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Hna Ivana Gastaldelli, fsp

VOCACIÓN Y MISIÓN DEL


CATEQUISTA
CURSO DE INICIACIÓN - 2

PAULINAS
Comisión Arquidiocesana de Catequesis
Santiago, R.D.

"Nihil obstat et imprimatur"


+ Juan Antonio Flores Santana
Arzobispo de Santiago de los Caballeros, R.D.
17 de marzo 2000
© Pía Sociedad Hijas de San Pablo Calle 16 de Agosto 134
Santiago de los Caballeros, R.D.
Telefax: 583-6452 - E-mail <hsp2codetel.net.do> 2.000
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PARCIAL ES PROPIEDAD DEL EDITOR.

Editado e impreso en República Dominicana por SUSAETA Ediciones Dominicanas, C. por A. Printed in
Dominican Republic Reg. Ind. No. 16848

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PRESENTACIÓN

El material que tenemos en nuestras manos sobre los "Sacramentos y la Moral Cristiana", es
fruto de la sólida reflexión catequética y de varios años de experiencia que la Hermana Juana
Gastaldelli, HSP, ha elaborado para la formación de los catequistas y otros grupos, y también para
aquellas personas interesadas en fortalecer su fe.
"Vocación y Misión del Catequista" es un subsidio realmente valioso, que trata de ofrecer los
elementos fundamentales de nuestra fe en forma clara y atrayente. La temática es presentada de
manera sencilla, dentro de una metodología activa y participatiua, a fin de ayudar a vivenciar mejor
los contenidos y favorecer su comunicación a través de las dinámicas y los trabajos de grupo.
Todo el temario trata de hacer una síntesis entre fe y vida. Además ayuda a preparar a las
personas para que lleguen a tener un encuentro vivo y personal con Dios a través de Jesús y en la
Iglesia.
En fin, este recurso es una gran ayuda al esfuerzo de la evangelización y la educación de la
fe de tantas catequistas y animadores, que trabajan incansablemente para que la Buena Nueva llegue
a todos.
Que la Virgen María de La Altagracia y Estrella de la Nueva Evangelización nos ayude a
impulsar la catequesis con más ánimo y fe.
P. Delfín Noriega Jr. cicm
Director Diocesano de Catequesis
Diócesis de Barahona

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INTRODUCCIÓN GENERAL

Desde tiempo se afirma que la formación de los catequistas constituye un desafío, una
urgencia y la gran prioridad pastoral. Esta conciencia eclesial es un paso logrado, pero hace falta
también encontrar el modo realista y eficaz de darle respuesta, de hacerla praxis, a fin de que ese
objetivo se haga meta lograda.
Esta Comisión Arquidiocesana de Catequesis ha buscado asumir las necesidades de nuestra
Iglesia particular en el campo de la formación de los catequistas y está tratando de dar respuestas
reales, siguiendo las orientaciones del Magisterio Universal, de la Iglesia local y especialmente las
hermosas propuestas del nuevo Directorio General de Catequesis, el cual explicita que la formación
de los catequistas debe referirse al mismo ser del catequista, o sea, a su identidad, su ideal, su
vocación y su misión. Y afirma también que esa formación debe ofrecerle una preparación adecuada
en cuanto a los contenidos específicos y complementares de la catequesis, es decir, formar al
catequista a nivel del saber y del saber hacer (cf. DGC, 238), a fin de que el educador de la fe sea
realmente un creyente adulto, un testigo, un maestro y un pedagogo.
Este libro: "Vocación y Misión del Catequista" constituye el itinerario formativo para la
tercera y cuarta etapa del Curso de Iniciación. El catequista que sigue activamente la formación de
las cuatro etapas, puede adquirir una real "Iniciación" que lo capacita para vivir su vocación y
realizar su misión.
Con el primer volumen: "Para Ser Catequista", que contiene el itinerario para la la y 2a etapa
del Curso de Iniciación, el que desea ejercer el sublime servicio de educar la fe de los hermanos, ha
ido clarificando su vocación, su ideal y su misión. Además se le ha ofrecido una sintética, pero clara
explicación de la fe cristiana, contenida en el Credo o Símbolo de los Apóstoles (la etapa). En la 2a
etapa se han ofrecido algunos aspectos fundamentales para el conocimiento de los destinatarios y
las motivaciones teórico-prácticas en cuanto a la metodología del "acto catequético", sea que éste se
viva con niños, con jóvenes o con adultos.
Con el segundo volumen se sigue ahondando en la vocación del catequista, el cual debe ser
sacramento, es decir, signo de fe que se percibe y palabra cristiana creíble, y pedagogo, o sea
ejemplo y facilitador del camino cristiano. En la 3a etapa, en forma clara y muy participativa, se
presenta la fe celebrada: los Sacramentos de la Iglesia.
La 4a etapa profundiza la moral cristiana. En esta parte se ofrece un perfil de la pedagogía
de Jesús y del catequista como pedagogo, que debe explicar la moral cristiana y ayudar en el
seguimiento de Jesucristo.
Al final de cada etapa se proponen ejercicios prácticos, para que el contenido estudiado sea
formulado en un concreto esquema de catequesis. Por todo eso, el libro tiene un uso polivalente:
- puede ser utilizado como recurso de formación personal;
- como manual de apoyo en los Cursos de Iniciación y
- como guía para orientar la formación permanente de los catequistas parroquiales.
Con el deseo de que este subsidio pueda ayudar a celebrar la fe y vivirla como seguimiento
de Cristo, con alegría y esperanza, lo confiamos en las manos de catequistas-catequizandos y sus
formadores.

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III ETAPA: LOS SACRAMENTOS DE LA
IGLESIA

1. EL CATEQUISTA ES "SACRAMENTO": Signo y Palabra

INTRODUCCIÓN
La vocación del catequista es la de ser "sacramento", es decir, signo visible y transparente de
lo que afirma, y palabra creíble de lo que dice y enseña. En realidad, es signo si es palabra creíble, y
es palabra si es signo.
La palabra, en el sentido bíblico, no es apenas sonido o ruido, sino acontecimiento, realidad.
Por ejemplo: la creación, la liberación, la Ley, la Encarnación, la Redención, la Iglesia... son
"palabras" de Dios, son realidades en las que el Señor se comunica y actúa.
El catequista es palabra, o sea, es realidad-acontecimiento, porque en él y por medio de él el
Señor comunica su mensaje, lo visibiliza, lo concretiza, lo encarna. En cada catequista podemos
decir que Dios visita a su pueblo y le muestra su salvación.
Si el catequista es palabra y signo, debe ser una persona de palabra, a fin de poder decir,
pronunciar, comunicar, vehicular la Palabra, la realidad salvadora.
Aquí surge el gran desafío del catequista, especialmente en un contexto de relativización de
la palabra, donde abundan palabras que no se realizan ni realizan lo que afirman: cumplir lo que uno
dice o promete.
El ejemplo de la identidad del catequista es Jesucristo. El es la Palabra, es el Sí, el Amén sin
ningún pero o no (cfr. 2 Cor 1, 19-20). Y Jesús recomendó a los suyos de ser sí (cfr. Mt 5, 37;
21,30).
En esta realidad en que vivimos, emerge mayormente nuestro compromiso de ser realmente
una palabra, y se nos ofrece la tarea de ser signo de otra realidad: evangelizar nuestra cultura.
Seremos evangelizadores, no por decir muchas palabras religiosas, sino por hacernos palabra,
coherencia, o sea, personas que viven lo que dicen o prometen.
Trabajo de grupos: -En pequeños grupos, manifestar y apuntar las respuestas relacionadas
a estas preguntas:
- ¿Cómo ser y qué hacer para evangelizar nuestra cultura? ¿Para dar su peso y su valor a la
palabra?
- Plenario, diálogo compartido y complementación.

Dinámica de presentación:
-"Somos un libro nuevo, desconocido"
- Dibujar un libro grande sobre una hoja de papel y pegarlo en la pared.
- Nuestro libro tiene mapas y tiene escritura. ¿Cómo conocerlo y presentarlo?
- Juntarse en parejas -menos conocidas- y dialogar acerca de la vida, el ser de cada uno.
- En el plenario, un miembro de la pareja presenta al otro, subrayando algún detalle que
mayormente lo califique. Por ejemplo:
• Nombre... Lugar donde vive... Parroquia...

