra como medio para nunca apartarnos de Ti. (Ave María y Gloria).

Recordatorio de la lección anterior:


En la lección anterior «Dios creó todo lo que existe» afirmamos que Dios es el principio y origen de todo el
universo; su mano de artista formó la tierra, el sol, las estrellas, etc. Se hizo notar también como Dios fue creando
un «un hogar donde todo era muy bueno» para poner en él a la máxima obra de su creación: El hombre. El poder
de Dios no se agotó al crear todas las maravillas naturales, sino que se complació creando a un ser que se le
pareciera, que participara de su inteligencia, libertad, voluntad y sobre todo, que como él, fuera capaz de amar.

También recordamos cómo Dios al observar al hombre solo, creó a la mujer como su compañera de igual dignidad.
A esta pareja, hombre y mujer, les dio capacidad de someter y mandar todo cuanto había sido creado. El hombre
pues admiraba junto con su mujer la grandiosa obra de Dios.

La última cita que reflexionamos (Gén 3, 8), nos mostró esa relación tan íntima y amistosa que había entre Dios
y los hombres. El hombre y la mujer podían mirar a Dios «cara a cara», no había nada que se interpusiera entre
el hombre y su creador, participaba del amor sin morir ni sufrir. «Dios platicaba con el hombre todos los días a la
hora de la brisa de la tarde». Empecemos aquí nuestra lección.

¿CUÁL FUE EL PECADO ORIGINAL?


Tomemos nuestra biblia y leamos la siguiente cita:
Gen 3, 8- 10
Una de aquellas tardes en las que Dios bajaba a platicar con el hombre, esté ya no se encontraba. El jardín estaba
solitario y triste. Dios hizo oír su voz en todo el jardín llamando a Adán, pero este no contestaba, pues tenía miedo
y estaba escondido. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué de pronto una relación tan limpia y amistosa se había roto.

Recordemos que Dios había creado al hombre a su imagen y semejanza, es decir, le había participado su
inteligencia y libertad. Él no quería al hombre como un esclavo o un juguete sino que lo amaba y lo respetaba; lo
había hecho libre, para que esa libertad participada eligiera a su Creador. Si Dios no hubiera querido al hombre
para que lo alabara podía haber dado el habla a las piedras, pero se complació en crear al hombre libre para que
colaborara con él en el trabajo de la creación.

El hombre compartía la felicidad de Dios, pero al mismo tiempo debía reconocer el límite de su libertad, debía
aceptar que Dios es el creador y que a Él están sometidas las leyes y el uso de su misma libertad. Esto es lo que
significa «el árbol de la ciencia del bien y del mal»; nos hace ver que nuestra libertad aunque grande (pues el
hombre podía hacer cuanto quisiese), tiene un límite que debemos reconocer y respetar. De otro modo se atribuye
un papel que sólo le corresponde a Dios. Esa fue la falta de Adán: Al comer del árbol prohibido abusó de su
libertad y quiso tener para sí mismo los dones de Dios.

Podríamos decir que el pecado es romper nuestra relación con Dios, un abuso de libertad. El mal no lo ha creado
Dios sino que lo introduce todo aquel que abusa de su libertad. Al romper el hombre su amistad con Dios,
experimentó un terrible miedo que lo hizo esconderse. El miedo a Dios es un consecuencia del pecado, pues el
hombre pecador se hace una imagen de un Dios vengativo y castigador. Seguramente nuestra ignorancia de la
Palabra, nos hace tenerle miedo a Dios, pues pensamos que está al acecho de todo lo que hacemos, para ver si nos
portamos bien o mal. Asimismo, hay muchas personas que no se acercan a Dios porque consideran que sus
pecados son muy graves y no son dignos de acercarse; ignoran que ¡Dios es misericordioso!

Gén 3, 11- 12
Otro aspecto del pecado, lo encontramos en este hecho significativo: El hombre lejos de reconocer su
desobediencia ante la pregunta de Dios, le da la culpa a la mujer. El pecado suscita la división entre los hombres;
porque Adán y Eva antes de caer en el pecado se amaban y respetaban. Después el hombre no quiso reconocer su
falta. Todo pecado por pequeño que sea tiene repercusión social, pues genera desconfianza y violencia. Lo
descubrimos en nuestra propia experiencia personal: ¡No nos gusta reconocer nuestros pecados! ¡Nos molesta y
nos humilla! Antes bien buscamos culpables a todo lo que vemos a nuestro alrededor. Los sacerdotes se quejan
de que lo que contamos en las confesiones no son pecados propios sino ajenos.

Gén 3, 4- 5
Decíamos pues, que el pecado es abuso de la libertad que Dios nos ha dado, y tuvo su origen en atender a su
engaño que nos preparó el maligno. El demonio representado por la serpiente, es esa creatura envidiosa de la
felicidad del hombre que quiere compartirnos su odio y su amargura. Es el acusador, que al verse privado de la
luz, instiga y engaña al hombre a revelarse contra Dios.

Por eso presentó al hombre la posibilidad de «liberarse», le hizo creer que podía poseer los atributos de Dios y
ser iguales a Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre y podemos decir que en adelante, todo pecado
tiene como base una desobediencia y una falta de confianza en Él. Es la soberbia la que nos hace preferirnos a
nosotros mismos en lugar de Dios; despreciamos a Dios olvidando que somos creaturas necesitadas de ayuda para
conseguir nuestro propio bien.

Gén 3, 4- 6
Este versículo nos narra cómo se consumó el pecado. Creo yo que poco a poco nos hemos ido dando cuenta en
dónde está la raíz de nuestros males: ¡Nos hemos apartado de Dios! El pecado que cometieron Adán y Eva no fue
sexual, como piensan algunos, pues con anterioridad Dios había bendecido la unión de la pareja: «Sean fecundos
y multiplíquense» (Gen 1, 28). Más bien, el pecado fue la soberbia del hombre; haber rechazado a Dios, es la
actitud con la que el hombre quiere independizarse, porque siente que Dios le estorba para ser feliz. Dice el
cincelazo 331: «El soberbio es el que en la práctica dice al Señor» ¡Quítate, porque yo solo puedo hacerlo! Y es
que cada que cometemos un pecado, le decimos a Dios: ¡Sácate! ¡Me estorbas! ¡Yo quiero ser y Tú no me dejas!
Debemos comprender a estas alturas que el pecado va más allá de un simple quebrantamiento de la ley de Dios
es sobre todo, no considerar a Dios, no quererlo incluir en nuestro plan de vida.

Gén. 3, 16- 17
La sentencia que Dios hace al hombre y a la mujer, nos muestra que la relación amistosa entre Dios y el hombre
estaba rota. El hombre ya no es más el rey de la creación. Su desnudez y su vergüenza le hicieron comprender
que sólo era una creatura desvalida que había rechazado a su propio Creador. Sin embargo, Dios no maldijo al
hombre; en adelante, el hombre tendrá que cargar el peso de su propia naturaleza, con la responsabilidad deberá
asumir la lucha de la vida y sus exigencias.

CONSECUENCIAS DEL PECADO


Las consecuencias del pecado que ahora analizaremos, no son castigo de Dios, Dios no castiga, sino que es el
efecto lógico de haber perdido la amistad divina.

1. Sufrimiento y dolor: El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos del paraíso ideal que tuvo el
hombre. Las experiencias del mal, el sufrimiento y la injusticia nos parecen un castigo de Dios. Ya no somos los
consentidos del paraíso, ahora nos enfrentamos a las fuerzas de la naturaleza, superiores a las nuestras.

Por una idea fuertemente arraigada en el pensamiento popular, le atribuimos a Dios cualquier desgracia que
padece el hombre. Dios no hace sufrir, el dolor tiene una explicación enteramente natural. Es precisamente Cristo
nuestro Señor quien nos enseñará a vivir y a ratificar este sufrimiento, pero no nos liberará de él.

2. Trabajo: El hombre en el paraíso realizaba un trabajo fácil y agradable, ahora tendrá que sacar de la tierra su
propio alimento. La Escritura destaca que el trabajo es fatigoso y pesado; pero actualmente observamos que este
trabajo a unos los hace ricos y poderosos, a otros los hace esclavos para toda la vida y unos pocos viven
holgadamente aprovechando los sudores de los demás. Cristo nuestro Señor viene a enseñarnos que el trabajo no
es una condena a muerte, sino la posibilidad de colaborar con Dios en la creación que todavía no ha terminado.
«Mi Padre trabaja, yo también trabajo» (Jn 5,17).

3. Muerte: Por el pecado, Dios quita al hombre la posibilidad de vivir para siempre. Para quien vive la vida sin
pensar en Dios, la muerte es una maldición, pues es dejar los bienes, afectos y placeres de este mundo; pero para
quien acepta los trabajos y sufrimientos con la esperanza de una vida superior, la muerte es una liberación. Cristo
«Vencedor de la Muerte» viene a darnos la vida en abundancia. Él es quien quita el pecado del mundo y nos libera
también de los efectos del mismo pecado.

Gén 3, 15
Dios nunca maldijo al hombre, pero sí a la serpiente representante del mal y, al hacerlo, también pronunció la
promesa de salvación para el hombre: «De la mujer saldrá la victoria final sobre el mal». Dios no puede permitir
que su máxima obra viva hundida sin esperanza de redención y, en el mismo momento de su sentencia, se incline
sobre su miseria. Otro gesto de su amor lo notamos en el hecho de que no los envió desnudos a la tierra, sino que
los vistió para que salieran del paraíso con dignidad.

Este texto es muy importante pues hace notar que Dios no es de ninguna manera un juez implacable y castigador
sino el creador amoroso que no podía dejarnos solos, a pesar de haberle rechazado. Dice el cincelazo no. 20: «A
pesar de nuestras infidelidades que rechazan las manifestaciones del amor divino, el Señor busca siempre
ocasiones para volver a empezar». Este pensamiento resume toda la historia de salvación. La misericordia de Dios
es más grande que toda la maldad humana.

También el texto hace alusión a una mujer. Los católicos vislumbramos en ella la figura de la Virgen María
«Vencedora del Mal», «la que aplasta a la serpiente», la que con su generoso «sí» aceptó la salvación para todos
los hombres. Así como por una mujer había entrado el pecado al mundo, también por otra mujer, María, «entró
la salvación al mundo».

Gén 4, 8
Adán y Eva ya en la tierra tuvieron muchos hijos. Los primeros Caín y Abel ofrecían sacrificios a Dios. Caín que
era labrador ofrecía sus cultivos y Abel que era pastor de ovejas sacrificaba los primeros nacidos de sus rebaños
(Gén 4, 1).

Sucedió que Caín empezó a sentir envidia de Abel, porque las ofrendas que éste ofrecía eran más limpias y
agradables a Dios. Su rostro se descompuso y deseó el mal para su hermano. Este texto nos viene a ilustrar hasta
dónde puede llegar el pecado del hombre, concretamente, la envidia. La envidia es «hija» de la soberbia, pues
como el hombre se considera bueno, lleno de dones y atributos propios, no puede concebir a otro hombre que lo
supere; así es que empieza esta batalla por acabar con todo lo que pueda opacarle. La envidia nunca queda como
un sentimiento interior de repulsa, sino que fácilmente genera violencia. Empieza su acción por la palabra y llega
como en el caso de Caín, al asesinato.

