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Matteo Bruschetta

El Mundial de los vencidos


Mitos y leyendas de las peores selecciones de fútbol

Prólogo de Nicola Roggero

Traducción de Isra Perez


Dedicado a quien sabe aceptar una derrota
Ever tried.

Ever failed.

No matter.

Try again.

Fail again.

Fail better.

Samuel Becket
Prólogo

Joseph Mwepu Ilunga tiene un pequeño lugar en la historia de la Copa


Mundial de Fútbol. No busques su nombre en un equipo ganador, ni siquiera entre
los goleadores. La meta de este defensor de Zaire, primer equipo de la África
subsahariana que participó en la fase final de la Copa del mundo, no era marcar un
gol. El destino deparaba a Joseph Mwepu Ilunga algo mucho más importante
cuando en el estadio de Gelsenkirchen el árbitro silbó un tiro libre al borde del área
a favor de Brasil: tenía que salvar el pellejo.

La noche antes del partido, los jugadores zaireños recibieron una visita muy
desagradable. Hombres de Mobutu, dictador cruel, llegaron al hotel y amenazaron
a los jugadores, después de los resultados desastrosos en los dos primeros partidos
de la Copa Mundial. Si los escoceses, británicos de gran corazón, se limitaron a
marcar dos goles, los yugoslavos no fueron tan magnánimos. Tres goles en
dieciocho minutos, cinco en media hora y nueve al final. El último partido del
grupo, contra el actual campeón mundial de Brasil, corría el riesgo de convertirse
en una masacre, y no sólo deportiva. “Aceptamos una derrota por diferencia de
tres goles. Uno más y nunca volverían a ver a sus familias” fue el mensaje que
recibieron.

3-0 a diez minutos del final. Y ese golpe franco al borde del área parecía
diseñado a medida para el pie izquierdo de Rivelino. Los brasileños no lo saben, y
ni siquiera pueden imaginar la trascendencia mirando las caras asustadas de sus
oponentes. En ese preciso instante José Mwepu Ilunga decide que para salvar su
vida y la de sus compañeros y familias, merecía la pena cubrirse de ridículo. De
forma que sale fuera de la barrera y da un puntapié al balón, pateándolo bien lejos.

Los brasileños se ríen. “¿De qué te ríes?”, se enfada Ilunga. Los brasileños
no saben nada, ni el comentarista de la BBC tampoco: “Un momento singular de
ignorancia africana”, comenta John Motson. Podría habérselo evitado. Ilunga es
amonestado, pero sobre todo Rivelino no marca. Los brasileños necesitan el 3-0
para clasificarse, los zaireños necesitan el 3-0 para conseguir mucho más.

La historia de Ilunga y del Zaire es una de las muchas historias contadas


por Mateo Bruscheta, historias de equipos pequeños que no han enriquecido la
historia, sino la geografía de la Copa del Mundo. Las primeras fueron las Indias
Orientales Neerlandesas, que participaron en la fase final en Francia en 1938 y
jugaron un solo partido contra Hungría, a la postre finalista. Podría haber sido
peor que el 6-0 encajado.
Igualmente podria haber salido peor parada Italia en 1974, cuando Sanon
marcó el gol de su vida para Haití al principio de la segunda mitad. Los “azzurri”
revivieron los fantasmas norcoreanos de Middlesbrough de ocho años antes,
cuando la remontada los rescató en ese partido, no así de una sonada eliminación
en la primera ronda. Pequeños equipos, grandes historias: El Salvador en 1982, Irak
en 1986 o Emiratos Árabes Unidos en 1990. Y también grandes naciones, excelentes
en muchos deportes, pero en la edad de piedra en lo que al se refiere al fútbol,
como Canadá en 1986 y China en 2002.

Muchos equipos, descritos a través de los personajes que animaron


hermosas historias cuando la llegada a la etapa final del torneo representa el
paraíso. Lo recuerdan, las recuerdan, solo unos pocos. Y es por ello por lo que es
aún mejor leer un libro como este.

Nicola Roggero, periodista, escritor, comentarista de Sky Sport Italia. Ha escrito


varios libros, como “Anarchico Testabalorda”, “L'importante è perdere” y “Caro Nemico”
aun no traducidos al castellano.
Bolivia 1994

“Bienvenido a Bolivia”, decía el letrero en el aeropuerto de La Paz, cuando


llegué en octubre de 1992. Guido Loazya, presidente de la FBF, la Federación
Boliviana de fútbol, me había invitado a su tierra natal para ofrecerme el cargo de
entrenador del equipo nacional. Fue una idea de Mario Mercado, presidente del
Bolívar, que el verano anterior había ido a España a negociar el traspaso al
Albacete de su delantero Marco Antonio Etcheverry, apodado “El Diablo”. Mi
amigo Manuel Esteban había conocido a algunos ejecutivos bolivianos y cuando
supo que buscaban un entrenador, les dijo que el único trastornado que podría
aceptar era yo. Poco después, Loazya me llamó para decirme que tenía un proyecto
y yo era su primera opción.

Nunca había trabajado fuera de España, ni entrenado a una selección


nacional, pero me gustaba la idea de vivir en Sudamérica y conocer su cultura. Mi
madre me preguntó muy seria, si iba a Bolivia como misionero. La mía fue una
decisión inusual y valiente, pero en la vida a veces hay que arriesgar. Loazya me
recibió en su casa y me expuso todas sus ideas, hablando infatigablemente hasta
las cuatro de la mañana. La Federación no tenía un peso y Loazya ofreció pagar de
su propio bolsillo mi salario y el de mi ayudante Antonio López. Cuando me
preguntó cuánto quería cobrar, le dije que tener el privilegio de entrenar a una
selección nacional era más importante que el dinero. Realmente lo pensé. Aceptar
la oferta de Bolivia fue la mejor decisión de mi vida, aunque no lo pareciera al
principio.

La recepción fue hostil, agresiva, casi feroz. Cuando llegué a Bolivia en


1992, era el quinto centenario del descubrimiento de América y los bolivianos me
consideraron otro conquistador que iba a Sudamérica para engañarlos y robarles la
plata. Nadie sabía nada de mí, pero les parecía suficiente que yo fuera español para
etiquetarme de una manera negativa. No me conocían los jugadores, ni los
aficionados, ni los periodistas, que escribieron: “Xabier Azkargorta, un ilustre
desconocido”. Así me consideraban. En España me había construido una buena
reputación como entrenador y hombre de deporte. Por supuesto, yo no era famoso
como Johan Cruijff o Javier Clemente, pero en los años ochenta había entrenado a
muchos equipos de Primera División, obteniendo buenos resultados.

Como podéis imaginar por mi apellido, soy originario de Euskadi y como


cualquier vasco que ama el fútbol, de niño tuve dos opciones: la Real Sociedad o el
Athletic de Bilbao. A nivel juvenil, jugué primero con la Real, luego con los leones.
Mi carrera terminó temprano, con sólo veinticuatro años, debido a una grave lesión
en la rodilla derecha. No abandoné el futbol y en 1978 me saqué el carnet de
entrenador. Entrené a dos pequeños clubes vascos, Lagun Onak y Arrerà Vitoria,
dos años cada uno y en 1982 fui al Gimnàstic de Tarragona, en Segunda División B.
Después de sólo un año en Cataluña, me llamaron del Espanyol donde me convertí
en el entrenador más joven en la historia de la Primera División. Tenía sólo
veintinueve años. En Barcelona me quedé tres temporadas, dejando el equipo en
posiciones tranquilas de la tabla. Logré resultados parecidos en los dos siguientes
campeonatos con el Real Valladolid y el Sevilla. Mi última experiencia en el
banquillo fue de 1989 a 1991 en las Islas Canarias, donde entrené al Tenerife,
esquivando el descenso por dos años consecutivos.

Mi vida no era sólo entrenamiento y tácticas. Como periodista de deportes,


escribí muchos artículos para “El Periódico” de Cataluña durante los campeonatos
del mundo en México 86 y también fui comentarista de televisión. Antes de aceptar
la oferta de Bolivia, mi último trabajo fue jefe de la oficina de prensa en los Juegos
Olímpicos de Barcelona, para los partidos de fútbol en el Camp Nou. Pocas
personas saben que fue idea mía inventar la zona mixta, donde los periodistas
pueden entrevistar a los jugadores antes de volver al vestuario.

Después de las Olimpiadas, tuve una gran duda sobre mi futuro: continuar
entrenando o dedicarme a la actividad médica. Me había olvidado mencionar que
me gradué en medicina y cirugía en la Universidad de Barcelona,
especializándome en medicina deportiva. Incluso Diego Armando Maradona,
después de la terrible lesión de 1983, fue mi paciente en mi clínica de Barcelona.
Como deseo de bueno restablecimiento, le obsequié con el libro “La mala hora” de
Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982. Desde entonces somos
buenos amigos, Diego y yo.

Yo no era un ilustre desconocido entonces, los periodistas bolivianos eran


ilustres ignorantes. Antes de aceptar la posición de seleccionador, me informé
sobre el fútbol boliviano. Por ejemplo, sabía que había una generación de jóvenes
jugadores muy prometedora. Los mejores chicos bolivianos crecían en la Academia
Tahuichi Aguilera, en Santa Cruz de la Sierra. Este club fue fundado por el
ingeniero Aguilera en 1978, en su regreso a Bolivia después de siete años de exilio
en Washington, donde había escapado de la dictadura militar. La Academia tenía
una función social y permitía a los niños pobres estudiar y jugar al fútbol gratis.

En los años ochenta, la Tahuichi Aguilera representaba a los equipos


juveniles de Bolivia y participó en dos mundiales sub-17, en 1985 en China y 1987
en Canadá. El torneo más exitoso fue en 1986, cuando Bolivia ganó el
Sudamericano Sub-17 en Perú. La gran figura de aquel torneo fue Marco
Etcheverry, máximo goleador y mejor jugador del torneo. Además del “Diablo”
Etcheverry, nacido en 1970, otros chavales que participaron en los Mundiales Sub-
17 crecieron en la Tahuichi Aguilera: Luis Cristaldo (1970), Erwin “Platini”
Sánchez y Mauricio Ramos (1969).

También las generaciones sucesivas tuvieron buenos jugadores, como Marco


Sandy y Julio César Baldivieso (1971), Juan Manuel Peña (1973) y Jaime Moreno
(1974). Había por lo tanto un grupo de jóvenes válidos junto a veteranos, como el
capitán Carlos Borja, 36 años y Milton Melgar, 33 años. Ambos jugaron en la
Selección de los Ochenta y habían participado en la campaña de Italia 90, en la que
Bolivia había sido excluida sólo por diferencia de goles, en un grupo con Uruguay
y Perú. Sabía que tenía un grupo de buenos jugadores que podían hacer historia en
el fútbol boliviano.

Las dos únicas participaciones en los Mundiales de “La Verde” fueron por
invitación. La primera vez fue en 1930 en Uruguay y como agradecimiento, los
once titulares descendieron al campo con una camiseta blanca con una letra
impresa en cada una, para formar la sentencia: “Viva Uruguay”. El seleccionador
se llamaba Ulises Salcedo quien, en ese Mundial, también hizo de árbitro, además
de juez de línea en siete partidos, incluida la final, Uruguay-Argentina. Los dos
partidos del grupo, contra Yugoslavia y Brasil, terminaron ambos 4-0. Ocho fueron
también los goles recibidos en la otra edición en la que Bolivia participó, en Brasil
en 1950. En esa ocasión, sin embargo, sólo en un único partido contra Uruguay,
entonces campeón del mundo, de los Alcides Ghiggia, Pepe Schiaffino y Obdulio
Varela.

Bolivia era entonces uno de los tres países sudamericanos, junto a Ecuador
y Venezuela, que nunca se había clasificado para la Copa Mundial a través del
proceso clasificatorio. Cuando me hice cargo del equipo, el grupo tenía la moral
baja y no estaba convencido de sus virtudes. Cuando se enfrentaban a Brasil,
Argentina o Uruguay, los futbolistas bolivianos salían derrotados de antemano
desde el vestuario. El equipo, la directiva, la prensa, los aficionados y todo el país
estaban envueltos en una nube de pesimismo cósmico y autocompasión. Yo estaba
convencido que a mi equipo no le faltaba nada, sólo un poco de confianza y actitud
positiva. En aquel momento, más que hablar de táctica, mis colaboradores y yo
insistimos sobre todo en mejorar a nivel psicológico y de autoestima.

Desde el principio, fui muy sincero y directo con todo el mundo, dije a los
jugadores que tenían que pasar página, empezar desde cero, borrar los errores del
pasado y el victimismo crónico boliviano. Hablé mucho con los jugadores y utilicé
“slogans” simples pero efectivos, un poco como hizo mi compatriota Helenio
Herrera con “El gran Inter”. ¿Algunos ejemplos? “Sin excusas, sin coartada”. “No
hay ayer, ni mañana, sólo existe hoy”. “No importa el nombre del oponente, sólo el
nuestro”. “Si queremos, podemos”.

Establecí también algunas reglas, como la alimentación saludable y la


puntualidad en los entrenamientos. Llega un minuto tarde al entrenamiento y
llegarás un segundo tarde a la jugada, les decía a los jugadores. Entiendo que la
puntualidad en la vida diaria significa respeto por lo más valioso que tenemos, el
tiempo. En el futbol significa el respeto por tus compañeros, por uno mismo, por tu
sueño, pero sobre todo, por el futbol. Al principio me sorprendí por la actitud de
los bolivianos, no sólo los futbolistas, sobre los horarios. Si quedas a las diez en
punto, el boliviano llega a partir de las once. Lo inesperado siempre puede ocurrir,
pero cuando preguntas la razón del retraso, la respuesta es siempre la misma: “Así
somos los bolivianos”. En Bolivia llegar puntual está mal visto, no al revés. Otro
problema era la falta de profesionalidad de los jugadores, no seguían una vida
propia de atleta. No siempre podía controlarlos como un policía, tenían que
aprender a autogestionarse incluso en la vida privada, no sólo en las
concentraciones. No podían ser futbolistas a tiempo parcial, aunque sus clubes los
tratasen como tales.

En 1993 hubo una huelga de jugadores en el fútbol boliviano y se paralizó el


campeonato liguero. Se sentían tratados como esclavos, sus clubes pagaban el
salario con cuentagotas. No tenían ni un estatuto ni una entidad para protegerlos,
puesto que el sindicato de categorías, la FABOL (Futbolistas Agremiados De
Bolivia), fue reconocido legalmente solamente en 1994. Los líderes eligieron la
manera más fácil: suspender el Campeonato durante seis meses, dejando docenas
de jugadores sin trabajo. Fue un largo periodo sin fútbol, pero bien aprovechado
por la Selección. La única parte positiva de la huelga era que podría entrenar a los
jugadores cada semana, con excepción de los pocos que jugaban en el extranjero.
Era un seleccionador que podía trabajar como un entrenador de club.

El primer evento en el que participamos fue en enero 1993 en India, la Copa


Nehru, donde sufrimos tres derrotas en tres partidos, contra Corea del Norte,
Rumania y Rusia. En marzo fuimos a Centro y Norteamérica, donde empatamos
contra El Salvador, Honduras y Estados Unidos. En mayo nos fuimos tres semanas
de concentración a España, para prepararnos para la Copa América en Ecuador el
mes siguiente. Entrenamos en el centro de alto rendimiento (CAR) en San Cugat, al
norte de Barcelona, un lugar que conocía bien la época en el Espanyol. No fueron
días divertidos: mucho trabajo y poco tiempo para distraerse.

La Federación boliviana no tenía un clavel, por lo que cada jugador solo


tenía unas dietas de 20 dólares por día, sin ningún sueldo fijo. Vivíamos en tales
condiciones espartanas que, durante el fin de semana, los chicos no tenían dinero
para salir, así que preferían quedarse en San Cugat a entrenar. En la pensión donde
estábamos alojados, no alcanzaba el agua para todos. Terminaba el entrenamiento
y tenías que correr porque había agua sólo para los primeros. Se hicieron famosos
los gritos de “¡agua, agua...!”. Fue un período de trabajo duro e intenso, tres
semanas sin comodidades ni familia, pero estoy convencido que vivir en esas
condiciones fortaleció al grupo.

En el camino de regreso de Europa, jugamos otros amistosos, empatando


contra Estados Unidos y perdiendo contra Perú y Chile, nuestro rival histórico.
Después de mucho tiempo al nivel del mar en Barcelona, fue complicado
aclimatarse y acostumbrarse a los 3600 metros de La Paz y contra los chilenos
perdimos con un claro 3-1. Durante el partido, nuestros aficionados se burlaron de
nosotros y gritaron “Olé” en cada toque de los chilenos. Había tanta rabia
concentrada que incluso necesitamos escolta policial para salir de la cancha. Para la
prensa yo era el chivo expiatorio, los periodistas me atacaron duramente. “Vasco,
te la comiste”, “Vuélvete a tu casa”, “Estás robando”, fueron algunos títulos de los
periódicos. No me criticaban por nuestro fútbol, era personal, se podía sentir el
rencor.

En este clima de pesimismo, nos fuimos a la Copa América en Ecuador. El


grupo de la muerte con Argentina, Colombia y México fue la prueba ideal para
certificar nuestros progresos. En el debut perdimos por la mínima contra
Argentina, con un gol en contraataque de Batistuta, y luego empatamos contra
Colombia (1-1) y México (0-0). Aunque no pasamos la primera ronda, en Ecuador
mis chicos me dieron las respuestas que buscaba, de cara a la clasificación de la
CONMEBOL para la Copa Mundial de fútbol de 1994. En aquel momento la
fórmula no era como la actual, un torneo todos contra todos entre las diez
escuadras de la Conmebol, que se prolonga por casi dos años. A su vez, los nueve
equipos se dividieron en dos grupos: el grupo A con cuatro integrantes y el B con
cinco. Los dos primeros de cada grupo obtuvieron la clasificación. El sistema
utilizado en los grupos fue una liguilla de ida y vuelta, durante dos meses, de julio
a septiembre. Nuestros adversarios eran Brasil, Ecuador, Uruguay y Venezuela.

La primera etapa de nuestra aventura fue el 18 de julio de 1993, en Puerto


Ordaz, Venezuela. Hacía mucho calor esos días y los periodistas venezolanos me
preguntaron si mi equipo se había acostumbrado al clima sofocante. Que pregunta
banal, pensé. Muchos pensaron que descender de los 3600 metros de La Paz, nos
cortaría las piernas. La verdad es que el cuerpo humano no tiene ningún problema
para acostumbrarse a jugar a nivel del mar. Si está caliente, el cuerpo reacciona
transpirando y es necesario hidratarse. Punto. Los maratonianos y marchistas
mexicanos, por ejemplo, en aquel período se entrenaban en altura en el Lago
Titicaca para competir al nivel del mar en el campeonato del Mundo de atletismo
en Stutgart.

Mi equipo estaba listo, física y mentalmente, pero un accidente inesperado


ocurrió: el gol del venezolano Oswaldo Palencia al decimoquinto minuto del
partido, gracias a un error grosero de nuestro arquero Darío Rojas. Algunos
amigos bolivianos me dijeron entonces sus reacciones a ese gol: uno apagó la
televisión, otro pensó “la misma historia de siempre”, otro apostó cuántos goles
mas habríamos encajado. Mi Bolivia, sin embargo, había cambiado, no lloraba más
y en media hora empatamos con Erwin Sánchez. Fue el primero de siete goles: tres
en la primera mitad y otros cuatro en la segunda, con tripletes de Erwin Sánchez y
Luis William Ramallo y un gol de Luis Cristaldo. Fue un récord histórico, la mayor
victoria de visitante en las eliminatorias sudamericanas para la Copa Mundial.
Nadie ha mejorado ese récord. Venezuela era conocida como la cenicienta de
Sudamérica, pero marcar siete goles fue notable, una gran inyección de confianza.
El 7-1 fue el inicio del gran cambio del fútbol boliviano.

A pesar de la victoria, en Bolivia mi presencia continuaba siendo indeseada.


Unos días más tarde, mientras estaba en el hotel con el equipo, llegó una carta de
amenazas contra mí. “Le dirigimos la presente misiva para advertirle que, si no
clasifica a nuestra selección para el Mundial 94, olvídese de su existencia. Usted no
es nada más que un estafador, un mediocre y un pobre charlatán”. Era una
amenaza de muerte, pero yo no le di importancia; lo que pasa es que cuando la
abrí en el hotel había un grupo de periodistas y la propagaron. No fue porque yo
hubiese querido que fuese así. El día después la noticia estaba en todos los
periódicos.

No me importaba, mi única preocupación era el partido contra Brasil, que


una semana más tarde nos visitó en La Paz. Un rival ciertamente más competitivo
que Venezuela, nuestros oponentes se llamaban Taffarel, Cafu, Leonardo, Mauro
Silva, Rai, Bebeto... La Bolivia anterior habría salido derrotada antes de salir a la
cancha, pero le dije a mis jugadores que se olvidaran el nombre del oponente o el
hecho de que en su historia Brasil nunca había perdido un partido de eliminatorias
para la Copa del mundo. Es cierto que tuvimos un precioso aliado: el estadio
Hernando Siles, ubicado a 3637 metros de altitud. Más que ayudarte a ganar, la
altura ayuda a tu oponente a perder.

Hay una enorme diferencia en jugar en altura al nivel del mar. A gran
altitud el aire está enrarecido, no permite una oxigenación normal de la sangre y
por lo tanto hay menos energía en los músculos si se hace un esfuerzo. Esto es
debido a una concentración máxima de hemoglobina en la sangre. Unos días en
altura, no son suficientes para el cuerpo humano para acostumbrarse y es
imposible para un atleta rendir al máximo. Sabía que nuestros oponentes habrían
tenido muchas dificultades para jugar con alta intensidad durante los noventa
minutos. Si hubiéramos jugado con ritmo desde el principio, estaba seguro de que
los brasileños se habrían derrumbado en la segunda parte. Fue justo como yo
esperaba.

El partido estaba bloqueado en el 0-0 cuando, a falta de diez minutos para el


final, con Brasil sufriendo, Jorginho cometió una falta dentro del área a Etcheverry.
Erwin Sánchez se encargó de cobrar el penal, pero Taffarel atajó su disparo. Del
cielo al infierno. Después del error de Erwin, recuerdo un gran silencio, el miedo
de los aficionados, los fantasmas de la vieja Bolivia. Corríamos el riesgo de perder
un partido que manejábamos bien y merecíamos ganar. Necesitábamos una
reacción inmediata y decidí sustituir a “Platini”, a pesar de que era nuestro mejor
jugador. A la salida del campo, lo abracé fuerte, necesitaba mi afecto para
consolarlo y al mismo tiempo, para animar al equipo. La amistad es ese tesoro que
te salva de la desesperación en los momentos que menos te imaginas, sin necesidad
de llamarla. Ese abrazo a Sánchez simbolizaba la hermosa relación con mis
jugadores.

En el minuto 88 llegó la señal de que la suerte estaba de nuestro lado. “El


Diablo” Etcheverry recibe un balón en terreno boliviano, cruza la mitad de la
cancha, enfrenta a Jorginho y cerca de la raya, desde la izquierda, cayéndose,
remata fuerte al medio. La pelota golpea la pierna de Taffarel y termina en la red.
Un gol afortunado pero merecido. La victoria parcial se rubricó un minuto más
tarde, cuando Juan Manuel Peña, apenas entrado de suplente, firmó el 2-0 tras un
veloz contraataque. La Cenicienta Bolivia derrotó al gran Brasil. El pueblo
boliviano salió a la calle para celebrarlo en La Paz, Santa Cruz, Cochabamba, Oruro
y en cualquier rincon del pais. Aquel 25 de julio de 1993 en Bolivia siempre seguirá
siendo una fecha histórica. Bolivia salió hasta en el New York Times, pero por
motivos futbolísticos, en lugar de por narcotráfico o pobreza. La famosa revista
neoyorquina le dedicó una nota y en su portada escribió: “El fútbol ha forjado un
nuevo optimismo en Bolivia”.
Un gran triunfo, que corría el riesgo de ser arruinado unos días más tarde.
El presidente de la Federación Boliviana de Futbol, Guido Loazya, recibió una
carta del presidente de la FIFA, Joseph Blater, en la que se le comunicó el positivo
en cocaína de nuestro defensor Miguel Ángel Rimba y del arquero suplente
brasileño Zeti. Un dopaje debido a un mate de coca, una bebida muy popular en
Bolivia. Lo bebo algunas veces, aunque prefiero el café. “Coca no es cocaína” se
dice en Bolivia. Contrariamente a lo que se podría pensar, el mate de coca no es
una bebida con efectos estimulantes y hemos estudiado una estrategia de defensa
para probarlo en la FIFA.

Los que no sabían nada del mate de coca, rápidamente sacaron conclusiones
precipitadas: Rimba es un drogadicto. Yo conocía a Miguel Ángel, como persona y
como profesional, y sabía que él no tenía malas intenciones. Incluso si lo hubieran
descalificado, no lo habría echado de la selección. Sabiendo cómo funcionan las
cosas en la FIFA, era muy pesimista pero la estrategia defensiva de nuestra
Federación, apoyada por datos científicos y legales, funcionó y Rimba fue absuelto.
Lo mismo pasó con Zeti, que no había recibido ayuda de la Federación brasileña.
La pequeña Bolivia había dado una lección al gran Brasil, incluso fuera del campo.

Después de la victoria contra la Seleção, hablé mucho con los jugadores,


quería que fueran conscientes de sus propios medios, pero no dejar que esto
triunfo se le subiera a la cabeza. Una de mis frases clave es: “No hay ayer, sólo
hoy”. Les dije a los chicos que las expectativas serían cada vez mayores, el éxito es
efímero y las victorias con Venezuela y Brasil habrían sido inútiles si nos dábamos
por satisfechos. El sorteo del calendario fue benévolo para nosotros: después de
Brasil, tuvimos una ronda de descanso, quince días para preparar los tres partidos
siguientes, que se jugaban todos en La Paz, nuestra fortaleza.

El primer partido fue contra Uruguay y sus figuras como Enzo Francescoli,
Rubén Sosa y Daniel Fonseca. A nivel psicológico, Uruguay vino miedoso e
inseguro. Teníamos que aprovechar los temores uruguayos, así como la altitud. El
desarrollo fue el mismo que el del partido contra Brasil: durante una hora el
resultado se atascó en el 0-0 y cuando nuestros oponentes bajaron físicamente y el
árbitro expulsó Álvaro Gutiérrez, acechamos a la presa como un cóndor andino. En
el cuarto de hora final, marcamos tres goles con “Platini” Sánchez (71'), Etcheverry
(81') y Melgar (86'). El tiro libre de Francescoli en el 90' no arruinó otro día
inolvidable para el pueblo boliviano.

No fue la última víctima cosechada en el Hernando Siles. Una semana


después, fue el turno de Ecuador, derrotado por un gol de Ramallo. El cuarto y
último partido consecutivo en La Paz, contra Venezuela, fue un auténtico
espectáculo. El partido salió bien desde el primer momento con un gol de Ramallo.
Luego en la última media hora anotamos otros seis goles: dos Etcheverry, dos
Melgar, uno Sánchez y hasta el defensor Sandy marcó uno. Quinta victoria
consecutiva, veinte goles anotados y sólo dos sufridos: ¿quién lo podría imaginar
unas semanas antes? Todo el mundo hablaba de Bolivia, no por un golpe de estado
o por el narcotráfico, sino gracias al fútbol.

Faltaba un último punto para clasificarnos para la Copa Mundial, bastaba


conseguir solamente un punto en las visitas a Brasil, Uruguay y Ecuador. El primer
partido fue un desastre: Brasil se tomó su revancha, anotando seis goles, cinco sólo
en la primera mitad. A pesar del baile reicibido, al regreso de Recife cientos de
personas nos esperaron en el aeropuerto de La Paz para animarnos. El pueblo
boliviano mostró madurez, carácter, garra, deseo de reaccionar. Fue una sensación
fuerte, más hermosa que después de una victoria. Más de 4000 bolivianos nos
acompañaron al “Centenario” de Montevideo para el penúltimo partido.

En este día histórico, un hombre arruinó todo: el árbitro colombiano


Armando Perez Hoyos. Después de dos minutos, tras piscinazo de Fonseca fuera
del área, el colegiado se inventó un penal, que Francescoli se encargó de convertir
en gol. Reaccionamos pronto y antes de la media hora empatamos con Ramallo.
Sin embargo, el árbitro no había terminado su trabajo: al final de la primera mitad,
expulsó a dos jugadores (“Pato” Aguilera y nuestro Juan Manuel Peña) y dio ocho
minutos de descuento, durante los cuales Fonseca anotó el 2-1 de gran volea zurda
a pase de Francescoli. Como siempre he dicho a mis jugadores, no se deben buscar
excusas o pretextos, pero ese día en Montevideo fue un escándalo, un robo, una
vergüenza. No podía callarme. Al final del partido, dije claramente que incluso un
pequeño país como el nuestro tenía el derecho a participar en un Mundial, no sólo
los mismos de siempre.

A pesar de las dos derrotas, teníamos un tercer y último partido para


certificar la clasificación, el 19 de septiembre de 1993 en Guayaquil contra Ecuador.
Nuestros oponentes ya estaban eliminados y el partido fue disputado a puerta
cerrada, se daban las condiciones idóneas para obtener el punto que nos faltaba.
Brasil y Uruguay tenían nuestros mismos puntos en ese grupo (10) pero se
enfrentaron en el Maracaná de Río de Janeiro. Por lo tanto, un empate era
suficiente para nosotros. Recordé a mis hombres lo mucho que habíamos trabajado
y sufrido para llegar hasta allí. No podíamos pararnos justo delante de la línea de
meta. El gol tan esperado llegó en el último minuto de la primera mitad del
partido, obra del artillero Ramallo. En el segundo tiempo Ecuador empató con
Noriega, pero ese 1-1 fue bastante para superar a Uruguay y obtener la histórica
calificación. Para un país como Bolivia, era como ganar el Mundial.

En pocos meses, el “ilustre desconocido” se convirtió en un héroe nacional.


Al principio me llamaban “El Vasco”, casi para señalar que yo era un extranjero,
después de las victorias contra Brasil y Uruguay los bolivianos me apodaron “El
Bigotón” o “El Profe”. Me había convertido en uno de ellos. En ese mágico 1993 fui
condecorado con el Cóndor de los Andes, grado Gran Oficial, la más importante
distinción que confiere el Estado boliviano. El escritor Julio Peñaloza incluso me
dedicó un libro: “Cien preguntas para Xabier Azkargorta”. No soy una persona
que ame a los héroes y no me considero tal. Me dio mucha felicidad haber
clasificado a Bolivia para el Mundial y haber dado tanta alegría a su gente. Más
que el éxito, sin embargo, aprecio las pequeñas cosas diarias, como ver a una
anciana que apoya su bolsa de compras para aplaudir el paso de nuestro autobús.
Gracias también a nuestros logros, Bolivia se había convertido en un pueblo unido,
deseando con esperanza el día de mañana.

Para nosotros el futuro se llamaba USA '94. Para elevar nuestro nivel,
necesitábamos enfrentarnos a otras selecciones y de febrero a mayo, jugamos diez
partidos amistosos contra equipos clasificados para la Copa del Mundo. En los
amistosos, derrotamos a Colombia y Arabia Saudita, empatamos contra Estados
Unidos, Camerún, Grecia y Suiza, y perdimos contra Rumania e Irlanda. Por
supuesto reafirmé el grupo de jugadores y el esquema táctico, un sólido 5-4-1. La
calidad en el campo la garantizaban Melgar y “Platini” Sánchez, pero nos faltaba
un poco de factor sorpresa, un hombre capaz de sorprender y romper la defensa
enemiga.

Desafortunadamente nuestra media punta, Marco Etcheverry, se rompió el


ligamento cruzado de la rodilla izquierda durante el Superclásico chileno el 14 de
noviembre de 1993 entre el Colo, su equipo, y la Universidad de Chile. “El Diablo”
estuvo seis meses de baja, estaba desesperado. Cuando lo visité en el hospital, le
dije que tendría que ver el vaso medio lleno, incluso en las malas. Si no le hubiera
dado esperanzas de participar en el Mundial, Marco nunca se habría recuperado
de esa terrible lesión. Fue un estímulo para trabajar duro y recuperarse a tiempo.
Aprecié su gran esfuerzo y aunque no estaba en forma, lo recompensé
incluyéndolo en la lista de los 22 convocados. Se lo merecía por todo lo que nos
había dado durante las eliminatorias.

En los Estados Unidos, nuestro alojamiento era en la Hamburger University,


el centro de formación de McDonald's en Oak Brook, Illinois, una villa al oeste de
Chicago. Como muestra de hospitalidad, la cadena de fast food nos ofreció sus
productos de forma gratuita durante toda la duración de nuestra estancia.
Respondí que no era buena idea. El sorteo de Las Vegas nos regaló una gran
oportunidad: el partido inaugural en Chicago contra Alemania, el actual campeón
del Mundo. El 17 de junio de 1994, el presidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de
Lozada, disfrutó de la ceremonia inaugural y tuvo el honor de sentarse entre sus
colegas, el norteamericano Bill Clinton y el alemán Helmut Kohl, con Harry
Kissinger alguna butaca más allá.

Mientras que Diana Ross cantaba y fallaba el famoso penal, hablé con mis
jugadores en el vestuario. De tácticas discutimos en los días anteriores, así que me
centré en el aspecto emocional, quería tocar el corazón de mis hombres. Les dije a
mis chicos que los alemanes eran superiores en todo: eran más fuertes físicamente,
más rubios, más ricos y conducían coches más potentes. Pero carecían de una cosa:
el afecto que nos unía, la solidaridad que nos había permitido llegar hasta el
Mundial.

El partido se jugó a las dos de la tarde con una temperatura de 40 grados.


Condiciones difíciles, más de cincuenta aficionados presentes en las gradas fueron
hospitalizados por insolación. Jugamos muy bien, defendiendo con orden y
atención en toda la cancha. Sabíamos que, si los hubiéramos presionado en las
bandas, los alemanes le habrían dado la pelota al libero Lothar Mathäus para
sacarla en largo. De esa manera podríamos dejar a sus atacantes en fuera de juego.
En el minuto 60, el mediocampista Thomas Hässler avanzó por detrás, eludiendo
nuestra trampa. Nuestro guardameta Carlos Trucco salió de su área, pero se
resbaló, dejando el arco libre para el fácil disparo de Jürgen Klinsmann. Una
ingenuidad decisiva.

A falta de diez minutos para el final del encuentro, reemplacé a Ramallo con
Etcheverry, con la esperanza de que se inventaría algo para empatar. Su partido
duró solamente dos minutos. Mathäus chocó con él y “El Diablo” reaccionó con
una patada, tonta, pero sin violencia. Una falta como mucho para amarilla, pero el
árbitro mexicano Arturo Brizio Carter le mostró la roja. Pobre “Diablo”, trabajó
duro y jugó sólo dos minutos. En La Paz docenas de bolivianos salieron en la calle
y lanzaron piedras a la Embajada Mexicana, en protesta por la decisión de Brizio
Carter. Años más tarde, cuando trabajaba para el Real Madrid, tuve la oportunidad
de conocer personalmente a Mathäus. Le tiré de las orejas metafóricamente: la
patada de “El Diablo” era una caricia para un alemán de hierro como él, no hacía
falta montar tanto drama.
Jugábamos el segundo partido seis días más tarde en Boston, contra Corea
del Sur, que en el debut empató 2-2 contra España. En teoría era el rival más
asequible, en realidad resultó un hueso muy duro de roer. Los asiáticos corrieron
mucho y nos pusieron las cosas difíciles. El partido acabó 0-0, el primer punto de
Bolivia en la Copa del Mundo. Mas que el empate, me molestó mucho la segunda
expulsión en dos partidos. Castillo, expulsado por protesta, pagó la severidad, o
más bien la intransigencia, del colegiado. Los equipos pequeños siempre son
perjudicados por los árbitros y nuestros dirigentes prometieron protestar a João
Havelange, esperado en una visita a La Paz en agosto. No dije nada, pero pensaba
como ellos.

El último partido del grupo fue especial para mí a nivel afectivo: jugábamos
contra España, mi tierra y contra Javier Clemente, vasco como yo. Los periodistas
españoles intentaron enfadarme y menospreciar mi trabajo, insinuando que Bolivia
se había clasificado sólo gracias a jugar en la altura. Respondí que, incluso antes de
mi llegada, Bolivia jugaba en La Paz, pero sus resultados habían sido mediocres. Si
realmente piensas como la prensa, se debería prohibir el fútbol en invierno en
Moscú porque es demasiado frío o Los Ángeles en verano porque hace demasiado
calor.

En la primera parte del partido, jugamos de tú a tú con España y golpeamos


el travesaño con Ramallo. Un penalti dudoso, marcado por Pep Guardiola, cambió
la dinámica y la cara del partido. En la segunda mitad, después del 2-0 de
Caminero, “Platini” Sánchez tuvo el honor de anotar el primer y único tanto de
Bolivia en su historia en la Copa del Mundo. Un gol histórico, aunque inútil,
puesto que Caminero marcó el 3-1. No logramos clasificarnos para los octavos,
pero conseguimos el resultado mínimo que nos habíamos exigido los bolivianos:
un punto y un gol.

Salimos con la cabeza bien alta, demostrando a todo el mundo que nuestra
clasificación no había sido accidental. Había alcanzado todos mis objetivos y ya
antes de la Copa del Mundo, había decidido que mi aventura en Bolivia se daría
por concluida después de USA '94. El presidente Loazya intentó convencerme de
que continuara, pero cuando entendió que no habría cambiado idea, sabiamente
decidió nombrar seleccionador a mi ayudante Antonio López.

Después de irme de Bolivia, entrené a la Selección de Chile y al Yokohama


Marinos en Japón. Mi vuelta al mundo continuó como embajador del Real Madrid.
El Presidente Florentino Pérez y su director de relaciones institucionales, Emilio
Butragueño me eligieron embajador madridista en América y director de las
escuelas deportivas internacionales del Real Madrid. En 2003 llegué a México para
encargarme de la apertura de la primera escuela del Real Madrid fuera de España.
Dos años más tarde, en verano de 2005, acepté una oferta para entrenar al Chivas
de Guadalajara, pero fui despedido tres meses después, debido a los malos
resultados. Entre tanto, el Real Madrid había firmado acuerdos de colaboración
para la explotación de los derechos audiovisuales con algunos equipos chinos, y
Butragueño me ofreció la dirección deportiva del Beijing Gouan.

Aunque nunca llegué a olvidar mi primer amor y en 2011 volví a vivir en


Bolivia, a Santa Cruz, ciudad de mi novia. Después de la dimisión de Gustavo
Quinteros, que había sido mi jugador, en 2012 la Federación me ofreció el puesto
de seleccionador. Aparte de una fugaz experiencia en Chivas de Guadalajara en
2005, no había entrenado durante 14 años. Sabía que podría arruinar las cosas
buenas que había hecho en mi primera experiencia. Todo el mundo me aconsejó no
aceptar, pero yo no soy un cobarde.

La recepción de la prensa fue hostil, como veinte años antes. De “ilustre


desconocido”, me había convertido en “el pirata”. No me lo podía creer. Por el
contrario, los bolivianos siempre fueron agradables conmigo. En cada lugar donde
fui, recibí apretones de manos, felicitaciones y palabras de agradecimiento. No se
habían olvidado de mí.

En comparación con 1993, el proceso de clasificación de la CONMEBOL


había cambiado y las diez selecciones debían enfrentarse con el sistema de todos
contra todos, jugando 18 partidos en dos años. Prefería el sistema anterior, que me
permitía trabajar con el equipo durante un período de tres meses, bastante para
crear una identidad de grupo. El nuevo proceso se adapta a la selección con gran
individualidad y ha sido diseñado para evitar sorpresas como mi Bolivia en 1994.
Lamentablemente no pudimos repetir aquel gran resultado. No nos clasificamos
para la Copa Mundial en Brasil, a pesar de las victorias contra Uruguay y el
empate contra Argentina en La Paz.

Después de la despedida a “La Verde”, me quedé en Bolivia: he entrenado


al Bolívar, ganando la Primera División y llegando hasta las semifinales de la Copa
Libertadores, también al Oriente Petrolero y Sport Boys. Esta mágica tierra entró en
mi corazón, siempre digo que mi vida se divide en un antes y un después de
Bolivia. Un país difícil de entender, pero imposible de olvidar.
EL CAMINO DE BOLIVIA HASTA USA ‘94

18-7-1993, Puerto Ordaz: Venezuela-Bolivia 1-7

25-7-1993, La Paz: Bolivia-Brasil 2-0

8-8-1993, La Paz: Bolivia-Uruguay 3-1

15-8-1993, La Paz: Bolivia-Ecuador 1-0

22-8-1993, La Paz: Bolivia-Venezuela 7-0

29-8-1993, Recife: Brasil-Bolivia 6-0

12-9-1993, Montevideo: Uruguay-Bolivia 2-1

19-9-1993, Guayaquil: Ecuador-Bolivia 1-1

Clasificación Grupo B:

Brasil 12 puntos, Bolivia 11, Uruguay 10, Ecuador 5, Venezuela 2.

Goleadores de Bolivia:

Luis Ramallo 7 goles, Erwin Sánchez 5, Marco Etcheverry 4, Alvaro Peña 2,


Luis Cristaldo, Milton Melgar, Marco Sandy 1.
BOLIVIA EN LA COPA DEL MUNDO DE 1994

Primera ronda:

17-6-1994, Chicago: Alemania-Bolivia 1-0 (61' Klinsmann)

23-6-1994: Boston: Corea del Sur-Bolivia 0-0

27-6-1994, Chicago: Bolivia-España 1-3 (19' Guardiola, 66' y 70' Caminero,


67' Sánchez)

Clasificación Grupo C:

Alemania 7 puntos, España 5, Corea del Sur 2, Bolivia 1.

Goleadores de Bolivia:

Erwin Sánchez 1 gol.


CURIOSIDADES

Xabier Azkargorta habla siete idiomas: castellano, vasco, catalán, inglés,


francés, japonés y chino.

Cuatro jugadores convocados a USA '94 trabajaron como seleccionadores de


Bolivia: Carlos Trucco (2001-2002), Erwin Sánchez (2006-2009), Gustavo Quinteros
(2010-2012) y Julio César Baldivieso (2015-2016).

En 1997 Bolivia organizó la Copa América, llegando hasta la final (perdida


3-1) contra el Brasil de Ronaldo. El único triunfo en Copa América se remonta a
1963, edición organizada en Bolivia.

El 31 de agosto de 2017, perdiendo en Lima contra Perú, Bolivia rompió el


récord mundial de una mayor cantidad de partidos sin ganar fuera de casa
jugando eliminatorias (53 partidos de visitante sin victoria).

El último triunfo de visitante de Bolivia fue el 18 de julio de 1993,


Venezuela-Bolivia 1-7, que es también la mayor victoria de visitante en la historia
de las eliminatorias CONMEBOL clasificatorias para la Copa del Mundo.