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• Cómo es, qué hace.
• Algunas características particulares.
- Se pegan "las palabras", es decir, los nombres de las personas en hoja grande con forma de
libro.
- Resonancia de lo que nos ha enseñado esta dinámica.

TÓPICOS PARA ORIENTAR LA REFLEXIÓN DE ESTA PARTE


1. El catequista debe ser palabra humana
- Un experto en humanidad, con equilibrio psíquico y madurez afectiva.
- Persona con actitudes y capacidades que lo cualifiquen humanamente y lo hagan idóneo
para "decir" su palabra.
• Alguien que sabe escuchar.
• Alguien que sabe interpretar.
• Alguien que sabe comprender.
- Debe ser una persona situada y con un proyecto de vida y de misión.

2. El catequista debe ser palabra cristiana


- Es -debe ser- un seguidor de Jesucristo.
- Debe seguir a Jesucristo, que ha mostrado el rostro del Padre y ha realizado su voluntad, su
Reino.
- Siguiendo a Jesús, el catequista es un servidor de los hermanos.

3. El catequista debe ser palabra eclesial


- El catequista testimonia y comunica el Credo de la Iglesia:
• Se siente portavoz consciente de la Iglesia.
• Profundo sentido de pertenencia eclesial-comunitaria.
• Testigo de la Iglesia que lo envía a ser su voz.
• Adhesión y asimilación al "depósito de la fe".
• La pertenencia eclesial de un catequista lo debe cualificar para saber dar un doble
testimonio de la Iglesia: en su dimensión universal y en su dimensión particular.

4. El catequista debe ser palabra pedagógica


- Es un pedagogo porque es alguien que acompaña, y en ese caminar sabe abrir y facilitar el
camino a los demás.
- Es presencia constante, pero nunca invade los espacios de la autonomía de los demás; sabe
ayudarlos sin substituirlos.
- Como pedagogo, busca conocer el mundo, la realidad global de sus catequizandos: realidad
personal, familiar, ambiental, estructural...
• El catequista es un sabio: posee un saber asimilado, hecho experiencia.

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• El catequista es un maestro: estudia, se prepara, conoce lo que enseña, pero sobre todo
enseña con el ejemplo, como hacía Jesús.
• Es un líder y un animador: sabe motivar para superar dificultades y mantener vivo el
ideal.
• Educa con método: no es un improvisador desordenado.
• Conoce métodos y elabora su método, de acuerdo a los destinatarios.

5. El catequista debe ser palabra eficaz: "sacramento"


- Hay palabras que son apenas ruidos, pero otras son mensajes que hacen cambiar.
- Hay palabras que sólo informan, pero otras transforman: eso deben ser los catequistas.

II. LA SACRAMENTALIDAD DE LA VIDA Y LOS SACRAMENTOS


DE LA IGLESIA

INTRODUCCIÓN
En la vida humana todos nos movemos y nos relacionamos con signos, palabras y símbolos.
Toda la comunicación humana y las relaciones interpersonales se realizan a través de estas
mediaciones: palabras, gestos, signos y símbolos. Así, para mostrar y comunicar a alguien mi
cariño, puedo expresárselo a través del vehículo de las palabras, o a través de un gesto: un abrazo,
un acto de servicio, de atención...
También Dios se ha comunicado a nosotros y sigue comunicándose a través de
"sacramentos" (Leer: DV 2 y Heb 1,1ss). Jesucristo es, de hecho, el Gran Sacramento del Padre,
para revelarnos y comunicarnos su amor y su salvación. Jesús hizo visible y palpable, a través de
actitudes, palabras, gestos, signos o milagros, la salvación de Dios. San Juan llama "signos" a las
acciones milagrosas que Jesús realizaba. De hecho eran signos que revelaban su gloria, su amor, su
misericordia, su vida sobre la muerte, su luz sobre las tinieblas, etc.
La palabra Sacramento expresa un verdadero "misterio", es decir, una realidad profunda y
salvadora, que se manifiesta a través de palabras, gestos y signos simbólicos.
Toda nuestra vida está envuelta y sostenida por realidades simbólicas, pues, ¿qué sería la
vida si las personas no tuviesen palabras, gestos y signos para expresar y comunicar las realidades
más bellas y profundas de su existencia? Sencillamente no sería una vida humana.
Sólo en la vida más allá del tiempo y del espacio, no tendremos necesidad de mediaciones
para la comunicación, pues entonces veremos a Dios "cara a cara" (cfr. 1Cor 13,12). En el cielo no
habrá comunicación o revelación sacramental, sino directa. Es nuestro cuerpo de carne que necesita
de estas mediaciones para conocer, comunicarse y recibir.
Hay signos que viabilizan y hacen visibles valores: amistad, perdón, vida, solidaridad,
ternura, comprensión..., y otros que transmiten antivalores: rencor, agresividad, hipocresía,
violencia, antipatía...
Toda la vida humana se mueve en este ámbito de la sacramentalidad, de los signos y
símbolos. Podemos ser signo del Reino de Dios, o sea de aquellas realidades humano-divinas que el
Señor vino a inaugurar; o podemos ser signo contrario de ese Reino, pero en todo lo que hacemos,
en toda nuestra vida, usamos signos: palabras, símbolos, gestos, sonidos, imágenes... Algunos de

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esos signos son más o menos eficaces, o sea, transmiten y comunican valores, o dejan las cosas
como son; son signos huecos, vacíos; son pantallas.
Dinámica: - Se divide el grupo en parejas.
- Un miembro comunica al otro un valor, sirviéndose de gestos, signos, símbolos y palabras.
Otro miembro "comunica", con esas mediaciones, un antivalor.
Plenario y reflexión orientada por parte del asesor, destacando la fuerza de arrastre que
tienen los signos.

TÓPICOS PARA ORIENTAR LA REFLEXIÓN:


- Toda comunicación humana es realizada siempre a través de mediaciones.
- El conocimiento sacramental es más profundo que el conocimiento directo.
- El catequista debe ser "sacramento", es decir, un signo eficaz, que manifiesta, arrastra y
comunica la salvación de Jesucristo que proclama y explica.
- El catequista es palabra, es signo.
- El catequista que no es "sacramento" merece el reproche de Jesús a los fariseos: dicen pero
no hacen, no viven lo que enseñan.

1. DIOS SE REVELA, NOS HABLA Y NOS SALVA A TRAVÉS DE


PALABRAS Y SIGNOS.
También Dios utiliza signos simbólicos para comunicarse con nosotros, para ofrecernos su
amor. Y su don es siempre vida y salvación. El primer sacramento, es decir, el primer signo-palabra
para revelarse y comunicarse con nosotros es la creación. Ella es la primera acción de Dios para
establecer con nosotros una relación. Otro signo-palabra elocuente ha sido la liberación de su
pueblo de la esclavitud de Egipto. Así lo reconoce y lo canta el salmista (Ver Salmo 136, 2-12).
Además de esas acciones privilegiadas, toda la historia de la salvación, y toda nuestra
historia personal y colectiva está marcada y tejida por los "sacramentos" de Dios, o sea, por
aquellos signos a través de los cuales El nos orienta y nos salva: acontecimientos, personas,
acciones, palabras... Lo que no siempre nosotros sabemos hacer es reconocerlos, y eso no por ser
ellos enigmáticos, sino por tener nosotros una mirada opaca; por nuestra falta de fe.
Los signos nos indican o recuerdan la presencia de algo o alguien. Así por ejemplo, cuando
vemos a lo lejos humo, sabemos que allá hay un fuego. Cuando vemos una huella en la arena,
sabemos que por allí pasó una persona. Cuando vemos una Cruz, nos acordamos de Jesús, que
murió por nosotros.
Hay signos que son sólo recuerdo. Por ejemplo, una foto nos recuerda a esa persona. Pero
existen también signos que comunican algo, una experiencia, una emoción... Por ejemplo, al
escuchar el sonido de una guitarra, no sólo nos recuerda al guitarrista o al compositor de esa
melodía, sino que también suscita en nosotros emociones, sentimientos, experiencias agradables.

