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Evolución del estado

Se llama Estado al más frío de todos los monstruos fríos. Miente también con
frialdad, y la mentira que sale de su boca es: "Yo el Estado Soy el Pueblo"

Federico Nietzsche

En el discurso político es dificil separar las concepciones teóricas de las


posiciones ideológicas. Por ello, al estudiar la reforma del Estado debemos
empezar por explorar los planteamientos existentes para dimensionar
correctamente esta noción en el mundo actual.

Gran parte de la discusión sobre el Estado deriva de su definición. Aquellos


que utilizan el jurídico o que parten de un punto de vista gubernamental,
retoman la definición tradicional. Ésta se confirmó en Montevideo en 1993,
durante la convención sobre el Estado, según la cual los Estados son unidades
políticas caracterizadas por una población permanente, territorio definido,
gobierno y autoridad para interrelacionarse con otros Estados. Sin embargo,
tales elementos, si bien pueden ser indispensables para la subsistencia de Los
Estados, no ofrecen una definición adecuada y flexible que considere las
estructuras sujetas a variaciones.

El Estado no puede restringir sus recursos de poder tan sólo a su estructura


militar interna o a los parámetros de población y territorio. Estos parámetros
dependen en gran medida de la propia capacidad del Estado para desarrollar
las potencialidades de la población y del territorio a través de la educación, el
reclutamierlto de cuadros, la incorporación de avances tecnológicos propios o
importados y la atención a aspectos de infraestructura. El Estado tiene como
misión central el bienestar de los gobernados.

Si revisamos rápidamente la evolución del de Estado, veremos que tiene tres


etapas: l) la centralización del poder, 2) la transformación de la legitimidad en
legalidad, a fin de proteger los derechos de los individuos y establecer
mecanismos de garantía para esos derechos, con lo cual se favoreció el
desarrollo de las sociedades-en esta etapa el Estado liberal condujo a la
sociedad hacia la acumulación de riqueza, a través de la propiedad privada-, y
3) el establecimiento de nuevos propósitos del Estado en beneficio de la
colectividad-que rebasa la protección de los derechos del individuo en favor
del bienestar social-y de un nuevo concepto de legitimidad que remplaza a la
legalidad como objetivo central.

La primera etapa modificó las estructuras medievales: el poder policéntrico se


transformó en un monopolio territorial, se concentró el poder en una persona o
una estructura y se abandonó el esquema de predominio de las fuerzas
señoriales. Paralelamente, comenzó a desarrollarse una política que
administrara e impartiera justicia por igual a todo el pueblo, ya que el había
organizado a la sociedad en estratos, a través de sistemas homogéneos de
justicia y arbitrio de los problemas entre individuos.

Al referirse a esta época, Alvin Toffler observa que las economías agrícolas
de lo que él denomina la primera ola se basaban en la posesión de la tierra,
razón por la cual las guerras eran casi siempre por la conquista de territorios y
la política era un instrumento de protección de la propiedad.

Durante esta fase el gobierno se apartó del ámbito religioso en aras de una
conducción civil. La nueva estructura buscaba la mundanidad, la f¦nalidad y la
racionalidad. La mundanidad se refería a la secularización de los conceptos, a
los beneficios o castigos en este mundo, no en el otro. La finalidad eran los
objetivos planteados por el Estado para llegar a un fin. Y, por último, en todas
las decisiones de gobierno debía privar el uso de la razón. Los objetivos de
esta nueva estructura la separaban definitivamente de los gobiernos feudales,
en los que interactuaban simultáneamente lo religioso y lo político. Se
estableció entonces una estructura formal del conglomerado social que
consideraba a la razón como primordial para conseguir paulatinamente la
integración social.

Los filósofos del momento, Bodin y Hobbes después fundamentaron las bases
mundanas de un poder unitario, centralizado, totalitario y absoluto. El Estado
era, ante todo, un proyecto racional de la humanidad. Las teorías políticas que
empezaron a emerger versaron sobre el contrato social y el cambio a un
Estado de naturaleza civil. Poco a poco fue adquiriéndose la conciencia de
unidad e identidad que hicieron posible concebir a la Nación.

Estas ideas coincidían con la revolución industrial que estaba transformando a


la sociedad. Frente a una nueva realidad económica, el Estado debía
readecuarse y requilibrarse.

El paso de la antigua sociedad de capas a una sociedad civil define la segunda


etapa del Estado. Los privilegios de nacimiento, todavía herencia feudal,
fueron combatidos de manera evidente durante la revolución francesa. La
Asamblea Nacional nació de la ruptura generada durante el régimen
monárquico entre los tres estados: la iglesia, la aristocracia y el pueblo, que en
ocasiones especiales se reunían en los Estados Generales. Durante el periodo
de crisis prerrevolucionario, cuando el rey convocó a los Estados Generales, la
aristocracia y el clero establecieron una alianza y marginaron a los
representantes populares, quienes se reunieron y asumieron posiciones
propias. Con la revolución, la iglesia y la aristocracia desaparecieron como
Estados y el tercer Estado se convirtió en Asamblea Nacional, a la que se
sumaron algunos clérigos y nobles. Era pues indispensable transformar la
sociedad de estratos en una organización de vida asociada, que reflejara el
nuevo pensamiento del mundo civilizado. Se depositó entonces la soberanía
nacional en la Asamblea que, al incurrir en excesos de poder, le confirió al
Estado el carácter de opresor del individuo en un régimen de terror.