Es natural que de nuestro corazón soberbio broten quizá estos sentimientos. ¿Qué hacer? ¿Cuál es el remedio? La
soberbia y la envidia se curan con la humillación, con la humildad que nos hace reconocer que no somos nada
ante Dios y que nuestros dones no nos pertenecen, sino que son bendiciones de Dios con los que tenemos que
servir a los demás. El cincelazo no. 296 nos ilustra esta idea: «En la medida en que yo me siento más de lo que
soy, más y más me aparto de Dios».
Gén 6, 5
Con el paso del tiempo se multiplicaron los pecados en toda la tierra. El hombre, creatura predilecta de Dios, se
había vuelto un ser obstinado en la maldad y perversión. El primer hombre, Adán, se había apartado de Dios,
quedando marcada en toda su descendencia una inclinación a lo malo. Fue como si el «molde» del que iban a salir
todos los hombres quedara averiado y, como consecuencia, todos lo que salimos de ese «molde» arrastramos ese
«defecto de fábrica».

Gén 7, 17- 23
La humanidad estaba totalmente corrompida y Dios vio necesaria una purificación que asegurara el porvenir de
su obra. Así que tomó al único justo, Noé, para empezar con él, un nuevo pueblo santo, limpio de maldad. Dios
nos muestra a través de esta extremosa decisión que está resuelto a cuidar su obra predilecta, aún a costa de
medidas dolorosas.

Noé es el creyente ideal que acepta colaborar con Dios para salvar al mundo; se pone a trabajar decididamente en
el proyecto divino sin hacer caso a las críticas de los incrédulos y flojos que prefirieron seguir gozando de lo
temporal que trabajar para el futuro. Dios nos muestra a través de esta cita que quiere una humanidad totalmente
renovada, por eso la hace pasar por una «limpia» por así decirlo, para acabar con sus costumbres malas. Así como
Dios necesitó a Noé, hoy también necesita de hombres santos que, sin sentirse salvados ni condenar a los
pecadores, influyan positivamente en la sociedad. Un hombre bueno asegura que las promesas de Dios siempre
serán cumplidas, a pesar de todas las maldades. Lo decía San Juan de la Cruz: «Vale más un santo que diez mil
cristianos mediocres».

Gén 11, 1-9


El episodio de la torre de Babel, es otro ejemplo más para mostrar la tendencia al mal que tenemos todos los
hombres desde que en un principio perdimos la amistad divina. A pesar de que Dios había purificado la humanidad
con el diluvio universal, con el paso de los años volvió a olvidarse de Él; los hombres se volvieron malos, se
llenaron de soberbia e intentaron construir una torre que llegara hasta el cielo para probar, delante de todos, que
podían hacer cosas grandes sin ayuda de nadie. Y una vez más Dios interviene drásticamente para acabar con las
pretensiones humanas de grandeza y de poder.

Tal vez, hermanos, en este mismo acontecimiento encontremos reflejada nuestra triste experiencia personal. Dios
nos salva, nos limpia y purifica y al momento de sentirnos limpios, como los «puerquitos recién bañados»
volvemos a caer en la suciedad. El hombre es débil por naturaleza y siempre pecamos de algún modo, pero esta
tendencia nunca debe desanimarnos, sino al contrario, debe concientizarnos de que no podemos avanzar solos sin
la ayuda de Dios. Lo peor no está en la caída, sino en permanecer en ese estado pesimista de no poder levantarse.
Es anticristiano que una persona reconociendo sus fallas y defectos no quiera salir de ellos, porque en su conducta
niega el Poder de Dios que quiere hacer santos a todos los hombres. Debemos luchar optimistamente contra
nuestros defectos, confiando más en el poder de Dios que en nuestras propias fuerzas.

Nos dice el cincelazo no. 208: «Los santos no son los que nunca pecaron, sino los que pronto se levantaron
confiando en el amor de Dios».
Bien, hemos concluido nuestra lección, esperando que en todos haya quedado «un asco» al pecado, pues por
medio de él rechazamos a Dios a quien debemos amar. Por eso conviene que pidamos perdón a Dios rezando el
salmo 51 reconociendo nuestros pecados y confiando mucho más en la infinita misericordia divina.

Tema 4
Abraham confía en Dios

El amor de Dios es efusivo necesita darse a toda costa. Por eso, a pesar de las continuas infidelidades humanas
Dios busca a un hombre que confíe en Él para empezar un nuevo pueblo.

En esta lección, la palabra de Dios nos dará la respuesta a la pregunta: ¿Qué es la fe? A través del ejemplo de
Abraham “el padre de la fe» aclaramos su significado verdadero, distinguiéndolo de una simple creencia o de un
sentimentalismo superficial.

Empezamos nuestra lección con la oración acostumbrada. Esta vez tomaremos el salmo 23, conocido como el
salmo del "Buen Pastor"; es la oración del hombre que confía en el Señor, su pastor, que lo conduce por los
caminos seguros hasta su presencia. La confianza en Dios es una de las dimensiones más importantes de la fe
que subrayaremos a lo largo de la lección y nos dará la pauta para introducirnos en el propio misterio divino.

Después de rezado el salmo hacemos esta oración:


«Concédenos Señor, la suficiente sensibilidad a tu Palabra, para que podamos entender, cómo podemos
dirigirnos a Ti. Aumenta nuestra confianza en Ti y de ese modo nos abandonemos enteramente a tu voluntad.
Amén». (Ave María y Gloria).
Recordatorio de la lección anterior:
En la lección anterior «Los hombres rompen con Dios» se reflexionó sobre la realidad más triste del hombre: El
pecado, el cual se definió en términos de un rechazo de Dios, pues pensó que Éste le estorbaba para su
realización.
Esta separación le trajo al hombre caras consecuencias. Por principio perdió la amistad divina, de ahí en
adelante tendrá que sufrir, trabajar, morir. El hombre ya no es más el rey de la creación; como creatura se
enfrentará a las fuerzas de la naturaleza superiores a las de él.

Por el pecado de Adán, el primer hombre, todas las generaciones tenemos que arrastrar ese «defecto» que nos
hace tender obstinadamente al mal. A pesar que Dios le muestra al hombre muchos gestos de misericordia, éste
no los supo valorar.

También analizamos el acontecimiento del diluvio, en el que descubrimos el deseo ardiente de Dios para que el
hombre no se perdiera en el pecado. Tanto fue su deseo que estuvo dispuesto a salvar al hombre a costa del
mismo hombre. Así que rescató a Noé, el único justo, para empezar con él un nuevo pueblo limpio de maldad.
Este hecho nos hacía reflexionar sobre la importancia que tiene el hombre para la salvación de la humanidad; en
la balanza de Dios, pesa más un justo que muchos pecadores.

Por último, revisamos el episodio de la torre de Babel, que nos muestra una vez más cómo el hombre ha estado
siempre inclinado al mal. La soberbia le hizo sentir capaz de hacer muchas cosas sin necesidad de la ayuda
divina, pero una vez más Dios arregla las cosas, para que el hombre advierta su condición de creatura y
reconozca que necesita de Él para todo proyecto que intente.

En este momento, retomamos el hilo de nuestra historia de la salvación, para continuar con la tercera lección.

Veamos el texto:
¿QUÉ ES LA FE?

Gén 12, 1- 5

Dios nunca se cansa de buscar al hombre su creatura predilecta. Por eso, a pesar del rechazo y de las constantes
infidelidades de éste, buscó el modo de relacionarse con él. El primer hombre Adán, no tuvo confianza en Él y
rompió las relaciones de amistad. Para reanudar nuevamente este diálogo, Dios busca a un hombre que confíe
en Él.

Abraham es ese hombre en el que Dios confía para empezar una nueva relación con la humanidad. Dios le pide:
«Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre y anda a la tierra que yo te mostraré».
Dios llama a Abraham a emprender una experiencia única y maravillosa pero al mismo tiempo incierto y
riesgoso. No obstante que él ya era viejo de setenta y cinco años confió en este llamado y partió para atender la
promesa. Sabe que Dios es quien se lo pide y que se lo pide para darle aquello que anheló toda su vida: tierra y
descendencia.

En Abraham encontramos la fe auténtica que Dios quiere en el nuevo pueblo que Dios quiere formar. Conviene
que analicemos más detenidamente, puntualizando:

La fe es la respuesta a la llamada de Dios.


Abraham no partió de su tierra por iniciativa propia sino por responder va la llamada imperativa y exigente de
Dios. No atendió una voz en el vacío, sino a la voz amorosa de su Creador que le prometía todo lo que él podía
anhelar. Abraham tuvo una confianza muy grande, creyó en las promesas divinas y se abandonó en Dios
sabiendo que no quedaría defraudado.

De ese modo Dios inicia una nueva relación con el hombre; ha encontrado por fin al hombre dispuesto y
confiado, en quien fundamentar al nuevo pueblo. Son precisamente estas cualidades las que agradarán a Dios,
más que cualquier obra buena. La confianza en Dios es una de las dimensiones más importantes de la fe, pues
nos da la posibilidad de captar el misterio divino. Dice el cincelazo 1107: «La confianza en Dios nos capacita
para entender la verdad». No hay quien pueda entender a Dios ni su voluntad, si antes no ha depositado en Él
toda su confianza; una vez que se ha puesto todo en sus manos, es más fácil entender sus caminos.

LA FE ES UN MOVIMIENTO «DINÁMICO» AL SERVICIO DE DIOS


El texto que hemos leído recalca los verbos de movimiento: Dejar, salir, partir y andar. Todo ello revela que la
fe nunca puede ser aceptación pasiva de una promesa sino que implica ante todo movimiento. Nunca puede uno
quedarse cruzado de brazos después de haber recibido el llamado de Dios; la misma Palabra hace sentir al
hombre el urgente deseo de responder.

La fe nunca puede quedarse como una simple aceptación de las verdades de la Iglesia, es por esencia, una
actitud ante la vida, que nos hace estar en constante diálogo con Dios para poder realizar esa misión redentora
que Él mismo nos participa. Tampoco es una simple creencia o ese sentimentalismo superficial tan propio de los
ingenuos.