El árbitro mexicano Arturo Brizio Carter ha dirigido seis partidos de la


Copa del Mundo, expulsando a siete jugadores: Marco Etcheverry (Bolivia-
Alemania 1-0), Rigobert Song (Brasil-Camerún 3-0) y Gianfranco Zola (Italia-
Nigeria 2-1) en USA '94; Mohammed Al Khlaiwi y Zinedine Zidane (Francia-
Arabia Saudí 4-0), Arthur Numan y Ariel Ortega (Holanda-Argentina 2-1) en
Francia '98.

El 27 de mayo de 2007, la FIFA prohibió la disputa de partidos


internacionales a más de 2.500 metros de altitud. En protesta, el presidente de
Bolivia Evo Morales jugó un partido de exhibición a 6.542 metros de altitud, en el
nevado Sajama, el pico más alto de Bolivia y que forma parte de la cordillera de
Los Andes.

El 27 de junio de 2007 la FIFA elevó a 3.000 metros su prohibición y además,


hizo una excepción con el estadio Hernando Siles de La Paz.
Irak 1986

El fútbol debería ser pasión, júbilo, compartir sueños y victorias, desencanto


y derrotas con tu amigos y compañeros. Debería. Mi historia, como las de muchos
chicos iraquíes, dice lo contrario: dolor y sufrimiento, angustia y miedo.
Sentimientos que no le deseo a nadie, que muchos deportistas iraquíes fuimos
obligados a vivir durante la dictadura de Saddam Hussein, durante más de dos
décadas. Yo, Ahmad Radhi Amaiesh, soy uno de los futbolistas con más talento y
entre los más queridos en la historia del futbol iraquí. Asistí y marqué goles en
grandes eventos internacionales, gané campeonatos y premios individuales, pero
los triunfos son pasajeros, se van con el viento. Las cicatrices tanto físicas como
psicológicas, por el contrario, permanecerán siempre conmigo.

Sin embargo, hubo un momento en el que para mí el fútbol era sólo alegría,
cuando jugaba con mis amigos en las calles de Bagdad. Nací en la capital iraquí el
21 de marzo de 1964, de padres originarios de Basora, una ciudad portuaria en la
frontera con Kuwait. En la década de los años setenta, el fútbol en Irak era muy
popular, gracias a las victorias de nuestra selección nacional. Los Leones de
Mesopotamia eran una potencia en la Península Arábiga, sólo Kuwait era más
fuerte, al menos hasta abril de 1979, cuando Irak organizó y ganó su primera Copa
del Golfo, derrotando a sus eternos rivales, que habían ganado las cuatro ediciones
anteriores. Yo era un chico de quince años y recuerdo las celebraciones en las calles
de Bagdad. Ninguno de nosotros sabía que la fiesta y la paz solo durarían unos
meses.

En julio de 1979, el presidente Ahmed Hassan Al-Bakr presentó su renuncia


y Sadam Hussein ocupó la presidencia del país, ocupando la poltrona durante 24
años. Fue el comienzo de un largo túnel. Una de las primeras acciones del nuevo
presidente fue la invasión de Irán, en medio de la Revolución Islámica guiada por
el ayatolá Jomeini. La guerra comenzó en septiembre de 1980 y duró ocho largos
años, causando miles de víctimas en uno y otro bando. La guerra con Irán causó
numerosos problemas a todos los niveles, incluyendo impedir a nuestra selección
disputar los partidos domésticos en Irak durante muchos años. El último
encuentro que recuerdo en Bagdad fue el desempate para los Juegos Olímpicos de
Moscú contra Kuwait, perdido 3-2.

Ese día quedó claro que las cosas habían cambiado en el fútbol iraquí, tras el
ascenso de Saddam Hussein al poder. El presidente había encomendado a Sabah
Mirza, su guardaespaldas, la guía de la Federación de futbol. La noche antes del
partido contra Kuwait, Mirza visitó a la selección en el hotel Al-Canal y no
encontró a Nadhim Shaker, nuestro mejor defensor, que había salido a cenar con
una conocida actriz iraquí, Suaad Abdallah. Shaker regresó al hotel a las once de la
noche, claramente más allá del toque de queda. El castigo fue ejemplar: Nadhim
fue excluido de la selección y dado que todavía estaba de servicio en las fuerzas
armadas, fue trasladado a Kirkur, un lugar remoto e inhóspito.

En las horas siguientes a la derrota contra Kuwait, Sabah Mirza y otro


dirigente Marouf Khadir, visitaron al árbitro malasio George Joseph, mientras este
descansaba en la habitación de su hotel. Lo acusaron de ser un corrupto, lo
golpearon y le robaron, Mirza incluso descerrajó un tiro con su revólver. El pobre
colegiado dejó Bagdad la mañana siguiente sin dinero, con una mandíbula
fracturada y mucho miedo. El castigo de la FIFA fue de 100.000 francos en multas e
inhabilitación de dos años para jugar partidos en Irak. Fue sólo uno de muchos
episodios de violencia que ensangrentaron el fútbol iraquí en más de dos décadas
con Saddam en el poder.

Siendo un chaval, un ojeador me descubrió y desde los doce a los dieciséis


años, jugué y me entrené en el centro técnico juvenil de Bagdad. En aquella época
jugué mi primer torneo juvenil en el extranjero, la Gothia Cup en Gotemburgo,
Suecia. Mi carrera profesional comenzó en 1982, cuando tenía dieciocho años
debuté en la liga nacional con la camiseta del Al-Zawraa. Después de haber
marcado los primeros goles en la liga, el entrenador Emmanuel Baba Dawud,
apodado por todos “Ammo Baba”, me convocó para la selección nacional. En Irak,
Ammo Baba era una leyenda, el deportista más querido por el pueblo iraquí. Fue
suyo el primer gol anotado por nuestra selección en su debut oficial, un partido
terminado 3-3 contra Marruecos para los Juegos Pan arábicos de 1957. Sus hazañas
atrajeron la atención de varios clubes británicos, como el Celtic y el Liverpool, pero
Baba no se sentía cómodo ante la posibilidad salir de Irak. Si el fútbol en nuestra
tierra es tan popular, gran parte del mérito le corresponde a Ammo Baba, primero
como jugador y luego como entrenador.

El 10 de octubre de 1983, aún recuerdo la fecha con precisión, marqué mi


primer gol con Irak, en Sharjah contra los Emiratos Árabes Unidos, un gol decisivo
para pasar a la ronda final de clasificación en los Juegos Olímpicos en Los Ángeles.
Sin embargo, mi sueño olímpico no se cumplió, debido a una pelea con Ammo
Baba sobre sus métodos de entrenamiento, que juzgué demasiado intensos y
físicos. Fue un error discutir con Ammo, era aun muy joven con veinte años y
aquella decepción, la primera en mi carrera fue una lección que me hizo crecer.

El 1984 fue también el año en que cambié de equipo y me pasé al Al-


Rasheed, un club fundado un año antes por Uday Hussein, hijo mayor del
presidente Saddam. Ambos teníamos prácticamente la misma edad, recuerdo que
cuando nos conocimos me parecía un chico agradable y respetable. Pronto, sin
embargo, me di cuenta de haberlo juzgado mal. Uday me quería en el Al-Rashid,
donde habría jugado al lado de los mejores jugadores iraquís de aquella época,
como el zaguero Adan Dirjal, el volante Shaker Mahmoud y los hermanos Karim y
Kalil Allawi, ambos defensores. No quería cambiar de equipo, pero Uday encontró
la manera de convencerme. Una noche sus secuaces vinieron a mi casa y me
llevaron. Me golpearon y me amenazaron: en el caso de no aceptar el traspaso al
Al-Rasheed me habrían acusado de tener un romance con la esposa de un dirigente
de el Al-Zawraa. Por lo que si quería seguir jugando al fútbol, no podía rechazar la
oferta de Uday.

Acepté a regañadientes, a pesar de que odiaba a ese club, como la mayoría


de los aficionados al fútbol iraquí. Tener reunidos a los mejores jugadores en un
solo equipo, arruinó la competitividad en el campeonato de Irak. Inevitablemente
el Al-Rasheed fue la columna vertebral de la selección, que en 1985 se preparaba
para las eliminatorias de la Copa del Mundo en México. Una meta realista para
nuestro equipo nacional que, en 1984, además de participar en los Juegos
Olímpicos, había ganado la Copa del Golfo en Omán. Mientras tanto, después de la
eliminación en la primera ronda en los Juegos de Los Ángeles, el seleccionador
Ammo Baba había sido despedido y substituido por Akram Salman. Fue el
primero de una larga serie de cambios en el banquillo, en el plazo de pocos meses.

Como medida para mejorar nuestra preparación, en la temporada 1984-85,


la Federación suspendió la Liga iraquí a mitad del campeonato. La primera fase de
clasificación, en la primavera de 1985, era una ronda de cuatro, contra Líbano,
Jordania y Qatar. Destruimos a nuestro primer rival, el Líbano, con resultado de
tenis: un doble 6-0, en el que yo marqué un doblete en el partido de ida y un
triplete en la vuelta, jugada en Kuwait City. Como ya mencioné, debido a la guerra
con Irán, tuvimos que jugar nuestros partidos como locales en el extranjero, sin
poder contar con el apoyo del pueblo iraquí.

Gracias a los cinco goles marcados contra el Líbano, conquisté el puesto de


titular en el ataque, junto a Hussein Saeed, en aquel momento la estrella de nuestro
fútbol. Confirmé mi racha en Ammán contra Jordania, marcando el segundo gol,
fundamental para ganar 3-2. El partido siguiente en Doha, fue un duro despertar
para nosotros. En los últimos años, Qatar había mejorado mucho y en la Copa del
Golfo un año antes, solamente pudimos derrotarlos en la final en los penaltis, tras
haber perdido 2-1 contra ellos en la fase de grupos. En esta ocasión el equipo catarí,
entrenado por el brasileño Dino Sani confirmó su progreso y nos humilló 3-0. Por
si fuera poco, nuestra estrella Hussein Saeed se lesionó, por lo que el peso en el
ataque recayó sobre mí, el más joven del equipo.

No tuve miedo, respondí bien a la responsabilidad que se me había


otorgado anotando el primer gol en la victoria 2-0 contra Jordania, en Kuwait City.
Para clasificarnos para la siguiente fase teníamos que jugar el último partido contra
Qatar, que tenía los mismos puntos que nosotros, pero una mejor diferencia de
goles. Nuestra Federación decidió que el partido tenía que jugarse lo más lejos
posible y escogió como sede Calcuta, en India. Aquel 5 de mayo de 1985, marqué el
tanto del momentáneo 1-0, pero Qatar empató antes del descanso. El gol de la
clasificación fue magnífico, con una impresionante bicicleta de Karim Allawi, un
gol que siempre será uno de los momentos emblemáticos de nuestro fútbol. Al
final el encuentro acabo con una tangana, el capitán del Qatar rompió nuestra
bandera y a punto estuvo de desencadenar un incidente diplomático.

Logramos clasificarnos para la siguiente ronda, la semifinal contra los


Emiratos Árabes Unidos, mientras que la otra semifinal fue Bahrein contra Siria.
Para prepararnos mejor, participamos en la President Cup en Corea del Sur, donde
acabamos con un cuarto y último lugar. Posteriormente nos entrenamos en Arabia
Saudita, donde fuimos derrotados dos veces (3-1 y 2-0) por la selección local,
mucho más débil que nosotros.

Aunque fueron solo partidos amistosos, nuestra Federación no tomó bien


los malos resultados y echó al entrenador Akram Salman, unos días antes del
primer partido contra los Emiratos Árabes Unidos. En su lugar se nombró al
experto Wathiq Naji, un antiguo teniente del ejército iraquí, que en el pasado había
ocupado el cargo de seleccionador. Para Naji el partido representaba una
reivindicación personal contra el colega de los Emiratos, Carlos Alberto Parreira.
Los dos se habían enfrentado cinco años antes en un famoso desempate olímpico,
celebrado en Bagdad y ganado 3-2 por Kuwait, entrenado entonces por el
brasileño.

El partido de ida estaba programado para el 20 de septiembre de 1985 en


Dubai. El nuevo entrenador decidió jugar con tres delanteros: Hussein Saeed,
Anad Abid “el Eusebio árabe” y yo. Anad subió desde la selección B después de
haber anotado seis goles en las últimas semanas, en la Copa de Naciones árabes en
Arabia Saudita y en los Juegos Pan arábicos en Marruecos, ambos ganados por
Irak. En Dubai confirmamos nuestro gran carácter: nos marcaron dos veces y
logramos empatar, ambos goles fueron de Hussein Saeed a pase mio. Con un
hombre menos, logramos anotar el 3-2 obra del suplente Natiq Hashim, a quince
minutos del final.

Pensamos que el camino para el partido de vuelta sería cuesta abajo. Al


disputarse la semana después “en casa”, en el estadio Rey Fahd en Taif, Arabia
Saudita. Nos equivocamos y de qué manera: después de dos minutos de juego, los
Emiratos Árabes Unidos marcaron con Khmis y al comienzo de la segunda mitad,
doblaron la ventaja con su figura Al-Talyani. Con este resultado estábamos
eliminados y nuestro entrenador introdujo a otro delantero, Karim Saddam, a la
desesperada. El cambio le salió bien: en el minuto noventa, atacamos a la
desesperada y en un barullo en el área, el mismo Saddam marcó el gol de la
clasificación. Después de la bicicleta de Karim Allawi contra Qatar, el zarpazo de
Saddam en el último minuto fue una señal inequívoca de que Alá estaba de
nuestro lado.

A pesar de la calificación, el partido contra los Emiratos Árabes Unidos fue


el último de Wathiq Naji como seleccionador. Para la final contra Siria, la
Federación decidió que era necesario contar con un entrenador más
experimentado. Nuestros dirigentes prefirieron la ambición a la gratitud. Hablaron
con Ernst Happel, entrenador de la Holanda finalista en el Mundial de Argentina
en 1978, pero ante la respuesta negativa del austriaco, contrataron al brasileño
Jorge Vieira. Nadie lo conocía, pero su palmarés hablaba de por sí, con más de
veinte años de experiencia en su país, con clubes como el Botafogo, el Palmeiras y
el Corinthians. Con el nuevo seleccionador y su personal técnico íntegramente
brasileño, nos preparamos durante un mes en Bagdad, para la final del 15 de
noviembre de 1985 en el estadio Abbasiyyin de Damasco.

En aquella época había tensión entre el gobierno de Saddam Hussein y el de


Hafez Assad, pertenecientes a dos facciones del Partido Baaz Árabe Socialista. La
Siria de Assad respaldaba a Irán en la guerra contra Irak y nuestra Federación
intentó, sin éxito, trasladar la sede de Damasco por razones de seguridad. Los
iraquíes siguieron el histórico partido en la radio, porque la televisión del estado lo
transmitía en diferido, por miedo a que los 25.000 sirios presentes en el estadio
hubieran cantado contra Saddam Hussein. La atmósfera en Damasco era
incandescente, antes del partido los sirios celebraron un sacrificio: un gallo sirio
mató unos pollos, que representaban a Irak, y su sangre fue derramada en el
círculo de mediocampo. Me pregunto que habrá pensado el presidente de la FIFA
João Havelange, en el palco de honor...

El rito no tuvo los resultados deseados, controlamos el partido y en la


segunda mitad anoté el 1-0, pero el árbitro Michel Vautrot anuló mi gol. Todavía
me pregunto por qué el colegiado francés pitó, privándome de tamaña alegría. El
empate a cero fue un buen resultado, en vista del partido de vuelta de dos semanas
más tarde en Taif, Arabia Saudita.

En el partido de ida en Damasco entendimos que éramos más fuerte que


Siria. Ya en la primera mitad de la vuelta lo dejamos patente, reflejado en el
marcador con el 1-0, con gol de Hussein Saeed. Al principio de la segunda parte
anotamos el 2-0 con Mahmoud Shaker, pero los sirios acortaron distancias unos
minutos después de penalti. En el minuto 72 finiquitamos el partido gracias a
Khalil Allawi, después de una jugada de pizarra ensayada en los entrenamientos.
Nuestro sueño de participar en la Copa del Mundo en México se había convertido
en realidad, incluso el entrenador Jorge Vieira lloró de alegría. A nuestro regreso a
Bagdad a las tres de la mañana, había miles de personas esperándonos, una gran
multitud para celebrar ese hito histórico, logrado sin jugar ni un partido en Irak.

Obviamente el régimen se subió al carro de la victoria, confirmando que el


fútbol se había convertido en una herramienta política para aumentar el prestigio
de Saddam Hussein y de su hijo Uday. Después de clasificarnos para el Mundial,
Uday comenzó una campaña de desprestigio feroz contra Nouri Faisal Shamer,
ministro de juventud y deportes, que ya en 1984 había tenido que ceder su cargo
como jefe del Comité Olímpico a Uday. Escaramuzas internas condujeron al
despido de Jorge Vieira, que recibió la noticia de su traductor mientras estaba de
vacaciones en Río de Janeiro. El papel del seleccionador fue entregado a su
asistente Edù Antunes Coimbra, hermano del gran Zico.

Con el nuevo entrenador comenzamos a prepararnos en enero de 1986,


entrenando dos veces por semana en el estadio Al Shaab de Bagdad. A finales de
enero nos enfrentamos a Dinamarca en Bagdad, perdiendo el primer partido
amistoso 2-0 y ganando el segundo con el mismo resultado. A principios de
febrero, gracias a los contactos de Edù, hospedamos al Flamengo de Zico, Sócrates,
Mozer, Leandro, Bebeto y otras estrellas. Fue un día histórico para el fútbol iraquí,
veinte años después de la inauguración del estadio Al-Shaab con un amistoso
contra el Benfica de Eusébio. En ese ventoso día de febrero, el Flamengo encantó al
público con la clase de sus figuras y sin esforzarse mucho, ganó 2-0 con goles de
Bebeto y Zico, que recibieron una gran ovación de los fanáticos iraquíes al
abandonar el campo.

En marzo empatamos 1-1 contra el conjunto inglés del Chelsea, un partido


amistoso que costó caro a nuestro líder defensivo Adnan Dirjal, lesionado tras una
patada obscena de David Speedie. Una lesión grave, que le impidió participar en el
Mundial. La preparación continuó con dos empates contra Rumania y un “stage”
en Brasil. Me llevé la gran satisfacción de marcar un gol contra el Flamengo, en el
mítico “Estádio do Maracanã”. Por supuesto, era un amistoso, pero fue una alegría
increíble, uno de los momentos más destacados de mi carrera. Inglaterra nos invitó
a jugar en Wembley porque en México se enfrentarían con Marruecos y nuestro
estilo era parecido. La FA ofreció a nuestra Federación 25.000 dólares, pero Uday se
negó porque temía que hiciéramos el ridículo.

Anoté otro gol en un partido amistoso ganado 1-0 en Bagdad contra la


selección irlandesa. Ese día jugué con Falah Hassan, conocido como “el zorro”, un
héroe nacional, que con treinta y cinco años fue convocado en el equipo nacional
por aclamación popular. Hassan también jugó el último amistoso mundial, ganado
por 2-0 contra el Schalke 04. Contra los alemanes fue también el último partido de
Edù como nuestro entrenador. La Federación de hecho despidió al hermano de
Zico y contrató a otro brasileño, Evaristo de Macedo, con el que ya nos habíamos
enfrentado cuando era entrenador de Qatar. Fue el sexto cambio de seleccionador
en poco más de un año, una elección sin planificación coherente apenas un mes
antes del comienzo del mundial. Uday decidió así y nadie le preguntó la razón, ni
el sentía ninguna obligación a proporcionar una explicación. En Irak las cosas
funcionaban de esa manera.

Edù quería un equipo ofensivo y nos convenció de que podíamos ganar a


todos, Evaristo en cambio trabajó mucho en defensa y en la trampa del fuera de
juego. Ya en nuestro primer encuentro en la Universidad de Bagdad, el nuevo
entrenador nos explicó la importancia de no conceder gol. Probablemente los
dirigentes temían goleadas en un grupo difícil con Paraguay, Bélgica y el anfitrión
México. En la lista de los convocados, Evaristo excluyó a Falah Hassan, quien años
más tarde dijo que fue Uday el que lo desconvocó. Una teoría confirmada tras el
exilio de Hassan en 1991, después de la guerra del Golfo y por el hecho de que su
nombre había sido borrado completamente de los medios de comunicación
iraquíes, a pesar de que era una leyenda nacional.

Nos concentramos durante dos semanas de entrenamientos con el nuevo


entrenador en Bagdad, sin tener en cuenta que debíamos jugar en altitud y a finales
de mayo viajamos a Ciudad de México. A la llegada ya nos esperaba la primera,
mala noticia. La camiseta histórica de Irak ha sido siempre blanca y verde: o verde
con partes blancas o blanca con partes verdes. Nuestro patrocinador técnico,
Adidas, había confeccionado dos uniformes que no tenían nada que ver con
nuestra historia y nuestra bandera. El primer uniforme era amarillo oro y el
segundo azul cielo. Incluso en aquella situación, nadie se dignó a darnos una
explicación. El entrenador Evaristo estaba perplejo, nos dijo que los dirigentes no
tenían respeto ni pasión por el fútbol. Ninguno de nosotros se lo tomó bien, nos
sentíamos enajenados teniendo que usar esos colores. Es como si Brasil jugara de
negro o Italia de rojo.

Vestidos de amarillo oro, el 4 de junio de 1986 debutamos en la Copa del


Mundo contra Paraguay, en Toluca bajo el sol de mediodía. Empezamos el partido
muy bien, pero en nuestro primer error, un fuera de juego mal tirado, Julio César
Romero nos castigó. El desengaño más grande llegó diez minutos más tarde:
Shihab lanzó un saque de esquina desde la izquierda dibujando una trayectoria
precisa hacia mi cabeza y… ¡Gol! Había anotado en el Mundial, no me lo podía
creer. Mi alegría duró unos segundos, lo que tardé en darme cuenta de que el
árbitro había anulado mi gol. Mientras la pelota estaba en el aire, de hecho, el
arbitro Pikon-Akong había pitado el final de la primera mitad. Una decisión
absurda, difícil de tragar. Incluso el público mexicano simpatizaba con nosotros
después de esa injusticia y gritaba: “Irak! Irak!”. Sin embargo, no fue suficiente
para evitar la derrota.

Contra Paraguay, mi pareja de ataque Hussein Saeed se lesionó y fue


substituido por Karim Saddam de cara al segundo partido contra Bélgica. Un
desafío a cara de perro por el todo o la nada, también para los belgas, que habían
perdido en su debut contra México. Nuestra ilusión duró poco: en el minuto 20 ya
perdíamos 2-0, debido a los goles marcados por el entonces joven Enzo Scifo con
una gran diagonal y Nico Claesen de penalti. Igual que en el debut, también contra
Bélgica sufrimos las decisiones arbitrales. Al descanso el colombiano Jesús Díaz ya
había amonestado a cuatro de los nuestros, pero la obra maestra la hizo en el
minuto 52. Ghanim Oraibi pisó la pierna de Scifo en el suelo, pero el árbitro
amonestó a Basil Gorgis. El típico malentendido o intercambio de identidad, puede
darse porque ambos tenían bigotes. Gorgis antes profesó su inocencia, luego
aplaudió sarcásticamente al árbitro, que le mostró la tarjeta roja.

Incluso con un hombre menos, seis minutos después logramos dejar nuestra
huella en la historia del Mundial. El primer y hasta hoy único gol iraquí en un
Mundial lo anotó el más joven del equipo, es a decir yo. Fue un gran gesto técnico:
recibí un pase de Natiq Hashim y dentro del área, disparé un derechazo en
diagonal cruzando el esférico al ángulo inferior, donde Jean-Marie Pfaff no pudo
llegar. Fue el momento más álgido de mi carrera, el sueño de mi infancia hecho
realidad, pero lo celebré de forma sobria y minimalista, levantando apenas el
brazo. Sabía que mi gol no habría sido suficiente para evitar la derrota, la
eliminación y la ira de Uday.

Al final del partido algunos compañeros le protestaron al árbitro, Mahmoud


Shaker se excedió y le escupió en la cara. Un gesto que posteriormente le costaría
un año de suspensión. Entre lesiones y sanciones, sólo trece jugadores de campo
estaban disponibles para el último partido contra México. Jugar en el Estadio
Azteca, frente a más de 100.000 espectadores, fue una experiencia que nos puso la
piel de gallina. Si los aficionados mexicanos fueron impresionantes, no puedo decir
lo mismo de los futbolistas. Durante el primer tiempo resistimos, al principio del
segundo, Fernando Quirarte marcó el gol del 1-0, que garantizó a México el primer
lugar en el grupo. El Mundial para nosotros terminó como nadie esperaba: tres
derrotas, por la mínima, pero tres derrotas, en cualquier caso. Marruecos, al que
habíamos derrotado pocos meses antes en los Juegos Pan arábicos, ganaron su
grupo por delante de Inglaterra y esto me hace creer que, con mejor organización y
sin todos los cambios de seleccionador, podríamos haber llegado a la fase de
octavos de final.

A nuestro regreso a Bagdad, Uday Hussein nos recibió para analizar las
causas de la mala imagen dada en México y el evento fue transmitido en vivo por
la televisión. Como principal culpable fue señalado el entrenador Evaristo, que fue
despedido, y Uday nos dijo que estaba asombrado y decepcionado por no haber
logrado pasar a los octavos. Esa reunión marcó el ascenso final de Uday como
personaje más poderoso del fútbol y del deporte en Irak, después de que el
Ministro de juventud y deportes hubiera renunciado días antes. Fue el comienzo
de una pesadilla para muchos deportistas iraquíes.

El poder de Uday aumentó con los éxitos del club que poseía. El Al-Rasheed
ganó tres campeonatos de fila, de 1986 a 1988, y llegó a la final del Campeonato de
Clubes Campeones de Asia 1988-89, perdiendo contra el Al-Sadd sólo por el valor
doble de los goles anotados como visitante en caso de empate.

En cualquier caso, aquel 1988 fue un año dorado para mí y para la selección
iraquí. En marzo ganamos la Copa del Golfo en Arabia Saudita, gracias a mis
cuatro goles. En julio triunfamos en la Copa de naciones árabes en Jordania y fui el
máximo goleador del torneo con cuatro goles. Sin embargo, en septiembre mis dos
goles no fueron suficientes para pasar la primera ronda en los Juegos Olímpicos de
Seúl, donde empatamos 2-2 contra Zambia, ganamos 3-0 a Guatemala y perdimos
2-0 en el encuentro decisivo contra Italia.

Fue un año memorable en el que fui elegido futbolista asiático del año, el
primer iraquí en conquistar el codiciado premio. Mis hazañas no pasaron
desapercibidas y los uruguayos del Club Nacional ofrecieron 1 millón de dólares a
Al-Rasheed por mi ficha. Con solo veintidós años era una gran oportunidad para
mi carrera, pero Uday se opuso a mi traspaso. Yo era su joven pupilo y no quería
privarse de mis servicios y me convertí en su rehén. Lo mismo pasó con Laith
Hussein, quien en 1989 recibió una oferta del Barcelona, tras su destacada
actuación en el Mundial Sub-20 de Arabia Saudita, donde Irak derrotó a Noruega,
España y Argentina.

Con veinticuatro años había alcanzado la cumbre de mi carrera, pero el


futuro no me reservaba muchas alegrías. En Irak para muchos era un ídolo, pero el
hecho de que jugara en el equipo de Uday, me atrajo antipatías de una parte del
pueblo iraquí. Yo y mis compañeros solíamos ser insultados cuando salíamos a la
calle. Jugar de visitante era muy complicado, miles de aficionados nos amenazaban
y nos tiraban todos tipo de proyectiles. Como los iraquís no podían insultar a
Uday, insultaban su equipo, hasta que en 1990 Saddam Hussein ordenó a su hijo
disolver el Al-Rasheed, para evitar expresiones de disidencia contra el régimen.

Fue así como volví a jugar en el club que me dio a conocer, el Al-Zawraa, y
en 1993 finalmente pude mudarme al extranjero, en Qatar con el Al-Wakrah. La
libertad me costó 10.000 dólares y un coche. ¿Dónde terminó ese dinero? En los
bolsillos de Uday, por supuesto. Después de la disolución del Al-Rasheed, Uday
consintió el traspaso de futbolistas iraquíes al extranjero, a condición de que le
diéramos el 50% de nuestro sueldo. Hubo un éxodo de expatriados iraquíes a
Qatar, Bahrein, Líbano, Jordania, Túnez y otros países árabes, donde podríamos
ganar mucho más dinero que en Irak. Quien no pagaba su cuota a Uday, podía
temer por la salud o la vida de sus familiares en Irak.

En los Noventa, nuestra selección no brilló al igual que en la década


anterior, cómplices también las sanciones internacionales después de la invasión
iraquí de Kuwait en la guerra del Golfo en 1990. Uday Hussein estaba cada vez
más frustrado por nuestras derrotas. Él comenzó a usar en la selección un método
que los jugadores del Al-Rasheed lamentablemente conocíamos muy bien: el
“thawab y akab”, recompensa y castigo. Por las victorias recibí como regalo un coche
y dinero, pero al mismo tiempo, fui castigado duramente después de algunas
derrotas.

Durante mi carrera, a las órdenes de Uday, fui encarcelado en tres ocasiones


en la prisión de Al-Radwaniyah, situada unos 30 km de Bagdad. La primera vez,
en 1985, me raparon la cabeza, algo que en nuestra cultura se considera una
humillación. También los guardias me azotaron con cables eléctricos mientras era
obligado a hacer flexiones. La segunda vez fue en 1989, después de una derrota con
el Al-Rasheed. Laith Hussein, Karim Alawi, Habib Jafar y yo fuimos detenidos
durante cinco días en una pequeña celda, donde era complicado respirar y tuvimos
que dormir acostados en el suelo sin una manta o una almohada.

En su mente retorcida y sádica, Uday creía que la cárcel y la torturas nos


habrían fortalecido y estaríamos dispuestos a hacer cualquier cosa para ganar. Para
muchos de mis compañeros en cambio obtuvo el efecto contrario, salían al campo
asustados y aterrados de cometer errores. Los castigos no los sufrimos sólo nos
futbolistas, también entrenadores, dirigentes, árbitros, boxeadores, luchadores,
jugadores de voleibol e incluso los periodistas. Las razones para encarcelarnos eran
diferentes: una derrota, una mala actuación, la ausencia a un entrenamiento, un
acto de indisciplina o una protesta contra un árbitro. Nadie era inmune a su locura
y nadie libremente podría retirarse del fútbol, de lo contrario corría el riesgo de ser
considerado un enemigo del régimen, que en Irak significaba la pena de muerte.

Uday era malvado y cruel, no nos torturaba personalmente, sino que


disfrutaba viendo hacerlo a sus guardias, llamados “maestros”. Los métodos de
tortura eran numerosos y violentos. La paliza con golpes de caña; la “falaka”, azotar
las plantas de los pies; ser arrastrados por la tierra y luego tener que saltar desde
veinte metros de altura en una montaña de estiércol para que las heridas se
infectaran. Los castigos golpeaban a los atletas individualmente, pero también
colectivamente. Por ejemplo, después del fracaso en la clasificación para el
Mundial de EE. UU en el 94, nos obligó a practicar con una pelota de cemento,
mientras que los guardias observaban regodeándose. En otra ocasión, Uday
encarceló a miembros de una selección juvenil, directivos incluidos, en una de sus
casas de campo. Hubo varios casos de cólera y todos fueron liberados después de
tres semanas de detención, porque Uday temía que los jugadores enfermos
podrían infectar también a las vacas de raza importadas desde Holanda.

Las torturas no eran sólo físicas, sino también psicológicas. Uday nos
amenazó con enviarnos al frente en la guerra del Golfo o detonar el avión cuando
íbamos a jugar en el extranjero, si no alcanzábamos resultados satisfactorios. Uday
no era un experto en fútbol, pero siempre daba indicaciones al entrenador sobre las
alineaciones. En nuestro vestuario había un teléfono desde el que Uday solía
amenazarnos antes o durante los partidos.

La sede de Uday estaba en las oficinas del Comité Olímpico, situado en


Palestine Avenue, en Bagdad. En el garaje tenías sus Ferrari, Lamborghini, BMW,
Rolls Royce y otros automóviles de lujo. En el primer piso, detrás de una sala de
conferencias con trescientos asientos, había una prisión privada, con quince
pequeñas celdas. Allí Uday encarcelaba a atletas que lo habían enfadado, mientras
que si él estaba realmente molesto, te enviaba a la prisión de Al-Radwaniyah. En el
segundo piso había oficinas de los fedayines, sus milicias personales; en el quinto
estaban los periodistas de su diario deportivo; la séptima planta estaba reservada
para sus fiestas personales, donde Uday se emborrachaba y violaba a mujeres.

Los atletas iraquíes que lograron huir al extranjero intentaron denunciar las
torturas cometidas por Uday y sus secuaces. Uno de ellos fue Sharar Haydar, mi
compañero de equipo en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988. Sobornando a
funcionarios, logró cruzar la frontera con Jordania y después de un largo
peregrinaje, se trasladó a Londres, donde encontró trabajo como periodista.
Haydar tuvo el coraje de contar el sufrimiento y las injusticias en Irak, a pesar del
peligro de venganza del régimen hacia su familia. Uday contactó a Haydar,
prometiéndole un prestigioso trabajo en Irak si volvía y dejaba de escribir artículos
contra él. Haydar declinó, había sido uno de los primeros en acusar públicamente a
Uday y estaba muy orgulloso de ello. Después de sus informes y de otros atletas
refugiados, la FIFA y el COI abrieron una investigación y enviaron ejecutivos a
Bagdad para investigar. Obviamente ningún atleta tuvo el coraje de hablar, ni dijo
la verdad por temor a represalias por parte de los hombres de Uday.

Todos los atletas de Irak tenían miedos de él, excepto uno: Ammo Baba. Era
el deportista más querido del país, una leyenda para toda la gente, incluso Saddam
Hussein lo respetaba. Uday no podía tocarlo, de lo contrario su muerte habría
provocado disturbios en las calles de Bagdad. Le hubiera gustado matarlo, pero no
podía. Recuerdo una vez que Uday llamó al vestuario para darnos instrucciones y
Baba le dijo que no sabía nada de fútbol y le envió a freír espárragos. Incluso
públicamente, Baba no demostró ningún miedo. En el último día de la liga 1991-92,
el Al-Zawraa, donde yo jugaba y Ammo Baba entrenaba, se enfrentó al Al-Quwa
Al-Jawiya. Estábamos empatados a puntos y necesitábamos sólo un empate para
ganar el campeonato. Perdimos 1-0 pero nos anularon un gol regular. Al final del
partido, Baba se negó a recibir la medalla de Uday, una decisión arriesgada, pero
los 50.000 presentes en las gradas apreciaron su gesto y gritaron en voz alta su
nombre. El pueblo había elegido a su héroe y Uday no podía hacer nada al
respecto. Su popularidad, sin embargo, no le impidió ser repetidamente
encarcelado, a pesar de sufrir diabetes.

Mientras que jugué en Qatar, no fui convocado con la selección durante tres
años, de 1993 a 1996. Volví para las eliminatorias a Francia 98, donde fuimos
eliminados en la primera ronda por Kazajstán. Fue el punto más bajo de mis
quince años en el equipo nacional. Después de la derrota en casa contra los kazajos
del 6 de junio de 1997, tuve que sufrir mi último castigo por razones futbolísticas.
Al final del partido, al estadio de Bagdad llegaron una docena de guardaespaldas
de Uday con cables y tijeras en la mano. Yo y el capitán Radhi Shnishel intentamos
persuadirlos para que no nos castigaran, pero nos contestaron que sólo obedecían
órdenes. Nos castigaron a todos siguiendo las peticiones de Uday. Una vez
terminada la violencia física, yo y mis compañeros fuimos transportados en
autobús al Comité Olímpico. Allí fuimos encerrados durante tres días y tres noches
en una habitación pequeña, con las luces y las paredes pintadas de rojo. Era
verano, hacía un calor asfixiante y había poco aire. Fue tremendo.

Jugué mi último partido con Irak dos semanas más tarde en Bagdad, con
una victoria 6-1 contra Pakistán. Con treinta y tres años pensé que la hora de
hacerse a un lado había llegado, después de 121 partidos disputados y 61 goles
marcados para los leones de Mesopotamia. En 1999 me retiré permanentemente
del fútbol y en el mismo año fue incluido entre los mejores diez jugadores asiáticos
del siglo XX.

La pesadilla de todo deportista iraquí terminó el 22 de julio de 2003, cuando


Uday Hussein fue asesinado en Mosul, donde se escondía con su hermano Qusayi
y su sobrino Mustafa, durante el asalto de la Task Force 20, ayudada por tropas de
la 101.ª división aerotransportada del ejército de los Estados Unidos. La segunda
guerra del Golfo, que había comenzado en marzo, llevó a la captura de Saddam
Hussein, en un agujero cavado en el suelo en una granja cerca de Tikrit, su ciudad
natal. Su dictadura terminó tras veinticuatro años. En la difícil reconstrucción del
país, las autoridades norteamericanas me confiaron una tarea importante para la
selección de Irak, que se preparaba a participar a los Juegos Olímpicos de Atenas
2004. A pesar de dificultades organizativas, nuestra selección sub-23 logró obtener
uno de los más importantes resultados de nuestra historia futbolística, llegando a
las semifinales. La medalla de bronce se nos escapó perdiendo 1-0 contra la Italia
de Andrea Pirlo y Alberto Gilardino.

Aquella generación era muy prometedora y se confirmó en 2007, ganando la


primera Copa Asiática en la historia de Irak, con un 1-0 contra Arabia Saudita en la
final en Yakarta. Los iraquíes salieron a las calles a celebrar, como lo habían hecho
después de la victoria en la semifinal contra Corea del Sur, cuando dos atentados
mataron a cincuenta personas celebrando. Los iraquíes se han acostumbrado a
vivir en guerra, continuada incluso después de la caída de Saddam Hussein.
Irak es un país que gotea sangre, pero es mi casa y no tengo ganas de
abandonarlo. Después de la invasión de Estados Unidos, estuve como
vicepresidente de la Federación, hasta que el presidente Hussein Saeed, mi ex
compañero de equipo me echó alegando haber intentado matarlo con una granada.
Una acusación totalmente absurda. Pienso que me echó porque quería poner fin a
la corrupción en la IFA. Después de la caída de Saddam, era importante
reorganizar las cosas correctamente, pero algunos ejecutivos aprovechaban su
posición para sus propios intereses. No lo aceptaban e inventaron puras calumnias
para desacreditarme.

Ahora estoy en el Parlamento y yo soy responsable del desarrollo del fútbol


y del deporte, ofreciendo mi experiencia de exjugador, entrenador y presidente.
No es una tarea fácil, la guerra ha paralizado el país y nos falta todo: entrenadores,
atletas, equipos, finanzas. Hoy, como en mi época, el equipo nacional debe jugar
sus partidos en casa en el extranjero. Comparado a cuando jugaba, al menos
desapareció el miedo que todos los atletas vivían en cada competición. Los atletas
iraquíes tienen muchos problemas, pero no se preocupan de ser encarcelados o
castigados por un dictador sádico y vicioso como Uday.
EL CAMINO DE IRAK HASTA MÉXICO ‘86

Primera ronda:

29-3-1985, Ammán: Jordania-Irak 2-3

5-4-1985, Doha: Qatar-Irak 3-0

19-4-1985, Kuwait City: Irak-Jordania 2-0

5-5-1985, Calcuta: Irak-Qatar 2-1

Clasificación Grupo 1B:

Irak 6 puntos, Qatar 4, Jordania 2 (Libano retirado).

Segunda ronda:

20-9-1985, Dubai: Emiratos Árabes Unidos-Irak 2-3

27-9-1985, Taif: Irak-Emiratos Árabes Unidos 1-2

Tercera ronda:

15-11-1985, Damasco: Siria-Irak 0-0

29-11-1985, Taif: Irak-Siria 3-1

Goleadores de Irak:

Hussein Saeed 4 goles, Ahmed Radhi 3, Khalil Allawi 2, Karim Allawi,


Shaker Mahmoud, Karim Saddam, Haris Mohammed, Munir 1.
IRAK EN LA COPA DEL MUNDO DE 1986

Primera ronda:

4-6-1986, Toluca: Paraguay-Irak 1-0 (35' Romero)

8-6-1986, Toluca: Irak-Bélgica 1-2 (16' Scifo, 21' Claesen, 59' Radhi)

11-6-1990, Ciudad de México: Irak-México 0-1 (54' Quirarte)

Clasificación Grupo B:

México 5 puntos, Paraguay 4, Bélgica 3, Irak 0.

Goladores de Irak:

Ahmed Radhi 1 gol.


CURIOSIDADES

Uday Hussein fue presidente del Comité Olímpico y de la Federación de


fútbol de Irak de 1984 a 2003, el año de su muerte.

El Al-Rasheed SC, club de Uday Hussein, fue fundado en 1983 y disuelto en


1990. En siete años, ganó tres campeonatos de Irak y copas de Irak y tres ediciones
de la Liga de Campeones árabe.

Solo dos equipos iraquíes llegaron hasta la final de la Liga de Campeones


de la AFC: el Al-Shorta, derrotado por los israelíes del Maccabi Tel Aviv en 1971 y
el Al-Rasheed SC, quien en 1989 perdió contra el Al Sadd, club de Qatar.

Irak ganó cuatro ediciones de la Copa de Naciones árabes (1964, 1966, 1985
y 1988) y tres veces la Copa de Naciones del Golfo (1979, 1984 y 1988).

Le selección de Irak ganó una edición de la Copa Asiática en 2007,


derrotando 1-0 Arabia Saudita en la final en Yakarta.

La selección de fútbol de Irak participó en cinco Juegos Olímpicos: 1980,


1984, 1988, 2004 y 2016. El mejor resultado es el cuarto lugar en Atenas 2004.

En 1987 Ahmad Radhi se convirtió en el primero y hasta hoy único


futbolista iraquí en ganar el premio de Futbolista Asiático del año.

Con 78 goles en 137 partidos, Hussein Saeed es el goleador más prolífico en


la historia de la selección de Irak, seguido por Ahmad Radhi (62 goles en 121
partidos).

El defensor Ali Adnan, comprado en el año 2015 por el Udinese, es el


primer futbolista iraquí en jugar en la Serie A italiana.
Togo 2006

Division d'Honneur. Se llamaba así la liga donde jugaba cuando fui


convocado para la Copa del Mundo de Alemania 2006. Mirando las listas de
convocados de todas las selecciones, yo era el jugador que jugaba en la categoría
más baja. Me extrañaba leer mi nombre junto a los nombres de Ronaldo, Zinedine
Zidane y los otros 733 convocados. Yo, Richmond Forson, un completo
desconocido en medio de tantas estrellas del fútbol mundial, como la Cenicienta en
el gran baile.

Por aquel entonces, jugaba en Francia, en Le Poiré-sur-Vie, en la región de


Países del Loira, departamento de Vandea. El equipo local se llamaba Jeanne d'Arc
du Poiré-sur-Vie y jugaba en la Ligue Atlantique, en Division d'Honneur, la sexta
división. La estructura piramidal del fútbol francés se divide en dos campeonatos
profesionales (Ligue 1 y Ligue 2), después van los amateurs: un grupo National,
cuatro de National 2, ocho de National 3 y luego veintidós de Division d'Honneur.