Aparece entonces la democracia representativa como instrumento ideal y el


Estado se sujeta a la soberanía popular. El caso de Robespierre obligó a
imponer límites al poder del Estado.

Trasladar la actividad individual hacia un aparato institucional es el


fundamento del Estado de derecho liberal. Por esa razón cobró gran énfasis la
creación de leyes y la representación de los sectores sociales en la integración
de los cuerpos que producen estas leyes. Se produjo el tránsito de la
legitimidad a la legalidad-el de lo que Weber llamaría liderazgos carismáticos
y sus sistemas de gobierno- y su remplazo por formas institucionales,
profesionalizadas y naturalmente burocratizadas. Así surgieron estructuras de
protección. Como el parlamento inglés, que surgió en la Edad Media, pero fue
transformado con la revolución de Cromwell hasta convertirse en depositario
de la soberanía, al extremo de ordenar la ejecución del antiguo soberano, el
rey.

El nuevo Estado era respetuoso de los derechos naturales del individuo y de su


protección personal contra el poder monopolizado. Al abrigo de estos
derechos surgió una ideología de la libertad y leyes que protegieron
expresamente al individuo y sus pertenencias. Se creó , entonces , el Estado
liberal, cuyo modelo, con las consecuentes deformaciones, consintió la
acumulación de la riqueza y el deterioro de las relaciones sociales.

No era el conjunto ni el liderazgo: se trataba por primera vez de la presencia


del hombre mismo y de su libertad como factor esencial de la sociedad. El
liberalismo nace como un mecanismo de protección contra el Estado o contra
la iglesia, como reacción ante el terror de que el gobierno, con el poder de la
monarquía y de la iglesia, pudiera oprimir al individuo.

Los filósotos liberates se caracterizaron por definir los limites necesarios, más
allá de los cuales el Estado no podría actuar. John Stuart Mill afirmaba que el
Estado nunca se justifica al restringir la acción de un individuo. Todavía
filósofos liberates modernos, como Anton Hayek, sostienen que el Estado es
una organización creativa con limitaciones.

En su tercera etapa, el Estado tiene como objetivo la protección ya no del


individuo sino de la colectividad, siempre en aras del bienestar social. Llevar
el modelo liberal hasta sus últimas consecuencias generó injusticias que
reclamaban un cambio de objetivos para ofrecer al hombre una vida digna y
acarreó problemas inherentes al modelo, como fue la gran depresión de 1929.
Al referirse a este paso, Schiera considera que se trata de una etapa de función
directa del Estado y sus aparatos en la gestión del orden social, al tiempo que
se cuestiona su intervención en el orden económico. El bienestar vuelve a ser
el centro de la gestión del poder y la meta es la integración social, lo que hace
menos absoluto al Estado y se establece una alta jerarquía-de acuerdo con el
análisis de Mary Douglas-al obtener la lealtad de los gobernados.

En esta tercera fase, el Estado se aboca a la creación de una sociedad con


objetivos colectivos y trata de asimilar dentro de la nueva estructura los
avances producidos en sus diferentes etapas de evolución.

Ante circunstancias concretas el Estado no puede ser manejado como


concepto abstracto, requiere una definición que responda a las realidades que
se viven. Una de las más aceptadas afirma que el Estado se manifiesta en la
sociedad con una función estrictamente operativa, en las áreas politicas de
regulación, distribución o redistribución.

Diversas corrientes del pensamiento político coinciden en que la sociedad y el


Estado se han entrelazado a tal grado que es dificil distingui el proceso de uno
y de otro, lo que ha empujado a los teóricos a buscar nuevas interrelaciones
para tratar de definir su naturaleza. Un ejemplo claro es la tesis que Jürgen
Habermas sustenta en Problemas de legitimación del capitalismo tardío,
donde afirma que dicha convergencia ha hecho a la sociedad como el Estado y
al Estado como la sociedad.

Cuando Habermas describe el funcionamiento y las propiedades universales


de los sistemas sociales, distingue dos mecanismos claramente definidos: la
producción y la socialización. El primero implica la apropiación de la
naturaleza exterior al individuo-la transformación de los recursos naturales y
sociales-y el segundo, la apropiación de la naturaleza interior-proceso por el
cual el comportamiento del individuo, a través de los mecanismos sociales, se
adapta al comportamiento del conjunto. Cuando un sistema aumenta su
capacidad de autogobierno-es decir, su autonomía-, aumenta también su
control sobre la naturaleza exterior y la integración interior. Ello hace que el
Estado y la sociedad sean poco diferenciables, lo que ya se apuntaba en la
definición tradicional: el Estado estáformado porgobierno y gobernados.

El Estado es una concepción social cambiante, que depende más de la


sociedad que de un Estado establecido. Desde la perspectiva de Robert
Hanneman y J. Rogers Hollingsworth, la pretensión tradicional de los juristas
de elaborar una teoría general del Estado, resulta insostenible sociológica y
filosóficamente, porque son las contingencias creadas por los desarrollos
sociales las que van condicionando las características del Estado.
Así lo hemos visto en las diferentes etapas de la evolución política del Estado
mexicano. En el siglo pasado, durante la lucha entre federalistas y centralistas,
liberales y conservadores. En este siglo, durante la lucha entre revolucionarios
y conservadores porfiristas. En ambos casos, la culminación de esos procesos
fue la promulgación de una constitución. En épocas más recientes, el tránsito
del estatismo a una economía de mercado debió reglamentarse a través de
numerosas reformas constitucionales.