En nuestra experiencia apostólica, en particular en los visiteos, los Servidores de la Palabra nos hemos dado
cuenta del concepto de fe tan reducido que tiene nuestro pueblo. Las personas no dicen: «Yo tengo fe, quiero
mucho a Dios; mire aquí tengo mi virgencita, además voy a misa cuando me nace y de vez en cuando me voy
de peregrinación a San Juan, etc.». La fe no es un sentimiento, sino la aceptación racional de la propuesta de
Dios a vivir a nuestra vida de un modo diferente. De nada nos servirán nuestras creencias y devociones si no
estamos dispuestos a ponernos en marcha y a «hacer» lo que Dios nos pide. Recordemos la misma frase de San
Pablo: «Una fe sin obras es una fe muerta».
Esa respuesta que da el hombre representa la bendición para muchos otros hombres. Dios participa sus propios
proyectos para salvar al mundo. Es necesario creer en las promesas divinas: «En ti serán benditas todas las
naciones de la tierra». El cincelazo 1096 nos dice: «Todos los que nos ponemos en las manos de Dios,
asumimos un papel primordial en la historia de la humanidad. La felicidad de los demás depende de nuestra
entrega a Dios».

LA FE EXIGE ROMPER CON MUCHAS COSAS


Abraham no hubiera podido responder a Dios si no hubiera estado dispuesto a renunciar a su vida cómoda y a
sus antiguas creencias; siendo un hombre instalado en la riqueza y la abundancia, lo arriesgó todo para entender
la voz de Dios.

Al cristiano de hoy, Dios le pide también, dejar tantas y tantas cosas que impiden nuestra relación con Él; esos
falsos dioses que nos roban el tiempo que debemos al Dios verdadero. No se puede tener fe y seguir
conservando la misma actitud de no querer desprenderse de lo que más nos gusta. Cada uno de nosotros tiene
sus propios «diositos» a los que rendimos culto y no queremos abandonar. Para unos es el dinero, para otros la
fama, la moda, la pereza, los vicios, las diversiones. etc. Son muchas las cosas que nos atan y nos impiden que
sigamos el llamado de Dios a una vida de fe.

Gén 15, 5- 6

No obstante que Dios le hace promesas difíciles de creer, él sabe que Dios no puede equivocarse o engañarlo; Él
le ha prometido una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y como las arenas de las playas.
Humanamente, la promesa se presentaba punto menos que imposible de realizar, pero para Abraham, el hombre
de la fe, es la motivación para seguir adelante, su corazón es todavía capaz de esperar lo imposible no es tan
viejo para cerrarse a esta invitación a formar un pueblo numeroso.

Gén 18, 9- 15

Pasados veinticinco años de peregrinar por el desierto, Dios por medio de tres ángeles revela a Abraham que
por fin se cumplirán sus promesas. Tal es la sorpresa de Sara, que se hecha a reír no creyendo que siendo tan
vieja aún pueda tener un hijo. ¡Y es que no era para menos! Si veinticinco años antes, que se dice fácil, era
difícil que se pudiera tener un hijo, ahora se antoja imposible, pero como nos dice la misma Palabra: ¿Hay algo
imposible para Dios? (v.14).
Este texto viene a hacernos reflexionar sobre una idea importante «El tiempo de Dios no coincide con el tiempo
de los hombres». Cualquier mujer al igual que Sara se hubiera reído de tal anuncio; cualquiera se hubiera
cansado de esperar inútilmente confiando en una promesa dicha hace tanto tiempo. Sin embargo, Abraham
nunca se desesperó pues sabía en quien había puesto su confianza. En muchas ocasiones nosotros queremos que
pronto se realicen las promesas divinas; llegamos incluso a lanzar expresiones: «A mí Dios no me escucha; no
se acuerda de mí». El cristiano verdadero, en cambio, sabe que tarde o temprano, en el momento justo, se
realizarán las bendiciones prometidas. El silencio y las pruebas sufridas son proporcionales a las bendiciones
esperadas. San Francisco de Asís exclamaba: ¡Tanto bien espero, que las dificultades, el silencio y las pruebas
son para mí, una alegría!
Gén 18, 20- 33

Esta cita nos narra cómo Abraham es capaz de pedir por dos ciudades perdidas irremediablemente en la maldad.
Abraham ruega, suplica, insiste sin conseguir lo que desea; Dios está decidido a acabar con estas ciudades por
no encontrar en ellas siquiera diez justos que pudieran ser el objeto de salvación. En apariencia la oración de
Abraham fue inútil e infructuosa, pero fue de tal modo insistente que acabó conformando su voluntad con la
voluntad divina. La oración de Abraham fue un prepararse para aceptar mejor la voluntad de Dios de intervenir
drásticamente para acabar con la maldad.

Las expresiones «No se enoje mi Señor», «perdone mi atrevimiento», vienen a indicarnos también una de las
condiciones que debe tener la oración para que ésta sea escuchada: La humildad. El poder de la oración está en
cuán humilde y confiada sea ésta: Los grandes ante Dios son aquellos que piden con humildad y con fe, son
ellos los que logran los favores de Dios, pues con la oración abrimos las puertas a la gracia divina que quiere
actuar en el hombre.

La oración es la súplica que sale de un corazón lastimado al contemplar la miseria y dolor humanos. Ella es el
medio principal por el que se convierten los alejados de Dios. Mucha razón tenía San Carlos Borromeo al decir
que las «Las almas se salvan de rodillas».

En la cita que reflexionábamos anteriormente, decíamos que el tiempo de Dios no coincide con el de los
hombres y esto también se cumple en el terreno de la oración, pues Dios nos dará lo que necesitamos justo
cuando lo necesitamos, pues con la oración no transformamos la voluntad de Dios, sino que nos preparamos
para entenderla y cumplirla. Muchas veces nos desanimamos porque Dios no nos cumple rápidamente lo que
pedimos, recordemos la experiencia de Santa Mónica que pidió por más de veinte años (aparentemente sin
resultado) por la conversión de su hijo Agustín; pero valió la pena esperar tanto, pues Agustín no sólo se
convirtió sino que llegó a ser un gran santo.

LAS PRUEBAS MADURAN LA FE

Gén 22, 1- 2

Después de un tiempo Dios quiso probar a Abraham, pidiéndole a su único hijo en sacrificio. La prueba se
presentaba aparentemente como una petición salvaje e inhumana, pero Dios bien sabía lo que hacía. Muchos
pensamientos pasaron, sin duda, por la cabeza de Abraham: ¿Cómo Dios me concede un hijo después de tanto
tiempo y luego me lo quita?, ¿cómo va a realizarse entonces la promesa de descendencia numerosa? Pero
Abraham supera todas estas dudas por la fe tan grande que ha depositado en Dios. Sabe que a pesar de todo y
contra todo lo que parezca oscurecer las promesas divinas, éstas nunca dejaron de cumplirse; Dios, siendo el
autor de la vida, sin duda podrá restituirle a ese hijo y darle muchos más. Con el corazón destrozado está
dispuesto a hacer lo que Dios le pide.
Gén 22, 15- 18

Al ver Dios a Abraham dispuesto a tan grande sacrificio con tal de desobedecerlo lo liberará de tal prueba.
Dicha prueba no tenía la intención de ver cuánto amor profesaba Abraham, Dios bien sabía que era muy grande,
lo que quería era amacizar su fe firme y sólida, por eso, a lo largo de estos años posteriores al llamado, lo
entrena a través de pruebas constantes hasta hacerlo un «campeón de la fe».

Aquí encontramos una muy grande enseñanza para todos nosotros: «Las pruebas no son para que nos
desesperemos perdiendo la fe sino para potenciar nuestra confianza en el Señor» (czo. 440). Por lo tanto, en
cada dificultad debemos ver una ocasión que Dios nos brinda para aquilatar nuestra fe en Él; a medida que
seamos capaces de superarlas, Dios aumentará y amacizará nuestra confianza, de manera que podamos superar
dificultades aún más grandes.

Es una dinámica muy comprensible dentro de la lógica humana. Si un atleta desea ganar una medalla olímpica,
debe someterse a un fuerte y rígido entrenamiento que va subiendo paulatinamente de intensidad. No podrá
correr un maratón si no es capaz de correr unos cuantos kilómetros. Así también el cristiano que no lucha por un
trofeo, sino por la corona de la Gloria debe asimilar la idea de que sin pruebas no hay crecimiento cristiano.

Es precisamente en las pruebas donde Dios revela sus mayores dones a los que se mantienen firmes, nos dice el
cincelazo 428 que nunca debemos desanimarnos ni aún en los momentos en que aparentemente no hay
esperanza, «hay que ver en las pruebas un anuncio de gracias especiales que Dios nos va a mandar».
Por haber obedecido la voz de Dios, todos los pueblos de la tierra recibirán sus bendiciones. El cristiano que
hace esta misma experiencia se convierte en un eslabón de una larga cadena por la que se transmiten incesantes
bendiciones para todos los hermanos. Nuestra respuesta generosa al llamado de Dios genera la conversión de
los que nos rodean.

El testimonio que podemos ofrecer los Servidores de la Palabra (sea dicho esto con toda humildad) es que al
abandonarnos definitivamente al anuncio de la palabra de Dios, hemos sido recompensados infinitamente, no
sólo al transformar nuestras propias familias, sino al hacernos testigos directos de un sinnúmero de
conversiones, cambios radicales en los ambientes, y el brotar de muchas vocaciones para la vida misionera, ¿no
es maravilloso?

Gen 25, 31- 34

Isaac tuvo dos hijos, Esaú y Jacob. Por ser el mayor a Esaú le correspondía la bendición paterna, pero tanto la
desdeñaba, que llegó a cambiarla a su hermano por un plato de comida.

Esta historia nos pone a pensar, cuántas veces y con cuánta facilidad desperdiciamos las bendiciones divinas,
cambiándolas por cosas materiales. La mayoría de los hombres abandonan las fuentes que pueden alimentarnos
de gracias espirituales, para gozar de las cosas materiales; poco se acercan a los sacramentos y a la palabra de
Dios y de la oración sólo se acuerdan cuando tienen una necesidad urgente, prefieren mejor la televisión y los
videos, que nos presentan otros modelos de vida en los que le dinero, el poder y el sexo son más importantes. Se
nos programa para que adoptemos nuevos estilos de vida que pronto nos causan el hastío y la desilusión, lo dice
el cincelazo 752: «Si nos hartamos de los bienes materiales, no queda sitio para los sobrenaturales».
Ahora, hermanos, para terminar nuestra lección quedará como tarea personal leer poco a poco los capítulos 37
al 46 del mismo libro del Génesis, para que se comprenda mejor el concepto «Dios nunca se olvida de los que lo
buscan». Es la historia de José «el soñador», el hombre virtuoso y trabajador que a pesar de las grandes pruebas
y dificultades de la vida permanece fiel a Dios y recibe abundantes bendiciones.

Así concluimos nuestra lección esperando que haya aclarado nuestro propio concepto de fe y que la misma
Palabra que escuchamos haya dejado en nosotros la motivación y el ánimo para emprender, la gran aventura de
la fe.

