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Ever failed.
No matter.
Try again.
Fail again.
Fail better.
Samuel Becket
Prólogo
La noche antes del partido, los jugadores zaireños recibieron una visita muy
desagradable. Hombres de Mobutu, dictador cruel, llegaron al hotel y amenazaron
a los jugadores, después de los resultados desastrosos en los dos primeros partidos
de la Copa Mundial. Si los escoceses, británicos de gran corazón, se limitaron a
marcar dos goles, los yugoslavos no fueron tan magnánimos. Tres goles en
dieciocho minutos, cinco en media hora y nueve al final. El último partido del
grupo, contra el actual campeón mundial de Brasil, corría el riesgo de convertirse
en una masacre, y no sólo deportiva. “Aceptamos una derrota por diferencia de
tres goles. Uno más y nunca volverían a ver a sus familias” fue el mensaje que
recibieron.
3-0 a diez minutos del final. Y ese golpe franco al borde del área parecía
diseñado a medida para el pie izquierdo de Rivelino. Los brasileños no lo saben, y
ni siquiera pueden imaginar la trascendencia mirando las caras asustadas de sus
oponentes. En ese preciso instante José Mwepu Ilunga decide que para salvar su
vida y la de sus compañeros y familias, merecía la pena cubrirse de ridículo. De
forma que sale fuera de la barrera y da un puntapié al balón, pateándolo bien lejos.
Los brasileños se ríen. “¿De qué te ríes?”, se enfada Ilunga. Los brasileños
no saben nada, ni el comentarista de la BBC tampoco: “Un momento singular de
ignorancia africana”, comenta John Motson. Podría habérselo evitado. Ilunga es
amonestado, pero sobre todo Rivelino no marca. Los brasileños necesitan el 3-0
para clasificarse, los zaireños necesitan el 3-0 para conseguir mucho más.
Después de las Olimpiadas, tuve una gran duda sobre mi futuro: continuar
entrenando o dedicarme a la actividad médica. Me había olvidado mencionar que
me gradué en medicina y cirugía en la Universidad de Barcelona,
especializándome en medicina deportiva. Incluso Diego Armando Maradona,
después de la terrible lesión de 1983, fue mi paciente en mi clínica de Barcelona.
Como deseo de bueno restablecimiento, le obsequié con el libro “La mala hora” de
Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982. Desde entonces somos
buenos amigos, Diego y yo.
Las dos únicas participaciones en los Mundiales de “La Verde” fueron por
invitación. La primera vez fue en 1930 en Uruguay y como agradecimiento, los
once titulares descendieron al campo con una camiseta blanca con una letra
impresa en cada una, para formar la sentencia: “Viva Uruguay”. El seleccionador
se llamaba Ulises Salcedo quien, en ese Mundial, también hizo de árbitro, además
de juez de línea en siete partidos, incluida la final, Uruguay-Argentina. Los dos
partidos del grupo, contra Yugoslavia y Brasil, terminaron ambos 4-0. Ocho fueron
también los goles recibidos en la otra edición en la que Bolivia participó, en Brasil
en 1950. En esa ocasión, sin embargo, sólo en un único partido contra Uruguay,
entonces campeón del mundo, de los Alcides Ghiggia, Pepe Schiaffino y Obdulio
Varela.
Bolivia era entonces uno de los tres países sudamericanos, junto a Ecuador
y Venezuela, que nunca se había clasificado para la Copa Mundial a través del
proceso clasificatorio. Cuando me hice cargo del equipo, el grupo tenía la moral
baja y no estaba convencido de sus virtudes. Cuando se enfrentaban a Brasil,
Argentina o Uruguay, los futbolistas bolivianos salían derrotados de antemano
desde el vestuario. El equipo, la directiva, la prensa, los aficionados y todo el país
estaban envueltos en una nube de pesimismo cósmico y autocompasión. Yo estaba
convencido que a mi equipo no le faltaba nada, sólo un poco de confianza y actitud
positiva. En aquel momento, más que hablar de táctica, mis colaboradores y yo
insistimos sobre todo en mejorar a nivel psicológico y de autoestima.
Desde el principio, fui muy sincero y directo con todo el mundo, dije a los
jugadores que tenían que pasar página, empezar desde cero, borrar los errores del
pasado y el victimismo crónico boliviano. Hablé mucho con los jugadores y utilicé
“slogans” simples pero efectivos, un poco como hizo mi compatriota Helenio
Herrera con “El gran Inter”. ¿Algunos ejemplos? “Sin excusas, sin coartada”. “No
hay ayer, ni mañana, sólo existe hoy”. “No importa el nombre del oponente, sólo el
nuestro”. “Si queremos, podemos”.
Hay una enorme diferencia en jugar en altura al nivel del mar. A gran
altitud el aire está enrarecido, no permite una oxigenación normal de la sangre y
por lo tanto hay menos energía en los músculos si se hace un esfuerzo. Esto es
debido a una concentración máxima de hemoglobina en la sangre. Unos días en
altura, no son suficientes para el cuerpo humano para acostumbrarse y es
imposible para un atleta rendir al máximo. Sabía que nuestros oponentes habrían
tenido muchas dificultades para jugar con alta intensidad durante los noventa
minutos. Si hubiéramos jugado con ritmo desde el principio, estaba seguro de que
los brasileños se habrían derrumbado en la segunda parte. Fue justo como yo
esperaba.
Los que no sabían nada del mate de coca, rápidamente sacaron conclusiones
precipitadas: Rimba es un drogadicto. Yo conocía a Miguel Ángel, como persona y
como profesional, y sabía que él no tenía malas intenciones. Incluso si lo hubieran
descalificado, no lo habría echado de la selección. Sabiendo cómo funcionan las
cosas en la FIFA, era muy pesimista pero la estrategia defensiva de nuestra
Federación, apoyada por datos científicos y legales, funcionó y Rimba fue absuelto.
Lo mismo pasó con Zeti, que no había recibido ayuda de la Federación brasileña.
La pequeña Bolivia había dado una lección al gran Brasil, incluso fuera del campo.
El primer partido fue contra Uruguay y sus figuras como Enzo Francescoli,
Rubén Sosa y Daniel Fonseca. A nivel psicológico, Uruguay vino miedoso e
inseguro. Teníamos que aprovechar los temores uruguayos, así como la altitud. El
desarrollo fue el mismo que el del partido contra Brasil: durante una hora el
resultado se atascó en el 0-0 y cuando nuestros oponentes bajaron físicamente y el
árbitro expulsó Álvaro Gutiérrez, acechamos a la presa como un cóndor andino. En
el cuarto de hora final, marcamos tres goles con “Platini” Sánchez (71'), Etcheverry
(81') y Melgar (86'). El tiro libre de Francescoli en el 90' no arruinó otro día
inolvidable para el pueblo boliviano.
Para nosotros el futuro se llamaba USA '94. Para elevar nuestro nivel,
necesitábamos enfrentarnos a otras selecciones y de febrero a mayo, jugamos diez
partidos amistosos contra equipos clasificados para la Copa del Mundo. En los
amistosos, derrotamos a Colombia y Arabia Saudita, empatamos contra Estados
Unidos, Camerún, Grecia y Suiza, y perdimos contra Rumania e Irlanda. Por
supuesto reafirmé el grupo de jugadores y el esquema táctico, un sólido 5-4-1. La
calidad en el campo la garantizaban Melgar y “Platini” Sánchez, pero nos faltaba
un poco de factor sorpresa, un hombre capaz de sorprender y romper la defensa
enemiga.
Mientras que Diana Ross cantaba y fallaba el famoso penal, hablé con mis
jugadores en el vestuario. De tácticas discutimos en los días anteriores, así que me
centré en el aspecto emocional, quería tocar el corazón de mis hombres. Les dije a
mis chicos que los alemanes eran superiores en todo: eran más fuertes físicamente,
más rubios, más ricos y conducían coches más potentes. Pero carecían de una cosa:
el afecto que nos unía, la solidaridad que nos había permitido llegar hasta el
Mundial.
A falta de diez minutos para el final del encuentro, reemplacé a Ramallo con
Etcheverry, con la esperanza de que se inventaría algo para empatar. Su partido
duró solamente dos minutos. Mathäus chocó con él y “El Diablo” reaccionó con
una patada, tonta, pero sin violencia. Una falta como mucho para amarilla, pero el
árbitro mexicano Arturo Brizio Carter le mostró la roja. Pobre “Diablo”, trabajó
duro y jugó sólo dos minutos. En La Paz docenas de bolivianos salieron en la calle
y lanzaron piedras a la Embajada Mexicana, en protesta por la decisión de Brizio
Carter. Años más tarde, cuando trabajaba para el Real Madrid, tuve la oportunidad
de conocer personalmente a Mathäus. Le tiré de las orejas metafóricamente: la
patada de “El Diablo” era una caricia para un alemán de hierro como él, no hacía
falta montar tanto drama.
Jugábamos el segundo partido seis días más tarde en Boston, contra Corea
del Sur, que en el debut empató 2-2 contra España. En teoría era el rival más
asequible, en realidad resultó un hueso muy duro de roer. Los asiáticos corrieron
mucho y nos pusieron las cosas difíciles. El partido acabó 0-0, el primer punto de
Bolivia en la Copa del Mundo. Mas que el empate, me molestó mucho la segunda
expulsión en dos partidos. Castillo, expulsado por protesta, pagó la severidad, o
más bien la intransigencia, del colegiado. Los equipos pequeños siempre son
perjudicados por los árbitros y nuestros dirigentes prometieron protestar a João
Havelange, esperado en una visita a La Paz en agosto. No dije nada, pero pensaba
como ellos.
