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ISBN: 978-84-938982-3-6
Depósito legal: M-23262-2013
imprime: PUBLIDISA
La novela de la no-ideología
Introducción a la producción literaria
del capitalismo avanzado en España
A Mara, que constituye la prueba
de que no todo lo sólido se desvanece
en este aire posmoderno.
Y a mi maestro
–y sin embargo amigo– Julio Rodríguez Puértolas,
que me ha enseñado (a mí y a tantos)
que la literatura es también una trinchera.
5
La ideología no dice nunca
«soy ideológica».
Louis Althusser
7
INTRODUCCIÓN
1.- Henri Lefebvre, Sociología de Marx, Barcelona, Península, 1969, pág. 55.
2.- El marxista Terry Eagleton señala un total de dieciséis definiciones actualmente en
circulación del concepto ideología, en el capítulo titulado «¿Qué es ideología?» de su
libro Ideología: una introducción, Barcelona, Paidós, 1996, págs. 19-55.
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del concepto ideología en beneficio de doxa, debido a que aquel «ha si-
do tan usado y abusado que ya no funciona»1. Por otro lado, y en es-
ta misma línea, Eugenio Trías considera que la ambigüedad semántica
del término convierte su estudio mismo en una teoría fallida:
Parece ser que la ideología ha muerto de éxito. Sin embargo y por tra-
tarse de uno de los conceptos más originales –y de los más complejos–
de la obra de Marx no deberíamos dejarlo caer en el ostracismo. No
solo porque no es cierto que haya devenido una categoría vacía, sino
también porque resulta de vital importancia para el análisis de la pro-
ducción literaria (que es lo que nos ocupa) en íntima conexión con la
hegemonía política y cultural. Por ello no solo conviene recuperar la
noción ideología; resulta asimismo necesario, con el fin de evitar las
tergiversaciones y confusiones que rodean el término, volver a los
clásicos del marxismo –esto es: al propio Marx, a Engels y a Lenin–
para emplear el término de un modo adecuado a partir de la bifur-
cación de significado que se produjo dentro de la propia tradición
marxista, donde el concepto ideología empezó a emplearse tanto en un
sentido epistemológico como político.
Cuando Karl Marx y Friedrich Engels redactan, entre 1845 y 1846,
La ideología alemana, libro en el que desarrollan una crítica a la novísima
filosofía alemana encabezada por Feuerbach y Bauner, tienen que en-
frentarse a un concepto de ideología que se había puesto en circulación
cincuenta años atrás. En 1796, el filósofo ilustrado Destutt de Tracy for-
mula por primera vez el término ideología en su obra Mémoire sur la fa-
culté de pensé, en el contexto histórico de la Revolución Francesa. El tér-
mino nace en consonancia con la lucha revolucionaria y, en su campo
teórico, se opone al idealismo metafísico que concebía la idea como en-
tidad espiritual. Para Tracy, y su escuela filosófica, la ideología se inter-
1.-Pierre Bourdieu y Terry Eagleton, «Doxa y vida cotidiana: una entrevista», en Slavoj
Žižek (comp.), Ideología: un mapa de la cuestión, Buenos Aires, FCE, 2004, pág. 296.
2.-Eugenio Trías, La teoría de las ideologías, Barcelona, Península, 1975, pág. 25.
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pretaba como la ciencia de las ideas, cuyo conocimiento tenía que dar
inevitablemente una política racional capaz de hacer frente a la barba-
rie irracional de terror que se registró en los años de la Revolución1. La
ideología, de este modo, para el aristócrata francés, tenía como objeto
las propias ideas, mientras que para Marx y Engels el concepto se
transforma y la ideología deja de ser la ciencia que tiene por objeto de
estudio las ideas, para convertirse en el objeto mismo de estudio.
La ideología alemana constata, desde el título mismo, la transfor-
mación semántica del concepto. Por un lado, desaparece el sentido
que Tracy le había asignado a la ideología: en efecto, se percibe que
la ideología no es la teoría explicativa que nos permite conocer, empí-
ricamente, el mundo de las ideas, sino que, por el contrario, el título
advierte que la ideología es el núcleo de su estudio, la cosa misma a
explicar. Por otro lado, la adjetivación del sustantivo presenta un ma-
yor distanciamiento con la noción original de Tracy: ya no se trata de
estudiar las ideas en su sentido abstracto, sino que en la obra de Marx
y Engels la ideología, como anuncia el adjetivo alemana, se inscribe en
unas condiciones históricas, geográficas y, asimismo sociales, especí-
ficas. Pero más capital todavía resulta la connotación que el término
ideología recibe con Marx y Engels en este momento. Si para Tracy y
los filósofos de la Revolución Francesa, la ideología era interpretada
en términos positivos, puesto que nacía como el categorizador que habría
de servir para poner freno al lado más irracional de la conducta hu-
mana, en La ideología alemana el concepto pasa a ser entendido peyo-
rativamente. El sentido negativo que la ideología adquiere ahora re-
sulta de su interpretación como «falsa conciencia», como aparato me-
diante el cual la clase dominante introduce el engaño en la conciencia
del hombre para legitimar el orden social que desde la supraestructu-
ra se impone. La ideología pasa a ser entendida como un instrumento
de dominación. La noción de «falsa conciencia» aparece íntimamente
ligada al concepto de alienación en tanto que la ideología produce una
visión del mundo errónea y desligada de la realidad material. Así lo
explican Marx y Engels en La ideología alemana:
Hasta ahora los hombres se han formado siempre ideas falsas acer-
ca de sí mismos, acerca de lo que son o debieran ser. Han ajustado
sus relaciones a sus ideas acerca de Dios, del hombre normal, etc.
1.- Para más detalle sobre este aspecto, vid. Terry Eagleton, «De la Ilustración a la
Segunda Internacional», en Op. cit., Barcelona, Paidós, 1996, págs. 93-126.
11
Los abortos de su cabeza han acabado por imponerse a su cabeza.
Ellos, los creadores, se han rendido ante sus criaturas1.
1.-Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana, Uruguay, Pueblos Unidos, 1958,
pág. 11.
2.-Carta de Friedrich Engels a Franz Mehring. Londres, 14 de julio de 1893. Karl Marx
y Friedrich Engels, Obras Escogidas, Moscú, Progreso, 1974, pág. 523.
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dieron en La ideología alemana: la ocultación y sustitución de la realidad
por una falsa percepción de la misma. La realidad, mediada por la fal-
sa conciencia, no puede percibirse sino como una «evidencia misma»
y «se acepta sin mirar», sumiendo al individuo en un desconocimien-
to/enajenamiento de las leyes que rigen su universo ideológico y social,
hasta el punto de ser incapaz de reconocer la razón de su existencia, e
interpreta, desde un punto de vista idealista, que la idea precede a la
materia, aceptando que su creación ideológica termine por dominarlo.
Se trata de una noción que, si bien pretende distanciarse de la noción
radical-empirista originaria del francés Destutt de Tracy, el concepto de
ideología propuesto aquí por Marx y Engels, no deja de ser una simple
especulación idealista en la que, en definitiva y a pesar de su voluntad
materialista, la idea termina determinando la conciencia.
II
1.- Karl Marx, «El fetichismo de la mercancía y su secreto», El capital, Madrid, EDAF,
1972, vol. I, pág. 74.
13
El carácter evidente de la mercancía adquiere una complejidad nueva al
descubrir, tras el análisis marxista, que aparece envuelta de un halo me-
tafísico y teológico. Su complejidad, no obstante, no es consecuencia de
que «en virtud de sus propiedades satisfaga las necesidades del hom-
bre» ni de que «dichas propiedades sean productos del trabajo hu-
mano», como dirá Marx1. Si así fuera, si la mercancía fuera, en efec-
to, producto de un trabajo que realizan los hombres para satisfacer
sus necesidades, este hecho no podría sino tildarse de trivial y evi-
dente, siguiendo los adjetivos que propone el propio Marx, y no
cabría un atisbo de oscuridad en su forma. Esta acepción de mer-
cancía no trascendería su condición de valor de uso. La complejidad
tiene que ser otra. Veamos este ejemplo clarificador:
La evidencia nos dice que la mesa sigue siendo madera, por lo que la
complejidad de la mercancía –su metafísica, su carácter misterioso,
ese «algo completamente distinto»– debe encontrarse en otro lugar.
Habrá que formularse, por consiguiente, la siguiente pregunta: ¿qué
ha sucedido para que el objeto que es producto del trabajo humano
sea algo completamente distinto cuando se presenta como mercancía? Si el
carácter misterioso de la mercancía por lo tanto no proviene del valor
de uso del objeto, de su utilidad, entonces nos tenemos que preguntar
con Marx: «¿De dónde proviene, entonces, el carácter enigmático del
producto del trabajo, tan pronto como reviste la forma de mer-
cancía?»3. La respuesta es clara: «proviene, evidentemente, de esta
misma forma»4. La forma mercancía devuelve a los hombres de ma-
nera deformada el producto de su trabajo. Los hombres han creado
productos que no solo dejan de pertenecerles en el momento en que
14
concluye el proceso productivo –al no controlar los medios de pro-
ducción tampoco poseen sus productos–, sino también porque, a su
vez, estos productos, convertidos ahora en mercancía, van a dominar
sus vidas. La dominación que ejerce la mercancía sobre la vida de los
hombres tiene que ver con que ocultan el verdadero funcionamiento
de la producción capitalista: la mercancía, al presentarse ante los ojos
de los hombres como relación social, como objeto que se intercambia
por dinero, esto es, como valor de cambio por encima de su valor de
uso, y no como el resultado de su fuerza de trabajo, oculta las rela-
ciones de producción que dirigen las vidas de los hombres, al con-
vertir «cada producto de trabajo en un jeroglífico»1, suprimiendo del
objeto todos las huellas de la producción (y de explotación). David
Harvey glosa este pasaje sobre el fetichismo de la mercancía de una
manera esclarecedora:
15
Y añade Harvey más adelante:
16
mo, el hecho de que la vida social esté dominada por entidades ina-
nimadas le da un espurio aire de naturalidad e inevitabilidad: la so-
ciedad ya no se percibe como un constructo humano, y por lo tanto
como algo modificable por el hombre1.
17
En la producción social de su vida, los hombres entran en determi-
nadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, rela-
ciones de producción que corresponden a un determinado grado de
desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. Estas relaciones de
producción en su conjunto constituyen la estructura económica de
la sociedad, la base real sobre la cual se erige la superestructura jurí-
dica y política y a la que corresponden determinadas formas de con-
ciencia social. El modo de producción de la vida material condicio-
na el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es
la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia1.
18
La ideología aparece como un efecto estructural del capitalismo, co-
mo una falsedad constitutiva del propio modo de producción capi-
talista. Marx ha abandonado la noción de ideología de su obra ante-
rior, contaminada por la especulación idealista, para ser interpretada
en El capital desde un punto de vista que podría ser tachado, acaso,
de excesivamente economicista, pero que, en última instancia, se sus-
tenta en una materialidad objetiva incontestable.
III
19
el poder hegemónico. Lenin observa que la clase proletaria tiende a
identificarse de forma espontánea con la ideología burguesa y, por
ello, deduce que la ideología, adscrita ahora al movimiento socialis-
ta, ha de servir de instrumento de lucha para generar una auténtica
conciencia de clase revolucionaria. Leamos a Lenin directamente:
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lista en un país, tanto más enérgica debe ser, por lo mismo, la lucha
contra toda tentativa de afianzar la ideología no-socialista1.
1.- Ibid., pág. 393. La nota que complementa el párrafo insiste en que «la clase obrera
va de modo espontáneo hacia el socialismo, pero la ideología burguesa, la más di-
fundida (y constantemente resucitada en las formas más diversas), se impone, no
obstante, espontáneamente más que nada al obrero».
2.- Terry Eagleton, Op. cit., 1996, pág. 124.
3.- Karl Marx, «Tesis sobre Feuerbach», en Karl Marx y Friedrich Engels, Ludwig
Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (y otros escritos sobre Feuerbach), Madrid,
Fundación Federico Engels, 2006. pág. 59.
21
Pero la cuestión no es esa. No solamente yo no hago su filosofía, sino
que no «hago» la filosofía como ellos. Su manera de «hacer» la filo-
sofía es desperdiciar tesoros de inteligencia y de sutileza para no ha-
cer otra cosa que rumiar en la filosofía. Yo trato la filosofía de otra ma-
nera, ya la practico, como quería Marx, conforme a lo que ella es1.
1.- Carta de Lenin a Gorki. 7 de febrero de 1908. Cfr. Louis Althusser, Lenin y la filosofía,
Buenos Aires, Carlos Pérez Editor, 1971, págs. 18-19.
2.- Louis Althusser, Op. cit., 1971, pág. 21.
3.- Henri Lefebvre, Op. cit., pág. 7.
4.- Louis Althusser, Op. cit.., 1971, págs. 27-28.
22
El descubrimiento científico de Marx –la fundación de la nueva cien-
cia– no es otro que el materialismo histórico. La revolución teórica de
Marx consiste en construir un sistema teórico de conceptos científicos
para explicar la realidad, la Historia, desprendida del velo de misti-
cismo con que la filosofía había cubierto su rostro. En efecto, como
afirma Althusser, «Marx funda la ciencia de la historia, allí donde no
existían más que filosofías de la historia»1. La nueva ciencia del ma-
terialismo histórico no hace sino provocar el desplazamiento de la fi-
losofía. Tras el descubrimiento científico de Marx la filosofía carece de
sentido y debe ocupar un lugar nuevo:
23
IV
24
no veía (si no la fijaba) la luna a doscientos pasos: en absoluto como
una forma de conciencia, sino como un objeto de su «mundo» –como su
«mundo» mismo1.
1.- Louis Althusser, La revolución teórica de Marx, México, Siglo XXI, 1970, pág. 193.
2.- Ibid., págs. 193-194.
3.- Juan Carlos Rodríguez, De qué hablamos cuando hablamos de literatura, Granada,
Comares, 2002, págs. 37-38.
25
Todos nuestros actos, desde el beso al vestido, son actos ideológicos.
Nuestra vida toda está determinada por la ideología; todo lo que nos
sucede –nuestras decisiones, nuestra voluntad, nuestros intereses,
nuestros textos– funcionan como un efecto de reproducción ideológi-
ca. Resulta imposible escapar de la ideología, pues la ideología se
configura como mundo. Toda forma de explotación produce unas
condiciones materiales que no pueden subsistir si no se asegura su re-
producción y la ideología es el medio que garantiza la reproducción
de las condiciones materiales del sistema. Por medio de la ideología,
el capitalismo ha producido una forma de vida que estamos obligados
a reproducir para garantizar su pervivencia. Dicho de otro modo:
1.- Juan Carlos Rodríguez, «La explotación del yo: una pesadilla histórica», Papeles de
la FIM, nº 25 (2007), Fundación de Investigaciones Marxistas, pág. 54.
26
Es decir: todos nuestros actos son actos ideológicos; luego, todos
nuestros actos son producidos por la ideología; con lo cual, a la vez
que se producen nuestros actos, estos funcionan como reproducción
y legitimación de la estructura que domina nuestros propios actos y
nuestra propia realidad. Este es el sentido que imprime una de las te-
sis centrales de la teoría althusseriana: «No hay práctica sino por y en
una ideología»1. Todas nuestras prácticas se producen y se reprodu-
cen en la ideología y para la ideología.
La función de la ideología no es otra que insertar al sujeto en su
propia estructura pues, una vez dentro, no puede sino producir, re-
producir y legitimar la propia ideología que le construye como suje-
to. Este es el segundo punto nodal de la teoría de Althusser: «No hay
ideología sino por el sujeto y para los sujetos»2. O dicho de otro mo-
do: «La ideología interpela a los individuos como sujetos»3. Y esta in-
terpelación persigue el propósito de que estos sujetos puedan reco-
nocerse en la ideología y de este modo garantizar la reproducción de
la misma:
No solo los de arriba tienen que estar convencidos de que han na-
cido para dominar (y ese es su verdadero sentido de la vida), sino
que los de abajo tienen que estar igualmente convencidos (y ese es
posiblemente su sentido de vida) de que han nacido para ser do-
minados. Y aquí la importancia decisiva de las ideologías (o del in-
consciente ideológico, para ser más exactos)5.
27
La ideología interpela al sujeto para que este asuma de forma natural
su posición en el mundo. La clase explotada asume la ideología do-
minante a la vez que se inserta en ella. De forma inconsciente todos
sus actos terminan por reproducir una ideología que tiene por fun-
ción no solo su sumisión, su aceptación de que su lugar en el mundo
es el que ocupa y no otro, sino también –y sobre todo– la legitimación
de un orden social que le tiene dominado. Y en este proceso de pro-
ducción y reproducción de la ideología, la literatura constituye un
elemento clave, pues la literatura –fuera de toda interpretación idea-
lista– funciona como un operador privilegiado de la reproducción y
la legitimación ideológica, como sostienen Etienne Balibar y Pierre
Machery:
1.- Etienne Balibar y Pierre Macherey, «Sobre la literatura como forma ideológica», en
Louis Althusser et al., Para una crítica del fetichismo literario, Madrid, Akal, 1975, pág. 44.