Para estudiar y comprender mejor esta concepción del Estado debemos dejar
los términos puramente jurídicos e incursionar en la teoría política o teoría
social. Podríamos recorrer la historia y los autores para analizar distintos
enfoques. Pero, a fin de simplificar, sólo consideraremos tres paradigmas: el
pluralista-funcionalista, el marxista y el paradigma del retorno al Estado.

El paradigma plural-funcionalista conjuga el pluralismo, la democracia y una


nueva actitud hacia el mundo, con el concepto de sociología funcionalista. Las
sociedades tienden, por naturaleza, a encontrar estadías de equilibrio que
determinan los periodos considerados normales; éstos se interrumpen cuando
la sociedad se siente insatisfecha y aparecen opiniones diversas que originan
el pluralismo y distintas formas de pensamiento al interior de las
organizaciones políticas; frente a estas manifestaciones plurales, el Estado
tiene eventualmente que cambiar y requilibrarse.

Las teorías que estudian este fenómeno pueden dividirse en dos grupos. El
primero coloca al Estado como eje de la acción y le concede una perspectiva
liberal pluralista, donde los intereses por separado constituyen un sistema
holístico funcional y corresponde al Estado la combinación de ambos para dar
lugar a las acciones reales. El segundo grupo es el de los marxistas y neo-
marxistas-Skocpol, Zeitlin, Habermas, Badie, Birnbaum y Offe-que, a través
de su compleja visión, pretenden alejarse de las teorías reduccionistas de un
Estado modelo y proponen otra teoría en la que fundamentan sus conceptos
sociales.

Ambas corrientes ven en el Estado un instrumento de la clase capitalista para


dominar el orden social, ejecutar funciones distributivas que frenen los
excesos del individuo, regular conflictos y mantener así la reproducción de la
sociedad.

Por su parte, Habermas, considera que la crisis del 29 puso de manifiesto la


capacidad de aprendizaje del capitalismo. Por lo mismo, la tesis de Marx de
que la agudización de las contradicciones ocasionaría la destrucción de este
sistema, carecía de validez: el Estado capitalista había evolucionado.
Habermas señala que el Estado está compuesto por tres subsistemas: el
político-administrativo, el económico y el social. El primero, apoyado en el
segundo, actúa para evitar los peligros del capitalismo clásico y de trasladar
los recursos derivados de la apro piación fiscal al sistema social, del cual
obtiene la lealtad de la masa. La regulación del subsistema económico la
efectúa por la vía de la legislación. De esta manera el Estado inicia su
evolución hacia el concepto de Estado de bienestar.

Habermas le concede al Estado un papel relevante en la concertación entre


grupos antagónicos. Tal es su función principal: mitigar los efectos del
sistema capitalista, auxiliado por instrumentos como los recursos
administrativos y las medidas gubernamentales, y apoyado en su fuerza real:
la lealtad de la masa. De esta manera, los problemas de legitimación en la
sociedad capitalista nacen como resultado del conflicto fundamental entre las
responsabilidades de bienestar social y las condiciones funcionales de la
economía capitalista. Si el Estado no consigue evitar las disfuncionalidades,
dentro de límites aceptables para la ciudadanía, pierde legitimidad, problema
que se agudiza con el malestar que causa la inequitativa distribución del
ingreso, por los salarios y utilidades. Desde esta perspectiva, la idea central
del marxismo clásico, la lucha de clases, pasa a un segundo nivel.

La nueva visión del Estado-que algunos teóricos denominan neoestatismo-


busca una explicación sociológica a los fenómenos políticos, pretende
reconceptualizar al Estado procurando reflejar fielmente lo que el hombre
contemporáneo vive social y políticamente. De ahí han surgido posiciones
teóricas de gran valía, como la de J. P. Nettl, quien ha tenido gran influencia
en medios académicos.

Este autor sostiene que el Estado tiene cuatro características: 1) lo integra la


colectividad, suma de un grupo de funciones y estructuras que incluye
burocracias, parlamentos y partidos políticos; 2) es una unidad de relaciones
internacionales, definida por la manera de relacionarnos con otras naciones
independientes; 3) es autónomo, en tanto sus acciones no son
permanentemente revisadas por la sociedad, y 4) es un fenómeno
sociocultural. Esta conceptualización muy descriptiva muestra por qué las
definiciones jurídicas se quedan cortas al referirse al Estado de nuestros
tiempos.

Por su parte, Anthony Giddens define las estructuras como reglas, recursos y
conjuntos dependientes de los sistemas sociales con una existencia virtual
dentro del tiempo y el espacio y una dualidad que le permite ser, a un tiempo,
media de prácticas sociales y resultado de ellas. La identificación de los
principios estructurales y su punto de coincidencia con los sistemas
intersociales, representa el nivel más comprensivo del análisis institucional.

Podríamos usar como definición de trabajo que el Estado es un fenómeno


sociocultural que aglutina las instituciones y estructuras de la esfera pública
para ejercer el poder, garantizar la seguridad, establecer relaciones con otros
países; entre un proceso electoral y otro, vive etapas de autonomía en las que
establece políticas económicas y sociales tendientes al bienestar colectivo. En
contraparte, la esfera privada de la sociedad, la parte gobernada,
periódicamente legitima o deslegitima a la esfera pública a través de la
institución del voto. Así se establece un equilibrio de interacción entre las
esferas públicas y privadas.

Esta def¦nición estaría enmarcada en los conceptos de modernidad o, como lo


llamaría Alvin Toffler, en la "tercera ola".