El último partido del grupo fue especial para mí a nivel afectivo: jugábamos
contra España, mi tierra y contra Javier Clemente, vasco como yo. Los periodistas
españoles intentaron enfadarme y menospreciar mi trabajo, insinuando que Bolivia
se había clasificado sólo gracias a jugar en la altura. Respondí que, incluso antes de
mi llegada, Bolivia jugaba en La Paz, pero sus resultados habían sido mediocres. Si
realmente piensas como la prensa, se debería prohibir el fútbol en invierno en
Moscú porque es demasiado frío o Los Ángeles en verano porque hace demasiado
calor.
Salimos con la cabeza bien alta, demostrando a todo el mundo que nuestra
clasificación no había sido accidental. Había alcanzado todos mis objetivos y ya
antes de la Copa del Mundo, había decidido que mi aventura en Bolivia se daría
por concluida después de USA '94. El presidente Loazya intentó convencerme de
que continuara, pero cuando entendió que no habría cambiado idea, sabiamente
decidió nombrar seleccionador a mi ayudante Antonio López.
Clasificación Grupo B:
Goleadores de Bolivia:
Primera ronda:
Clasificación Grupo C:
Goleadores de Bolivia:
Sin embargo, hubo un momento en el que para mí el fútbol era sólo alegría,
cuando jugaba con mis amigos en las calles de Bagdad. Nací en la capital iraquí el
21 de marzo de 1964, de padres originarios de Basora, una ciudad portuaria en la
frontera con Kuwait. En la década de los años setenta, el fútbol en Irak era muy
popular, gracias a las victorias de nuestra selección nacional. Los Leones de
Mesopotamia eran una potencia en la Península Arábiga, sólo Kuwait era más
fuerte, al menos hasta abril de 1979, cuando Irak organizó y ganó su primera Copa
del Golfo, derrotando a sus eternos rivales, que habían ganado las cuatro ediciones
anteriores. Yo era un chico de quince años y recuerdo las celebraciones en las calles
de Bagdad. Ninguno de nosotros sabía que la fiesta y la paz solo durarían unos
meses.
Ese día quedó claro que las cosas habían cambiado en el fútbol iraquí, tras el
ascenso de Saddam Hussein al poder. El presidente había encomendado a Sabah
Mirza, su guardaespaldas, la guía de la Federación de futbol. La noche antes del
partido contra Kuwait, Mirza visitó a la selección en el hotel Al-Canal y no
encontró a Nadhim Shaker, nuestro mejor defensor, que había salido a cenar con
una conocida actriz iraquí, Suaad Abdallah. Shaker regresó al hotel a las once de la
noche, claramente más allá del toque de queda. El castigo fue ejemplar: Nadhim
fue excluido de la selección y dado que todavía estaba de servicio en las fuerzas
armadas, fue trasladado a Kirkur, un lugar remoto e inhóspito.
Incluso con un hombre menos, seis minutos después logramos dejar nuestra
huella en la historia del Mundial. El primer y hasta hoy único gol iraquí en un
Mundial lo anotó el más joven del equipo, es a decir yo. Fue un gran gesto técnico:
recibí un pase de Natiq Hashim y dentro del área, disparé un derechazo en
diagonal cruzando el esférico al ángulo inferior, donde Jean-Marie Pfaff no pudo
llegar. Fue el momento más álgido de mi carrera, el sueño de mi infancia hecho
realidad, pero lo celebré de forma sobria y minimalista, levantando apenas el
brazo. Sabía que mi gol no habría sido suficiente para evitar la derrota, la
eliminación y la ira de Uday.
A nuestro regreso a Bagdad, Uday Hussein nos recibió para analizar las
causas de la mala imagen dada en México y el evento fue transmitido en vivo por
la televisión. Como principal culpable fue señalado el entrenador Evaristo, que fue
despedido, y Uday nos dijo que estaba asombrado y decepcionado por no haber
logrado pasar a los octavos. Esa reunión marcó el ascenso final de Uday como
personaje más poderoso del fútbol y del deporte en Irak, después de que el
Ministro de juventud y deportes hubiera renunciado días antes. Fue el comienzo
de una pesadilla para muchos deportistas iraquíes.
El poder de Uday aumentó con los éxitos del club que poseía. El Al-Rasheed
ganó tres campeonatos de fila, de 1986 a 1988, y llegó a la final del Campeonato de
Clubes Campeones de Asia 1988-89, perdiendo contra el Al-Sadd sólo por el valor
doble de los goles anotados como visitante en caso de empate.
En cualquier caso, aquel 1988 fue un año dorado para mí y para la selección
iraquí. En marzo ganamos la Copa del Golfo en Arabia Saudita, gracias a mis
cuatro goles. En julio triunfamos en la Copa de naciones árabes en Jordania y fui el
máximo goleador del torneo con cuatro goles. Sin embargo, en septiembre mis dos
goles no fueron suficientes para pasar la primera ronda en los Juegos Olímpicos de
Seúl, donde empatamos 2-2 contra Zambia, ganamos 3-0 a Guatemala y perdimos
2-0 en el encuentro decisivo contra Italia.
Fue un año memorable en el que fui elegido futbolista asiático del año, el
primer iraquí en conquistar el codiciado premio. Mis hazañas no pasaron
desapercibidas y los uruguayos del Club Nacional ofrecieron 1 millón de dólares a
Al-Rasheed por mi ficha. Con solo veintidós años era una gran oportunidad para
mi carrera, pero Uday se opuso a mi traspaso. Yo era su joven pupilo y no quería
privarse de mis servicios y me convertí en su rehén. Lo mismo pasó con Laith
Hussein, quien en 1989 recibió una oferta del Barcelona, tras su destacada
actuación en el Mundial Sub-20 de Arabia Saudita, donde Irak derrotó a Noruega,
España y Argentina.
Fue así como volví a jugar en el club que me dio a conocer, el Al-Zawraa, y
en 1993 finalmente pude mudarme al extranjero, en Qatar con el Al-Wakrah. La
libertad me costó 10.000 dólares y un coche. ¿Dónde terminó ese dinero? En los
bolsillos de Uday, por supuesto. Después de la disolución del Al-Rasheed, Uday
consintió el traspaso de futbolistas iraquíes al extranjero, a condición de que le
diéramos el 50% de nuestro sueldo. Hubo un éxodo de expatriados iraquíes a
Qatar, Bahrein, Líbano, Jordania, Túnez y otros países árabes, donde podríamos
ganar mucho más dinero que en Irak. Quien no pagaba su cuota a Uday, podía
temer por la salud o la vida de sus familiares en Irak.
Las torturas no eran sólo físicas, sino también psicológicas. Uday nos
amenazó con enviarnos al frente en la guerra del Golfo o detonar el avión cuando
íbamos a jugar en el extranjero, si no alcanzábamos resultados satisfactorios. Uday
no era un experto en fútbol, pero siempre daba indicaciones al entrenador sobre las
alineaciones. En nuestro vestuario había un teléfono desde el que Uday solía
amenazarnos antes o durante los partidos.
Los atletas iraquíes que lograron huir al extranjero intentaron denunciar las
torturas cometidas por Uday y sus secuaces. Uno de ellos fue Sharar Haydar, mi
compañero de equipo en los Juegos Olímpicos de Seúl en 1988. Sobornando a
funcionarios, logró cruzar la frontera con Jordania y después de un largo
peregrinaje, se trasladó a Londres, donde encontró trabajo como periodista.
Haydar tuvo el coraje de contar el sufrimiento y las injusticias en Irak, a pesar del
peligro de venganza del régimen hacia su familia. Uday contactó a Haydar,
prometiéndole un prestigioso trabajo en Irak si volvía y dejaba de escribir artículos
contra él. Haydar declinó, había sido uno de los primeros en acusar públicamente a
Uday y estaba muy orgulloso de ello. Después de sus informes y de otros atletas
refugiados, la FIFA y el COI abrieron una investigación y enviaron ejecutivos a
Bagdad para investigar. Obviamente ningún atleta tuvo el coraje de hablar, ni dijo
la verdad por temor a represalias por parte de los hombres de Uday.
Todos los atletas de Irak tenían miedos de él, excepto uno: Ammo Baba. Era
el deportista más querido del país, una leyenda para toda la gente, incluso Saddam
Hussein lo respetaba. Uday no podía tocarlo, de lo contrario su muerte habría
provocado disturbios en las calles de Bagdad. Le hubiera gustado matarlo, pero no
podía. Recuerdo una vez que Uday llamó al vestuario para darnos instrucciones y
Baba le dijo que no sabía nada de fútbol y le envió a freír espárragos. Incluso
públicamente, Baba no demostró ningún miedo. En el último día de la liga 1991-92,
el Al-Zawraa, donde yo jugaba y Ammo Baba entrenaba, se enfrentó al Al-Quwa
Al-Jawiya. Estábamos empatados a puntos y necesitábamos sólo un empate para
ganar el campeonato. Perdimos 1-0 pero nos anularon un gol regular. Al final del
partido, Baba se negó a recibir la medalla de Uday, una decisión arriesgada, pero
los 50.000 presentes en las gradas apreciaron su gesto y gritaron en voz alta su
nombre. El pueblo había elegido a su héroe y Uday no podía hacer nada al
respecto. Su popularidad, sin embargo, no le impidió ser repetidamente
encarcelado, a pesar de sufrir diabetes.