Cómo terminé en esta ciudad al oeste de Francia es una larga historia, hecha
de sueños y desengaños, promesas y lesiones. Nací el 23 de mayo de 1980, en Aflao
(Ghana). En el siglo XVIII fue una de las principales ciudades en el comercio de
esclavos del Golfo de Guinea. Aflao bordea la frontera togolesa y está a pocos
kilómetros de Lomé, la capital de Togo, donde crecí.

Mi primer club de fútbol fue el Sporting Club de Lomé, jugaba en la banda


izquierda y asombré a todos mis entrenadores porque sabía golpear la pelota con
ambos pies. En esa escuela de fútbol, jugaba también Emmanuel Adebayor, cuatro
años más joven que yo. El principio de nuestra carrera fue similar: en Lomé se
fijaron en nosotros los ojeadores del Metz y partimos hacia Francia. A Lorena, en el
centro de Metz, llegué el 11 de noviembre de 1999, cuando aún no había cumplido
los dieciocho años. En tres temporadas, jugué veintitrés partidos. Pocos la verdad.
Joël Muller no era precisamente la clase de entrenador que daba oportunidades a
los jóvenes. En 2001, el mismo año en que salí de Metz, llegó un joven Adebayor.
Las similitudes entre mi carrera y la suya terminan aquí. Para Emmanuel, Metz fue
el trampolín para el gran fútbol: Múnich, Arsenal, Manchester City, Real Madrid,
Totenham...

Para mí, Metz fue el trampolín para una inmersión en la fosa de los
amateurs franceses. Había debutado en la selección el 17 de mayo de 2001, Togo-
Senegal 1-0, cuando me traspasaron al Louhans-Beaune, en National, la liga de
tercera. En Bourgogne-Franche-Comté, por desgracia las cosas empezaron torcidas:
en otoño de 2001 tuve un accidente de coche en Neufchateau, en los Vosgos, y me
quedé un año en el dique seco. Una persona que me ayudó mucho en ese período
fue René Charrier, Director General de la UNFP, el sindicato de los futbolistas.
Charrier era mi referente para evitar problemas relacionados con mi condición de
extracomunitario. Gracias a su ayuda, en el 2002 volví a jugar en Nacional 2, en
Luçon donde permanecí tres temporadas. Aunque no tenía un agente, en Vendée
estaba cómodo y en 2005 cambié de equipo: el Jeanne d'Arc du Poiré-sur-Vie, en la
sexta división. Me pagaban 1600 euros de contrato, además un curro como
entrenador de niños y otro trabajo a tiempo parcial, para permitirme tener un
permiso de residencia regular.

Cuando llegué a Europa, mi sueño era jugar en grandes equipos, como mis
dos ídolos: Abedì Pelé y Ronaldo. Mi sueño lo realizó Adebayor, cuando el Arsenal
lo fichó del Mónaco en enero de 2006. Con apenas veintiún años, Emmanuel se
había convertido en un héroe nacional en Togo durante las eliminatorias para la
Copa Mundial de Alemania 2006. En la historia del fútbol africano, Togo nunca
había estado cerca de ganar una Copa Africana de Naciones o de clasificarse para
un Campeonato del Mundo. Las selecciones más exitosas en África Ecuatorial son
Camerún, Nigeria, Ghana, Costa de Marfil, no Togo. La historia cambió cuando, en
2004, la Federación nombró seleccionador al nigeriano Stephen Keshi. Él era un
defensor, capitán de la Nigeria que en 1994 ganó una Copa de África y participó en
el Mundial americano. Las famosas “Súper Águilas” de Amokachi, Amunike,
Finidi, Okocha, Yekini, que pasaron a la historia.

Cuando Keshi llegó a Togo, Les Eperviers (Los Gavilanes) ocupaban la


posición número 96 en el ranking de la FIFA. Las eliminatorias comenzaron con
una derrota 1-0 en Guinea Ecuatorial, remontado 2-0 en Togo. La segunda fase, un
grupo comprendido de seis equipos, empezó también con una derrota, 1-0 en
Zambia. El rescate llegó unos días más tarde, con un sorprendente 3-1 en casa a
Senegal, que apenas dos años antes había alcanzado los cuartos de final de la Copa
del Mundo en Corea y Japón. Fue el comienzo de una cabalgata triunfal: cinco
victorias de cinco en casa, dos triunfos de visitante en Mali y Congo y dos empates
en Liberia y Senegal. El día histórico llegó el 6 de octubre de 2005 en Brazzaville,
con una victoria de remontada 3-2 contra Congo.

La figura del equipo fue Emmanuel Adebayor, que anotó once goles en doce
partidos. Nadie en África marcó más goles que él: ni Didier Drogba, ni Samuel
Eto'o, ni Oba Martins. Aquel 2005 fue un año revolucionario en el fútbol africano.
Además de Togo, de hecho, se clasificaron por primera vez al Mundial otros tres
países: Angola, Costa de Marfil y Ghana.
Un mes después, Togo participó en la Copa de Teherán en Irán, un
cuadrangular útil para probar nuevos jugadores, antes de la Copa Africana de
Naciones que se celebraba en enero en Egipto. Sorprendentemente, el
seleccionador Keshi me convocó, más de cuatro años después de mi primer y
último partido con la selección nacional. En Irán, jugué en ambos amistosos,
perdidos contra Paraguay (4-2) e Irán (2-0). Fue un milagro salir al campo para el
primer partido, debido a la desorganización de nuestra Federación. El día de salida
de Lomé debería haber sido el lunes, pero embarcamos en el avión el jueves,
haciendo una conexión de siete horas en Paris. A Irán llegamos a las dos de la
mañana del viernes y el partido de apertura estaba programado el mismo día, a las
tres de la tarde. Keshi estaba muy enojado, esperaba que los dirigentes
comprendieran la lección para el futuro.

Pero no fue así. Después del torneo en Irán, Keshi no me convocó para la
Copa Africana de Naciones, que fue un fiasco para Togo, desde todos los puntos
de vista: organización, equipo y resultados. Mis compañeros llegaron a Egipto solo
tres días antes del partido de apertura, después de una huelga por el impago de la
prima por la clasificación a la Copa, unos 27.000 euros por cada jugador. El equipo
se negó a subir al avión de Lomé a París, nuestros compatriotas protestaron en la
calle y mis compañeros dieron su brazo a torcer sólo tras la confirmación del pago.
El dinero no fue el único problema.

En el partido inaugural, Togo perdió 2-0 contra la República Democrática


del Congo, Keshi dejó a Adebayor en el banquillo, dejándole jugar sólo en la
segunda mitad. No había entrenado profesionalmente y el seleccionador lo dejó en
el banquillo por respeto a sus compañeros. Lesa majestad: Emmanuel atacó
verbalmente a su entrenador y amenazó con volverse a Londres. Los dos casi se
pegaron en el autobús, la prensa habló de un enfrentamiento entre el sargento de
hierro Keshi y el divo Adebayor. En realidad, fue una discusión entre padre e hijo,
como pasa en todas las familias. Adebayor jugó como titular en el segundo partido,
perdido 2-0 contra el Camerún de Eto'o y no jugó en el tercer y último partido,
perdido 3-2 contra Angola.

A causa de las tres derrotas, los dirigentes, los periodistas y los aficionados
criticaron las decisiones del seleccionador y apoyaron al crack Adebayor, el
cazagoles. Se olvidaron rápidamente de que antes de la llegada de Keshi, Togo
nunca había obtenido resultados importantes. Entre el ídolo de la gente y un
entrenador extranjero, el pueblo eligió al goleador. En Togo, durante más de medio
siglo, el poder está en las manos de la familia Gnassingbé. La dictadura de
Eyadéma duró desde 1967 hasta su muerte en 2005, cuando fue elegido su hijo
Faure. El otro hijo de Eyadéma Gnassingbé, Rock, era el presidente de la FTF
(Federación Togolesa de Fútbol).

La primera experiencia en el fútbol de Rock Gnassingbé fue como


presidente del Dynamique Togolais, el equipo del ejército. Para motivar, o asustar
a sus jugadores, los invitaba a su zoo privado, a las afueras de Lomé. Allí les
mostraba lo que le pasaba a un pollo, lanzándolo a la jaula de los leones o al foso
con cocodrilos. En 1998 su padre Eyadéma lo nombró presidente de la Federación
de Fútbol, que Rock ha tratado siempre como su banco privado. El dinero de la
FIFA, de la CAF y de los patrocinadores siempre terminaba en su bolsillo, no
llegaba para el desarrollo del fútbol en Togo. Cuando el equipo nacional ganaba y
era popular, Rock daba la cara, pero cuando se trataba de resolver un problema,
dejaba todo en las manos de sus incompetentes empleados. Los encargos
importantes de la FTF están bajo el control de sus secuaces y lacayos, sin
experiencia en fútbol. Para muestra un botón. El por entonces director técnico,
Cáceres Akoussah, fue al Stade de France de Paris para observar a nuestros rivales.
Por las bravas exigió entrar sin pagar, sin entrada ni credencial.

Entre las muchas extrañas decisiones de su administración, en 2002 Rock


contrató como seleccionador al brasileño Antonio Dumas y naturalizó a seis de sus
desconocidos compatriotas (Hamilton, Mikimba, Bill, Fábio Oliveira, Cris y
Fabinho), para hacer el equipo nacional más competitivo. Los pagó generosamente,
pero con resultados pobres: Togo no se pudo clasificar para la Copa Africana de
Naciones 2004, después de tres apariciones consecutivas. La peor decisión de Rock
Gnassingbé fue despedir a Stephen Keshi.

Rock eligió el día de San Valentín para concluir la relación con el


seleccionador que había clasificado Togo para la Copa del Mundo. Algunos de mis
compañeros no tomaron bien la decisión de echar a Keshi, apenas cuatro meses
antes del principio del Mundial. Tres jugadores, Kossi Agassa, Dare Nibombe y
Massamasso Tchangai y fueron los portavoces del descontento del grupo y
volvieron a Togo para persuadir a Rock a reconsiderar su decisión. Fue un viaje en
vano. De hecho, perdimos tiempo innecesariamente, porque en marzo hubo un
descando para los amistosos de selecciones nacionales. Togo fue el único equipo
clasificado para el Mundial que no jugó ningún partido de preparación.

A pesar de la presión, la Federación no cambió de idea y, en lugar de Keshi,


fue nombrado Oto Pfister. El alemán era un profundo conocedor del fútbol
africano desde hace más de treinta años. Llegó a Ruanda en 1972, la primera de
muchas experiencias como seleccionador nacional (Ruanda, Burkina Faso, Senegal,
Costa de Marfil, Zaire y Ghana) y entrenador de club (Al-Zamalek y Al-Masry en
Egipto y Sfaxien de Túnez). Pfister conocía las virtudes y las debilidades del
continente negro, pero nunca experimentó tal desorganización como en Togo.

Dos meses antes del principio del Mundial, el nuevo seleccionador todavía
no había podido entrenar a su equipo y había conocido solamente los jugadores
más representativos, a su regreso en Europa. Cuando lo conocí en persona a
principios de mayo, nunca había hablado con él, ni siquiera por teléfono.
Sorprendentemente, Pfister había incluido mi nombre en la lista de los treinta
preseleccionados. Me examinó en el primer partido amistoso en Sitard, perdido 1-
0 contra Arabia Saudita. Jugué los noventa minutos, Pfister quería probar a los
suplentes y probablemente apreció mi rendimiento.

Togo fue la primera selección que se presentó en Alemania. Aterrizamos en


el aeropuerto de Stutgart el 15 de mayo de 2006, con cinco días de antelación sobre
el resto de los equipos. Por lo menos en algo fuimos los primeros. En nuestro
autobús estaba escrito: “La rage de vaincre et la soif de rèussir”. (La rabia de
conquistar y la sed de victoria).

Nuestro cuartel general estuvo en Wangen im Allgäu, cerca del lago de


Constanza. Allí jugamos amistosos contra el Bayern de Múnich II, Augsburg y
Wangen, equipos de tercera y quinta división alemana. El último examen mundial
fue en Vaduz contra Liechtenstein. Claramente no eran rivales al nivel de los que
habríamos encontrado en Alemania.

Comparado con el equipo que había fracasado en la Copa Africana de


Naciones, Pfister cambió cinco jugadores, incluido yo, Richmond Forson. El
alemán me convocó y a otros siete jugadores que aún no habían jugado en un
partido de clasificación al Mundial. De los 736 jugadores convocados fui el jugador
de la liga más baja, pero no el único amateur en el equipo de Togo. Alaixys Romao
jugaba en el CS Louhans-Beaune y Affo Erassa en el Moulins, ambos clubes de
National. Otro compañero que jugaba en ligas inferiores era Massamasso
Tchanghai, defensa del Benevento, en la Serie C italiana.

En Wangen contraje varicela y el Doctor Joachim Schubert me puso unos


días en cuarentena. Era mejor mantenerse aislado durante esos días. De hecho, en
nuestro hotel se respiraba un aire muy ‘contaminado’. La razón de la fricción era
debida, como de costumbre, a problemas económicos. Nuestro capitán Abalo
Dosseh envió un fax a Lomé al presidente de la Federación Rock Gnassingbe,
recordando los compromisos financieros acordados meses antes.
El pacto era de 150.000 euros por cada jugador para la calificación a la Copa
del Mundo, además de un bonus de 30.000 euros por cada partido ganado y 15.000
por cada empate en el Mundial. Rock Gnassingbe había dado su palabra a mis
compañeros. Lamentablemente, los premios de la FIFA y de los sponsors,
hablamos de millones de Euros, terminaron en muchos bolsillos, pero no en los de
los futbolistas togoleses. El equipo merecía el premio, había un acuerdo, pero la
disputa se extendió hasta la víspera de la Copa Mundial, desestabilizando el
ambiente. En las ligas amateurs francesas había conocido dirigentes mucho más
profesionales y honestos que los togoleses.

Hablando en la televisión pública, el presidente de la Federación contó su


versión de los hechos, aprovechando que no podíamos responder. Nos acusaron de
ser mercenarios, dijeron que nuestra petición era escandalosa, dada la renta per
cápita en Togo, 342 dólares por habitante, la más baja entre las 32 naciones
participantes. Según Rock Gnassingbé y muchos aficionados, el honor de
representar a nuestro país en el Mundial era un premio suficiente. Por supuesto
que estábamos orgullosos de vestir la camiseta de Togo, pero también éramos
jugadores de fútbol que se habían ganado su reconocimiento económico y que no
habían sido pagados como se les había prometido.

Uno de los sindicalistas fue Emmanuel Adebayor, que fue criticado por los
medios de comunicación. Le tacharon de sanguijuela, al que no le bastaba su
suculento contrato con el Arsenal. Era exactamente lo contrario. Adebayor dio la
cara para defender a sus compañeros que percibían mucho menos que él y
necesitaban el dinero. En el hotel Waltersbühl, donde estábamos alojados, reinaba
el caos: directivos y jugadores “regateaban” como en un mercadillo. Los dirigentes
se peleaban con otros dirigentes y boicoteamos tres entrenamientos en señal de
protesta. En la noche del viernes 9 de junio, cuatro días antes de nuestro debut,
Oto Pfister se fue del hotel junto con su asistente Piet Hamberg. Dejó sus maletas
en la habitación, dijo «auf Wiedersehen» y al día siguiente no apareció en el campo
de entrenamiento. Descubrimos más tarde por el periódico alemán Taggesspiegel,
que Oto no podía aceptar participar en el Mundial en esas condiciones. Oto se
enfadó con los dirigentes, no con nosotros, comprendía nuestras peticiones.

La situación estaba tan mal que tuvieron que venir a Alemania el Primer
Ministro Edem Kodjo y el ministro de deporte Agouta Ouyenga. Buscando un
seleccionador last minute, los dirigentes hablaron con otro alemán: Winfried
Schäfer, antiguo entrenador de Camerún. Un par de días después, Schaefer reveló
que el presidente Rock Gnassingbe estaba listo para firmar el contrato, pero otros
dirigentes se opusieron. Al mismo tiempo, algunos de mis compañeros fueron a
Suiza, donde se había refugiado Pfister, para convencerlo de volver. La persuasión
funcionó y Pfister regresó a Wangen im Allgäu el lunes 12 de junio, un día antes
del debut contra Corea del Sur en Fráncfort del Meno.

Participábamos en los campeonatos del Mundo, pero ninguno de nosotros


estaba listo mentalmente. La FIFA tampoco. Antes del pitido inicial, la banda tocó
dos veces el himno de Corea del Sur y no sonó el nuestro. A pesar de las muchas
contingencias y problemas, dominamos a Corea y a la media hora de juego,
marcamos el gol del 1-0 con un hermoso derechazo en diagonal de Mohamed
Kader. Una dulce ilusión. Al descanso el seleccionador de los coreanos, Dick
Advocaat, sacó un defensor por un delantero, Ahn Jung-Hwan. El partido cambió
después de esa sustitución y de la expulsión en el 54’ de Jean-Paul Abalo, nuestro
capitán y defensor central. Lamentablemente Lee Chun empató en el siguiente tiro
libre. Unos minutos más tarde, entré en la cancha, en lugar del lateral izquierdo,
Ludovic Assemoassa, lesionado. No pudimos evitar el 2-1 de Ahn Jung-Hwan que,
cuatro años después del famoso gol a Italia, castigó también a Togo. No
merecíamos la derrota, jugamos mejor que Corea del Sur y, si sólo nos hubiésemos
preparado mejor el partido, estoy convencido que nuestro Mundial habría ido de
otra forma.

La derrota lanzó más gasolina al fuego. El secretario de la FTF, Assogbavi


Komlan, dijo a los reporteros que Pfister era un borracho y un mal entrenador. La
cuestión de las primas no estaba todavía solucionada. En la mañana del vuelo a
Dortmund, lugar de nuestro segundo partido contra Suiza, nos negamos a tomar el
avión y nos quedamos en el lobby del hotel. Estábamos seriamente convencidos de
boicotear el partido al día siguiente. El delegado de la FIFA llegó a nuestro hotel y
nos pidió que nos comportáramos sensatamente, prometiendo ayudarnos a
resolver los problemas relacionados con la prima. La situación mejoró gracias a
estas garantías y por la tarde tomamos el avión hacia Dortmund.

La huelga fue desconvocada y al día siguiente salimos al campo en el


Westfalenstadion contra Suiza. La lesión en el tendón de Aquiles de Assemoassa
resultó ser peor de lo esperado y Ludovic fue operado en Fráncfort. Pfister me
eligió en su lugar, también porque era el único zurdo en su lista. Mi partido no fue
inolvidable: Tranquillo Barneta, el suizo que jugó en la banda derecha, dio un pase
de gol a Frei y marcó un gol.

La mala noticia fue que después de sólo dos partidos ya estábamos


eliminados. La buena, que la FIFA cumplió su palabra. El día después del partido
contra Suiza, recibimos una parte de los premios y fuimos a un banco en Wangen
para transferir el dinero a nuestras cuentas. La FIFA restó el dinero de la cifra que
nuestra federación hubiera cobrado después de la Copa del Mundo, sobre dos
millones de euros por partido jugado. Yo no era uno de los que reclamaba y alzaba
su voz contra los dirigentes, fui uno de los últimos en llegar, ya era una conquista y
un honor para mí participar en un Mundial. Al mismo tiempo yo estaba a favor de
mis compañeros, que habían jugado doce partidos de clasificación y conquistado
un resultado histórico para Togo. No merecían que Rock y sus secuaces se burlasen
de ellos.

Resuelto el problema económico, por fin podíamos centrarnos en el último


partido, en Colonia contra Francia. Un desafío especial, porque nueve de nosotros
jugábamos en clubes franceses y cuatro habían nacido y crecido en Francia.
Jugamos sólo por honor y dignidad y para no regresar a Togo sin puntos. Les Bleus
habían empatado sus primeros dos partidos y necesitaban una victoria para
avanzar a octavos de final. Oto Pfister me confirmó en el once inicial y me indicó
seguir muy de cerca a Franck Ribéry, uno de los cracks de los franceses. Ribery me
volvió loco con su fintas, regates y gambetas, quería mostrar al mundo toda su
habilidad. Yo sólo quería demostrar que valía más que la Division d'Honneur. Para
mí fue como jugar un partido de Copa de Francia, cuando un equipo de
Championnat National desafía uno de Ligue 1. Y no hubo final feliz.

En la primera mitad resistimos, gracias a varios errores de los franceses


delante de la portería. En el principio del segundo tiempo, en seis minutos, Patrick
Vieira y Thierry Henry marcaron los dos goles que Francia necesitaba. Tres
partidos, tres derrotas, para nosotros era el momento de hacer las maletas y volver
a Togo. Los más felices de nuestra despedida fueron probablemente los dirigentes
de la FIFA, que dijo en un comunicado: “La comisión disciplinaria consideró que el
asunto es muy serio e indicó que la conducta de la delegación de Togo fue indigna
de un participante de la Copa del Mundo y puso en peligro el clima de
tranquilidad en torno a la competición más prestigiosa de la FIFA”. Sepp Blater
decidió multar a nuestra Federación con 100.000 francos suizos (80.840 dólares).

Los tres partidos jugados en la Copa del Mundo no cambiaron mi vida, pero
al menos me ayudaron a mejorar mi trayectoria futbolística. Después del Mundial,
tuve problemas de pubalgia durante dos meses, me entrené con los futbolistas sin
ficha y encontré un nuevo equipo, el Cherbourg en Nacional.

Muchas cosas cambiaron también en Togo tras el Mundial de Alemania.


Como seleccionador regresó Stephen Keshi, mientras varios dirigentes dimitieron.
Pero los viejos vicios no pasaron de moda. En marzo de 2007, después de un
partido de clasificación para la la Copa Africana contra Sierra Leona, Emmanuel
Adebayor, Mohamed Kader y Daré Nibombé fueron amenazados de muerte y
expulsados de la selección nacional. La razón fue haber pedido en nombre de los
compañeros las primas de Alemania 2006, porque un tercio aún no habían sido
pagadas.

Los dioses del fútbol decidieron tomar venganza contra Togo. Durante el
cuatrienio 2006-2010, el Mundial de Alemania fue la página más vergonzosa, pero
no la más triste del fútbol togolés.

En 3 de junio de 2007 “Les Eperviers” habían jugado y ganado 1-0 en Sierra


Leona. Desde el aeropuerto a la capital Freetown, se puede ir en barco, en ferry o
en helicóptero. Togo eligió el helicóptero, la solución más rápida, siete minutos de
vuelo. Después del partido, una Paramount Airlines Milipulgada Mi-8 con un
grupo de simpatizantes del equipo togolés, se incendió en el aterrizaje. Se salvó
sólo el copiloto, veintidós personas perdieron la vida, incluyendo el ministro de
deportes Richard Atipoe. Yo no había sido convocado, mis compañeros corrieron
el riesgo de estar en ese vuelo.

Tres años más tarde, la tragedia volvió a Togo y lamentablemente estaba allí
también ese 8 de enero de 2010, tres días antes del debut de la Copa Africana de
Naciones, organizada por Angola. Nuestro grupo se jugaba en el norte, en la
provincia de Cabinda, un enclave situado entre los dos Congos, pero políticamente
perteneciente a Angola.

Nos entrenamos en Congo Brazzaville y fuimos a la vecina Angola en


autobús. Unos minutos después de cruzar la frontera, fuimos víctimas de una
emboscada. Oímos disparos de ametralladoras llegar por todas partes, caímos al
suelo uno encima de otro, el suelo estaba cubierto de sangre. Miré a la muerte a la
cara, pensé que nadie saldría vivo de ese bus. Algunos rezaban o lloraban, otros
gritaban de dolor, otros ayudaban a los heridos. El primero en caer fue el
conductor del autobús, así que no podíamos escapar. El jefe de prensa, Stanislas
Ocloo, perdió mucha sangre y yo vendé la herida en el brazo y traté de mantenerlo
vivo. Lamentablemente no pudimos salvar su vida, ni la del asistente del
entrenador Abalo Améleté.

Era como estar en una película de guerra. El tiroteo continuó durante veinte
minutos, los terroristas ametrallaban y los militares angoleños respondían. Los
terroristas disparaban especialmente al autobús en frente, que contenía el equipaje
y el material técnico. Probablemente creían que los jugadores estaban dentro de ese
autobús. Las víctimas fueron tres, los heridos siete, incluyendo dos jugadores:
Serge Akakpo y Kodjovi Obilalé, heridos porque no estaban sentados. Uno estaba
bailando, el otro estaba sacando una foto. Un trágico accidente. Cuando todo
terminó, todo el mundo lloraba y le preguntaban a Dios por qué nos sucedía a
nosotros.

El ataque fue lanzado por la guerrilla de FLEC (Frente para la Liberación


del Enclave de Cabinda), que luchan por la independencia de Cabinda, una región
que produce el 60% del petróleo de Angola y exige la secesión desde hace muchos
años. El FLEC quiso sabotear la Copa Africana de Naciones y ganar exposición
internacional, nosotros fuimos solo víctimas inocentes.

Después del ataque, no estábamos listos para jugar la Copa y todos juntos,
como un verdadero equipo, tomamos la decisión de abandonar Angola. Sólo
queríamos volver a casa. Nuestro gobierno nos apoyó y envió un avión que nos
llevó a Togo. Kodjovi Obilalé fue transportado a Sudáfrica, dos proyectiles lo
golpearon causando daños a la espina dorsal, los intestinos, hígado y vejiga.
Recuerdo muy bien cuando, entre lágrimas, Obilalé nos dijo que cuidáramos de
sus dos hijos si no salía adelante. Afortunadamente “Doudou” sobrevivió. Se
despertó del coma después de tres meses en el hospital de Johannesburgo,
habiendo pagado la pierna derecha como peaje.

Mientras Obilalé luchaba entre la vida y la muerte, la Confederación


Africana de Fútbol (CAF) decidió no cancelar el torneo. El espectáculo debe
continuar. La retirada de Togo del evento inicialmente fue sancionada por la CAF
con una descalificación para las dos próximas ediciones de la Copa Africana de
Naciones. Una decisión cruel, que más tarde fue cancelada a raíz de la indignación
que causó no solo en Togo.

La CAF tampoco trató bien a Kodjovi Obilalé, el más afectado física y


moralmente por el atentado de Cabinda. Las lesiones obligaron a “Doudou” a
retirarse del fútbol. Después de ocho cirugías y muchas horas en un centro de
rehabilitación en Lorient, Francia, Obilalé logró recuperarse parcialmente, gracias
al apoyo financiero de la FIFA, de Emmanuel Adebayor, de Samuel Eto'o y de otros
benefactores. La CAF lo olvidó, como la FTF. Hoy “Doudou” camina ayudado por
muletas y vive una vida normal en Lorient. Conduce un coche con el acelerador a
la izquierda, escribió un libro y trabaja como educador para los chicos que han
tenido una infancia difícil.

También yo me quedé a vivir en Francia. Durante muchos meses, después


del ataque de Cabinda, mi vida estaba vacía, sin sentido. Pasé muchas noches sin
dormir, pensamientos oscuros me atormentaban. Poco a poco he conseguido pasar
página gracias al fútbol. Después de la tragedia de Cabinda, ya no jugué con mi
selección, solamente en las ligas inferiores francesas, en Thouars, Chauvigny y en
Yzeure. Cada cierto tiempo alguien me pide que le narre la historia de cuando
desafié a Henry, Trezeguet y Zidane.
EL CAMINO DE TOGO HASTA ALEMANIA 2006

Primera ronda:

11-10-2003, Bata: Guinea Ecuatorial-Togo 1-0

16-11-2003, Lomé: Togo-Guinea Ecuatorial 2-0

Segunda ronda:

5-6-2004, Lusaka: Zambia-Togo 1-0

20-6-2004, Lomé: Togo-Senegal 3-1

4-7-2004, Paynesville: Liberia-Togo 0-0

5-9-2004, Lomé: Togo-Congo 2-0

10-10-2004, Lomé: Togo-Mali 1-0

27-3-2005, Bamako: Mali-Togo 1-2

5-6-2005, Lomé: Togo-Zambia 4-1

18-6-2005, Dakar: Senegal-Togo 2-2

4-9-2005, Lomé: Togo-Liberia 3-0

8-10-2005, Brazzaville: Congo-Togo 2-3

Clasificación Grupo 1:

Togo 23 puntos, Senegal 21, Zambia 19, Congo 10, Mali 8, Liberia 4.

Goleadores de Togo:

Emmanuel Adebayor 10 goles, Mamam Cherif Touré, Mohamed Kader 3,


Yao Junior Sènaya 2, Moustapha Salifou, Adékambi Olufadé 1.
TOGO EN LA COPA DEL MUNDO DE 2006

Primera ronda:

13-6-2006, Fráncfurt: Corea del Sur-Togo 2-1 (31' Kader, 54' Lee, 72' Ahn)

19-6-2006, Dortmund: Togo-Suiza 0-2 (16' Frei, 88' Barneta)

23-6-2006, Colonia: Togo-Francia 0-2 (55' Vieira, 61' Henry)

Clasificación Grupo G:

Suiza 7 puntos, Francia 5, Corea del Sur 4, Togo 0.

Goleadores de Togo:

Mohamed Kader 1 gol.


CURIOSIDADES

De 2001 a 2015, Richmond Forson jugó en siete equipos amateurs franceses:


CS Louhans-Beaune, Luçon Stade JA Poiré-sur-Vie, Cherbourg, Thouars,
Chauvigny y Yzeure.

Cuatro jugadores togoleses, convocados en la Copa del Mundo de Alemania


2006, nacieron y crecieron en Francia: Ludovic Assemoassa, Alaixys Romao
Thomas Dossevi y Robert Malm. Otros dos, Richmond Forson y Eric Akoto,
nacieron en Ghana.

Nimini Ouro Tchagnirou, tercer portero en Alemania 2006, vive cerca de


Bolonia, donde jugó dos temporadas con los amateurs de Sasso Marconi y ejerció
labores de asistencia doméstica.

El togolés Assimiou Touré fue el segundo futbolista (18 años y 5 meses) más
joven convocado en Alemania 2006, después del inglés Theo Walcot (17 años y 2
meses).

En el año 2008 Emmanuel Adebayor fue votado futbolista africano del año,
primer y único togolés en ganar el premio.

En el año 2015, el portero Kodjovi Obilalé herido en Angola, escribió un


libro: “Un destin foudroyé: un footballeur dans l'enfer du terrorisme”.

Oto Pfister ha entrenado a ocho selecciones africanas (Ruanda, Burkina


Faso, Senegal, Costa de Marfil, Zaire, Ghana, Togo y Camerún), tres asiáticas
(Bangladesh, Arabia Saudita y Afganistán) y una centroamericana (Trinidad y
Tobago).

Massamasso Tchangai, ex defensor de Udinese, Tuscia y Benevento, falleció


el 8 de agosto de 2010, en su 32 cumpleaños, debido a un paro cardíaco.

La familia de Gnassingbe ha estado en el poder en Togo durante más de


cincuenta años: la dictadura de Eyadema duró desde 1967 hasta su muerte en 2005,
cuando fue elegido su hijo Faure.
Canadá 1986

La pasión por el soccer, como es conocido por estos lares, me la transmitió


mi padre Giovanni, un italiano de la norteña región Friuli, que emigró a Canadá.
En 1952 se marchó de Údine, junto a mi madre Clelia y mis hermanos mayores
Vanni y Silvano, para buscar fortuna en la Columbia Británica, en la costa pacífica
del país, en Vancouver. La ciudad donde nací el primero de mayo de 1955. Mi
nombre completo es Roberto Italo Lenarduzzi, pero todo el mundo me llama Bob.
La primera vez que di una patada a una pelota fue con mis hermanos y otros niños
en Callister Park, en Hastings-Sunrise, un barrio popular en el noreste de
Vancouver, donde había muchos ítalo-canadienses como yo. Hoy en día todavía
voy a caminar a menudo a Callister Park y le cuento a mis hijos donde comenzó mi
carrera.

Los primeros recuerdos de fútbol “real” están relacionados con el Mundial


de Inglaterra en 1966, cuando tenía once años. Franz Beckenbauer, Pelé, Eusébio,
Bobby Charlton, Gianni Rivera... Recuerdo la decepción de mi padre después de la
derrota de Italia contra Corea del Norte y mi entusiasmo antes de ir a dormir la
noche de la final. En Wembley se jugó a las tres de la tarde, en Vancouver
transmitieron el partido en vivo a las siete de la mañana. Vi la final Inglaterra-
Alemania Occidental con mi padre y mis hermanos y ese 30 de julio de 1966, decidí
que un día llegaría a ser futbolista profesional. Estaba seguro de que alcanzaría mi
meta y nadie en el mundo iba a poder despertar de mi sueño.

Cada domingo, iba a ver a mis hermanos Vanni y Silvano, que jugaban en la
Pacific Coast League, con los Vancouver Columbus, orgullo de la comunidad
italiana. Silvano, apodado Sam, en 1968 debutó en la selección nacional y fue mi
modelo a seguir. El primer club en el que jugué fue el Grandview Legion, en 1970,
con quince años, preparé mis maletas y me fui a Reading, una ciudad a 40 millas
de Londres. Los primeros días fueron difíciles. Extrañaba mucho la lasaña y los
ñoquis hechos a mano por mi madre Clelia, pero vivir lejos de casa me ayudó a
crecer rápido. Junto a los chicos de la cantera tuvimos que limpiar los zapatos de
los jugadores mayores o barrer la tribuna después de los partidos. Por entonces
habría hecho cualquier cosa con tal de jugar a fútbol y conseguir mi sueño. Fue una
buena cura de humildad para no endiosarme y creérmelo demasiado. En Reading
estuve seis años y jugué sesenta y siete partidos en el primer equipo. En mi última
temporada en Inglaterra, en 1976, ascendimos a tercera división, en aquel equipo
también jugaba Robin Friday, “The Man Don’t Give a Fuck”, un delantero tan
talentoso como loco. Fue una bonita forma de poner fin a mi experiencia europea y
volver a casa.
Desde 1974 viví entre Inglaterra y Canadá, no quería jugar toda mi
trayectoria en las ligas menores en Inglaterra. Durante el descanso estival de la liga
inglesa, el Reading me enviaba a préstamo al Vancouver Whitecaps, que jugaban
en la NASL, North American Soccer League. Jugábamos en el Empire Stadium,
muy cerca de mi casa. Recuerdo bien el primer partido oficial con los ‘Caps, el 5 de
abril de 1974, contra el San José Earthquakes, la única vez que mi madre Clelia vino
a verme en vivo. Fue un orgullo escuchar el himno nacional junto a mi hermano
Sam, el capitán del equipo, y con tantos familiares y amigos en las gradas
animándonos.

En aquel momento el soccer en América del Norte no era muy popular, ni te


sacaba de pobre. Mi compañero Bruce Wilson, por ejemplo, estaba indeciso entre
continuar con su trabajo como profesor o dedicarse al fútbol a tiempo completo.
Todo cambió en 1975, con la llegada de Pelé al Cosmos de Nueva York. El público
estadounidense necesitaba reflejarse tanto en el cine como en el fútbol y Pelé, Johan
Cruyff o George Best eran como estrellas de Hollywood. Debido a la fama de estos
campeones, el fútbol rápidamente se hizo popular en los Estados Unidos.

Para los Whitecaps de Vancouver y el fútbol canadiense, el fichaje más


importante no fue un futbolista sino un entrenador: el inglés Anthony Waiters. En
1977, Tony aceptó la oferta de los ‘Caps y trajo con él muchos futbolistas británicos,
como el campeón del Mundo Alan Ball o Carl Valentine. La prensa los apodó “The
English Mafia”. 1979 fue nuestro año dorado, cuando nos convertimos en
campeones de América del Norte. En las semifinales del playoff eliminamos al
Cosmos de Nueva York de Franz Beckenbauer, Carlos Alberto, Johan Neeskens y
Giorgio Chinaglia, campeones vigentes en las dos temporadas anteriores. En el
Soccer Bowl del estadio de los Giants, frente a 50.000 aficionados, derrotamos 2-1 al
Tampa Bay Rowdies. Todavía recuerdo las palabras con las que el viejo Alan Ball,
MVP de la final, exhortó a los jóvenes del equipo. Allan nos instó a disfrutar esos
momentos, porque de lo contrario, al final de nuestra carrera nos habríamos
arrepentido. Y que razón tenía.

Después de regresar de Nueva York a Vancouver organizaron un desfile en


nuestro honor. Mientras estábamos en el avión, pensé lo vergonzoso que sería, si
nos esperasen sólo unos pocos aficionados para celebrarlo con nosotros. Para nada
fue así. Desde el aeropuerto hasta Robson Square, había miles de personas para
saludar a nuestro autobús. Fue inmenso: más de 100.000 ciudadanos de Vancouver
salieron a las calles para celebrar la victoria de su equipo de fútbol. No me lo podía
creer. Viendo a todas aquellas personas entusiastas, pensé que el fútbol en Canadá
iba a ser tan popular como el hockey. Volví a equivocarme otra vez. A finales de
los años 70, la NASL había alcanzado su cima y el declive fue rápido: el número de
participantes se redujo desde los veinticuatro equipos de 1980 hasta los nueve de
1984, cuando lamentablemente se bajó el telón. “Game over”.

Jugar junto a figuras como Allan Ball, Peter Lorimer y Ruud Krol y
desafiando fenómenos como Pelé, Cruyff y Beckenbauer, fue importante para mí
crecimiento y el de otros jugadores canadienses. En los países anglóparlantes se
dice: “Swim or drown“, nadar o ahogarse. Aprendí a nadar y me convertí en el
jugador con más partidos profesionales disputados en la historia de la NASL: 288
en la temporada regular, además de 24 en los playoffs. Después de la desaparición
de la NASL, dejé el fútbol once y me fui a jugar con el Tacoma Stars, en la Major
Indoor Soccer League, la liga de fútbol sala, que se jugaba durante el descanso
otoñal de la NASL.

En los Estados Unidos el fútbol indoor era realmente popular, fusionaba el


arte del fútbol y el gusto americano por un tanteo alto. El partido se dividía en
cuatro cuartos de 15 minutos cada uno, cada equipo salía con seis jugadores y
podían hacerse cambios sin detener el partido. La pelota era naranja y el terreno de
juego era muy parecido a una cancha de hockey sobre hielo, ya que el balón no
puede salir por los laterales o fondos al rebotar en las paredes, y su superficie era
césped sintético (turf). Era todo un “show” americano. Entrábamos en la cancha
envueltos en nubes de humo y música de discoteca, luces de láser y fuegos
artificiales. El recibimiento más espectacular era el de Cleveland Force,
acompañado de Darth Vader, con una iluminación suave y la banda sonora de Star
Wars. Muy kitsch y extravagante, pero el fútbol sala era muy divertido, tanto para
nosotros los jugadores como para el público.

De 1984 a 1986 los únicos partidos fútbol once que jugué fueron con la
selección nacional, que en aquella época era muy competitiva. Empecé a vestir la
camiseta rojiblanca de Canadá a los dieciocho años, el 1 de agosto de 1973, en
Toronto contra Polonia. Luego participé en la Copa de la Concacaf de México en
1977 y Honduras en 1981, donde no logramos clasificarnos por apenas un punto al
Mundial de España '82. El siguiente año Tony Waiters, que me había entrenado
durante cuatro temporadas en el Vancouver Whitecaps, fue nombrado
seleccionador nacional. Su sueño era participar en los mundiales, un sueño que no
había cumplido de jugador. Fue portero de la selección de Inglaterra, pero Alf
Ramsey lo excluyó de la Copa del Mundo de 1966.

Los primeros partidos con Waiters en el banquillo fueron las eliminatorias


de los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984. La fase de clasificación no fue fácil y
en la segunda ronda nos enfrentamos a México, un oponente famoso por sus malas
artes, simulaciones y faltas intimidatorias. En el partido en casa, en Victoria,
ganamos. A la vuelta, de visitantes en Toluca, perdimos 2-1, por lo que fue
necesario un desempate en terreno neutral. Los mexicanos querían jugar en Los
Ángeles, nuestra Federación se opuso porque sabía que había una numerosa
comunidad mexicana en California. Así se decidió jugar en Fort Lauderdale,
Florida, donde ganamos 1-0 con gol de Gerry Grey. Fue una hazaña inolvidable y
pasamos a la ronda final, que se resolvió con un triangular con Costa Rica y Cuba,
donde terminamos segundos y logramos la clasificación.

En los Juegos Olímpicos, la ronda preliminar no se disputó en California


sino en la costa este norteamericana. En el debut en Boston, empatamos 1-1 contra
Irak. A continuación, perdimos 1-0 contra Yugoslavia en el segundo partido en
Annapolis. En el último y decisivo partido teníamos que ganar contra Camerún
para clasificarnos. En los “Leones indomables” jugaban Roger Milla, Emmanuel
Kundè, Joseph-Antoine Bell y otros jugadores de la selección que dos años antes
sorprendió en el Mundial de España, empatando contra Perú, Polonia e Italia. Un
oponente formidable, al que derrotamos 3-1 con un doblete de Dale Mitchell y otro
gol de Igor Vrablic.

Nos mudamos de Massachusets a California, en el corazón de los Juegos


Olímpicos. En los cuartos de final nuestro oponente fue Brasil, el mayor desafío
internacional en la historia del fútbol canadiense. En la “canarinha” ya no jugaban
Zico, Falcão y Sócrates, pero aparecía una nueva hornada de jugadores jóvenes y
prometedores, como Carlos Dunga y Mauro Galvão. Ese día en Stamford, si hubo
un equipo que quiso ganar el partido fue Canadá. En el 58' marcamos con Mitchell
y pocos minutos después doblamos la renta con Gerry Grey, pero su gol fue
anulado por un fuera de juego inexistente.

Como suele suceder en estos casos, de lo que debería haber sido el 2-0 para
nosotros, se pasó al empate a 1 de Brasil con gol de Gilmar Popoca. El partido se
fue a la prórroga y llegamos a los penales, donde los brasileños demostraron más
calidad y sangre fría. Fue una gran desilusión, pero al mismo tiempo los buenos
resultados en los Juegos Olímpicos aumentaron nuestra autoestima de cara a la
clasificación para el Mundial del año siguiente.

En aquel momento, la FIFA concedía dos cupos a los equipos de Concacaf.


Después de la elección de Colombia como país anfitrión, solo quedaba uno, ya que
el torneo se realizaba en México, cuya selección estaba clasificada
automáticamente. En la primera ronda, disputada en la primavera de 1985,
ganamos el grupo tres contra Guatemala y Haití. El gran protagonista fue Dale
Mitchell, que anotó cuatro goles en cuatro partidos. Lamentablemente nuestro
goleador se lesionó el ligamento cruzado anterior en las semanas anteriores a la
última ronda de clasificación. En un triangular contra Costa Rica y Honduras, que
se disputaba en partidos de ida y vuelta entre agosto y septiembre. El rival más
peligroso era Honduras, que había dado una gran imagen en el Mundial de 1982,
empatando dos partidos contra España e Irlanda de Norte.