Tema 5
Dios libera a su pueblo y establece una Alianza con él

La experiencia de la esclavitud de los hebreos en Egipto no sólo es un acontecimiento clave para la constitución
del pueblo de Israel, sino una lección para todos los cristianos pues, a través de él entendemos que Dios nunca
se olvida de los oprimidos y marginados, a los que levanta y anima para que recobren su dignidad y puedan, de
ahí en adelante, ser el pueblo de su pertenencia.
Empecemos esta lección con nuestra oración. Esta vez tomemos el salmo 5 que es una súplica de un hombre
perseguido y atribulado que pone en Dios toda su confianza para salir adelante. Una vez rezado el salmo
hacemos la siguiente oración: «Concédenos, Señor, tu Santo Espíritu para que podamos liberarnos de tantas
esclavitudes y defectos. Especialmente te pedimos por todos aquellos hermanos nuestros que viven ignorando tu
amor infinito en la pobreza material y espiritual para que por medio de tu Madre Santísima, la Virgen María
encuentren la gracia y la salvación eterna. Amén» (Ave María y Gloria).

Recordatorio de la lección anterior:


En la lección anterior, la experiencia de Abraham nos sirvió para comprender el sentido verdadero de la fe
cristiana. La fe es la respuesta al llamado de Dios que implica por lo mismo un movimiento «dinámico» al
servicio de su obra. Esta nunca puede ser sentimentalismo superficial o una simple aceptación de las verdades
de la Iglesia; es por esencia, una actitud ante la vida que nos hace estar en constante diálogo con Dios. Al
mismo tiempo nos exige desprendernos de las cosas que más nos gustan, pues no se puede tener fe y seguir en
nuestra misma actitud de rendir culto a la moda, fama, pereza, diversiones, etc.

El hombre que como Abraham decide atender la voz de Dios recibe abundantes bendiciones, pues reconoce que
es Dios quien lo llama, y lo llama para darle todo aquello que puede anhelar. Para Dios no hay nada imposible y
le concedió a Abraham el hijo que tanto deseaba después de 25 años de silencio y pruebas.

También reflexionamos como Abraham pide por la salvación de dos ciudades Sodoma y Gomorra perdidas
irremediablemente en la perversión, y hacíamos notar cuán necesaria es la oración para pedir por la salvación de
los hombres. La oración es el medio eficaz para ayudar a los hermanos que viven en el error y en el pecado
además se insistió en la importancia que tienen los justos para la salvación de la humanidad. Diez justos
hubieran bastado para salvar dos enormes ciudades ¡En la balanza de Dios un justo pesa más que miles de
pecadores!
Otro gran mensaje que nos dejó la lección pasada es que las dificultades y pruebas que Dios permite en nuestro
caminar, no son para destruir nuestra fe sino para amacizarla. El cristiano debe amacizar la idea de que cada
prueba es una ocasión que Dios nos brinda para forjar nuestra fe en Él.

El episodio de la historia en el cual Esaú cambia la bendición por un plato de comida. También nos hacía
reflexionar con cuanta facilidad cambiamos las gracias espirituales por el bienestar material. Hoy día se prefiere
la televisión, los videos, las diversiones, etc., a los medios que puedan llenarnos de la gracia, como los
sacramentos, la oración y la palabra de Dios.
Empecemos aquí esta nueva lección «Dios libera a su pueblo y hace una alianza con él».

Busquemos el texto:
Ex 1, 8 -14
Ahora situamos nuestra historia de salvación en Egipto. Recordemos que José «el soñador», había hecho llegar
a todos sus hermanos con sus familias a esta tierra de abundancia, pues en toda la región azotaba una cruda
sequía. Pasaron cientos de años, los israelitas se multiplicaron y expandieron por todo el país de Egipto a tal
punto, que se despertó el celo del nuevo faraón que vio con malos ojos a este pueblo extranjero. Así que de ahí
en adelante los egipcios hicieron caer sobre los israelitas los trabajos más duros y humillantes, a fin de frenar su
crecimiento.

Esta historia no es extraña, sino un fenómeno común dentro de toda la historia de la humanidad; los poderosos
someten a los más débiles y los toman por esclavos. Durante siglos y siglos gran parte de la humanidad ha
vivido sometida a distintas formas de esclavitud y opresión. Muchos hombres han muerto como animales, sin
conocer su dignidad y su vocación a la libertad.
Hoy día, los poderosos siguen explotando a los más pobres de muchos modos. Es sabido que los países
desarrollados prestan dinero a los llamados del «tercer mundo» a condición que éstos reduzcan sus índices de
natalidad ¡Tienen miedo como el faraón, del crecimiento de los más débiles!

Quizá la latinofobia actual en algunas regiones de los Estados Unidos obedezca a razones de este tipo.
Ex. 1,15-16
Decíamos que el faraón teniendo miedo del crecimiento del pueblo israelita, llegó al extremo de ordenar a unas
parteras que malograran los partos de las mujeres hebreas, de este modo se reduciría la población de los
extraños que amenazaban sus intereses. Pero estas mujeres no hicieron caso de la orden de faraón y tuvieron
compasión del pueblo oprimido; su conciencia les hacía entender que atentar contra la vida de los indefensos es
un crimen incalificable. Dios premió la valentía de estas mujeres que desafiaron el sistema asesino,
concediéndoles numerosa descendencia. No obstante, el faraón al ver el fracaso de su plan tomó una decisión
más radical: Echar al río a todos los recién nacidos.

¿QUÉ SIGNIFICA «MOISÉS»?


Ex.2, 1-10
Pero Dios se ríe de la astucia de los hombres. Hizo crecer en la misma casa del faraón que oprimía a los
israelitas a su futuro libertador: Moisés, cuyo nombre significa «sacado de las aguas». Muchos niños hebreos
habían sido muertos en el río Nilo, pero sólo a uno correspondió ser salvado. Moisés es el primer hebreo
salvado en esa acción providencial. El hecho de ser «sacado de las aguas» nos da una idea magnífica de la
misión de este niño. Significa que fue sacado del destino común de muerte y esclavitud que tenían todos los
hebreos; él es el hebreo rescatado que iba a conocer lo que es la libertad. Los santos padres compararon la
acción de «sacar de las aguas» como una acción liberadora. Es «volver a la vida», «devolver la libertad».

De este modo Moisés creció en el palacio de faraón y recibió una educación especial que nunca hubiera tenido
en su propia familia. ¡Dios preparaba en lo oculto la salvación de su pueblo!

Ex. 2,11-15
Moisés llevaba una vida tranquila de palacio, cuando tuvo un encuentro con sus hermanos hebreos y comprobó
sus penosos trabajos. Pudo darse cuenta que trabajaban sin libertad, en condiciones muy precarias:
subalimentados, sin vivienda digna, sin educación, y lo peor condenados a vivir así para siempre.

En este estado de cosas la conciencia del pueblo era casi nula y tampoco había quien respondiera en nombre de
estos oprimidos. El pobre y el humillado llega a acostumbrarse a lo malo y aún a lo miserable; cae en un estado
pesimista que le hace incapaz de lograr una vida mejor, no cree que pueda salir de esta situación ni siquiera que
pueda mejorar.
También vio Moisés cómo un egipcio golpeaba a un hebreo; de inmediato, en un arranque de indignación mató
al egipcio. A pesar de que nunca vivió entre sus pobres hermanos, experimento amor a su raza; no cerró los ojos
ante los abusos que se cometían ni renegó de su origen. Pero al día siguiente se descubrió otro aspecto de la
pobreza de sus hermanos, al ser testigo de una pelea entre dos de ellos. La miseria no es tan sólo consecuencia
de la explotación inhumana de los poderosos, ni los pobres son víctimas inocentes; entre ellos también hay
maldad, violencia e irresponsabilidad. La pobreza hace perder la confianza en sí mismos y en los demás pobres.
Es muy triste ver como la misma gente humilde del pueblo desprecia a sus hermanos por sentirse superior.
Apenas alguno tiene un cargo insignificante en el gobierno, lo utiliza para el desprecio y perjuicio de los demás
Realmente era dramática la situación de Israel en Egipto. No había quien pudiera sacar al pueblo de esta penosa
realidad. Moisés prefirió huir.

MOISES EL LIBERTADOR
Ex. 3, 7 -1-10
Era un largo período de esclavitud y desesperación que los israelitas sufrían; gritaron y clamaron a Dios y Dios
oyó sus lamentos y miro con bondad a los hijos de Israel (Cfr. 2, 23-25). Este texto destaca la presencia de Dios
en todo el acontecer humano. Dios no estuvo ajeno al sufrimiento del pueblo, sino que preparaba su salvación.

Conviene que subrayemos las afirmaciones divinas: «He visto», «He escuchado», «Yo conozco sus
sufrimientos», «El clamor llegó hasta Mí», porque son las palabras que Dios nos dirige, para hacernos ver que
no está lejos de la vida de los hombres y está particularmente presente en nuestros momentos más duros y
difíciles.
Hay una prosa poética muy difundida titulada «Un par de huellas en la arena. Para el hombre esos son los
momentos más felices, pasan ante él las imágenes más dulces y bellas de su existencia: ¡Camina con Cristo!
Pero hay también momentos oscuros y dolorosos, en los que sólo observa un par de huellas y de inmediato
reclama al Señor ¿Por qué me abandonaste? ¿Por qué me dejaste solo justo cuando más te necesitaba? El Señor
le responde “Nunca te he olvidado ni abandonado, ese par de huellas en la arena no es tuyo; es mío, porque Yo
te he llevado en mis brazos, Yo te he cargado en esos momentos más duros”».
El sufrimiento es una de las experiencias más graves que aqueja a la humanidad; en él, el hombre experimenta
su impotencia y sus límites. Puede conducirnos a la angustia al repliegue de nosotros mismos, incluso a la
desesperación y a la rebelión en contra de Dios; pero también puede hacer a la persona más dura, ya que el
sufrimiento le ayuda a apreciar y discernir lo importante de la vida, pues con frecuencia la angustia empuja al
hombre a una búsqueda de Dios.

El cristiano verdadero sabe aprovechar el sufrimiento y el dolor para unirse con Dios, sabe que estos provocan
una conversión y ayudan a profundizar el misterio divino. Las almas místicas como Santa Teresa de Jesús y San
Juan de la Cruz, encontraron en el sufrimiento un medio de purificación que les permitía lograr una profunda
intimidad con Cristo. El padre Pío de Pietrelcina aprendió que los sufrimientos son útiles para purificarse, para
dominar el orgullo y hacerse más sensibles a los sufrimientos de los demás y estar más cerca del Señor. Un día
otro sacerdote le pedía que le diera un poco de sus muchos sufrimientos, a lo que él respondió: ¡Estás loco! ¡Eso
nunca, no reparto con nadie mis preciosas joyas!
Concluyendo el tema: Dios ama a los que sufren, a los más pobres y viene oportunamente en su auxilio,
aunque a veces parece que no se acuerda de ellos. Diremos que quien sabe descubrir el valor providencial
del sufrimiento, encuentra el camino de la maduración cristiana. Lo dice el cincelazo 372: «Nacimos en el
dolor y maduramos en el sufrimiento para alcanzar la gloria».

Ex 3 10 - 12
Dios responde al clamor del pueblo de Israel suscitando de entre el pueblo al caudillo que lo iba a liberar. La
providencia de Dios se manifiesta en la participación generosa de los hombres de fe. Moisés es un hombre que
madurando en el silencio del desierto, Dios llama para salvar a su pueblo. La misión es muy difícil pero Dios
confirma su asistencia para que pueda perseverar en las peores dificultades.