Mientras que jugué en Qatar, no fui convocado con la selección durante tres
años, de 1993 a 1996. Volví para las eliminatorias a Francia 98, donde fuimos
eliminados en la primera ronda por Kazajstán. Fue el punto más bajo de mis
quince años en el equipo nacional. Después de la derrota en casa contra los kazajos
del 6 de junio de 1997, tuve que sufrir mi último castigo por razones futbolísticas.
Al final del partido, al estadio de Bagdad llegaron una docena de guardaespaldas
de Uday con cables y tijeras en la mano. Yo y el capitán Radhi Shnishel intentamos
persuadirlos para que no nos castigaran, pero nos contestaron que sólo obedecían
órdenes. Nos castigaron a todos siguiendo las peticiones de Uday. Una vez
terminada la violencia física, yo y mis compañeros fuimos transportados en
autobús al Comité Olímpico. Allí fuimos encerrados durante tres días y tres noches
en una habitación pequeña, con las luces y las paredes pintadas de rojo. Era
verano, hacía un calor asfixiante y había poco aire. Fue tremendo.
Jugué mi último partido con Irak dos semanas más tarde en Bagdad, con
una victoria 6-1 contra Pakistán. Con treinta y tres años pensé que la hora de
hacerse a un lado había llegado, después de 121 partidos disputados y 61 goles
marcados para los leones de Mesopotamia. En 1999 me retiré permanentemente
del fútbol y en el mismo año fue incluido entre los mejores diez jugadores asiáticos
del siglo XX.
Primera ronda:
Segunda ronda:
Tercera ronda:
Goleadores de Irak:
Primera ronda:
8-6-1986, Toluca: Irak-Bélgica 1-2 (16' Scifo, 21' Claesen, 59' Radhi)
Clasificación Grupo B:
Goladores de Irak:
Irak ganó cuatro ediciones de la Copa de Naciones árabes (1964, 1966, 1985
y 1988) y tres veces la Copa de Naciones del Golfo (1979, 1984 y 1988).
Cómo terminé en esta ciudad al oeste de Francia es una larga historia, hecha
de sueños y desengaños, promesas y lesiones. Nací el 23 de mayo de 1980, en Aflao
(Ghana). En el siglo XVIII fue una de las principales ciudades en el comercio de
esclavos del Golfo de Guinea. Aflao bordea la frontera togolesa y está a pocos
kilómetros de Lomé, la capital de Togo, donde crecí.
Para mí, Metz fue el trampolín para una inmersión en la fosa de los
amateurs franceses. Había debutado en la selección el 17 de mayo de 2001, Togo-
Senegal 1-0, cuando me traspasaron al Louhans-Beaune, en National, la liga de
tercera. En Bourgogne-Franche-Comté, por desgracia las cosas empezaron torcidas:
en otoño de 2001 tuve un accidente de coche en Neufchateau, en los Vosgos, y me
quedé un año en el dique seco. Una persona que me ayudó mucho en ese período
fue René Charrier, Director General de la UNFP, el sindicato de los futbolistas.
Charrier era mi referente para evitar problemas relacionados con mi condición de
extracomunitario. Gracias a su ayuda, en el 2002 volví a jugar en Nacional 2, en
Luçon donde permanecí tres temporadas. Aunque no tenía un agente, en Vendée
estaba cómodo y en 2005 cambié de equipo: el Jeanne d'Arc du Poiré-sur-Vie, en la
sexta división. Me pagaban 1600 euros de contrato, además un curro como
entrenador de niños y otro trabajo a tiempo parcial, para permitirme tener un
permiso de residencia regular.
Cuando llegué a Europa, mi sueño era jugar en grandes equipos, como mis
dos ídolos: Abedì Pelé y Ronaldo. Mi sueño lo realizó Adebayor, cuando el Arsenal
lo fichó del Mónaco en enero de 2006. Con apenas veintiún años, Emmanuel se
había convertido en un héroe nacional en Togo durante las eliminatorias para la
Copa Mundial de Alemania 2006. En la historia del fútbol africano, Togo nunca
había estado cerca de ganar una Copa Africana de Naciones o de clasificarse para
un Campeonato del Mundo. Las selecciones más exitosas en África Ecuatorial son
Camerún, Nigeria, Ghana, Costa de Marfil, no Togo. La historia cambió cuando, en
2004, la Federación nombró seleccionador al nigeriano Stephen Keshi. Él era un
defensor, capitán de la Nigeria que en 1994 ganó una Copa de África y participó en
el Mundial americano. Las famosas “Súper Águilas” de Amokachi, Amunike,
Finidi, Okocha, Yekini, que pasaron a la historia.
La figura del equipo fue Emmanuel Adebayor, que anotó once goles en doce
partidos. Nadie en África marcó más goles que él: ni Didier Drogba, ni Samuel
Eto'o, ni Oba Martins. Aquel 2005 fue un año revolucionario en el fútbol africano.
Además de Togo, de hecho, se clasificaron por primera vez al Mundial otros tres
países: Angola, Costa de Marfil y Ghana.
Un mes después, Togo participó en la Copa de Teherán en Irán, un
cuadrangular útil para probar nuevos jugadores, antes de la Copa Africana de
Naciones que se celebraba en enero en Egipto. Sorprendentemente, el
seleccionador Keshi me convocó, más de cuatro años después de mi primer y
último partido con la selección nacional. En Irán, jugué en ambos amistosos,
perdidos contra Paraguay (4-2) e Irán (2-0). Fue un milagro salir al campo para el
primer partido, debido a la desorganización de nuestra Federación. El día de salida
de Lomé debería haber sido el lunes, pero embarcamos en el avión el jueves,
haciendo una conexión de siete horas en Paris. A Irán llegamos a las dos de la
mañana del viernes y el partido de apertura estaba programado el mismo día, a las
tres de la tarde. Keshi estaba muy enojado, esperaba que los dirigentes
comprendieran la lección para el futuro.
Pero no fue así. Después del torneo en Irán, Keshi no me convocó para la
Copa Africana de Naciones, que fue un fiasco para Togo, desde todos los puntos
de vista: organización, equipo y resultados. Mis compañeros llegaron a Egipto solo
tres días antes del partido de apertura, después de una huelga por el impago de la
prima por la clasificación a la Copa, unos 27.000 euros por cada jugador. El equipo
se negó a subir al avión de Lomé a París, nuestros compatriotas protestaron en la
calle y mis compañeros dieron su brazo a torcer sólo tras la confirmación del pago.
El dinero no fue el único problema.
A causa de las tres derrotas, los dirigentes, los periodistas y los aficionados
criticaron las decisiones del seleccionador y apoyaron al crack Adebayor, el
cazagoles. Se olvidaron rápidamente de que antes de la llegada de Keshi, Togo
nunca había obtenido resultados importantes. Entre el ídolo de la gente y un
entrenador extranjero, el pueblo eligió al goleador. En Togo, durante más de medio
siglo, el poder está en las manos de la familia Gnassingbé. La dictadura de
Eyadéma duró desde 1967 hasta su muerte en 2005, cuando fue elegido su hijo
Faure. El otro hijo de Eyadéma Gnassingbé, Rock, era el presidente de la FTF
(Federación Togolesa de Fútbol).
Dos meses antes del principio del Mundial, el nuevo seleccionador todavía
no había podido entrenar a su equipo y había conocido solamente los jugadores
más representativos, a su regreso en Europa. Cuando lo conocí en persona a
principios de mayo, nunca había hablado con él, ni siquiera por teléfono.
Sorprendentemente, Pfister había incluido mi nombre en la lista de los treinta
preseleccionados. Me examinó en el primer partido amistoso en Sitard, perdido 1-
0 contra Arabia Saudita. Jugué los noventa minutos, Pfister quería probar a los
suplentes y probablemente apreció mi rendimiento.
Uno de los sindicalistas fue Emmanuel Adebayor, que fue criticado por los
medios de comunicación. Le tacharon de sanguijuela, al que no le bastaba su
suculento contrato con el Arsenal. Era exactamente lo contrario. Adebayor dio la
cara para defender a sus compañeros que percibían mucho menos que él y
necesitaban el dinero. En el hotel Waltersbühl, donde estábamos alojados, reinaba
el caos: directivos y jugadores “regateaban” como en un mercadillo. Los dirigentes
se peleaban con otros dirigentes y boicoteamos tres entrenamientos en señal de
protesta. En la noche del viernes 9 de junio, cuatro días antes de nuestro debut,
Oto Pfister se fue del hotel junto con su asistente Piet Hamberg. Dejó sus maletas
en la habitación, dijo «auf Wiedersehen» y al día siguiente no apareció en el campo
de entrenamiento. Descubrimos más tarde por el periódico alemán Taggesspiegel,
que Oto no podía aceptar participar en el Mundial en esas condiciones. Oto se
enfadó con los dirigentes, no con nosotros, comprendía nuestras peticiones.
La situación estaba tan mal que tuvieron que venir a Alemania el Primer
Ministro Edem Kodjo y el ministro de deporte Agouta Ouyenga. Buscando un
seleccionador last minute, los dirigentes hablaron con otro alemán: Winfried
Schäfer, antiguo entrenador de Camerún. Un par de días después, Schaefer reveló
que el presidente Rock Gnassingbe estaba listo para firmar el contrato, pero otros
dirigentes se opusieron. Al mismo tiempo, algunos de mis compañeros fueron a
Suiza, donde se había refugiado Pfister, para convencerlo de volver. La persuasión
funcionó y Pfister regresó a Wangen im Allgäu el lunes 12 de junio, un día antes
del debut contra Corea del Sur en Fráncfort del Meno.
