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SEMBLANZA DE UN AGENTE
PENITENCIARIO
El intento de una, quizás, difusa descripción de un “perfil promedio” de personal
penitenciario no pretende “pintar” un modelo standart, insinuar cierta homegeneidad ni
involucrar a todos los agentes en el marco de características presuntamente comunes y
claramente identificatorias.
Sí, tal vez, podemos hablar de “tendencias” o ciertos prototipos posibles de
verificarse en el trabajo diario de quienes frecuentamos el mundo de las cárcels
bonaerenses.
Si tomáramos este humilde análisis como una medición o calificación absoluta del
perfil del personal penitenciario, caeríamos en una no simple distorsión de la realidad. No
pretendemos trazar la exacta descripción del agente penitenciario porque tal pretensión
constituiría el riesgo de provocar una mirada errática de la realidad ya que así
estimularíamos la consolidación de ciertos estereotipos que siempre amenazan instalarse en
el imaginario social o, más importante aún; podríamos alentar la legitimación de verdaderos
“estigmas institucionales” que solo sirven para desalentar iniciativas organizacionales al
descalificar a los actores responsables de las necesarias transformaciones.
ALGUNAS ARISTAS
A través de innumerables entrevistas personales e informales, donde surge
espontáneamente la temática del difícil rol que se le asigna al personal penitenciario, se
puede detectar cierto vacío simbólico ante la dificultad de expresar, con precisión, las
falencias en el desempeño del personal.
Con asombro y desazón comprobamos que el personal subalterno; aquel que tiene
contacto permanente y directo con la población penitenciaria, comparte con ella su
procedencia social y han “mamado de la misma crisis socio-económica y cultural que azotó
a nuestros país en los últimos años.
La puja que exacerba la conducta de “gendarmes del orden” en muchos de ellos es
la necesidad imperiosa por “sentar diferencias”; esas que saben no están tan decantadas en
la realidad del orden social imperante.
Es así que, quienes hemos escogido enfrentar el desafío de la capacitación nos
encontramos con un enigma a resolver, a priori, casi inexpugnable como los muros que
rodean a las cárceles.
Cómo hablar de una alternativa de cambio, cuando no se concibe una realidad
sustituta que trascienda la cotidianeidad de ese mundo intramuros que tiende, día a día, con
el aporte y sostén solidario de todos los actores, a consolidar su “statu quo”?
No escasea la buena voluntad por cierto; se habla sincera y hasta entusiastamente de
generar un nuevo sistema pero, las ideas parecen naufragar en un mar de imprecisiones y de
balbuceantes abordajes. Es que; hablar de la realidad, por parte del personal penitenciario,
es también de ellos; de sus potenciales defectos y hasta de un sistema de creencias, premios
y castigos que se ha enarbolado como tótem, a través de generaciones.
Así, el “oficio penitenciario” conlleva tanto orgullo como la portación del uniforme
y las consignas, casi siempre de rasgo marcial, identifican con mayor contundencia que la
pertenencia institucional el color celeste de su investidura, al fin de cuentas siempre
circunstancial y temporal.
En ese contexto, entonces, claro que sí; hay certezas en cuanto a la necesidad de
capacitación pero, a su vez, es inevitable incurrir en una clásica ambigüedad que caracteriza
a las expresiones que intentan diagnosticar las disfunciones organizacionales.
Es que el “vacío simbólico” al que nos referimos se manifiesta en una aguda crisis
de sentido intramuros, donde algunos términos, con estratégico valor semiótico, han
adquirido, debido a los conflictos y crisis institucionales, una significación peligrosamente
difusa. Aunque este fenómeno no suele incluirse en los diagnósticos formales realizados
sobre el S.P.B., no deja de acarrear una dificultad real en la capacitación del personal,
puesto que la estructura simbólica, instituida para describir y analizar la realidad
intramuros, se ha vuelto ineficiente y enajenada de su función representativa.
En síntesis, quizás, nuestra dificultad sea: ¿Cómo hablar de la crucial situación
penitenciaria si aquellos términos que utilizamos para describirla ya se han cargado de otra
significación?.
Alguien dijo que: “aquello que pueda ser representado por una palabra,
sencillamente; NO EXISTE”. Di igual manera, ante situaciones y niveles de complejidad
inéditos; deberíamos asumir el desafío de reformular nuestra estructura simbólica para,
luego, acometer la empresa de transformar la realidad que intentamos describir.
Así, de esta manera, palabras claves, en el micromundo intramuros, como
delincuente o reinserción social o, incluso educación y libertad; obligan a un replanteo y
“nuevo pacto” en esa convención social que significa el sistema de sentido.
a) Ante este panorama, cabe preguntarse entonces: ¿Cómo representar la virtudes
tan vitales para la convivencia como; el respeto, la cortesía, la amabilidad en una
comunidad de personas que nunca han podido decodificar con la mínima precisión esos
términos, porque nunca supieron que representaban esas palabras?. Ante esta evidencia;
¿cómo podríamos pretender que, quienes tienen encomendada la titánica misión de ejecutar
un rol tan crucial como el que le compete al S.P.B. puedan aportar eficazmente a un “micro
clima” o brindar un marco propicio que coadyuve a la rehabilitación y resocialización de
los internos?