2. JESUCRISTO: PALABRA Y SIGNO DE DIOS.1

Para comunicarse con nosotros Dios tuvo y tiene que usar signos o sacramentos. Mientras
vivamos en el tiempo y en nuestro cuerpo de carne, ellos son los medios necesarios para que
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podamos reconocer y acoger lo que Dios tiene para decirnos y ofrecernos. A todas estas
mediaciones llamamos también sacramentos, aunque esta palabra esté más relacionada con algunas
acciones y algunos signos particulares. Sin embargo, el gran gesto o signo con el cual El se ha
comunicado totalmente con la humanidad ha sido su Hijo Jesucristo: su Encarnación, su Vida,
Muerte, Resurrección y Ascensión. En Jesucristo Dios se ha hecho visible y cercano, hizo escuchar
su Palabra y ha mostrado su amor para con nosotros. Por eso decimos que Jesucristo es el
Sacramento de Dios Padre, de Quien nos vienen todos los demás sacramentos o Signos salvadores.
Jesucristo no sólo explicó con las palabras el amor de Dios hacia nosotros, sino que mostró
ese amor a través de muchos gestos, llamados signos o milagros. El Evangelio está lleno de signos
que revelan y ofrecen el amor de Dios hecho perdón, salud, fuerza, vida, liberación, luz. Todo lo
que Jesús decía y hacía era signo del amor misericordioso de Dios.

3. "YO ESTARÉ CON USTEDES HASTA EL FIN DEL MUNDO": DIOS


HABLA Y ACTÚA EN LA IGLESIA.

La Ascensión de Jesús no es la fiesta de su despedida, sino el comienzo de su nueva


presencia, como Resucitado. Las palabras que finalizan el Evangelio de Mateo son una promesa
muy consoladora: "Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).
Naturalmente que su presencia y su acción ya no es directa, sensible, física como cuando El obraba
y hablaba en la Palestina antes de la Pascua. Ahora su presencia y su acción es sacramental; se
realiza a través de signos y palabras, pero es una presencia real y una acción eficaz. Y esa presencia
actuante del Señor se realiza en y a través de la Iglesia. Por eso la misma Iglesia es Sacramento de
Jesucristo, pues en ella el Señor sigue presente entre nosotros y continúa su acción salvadora.
Como Jesucristo ha sido el signo visible del Padre a través de todas sus palabras, gestos y
acciones que culminaron en la Pascua, del mismo modo la Iglesia es constituida por Cristo como su
Signo visible. Es por eso que en la Iglesia Jesucristo sigue proclamando la Palabra que salva y
ofreciendo sus gestos de amor, de perdón y de vida.

Dinámica:
- Mesa redonda o debate en el que los participantes van respondiendo a los que afirman que
la Iglesia no es necesaria para encontrarnos con el Señor y recibir sus medios de salvación.
- El animador debe apuntar las respuestas para luego aclarar, corregir y completar los
contenidos en la complementación.

4. LA IGLESIA, SACRAMENTO DE CRISTO Y ADMINISTRADORA


DE LOS SACRAMENTOS.

La Iglesia es el Sacramento de Cristo, porque es la realidad que lo hace presente y visible.


Ella lo proclama y en ella debe ser posible encontrarlo, pero esto constituye un acto de fe y un
compromiso por parte de todos los cristianos. Las personas que dicen: "Cristo sí; Iglesia no",
pueden expresar brutalmente una acusación de las manchas y arrugas que desfiguran el rostro de la
comunidad cristiana (cfr. Ef 5, 26-28). Sin embargo, a pesar de sus manchas y arrugas, la Iglesia
está íntimamente ligada a la persona de Jesucristo y hace presente, para nosotros, las acciones
salvadoras del Señor. Por tal motivo, si por un lado no se puede identificar la Iglesia con Jesucristo,
por otro no se puede separar de El: Cuerpo y Cabeza van juntos. Por lo tanto, cuando Pedro o Pablo
bautizan, es Cristo quien bautiza y da la Vida nueva. Cuando el sacerdote perdona los pecados, unge
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a los enfermos con el santo óleo, consagra el pan y el vino... es Cristo que perdona, que sana, que
anima, que consagra. Por eso el primer celebrante de todo sacramento es el Señor Jesús. El rol de la
Iglesia es el de ser "ministra y administradora de los misterios de Dios" (cfr. 1 Cor 4,1).

5. LOS SIETE SACRAMENTOS

Aunque toda al realidad que nos rodea es signo e instrumento para encontrarnos y
comunicarnos con el Señor, sin embargo, la Iglesia reconoce la existencia de siete ritos queridos por
Jesucristo y que tienen su fuente en El, y a éstos se les reserva propiamente el nombre de
Sacramento. Así que, en sentido amplio decimos que todo lo que nos revela y nos lleva a Dios es
sacramento, pero en el sentido estricto, el término sacramento es reservado sólo a los siete
Sacramentos, o sea: al Bautismo, a la Confirmación, a la Eucaristía, a la Penitencia o
Reconciliación, a la Unción de los Enfermos, al Orden Sagrado y al Matrimonio.
Estos siete Sacramentos se distinguen también de un cierto número de otras prácticas
simbólicas, que llevan el nombre de sacramentales. Son, por ejemplo, la imposición de la ceniza en
el primer día de Cuaresma, la Procesión de Ramos en el Domingo de Pasión, los funerales, las
bendiciones de casas u objetos, y otras acciones que celebramos por iniciativa de la Iglesia y que
nos ayudan a santificar la vida.
Los sacramentos son acciones salvadoras que acompañan toda la vida del creyente, desde su
nacimiento hasta la muerte. Algunos de estos Sacramentos los recibimos una sola vez. Ellos son el
Bautismo, la Confirmación y el Orden sacerdotal, porque el que los recibe queda marcado para
siempre. Estos Sacramentos imprimen el carácter, es decir, una marca indeleble.
Todos los Sacramentos forman un conjunto orgánico. Por eso no pueden desligarse del
conjunto de la vida cristiana, ni ser separados los unos de los otros. De hecho, son acciones
salvadoras que están relacionadas las unas con las otras. Un ejemplo de la vida puede esclarecer
esta idea. Una persona, para estar bien, necesita de alimento, de higiene y de descanso. Son cosas
distintas, pero todas necesarias para el bienestar de la persona. Y eso puede decirse también de la
vida sacramental. Pero, si por un lado todos los Sacramentos forman un conjunto orgánico, por otro
lado, cada Sacramento responde a exigencias y necesidades particulares. Por eso tenemos los
Sacramentos de la Iniciación cristiana, que son: el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Estos
Sacramentos marcan el camino para ser introducidos en la vivencia cristiana.
Luego tenemos los Sacramentos de la misericordia: la Reconciliación y la Unción de los
enfermos. Estos Sacramentos son destinados a restablecer la amistad con Dios y con los hermanos,
destruida o debilitada por el pecado; confortan y dan salud a los hermanos enfermos o debilitados.
Tenemos también los Sacramentos del servicio: el Orden y el Matrimonio. Estos
Sacramentos, además de santificar a las personas que los reciben, les confían el poder y la gracia del
servicio para el bien de los demás: los hijos, la esposa y la comunidad cristiana.
De este modo, las acciones salvadoras del Señor acompañan toda la vida del cristiano, en sus
necesidades personales, en sus relaciones con el Señor y con los hermanos. Los Sacramentos son
realmente las grandes columnas y las fuentes vivas a través de las cuales recibimos la fuerza y la
vida para nuestro caminar en esta historia, rumbo a la patria definitiva.

Dinámica:
• Distribuir un papel en el cual cada uno va anotando aspectos de uno u otro Sacramento,
que le resulta incomprensible, que no entiende su significado.
• Nadie firma.

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• Se recogen y se mezclan los papeles.
• Se los lee en plenario, haciendo una lista de los puntos semejantes.
• Estos puntos serán tomados en cuenta al explicar o profundizar cada sacramento.
Otra forma de hacer participar al ni o en este estudio:
- A cada grupo se le asigna un Sacramento; lo estudia en las páginas correspondientes de
este trabajo y/o en el "Libro de la fe" (Ed. Paulinas, páginas 87-126); luego lo expone a los demás
miembros del grupo, los cuales pueden hacer preguntas.
- A partir de la exposición del pequeño grupo y las preguntas de los demás, el animador irá
exponiendo o complementando los aspectos que sean necesarios.
- Para dicha complementación el animador podrá servirse del mismo "Libro de la fe", como
también de las reflexiones que vienen a continuación sobre los sacramentos.