2.- Ibid., pág. 44.
28
produzca y se legitime a través del discurso literario, mediante for-
mas, por lo común, tan potentes e ilusionantes que, a menudo, son
concebidas como fenómenos más allá o más acá de toda ideología.
29
mocracia liberal1, hemos estado asistiendo a una especie de «milena-
rismo invertido en las que las premoniciones del futuro, ya sean ca-
tastróficas o redentoras, han sido sustituidas por la convicción del
final de esto o aquello (el fin de la ideología, del arte o de las clases
sociales; la crisis del leninismo, la socialdemocracia o el Estado del
bienestar, etc.)»2. La ideología del capitalismo avanzado, que en el
ámbito cultural se ha convenido en denominar posmodernista, produce
y legitima una concepción del mundo acabado y perfecto, sin con-
flicto y sin contradicciones. La ideología del fin de la historia se detecta
en la lógica interna de la literatura del capitalismo avanzado. La lite-
ratura española actual ha interiorizado el discurso hegemónico –y así
lo reproduce y lo legitima en sus textos– que indica que vivimos en un
mundo perfecto y sin conflicto. El resultado es la producción literaria
de un texto donde toda forma de conflicto ha quedado eludida. Las
contradicciones se enuncian bajo la forma de solución imaginaria, esto
es, las contradicciones radicales se desplazan sustituyéndolas por con-
tradicciones imaginariamente conciliables en la ideología dominante3.
De este modo, la huella de lo político y lo social se borra del texto en
virtud de otros discursos que la ideología asume, y, así, se resuelven
los conflictos a través de una lectura de corte intimista, psicologista o
moral, que terminan individualizando y deshistorizando radical-
mente todos esos conflictos (en realidad, conflictos aparentes).
La novela española actual ha asumido –o interiorizado– la ideo-
logía del capitalismo avanzado hasta tal punto que todo conflicto
aparece, en efecto, privatizado. Los elementos externos –lo social, lo
político– desaparecen a favor de una lectura desde el interior del su-
jeto. Esta reconstrucción de los conflictos, siempre situando en el
ámbito privado, privilegia una lectura no-ideológica de la sociedad.
Pero esto también es ideología: la ideología, no obstante, nunca se
delatará a sí misma, nunca anunciará su mecanismo. Nunca dirá que
es ideología. Pero las clases no solo siguen existiendo, sino que
además las desigualdades se acrecientan en el capitalismo avanza-
do. No obstante, su ideología, que nunca se delatará, naturaliza este
1.- Vid. Francis Fukuyama, «The End of History?», National Interest, nº16(1989), págs. 3-
16, después reformulado en el libro The End of History and the Last Man, New York,
The Free Press, 1992.
2.- Fredric Jameson, El posmodernismo o la lógica del capitalismo avanzado, Barcelona,
Paidós, 1991, pág. 9.
3.- Vid. Etienne Balibar y Pierre Macherey, Art. cit., pág. 34.
30
orden, lo normaliza, como si fuera el único –y, por supuesto, el me-
jor– mundo posible.
La producción literaria del capitalismo avanzado se presenta co-
mo no-ideológica, pero sabemos –a partir de Althusser– que todo
lenguaje es siempre ideológico1. La literatura es una forma ideológica
más y, en este sentido, interpela y conduce a los sujetos en función de
lectores para que estos se reconozcan en la ideología y garanticen que
la ideología se produzca y se legitime a través del discurso literario.
Pero es necesario insistir en que este proceso de producción y repro-
ducción de la ideología se sitúa en el plano inconsciente. La literatu-
ra posmoderna –y entendemos aquí posmodernidad no únicamente
como manifestación artística estrambótica2, sino como un producto
ideológico del capitalismo avanzado, como propuso Jameson3– no es
1.- Louis Althusser, «El conocimiento del arte y la ideología», en Louis Althusser et al.,
Literatura y sociedad, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1974, pág. 90.
2.- Matei Calinescu incluye el posmodernismo dentro del proyecto cultural de la mo-
dernidad, como una forma más de contracultura, considerándolo –eso sí– como la
cara más estrambótica y autoescéptica que ha ofrecido la modernidad. Expone así
sus argumentos: «El posmodernismo, tal como lo veo yo, no es un nombre nuevo
para una nueva “realidad”, o “estructura mental”, o “descripción del mundo”, sino
una perspectiva desde la cual uno puede preguntarse ciertas cuestiones acerca de la
modernidad y sus diversas encarnaciones (…). O dicho de otro modo, entre las ca-
ras de la modernidad la posmodernidad es quizá la más estrambótica: autoescépti-
ca pero curiosa, no creyente pero buscadora, benevolente pero irónica» (Matei
Calinescu, Cinco caras de la modernidad (Modernismo, Vanguardia, Decadencia, Kitsch,
Posmodernismo), Madrid, Tecnos, 1991, pág. 271). Calinescu considera, de este modo,
que la cultura posmoderna no es más que una representación contracultural de la
modernidad, propia de su dinámica artística, como anteriormente lo había sido la
vanguardia o el arte kitsch.
3.- El primero en hablar de la posmodernidad como producto del capitalismo avanza-
do fue el crítico americano Fredric Jameson. Por medio de sus análisis de crítica cul-
tural, innovó la teoría de la posmodernidad al adscribir la lógica posmoderna a las
transformaciones estructurales producidas por la irrupción del capitalismo avanza-
do. En otoño de 1982, en el Whitney Museum of Contemporary Arts, Jameson ofre-
ció una conferencia que pasaría a ser parte nuclear de su aplaudido ensayo
«Postmodernism – the Cultural Logic Late Capitalism», publicado en el número de
primavera de 1984 de New Left Review. La conferencia –como sucedió después con
el texto impreso– supuso una auténtica revolución dentro de la teoría posmoderna
pues por primera vez se analizaba el fenómeno en sus concretas relaciones de pro-
ducción. El acierto de Jameson es, como señala Perry Anderson, reconocer que «el
anclaje de lo posmoderno» se encuentra «en las alteraciones objetivas del orden
económico del propio capital» (Perry Anderson, Los orígenes de la posmodernidad,
Barcelona, Anagrama, 2000, pág. 77), para a continuación refutar que la posmoder-
31
consciente de que por medio de sus textos se está reproduciendo la
ideología del «Fin de la Historia». No forma parte del proyecto litera-
rio reproducir la ideología, sino de su resultado1. En este sentido, nos
parece imprescindible traer a colación las acertadas palabras de
Macherey acerca de la cuestión: «los escritores no están para fabricar
ideologías»2, o más concretamente, el autor «no es sino aparente-
mente el autor de la ideología contenida en su obra, de hecho esta
ideología se ha constituido independientemente de él. Se la encuentra
en sus libros, así como él mismo la ha encontrado en su vida»3.
La literatura funciona, por consiguiente, como efecto de la repro-
ducción ideológica de unas relaciones materiales en una coyuntura
histórica específica. Al acercarnos al estudio de la narrativa española
actual, anunciada aquí como la novela de la no-ideología, habrá que
tratar de describir la matriz ideológica que segrega el inconsciente
que interioriza/exterioriza el discurso de que hemos alcanzado el es-
tadio del final de la Historia, el final de las ideologías y el final de la
lucha de clases. Nuestro estudio no tiene otro propósito que diag-
nosticar el modo en que las condiciones materiales del capitalismo
avanzado producen una literatura sin conflicto4, una ideología que
nidad pueda ser únicamente entendida como una mera ruptura estética o un sim-
ple cambio epistemológico con respecto a la modernidad. Jameson llega a la con-
clusión de que todos nuestros actos –también nuestros actos culturales, por supues-
to– se han integrado en el capital. La característica fundamental del capitalismo
avanzado, a diferencia de otras formas de capitalismo anterior, es que no hay espa-
cio que escape del control del capital. El capital lo invade todo, aparece en todos los
reductos de la vida. En este sentido, Anderson afirma, parafraseando a Jameson,
que «la posmodernidad significa (…) la saturación de cada poro del mundo por el
suero del capital» (Ibid., pág. 78) .La posmodernidad corresponde al movimiento
histórico en que el capitalismo entra en una tercera fase –si aceptamos el esquema
propuesto por Ernest Mandel en su ensayo El capitalismo tardío– en la que el capital
adquiere una total hegemonía y se presenta de forma homogénea y global.
1.- Vid. Etienne Balibar y Pierre Macherey, Art. cit., pág. 34.
2.- Pierre Macherey, «Lenin, crítico de Tolstoi», en Louis Althusser et al., Op. cit., 1974,
pág. 54.
3.- Ibid., pág. 54.
4.- José Antonio Fortes ha denominado a la literatura de la no-ideología como la «do-
minante inescritura de la realidad capitalista» en tanto que «no hay nadie, ni un so-
lo escrito que pase a descortezar los frutos del capitalismo real». José Antonio Fortes,
«Escribir la lucha de clases», en Matías Escalera Cordero (coord.), La (re)conquista de
la realidad, Madrid, Tierradenadie, 2007, págs. 161-162. Vid. también su ensayo
Intelectuales de consumo, Córdoba, Almuzara, 2010.
32
asume la despolitización de la sociedad y el ocaso de todo enfrenta-
miento de clase. Un análisis de la literatura actual nos va a permitir
reconocer que la no-ideología no es sino reproducción ideológica o
exteriorización del discurso del capitalismo avanzado. Para ello he-
mos confeccionado un corpus literario con algunas de las obras más
relevantes y significativas que se han producido en los últimos vein-
te años de capitalismo avanzado en España con el propósito de veri-
ficar nuestra hipótesis con autores y obras con proyectos estéticos tan
divergentes como son, por un lado, Almudena Grandes, Javier
Marías o Antonio Muñoz Molina, y, por otro, autores como Ray
Loriga o José Ángel Mañas, por citar solamente algunos nombres, y
observar que, a pesar de su heterogeneidad formal, comparten un
fondo común, determinado por un mismo inconsciente ideológico,
que desplaza toda forma de conflicto social y político, reproducien-
do y legitimando el discurso dominante del capitalismo avanzado.
VI
1.- Vid. Etienne Balibar y Pierre Macherey, Art. cit., págs. 23-46.
2.- Vid., Michel Pêcheux, «El mecanismo del reconocimiento ideológico», en Slavoj
Žižek (comp.), 2004, págs. 157-167.
33
Williams subraya en su Marxismo y literatura que ningún modo de
producción y, por consiguiente, ningún orden social dominante in-
cluye o agota toda la experiencia humana: «La realidad de toda he-
gemonía es que mientras que por definición es dominante, jamás lo
es de un modo total y exclusivo»1.
En resumen: la reproducción ideológica nunca es pura, en ella se
encuentra la contradicción de los modos de producción/clases en
pugna, debido a que ninguna forma de control social ejerce su hege-
monía sin dejar resquicios por los que introducir la contradicción. Por
consiguiente, no toda la literatura escrita –o mejor: producida– bajo
la hegemonía del capitalismo avanzado tiene que reproducir y legiti-
mar en su totalidad su ideología: la lucha de clases no está abolida en
la literatura, como defienden Balibar y Macherey, y asimismo existen
«estructuras de sentimiento», que diría Williams2, a través de las cua-
les es posible derrumbar –o al menos cuestionar– el orden ideológico
hegemónico del capitalismo avanzado. En esta tesitura se encuentran
autores que –fuera del proyecto de la no-ideología– reivindican la vi-
sibilidad del conflicto de clases en la literatura, con un carácter polí-
tico y social explícito, como son, ciñéndonos únicamente al ámbito de
la novela, Belén Gopegui, Isaac Rosa, Rafael Chirbes, Marta Sanz,
Felipe Alcaraz, Matías Escalera Cordero, Eva Fernández o Alfons
Cervera, por medio de un proyecto literario que busca introducirse fi-
suras del inconsciente con el objetivo de desarticular el discurso he-
gemónico capitalista3.
Pero lo que en estas páginas se pretende es el análisis de una lite-
ratura que, de forma inconsciente e independientemente de cuál sea
su proyecto ideológico originario, reproduce y legitima una imagen de
la sociedad en la que se inserta en total consonancia con el discurso
hegemónico del capitalismo avanzado. La fecha que tomamos como
punto de partida, para inscribir en unas coordenadas cronológicas el
fenómeno literario que estamos estudiando es el año de 1989. Consi-
1.- Raymond Williams, Marxismo y literatura, Barcelona, Península, 1997, pág. 135.
2.- Ibid., capítulo II, 9.
3.- Esta vertiente de la narrativa española, que trata de enfrentarse a los discursos ide-
ológicos dominantes por medio de una escritura contra-hegemónica, crítica o disi-
dente, o que ensaya, al menos, vías diferentes a las que se tratan en estas páginas,
bien merecería un estudio pormenorizado y en profundidad; tal como ha hecho, en
el ámbito de la poesía, Alberto García-Teresa en Poesía de la conciencia crítica (1987-
2011). Madrid, Tierradenadie, 2013.
34
deramos que la novela de la no-ideología es un fenómeno cultural de
la posmodernidad y en tanto que fenómeno posmoderno su co-
mienzo debe marcarse en la fecha en que, según nuestra propuesta,
se inicia el tiempo histórico de la posmodernidad. Los motivos por
los cuales establecemos nuestro corte en la fecha señalada, se debe,
principalmente, a que consideramos que solamente a partir de 1989
–año en que se produce la caída del Muro de Berlín y se inicia el pro-
ceso de descomposición del campo socialista– es posible hablar, en
sentido estricto, de capitalismo avanzado en tanto en cuanto su defi-
nición depende de la constitución del mercado-mundo y solamente
con el fin de toda antinomia, como fue la desaparición de la URSS, es
posible su constitución1. Y será a partir de este momento en el que el
capitalismo se presente a sí mismo como la solución final cuando la
novela de la no-ideología empiece a reproducir la imagen de un uni-
verso social sin conflicto ni contradicciones, donde la huella de lo
político y lo social quede desplazada a favor de una lectura indivi-
dualista –y asumible por la ideología dominante– de las contradiccio-
nes radicales del sistema. Todo se interpreta, a partir de este momen-
to, desde el interior del individuo; lo exterior queda excluido como
elemento que pueda explicar o interpretar los conflictos que se dan
cita en la sociedad contemporánea.
35
El sujeto del capitalismo, sobre todo a partir del momento en que el
capitalismo se totaliza y se hace mundo, se concibe a sí mismo como
sujeto individualizado y no como miembro perteneciente a una clase
social. Todos sus actos, por consiguiente, conducirán a reforzar su in-
dividualidad, desactivando en su ideología la noción de clase. La
búsqueda del beneficio propio, por encima del interés de clase, hace
que todas las luchas –y conflictos– del sujeto capitalista no tengan
otro fin que el de reforzar el yo. La privatización del sujeto en el capi-
talismo avanzado motiva la aparición de la foucaultiana «microfísica
del poder»1 basada en «una competencia entre el yo y el otro al que
hay que desplazar»2. Juan Carlos Rodríguez en un artículo titulado
«Literatura, moda y erotismo: el deseo», publicado en tres entregas
por la revista Laberinto, sostiene que «en la ideología fundamental de
la globalización capitalista actual de lo que se trata es precisamente
de construir la imagen continua del sujeto, autónomo y plenamente
individualizado en la competitividad atroz del mercado: ser ganador
o perdedor, winner o loser, esta es la imagen»3. A continuación se pre-
gunta Rodríguez sobre el modo en que se construye y se reafirma la
imagen del sujeto autónomo y plenamente realizado y, por lo tanto,
plenamente competitivo en las condiciones del capitalismo. La res-
puesta se encuentra en la construcción del yo-soy, esto es, la cons-
trucción de nuestra propia imagen frente al otro en el espacio de
competitividad erótica y laboral del capitalismo avanzado. En el ca-
pitalismo avanzado todo ha sido privatizado, incluso la lucha de clases,
que ha sido sustituida por el enfrentamiento entre individuos libres.
Este es el denominado fin de la lucha de clases que anuncia «fin de
la Historia». O, lo que es lo mismo, la aniquilación del denominado
sujeto político en la lógica de la ideología dominante.