El sustituto de Mitchell fue George Pakos, conocido como “Teddy”,


delantero de 33 años de origen polaco. Teddy demostró todo su valor y marcó el
gol decisivo en la victoria 1-0 en Honduras, partido jugado a las tres de la tarde con
el calor asfixiante de horno de Tegucigalpa. Jugar en América Central siempre es
complicado, no sólo por el clima. Son países donde el fútbol es una religión, como
el hockey sobre hielo lo es en Canadá. Los aficionados viven por y para su
selección nacional y hacen todo lo posible para ayudarla, cómo organizar fiestas
debajo del hotel del equipo contrario, para no dejarlo descansar. Nunca me he
quejado de estos tratamientos, siempre he pensado que si no nos hubieran temido,
nunca habrían perdido su tiempo en molestarnos durante la estancia en su tierra.
No me enfadaba, al revés, era un orgullo, valoraba su atención como un honor.

Además de ganar en Honduras, empatamos ambos partidos contra Costa


Rica, 1-1 en Toronto y 0-0 en San José. Con cuatro puntos en tres partidos,
necesitábamos solamente un empate en el último desafío, en casa contra Honduras.
Antes del comienzo de la ronda final, los dirigentes de las tres federaciones se
reunieron en Ciudad de Guatemala, para decidir las fechas y lugares de los seis
partidos. Para el partido final del 14 de septiembre contra Honduras, fue escogido
Saint John's, en Newfoundland (Terranova). Los hondureños conocían Toronto,
Vancouver, Montreal, Otawa, pero no tenían idea de donde estaba Saint John's.
Fue un plan muy inteligente de nuestra Federación.

Saint John's, de hecho, está geográficamente más cercano a Irlanda que a


Vancouver. Terranova es una isla en el Océano Atlántico, su clima es inhóspito, con
lluvias torrenciales y viento frío. Para los hondureños fue un choque cultural y
climático. El primer día no salieron de su hotel y los días siguientes se entrenaron
en una cancha cubierta, mientras nosotros entrenamos sin problemas bajo la lluvia
torrencial. Saint John's fue una elección inspirada, no sólo por el clima. Llegamos
una semana antes del partido y sus habitantes nos apoyaron mucho antes y
durante el partido decisivo.

El “King George V Park” no era un estadio, era una canchita deportiva en el


medio de un parque público. Construyeron las gradas de acero y las colocaron en
el aparcamiento. Aquel día había más de 6000 personas para apoyarnos. Todavía
recuerdo que el presentador pidió a nuestros fans dejar espacio en las gradas al
pequeño grupo de simpatizantes que llegaron de Honduras. En Tegucigalpa, no
creo que nunca habría pasado eso.

El partido salió bien, según los planes de Tony Waiters, que nos había
recomendado defender cuidadosamente y aprovechar el balón parado, que
habíamos practicado los días antes. Nuestro primer gol llegó después de un cuarto
de hora, justo en un saque de esquina de Carl Valentine. Nacido en Manchester,
Carl, jugó muchos años conmigo en Vancouver. Esperaba una llamada del
seleccionador inglés Bobby Robson, pero como nunca llegó, Waiters lo convenció
para decidirse por la selección de Canadá. Su saque de esquina se transformó en
un pinball en el área hondureña y, como en el partido de ida, George Pakos marcó
el gol del 1-0. Al principio de la segunda mitad, Honduras empató con Armando
Betancourt, que también jugaba fútbol sala con los St Louis Steamers. El miedo
duró unos diez minutos hasta que Igor Vrablic marcó el 2-1, en otro saque de
esquina de Valentíne.

Con el pitido final nuestros aficionados invadieron la cancha para celebrar,


fue una enorme satisfacción para mí y para mis compañeros. Un triunfo merecido
después de habernos acercado al objetivo en las dos ediciones anteriores del
Campeonato de la Concacaf. Nuestro equipo era el símbolo del Canadá
multicultural. Yo y Pasquale De Luca somos ítalo-canadienses, los padres de
George Pakos son polacos, los de Terry Moore de Irlanda del norte, mientras que
otros diez de nosotros nacieron en otros lugares y emigraron a Canadá: Carl
Valentine en Manchester; Gerry Grey, Colin Miller y David Norman en Glasgow;
Paul James en Cardiff; Tino Letieri en Bari; Igor Vrablic en Bratislava; Branko
Segota en Rijeka; Sven Habermann en Berlín; Randy Samuel en Trinidad.

Pasada rápida la borrachera después de la calificación histórica, empezamos


la preparación para la aventura mexicana. El seleccionador Tony Waiters nos dijo
claramente que no habría ninguna posibilidad de ganar la Copa y en el mejor
escenario, ya habría sido un éxito pasar la primera ronda. Nuestro objetivo era
evitar una goleada, como la que El Salvador, cuatro años antes en España, recibió
contra Hungría (10-1). Algunos de mis compañeros se quejaban del hecho de que
Tony trabajaba casi exclusivamente la defensa. Hubieran preferido jugar un fútbol
más abierto y ofensivo, Waiters era un profeta del clásico “kick and run” o balonazo
a la olla inglés, con balones largos desde la defensa, lógico teniendo en cuenta
nuestra falta de volantes. Años más tarde, cuando me hice entrenador, entendí el
punto de vista de Tony. Quería minimizar los riesgos y asegurarse que estábamos
bien organizados, cuando no teníamos el balón. Todas las casas de apuestas
pensaban como nuestro entrenador y las cuotas eran altas sobre la posibilidad de
que hubiéramos anotado siquiera un gol en México. Nuestros familiares y amigos
se jugaron unos cuantos dólares, valía la pena.

Los resultados de los amistosos preparatorios confirmaron las


preocupaciones de nuestro seleccionador y los pronósticos de las casas de
apuestas. En enero empatamos 0-0 en Vancouver contra Paraguay, luego en febrero
fuimos a la Copa Miami, donde perdimos 3-1 contra Uruguay y empatamos 0-0
contra Estados Unidos. Todavía sufrimos tres derrotas más. Contra México (3-0) el
mes de abril en Ciudad de México y contra Gales (3-0) e Inglaterra (1-0) en mayo
en Vancouver.

El modelo de juego favorito de Waiters era el clásico 4-4-2 inglés, yo jugaba


de lateral derecho, el capitán Bob Wilson a la izquierda, mientras los zagueros
centrales eran Ian Bridge y Randy Samuel, uno de los pocos que tenían algo de
experiencia en el fútbol europeo. Bridge jugaba en Suiza, en Le Chaux-De-Fonds y
Samuel en Holanda, en el PSV Eindhoven, mientras que los otros cuatro
“europeos” eran Carl Valentine (West Bromwich Albion, Inglaterra), Vrablic
(Sérésien, Bélgica), Colin Miller (Rangers, Escocia) y Terry Moore (Glentoran,
Irlanda del norte). Otro “extranjero” era Paul James del Monterrey mexicano. Los
otros quince convocados no jugaban en ningún equipo de fútbol once desde que la
NASL cerró sus operaciones. Junto con mis diez compañeros jugábamos fútbol sala
en la Mayor Indoor Soccer League. Otros cuatro estaban parados, incluyendo el
capitán Bruce Wilson, quien por aquel periodo cobraba el subsidio de desempleo
del gobierno.

Nuestra tarjeta de visita no era sensacional, pero Tony nos preparó muy
bien táctica y físicamente. Nuestro grupo, el C, se jugaba en las ciudades de León e
Irapuato, ambos cerca de 1800 metros sobre el nivel del mar. Por ello hicimos parte
de la preparación en altura, dos semanas de trabajo en Colorado Springs. La
preparación física fue fundamental para nosotros, porque éramos técnicamente
inferiores a nuestros adversarios. El sorteo fue infausto para nosotros y
terminamos en un grupo difícil con tres equipos europeos: Francia, Hungría y la
Unión Soviética. Todos los expertos nos consideraban la Cenicienta del torneo.

A nuestra llegada a Ciudad de México, no había mucha gente esperando.


Los pocos periodistas presentes nos preguntaron cuántos goles nos meterían, si
más o menos de diez. Y no se referían a todo el mundial, sino sólo al primer
partido contra Francia, el campeón europeo reinante. Los días anteriores al debut,
vimos un video de Francia y Waiters enfatizó los errores y las debilidades de
nuestros adversarios. Tony utilizó palabras de aliento, dijo que los franceses no
eran extraterrestres y también se podían equivocar. Durante el viaje en autobús
hasta el estadio de León, los aficionados mexicanos nos mostraron su predicción
con ambas manos: seis, ocho, diez dedos a cero.

En el túnel antes de salir al campo, estaba emocionado y encantado de salir


al campo junto a campeones como Michel Platini, Alain Giresse y Jean Tigana, que
hasta ahora sólo había visto en televisión. Más que admiración, sentí temor y
miedo de no estar a la altura, la noche podría ser muy larga para nosotros. El
partido fue mucho mejor de lo esperado. Una pequeña ayuda para nosotros fue el
estado del campo de juego. El césped estaba cortado demasiado alto, retrasando
los pases y complicándole los regates a los habilidosos jugadores de Francia.

El delantero Jean Pierre Papin falló al menos cinco goles cara a cara con Paul
Nolan, que parecía el único de nosotros que disfrutaba del asedio francés. Era
comprensible: con sólo diecinueve años, Paul se había convertido en el segundo
titular más joven de la Copa del mundo y estaba disfrutando su momento de
gloria.

Los franceses estaban frustrados por nuestra valiente resistencia, Platini


estaba muy nervioso y enfadado con sus compañeros. Cuando rondaba la idea de
sacar un empate, a unos diez minutos del final, lamentablemente Francia marcó.
En parte fue mi culpa, por desgracia. Luis Fernández centró desde el costado
derecho del área, Nolan salió, pero no atajó la pelota. Su error me sorprendió y en
lugar de despejar lejos, dejé e balón convencido de que habría terminado fuera.
Detrás de mí, irrumpió como un halcón Yannick Stopyra, que se la puso fácil para
el remate de Papin. Fue un error mío y de Dolan, pero nuestro guardameta había
jugado un gran partido, no se le podía culpar de nada.

Perder solo 1-0 contra un equipazo como Francia era todavía un resultado
loable. Salimos de la cancha sacando pecho y con la cabeza bien alta, los
aficionados mexicanos nos aplaudieron mucho. Eran los mismos que a la llegada al
estadio nos mostraban ocho o diez dedos. En las entrevistas después del partido,
los periodistas preguntaron al entrenador francés Henri Michel y al capitán Michel
Platini cómo podrían haber ganado sólo 1-0 contra Canadá. Platini demostró su
clase, respondiendo que Canadá jugó un gran partido y estaba contento de haber
ganado solo 1-0. Sus palabras me llenaron de orgullo y felicidad.
El partido contra Francia nos había animado y también engañado.
Pensábamos que éramos los favoritos en el segundo partido contra Hungría, que
en el debut fue destruido 6-0 por la Unión Soviética. Mirando en la televisión el
video del partido, los magiares nos parecieron muy débiles defensivamente. Por lo
tanto, salimos a la cancha convencidos de atacar, al contrario del debut frente a
Francia. Fue un grave error de presunción. Waiters cambió un centrocampista
(Gerry Grey en lugar a Mike Sweeney) y el portero. A pesar de la excelente
actuación, Dolan fue remplazado por Tino Letieri, que se había recuperado de un
problema muscular y tomó su lugar entre los postes, con el inseparable “Aussie”,
muñeco con forma de papagayo. La mascota de Tino no sirvió y después de sólo
dos minutos, Hungría ya tomaba ventaja con Márton Esterházy. Durante todo el
partido atacamos, pero sin la necesaria lucidez. Hungría simplemente se defendió,
hasta que Lajos Détári nos sorprendió con la guardia baja a un cuarto de hora del
final.

Contra los magiares, desperdiciamos nuestra oportunidad de conquistar


puntos, puesto que el último partido era contra la Unión Soviética del “coronel”
Valeriy Lobanovskyi. Gracias en particular a las atajadas de Letieri, el empate a
cero perduró durante casi una hora, hasta el gol de Oleg Blochin, redoblado en el
74' por Sacha Zavrov. En el último minuto, mi pie izquierdo tuvo la mejor
oportunidad para marcar un gol histórico para Canadá. En un saque de esquina, el
balón terminó en mis pies, estaba solo en el área pequeña. Lamentablemente,
exhibí la falta de lucidez en el área rival propia de un zaguero y mi tirito inofensivo
llego manso a los brazos de Viktor Chanov. El portero soviético me hizo un favor
lanzándose y haciendo parecer mi disparo más fuerte de lo que realmente era. Fue
una verdadera lástima, habría podido terminar mi carrera internacional con un gol
histórico. Incluso hoy en día algunas personas me reprochan en broma ese error,
porque habían apostado por un gol de Canadá en el Mundial.

A pesar de no haber anotado ningún gol y sufrir cinco tantos en tres


partidos, dejamos una imagen decente. Los periodistas y aficionados mexicanos,
que la víspera se burlaron de nosotros, estaban equivocados. Aquel Mundial
podría haber sido el punto de partida para el desarrollo del fútbol canadiense. De
los 22 jugadores convocados, de hecho, sólo tres eran mayores de 30 años: yo,
Wilson y Pakos. Sin embargo, sólo fue el momento cumbre de una generación y
nuestro maravilloso paseo resultó ser simplemente un episodio aislado.

Después de la Copa del Mundo, Tony Waiters dimitió como seleccionador y


fue remplazado por su adjunto, Bob Bearpark, también inglés. El primer evento en
que participó la nueva época de Canadá fue en agosto, en la Merlion Cup en
Singapur, en la cual participaron cinco selecciones asiáticas: China, Corea del
Norte, Indonesia, Malasia y Singapur. No participé en ese torneo, Bearpark
convocó a un equipo experimental, con solo siete veteranos del Mundial y muchas
jóvenes promesas. Superada la primera ronda, la semifinal contra Corea del Norte
fue el partido del fatídico punto de inflexión negativo en el futuro de nuestro
fútbol. La noche antes del partido, cinco jugadores (Igor Vrablic, Dave Norman,
Héctor Marinaro, Chris Chueden y Paul James) estaban jugando a las cartas,
cuando recibieron una oferta de un misterioso personaje de Singapur: 100.000
dólares en maletines para perder el partido. Los cinco aceptaron el chanchullo,
Corea del Norte ganó por 2-0, pero el triste asunto no terminó enterrado en silencio
en Singapur.

Arrepentido, Paul James devolvió su parte de los maletines recibidos y le


confesó lo que había sucedido a su compañero Randy Regan. El asunto llego a los
oídos del excapitán Bruce Wilson y el exentrenador Tony Waiters con los detalles
de lo que se había cocido y convencieron a la Asociación de fútbol de Canadá para
abrir una investigación. Siguió los pasos la Real Policía montada de Canadá, que
descubrió una clara prueba de la corrupción: en los días siguientes a la Copa
Merlion, los cuatro jugadores recibieron 25.000 dólares cada uno en sus cuentas
bancarias. Norman incluso había comprado una casa en Coquitlam. El proceso
penal no desencadenó arrestos, ya que el hecho ocurrió fuera de la jurisdicción de
Canadá. La CSA en su lugar continuó la investigación y expulsó a los cuatro
indefinidamente de la selección nacional. Más tarde Norman y Marinaro fueron
citados de nuevo, a diferencia de Chueden y Vrablic. Me supo mal sobre todo por
el último: en aquel momento Igor tenía sólo 21 años y después del mundial había
ido a jugar a Grecia, en el Olympiakos. Podría haber sido la figura de Canadá en la
década de los 90 y sin embargo se retiró en 1987, quizás por vergüenza. Vrablic fue
uno de los pocos convocados a México que no han sido incluidos en el salón de la
fama del fútbol canadiense. Hoy se dedica a entrenar caballos de carrera junto a su
esposa, el fútbol para él es sólo un recuerdo lejano.

Después del mundial, dije “bye bye” a la selección y jugué algunas


temporadas más con el Vancouver 86ers, dentro de la recién formada Liga de
fútbol canadiense. Entre las naciones participantes en México 86, era la única que
no tenía un campeonato nacional y la CSL se fundó en 1987. En 1988, con treinta y
tres años, colgué las botas y me se convertí en entrenador de 86ers, con el que gané
cuatro campeonatos de fila y logré un récord de 46 partidos consecutivos sin
derrota. El experimento de la CSL, sin embargo, no duró y debido a problemas
económicos ligados a la recesión, la Liga cerró sus puertas en 1992. Fue un golpe
del que nunca se ha recuperado el balompié canadiense.
No estuve desempleado durante mucho tiempo, ya que en 1993 fui
nombrado entrenador de la selección. Estuvimos muy cerca dos veces de la
participación en el mundial: en 1993, perdimos en el play-off con Australia,
mientras que en 1997 llegamos al grupo de clasificación, pero al final se clasificaron
México, Estados Unidos y Jamaica. Si piensas en esos años, el balompié canadiense
perdió una gran oportunidad. En mi época éramos mejores que los Estados
Unidos, que ahora participan regularmente en los campeonatos del mundo. El
fútbol en los Estados Unidos tuvo un auge, llegó a ser popular otra vez después de
la Copa del mundo del 1994 y la creación de la MSL en 1996. Hoy participan veinte
equipos, entre ellos tres canadienses: Toronto Fc, Montreal Impact y Vancouver
Whitecaps..

Durante cincuenta años, el fútbol ha sido mi vida, primero como jugador y


luego como entrenador y ahora, desde 2011, como presidente de mi amado 'Caps.
Hermosas y variadas experiencias. El MSL tiene hoy pocas figuras europeas, pero
de gran nivel a diferencia de la NASL, que se gastó lo que no tenía y fracasó. A
pesar de estos inconvenientes, los mejores momentos de mi carrera fueron en los
años setenta y ochenta, cuando jugaba frente a miles de personas. Ahora entiendo
cuánta razón tenía Alan Ball cuando decía aquello de disfrutar de cada momento
como jugador.
EL CAMINO DE CANADÀ HASTA MEXICO ‘86

Primera ronda:

13-4-1985, Vancouver: Canadá-Haití 2-0

20-4-1985, Vancouver: Canadá-Guatemala 2-1

5-5-1985, Cità del Guatemala: Guatemala-Canadá 1-1

8-5-1985, Port-au-Prince: Haití-Canadá 0-2

Clasificación Grupo 2:

Canadá 7 puntos, Guatemala 5, Haití 0.

Segunda ronda:

17-8-1985, Toronto: Canadá-Costa Rica 1-1

25-8-1985, Tegucigalpa: Honduras-Canadá 0-1

1-9-1985, San José: Costa Rica-Canadá 0-0

14-9-1985, Saint John's: Canadá-Honduras 2-1

Clasificación Campeonato Concacaf:

Canadá 6 puntos, Honduras 3, Costa Rica 3.

Goleadores de Canadá:

Dale Mitchell 4 goles, Igor Vrablic 3, George Pakos 2, Paul James, Mike
Sweeney 1.
CANADÀ EN LA COPA DEL MUNDO DE 1986

Primera ronda:

1-6-1986, León: Canadá-Francia 0-1 (79' Papin)

6-6-1986, Irapuato: Hungría-Canadá 2-0 (2' Esterházyi, 75' Détári)

9-6-1986, Irapuato: Unión Soviética-Canadá 2-0 (58' Blokhin, 74' Zavarov)

Clasificación Grupo C:

Unión Soviética 5 puntos, Francia 5, Hungría 2, Canadá 0.


CURIOSIDADES

Quince jugadores canadienses jugaban en la Major Indoor Soccer League y


seis en la liga de fútbol sala, cuando fueron convocados para la copa del mundo en
México.

En 1979 Canadá participó en el campeonate sub-20 de la FIFA en Japón,


derrotando 3-1 a Portugal. Cuatro miembros del equipo participaron en la Copa
Mundial en México: Gerry gris, Branko Segota, puente de Ian y Mike Sweeney.

“(Oh Canadá) we´ll proudly play for you” de los Sons of Andrew, fue el himno
oficial de la selección de Canadá durante el mundial de México ' 86.

En 1904 Canadá ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de San


Luis. Los participantes fueron tres: Canadá, representada por el F.C. Galt, que
derrotó al equipo de Estados Unidos, 7-0 a los Christian Brothers y 4-0 al College
Rose Parish.

Además de la edición de 1985, Canadá ha ganado en el año 2000 su segundo


Campeonato de la Concacaf, que ha pasado a llamarse Gold Cup.

Bob Lenarduzzi tuvo el honor de llevar la antorcha olímpica, en 12 de


febrero de 2010, día de la apertura de los Juegos Olímpicos de invierno en
Vancouver.

El equipo nacional de mujeres de Canadá ganó dos medallas de bronce en


los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y Río de Janeiro 2016.

La italiana Carolina Morace ha sido entrenadora del equipo femenino de


Canadá desde 2009 a 2011, ganando la Copa de la Concacaf en 2010.

En 2017, el Toronto FC de Sebastian Giovinco se convirtió en la primera


franquicia canadiense en ganar la Major League Soccer, derrotando 2-0 a los
Sounders de Seatle.
Indias Orientales Neerlandesas 1938

El cuerpo humano y sus misterios siempre me intrigaron, desde que era un


niño. Corazón, cerebro, pulmones... Nunca voy a olvidar cómo brillaban los ojos de
mi padre cuando le dije que quería ser médico. La idea de tener un doctor de la
familia le gustaba a papá.

Vivíamos en Surabaya, una ciudad que durante siglos ha sido el principal


polo de negocios en Asia. Al nivel de Hong Kong y Shanghái. Junto a Batavia, mi
Surabaya era el corazón de la isla de Java. Junto a Sumatra, Molucas, Bali, Borneo y
otras islas, Java era parte de las colonias holandesas en Asia, llamadas Hindia
Belanda por los nativos e Indias Orientales Holandesas por los colonos europeos.
Comerciantes de la compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (VOC)
aterrizaron en nuestras costas al principio del siglo XVII, después de que los
ibéricos hubieran cerrado sus puertos de Cádiz y Lisboa, obligándolos a comerciar
con especias, como clavo, sándalo y nuez moscada, directamente en Oriente.
Después de la quiebra de la empresa, en el siglo XIX la Hindia Belanda pasó al Reino
de Holanda, que prosiguió con el dominio político, económico y cultural del
archipiélago. Un dominio con abuso de poder y explotación de los inlandsch, los
nativos.

Si yo y otros inlandsch pudimos estudiar, algo de mérito se le debe a Eduard


Douwes Dekker, un holandés que había vivido veinte años en diversas ciudades de
la Hindia Belanda. Una vez de regreso a Holanda, en 1860 Dekker escribió la
novela “Max Havelaar”, bajo el seudónimo de Multatuli. En su obra, Multatuli
narra la opresión que sufre el pueblo de Java en las plantaciones de café de las
Indias holandesas, critica los aspectos más crueles del colonialismo holandés hacia
los nativos y se dirige directamente al Rey de Holanda: “Más de treinta millones de
sus súbditos son maltratados y explotados en su nombre”. La novela tuvo éxito en
Europa, despertó la conciencia de la gente y el gobierno holandés trató de pagar
parcialmente su deuda con sus súbditos inlandsch, facilitando educación a los
indios leales a los colonos. Mi familia era parte de este círculo privilegiado y yo
tuve la oportunidad de estudiar y conseguir otros privilegios, negados a los otros
inlandsch. Estudié en la Hogere Burgerschool y fue allí donde empecé a jugar al
fútbol en el equipo de la escuela, el H.B.S. Surabaya.

A finales del siglo XIX, los colonos trajeron la pelota de cuero a Java y
fundaron los primeros equipos, cuyos nombres se inspiraban en los clubes
holandeses: Hercules Batavia, Excelsior Soerabaja, Go Ahead Semarang, Sparta
Bandoeng, Vitesse Malang, V.V.V. Yogyakarta. La primera Java-Cup se organizó en
1914 en Samarang y participaron los clubes de las cuatro principales ciudades de
Java: Batavia, Bandung, Surabaya y Semarang. En 1919, las asociaciones de las
cuatro ciudades se unieron y fundaron la N.I.V.B. (Nederlandsch-Indische Voetbal
Bond), que fue reconocida oficialmente por la FIFA en 1924. La N.I.V.B. estaba
dirigida por los holandeses, pero en los equipos afiliados jugaban también
jugadores de otros grupos étnicos, como los nativos y los chinos. La competición
fue un éxito en términos de aficionados y cada año, el día de Pentecostés, se
celebraba la final entre los ganadores de los varios torneos locales. Los años
pasaron y la Java-Cup incluyó un número creciente de equipos de otras ciudades e
islas, como Malang, Medan y Makassar.

El fútbol se hizo rápidamente popular entre otras comunidades. En la


década de 1920, en Java nacieron otras dos federaciones: los chinos fundaron la
H.N.V.B. mientras los nativos la P.S.S.I. Ambas federaciones organizaron su propio
campeonato al modelo holandés, pero en contraste con la N.I.V.B., los equipos
estaban compuestos exclusivamente por chinos o indios. La Federación Holandesa
y aquella autóctona trataron de enterrar el hacha de guerra en enero de 1937,
cuando firmaron un pacto en el que se reconocieron mutuamente y permitieron
partidos entre sus respectivos equipos. El idilio duró poco tiempo, hasta la decisión
de participar en la Copa del Mundo de 1938 en Francia.

Para clasificarnos teníamos que desafiar a Japón en terreno neutral, en


Saigón, Vietnam. Sin embargo, los nipones renunciaron: unos meses antes habían
comenzado la segunda guerra sino-japonesa y el fútbol no era su prioridad. La
FIFA decidió organizar otro playoff entre equipos no europeos, nosotros y los
Estados Unidos, el 26 de mayo en Roterdam, Holanda.

La organización de la expedición a Francia fue dirigida por los holandeses,


que habían fundado una nueva federación, la N.I.V.U. (Nederlandsch-Indische
Voetbal Unie), reconocida por la FIFA en 1936, en lugar de la desaparecida
N.I.V.B. Para seleccionar el equipo que iba a Francia, los dirigentes de la N.I.V.U.
organizaron una serie de amistosos en Java, entre diciembre de 1937 y febrero de
1938, sin advertir a la P.S.S.I., que obviamente no se lo tomó bien. Desde un punto
de vista ético los dirigentes inlandsch tenían sus razones para protestar, pero la
N.I.V.U. estaba más organizada y sobre todo tenía el poder económico.

El presidente de N.I.V.U. era también el entrenador del equipo y se llamaba


Johannes Christoffel van Mastenbroek, un holandés que en su ciudad, Dordrecht,
trabajaba como maestro de escuela. Van Mastenbroek tenía los contactos
adecuados en los Países Bajos y para recuperar gastos, había organizado un tour de
partidos amistosos en Holanda, al final del Mundial.

El 13 de febrero anunciaron los convocados, todos de Java: siete de


Surabaya, seis de Batavia, dos de Bandung, uno de Semarang, Yogyakarta y
Malang. Conocía bien a tres compañeros de la selección: Suvarte Soedarmadji, Jan
Harting y Rudi Telwe que jugaban conmigo en el H.B.S, que en esos años fue tres
veces campeón de la ciudad de Surabaya. Todos los grupos étnicos estaban
representados: seis holandeses, cinco chinos y siete indígenas, algunos de ellos
mestizos. Éramos todos muy jóvenes, el más “anciano” era Hans Taihutu,
veintinueve años. La mayoría aún éramos estudiantes y sólo habíamos visto
Europa en los libros del colegio.

A pesar de que mi nombre estaba en la lista, no me sentí tranquilo hasta que


puse el pie en el barco con destino Francia. Cuatro años antes, de hecho, estuve en
la lista de veinte convocados para los Juegos del Sudeste Asiático en Manila, pero
después de una semana de concentración en Tjimahi, junto con otros cuatro
compañeros fuimos excluidos. Claramente me supuso una gran frustración.

El 27 de abril, partimos desde el puerto de Tandjok Priok, a bordo de la


nave Baloeran. Un largo viaje, pero no tan largo como el de los colonos holandeses
en 1600, que viajaban hacia el oeste por el cabo de Buena Esperanza. Los colonos
debían circunnavegar África, nosotros tomamos el atajo a través del Canal de Suez,
inaugurado en 1867. Después de casi tres semanas en el mar, pusimos pie en tierra
firme en Génova. Desde allí tomamos un tren a París y luego otro para Roosendaal,
donde nos esperaba un entrenador muy famoso en Holanda, Karely Lotsy, un
querido amigo de nuestro seleccionador. Cansados pero contentos, el 18 mayo
finalmente llegamos a La Haya, donde nos alojamos en el hotel Duinoord, en
Wassenaar. Veintiún días sin entrenamiento no son lo mejor como preparación
para la Copa del Mundo, pero al menos el interminable viaje en barco nos había
permitido conocernos y hacer piña.

En Holanda descubrimos que los Estados Unidos habían renunciado al


play-off por razones económicas. De modo que llegamos a participar en la Copa
Mundial sin haber jugado ni un partido de clasificación. En ese periodo histórico
para una selección era suficiente tener bastante dinero y ganas de viajar tres
semanas por el océano. Como preparación, jugamos dos amistosos en los Países
Bajos: empatamos el primero 2-2 con el H.B.S. de Houtrust y perdimos 5-3 el
segundo contra el vv Haarlem. Fue una dosis de confianza antes del debut
mundial contra Hungría, el 5 mayo en Reims, la ciudad del champagne.
Ese día hubo cerca de 10.000 espectadores en las gradas del estadio
Vélodrome, entre ellos el alcalde de Reims, Paul Marchandeau. Su juicio no fue
muy benévolo con nosotros: “Once húngaros contra once enanos”, dijo Marchandeau.
La diferencia física era muy obvia: los colosos magiares eran monumentales,
nosotros minúsculos, todos menos de 170 cm de altura y 60 kg de peso. Cuando
apreté la mano al capitán rival, György Sárosi, el me miró desde arriba y sonrió.
Sárosi era también un estudiante universitario como yo, estudiaba derecho y
trabajó como abogado y como juez. En la historia del Mundial, creo que nunca ha
habido un apretón de manos tan culto y docto como el nuestro. Si observan la
fotografía, se darán cuenta de que yo llevaba gafas. Era miope y sin lentes no podía
distinguir entre compañeros y adversarios.

De no haber sido tan menudos, los espectadores podrían habernos


confundido con el equipo nacional holandés. Llevábamos una camiseta naranja,
pantalones cortos blancos y calcetines azules. Además, la banda tocó el himno
nacional holandés “Het Wihelmus”. Nuestro arquero Bing Mo Heng salió al campo
abrazando un muñeco de mascota para traer suerte. La mascota parece que se
tomó el día libre: porque después de un cuarto de hora perdíamos ya 2-0. Al
descanso los goles de Hungría se habían duplicado y ya eran cuatro, uno de ellos
marcado por Sárosi. El capitán húngaro que jugó de medio centro, en mi zona. En
mi vida nunca he desafiado un oponente tan fuerte: lanzaba pases a cincuenta
metros con la precisión de un cirujano. Era ambidiestro, disparaba muy fuerte y
nunca perdía la calma. Aprendí más en los noventa minutos contra Sárosi, que
durante muchos años de carrera en Java. Fue una verdadera lección magistral.

En la segunda mitad, los húngaros ralentizaron el juego y sin forzar,


marcaron dos goles más. El último sería el doblete de Sárosi en el descuento. Al
pitido final, el público de Reims nos aplaudió, desconozco si porqué habían
apreciado nuestro esfuerzo o simplemente para consolarnos. Técnicamente no lo
hacíamos tan mal, tácticamente éramos un poco ingenuos, físicamente la diferencia
era enorme. Hungría era un equipazo y lo demostró llegando a la final, donde
perdió 2-1 contra la Italia de Vitorio Pozzo, el campeón vigente.

Nuestro Mundial duró apenas noventa minutos, al igual que para los
holandeses. El mismo día en Le Havre, cayeron derrotados por 3-0 ante
Checoslovaquia, sufriendo los tres goles en el descuento. Sin embargo, nuestra
aventura europea no había terminado. De Francia regresamos a Holanda para
jugar cuatro partidos amistosos en La Haya, Amsterdam, Roterdam y Dordrecht.
Los resultados no fueron del todo positivos (tres derrotas y una victoria), pero la
experiencia fue inolvidable. Sentí una emoción enorme cuando desafiamos a los
holandeses en Amsterdam, en el estadio donde se disputaron los Juegos Olímpicos
una década antes. El Olympisch Stadion estaba lleno aquel 26 de junio 1938: 50,000
personas vinieron a ver el partido entre colonos y nativos. Los holandeses fueron
benévolos: nos dejaron usar la camiseta naranja y vistieron de blanco. En el campo
fueron menos benévolos y el partido terminó 9-2. Su forma para recordarnos quien
mandaba.

Nuestra situación de inferioridad habría durado poco tiempo. Durante la


Segunda Guerra Mundial, mientras que los Países Bajos fueron ocupados por la
Alemania Nazi, Japón aprovechó la oportunidad para invadir Java, Sumatra y
otras islas, apoyando el movimiento de independencia. El 17 de agosto de 1945,
Sukarno proclamó la independencia y cambió el nombre de la capital de Batavia a
Yakarta. Después de cuatro años y mucha sangre derramada, el 17 de diciembre de
1949 la reina Juliana de los Países Bajos reconoció oficialmente el nuevo país,
llamado Indonesia.

El primer partido de fútbol de la selección indonesia se celebró en 1951,


contra la selección de Singapur. En el arco jugó mi antiguo compañero Heng Mo
Bing, el único veterano de la Copa Mundial de Francia en tener el honor de llevar
la nueva camiseta rojiblanca. Por mi parte ya había colgado las botas: cambiando el
balón y el campo de juego por el bisturí y la consulta.

De la mano del fin del colonialismo holandés, terminó también la


competitividad de nuestro fútbol. La única experiencia digna de mención fueron
los Juegos Olímpicos de Melbourne de 1956, cuando nuestros muchachos fueron
capaces de empatar a 0 contra la Unión Soviética de “La Araña Negra” Lev Yashin.
Fue el último día de gloria de Indonesia, un gigante de más 250 millones de
habitantes que en el fútbol está en un profundo letargo del que no parece ser capaz
de despertar.
CURIOSIDADES

El capitán de Hungría, György Sárosi, junto con Alcide Ghiggia (Uruguay


1950) y Jairzinho (Brasil 1970), es el único futbolista que ha anotado al menos un
gol en cada partido del mismo Mundial, desde la primera ronda a la final. Después
de la invasión soviética de Hungría en 1956 Sárosi emigró a Italia, donde vivió
hasta su muerte en 1993. György entrenó, entre otros a Juventus, Génova, Roma y
Bolonia.

Indonesia participó cuatros veces en la Copa Asiática (1996, 2000, 2004 y


2007) y cuatro veces fue eliminada en la primera ronda.

Cinco entrenadores holandeses trabajaron como seleccionadores de


Indonesia, el más famoso fue Wim Rijsbergen (2011-2012), dos veces finalista en el
Mundial de Alemania 1974 y Argentina 1978.

Romano Matè es el único entrenador italiano que fue seleccionador de


Indonesia, desde 1993 hasta 1996. Por primera vez, Matè clasificó a Indonesia para
la Copa Asiática. Con Matè, Indonesia participó también en dos campeonatos
juveniles en Italia: el “Primavera” la temporada 1994-95 y el “Berretti” en 1995-96.

Bambang Pamungkas es el futbolista indonesio con más apariciones (86) y


goles (38) en la selección entre el 1999 y el 2012.

Nacido en Roterdam de madre de las Molucas y padre de las Indias


Orientales Holandesas, Giovanni van Bronckhorst fue capitán de la selección
holandesa, finalista en el campeonato del Mundo en Sudáfrica 2010.

Giovanni van Bronckhorst también es el futbolista de origen indonesio con


más partidos jugados con la selección holandesa: 107.

Setenta y cinco años después del partido en Amsterdam en 1938, Indonesia


y Holanda volvieron a enfrentarse en Yakarta, en 7 de junio de 2013. El partido
terminó 3-0 para los oranges con doblete de Siem de Jong y gol de Arjen Robben.
Emiratos Árabes Unidos 1990

Que Italia estaba en mi destino, estaba escrito en las estrellas. Mi nombre es


Adnan y mi apellido es Al Talyani, que en árabe significa “el italiano”. Nací el 30
de octubre de 1964 en Sharjah, que en ese año era un protectorado británico en el
Golfo Pérsico, conocido como la “Costa de los piratas”.

Mi país (del cual más tarde me habría convertido en una leyenda deportiva)
nació el 2 de diciembre de 1971. Ese día los seis Emiratos (Abu Dhabi, Ajman,
Dubai, Fujairah, Sharjah y UM al Qaiwain) se unieron y fundaron los Emiratos
Árabes Unidos (EAU). Dos meses más tarde, se incorporó un séptimo emirato, Ras
al-Khaimah. Antes de la fundación de los Emiratos Árabes Unidos, Sharjah y Ras
al-Khaimah eran los Emiratos dominantes, pero el descubrimiento del petróleo ha
cambiado el equilibrio y los grandes beneficiados fueron sobre todo Abu Dhabi y
Dubai. Ciudades modernas y opulentas, que hoy todo el mundo conoce por el lujo
desenfrenado y la arquitectura futurista.

Desde 1972, los Emiratos Árabes Unidos ingresaron como miembro en la


FIFA y en 1974 se disputó el primer campeonato nacional. Durante ese tiempo,
empecé a jugar al fútbol. Me remangaba hasta las rodillas el kandora, nuestra túnica
tradicional, y jugaba con mis amigos en las calles polvorientas de Sharjah. La
pelota de cuero no era mi única pasión deportiva. Jugaba al voleibol y en 1977,
cuando tenía trece años, participé en un torneo en Bahrein con la selección
nacional. Durante años practiqué ambos deportes. Luego, en la década de los
ochenta, cuando hice mi debut con el Al-Shaab, el equipo de mi ciudad y de mi
corazón, decidí dedicarme sólo al fútbol. Recuerdo con mucho cariño aquel
momento. Nuestra tierra vivía un gran desarrollo económico y cultural, en la tele
empezaron a emitie las películas de Hollywood y por la radio o en la MTV podía
escuchar la música pop inglesa y americana.

Incluso el fútbol incrementó su popularidad. En 1980 se inauguró en Abu


Dhabi un magnifico estadio con un aforo de 60.0000 espectadores: el “Zallad Sports
City Stadium” en honor del primer presidente dea los Emiratos Árabes Unidos, el
jeque Zayed bin Sultan Al Nahyan, padre de Mansur, actual presidente del
Manchester City. En 1982, en Abu Dhabi se disputó la Copa del Golfo, el primer
evento de fútbol organizado por los Emiratos Árabes Unidos. El entusiasmo
popular y las victorias contra Qatar, Arabia Saudita y Omán fueron la piedra
angular sobre la que construir el futuro de nuestro fútbol, que en las ediciones
anteriores de la Copa del Golfo había sido siempre humillado y goleado.
En 1983, cuando tenía dieciocho años, fui convocado por primera vez con la
selección nacional por el entrenador Heshmat Mohajerani, que había clasificado a
Irán para el Mundial del 78 en Argentina. Mohajerani creía mucho en mí y jugué
de titular en la Copa del Golfo de 1984 en Omán. En el partido inaugural contra
Kuwait, marqué mi primer gol con “Al-Suqoor” (los halcones) y tres días más tarde,
repetí contra Qatar. Mohajerani dijo públicamente que me habría convertido en un
crack del fútbol asiático. Del mismo modo lo pensaban también sus sucesores, que
me siguieron convocando hasta 1997. Era un delantero rápido y técnico, con gran
olfato de gol. En un país de un millón y medio de habitantes, no es difícil destacar
si tienes talento.

La mayoría de los seleccionadores que entrenaron a los “Al-Abyad” (los


blancos), el otro apodo de nuestro equipo nacional, vinieron del extranjero. El
pionero fue Don Revie, ex entrenador del famoso “Dirty Leeds” y de la selección
nacional de Inglaterra. En 1977 Revie dejó el banquillo de los “Tres Leones”,
adelantándose a un posible despido, y se mudó a Abu Dhabi. En Inglaterra fue
tratado como un mercenario por la opinión pública y la federación lo descalificó
por diez años. Todo lo contrario que en los Emiratos Árabes Unidos, donde Don
Revie dejó un buen recuerdo. No es para menos, ya que con nuestra selección
consiguió su primera e histórica clasificación a la copa de Asia de 1980 en Kuwait.

Después del inglés Revie y el iraní Mohjerani, en 1984 fue contratado un


técnico brasileño: Carlos Alberto Parreira. El nuevo presidente de la Federación, el
jeque Hamdan bin Zayed, cuarto hijo del presidente se había enamorado del
“futebol” de Zico, Sócrates y Falcão durante el Mundial de España 82. Parreira
conocía a fondo el fútbol árabe. Entrenó durante cinco años en Kuwait,
consiguiendo grandes resultados: en 1980 ganó la Copa de Asia y en 1982
conquistó la Copa del Golfo y la clasificación para la Copa del Mundo. Recordado
por el gol anulado por el jeque Fahad contra Francia, Kuwait era un equipo
complicado al que enfrentarse y logró empatar contra Checoslovaquia, ganando un
punto histórico para el fútbol de la Península Arábiga.

Gracias a las lecciones de Parreira, en los años siguientes nuestra selección


ha hecho grandes progresos. Carlos Alberto se había graduado en educación física
y en 1970 fue el preparador físico del Brasil que jugaba con cinco números 10.
Desde el punto de vista atlético, nos preparó como infantes de marina, pero
nuestra mayor sorpresa fue descubrir su filosofía táctica. Parreira nos enseñó a
defender en zona y la trampa del fuera de juego. En la década de los 80 nos
convertimos en una potencia en el fútbol árabe. Llegamos a terminar segundos en
dos ediciones consecutivas de la Copa del Golfo. En Arabia Saudita en 1988 y en
Bahrein en 1986.

Sin embargo, en marzo de 1988, unos días después del final de la Copa del
Golfo, Parreira dejó nuestra selección para aceptar la oferta de entrenar a Arabia
Saudita. En su lugar llegó otro brasileño: Mario Zagalo, buen amigo de Parreira.
Una leyenda viva, Zagalo, el primer hombre en ganar la Copa del Mundo como
jugador (1958 y 1962) y entrenador (1970). Su objetivo no era ganar la Copa del
Mundo, sino “simplemente” lograr la clasificación. Para un país pequeño y joven
como el nuestro, era equivalente a levantar la Copa.

Zagalo no empezó muy bien su nueva aventura. En diciembre de 1988, en la


copa de Asia en Qatar, fuimos eliminados en la primera ronda, perdiendo los tres
primeros partidos y ganando solo el ultimo contra Japón. Para colmo de males, ese
trofeo lo ganó la Arabia Saudita de nuestro viejo conocido y exentrenador, Parreira.
La oportunidad para redimirse fue inmediata, porque en enero de 1989 empezaron
las eliminatorias para la Copa Mundial de Italia 90. La derrota contra el Iraq en
1985 era una herida aún abierta para nuestro grupo, con el mismo bloque, pero
cuatro años más de experiencia.