Los tres partidos jugados en la Copa del Mundo no cambiaron mi vida, pero
al menos me ayudaron a mejorar mi trayectoria futbolística. Después del Mundial,
tuve problemas de pubalgia durante dos meses, me entrené con los futbolistas sin
ficha y encontré un nuevo equipo, el Cherbourg en Nacional.
Los dioses del fútbol decidieron tomar venganza contra Togo. Durante el
cuatrienio 2006-2010, el Mundial de Alemania fue la página más vergonzosa, pero
no la más triste del fútbol togolés.
Tres años más tarde, la tragedia volvió a Togo y lamentablemente estaba allí
también ese 8 de enero de 2010, tres días antes del debut de la Copa Africana de
Naciones, organizada por Angola. Nuestro grupo se jugaba en el norte, en la
provincia de Cabinda, un enclave situado entre los dos Congos, pero políticamente
perteneciente a Angola.
Era como estar en una película de guerra. El tiroteo continuó durante veinte
minutos, los terroristas ametrallaban y los militares angoleños respondían. Los
terroristas disparaban especialmente al autobús en frente, que contenía el equipaje
y el material técnico. Probablemente creían que los jugadores estaban dentro de ese
autobús. Las víctimas fueron tres, los heridos siete, incluyendo dos jugadores:
Serge Akakpo y Kodjovi Obilalé, heridos porque no estaban sentados. Uno estaba
bailando, el otro estaba sacando una foto. Un trágico accidente. Cuando todo
terminó, todo el mundo lloraba y le preguntaban a Dios por qué nos sucedía a
nosotros.
Después del ataque, no estábamos listos para jugar la Copa y todos juntos,
como un verdadero equipo, tomamos la decisión de abandonar Angola. Sólo
queríamos volver a casa. Nuestro gobierno nos apoyó y envió un avión que nos
llevó a Togo. Kodjovi Obilalé fue transportado a Sudáfrica, dos proyectiles lo
golpearon causando daños a la espina dorsal, los intestinos, hígado y vejiga.
Recuerdo muy bien cuando, entre lágrimas, Obilalé nos dijo que cuidáramos de
sus dos hijos si no salía adelante. Afortunadamente “Doudou” sobrevivió. Se
despertó del coma después de tres meses en el hospital de Johannesburgo,
habiendo pagado la pierna derecha como peaje.
Primera ronda:
Segunda ronda:
Clasificación Grupo 1:
Togo 23 puntos, Senegal 21, Zambia 19, Congo 10, Mali 8, Liberia 4.
Goleadores de Togo:
Primera ronda:
13-6-2006, Fráncfurt: Corea del Sur-Togo 2-1 (31' Kader, 54' Lee, 72' Ahn)
Clasificación Grupo G:
Goleadores de Togo:
El togolés Assimiou Touré fue el segundo futbolista (18 años y 5 meses) más
joven convocado en Alemania 2006, después del inglés Theo Walcot (17 años y 2
meses).
En el año 2008 Emmanuel Adebayor fue votado futbolista africano del año,
primer y único togolés en ganar el premio.
Cada domingo, iba a ver a mis hermanos Vanni y Silvano, que jugaban en la
Pacific Coast League, con los Vancouver Columbus, orgullo de la comunidad
italiana. Silvano, apodado Sam, en 1968 debutó en la selección nacional y fue mi
modelo a seguir. El primer club en el que jugué fue el Grandview Legion, en 1970,
con quince años, preparé mis maletas y me fui a Reading, una ciudad a 40 millas
de Londres. Los primeros días fueron difíciles. Extrañaba mucho la lasaña y los
ñoquis hechos a mano por mi madre Clelia, pero vivir lejos de casa me ayudó a
crecer rápido. Junto a los chicos de la cantera tuvimos que limpiar los zapatos de
los jugadores mayores o barrer la tribuna después de los partidos. Por entonces
habría hecho cualquier cosa con tal de jugar a fútbol y conseguir mi sueño. Fue una
buena cura de humildad para no endiosarme y creérmelo demasiado. En Reading
estuve seis años y jugué sesenta y siete partidos en el primer equipo. En mi última
temporada en Inglaterra, en 1976, ascendimos a tercera división, en aquel equipo
también jugaba Robin Friday, “The Man Don’t Give a Fuck”, un delantero tan
talentoso como loco. Fue una bonita forma de poner fin a mi experiencia europea y
volver a casa.
Desde 1974 viví entre Inglaterra y Canadá, no quería jugar toda mi
trayectoria en las ligas menores en Inglaterra. Durante el descanso estival de la liga
inglesa, el Reading me enviaba a préstamo al Vancouver Whitecaps, que jugaban
en la NASL, North American Soccer League. Jugábamos en el Empire Stadium,
muy cerca de mi casa. Recuerdo bien el primer partido oficial con los ‘Caps, el 5 de
abril de 1974, contra el San José Earthquakes, la única vez que mi madre Clelia vino
a verme en vivo. Fue un orgullo escuchar el himno nacional junto a mi hermano
Sam, el capitán del equipo, y con tantos familiares y amigos en las gradas
animándonos.
Jugar junto a figuras como Allan Ball, Peter Lorimer y Ruud Krol y
desafiando fenómenos como Pelé, Cruyff y Beckenbauer, fue importante para mí
crecimiento y el de otros jugadores canadienses. En los países anglóparlantes se
dice: “Swim or drown“, nadar o ahogarse. Aprendí a nadar y me convertí en el
jugador con más partidos profesionales disputados en la historia de la NASL: 288
en la temporada regular, además de 24 en los playoffs. Después de la desaparición
de la NASL, dejé el fútbol once y me fui a jugar con el Tacoma Stars, en la Major
Indoor Soccer League, la liga de fútbol sala, que se jugaba durante el descanso
otoñal de la NASL.
De 1984 a 1986 los únicos partidos fútbol once que jugué fueron con la
selección nacional, que en aquella época era muy competitiva. Empecé a vestir la
camiseta rojiblanca de Canadá a los dieciocho años, el 1 de agosto de 1973, en
Toronto contra Polonia. Luego participé en la Copa de la Concacaf de México en
1977 y Honduras en 1981, donde no logramos clasificarnos por apenas un punto al
Mundial de España '82. El siguiente año Tony Waiters, que me había entrenado
durante cuatro temporadas en el Vancouver Whitecaps, fue nombrado
seleccionador nacional. Su sueño era participar en los mundiales, un sueño que no
había cumplido de jugador. Fue portero de la selección de Inglaterra, pero Alf
Ramsey lo excluyó de la Copa del Mundo de 1966.
Como suele suceder en estos casos, de lo que debería haber sido el 2-0 para
nosotros, se pasó al empate a 1 de Brasil con gol de Gilmar Popoca. El partido se
fue a la prórroga y llegamos a los penales, donde los brasileños demostraron más
calidad y sangre fría. Fue una gran desilusión, pero al mismo tiempo los buenos
resultados en los Juegos Olímpicos aumentaron nuestra autoestima de cara a la
clasificación para el Mundial del año siguiente.
El partido salió bien, según los planes de Tony Waiters, que nos había
recomendado defender cuidadosamente y aprovechar el balón parado, que
habíamos practicado los días antes. Nuestro primer gol llegó después de un cuarto
de hora, justo en un saque de esquina de Carl Valentine. Nacido en Manchester,
Carl, jugó muchos años conmigo en Vancouver. Esperaba una llamada del
seleccionador inglés Bobby Robson, pero como nunca llegó, Waiters lo convenció
para decidirse por la selección de Canadá. Su saque de esquina se transformó en
un pinball en el área hondureña y, como en el partido de ida, George Pakos marcó
el gol del 1-0. Al principio de la segunda mitad, Honduras empató con Armando
Betancourt, que también jugaba fútbol sala con los St Louis Steamers. El miedo
duró unos diez minutos hasta que Igor Vrablic marcó el 2-1, en otro saque de
esquina de Valentíne.
Nuestra tarjeta de visita no era sensacional, pero Tony nos preparó muy
bien táctica y físicamente. Nuestro grupo, el C, se jugaba en las ciudades de León e
Irapuato, ambos cerca de 1800 metros sobre el nivel del mar. Por ello hicimos parte
de la preparación en altura, dos semanas de trabajo en Colorado Springs. La
preparación física fue fundamental para nosotros, porque éramos técnicamente
inferiores a nuestros adversarios. El sorteo fue infausto para nosotros y
terminamos en un grupo difícil con tres equipos europeos: Francia, Hungría y la
Unión Soviética. Todos los expertos nos consideraban la Cenicienta del torneo.
El delantero Jean Pierre Papin falló al menos cinco goles cara a cara con Paul
Nolan, que parecía el único de nosotros que disfrutaba del asedio francés. Era
comprensible: con sólo diecinueve años, Paul se había convertido en el segundo
titular más joven de la Copa del mundo y estaba disfrutando su momento de
gloria.
Perder solo 1-0 contra un equipazo como Francia era todavía un resultado
loable. Salimos de la cancha sacando pecho y con la cabeza bien alta, los
aficionados mexicanos nos aplaudieron mucho. Eran los mismos que a la llegada al
estadio nos mostraban ocho o diez dedos. En las entrevistas después del partido,
los periodistas preguntaron al entrenador francés Henri Michel y al capitán Michel
Platini cómo podrían haber ganado sólo 1-0 contra Canadá. Platini demostró su
clase, respondiendo que Canadá jugó un gran partido y estaba contento de haber
ganado solo 1-0. Sus palabras me llenaron de orgullo y felicidad.