La literatura del capitalismo avanzado reproduce el discurso de la
superación de la lucha de clases por el enfrentamiento entre indivi-
duos libres. Toda forma de conflicto en la literatura actual no respon-
de sino a la lógica de la privatización del sujeto: no se reproduce en
su discurso la forma de conflicto colectivo; al contrario, todo con-
flicto se reduce al yo, situado entre el desnudo o la transparencia de
36
los espacios íntimos y la construcción constante de la identidad. En
la literatura posmoderna no hay más problemática que la de un indi-
viduo por constituirse como yo-soy en su enfrentamiento con el otro.
A este fenómeno se le puede identificar como la privatización de la
literatura1, lo que, en palabras de José-Carlos Mainer, consiste en lo
siguiente: «Si observamos la producción literaria de estos años, hay
un denominador común que resulta muy revelador: la refundamen-
tación de un ámbito íntimo, privado, a costa de otros valores. Murió
de consunción la trascendencia social…»2. O lo dicho en otro lugar:
1.- Hay que señalar que el acierto a quien se le debe atribuir la utilización del sintag-
ma de la privatización de la literatura no es a otro que a José-Carlos Mainer, quien
acuña el término en sus distintas publicaciones sobre literatura española actual. Vid.,
por ejemplo, José-Carlos Mainer et al., Breve historia de la literatura española, Madrid,
Alianza, 1997; «Identidad y desencanto en tres novelas de la Transición», en VVAA,
Mostrar con propiedad un desatino, Madrid, Eneida, 2004, págs. 39-64; José-Carlos
Mainer, De posguerra, Barcelona, Crítica, 1994; y José Carlos Mainer, «Cultura y so-
ciedad», en Francisco Rico (dir.), Op. cit., 1992, págs. 54-72.
2.- José-Carlos Mainer, Op. cit., 1994, pág. 153.
3.- José-Carlos Mainer, Art. cit.,1992, pág. 68.
4.- José María Pozuelo Yvancos, Ventanas de la ficción. Narrativa hispánica, siglos XX y
XXI, Barcelona, Península, 2004, págs. 49-50.
5.- Ibid., pág. 50.
37
La privatización del sujeto del capitalismo avanzado conlleva, en
efecto, la destrucción de toda problemática histórica o social. En esta
línea Carlos Blanco Aguinaga habla de subjetivismo acrítico que repre-
senta, precisamente,
¿De qué tratan en general hoy las novelas que son consideradas li-
teratura?: tratan del vaivén del entusiasmo y el decaimiento, tratan
de la vergüenza, de los sentimientos de culpa, de las reservas…, tra-
tan de todo lo que los burgueses decentes utilizan en sus relaciones
con el mundo para que sus vidas sean interesantes y se dificulten
las vidas de los demás2.
38
dota; el planteamiento egocentrista de la literatura privatizada con-
lleva la presencia de un exceso de sentimentalismo que se sitúa al
margen de toda racionalidad. El yo describe su existencia a partir de
nociones irracionales como la sentimentalidad. La razón queda ex-
cluida para la interpretación de la circunstancia que el sujeto mues-
tra en la novela. Del siguiente modo lo expone, con acierto, Jordi
Gracia:
1.- Jordi Gracia, Hijos de la razón, Barcelona, Edhasa, 2001, págs. 188-189.
39
…la tendencia –tan acorde a la pasiva sociedad española que, en ge-
neral, evita ahora las ideologías– de huir hacia los territorios de lo
personal o lo privado, muy visible, por ejemplo, en la primacía de
la conciencia individual como eje del novelar. Y también, en la sus-
titución de la realidad (colectivo) por literatura como objeto y ma-
teria de la narración1.
1.- Ramón Acín, En cuarentena: Literatura y mercado, Zaragoza, Mira, 1996, pág. 36.
2.- Ibid., pág. 107.
3.- Ibid., pág. 108.
40
que es incapaz de apropiarse o de aprehender los objetos. La presen-
cia abrumadora del yo, de lo íntimo, en la narrativa actual, funciona
como legitimación de las relaciones de producción del capitalismo
avanzado. La matriz ideológica del capitalismo avanzado construye
un sujeto radicalmente individualizado, desvinculado de la noción
de clase y de cuya interpretación de su universo ideológico y social
quedan excluidas las nociones clásicas de verdad y objetividad. La
única verdad se encuentra en el sujeto y todo queda explicado por y
desde el propio sujeto.
Dicho esto, lo que se trata, por lo tanto, es de desarrollar en las si-
guientes páginas el modo en que la ideología del capitalismo avan-
zado ha sido interiorizada y asimismo se exterioriza en las obras lite-
rarias más representativas de la narrativa española actual. Novelas
como Las edades de Lulú de Almudena Grandes, Juegos de la edad tardía
de Luis Landero o Corazón tan blanco de Javier Marías, así como otras
como Héroes de Ray Loriga o Beatriz y los cuerpos celestes de Lucía
Etxebarría, entre otras, reproducen la lógica del capitalismo avanza-
do donde todo conflicto reside en el sujeto, representando, consi-
guientemente y por defecto, la idea de un mundo en el que los con-
flictos sociales y políticos son inexistentes. En definitiva, se trata de
analizar una literatura en la que las contradicciones radicales del sis-
tema brillan por su ausencia.
41
Capítulo I
LA PRIVATIZACIÓN DEL CONFLICTO
1.- José Ángel Mañas, Historias del Kronen, Madrid, Bibliotex, 2001 [1994], pág. 58.
43
...el sustrato último de la novela es la épica y nuestra época no pro-
duce situaciones épicas. Seguramente debemos felicitarnos por ello,
pero el balance es abrumador cuando pensamos en la temática de
la novela. ¿Cuántas novelas que hoy consideramos clásicas nos
quedarían si eliminásemos de la lista las que tienen como eje argu-
mental las campañas napoleónicas, la guerra civil americana o las
dos guerras mundiales? Insisto en que no vale la pena organizar
una hecatombe para salvar la novela, pero creo que también que la
ausencia de un trauma colectivo y lo relativamente previsible de los
destinos individuales no permite echar el vuelo a la imaginación1.
1.- Eduardo Mendoza, «La novela se queda sin épica», El País, 16 de agosto de 1998.
44
horizonte político distinto, porque nuestro presente se concibe como
perfecto y cerrado, situado en el «Fin de la Historia» –que anunció
Fukuyama–, solamente es posible hablar del yo y desde el yo. Cuando
Dios y Marx han muerto, cuando el proyecto de la modernidad ha
claudicado, solamente nos queda hablar de nosotros mismos.
En 1989, fecha que consideramos como punto de inflexión en la
consolidación del capitalismo avanzado, se publican dos novelas
que, en su contenido y forma, son muy reveladoras para nuestro
propósito: Las edades de Lulú de Almudena Grandes y Juegos de la edad
tardía de Luis Landero. Las dos novelas, muy distintas en cuanto a
sus planteamientos literarios, reproducen de forma muy evidente la
lógica de la privatización del conflicto. En ambos casos la narración
se centra en la construcción de la identidad al margen de las condi-
ciones impuestas; no se trata de una simple búsqueda de la identidad
–quién soy– como sucedía en los discursos de la modernidad, sino de
la capacidad de elegir o de moldear la propia identidad –quién pue-
do o quiero ser1. En la modernidad la identidad era co-sustancial al
1.- La temática del yo-soy articula todos los discursos de la literatura burguesa desde su
nacimiento mismo –desde el animismo renacentista hasta nuestros días. Sin embar-
go, el yo-soy tiene historia. El yo-soy de la literatura del capitalismo avanzado dista
del yo-soy que se produjo en etapas anteriores del capitalismo en dos rasgos funda-
mentales. En primer lugar, si bien el yo-soy de la modernidad supone la búsqueda
de la identidad –quién soy–, en la actualidad el yo-soy no responde a la lógica de la
búsqueda, sino de la realización de la posibilidad y el deseo –quién puedo/quiero
ser. En segundo lugar, el yo-soy del presente se ha desgajado de la noción de clase.
A diferencia de los discursos de la modernidad, el yo-soy del capitalismo avanzado
no se define en tanto que miembro que forma parte de una clase social. Este rasgo
es esencial para comprender la lógica del yo-soy posmoderno: en la novela burgue-
sa anterior al capitalismo avanzado la noción de clase siempre estaba ahí: basta re-
cordar la escena de El Lazarillo donde Lázaro recibe el consejo de su madre antes de
irse de casa. En él, la madre es muy consciente de la división social entre buenos y
malos –el ejemplo que recibe para que se arrime a los buenos no es sino una apela-
ción para que se acerque a los de arriba–, con el propósito de lograr la pretendida
permeabilidad social. Lo mismo sucede en El Quijote de Cervantes. Desde la prime-
ra línea, el personaje se define según su posición de clase: un hidalgo que ha perdi-
do la relevancia social de la que gozaba antaño con la transformación de la infraes-
tructura de la sociedad. Su yo-soy funciona como reacción a los nuevos mecanismos
sociales que ha deslegitimado la clase social a la que pertenece. La novela realista de-
cimonónica, por su lado, retrata personajes de clases sociales distintas que conviven
o se cruzan constantemente por las calles de la ciudad, produciéndose, de este mo-
do, el efecto dialéctico de reconocimiento. En la novela actual, sin embargo, nada de
esto sucede: el sujeto se describe como un yo individualizado, desgajado de toda no-
45
individuo; en el capitalismo avanzado, por el contrario, la identidad
constituye una creación del propio sujeto que se va construyendo a
sí mismo a medida que se le van presentando nuevas circunstancias.
La noción estable de la identidad moderna se sustituye por una
identidad flexible y moldeable. La posmodernidad ha liberado al in-
dividuo de la rigidez identitaria de la modernidad que no era sino
impuesta por factores externos a su propia individualidad –como son
la familia, la clase social o las raíces nacionales.
Un ejemplo claro se encuentra en el protagonista de Juegos de la
edad tardía de Luis Landero. Gregorio Olías –mitad kafkiano, mitad
quijotesco– vive una realidad prosaica que poco tiene que ver con
aquella vida que había construido en sus sueños de adolescente. En la
primera parte de la novela, se nos presenta un personaje que ve frus-
trada la construcción de su identidad. El adolescente, que trabaja de
botones en una empresa en la que había prestado servicio su tío
Félix, empieza a escribir poesía a los quince años y conoce el tempe-
ramento de un amor pasional y asimismo imposible de la mano de
Alicia. Durante la adolescencia, Gregorio Olías vive «dualísticamen-
te escindido entre el mundo de las películas de acción que ve todos
los domingos y las cenizas frías de la diaria realidad»1. Ni el amor ni
la poesía le permiten ser quien quiere ser. La realidad se impone por
encima de sus sueños y convicciones: a los diecinueve años deja de
escribir poesía y tres años después es ascendido a auxiliar adminis-
trativo en la empresa en la que trabaja; a los veintidós años conoce a
Angelina, se acostumbra a la rutina y dos años después se casa. El
matrimonio se presenta como la definitiva imposibilidad de construir
su yo:
ción de clase, que no puede sino enfrentarse a otro yo. Esta es la idiosincrasia del yo-
soy que emerge en la novela española actual y que lo diferencia, sustancialmente, del
yo-soy de la novela burguesa que le precedió.
1.- Miguel Martinón, «Luis Landero, Juegos de la edad tardía», en Novela española de fin de
siglo: cuatro lecturas, Universidad de la Laguna, 2001, pág. 74.
46
mento pensó en abandonar allí mismo, pero que al fin llevó consi-
go y le entregó a Angelina con un «ahí van esos versos tristes, haz
lo que te parezca con ellos». Angelina los arrumbó al fondo de un
armario, junto con la guitarra (…). Y Gregorio rompió definitiva-
mente con la indigencia del pasado y se entregó a un presente don-
de la dicha excluía la intervención de la memoria1.
1.- Luis Landero, Juegos de la edad tardía, Madrid, Bibliotex, 2001 [1989], págs. 88-89.
2.- Ibid., pág. 87.
3.- Ibid., pág. 93.
4.- Ibid., pág. 98.
47
Gregorio Olías se incorpora a la empresa y durante los siguientes ca-
torce años ocupa su lugar en una mesa situada al fondo del garaje. La
jornada laboral simboliza la jaula de hierro de la burocracia, que diría
Max Weber, donde todo acto obedece a una programación específica y
donde no existe margen para la improvisación. En Requena y Belson
no hay espacio para la libertad, solo para la reproducción del modelo:
48
científica, con teatros y tertulias de café. La invención de Gregorio,
inducido por la curiosidad de Gil y por la imagen mitificada que de
la ciudad tiene el provinciano, llega hasta el punto de hacerle creer
a Gil que en realidad Gregorio es ingeniero y poeta, y que su obra
está publicada bajo el pseudónimo de Augusto Faroni. La llamada
telefónica supone una ruptura con el mundo burocratizado, monó-
tono y gris de Gregorio Olías que, a golpe de rutina, ha cercenado
sus sueños de libertad. Pero la llamada le permite escapar de su
mundo prosaico y le ofrece la posibilidad de ser quien siempre ha
querido ser, de decir, definitivamente, yo-soy. A partir de este mo-
mento, Gregorio Olías se convierte en Augusto Faroni. La transfor-
mación de Gregorio Olías en Augusto Faroni supone la ruptura de la
dialéctica moderna entre el yo y el mundo, porque, en las conversa-
ciones entre los protagonistas de Juegos de la edad tardía, el mundo no
existe sino como una interpretación o una construcción subjetiva. Al
no existir más que como invención, el mundo –o la realidad– ya no
coarta al individuo, limitando su libertad y su individualidad; por-
que ahora el mundo es moldeado según las conveniencias del pro-
pio sujeto.
Por otro lado, la identidad se construye por medio de la destruc-
ción de la otredad. Y esto es básico en la lógica del capitalismo avan-
zado. Si bien el otro, Gil, sirve para que el yo se realice como sujeto ple-
namente individualizado, la relación con el otro no es solidaria, en
tanto que el otro no transciende su condición o su función de sostén
del yo: es utilizado por Gregorio Olías, por medio del engaño, para,
egoístamente y por fin, sostener la ficción de su propia vida. Desde
otra perspectiva, lo ha apuntado también el crítico literario Fernando
Valls: «En este juego de inventar la vida y crearse una personalidad
ideal (…), dado que la real e inapelable solo le produce insatisfaccio-
nes, va realizando el protagonista sus sueños, aquello que pudo ser y
sigue viviendo entre nosotros»1. Pero esto lo hace, de un modo cier-
tamente estéril, a costa del ingenuo Gil, que ilusionado asume como
ciertas las patéticas mentiras egoístas de Gregorio Olías.
Sea como fuere, Juegos de la edad tardía cuestiona, por un lado, el mo-
delo productivo de la modernidad basado en la planificación y el tra-
bajo mecánico que genera una identidad estable, fija, rígida y que li-
1.- Fernando Valls, La realidad inventada. Análisis crítico de la novela española actual,
Barcelona, Crítica, 2003, pág. 229.
49
mita la libertad individual del sujeto para constituirse como yo-soy, al
tiempo que la novela de Landero reproduce la lógica de una identidad
que deja de ser constitutiva del sujeto; en el capitalismo avanzado el su-
jeto puede moldear su imagen, como Gregorio Olías decide cambiar
ante Gil, su nombre, su situación laboral, su vida entera. Juegos de la
edad tardía exterioriza el modelo del sujeto flexible y su necesidad de re-
alizarse como yo autónomo y plenamente individualizado.
II
50
excepto la trenca verde, perteneciente en origen a uno de mis her-
manos varones, de espantoso color marrón. Cuando una nace la
séptima de nueve hermanos, sobre todo cuando los dos últimos
son mellizos, no suele estrenar ni el uniforme1.
1.- Almudena Grandes, Las edades de Lulú, Madrid, Bibliotex, 2001 [1989], pág. 21.
2.- Ibid., pág. 40.
3.- Ibid., pág. 42.
51
es que en casa se van a dar cuenta y como Aurelia me vea se lo va a
cascar a mamá, y mamá…». Y añade: «ella y Patricia me ven cuando
me visto y cuando me desnudo, y los pelos se transparentan»1. Todo
se exhibe en la vida de Lulú, todo se publica, no existe un espacio de
privacidad, en el que la protagonista pueda actuar librantemente, al
margen de la constante vigilancia del otro. La libertad femenina –y
aquí no podemos sino evocar la imagen de la habitación propia de
Virginia Wolf– se construye a partir de una categoría burguesa como
es el espacio propio, el lugar privado donde poder decir yo-soy.