Hoy, como entonces, Dios exige la colaboración de los hombres para liberar a los que están esclavizados en el
pecado que es el origen de las injusticias, pobreza y hambre. La humanidad pide la presencia de otros Moisés
que amen a su pueblo y estén dispuestos a liberarlo de tantas esclavitudes; hombres que griten el Evangelio, el
mensaje liberador, que hace que todos los hombres reconozcan su dignidad de hijos de Dios. El cristiano no
puede ser cómplice mudo ni testigo de brazos cruzados ante el sufrimiento de tantos hombres. ¡Nosotros con
nuestra palabra y con nuestro testimonio representamos los brazos de la misericordia divina!

Ex. 7, 14; 8, 9 - 11
Una y otra vez Moisés se dirige al faraón para pedirle que deje libre a su pueblo, pero siempre es rechazado. La
escritura destaca un endurecimiento del corazón del faraón que viene a señalarnos una actitud que muchas veces
presentamos nosotros mismos ante los planes de Dios; nos obstinamos, no queremos oír razones y como el
faraón llegamos a ser piedras de tropiezo para muchos. Dios hizo caer muchos azotes sobre los egipcios por la
necedad de su faraón; pero ante la negativa de éste, tuvo que utilizar medidas más fuertes para liberar a Israel.

¿QUÉ ES LA PASCUA?
Ex. 12, 1 -29
Dios anuncia una medida implacable para lograr la liberación de su pueblo: Un ángel iba a pasar por Egipto
dando muerte a sus primogénitos. También dijo a Moisés que para que el ángel no diera muerte a los
primogénitos hebreos sino solo a los egipcios, todas las familias hebreas tendrían que sacrificar un cordero sin
defecto. La sangre de ese cordero la usarían para untar los postes y el travesaño de la puerta. De ese modo
cuando el ángel exterminador pasará por todo Egipto, reconocería por la sangre, los hogares israelitas y pasaría
de largo.
Esta acción divina propició la salvación del pueblo de Israel e instituyó la gran celebración de la Pascua, palabra
que significa «paso», pues Dios se hizo presente al pueblo para liberarlo realmente de la esclavitud. La sangre
del cordero representó para el israelita la salvación misma; es símbolo y figura de la Sangre de Cristo, el
Cordero Pascual que dio su vida por nuestra salvación. La pascua israelita encierra un gran significado para la
cristiandad, porque Cristo mismo la celebró para presentarnos otra «Pascua» más nueva y definitiva para la
salvación de la humanidad.
Ex. 14, 24 -30
Después de estos acontecimientos el pueblo de Israel tuvo la oportunidad de huir, pero todavía los egipcios
hicieron un último intento de detenerlos. Nuevamente Dios interviene para pasar prodigiosamente a todo el
pueblo por el Mar Rojo y así dejarlos libres, fuera del alcance de los opresores.

Este «paso» por el Mar Rojo representó para el israelita la liberación de la esclavitud de Egipto. Para el cristiano
es símbolo de su bautismo, pues por el agua símbolo de vida damos muerte a todo lo que nos esclaviza y no nos
deja ser plenamente libres. Por el bautismo somos liberados del pecado y regenerados como «hijos de Dios»
para vivir en el espíritu y trabajar para el bien.

Ex 16, 1 -4. 13 - 15 ; 17 1 - 6
Una vez que el pueblo de Israel dejó atrás a Egipto, quedó completamente libre en el desierto y pronto les
llegaron las dificultades. Como cualquier pueblo que alcanza su independencia tuvo que entender que la
libertad, no es un lujo ni una diversión, sino la vivencia responsable de un don de Dios.

Ante la crudeza del desierto, el pueblo poco a poco fue perdiendo el entusiasmo de la liberación y así enfrentó
su primera dificultad: El hambre y la sed. La gente comenzó a murmurar contra Moisés alegando que moriría en
el desierto; olvidaron que cuando Dios realiza obras las realiza completas nunca a medias. No obstante Dios
concede el pan para su pueblo.

Este texto nos viene a insistir en la idea que hemos venido desarrollando «Dios nunca nos abandona en los
momentos más desesperados interviene para ayudarnos». La desesperación y el miedo son consecuencia de una
falta de confianza en Dios; lo dice el cincelazo 1093: «El que no confía en Dios pronto se desespera».

Después de estas pruebas superadas, no sin dificultades, el pueblo de Israel afirmó su fe en Dios. Había
experimentado en carne viva el brazo poderoso de Dios que lo había sacado de Egipto y le había dado de comer
en el desierto. En esas circunstancias Dios propone al pueblo un compromiso mayor, era hora de sellar una
alianza que comprometiera definitivamente a Israel como pertenencia suya.

Esta alianza se concretiza al pie del Sinaí es uno de los acontecimientos más importantes para Israel, pues él
mismo escogió libre y conscientemente a Dios y se comprometió a cumplir todo lo que Él dijera «Haremos lo
que Yahvé ha mandado» ( v. 8). De ese modo se dispusieron a cumplir la ley que Dios iba a dar a Moisés: «El
decálogo o diez mandamientos», los cuales analizaremos brevemente actualizándolos, para que nos demos
cuenta que hoy como ayer tenemos un compromiso ante Dios y que tales mandamientos van más allá de lo que
las mismas palabras dicen. Por aquello de tantos cristianos que no se acercan a la confesión pues piensan que
«si no han robado, matado o mentido, entonces no han pecado». Muchas veces y de muchos modos fallamos a
estos mandamientos.

LOS MANDAMIENTOS
Ex 20, 1 - 17
Primero (v. 1- 7) «No tengas otros dioses fuera de Mí», que nosotros aprendimos del catecismo amar a Dios
sobre todas las cosas. Nos compromete a tener a Dios como primer valor en nuestras vidas. Fallamos a este
mandamiento cuando le damos más valor a otras cosas como al dinero, los placeres, los vicios, las diversiones,
etc.

También fallamos a este mandamiento cuando no queremos saber más de la palabra de Dios o pensamos que
con lo que sabemos es suficiente, recordemos la frase de San Juan «Nadie ama lo que no conoce», ¿cómo
decimos amar a Dios si ignoramos las verdades más elementales de nuestra fe y nuestra Iglesia?

Otra falla a este mandamiento es desconfiar de la providencia divina y recurrir a todo tipo de sortilegios y
supersticiones, llámense brujerías, astrologías, lectura de cartas, amuletos y talismanes, de los que podríamos
hablar largo y tendido.

Segundo (v.6) «No tomarás el nombre del Señor en falso». Fallamos a Él cuando tomamos a juego las cosas
sagradas y dudamos que tengan pleno valor. La blasfemia, los chistes obscenos contra la religión y sus
ministros, son ofensas contra el mismo Dios. Así también cuando se rompen las promesas hechas a Dios y no
estamos dispuestos a rectificar.

Tercero (v.8 - 10) «Recordar el día sábado para santificarlo» al propósito nos referimos la próxima lección
cuando hablemos del «Domingo día del Señor». Sólo adelantamos que para el católico el día de santificar, es el
domingo. Por lo tanto es un deber y necesidad participar en la misa los domingos y días de guardar.

Cuarto (v. 12) «Honrarás a tu padre y a tu madre». Se falla directamente a este mandamiento cuando los hijos
no se preocupan de los padres o se desentienden de sus deberes para con ellos. En la actualidad hay muchos
jóvenes que se avergüenzan de sus padres porque están viejitos o son de origen humilde. También hay muchos
padres que no se preocupan de los hijos, pues no procuran su bienestar físico, económico, afectivo, espiritual.
Los padres irresponsables que exponen a sus hijos a la vida miserable y a la delincuencia fallan a este
mandamiento.

Quinto (v.13) «No matarás». Por matar entendemos el acto por el cual ilegítimamente se priva a una persona de
la vida, pero no sólo eso es matar, podemos generalizar y decir que matar es simplemente atentar contra la vida,
ese don maravilloso que Dios da a todos los hombres para que nos realicemos en este mundo como hijos suyos.
Por lo mismo todo lo que rebaje y perjudique la integridad física y moral de una persona, será grave falla a este
mandamiento. El homicidio, el aborto, la eutanasia y el suicidio son ejemplos claros. También todos los actos
que atentan contra la salud, por ejemplo la drogadicción y el alcoholismo, ya sea de parte de los jóvenes que se
introducen al vicio como de los que inducen y promueven, son crímenes contra la vida.
Asimismo se puede matar moralmente a una persona, impidiendo su realización, no brindándole afecto o
menoscabando su dignidad. El chisme y la calumnia pueden ser armas asesinas con las que podemos destruir la
vida de una persona.

Sexto (v 14) «No cometerás adulterio». Se infringe este mandato cuando no se vive la castidad a la que todos
estamos llamados independientemente de nuestro estado de vida (soltería o celibato, matrimonio o vida
consagrada). La lujuria, masturbación, fornicación, pornografía y prostitución son atentados contra esta
castidad.

En nuestro mundo actual azotado por el consumismo y el erotismo que empuja a las personas a dar rienda suelta
a la sensualidad y acomodarse a las situaciones placenteras, es fácil dejarse seducir y caer en este juego que
engorda nuestro egoísmo y nos pone en la antesala de estas fallas. Lo recomendable es pedir a Dios la fortaleza,
el dominio de nosotros mismos para no caer en estas tentaciones y buscar los modos de sana diversión, así como
fomentar el deporte que garantice la higiene mental y espiritual.

Séptimo (v. 15) «No hurtarás». Hurtar significa tomar o retener bienes del prójimo injustamente perjudicando
sus intereses. Toda forma de robo contradice la disposición divina y lesiona el bienestar de la persona robada.
Las promesas y los contratos no cumplidos por cualquiera de las dos partes, patrón y empleado así como
actitudes irresponsables en el trabajo, despilfarros y ausentismo son injusticias declaradas. El daño ecológico en
nuestro mundo que acaba con la obra creadora de Dios y explotación irresponsable de los recursos naturales
también son injusticias.

No proporcionar ayuda a los pobres, prefiriendo nuestro bienestar, es incompatible con los principios divinos.
Es un robo que cometemos a los preferidos del evangelio. Lo dice San Juan Crisóstomo «No hacer participar a
los pobres de nuestros bienes es robarles y quitarles la vida».

Octavo (v. 16) «No mentirás». Es un llamado a vivir en verdad y autenticidad. Queda prohibido por tanto todo
intento de falsear la verdad en relación con el prójimo. La calumnia, la hipocresía y el engaño destruyen la
reputación de la persona ocasionando situaciones graves. El halago, la vanagloria y la ironía son actitudes
negativas que desvirtúan la auténtica imagen que debemos tener de las personas. La mentira es directamente la
falta contra la verdad, su gravedad dependerá de las circunstancias, intenciones del que las comete o los daños
producidos.