Que el Estado se considere ahora un sector independiente de la misma


sociedad, nos permite entender la función del poder legislativo en nuestros
tiempos. Bajo el concepto de representatividad, los diputados y senadores se
incorporan al cuerpo gobernante, con lo cual su acción deja de estar sujeta a la
opinión o voluntad de los electores, para ajustarse a las necesidades del
ejecutivo.

El análisis del funcionamiento del Estado debe partir del ejercicio de sus
funciones normativas, distributivas y redistributivas, no únicamente como
actividad legislativa sino como parte de un complejo sistema de presiones
sociales, interpretaciones políticas y acciones propiciadas por los grupos
organizados. No se trata solamente de las acciones de los partidos sino
también de fuerzas políticas no articuladas en partidos, de fuerzas económicas
y de expectativas de la sociedad en general.

Las disfuncionalidades del Estado suceden cuando los poderes no están


diferenciados y separados, cuando el poder se concentra en una persona o un
grupo, y la sociedad se desequilibra porque no está realmente representada en
la concepción de Estado. Esto se puede ver claramente cuando uno de los
poderes se supedita a otro, como es en nuestro caso la sujeción del poder
legislativo al ejecutivo.

La autonomía del Estado respecto de la sociedad es evidente, a pesar de que


su actuación también responde a presiones e influencias de distintos orígenes.
Su estructuración es muy clara, como se observa cn el proceso electoral,
cuando las fuerzas sociales actúan abiertamente sólo durante un corto periodo,
después del cual el Estado se restructura y adquiere vida propia. El Estado no
puede estar divorciado de la sociedad, aunque tampoco formar una entidad
con ella. La historia ha demostrado que el Estado actúa en forma
independiente y asume funciones no consensadas, aunque después adopte
nuevamente las actitudes que los diversos grupos sociales demandan para
evitar que, en los siguientes comicios, el electorado elimine al grupo que lo
estructura por ser indiferente a sus demandas.
Existen tres niveles de autonomía del Estado en la creación de políticas. El
nivel más bajo se registra cuando el Estado y la sociedad tienen preferencias
sin divergencias: el Estado actúa bajo sus propias preferencias, pero sin
oposición de la sociedad, lo que permite la aceptación de las políticas
implantadas, por ejemplo en educación, salud y seguridad social. Un segundo
nivel se verifica cuando las preferencias de la sociedad son muy diferentes de
las estatales, pero los conductores persuaden a la sociedad para que adopten
sus preferencias; esto es fácilmente observable en los debates sobre las
misceláneas fiscales en la cámara de diputados, que requieren de la
negociación entre los grupos y el congreso hasta conseguir el consenso. El
nivel más alto se da cuando las preferencias del Estado y la sociedad son
divergentes y el primero, aun sin consenso, establece una política
corisiderando que los beneficios que se produzcan diluirán la oposición de la
sociedad; fue el caso de los proyectos hidroeléctricos que, a pesar de dañar los
intereses de algunos ciudadanos, benefician a la sociedad en general.

Una nueva fase del Estado

¿Qué es realmente el Estado y a qué intereses responde? ¿Se trata de una


institución que equilibra e integra distintos intereses en una totalidad funcional
o es un cuerpo de represión? ¿Es posible definirlo? ¿Tiene sentido tratar de
identificar al Estado?

El Estado no es una estructura homogénea, sus concepciones pueden variar de


manera sustancial al aplicar ideas e inclusive ideologías diferentes. Por
ejemplo, hay quienes opinan que la acción del Estado no debe perturbar ni a la
sociedad ni a las acciones individuales esto es, que el Es tado responda
exclusivamente a las demandas de la sociedad y de los grupos de presión. En
contraposición se encuentran aquellos que consideran que el Estado debe ser
muy poderoso, poseer sus propias industrias monopólicas para regular la
economía y es tablecer estándares salariales, condiciones de trabajo y precios
de los artículos de consumo.

Ambas posiciones, políticamente opuestas, están apoyadas en ideologías


definidas: la posición conservadora sugiere un Estado débil, que responda
directamente a las demandas sociales y evite conflictos entre el aparato del
Estado y la sociedad; la posición radical sostiene que el Estado, a través de los
medios de producción, debe imponer una forma de vida y una conducción más
rígida, para mantener el sistema.

Bajo esta óptica, podríamos ensayar una tipología con diversas variantes del
Estado. Hablaríamos de un Estado débil con un pueblo débil, como es el caso
de naciones con escaso desarrollo económico y político y con una tradición
patriarcal de autoritarismo, donde no existe la posibilidad de que la voluntad
popular se exprese. En posición opuesta encontraríamos la concepción de
pueblos fuertes con gobiernos fuertes, como sucede en las democracias
escandinavas, Gran Bretaña o Francia. La idea de un Estado fuerte y un
pueblo débil respondería al modelo de las autocracias y de los exfintos
gobiernos socialistas, pero también al de nuestro México. Y un Estado débil
con un pueblo fuerte correspondería a la singular relación que se da en los
países políticamente muy desarrollados, como ltalia, donde la inestabilidad de
sus gobiernos, la fuerte presencia de la opinión pública y su influencia no le
han impedido un crecimiento económico y social sólido.

El Estado modernno es necesariamente democrático. La generalización del


concepto de democracia requiere un enfoque tridimensional: globalmente
agrupado, con sentido conceptual para los actores en el mundo; históricamente
orientado, hacia los procesos concretos y a las más amplias interpretaciones de
la realidad del momento, y con una clara tendencia hacia el análisis de las
instituciones políticas.