III. EL BAUTISMO

1. EL BAUTISMO ES UN NUEVO NACIMIENTO


La realidad más sublime y misteriosa que se realiza en el Sacramento del Bautismo es la de
hacernos nuevas criaturas. Toda la grandeza del cristiano se apoya en este acto, en el cual un hijo de
hombre se í -i Ce hijo de Dios. San Juan quiere convencernos de este milagro que se realiza en
nosotros, diciéndonos: "Miren cuánto nos, ama el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios, y lo
somos" (lJn 3,1). Por lo tanto, no hay títulos, ni privilegios, ni riquezas que puedan superar esta
nobleza y este don inmenso.
Por el Bautismo renacemos para una vida nueva, incorruptible y divina: la vida de los hijos
de Dios. El mismo Jesús lo explicó en su diálogo con Nicodemo, y delante de su incomprensión,
Jesús le explica que ese renacer de nuevo es un nacimiento distinto, realizado por el poder soberano
y gratuito de Dios (leer Jn 3,5). Y porque somos elevados a hijos de Dios, su Vida gratuitamente
ofrecida -la Gracia- quita también el pecado. De hecho, al aparecer la luz, desaparecen las tinieblas.
Si hemos sido hechos hijos de Dios, ya no somos esclavos ni enemigos. Es lo que nos asegura la
Palabra de Dios por boca del Apóstol San Pablo: "Y porque ya somos sus hijos, Dios mandó el
Espíritu de su Hijo a nuestros corazones; y el Espíritu clama: "¡Abba! ¡Padre! ". Así pues, tú no eres
ya esclavo, sino hijo de Dios; y por ser hijo suyo, es voluntad de Dios que seas también su
heredero" (Gál 4, 6-7). Y San León Magno, para estimularnos a vivir en la dignidad de hijos de
Dios, nos dice: "Reconoce, cristiano, tu dignidad y, hecho participante de la naturaleza divina, no
quieras volver a la bajeza del tiempo pasado, con una conducta indigna. Recuerda que has sido
arrancado del poder de las tinieblas y has sido transferido para la luz del Reino de Dios".

Dinámica:
A Reunidos en grupos pequeños, los miembros reflexionan acerca de nuestra realidad
pastoral, sirviéndose de unas preguntas. Por ejemplo:
• ¿Cuál es la motivación real por la que muchos cristianos, poco practicantes, piden el
Bautismo para sus hijos?
• ¿Por qué la mayoría de esos cristianos tienen dificultad en seguir la preparación de los
padres y padrinos, exigida para recibir este Sacramento?

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• ¿Dónde está la causa de esa indiferencia, y qué hacer para motivar a las personas sobre la
importancia y el compromiso de este Sacramento?
• ¿Qué hacer para recuperar la conciencia de este valor?

2. EL BAUTISMO NOS HACE MIEMBROS DE LA IGLESIA

Es San Pablo el que mejor nos ha explicado el misterio de la Iglesia; y él nos dice que "...
fuimos bautizados para formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu" (1Cor 12, 13). Y en
otro pasaje añade: "Hay un solo Dios y Padre de todos" (Ef 4,6). Realmente en el Bautismo nace
una nueva persona en la familia de Dios; una nueva piedra es colocada en esa construcción del
Cuerpo de Cristo. Allí está lo esencial del Sacramento: la entrada en la Familia de Dios, que es la
comunidad de Jesucristo, la Iglesia. Es un don ofrecido a todos, pues Jesucristo ha instituido este
Sacramento a fin de que todos tengan la vida nueva, y lo ha confiado a la iglesia juntamente con el
Evangelio. Esta herencia es la gran misión de la Iglesia, porque es el mandamiento del Señor que
dijo: "Vayan, pues a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19). "E! que crea y sea bautizado, obtendrá
la salvación" (Mc 16,16). Al ser un regalo para todos, es ofrecido a los adultos y también a los
niños.
• ¿Que responderíamos a los que dicen: "No pienso bautizar a mi hijo, porque no quiero
cargarlo con una obligación que no sé si él querrá llevar? Cuando sea adulto él mismo decidirá".
Es una pena escuchar esto, porque significa que no entendemos lo que es para nosotros el
Bautismo, y que por eso no somos capaces de compartir un regalo preciosísimo. Pensar así sería
como el que, para ahorrar al hijo el trabajo de la administración de los bienes, lo privase de la
herencia.
Aquí surge también otra pregunta: ¿Qué será de los que no reciben el Bautismo? Jesús nos
ha dicho que es voluntad de Dios que todos se salven (cfr. Jn 6,40; 1Tes 4,3), y que Cristo es la
única puerta del Reino. Tenemos necesidad de sumergirnos en El, pero existen distintas
modalidades de Bautismo: el de agua, que es el que normalmente conocemos; el Bautismo de
sangre o martirio, de los que mueren por causa de los valores del Reino; y el Bautismo de deseo.
Este lo reciben todos los que, aún sin conocer a Jesucristo y el Evangelio, viven deseando y
buscando el bien.

3. EL BAUTISMO ES EL SACRAMENTO DE LA FE.

El Bautismo es el Sacramento de la fe y el comienzo de la vida nueva. Por eso, a quien desea


ser bautizado, la Iglesia pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia?" Y él responde: "La fe". Y vuelve a
preguntar: "¿Y qué te da la fe?" "La vida eterna", es la respuesta. Naturalmente, la fe del Bautismo
no es una fe adulta, sino el germen de la fe que se desarrollará en la vivencia del Bautismo. De este
modo podemos decir que el Bautismo ofrece la fe y da origen a su crecimiento. Es el sacramento de
entrada para los demás Sacramentos.

4. BAUTIZADOS EN LA FE DE LA IGLESIA

Con este Sacramento somos bautizados en la fe de la Iglesia. De hecho, luego de haber


manifestado -directamente o a través de nuestros padres y padrinos- la fe en Dios Padre Creador; en

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Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador; en el Espíritu Santo; en la Iglesia; en el perdón y la vida eterna,
el celebrante declara: "Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar".
El Bautismo es, por lo tanto, un gesto de la comunidad cristiana, y a ella nos agrega. Con este
sacramento la Iglesia asume una responsabilidad: la de hacer crecer en la fe al nuevo miembro.
Debate: La Iglesia (parroquia) ¿nos ofrece los medios para crecer en la fe?
¿Cómo responden y corresponden los fieles a esta oferta?

5. EL RITO DEL BAUTISMO

La esencia del Bautismo cristiano requiere tres elementos:


• La triple inmersión (sumergir o sumergirse tres veces en el agua) del catecúmeno en el
agua o derramándola por tres veces sobre la cabeza del candidato. Téngase presente que el agua
simboliza la muerte y la vida.
• Las palabras del ministro del Sacramento que son, por ejemplo: "Antonio, yo te bautizo en
el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".
• La fe del catecúmeno y de la comunidad. En el Bautismo de niños, esta
manifestación de fe de la Iglesia es expresada por los papás y los padrinos del bebé. Además toda la
comunidad que participa en la celebración, manifiesta también esa fe eclesial.
Por este sencillo elemento del agua y por las breves palabras del ministro se realiza el
milagro. Sin embargo, para quien no cree o mira al rito como un extraño, todo eso no pasa de un
acto sin significado. De todos modos, deberíamos preguntarnos si nosotros mismos creemos en lo
que se realiza en el Bautismo, y si -tal vez- nuestra indiferencia contribuye para que otros no se
sientan motivados a celebrarlo.