El partido contra Francia nos había animado y también engañado.
Pensábamos que éramos los favoritos en el segundo partido contra Hungría, que
en el debut fue destruido 6-0 por la Unión Soviética. Mirando en la televisión el
video del partido, los magiares nos parecieron muy débiles defensivamente. Por lo
tanto, salimos a la cancha convencidos de atacar, al contrario del debut frente a
Francia. Fue un grave error de presunción. Waiters cambió un centrocampista
(Gerry Grey en lugar a Mike Sweeney) y el portero. A pesar de la excelente
actuación, Dolan fue remplazado por Tino Letieri, que se había recuperado de un
problema muscular y tomó su lugar entre los postes, con el inseparable “Aussie”,
muñeco con forma de papagayo. La mascota de Tino no sirvió y después de sólo
dos minutos, Hungría ya tomaba ventaja con Márton Esterházy. Durante todo el
partido atacamos, pero sin la necesaria lucidez. Hungría simplemente se defendió,
hasta que Lajos Détári nos sorprendió con la guardia baja a un cuarto de hora del
final.
Primera ronda:
Clasificación Grupo 2:
Segunda ronda:
Goleadores de Canadá:
Dale Mitchell 4 goles, Igor Vrablic 3, George Pakos 2, Paul James, Mike
Sweeney 1.
CANADÀ EN LA COPA DEL MUNDO DE 1986
Primera ronda:
Clasificación Grupo C:
“(Oh Canadá) we´ll proudly play for you” de los Sons of Andrew, fue el himno
oficial de la selección de Canadá durante el mundial de México ' 86.
A finales del siglo XIX, los colonos trajeron la pelota de cuero a Java y
fundaron los primeros equipos, cuyos nombres se inspiraban en los clubes
holandeses: Hercules Batavia, Excelsior Soerabaja, Go Ahead Semarang, Sparta
Bandoeng, Vitesse Malang, V.V.V. Yogyakarta. La primera Java-Cup se organizó en
1914 en Samarang y participaron los clubes de las cuatro principales ciudades de
Java: Batavia, Bandung, Surabaya y Semarang. En 1919, las asociaciones de las
cuatro ciudades se unieron y fundaron la N.I.V.B. (Nederlandsch-Indische Voetbal
Bond), que fue reconocida oficialmente por la FIFA en 1924. La N.I.V.B. estaba
dirigida por los holandeses, pero en los equipos afiliados jugaban también
jugadores de otros grupos étnicos, como los nativos y los chinos. La competición
fue un éxito en términos de aficionados y cada año, el día de Pentecostés, se
celebraba la final entre los ganadores de los varios torneos locales. Los años
pasaron y la Java-Cup incluyó un número creciente de equipos de otras ciudades e
islas, como Malang, Medan y Makassar.
Nuestro Mundial duró apenas noventa minutos, al igual que para los
holandeses. El mismo día en Le Havre, cayeron derrotados por 3-0 ante
Checoslovaquia, sufriendo los tres goles en el descuento. Sin embargo, nuestra
aventura europea no había terminado. De Francia regresamos a Holanda para
jugar cuatro partidos amistosos en La Haya, Amsterdam, Roterdam y Dordrecht.
Los resultados no fueron del todo positivos (tres derrotas y una victoria), pero la
experiencia fue inolvidable. Sentí una emoción enorme cuando desafiamos a los
holandeses en Amsterdam, en el estadio donde se disputaron los Juegos Olímpicos
una década antes. El Olympisch Stadion estaba lleno aquel 26 de junio 1938: 50,000
personas vinieron a ver el partido entre colonos y nativos. Los holandeses fueron
benévolos: nos dejaron usar la camiseta naranja y vistieron de blanco. En el campo
fueron menos benévolos y el partido terminó 9-2. Su forma para recordarnos quien
mandaba.
Mi país (del cual más tarde me habría convertido en una leyenda deportiva)
nació el 2 de diciembre de 1971. Ese día los seis Emiratos (Abu Dhabi, Ajman,
Dubai, Fujairah, Sharjah y UM al Qaiwain) se unieron y fundaron los Emiratos
Árabes Unidos (EAU). Dos meses más tarde, se incorporó un séptimo emirato, Ras
al-Khaimah. Antes de la fundación de los Emiratos Árabes Unidos, Sharjah y Ras
al-Khaimah eran los Emiratos dominantes, pero el descubrimiento del petróleo ha
cambiado el equilibrio y los grandes beneficiados fueron sobre todo Abu Dhabi y
Dubai. Ciudades modernas y opulentas, que hoy todo el mundo conoce por el lujo
desenfrenado y la arquitectura futurista.
Sin embargo, en marzo de 1988, unos días después del final de la Copa del
Golfo, Parreira dejó nuestra selección para aceptar la oferta de entrenar a Arabia
Saudita. En su lugar llegó otro brasileño: Mario Zagalo, buen amigo de Parreira.
Una leyenda viva, Zagalo, el primer hombre en ganar la Copa del Mundo como
jugador (1958 y 1962) y entrenador (1970). Su objetivo no era ganar la Copa del
Mundo, sino “simplemente” lograr la clasificación. Para un país pequeño y joven
como el nuestro, era equivalente a levantar la Copa.
Fue mucho más espectacular el segundo partido contra China, que había
derrotado a Arabia en su debut en el torneo. En la segunda mitad, un disparo
lejano de Tang Yao Dong puso a China por delante en el marcador, pero no
perdimos la fe en dar la vuelta al partido hasta el último y empatamos a 3 minutos
del final con un cabezazo de Nasir Khamees. Sólo un minuto más tarde,
completamos la remontada tras un veloz contraataque, que concluí con un gran
zurdazo desde fuera del área. Fue una victoria increíble, que nos dio moral e hizo
que fuéramos aún más conscientes de nuestras posibilidades de clasificación.
La trampa del fuera de juego funcionó hasta el minuto 50, cuando los
colombianos fueron más inteligentes que nosotros. Leonel Álvarez nos sorprendió
por la derecha y cruzó al centro para el cabezazo ganador de Bernardo Redín.
Intentamos atacar, pero al final sufrimos un contraataque que supuso el 2-0,
firmado por el “Gullit rubio”, Carlos Valderrama, con un golazo desde fuera del
área.
Al día siguiente, aprovechamos el descanso para visitar la Feria de Bolonia
mientras Parreira fue a Milán para estudiar a nuestros próximos rivales, Alemania
Occidental y Yugoslavia. Los alemanes lograron una goleada por 4-1, un resultado
que nos dejaba pocas esperanzas para nuestro segundo partido en San Siro contra
los alemanes. Con su típica “simpatía”, el capitán alemán Lothar Mathäus dijo a los
periodistas que jugaríamos con un esquema 10-0-0. Tampoco se alejó mucho de
nuestro planteamiento, la verdad. Parreira desplegó un “catenaccio” de otra época,
a pesar de que nuestros dirigentes habían negado esta táctica defensiva,
declarando que saldríamos al campo a ganar. Era un farol: sabíamos bien que la
derrota era una posibilidad real, pero no queríamos ser humillados.
Primera ronda:
Clasificación Grupo 3:
Segunda ronda:
Clasificación:
Corea del Sur 8 puntos, Emiratos Árabes Unidos 6, Qatar 5, China 4, Arabia
Saudita 4, Corea del Norte 3.
Primera ronda:
Clasificación Grupo D:
Los Emiratos Árabes Unidos nunca han ganado la Copa de Asia, sus
mejores resultados han sido: finalistas (1996), un terceros (2015) y cuartos (1992).
Los Emiratos Árabes Unidos ganaron dos Copa del Golfo, en el 2007 y el
2013.
De 1972 a hoy, los Emiratos Árabes Unidos han sido entrenados por
veintiséis seleccionadores extranjeros, incluyendo Don Revie (1977-80), Carlos
Alberto Parreira ('84-88 y '90), Mario Zagallo ('88-90), Valery Lobanovsky ('90-93),
Carlos Queiroz ('98-99), Roy Hodgson (2002-04), Bruno Metsu (2006-08), Srecko
Katanec (2009-11) y Alberto Zaccheroni.
Aquel Costa Rica era un equipo muy religioso, nuestro portero Luis Gabelo
Conejo llevaba incluso en la cancha un rosario y una cruz. Teníamos que rezar
antes de cada comida y en el vestuario había una estatua de nuestra Señora de
Cartago, patrona de Costa Rica, que todo el mundo tocaba antes de entrar en la
cancha. Esta relación entre la fe y el fútbol no era nueva para mí. Cuando
entrenaba en México, mi jugador Abuelo Cruz demandaba una habitación doble o
un asiento vacío en el autobús y en la mesa, porque afirmaba que Dios viajaba con
él.
En aquel periodo el “soccer” no era popular en los Estados Unidos, tuve que
empezar de cero y busqué a varios jugadores en las universidades, como Cobi
Jones a UCLA o Alexi Lalas en Rutgers. Lalas tenía una larga melena de pelo rojo y
le ordené que se la cortase. “¡Estamos en América! ¡Soy un hombre libre!” se enojó,
pero luego fue a la peluquería. No era un sargento de hierro, sólo quería probar a
mis jugadores y encontré un grupo dispuesto a hacer cualquier cosa.