La primera ronda fue un triangular contra Kuwait y Pakistán, disputado


entre enero y febrero de 1989. El inicio fue traumático, con una derrota 3-2 en
Kuwait City, un partido en el no pude participar. Desde entonces nos quedamos
sin margen para cometer más errores. Después de derrotar a Pakistán 5-0 en casa,
recibimos a Kuwait en Sharjah y ganamos 1-0 con un gol mío, un tanto de
delantero nato. Marqué también en Islamabad, en el último partido ganado 4-0
contra Pakistán, un resultado que nos permitió pasar a la siguiente ronda por
mejor diferencia de goles.

La segunda y última fase consistía en un torneo hexagonal, con cinco


partidos a disputar el siguiente mes de octubre, en el campo neutral de Singapur.
Solo dos equipos se clasificarían y nuestros oponentes eran Arabia Saudita, China,
Corea del Sur, Corea del Norte y Qatar. A pesar de los progresos hechos antes con
Parreira y luego con Zagalo, en Abu Dhabi ninguno creía en nosotros. En los
periódicos se hablaba poco de nosotros y el partido inaugural contra Corea del
Norte ni siquiera fue televisado. Nuestros compatriotas no se perdieron mucho, el
debut terminó con un aburrido empate a cero contra los coreanos dirigidos por Pak
Doo-Ik, quien con su gol había eliminado a Italia en el Mundial de 1966.

Fue mucho más espectacular el segundo partido contra China, que había
derrotado a Arabia en su debut en el torneo. En la segunda mitad, un disparo
lejano de Tang Yao Dong puso a China por delante en el marcador, pero no
perdimos la fe en dar la vuelta al partido hasta el último y empatamos a 3 minutos
del final con un cabezazo de Nasir Khamees. Sólo un minuto más tarde,
completamos la remontada tras un veloz contraataque, que concluí con un gran
zurdazo desde fuera del área. Fue una victoria increíble, que nos dio moral e hizo
que fuéramos aún más conscientes de nuestras posibilidades de clasificación.

Los partidos siguientes fueron dos derbis de la Península Arábiga, contra


Arabia Saudita y Qatar. El desafío brasileño entre Zagalo y nuestro viejo
seleccionador Parreira no fue un gran homenaje al fútbol samba y terminó con un
0-0 que no pasó a la historia. No fue solo culpa nuestra. En octubre en Singapur
empieza el monzón y todos los partidos se jugaron bajo la lluvia y en el mismo
campo, en el Estadio Nacional de Singapur, en Kallang. Bajo esas circunstancias
meteorológicas, la cancha pronto se quedó pesada y encharcada. Bajo esas
condiciones extremas, fue muy difícil jugar un fútbol vistoso.

También el otro derbi contra Qatar terminó en empate. Tuvimos un poco de


suerte, porque nuestros rivales fallaron un penal cuando el resultado era 1-1. En
esa época el fútbol otorgaba dos puntos por victoria y antes del último partido,
estábamos segundos en la clasificación, con cinco puntos, por delante de China (4),
Corea del Norte y Qatar (3). Para lograr el billete para Italia 90, necesitábamos sólo
un empate contra Corea del Sur, que había ganado tres partidos de cuatro y ya
estaba matemáticamente clasificada. Para asegurar que los tres últimos partidos se
jugaban contemporáneamente, nuestro partido tuvo lugar en otro estadio de
Singapur, el Jurong. El partido comenzó mal para nosotros, con un gol coreano en
una buena jugada individual de Hwangbo Kwan. El temor de no clasificarnos duró
ocho minutos, el tiempo que necesité para marcar el empate con un cabezazo. En
ese momento los resultados de los otros campos eran irrelevantes, aguantamos el
empate hasta el final y conseguimos el punto que necesitábamos, gracias también a
las atajadas de Muhsin Musabah. Una victoria y cuatro empates en cinco partidos
fueron suficientes para clasificarnos.

Mirando las imágenes de aquellos momentos, todavía tiemblo. Las lágrimas


de Musabah, los abrazos en el barro, las palabras del comentarista Yasser Hamad:
“Anwar Roma” (veo las luces de Roma), momentos inolvidables para nuestro joven
país. Cuando yo y todos mis compañeros nacimos, los Emiratos Árabes Unidos no
eran todavía un estado. Clasificarnos para la Copa del Mundo, tras sólo dieciocho
años desde la independencia, representaban una victoria épica. Éramos todos
futbolistas amateurs, la mayoría tenía un oficio, algunos como policías, otros eran
bomberos. Todos sacrificamos nuestra vida privada para perseguir un sueño.
Clasificándonos para Italia 90, entramos en la historia como el país con el menor
número de habitantes, poco más de un millón, en participar en los Campeonatos
del Mundo. Entre los veinticuatro países participantes en Italia 90, fuimos también
aquel con el menor número de afiliados, solo 3000, de los cuales, sólo 300 eran
seleccionables, y con más pares de hermanos (tres): Fahad y Nasir Khamees, Khalil
y Mubarak Ghanin y los gemelos Elissa y Ibrahim Meer.

En enero de 1990 y de repente, como un relámpago en un día despejado,


Mario Zagalo fue despedido. Como siempre pasaba, nunca llegó una explicación
oficial de la Federación. Los periódicos supusieron varias teorías: Zagallo se había
ido de vacaciones con demasiada rapidez después de la clasificación; Zagalo se
había querido apuntar todo el mérito por la gesta; Zagalo había indicado que no
había ninguna esperanza para pasar la primera ronda. La verdad nunca la hemos
llegado a conocer. En su lugar fue nombrado Bernard Blaut, entrenador polaco del
Sharjah, el club más representado. Con Blaut, sin embargo, las cosas no
funcionaron. En febrero nos enfrentamos en Dubai a tres equipos escandinavos,
Suecia, Dinamarca y Finlandia, ganando solamente un amistoso de cinco. La Copa
del Golfo, entre finales de febrero y principios de marzo, fue aún peor: cuatro
partidos sin victoria, incluyendo un humillante 6-1 contra Kuwait, y la última
posición en el torneo. El 12 de marzo también Blaut fue despedido y en su lugar
fue llamado de nuevo Carlos Alberto Perreira, que había sido cesado por Arabia
Saudita después del fracaso en la clasificación para Italia 90.

Cambiar al entrenador apenas tres meses antes de nuestro debut mundial,


por lo general no es lo más inteligente. Sin embargo, en este caso fue una decisión
sensata contratar a Parreira, que ya nos había entrenado durante cuatro años. Con
suficiente antelación, a principios de mayo llegamos a la Riviera francesa, donde
hicimos la concentración. Por desgracia, durante un partido amistoso perdido 2-0
contra el Stutgart, nuestro líder defensivo, Mubarak Ghanim, se lesionó de la
rodilla derecha. Fue operado con artroscopia en Inglaterra, pero no se recuperó a
tiempo. Tampoco los otros amistosos salieron bien. En siete partidos, marcamos
cuatro goles y encajamos veintiuno, de los cuales siete contra selecciones que no
participaban en Italia 90: Polonia (4-0) en Marsella y Hungría (3-0) en Nimes.

A principios de junio nos trasladamos a Italia. Basamos nuestra


concentración en Imola, cerca de Bolonia. Allí el alcalde nos dio la bienvenida con
un desfile de Ferraris y nos acompañó en la visita del circuito “Enzo y Dino
Ferrari”. Nos alojábamos en el lujoso hotel Molino Rosso, donde habían instalado
una carpa móvil a modo de mezquita, para que pudiéramos rezar. Los periodistas
mostraron una gran curiosidad por este aspecto religioso, nos preguntaban sobre
la poligamia y el alcohol. Estaban interesados mucho menos en nuestro fútbol, a
pesar de que fuimos una de las cinco selecciones, junto a Italia, España, Corea del
Sur y Costa Rica, donde todos los convocados jugaban en equipos de su
campeonato nacional.

El aspecto que interesaba más a la prensa, sin embargo, era el económico.


Inventaron fichajes millonarios y suculentos premios por la clasificación: una villa
con piscina, un apartamento, un coche de lujo, cientos de miles de dólares. Poco
importaba que fueran mentira. Un cómico italiano, un tipo llamado Piero
Chiambreti, también dedicó a nuestro equipo una retransmisión televisiva,
titulada “Prove tecniche di Mondiale" (Entrenamientos del Mundial). Chiambreti
condujo su espacio diario de veinte minutos desde una granja derruida cerca de
nuestro hotel y bromeaba exageradamente a costa de los estereotipos, desde la
religión a los petrodólares. Llevó incluso un camello, “Ambreus”. Como si en Dubai
se hablase de Italia solo por la pizza, la mafia y la mandolina.

La repentina notoriedad nos granjeó la curiosidad y la simpatía de los


aficionados italianos. En teoria éramos el equipo más débil del grupo D, donde
también estaban Colombia, Alemania Occidental y Yugoslavia. Nuestro partido
inaugural contra Colombia estaba programado para el 9 de junio, en el estadio
Dall'Ara de Bolonia. En la víspera, hubo un incidente diplomático entre nuestra
Federación y la colombiana. Ambos, de hecho, querían entrenar a las cinco de la
tarde, la misma hora del partido. La FIFA decidió lanzar una moneda y como
ganamos nosotros, los colombianos decidieron entrenar en otra cancha en señal de
protesta.

El mismo día, en el partido inaugural de la Copa del Mundo en San Siro,


Camerún derrotó sorprendentemente al campeón Argentina. Soñamos con repetir
la hazaña de los africanos y vencer a Colombia, un equipo técnico que jugaba un
fútbol lento y de toque. En el 4-5-1 de Parreira, yo jugaba como único delantero y al
contraataque asusté tres veces al arquero René Higuita. Cuantas noches habré
repetido en mi mente esos goles fallados antes de dormirme.

La trampa del fuera de juego funcionó hasta el minuto 50, cuando los
colombianos fueron más inteligentes que nosotros. Leonel Álvarez nos sorprendió
por la derecha y cruzó al centro para el cabezazo ganador de Bernardo Redín.
Intentamos atacar, pero al final sufrimos un contraataque que supuso el 2-0,
firmado por el “Gullit rubio”, Carlos Valderrama, con un golazo desde fuera del
área.
Al día siguiente, aprovechamos el descanso para visitar la Feria de Bolonia
mientras Parreira fue a Milán para estudiar a nuestros próximos rivales, Alemania
Occidental y Yugoslavia. Los alemanes lograron una goleada por 4-1, un resultado
que nos dejaba pocas esperanzas para nuestro segundo partido en San Siro contra
los alemanes. Con su típica “simpatía”, el capitán alemán Lothar Mathäus dijo a los
periodistas que jugaríamos con un esquema 10-0-0. Tampoco se alejó mucho de
nuestro planteamiento, la verdad. Parreira desplegó un “catenaccio” de otra época,
a pesar de que nuestros dirigentes habían negado esta táctica defensiva,
declarando que saldríamos al campo a ganar. Era un farol: sabíamos bien que la
derrota era una posibilidad real, pero no queríamos ser humillados.

Desafiar a campeones como Mathäus, Brehme o Klinsmann, tres jugadores


del Inter de Milán, muy queridos en San Siro, fue un gran orgullo y nos hizo
darnos cuenta de las gran hazaña que habíamos logrado. El empate a cero duró
poco más de media hora, hasta los goles de Rudi Völler y Jürgen Klinsmann.
Comparado con Colombia, que jugaba la pelota en el suelo, fue mucho más difícil
defenderse contra el equipo de Franz Beckenbauer. Los alemanes presionaban y
atacaban mucho en las bandas, su atletismo y potencia nos lo puso muy difícil.
Incluso el clima no ayudó, en Milán llovió a cántaros, un día más cálido hubiera
podido frenar algo a nuestros adversarios, que nos bombardearon sin parar.

En el primer minuto después del descanso, conseguimos sorprender a la


defensa alemana con un balón largo, gracias a una distracción del lateral derecho
Stefan Reuter. Khalid Ismaïl Mubarak se encontró solo en el área y fue frío para
perforar el arco de Bodo Illgner con un disparo diagonal mortífero. Fue un
momento de inmensa alegría, nuestro primer gol en el Mundial, anotado a un
gigante como Alemania Occidental. Estaba muy feliz por mi compañero, aunque
egoístamente quería haber sido yo el que marcara ese gol histórico. El diario “Al-
Itihad” escribió que, por ese gol, Mubarak habría recibido un Rolls Royce del
jeque. Una historia luego divulgada por los periódicos de todo el mundo, aunque
sin ningún fundamento.

Sin embargo, no pudimos evitar el 2-1. Mas que apaciguarlos, resultó


despertar a los alemanes que, sólo un minuto más tarde, marcaron con Mathäus.
No tuvieron ninguna misericordia y el partido acabó 5-1, los otros dos goles los
marcaron Uwe Bein y Völler. Perder contra el futuro campeón del Mundo era
predecible, por lo menos tuvimos la satisfacción de marcar un gol. El “catenaccio”
de Parreira no tuvo mucho éxito y varios de mis compañeros se lamentaron de la
excesiva prudencia de nuestro entrenador. Para el último partido en Bolonia contra
Yugoslavia, teniendo en cuenta que ya estábamos eliminados, hemos decidido
boicotear la táctica timorata de Parreira y jugar como preferíamos, es decir, al
ataque. ¿El resultado? Después de nueve minutos, los plavi ya estaban ganando 2-0
con goles de Safet Sušić y Darko Pančev. La actitud ofensiva nos permitió crear
ocasiones y reducir la desventaja con un gol de cabeza del otro delantero, Ali
Thani. En el segundo tiempo desgraciadamente concedimos dos goles más, en el
primer minuto por Pančev y en el último por Robert Prosinečki. Nuestro Mundial
terminó con cero puntos, dos goles anotados y once recibidos.

La Federación ofreció a Parreira una jugosa renovación de contrato, pero él


declinó, probablemente debido al boicoteo en el último partido contra Yugoslavia.
Un año más tarde, Carlos Alberto fue contratado como seleccionador de Brasil y
condujo la Seleção a la victoria de la Copa Mundial USA 94. Nuestra Federación
siguió con su política de contratación de entrenadores extranjeros, como “El
Coronel” Valery Lobanovsky y el croata Tomislav Ivić y en la década de los
Noventa nuestro fútbol se convirtió en una potencia en el continente. En la Copa
asiática de 1992 nuestra aventura terminó en semifinales, mientras que en 1996,
disputamos el torneo en nuestra casa y llegamos a la final, perdiendo sólo en los
penaltis contra Arabia Saudita. Un año más tarde, participamos en la Copa
Confederaciones en Arabia Saudita, donde jugué mi último partido con los
halcones, marcando un gol contra la República Checa.

Cuando se habla de fútbol en la Península Arábiga, todo el mundo piensa


principalmente a los petrodólares y “mercenarios” extranjeros que llegan a jugar
en nuestra liga, atraídos por sustanciosos contratos. Para mí, el dinero nunca ha
sido una prioridad. Durante más de veinte años de carrera, he recibido muchas
ofertas de los clubes más prestigioso de los Emiratos Árabes Unidos, como Al-Ain
y Al-Wasl. Podría ser un hombre rico y ganador, pero preferí permanecer leal al Al-
Shaab, el club donde empecé cuando tenía nueve años y para el que seguí
trabajando incluso después de retirarme en 2003.

Para mi partido de despedida, el ministro de cultura, el jeque Abdullah bin


Zayed, y el Abu Dhabi Sports Channel organizaron un gran evento. El tres de enero
de 2003, 60.000 personas vinieron a despedirme en Abu Dhabi, en un partido
amistoso entre una selección All-Stars y la Juventus de Turín. En mi equipo hubo
campeones como George Weah, Gabriel Omar Batistuta y Giuseppe Signori,
mientras que, en la Juventus, entrenada por Marcello Lippi, jugaron Gigi Buffon,
Edgar Davids, Pavel Nedvěd, Alex Del Piero, David Trezeguet y muchos otros. En
el descanso Milene Domingues, mujer del “Fenómeno” Ronaldo, entretuvo a la
audiencia con sus regates y gambetas. Fue una noche inolvidable, la mejor manera
de poner el broche de oro a una gran carrera.
Hoy sigo siendo el futbolista con más partidos (161) y goles (52) con los
halcones. Después de mi despedida, el nivel de nuestro fútbol cayó, pero
últimamente encontré un heredero: Omar Abdul Rahman, un jugador muy
especial, actualmente entre los mejores de Asia. Yo era un delantero, Omar es un
mediocampista de gran categoría e ideas brillantes. Si el mundo del fútbol ha
vuelto a hablar de nuestra selección, es principalmente mérito de Omar. Los
Emiratos Árabes Unidos participaron en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012,
sorprendiendo a todos por su juego centelleante, que creó muchos problemas al
Uruguay de Luis Suárez y a la Gran Bretaña de Ryan Riggs. En 2015 nuestra
seleccion consiguió un excelente tercer lugar en la Copa de Asia, celebrado en
Australia, por lo que el camino tomado parece muy prometedor.

Lamentablemente nuestra aventura mundial fue olvidada por nuestros


compatriotas. Hoy los jóvenes en Abu Dhabi, Dubai y Sharjah saben todo sobre
Leo Messi y Cristiano Ronaldo, la Premier League, la Liga y la Serie A, pero no
conocen nuestra historia. En 2016, sin embargo, la historia de nuestro maravilloso
verano en Italia se plasmó en una película, dirigida por Ali Khaled, titulada “Las
luces de Roma”. La película participó con éxito en el festival de cine documental
Doc Nyc, en Nueva York. Espero que nuestra historia puede inspirar a nuestros
compatriotas y que un día los Emiratos Árabes Unidos vuelvan a participar en el
Mundial.
EL CAMINO DE EMIRATOS ÀRABES UNIDOS HASTA ITALIA ‘90

Primera ronda:

13-1-1989, Kuwait City: Kuwait-Emiratos Árabes Unidos 3-2

20-1-1989, Sharjah: Emiratos Árabes Unidos- Pakistán 5-0

3-2-1989, Sharjah: Emiratos Árabes Unidos-Kuwait 1-0

10-2-1989, Islamabad: Pakistán-Emiratos Árabes Unidos 1-4

Clasificación Grupo 3:

Emiratos Árabes Unidos 6 puntos, Kuwait 6, Pakistán 0.

Segunda ronda:

12-10-1989, Singapur: Emiratos Árabes Unidos-Corea del Norte 0-0

17-10-1989, Singapur: Emiratos Árabes Unidos-China 2-1

21-10-1989, Singapur: Arabia Saudita-Emiratos Árabes Unidos 0-0

24-10-1989, Singapur: Emiratos Árabes Unidos-Qatar 1-1

28-10-1989, Singapur: Emiratos Árabes Unidos-Corea del Sur 1-1

Clasificación:

Corea del Sur 8 puntos, Emiratos Árabes Unidos 6, Qatar 5, China 4, Arabia
Saudita 4, Corea del Norte 3.

Goleadores de Emiratos Árabes Unidos:

Adnan Al-Talyani 4 goles, Khalid Ismaïl Mubarak 3, Zuhair Bakheet,


Abdulaziz Mohamed, Abdul Razal Ibrahim 2, Adel Rahman Mohammed 1.
EMIRATOS ÀRABES UNIDOS EN LA COPA DEL MUNDO DE 1990

Primera ronda:

9-6-1990, Bolonia: Emiratos Árabes Unidos-Colombia 0-2 (50' Redín, 85'


Valderrama)

15-6-1990, Milán: Alemania Occidental-Emiratos Árabes Unidos 5-1 (35', 75'


Völler, 37' Klinsmann, 46' Mubarak, 47' Mathäus, 58' Bein)

19-6-1990, Bolonia: Yugoslavia-Emiratos Árabes Unidos 4-1 (5' Sušić, 9, 46'


Pančev, 22' Ali Thani, 93' Prosinečki)

Clasificación Grupo D:

Alemania Occidental 5 puntos, Yugoslavia 4, Colombia 3, Emiratos Árabes


Unidos 0.

Goleadores de Emiratos Árabes Unidos:

Khalid Ismaïl Mubarak e Ali Thani 1 gol.


CURIOSIDADES

Adnan Al Talyani estableció el récord de partidos (161) y goles (52) de la


seleccion de los Emiratos Árabes Unidos, donde jugó desde 1984 hasta 1997.

El 4 a 1 del Yugoslavia - Emiratos Árabes Unidos fue el partido menos visto


en la televisión de la Copa del Mundo Italia '90: con solamente 700,000
espectadores.

Los Emiratos Árabes Unidos nunca han ganado la Copa de Asia, sus
mejores resultados han sido: finalistas (1996), un terceros (2015) y cuartos (1992).

Los Emiratos Árabes Unidos ganaron dos Copa del Golfo, en el 2007 y el
2013.

Zayed bin Sultan Al Nahyan, presidente de los Emiratos Árabes Unidos


desde 1971 hasta 2004, es el padre de Mansur, presidente del Manchester City
desde 2008.

Carlos Alberto Parreira es el entrenador que tiene el récord de


participaciones en la Copa del Mundo, seis con cinco selecciones: Kuwait (1982),
Emiratos Árabes Unidos (1990), Brasil (1994 y 2006), Arabia Saudí (1998) y
Sudáfrica (2010).

De 1972 a hoy, los Emiratos Árabes Unidos han sido entrenados por
veintiséis seleccionadores extranjeros, incluyendo Don Revie (1977-80), Carlos
Alberto Parreira ('84-88 y '90), Mario Zagallo ('88-90), Valery Lobanovsky ('90-93),
Carlos Queiroz ('98-99), Roy Hodgson (2002-04), Bruno Metsu (2006-08), Srecko
Katanec (2009-11) y Alberto Zaccheroni.

Actualmente se busca entrenador con titulo UEFA pro, de como mucho 55


años a cambio de un sueldo anual de 350.000 dolares.

El italiano Walter Zenga ha entrenado a cuatro clubes en los Emiratos


Árabes: Al-Ain, Al-Nasr, Al-Jazira y Al-Shaab.

El ghanés Asamoah Gyan es el extranjero más prolífico en la historia de la


UAE Arabian Gulf League, el único que ha marcado más de 100 goles.
China 2002

Correcaminos y buscavidas. En el mundo del fútbol, cuando hablan de mí,


Velibor Milutinović, para todos Bora, siempre enfatizan mi actitud de
trotamundos. Mi vida es una novela de aventuras, un libro de viajes, con muchas
páginas que contar. He jugado y entrenado en catorce países, solo me falta Oceanía
para poder decir que he vivido en todos los rincones del mundo. Hablo cinco
idiomas: serbio, inglés, español, francés, italiano, algunas palabras en ruso y
mandarín. Nadie sabe exactamente cuándo nací: ¿en 1939, 1940 o quizás en 1944?
Depende de quien me pregunte, amigo.

Lo único cierto es la ubicación: Bajina Basta, un pueblo de montaña, bañado


por el río Drina, en la frontera entre Serbia y Bosnia Herzegovina, que en aquella
época pertenecía al Reino de Yugoslavia. Nunca conocí a mi padre Orzad, que
cayó durante la Segunda guerra mundial, luchando junto a los Partisanos de Tito.
Un año después mi madre Darinka murió de tuberculosis. Todo sumó para que
desde muy tierna edad viajar estuviera siempre en mi destino. Con mi hermana
Milena y mis hermanos Miloš y Milorad, me fui a vivir con mi tío Milan y mi tía
Draga a Bor, una ciudad a 40 km de la frontera con Bulgaria y Rumania, donde
había una de las minas de cobre más grandes de Europa. Mi tío Milán era
panadero, así que el pan en la mesa nunca nos faltó.

De niño, cada 29 de noviembre, día de la República, llevaba la bufanda roja


y la Titovka, la gorra azul, y desfilaba con los pioneros de Tito. Buenas épocas,
Yugoslavia era un país unido y orgulloso. Mi juventud la pasé jugando al ajedrez y
al fútbol en la calle, usando una bola hecha con vejiga de cerdo, soplado y
rellenándola con un calcetín. Mis modelos a seguir eran mis hermanos, que
jugaban en el Partizan, en aquella época el mejor equipo de los Balcanes.

Miloš en particular fue un fenómeno, lo llamaban “Saeta Rubia”, por sus


habilidades con el balón. Miloš participó con Yugoslavia en dos ediciones del
Mundial, en 1954 y 1958 y jugó en Alemania con el Bayern Munich y en Francia,
con el Racing y el Stade Français, dos clubes de París. Santiago Bernabéu lo quería
para su Real Madrid, pero no le permitieron dar el salto. Mi otro hermano Milorad
fue convocado para el Mundial del 58 y jugó en Suiza con La Chaux-de-Fonds y
Neuchâtel Xamax. Como jugador yo nunca participé en los campeonatos del
mundo, pero luego me redimí como entrenador.

Como Miloš y Milorad, también crecí en Partizan y una de mis primeras


experiencias en el extranjero fue el Torneo di Viareggio, donde jugué contra el AC
Milan de un tal Giovanni Trapatoni. Es algo cultural en nuestra región salir tarde
o temprano a ver mundo. De modo que sin pensármelo dos veces, a mediados de
los sesenta, dejé Yugoslavia. Fue toda una aventura, no podía imaginar que nunca
regresaría. Jugué en Suiza con el Winterthur y en Francia, en Montecarlo, Niza y
Rouen. Mi última parada como jugador fue en México con el Pumas. Mientras que
muchos europeos terminaban su carrera en los Estados Unidos, en 1972 yo me fui a
México, un país que cambió totalmente mi vida. Allí conocí a la que sería mi futura
esposa, María del Carmen Méndez, hija de un rico terrateniente. Todo el mundo
puede tener la mala suerte de tener un padre pobre, pero amigo, tener un suegro
pobre eso ya ronda la estupidez.

Ciudad de México era una hermosa ciudad para vivir, no había la


contaminación y el tráfico de ahora. Con los Pumas jugué cuatro años y en 1976, en
mi última temporada como jugador, gané el campeonato mexicano. Mientras que
jugaba conseguí el carnet de entrenador, pero mi futuro en aquel momento aun era
incierto. Los directivos de los Pumas tuvieron la intuición de nombrarme
entrenador, en lugar del húngaro Jorge Marik. Estaba en el lugar correcto en el
momento adecuado: el club se estaba reestructurando y creció una gran generación
de jugadores jóvenes, como Hugo Sánchez y Manuel Negrete. Después de dos
finales, en 1981 ganamos el campeonato mexicano mientras que el año anterior
conquistamos la Liga de campeones de la Concacaf y la Copa Interamericana
contra el Nacional de Montevideo.

Estos triunfos me abrieron las puertas de la selección mexicana en 1983. En


ese tiempo, "El Tri" no era el gigante de ahora: por dos veces no se clasificó para la
Copa del Mundo, en 1974 y 1982 y en Argentina en el año 1978 perdió todos los
tres partidos. Después de la renuncia de Colombia, México fue elegido como país
anfitrión de la Copa del mundo de 1986 y en dos años, para prepararnos, jugamos
como sesenta amistosos por todo el mundo. A causa de un desastroso terremoto, la
moral de los mexicanos era baja y había un gran temor de que la selección no
superase ni la primera ronda.

Contra viento y marea llegamos a los cuartos de final, donde fuimos


eliminados en los penaltis por la República Federal de Alemania. Recuerdo aquel
torneo con mucho cariño porque, el día antes del partido contra Iraq, nació mi hija
Darinka. El gobierno mexicano me recompensó con el Águila Azteca, el más alto
honor para un extranjero, sólo dos atletas antes que yo habían conseguido ese
reconocimiento. Mas que los premios, sin embargo, el recuerdo mas precioso que
me llevé de México son las dos mil personas que vinieron a saludarme al
aeropuerto el día de mi despedida. Todo el mundo lloraba, y no pude evitar
emocionarme.

Después entrené al San Lorenzo de Almagro en Argentina. A continuación,


al Udinese en Italia, donde por desgracia, tardaron solo dos meses en echarme.
Cuando se enteró de mi despido, mi viejo amigo Azeglio Vicini me llamó: "¿Bora,
porque no me preguntaste nada acerca de Udine? Te hubiera dado un buen
consejo." Unos años más tarde, el Udinese lo contrató y lo despidió a los pocos
meses. Fue una oportunidad demasiado tentadora para no devolvérsela. Le llamé y
con sorna le dije: "¿Azeglio, porque no me preguntaste nada acerca de Udine? Te
hubiera dado un buen consejo”. En Italia también dejé buenos recuerdos. Tres
meses antes del inicio de la Copa del Mundo del 90, llegó la llamada de la selección
nacional de Costa Rica. Con tan poco tiempo, estaba indeciso de si se aceptar, pero
finalmente me convencí a mí mismo, no tenía nada que perder. El público me
recibió de uñas porque excluí a algunas de las “vacas sagradas” del equipo. Nunca
me preocupaba ser popular cuando llegaba, sólo cuando me iba. El fútbol es un
poco como un circo, hay payasos y magos. Antes de Italia 90, en Costa Rica era un
payaso, después me consideraban un mago.

En la historia de la Copa del Mundo, mis Ticos fueron el primer equipo


primerizo en llegar a los octavos de final. En la primera ronda derrotamos a
Escocia y Suecia en Génova, pero el partido que recuerdo con mas cariño es la
derrota 1-0 contra Brasil en el "Delle Alpi” de Turín. Yo soy fan del Partizan y
quería jugar con la camiseta blanca y negra, como mi club y como la Juventus, para
atraernos la simpatía del público. Llamé a Luca di Montezemolo quien, a través de
Giampiero Boniperti, llevó cuarenta camisetas blanquinegras. A nuestra entrada en
el campo, los aficionados gritaban: “Juve! Juve!”.

Aquel Costa Rica era un equipo muy religioso, nuestro portero Luis Gabelo
Conejo llevaba incluso en la cancha un rosario y una cruz. Teníamos que rezar
antes de cada comida y en el vestuario había una estatua de nuestra Señora de
Cartago, patrona de Costa Rica, que todo el mundo tocaba antes de entrar en la
cancha. Esta relación entre la fe y el fútbol no era nueva para mí. Cuando
entrenaba en México, mi jugador Abuelo Cruz demandaba una habitación doble o
un asiento vacío en el autobús y en la mesa, porque afirmaba que Dios viajaba con
él.

La aventura con Costa Rica terminó en los octavos de final contra


Checoslovaquia, un excelente resultado. En 1991 firmé con los Estados Unidos, el
país anfitrión de la Copa del Mundo en 1994. Su primera opción era Franz
Beckenbauer, campeón mundial con Alemania Occidental, pero el ‘’Kaiser’’ se
negó y cuando Henry Kissinger le preguntó a un candidato para sugerir, Franz
mencionó mi nombre.

En aquel periodo el “soccer” no era popular en los Estados Unidos, tuve que
empezar de cero y busqué a varios jugadores en las universidades, como Cobi
Jones a UCLA o Alexi Lalas en Rutgers. Lalas tenía una larga melena de pelo rojo y
le ordené que se la cortase. “¡Estamos en América! ¡Soy un hombre libre!” se enojó,
pero luego fue a la peluquería. No era un sargento de hierro, sólo quería probar a
mis jugadores y encontré un grupo dispuesto a hacer cualquier cosa.

En tres años de duro trabajo, transformé a un puñado de estudiantes y


amateurs en un equipo con todas las de la ley, que dejó una buena impresión en los
Campeonatos del Mundo, superando un grupo difícil con Suiza, Colombia y
Rumania. El 4 de julio, el Día de la Independencia, perdimos 1-0 en los octavos
contra Brasil, luego campeón, pero nadie nos lo recriminó. Antes de mi llegada, el
último partido mundial ganado por los “USA” fue en 1950 y si el fútbol hoy es tan
popular en America, es también parcialmente gracias a mi.

Después de los Estados Unidos, regresé a México como seleccionador de la


"Tri". Los resultados fueron excelentes: en 1996 ganamos la Copa Oro en la final
contra Brasil y en 1997 terminamos terceros en la Copa América y nos clasificamos
para el Mundial de Francia 98, sin perder un partido. La Federación no estaba
satisfecha y en noviembre de 1997 me echaron, con el pretexto de que no
jugábamos un fútbol espectacular.

Después de un mes desempleado, llegó la llamada de Nigeria, que el año


anterior había ganado la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atlanta. La
primera vez que llegué a Lagos dos guardias armados me acompañaron por todas
partes, por temor de un secuestro. Nigeria es un país de casi 100 millones de
habitantes, hay mucha pasión por las "Super Águilas" y también un montón de
presión. Los amistosos de preparación fueron un fiasco, perdimos contra
Yugoslavia (3-0) y Holanda (5-1), pero la experiencia demuestra que los partidos
oficiales son los únicos que cuentan. Algunos dirigentes, periodistas y jugadores,
como Daniel Amokachi y Jay Jay Okocha, querían cortarme la cabeza. Exigieron
como seleccionador al holandés Jo Bonfrere, que “casualmente” estaba en nuestro
hotel. Básicamente el acuerdo estaba hecho, pero se fue al garete por la repentina
muerte por ataque al corazón del presidente, o más bien dictador, Sani Abacha,
cinco días antes del debut contra España.

Después de el 1-0 de Fernando Hierro, pensé : “Me echan’’. Ídem después


de el 2-1 de Raúl. Con un poco de suerte, gracias a la cantada de Zubizarreta,
pudimos remontar y ganar 3-2. Otros tres puntos obtenidos contra Bulgaria
significaron el primer lugar en el grupo de la muerte y el acceso a los octavos de
final. En Francia me convertí en el primer seleccionador en pasar la ronda cuatro
veces, con cuatro selecciones diferentes, todas ellas “underdog” (no entre las
favoritas). De las cuatro, Nigeria fue definitivamente la mejor, al menos a priori por
nombres. Tenían técnica, velocidad, experiencia y varios cracks como Okocha,
Finidi George o Sunday Oliseh. Pero el grupo no estaba unido y en nuestro hotel
había demasiados dirigentes, brujos y personajes turbios. Todo el mundo pensaba
que el octavo de final contra Dinamarca sería un paseo. El exceso de confianza nos
jugó una mala pasada y fuimos derrotados 4-1. Una lástima, fue la única vez que
tuve posibilidades reales de levantar la Copa.

Después de Francia 98, de nuevo tocaba volver a hacer las maletas con
rumbo a América, tras la llamada de los Metrostars de Nueva York. Una vez allí fui
contactado por los dirigentes de Paraguay y Perú, pero durante esos días, llegó de
China la clásica oferta irrechazable. Un gigante de más de 1 billón de habitantes
que nunca había participado en los Campeonatos del Mundo. Un desafío
fascinante. La primera vez que me reuní con el presidente de la Federación, Nan
Yung, creo que no le gusté. Mi pelo era demasiado largo y exigía demasiados
yuanes.

Cuando me preguntaron cuántas posibilidades de clasificarse tenía China,


les dije que había 10 selecciones mejores en Asia. En un órdago de autosuficiencia y
fe ciega en mis posibilidades, añadí que si me elegían, obtendría una de las dos
plazas disponibles. En el grupo asiático, de hecho, sólo dos se clasificaban porque
los dos anfitriones eran Corea del Sur y Japón, automáticamente clasificados. Los
dirigentes chinos hablaron con otros entrenadores extranjeros y eventualmente me
contrataron a pesar de mi pelo y de mi salario. Era el tercer extranjero en entrenar
China, después del alemán Klaus Schappner en los noventa y el inglés Bobby
Houghton, mi predecesor.

Por entonces yo ya conocía al misterioso gigante asiático. Mi primer


contacto con el fútbol chino fue en julio de 1977, cuando apenas había comenzado
mi carrera de entrenador en México. Con el Pumas fuimos invitados al primer
torneo internacional de la amistad de Pekín, donde jugamos contra Zaire, China,
Japón y Etiopía. Unos meses más tarde, nuestros dirigentes correspondieron el
favor. Entre octubre y noviembre la selección china participó en su primer tour por
América del Norte, a raíz de la “diplomacia del ping pong” de los primeros años
Setenta. En los Estados Unidos, China jugó cinco amistosos en Washington, Nueva
York, Atlanta, Tampa y San Francisco. Después de otros partidos en Jamaica, los
chinos llegaron a México para jugar contra Cruz Azul, Universidad de Guadalajara
y mi Pumas.

Cuando visité China, un año después de la muerte de Mao Zedong, me


fascinó esa tierra misteriosa y vinculada a tradiciones milenarias. Más de veinte
años más tarde, encontré un país completamente transformado, moderno y
tecnológico, casi occidental, especialmente en las grandes ciudades. La China que
conocí en 1977, la vi en los suburbios y en los pueblos donde en el tiempo parece
detenerse.

Cuando me mudé a China, me sorprendió lo popular que era el fútbol. Los


chinos adoran la Premier League inglesa, pero no el fútbol local. Los primeros
campeonatos fueron después de la Segunda guerra mundial, pero la
profesionalización llegó a China en 1994, con la creación de la Jia-A League, que en
2004 fue sustituida por la Super Liga, donde hoy juegan varios campeones
europeos y sudamericanos.

Como resultado, las “Guózú”(selecciones) masculina y femenina están en


dos planetas diferentes. Las chicas han ganado siete Copas Asiáticas consecutivas
de 1986 a 1999 y dos medallas de plata en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 y
en la Copa del Mundo de 1999. Un discurso diametralmente opuesto al de los
chicos. La selección nacional estuvo cerca de clasificarse para el Mundial solamente
una vez, en 1981. En la última jornada, el 5-0 de Nueva Zelanda contra Arabia
Saudita negó a China un billete para España 82 y la forzó a jugar el playoff de
Singapur, perdido 2-1 contra los “kiwis”.

Cuatro años más tarde, China fue eliminada por Hong Kong. Después de la
derrota 2-1 en casa, hubo protestas e incidentes en el Estadio de los Trabajadores
de Pekín y 127 aficionados fueron detenidos. Fue el primer incidente de
“hooliganismo” en la historia del fútbol chino y una de las peores humillaciones de
todos los tiempos, seguida por otros tres intentos fallidos de clasificación. En los
campeonatos del Mundo habían participado selecciones con poco más de un
millón de habitantes, como Kuwait o los Emiratos Árabes Unidos, pero aun no
China, el país más poblado del planeta.

China fue mi primera experiencia en el extranjero sin mi esposa Maria y mi


hija Darinka, que permanecieron en Ciudad de México. Fue el mayor reto de mi
vida, hasta memorizar los nombres de los jugadores era complicado. Aparte del
chileno Julio César Moreno, mi fiel colaborador, el personal estaba compuesto
íntegramente por chinos, incluyendo a mi asistente Chi Shangbin, un ex defensor
de la selección, que participó en el tour americano del 77.

No quería que el intérprete Yu Huixian me siguiese como una sombra, solía


llamarlo solo para traducir frases complicadas del español al mandarín. Si hay que
explicar algo técnico, como lanzar un saque de esquina o cómo hacer una diagonal,
en su lugar utilizaba el lenguaje corporal. No creo que hablar el idioma local sea un
factor importante, he podido conquistar América, sin conocer bien el inglés. Creo
que la actitud y los gestos son más importantes. No existen fórmulas mágicas para
el éxito, siempre me he basado en mi instinto y en el sentido común. Si algo
funciona para un futbolista mexicano o nigeriano, tal vez no funcione para un
americano o un chino.

Cuando llegué a China, descubrí una mentalidad fijada exclusivamente en


el esfuerzo y el trabajo. No atisbaba ni una pizca de alegría o diversión, como me
sucedió en cualquier otro pais en el que hubiera entrenado hasta el momento.
Entonces intenté llegar a un acuerdo entre mi visión del fútbol como juego y su
cultura del trabajo. Los muchachos trabajaron duro en los entrenamientos, pero
apreciando lo que estaban haciendo.

Como en USA, prácticamente tuve que comenzar desde cero. Solo un


exiguo numero de jugadores chinos tenían experiencia en Europa. Los dos
defensas Fan Zhiyi y Sun Jihai que en el '98 se fueron al Crystal Palace y el mismo
año el delantero Yang Chen se fue a Alemania, donde anotó veinte goles en la
Bundesliga con el Eintracht Frankfurt. El capitán Ma Mingyu se fue a Italia en el
año 2000, pero nunca jugó un partido con el Perugia, donde incluso se habló de
una posible irregularidad en su identidad. Un pena porque Ma Mingyu era un
jugador de gran inteligencia, era el cerebro de mi equipo. Zhang Enhua se fue al
Grimsby Town, pero volvió a China sólo después de tres meses. Todos los demás
sólo habían jugado en el campeonato chino, que en aquel periodo no era tan
competitivo como hoy.

Muchos jugadores carecían de conocimientos básicos que tenia cualquier


futbolista europeo, incluso a nivel amateur. Cuando les mostraba videos de fútbol
internacional, me sentía como un maestro al frente de jóvenes estudiantes.
Apuntaba el dedo y preguntaba, quería hacer pensar a mis jugadores y no sólo que
aceptasen pasivamente todo lo que les decía. No estaban acostumbrados, les hice
entender que en el campo no tenían tiempo para pensar.

Mi primera solicitud a la Federación fue organizar muchos amistosos, para


llegar listos al principio de la primera fase de clasificación en abril de 2001.
Jugamos veintiséis partidos en poco más de un año, contra los mejores equipos de
Asia y otras selecciones, como Yugoslavia, Suecia, Estados Unidos y Uruguay.
Quería que mis jugadores se enfrentasen a diferentes tipos de oponente. Si pierdes
la pelota en el campeonato chino, tienes tiempo para reagruparte, contra los
equipos europeos o sudamericanos no es tan fácil.

Insistí mucho en el aspecto mental y en la autoestima. Estaba convencido de


que si los jugadores creían en su propia capacidad, podían ganar los partidos y
entusiasmar a sus aficionados. Las primeras mejoras llegaron en la Copa de Asia,
organizada en el Líbano en octubre de 2000. Allí sólo fuimos eliminados en las
semifinales con Japón. Antes del inicio de las eliminatorias para el Mundial,
prometí en público que me tiraría desde la Gran Muralla China en caso de fracaso.
Una frase provocadora, por supuesto, pero estaba convencido que mi selección se
podía clasificar.

La primera ronda fue una formalidad contra rivales débiles: Camboya,


Indonesia y Maldivas. Al principio derrotamos 10-1 a las Islas Maldivas, la primera
de seis victorias en seis partidos. Contra Camboya, los aficionados de Guangzhou
gritaban mi nombre: “¡Milu! ¡Milu!”. En chino, la letra “r” es muda y no podían
llamarme “Bora”, entonces mi nuevo apodo fue “Milu”. Pensé que cantaban en mi
honor, pero el traductor me explicó que el público me estaba criticando, querían
ver más goles (el partido terminó “sólo” 3-1). Algunas veces es mejor no entender
el idioma.

La segunda y última ronda clasificatoria fue un grupo de cinco equipos:


China, Emiratos Árabes Unidos, Omán, Qatar y Uzbekistán. El ganador del grupo
se clasificaba para la Copa del Mundo y el segundo a los playoffs. En agosto de
2001 derrotamos 3-0 a los Emiratos Árabes Unidos en Shenyang y ganamos 2-0 en
Muscat, Omán. En Doha arrancamos un empate en el ultimo minuto que fue
suficiente para que la prensa pidiera mi destitución. No me importaba un
pimiento, los entrenadores siempre vivimos con una guillotina imaginaria
amenazante sobre la cabeza. Da igual el continente, Europa, América o Asia,
siempre se repite la misma historia.