Dinámica:
- El grupo se prepara para saber responder a los que preguntan acerca del significado de la
vela, de la vestidura blanca y del óleo perfumado con el que se unge al "neófito" (=recién
bautizado). Son elementos que ayudan a comprender un poco mejor este Sacramento.
Se puede realizar un debate entre grupos, o una mesa redonda, en la que el animador va
ofreciendo aclaraciones y complementaciones, para las cuales ofrecemos estos tópicos:
• El óleo perfumado, que ha sido consagrado por el Obispo, significa el Don del Espíritu
Santo al nuevo bautizado. El se hace cristiano, es decir, ungido, por ser incorporado a Cristo, ungido
Sacerdote, Rey, Profeta y Pastor. Los nombres Cristo y Mesías significan el ungido, o el escogido
por Dios para una misión especial.
¿Sabríamos decir cuál ha sido la misión especial de Jesucristo y cuál debe ser la de los
cristianos?
• El segundo elemento es la vestidura blanca. Esta simboliza que el bautizado se ha revestido
de la santidad de Cristo; adquiere una nueva dignidad: la cristiana. San Pablo nos dice: "Ustedes al
unirse a Cristo en el bautismo, han quedado revestidos de Cristo" (Gál 3, 27).
El bautizado es alguien que fue purificado. Al entregar la veste blanca, el sacerdote nos
recuerda: "Has nacido de nuevo y te has revestido de Cristo. Recibe esta veste blanca", es la veste
que simboliza la vida de Gracia.
• La vela que el ministro enciende en el Cirio pascual, representa a Cristo Resucitado,
vencedor de las tinieblas. Es entregada al bautizado con la recomendación de San Pablo: "Ustedes

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antes vivían en la oscuridad, pero ahora, por estar unidos al Señor, viven en la luz. Pórtense como
quienes pertenecen a la luz" (Ef 5,8).
Al Bautismo lo llamamos también "iluminación", porque el que lo recibe debe caminar en la
luz de Cristo e irradiarla a su alrededor. Este compromiso lo renovamos cada año en la vigilia
pascual, cuando, con los demás cristianos, y teniendo en mano la vela, renovamos nuestras
promesas o compromisos bautismales.

IV. EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

INTRODUCCIÓN
En nuestro mundo y ambiente, donde las sectas religiosas ya no se pueden contar, y donde la
indiferencia de todo tipo es grande, manifestar con palabras y acciones la propia fe cristiana supone
verdadera convicción y valentía. Supone, además, una conciencia lúcida o iluminada de lo que es el
contenido de nuestra fe y de nuestra esperanza.
Gracias a Dios, son también muchos los que viven convencidos de su fe cristiana. En una
sociedad indiferente y pluralista (con muchas creencias) como es la nuestra, serán los creyentes
convencidos y los adultos en la fe, no los fanáticos, los que serán capaces de vivir el cristianismo y
que serán signo del Reino, ya presente y todavía por venir. Es de esos cristianos "enteros", de una
pieza, capaces de dar testimonio de la esperanza cristiana, que Jesucristo quiere, que la Iglesia
necesita y que el mundo espera. Sin embargo, esta claridad en la fe y este coraje de testimoniarla no
se improvisan. Es don de Dios correspondido.
El Sacramento de la Confirmación es la acción salvadora de Jesucristo que nos hace adultos
en la fe, lúcidos y valientes para entender el mensaje de Cristo y para testimoniarlo con las palabras
y las obras.

1. REDESCUBRIMIENTO DEL SACRAMENTO

Hasta no hace mucho tiempo, el Sacramento de la Confirmación era recibido casi sin
ninguna preparación, cuando el Obispo pasaba por la parroquia. Muchos cristianos lo recibían sólo
antes de casarse, pero ahora son bastantes los jóvenes que lo piden y se disponen a prepararse para
celebrarlo. Para entender este cambio positivo, es bueno saber que, después del Concilio Vaticano
II, la Iglesia volvió a insistir bastante en la importancia del Sacramento de la Confirmación, en vista
de una vivencia adulta de la fe cristiana, y para ser iluminados y fortalecidos cristianamente, a fin
de ser más "idóneos" para asumir servicios y ministerios en la Iglesia.

2. ¿QUÉ ES LA CONFIRMACIÓN?

Para poder responder convenientemente a una pregunta profunda, conviene hacerlo por
partes, pues las distintas facetas nos dan una visión y una respuesta más completa.
En primer lugar, la Confirmación es el Sacramento que completa, afianza, consolida la obra
iniciada en el Bautismo. En éste, renacemos para la Vida nueva; en la Confirmación somos
fortalecidos, y en la Eucaristía somos mantenidos en pleno vigor. Estos tres Sacramentos: Bautismo,
Confirmación y Eucaristía son llamados Sacramentos de la Iniciación cristiana, porque através de
ellos, la persona es introducida en la vida de la Iglesia como cristiano adulto.

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En los primeros siglos estos tres Sacramentos se realizaban en una misma celebración, y
eran preparados a través de un largo camino de fe llamado catecumenado.
El Sacramento de la Confirmación, como la misma palabra expresa, hace firme y sólida la fe
y el comportamiento o vida cristiana del Bautismo, y la persona que lo recibe asume, de forma
personal y esclarecida, los compromisos de su Bautismo. El cristiano, por la fuerza del Espíritu,
llega a ser un defensor y un testigo de la fe.

3. EL SACRAMENTO DEL ESPÍRITU SANTO

Todos los Sacramentos son signos que recuerdan y hacen presente un acontecimiento de
Cristo Salvador. La Confirmación es el Sacramento que hace visible el Don del Espíritu Santo. En
este Sacramento el Espíritu Santo es comunicado al cristiano como Don divino, para su crecimiento
espiritual. Y, dado que el confirmado es un miembro de la Familia de Dios, toda la Iglesia crece y se
santifica. Este Sacramento, de algún modo perpetúa o propaga en la Iglesia la gracia de Pentecostés.
En realidad, en cada Sacramento recibimos los dones del Espíritu Santo, y es por el Espíritu
del Señor que los mismos Sacramentos son acciones que salvan, son signos eficaces, que
manifiestan y realmente comunican lo que significan. Así, en el Sacramento del Bautismo recibimos
el don del Espíritu como Vida Nueva, que nos hace hijos de Dios; en la Reconciliación lo recibimos
como perdón; en la Eucaristía, como alimento; en la Confirmación, como luz y fuerza. Al mismo
tiempo, el Sacramento de la Confirmación es el que nos comunica una mayor abundancia de los
dones del Espíritu. Por eso decimos que la Confirmación es el Sacramento del Espíritu Santo.

4. HACER SEÑAL

Cualquier Sacramento es un signo eficaz, porque es una acción salvadora de Jesucristo. Pero
el problema no está allí, pues nadie duda de que el Señor sea eficaz en sus acciones. La cuestión es
otra, y es que ese signo celebrado debe hacer signo, o sea, debe ser percibido por los demás.
Decimos que la Confirmación da la luz, o la fuerza, o el amor, o las tres realidades; pero, ¿a quiénes
sirve de signo el que ha recibido el Don?
San Pablo nos dice cuáles son los efectos o los frutos o los "signos" de los que han recibido
los dones del Espíritu. "...lo que el Espíritu produce es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad,
bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. (...) Si ahora vivimos por el Espíritu, dejemos
también que el Espíritu nos guíe" (cfr. Gal 5, 22-26).
Estos dones y estos frutos del Espíritu Santo serían grandes luceros en este mundo lleno de
tinieblas, y muchos problemas quedarían solucionados si los cristianos fueran "signo".

Dinámica:
- En grupos pequeños se proclama la primera parte de Mat 5, 14-16: "Ustedes son la luz de
este mundo".
- Hay una reflexión sobre esta afirmación.
- A continuación se lee y se reflexiona sobre la exhortación de este pasaje:
"Procuren ustedes que su luz brille delante de la gente".
- Plenario y complementación por parte del animador.

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TÓPICOS PARA ORIENTAR LA REFLEXIÓN:
• ¿Por qué algunos dicen: <Los que van a la Iglesia son iguales o peores que ¡os
demás>?
• No basta decir que la Iglesia es signo de salvación. Es necesario que ella manifieste ese
signo también en sus miembros.
• Urge recuperar la seria responsabilidad que exige la Confirmación, y debemos hacer de
este sacramento una señal.
• Es importante preguntarnos si somos o no una señal "luminosa" de nuestra Confirmación.
El mundo de hoy lo exige y lo necesita.
• Es importante preguntarnos también de cuáles dones del Espíritu somos signo o tal
vez un contra-signo.