Por otra parte, la caída del bloque oriental y el fin de la guerra fría fueron el
motivo de las reflexiones que Francis Fukuyama plantea en su obra, donde
afirma que asistimos no al fin de las ideologías sino a la victoria del
liberalismo económico político: "el fin de la historia en tanto tal; el punto final
de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la
democracia liberal occidental como forma final de gobierno humano. Esto no
quiere decir que no se producirán más acontecimientos dignos de llenar las
páginas de las revistas consagradas a las relaciones internacionales, pues la
victoria del liberalismo se produce, en primer lugar, en el campo de las ideas y
de las conciencias y está aún incompleta en el mundo real. Pero existen
poderosas rezones que hacen pensar que es este ideal el que gobernará el
mundo real a largo plazo".

Este tipo de pensamiento influyó en lo que podría denominarse el eje Salinas-


De la Madrid, que contrapuso el neoliberalismo con las ideas políticas
tradicionales de nuestro país, resquebrajando dos de los pilares del sistema
político nacional: el nacionalismo y el estatismo, y privó al PRI y al mismo
gobierno de un discurso consistente.

Desde otro punto de vista, la modernidad significa un nuevo individuo


identificado con su colectividad, pero siempre en la dirección del
individualismo. Una importante expresión de este individualismo es la
demanda de la ciudadanía por sus derechos políticos.

Es una realidad fehaciente que el poder y la capacidad del Estado moderno


dependen en forma decisiva y positiva del apoyo popular, y que en la
democracia el sufragio es la mejor manera de intervenir en política. Las
presiones y el efecto de demostración de los avances democráticos,junto con
la revolución de las comunicaciones, han colaborado para imprimir al
concepto de democracia el corolario de ser la realización del Estado social.

La dicotomía Estado-sociedad orienta la atención hacia las fuentes del poder y


resta importancia al análisis de la utilización de ese poder en la realidad. Aun
cuando la fusión del Estado y la sociedad puede reflejarse en políticas
públicas o proyectos hegemónicos-de acuerdo con la terminología de
Gramsci-, que señalan la tendencia de la política y del comportamiento de las
naciones-Estado. Los componentes específicos del Estado y del poder social
se refuerzan mutuamente, aunque no sin conflicto. Esto se trasluce en la
acción pública, que no puede ser permanente, porque al cambiar las
circunstancias los procesos se hacen lentos por aspectos no previstos y las
políticas empiezan a obtener resultados cada vez más disminuidos, que
obligan a cambios y adecuaciones. En el transcurso de los últimos veinticinco
años hemos visto diversos proyectos hegemónicos: el desarrollo estabilizador,
el populismo, el económico y el social.

De es ta manera , el carácter del régimen es de terminado por la coalicion


social en que se apoya el Estado, por sus poderes formales y por la
institucionalización e influencia de las políticas públicas resultantes.

Cuando los regímenes nacen o mueren, cambia la orientación fundamental de


las políticas nacionales. los análisis sobre la formación, transformación o
descomposición de un régimen nos permiten conocer los problemas de
interacción entre Estado y sociedad, a través de los procesos electorates y los
partidos políticos, la influencia adquirida por las democracias industrializadas
contemporáneas, indispensables para el mantenimiento del sistema capitalista,
y por el peso de la economía internacional en esta interacción.

Pero esta simbiosis Estado-sociedad también puede analizarse desde otra


perspectiva, la de la esfera privada y la esfera pública.

Jurgen Habermas considera a la esfera pública conformada por dos


jurisdicciones que contrastan y se complementan, desde sus orígenes en la
Edad Media: el dominio privado, dominium, y la autonomía
pública, imperium. Es el momento en que gobierno y gobernados asumen las
funciones específicas que los diferencian, cuando se erige un sistema de
gobierno que establece reglas de convivencia entre dominium e imperium. La
idea original del gobierno era mantener el orden e impartir justicia su, misión
era resolver problemas entre particulares y vigilar la tradición y las normas;
sólo gozando de la autonomía pública, el gobernante podía aplicar sus ideas y
su propio concepto de justicia en la solución de problemas y en la
conservación del orden.
En una concepción más moderna, la esfera pública se concibe de manera
diferente: no pretende mantener lo establecido sino conducir a la sociedad a
través de un mundo cambiante, pletórico de retos y nuevas necesidades. La
autonomía de la esfera pública permite al gobierno crear reglas, propiciar las
condiciones para una armónica convivencia y para la evolución del sistema y
de la sociedad; gracias a la autonomía es posible la conducción social y la
consecuente creación e implantación de planes de acción políticos,
económicos y sociales.

Pero la autonomía de lo público no es estática en los sistemas democráticos.


Periódicamente se pone en juego durante el proceso electoral, a través del cual
el imperium debe redefinirse y el dominium decide en las urnas su ratificación
o descalificación; esto quiere decir que, sólo aquellos ungidos con el voto
popular adquieren autonomía y con ello legitimidad. Es la relación entre las
esferas pública y privada la que establece la forma de vida, la evolución y, al
mismo tiempo, el desarrollo de las instituciones.

Ambas esferas-la pública y la privada-han evolucionado. El imperium se


consolidó mediante tres acontecimientos ocurridos en la Gran Bretaña, entre
1694 y 1695, que dieron paso a la esfera pública moderna: el establecimiento
del Banco de Inglaterra, la eliminación de la institución de la censura y el
primer gabinete de gobierno, preámbulo del gobierno parlamentario. Por su
parte, la esfera privada incursionó en la modernidad con la
institucionalización de la ley, a través del Estado de derecho, y con la idea
liberal del mercado, el libre cambio.