El 1-1 en Qatar fue un pequeño paso en falso en una marcha triunfal.


Derrotamos 2-0 a Uzbekistán en Shenyang y 1-0 a los Emiratos Árabes Unidos en
Abu Dhabi y la clasificación matemática llegó con dos rondas de antelación,
derrotando 1-0 a Omán. Aquel siete de octubre de 2001, 500 millones de personas
vieron el partido por televisión, cuatro veces la audiencia de la Super Bowl. “¡Toma
del frasco, Carrasco!”, como decía mi suegra. Nunca en mi vida había hecho feliz a
tanta gente. No sé cuántos chinos celebraron en la Plaza de Tiananmen en Pekín y
en otras ciudades de China.

De catorce partidos de clasificación, ganamos doce, empatamos uno y


perdimos uno, en el minuto noventa en Uzbekistán, con el billete para la Copa del
mundo ya en nuestro bolsillo. Los críticos generalmente trataron de subestimar
nuestro trabajo, dijeron que fuimos afortunados en el sorteo y que nuestro grupo
era fácil comparado con el de Arabia Saudita e Irán. Fue más fácil de lo que
esperaba, lo reconozco, pero jugamos un fútbol competitivo, el equipo estaba
convencido de sus propias posibilidades y el pueblo chino finalmente estaba
orgulloso de la “Guózú”.

En menos de dos años, me convertí en un héroe nacional en China. Cada


vez que aparecía en público, había una muchedumbre (aun mayor de la ya
habitual en el país). Una vez tuve que esconderme en el baño, para permitir a la
policía limpiar el campo de cientos de personas que querían cazar un autógrafo o
una foto. Gracias al éxito deportivo y mi popularidad entre la gente, muchas
empresas me ofrecieron publicitar su producto. He patrocinado un poco de todo:
bebidas energéticas, reproductores de DVD, aparatos de aire acondicionado,
incluso uno de los clásicos licores de arroz, aun siendo yo abstemio. En el mundo
occidental es normal, pero en China fue una novedad y muchos dirigentes
federales lo desaprobaron.

Menos de un mes después de la clasificación, se publicó un libro sobre mi


aventura China, titulado “Distancia cero”. Conté mi historia a una reportera, Lily
Li Xiang, con quien tuve una buena amistad. He tenido varias promociones con
ella, de Pekín a Chengdu y “Distancia cero” se convirtió en un “bestseller”. Lilly era
desconocida y gracias a ese libro, se convirtió en una de las periodistas más
populares y remuneradas de la nación. Se lo merecía.

En febrero de 2002 visité la Gran Muralla China junto al gran Pelé. Estaba
asombrado por el hecho de que la gente me pedía más fotos y autógrafos a mí que
a él, posiblemente el más grande de la historia. Pelé es un tipo al que le gusta hacer
pronósticos y dijo que China pasaría la primera ronda. Considerando las dotes de
brujo de O Rei, que por ejemplo profetizó que en el 94 Colombia ganaría el
Mundial, no me lo tomé demasiado en serio.

En cualquier caso, a China había llegado la fiebre mundialista, las


expectativas eran demasiado altas. No faltaban los que por excesivo patriotismo o
por desconocimiento del nivel de otras naciones en un deporte semi desconocido,
creían que habríamos derrotado a Brasil o levantado la Copa. A una semana del
inicio, los muchachos escribieron una carta y la publicaron en internet, pidiendo a
los hinchas de no esperasen demasiado del equipo. Una decisión que compartí, ya
que no era positivo crear falsas expectativas. Nuestro objetivo era evitar
humillaciones, a lo mejor conseguir una victoria o un empate, en un grupo difícil
que incluía a Brasil, Costa Rica y Turquía.

Nuestro alojamiento estuvo en la isla volcánica de Jeju, uno de los


patrimonios de la humanidad de Corea del Sur, dónde los coreanos van de luna de
miel o a visitar un curioso museo dedicado a los ositos de peluche. Nuestro
imponente hotel de madera y granito tenía espectaculares vistas al océano Pacífico.
Solicité y conseguí la suite en el piso superior. Al resort no le faltaba un detalle:
campo de golf, estanque de peces dorados, conexión a internet en cada habitación
(eran otros tiempos) y hasta una playa privada para entrenarnos. Un lugar idílico,
el ideal para preparar el Mundial con calma, alejados de ojos indiscretos.

Las ruedas de prensa se hacían sobre un prado al borde de un precipicio


sobre el arrecife, bajo la atenta supervisión del presidente Nan Yung y del jefe de la
oficina de prensa Dong Hua. Nos seguían 300 periodistas chinos que parecían un
ejército, nunca he visto tantos periodistas juntos. Fue divertido observar a los
periodistas europeos o americanos. Las conferencias a menudo se desvirtuaban
debido a la traducción. De frases complejas y largas en chino mandarín el
intérprete las cortaba convirtiéndose en declaraciones “enlatadas” siguiendo un
guión preestablecido. Por ejemplo "Lo daremos todo por la camiseta”. Por suerte
allí estaba yo para entretenerlos, nunca me he mordido la lengua con la prensa.

Fuimos uno de los cuatro debutantes en el campeonato Mundial, junto con


Ecuador, Senegal y Eslovenia y para nuestro debut el 4 de junio, había una gran
expectación en toda China. Muchas empresas dieron medio día libre pagado a sus
empleados, para permitirles seguir el partido. Un evento excepcional para un país
laborioso como China. Cerca de 700 millones de personas vieron el partido,
pusieron pantallas gigantes por todos lados, en las plazas de las ciudades, en los
parques públicos, en las estaciones de tren y de autobuses.

En Gwangju encontré a un viejo amigo, el costarricense Alexandre


Guimarães, que fue jugador mio cuando entrenaba al conjunto centroamericano en
Italia 90. Los Ticos eran un adversario accesible, a priori la oportunidad más
suculenta para sumar puntos. Durante una hora jugamos precavidos, sin saber
como en cinco minutos nos marcaron dos goles. Más que la derrota, nos hirieron
algunas alusiones de los periódicos chinos. Nos acusaron de haber vendido el
partido, una gran mentira. No aceptaban una derrota contra un país de apenas tres
millones de personas, que sin embargo tenía una buena tradición, como yo bien
sabía.

Nuestro segundo rival era el gran Brasil. Un reto especial para todos mis
muchachos, especialmente para el volante de contención Li Tie, que había vivido
en Brasil durante cinco años, de 1993 a 1998. Fue uno de los veintidós jóvenes
chinos elegidos para aprender fútbol en Juquitiba, un pueblo rural a una hora de
Sao Paulo. Fue un proyecto patrocinado por la corporación de bebida Jianlibao,
para entrenar a las que deberían ser las figuras chinas del futuro. Creían que sería
suficiente el aprendizaje de los maestros brasileños, pero el fútbol no es una ciencia
exacta. La principal diferencia entre un jugador de fútbol chino y uno latino es su
forma de pensar. Los brasileños son creativos e instintivos; los chinos siempre
escuchan a su entrenador, se concentran en el gesto técnico, mas que pensar en la
jugada.

Contra Brasil, faltaban nuestros dos mejores elementos, los que tenían
experiencia en la Premier League: los defensores Sun Jihai y Fan Zhiyi, este último,
tras haber sido elegido hacía pocas semanas, como mejor futbolista asiático del
año. El público surcoreano estaba con nosotros, pero no fue suficiente, al descanso
ya perdíamos 3-0. Un castigo tan potente como el tiro libre de Roberto Carlos,
nuestro portero Jiang Jin nunca había visto algo así en su vida. El segundo gol lo
anotó Rivaldo, que fue pitado cada vez que tocaba el balón debido a la simulación
en el partido anterior contra Turquía. El triplete lo marcó Ronaldinho y en la
segunda mitad Ronaldo cerró el marcador. Por suerte los brasileños aminoraron la
marcha y el partido terminó “sólo” 4-0.

En el último partido, todavía teníamos esperanzas de clasificación, si


hubiésemos derrotado a Turquía y Brasil hubiese ganado a Costa Rica. La ilusión
duró apenas nueve minutos, el tiempo que necesitaron los turcos para anotar dos
goles con Hasan Şaş y Bülent Korkmaz. Intentamos anotar al menos un gol, pero lo
único que sucedió fue la expulsión de Shao Jiayi y el tercer gol de Ümit Davala.
Nuestro Mundial terminó con cero puntos, cero goles anotados y nueve goles en
contra. Peor de lo que esperaba.

Los chinos estaban decepcionados, en parte porque sus vecinos asiáticos


habían jugado un gran mundial. Japón ganó su grupo, igual que Corea del Sur, que
incluso llegó hasta las semifinales. Me daba pena que mis chicos no hubieran
logrado al menos marcar un gol, lo merecían. Las tres derrotas no borraron mi
buen humor. Conté una simpática anécdota a los periodistas: antes de la Copa del
Mundo, fui a una iglesia para hacer una petición: “Quiero que China marque
muchos goles, tantos como Francia”. Parece que el todopoderoso me concedió mi
plegaria: Francia y China fueron los dos únicos equipos del Mundial que no
marcaron ni un solo gol. Tal vez debería haber especificado la Francia del Mundial
de 1998...

Con la maleta llena de muchos buenos recuerdos de China, después del


Mundial empecé mi particular vuelta al mundo. Me ofrecieron el banquillo como
seleccionador en mi tierra natal, Serbia, pero lamentablemente no volví. Me fui a
Honduras, que no participaba en los campeonatos del Mundo desde 1982. Soñaba
con entrenar mi sexto Mundial consecutivo, pero no me lo permitieron. Me
trataron inmediatamente como a un matón, un delincuente, las críticas de los
entrenadores y la prensa local crearon un ambiente hostil. También la iglesia
católica de Honduras me criticó, dijeron que mi salario era una bofetada en la cara
a todos los pobres del país. Tras menos de un año, decidí dejar Honduras. No tiene
sentido permanecer donde desprecian abiertamente tu trabajo.

Las aventuras finales de mi trayectoria fueron en Qatar, en Jamaica y en


Irak. Con este último equipo participamos a la Copa Confederaciones de 2009 en
Sudáfrica, empatando a cero contra Sudáfrica y Nueva Zelanda y perdiendo 1-0
contra España. Irak fue mi última experiencia como seleccionador, pero el fútbol
todavía sigue siendo parte de mi vida. De hecho, trabajo para el Comité
Organizador del Mundial de 2022 en Qatar, que será mi sexta Copa, 20 años
después de la última. Vivo entre Doha y Ciudad de México, pero no me he cansado
de viajar por el mundo. En 2011, diez años después de la histórica clasificación al
Mundial, me invitaron a Pekín para celebrar el aniversario. Fue agradable abrazar
de nuevo a mis viejos jugadores y ver que el afecto de los chinos por mí seguía
intacto.

En 2013 el presidente de la República Popular de China, Xi Jinping, estaba


de visita en Ciudad de México y en su discurso en el Senado dijo que era un
fanático del fútbol y me nombró como un embajador de las buenas relaciones entre
los dos países. Me sentí orgulloso de que una de las personas más importantes del
mundo se acordase de Bora.

En China el fútbol es muy seguido y es realmente raro que después de 2002,


la “Guózú” nunca se haya clasificado para la Copa del Mundo. En los últimos
años, la Super League ha atraído a grandes figuras y entrenadores extranjeros, pero
no debemos confundir el desarrollo del campeonato con el de la selección. Los
chinos se vuelven locos por la Premier League inglesa, pero ese no es el ejemplo a
seguir. Me alegra que hayan traído a China a grandes entrenadores extranjeros,
como Marcello Lippi, Fabio Capello y Felipão Scolari. En lugar de gastarse cifras
astronómicas en futbolistas extranjeros, como en su momento con Carlos Tévez,
deberían animar a sus jugadores jóvenes para promover un desarrollo desde abajo.
EL CAMINO DE CHINA HASTA COREA Y JAPÒN 2002

Primera ronda:

22-4-2001, Xian: China-Maldivas 10-1

28-4-2001, Malé: Maldivas-China 0-1

5-6-2001, Phnom Penh: Camboya-China 0-4

13-5-2001, Kunming: China-Indonesia 5-1

20-5-2001, Guangzhou: China-Camboya 3-1

27-5-2001, Jakarta: Indonesia-China 0-2

Clasificación Grupo 9:

China 18 puntos, Indonesia 12, Camboya 4, Maldivas 1.

Segunda ronda:

25-8-2001, Shenyang: China-Emiratos Árabes Unidos 3-0

31-8-2001, Mascate: Omán-China 0-2

9-7-2011, Doha: Qatar-China 1-1

15-9-2001, Shenyang: China-Uzbekistán 2-0

27-9-2001, Abu Dhabi: Emiratos Árabes Unidos-China 0-1

10-7-2001, Shenyang: China-Omán 1-0

13-10-2001, Shenyang: China-Qatar 3-0

19-10-2001, Tashkent: Uzbekistán-China 1-0

Clasificación Grupo B:

China 19 puntos, Emiratos Árabes Unidos 11, Uzbekistán 10, Qatar 9, Omán
6.
Goleadores de China:

Xie Hui 7 gol, Fan Zhiyi, Li Weifeng, Qi Hong 4, Xu Yunlong 3, Wu


Chengying, Yang Chen, Li Jinyu, Qu Bo, Ma Mingyu, Hao Haidong 2, Li Bing, Li
Xiaopeng, Yu Genwei, Sun Maozhen 1.
CHINA EN LA COPA DEL MUNDO DE 2002

Primera ronda:

4-6-2002, Gwangju: China-Costa Rica 0-2 (61' Gómez, 65' Wright)

8-6-2002, Seogwipo: Brasil-China 4-0 (15' Roberto Carlos, 32' Rivaldo, 45'
Ronaldinho, 55' Ronaldo)

13-6-2002, Seúl: Turquía-China 3-0 (6' Hasan Şaş, 9' Bülent, 85' Ümit)

Clasificación Grupo C:

Brasil 9 puntos, Turquía 4, Costa Rica 4, China 0.


CURIOSIDADES

Bora Milutinović es el primer y único seleccionador en haber pasado cuatro


veces la primera ronda en la Copa del Mundo, con México (1986), Costa Rica
(1990), Estados Unidos (1994) y Nigeria (1998).

Son nueve los seleccionadores extranjeros que han llevado las riendas de la
seleccion China: Klaus Schlappner (Alemania), Bobby Houghton (Inglaterra), Bora
Milutinović (Serbia), Arie Haan (Holanda), Vladimir Petrović (Serbia), José Antonio
Camacho (España), Alain Perrin (Francia) y Marcello Lippi (Italia).

En 1987 los primeros futbolistas chinos se mudaron al extranjero: Xie Yuxin


(Zwolle, Países Bajos), Gu Guangming (Darmstadt 98, Alemania Occidental), Jia
Xiuquan y Liu Haiguang (Partizan Belgrado, Yugoslavia).

Seis chinos convocados para la Copa del Mundo jugaban en equipos


ingleses: Fan Zhiyi (Crystal Palace), Sun Jihai (Crystal Palace, Manchester City y
Sheffield United), Hao Haidong (Sheffield Utd), Li Weifeng (Everton), Zhang
Enhua (Grimsby Town) y Li Tie (Everton y Sheffield Utd).

El defensor Sun Jihai jugó seis temporadas con el Manchester City, de 2002
a 2008, convirtiéndose en el primer chino en anotar un gol en la Premier League y
en la Copa de la UEFA.

Dos jugadores chinos han ganado el premio del futbolista asiático del año:
Fan Zhiyi en 2002 y Zheng Zhi en 2013.

En la Copa Asiática, China ha conseguido dos medallas de plata (1984 y


2004) y dos medallas de bronce (1976 y 1992).

El 26 de enero de 2000 China venció a Guam 19-0, estableciendo el récord de


la más amplia victoria en un partido entre selecciones. Este récord fue después
superado por Kuwait y luego por Australia.

El Guangzhou Evergrande ha ganado siete campeonatos chinos


consecutivos, entre 2011 y 2017. En el club de Guangzhou entrenaron Marcello
Lippi y Fabio Cannavaro y jugaron los futbolistas Alberto Gilardino y Alessandro
Diamanti.
Haití 1974

Fue Cristóbal Colón quién descubrió mi isla. Atracó en 1492 a bordo del
barco Santa María y la nombró “La Isla Española”, luego la abreviaron a
“Española”. Hoy la isla se divide en dos: en la parte derecha está la República
Dominicana, un paraíso turístico, en la parte izquierda está Haití, uno de los países
más pobres y subdesarrollados del mundo. Mi nombre es Philippe Vorbe y vivo en
la parte izquierda. Mis antepasados son franceses que cruzaron el Atlántico en
busca de fortuna en el Caribe. Lo consiguieron. Mi padre Jean estudió Ingeniería y
trabajó para una gran empresa de construcción, mi madre Margarita era profesora
de educación física.

Fue una suerte tener padres apasionados al fútbol, siempre me animaron a


practicar deporte. Empecé jugando por la calle del barrio donde vivía, en Puerto
Príncipe, la capital de Haití. El fútbol siempre ha sido una parte importante de mi
vida, también cuando en los años sesenta me mudé a Nueva York para frecuentar
la Columbia University, la misma universidad dónde estudiaron mi madre y Joe
Gaetjens, uno de los deportistas haitianos más célebres.

También Joe era de origen europeo y de familia adinerada. A los veinte años
se trasladó a Nueva York para estudiar contabilidad, en su tiempo libre jugaba al
fútbol y fue convocado para el Mundial en Brasil de 1950. La selección
estadounidense estaba compuesta por estudiantes y trabajadores, pero
increíblemente logró derrotar a Inglaterra, en un partido que pasó a la historia
como el “Milagro de Belo Horizonte”. Fue una de las mayores sorpresas de la
historia de la Copa del Mundo y el gol decisivo lo marcó el mismo Gaetjens. En
1954, Joe regresó a Puerto Príncipe, dónde todos lo conocían como “Gentleman
Joe” por su cordialidad.

La historia de Haití cambió después de las elecciones presidenciales del 22


de septiembre de 1957. François Duvalier, un médico apodado “Papa Doc”,
paladín de la negritud, desafió Louis Déjoie, un empresario de origen francés,
amigo de familia de los Gaetjens. El bisabuelo de Joe era un alemán de Bremen y se
casó con Leonie Déjoie, una antepasada de Louis. Joe no estaba interesado en la
política, al contrario que sus hermanos Jean-Pierre y Fred, consejeros de Déjoie. Las
elecciones del 1957 fueron ganadas por François Duvalier, con el 69,1% de los
votos. Un resultado que obligó a Déjoie y sus fieles a huir. Aquellas fueron las
últimas elecciones libres que se celebraron en Haití en el arco de tres décadas.
Durante el período de la Guerra Fría, Papa Doc contó con el apoyo de los Estados
Unidos, temerosos de otras revoluciones como aquella cubana.
El 14 de junio de 1964 se llevó acabo un referéndum para proclamar a
Duvalier presidente vitalicio: ganó con el 99.9% de los votos. Duvalier era un gran
admirador de Benito Mussolini. El equivalente haitiano de las camisas negras eran
los Tonton Macoutes, nombre originario de la mitología criolla haitiana. Tonton
Macoute era un hombre negro que vagaba por las calles de noche y secuestraba a
los niños que se quedaban fuera de casa hasta tarde y los metía en su saco de juta.
A los opositores de Duvalier les pasaba lo mismo: desaparecían por la noche y no
se volvía a saber de ellos. Desapareció también Clément Barbot, jefe de los Tonton
Macoutes, que intentó derrocar el gobierno de Duvalier en 1963. El complot fracasó
y empezó la caza de brujas. Curiosamente fue un brujo el que reveló que Barbot se
había convertido en un perro negro, de modo que Duvalier ordenó la matanza de
todos los perros de ese color en la isla.

No había excepciones para las víctimas de la persecución de los Tonton


Macoute, se trataba igual a los opositores al régimen que a sus familiares. La culpa
de Joe Gaetjens fue que sus dos hermanos habían huido a Santo Domingo para
organizar un golpe de estado en Haití. Siguiendo el consejo de un policía, amigo de
la familia, los Gaetjens se escondieron para preparar la fuga de Haití después del
nombramiento de Duvalier como presidente vitalicio. Joe se quedó en el país,
convencido de que su popularidad lo habría salvado. No fue así. La mañana del 8
de julio de 1963, los Tonton Macoutes fueron a la lavandería de la familia Gaetjens
y se llevaron a Joe a bordo de su station wagon azul. De Joe no se supo nada más.
Hasta Pelé rogó al gobierno haitiano tener noticias suyas mientras los New York
Cosmos organizaron un partido amistoso en el Yankee Stadium para recaudar
fondos para la mujer y los tres hijos de Joe. Sólo después de la caída del régimen,
salió a flote la verdad: Joe fue detenido y trasladado a la cárcel de Port Dimanche,
donde fue torturado y asesinado por los guardias.

Mussolini inspiró a Duvalier también en el uso del deporte como


instrumento de propaganda y consenso. A mitad de los años sesenta, Papa Doc
empezó a financiar el deporte haitiano, en particular la selección nacional de
fútbol. El régimen insistió mucho también sobre el concepto de negritud en el
deporte. Si los negros como Cassius Clay y Joe Frazier pudieron ser campeones en
el boxeo, los haitianos podrían serlo en el fútbol. Sin embargo, esto no me impidió
ser capitán de la selección, a pesar de ser el único blanco.

Durante los periodos de entrenamiento estábamos instalados en el hotel


más lujoso de Puerto Príncipe y seguíamos una alimentación de atletas de élite. Yo
crecí en una familia acomodada, mientras que para muchos de mis compañeros
acostumbrados a vivir en barracas de metal y a comer barato, el fútbol
representaba una ocasión de rescate social. Los primeros resultados llegaron en
1969, cuando estuvimos muy cerca de clasificarnos para el Mundial en México,
perdiendo el desempate final en Jamaica, 1-0 en el descuento contra El Salvador.

François Duvalier no logró realizar su sueño de ver a Haití en los


Mundiales. Murió el 21 de abril de 1971 y como sucesor, fue nombrado su hijo
Jean-Claude, conocido como “Baby Doc”, que a la edad de diecinueve años se
convirtió en el presidente más joven del mundo. En comparación con el padre,
Baby Doc ablandó la dictadura bajo presión de los yanquis. Si no lo hubiera hecho,
la CIA probablemente se habría deshecho de él. En cambio, los Estados Unidos
destinaron fondos para un programa de desarrollo económico en Haití.

En aquellos años nuestra isla vivió un período de florecimiento económico,


del cual se benefició también el fútbol. En el campeonato haitiano jugaban solo
ocho equipos y había solo tres pistas deportivas en Puerto Príncipe. Baby Doc
destinó fondos para la reestructuración del estadio nacional Sylvio Cator, el cual
costó un millón de dólares, y para la construcción ex novo del centro deportivo de
Carrefour y de la cancha de baloncesto del Gymnasium Vincent. Jean-Claude era
mucho más accesible que su padre, venía a ver nuestros entrenamientos y nos
llamaba por teléfono regularmente a mí y a otros compañeros. Algunos pensaban
que tenerlo tan cerca era peligroso. Nos creó y podía destruirnos cuando quisiera,
como hizo con nuestro seleccionador.

Nuestra federación solicitó a Italia un entrenador y del centro técnico de


Coverciano sugirieron a Etore Trevisan. Llegó a Haití en 1973 como colaborador
del Ministerio de Asuntos Exteriores italiano para los países en desarrollo.
Triestino, como Nereo Rocco y Ferruccio Valcareggi. En los años sesenta Trevisan
había sido uno de los primeros italianos con experiencia entrenando en el
extranjero, en Grecia y en Córcega. Hablaba francés y nos enseñó mucho a nivel
táctico. Etore predicaba un fútbol ofensivo, sin líbero y con carrileros. Estábamos
encantados, un poco menos cuando insistía en la fase defensiva. Jugábamos para
divertirnos y marcar al hombre o perseguirlo por el campo no era divertido. Yo era
el volante del equipo y era una gozada poder asistir a dos atacantes rápidos como
Emmanuel Sanon y Claude Barthélemy.

“Manno” Sanon era el más joven del equipo, pero también era el mejor de
todos. Técnico, rápido, físicamente fuerte, Trevisan lo apodó “La perla negra”
como Pelé. En 1971 Sanon ganó la liga haitiana con el Don Bosco FC, un club de
Pétion-Ville, fundado por un salesiano holandés llamado Sjaak Diebels. Los padres
de Sanon murieron cuando era un niño y los salesianos adoptaron y criaron a
“Manno”.

Nuestra gran oportunidad vino en diciembre de 1973, cuando Haití fue


elegido anfitrión del Campeonato de Concacaf, que garantizaba al ganador el
billete para los Mundiales en la República Federal de Alemania. El grupo estaba
formado por seis equipos: Antillas Holandesas, Guatemala, Haití, Honduras,
México, Trinidad y Tobago. Jugar en nuestro estadio frente a 30.000 aficionados fue
sin duda una ventaja. El ambiente fue espectacular, los hinchas no pararon de
apoyarnos, con cánticos, megáfonos, tambores, trompetas y todo tipo de
instrumentos musicales. En las gradas estaban los hechiceros más poderosos de la
isla, realizaron vudú contra nuestros rivales e intentaron influir en los dioses. Para
nuestros adversarios no fue fácil vivir y jugar en Haití durante aquellas tres
semanas. Los hinchas se reunían bajo los hoteles donde nuestros adversarios se
alojaban para cantar y tocar hasta la madrugada, con el objetivo de interrumpir su
descanso. Ocurrieron cosas peores, como el lanzamiento de objetos y amenazas
físicas a nuestros rivales cuando llegaban al estadio. No fue muy deportivo, pero
cuando jugábamos en México o en otros países, tuvimos que someternos al mismo
tratamiento.

Aquel campeonato Concacaf fue una marcha triunfal: ganamos 3-0 a las
Antillas Holandesas, 2-1 contra Trinidad y Tobago, 1-0 contra Honduras y 2-1
contra Guatemala. El protagonista absoluto fue Emmanuel Sanon, quien anotó
cinco goles en cuatro partidos. El último partido contra México, sin duda el rival
más difícil, fue una derrota indolora porque ya estábamos clasificados. Fueron las
tres semanas más hermosas y emocionantes que he vivido en Puerto Príncipe.
Después de cada victoria, miles de personas salieron a las calles para celebrar. Fue
un gran carnaval fuera de temporada.

Dos semanas más tarde en Fráncfurt, tuvo lugar el sorteo y nos


correspondió el grupo 4 con Argentina, Polonia e Italia, el país de Trevisan. Desde
Italia lo llamaron para entrevistarlo y Etore declaró al periodista Vitorio Zucconi
de “La Stampa”, que sus jugadores vivían en cabañas miserables, no comían lo
suficiente y hacían rituales de vudú. En Haití no gustó ese artículo y lo utilizaron
como excusa para echarlo. Etore ya de antes era un problema, un blanco europeo
en nuestro banquillo en la Copa del Mundo estaba mal visto por el régimen. Ni
siquiera lo invitaron a la fiesta de clasificación, mientras que nuestros dirigentes
presentes en el sorteo, el ayudante del entrenador Antoine Tassy y el
vicepresidente de la Federación Acedius Saint Louis, se atribuyeron todo el mérito
sin nombrar nunca a Trevisan. Le pincharon el teléfono y le registraron su casa
varias veces. Etore no era una persona querida en Haití, por lo que decidió dimitir.
Mi padre Jean le propuso entrenar al Violete, club en el cual jugaba yo.
Inicialmente aceptó, pero el miedo por lo que le pudiese suceder obligó a Etore, su
mujer Ada y sus dos hijos a volver a Italia.

En su lugar Antonie Tassy fue proclamado seleccionador. Él asistió al


instituto de educación física en París, donde también estudió Helenio Herrera. Sin
embargo, Tassy no era ni un mago ni un hechicero. Él era una persona culta e
ingeniosa que supo entretener a periodistas en francés, pero desde un punto de
vista táctico, no era tan sagaz como Trevisan. Jugamos varios amistosos
preparatorios en Haití y empatamos contra Chile y Uruguay, ambas clasificadas a
los Mundiales. Incluso jugamos en Brasilia, donde perdimos 4-0 contra Brasil,
disputando un partido muy ofensivo y abierto, un error que no deberíamos repetir
en Alemania Occidental.

Cuando llegamos a Europa, con mucha antelación, había mucha curiosidad


puesta en nosotros. Nadie nos conocía, pero más que en nuestro fútbol, los
periodistas estaban interesados en el lado folklórico de Haití: los brujos y los
rituales de vudú. Nos alojábamos en la escuela del deporte de Grünwald, a unos
diez kilómetros de Múnich. Guardias armadas del ejército alemán circundaban el
edificio día y noche, por miedo a que hubiera atentados. Poco antes de nuestra
salida hacia Alemania del Oeste, a Puerto Príncipe llegó una carta de amenazas
contra nosotros. En 1972, después del atentado de los terroristas palestinos de
Septiembre Negro en los Juegos Olímpicos de Múnich, Haití emitió un sello
conmemorativo de los atletas israelís caídos. Motivo por el cual nos pusimos en la
mira de los terroristas.

El verdadero shock para nosotros fue el clima en Alemania. En Haití


estábamos acostumbrados a más de treinta grados de temperatura, teníamos que
entrenar al alba y al ocaso para evitar el calor infernal. En cambio, en Múnich hacía
mucho frío y llovió todos los días, las canchas estaban embarradas y resbaladizas.
Una novedad para todos nosotros. Aparte de Wilner Nazaire, el único que jugaba
en Europa, en el Valenciennes, en el Norte de Francia.

Nuestro debut estaba previsto para el 15 de junio, en el Olympiastadion de


Múnich contra Italia, subcampeona del Mundo. A Dino Zoff no le habían marcado
un gol desde el 20 de septiembre de 1972, hacía casi dos años. Once partidos a
puerta imbatida, muchos campeones intentaron marcarle un gol, pero ninguno lo
logró: el Brasil de Jairzinho y Rivelino, la Inglaterra de Moore y Peters, la Suecia de
Edström, la Alemania Occidental de Müller y Netzer, la Austria de Krankl. El
récord de imbatibilidad le hizo ganar a Zoff el segundo puesto en la clasificación
del Balón de Oro 1973, después del holandés Cruijff. En vísperas del Mundial, todo
el mundo se preguntaba quién podría romper el “catenaccio azzurro”. Nadie había
mencionado el nombre de Haití, aparte de nuestro atacante Sanon, que de forma
audaz afirmó: “Voy a marcar dos goles a Zoff”. Todavía recuerdo las sonrisas de
los periodistas.

El plan de Tassy era defendernos y golpear al contrataque, con la velocidad


de Sanon y Barthélemy. El marcaje al hombre diseñado por Tassy fue: Pierre
Bayonne frente a Gigi Riva, Wilner Nazaire sobre Giorgio Chinaglia, Arsène
Auguste frente a Sandro Mazzola. Mientras tanto yo tenía que controlar a Fabio
Capello o al Golden Boy Gianni Rivera. El partido no fue según lo previsto, los
italianos se presentaron en nuestra área muchas veces, pero se encontraron de
frente a un muro impenetrable: Henri Francillon. Nuestro portero saltó como un
gato a los disparos de Mazzola, Giacinto Faccheti, Chinaglia y Rivera. Los
italianos estaban frustrados, incrédulos, recuerdo que el centrocampista Capello,
que jugó en mi zona, no dejaba de gritarnos. No entendía ni una palabra, pero
imagino que no se trataba de piropos.

La primera parte del plan, que no nos marcaran ningún gol, se cumplió.
Todos se esperaban una avalancha azul en el segundo tiempo, pero un minuto
después del descanso, llegó nuestro gol. Según lo previsto, Italia salió al ataque y
estaban desequilibrados cuando el balón acabó en mis pies. Sabía que los defensas
azules eran lentos y no lo pensé ni un instante en meterle un balón en profundidad
a Sanon. Fue un pase en largo de rosca verdaderamente bonito, con el exterior,
limpio y al hueco. “Manno” adelantó en velocidad a Luciano Spinosi, se presentó
delante de Zoff y después de haberlo regateado con una gambeta, marcó a puerta
vacía. Increíble: Haití 1, Italia 0. El récord del gran Zoff se acabó contra nosotros.

Nuestro sueño duró muy poco, solo siete minutos. Mazzola me superó por
la banda derecha y centro al área, para que Rivera empatase con un gran tiro. Italia
fue hábil en entender que Auguste se sentía muy incómodo contra Mazzola.
Además, el equipo “azzurro” también tuvo suerte, cuando el disparo de Romeo
Beneti rebotó en nuestro lateral izquierdo desviando el tiro a la red. Con el 2-1, se
nos acabó la gasolina y recibimos el tercer gol de Pietro Anastasi, que entró en
lugar de Chinaglia. Dejando la cancha, el delantero centro de la Lazio mandó
descaradamente a freír espárragos al seleccionador Valcareggi. Si Chinaglia
hubiera sido un futbolista de Haití, habría sido expulsado de la concentración y
castigado severamente.

A pesar de todo, el público alemán apreció nuestro esfuerzo y salimos del


campo bajo una lluvia de aplausos. Al día siguiente al partido, mientras estábamos
de excursión en el zoológico de Múnich, decenas de personas nos pararon para
pedirnos un autógrafo o sacar una foto de recuerdo con nosotros. El clima relajado
duró poco, hasta que salió a la luz la noticia que nuestro compañero Ernst Jean-
Joseph dio positivo en el antidoping. En su orina encontraron restos de
fenilmetrazina, una sustancia excitante. Ernst se justificó diciendo haber aspirado
Predulin para combatir el asma, lo cual fue desmentido por el doctor Patrick
Hugeux, quien dijo a los periodistas que el jugador no era suficientemente
inteligente como para comprender la gravedad de su acto. Fue una vergüenza para
Haití y Jean-Joseph tuvo que pagar por ello.

El vicepresidente de la Federación, Acedius Saint Louis, era también


General del ejército. Él y algunos Tonton Macoutes maltrataron a Jean-Joseph y
después lo cargaron en un coche dirección al aeropuerto. No sabíamos que
aquellos muchachos, siempre cordiales y sonrientes, trabajaban como policías
secretas. Estaban siempre en contacto con el equipo, sobre todo durante los viajes
al extranjero, y aquel día en Múnich descubrimos su lado oscuro. Jean-Joseph hizo
amistad con una chica polaca que trabajaba para la prensa y hablaba francés. Le
manifestó su preocupación sobre lo que le podría ocurrir cuando llegase a Haití. La
chica habló de lo que había ocurrido con Kurt Renner, un ejecutivo alemán al que
la FIFA había asignado el papel de acompañante de Haití. Renner contó lo que
había pasado a algunos periodistas, pero en lugar de abrir una investigación, el
Comité Organizador lo despidió.

Muchos de nosotros no dormimos por la preocupación. En el segundo


partido contra Polonia, bajamos al campo desconcentrados y nerviosos. No te los
puedes permitir cuando encuentras a figuras como Kazimierz Deyna o Grzegorz
Lado. En menos de veinte minutos nos marcaron cinco goles. Por suerte, en el
segundo tiempo los polacos bajaron el nivel y el partido acabó 7 -0. Sólo el 9-0
sufrido por Zaire contra Yugoslavia el día anterior nos evitó el dudoso premio de
cenicienta del Mundial.

Durante la noche siguiente llegó una llamada de Haití, querían hablar con el
capitán del equipo, es decir, conmigo. Al otro lado de la línea hablaba Jean-Joseph:
me dijo que tenía que tranquilizar a los compañeros y que no tenía que
preocuparme por él, sólo del partido contra Argentina. El seleccionador de los
suramericanos, Vladislao Cap, nos desdeñó, definiéndonos “un adversario fácil de
torear”. Intentamos desmentirlo, pero el partido acabó con un 4-1, un resultado
que permitió a los argentinos pasar el turno por diferencia de goles. Al menos
Emmanuel Sanon marcó otro gol magnifico, con una volea con la zurda desde
fuera del área.

Las proezas de “Manno” no pasaron inobservadas y después de la Copa del


Mundo firmó por un club europeo, el Beerschot en Amberes, donde permaneció
seis temporadas y ganó una copa de Bélgica, antes de trasladarse a los Estados
Unidos. Otro de los nuestros, el portero Francillon, firmó un contrato en Europa
con el Múnich 1860. No fue una aventura para recordar: sólo jugó cinco partidos y
luego volvió a casa, muerto de frío debido a los muchos domingos en el banquillo.
Al final de su carrera deportiva, Henri se metió en política, fue senador durante
cinco años hasta que fue víctima de un atentado. Se salvó de milagro y escapó
como refugiado político a Boston, donde todavía vive. Muchos de mis compañeros
jugaron en la NASL norteamericana, yo permanecí en Puerto Príncipe.

Haití es un país pequeño, pero raramente veo a mis viejos compañeros. Una
de las pocas ocasiones para reunirnos fue trágica: la muerte de Sanon. Después de
Bélgica, “Manno” se trasladó a EE. UU. Orlando, Florida, donde recibió la
ciudadanía honoraria. Murió el 21 de febrero de 2008 con sólo cincuenta y seis
años, como consecuencia de un cáncer en la próstata. Celebraron su funeral en el
estadio Sylvio Cator de Puerto Príncipe, delante de 30.000 personas, y el evento fue
retransmitido en vivo por televisión. Haití no nos había olvidado y poco después el
Gobierno decidió asignar una pensión vitalicia a todos los futbolistas de la
selección del 1974.

La dictadura de Duvalier terminó en 1986, pero la democracia nunca ha


encontrado suelo fértil en Haití y en 2004 un golpe de estado derrocó al presidente
Jean-Bertrand Aristide. Muchos países enviaron sus tropas a Haití. Brasil quiso
hacer lo mismo, pero nuestros políticos les pidieron enviar a los más populares
“soldados brasileños”: los jugadores de la Seleção. En agosto de 2004, Ronaldo,
Ronaldinho, Roberto Carlos y muchos otros vinieron a Haití para jugar un partido
benéfico. Desfilaron por las calles de Puerto Príncipe a bordo de tanques,
ovacionados por una multitud de haitianos. Durante unos días, Haití olvidó sus
problemas, fueron días de fiesta como aquellos después de la calificación para la
Copa del Mundo de 1974.

Hoy Haití es uno de los países más pobres del mundo, arrodillado por el
terremoto de 2010, que mató a más de 200.000 personas. Estoy vivo de milagro,
pero perdí un montón de amigos ese día. Intento ayudar a mi pueblo a través del
fútbol, la cosa que mejor conozco. Fui entrenador del Violete, el equipo donde
crecí, pero lo dejé después de que unos matones me atacaron durante un partido.
Ahora entreno solo a niños y jóvenes, para mantenerlos fuera de las calles y lejos
de la delincuencia.
EL CAMINO DE HAITÌ HASTA ALEMANIA OCCIDENTAL ‘74

Primera ronda:

15-4-1972, Puerto Príncipe: Haití-Puerto Rico 7-0

23-4-1972, San Juan: Puerto Rico-Haití 0-5

Segunda ronda:

1-12-1973, Puerto Príncipe: Haití-Antillas Holandesas 3-0

4-12-1973, Puerto Príncipe: Haití-Trinidad y Tobago 2-1

7-12-1973, Puerto Príncipe: Haití-Honduras 1-0

13-12-1973, Puerto Príncipe: Haití-Guatemala 2-1

18-12-1973, Puerto Príncipe: Haití-México 0-1

Clasificación Campeonato Concacaf:

Haití 8 puntos, Trinidad y Tobago 6, México 6, Honduras 5, Guatemala 3,


Antillas Holandesas 2.

Goleadores de Haití:

Emmanuel Sanon 11 goles, Jean-Claude Desir 3, Philippe Vorbe, Pierre


Bayonne, Claude Barthélemy, Guy François, Roger Saint-Vil, Guy Saint-Vil 1.
HAITÌ EN LA COPA DEL MUNDO DE 1974

Primera ronda:

15-6-1974, Munich: Italia- Haití 3-1 (46' Sanon, 52' Rivera, 66' Beneti, 79'
Anastasi)

19-6-1974, Munich: Haití-Polonia 0-7 (17', 87' Lato, 18' Deyna, 30', 34', 58'
Szarmach, 31' Gorgoń)

23-6-1974, Munich: Argentina-Haití 4-1 (15', 68' Yazalde, 18' Houseman, 55'
Ayala, 63' Sanon)

Clasificación Grupo 4:

Polonia 6 puntos, Argentina 3, Italia 3, Haití 0.

Goleadores de Haití:

Emmanuel Sanon 2 goles.


CURIOSIDADES

Cuatro futbolistas haitianos convocados para la Copa del Mundo de 1974


jugaron en Europa: Wilner Nazaire en Francia (Valenciennes y Fontainebleau)
Emmanuel Sanon en Bélgica (Beerschot), Henry Francillon en Alemania (Múnich
1860), como Serge Racine (Wacker 04 Berlín).

Nueve futbolistas haitianos del 1974 jugaron en los Estados Unidos:


Emmanuel Sanon, Philippe Vorbe, Arsène Auguste, Eddy Antoine, Guy y Roger
Saint-Vil, Ernst Jean-Joseph, Claude Barthélemy y Jean-Herbert Austin.

En febrero de 1986 un levantamiento popular terminó la dictadura de Jean-


Claude Duvalier, que huyó a Francia. En 2011 Baby Doc regresó a Haití, donde
murió el 4 de febrero de 2014 después de un ataque al corazón.

Emmanuel Sanon ostenta el récord de más partidos (100) y goles (47) con la
selección de Haití. Sanon fue votado también como al deportista haitiano del siglo.

Los nietos de Philippe Vorbe, Sebastien y Philippe, son jugadores de fútbol


y han jugado en la selección de Haití.

Haití e Italia han vuelto a enfrentarse en un partido amistoso el 11 de junio


de 2013 en Río de Janeiro. Terminó 2-2 con goles de Emanuele Giaccherini, Claudio
Marchisio, Olrish Saurel y Jean Philippe Peguero.

Después del Campeonato Concacaf 1974, el único triunfo de Haití fue la


Copa del Caribe del 2007, donde los haitianos derrotaron 2-1 en la final al anfitrión
Trinidad y Tobago.

En 2016 Haití participó en la Copa América, en los Estados Unidos y fue


derrotado tres veces, contra Perú (1-0), Brasil (7-1) y Ecuador (4-0).
Zaire 1974

Mi vida es como un columpio. Victorias memorables y derrotas estrepitosas,


riqueza y pobreza, sueños de gloria y triste realidad, dictadura y libertad, muerte y
resurrección, alegría y desesperación. Cosas que sólo un continente como África
puede regalarte. Mi nombre es Pierre Ndaye Mulamba, pero en mi país todo el
mundo me conoce como Mutumbula. Nací el 4 de noviembre de 1948 en
Luluabourg, hoy Kananga, en un país que entonces se llamaba Congo Belga. Mi
tierra fue una colonia de Bélgica desde 1885 hasta la independencia de 1960. El
primer presidente elegido democráticamente fue Patrice Lumumba, que unos
meses más tarde, en enero de 1961, fue capturado y asesinado. Durante la guerra
fría, la política antiimperialista y filocomunista de Lumumba no estaba bien vista
por Bélgica y Estados Unidos, que apoyaron el golpe militar. El 25 de noviembre
de 1965 el coronel Joseph-Désiré Mobutu llegó al poder con un golpe de estado y
fue el tirano indiscutible del país durante más de treinta años.