Noveno (v. 17) «No desearás la mujer de tu prójimo». Con el equivalente femenino «no desearás al hombre de
tu prójima», este mandato nos ordena mayor pureza de actitudes y sentimientos. Los pensamientos impuros no
sólo afectan la castidad sino disminuyen la capacidad de entender los planes divinos. Los espectáculos malsanos
unidos a una relajación de las costumbres, son causa directa de estas impurezas.

Décimo (v. 17) «No codiciarás lo bienes ajenos». Es una exigencia desterrar de nuestro corazón a la envidia.
Ese triste sentimiento que experimenta una persona que desea malamente los bienes ajenos. Decíamos en una
lección anterior que la envidia nace de un corazón orgulloso que no se contenta con los dones divinos, sino que
lucha por sobresalir, por eso no se puede tolerar que una persona tenga otros dones que ella no posee. Es un
sentimiento que genera violencia y destrucción moral.

Bien hermanos, hemos concluido esta cuarta lección, en la que hemos expuesto la naturaleza de nuestra alianza
con Dios. El compromiso que el cristiano hace con su Dios salvador es una exigencia a un cambio radical en
nuestro diario vivir, convencidos de que Dios nos llama a la patria eterna.

viernes, 19 de diciembre de 2014


Notas complementarias de los santos e imágenes: Lección 06 del curso historia de la salvación

Abajo la dirección donde puedes escuchar el audio de esta lección

En los Diez Mandamientos que Dios entregó a Moisés hay frases y expresiones muy fuertes que parecen
prohibir nuestra devoción a los santos y al uso de las imágenes. Los hermanos protestantes, valiéndose de estos
textos, se empeñan en demostrar que los católicos somos unos idólatras y que no cumplimos con la palabra de
Dios al no observar estos mandamientos. Por ello, nuestra lección está dedicada a aclarar estas dudas con la
misma palabra de Dios y a la luz de la fe.

¿QUIÉNES SON LOS SANTOS?

En la Sagrada Escritura encontramos el sentido de la palabra «santos» al referirse a las personas servidoras de
Dios que habían aceptado en su vida a Cristo (Hech 9, 32. 41; 1 Cor. 1, 2; Fil 1, 1). Así podemos nosotros
definir simplemente a un santo como una persona que se esfuerza en vivir con Cristo siempre con mayor
empeño. San Pablo al inicio de sus cartas se dirigía así a sus fieles que con el esfuerzo cotidiano de sus
oraciones y trabajos trataban de ser más perfectos en su entrega a Dios.

Así pues, los santos no son ni unos iluminados, ni ángeles bajados del cielo, sino hombres de carne y hueso que,
con sus defectos y virtudes e independientemente de su estado o régimen de vida viven plenamente el llamado
de Cristo a la perfección.

Entre la gran multitud de santos que ha habido a lo largo de la historia, la Iglesia ha señalado unos pocos que
por ser particularmente agradables a Dios son modelo de caridad y virtud. El concilio Vaticano II subraya que
los santos «son dignos de recibir culto por ser ejemplos de vida típica cristiana y por ser principalmente
aceptables a Dios por su íntima unión con Cristo y conformidad a su voluntad» (LG 50).

Como consecuencia de su amistad profunda con Cristo la intercesión de los santos por nosotros es muy eficaz.
Los hermanos protestantes piensan que no es según la Biblia recurrir a Dios por medio de otros, afirman que ha
Dios solamente se puede llegar por medio de Cristo que es el único Mediador (1Tm 2 ,5). No hay ninguna duda
al respecto, Cristo es el único Mediador, lo que la Iglesia católica añade es que los santos no son otros
mediadores distintos de Cristo, sino extensiones de su misma misión.

En los Hechos de los Apóstoles vemos muchos casos en los cuales Dios no actúa directamente, sino que se vale
de sus siervos los santos. Recordemos como Saulo recobró la vista por medio de Ananías, un hombre santo, y
no directamente por Cristo con quien se había encontrado (Hech 9, 19).

Muchos enfermos fueron sanados por los apóstoles y aun cuando Cristo estaba con ellos no se dirigían
directamente a Él, no obstante recibían las gracias deseadas «...tanto que sacaban a los enfermos a las calles en
camas y camillas, para que cuando Pedro pasara, al menos, su sombra cubriera algunos de ellos. Acudía mucha
gente, aun de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados por espíritus malos, y todos
quedaban sanos» (Hech 5, 15- 16). Dios no tiene celos de sus siervos, sino que por medio de los milagros y
favores que realiza a través de ellos manifiesta que su vida le es muy agradable. Es en los humildes donde
resplandece la gloria y la grandeza de Dios.

Otro concepto importante en cuanto a nuestra devoción a los santos, es la comunión que establecemos con ellos
en la Iglesia. Todos los cristianos somos hijos de Dios y formamos una familia. La vida de cada uno de nosotros
está ligada admirablemente a Cristo y a los santos en virtud de nuestro Bautismo.

Por lo mismo, hay un constante vínculo de amor que ni la muerte puede romper. La vida santa de estos hombres
aprovecha a toda la Iglesia; ellos son nuestros amigos que constantemente abogan por nosotros. Santa Teresita
del Niño Jesús quiso que en el epitafio de su tumba dijera: «Sean perfectos como es perfecto su Padre que está
en el cielo» (Mt 5, 48). Ellos con su testimonio y su palabra animan a toda la Iglesia a tener la santidad como la
exigencia primordial de la vida cristiana. La madre Teresa de Calcuta, una santa de nuestros días, nos exhorta:
«La santidad no es un lujo de unos pocos, sino deber de todos».

Dejemos atrás la imagen sufriente y aburrida que tenemos de los santos; el santo es por excelencia el
bienaventurado que está dispuesto a todo con tal de ganar a Cristo. San Agustín al escuchar los testimonios de
los mártires se repetía a sí mismo: «Si este y este otro pudieron, ¿por qué yo no?

Tenemos en la Iglesia modelos de santidad para todos los niveles y estados de vida para no pensar que para
hacerse santos es necesario entrar a algún convento. Todos los laicos están igualmente llamados a la santidad.
Santa Brígida y Santo Tomás Moro lograron en su propia condición de laicos la más alta perfección cristiana.

La devoción a los santos no consiste, como sucede en nuestros pueblos, en derrochar dinero y esfuerzo, en una
fiesta pagana y superficial, sino en un compromiso serio por imitar sus virtudes. Imitar no quiere decir copiar,
sino inspirarnos en lo que ellos han hecho para animar nuestra propia vida espiritual. Las lecturas de la vida de
los santos, recurrir a su intercesión y divulgar su conocimiento son expresión de una buena devoción. Quien
apele o contradiga la devoción que los católicos tenemos a los santos construirá una Iglesia fría y sin testimonio
de vida. Recordemos que el cristianismo desde sus primeros siglos guardó en su memoria a los mártires y a los
confesores como ejemplos conmovedores para todos los tiempos.

Todos estamos igualmente exigidos a la santidad. Los obispos cumpliendo con empuje, humildad y fortaleza su
ministerio; orando santificando y predicando, no temiendo dar la vida por sus ovejas. El presbítero tiene que
santificarse orando y ofreciendo el sacrificio de la Santa Misa por el pueblo cada día con mayor celo por la
salvación de las almas. Los religiosos igualmente han sentido el llamado de Dios a una vida más radical de
perfección. Los laicos, sea cual fuere su actividad, o situación temporal están llamados a servir a Dios y a
anunciar el Evangelio. No son cristianos de segunda clase, sino los responsables de la evangelización en el
mundo actual.

Pongamos un ejemplo: Para circular por una autopista es necesario alcanzar cierta velocidad, por ejemplo 100
km. por hora y con un vehículo en buenas condiciones. ¿Qué pasaría si yo me decido a tomar la autopista
trayendo como vehículo un carrito jalado por mulas? Imagínense el embotellamiento que que ocasionaría, sin
querer hablar de los destrozos y accidentes. La gente me gritaría enfurecida: ¿Cómo se atreve este imprudente a
circular por esta autopista de alta velocidad? ¡Y con esa clase de vehículo! Así pues, el hombre que, llamándose
cristiano no se fija como exigencia la meta de la santidad, ocasiona embotellamientos, estropea el camino y, lo
que es peor, impide el paso a otros que quieren alcanzar la meta. Ya comprendemos entonces por qué las cosas
de nuestro mundo andan como andan pues, los que debemos dar testimonio de Cristo y su Evangelio no lo
hacemos.

¿ESTÁN PROHIBIDAS LAS IMÁGENES?

Seguramente ha llegado hasta la puerta de nuestra casa algún hermano protestante que con los textos Ex 20, 4;
Deut 4, 16; Lev 26, 1;... quieren convencernos de que tener imágenes va contra los mandatos de Dios. Al leer
los textos, efectivamente descubrimos que Dios prohíbe severamente las imágenes y las estatuas.

Dios no hace prohibiciones por capricho o sin explicación, por ello conviene que nos preguntemos cuál es el
motivo de su mandato. La respuesta la tenemos en los mismos textos citados: «No te hagas estatua ni imagen
alguna de lo que hay arriba, en el cielo, abajo, en la tierra, y en las aguas debajo de la tierra. No te postres ante
esos dioses, ni les des culto porque yo Yahvé tu Dios soy un Dios celoso...» (Ex 20, 4- 7).

Lo que Dios prohíbe es construirse o tener otros dioses. El pueblo judío esta propenso a eso ya que a diferencia
de otros pueblos, no contaba con una imagen de Dios. Por lo mismo, cuando Dios los hacía pasar por pruebas,
tenían siempre la tentación de recurrir a los ídolos de pueblos vecinos los cuales podían ver y tocar. De ahí el
mandato severo de Dios prohibiendo las imágenes, aunque no absolutamente. Esto lo podemos ver claramente
leyendo el Ex. 25, 18, donde Dios mandó esculpir dos querubines para adornar el arca de la alianza. «Así
mismo harás dos querubines de oro macizo labrados a martillo y los pondrás en las extremidades del lugar del
perdón uno en cada lado».
Otro ejemplo en Núm. 21, 8 donde Dios manda a Moisés: «Haz una serpiente de bronce, ponla en un palo y
todo el que la mire sanará».

Dios mandó esculpir estas imágenes con el fin de mostrar su gloria y su poder. Mientras no hubiera peligro de
tomarlas como dioses, Dios las mantenía. Pero el día en que el pueblo cree que la serpiente es una divinidad
Dios ordena destruirlas.

«Suprimió los santuarios de las lomas, quebró los cipos y cortó los troncos sagrados. También destruyó la
serpiente de bronce que Moisés había fabricado en el desierto, pues hasta ese tiempo los israelitas le ofrecían
sacrificios y la llamaban Nejustán».

Hay todavía otros textos que demuestran claramente que Dios no prohíbe el uso de las imágenes, lo que prohíbe
es la idolatría. (1Re 6, 23- 29). En el nuevo testamento nos encontramos que Cristo las condenó (Mc 12, 16-
17).