Las edades de Lulú convierte el sexo en el instrumento mediante el
cual la protagonista puede realizarse como sujeto plenamente indivi-
dualizado. La pérdida de la inocencia y la conciencia sobre su deseo
marcan el camino hacia el desarrollo de la personalidad del persona-
je. En la novela, el sexo aparece como el factor de liberación que per-
mite la configuración de la individualidad de Lulú. El sexo funciona
como el reducto de libertad que le faltaba a la protagonista. El sexo y
la conciencia del deseo constituyen el espacio en el que Lulú puede
desarrollar su libertad/individualidad. El sexo le hace libre. Con el
descubrimiento del sexo, tras su relación con Pablo, Lulú toma con-
ciencia de su derecho a elegir libremente quién quiere ser. Aprende a
llevar la iniciativa, a tener capacidad de elección, a saciar sus fantasías
y perversiones sexuales. La conciencia del deseo es lo que impulsa al
sujeto a realizarse. El sexo se concibe, en Las edades de Lulú de Almu-
dena Grandes, como un correlato de lo interior, de lo privado, de lo
íntimo frente al espacio abierto, compartido, público. El protagonis-
mo que recibe el sexo en la primera novela de Almudena Grandes –y
en la narrativa española actual, en general– responde a la necesidad
de sublimar el espacio privado en detrimento de los espacios públi-
cos, en consonancia con la ideología burguesa dominante.
Del mismo modo, la lógica de la individualidad se exterioriza, en
la narrativa de Almudena Grandes, en los nombres propios de los
personajes. No es casualidad que en sus tres primeras novelas –Las
edades de Lulú, Te llamaré Viernes y Malena es un nombre de tango– el
nombre de los protagonistas quede integrado en el título mismo. El
nombre propio se convierte en un personaje fundamental dentro del
desarrollo de la trama, porque sin duda condiciona su proceso de in-
dividualización. El nombre propio, que no es sino una marca de iden-
52
tidad, simboliza la primera imposición familiar sobre el sujeto. Sin
embargo, los personajes de Almudena Grandes, y Lulú es un caso
paradigmático, reniegan de su nombre propio y se hacen llamar por
medio de sobrenombres, como un signo evidente de reivindicación
de su individualidad y rechazo de la identidad impuesta. La prota-
gonista de la primera novela de Almudena Grandes «a los cinco años
dejé de ser Lulú y me convertí en Marisa, nombre de niña mayor»1.
Sin embargo ella seguirá llamándose Lulú, en un acto de rebeldía. Lo
mismo sucede en Te llamaré Viernes (1991), segunda novela de la au-
tora, donde aparece un párrafo esclarecedor para este propósito:
–Me llamo Francisco de Borja. Era el santo del día [...]. A los dieci-
nueve años decidí emprender la guerra contra mi nombre. No
pedía gran cosa, ni siquiera pretendía que modificaran mi carné de
identidad, simplemente le rogué a todo el mundo que en lo sucesi-
vo me llamaran Paco. Mi madre no se mostró en absoluto dispues-
ta a consentir un cambio semejante. Ella me llamaba Borja desde
pequeño, Borjita, supongo que para subrayar públicamente la ran-
cia fe católica de una familia de derechas de toda la vida2.
53
yo; se trata de una reivindicación de la individualidad frente a las im-
posiciones familiares. El bautizo posmoderno es un signo externo de
la realización del yo-soy, que en tanto que sujeto plenamente indivi-
dualizado reniega de sus raíces –familiares, nacionales o sociales– al
considerar que su identidad empieza y acaba en sí mismo.
La construcción del yo-soy es el instrumento mediante el cual el
sujeto del capitalismo avanzado puede sobrevivir en la foucaultiana
microfísica del poder. La realización del yo-soy se produce y se repro-
duce en el propio cuerpo. El cuerpo es el lugar donde se exterioriza la
configuración de la identidad y donde confluyen las contradicciones
del sujeto. Por eso el cuerpo es uno de los espacios más recurridos en
la narrativa de Almudena Grandes. Por un lado, el cuerpo representa
el lugar del deseo. Pero el cuerpo también se interpreta como pro-
blemática: el cuerpo puede ser el instrumento por el que lograr la realiza-
ción del yo-soy o, por el contrario, el lastre que lo impida. Un relato de
Almudena Grandes titulado «Malena: una vida hervida», incluido en
sus Modelos de mujer (1996), reproduce claramente este fenómeno. El
relato cuenta la vida de Malena, una adolescente de ciento setenta y
tres centímetros de altura y ochenta y dos kilos de peso, que a los
quince años decide dejar de comer «por amor»1. Todo empezó
«aquella tarde, jugando a la botella»2: el juego consiste en que los
adolescentes, chicos y chicas, sentados en corro, hacen rodar una bo-
tella hasta que su cuello señala a alguien: el señalado tiene que besar
a la persona a quien elija. Aquella tarde la botella de cerveza no deja-
ba de señalar a Andrés, el amor frustrado de Malena. La última vez
que se detuvo a los pies de Andrés, a Malena «el corazón le dio un
vuelco, porque ahora le tocaba, esta vez le tenía que tocar, no había
discusión posible. Las reglas del juego prohibían repetir beso, y
Andrés ya había besado a las otras siete chicas de la pandilla»3. Pero
nadie se dio cuenta de que todavía faltaba Malena por besar: «ya no
queda ninguna más, explicó él, claro, es verdad, los demás le dieron
la razón, ella no se atrevió a decir nada, porque nadie la miraba, na-
die la mencionaba, nadie parecía darse cuenta de que aún quedaba
ella, intacta, sola, muda»4.
1.- Almudena Grandes, «Malena: una vida hervida», en Modelos de mujer, Barcelona,
Tusquets,1996, pág. 77.
2.- Ibid., pág. 78.
3.- Ibid., págs. 79-80.
4.- Ibid., pág. 80.
54
El cuerpo es clave para la construcción del yo-soy. Malena sabe que no
despierta deseo, pero tampoco la mirada o la mención de los demás,
a causa de un cuerpo que no encaja en el canon de belleza contem-
poráneo. El cuerpo es la proyección del individuo en la competencia
del mercado erótico capitalista. Para que el yo-soy resulte triunfador
en la lucha cotidiana por el poder debe potenciar su imagen, su mar-
ca, poniendo en funcionamiento la lógica del «aura del cuerpo y la
autoerotización del narcisismo»1. El escritor francés Fréderic Beig-
beder, en su novela titulada Socorro, perdón, trata el tema de la ideología
de la belleza a partir de la historia de un cazatalentos, asalariado de
la multinacional de cosméticos Ideal, que tiene la misión de encon-
trar el nuevo rostro para su campaña publicitaria. «Señores –dice el
protagonista–, nuestro objetivo es simple: que tres mil millones de
mujeres quieren parecerse a la misma mujer. Y mi problema es en-
contrarla»2. El poder de la imagen, de la construcción de un cuerpo
en relación con el yo-soy, constituye, según Beigbeder, la existencia
de un nuevo fascismo surgido del mundo de la moda y promocio-
nado por medio de la publicidad. A esta nueva ideología la ha deno-
minado, por medio de un irónico cruce léxico, fashismo: una nueva
ideología totalitaria que impone que todos debemos ser jóvenes y
delgados, a semejanza de los modelos publicitarios. Quedarse fuera
de estos criterios, supone vivir una existencia terrible. La lucha de
los nazis por conseguir una sociedad aria, dice Beigbeder, ha encon-
trado su triunfo en la sociedad del capitalismo avanzado por medio
de la dictadura de la belleza:
55
Parece que las cámaras de gas hitlerianas han dejado lugar a los pro-
badores de las boutiques. En la misma dirección, en una exposición del
fotógrafo y escultor austríaco Erwin Wurn, titulada The idiot1, se mos-
traba una fotografía de un hombre gordo paseando por la ciudad ba-
jo el lema de «terrorista». El culto por el cuerpo y la autoerotización
narcisista excluye a todo individuo que no pueda amoldarse dentro
del canon de belleza impuesto, hasta el extremo de ser comparado
con un terrorista que destruye la armonía estética urbana construida
por cuerpos bellos. Y Malena, la protagonista del relato de Almudena
Grandes, ha quedado excluida del mercado erótico que simboliza el
juego de la botella. Malena tiene que construir su yo-soy a partir de la
remodelación de su propio cuerpo si no quiere ser aniquilada en la
dura competencia erótica del capitalismo avanzado. Porque no cum-
plir con ello significa ser condenada a la inexistencia, como le sucede
a Malena, que parece invisible en el juego de la botella.
III
–Tú tienes muchas cosas de qué darle gracias a Dios, hija –susurró–.
Eres guapa, eres lista, sacas buenas notas, tienes carácter, y fortale-
za, sabes encarar los problemas, los disgustos… No me preocupa,
aunque eso no quiere decir que no te quiera (…). Amelia, en cam-
bio, está tan acomplejada, ella me necesita, necesita mi ayuda to-
davía, igual que Vicente, que tiene poco carácter, es tan débil y José,
tan impulsivo, y los pequeños, por supuesto2.
1.- Erwin Wurn, The idiot (catálogo de la exposición), Comunidad de Madrid, 2006.
2.- Almudena Grandes, Op. cit., 1989, pág. 99.
56
Lulú no dijo nada, solamente asintió «con la cabeza. Me hubiera gus-
tado contestarle, gritarle que mi aspecto físico y mis buenas notas no
significaba que no necesitara una madre»1.
La madre constituye el obstáculo que hay que sortear para rea-
lizar, con todas las garantías de éxito, la construcción del sujeto in-
dividualizado. La madre representa la ideología conservadora que
limita al sujeto su capacidad de autodefinirse. La ideología de la
madre no reconoce la libertad sexual de Lulú y tiende a interpretar
la construcción de la realidad de su hija según los códigos tradicio-
nales que ocupan su inconsciente. Por ello, a todos los amantes de
Lulú, posiblemente esporádicos y con los que no le une ningún
vínculo afectivo, les invita a cenar como si fueran sus novios:
Porque yo vivía una vida trabajosa y monótona, estaba sola, (...) mis
días eran todos iguales, grises, la eterna lucha por conquistar un es-
pacio para vivir en una casa abarrotada, la eterna soledad en medio
de tanta gente, la eterna discusión, (...), la eterna invitación a llevar
a cenar a mis sucesivos novios a cenar una noche –mi madre se em-
peñaba en creer que eran mis novios todos los tíos con los que me
acosté durante aquellos años–, el eterno ejercicio solitario de un
amor triste y estéril, todos los días lo mismo2.
57
como el obstáculo que impide la realización del yo-soy de la prota-
gonista, en Malena es un nombre de tango la evidencia es aún mayor.
En la tercera novela de Almudena Grandes, el enfrentamiento entre
la protagonista y su hermana melliza, Reina, se constata en tres epi-
sodios básicos: a) el enfrentamiento por el amor de una madre que
mima con descaro a Reina, que nació más débil, hace que Malena se
sienta desprotegida y abandonada; b) los celos que siente Reina por
el amor adolescente de Malena hacia su primo alemán, Fernando, le
conducen a contarle a Fernando que si se descubre su relación con
Malena, su familia perdería la herencia de su abuelo, lo que provo-
ca que Fernando abandone a Malena, regrese a Alemania y no se
vuelva a saber nada más de él; c) la competencia erótica se reafirma
cuando Reina se enamora y establece una relación sentimental con
Santiago, el ex marido y padre del único hijo de Malena.
El enfrentamiento entre hermanos es una constante en la narrati-
va de Almudena Grandes. De este modo, también está presente en
Los aires difíciles (2002), aunque en esta novela la competencia erótica
se produce en el ámbito masculino. El enfrentamiento entre el prota-
gonista, Juan, y su hermano, Damián Olmedo, se encuentra presente
a lo largo de toda la novela, aunque se acentúa con la aparición de
Charo en sus vidas. Charo es la novia de adolescencia de Juan, un chi-
co de carácter sosegado y centrado en sus estudios, totalmente opues-
to a su hermano, de carácter chulesco y emprendedor. Debido a que
el carácter de Juan no convence a Charo, pues a diferencia de ella a
Juan no le gusta acudir a guateques ni a discotecas, Charo decide
romper con la relación y, con el tiempo, casarse con Damián. Juan no
ha sabido realizar su yo-soy en concordancia con la situación y se ha
convertido en el otro aniquilado.
A excepción del enfrentamiento entre hermanos que se produce
en Los aires difíciles, en la narrativa de Almudena Grandes la oposición
suele ser entre modelos femeninos. En este sentido la profesora Alicia
Redondo Goicoechea establece una clara división entre los persona-
jes femeninos de Almudena Grandes, distinguiendo entre las genti-
les y las malvadas, si bien esta clasificación invierte el modelo tradi-
cional:
Ainsi, bien que la réalité intérieure de chaque modèle suive les ar-
chétypes mythiques gentille-méchante, les apparences sont diamé-
tralement opposées aux modèles traditionnels. La gentille est forte
bien que séduisante, libre en amour, mais rejetée par les autres
femmes, tandis bien que la mauvaise est mince est belle et, à son
58
tour, esclave des conventions sociales selon le modèle de femme
que propose la société et que rejette la romancière1.
Y añade a continuación:
59
consigo misma. De este modo, en palabras de Cornejo-Parrielo, «el
recorrido ideológico de Reina ilustra, sin duda alguna, las incoheren-
cias de la progresía española cuya trayectoria desemboca, en muchos
casos, como la de Reina, en posturas acomodaticias, pragmáticas e in-
cluso reaccionarias»1.
En cualquier caso, Reina encarna la figura del otro de manera evi-
dente al tenerse que enfrentar día a día a Malena para conquistar el
amor de su madre. No obstante, Malena, como Lulú, es más fuerte
que Reina, que nació con dificultades y más debilitada. Toda atención
de la madre la recibe Reina de forma casi exclusiva y Malena se sien-
te desplazada. El menosprecio que recibe de su madre adquiere su
clímax en el momento en que Reina acude al ginecólogo, debido a
unas dolencias menstruales, con su madre y su hermana.
Aprovechan la ocasión y también pasa revisión Malena. La madre
descubre entonces que Malena, todavía adolescente, había perdido la
virginidad. El desprecio es absoluto en ese momento. Dice Malena:
«Lo que me dolió fue que, cuando paró un taxi y abrió la puerta pa-
ra que mi hermana pasara delante –¡vamos hija!, ella ni siquiera se
volvió a mirarme»2.
Dos relatos de título transparente, que integran Modelos de mujer,
como son «Amor de madre» y «La buena hija» insisten en esta temá-
tica. Por un lado, en «Amor de madre» se muestra la insistencia de
una madre que, según su parecer, busca lo mejor para su hija.
Descontenta por la variopinta tipología de novios que le presenta su
hija, un día decide interceder buscándole un novio elegante, serio y
formal, que represente el prototipo de buen marido. Se decide por un
banquero, al que rapta y entrega a su hija, tal y como la misma ma-
dre narra en el relato: «Una semana después, el mismo día, a la mis-
ma hora, me acerqué a él por la espalda y le puse en la sien izquier-
da la pistola de mi difunto marido, que en Gloria esté. ¡Hala Klaus!,
le dije, ahora vas a venirte conmigo»3. El episodio, que roza lo absur-
do –aunque la absurdidad está legitimada en el relato pues la narra-
60
dora no es sino la madre alcohólica en una terapia de grupo– repro-
duce la figura de la madre en tanto que obstáculo para lograr la rea-
lización de la construcción de individualidad.
Por otro lado, el relato titulado «La buena hija» pone en escena el
problema de la falta de identificación entre madre e hija. La protago-
nista, Berta, la hija menor de cuatro hermanos, concebida cuando su
madre había cumplido los cuarenta y un años, no siente ningún tipo
de vínculo afectivo hacia su madre. Ella no quiere a su madre, sim-
plemente la ve como la autoridad en su casa. Berta, al contrario, se
identifica con Piedad, la sirvienta:
Todos los niños que yo conocía (…) tenían una sola madre, que sin
dejar de ser ella misma, y según las funciones que desempeñara en
cada momento, podía desdoblarse en dos seres distintos, con nom-
bres distintos, mi madre y mi mamá. Mi madre era la autoridad, la
señora que tomaba las decisiones importantes. Ella pagaba la
matrícula en septiembre y firmaba las notas en junio, compraba el
uniforme y los libros de texto (…) mamá [era] una especie de hada
doméstica con poderes suficientes para resolver la mitad de mis
problemas y hacer mucho más soportable la otra mitad. En la vida
de todos los niños que yo conocía, una sola mujer bastaba para re-
presentar ambos papeles, pero en la mía había dos. Doña Carmen
era mi madre. Piedad era mamá1.
61
gitana», la autora expone que el tema de su escritura nace del temor
infantil de descubrir que «no era hija de su madre porque la habían
recogido por caridad de unos gitanos, y por eso sus hermanas las
despreciaban»1. De ahí tal vez surge el tema tan recurrente en su na-
rrativa de «la áspera indiferencia que puede llegar a instalarse entre
una madre y una hija»2 provocada por el miedo de esa «niña enfer-
ma de identidad»3.