Actualmente, la esfera pública tiende a reducirse, mientras que la privada se


extiende como producto del triunfo del individualismo y de la necesidad
social de mayor participación en las decisiones antes restringidas a la esfera
pública.

La época que vivimos todavía es de redefinición del Estado. Los cambios de


la vida política internacional, las actividades económicas más complejas, que
ya no se contienen ante las barreras nacionales convencionales, requieren
conceptos políticos acordes con la nueva realidad. En este sentido, la presión
proviene de la creciente interdependencia entre las naciones y el mercado
intemacional cada vez más competitivo y ávido de cambios rápidos. En otros
países, la competencia internacional se ha convertido en fundamento de la
planeación y motor de los ajustes políticos indispensables para competir con
ventaja en esos mercados.

¿Puede la interdependencia impulsar una nueva forma de Estado? ¿Cuáles son


los valores que han cambiado? ¿En qué dirección avanza el Estado?
La autarquía tiene un costo social muy alto y mantenerse al margen de los
mercados internacionales puede abrir, aún más, la brecha entre países
desarrollados y no desarrollados. No participar en este evolutivo podría
significar, a futuro, la disminución severa del nivel de vida de la población.

El Estado debe conceptualizarse, desde el punto de vista de la filosofía


política, como un complejo de variables y no como una constante. En los
últimos años, todos los análisis sobre el Estado se centran en el contexto
interno, sin involucrar las condiciones sociales y económicas externas. Para
hacer operative el concepto debemos considerarlo un compuesto de normas,
hábitos y prácticas y no atenernos solamente a la idea estática de la definición
de Montevideo.

Si aceptamos que los componentes del Estado adquieren un tono crítico que
acentúa o elimina ciertas características de la definición tradicional, y si
concebimos el estatismo como sistema estatal de regulación central de la
sociedad y su economía, por oposición tendríamos que el antiestatismo sería el
sistema bajo el cual la economía y la sociedad se conducirían de acuerdo con
los intereses de la sociedad civil, denominada también por algunos teóricos
como ciudadanía gobernada. El nuevo Estado tendría que responder a la
pretensión de la masa gobernada de participar en el gobierno, lo cual está
provocando cambios muy radicales.

En Los últimos años hemos sido testigos de una transformación conceptual


basada, aparentemente, en el comportamiento de las naciones, lo que nos
permite observer al Estado como una estructura bipolar que determine los
grandes cambios de la sociedad: un polo es el doméstico, el otro corresponde
al escenario externo.

El Estado en su versión estatista concentró su esfuerzo en la búsqueda de


mayores áreas de competencia, para lo cual le restó a la sociedad civil
funciones que van desde la cultura hasta la economía. Ahora que se enfatizan
las condicionantes planteadas por la creciente interdependencia del mundo, el
Estado así concebido empieza a perder fuerza y se adentra en un proceso de
adaptación para establecer un equilibrio claro entre lo externo y lo interno.

Es evidente la presencia de una crisis creciente de autoridad dentro de las


naciones y de un número de tendencias globales que parecen acelerarla,
transformando conceptos como autosuficiencia, nacionalismo y soberanía. Al
redefinirse la vida política se impone una nueva especificación de normas,
hábitos y prácticas, diferentes de las ideas originales de donde evolucionaron.

Tremendas son las consecuencias de esta dinámica global, pero tres de ellas
son las más importantes:
Primero. La legitimidad de la autoridad del sistema total ha disminuido, lo que
ha propiciado gobiernos menos efectivos y una tendencia hacia el
subgrupismo, como son los organismos de la ONU, OEA, OAT, GATT o de
los bloques económicos. En tales circunstancias, el gobierno nacional se ha
plegado a los organismos multinacionales para obtener mayores beneficios, en
tanto que tiene una capacidad de acción más reducida que la de éstos, sin
considerar el costo que representa: la pérdida de legitimidad. Es el caso de
nuestro ingreso al GATT. Al aceptar el libre comercio, crecieron de inmediato
nuestras expectativas de exportación, pero al mismo tiempo se condenó a las
pequeñas y medianas industrias no competitivas-generadoras de un alto
porcentaje de empleo-a desaparecer.

Segundo. La distinción entre lo doméstico y lo externo puede, en ocasiones,


oscurecerse y nublar el principio de uno y el fin del otro, como los partidos
comunistas tradicionales en los países occidentales o los partidos de derecha
en las democracias cristianas. En ambos casos hay un conflicto entre los
movimientos nacionales y el internacional. El conflicto más claro fue el del
eurocomunismo, cuando sus dirigentes y militantes prefirieron la vía
parlamentaria a la vía revolucionaria y se desligaron de los partidos
comunistas del este europeo.

Tercero. Las tensiones dentro del subsistema pueden complicarse de diversas


formas con una crisis mundial de autoridad, marcada por el surgimiento de
estructuras como el FMI, la CEE O el TLC, que determinan cada vez más el
mercado internacional, a su vez factor central en las decisiones internas de los
Estados. A este fenómeno se le denomina interdependencia en cascada-
reacción en cadena que pueden desatar ciertas decisiones políticas o
económicas debido a la interrelación provocada por la globalización.

