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LA VIDA BAJO EL PACTO

Lectura bíblica: Gal 4:21-5:1-6

El pacto nos identifica (4:21-31):

- La promesa de Dios dada a Abraham, es para todos lo que por la fe entran en el pacto (cf.
Gal 3:6-9).
- El pacto nos da identidad en Cristo como hijos de Abraham, de modo que somos
herederos de su promesa, como hijos nacidos en libertad.
- La otra identidad, no heredera de la promesa, consiste en la esclavitud que trae la
confianza en la Ley.(cf. Gal 4:8-11)

El pacto nos libera (5:1-5): ***Martín Lutero***

- No existe una manera de confiar en la Ley y en Cristo al mismo tiempo. La gracia de Dios,
mostrada en la obra de Cristo, nos libera de la Ley, de modo que depositar la confianza en
las obras de la Ley, significa volver atrás y considerar vana la obra de Cristo.
- La justicia que nos corresponde, es imputada por Dios, de tal modo que solo la recibimos
por medio del Espíritu Santo.

El pacto nos hace obrar (5:6)

- No obramos por identificarnos con la Ley, ni dejamos de obrar por identificarnos por la
gracia.
- Porque tenemos fe y amor, obramos.
- Las obras que agradan a Dios, son aquellas que Dios ya ordenó para que las hiciéramos.
(cf.Ef. 2:10)

1.- ¿Con qué convicción sostengo que soy hijo de Dios?

2.- ¿De qué manera relaciono la justicia de Dios con mis culpas personales?

3.- ¿De qué manera relacionamos nuestras obras frente a la obra de Cristo?
LA EXPERIENCIA DE LA TORRE, MARTÍN LUTERO.

En 1512, Lutero se doctoró en teología y por aquella época ya contaba con un conocimiento nada
despreciable de la Biblia. Porsupuesto, las Escrituras no estaban ausentes del mundo en el que
había crecido Lutero, pero su influjo se encontraba muy mediatizado. La gente sencilla podía
conocer historias de la Biblia gracias a una transmisión oral o a lo que podían contemplar en las
imágenes pintadas o esculpidas de las iglesias. Quizá no ignoraban momentos esenciales de la vida
de Jesús o de los personajes del Antiguo Testamento, pero a él se sumaba la proliferación de
leyendas piadosas, no pocas de las cuales hoy nos provocarían una sonrisa.

Para Martín, sin embargo, el contacto con el texto sagrado empezó a proporcionarle una vía de
salida a la angustia. Como señalaría años después, no había aprendido su teología “de golpe”, sino
que había tenido que “buscar en profundidad” en los lugares a donde lo “llevaban las
tentaciones”[1]. La afirmación se corresponde, desde luego, con la realidad histórica. Como ha
señalado J. Atkinson[2], Lutero formuló las preguntas correctas -¿cómo puedo salvarme siendo
Dios justo y yo injusto?– y recibió las respuestas correctas. La respuesta la encontró en la Biblia
leyendo el inicio de la carta a los Romanos donde el apóstol Pablo afirma que “en el Evangelio, la
justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: mas el justo vivirá por la fe” (Romanos
1:17). Lutero captó que la justicia de Dios tenía una doble dimensión. Por un lado, se trataba de
una cara que exigía que los hombres fueran justos y que anunciaba un juicio, pero, por otro,
poseía también un rostro salvífico que actuaba en los seres humanos mediante la fe en Cristo.

El descubrimiento de esa doctrina provocó en Lutero un cambio esencial, una conversión, que
recuerda por su conexión con la carta a los Romanos a la experimentada por Agustín de Hipona
antes o por John Wesley después. Este episodio, denominado convencionalmente como
“Experiencia de la torre”, ya que se supone que tuvo lugar encontrándose en el citado lugar vino
preparado por la búsqueda y el estudio de años, pero, muy posiblemente, fue como un resplandor
repentino, como una iluminación inmediata, como un fogonazo que arrojó luz sobre toda su vida.

Según la descripción del propio Lutero, semejante experiencia lo liberó de la ansiedad, del temor
y del pecado y lo llenó de paz y de sosiego, unas circunstancias comunes en las experiencias de
conversión. Ignoramos con certeza cuando tuvo lugar la “experiencia de la torre” y los expertos se
dividen a la hora de señalar la fecha entre 1508-9, 1511, 1512, 1513, 1514, 1515 e incluso 1518-9.
1512 resulta la fecha más tardía aceptable porque en 1513 – cuando enseñaba los Salmos con una
perspectiva cristológica - ya estaban presentes en su obra todos los elementos de esa visión sobre
la salvación.

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