Con el nuevo presidente cambiaron muchas cosas, para bien o para mal,
bajo cualquier punto de vista: tanto a nivel económico, social, cultural como
deportivo. Mobutu promovió el “retour à l'authenticité” (vuelta a la autenticidad),
obliterando la herencia colonialista y occidental a favor de una identidad nacional.
Por ejemplo, en 1971, Mobutu decidió cambiar el nombre de la nación de Congo a
Zaire y el nombre de ciudades como Léopoldville por Kinshasa o Élisabethville por
Lubumbashi.

Incluso los nombres de la gente cambiaron y se borraron las referencias al


período belga. Yo por ejemplo nací Pierre Mulamba y me convertí en Ndayé
Mulamba (un nombre típico africano). Mobutu también abandonó su nombre de
nacimiento Joseph-Désiré y lo cambió en Mobutu Sese Seko Nkuku Wa Za Banga,
que en idioma lingala significa “El guerrero todopoderoso que, debido a su
resistencia y voluntad inflexible, va a ir de conquista en conquista, dejando fuego a
su paso”. El culto de la personalidad era típico de los dictadores, igual que el uso
del deporte como herramienta de propaganda.

El fútbol era la gran pasión de Mobutu, de joven había jugado como portero
amateur y quería transformar a nuestra nación en una potencia del fútbol africano.
Siguió el ejemplo del presidente ghanés Kwame Nkrumah que, después de las
victorias en la Copa Africana de Naciones en 1963 y en 1965, vio un gran auge de
popularidad en su país. Después de haber invitado a Kinshasa a las Estrellas
Negras de Ghana, que derrotaron 3-0 a nuestra selección, Mobutu decidió invertir
en el fútbol los enormes avances derivados de la riqueza natural del país, como el
cobre, el oro y los diamantes. Con el dinero público, Mobutu compró a “Les
Belgicains”, los futbolistas congoleños que jugaban en el campeonato de Bélgica y
que volvieron a casa para militar en los clubes más importantes del país, como el
Tout Puissant Englebert de Lubumbashi (hoy Mazembe) o como l’As Vita de
Kinshasa. Mobutu contrató también al húngaro Ferenc Csanádi como
seleccionador.

El impacto fue inmediato. En 1967 y 1968 el Tout Puissant Englebert ganó


dos ediciones consecutivas de la Copa Africana de Clubes Campeones. Todavía en
1968 nuestra selección ganó su primera Copa Africana de Naciones disputada en
Etiopía, derrotando a Ghana en la final. Cuando volvieron a casa, los jugadores
fueron recibidos como héroes y festejaron en el “Grande Stade du 20 Mai” en
Kinshasa. Todos llevaban un sombrero de piel de leopardo, como el de Mobutu. El
apodo de la selección se convirtió en “Los leopardos”, debido a la pasión de
nuestro presidente por dicho felino.

Recuerdo bien esos triunfos, escuché todos los partidos por la radio. Eran
años de despreocupación y de prosperidad económica para nuestro país, que
podía permitirse el lujo de invitar al Santos de Pelé. En junio de 1967 yo estaba en
el estadio de Kinshasa, extendí mi mano para saludar al gran “O Rei”, pero Pelé ni
siquiera me miró.

El fútbol siempre ha sido mi gran pasión, a pesar de que mi padre George


consideraba el deporte una pérdida innecesaria de tiempo y quería que yo me
centrara en el estudio. A los diez años empecé a jugar en el equipo de padre Paul,
un padre luterano belga que era director de una escuela en el distrito de Ndesha,
donde vivía con mis padres y mis siete hermanos. Mi primer equipo fue el
Renaissance du Kasaï, con el que debuté anotando dos goles contra l’Union Saint-
Gilloise, el otro equipo importante del Kasai Occidental. Tenía sólo quince años.
Sin embargo, esos dos goles desvelaron mi pequeño secreto y papá me obligó a
dejar el fútbol. Si pude continuar, fue sólo gracias a la intervención del presidente
del Renaissance du Kasaï, Jacques Malemba y de padre Paul, que amenazó con
echarme de su escuela si mi papá no me dejaba jugar. De modo que viejo Georges
se vio obligado a renunciar a su batalla contra el fútbol.

En abril de 1967, a los dieciocho años, me di cuenta de que podía


convertirme en un jugador de fútbol famoso cuando Lucien, el único habitante del
barrio que poseía una radio, me comunicó que Csanádi me había convocado para
la selección. Estaba eufórico, a diferencia de mi papá. En aquel periodo tuve que
prepararme para el examen para el diploma y papá me impidió responder a la
convocatoria. Para convencerlo, visitaron nuestra casa padre Paul, el presidente y
el entrenador del Saint-Gilloise, mi equipo, y el gobernador de la provincia,
Monsieur Nguina. La presencia de este último dejó claro a mi padre que el
presidente Mobutu era verdaderamente un aficionado de la selección de fútbol y
en el caso de haber rechazado la llamada, dos personas tendrían que pagarlo caro:
el gobernador mismo y mi padre. Papá Georges se convenció de que no podría
resistir a la presión y me dejó ir a Kinshasa, asegurándose que en la maleta estaban
los libros de escuela.

Éramos cincuenta jugadores para solo veinte plazas, pero después de meses
de duro entrenamiento, mi nombre no apareció en la lista para la Copa Africana de
Naciones de 1968 en Etiopía. Mi moral se desmoronó. A mi regreso a Luluabourg
el único satisfecho era mi padre, orgulloso de mi graduación, obtenida gracias a
haber estudiado por la noche, mientras mis compañeros salían de fiesta. Después
de esa decepción, continué jugando en Saint-Gilloise, aunque mi trabajo real era
maestro en la escuela de padre Paul. Enseñé hasta 1972, cuando me mudé a Mbuji-
Mayi, capital del Kasai Oriental, para jugar con el As Bantou. Me ofrecieron una
casa más grande, mejores primas y un trabajo de oficina a mi novia de aquel
momento, Félie. En Mbuji-Mayi jugué una gran temporada, anotando treinta goles
y terminando el campeonato en segundo lugar, detrás del As Vita de Kinshasa.

Dos goles contra los campeones de Zaire me permitieron mudarme en 1973


a Kinshasa, para jugar con el AS Vita. La temporada del debut con Les Dauphins
Noirs (los delfines negros) fue triunfal: ganamos la liga nacional, la copa y sobre
todo la Copa Africana de Clubes Campeones, derrotando a los ghaneses del Asante
Kototo de Kumasi gracias a mis dos goles en la final. Ese año marqué cincuenta
goles, un récord que me dio popularidad en todo el país. Como por arte de magia,
me ofrecieron también un trabajo prestigioso en el Palacio presidencial de Mobutu.
Los aficionados me adoraban y me apodaron Volvo y Mustang, además del más
famoso: Mutumbula, por mi instinto de “killer” dentro del área. Dentro de la
creencia popular, Mutumbula era un caníbal blanco que cazaba y comía niños
negros.

Estaba listo para despegar con “Les Lèopards”, después de años de altibajos y
cambios continuos en el banquillo. El entrenador que nos elevó a los niveles que
aspiraba Mobutu fue Blagoje Vidinić, un macedonio llegado a Kinshasa en 1972.
Dos años antes, Vidinić había conducido la selección de Marruecos al Mundial de
México 70, empatando un partido contra Bulgaria, el primer histórico punto de un
equipo africano en la Copa del Mundo. Nuestro objetivo era al menos igualar las
hazañas de Marruecos o mejorarlo con un poco de suerte.
Las eliminatorias para la Copa del Mundo de Alemania Occidental 74
comenzaron en junio de 1972, pero en esa época Vidinić no me convocaba. En la
primera ronda mis compañeros arrollaron a Togo y en la segunda eliminaron a
Camerún en el desempate. Yo finalmente debuté con la camiseta de Zaire el 5 de
agosto de 1973 en Accra, con una derrota 1-0 frente a Ghana. En el partido de
vuelta en Kinshasa destrozamos 4-1 a las “Black Stars”, obteniendo el pase para la
cuarta y última etapa, un grupo de tres con partidos de ida y vuelta contra Zambia
y Marruecos.

Después de haber derrotado a Zambia en Lusaka y en Kinshasa,


necesitábamos una victoria contra Marruecos en los dos últimos partidos. El gran
día llegó el 9 de diciembre de 1973, en el Stade du 20 Mai en Kinshasa. El
seleccionador Vidinić me dejó inicialmente en el banquillo y me hizo entrar en la
segunda parte, todavía con el 0-0 en el marcador. Aunque no marqué, mi entrada
fue decisiva y el partido terminó 3-0 con doblete de Jean Kembo y otro gol de
Mbungu Ekofa. Los marroquíes protestaron a la CAF por el arbitraje, en especial
por un empujón a su portero en el primer gol. La victoria fue ratificada y los
marroquíes se negaron a jugar el último partido, aunque era ya inútil para la
clasificación. Fuimos a Marruecos, pero nuestros rivales no salieron al campo en
Tetuán.

Zaire fue la primera nación de África subsahariana en participar en el


Mundial, la tercera en absoluto después de Egipto en 1934 y Marruecos en 1970.
Teníamos un equipazo, compuesto por el núcleo duro de los tres mejores equipos
del país. La defensa estaba compuesta por jugadores del TP Englebert de
Lumumbashi, incluyendo el portero Robert Kazadi Mwamba y su hermano
Raymond Tshimen Bwanga, apodado “el Beckenbauer negro”. Otros dos hermanos
jugaban en defensa: Albert Mwanza Mukombo y Joseph Mwepu Ilunga, también
del Tp Englebert. En el mediocampo y delantera había representantes de los dos
clubes de Kinshasa: el CS Imana del capitán Raoul Kidumu Mantantu y el As Vita,
donde jugábamos yo y el interior Adelard Mayanga Maku, conocido como “el
brasileño” por su habilidad en el regate.

En marzo de 1974 participamos en la Copa Africana de Naciones en Egipto,


con el objetivo de ganar. Después del positivo debut contra Guinea (2-1 con gol
mío), perdimos 2-1 el derby contra Congo en Brazzaville. Mobutu estaba furioso
por la derrota contra el equipo del presidente Marien Ngouabi, su archienemigo,
quien lo llamó para darle su más irónico pésame. Mobutu mismo llamó por
teléfono a nuestro seleccionador Vidinić, prometiendo castigos ejemplares para
todos si las mejoras no se palpaban en breve. Una amenaza que sirvió como un
estímulo para ganar el último partido del grupo, 4-1 contra Mauricio. La semifinal
contra el anfitrión Egipto fue un partido épico, a diferencia de los otros partidos,
jugado en el Cairo ante un estadio abarrotado. Al descanso perdíamos 2-0, en la
segunda mitad logramos una remontada increíble, yo marqué el gol del 2-1 y del 3-
2 final. Una hazaña frente a 65.000 egipcios, inolvidable.

Antes de la final, Mobutu telefoneó a nuestro hotel para hablar conmigo.


Fue un monólogo, en el que el presidente habló de honor, patria y fiesta nacional.
La llamada terminó con una frase espeluznante: “conquistad la copa o mejor no
volváis a casa”. La final contra Zambia fue un partido increíble, en el cual marqué
otro doblete. El segundo fue a tres minutos del final. Increíblemente al final no
supuso el gol de la victoria, por qué Brighton Sinyangwe marcó el empate en el
último lance. Fue una desilusión terrible.

En esa época no se decidían por penaltis los encuentros empatados y


tuvimos que jugar el partido de nuevo dos días más tarde, frente a menos de mil
espectadores. Vidinić nos instó a no prestar atención al estadio vacío y jugar para
los treinta millones de nuestros compatriotas que nos escuchaban por radio o
seguían por televisión. Para mí y todos los leopardos fue otro día memorable:
anoté los dos goles decisivos, que brindaron a Zaire su segunda y hasta la fecha,
última Copa Africana de Naciones. En Egipto marqué nueve goles en seis partidos,
un récord todavía imbatido. Y lo han intentado muchas figuras ilustres: Roger
Milla, Kalusha Bwalya, Rashidi Yekini, George Weah, Samuel Eto'o, Didier Drogba,
pero nadie pudo jamás repetir mis hazañas.

Después de haber celebrado en Egipto, regresamos a nuestra patria a bordo


del avión presidencial, un Boeing 707 9T-MSS, las mismas iniciales de Mobutu Sese
Seko. En el aeropuerto de Ndjili fuimos recibidos por miles de personas que,
cuando bajé del avión, gritaron mi nombre: “Mutumbula! Mutumbula!”. En el
salón para la recepción en el aeropuerto, Mobutu estaba esperándonos. Todos
tuvimos que saludarlo con reverencia, postrándonos ante él. Cuando llegó mi
turno, Mobutu levantó mi brazo y me felicitó en voz alta, Me agradeció haber
mantenido la promesa de traer a casa la Copa y dijo que yo era un ejemplo para los
jóvenes de Zaire. Sus palabras me llenaron de orgullo.

Una procesión de jeeps militares nos llevó desde el aeropuerto a la


residencia presidencial de Mont Ngaliema para una gran fiesta en nuestro honor.
Liderando la procesión, iba el Cadillac descapotable de Mobutu, quien estaba
sosteniendo su cetro de plata en una mano y en la otra la Copa, como si la hubiera
ganado él. Había una multitud increíble y nos costó horas llegar a Mont Ngaliema.
Durante la fiesta, el presidente nos otorgó con la “Orden del Leopardo”, el más alto
honor de distinguidos militares o civiles en Zaire, que recientemente había recibido
el astronauta norteamericano Neil Armstrong.

En la víspera de la salida hacia Egipto, el presidente Mobutu nos había


prometido grandes recompensas si ganábamos la Copa. Cumplió su palabra. Cada
uno de nosotros, recibió una casa de ladrillo con electricidad y agua corriente en
Lemba, el barrio chic de la capital, dos semanas de vacaciones de lujo en Goma, en
la región de los grandes lagos y un flamante Volkswagen Passat. Sus generales
estaban tan envidiosos de los regalos, que Mobutu tuvo que comprarles un coche
también a ellos para tenerlos contentos. Mobutu también promovió una colecta
nacional de 10 Zaire por cada habitante (“el fondo leopardo”), utilizado para
recompensarnos por la victoria y de cara a la preparación para la Copa del Mundo.
“When we were kings”, cuando éramos reyes, la vida nos sonreía, nuestro pueblo y
nuestro presidente nos amaban. No sabíamos que la fiesta sólo se prolongaría unos
pocos meses más, hasta la participación en la Copa Mundial en Alemania
Occidental en junio.

Después de las vacaciones en Goma, trabajamos duro seis semanas en


Kinshasa y cerca del lago Kivu, en la frontera con Ruanda. A finales de abril nos
mudamos a Suiza para entrenar y fue un choque pasar de los más de treinta grados
de África a cero grados en los Alpes. A mediados de mayo continuamos el
entrenamiento en Coverciano y en Italia jugamos contra Fiorentina, Roma y
Cesena, perdiendo los tres partidos amistosos. Los periodistas italianos nos
describieron como ingenuos y mal preparados tácticamente. Sobre mi escribieron:
“El delantero Ndaye es bueno y efectivo, pero necesitaría ser menos individualista
y dar pases más a menudo”. Trabajamos duramente y al menos desde un punto de
vista físico, estábamos preparados como, si no mejor que el resto de equipos.
Nuestro mayor problema fue la falta de experiencia y la costumbre de enfrentarnos
a equipos europeos, más astutos y organizados.

Llegamos a Alemania Occidental todavía con la moral alta y muchos sueños


en la maleta. Nuestra concentración fue en el hotel Jagdschlosschen de Ascheberg,
un pueblo a veinte kilómetros de Dortmund, donde el 14 junio estaba programado
nuestro debut contra Escocia. Los alemanes nos acogieron bien, estaban intrigados
y vinieron a nuestro hotel para pedir fotos y autógrafos. Los medios de
comunicación por el contrario no estaban interesados en nuestro fútbol, un
periodista alemán me preguntó si en Kinshasa había agua corriente y electricidad o
sobre brujería, rituales vudús y canibalismo. El comentarista de la ITV inglés
Gerald Sinstadt inventó que Kakoko Etepé había desafiado a una cebra a una
carrera. Escribieron también infundadamente que nos habíamos llevado monos
como parte de nuestra dieta durante el torneo.

En Europa se reían de nosotros porque había varios “fétichistes” (los


famosos y estrafalarios brujos que acompañaban al grupo), puede ser por
desconocimiento de lo serio que es el tema de la brujería en África. Mobutu había
exigido solo a los mejores brujos del país para incluirlos en el personal técnico.
Nuestra delegación era muy numerosa: además de los “fétichistes” viajaron con
nosotros varios funcionarios del ministerio de deporte, cuatro consejeros del
presidente y cinco agentes de las fuerzas especiales. Mobutu no estaba en
Alemania Occidental, pero fue como si él estuviera presente. El presidente deseaba
que todo estuviese controlado y todos los días nos enviaba mensajes de aliento,
inspirados por grandes líderes del pasado, como Napoleón o Winston Churchill.

Para promover la imagen de nuestro país, Mobutu pagó generosamente una


valla publicitaria al lado de la cancha, con el lema: “Zaire Peace” y “Go to Zaire”. Su
gran riqueza era conocida en Europa. En una entrevista con la revista “Shoot
Magazine”, mi compañero Kidumu Mantantu dijo en broma que si ganábamos la
Copa del Mundo, Mobutu nos habría donado una mina de cobre. Aunque aún no
habíamos recibido las primas por la clasificación. Nuestro seleccionador Vidinić
habló por teléfono con el ministro de deportes, Sampasa Kaweta, que estaba
camino a Alemania y le tranquilizó: el dinero iba a llegar.

Nuestro entrenador no sólo era bueno en el banquillo, también en los


negocios. Conocía a Horst Dassler, hijo de Adolf “Adi” Dassler, el propietario de
Adidas, que se convirtió en nuestro sponsor técnico. Las equipaciones eran muy
molonas: el primero era verde con un rugiente leopardo rojo dentro de un círculo y
el segundo amarillo con notas verdes. Al parecer, Mobutu había elegido estas
camisetas, diciendo que nos habría transformado en once “Pelés”.

En nuestro debut contra Escocia jugamos con la camiseta amarilla. En la


víspera, el seleccionador escocés Willie Ormond nos subestimó: «Si no somos
capaces de vencer a Zaire, más nos vale hacer las maletas y volver a casa».
Tuvieron fortuno y lograron la victoria, anotando dos goles en la primera media
hora, con una volea de Peter Lorimer y un cabezazo del “tiburón” Joe Jordan. Fue
un partido abierto, tuvimos varias oportunidades, pero no pudimos marcar. El
partido podría haber terminado 4-2 o 5-3, fue una pena no haber anotado al menos
un gol. Lo que más me decepcionó en ese partido fue el comportamiento del
capitán escocés, Billy Bremner. Durante el partido este animal salvaje me llamó
“nigger” (negrata) varias veces y me escupió en la cara, dispensó el mismo
tratamiento vergonzoso a mi compañero Jean Mana Mamuwené.
Lamentablemente no fue el único episodio de racismo del que fuimos víctimas en
ese mundial.

El debut no fue positivo, pero fue sólo el comienzo de una pesadilla. Antes
del segundo partido en Gelsenkirchen contra Yugoslavia, descubrimos que no
recibiríamos las primas prometidas. El ministro de deportes no estuvo presente en
la grada durante el partido contra Escocia y sospechamos que había depositado
nuestro dinero en una cuenta en Suiza a su nombre. Nos habían regalado una casa,
un apartamento y un coche, pero era sólo una pequeña parte del dinero
desembolsado a la Federación para la participación en el Mundial y la victoria en
la Copa Africana. El capitán Kibonge incluso llamó por teléfono el presidente
Mobutu, quien nos tranquilizó, diciendo que habría enviado a uno de sus
consejeros a Múnich, para entregarnos nuestras primas. Yo me creía las palabras
del presidente, al contrario que muchos de mis compañeros. Ricky Mavuba, el
jocoso del grupo, estaba furioso y me dijo que yo era un ingenuo, creía en los
cuentos de hadas y pensaba que Mobutu era como Santa Claus. Sus palabras
hirieron mi orgullo.

Pensándolo bien hoy, deberíamos haber sido ser más patrióticos, pero nos
prometieron un premio y no era justo que no cumpliesen su palabra. Habíamos
pasado dos meses lejos de nuestras familias y se burlaron de nosotros. La moral del
equipo estaba por los suelos y no estábamos concentrados para enfrentarnos a
Yugoslavia. Cuando llegamos al estadio, Vidinić desapareció y un consejero de
Mobutu lo acusó de haber vendido nuestras tácticas a los eslavos, sus
compatriotas. Era mentira, Vidinić no era un traidor. Lo contrario que Mobutu, él
si que había traicionado su promesa. Su brazo derecho nos dijo que el dinero lo
habríamos recibido sólo de vuelta a Kinshasa y en ese momento me di cuenta de
que no habríamos visto ni un centavo. El caos reinaba en nuestro vestuario, el
portero Kazadi se subió a una mesa y se soltó un buen discurso. Dijo que el
ministro podría jugar como portero, los brujos de defensa, los funcionarios del
ministerio en el mediocampo y los consejeros en la delantera. Sus palabras fueron
recibidas con aplausos unánimes de el equipo.

El capitán Kibonge advirtió a los consejeros de Mobutu que estábamos en


huelga y no pensábamos jugar contra Yugoslavia. Los ejecutivos del Comité
Organizador y la FIFA trataron de hacernos cambiar de opinión para no dañar la
imagen del Mundial. Si nos hubiéramos retirado, habría sido un golpe bajo para
todo el fútbol africano y para la idea de João Havelange de aumentar a dos
participantes de nuestro continente en la siguiente Copa del Mundo. Media hora
antes del saque inicial, el entrenador Vidinić entró en el vestuario y nos dijo que él
había hablado por teléfono con un furioso Mobutu. La amenaza era muy grave. Si
no salíamos al campo, a la vuelta a Kinshasa no habríamos visto nunca más a
nuestras esposas, nuestros hijos, ni al resto de nuestros familiares. Decidimos
jugar, pero algunos como Kazadi, Kibonge, Etepe y Mavuba, juraron no
comprometerse. Me quedé callado, no sabía qué pensar y que creer.

En Gelsenkirchen salimos a la cancha en cuerpo, pero no con la mente. Fue


un desastre: después de dieciocho minutos ya perdíamos 3-0 y el entrenador
decidió cambiar al arquero Kazadi por su suplente, Tubilandu Ndimbi. Era bajito,
pero un buen portero. Era mi compañero en el As Vida y jugó de titular en la final
de la Copa Africana de Naciones. Fue un cambio inexplicable, porque Kazadi no
tenía ninguna culpa en los tres goles concedidos. Resultó que la sustitución no fue
una idea de Vidinić, sino una decisión tomada desde arriba. El día después, lejos
de los ojos curiosos de los funcionarios de Mobutu, nuestro seleccionador confesó
al periodista del «Vrij Nederland» que Lockwa, el representante del ministro de
deportes, le había ordenado cambiar a Kazadi.

La primera acción de Ndimbi fue recoger de la red el cuarto gol de Josip


Katalinski. Pensábamos todos que ese gol yugoslavo había sido marcado en
posición fuera de juego. El lateral derecho Mwepu Ilunga exageró con las protestas
y le dió una patada en las nalgas al árbitro. El colombiano Omar Delgado sintió la
patada, pero no vio quien se la había dado y expulsó alguien al azar, y la cruz me
tocó a mí. Mwepu intentó disculparme, pero Delgado no supo la razón y en las
entrevistas se justificó diciendo: “Los negros son todos iguales”. Para mí el
Mundial se había acabado y unos días más tarde, el comité disciplinario de la FIFA
me condenó a una descalificación de un año. Una verdadera injusticia.

Me fui a ducharme decepcionado y no vi los otros dos goles eslavos antes


del descanso. Afortunadamente nuestros adversarios fueron clementes y anotaron
solo tres goles más en la segunda parte. El partido terminó 9-0, la mayor derrota en
la historia del Mundial, solo igualada por la sufrida por Corea del Sur contra
Hungría en 1954. Nos habíamos convertido en la burla de la Copa del Mundo,
muchos nos despreciaron, como el entrenador escocés Osmond que nos acusó de
haber desvirtuado el grupo.

La humillación fue tomada muy mal por Mobutu, quien nos regañó por
teléfono y habló de “vergüenza nacional”. Nos gritó que no toleraría otra derrota
como aquella contra Yugoslavia: si perdíamos por más de tres goles el último
partido contra Brasil, la venganza de Mobutu sería sonada. Nos enfrentábamos
ante un escenario posible, ya que Brasil era Campeón del Mundo y en su equipo
tenía fenómenos tales como Rivelino o Jairzinho. En la víspera del partido, Vidinić
nos anunció que, independientemente del resultado del partido, no volvería con
nosotros a Zaire y que su familia había regresado ya a Yugoslavia.

Ocupé mi lugar en las gradas del Parkstadion de Gelsenkirchen rezando


para que mis compañeros fueran capaces de minimizr los daños. Sin embargo,
después de siete minutos Brasil ya se había puesto por delante en el marcador con
Jairzinho. Por suerte, mis compañeros no se hundieron como contra Yugoslavia y
Kazadi hizo grandes paradas, concluyendo la primera mitad habiendo concedido
un solo tanto. En la segunda mitad, los brasileños anotaron primero con Rivelino
en el 68’ y a continuación con Valdomiro en el 78’. Diez minutos nos separaban de
la “salvación”, cuando el árbitro rumano Nicolae Rainea le otorgó un golpe franco
a Brasil. Una oportunidad de oro para la zurda de francotirador de Rivelino.

Lo que voy a decir probablemente ya lo conozcan, ya que es uno de los


momentos de culto de la historia del Mundial. El protagonista, Mwepu Ilunga, era
el mismo que había dado una patada en el culo del árbitro en el partido
precedente. Cuando Rainea silbó, mi compañero dejó la barrera y pateó el balón
muy lejos, casi tocando el rostro de Rivelino y fue amonestado. Los brasileños se
rieron, igual que los espectadores de todo el Mundo. El comentarista de la BBC
John Motson habló de “un momento de ignorancia africana”.

Estaba en las gradas y miré aquella escena en silencio, mi compañero Ricky


Mavuba hablaba de complots y apaños, dijo que los brasileños habían comprado a
nuestros compañeros. Entonces no lo creía, pero luego me enteré de que tenía
razón. Durante el descanso, los dirigentes brasileños entraron en nuestro vestuario
para arreglar el partido. Para ellos una victoria de 3-0 era suficiente para pasar a la
segunda ronda, para nosotros una derrota 3-0 era suficiente para salvar nuestra
piel, por lo que se llegó a un acuerdo. No hubo ningún pago, mis compañeros no lo
hicieron por dinero sino por supervivencia. Al fin y al cabo, que eliminaran a
Escocia nos importaba bien poco, viendo cómo nos habían tratado.

¿Y el gesto de Mwepu? Tal vez éramos ingenuos, pero las reglas del fútbol
las sabíamos bien. Nadie puede imaginar el miedo y el sufrimiento de mis
compañeros en la barrera, estaban alineados como los condenados a muerte ante
un pelotón de fusilamiento. Joseph nunca ha explicado la razón de ese gesto, tal
vez quería perder el tiempo, o simplemente distraer a Rivelino. En cualquier caso,
se salió con la suya. El tiro libre de Rivelino no acabo en las redes y el partido
terminó 3-0, suficiente para Brasil para pasar a la segunda ronda por diferencia de
goles y suficiente para nosotros para llegar a casa, con catorce goles encajados en la
fase de grupos, pero sanos y salvos.

Aquel desastroso Mundial fue la lápida para el fútbol en Zaire. Partimos


hacia Europa con muchos sueños, mientras que a nuestro regreso a casa la realidad
fue bastante complicada. El día después de poner un pie en Kinshasa, fuimos
encarcelados en Mont Ngaliema, la residencia de Mobutu. Después de cuatro días
de reclusión, el presidente nos “dio la bienvenida” con un sermón de una hora. No
gritó, pero su voz era firme y decisiva. El dinero prometido los veríamos sólo
cuando a Mobutu le hubiera parecido oportuno. En otras palabras: jamás. Nos dijo
que estaba decepcionado con que algunos en lugar de honrar a nuestro país,
pensaran en mudarse a vivir en el extranjero. Ya podíamos ir olvidando el
mudarnos a Europa, no éramos como los senegaleses, los marfileños o los
cameruneses. Antes de volver a nuestras casas, el ministro de deportes nos
aconsejó con tono de amenaza desaparecer durante algún tiempo. De los héroes
nos habíamos convertido en “persona non grata”. Por despecho, me impidieron
firmar con el París Saint-Germain y la misma cosa sucedió con Etepe y Mayanga, y
una cláusula preferencial del Saint-Étienne. Por ello me quedé a jugar con el As
Vita hasta 1988, donde me retiré sin recibir fiesta de despedida ni agradecimiento
alguno.

Después de la vergüenza en Alemania, Mobutu dejó de financiar a la


selección nacional, que no participó ni en las eliminatorias de la Copa del Mundo
de 1978, porque el presidente no quería pagar el viaje a Gabón. No era un
problema de dinero. Mientras los congoleños estaban sufriendo, él había amasado
millones de dólares y poseía una veintena de villas de lujo en Europa y África. En
1974, Mobutu decidió organizar un gran evento para poner al país bajos los focos:
“The Rumble in the Jungle”, el combate de boxeo entre Mohammed Ali y George
Foreman. Para convencerles de pelear en Kinshasa, Mobutu les pagó cinco
millones de dólares a cada uno, mucho más de lo que habrían ganado en los
Estados Unidos. Un mes antes del combate en Kinshasa, se celebró un festival de
música con grandes artistas africanos y afroamericanos, como James Brown, Bill
Withers y B.B. King.

El dinero fluía, pero no en nuestra dirección, héroes caídos en desgracia. El


30 de octubre de 1974 estuve presente en el combate de boxeo y apoyé a
Mohammed Ali. Yo también gritaba: “Ali bouma yé!” (¡Ali mátalo!) y finalmente mi
boxeador favorito ganó el combate. Ese día, firmé una increíble cantidad de
autógrafos. Los congoleños no se habían olvidado de mí como hizo Mobutu. El
presidente se deshizo de nosotros, el agradecimiento por todo lo que habíamos
hecho se esfumó en el aire. También en 1974, la crisis del cobre golpeó
económicamente nuestro país, que comenzó un rápido declive. Algunos de mis
compañeros fueron forzados al exilio, como Mavuba, exiliado primero a Angola,
posteriormente a Francia, y Mayanga, mudándose a Bélgica. Otros vivían en
condiciones de extrema pobreza, como Kazadi, que murió en 1996 entre la
indiferencia general. Dos años antes, la muerte también rondó mi casa.

En 1994 el presidente de la CAF, Issa Hayatiou, me invitó a Túnez, donde se


estaba disputando la Copa Africana de Naciones, para darme una medalla como
reconocimiento a toda mi carrera. Después de la ceremonia de entrega, el ministro
de deporte de Zaire, Charles Bofasa Djema, me pidió que le diera la medalla
porque tenía que llevársela a Mobutu. Me negué en rotundo. Ese pequeño trozo de
metal tenía poco valor económico, pero para mí significaba mucho. En
comparación con la década de los setenta, cuando era ingenuo, entendí que
Mobutu era un dictador a quien solo le importaba hacerse rico a costa de los
congoleños. Con cuarenta y cinco años cometí mi primer acto de rebelión política y
me sentí orgulloso. Por otro lado, me preocupé y pensé que había llegado el
momento de salir de Zaire, siguiendo los consejos de mi amigo Mayanga, que me
había invitado a vivir en Bélgica.

No me dio tiempo a hacerlo. De noche mientras dormía en mi casa en


Kinshasa, sentí una mano tocar mi hombro. Pensé que estaba soñando, pero en
realidad había cuatro hombres con uniforme militar, que me ordenaron entregarles
la medalla. Les di todo el dinero que tenía encima, pero el dinero no les interesaba
a los soldados, querían la medalla. Empezaron a golpearme salvajemente y me
dispararon en la pierna izquierda. Lo peor de todo es que golpearon incluso a
Tridon, mi hijo menor, con un violento golpe en la cabeza con la culata de la
pistola. Fue tremendo. Me llevaron por la fuerza, me encerraron en el maletero de
su coche y me llevaron al puente de Matete. Antes de tirarme desde una docena de
metros, me dijeron que no debía faltar el respeto a su excelencia el ministro,
aunque mi nombre fuera Mutumbula.

Me salvaron cuatro “shegués”, los niños de la calle de Kinshasa, que vivían y


dormían en aquella zona y me vieron mientras estaba en las vías del tren en un
charco de sangre. Me llevaron al hospital, donde sobreviví de puro milagro,
después de varios paros cardiacos, operaciones y ocho meses de tratamiento en la
clínica Ngaliema. Cuando me desperté, me dijeron que mi hijo Tridon estaba
muerto. En aquel momento algo dentro de mí también se murió, mi vida dejaba de
tener sentido. La única persona en la que confiaba era Pay-Pay, un cirujano llegado
recientemente a Kinshasa después de haber estudiado y trabajado en Bruselas. Si
no fuera por él, me hubieran amputado la pierna. Gracias a Pay-Pay, me
trasladaron a Johannesburgo, Sudáfrica, para continuar la rehabilitación. Era mi
única oportunidad de sobrevivir.

Mi tierra había llegado a ser demasiado peligrosa para mí y a regañadientes


decidí dejar a mi esposa Justine y a los niños; Sylvie y Thierry, para huir a
Sudáfrica, con un visado temporal. Allí viví en Johannesburgo y después en
Ciudad del Cabo, como ilegal. Mientras tanto, en 1997 los más de treinta años de
dictadura de Mobutu en el Zaire terminaron con su fuga a Marruecos, donde
murió de cáncer de próstata. También yo estaba muerto, por la segunda vez, al
menos según la CAF. Un periodista congoleño sacó la noticia de mi muerte en una
mina de diamantes en Angola e incluso respetaron un minuto de silencio por mi
durante la Copa Africana de Naciones de 1998 en Burkina Faso. Antes del partido
de semifinal entre Sudáfrica y la República Democrática del Congo, mi tierra que
había abandonado el nombre de Zaire después de la caída de Mobutu.

Naturalmente yo estaba vivo y coleando en Ciudad del Cabo, donde me


ganaba la vida como “gorrilla” en barrios residenciales como el balneario de Camp
Bay. Durante años viví en condiciones de extrema pobreza, comiendo gracias a la
ayuda de algunos de mis compatriotas, que eran traficantes de marihuana. No
volví a mi tierra hasta 2005, cuando el presidente de la FIFA Sepp Blater visitó
Kinshasa y solicitó específicamente mi presencia para darme una medalla por el
centenario de la FIFA. No quería volver, pero me convencieron Justine y mis hijos,
a los que no había visto durante diez años. Fue una estancia de unos días que
reabrió viejas heridas.

En Sudáfrica encontré a mi nueva esposa, Nzwaki Qeqe, que se dedicaba a


trabajos sociales con refugiados. Gracias a ella, abandoné los poblados chabolistas
y volví a amar la vida y el deporte enseñando fútbol a niños. Antes de la Copa
Mundial de Sudáfrica 2010, fui invitado a algunos eventos de la FIFA. En
diciembre de 2009, el día antes del sorteo, fui premiado junto con Abedì Pele. Fui
uno de los primeros africanos en participar en el Mundial y nunca pensé que un
día mi continente podría organizar esta competición.

El de la FIFA no fue el único reconocimiento que recibí. La escritora Claire


Raynaud me dedicó un libro, “La Mort m’atendra” (la muerte me esperará) y el
director Makela Pululu una película, “Forgoten Gold” (el oro olvidado). Durante
el rodaje de la película, regresé otra vez a Kinshasa. El Gobierno congoleño me
ofreció una casa, pero me negué porque me sentía libre en Sudáfrica, mientras que
en el Congo, los recuerdos eran muy dolorosos para mí. Nunca he podido olvidar
las injusticias que sufrí, especialmente la muerte de Tridon. Cuando pienso en mi
juventud, lamento no haber escuchado a mi padre Georges. Como buen padre, él
tenía razón.

En otros países celebran a sus jugadores, en cambio en el Zaire cuando yo y


mis compañeros nos retiramos, se olvidaron de nosotros. A veces, me pregunto
qué hice mal para ser tratado de esa manera. Cierro los ojos pero sin encontrar la
respuesta.
EL CAMINO DE ZAIRE HASTA ALEMANIA OCCIDENTAL ‘74

Primera ronda:

6-6-1972, Lomé: Togo-Zaire 0-0

20-6-1972, Kinshasa: Zaire-Togo 4-0

Segunda ronda:

2-4-1973, Douala: Camerún-Zaire 0-1

25-2-1973, Kinshasa: Zaire-Camerún 0-1

27-2-1973, Kinshasa: Zaire-Camerún 2-0

Tercera ronda:

8-5-1973, Accra: Ghana-Zaire 1-0

19-8-1973, Kinshasa: Zaire-Ghana 4-1

Cuarta ronda:

11-4-1973, Lusaka: Zambia-Zaire 0-2

18-11-1973, Kinshasa: Zaire-Zambia 2-1

12-9-1973, Kinshasa: Zaire-Marruecos 3-0

23-12-1973, Tetuán: Marruecos-Zaire 0-2

Clasificación:

Zaire 8 puntos, Zambia 2, Marruecos 2.

Goleadores de Zaire:

Etepé Kakoko 5 goles, Uba Kembo 5, Kalala Ntumba 4, Ekofa Mbungu,


Tshimabu Wa Munda, Mavuba Mafuila, Adelard Mayanga 1.
ZAIRE EN LA COPA DEL MUNDO DE 1974

Primera ronda:

14-6-1974, Dortmund: Zaire-Escocia 0-2 (26' Lorimer, 34' Jordan)

19-6-1974, Gelsenkirchen: Yugoslavia-Zaire 9-0 (8', 30', 81' Bajević, 14' Džajić,
18' Šurjak, 22' Katalinski, 35' Bogićević, 61' Oblak, 65' Petković)

22-6-1974, Gelsenkirchen: Brasil-Zaire 3-0 (12' Jairzinho, 66' Rivellino, 79'


Valdomiro)

Clasificación Grupo 2:

Yugoslavia 5, Brasil 5, Escocia 5, Zaire 0.


CURIOSIDADES

En la Copa del Mundo de 1974, Zaire ha encajado 14 goles sin haber


marcado ninguno. Sólo Corea del Sur en el Mundial del 54 lo hizo peor: 16 goles
concedidos y 0 marcados en sólo dos partidos.

Pierre Ndayè Mulamba es el goleador que ha marcado el mayor número de


goles (9) en una sola edición de la Copa Africana de Naciones en Egipto en 1974.

Raymond Tshimen Bwanga, “el Beckenbauer negro”, ganó el Balón de Oro


africano en 1973, siendo el único congoleño en ganar el trofeo.

Blagoje Vidinić jugó como arquero de la selección de Yugoslavia, ganando


la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Roma 1960 y la de plata en los Juegos
de Melbourne 1956 y en el Campeonato Europeo 1960 en Francia.

Emmanuel Kakoko Etepé es el único que ha jugado en el extranjero, con


Stutgart y Saarbrücken. Después de mudarse a Alemania Occidental a inicios de
los Ochenta, trabajó como obrero para Mercedes Benz. Su hijo Yannick, nacido en
Saarbrücken, ha representado a la Sub 17 alemana en el Mundial de 2007.

Mafu Kibonge entró en política y luchó por sus excompañeros. Desde el


2011, “los leopardos” que jugaron en la selección nacional, entre 1968 y 1974,
reciben una paga mensual de 500 dólares, como recompensa parcial por sus logros.

Durante al menos treinta años, Abofa Mbungu conservó el Volkswagen


Passat verde que le regaló Mobutu y lo ha utilizado para su trabajo como taxista.

Después de más de 30 años en el poder, la dictadura de Mobutu terminó en


1997, con la fuga a Marruecos, donde murió de cáncer de próstata el 7 de
septiembre de 1997.

Dos clubes congoleños ganaron la Liga de Campeones de la CAF: el TP


Mazembe cinco veces (1967, 1968, 2009, 2010 y 2015) y l’As Vida una vez (1973). En
2010 el TP Mazembe perdió 3-0 la final del Mundial de Clubes de FIFA, 3-0 contra
al Inter de Milán.
El Salvador 1982

¡Lo ingrato que es ser portero! Jugué hasta los cuarenta años, más de mil
partidos, casi un centenar con mi selección. Innumerables ocasiones paré tiros
imposibles, remedié los fallos de mis compañeros y salvé a mi equipo, pero la gran
mayoría sólo me recuerda por un gol encajado. En realidad los goles son diez,
número redondo. Mi eterna picota tiene un lugar y una fecha exacta: Elche, 15 de
junio de 1982, partido inaugural de la Copa del Mundo. Resultado: Hungría diez,
El Salvador uno. De esas diez bolas recogidas del fondo de las mallas, sólo fui
culpable en una o máximo dos veces. El resto de los disparos eran demasiado
fuertes o precisos, ni mi ídolo Sepp Maier podría haber hecho nada. Puede sonar a
justificación o parecer extraño, pero es verdad.

En El Salvador, cuando hablan de mí, Luis Ricardo Guevara Mora, apodado


"el Negro", todo el mundo recuerda ese partido en Elche. En el país donde nací, me
consideran un hazmerreír, un perdedor, un mal recuerdo que borrar. Me
humillaron, insultaron, golpearon, incluso trataron de matarme. Sin embargo,
puedo caminar con la cabeza bien alta, como mis compañeros de equipo en el
campo ese día. Hungría nos marcó diez goles por su empuje, coraje, valor y tal vez
una dosis de nuestra ingenuidad. No éramos cobardes, éramos soñadores, pero en
el fútbol a veces la realidad puede ser dura y despiadada.

De niño no me gustaba el fútbol. Mi tío Mario Mora, apodado “el Grillo’’,


jugaba a béisbol, el deporte nacional salvadoreño, y me transmitió la pasión por
este deporte. En el Colegio Don Bosco descubrí el baloncesto. Cuando tenía diez
años, ya era muy alto y jugaba muy bien al basket. Muchos de mis compañeros de
clase eran fanáticos del fútbol, mientras que yo no sabía ni los nombres de los
equipos de la liga. Mi encuentro con el fútbol fue casual, todo comenzó cuando mi
amigo William Rosales me presentó al Señor Raúl Magaña, portero de la selección
salvadoreña en la Copa del Mundo de México 70. Lo llamaban “Magaña Araña”,
por su agilidad y por su uniforme negro, como el del mítico cancerbero ruso, Lev
Yashin.