IV
1.- Almudena Grandes, «Memorias de una niña gitana», en Ibid., pág. 12.
2.- Ibid., pág. 15.
3.- Ibid., pág. 16.
62
producida antes de la configuración del mercado-mundo, es un claro
síntoma de la lógica cultural del capitalismo avanzado; poco o nada
dista de novelas publicadas un año después o, incluso, años después
por el mismo autor, como son por ejemplo La soledad era esto (1990) y
Dos mujeres en Praga (2002).
El desorden de tu nombre –de nuevo el nombre– reproduce la misma
lógica de la construcción del yo-soy por medio de la aniquilación del
otro. De hecho, la novela de Juan José Millás, que podría sintetizarse
como una novela sobre el yo, no es casualidad que arranque con la sa-
lida de su protagonista, Julio Orgaz, del psicoanalista. Este primer da-
to anticipa que en la novela no habrá más problemática o conflicto que
los que se producen dentro del propio sujeto. El nombre, al igual que
en la obra de Almudena Grandes, toma protagonismo desde el título
mismo. En efecto, los nombres –y por extensión, las identidades– apa-
recen desordenadas. La estabilidad identitaria propia de la época mo-
derna parece desarticularse en la novela de Millás. De hecho, toda la
trama gira en torno a la impostura. El protagonista de El desorden de tu
nombre, Julio Orgaz, trabaja en una empresa editorial, en la que un día
recibe un manuscrito, La Vida en el Armario de Orlando Azcárate. Julio
Orgaz, que recoge el original tras una lectura entusiasmada de su su-
perior, quien le advierte que lo único que espera es un informe positi-
vo suyo para apostar firmemente por el texto en el mercado editorial,
lo lee y tras la lectura no puede sino sentir «una punzada de envidia»1.
A partir de entonces, Julio Orgaz no tendrá otro deseo que usurpar la
identidad del escritor Orlando Azcárate. El primer síntoma de la
identidad usurpada se encuentra cuando le lee a su pareja Laura los
cuentos de Orlando Azcárate como si fueran propios: «Recordó que
le había leído a Laura, en un intervalo amoroso, uno de los cuentos
del volumen de Orlando Azcárate, que ahora reposaba sobre la mesi-
lla de noche, tras afirmar que el autor del libro era él»2. Más adelante,
piensa en hacer efectiva la usurpación de la identidad por medio del
asesinato: «Julio pensó en asesinar a Orlando Azcárate. Podía llevarlo
a cualquier lugar apartado y golpearlo hasta darle la muerte. Luego
publicaría La Vida en el Armario como si fuera suyo. Pero ya no era
posible; el original había pasado por el comité de lectura»3. La impo-
1.- Juan José Millás, El desorden de tu nombre, Madrid, Punto de Lectura, 2003 [1988],
pág. 65.
2.- Ibid., pág. 96.
3.- Ibid., pág. 113.
63
sibilidad de la impostura en el ámbito laboral hace que la única salida
que se le presenta a Julio Orgaz para reforzar su yo, debilitado tras
aceptar la superioridad literaria del joven escritor, es no publicar su
novela, eliminar, por lo tanto, profesionalmente al otro.
Por otro lado, el desorden de los nombres se proyecta en la pare-
ja sentimental del protagonista, Laura, cuya identidad queda cons-
tantemente superpuesta por la imagen de Teresa, antiguo y difunto
amor de Julio Orgaz. Los gestos de Laura no son más que la repeti-
ción de aquellos de Teresa. Laura sirve como el sostén que le devuel-
ve a la vida a su amor pasado. Como afirma Gonzalo Navajas:
1.- Gonzalo Navajas, Más allá de la posmodernidad. Estética de la nueva novela y cine es-
pañoles, Barcelona, EUB, 1996. pág. 95.
64
tura por encargo de la vida del otro se logra por medio del taller lite-
rario del escritor Álvaro Abril. A él acude Luz Acaso para que el es-
critor escriba la historia de su vida. En ambos casos, la figura del otro,
el detective contratado o el escritor profesional, cumple la función del
sostén que le confiere una identidad a un yo que no ofrece nada a
cambio, solo dinero.
La novela española actual reproduce, inconscientemente (y acaso
muy conscientemente, cuando la carrera literaria, las ventas, la fama,
el reconocimiento público, etc., predominan sobre la escritura), la
ideología del capitalismo avanzado al desplazar las contradicciones
radicales del sistema por otras asumibles por su ideología. La novela
de la no-ideología borra las huellas de lo político y lo social para ofre-
cer una interpretación de la realidad en que todo conflicto se localiza
en el interior del sujeto. Este desplazamiento de las tensiones sociales
hacia las pulsiones subjetivas contribuye, por defecto, a la construc-
ción imaginaria de un mundo perfecto y cerrado, aconflictivo. Esto es,
el «Fin de la Historia».
65
Capítulo II
LA IMPOSIBILIDAD DE DECIR YO-SOY
O LA TRAGEDIA POSMODERNA
Siempre quise ser una estrella de rock and roll (…). Quería cono-
cer algunas drogas y dormir poco, pasar algún tiempo sintiendo
que mi cuerpo y mi cabeza corrían por caminos distintos. Quería
estar solo demasiado tiempo y rodeado de gente demasiado tiem-
po, quería sentir cierto dolor extraño al que solo las estrellas de
rock and roll están expuestas y quería explicarlo todo de manera
confusa, aparentemente superficial, pero sincera, algo que solo
67
pueden apreciar los que han estado enganchados a la cadena de
hierro y azúcar del rock and roll1.
1.- Ray Loriga, Héroes, Madrid, Punto de Lectura, 2008 [1993], pág. 19.
2.- Ibid., págs. 33-34.
3.- Ibid., pág. 57.
68
Además de reproducir la simbología burguesa de espacio priva-
do/protección, lo que le sucede al protagonista de la novela de Loriga
es un síntoma claro de la lógica de la producción del yo-soy del capi-
talismo avanzado: «Hoy el quiero y no puedo se ha vuelto dramáti-
co en un aspecto bien significativo: en vez de provocar la rebelión
contra el sistema, provoca la rebelión contra uno mismo»1.
La identidad del personaje, forjada a partir de las canciones de
Dylan y Bowie, no logra afianzarse y termina constituyéndose co-
mo el reverso del triunfador. En este sentido Juan Carlos Rodríguez
apunta que «tal vez habría que preocuparse no solo por las enfer-
medades físicas del capitalismo sino también por las enfermedades
psíquicas que provoca»2. La situación del personaje de Héroes, su
inestabilidad psicológica, no es sino consecuencia de la competiti-
vidad o microfísica del poder que domina la lógica del yo en el ca-
pitalismo avanzado. Asimismo, cuando el personaje se encuentra
solo, y la soledad corrobora que su proyecto de individualizarse no
ha obtenido los resultados idóneos, entiende que no siempre es po-
sible ser lo que quiere ser:
Estoy solo cuando llueve, estoy solo cuando no llueve, estoy solo
sentado en el fondo del autobús y la gente me mira como si llevara
alguna maldición dentro y todos tiene cara de venir de matar a al-
guien o de ir a matar a alguien. Estoy solo en las fiestas de las pas-
tillas. No me gusta ver las manos de los hombres cerca del cuerpo
de los niños. Me bebo mi cerveza y me voy solo a la cama. Escribo
mis oraciones en la sección de anuncios por palabras. Vendo mi co-
razón en parcelas. Las más caras tienen buenas vistas.
Lo que sé: no siempre soy lo que quiero. De ahí la importancia
del disfraz. El disfraz es la verdadera intención. La verdadera vo-
luntad. El disfraz obliga3.
69
competir o venderse, poner en valor su individualidad, triunfar en la
competitividad erótica de las relaciones individuales capitalistas; co-
mo una mercancía en stock, que se abandona en un almacén que co-
rrobora su inexistencia, el otro aniquilado no puede sino huir de la
multitud –de la competencia– y encerrarse en su habitación.
La identidad del sujeto posmoderno se flexibiliza como se flexibi-
lizan las relaciones económicas del capitalismo avanzado. El sujeto
posmoderno no es, más bien está en continua construcción, siempre
amoldándose a las distintas situaciones en que la coyuntura le inscri-
be, poniéndose siempre el disfraz pertinente en cada ocasión. Pero es-
ta inestabilidad, que beneficia el interés privado del triunfador, del
yo-soy constituido, no puede sino provocar incertidumbre en el suje-
to que encarna la figura del perdedor. Las circunstancias cambian,
también la edad, y el protagonista toma conciencia de que tiene que
dejar de ser quien era. De este modo se lo refiere al psicólogo que lle-
va su caso: «Creo que todo el asunto gira en torno a no dejar de ser lo
que soy ahora (…). Me siento como una serpiente que no quiere mu-
dar la piel»1. Según parece, el protagonista se encierra en su habita-
ción porque sabe que su identidad debe amoldarse a una situación
nueva y reacciona encerrándose o refugiándose en su habitación pro-
pia, el único espacio –el privado– de aparente seguridad en la batalla
diaria a que nos somete este sistema capitalista, tan agresivamente to-
talizante y acaparador.
El psicólogo le tranquiliza: «No te preocupes, dentro de algunos
años lo verás todo de otra manera»; pero él es consciente que dentro
de unos años no será él quien se observe, sino una nueva construcción
de sí mismo: «Dentro de algunos años habrá otro que lo verá todo de
otra manera por mí»2. El continuo desdoblamiento del sujeto flexible
provoca desazón en el personaje que observa con incertidumbre un
futuro que es tan inseguro como lo será su yo del futuro:
70
que no lo es? ¿Qué pinta tendré follando? Cuando pase todo ese
tiempo, ¿dónde estará este de ahora y dónde estará el de después
y dónde estaré yo en medio de todo esto? ¿A qué me pareceré cuan-
do sueñe? ¿Qué pasa con lo que has hecho? La responsabilidad so-
bre las cosas que hacías debería caducar, como las latas. ¿Cuánto
voy a durar tal y como soy?
Me siento como un negocio que va a cambiar de dueño1.
II
71
que es más decisivo aún, también mi apreciación del mundo»1. Pero
el primer síntoma del cambio –¡qué exacta es, a veces, la voz del in-
consciente ideológico!– es la aniquilación del yo:
1.- Javier Marías, Corazón tan blanco, Madrid, Debolsillo, 2006 [1992], pág. 26.
2.- Ibid., pág. 28.
3.- Ibid., pág. 99.
4.- Ibid., pág. 99.
72
quila al individuo y toda posibilidad de construir un futuro propio; y,
además, parece excluirse la voluntad o la decisión de su universo ide-
ológico: ese «no sé si quiero» tener hijos junto al «no me opondría»
muestra que ni siquiera está permitida la duda, porque a pesar de la
duda, la voluntad no tiene cabida, ya que todo, según parece, está
previsto de antemano. La planificación representa un obstáculo en el
sujeto posmoderno que no vive sino para producirse a sí mismo en
cada instante.
Avanzada la lectura aparece un nuevo símbolo: el secreto. Al con-
cluir la boda, Juan Ranz recibe consejo de su padre sobre el modo de
llevar la vida en matrimonio, lo cual provoca en el personaje un gran
malestar. El consejo que le ofrece el padre tiene que ver con la nece-
sidad de tener secretos: «Luisa y tú tendréis secretos»1, dice como si
de una imposición se tratara. Y añade después, como una sentencia:
«Solo te digo una cosa –dijo–. Cuando tengas secretos o si ya los tie-
nes, no se los cuentes»2. El secreto parece el instrumento mediante el
cual garantizar unas reservas de individualidad o libertad en el pro-
ceso de aniquilación que constituye el matrimonio. Aunque el texto
de Marías representa, desde el título mismo, un homenaje a Macbeht
de Shakespeare, las reminiscencias celestinescas aquí parecen evi-
dentes o están muy en consonancia con aquellas palabras de Párme-
no que decían «a quien dizes el secreto, das tu libertad»3. La obsesión
del padre por mantener bien guardados los secretos se irá descu-
briendo, por medio de la trama novelesca, a medida que la novela
avance; pero, al margen de la cuestión estrictamente narratológica, en
la novela se hace hincapié con insistencia en la relación matrimo-
nio/secreto. Sin embargo, resulta harto complicado mantener el se-
creto guardado cuando «el matrimonio es una institución narrativa»4
y «la cama es un confesionario»5: ya que «por amor o por lo que es
su esencia –contar, informar, anunciar, comentar, opinar, distraer, es-
cuchar y reír, y proyectar en vano– se traiciona a los demás, a los
amigos, a los padres, a los hermanos, a los consanguíneos y a los no
73
consanguíneos, a los antiguos amores y a las convicciones»1. El reto
de quien quiere constituirse a toda costa en sujeto plenamente reali-
zado es proteger su individualidad por medio del secreto, cuando se
inserta en una estructura de homogenización como constituye, según
parece querer decirnos Marías, el matrimonio.
Por otro lado, y al margen de la cuestión conyugal, en Corazón tan
blanco se pone en funcionamiento un mecanismo del que se tiene que
servir el otro aniquilado para volver a competir con garantías en esta
microfísica del poder. Poco después del viaje de novios, Juan Ranz se
traslada a Nueva York para ejercer su profesión de traductor en la
Asamblea General de las Naciones Unidas. Durante los tres meses
que dura su estancia la ciudad norteamericana, el protagonista se
hospeda en casa de Berta, una antigua novia de juventud. Y así se nos
presenta a Berta en el texto:
Se infiere del texto, por la descripción que se nos ofrece de ella, que
Berta debe tener dificultades serias para competir en el mercado eró-
tico. Si el cuerpo es la imagen por la cual se exhibe el yo-soy, Berta no
va a tener sino problemas para constituirse como sujeto individuali-
zado. Así pues, Berta representa al otro aniquilado en el campo de
competencia erótica: «Desde hacía seis [años], tras el accidente, se ha
sentido vieja injustificadamente y descree sus posibilidades para con-
quistar a nadie (…). Cada vez le es más difícil retener a nadie y cada
vez lo intenta con mayor ahínco»3. Para poder realizarse, Berta debe
acceder a mercados eróticos más acordes con su situación: mercados
eróticos constituidos y reservados en exclusiva para los otros, para
aquellos sujetos que no han logrado decir yo-soy:
74
mediados de noviembre, hacía ya dos años que había empezado a
probar con citas convenidas a través de agencia y también, desde
hacía uno, a escribir a las secciones de contactos personales (perso-
nals, se llaman) de periódicos y revistas. Se había hecho un vídeo
para la agencia, que desde allí –previo pago– se enviaba a los inte-
resados en alguien como ella1.
75
reproduce la cosificación de la otredad al considerarla «sostén» del
placer propio.
El yo no persigue sino su propia riqueza, su máxima rentabilidad,
al margen de (o en dura competencia con) la otredad1. Las relaciones,
al privatizarse, al funcionar según la dialéctica del yo-soy, se deshu-
manizan. Pero el proceso de deshumanización se culmina cuando la
relación está mediada por la tecnología, como sucede en Corazón tan
blanco, donde se dice lo siguiente a propósito del vídeo, instrumento
del que se sirve Berta para localizar al otro que sostenga su yo: «Es un
invento infernal, ha acabado con la fugacidad de lo que sucede, con
la posibilidad de engañarse y contarse después las cosas de manera
distinta a como ocurrieron»2. La privatización y deshumanización de
las relaciones entre sujetos libres destruye la trascendencia de todo ac-
to, cuando se utiliza al otro como sostén del placer propio. El sexo ani-
quila al otro al quedar reducido a sostén: «Pero ya sabré, en el fondo,
que lo único que quiere esa cara es follarme una noche y basta»3.
La relación fantasmática se produce en Berta cuando recibe un vídeo
de un individuo llamado primero Nick, después Jack y finalmente Bill
–de nuevo la flexibilidad del nombre en las relaciones posmodernas–, en
cuya filmación «lo que se veía era un torso sin rostro, el encuadre cortaba
la cabeza del hombre por la parte de arriba (…) y por abajo no alcanzaba
más que hasta la cintura»4. El personaje misterioso, entonces, exige a Berta
una filmación en donde aparezca su cuerpo desnudo:
76
No es bastante. No es bastante. Por eso yo te mando también algo
parcial. Incompleto. Para ti ver mi cara sería como para mí ver tu
cuerpo. Tu cuerpo. A las mujeres os importa la cara. Los ojos. Eso
decís. A los hombres la cara con cuerpo. O el cuerpo con cara. Eso
es así (…). Si no estoy convencido de que vale la pena. Para saber-
lo tengo que verte entera. Entera. Tengo que verte desnuda (…).
Quisiera ver esa pierna herida. Cómo ha quedado. Ver tus tetas. Tu
coño. Si es posible bien abierto. Ver tus tetas. Tu coño1.