5. LA CONFIRMACIÓN: SACRAMENTO DEL COMPROMISO


ECLESIAL

Un Sacramento nunca es una devoción privada; es siempre un acto de la Iglesia y de la


comunidad cristiana que lo celebra. Por lo tanto debe ser un signo para el mundo. Y eso es
doblemente verdadero para la Confirmación, que es el Sacramento de aquel Pentecostés que arrancó
los discípulos del cenáculo cerrado, para lanzarlos, como testigos, en medio de una multitud "venida
de todas las naciones" (cfr. Hech 2,5). De hecho, la Iglesia existe para una misión: la de ser signo de
salvación para el mundo. El confirmado, haciéndose adulto en la fe, asume también una misión de
mayor responsabilidad dentro de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II nos dice que, "por el Sacramento de la Confirmación, los que han
renacido por el Bautismo reciben el Don del Espíritu Santo, son enriquecidos por El con una fuerza
especial y, marcados por ese Sacramento, se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen
con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y así se obligan con mayor compromiso a difundir y
defender la fe con sus palabras y sus obras como verdaderos testigos de Cristo" (cfr. L.G. 11 y AG
11); y es también para significar esta mayor pertenencia a la Iglesia, que el ministro ordinario de la
Confirmación es el Obispo, o sea, el Pastor de una parcela de la Iglesia de Cristo.

Dinámica:
- El grupo, en plenario, canta la canción del P. Zezinho: "Es tiempo de ser esperanza... ", u
otro canto apropiado.
- A continuación se forman pequeños grupos (philips 6/6), y van manifestando cuál debe ser
la misión del cristiano adulto.
- Las respuestas son manifestadas y comentadas, sea por parte de los mismos participantes,
como por el animador. Para esta complementación ofrecemos los siguientes puntos:
• La misión del cristiano adulto es la de ser testigo a través de las palabras y las obras. Es la
misión que nos viene del mandato de Jesús: Mat 28, 19-20; y de su mismo ejemplo: Lc 4, 18-19.
• El confirmado pertenece plenamente al Pueblo de Dios, que es un pueblo de sacerdotes, de
reyes y de profetas. Por ser así, pensemos cómo y dónde mayormente somos llamados a ser testigos
de los valores del Evangelio.

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6. PREPARACIÓN Y RITO DEL SACRAMENTO DE LA
CONFIRMACIÓN

Para recibir el Sacramento de la confirmación, actualmente la Iglesia pide que los candidatos
no sean niños pequeños, aunque no se descarte que también ellos puedan recibir la "perfección" de
la edad espiritual, o sea, la Confirmación (cf. Cat. Igl. Cat. 1308). Si son adultos, deben estar
preparados y tener una clara conciencia de lo que exige el Sacramento de la Confirmación, y a lo
que se comprometen con el mismo. En nuestro país, la edad mínima es a partir de los 12 años, pero
es más importante ver la preparación y la madurez espiritual del candidato que su edad. Sin
embargo, debemos admitir que esta preparación para recibir-celebrar la Confirmación, no siempre
es vista ni acogida como un regalo de la Iglesia, nuestra madre y maestra, la cual en el Bautismo de
sus "hijos" asume la responsabilidad de educarlos en la fe. Los mismos padres y padrinos que en el
Bautismo se comprometieron a educar en la fe al niño, no son siempre un ejemplo de respuesta y
responsabilidad. Las consecuencias de esa dejadez las conocemos y las constatamos. En esta altura
se nos ofrece una oportunidad para tomar conciencia de la importancia de la preparación y conocer
también en qué consiste el rito de este Sacramento.

La imposición de las manos.

El rito de la confirmación es sencillo, pero cargado de significado. Si fuera bien


comprendido, nos ayudaría bastante a tomar conciencia de sus efectos y del compromiso que
asumimos.
Ya se destacó que la Confirmación es el Sacramento del Espíritu Santo como Don. La
imposición de las manos no es un signo mágico, es un gesto simbólico, mediante el cual se quiere
invocar la venida del Espíritu Santo. La Iglesia usa ese gesto por tener un significado muy lindo y
lleno de sentido, sea a lo largo de la historia del Pueblo de Dios como en las acciones de Jesús y en
la vida de la Iglesia. No es un gesto que "obliga" al Espíritu Santo a bajar, pues "El sopla donde
quiere" (cf. Jn 3,8). La imposición de las manos tiene características de oración y de invocación del
Espíritu Santo sobre alguien. El Obispo (y los sacerdotes presentes) impone las manos, mientras
reza para que sea dada a los que son ungidos con el Santo Crisma de la Confirmación toda la
plenitud del Espíritu Santo: espíritu de sabiduría e inteligencia: espíritu de consejo y de fortaleza;
espíritu de ciencia, de piedad y de santo temor de Dios. Son los siete dones del Espíritu Santo.

El Crisma.
El crisma es un óleo consagrado por el Obispo en la celebración del Jueves Santo. Además
de otros significados, el óleo es un signo de consagración y elección. La unción con el óleo es el
gesto por el cual Dios comunica su Espíritu y su poder. El ungido por excelencia es Jesucristo, y ya
en el Bautismo la persona ha sido ungida, es decir, hecha cristiana (ungido =Cristo =cristiano).
Ahora esa unción confirma -hace firme- la consagración y la misión bautismal. El confirmado es
ungido para la misma misión de Cristo.
Por esa unción que el Obispo hace sobre la frente, acompañada por la imposición de las
manos y por las palabras: "Recibe, por este signo, el Don del Espíritu Santo", el cristiano recibe el
sello del Espíritu de Dios (cf. Ef 4,30). Por lo tanto, la Confirmación sella para siempre la alianza
del Bautismo. Este sacramento, como el Bautismo y el Orden sacerdotal, confieren un signo
indeleble, una marca imborrable, y por eso se reciben una sola vez. San Pablo nos dice: "Dios es
fiel: no les faltará después de haberlos llamado a vivir en comunión con su Hijo, Cristo Jesús

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nuestro Señor" (1Cor 1,9). "Si somos infieles, El permanece fiel, porque no puede desmentirse a sí
mismo" (2Tim 2,13).

V EL SACRAMENTO MAYOR: LA EUCARISTÍA

Decimos que la Eucaristía es el Sacramento mayor. En realidad, en cualquier sacramento


Jesucristo nos ofrece los beneficios de su salvación, pero la Eucaristía nos da a la persona misma
del Señor, que es la Fuente de la salvación.
Dinámica:
• Usando la técnica de "lluvia de ideas" o de la "mesa redonda", sugerimos hacer un
levantamiento de opiniones sobre uno de los siguientes puntos:
- Causas por las que muchos no participan en la celebración eucarística del domingo.
- Cuál es el aspecto de la celebración eucarística que consideramos más importante o central,
y por qué.
• El orientador anotará las opiniones más significativas y las tendrá presentes para aclararlas
en el desarrollo de este tema.

1. LA HONRA DE UNA INVITACIÓN ESPECIAL

Recibir la invitación a participar en una fiesta de bodas o en un acto solemne o a un


banquete especial es algo que nos honra, que aumenta nuestra autoestima. Sólo circunstancias muy
particulares pueden impedirnos aceptar dichas invitaciones. Sin embargo, hay una invitación para
un banquete y un acontecimiento mucho más importante que una fiesta de bodas, y que muchos
cristianos rehusamos con superficialidad y con frecuencia. Es la invitación del Señor para la
Eucaristía.
Delante del hecho de que muchos cristianos, con frecuencia y por cualquier excusa, dejan de
participar en la Misa, debemos preguntarnos acerca del porqué. Puede haber varias respuestas, pero
todas convergen en una: no conocer, no entender, no apreciar el valor inestimable de la Eucaristía.
Es por eso que, por cualquier motivo, dejamos de participar en ella;
o, si vamos, nos quedamos como ajenos al acontecimiento, del que no entendemos el
sentido. No es suficiente tener normas y el precepto de santificar el domingo. Lo que es necesario es
manifestar la grandeza y la importancia de este gran misterio de nuestra fe, y mostrar algunas joyas
que el Señor nos quiere ofrecer en ese Banquete. Entonces la Eucaristía llegará a ser más una
exigencia que un precepto, y la celebración será vivida como una Eucaristía, es decir, una acción de
gracias.