Después de Francia 98, de nuevo tocaba volver a hacer las maletas con
rumbo a América, tras la llamada de los Metrostars de Nueva York. Una vez allí fui
contactado por los dirigentes de Paraguay y Perú, pero durante esos días, llegó de
China la clásica oferta irrechazable. Un gigante de más de 1 billón de habitantes
que nunca había participado en los Campeonatos del Mundo. Un desafío
fascinante. La primera vez que me reuní con el presidente de la Federación, Nan
Yung, creo que no le gusté. Mi pelo era demasiado largo y exigía demasiados
yuanes.
Cuatro años más tarde, China fue eliminada por Hong Kong. Después de la
derrota 2-1 en casa, hubo protestas e incidentes en el Estadio de los Trabajadores
de Pekín y 127 aficionados fueron detenidos. Fue el primer incidente de
“hooliganismo” en la historia del fútbol chino y una de las peores humillaciones de
todos los tiempos, seguida por otros tres intentos fallidos de clasificación. En los
campeonatos del Mundo habían participado selecciones con poco más de un
millón de habitantes, como Kuwait o los Emiratos Árabes Unidos, pero aun no
China, el país más poblado del planeta.
En febrero de 2002 visité la Gran Muralla China junto al gran Pelé. Estaba
asombrado por el hecho de que la gente me pedía más fotos y autógrafos a mí que
a él, posiblemente el más grande de la historia. Pelé es un tipo al que le gusta hacer
pronósticos y dijo que China pasaría la primera ronda. Considerando las dotes de
brujo de O Rei, que por ejemplo profetizó que en el 94 Colombia ganaría el
Mundial, no me lo tomé demasiado en serio.
Nuestro segundo rival era el gran Brasil. Un reto especial para todos mis
muchachos, especialmente para el volante de contención Li Tie, que había vivido
en Brasil durante cinco años, de 1993 a 1998. Fue uno de los veintidós jóvenes
chinos elegidos para aprender fútbol en Juquitiba, un pueblo rural a una hora de
Sao Paulo. Fue un proyecto patrocinado por la corporación de bebida Jianlibao,
para entrenar a las que deberían ser las figuras chinas del futuro. Creían que sería
suficiente el aprendizaje de los maestros brasileños, pero el fútbol no es una ciencia
exacta. La principal diferencia entre un jugador de fútbol chino y uno latino es su
forma de pensar. Los brasileños son creativos e instintivos; los chinos siempre
escuchan a su entrenador, se concentran en el gesto técnico, mas que pensar en la
jugada.
Contra Brasil, faltaban nuestros dos mejores elementos, los que tenían
experiencia en la Premier League: los defensores Sun Jihai y Fan Zhiyi, este último,
tras haber sido elegido hacía pocas semanas, como mejor futbolista asiático del
año. El público surcoreano estaba con nosotros, pero no fue suficiente, al descanso
ya perdíamos 3-0. Un castigo tan potente como el tiro libre de Roberto Carlos,
nuestro portero Jiang Jin nunca había visto algo así en su vida. El segundo gol lo
anotó Rivaldo, que fue pitado cada vez que tocaba el balón debido a la simulación
en el partido anterior contra Turquía. El triplete lo marcó Ronaldinho y en la
segunda mitad Ronaldo cerró el marcador. Por suerte los brasileños aminoraron la
marcha y el partido terminó “sólo” 4-0.
Primera ronda:
Clasificación Grupo 9:
Segunda ronda:
Clasificación Grupo B:
China 19 puntos, Emiratos Árabes Unidos 11, Uzbekistán 10, Qatar 9, Omán
6.
Goleadores de China:
Primera ronda:
8-6-2002, Seogwipo: Brasil-China 4-0 (15' Roberto Carlos, 32' Rivaldo, 45'
Ronaldinho, 55' Ronaldo)
13-6-2002, Seúl: Turquía-China 3-0 (6' Hasan Şaş, 9' Bülent, 85' Ümit)
Clasificación Grupo C:
Son nueve los seleccionadores extranjeros que han llevado las riendas de la
seleccion China: Klaus Schlappner (Alemania), Bobby Houghton (Inglaterra), Bora
Milutinović (Serbia), Arie Haan (Holanda), Vladimir Petrović (Serbia), José Antonio
Camacho (España), Alain Perrin (Francia) y Marcello Lippi (Italia).
El defensor Sun Jihai jugó seis temporadas con el Manchester City, de 2002
a 2008, convirtiéndose en el primer chino en anotar un gol en la Premier League y
en la Copa de la UEFA.
Dos jugadores chinos han ganado el premio del futbolista asiático del año:
Fan Zhiyi en 2002 y Zheng Zhi en 2013.
Fue Cristóbal Colón quién descubrió mi isla. Atracó en 1492 a bordo del
barco Santa María y la nombró “La Isla Española”, luego la abreviaron a
“Española”. Hoy la isla se divide en dos: en la parte derecha está la República
Dominicana, un paraíso turístico, en la parte izquierda está Haití, uno de los países
más pobres y subdesarrollados del mundo. Mi nombre es Philippe Vorbe y vivo en
la parte izquierda. Mis antepasados son franceses que cruzaron el Atlántico en
busca de fortuna en el Caribe. Lo consiguieron. Mi padre Jean estudió Ingeniería y
trabajó para una gran empresa de construcción, mi madre Margarita era profesora
de educación física.
También Joe era de origen europeo y de familia adinerada. A los veinte años
se trasladó a Nueva York para estudiar contabilidad, en su tiempo libre jugaba al
fútbol y fue convocado para el Mundial en Brasil de 1950. La selección
estadounidense estaba compuesta por estudiantes y trabajadores, pero
increíblemente logró derrotar a Inglaterra, en un partido que pasó a la historia
como el “Milagro de Belo Horizonte”. Fue una de las mayores sorpresas de la
historia de la Copa del Mundo y el gol decisivo lo marcó el mismo Gaetjens. En
1954, Joe regresó a Puerto Príncipe, dónde todos lo conocían como “Gentleman
Joe” por su cordialidad.
“Manno” Sanon era el más joven del equipo, pero también era el mejor de
todos. Técnico, rápido, físicamente fuerte, Trevisan lo apodó “La perla negra”
como Pelé. En 1971 Sanon ganó la liga haitiana con el Don Bosco FC, un club de
Pétion-Ville, fundado por un salesiano holandés llamado Sjaak Diebels. Los padres
de Sanon murieron cuando era un niño y los salesianos adoptaron y criaron a
“Manno”.
Aquel campeonato Concacaf fue una marcha triunfal: ganamos 3-0 a las
Antillas Holandesas, 2-1 contra Trinidad y Tobago, 1-0 contra Honduras y 2-1
contra Guatemala. El protagonista absoluto fue Emmanuel Sanon, quien anotó
cinco goles en cuatro partidos. El último partido contra México, sin duda el rival
más difícil, fue una derrota indolora porque ya estábamos clasificados. Fueron las
tres semanas más hermosas y emocionantes que he vivido en Puerto Príncipe.
Después de cada victoria, miles de personas salieron a las calles para celebrar. Fue
un gran carnaval fuera de temporada.
La primera parte del plan, que no nos marcaran ningún gol, se cumplió.
Todos se esperaban una avalancha azul en el segundo tiempo, pero un minuto
después del descanso, llegó nuestro gol. Según lo previsto, Italia salió al ataque y
estaban desequilibrados cuando el balón acabó en mis pies. Sabía que los defensas
azules eran lentos y no lo pensé ni un instante en meterle un balón en profundidad
a Sanon. Fue un pase en largo de rosca verdaderamente bonito, con el exterior,
limpio y al hueco. “Manno” adelantó en velocidad a Luciano Spinosi, se presentó
delante de Zoff y después de haberlo regateado con una gambeta, marcó a puerta
vacía. Increíble: Haití 1, Italia 0. El récord del gran Zoff se acabó contra nosotros.
Nuestro sueño duró muy poco, solo siete minutos. Mazzola me superó por
la banda derecha y centro al área, para que Rivera empatase con un gran tiro. Italia
fue hábil en entender que Auguste se sentía muy incómodo contra Mazzola.
Además, el equipo “azzurro” también tuvo suerte, cuando el disparo de Romeo
Beneti rebotó en nuestro lateral izquierdo desviando el tiro a la red. Con el 2-1, se
nos acabó la gasolina y recibimos el tercer gol de Pietro Anastasi, que entró en
lugar de Chinaglia. Dejando la cancha, el delantero centro de la Lazio mandó
descaradamente a freír espárragos al seleccionador Valcareggi. Si Chinaglia
hubiera sido un futbolista de Haití, habría sido expulsado de la concentración y
castigado severamente.
Durante la noche siguiente llegó una llamada de Haití, querían hablar con el
capitán del equipo, es decir, conmigo. Al otro lado de la línea hablaba Jean-Joseph:
me dijo que tenía que tranquilizar a los compañeros y que no tenía que
preocuparme por él, sólo del partido contra Argentina. El seleccionador de los
suramericanos, Vladislao Cap, nos desdeñó, definiéndonos “un adversario fácil de
torear”. Intentamos desmentirlo, pero el partido acabó con un 4-1, un resultado
que permitió a los argentinos pasar el turno por diferencia de goles. Al menos
Emmanuel Sanon marcó otro gol magnifico, con una volea con la zurda desde
fuera del área.
Haití es un país pequeño, pero raramente veo a mis viejos compañeros. Una
de las pocas ocasiones para reunirnos fue trágica: la muerte de Sanon. Después de
Bélgica, “Manno” se trasladó a EE. UU. Orlando, Florida, donde recibió la
ciudadanía honoraria. Murió el 21 de febrero de 2008 con sólo cincuenta y seis
años, como consecuencia de un cáncer en la próstata. Celebraron su funeral en el
estadio Sylvio Cator de Puerto Príncipe, delante de 30.000 personas, y el evento fue
retransmitido en vivo por televisión. Haití no nos había olvidado y poco después el
Gobierno decidió asignar una pensión vitalicia a todos los futbolistas de la
selección del 1974.