Guido Bösader, en su análisis del Corazón tan blanco, señala que «pa-
rece que el desconocido (…) quiere consumar el acto sexual sin estar
con una persona real»2. Esto es, que busca masturbarse, como legiti-
mación de la teoría de la estructura fantasmática de Lacan. El otro no
importa si no es para realizar el placer propio, y para llevar a cabo la
consumación del auténtico «sexo real» la utilización del vídeo resul-
ta suficiente.
III
Otra novela sin duda paradigmática para este propósito es Una pa-
labra tuya de Elvira Lindo (2005). En ella, la protagonista, Rosario,
traza un recorrido de su vida en la que se ha visto irremediable-
mente acompañada por Milagros. La novela responde a esta lógica
privatizadora de los conflictos (o deshistorizadora, en sentido estric-
to), tan propia del capitalismo avanzado, al representar de un modo
trágico a un personaje, Rosario, que trata de construir su identidad,
pero contra cuyo propósito se superponen varios obstáculos que se
lo terminan impidiendo. El principio de la novela es delatador en este
sentido: «No me gusta ni mi cara ni mi nombre»3, dice Rosario en la
línea que abre el texto. Es decir, no le gusta su imagen –esto es, su
valor en el mercado erótico– ni su nombre –i.e. su identidad, su yo.
Rosario reproduce la frustración de quien no ha podido producir un
yo-soy capaz de imponerse a las circunstancias adversas. Su nombre,
que se repite mirándose en el espejo, es el eco de su fracaso; su cara,
77
la exteriorización de la imposibilidad de constituirse como sujeto in-
dividualizado. Rosario no ha satisfecho el proyecto de todo sujeto
posmoderno: realizarse individuamente para salir fortalecido de la
microfísica del poder: «Digo Rosario y pienso en lo que soy pero
también en todas las cosas que podía haber sido»1. El capitalismo
avanzado, caracterizado por la flexibilidad, ofrece la posibilidad al
sujeto de tener una identidad múltiple; sin embargo Rosario no ha
podido ser nada más de lo que es. ¿Qué –o quién– es Rosario? El re-
sultado del otro, la figura debilitada en la dura competitividad capi-
talista. Desde la infancia, Rosario siente la estigmatización de ser el
otro, su marca es ser la rara de la clase; al no poder realizar un yo-soy
fuerte, sufre el descrédito del otro, como también le sucede a
Milagros, con quien coincide en la escuela:
Ella era ajena a lo que los demás opinaran de sus actos, es como si
no le funcionara bien esa parte del cerebro que tenemos todos pa-
ra saber que se están burlando de nosotros y para sentirnos mal,
ridículos. Ella transformaba la burla a la que estaba sometida su
persona constantemente en otra cosa. Creía que la gente la quería,
estaba tan convencida que hubo veces, en serio, que casi hasta me
hizo dudar a mí, que casi me convenció, porque es verdad que
siempre tuvo cierta astucia para colarse en casas ajenas, en fiestas.
Yo estoy segura que no la invitaban por amistad, la llamaban sim-
plemente como diversión, o para que sirviera copas, qué sé yo.
78
Pero ella no lo veía así. Todos los grupos necesitan un tonto. El ton-
to nunca está solo. Yo lo veo así. Sin embargo, nadie quiere tener a
su lado a un aguafiestas, aunque sea inteligente. Esa es la razón
por la que yo siempre he estado sola1.
79
Rosario, que ha experimentado la derrota en la microfísica del poder,
establece una relación problemática con el resto de la humanidad: los
observa como enemigos, como competidores, como adversarios en la
dura batalla para la constitución de la individualidad autónoma y
plena. Por ello se observa que a lo largo de la novela Rosario tiene re-
ticencias a la hora de establecer vínculos afectivos con los demás. La
consecuencia de esta carencia de afectividad es que tanto el amor
como la amistad –los sentimientos más solidarios de las relaciones
humanas– se interpretan como problemáticos. La relación que man-
tiene con Milagros reproduce la lógica de la amistad problemática:
Rosario nunca quiere involucrarse demasiado en su relación con
Milagros, no quiere que los hilos se fortalezcan; al contrario, le re-
sulta una carga, un lastre del que no puede desprenderse en toda su
vida. Lo mismo sucede con Morsa, un compañero de trabajo con el
que inicia una relación erótico-amorosa. Rosario no quiere com-
prometerse y quiere mantener en secreto a toda costa su relación,
recordándole que «lo nuestro, entérate, no es oficial»1. La falta de
vínculos afectivos es propio del sujeto posmoderno que, centrado
únicamente en la realización de su individualidad, mantiene dis-
tancia con los otros. Y así se comporta Rosario, según comentan sus
compañeras de trabajo: «Me dijo Milagros una vez que las com-
pañeras veían esa discreción como una distancia que yo ponía con el
mundo, como algo arrogante»2. No sin razón Milagros le dice: «Hija,
qué independiente eres, pareces americana»3.
La problemática por constituirse como individualidad triunfante
en Rosario parece tener unas causas sociales evidentes. Por un lado,
habría que destacar la falta de una formación académica o profesio-
nal cualificada para poder optar a un trabajo de mayor rango que en
el que se encuentra –ni siquiera supera el primer curso de Psicología
en la Universidad. Por otro lado, Rosario carece de un espacio propio:
a pesar de su edad, superior a los treinta años, continúa viviendo en
casa de su madre, lo que coarta su libertad e impide actuar con inde-
pendencia –una situación que se agudiza al caer enferma su madre y
debe permanecer a su cuidado. De hecho, cuando muere su madre,
Rosario opina que su muerte ha llegado demasiado tarde, pues si hu-
biera muerto antes ella hubiera podido decir yo-soy:
80
… llegué a la conclusión (…) que mi madre debería haberse muer-
to mucho antes, hace al menos cinco años, y que en esos cinco años
mi vida hubiera dado el vuelco necesario, que cinco años antes yo
no hubiera llegado a los treinta y puede que me hubiera atrevido a
plantearle a mi hermana vender aquel piso y marcharme a otro lu-
gar y haber tenido paciencia para encontrar otro trabajo, y a lo me-
jor otro novio, y otras amistades, pero mi madre me había puesto
una soga al cuello y para colmo, cuidarla no había tranquilizado mi
conciencia1.
Por otro lado, hay que destacar que la dificultad de Rosario para
constituirse como sujeto plenamente realizado se debe a su situación
laboral, en exceso precaria. No obstante, las condiciones objetivas que
imposibilitan la realización de su individualidad, quedan completa-
mente invisibilizadas en la novela, se dan por inalterables y naturales,
y, de este modo, Una palabra tuya ofrece al lector una interpretación
cerrada y unívoca sobre la situación problemática de Rosario. El
conflicto en la novela se anuncia a partir de una interpretación de
tipo psicologista, al descubrirse, al final de la novela, que Rosario
tiene un trauma. Se desvela en el capítulo 11, donde Rosario relata el
día en que su padre le compró unos zapatos de charol: era víspera de
Reyes y Rosario cumplió el papel de cómplice indirecta de la infide-
lidad de su padre hacia su madre. Esa tarde, su padre le cuenta a la
madre que se van a la oficina a recoger unos papeles que se había ol-
vidado. Pero en realidad se dirigen a una zapatería a comprarle unos
zapatos nuevos a Rosario. Se detienen delante del escaparate:
81
a buscar un número de su talla. Detrás de ella va su padre. «Y ahí me
quedé, no un momento sino muchos momentos»1. Su padre les aban-
donó en marzo pero «yo nunca relacioné aquella visita a la zapatería
con las ausencias de mi padre ni con su abandono»2. Pero ahora, en
la edad adulta y muerta su madre, Rosario vuelve a encontrar esos
zapatos de charol que simbolizan el abandono de su padre. A partir
de este descubrimiento todos los problemas de Rosario se resuelven
al tomar conciencia del trauma. Rosario recupera la capacidad de es-
tablecer vínculos afectivos y reinventa su relación con Morsa.
Finalmente consigue, a pesar de que las condiciones objetivas y ma-
teriales no han cambiado nada, decir yo-soy.
El capítulo undécimo es crucial para una correcta interpretación
de la novela, pues allí reside todo su sentido y obtiene significado la
cita bíblica, extraída del Libro de Job, que abre la novela:
82
modo, Rosario, al volver a tener en sus manos los zapatos de charol,
descubre que hubiera preferido no recibir nunca ese regalo, porque
el regalo, como a Job, le ha marcado su vida, le ha conducido a una
vida de amargura, a ser el otro, a no poder nunca decir yo-soy.
Por su parte, Milagros, que comparte la precariedad laboral con
la protagonista, representa igualmente la imagen del otro aniquilado.
Milagros no logra individualizarse y los síntomas de ello los detecta
Rosario al describir a su amiga como si no hubiera alcanzado nunca
la madurez, como si su cuerpo creciera pero no así su intelecto:
83
… descubrió un día a su madre muerta en el sillón, y ahí la dejó,
aparentando que la vida seguía su rutina de siempre durante días,
acostándose a la hora de costumbre, levantándose para ir a la es-
cuela, jugando por la tarde con los chiquillos en la plaza. Esas dos
criaturas, una muerta y la otra viva, la madre y la niña, haciendo el
teatrillo de la vida normal.
84
Capítulo III
MECANISMOS PARA LA CONSTRUCCIÓN DEL YO
La tercera novela de Ray Loriga, Caídos del cielo (1995), narra la histo-
ria de un adolescente que escapa con una chica a cuyo padre le ha ro-
bado el coche tras matar de un disparo, en un centro comercial, al
miembro de la seguridad privada. El narrador de la historia, el her-
mano del asesino, cuenta –a la vez que justifica– el crimen que co-
mete el hermano:
1.- Ray Loriga, Caídos del cielo, Madrid, Punto de Lectura, 2008 [1995], págs. 25-26.
85
es la vida real y en la vida real cuando a un tío le acaban de volar la
cabeza a menos de dos metros, todos los demás se quedan tan quie-
tos como estatuas de piedra1.
86
un elemento básico en la trama de Caídos del cielo. El suceso del ase-
sinato salta de inmediato a la palestra televisiva, que en seguida bau-
tiza al protagonista como el ángel de la muerte. La imagen que del
asesino se ofrece por la televisión, empero, poco o nada tiene que ver
con la realidad, como denuncia el hermano-narrador:
87
identidad mediatizada es un tema clave en la literatura actual. En la
primera novela de Benjamín Prado, Nunca le des la mano a un pistolero
zurdo (1996), que por sus características suele inscribirse en la deno-
minada Generación X, reproduce de forma clara este fenómeno. La
novela cuenta la vida de Israel, su protagonista, vista por tres de sus
amigos de adolescencia e infancia, como respuesta al interrogatorio
al que son sometidos tras su desaparición. Las descripciones de sus
tres amigos –Blueberry, Gaizka y Sara– constatan que la construcción
del yo del protagonista no solo es flexible, como parece anunciar la
frase con que se abre el libro («A veces ni siquiera me siento como si
fuese yo mismo»1), sino también que la flexibilidad de su identidad
estaba mediatizada por la literatura y la música.
Cuando Israel llega a la urbanización donde se instala a vivir con
su familia y establece el primer contacto con los que serán sus nuevos
amigos, a Sara le sorprende que Israel apareciera completamente dis-
frazado de Robin Hood o Peter Pan, con un traje verde y un arco2.
Desde el principio mismo la identidad de Israel se ve mediatizada
por aquello que leía, veía o escuchaba. Desde muy pequeño, y guia-
do por los métodos pedagógicos de su padre, Israel empezó a leer a
Mark Twain, Dickens, Stevenson, Walter Scott, Jack London y Conrad,
mientras los demás niños se entretenían con El Capitán Trueno y los
superhéroes de Marvel. Blueberry cuenta que
…cuando yo empecé a leer esos mismos libros, solo que cinco o seis
años después, lo que estaba leyendo era en gran parte mi propia vi-
da, un montón de cosas que yo había hecho. Quiero decir, había si-
do mil veces Dick Shelton antes de abrir La flecha negra y cuando me
puse a leer La isla del tesoro me acordaba de todas las veces que Israel
había sido el capitán Smollet y Sara había sido Jim Hawkins y yo el
pirata Long John Silver y lo mismo pasaba con La posada de las dos
brujas o El corazón de las tinieblas. De modo que era un poco la sen-
sación de este-es-un-sitio-en-el-que-ya-he-estado3.
1.- Benjamin Prado, Nunca le des la mano a un pistolero zurdo, Madrid, Punto de Lectura,
2001 [1996], pág. 9.
2.- Ibid., pág. 83.
3.- Ibid., págs. 169-170.
88
Pero al margen de la flexibilidad del yo en el contexto lúdico infan-
til, Israel, admirador incondicional de Elvis Presley, compra el ocho
de enero una tonelada de discos del cantante para confeccionar «la
colección de discos de Elvis más grande que nadie haya visto»1. La
obsesión por Elvis llega a un extremo en el cual a partir de ese mo-
mento su máxima pretensión en la vida no será otra que convertirse
en Elvis. Así lo cuenta de nuevo Blueberry:
89
televisión, el lugar donde se produce el reconocimiento público pos-
moderno. También los policías que al final de la novela matan al pro-
tagonista lo hacen no en nombre de la justicia sino de su celebridad:
«Todos querían ser famosos»1. El episodio de los dos asesinatos
cometidos por el hermano del narrador aparece constantemente en
televisión y la familia es invitada con frecuencia a pasearse por los
platós televisivos a ofrecer su punto de vista: «Recibíamos docenas
de invitaciones para asistir a todo tipo de programas de televisión y
radio y además estaban los periódicos y las revistas. Una de las re-
vistas llegó a ofrecerle dinero por posar desnuda»2 a su madre.
Cuando acuden a un talk show titulado Todos somos uno, como son la
atracción principal para la audiencia, incluso disfrutan del privilegio
de tener «un camerino con refrescos y una bandeja de fruta»3. Una
niña, que había acudido al programa en calidad de hija de un padre
que había subido al tejado para disparar a todo aquel que pasara por
delante, le pregunta, entre bastidores, al hermano-narrador a qué se
debe tal privilegio. La respuesta es delatadora: «No sé, supongo que
es porque mi hermano tiene mejor puntería que tu padre»4.
La televisión, en efecto, ha convertido al asesino en un personaje
célebre: «De tanto hablar de él se iba convirtiendo en un desconoci-
do. Pensé que si volvía verle me sentiría como el hermano de una
estrella de rock»5. Del mismo modo, la chica supuestamente secues-
trada, que según las palabras del hermano-narrador, en el momento
del robo permanece en el coche «porque nada más verle se enamoró
de él como una tonta»6, se convierte asimismo en estrella: «Ahora soy
una estrella»7, dice. Después del secuestro es invitada, al igual que la
familia del asesino, a participar en programas de televisión; a partir
de entonces no deja de recibir cartas de admiradores: «No era mala
chica. Estaba un poco loca, eso sí. Luego todas las cartas y la televi-
sión y las fotos, todo eso acabó de trastornarla. Al final hablaba como
una estrella, o era una estrella o al menos parecía una estrella»8.
90
La identidad mediatizada es clave. El capitalismo avanzado ha ani-
quilado los héroes y los grandes relatos. Sin la presencia de los refe-
rentes clásicos, la televisión y la literatura, así como la música y el
cine, reemplazan los grandes relatos de la modernidad. En Historias
del Kronen de José Ángel Mañas, los personajes de la novela, inclui-
do Carlos, su protagonista, construyen –o quieren construir su iden-
tidad– a través de la mediación de la literatura. Pero no de toda la
literatura. La construcción del yo-soy se construye a semejanza del
protagonista de la novela de Bret Easton Ellis American Phsyco. Las
citas de frases del protagonista, un yuppie y psicópata de Manhattan,
son constantes en la novela. Las referencias a la novela representan
el modelo que la figura del personaje novelístico ejerce sobre unos
jóvenes que buscan parecerse a él y todos sus actos se justifican por
medio del modelo de Beitman, que es así como, según transcripción
fonética, se nombra en Historias del Kronen al protagonista de
American Phsyco. La sociedad posmoderna, al deslegitimar los gran-
des relatos, ha destruido los referentes clásicos. La literatura, la
música y sobre todo el cine y la televisión actúan como los nuevos
referentes en una sociedad donde es inconcebible la heroicidad des-
prendida o comunitaria.
II
1.- Antonio Muñoz Molina, Beltenebros, Barcelona, Seix Barral, 2006 [1989], pág. 12.
91
ble. La estructura de género policiaco es lo de menos en la novela de
Muñoz Molina; no es más que un pretexto –o una estrategia narrati-
va– para poner en escena el tema de la identidad flexible. El tema de
la traición sirve de igual modo para poner en cuestión la noción mo-
derna de la fidelidad ideológica, de la identidad estable, en sustitu-
ción del interés privado y el descubrimiento de la libertad individual
por encima del bien colectivo.