2. LA EUCARISTÍA

La palabra "Eucaristía" significa dar gracias, agradecer. Un corazón desagradecido no se da


cuenta de lo que recibe, por eso no agradece, pero el que es agradecido se alegra por todo lo que le
es ofrecido. Y es tan grande el Don que Dios nos regala, que toda la celebración es alabanza y
agradecimiento al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

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El pueblo usa con más frecuencia la palabra Misa e ir a Misa. No está errado, pero todavía
más apropiado y rico es el término Eucaristía, Celebración Eucarística. El Concilio Vaticano II nos
orienta para esta preferencia del término. Además, es una palabra muy antigua y explicita mejor la
acción de gracias que se celebra por lo que Dios hizo y hace por nosotros.
En la Celebración Eucarística Jesús se da como alimento se ofrece para rescatarnos y
liberarnos del pecado. Decimos también que la Eucaristía es la celebración de la Pascua del Señor, y
de hecho lo es, pues en la víspera de su pasión, Jesús celebra la nueva y eterna Alianza. El da a
conocer y entrega su "testimonio", su herencia, que es su vida ofrecida por nosotros. Por eso la
Celebración Eucarística es también la renovación, la actualización del sacrificio de Cristo realizado
de forma "cruenta" en el calvario. Realmente en cada Misa Jesucristo se entrega para nuestra
salvación. Por eso, con la misma oración de la Eucaristía decimos: "Es verdaderamente justo, es
nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar" (cf. Prefacio).

3 EL ALIMENTO DE DIOS

El problema de la alimentación es cosa seria y actual. Hay todavía mucha gente que muere
por falta de pan, y esta realidad es un insulto al corazón paterno de Dios; es una vergüenza para
cuantos comen con hartura y almacenan bienes olvidándose de los hambrientos, y es condenación
para cuantos roban el pan de los pobres. Pero no nos alimentamos sólo con pan, sino también con la
palabra reconfortante y con la presencia de los amigos.
Jesús en la Eucaristía nos ofrece el Banquete completo: su Palabra, la comunión y la
solidaridad con los hermanos y su Cuerpo y Sangre.
Para el mundo bíblico, el pan y el vino constituyen los alimentos base y simbolizan todos los
demás alimentos. Jesús los asumió para ser portadores de su salvación. En la Eucaristía Cristo
ofrece el don de su vida en forma de alimento.
" ¡Si nosotros conociéramos el don de Dios!" (cf. Jn 4,10), como Jesús dijo a la mujer
samaritana, y lo que El tiene para darnos, ciertamente que el participar en la Eucaristía se
transformaría en el momento más deseado del día y de la semana.
"Esto es mi cuerpo que es entregado por ustedes...
Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por ustedes" (cf. Lc 22,19-
20)
Son estas las palabras más importantes que Jesús ha pronunciado el Jueves Santo. Y por esas
palabras, pronunciadas hoy por el sacerdote en la celebración eucarística, ese pan y ese vino, ya no
son pan y vino común, sino que se transforman en el mismo Cristo vivo, que se da como alimento
de comunión a los hermanos, y que se ofrece al Padre como víctima de expiación por los pecados
de todos. Dejemos que las mismas palabras de Jesús nos expliquen el misterio grande de su
presencia verdadera, real y sustancial en la Eucaristía. Y que el mismo Señor abra nuestro
entendimiento del alma y nos haga comprender extasiados que en la celebración eucarística El
mismo se hace nuestra hambre y nuestro banquete, nuestra pascua y nuestra liberación, nuestra
compañía y nuestra fuerza, nuestra garantía de Vida y nuestra esperanza de gloria.
(Leer en forma pausada y solemne el pasaje de Jn 6,48.51). A continuación se puede cantar
un canto apropiado, como confesión de esta fe en la Palabra de Jesús.

4. LOS CRISTIANOS CELEBRAN LA EUCARISTÍA

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Con frecuencia se escucha una pregunta como ésta:
• ¿Por qué hay que ir a Misa?
• ¿Por qué la Iglesia católica celebra la Eucaristía?
Realmente, el que no sabe responder a estas preguntas no ha llegado ni al umbral de la
comprensión de lo que significa ser cristiano. Esta celebración que la Iglesia ha puesto siempre en
el centro de su vida es la respuesta al pedido explícito del Señor, que dijo: "Hagan esto en memoria
mía" (Lc 22,19).
Hacer memoria, o mejor todavía, celebrar el "memorial" del Señor, no significa sólo
recordar un hecho del pasado, como el recordar el día del nacimiento u otros acontecimientos
alegres y tristes. Celebrar significa, sobre todo, que en esa celebración ritual se hace presente aquel
mismo acontecimiento salvador de Jesucristo, que también recordamos. Entonces en el pan y en el
vino consagrados está realmente el Señor vivo, Resucitado y Glorioso. Naturalmente es una
presencia de orden sacramental, o sea, que se da a través de pobres signos: pan y vino, pero es una
presencia real y verdadera. Esto no se puede explicar, porque es una verdad que nos supera, pero
que se apoya en la palabra del mismo Jesús que nos dijo:
"Esto es mi cuerpo. Esta es mi Sangre", o sea, aquí estoy Yo mismo.

5. LA EUCARISTÍA: UN DON Y UN COMPROMISO

En la parte central de cada celebración eucarística escuchamos pronunciar con particular


solemnidad las palabras: "Tomen y coman... Es mi persona entregada por ustedes... Hagan esto en
memoria mía" (cf. Lc 22, 17-20). Estas palabras que acompañan el mayor regalo que el Señor nos
ha hecho de sí mismo, son al mismo tiempo un pedido y una exigencia-compromiso. Esas palabras
no significan apenas que debemos celebrar un rito sacramental, sino que significan también que
debemos imitar lo que Jesús ha hecho y hace: dar la vida para los demás. Este compromiso de
hacerse pan que se da, presencia animadora, servicio y perdón, entrega para cuantos necesitan de
nosotros, es una exigencia que parte de la Eucaristía celebrada, y es llevada al altar del Señor para
que El lo transforme todo en realidad salvadora.

6. LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA

Los cristianos, fieles al mandato del Salvador, se reúnen el primer día de la semana: el
Domingo, en recuerdo y honor del día en que Jesucristo ha resucitado (cf. hech 20,7; 1Cor 16,2). Es
la Resurrección de Jesucristo el acontecimiento clave de la fe de los cristianos. Por eso, participar
en la Eucaristía del Domingo es la más importante profesión de fe, y es una real comunión con
Cristo y los hermanos. De hecho, la Eucaristía reúne a los creyentes en comunidad: hace la Iglesia.
El hecho de que muchos cristianos no participen en la Eucaristía del Domingo manifiesta
una gran ignorancia con referencia al acontecimiento que la Iglesia celebra. Podemos decir que con
muchos cristianos sucede lo que se dio con un grupito de un liceo, que fue a visitar un lindo
monumento, en el cual cada pintura, cada columna y cada rincón tenía una historia muy rica en
significado. Sin embargo ese grupo entró, dio una media vuelta y volvió a salir sin haber apreciado
nada de esa obra de arte. A ese grupo le había faltado una mínima iniciación en el campo del arte y
un guía que le explicase las cosas.
También la celebración Eucarística es un acontecimiento muy rico de símbolos. En ella,
todos los gestos, las cosas, las oraciones, quieren ayudarnos a vivir aspectos profundos de nuestra