Tener un preparador como Magaña fue importante, me enseñó


movimientos y trucos para ser un buen portero. Raúl fue astuto en el uso del
béisbol como ejemplo: cuando llegaba un cross, tenía que moverme como un
jardinero; cuando hizo un tiro bajo, en cambio debía saltar como un parador en
corto. Todo sucedió muy rápidamente: debuté en primera división el 28 de julio de
1978, en un partido entre Platense de Zacatecoluca, mi equipo, y el Once
Municipal. Tenía sólo dieciséis años, pero medía ya 1.80 y parecía más grande de lo
que decía mi documento de identidad. De cabeza yo todavía seguía siendo un
niño. No recuerdo el debut como un día importante, no estaba nervioso, en mi
ingenuidad de niño jugar con mis amigos del barrio o en el primer equipo era lo
mismo.

Unas semanas más tarde, fui llamado para el equipo nacional. En el primer
entrenamiento, el seleccionador Héctor Rial dijo que un día, algunos nos
convertiríamos en titulares de la “Selecta”. La profecía se hizo realidad apenas un
año más tarde. Durante un entrenamiento con la Sub-20, me avisaron de que había
sido convocado con la selección absoluta, debido a la baja de dos porteros, Nicky
Chávez y Mauricio Castillo. El día de mi debut fue el 5 abril de 1979, en un
amistoso ganado 1-0 contra Panamá. En las siguientes semanas jugué como titular
en el torneo de la Unión Centroamericana contra Costa Rica, Guatemala y
Nicaragua. También en 1979, pasé al Atlético Marte, uno de los más importantes
clubes en El Salvador. Pensándolo ahora, fueron golazos por la escuadra para un
chico que pocos años antes no había tocado un balón de fútbol.

Me había convertido en un adulto sin darme cuenta. En El Salvador debes


crecer rápido y tener coraje simplemente para ir por la calle, en especial durante
esos años. 1979 fue también el año del golpe militar que despidió al General Carlos
Humberto Romero. La gente en la calle protestaba y las fuerzas armadas
dispararon contra la muchedumbre. Sin excepciones. El arzobispo de San Salvador,
Oscar Romero, estaba alineado contra la junta militar gobernante y en marzo de
1980 fue asesinado durante la misa. Fue uno de los varios incidentes violentos que
llevaron a la guerra civil, que duró hasta 1992, entre el ejército gubernamental, la
Fuerza Armada de El Salvador (FAES) y las fuerzas insurgentes del Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

El período más sangriento de la guerra civil fue al principio de los Ochenta,


todos los días en los periódicos se contaban los muertos. Fue duro crecer en esa
situación. Caminando por la calle, era común ver un cuerpo muerto en la acera o
estar en medio de un tiroteo. La única cosa que se podía hacer era tirarse al suelo y
rezar que los proyectiles no te golpearan. Era suficiente estar en el lugar
equivocado y en el momento equivocado para arriesgar tu vida. A pesar del
miedo, la vida de los salvadoreños fluyó normalmente. La gente iba al trabajo, yo y
mis compañeros a la escuela, todos con una bandera blanca en la mano, porque
nunca se sabía lo que podía pasar.

El único lugar realmente seguro era el estadio, el fútbol fue para los
salvadoreños una de las pocas distracciones dentro de una vida cotidiana difícil.
En esos años había un toque de queda a las seis de la noche y los partidos de liga se
disputaban a las tres de la tarde o a las once de la mañana, cuando hacía
demasiado calor. A algunos de mis compañeros de equipo fueron detenidos en la
calle por militares o guerrilleros. Al menos, cuando los reconocían, los dejaban irse.
Para ambos bandos, la “Selecta” era sagrada. En el vestuario no hablábamos de
política, la guerra civil había influenciado nuestras vidas, pero una vez en el
campo, nos olvidábamos de todo.

En este clima, en agosto de 1980, comenzaron las eliminatorias de la Copa


del Mundo en España. Al tiempo, la CONCACAF dividía la primera ronda en tres
áreas geográficas: América del Norte, América Central y Caribe. En nuestro grupo
había cinco equipos: Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Panamá.
Jugué titular los dos últimos partidos, justo los decisivos, un empate a cero contra
Costa Rica en San José y una victoria 1-0 contra Guatemala, que estaba sólo a un
punto detrás nuestro.

Podía sentir la confianza del seleccionador Mauricio “Pipo” Rodríguez, que


otorgó la confianza con la camiseta numero uno en todos los partidos amistosos
del año 1981. Jugamos 20 partidos contra clubes de América del Norte, como el
Cosmos de Nueva York, Cruz Azul y Guadalajara mexicanos, o sudamericanos,
como Gremio de Porto Alegre, Newell's Old Boys o Cerro Porteño. Para un niño
como yo esos partidos fueron importantes para ganar experiencia y prepararse
para la ronda final, en noviembre de 1981. La sede de la Copa de la Concacaf fue
Tegucigalpa, capital de Honduras, en la casa de nuestros archienemigos históricos.

Como a menudo sucede entre dos estados limítrofes, El Salvador y


Honduras nunca se han querido mucho. A fin años sesenta, nuestros países
combatieron la famosa “Guerra del Fútbol’’, como la definió en un famoso libro el
periodista polaco Ryszard Kapuściński. La causa principal del conflicto no fue
obviamente el fútbol, sino el desafío por la clasificación a los Mundiales de México
70, lo que contribuyó a exacerbar los ánimos. Después de una victoria por parte,
fue necesario un desempate, el 27 de junio de 1969 en el Estadio Azteca de Ciudad
de México. El Salvador venció 3-2 en el descuento y el gol decisivo lo marcó
nuestro seleccionador “Pipo” Rodríguez. La tarde misma, Honduras rompió las
relaciones diplomáticas con nuestro gobierno. La guerra ya estaba a punto de
comenzar e inició tres semanas después. Duró cuatro días, del 14 al 18 de julio de
1969, y fue uno de los conflictos más sangrientos de la segunda mitad del siglo, con
casi seis mil muertos y numerosos heridos.

La rivalidad fue siempre fuerte, pero con los años mejoraron las relaciones
diplomáticas. Un mes antes del comienzo de la Copa Concacaf, el 30 de octubre de
1981, ambos países firmaron el armisticio. Fue así también a nivel futbolístico.
Tanto nosotros como Honduras teníamos un enemigo común: México. Un país que,
excepto en la edición de 1974, siempre ha participado en el Mundial y siempre ha
mirado hacia el sur por encima del hombro con un aire de superioridad y
desprecio. Un periodista mexicano, Manuel Seyde, escribió que “en Centroamérica
se juega con la pelota cuadrada”. La frase fue más tarde erróneamente atribuida a
Hugo Sánchez, pero no importaba.

El partido contra los mexicanos fue el segundo de la Copa Concacaf. En


primero perdimos 1-0 contra Canadá, por lo que ya no podíamos permitirnos más
errores. En el discurso previo al partido, nuestro psicólogo nos motivó diciéndonos
que teníamos que ganar para nuestros compatriotas en El Salvador y por los otros
emigrados a los Estados Unidos, que habían sufrido robos, abuso y violencia
cuando cruzaban a México.

En la cancha fue una verdadera batalla, con patadas asesinas, sangre e


insultos de ambos lados. El delantero Hugo Sánchez jugaba para el Atlético de
Madrid y provocó a mis compañeros, diciéndoles que él ganaba en un día en
España lo mismo que ellos en un año. Sólo un jugador con clase podía resolver un
partido tan tenso y equilibrado. No fue Hugo Sánchez, sino nuestro Jorge
“Mágico” González. Quedando solo 10 minutos, “Mágico” recuperó el balón en
mitad del campo y superó en velocidad a todos los defensores mexicanos. Con el
balón pegado a sus pies, nadie podía parar a Jorge. El portero mexicano logró
repeler su disparo, pero en el rebote Hernández fue rápido para poner la pelota en
el fondo de la red. El estadio entero se alegró, el pueblo hondureño estaba de
nuestro lado. Fue una victoria épica, uno de los recuerdos imborrables de mi
carrera.

En los dos partidos siguientes, terminé con el arco invicto, empatando 0-0
contra Cuba y Honduras. El derby contra los anfitriones no fue una guerra. A
Honduras le faltaba sólo un punto para clasificar matemáticamente, un empate
para nosotros era un buen resultado para jugarnos todo en la última fecha. El 19 de
noviembre de 1981 cumplimos nuestro papel, derrotando a Haití 1-0 con un penal
de Norberto Huezo. Aun así, la victoria no era suficiente, tuvimos que esperar los
resultados del resto de partidos: Canadá-Cuba y México-Honduras. Gracias a Dios,
Canadá y México no ganaron sus partidos, solo empataron, y esa combinación de
resultados nos dio la clasificación. Los países que jugaban con la pelota cuadrada
se iban a España, los mexicanos se quedaban en casa. Para mí fue una gran
satisfacción: jugué todos los partidos y me marcaron sólo un gol. Sin mis paradas,
El Salvador no se hubiera clasificado, lo prometo. Me alegró haber dado una
sonrisa a mi pueblo, que estaba sufriendo por culpa de la guerra civil. Tenía la
ilusión de que, gracias al fútbol, El Salvador fuera otra vez un país feliz.

En enero de 1982 comenzamos a preparar el Mundial, jugando en Los


Angeles contra el Boca Juniors de Diego Maradona, quien anotó dos goles. Excepto
el defensor Jaime Rodríguez, que militaba en Alemania Occidental con Bayer
Uerdingen, todos nosotros jugábamos en equipos salvadoreños, lo que nos
permitía entrenar juntos cada semana. En cinco meses jugamos diecisiete partidos
amistosos contra clubes europeos y sudamericanos, especialmente en mayo
cuando íbamos a la cancha cada tres días. Pensándolo en retrospectiva, fue una
mala idea porque se lesionaron varios jugadores.

En El Salvador recibimos a equipos como el Botafogo o el Paris Saint-


Germain. Derrotamos a los franceses 2-1 y al final del partido, sus dirigentes nos
pidieron datos de mi cuenta y de Mágico González. Ofrecían un montón de plata
para llevarnos a París. No fueron los únicos en interesarse en mí: el Inter de Milán,
el Cruz Azul o el Real Madrid Castilla, el equipo B del Real Madrid. Con veinte
años yo iba a ser un portero que participaría en los campeonatos del mundo y
había recibido menos goles, sólo uno, en las eliminatorias, así que había curiosidad
e interés a mi alrededor. Mi club rechazó todas las ofertas, pues querían esperar
hasta el fin del mundial para aumentar mi valor y sacar más dinero.

El último amistoso jugado en El Salvador fue contra el Gremio, el 6 de junio


de 1982, a sólo nueve días antes de nuestro debut en la Copa del Mundo contra
Hungría. Todas las otras selecciones estaban ya desde hace algún tiempo en
España cuando partimos de San Salvador. Más que un viaje, fue una odisea de tres
días. La primera parada fue en Ciudad de Guatemala, donde nos alojamos una
noche en el aeropuerto. Desde allí tomamos un vuelo con escala en San José, Costa
Rica, donde tuvimos que esperar doce horas antes de partir a Santo Domingo.
Después de cuatro horas más de espera en Santo Domingo, finalmente
embarcamos para Madrid. Desde el aeropuerto de Barajas, tomamos el último
avión con destino Alicante, donde llegamos destruidos y con un jet lag de
campeonato.

En Alicante nos esperaba un autobús blanco y verde, los colores de México.


No estaba escrito ni siquiera nuestro nombre, evidentemente el comité organizador
no estaba seguro de nuestra presencia. Ellos sabían que nuestra Federación tenía
problemas económicos y nos adelantaron 100.000 dólares para asegurarse de que
pudiéramos participar. Tengo mis sospechas sobre dónde fue a parar ese dinero.
Seguramente no fueron utilizados para pagarnos las primas u organizar una buena
concentración en España. En aquel bus blanco y verde entramos veinte, en lugar de
veintidós, como todas las otras selecciones participantes. La Federación dijo que no
había dinero para que viajaran a España el volante Gilberto Quinteros y el
delantero Miguel González. Nosotros los jugadores y al cuerpo técnico, hicimos
una colecta de 600 colones cada uno para comprar sus billetes de avión para
España. Desafortunadamente, Quinteros y González no pudieron jugar, ya que en
la lista entregada a la Fifa había solo veinte nombres.

El presidente de la Federación Félix Mayorga Castillo se justificó diciendo


que veinte hombres eran suficientes y que también la República Federal de
Alemania había convocado solo a veinte jugadores. Obviamente era todo mentira.
Por otra parte, los dirigentes trajeron a España a sus familias y amigos, que no
fueron siquiera al estadio a ver nuestros partidos y prefirieron hacer una visita
turística por Europa. A nuestra costa, claro. Su egoísmo era tal que robaron las
camisetas Adidas, que nuestro patrocinador técnico había fabricado para nosotros.
De las siete equipaciones oficiales, desaparecieron dos azules, nuestra primera
camisa, y una blanca. Había solamente tres uniformes blancos, los dirigentes se
justificaron con más mentiras, diciendo que las uniformes azules habrían sido
utilizados por la selección juvenil y que en la televisión el blanco se veía mejor. Así
que decidimos ocultar la única camisa azul como recuerdo, ante de que nos la
robaran.

Nuestro alojamiento estaba en Campoamor, una ciudad a 60 kilómetros de


Alicante. El hotel era agradable, había una piscina, una cancha de tenis y una de
golf. El único problema era la presencia de un club de tiro al pichón, de manera
que nos despertábamos entre disparos.

Alguno dijo sarcásticamente que le parecía estar en El Salvador. Incluso en


los periódicos escribieron con ironía que el tiro al pichón era una metáfora de lo
que nos habría pasado contra Hungría, Bélgica y Argentina, nuestros tres rivales en
el Grupo C. El campo de entrenamiento estaba en Torrevieja y la primera sesión lo
dijo todo sobre la desorganización que reinaba: entrenamos vestidos de paisano,
algunos vestidos de rojo y otros de azul. Parecíamos un equipo de amateurs, no
una selección que tres días más tarde habría jugado su debut en el Mundial.

Un par de noches antes del partido, un dirigente y yo fuimos a una cena


oficial de la FIFA. Eramos los únicos dos salvadoreños, entre muchos argentinos,
belgas y húngaros. Otras federaciones habían traído un regalo para los adversarios:
una camisa, una bandera, un libro con la historia del fútbol local. Los únicos que se
presentaron con las manos vacías fuimos nosotros. Había memorizado los
discursos acerca de nuestra historia y nuestra literatura, que había estudiado en el
Museo Nacional de Antropología “David J. Guzmán’’. Repetí la información en mi
mente como un poema, pero no fue necesario. Nadie estaba interesado en la
riqueza cultural de mi país, ni en la futbolística. Las únicas preguntas que nos
hicieron estaban relacionadas con la guerra civil. Esa noche me di cuenta de que
nos consideraban héroes por el mero hecho de habernos clasificado ante tantas
dificultades. Lo mismo ocurrió con los periodistas españoles, un periódico de
Alicante por ejemplo nos había apodado “los guerrilleros”. Hablaban de la guerra,
de las bombas, de los muertos, de nuestras dificultades económicas, pero poco de
nuestro fútbol.

La preparación para el partido contra Hungría fue improvisada, incluso en


el estudio de nuestros adversarios. Sabíamos poco o nada sobre cómo jugaba
Hungría. Unos meses antes, el seleccionador “Pipo” Rodríguez propuso a la
Federación ir de gira por Europa, pero no aceptaron porque era más lucrativo un
tour por América del Sur. La única información sobre Hungría la había provisto un
español que trabajaba en el Deportivo Fas, un equipo salvadoreño. El día antes del
partido se presentó en nuestro hotel con un video y un baúl lleno de ropa. La
Federación le pagó generosamente por esto. Y nos contaron que no tenían dinero…
Viendo el vídeo del partido España-Hungría 0-3, nuestro entrenador nos dijo que
la mejor estrategia era atacar, tal y como era nuestro estilo.

Entre los muchos infortunios de la víspera del debut, tuvimos también el de


las pelotas. El Comité Organizador había distribuido 25 pelotas Tango a cada
equipo participante. Nuestras pelotas desaparecieron misteriosamente, tambien
fuimos robados el día del partido. Para el calentamiento, nos vimos obligados a
preguntar a los húngaros si podían prestarnos alguna. A pesar de la
desorganización y las contingencias, estábamos seguros de disputar un gran
Mundial y de clasificarnos para la segunda ronda. Teníamos una defensa sólida,
una de las menos perforadas en las eliminatorias y grandes jugadores, como
Mágico González y Norberto Huezo. ¿Por qué no creerlo?

Nuestra confianza estaba alta cuando el 15 de junio de 1982 salimos al


campo de Elche, convencidos de que Hungría era el rival más débil del grupo. Nos
equivocamos mucho. Después de veinte minutos ya habíamos sufrido tres goles:
un cabezazo de Nyilasi (4'), una diagonal zurda de Pölöskei (13') y un gran
zurdazo desde fuera del área de Fazekas (23'). Este último nos sorprendió: László
Fazekas tenía treinta y cinco años, caminaba por la cancha, pero todo el peligro
llegaba de sus pies.
Después de unos minutos se lesionó nuestro medio centro defensivo José
Rugamas y en su lugar el entrenador puso un tercer delantero, Luis Zapata,
conocido como “el Pelé”. Un cambio arriesgado, para recuperar terreno en el
partido y que nos ha permitido crear diferentes ocasiones para anotar un gol, todas
falladas. Mantuvimos la pelota, jugamos un fútbol de ataque y en el descanso
“Pipo” Rodríguez nos dijo que no debíamos dejar de creer, éramos capaces de
darle la vuelta a 3 goles. Dentro de nuestra ingenuidad, pensábamos que nos la
estábamos jugando a la par con Hungría, pero fue sólo una apariencia. Era una
táctica, aquella de los húngaros: nos dejaban atacar y entonces nos golpeaban al
contraataque. En Europa los magiares eran famosos por sus contraataques
mortales, pero nosotros no habiéndolos estudiado, no lo sabíamos.

En pocos minutos sufrimos otros dos goles, de Tóth (50') y otro de Fazekas
(54'). Un miembro del banquillo llegó detrás de mi arco para informarme que iba a
ser substituido. El cambio, sin embargo, nunca sucedió. Algunos argumentan que
mi sustituto, Eduardo Hernández, se negó a entrar por miedo a la vergüenza.
Alguien dice que “Pipo” Rodríguez cambió de opinión para no quemar a dos
porteros en un solo partido.

El único momento feliz llegó después de una hora de partido cuando,


después de una gran actuación de Mágico González en la banda izquierda, “el
Pelé” Zapata anotó el primer y único gol de El Salvador en la historia de la Copa
del Mundo. A pesar de que estábamos perdiendo 5-1, fue una gran alegría y lo
celebramos como niños. Huezo pidió a Zapata que no lo celebrara demasiado, para
no instigar a los húngaros. Así fue.

En siete minutos, del 69 al 76, Hungría marcó otros cuatro: tres László Kiss
y otro de Lázár Szentes, ambos suplentes. Fue un apagón, de repente nos
sentíamos cansados física y mentalmente. Si hasta el 5-1 pensábamos en atacar,
después de esos siete minutos horribles nuestro único pensamiento era irnos a toda
prisa a la ducha. Antes del final, llegó el décimo gol de Nyilasi. Además de ser el
portero más joven en la Copa del Mundo, yo me convertí también en el que había
sufrido el major número de goles en un solo partido. Mientras yo estaba
desesperado, en algún rincón de Corea del Sur, Hong Duk-Yung probablemente se
alegró de haberse deshecho de ese récord negativo (Hungría-Sur Corea 9-0, 1954).

En el vestuario y en el bus, recuerdo solo un silencio de funeral, no se


escuchaba ni una mosca. Por lo menos perdimos como equipo, sin culparnos los
unos a los otros. A nuestro regreso, comimos algo y nos fuimos directos a la
habitación, tratando de dormir y olvidar a toda prisa la derrota. A la mañana
siguiente, en la sala de conferencias del hotel, hubo una reunión entre el Doctor
Cálix y los decanos del equipo, José Francisco Jovel, Norberto Huezo y Ramón
Fagoaga entre otros. No regresó ni el entrenador ni el personal técnico, ni los
periodistas. Decidieron cambiar de táctica, había que defender con mayor atención,
golpear duramente si es necesario para evitar otra goleada.

Yo no participé en ese encuentro, era un niño y no tenía nada que decir. Mi


joven edad y mi inconsciencia fueron mi salvación. A los veinte años yo estaba
jugando en la Copa del Mundo y mi cabeza ya estaba en el segundo partido contra
Bélgica. Rodríguez anunció que me había confirmado entre los titulares, había sido
un protagonista crucial durante la clasificación y “Pipo” no había perdido la
confianza en mí. Palabras que aprecié mucho. Incluso el personal del hotel fue
agradable, hizo todo lo posible para mostrarme su apoyo. Nos invitaron incluso a
jugar una pachanga en la cancha de Torrevieja, para intentar animarnos.

Bélgica había ganado en el partido inaugural del Mundial, en Barcelona,


contra el campeón Argentina. Los belgas eran también subcampeones de Europa,
así que había un riesgo real de encajar otra goleada. Saltamos a la cancha con
miedo, pero al mismo tiempo, con prudencia, determinación y ganas de reaccionar.
El primer gol de Bélgica llegó a los 18 minutos, con un tiro libre desde 30 metros de
Ludo Coeck. Yo estaba colocando la barrera, cuando el número diez belga remató y
me sorprendió en mi poste. Podría haberlo hecho mejor, lo admito.

Fue la única vez que nos encontraron desprevenidos. Defendimos con


orden, tratando de golpear en contraataque con González. Él Mágico jugó un gran
partido, lamentablemente no encontró mucha colaboración, porque mis
compañeros tenían miedo de exponerse demasiado adelante y repetir los errores
del debut. El encuentró terminó con una derrota por “sólo” 1-0, un resultado
respetable teniendo en cuenta la entidad del rival. Después del partido, mi colega
belga Jean Marie Pfaff me felicitó y me regaló sus guantes. Fue un gesto muy lindo
de su parte. En conferencia de prensa el entrenador de Bélgica, Guy Thys, se
disculpó con nosotros y retiró sus declaraciones de la víspera, cuando dijo que El
Salvador era la vergüenza de la FIFA.

Las palabras de Guy Thys no fueron las únicas burlas contra nosotros.
Hablando con los periodistas españoles, Diego Maradona prometió que, si
Hungría había marcado diez goles, él y Argentina habrían marcado once. Nunca
me creí esas palabras. Meses antes, encontramos a Diego en un amistoso contra
Boca Juniors y fue muy agradable hacia nosotros, se deshizo en elogios sobre todo
con Mágico González. Fuera como fuese, el equipo técnico utilizó las palabras de
Maradona para motivarnos y para intentar gastarle una bromita a Argentina, que
necesitaba una victoria para pasar a la segunda ronda. El defensor encargado de
marcar a hombre al “Pibe de Oro" fue Jaime Rodríguez, el único de nosotros que
jugaba en Europa.

El partido contra Argentina casi no se jugó, porque los dirigentes olvidaron


en el hotel la bolsa con nuestros documentos. El árbitro boliviano Barrancos se dio
cuenta a menos de una hora del inicio, pero nuestro hotel estaba a más de 50 km de
Alicante. Ni siquiera con un helicóptero, nos habría dado tiempo para recuperar
los documentos. Otro ejemplo de la desorganización de siempre.

En los primeros minutos Argentina atacó frontalmente, un disparo de Mario


Kempes rebotó en el travesaño y yo pare el tiro de Osvaldo Ardiles y el tiro libre de
Daniel Passarella. Me sentía en gran forma y el gol argentino llegó sólo gracias a
una penal generoso, marcado por Passarella. No regalamos nada a Argentina, fue
un partido duro, con patadas y golpes ilegales. Una patada en las nalgas la sufrió
también el árbitro, propinada por nuestro “Pancho” Osorto, pero en el tumulto de
las protestas por el penal, Barrancos no pudo identificar al culpable y no expulsó a
nadie. El más malo de los argentinos era Amerigo Gallego, que gritaba a mi
compañeros “guerrilleros hijos de puta”. Maradona no jugó bien, molestado por la
asfixiante marca de Rodríguez, un aperitivo de lo que habría sufrido del italiano
Claudio Gentile en la ronda siguiente. Diego no reaccionó nunca, poco después,
regaló a mi compañero una foto de aquel partido con su dedicatoria: “Para Jaime,
con todo afecto, Diego 10”.

Los argentinos pensaron más en salvar los tobillos y marcaron el gol del 2-0
con un implacable zurdo Daniel Bertoni. A pesar de las tres derrotas, salimos con
la cabeza bien alta del Mundial. O al menos eso era lo que pensábamos. De regreso
a San Salvador, la bienvenida a mis compañeros fue terrible. Junto a cuatro
compañeros, Rodríguez, Huezo, Mágico González y Ventura, nos quedamos unos
días extra en Europa de vacaciones, también para negociar nuestro futuro. Tres de
nosotros firmaron por clubes españoles: Mágico González con el Cádiz, Huezo con
en Palencia y yo con el Murcia. El Paris Saint-Germain y todos los clubes que
estaban interesados en mí antes de la Copa del Mundo habían desaparecido.
¿Quién ficharía a un portero que ha recibido diez goles en un partido? El único
equipo que me llamó fue el Real Murcia, que jugaba en Segunda División. Mejor
que nada, pensé. En 1983 ganamos el campeonato de Segunda División, pero no vi
nunca el campo, siempre estuve sólo como reserva de Francisco Echevarria.

Como mencioné, la vuelta de España fue muy fea. Un dirigente federal


afirmó que la única forma para volver a llenar el estadio de San Salvador era
ahorcando algún jugador en el estadio. Algunos de mis compañeros de equipo se
quedaron sin equipo de hoy para mañana. El seleccionador “Pipo” Rodríguez
renunció y se despidió para siempre del fútbol, dedicándose a su trabajo como
ingeniero. Incluso los periodistas nos criticaron fuertemente y como chivo
expiatorio, apuntaron el dedo contra el joven portero. Cuando regresé a San
Salvador, el clima era intimidatorio y en el aeropuerto fui insultado y me
rompieron la maleta. Ese maltrato llegó a ser para mí una amarga costumbre,
varias veces tuve que defenderme contra ataques con patadas y golpes. Me
agredieron varias veces en la calle, me saquearon la casa, pero lo peor fue cuando
ametrallaron mi coche. Veinte balas, yo estaba dentro y fue un milagro que
sobreviviera. Después de la Copa Concacaf en Honduras los salvadoreños querían
hacerme un monumento, después de la Copa del Mundo en cambio querían
enterrarme.

En todas partes donde fui me recibieron con insultos, pero nunca pensé en
dejar El Salvador, antes de 1989. El motivo por el qué emigré, o más bien fui
obligado a emigrar, tiene un nombre: Ramón Flores Berríos, presidente de la
Federación. Flores Berríos tenía la ambición de convertirse en presidente de la
UNCAF (Unión Centroamericana de Fútbol) y lo vi hablar con los dirigentes
costarricenses, antes del partido El Salvador-Costa Rica de las eliminatorias para la
Copa Mundial de Italia 90. Ese día no nos dejaron entrar en nuestro estadio para el
entrenamiento en lugar de los costarricenses, y ni siquiera nos dieron nada para
comer. El presidente tampoco renovó el contrato al seleccionador Miroslav
Vukašinović que, tras la derrota 4-2, regresó a Europa. Estaba claro que Flores
Berríos había vendido nuestra selección para beneficio personal.

De ese modo, decidí denunciar públicamente esa situación. Por despecho


contra mí, Flores Berríos me declaró la guerra. En mi último partido en El
Salvador, el público presente quería lincharme, incluso en la radio incitaron a la
multitud contra mí. Así que me exilié en Guatemala, donde jugué durante cuatro
años, primero con el Xelajú, luego con el Aurora. Nunca me he arrepentido de esa
decisión, tampoco habiéndome arrepentido de haber elegido el fútbol en lugar del
béisbol o el baloncesto. En un país normal tienes que castigar a los traidores, no al
que denuncia. En El Salvador, sin embargo, las cosas funcionan de forma diferente.

En junio de 2007, veinticinco años después del 10-1 de Elche, nuestra


Federación invitó a Hungría a San Salvador para participar en un partido amistoso
entre veteranos de ese desafío histórico. Fue un placer abrazar a viejos amigos
como Mágico González y al “Pelé” Zapata. Entre los húngaros estaban András
Törőcsik, Lázár Szentes o Tibor Rab entre otros. En la primera mitad, los húngaros
ganaban 2-0 con dos goles de Szentes y cualquiera de los 6000 aficionados en las
gradas del Estadio Cuscatlán, gritó con sorna que faltaban otros ocho goles. En la
segunda mitad, logramos empatar, con dos goles de Zapata.

Fue una manera de pedir disculpas a nuestro público, aunque no tengo


mucho de que disculparme. En Elche jugué un buen partido, los goles fueron casi
todos imparables. Soy el portero más joven en haber jugado de titular de la Copa
del Mundo. Tambien soy el portero que sufrió el menor numero de goles en la
clasificación a España 82. Nadie recuerda estos registros, para todos Luis Ricardo
Guevara Mora es solamente el arquero que sufrió diez goles en un partido. Ese día
en Elche, perdimos 10-1 porque fuimos valientes y audaces, quisimos atacar y
mostrar al mundo nuestro valor. El mismo valor que tuvimos para dejar nuestra
casa e ir a entrenarnos durante la guerra civil. Hay que saber perder y lo hicimos
como vencedores.
EL CAMINO DE EL SALVADOR HASTA ESPAÑA ‘82

Primera ronda:

24-8-1980, Panamá: Panamá-El Salvador 1-3

5-10-1980, San Salvador: El Salvador-Panamá 4-1

26-10-1980, San Salvador: El Salvador-Costa Rica 2-0

9-11-1980, Ciudad de Guatemala: Guatemala-El Salvador 0-0

23-11-1980, San Salvador: El Salvador-Honduras 2-1

30-11-1980, Tegucigalpa: Honduras-El Salvador 2-0

10-12-1980, San José: Costa Rica-El Salvador 0-0

21-12-1980, San Salvador: El Salvador-Guatemala 1-0

Clasificación zona de Centroamérica:

Honduras 12 puntos, El Salvador 12, Guatemala 9, Costa Rica 6, Panamá 1.

Segunda ronda:

2-11-1981, Tegucigalpa: Canadá-El Salvador 1-0

6-11-1981, Tegucigalpa: México-El Salvador 0-1

11-11-1981, Tegucigalpa: El Salvador-Cuba 0-0

16-11-1981, Tegucigalpa: Honduras-El Salvador 0-0

19-11-1981, Tegucigalpa: Haití-El Salvador 0-1

Clasificación Campeonato Concacaf:

Honduras 8 puntos, El Salvador 6, Mèxico 5, Canadá 5, Cuba 4, Haití 2.


Goleadores de El Salvador:

Jorge Mágico González 5 goles, Norberto Huezo 3, Roberto Rivas 2, Ever


Hernandez, Oscar Guerrero 1.
EL SALVADOR EN LA COPA DEL MUNDO DE 1982

Primera ronda:

15-6-1982, Elche: Hungría-El Salvador 10-1 (4', 83' Nyilasi, 11' Pölöskei, 23',
54' Fazekas, 50' Tóth, 64' Ramírez Zapata, 69', 72', 76' L. Kiss, 70' Szentes)

19-6-1982, Elche: Bélgica-El Salvador 1-0 (19' Coeck)

23-6-1982, Alicante: Argentina-El Salvador 2-0 (22' Passarella, 52' Bertoni)

Clasificación Grupo 3:

Bélgica 5 puntos, Argentina 4, Hungría 3, El Salvador 0.

Goleadores de El Salvador:

Luis Ramírez Zapata 1 gol.


CURIOSIDADES

El Salvador participó en dos ediciones de la Copa del Mundo: México 1970


y España 1982, perdiendo los seis partidos (un gol marcado, veintidós sufridos).

Mauricio “Pipo” Rodríguez ha participado en los Campeonatos del Mundo


con El Salvador como jugador en 1970 y como seleccionador en 1982.

Luis Ricardo Guevara Mora fue el portero más joven en el Mundial de


España 82: 20 años, 9 meses y 13 días. El récord de precocidad absoluta pertenece
al nordirlandés Norman Whiteside que debutó a los 17 años y 41 días (Irlanda del
Norte-Yugoslavia 0-0, 17 de junio de 1982).

Antes del 15 de junio de 1982, el récord negativo de mayor goleada recibida


en un partido del Mundial pertenecía a Corea del Sur (9-0 contra Hungría en 1954)
y Zaire (9-0 contra Yugoslavia en 1974).

Gracias a un hat-trick en siete minutos contra El Salvador, László Kiss tiene


el récord de más goles marcado por un suplente en un partido de Copa del
Mundo.

Después del Mundial de 1982, cuatro jugadores salvadoreños jugaron en


clubes extranjeros: Jorge González (Cádiz), Norberto Huezo (Palencia), Ricardo
Guevara Mora (Real Murcia) en España y Jaime Rodríguez (León) en México.

En 2006 el Estadio Nacional Flor Blanca de San Salvador ha sido


renombrado Estadio Nacional Jorge “Mágico” González.

El jugador con mas partido jugados con la selección de El Salvador (88) es


Alfredo Pacheco, asesinado a balazos el 27 de diciembre de 2015.

El 20 de septiembre de 2013 la Federación Salvadoreña suspendió de por


vida a catorce jugadores por haber amañado partidos de la Selección.
El autor

De la quinta de 1985, Mateo Bruscheta descubrió el fútbol, aprendió a leer


y escribir, gracias a los cromos de Panini. Su primer álbum completo fue el de los
Mundiales de Italia 90. Roger Milla y Dragan Stojikovic son su primeros idolos y el
gol de Claudio Caniggia contra Italia su primera desilusión futbolística.

Mateo ha vivido el mundo del fútbol desde el campo como futbolista, el


banquillo como entrenador y la tribuna como periodista deportivo. Ha escrito para
varios periódicos, entre los que destaca el Corriere dello Sport, pero después de
ocho años de colaboración, ha descubierto que más allá del rectángulo verde hay
otras calles. En 2010 se traslada al extranjero, viajando bastante: Londres, Sidney y
Praga, dónde actualmente reside.

En su blog footballnotballet.com cuenta historias de fútbol, sobre todo del


pasado, con enredos entre deporte, política y cultura. Licenciado en comunicación
y periodismo, ha escrito su tesis de graduación sobre la fallida convocatoria de
Antonio Cassano a los Mundiales de 2010, analizando liderato y dinámicas de
grupo dentro de un equipo de balompié.

Futbolísticamente ateo, simpatiza por quien juega con pasión y por los
“underdog” (los que no son favoritos), sin tener en cuenta el color de la camiseta.
Entiende el futbol como una filosofía de vida, basándose en los clásicos de ayer y
hoy: “La victoria de un título es algo efímero” (Socrates) y “Quien sólo sabe de
fútbol, no sabe nada de fútbol” (José Mourinho). Apasionado de literatura
deportiva, si tiene que hacer un regalo de cumpleaños, elige: “El fútbol a sol y
sombra” de Eduardo Galeano.

En el 2018 ha publicado la serie “Historias Mundiales”, compuesta por tres


libros: “Los Mundiales de los vencidos”, “Cenicienta en los Mundiales” y “Hay
fútbol en Dinamarca”.
Serie de libros “Historias Mundiales”

CENICIENTA EN LOS MUNDIALES

Lo importante no es ganar, sino participar. Para muchos países del tercer


mundo, entendido en sentido futbolístico, participar en los Mundiales es ya de por
si una victoria, una meta digna de celebración. Mateo Bruscheta se ha inspirado
en el famoso lema de Pierre De Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos, para
ir en busca de historias mundiales olvidadas, desempolvando páginas amarillentas
del gran libro de los campeonatos del mundo de fútbol.

Lo ha hecho como un espeleólogo avanza en la oscuridad de una cueva, con


el corazón por bandera, el conocimiento como bastón de apoyo y una fe
inquebrantable en descubrir algún tesoro. Y ha encontrado más de una joya,
historias que brillan con una intensa luz propia. El fútbol se puede contar
fundamentalmente de dos maneras: de forma científica o literaria. Bruscheta ha
elegido el segundo camino y merece la pena acompañarle.

“Cenicienta en los Mundiales” revive las hazañas de selecciones de menor


rango. Nos sumergiremos en microrelatos guiados por la voz de futbolistas
amateurs, trotamundos de los banquillos o campeones contrastados que cuentan el
debut de sus equipos en la más importante manifestación de fútbol del planeta.
Diez cenicientas invitadas a la fiesta, sin la bota justa. ¿Me concede un baile?
Bailemos, entonces. La habilidad de Bruscheta es catapultarnos directamente al
meollo de la fiesta, en el corazón del cuento, tal como funciona en las mejores
series: de repente estamos dentro de la historia, sudamos la camiseta viviendo el
partido desde dentro, vemos las mismas cosas que el protagonista y nos
consolamos con sus mismos sueños.

Los Mundiales aparecen representados de un modo original, desde el


prisma de debutantes y heroes desconocidos. Alternando constantemente entre
bastidores originales y episodios conocidos por los futboleros más entendidos.
Figuras y “tuercebotas”, héroes por accidente y protagonistas fallidos,
entrenadores folklóricos y árbitros caseros. Partidos memorables y riñas dignas de
una película del oeste. Todo sazonado por estadísticas y curiosidades sobre cada
una de las selecciones de cada protagonista.
Una aventura que nos traslada a lugares exóticos como el Caribe, África o
Medio Oriente, tierras que han vivido en su propia piel colonialismo, guerras y
dictaduras. Las diez historias no cuentan sólo goles y victorias, además ofrecen una
reflexión sobre los progresos y los dramas del siglo XX. Didácticamente, las
historias vienen trufadas de referencias a hechos y personajes que han pasado a la
historia del siglo pasado como Nelson Mandela y la lucha al apartheid en
Sudáfrica o el ayatollah Jomeini y la revolución en Irán.

Del fútbol actual, lo sabemos todo - o al menos, creemos saberlo – lo cual


deja un espacio muy restringido para la curiosidad y la fantasía. “Cenicienta en los
Mundiales” es un buen motivo para redescubrir el placer de un maravilloso viaje
en el tiempo que nos lleva por la historia del siglo XX, contado por el deporte más
popular del mundo.
HAY FÚTBOL EN DINAMARCA

¿Es mejor vencer o divertirse? Esta es la pregunta que Mateo Bruscheta se


planteó mientras escribía “Hay fútbol en Dinamarca”. Partiendo del mismo
razonamiento: País al que vas, dualismo futbolístico que encuentras. Desde hace
un cuarto de siglo en Dinamarca se preguntan: ¿Fue mejor la selección de México
1986 o aquella Campeona de Europa en 1992? Dos equipos en los antípodas en
cuanto a filosofía, dirección técnica e intérpretes.

En los años Ochenta, igualmente que el Brasil de Zico y la Francia de Platini,


la semidesconocida Dinamarca aportó una bocanada de aire fresco al fútbol
mayoritariamente defensivo de aquella época. Una selección entrenada por el
alemán Piontek y compuesta por figuras como Michael Laudrup, Elkjaer,
Simonsen y muchos otros que abandonaron su tierra en búsqueda de mejores
oportunidades en Italia, Holanda, Bélgica o Alemania, adelantándose a la sentencia
Bosman por al menos una década

Un equipo de contrastes. Entre un estilo futbolístico vanguardista y las


viejas tradiciones (algunas no del todo saludables) arraigadas en el pais que
produce la que etiquetan como posiblemente mejor cerveza del mundo. La
“Dinamita Roja” fue un equipo libre y alegre como los habitantes de este pequeño
país, desde siempre en la cumbre de los índices de calidad de vida a nivel mundial.
Capaz de derrotar uno tras otro a colosos históricos del futbol mundial como la
Italia de Bearzot, la Inglaterra de Robson, la Alemania de Beckenbauer y otros
gigantes del fútbol. Aquel equipo se desvaneció con serena inconsciencia en una
desafortunada tarde en Querétaro. Durante aquel Mundial de México 86, hasta
Diego Maradona se hizo inmortalizar con la camiseta a rayas rojiblancas de una de
las Selecciones nacionales más de culto de la historia. Un equipo que, incluso sin
haber ganado nada, ha entrado en la historia como la Hungría de Puskás o la
Holanda de Cruijff.

Tras la dimisión de Piontek y la retirada de muchas de sus figuras, la


Dinamarca obrera del nuevo seleccionador Richard Møller Nielsen se clasificó para
la Eurocopa del 1992 de rebote, sólo después de la exclusión de una Yugoslavia en
guerra. En un análisis todavía en caliente, se habló de una selección afortunada,
que había disfrutado de las playas más exóticas con las vacaciones más hedonistas.
Probablemente fuera sólo una leyenda urbana, desmentida por los resultados.
Arsene Wenger, enviado por Platini para observar a los daneses antes del torneo,
pronunció una frase memorable a la pregunta: “¿Ha visto algo interesante en
Copenhague? Lo que está claro es lo que no he visto: no el equipo que vencerá a la
Eurocopa”. Por suerte, el bueno de Arsene ha tenido una carrera llena de éxitos en
el Arsenal y no tuvo que dedicarse a la futurología. El patito feo danés se convirtió
en cisne, escribiendo uno de los cuentos más sorprendentes de la historia del
fútbol.

Las páginas de Bruscheta sirven de preciosa brújula, situándonos en el acto


junto a un pueblo y sus azañas. Renovando el viejo lema del Hamlet Shakespiriano
“Ser o no ser” para convertirlo en un pragmático: “Se y muerde”. Encontraréis
nombres y apellidos, pero sobre todo sabores, anécdotas, bastidores, cantos y hasta
himnos. Siguiendo con riguroso respeto los hechos, tal y como enseñan en las
escuelas de periodismo. Tanto en el campo como fuera, también teniendo en cuenta
el fenómeno de los “Roligans”, hinchas bulliciosos pero educados en contrapunto
de los feroces “hooligans”.

Todo ello con la mítica estatua de la Sirenita de fondo, que domina la


entrada del puerto de Copenague y la “banda sonora” de los cuentos de Hans
Christian Andersen. Un viaje dentro de una pequeña nación que ha sabido formar
una gran selección que os sorprenderá y conquistará. Muchos son los personajes a
descubrir: como el “Caballo Loco” Elkjær; los hermanos Laudrup; el cantante
Arnesen; el genio Simonsen, único Balón de oro en la historia del fútbol danes; el
portero Schmeichel y el gregario Vilfort. Conmovedora la historia de este último:
mientras Kim participaba en la Eurocopa en Suecia, su hija Line, de siete años,
luchaba contra la leucemia. Icaro de alas de hierro, no de cera. Hasta que el sol no
reclamó el regreso al gris de la rutina cotidiana.

Los apasionados del balompié encontrarán interesantes anécdotas


desgranadas a lo largo de la trama. Seguir sus pasos, es como abrir un baúl
olvidado en el desván y encontrar objetos, cuadros, fotos, tejidos, discos que la
pereza alejó de la modernidad. Aunque nunca del corazón. Si necesitáis un
“anticuario” apasionado y escrupuloso, lo encontraréis en Mateo Bruscheta y su
libro.

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