Hoy Haití es uno de los países más pobres del mundo, arrodillado por el
terremoto de 2010, que mató a más de 200.000 personas. Estoy vivo de milagro,
pero perdí un montón de amigos ese día. Intento ayudar a mi pueblo a través del
fútbol, la cosa que mejor conozco. Fui entrenador del Violete, el equipo donde
crecí, pero lo dejé después de que unos matones me atacaron durante un partido.
Ahora entreno solo a niños y jóvenes, para mantenerlos fuera de las calles y lejos
de la delincuencia.
EL CAMINO DE HAITÌ HASTA ALEMANIA OCCIDENTAL ‘74
Primera ronda:
Segunda ronda:
Goleadores de Haití:
Primera ronda:
15-6-1974, Munich: Italia- Haití 3-1 (46' Sanon, 52' Rivera, 66' Beneti, 79'
Anastasi)
19-6-1974, Munich: Haití-Polonia 0-7 (17', 87' Lato, 18' Deyna, 30', 34', 58'
Szarmach, 31' Gorgoń)
23-6-1974, Munich: Argentina-Haití 4-1 (15', 68' Yazalde, 18' Houseman, 55'
Ayala, 63' Sanon)
Clasificación Grupo 4:
Goleadores de Haití:
Emmanuel Sanon ostenta el récord de más partidos (100) y goles (47) con la
selección de Haití. Sanon fue votado también como al deportista haitiano del siglo.
Con el nuevo presidente cambiaron muchas cosas, para bien o para mal,
bajo cualquier punto de vista: tanto a nivel económico, social, cultural como
deportivo. Mobutu promovió el “retour à l'authenticité” (vuelta a la autenticidad),
obliterando la herencia colonialista y occidental a favor de una identidad nacional.
Por ejemplo, en 1971, Mobutu decidió cambiar el nombre de la nación de Congo a
Zaire y el nombre de ciudades como Léopoldville por Kinshasa o Élisabethville por
Lubumbashi.
El fútbol era la gran pasión de Mobutu, de joven había jugado como portero
amateur y quería transformar a nuestra nación en una potencia del fútbol africano.
Siguió el ejemplo del presidente ghanés Kwame Nkrumah que, después de las
victorias en la Copa Africana de Naciones en 1963 y en 1965, vio un gran auge de
popularidad en su país. Después de haber invitado a Kinshasa a las Estrellas
Negras de Ghana, que derrotaron 3-0 a nuestra selección, Mobutu decidió invertir
en el fútbol los enormes avances derivados de la riqueza natural del país, como el
cobre, el oro y los diamantes. Con el dinero público, Mobutu compró a “Les
Belgicains”, los futbolistas congoleños que jugaban en el campeonato de Bélgica y
que volvieron a casa para militar en los clubes más importantes del país, como el
Tout Puissant Englebert de Lubumbashi (hoy Mazembe) o como l’As Vita de
Kinshasa. Mobutu contrató también al húngaro Ferenc Csanádi como
seleccionador.
Recuerdo bien esos triunfos, escuché todos los partidos por la radio. Eran
años de despreocupación y de prosperidad económica para nuestro país, que
podía permitirse el lujo de invitar al Santos de Pelé. En junio de 1967 yo estaba en
el estadio de Kinshasa, extendí mi mano para saludar al gran “O Rei”, pero Pelé ni
siquiera me miró.
Éramos cincuenta jugadores para solo veinte plazas, pero después de meses
de duro entrenamiento, mi nombre no apareció en la lista para la Copa Africana de
Naciones de 1968 en Etiopía. Mi moral se desmoronó. A mi regreso a Luluabourg
el único satisfecho era mi padre, orgulloso de mi graduación, obtenida gracias a
haber estudiado por la noche, mientras mis compañeros salían de fiesta. Después
de esa decepción, continué jugando en Saint-Gilloise, aunque mi trabajo real era
maestro en la escuela de padre Paul. Enseñé hasta 1972, cuando me mudé a Mbuji-
Mayi, capital del Kasai Oriental, para jugar con el As Bantou. Me ofrecieron una
casa más grande, mejores primas y un trabajo de oficina a mi novia de aquel
momento, Félie. En Mbuji-Mayi jugué una gran temporada, anotando treinta goles
y terminando el campeonato en segundo lugar, detrás del As Vita de Kinshasa.
Estaba listo para despegar con “Les Lèopards”, después de años de altibajos y
cambios continuos en el banquillo. El entrenador que nos elevó a los niveles que
aspiraba Mobutu fue Blagoje Vidinić, un macedonio llegado a Kinshasa en 1972.
Dos años antes, Vidinić había conducido la selección de Marruecos al Mundial de
México 70, empatando un partido contra Bulgaria, el primer histórico punto de un
equipo africano en la Copa del Mundo. Nuestro objetivo era al menos igualar las
hazañas de Marruecos o mejorarlo con un poco de suerte.
Las eliminatorias para la Copa del Mundo de Alemania Occidental 74
comenzaron en junio de 1972, pero en esa época Vidinić no me convocaba. En la
primera ronda mis compañeros arrollaron a Togo y en la segunda eliminaron a
Camerún en el desempate. Yo finalmente debuté con la camiseta de Zaire el 5 de
agosto de 1973 en Accra, con una derrota 1-0 frente a Ghana. En el partido de
vuelta en Kinshasa destrozamos 4-1 a las “Black Stars”, obteniendo el pase para la
cuarta y última etapa, un grupo de tres con partidos de ida y vuelta contra Zambia
y Marruecos.
El debut no fue positivo, pero fue sólo el comienzo de una pesadilla. Antes
del segundo partido en Gelsenkirchen contra Yugoslavia, descubrimos que no
recibiríamos las primas prometidas. El ministro de deportes no estuvo presente en
la grada durante el partido contra Escocia y sospechamos que había depositado
nuestro dinero en una cuenta en Suiza a su nombre. Nos habían regalado una casa,
un apartamento y un coche, pero era sólo una pequeña parte del dinero
desembolsado a la Federación para la participación en el Mundial y la victoria en
la Copa Africana. El capitán Kibonge incluso llamó por teléfono el presidente
Mobutu, quien nos tranquilizó, diciendo que habría enviado a uno de sus
consejeros a Múnich, para entregarnos nuestras primas. Yo me creía las palabras
del presidente, al contrario que muchos de mis compañeros. Ricky Mavuba, el
jocoso del grupo, estaba furioso y me dijo que yo era un ingenuo, creía en los
cuentos de hadas y pensaba que Mobutu era como Santa Claus. Sus palabras
hirieron mi orgullo.
Pensándolo bien hoy, deberíamos haber sido ser más patrióticos, pero nos
prometieron un premio y no era justo que no cumpliesen su palabra. Habíamos
pasado dos meses lejos de nuestras familias y se burlaron de nosotros. La moral del
equipo estaba por los suelos y no estábamos concentrados para enfrentarnos a
Yugoslavia. Cuando llegamos al estadio, Vidinić desapareció y un consejero de
Mobutu lo acusó de haber vendido nuestras tácticas a los eslavos, sus
compatriotas. Era mentira, Vidinić no era un traidor. Lo contrario que Mobutu, él
si que había traicionado su promesa. Su brazo derecho nos dijo que el dinero lo
habríamos recibido sólo de vuelta a Kinshasa y en ese momento me di cuenta de
que no habríamos visto ni un centavo. El caos reinaba en nuestro vestuario, el
portero Kazadi se subió a una mesa y se soltó un buen discurso. Dijo que el
ministro podría jugar como portero, los brujos de defensa, los funcionarios del
ministerio en el mediocampo y los consejeros en la delantera. Sus palabras fueron
recibidas con aplausos unánimes de el equipo.
La humillación fue tomada muy mal por Mobutu, quien nos regañó por
teléfono y habló de “vergüenza nacional”. Nos gritó que no toleraría otra derrota
como aquella contra Yugoslavia: si perdíamos por más de tres goles el último
partido contra Brasil, la venganza de Mobutu sería sonada. Nos enfrentábamos
ante un escenario posible, ya que Brasil era Campeón del Mundo y en su equipo
tenía fenómenos tales como Rivelino o Jairzinho. En la víspera del partido, Vidinić
nos anunció que, independientemente del resultado del partido, no volvería con
nosotros a Zaire y que su familia había regresado ya a Yugoslavia.
¿Y el gesto de Mwepu? Tal vez éramos ingenuos, pero las reglas del fútbol
las sabíamos bien. Nadie puede imaginar el miedo y el sufrimiento de mis
compañeros en la barrera, estaban alineados como los condenados a muerte ante
un pelotón de fusilamiento. Joseph nunca ha explicado la razón de ese gesto, tal
vez quería perder el tiempo, o simplemente distraer a Rivelino. En cualquier caso,
se salió con la suya. El tiro libre de Rivelino no acabo en las redes y el partido
terminó 3-0, suficiente para Brasil para pasar a la segunda ronda por diferencia de
goles y suficiente para nosotros para llegar a casa, con catorce goles encajados en la
fase de grupos, pero sanos y salvos.