El capitán Darman, que vive tranquilo y apacible en su tienda de
libros y grabados antiguos en Inglaterra, recibe, cada cierto tiempo,
órdenes que cumplir por parte de la organización clandestina para la
cual trabaja. Pero no hay espacio para grandes relatos en Beltenebros
de Muñoz Molina. La descripción de los objetivos de la organización,
así como la forma en que se envían los mensajes cifrados, adquiere
un tono jocoso que ridiculiza el funcionamiento de la lucha antifran-
quista en la clandestinidad:
…yo pensé que sería un viaje como cualquier otro, que usaban la
impunidad de mi pasaporte y la coartada de mi oficio para llevar
de un lado a otro de Europa sumas de dinero o vanos impresos
clandestinos, porque era así como actuaban siempre, fingiendo que
gentes enemigas y espías los asediaban y que a pesar de la conspi-
ración universal urdida contra ellos estaban culminando los episo-
dios de una sublevación definitiva. Para reclamarme casi nunca me
llamaban por teléfono, me enviaban postales con unas pocas líneas
que tenían tal apariencia pueril de mensajes cifrados que si alguien
se hubiera ocupado de interceptarlas sin vacilación me habría cali-
ficado de agente extranjero1.
92
llegado a su fin y no hay modo de cambiarla. En Beltenebros este
discurso adquiere un componente retroactivo para ser aplicado a un
episodio histórico anterior a la consolidación del capitalismo avan-
zado. Y así como la lógica de los grandes relatos no funciona, tam-
poco hay lugar para los héroes. Los héroes supeditan el bien colectivo
al interés individual; en la sociedad posmoderna donde todo queda
relegado al yo, al espacio privado, no queda espacio para las expe-
riencias heroicas colectivas. Al contrario, como asegura Darman, «en
cada uno habitaba al menos un posible héroe y un posible desertor
o traidor»1. Porque el traidor no es más que la puesta en escena del
nuevo sujeto posmoderno en el que el beneficio privado se supedita
al bien colectivo, y cuya identidad, lejos de ser estable, puede mol-
dearse según dictan los intereses propios. La utilización de la figura
del traidor, en el contexto de la lucha antifranquista, en Beltenebros,
es una forma de legitimar el nacimiento del sujeto posmoderno, ra-
dicalmente privatizado y de identidad flexible.
No obstante, no solo los traidores cambian. También Darman pa-
rece haber cambiado. El héroe de la Guerra Civil, admirado por los
miembros más jóvenes de la organización clandestina, que conocen
«olvidadas historias»2, muestra cada vez más reticencias a aceptar la
colaboración con la lucha clandestina. Su último intento de evasiva es
el que narra la novela, la ejecución de Andrade. La negativa de
Darman se debe a que él ya no es el mismo, ha dejado de ser aquel
héroe recordado y laureado, porque «nada sobrevivía en mí de mis
vidas anteriores»3. La identidad estable de la modernidad se debate
con la identidad cambiante de la lógica posmoderna:
93
clandestina con quien se reúne en Milán, reproduce la diatriba
entre la identidad estable y flexible. Bernal reproduce el modelo
moderno de la identidad como noción fija, mientras que Darman
segrega la matriz ideológica de que todo está sujeto a la lógica del
cambio: «Me había tendido sobre la mesa la foto de Andrade como
ejecutando en el tablero un movimiento inflexible, ofreciéndome
una prueba que yo no podría rebatir: nadie cambia ni elige, pensaría,
en aquella foto ya estaban delatados los rasgos de un traidor»1. El
cambio en la identidad es inconcebible para el inconsciente ideoló-
gico de Bernal, sin embargo Darman
94
decían ellos, puritanos de palabras, acuñadores tenaces de palabras
que no aludían nunca a la realidad, porque su único propósito era
excluirla o conjurarla para que se pareciera a otros sueños1.
95
duce a la organización clandestina a cometer un error por descono-
cer precisamente el funcionamiento de una realidad que no está cons-
tituida por clases sino por individuos, y en donde la evidencia de los
datos debe ponerse en duda al estar conectados con la subjetividad de
quienes realizan cada uno de los actos. El asesinato de Andrade no es
sino por culpa de un error de interpretación de la organización, que es
incapaz de introducir en su diagnóstico las nociones posmodernas de
individualidad y subjetividad. La organización conoce que, en los úl-
timos tiempos, se ha desarticulado en Madrid la célula clandestina y,
casualmente, coincide con un cambio en la personalidad de Andrade,
su máximo responsable. Han descubierto que Andrade viste distinto,
con una ropa cuyo valor escapa del presupuesto con el que cuenta;
además, frecuenta un bar nocturno y se le relaciona con una cantante.
La conclusión es sencilla para Bernal: la traición. Andrade debía de
recibir un sueldo por parte de la policía con el que comprarse los
trajes y con el que poder pagar las noches en el cabaret:
96
llevaba cuando lo detuvieron. Yo le daba dinero para que pagara en
los hoteles. Él no entiende de nada, no sabe lo que valen las cosas.
Parece que hubiera venido de otro mundo1.
III
Beatriz está sola y desorientada, como uno de los satélites que des-
cribe, rodeada de una órbita de satélites igualmente desorientados.
Mónica, el único foco de afecto que recibe en Madrid, será, como
Beatriz, otro satélite solo y desorientado, con el que compartirá esa
órbita de soledad.
97
Beatriz se educa bajo el modelo católico-conservador de un colegio
de monjas que, como un corsé, ciñen la identidad de la protagonista.
Su individualidad aparece restringida al tener que acatar las normas
que, por imposición, dictan las pautas establecidas:
98
bre/mujer que desde su educación católica y conservadora le ha sido
impuesta. A medida que la novela avanza, Beatriz descubre su con-
dición bisexual. Para realizar el proceso de emancipación del cliché
impuesto, la protagonista debe huir de su entorno. La culminación
del proceso de realización del yo-soy se produce el verano en que
Beatriz se traslada a vivir a Edimburgo con el propósito de estudiar
idiomas. Atrás deja a Mónica, a quien no solo admira sino que tam-
bién ha deseado alguna vez, para establecer su primera relación lés-
bica con Cat, su compañera en la ciudad escocesa.
Beatriz, cuando niña, contempla la producción de su identidad en
términos conflictivos, debido a que la configuración de su identidad
aparece impuesta desde el principio. El uniforme, los pendientes, las
coletas son signos de la imposición de una identidad individual y se-
xual. Por ello, cuando crece, se rebela contra todos esos símbolos.
Como muestra de rebeldía hacia su madre, decidió teñirse dos me-
chones blancos que brotaran de las sienes y le enmarcaran el rostro:
99
Estoy delgada. Flaca, como diría mi madre. Los huesos de las ca-
deras se marcan tanto que no me cuesta lo más mínimo imaginar
mi esqueleto. Me tapo los pechos con las manos y cruzo una pier-
na por delante de la otra. Me alegro al comprobar que mi cuerpo
bien podría ser el de un adolescente, uno de esos modelos de
Calvin Klein1.
100
que chicos. Mientras mis compañeras se llenaban el pelo de hor-
quillas rosas hasta que su cabeza adquiría el aspecto de un puesto
de mercadillo de domingo, e invertían la paga de tres domingos en
la adquisición de la imprescindible sudadera de algodón en tonos
pastel, yo me encerraba en mi habitación los domingos por la tar-
de, escuchaba la radio y leía los libros de la biblioteca de mi padre
(…) y suspiraba por adentrarme en un mundo que estaba vedado,
un mundo habitado por seres que se parecían a Siouxsie Sioux y
Robert Smith1.
101
Capítulo IV
EL DEBILITAMIENTO DE LA HISTORIA
Y DE LA REALIDAD
1.- Ana M. Dotrás, La novela española de la metaficción, Júcar, Madrid, 1994, págs. 191-192.
103
anquilosados para el pensamiento posmoderno. El asalto a la razón
de la novela posmoderna se pone en marcha a partir de elementos de
índole irracional como es la supremacía del sujeto sobre el objeto.
La literatura meta-ficticia empieza y acaba en sí misma; es un
discurso sobre la novela misma. Se retroalimenta de literatura: la li-
teratura de la meta-ficción solo habla de sí misma. De este modo, se
podría decir que el universo literario posmoderno representa una
constante revisión o relectura, o acaso adaptación, de la tradición
literaria. No obstante, como apunta Pozuelo Yvancos, lejos de cons-
tituir una revisita al pasado, la novela posmoderna trata más «de
plantear la literatura como versión, seria o paródica, de la literatura
misma»1. La literatura aparece como una superposición de referencias
y se legitima la acepción literaria de que «todo texto se construye
como un mosaico de citas», definido en términos de intertextualidad
por Julia Kristeva2. El texto se construye por medio de la absorción
de otros textos. Para Kristeva este fenómeno es constitutivo a todo
texto literario; no obstante, señalamos aquí que, sin entrar en discre-
pancias con voz tan autorizada, el posmodernismo se apropia de
este discurso, una vez su literatura ha asumido como propios los pos-
tulados de la escuela de pensamiento post-estructuralista. En la esté-
tica posmoderna, a la intertextualidad se le ha denominado pastiche o
collage, como apunta, en su estudio, Montejo Gurruchaga:
104
–denominados espectaculares por el autor– que interfieren en el
campo literario: el efecto escénico y el efecto musical. El efecto escé-
nico consiste en «l’effacement du récit au profit d’une saturation
de dialogues: nous sommes là dans une exacerbation de la scène»1,
mientras que el musical es un efecto puramente ecléctico:
Hablo por boca de otros. Estas mismas palabras que repito las he
leído en libros. Algunos se escribieron hace mil años, otros se pu-
blicaron hace dos. Porque al fin y al cabo todo lo que se escribe aca-
ba por ser una nota a pie de página de algo escrito antes (…). Todos
nuestros actos, todos nuestros amores, son repeticiones de otros ya
acaecidos y por eso siempre encontraremos en un libro la respues-
ta a alguna de nuestras preguntas3.
105
este modo deambulan por sus páginas las referencias al cine o a la
música a la vez que se citan las grandes obras de la literatura uni-
versal. La presencia de Borges, T. S. Eliot, o incluso Vázquez Mon-
talbán, se acompañan en la novela de nombres como Frank Sinatra,
Arnold Schwarzenegger o Keith Richards, entre otros. Así lo expone
el crítico francés Jean-François Carcelen:
106
Además, la obra de Juan Manuel de Prada se construye a partir de
un recurso estético típicamente meta-literario y posmoderno, señala
Orejas retomando los estudios narratológicos de Genette, como es la
denominada meta-ficción diegética. Esto es, una estrategia que con-
siste en situar al narrador en el mismo nivel literario que los demás
personajes de la historia. Con ello se mantiene el efecto de realidad
al descubrir que el texto que estamos leyendo ha sido escrito por
uno de esos personajes de la novela. La estrategia, desde que fuera
utilizada por Umberto Eco en El nombre de la rosa, ha sido recurrida
en la literatura posmoderna a partir del mecanismo del manuscrito
encontrado. En Las máscaras del héroe, como En el nombre de la rosa, o
como sucede también en la premiada El manuscrito carmesí de Anto-
nio Gala, el texto que el lector tiene en sus manos no es sino el
manuscrito encontrado que se anuncia en el falso para-texto que
abre la novela. De forma algo distinta, pero reproduciendo la misma
lógica, sucede, como así lo cita el propio Orejas, en Beatriz y los cuerpos
celestes de Lucía Extebarria. Dice Orejas que «la aparente convencio-
nalidad comienza a ponerse en cuestión cuando, bien entrada la
novela, descubrimos que su autora no es otra que Beatriz, que se
trata de una metaficción diegética y que la voz narrativa correspon-
de a un autor-narrador autoconsciente»1. He aquí la escena en que
se produce el descubrimiento de la meta-ficción diegética:
107
inmediatamente, esa ficción se traslada al plano de lo real. Si yo-real
estoy leyendo su texto-real es que el yo-que-escribe es asimismo real.
Se rompe la ilusión ficcional y se entrecruzan los plano de la reali-
dad y de la ficción, situándose todo al mismo nivel ontológico. La di-
ferencia con la narración convencional en primera persona es que el
texto leído está verdaderamente escrito por un personaje de ficción, a
quien el lector, en un momento u otro de la novela, encuentra en el
momento de la escritura.
Lo mismo sucede en la novela de Benjamín Prado Nunca des la
mano a un pistolero zurdo. En el capítulo cuarto, el que cierra el libro,
se descubre que los tres capítulos anteriores, narrados cada uno de
ellos por un personaje distinto de la historia, son el resultado de las
entrevistas que ha realizado el autor-narrador del libro que, curiosa-
mente, responde al nombre de Benjamín Prado. Se produce una
destrucción de la lógica de la representatividad o de la ilusión fic-
cional, al introducirse en el texto el autor de la novela. La ambigüe-
dad ficción/realidad es el resultado de la destrucción de la noción de
representatividad. Lo que sucede en la novela no es representación,
sino un efecto de realidad. Todo es ficción y realidad a la vez. El efecto
de realidad causado por la inclusión del autor real en la trama nove-
lesca, al mismo nivel que los personajes ficticios, destruye la ilusión
ficcional en principio constitutiva a todo texto literario. Pero de lo
que se trata, al nivelar la realidad y la ficción, no es de dotar a la
ficción de un componente realista (como sucedía, por ejemplo, en las
novelas de Galdós) sino, y muy al contrario, conlleva el debilita-
miento de la propia noción de realidad. La realidad, al situarse en
idéntico plano que la ficción narrativa, no puede sino convertirse en
ficción. Su veracidad no es cotejable, pierde su condición objetiva y
total. Nunca des la mano a un pistolero zurdo produce este debilita-
miento de la realidad. En el capítulo cuarto, en la reunión entre el
autor y los personajes, emulación del encuentro de Augusto Pérez
con Unamuno en Niebla, pero con tintes de género policiaco, se de-
be encontrar un desenlace a la trama novelesca: cuál es el móvil que
ha desencadenado la desaparición de Israel. Benjamín Prado-perso-
naje dice lo siguiente: «Estamos aquí los cuatro y parece el último
capítulo de una novela de detectives. Sara, Blueberry, Gaizka y yo,
juntos a este lado del libro»1. «Este lado del libro» no es sino el re-
108
verso de la ficción, en el que los personajes se vuelven reales porque
conviven con el autor real. Pero el autor, en tanto que autor, como
Unamuno en Niebla, puede hacer lo que se le antoje con el desenlace
de la novela. Así que inventa un final en el que Sara ha provocado la
muerte de Israel. Sara, contrariada, replica ante el autor:
–¡No puedes escribir eso! –grita Sara–. ¡No puedes hacerlo, porque
sabes que es mentira!
–Si lo escribo, dejará de serlo.
–¡Hijo de puta!
–Yo no necesito ningún final. Vosotros sois los que me lo habéis pe-
dido.
–No queremos un final, queremos la verdad.
–¿La verdad? El final es siempre la verdad1.
II
109
que se presenta siempre como problemática. Y la novela que de mo-
do más transparente reproduce los postulados del post-estructuralis-
mo es, con total seguridad, Soldados de Salamina de Javier Cercas. En
ella el protagonista, un periodista y novelista frustrado, homónimo
del autor, descubre y se siente fascinado por la historia del escritor
falangista Rafael Sánchez Mazas y de su fusilamiento fallido en el
Collell, en la provincia de Girona, durante los últimos meses de la
Guerra Civil española. Mientras el protagonista va armando la his-
toria del falangista, descubre la imposibilidad de reconstruir la
Historia. Porque, después de contrastar distintas fuentes y testimo-
nios, comprueba que la Historia no es sino una narración, una fic-
ción, un relato situado al mismo nivel simbólico que el discurso
narrativo. Un relato que, en la novela, se ha encargado de construir
el propio implicado en la trama, Rafael Sánchez Mazas, por medio
de la repetición de la historia de su fusilamiento fallido: «de tanto
contar la historia Sánchez Mazas en su casa, ésta había adquirido pa-
ra la familia un carácter casi formulario, como esos chistes perfectos
de los que no se puede omitir una sola palabra sin aniquilar su gra-
cia»1. El protagonista de Soldados de Salamina finalmente concluye
que Rafael Sánchez Mazas, al reproducir su historia, lo que contaba
«no era lo que recordaba que ocurrió, sino lo que recordaba haber
contado otras veces»2. Esto es, un relato.