Como quiera que se conceptualice al Estado, la interdependencia parece


limitar su amplitud, disminuir su autonomía y constreñir su capacidad de
adaptación, elementos entre los que fluctúa su habilidad para manejar la
economía nacional en las formas tradicionales. Normas, hábitos y prácticas
como las costumbres fiscales y el control del presupuesto de los gobiernos,
ahora resultan insufitientes para afrontar los nuevos problemas de las
naciones, porque la efectividad de los Estados depende cada día más de las
circanstancias extraterritoriales, así como de los sistemas de cooperación y
competencia con otras naciones.

Cada nueva evidencia de autonomía limitada, de legitimidad reducida y de


efectividad disminuida en la capacidad subnacional o supranacional de
cualquiera de sus actores o instituciones, debe ser considerada si se desean
preserver las líneas de autoridad que nacen de los propios códigos de
conducta.
El nuevo Estado necesita definir políticas efectivas y adaptarse creativamente
al cambio. La tranquilidad interna o la obediencia pueden ser forzadas, pero la
solución de los problemas ya no surge solamente de la voluntad interna de la
nación; la interdependencia nos obliga a adaptaciones que disminuyen la
autonomía del Estado contemporáneo, o mejor aún, nos exige readecuar
conceptos y grandes valores políticos como el de soberanía nacional. La
reciente crisis económica, iniciada en diciembre de 1994, nos lo ha
demostrado: las decisiones adoptadas por el gobierno para resolver el
problema económico fueron producto de los compromisos internacionales
contraídos en el proceso de firma del TLC y de otros más, a cambio de nuevas
líneas de crédito de otros países y organismos internacionales.

Analistas y pensadores del mundo deben expresar la urgencia por redefinir los
grandes valores políticos, no como una necesidad de teorizar y bordar en el
vacío, sino como una abstracción indispensable y útil de la realidad misma, de
la tendencia universal a la globalización.

El Estado mexicano

Debemos ahora observar al Estado mexicano a la luz de Las consideraciones


anteriores. Para comenzar es necesario clasificar su desarrollo en cuatro fases:
la primera-no refiere propiamente a México como nación-nos remite a la
conformación del estado colonial de la Nueva España; la segunda corresponde
al estado liberal del siglo XIX; la tercera nos conduce al México
posrevolucionario, que enarbola aún la protección al individuo, pero con un
nuevo discurso que incorpora los derechos sociales; la cuarta, iniciada hace
aproximadamente veinticinco años, ubica al país en una nueva estadía de
globalización, para la cual se ha instrumentado, sin buenos resultados, el
neoliberalismo.

Primera fase

La conquista de México sucedió cuando en el mundo occidental se


consolidaban los poderes para formar naciones. España acababa de unificarse,
los cuatro reinos que integraban la nación española contemplaban formas
diferentes de gobierno. Uno de ellos, Castilla, poseía una noción más imperial:
los reinos debían ser gobernados directamente por un poder central. En
cambio, en Aragón la unión se realizó como yuxtaposición de reinos y
territorios, porque existía una mayor autonomía en las distintas regiones. La
fusión de Castilla, León, Aragón y Navarra, gracias al matrimonio de Isabel y
Fernando, dio lugar a la unidad de España, condición indispensable en esos
momentos para la recuperación del territorio en la guerra contra los moros. Y
el gobierno de la nueva nación se apegó a la idea aragonesa de yuxtaposición
de reinos.
El modelo era adecuado para España, pero resultaba inaceptable para América
porque no garantizaba los intereses de la corona. Los nuevos territorios
demandaban un gobierno diferente que los administrara como parte integral de
la nación española. Fue entonces cuando se aplicó en el imperio colonial la
concepción del gobierno castellano-el cual dividía sus territorios en
merindades, cuyos titulares o merinos no poseían facultades soberanas, sino
restringidas a los asuntos económicos y judiciales-: los nuevos territorios
serían administrados por representantes de la corona, por virreyes que no
ejercían soberanía alguna y sólo controlaban los asuntos de hacienda y
justicia; los asuntos políticos, así como los nombramientos de la nueva
estructura burocrática, quedarían a cargo de la Audiencia, que se sujetaba
enteramente a los mandatos de los reyes españoles.

En este antecedente histórico podríamos establecer el origen de la relación


gobierno federal-gobiernos estatales. La docilidad y la aceptación de las
decisiones centrales que hasta hace poco mostraban todos los gobernadores,
son ejemplo de verdaderas merindades del poder presidencial. Y si
continuáramos con la idea, podríamos afirmar que la misma relación se da
entre gobernadores y municipios, los cuales se constituyen en merindades de
merindades.

Segunda fase

Ya en la fase independiente, el Estado mexicano se alimentó de las


concepciones liberales desarrolladas en Europa. Proteger al individuo frente al
Estado era la idea predominante en el pensamiento político de la época y todo
el esfuerzo se concentraba en establecer un Estado de derecho. La creación de
los institutos científicos y literarios y de los colegios de los estados sucedió
naturalmente, justo cuando era necesario formar juristas que establecieran
nuevas modalidades de gobierno, acordes con las circanstancias. El
pensamiento de los dirigentes sociales y políticos del país concedió a la
ciencia jurídica un papel integrador; la joven nación entró en una etapa
inédita, orientada a la protección de los derechos individuales, para que fuera
el individuo como base de la organización y del avance económico, el
impulsor del progreso nacional. Fue hasta este periodo cuando se hizo efectiva
la separación Estado-iglesia, que en Europa se observó en la primera fase del
Estado-esta tardanza se explica por la fuerte alianza de la iglesia con la corona
española que heredaron los gobiernos independientes.

