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Es bastante aliviador que el Dios de los primeros días siga siendo el mismo hoy y
siempre (Stg. 1:17), ya que dejó en su Palabra principios y aplicaciones que
marcan la pauta para saber cómo debemos vivir hoy, en medio de un mundo
relativista y rebelde.
Hemos recorrido seis años desde que el Señor nos llevó a construir una
comunidad local y desde entonces, hemos sido testigos de su cuidado y su
enseñanza constante, que siempre nos invita a sumergirnos en su Palabra y
descubrir tesoros que son más valiosos que la plata o el oro, que son
fundamentales porque nos indican hacia dónde seguir y qué decisiones tomar,
para su gloria y el beneficio del grupo de creyentes que somos.
Recientemente, se ha despertado en nosotros la inquietud por la conformación de
la iglesia, como representante del Señor en esta tierra y reflejo del orden que
hemos visto desde las primeras páginas de las Escrituras.
Este texto da cuenta de un pequeño recorrido bíblico que hicimos para conocer un
poco más sobre la figura del anciano y sus funciones dentro de la iglesia local. Ha
sido muy provechoso para nosotros porque nos ha llevado una vez más a
comprender que nuestro Dios ama el orden y anhela que se realice un trabajo en
equipo entre creyentes para que la carga no recaiga sobre uno solo (o unos
pocos), y así, se evite el desánimo y la frustración.
Esperamos poder generar un espacio de diálogo a partir de esta breve reflexión.
EL ANCIANO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
El término “anciano” aparece por primera vez en el libro de Génesis para referirse
a personas mayores en cuanto a edad (Gn. 25:8; 43:27).
Sin embargo, la palabra toma un nuevo sentido desde Éxodo, cuando hay una
nación que depende de una promesa y que la identifican como el pueblo de Dios,
la cual espera la liberación de la opresión de Egipto, pero no pierde su orden tribal:
cada anciano (del hebreo ז ֵָקןzaqen, ‘persona que tiene autoridad’) es el líder de
cada tribu. Ellos tienen la tarea de acompañar a Moisés ante Faraón (Éx. 3:16,
18), convocar al pueblo para recibir el mensaje del Señor (Éx. 4:29) y transmitirles
las indicaciones para la Pascua a las personas (Éx. 2:21). Entonces, es evidente
su importancia como líderes que deben comunicar el mensaje de Dios, bajo la
dirección de Moisés y Aarón.
Cuando vieron la mano poderosa del Señor al liberar al pueblo, Moisés cumplió la
función de juez ante todas las personas de Israel, por lo cual “[juzgaba] al pueblo;
y el pueblo [estaba] delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde” (Éx.
18:13), hasta que su suegro Jetro, anciano y sacerdote de Madián, le comunicó su
preocupación: “No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también
este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no
podrás hacerlo tú solo” (vv. 17-18). Entonces, le aconsejó que eligiera un grupo de
hombres de la comunidad con ciertas características:
• Varones de virtud, del hebreo, ( חַ יִלchayil), que significa ‘virtud, rectitud,
integridad e idoneidad’.
• Temerosos de Dios, del hebreo, ( י ֵָראyaré), que significa ‘temeroso, piadoso,
que teme a Dios, religioso’.
• Varones de verdad, del hebreo '( אֱ מֶ תemeth), que significa ‘honradez,
rectitud, integridad de mente’.
• Que aborrezcan la avaricia, del hebreo ( בֶ צַ עbetsá), que significa odiar la
‘ganancia injusta’, la cual se obtiene por sobornos o cualquier otra clase de
fraudes.
Así que Moisés siguió el consejo de su suegro (24): siguió siendo la autoridad
que presentaba los asuntos delante de Dios (Éx. 18:19), pero contaba con un
grupo de hombres idóneos para juzgar al pueblo en todo tiempo, con el fin de que
su carga fuera más ligera, pues ellos la llevaban junto con él. Eran jefes de
millares, de centenas, de cincuenta y de diez. (vv. 21-22).