La Historia, en efecto, parece querer decirnos la novela de Cercas,
no puede objetivarse, aprehenderse, sólo reconstruirse por medio de
una narración simbólica que haga inteligible una concatenación de
sucesos. Esto es lo que parece haber hecho el falangista y esto es lo
que terminará por hacer el protagonista de la novela al armar su «re-
lato real» sobre el fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas. Porque el
novelista reúne testimonios, acumula datos, fechas y lugares concre-
tos, conocimiento que plasma en su primer intento fallido de novela
que configura el segundo capítulo de la novela titulado igualmente
«Soldados de Salamina». Pero su reconstrucción histórica/objetiva no
resulta suficiente. ¿Por qué? Porque le falta el sentido. Necesita un
pilar hermenéutico en el que la acumulación de conocimiento se sos-
tenga en una estructura de significado. Lo que le ha sucedido al pro-
tagonista de Soldados de Salamina en su primer intento de componer
una novela sobre Sánchez Mazas es, precisamente, que ha acumula-
1.- Javier Cercas, Soldados de Salamina, Barcelona, Tusquets, 2001, pág. 39.
2.- Ibid., pág. 43.
110
do saber sobre pasado pero que no ha sabido integrarlo en un orden
simbólico que le otorgue inteligibilidad al relato. Por ello, una vez
consciente de su frustrado intento literario, el tercer capítulo de la
novela, titulado «Cita en Stockton», estará centrado en la búsqueda
del sentido. La Historia adquiere en la novela de Cercas un carácter
hermenéutico, donde no basta con el conocimiento, sino que hace
que sea preciso ofrecer una interpretación. Para el protagonista de la
novela, el sentido –lo que incorpora el relato en un orden simbólico–
no podrá sino encontrarlo en el miliciano que, tras el fusilamiento,
decide perdonarle la vida al falangista. La reconstrucción hermenéu-
tica de la Historia en Soldados de Salamina se realizará a través de la
figura de un héroe que cierre simbólicamente el relato. Y se baraja la
posibilidad, al final de la novela, de que el elemento que le otorga
sentido a la narración sea falso; pero eso tampoco debe importar de-
masiado porque, según los postulados post-estructuralistas que se
ponen en funcionamiento en Soldados de Salamina, ¿qué es sino la
Historia sino una ficción? Añadir un elemento ficticio a un discurso
que per se se concibe como ficccionado no representa, para esta corri-
ente histioriográfica, un problema mayor.
La escritura como problemática es un tema recurrente en la na-
rrativa de Javier Cercas. En su novela corta, anteriormente citada, El
móvil, Cercas plantea asimismo el tema de la escritura como conflicto.
Recordemos que la novela trata del crimen que comete un escritor
para poder armar una trama narrativa, un hecho que dice mucho del
carácter posmoderno de la novela de Cercas, porque si la moderni-
dad atribuye a la literatura un carácter órfico capaz de cambiar el
curso del río –de la Historia– con su canto, la posmodernidad,
contenida en el relato de Cercas, invierte la relación incidiendo so-
bre la realidad para, de ese modo, poder transformar la literatura.
Pero la sorpresa se encuentra en la última –y paradójicamente tam-
bién en la primera– página de la novela. El párrafo que cierra la no-
vela, que contiene las primeras palabras de la novela escrita por
Álvaro, esa novela que tenía que cambiar la historia de la literatura,
es exactamente igual que el párrafo que abre la novela de Cercas,
consiguiendo con lo cual un efecto de realidad mediante el cual el lec-
tor descubre que la novela que ha estado leyendo no es sino la obra
escrita por el personaje de la misma. Este es el párrafo:
111
una ducha de agua helada y bajaba al supermercado a comprar pan
y el periódico. De regreso, preparaba café, tostadas con mantequi-
lla y mermelada y desayunaba en la cocina, hojeando el periódico
y oyendo la radio. A las nueve se sentaba en el despacho, dispues-
to a iniciar su jornada de trabajo1.
1.- Javier Cercas, El móvil, Barcelona, Tusquets, 2004, págs. 98-99. Cfr. pág. 15.
112
uno de los capítulos, así como el juego de titular el prólogo como
«Epílogo de una novela» y el epílogo como «Prólogo de una novela».
El resto no es más que un ensayo de escasa calidad que no hace más
que repetir las lecturas realizadas por el autor sobre la transición, sin
aportar nada nuevo al conocimiento científico del tema. Ni siquiera es
la descripción de ese instante en el que el guardia civil, con la pistola
en la mano y a golpe de voz, manda a los presentes al suelo.
En el prólogo/epílogo y en el epílogo/prólogo se detecta el com-
ponente tan repetido en la narrativa de Cercas de la ambigüedad
entre la realidad y la ficción. Empieza hablando de Adolfo Suárez
en tanto que personaje real/irreal:
Un libro que es antes que nada –más vale que lo reconozca desde
el principio– el humilde testimonio de un fracaso: incapaz de in-
ventar lo que sé sobre el 23 de febrero, iluminando con una ficción
su realidad, me he resignado a contarlo. El propósito de las páginas
que siguen consiste en dotar de una cierta dignidad ese fracaso.
Esto significa de entrada intentar no arrebatarles a los hechos la
fuerza dramática y el potencial simbólico que por sí mismo poseen,
1.- Javier Cercas, Anatomía de un instante, Madrid, Random House-Mondadori, pág. 14.
113
ni siquiera su inesperada coherencia y simetría y geometría ocasio-
nales; significa asimismo intentar volverlos un poco inteligibles,
contándolos sin ocultar su naturaleza caótica ni borrar las huellas
de una neurosis o una paranoia o una novela colectiva1.
Hace unos días, por ejemplo, pensé que el gesto de Suárez no era
en realidad un gesto de coraje, sino un gesto de miedo (…).
Anteanoche pensé que el gesto de Suárez era el gesto de un neuró-
tico, el gesto de un hombre que se desmorona en la fortuna y se
crece en la adversidad. Anoche pensé otra cosa: pensé que llevaba
escritas muchas páginas sobre Suárez y aún no había dicho que
Suárez era cualquier cosa menos un chisgarabís, que era un tipo
serio, un tipo que se hacía responsable de sus palabras y de sus ac-
tos, un tipo que había fabricado la democracia o sentía que la había
fabricado y que en la tarde del 23 de febrero entendió que la de-
mocracia estaba a su cargo y no se escondió y permaneció inmóvil
en su escaño mientras las balas zumbaban a su alrededor en el
hemiciclo como el capitán que permanece inmóvil en el puente de
mano mientras el barco se hunde2.
114
con la interpretación correcta, porque la interpretación correcta, esto
es, la verdad, no existe en la ideología posmoderna. La Historia tiene
que desplazarse consiguientemente en beneficio de la novela:
A menos, claro está, que antes que un error o un acierto todo esto
sea un malentendido, y que interrogar el significado del gesto de
Suárez no equivalga a formular una pregunta acertada o una pre-
gunta equivocada o una pregunta sin respuesta, sino solo a formu-
lar una pregunta esencialmente irónica, cuya verdadera respuesta
es la propia pregunta. A menos, quiero decir, que el reto que me
planteé al escribir este libro, tratando de responder mediante la re-
alidad lo que no supe y no quise responder mediante la ficción, fue-
ra un reto perdido de antemano, y que la respuesta a esa pregunta
–la única respuesta posible a esa pregunta– sea una novela1.
115
La posmodernidad ha destruido la noción de Historia porque, como
todo lo que está en su órbita, se ha privatizado. La Historia no existe
sino como interpretación de un sujeto que la adapta a su circunstan-
cia personal. La Historia, como la literatura, recibe el efecto de priva-
tización por el que nada importa si no es para reforzar el propio yo.
Lo que sucede tanto en Soldados de Salamina como en Anatomía de
un instante es el debilitamiento de la historicidad, esto es, la conver-
sión en literatura del posicionamiento, netamente ideológico, del
post-estructuralismo que cuestiona las nociones clásicas de objeti-
vidad y verdad. Pues, como expone Montejo Gurruchaga:
116
determinan los hechos históricos. La tesis central de la teoría de
White sostiene que resulta imposible distinguir entre un relato
histórico y un relato de ficción. Al analizar el texto histórico como
artefacto literario, Hayden White señala que:
1.- Hayden White, El texto histórico como artefacto literario, Universitat Autònoma de
Barcelona-Paidós, 2003, págs. 107-108.
2.- Hayden White, Op.cit., pág. 120.
3.- Ibid., pág. 137.
117
«perteneciente al orden del habla figurativa y al orden del habla lite-
ral o técnica»1. En el momento que la historiografía se sitúa al mismo
nivel que el discurso narrativo, se está evidenciando la imposibilidad
de conocer la Historia. Al convertirse en «entidad lingüística» y pasar
a formar parte del «orden del discurso»2 queda reducida a puro re-
lato y fábula.
La exposición teórica de Hayden White concluye con algo tan pre-
tendidamente sentencioso como lo que sigue: «Nuestro conocimiento
del pasado puede incrementarse, pero nuestro entendimiento no»3. El
conocimiento no es posible cuando la estructura ha perdido su centro;
la Historia no es más que un significante vacío, que no encuentra el
centro donde se halla su significado. La historiografía post-estructu-
ralista puede acumular datos pero estos no son más que referentes
vacíos de significado, con lo cual nuestra pretensión de entendimien-
to de la Historia resulta una tarea imposible. Como sostiene Jameson,
la teoría ha sufrido el efecto de superficialidad que ha padecido la
sociedad del capitalismo avanzado en su totalidad:
118
bula. Mediante el lenguaje unificado, funcional y antidialéctico que
tanto Ricœur como White proponen, o como dictan los postulados
post-estructuralistas, se pone fin a la posibilidad de acercarnos, con
pretensiones de objetividad, a la Historia. Es, como acierta a seña-
lar Jameson, el descubrimiento posmoderno, a cargo de los histo-
riadores profesionales, «de que “todo es ficción” y de que nunca
puede haber una versión correcta»1.
III
119
americano, decide regresar a Mágina para permitirle a su hija conocer
sus raíces, establece amistad con Ramiro Retratista. Pasado el tiempo,
cuando el fotógrafo decide abandonar Mágina y huir de su vulgari-
dad provinciana, opta por entregarle al comandante su archivo:
1.- Antonio Muñoz Molina¸ El jinete polaco, Madrid, Bibliotex, 2001 [1991], pág. 267.
2.- Ibid., pág. 35.
120
La reconstrucción de la Historia es una tarea del todo imposible
cuando se ha desvirtuado la noción de legitimidad en la época pos-
moderna. Si no hay una autoridad que le otorgue validez a las voces,
todo lo narrado no puede sino constituir una mentira:
121
gendraron: «Ellos me hicieron, me engendraron, me lo legaron todo,
lo que poseían y lo que nunca tuvieron, las palabras, el miedo, la ter-
nura, los nombres, el dolor, la forma de mi cara, el color de mis ojos,
la sensación de no haberme ido nunca de Mágina»1. Y dirá a conti-
nuación: «No solo repetíamos las canciones y los juegos de nuestros
mayores y estábamos condenados a repetir sus vidas: nuestras ima-
ginaciones y nuestras palabras repetían el miedo que fue suyo y que
sin premeditación nos transmitieron desde que nacimos»2. Como
todo sujeto que pretende individualizarse, tendrá que rechazar la
identidad heredada y la huida será el medio más adecuado para lo-
grarlo. Manuel estudia: necesita obtener buenas notas para que le
concedan una beca que le permita trasladarse a estudiar a Madrid.
Su sueño es irse lejos, dejar Mágina y convertirse en un nómada, en
un sujeto flexible sin raíces ni estabilidad –«la identidad escondida y
cambiante que yo deseaba para mí»3. Pero el primer paso es aban-
donar Mágina: «Si me daban la beca (…) me iría»4. Pero su proyec-
to de realización del yo-soy se ve frustrado porque Manuel tiene que
empezar a trabajar en la huerta de su padre:
122
sino la construcción de una identidad falsa. Así lo reconoce cuando
escucha su voz al contárselo a Nadia: «Hablo de un extraño, de quien
fui y ya no soy, del espectro de un desconocido cuya verdadera iden-
tidad sería lastimosa o ridícula si me encontrara frente a ella»1. Pero
solo ahora ha podido darse cuenta. Porque la reconstrucción de la
historia personal y colectiva, así como el desvelamiento del misterio
de la mujer momificada y emparedada, no tiene otra utilidad que
funcionar como sostén del propio yo. Antes de conocer a Nadia, la
identidad construida por Manuel no era sino una invención, una fal-
sa identidad:
123
lidad para marcharme y mi vocación inexistente de nómada»1. Y re-
conoce: «Era mentira todo, yo estaba intoxicado, no quiero vivir solo
ni ser un apátrida, no quiero cumplir cuarenta años buscando muje-
res por los bares últimos de la noche o quedándome dormido frente
a la televisión»2.
La Historia no es sino sostén de su propia individualidad. Al final
de todo, las historias del pasado poco importan, porque ellas no han
sido sino el vehículo mediante el cual recorrer su propia vida y cua-
jar su identidad. En El jinete polaco, la narración del pasado constitu-
ye únicamente un instrumento para la realización del yo-soy. Nada
más. No hay un intento por legitimar o reivindicar el pasado. Lo úni-
co que importa es ese yo que al final descubre que toda su vida había
sido una representación, una mentira, un acto de impostura. Hasta
ahora, que se ha encontrado a sí mismo.
El carácter meta-literario del texto posmoderno –a pesar de que se
presente como mecanismo estético y no-ideológico– tiene unas con-
secuencias ideológicas evidentes. En primer lugar y por su propia de-
finición, por su condición contraria a la dialéctica y a la configuración
irracional que sustenta el discurso. En segundo lugar porque por me-
dio de la ambigüedad entre realidad y ficción, como consecuencia de
su efecto de realidad y la cancelación de la ilusión ficcional, no se está
sino legitimando, ya sea por activa o por pasiva, o por defecto y omi-
sión, el carácter ambiguo y reificado de las propias relaciones de pro-
ducción y explotación del capitalismo que producen un discurso
igualmente reificado. En tercer lugar, la nivelación de la Historia con
la ficción, no solo no dota de realidad al texto literario, sino que con-
lleva el debilitamiento de la noción de Historia, al quedar reducida a
discurso. En cuarto y último lugar, este debilitamiento de la Historia
es proporcional a la utilización que se hace de la misma con el único
objetivo de reforzar la propia identidad.
La novela de la no-ideología no solo narra los conflictos del pre-
sente desde un punto de vista aconflictivo, en consonancia con la ide-
ología posmoderna del «Fin de la Historia», sino que además acude
a pasados conflictivos y los desideologiza, mostrando sus tensiones
políticas y sociales como meras pulsiones individuales. Las novelas
que sobre la Guerra Civil se escriben en la actualidad reproducen este
124
esquema de despolitización del pasado conflictivo, otorgándole un
carácter retroactivo al discurso de la no-ideología dominante hoy1. Se
borra la huella de lo político y lo social del pasado, reduciendo sus
conflictos a tensiones de corte intimista. Tal vez este sea el modo de
definir la lógica interna que se produce en el capitalismo avanzado:
el desplazamiento de toda contradicción radical en virtud de una lec-
tura o interpretación subjetiva de los conflictos. La ideología del inte-
rior, como elemento básico para la fundamentación ideológica de la
burguesía, encuentra en la actualidad su legitimación última: el
afuera ha desaparecido y no queda nada más allá del yo. El resulta-
do es una literatura cuya ideología nunca dice que es ideológica, pero
que encierra un proyecto ideológico en el cual la radicalización de yo,
despojado de conciencia de clase y de pertenencia a un grupo, y que
combate en la foucaultiana microfísica del poder, no busca sino de-
sactivar cualquier posibilidad de búsqueda de un horizonte político
y social alternativo. La literatura de la no-ideología construye una
subjetividad en que todo sujeto no busca sino realizarse de forma ple-
na y autónoma. Aislados, observando al otro como contrincante, se
busca desarticular cualquier operación política colectiva. Porque,
para desactivar el futuro, quieren hacer de nosotros islas en un
océano inmenso. Pero, como se afirma en el poema de Matías
Escalera Cordero, acaso nos percibamos como seres
1.- Vid. David Becerra Mayor, «El pasado en la novela española actual: el tema de la
Guerra Civil», Verba Hispánica, nº XX/2 (2012), págs. 25-42.
2.- Matías Escalera Cordero, «Islas no», Pero no islas, Valencia, Germanía, 2009, pág. 20.
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132
ÍNDICE
pag.
Introducción............................................................................................. 9
Capítulo I
La privatización del conflicto............................................................... 43
Capítulo II
La imposibilidad de decir yo-soy o la tragedia posmoderna........ 67
Capítulo III
Mecanismos para la construcción del yo ......................................... 85
Capítulo IV
El debilitamiento de la Historia y de la realidad ............................ 103
133