Pero, como la historia ha comprobado, la protección al individuo distorsionó


el concepto de actividad económica. Pronto surgieron nuevos problemas
sociales por la desmedida acumulación de la riqueza y la gran desproporción
de los beneficios sociales entre quienes controlaban la economía y el resto de
la población.
Tercera fase

Fueron las ideas sociales de justicia e igualdad las que prevalecieron en el


constituyente de 1917, que representa otra etapa evolutiva del Estado
mexicano.

La constitución se convirtió en el proyecto de nación que preservaría las ideas


generales del movimiento armado, cuyos objetivos fundamentales fueron: 1)
Establecer el bienestar como factor fundamental; la colectividad se convirtió
en el centro del pensamiento político; todo aquello que beneficiara a las
mayorías y mejorara el nivel de vida de los mexicanos fue enaltecido como
valor político. 2) Promover el desarrollo económico, con la intención de
convertir a México en una nación moderna, participante de los beneficios de
una nueva era. Así se adecuó al país.

A lo largo del proceso histórico ha sido posible comprobar que si bien los
movimientos sociales encuentran solución, otros problemas y conflictos se
generan, paradójicamente, de las mismas soluciones. Ninguna solución social
es definitiva. Aun aquellas que lo parecen, requieren adaptarse a las
situaciones del momento. En México, tanto por razones de desarrollo
económico como por el bienestar del país, las políticas debieron ajustarse
gradualmer¦te a las nuevas demandas y características sociales del país. Así, se
def¦nió el perfil político que nuestro país mantuvo durante varias décadas: se
impulsó una política económica de sustitución de importaciones y de
protección a la producción nacional, sobre la idea de acelerar el desarrollo con
la participación del Estado como propietario de bienes de producción, y para
que la sociedad pudiera modernizarse y participar en la modernización de la
economía, se amplió la cobertura de la política social.

La idea de los gobiernos emanados de la revolución era fomentar la


transformación del mexicano, para que fuera consciente de los retos del
momento y estuviera dispuesto a responder a ellos con un sentido de identidad
nacional. Desde el siglo XIX la educación fue considerada como parte
medular de la política social, resultado de la gran influencia de la Ilustración.
Los bajos niveles educativos y la idea de que la ignorancia era un obstáculo
para el progreso hicieron que la escuela se convirtiera en una demanda
nacional.

La política social de estos gobiernos se centró en un sistema educativo que


enfatizaba el nacionalismo. Hubo un gran celo para preservar los valores que
mantuvieran la identidad nacional, se intentó dar homogeneidad a la
concepción de mexicanidad y se trató de borrar los aspectos locales de la
cultura-que no se consiguió porque, junto al fuerte nacionalismo, se
mantuvieron los regionalismos.
Dentro del marco político iniciado a fines de los cuarenta, se creó una serie de
instituciones dirigidas a construir un Estado de bienestar. Los sistemas de
seguridad social y de salud aumentaron y abarcaron todo el país, pero las
crisis económicas y las devaluaciones pulverizaron los fondos de estas
instituciones. No obstante, el Estado conservó su papal rector de la economía
para establecer la hegemonía del sector público, aunque el crecimiento del
sector paraestatal rebasara todas las expectativas.

En los regímenes de los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo la


intervención del Estado en la economía era casi un mandato para suplir a una
iniciativa privada sin empuje. En el periodo del presidente Miguel de la
Madrid tal concepción empezó a abandoarse, por las consecuencias de un
Estado obeso.

Cuarta fase

I,a integración de México a las nuevas corrientes de comercio mundial y a la


globalización del mundo, ha sido uno de los factores decisivos-junto con las
transformaciones sociales internas y el cambio de actitud del mexicano-en la
configuración de la cuarta fase del Estado mexicano.

La interdependecia en cascada pretendía expresar un desarrollo económico


más equilibrado que involucrara eficiencia de los sistemas de producción y
una revolución científica y tecnológica, con las demandas de la sociedad civil
por una mayor intervención en los asuntos colectivos, en los problemas del
medio ambiente y en todo lo que entraña el concepto de vida moderna, sin
descuidar la participación real del país en los mercados internacionales. Todo
esto obligó a la creación de diversas políticas gubernamentales.

A su llegada al poder, Carlos Salinas de Gortari llevó adelante estas ideas con
un programa económico dirigido a la privatización de los medios de
producción en manos del Estado, la firma del Tratado de Libre Comercio
México-Estados Unidos-Canadá y la exploración de otros mercados y bloques
económicos. Esto significó un claro viraje a la derecha y dejó sin sus
argumentos políticos al PRI y a los políticos nacionalistas. La recuperación de
la economía y el apoyo de la iniciativa privada le dio un fuerte impulso
legitimante, que terminaría unos meses después de dejar el poder.

Políticamente, la antinomia justicia social-soberanía nacional -ambos, valores


políticos de la revolución mexicana-entraña todavía un dilema: qué debe
permanecer inamovible, como dogma permanente, y qué debe ser
transformado en aras de adecuar el Estado a los continuos cambios de las
sociedades y de la geopolítica.
Una nueva terminología habla de transición, de una sociedad demandante y
actuante, de reformas al Estado, de cambios radicales tanto en política interna
como en política exterior. Internamente se han abandonado posiciones que
eran baluarte y tradición del país, como el ejido y la separación Estado-
iglesias. En materia de política exterior ha sido notable el acercamiento
creciente a los Estados Unidos, aun cuando en ciertos momentos recuperamos
la actitud desafiante de la época bipolar.

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