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Clase 1
Modernidad y discurso pedagógico: formación de ciudadanía.
Entre la razón, la libertad, la justicia y la emancipación.
La Pedagogía –o teoría de la educación– tiene una entidad que le es propia y que se ha ido
reconstruyendo históricamente. El siglo XVIII ha sido un momento central en la constitución de
la Pedagogía en tanto disciplina. La reflexión acerca de la educación, adquiere un lugar
fundamental a la par del proyecto político que se está gestando en Europa. En aquel momento,
pensar la república (teorizar acerca de los principios de derecho político que son constitutivos
de la sociedad civil) implica pensar a los ciudadanos que serían capaces de llevar adelante una
transformación social tan profunda y con sus expectativas puestas en una paz duradera, en la
justicia social, en la salida de formas de dominio vigentes que generan sufrimiento y dolor en
Dado que el hombre es tan propenso a una libertad que no tome en cuenta regla alguna
(salvo el propio interés y placer), es necesario que prontamente reconozca que la sociedad le
opone resistencia a sus deseos, así como él también lo hace para con los demás. Aquí radica
una problemática central en la propuesta pedagógica de Kant, quien sostiene:
Uno de los más grandes problemas de la educación es conciliar, bajo
una legítima coacción, la sumisión con la facultad de servirse de su
voluntad. Porque la coacción es necesaria. ¿Cómo cultivar la libertad por
la coacción? Yo debo acostumbrarle a sufrir una coacción en su libertad,
y al mismo tiempo debo guiarle para que haga un buen uso de ella. Sin
esto, todo es un mero mecanismo, y una vez acabada su educación, no
sabría servirse de su libertad. (Kant, 1991: 38)
Por un lado, esta postura legitima la necesidad de una acción externa de educadores, que
guíen al niño en el proceso de constitución de su razón. “La barbarie es la independencia
Llegar a este punto requiere para el hombre un complejo proceso de dominio de sí mismo.
La insociable-sociabilidad, esa disposición natural a la que tanto debemos según Kant en el
progreso de la humanidad, debe ser controlada para lograr los más altos y mejores frutos que
el género humano puede gestar (Kant, 1992). Dar consentimiento y establecer una obligación
mutua, significa siempre un acto responsable y de la propia voluntad. Pero mientras no pueda
juzgar por sí mismo, es necesaria la obediencia. El sentido de la obediencia es la sumisión al
deber de manera voluntaria, por tanto autónoma.
Una coacción legítima posibilitará que esa obediencia, a futuro le permita servirse de
su libertad. Este es un punto fundamental para la reflexión pedagógica, y en vistas a
la tarea del educador.
En este sentido, hoy ¿qué prácticas educativas garantizarían la formación de
autonomía? ¿de qué modo orientar las acciones en las aulas y en las instituciones a
fin de asegurar que esta finalidad sea lograda por todos los estudiantes? ¿qué
sentidos asumiría la posible coordinación de coacción, obediencia y libertad?
Finalmente, ¿qué significa entonces que pueda servirse de su libertad? Podría pensarse
desde dos aspectos complementarios: el pasaje a la mayoría de edad y la finalidad de la
educación en términos de moralización.
Respecto al primer aspecto, el abandono de la minoría de edad es equivalente al uso de la
razón. La capacidad de pensar por sí mismo, sin guías externas, supone la mayoría de edad.
En este sentido, son válidos los conocimientos que hayan sido constituidos a partir de procesos
A partir de esta concepción ¿cómo se estructura una teoría de educación que sostenga
estos principios y que forme un hombre capaz de ser ciudadano en este pacto? La referencia
está puesta en la naturaleza humana. La afirmación de que las instituciones sociales
corrompen la bondad natural del hombre es bien conocida (Rousseau, 1982). Esta convicción
Se le enseñará el oficio de vivir, porque en tanto hombre no importa el rol que ocupe en la
sociedad dado que como tal puede realizar cualquier tarea; a la vez se constituye en ciudadano
de una república, propulsor de la humanidad en cada uno de sus congéneres, desde un sentido
de justicia que une la libertad y la igualdad como condiciones de la convivencia social.
A modo de cierre
Los debates y posturas que estos pensadores del siglo XVIII brillantemente han colocado
en sus obras, expresan los problemas que debían afrontar los estados europeos en términos de
transformación de estructuras sociales. La unión novedosa entre razón, conocimientos y
libertad, conlleva pensarla en términos de proyecto político y proyecto pedagógico en tanto
“hermanas gemelas”, al decir de A. Honneth (2013). En este sentido, un elemento constitutivo
de la teoría de educación, es su doble dimensión -teórica y práctica- que se revela en las
tensiones entre ser / deber ser, y crítica / proposición. En ambas se expresa la particular
vinculación entre presente y futuro que instala la modernidad. La Pedagogía juega en esa
doble línea de un presente denunciado como injusto, como “aquello-que-es-pero-que-no-
debería-ser”, donde la radicalidad de la crítica depende de las categorías con las cuales se
analiza el propio presente histórico; y a la vez se anuncia la posibilidad de una orientación que
permitiría que se realicen sus mejores posibilidades, “lo-que-aún-no-es pero-que-podría-ser”,
porque sus elementos ya están presentes en esa contemporaneidad. Funciona como una
“idea”, o ideal regulador.
La crítica es posible por el desarrollo de la razón que permite construir nuevos
conocimientos. En este sentido, la noción de crítica es intrínseca al propio proceso de
ilustración. El lugar del intelectual, el lugar del ciudadano, el lugar del libre-pensador, se
asienta en la posibilidad de crítica, y a la vez de proposición. El optimismo y la esperanza tiñen
un tiempo histórico de grandes transformaciones, de revoluciones que anunciaban la ruptura
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