Desde los primeros tiempos cristianos, la Iglesia se sirvió de imágenes en el culto, así lo muestran las pinturas y
esculturas encontradas en las catacumbas y a lo largo de la historia a pesar de las objeciones protestantes, los
concilios han reconocido la legitimidad del uso de las imágenes, repitiendo que a las imágenes de Cristo, de la
Virgen y de los demás santos se les debe rendir honor y veneración no porque en sí mismas tengan algo divino,
sino porque la persona que representan merece este culto.

Cuando somos testigos del culto superstición lleno de errores e idolatrías que realizan hermanos católizcos que
ignoran la palabra de Dios, llegamos a pensar que con razón hablan así los protestantes. Pero cuando este culto
de las imágenes se hace dentro de una buena evangelización, éstas prestan un magnífico servicio: Ornamento,
enseñanza y motivación para la oración. No hay templo católico que no se vea adornado por pinturas y
esculturas; así también los ignorantes y la gente sencilla más fácilmente captan los misterios divinos a través de
éstas. No hay católico que no tenga en gran estima los crucifijos y las bellas imágenes de Cristo y de María y no
los mueva a la oración y a la piedad cristianas.

Especialmente las imágenes sagradas y milagrosas, pensemos en la la imagen de la Virgen de Guadalupe, ejerce
un gran influjo de la vida espiritual de los hombres. Su veneración alimenta su esperanza y su deseo de Dios.

Es necesario señalar también la diferencia que hay entre adorar y venerar. Adorar es el culto absoluto que
debemos rendir a sólo Dios y venerar es honrar y estimar en alto grado a los santos y a sus imágenes. Respecto
a la Virgen María la veneración que le tenemos es en grado sumo, distinta y superior a la de cualquier otro
santo.
Por eso no hay persona en el mundo, a excepción de los protestantes, que piense que Dios prohíbe las imágenes.
Habría que preguntar a ellos mismos si en su casa no tienen alguna foto de un ser querido. Las imágenes son
pues el recurso para ayudarnos a tener presente a Dios en cualquier momento y situación.

¿SE PUEDEN VENERAR LAS RELIQUIAS?

Para empezar trataremos de explicar, ¿qué es una reliquia? La palabra originalmente significa «restos»
refiriéndose al cuerpo o una parte del mismo. En un sentido más amplio podríamos decir que una reliquia es una
prenda, objetos o restos que pertenecieron en vida a algún santo.

Desde el Antiguo Testamento encontramos testimonios de por qué la Iglesia ha venerado las reliquias veamos el
texto (2 Re 13, 2). «Resulta que en ese momento unas personas estaban sepultando a un difunto, cuando
divisaron a los moabitas. De prisa tiraron el cadáver al sepulcro de Eliseo y se pusieron a salvo. Pero el hombre,
al tocar los huesos de Eliseo, cobró vida y se puso en pie».

La eficacia para ayudar que tienen las reliquias no la tienen en virtud de ellas mismas, ni es cosa de
superstición, sino porque su culto está íntimamente ligado al culto de los santos. Porque los cuerpos de los
santos fueron presencia misma de Cristo, y templos vivos del Espíritu Santo por medio de los cuales Dios obra
muchos beneficios.

En el Nuevo Testamento encontramos otros tantos testimonios del uso de las reliquias que demuestran que el
culto a ellas no se opone en nada a la enseñanza de la Biblia. En Mt 9, 20 encontramos cómo una mujer quedó
sanada al tocar el manto de Jesús. En Hech 5, 15 se nos describe la curación de muchos al ser tocados por la
sombra de Pedro. En Hech 19, 11- 12, leemos: «Dios obraba prodigios poco comunes por las manos de Pablo, a
tal punto que ponían a los enfermos pañuelos o ropas que él había usado, y sanaban de sus enfermedades;
también se alejaban de ellos los espíritus malos».

La primitiva Iglesia honró las reliquias de los mártires y de los santos confesores. Este culto empezó con San
Ignacio, del cual la Iglesia de Antioquía guardó su cuerpo como algo muy precioso celebrando todos los años el
aniversario de su martirio. El mismo San Agustín expresó la razón de venerar las reliquias: «No a los mártires,
sino a Dios levantamos los altares, ¿qué obispo, en presencia de los cuerpos santos se ha atrevido a decir: Te
ofrecemos a ti Pedro, o Pablo o Cipriano? Lo que ofrecemos se ofrece a Dios que corona a los mártires».

De esos tiempos procede la tradición de edificar los altares y templos sobre las reliquias y los sepulcros de los
mártires. Por el gran número de prodigios que se obraban por el contacto con las reliquias, su culto facilitó y
multiplicó.

Este culto a las reliquias tiene sus peligros y sus desviaciones: Por un lado la superstición, pues sin duda mucha
gente recurre a ellas con una idea mágica y por otro lado la curiosidad de los que esperan ver cosas
extraordinarias alrededor de están prendas. Estos peligros han ridiculizado el verdadero culto hacia las reliquias
que estás íntimamente ligadas a la persona de los santos. Las reliquias son algo material y visible puesto que se
trata de un cuerpo físico en el que hay que admitir una intervención divina que logra el prodigio.

Otra cuestión importante es la legitimidad y reconocimiento con el que deben contar las reliquias. Fácilmente
pueden prestarse a engaños y los ignorantes de la palabra de Dios tomar como auténticas reliquias falsas.

La veneración y el contacto con las reliquias serían actos supersticiosos si no se tuviera la convicción de una
intervención divina que se pide por la intercesión del santo. Aunque como en el caso de las imágenes, la
devoción o piedad queda a libertad de los fieles, no hay duda que para muchos santos y almas devotas han
representado un gran incentivo para la oración en momentos de prueba.

Tema 7
Los Jueces y la fuerza de Sansón

Esta lección viene a demostrarnos una vez más que Dios realiza grandes milagros en favor de los suyos. En el
camino histórico que realiza el pueblo de Israel hacia la tierra prometida encontramos reflejada la misma actitud
del cristiano que se encamina hacia la Patria Celestial. A pesar de los rechazos y rebeldías Dios sigue suscitando
hombres con poder para liberar al pueblo de la opresión. Los jueces son esos personajes dotados de cualidades
extraordinarias para ser líderes en esta misión. Como a ellos, Dios da a cada uno de nosotros capacidades para
hacer el bien a los demás sin miedo a los compromisos o a las dificultades.

Para disponernos a reflexionar la palabra de Dios tomemos el salmo 118 que es una alabanza a Dios en gratitud
por habernos librado de la mano de nuestros opresores. Después hacemos la oración: «Te damos gracias Señor
por la oportunidad que nos das de reflexionar tu Palabra. Te pedimos que nos des la fortaleza para poder ayudar
a tantos hermanos nuestros que, por no conocerte, viven oprimidos por el pecado y la injusticia» (Ave María y
Gloria).

Recordatorio de la lección anterior:


Antes de empezar, es conveniente que demos un repaso breve a nuestra lección anterior. En ella dábamos
respuesta a ciertas preguntas y objeciones que nos hacen los hermanos protestantes sobre el uso que damos los
católicos a las imágenes, sobre nuestra devoción a los santos y a las reliquias. Tales devociones, veíamos, están
firmemente cimentadas en la enseñanza bíblica y en la tradición de la Iglesia. En el caso de las imágenes
insistimos que Dios no las prohíbe en sí mismas, lo que prohíbe es la idolatría, es decir, adorar otros dioses.
Esto se demuestra con el hecho de que Dios mismo manda construirlas (Ex 25, 18 Núm 21, 8), pero al ver que
el pueblo las ha convertido en dioses, las manda destruir (2Re 18, 4). Añadíamos también que las imágenes son
valiosas en el sentido que animan la oración y la piedad cristianas.

En el caso de la devoción a los santos, hablábamos de que acogernos a su intercesión es un hecho enteramente
bíblico. Pablo recuperó la vista a través de Ananías, un hombre santo, a pesar de que Dios pudo habérsela
devuelto directamente (Hch 9, 19). Los santos son los amigos de Dios que por su cercanía y confianza nos
logran más fácilmente los favores divinos que necesitamos. Nada le quitan a la gloria divina, al contrario, la
ensalzan y engrandecen pues hacen ver que Dios puede valerse de hombres pequeños para realizar grandes
milagros.

La devoción a las reliquias, que está íntimamente ligada a la devoción a los santos, (pues las reliquias son los
restos y objetos que les pertenecieron) nos expresa también la gran estima que Dios tiene para con estos
hombres. En los Hechos de los Apóstoles encontramos como muchas personas fueron sanadas mediante las
prendas y objetos que pertenecieron a Pedro y Pablo (Hch 19, 11- 12).

Nuevamente tomamos el hilo de nuestra historia de la salvación. Recordemos que Dios ha sacado libre a su
pueblo de Egipto encaminándolo por el desierto hacia la tierra prometida. Fueron cuarenta años los que Israel
navegó por ese desierto, años de duras y pesadas luchas; pero al fin después de todo este tiempo llegó el
momento esperado. Moisés ha muerto sin pisar la tierra prometida pero ha cumplido su misión dejando a su
pueblo Israel a un paso de conquistarla.

DIOS NOS ACOMPAÑA

Josué 3, 14-17
Decíamos que el pueblo de Israel ha soportado 40 años de pruebas y luchas por el desierto. El caminar por el
desierto es símbolo de trabajo y purificación. El 40 es un número simbólico que indica la duración de toda una
generación de toda una generación que se preparó en el desierto para entrar en la tierra esperada.
El pueblo de Israel nunca recorrió solo este camino hacia la tierra prometida pues, contaba con el Arca de la
Alianza que le acompañaba en todas sus empresas. El Arca de la Alianza era para el pueblo signo y presencia
del mismo Yahvé que lo había sacado de Egipto. Su Contenido: Las tablas de la ley, el bastón de Aarón y
algunos granos de maná; eran las reliquias más preciosas que conservaba, le daban la convicción de que Dios
había obrado en su favor. De ahí en adelante el Arca se convirtió en la prueba fehaciente del poder de Yahvé.

Dios nos acompaña en todo el caminar de la vida dándonos la seguridad y confianza necesaria. Él es nuestro
refugio y fortaleza. El Santísimo Sacramento que está guardado en el sagrario es para nosotros los cristianos la
misma presencia divina. Es Cristo que cumple su promesa de acompañarnos hasta los últimos días, dándonos
fuerzas para la lucha de la vida.

Josué 6, 1-20

La tierra prometida no estaba libre sino dominada por Jericó, una ciudad amurallada y bien protegida contra los
ataques de los enemigos. Dios había señalado a Josué que esta era la tierra de su elección, pero para que pasara
a ser propiedad de Israel tenía que obedecer perfectamente a sus planes. Las instrucciones para apoderarse de la
ciudad nos perecen ahora a nosotros escandalosas y ridículas, pero para el pueblo de Israel estaban significando.
A pesar de que Israel no contaba con un ejército ni armamento iba a enfrentar a una ciudad guerrera y
amurallada. En apariencia, Dios le pide al pueblo un imposible, pero Israel nunca estuvo solo en la lucha y va a
vencer a Jericó por su obediencia a su voluntad y porque no se separaba del Arca de la Alianza a la que llevaba
por delante. El pueblo avanzó seguro de la victoria porque el poder de Dios estaba con él.