En adelante, se presentan muchos pasajes donde se ve que los ancianos le
comunicaron al pueblo las órdenes que Moisés recibía de parte del Señor (Éx.
19:7-8; 24:1-2); fueron los delegados cuando Moisés fue al encuentro con Él (Éx.
24:14); eran los responsables de presentar y matar el becerro ante el tabernáculo,
cuando el pueblo pecaba sin darse cuenta (Lv. 4:13-15).
A pesar del orden que se había instaurado para juzgar los asuntos del pueblo,
Moisés se sentía agobiado por la actitud del mismo, por lo cual se quejó ante el
Señor: “¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿Y por qué no he hallado gracia en
tus ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Concebí yo a
todo este pueblo? ¿Lo engendré yo, para que me digas: Llévalo en tu seno, como
lleva la que cría al que mama, a la tierra de la cual juraste a sus padres? ¿De
dónde conseguiré yo carne para dar a todo este pueblo? Porque lloran a mí,
diciendo: Danos carne que comamos. No puedo yo solo soportar a todo este
pueblo, que me es pesado en demasía. Y si así lo haces tú conmigo, yo te ruego
que me des muerte, si he hallado gracia en tus ojos; y que yo no vea mi mal” (Nm.
11:11-15). Por esta razón, el Señor le dijo que reuniera 70 ancianos del pueblo (de
los que ya se habían escogido previamente), pues iba a tomar del espíritu que
había en Moisés para dárselo a ellos también, de manera que pudieran llevar la
carga con él (vv. 16-17).
La Ley describe detalladamente cuál es el rol del cuerpo de ancianos dentro de la
comunidad de Israel:
• Exponer el pecado de un asesino y castigarlo, así estuviera en una ciudad
de refugio (Dt. 19:11-13).
• Eximir la responsabilidad de su propia comunidad cuando encontraban un
cadáver a campo abierto y no se sabía quién era al asesino (Dt. 21:1-9).
• Atender a los padres de un hijo incorregible y matarlo a pedradas (Dt.
21:18-21).
• Deliberar cuando se ponía en tela de juicio la honra de una mujer recién
casada (Dt. 22:13-22).
• Junto con los sacerdotes, eran los responsables de leerle la Ley al pueblo
durante el año de Liberación (cada siete años) y durante el Festival de las
Enramadas para que “oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios, y cuiden
de cumplir todas las palabras de esta ley” (Dt. 31:9-13).
Después del tiempo de servicio de Moisés, la presencia del cuerpo de ancianos
en la comunidad de Israel fue un hecho constante. Hubo ancianos durante el
tiempo de Josué (Jos. 23), de los jueces de Israel (Jue. 11:1-11; 21:16-22), de
Samuel (1 Sam. 8:1-5; 11:1-4; 16:4-5), de los reyes (2 Sam. 19:11-12; 1 R. 8:1-3;
12:6-8, 2 R. 6:32; 23:1, Is. 3:14-15; Jer. 19:1-3), durante el cautiverio (Lam. 1:19;
5:14, Ez. 8:12) y el retorno (Esd. 5:3-5; 6:13-15).
LOS ANCIANOS EN LA IGLESIA DEL SEÑOR
En el Nuevo Testamento, la palabra griega para anciano es πρεσβύτερος
(presbyteros) y tiene varias connotaciones: la primera hace referencia a los judíos,
a los miembros del gran concilio o Sanedrín, quienes no compartían las
declaraciones y enseñanzas de Jesús, por lo que planeaban matarlo, junto con los
principales sacerdotes y los maestros de la ley religiosa (Mt. 16:21; 21:23; Mc.
14:47; Lc. 9:22; 22:52). Presbyteros también se refiere a quienes manejaban
asuntos públicos y administraban justicia en ciudades separadas.