Primera ronda:
Segunda ronda:
Tercera ronda:
Cuarta ronda:
Clasificación:
Goleadores de Zaire:
Primera ronda:
19-6-1974, Gelsenkirchen: Yugoslavia-Zaire 9-0 (8', 30', 81' Bajević, 14' Džajić,
18' Šurjak, 22' Katalinski, 35' Bogićević, 61' Oblak, 65' Petković)
Clasificación Grupo 2:
¡Lo ingrato que es ser portero! Jugué hasta los cuarenta años, más de mil
partidos, casi un centenar con mi selección. Innumerables ocasiones paré tiros
imposibles, remedié los fallos de mis compañeros y salvé a mi equipo, pero la gran
mayoría sólo me recuerda por un gol encajado. En realidad los goles son diez,
número redondo. Mi eterna picota tiene un lugar y una fecha exacta: Elche, 15 de
junio de 1982, partido inaugural de la Copa del Mundo. Resultado: Hungría diez,
El Salvador uno. De esas diez bolas recogidas del fondo de las mallas, sólo fui
culpable en una o máximo dos veces. El resto de los disparos eran demasiado
fuertes o precisos, ni mi ídolo Sepp Maier podría haber hecho nada. Puede sonar a
justificación o parecer extraño, pero es verdad.
Unas semanas más tarde, fui llamado para el equipo nacional. En el primer
entrenamiento, el seleccionador Héctor Rial dijo que un día, algunos nos
convertiríamos en titulares de la “Selecta”. La profecía se hizo realidad apenas un
año más tarde. Durante un entrenamiento con la Sub-20, me avisaron de que había
sido convocado con la selección absoluta, debido a la baja de dos porteros, Nicky
Chávez y Mauricio Castillo. El día de mi debut fue el 5 abril de 1979, en un
amistoso ganado 1-0 contra Panamá. En las siguientes semanas jugué como titular
en el torneo de la Unión Centroamericana contra Costa Rica, Guatemala y
Nicaragua. También en 1979, pasé al Atlético Marte, uno de los más importantes
clubes en El Salvador. Pensándolo ahora, fueron golazos por la escuadra para un
chico que pocos años antes no había tocado un balón de fútbol.
El único lugar realmente seguro era el estadio, el fútbol fue para los
salvadoreños una de las pocas distracciones dentro de una vida cotidiana difícil.
En esos años había un toque de queda a las seis de la noche y los partidos de liga se
disputaban a las tres de la tarde o a las once de la mañana, cuando hacía
demasiado calor. A algunos de mis compañeros de equipo fueron detenidos en la
calle por militares o guerrilleros. Al menos, cuando los reconocían, los dejaban irse.
Para ambos bandos, la “Selecta” era sagrada. En el vestuario no hablábamos de
política, la guerra civil había influenciado nuestras vidas, pero una vez en el
campo, nos olvidábamos de todo.
La rivalidad fue siempre fuerte, pero con los años mejoraron las relaciones
diplomáticas. Un mes antes del comienzo de la Copa Concacaf, el 30 de octubre de
1981, ambos países firmaron el armisticio. Fue así también a nivel futbolístico.
Tanto nosotros como Honduras teníamos un enemigo común: México. Un país que,
excepto en la edición de 1974, siempre ha participado en el Mundial y siempre ha
mirado hacia el sur por encima del hombro con un aire de superioridad y
desprecio. Un periodista mexicano, Manuel Seyde, escribió que “en Centroamérica
se juega con la pelota cuadrada”. La frase fue más tarde erróneamente atribuida a
Hugo Sánchez, pero no importaba.
En los dos partidos siguientes, terminé con el arco invicto, empatando 0-0
contra Cuba y Honduras. El derby contra los anfitriones no fue una guerra. A
Honduras le faltaba sólo un punto para clasificar matemáticamente, un empate
para nosotros era un buen resultado para jugarnos todo en la última fecha. El 19 de
noviembre de 1981 cumplimos nuestro papel, derrotando a Haití 1-0 con un penal
de Norberto Huezo. Aun así, la victoria no era suficiente, tuvimos que esperar los
resultados del resto de partidos: Canadá-Cuba y México-Honduras. Gracias a Dios,
Canadá y México no ganaron sus partidos, solo empataron, y esa combinación de
resultados nos dio la clasificación. Los países que jugaban con la pelota cuadrada
se iban a España, los mexicanos se quedaban en casa. Para mí fue una gran
satisfacción: jugué todos los partidos y me marcaron sólo un gol. Sin mis paradas,
El Salvador no se hubiera clasificado, lo prometo. Me alegró haber dado una
sonrisa a mi pueblo, que estaba sufriendo por culpa de la guerra civil. Tenía la
ilusión de que, gracias al fútbol, El Salvador fuera otra vez un país feliz.
En pocos minutos sufrimos otros dos goles, de Tóth (50') y otro de Fazekas
(54'). Un miembro del banquillo llegó detrás de mi arco para informarme que iba a
ser substituido. El cambio, sin embargo, nunca sucedió. Algunos argumentan que
mi sustituto, Eduardo Hernández, se negó a entrar por miedo a la vergüenza.
Alguien dice que “Pipo” Rodríguez cambió de opinión para no quemar a dos
porteros en un solo partido.
En siete minutos, del 69 al 76, Hungría marcó otros cuatro: tres László Kiss
y otro de Lázár Szentes, ambos suplentes. Fue un apagón, de repente nos
sentíamos cansados física y mentalmente. Si hasta el 5-1 pensábamos en atacar,
después de esos siete minutos horribles nuestro único pensamiento era irnos a toda
prisa a la ducha. Antes del final, llegó el décimo gol de Nyilasi. Además de ser el
portero más joven en la Copa del Mundo, yo me convertí también en el que había
sufrido el major número de goles en un solo partido. Mientras yo estaba
desesperado, en algún rincón de Corea del Sur, Hong Duk-Yung probablemente se
alegró de haberse deshecho de ese récord negativo (Hungría-Sur Corea 9-0, 1954).
Las palabras de Guy Thys no fueron las únicas burlas contra nosotros.
Hablando con los periodistas españoles, Diego Maradona prometió que, si
Hungría había marcado diez goles, él y Argentina habrían marcado once. Nunca
me creí esas palabras. Meses antes, encontramos a Diego en un amistoso contra
Boca Juniors y fue muy agradable hacia nosotros, se deshizo en elogios sobre todo
con Mágico González. Fuera como fuese, el equipo técnico utilizó las palabras de
Maradona para motivarnos y para intentar gastarle una bromita a Argentina, que
necesitaba una victoria para pasar a la segunda ronda. El defensor encargado de
marcar a hombre al “Pibe de Oro" fue Jaime Rodríguez, el único de nosotros que
jugaba en Europa.
Los argentinos pensaron más en salvar los tobillos y marcaron el gol del 2-0
con un implacable zurdo Daniel Bertoni. A pesar de las tres derrotas, salimos con
la cabeza bien alta del Mundial. O al menos eso era lo que pensábamos. De regreso
a San Salvador, la bienvenida a mis compañeros fue terrible. Junto a cuatro
compañeros, Rodríguez, Huezo, Mágico González y Ventura, nos quedamos unos
días extra en Europa de vacaciones, también para negociar nuestro futuro. Tres de
nosotros firmaron por clubes españoles: Mágico González con el Cádiz, Huezo con
en Palencia y yo con el Murcia. El Paris Saint-Germain y todos los clubes que
estaban interesados en mí antes de la Copa del Mundo habían desaparecido.
¿Quién ficharía a un portero que ha recibido diez goles en un partido? El único
equipo que me llamó fue el Real Murcia, que jugaba en Segunda División. Mejor
que nada, pensé. En 1983 ganamos el campeonato de Segunda División, pero no vi
nunca el campo, siempre estuve sólo como reserva de Francisco Echevarria.
En todas partes donde fui me recibieron con insultos, pero nunca pensé en
dejar El Salvador, antes de 1989. El motivo por el qué emigré, o más bien fui
obligado a emigrar, tiene un nombre: Ramón Flores Berríos, presidente de la
Federación. Flores Berríos tenía la ambición de convertirse en presidente de la
UNCAF (Unión Centroamericana de Fútbol) y lo vi hablar con los dirigentes
costarricenses, antes del partido El Salvador-Costa Rica de las eliminatorias para la
Copa Mundial de Italia 90. Ese día no nos dejaron entrar en nuestro estadio para el
entrenamiento en lugar de los costarricenses, y ni siquiera nos dieron nada para
comer. El presidente tampoco renovó el contrato al seleccionador Miroslav
Vukašinović que, tras la derrota 4-2, regresó a Europa. Estaba claro que Flores
Berríos había vendido nuestra selección para beneficio personal.
Primera ronda:
Segunda ronda:
Primera ronda:
15-6-1982, Elche: Hungría-El Salvador 10-1 (4', 83' Nyilasi, 11' Pölöskei, 23',
54' Fazekas, 50' Tóth, 64' Ramírez Zapata, 69', 72', 76' L. Kiss, 70' Szentes)
Clasificación Grupo 3:
Goleadores de El Salvador:
Futbolísticamente ateo, simpatiza por quien juega con pasión y por los
“underdog” (los que no son favoritos), sin tener en cuenta el color de la camiseta.
Entiende el futbol como una filosofía de vida, basándose en los clásicos de ayer y
hoy: “La victoria de un título es algo efímero” (Socrates) y “Quien sólo sabe de
fútbol, no sabe nada de fútbol” (José Mourinho). Apasionado de literatura
deportiva, si tiene que hacer un regalo de cumpleaños, elige: “El fútbol a sol y
sombra” de Eduardo Galeano.