Como podemos notar, la conquista de la tierra prometida fue difícil para Israel; después de 40 años de luchas y
sacrificios en el desierto y de enfrentar a fuerzas superiores logró la conquista de la herencia divina. Del mismo
modo, la conquista de la Patria Celestial no es para el cristiano cosa fácil.

La vida eterna se alcanza con cansancios y sudores pues Dios, al mismo tiempo que nos acompaña y nos da las
gracias necesarias para perseverar, nos pide nuestro máximo esfuerzo. Hay un dicho popular que dice: «El que
quiera azul celeste, que le cueste»; cumplir la voluntad de Dios es difícil, pero no imposible para quien cuenta
con la fuerza divina. Por eso, Él nos ha asegurado su presencia y compañía en todo nuestro caminar. El
cincelazo 391 resume la idea: «La verdadera felicidad cuesta». El Señor nos da la oportunidad de merecerla a
través de un poquito de sacrificio.
K
Josué 24,24

Una vez que tomaron posesión de la tierra, las doce tribus de Israel se la repartieron equitativamente. No tenían
gobierno en común que los unificará; su única ley era la ley divina que había quedado grabada en las tablas de
piedra. Estaban unidas en Dios al que servían y obedecían, al mismo tiempo que se mantenían como pueblo
fuerte y vigoroso. La prosperidad y la paz acompañaban a los Israelitas.
En estas circunstancias Israel hizo una experiencia muy especial, comprobó que el cumplimiento de los
mandatos del Señor lo hacía un pueblo fuerte. Por eso caminaba con paso fuerte y decidido, pues, Dios le
sonreía con toda clase de bienes espirituales. Hoy en día el cristiano también encuentra en la vivencia de la
palabra de Dios un medio para fortificarse. La obediencia a la voluntad divina nos va capacitando para entender
planes futuros. Es un principio espiritual: «Cuanto más nos empapamos de la voluntad de Dios más nos
fortalecemos de su poder» (Czo. 551). En cambio, los descuidados y superficiales no tienen fuerza ni decisión,
y, como veremos más adelante, se exponen a la miseria y a la explotación de los abusivos.

¿QUIÉNES SON LOS JUECES?

Jueces 2, 11-18

Pasamos en este momento a una época especial dentro de la historia de la salvación: Los jueces». El pueblo de
Israel asediado por los rivales vecinos tiene la tentación constante de volverse a la idolatría. En la prosperidad
alcanzada pronto se olvidó de Dios dejando de observar la ley. Tal situación ocasionó la ruina del pueblo que
cayó en manos de los salteadores que lo dejaron en la más penosa miseria.

En realidad, Dios mismo hizo caer a Israel en manos de enemigos para hacerle entender de una vez por todas
que sin Él nada podía. Pero al pueblo le costaba mucho entender esta lección y volvió una y otra vez a caer en la
idolatría. Esta misma historia, como un ciclo se repitió constantemente siguiendo esta secuencia:

1.- El pueblo se aparta de la ley de Dios y cae en la idolatría.


2.- Como consecuencia el pueblo se debilita y Dios lo entrega en mano de sus enemigos.
3.- En esta situación el pueblo reconoce sus errores y clama a Dios la salvación.
4.- Dios responde a los clamores del pueblo suscitando un líder para liberarlo de la opresión.
5.- Llegada nuevamente la prosperidad al pueblo vuelve a repetirse la misma historia.

Esta historia bien podría resumir la vida personal de muchos de nosotros. Mientras hay abundancia material,
felicidad y prosperidad, ¡de Dios, ni nos acordamos! En cambio, cuando «nos llega la lumbre a los aparejos» y
experimentamos situaciones difíciles y dolorosas, entonces sí que vamos a Dios.
Las situaciones de apuro provocan una oración más sincera y humilde, pues comprobamos nuestros límites
delante del poder de Dios. Dios actúa como un educador que nos hace caer en estas situaciones para que nos
acordemos de Él. El cincelazo No 173 subraya esta idea: «En la medida que uno reconoce su miseria sabe orar».
Dios responde a los clamores de su pueblo suscitando un caudillo o «juez» para restablecer el orden y la paz.
Los jueces serán esas personas extraordinarias dotadas de un don o carisma especial para enfrentar la opresión
de los prepotentes. Pero una y otra vez, no obstante las intervenciones divinas la historia volvía a repetirse.

Hay una frase que encierra una gran verdad: «Un pueblo que no aprende de su historia está condenado a repetir
los mismos errores». Así, el frágil pueblo de Israel cayó una y otra vez sin entender la lección. Mientras estaba
el juez parecía arrepentirse, pero cuando desaparecía volvía a adorar otros dioses.

EL NACIMIENTO DE SANSÓN

Jueces 14, 1-5

La historia de los Jueces es muy larga. La escritura nombra cierto número de ellos, algunos apenas mencionados
y otros más importantes. Entre ellos tenemos a Otniel, Ehud, Débora y Baraq, Gedeón, Abimelek, Jefté y
Sansón, de quien nos ocuparemos.

El nacimiento de Sansón se realiza a través de una acción portentosa. La madre siendo estéril recibe el anuncio
de un ángel de Dios que le dice que concebirá un hijo a quien debe criar como a un consagrado, pues, le dará la
misión de liberar a su pueblo de la opresión filistea.

El niño creció con el espíritu de Yahvé y pronto empezó a lucir la fuerza física extraordinaria que poseía. Este
don, como todos los que Dios concede, son para realizar un servicio que Él mismo nos pide. Por ello Sansón fue
favorecido con este don para que por medio de él liberara a su pueblo de los filisteos. Todos nosotros tenemos
dones; no hay nadie que haya sido privado de gracias y carismas, porque Dios no puede pedirnos algo, sino
contamos con lo necesario para realizarlo. Del mismo modo que el obrero necesita de sus herramientas, el
cristiano necesita de los dones para poder servir; no olvidemos que el bien común depende de cada uno de
nosotros. He escuchado en ocasiones a personas que por «exceso de humildad» se quejan tristemente ante los
demás de no haber recibido dones. A estos habría que preguntarles: ¿No tienen vida?, ¿no tienen corazón para
amar?, ¿boca para rezar? o, ¿brazos para trabajar? Este pensamiento aparentemente humilde, niega la
providencia divina que da a todos dones y carismas como quiere y cuando quiere siempre con sabiduría. La
verdadera humildad, como nos dice el cincelazo No 292 «no consiste en ocultar lo que el Señor nos ha dado,
sino en revelar al autor de lo que tenemos».
Jueces 14, 1-3

Pero así como Sansón fue distinguido con este don extraordinario, también tuvo, como todo hombre, defectos y
debilidades que le impidieron cumplir eficazmente la misión que Dios le había confiado.

Su pasión por las mujeres lo metió en muchos problemas que lo distrajeron de su misión liberadora. Por
principio de cuentas, puso sus ojos en una extranjera a pesar de que la Ley Israelita no permitía uniones con
mujeres paganas. La fuerza física que poseía le hacía sentirse seguro y capaz de alcanzar cualquier cosa que
deseara. Nunca tuvo tiempo para preguntarse: ¿Qué quiere Dios de mí? Y así, entre pasiones y deseos
superficiales, fue desperdiciando poco a poco el tiempo precioso de su juventud.

Jueces 15, 4-5

Así como un don puede servir para hacer mucho bien, también puede servir para hacer mucho mal. Antes que
pudiera Sansón haber hecho algo bueno por su pueblo gracias a la fuerza que tenía, ya lo había metido en
grandes problemas. Su debilidad por las mujeres lo llevó a pleitos y venganzas que irritaron a los filisteos, los
cuales decidieron atacar a los israelitas.

La inteligencia, las habilidades y carismas especiales son siempre dones divinos, pero si no hay recta intención,
o no están movidos por el amor hacia los demás, se convierten en armas destructoras de una comunidad. Las
grandes inteligencias del mundo gastan más fuerzas en la búsqueda de armas letales que en atender las
necesidades urgentes de los pueblos como el alimento, la vivienda, educación, etc.

Jueces 15, 14-18

Sansón en una demostración impresionante de su fuerza dio muerte a los filisteos. Con ellos, por fin pudo
liberar a su pueblo de la opresión. ¡Una vez más, Dios intervino en favor de los suyos! Sansón se sentía
orgulloso, pues tenía la seguridad de que Dios actuaba a través de él para darle la victoria. Había hecho la
experiencia de que «el ánimo de luchar va unido a la confianza en la guía de Dios» (Czo. 1100).
Jueces 16, 4-9

Sansón va a experimentar la misma moraleja de todo el libro de los jueces pero ahora a nivel personal. Instalado
en la fama y en la prosperidad se olvida de su misión y se casa con una extranjera. Esta mujer se va a encargar
de sacarle el secreto de su fuerza para venderlo a los filisteos.

Al dejarse llevar por sus pasiones y deseos, Sansón desobedeció a Dios y perdió su fuerza. El hombre de hoy
que cree alcanzar la felicidad en las diversiones y vicios nunca tendrá satisfacción; después de tanto hartarse y
llenarse de las cosas del mundo, Dios le hará sentir vacío, ausencia, tedio..., para que por primera vez en su vida
se plantee la pregunta ¿Es esta la felicidad?

Un hombre que falla a la voluntad divina empobrece y cae como Sansón. En cambio, la cercanía de Dios es
garantía de fortaleza humana. Entre más unidos estemos a la voluntad de Dios, más fuerte será nuestra entrega y
testimonio. Nos lo dice el cincelazo número 480 «Un hombre débil no puede ayudar por eso debemos hacernos
fuertes para ayudar a muchas personas».

Jueces 16, 22-31

En Sansón se cumple el viejo dicho «se muere como se vive». Siendo él, un hombre apasionado y violento, no
pudo tener otro fin. Engañado y ya sin fuerzas sintió coraje al oír las ofensas y burlas que le hacían. Así que le
pidió a Dios la fuerza suficiente para vengarse de los castigadores. Dios le restituyó su fuerza y al grito de
«muera yo y todos los filisteos» acabó con su propia vida y la de muchos filisteos, tantos como nunca había
matado.

De este modo, terminamos con la vida de Sansón, un hombre consagrado y enriquecido por Dios con muchos
dones, pero lleno también de debilidades y defectos que opacaron su misión liberadora. Es la historia de un
hombre como cualquiera de nosotros que tiene una misión específica en la comunidad y que viene a
cuestionarnos. ¿Qué tanto pongo al servicio de los demás los dones y habilidades que Dios me ha concedido?
¿Qué tanto me he dejado envolver por los vicios y pasiones que empobrecen mi generosidad?

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