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fe, pero es necesario entender lo que se realiza en la celebración. Entonces lo que Dios nos ofrece
será más estimado.
Los tópicos que se ofrecen a continuación referentes a la celebración eucarística tienen
apenas la finalidad de suscitar el deseo de una mayor profundización a través de otros recursos.
La celebración Eucarística
La celebración comprende dos grandes partes: una llamada Liturgia de la Palabra, precedida
por un rito penitencial; otra llamada Liturgia Eucarística, que incluye el rito de Comunión, seguida
por la conclusión.
Al comenzar la celebración, somos convocados por el sacerdote que la preside, con el signo
de la cruz, pues es en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo que somos reunidos y que
se va a realizar el santo acontecimiento. Los cristianos que participan en la Eucaristía no son un
grupo de perfectos, sino que son pecadores perdonados, y que por eso, después de haber suplicado
el perdón de Dios, cantan sus alabanzas.
La Liturgia de la Palabra es el momento en que el Señor nos instruye y nos muestra el
camino de Dios. Las varias lecturas de la Palabra de Dios constituyen el tiempo fuerte de la escucha
y de la respuesta al Señor. Al final de esta parte, hacemos la profesión de nuestra fe con la fórmula
del Credo. A continuación suplicamos al Padre por el mundo, por la Iglesia, por todos. Es la oración
universal. Esta parte de la Eucaristía se vuelve aquella mesa de la Palabra que ilumina y motiva
nuestro caminar en la historia.
La Liturgia Eucarística es realmente el gran momento de acción de gracias. Es el memorial
(=recuerdo-actualización) de la Pascua de Jesucristo, de su Muerte y su Resurrección. Es la
presencia real y el banquete del Señor.
Esta parte comienza con el Ofertorio, en el cual presentamos a Dios el pan y el vino,
juntamente con nuestra vida y las necesidades del mundo entero. A continuación, empieza la grande
plegaria eucarística, cuyo contenido es realmente sublime. El santo, que el pueblo proclama o canta,
es una explosión de adoración y alabanza. Después de la consagración, el sacerdote, con toda la
Iglesia, ofrece al Padre el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y se reza por la Iglesia, por los difuntos
y los vivos.
Antes de la Comunión pedimos nuevamente que el "Cordero de Dios", Jesucristo inmolado
por nosotros, nos purifique, a fin de no comulgar indignamente y no hacernos reos o culpables del
Cuerpo y de la Sangre de Cristo (cf. iCor 11,27-29).
La celebración se concluye con la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y con un
mandato misionero, pues la Eucaristía debe continuar en nuestras vidas.

Dinámica:
En grupos pequeños, cada uno va diciendo las dificultades que aún tiene para comprender y
explicar a otros, niños o adultos; este Sacramento.
- En un segundo momento se socializa esta experiencia, y un grupo trata de dar respuesta a
otro grupo. El animador asumirá el papel de coordinador y también de maestro, aclarando los
puntos que hagan falta.

VI. EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN

Premisa:

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Con la Eucaristía hemos explicado los tres Sacramentos de la Iniciación Cristiana, o sea:
Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Estos son los sacramentos que nos introducen, nos preparan y
capacitan para vivir y dar testimonio de la vida cristiana. Al concluirse este camino de iniciación, el
cristiano es considerado un "adulto" en la fe, o sea, alguien que ya puede participar del Banquete
Eucarístico y ser capaz de defender y difundir su fe.
Con los sacramentos de la Reconciliación y la Unción de los enfermos, la Iglesia nos ofrece
la cura o sanación espiritual, y también física, del Señor. Por eso mismo, ellos son llamados los
sacramentos de cura, porque nos rehabilitan en nuestras caídas y flaquezas morales, espirituales y
hasta físicas.
El Sacramento de la Reconciliación, junto con el Bautismo, son llamados "sacramentos de
muertos", porque tienen el poder de devolvernos o acrecentarnos la vida de gracia perdida o
debilitada con el pecado. El sacramento de la Unción de los Enfermos, sólo en circunstancias
particulares nos da la gracia perdida por el pecado, pero normalmente es considerado un sacramento
de vivos, o sea, un sacramento que para celebrarlo dignamente necesitamos poseer la Vida de Dios.

1. UNA NECESIDAD GENERALIZADA

Todos llevamos en el alma el deseo de encontrar a alguien que nos comprenda, nos ayude y
también nos perdone nuestras flaquezas. Es la exigencia del amor y de la comunión que nos
acompaña en toda la vida. Sin embargo no siempre encontramos este regalo, pero Dios, que es rico
en misericordia, por el inmenso amor con que nos amó (cf. Ef 2,4), nos mandó a su Hijo para reunir
a los dispersos y salvar a los pecadores (cf. Jn 11,52 y Nc 2,17).
Esta extraordinaria verdad nos la enseñó Jesús a lo largo de toda su vida, en su mensaje, en
sus gestos y sus palabras. El afirmó de mil maneras que Dios es amor -y lo es realmente-, pero
nosotros nunca comprenderemos la profundidad del amor de Dios hacia nosotros. Amar es la
"terquedad" de Dios, es su locura. Por eso El tiene gusto en perdonar y hace fiesta por nuestro
regreso a su casa.
El perdón es un "hiper-don" (super-don) para nosotros, o sea, el mayor regalo que podemos
recibir y también ofrecer. En la realidad, sólo un amor grande, un verdadero amor, puede perdonar.

2. LA RIQUEZA DE DIOS

Es muy común entre nosotros el querer mostrar y hasta exhibir a los demás los bienes que
poseemos. Y lo hacemos de muchas maneras: con vestidos costosos, con una casa lujosa, con títulos
en las paredes, con una comida refinada... Es una manera -ciertamente no muy evangélica- de
afirmar nuestra grandeza.
También Dios nos muestra su grandeza. Y los signos de su riqueza son sus gestos de
misericordia. La misericordia es la riqueza de Dios (cf. Ef 2,4). El signo mayor de esa misericordia
sin límites es su Hijo muy amado: Jesucristo. El, además de ser signo eficaz y universal del amor
misericordioso del Padre, hizo muchos signos de misericordia, y ha querido que un signo continuase
realizándose en la Iglesia a lo largo de la historia; ese signo es el Sacramento de la Reconciliación.
Lo que Jesús mayormente quiso dar a conocer fue la bondad de Dios y su amor de Padre-
Misericordioso. Por eso el cristiano es alguien que canta, testimonia y celebra la misericordia de
Dios.

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• Se aconseja orar o cantar juntos parte del salmo 88 (89), o compartir una sencilla reflexión
sobre si nos parecemos a Dios en la manera de mostrar nuestra riqueza.

3. SOMOS PECADORES

"El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra" - dijo Jesús a los acusadores de la
mujer adúltera-, pero nadie se atrevió a tirarle ninguna piedra (cf. Jn 8,7.9). No había nadie sin
pecado. Y lo cierto es que no existe nadie que pueda tener el orgullo de ser justo. El cristiano no es
tal por ser inocente. El también es un pecador perdonado. El problema, sin embargo, no es dudar de
la misericordia de Dios, sino de no reconocer nuestro pecado. Quien reconoce su mal está ya en
camino de la conversión.
Si hoy muchos cristianos, y también varios catequistas, han dejado la práctica del
sacramento de la Penitencia o Reconciliación, no es porque sean mejores que en el pasado. Más
bien es porque vivimos en un ambiente donde se ha perdido el sentido del pecado. Se piensa que
todo es permitido, y no se tiene la conciencia de lo que Dios quiere de nosotros, como respuesta a
su don.

4. EL PECADO TIENE UNA HISTORIA

Un pecado no es una falla, una caída, un error; no es el no haber podido alcanzar aquel ideal
que queríamos. El pecado es hacer el mal con plena conciencia y libre voluntad. Es ir contra la
voluntad de Dios; lo que nos aleja del Señor, lo que causa daño a los hermanos y nos perjudica a
nosotros mismos. Siendo así, el pecado grave no se da de repente. Es más un modo de actuar que un
acto aislado. Por eso afirmamos que cada pecado tiene una historia, pues los actos graves que
podamos cometer, fueron antes "incubados" en nuestras actitudes pecaminosas. Y lo peor es que un
acto aislado lo identificamos inmediatamente, mientras que una actitud, un hábito, un vicio, no lo
juzgamos.
Naturalmente que no todos los pecados tienen la misma gravedad. Hay pensamientos,
palabras, acciones y omisiones que la conciencia reprocha y que Jesús ha censurado, pero que no
cortan la comunión con Dios y con los hermanos. La tradición de la Iglesia llama a estos pecados de
menos malicia pecados veniales.
El pecado mortal es un sentimiento o un modo de vivir que hiere gravemente nuestra
relación con Dios y con los hermanos, que corta la comunión, la vida o gracia de Dios, o sea, que es
causa de muerte. El pecado es aquella triste realidad que nos aleja del Señor y de los demás, y, por
eso, nos disminuye o empobrece como personas. Esto es el pecado personal, "pero nosotros
tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a ellos. Así, el
pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar la concupiscencia, la
violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la
bondad divina. Las estructuras de pecado son expresión y efecto de los pecados personales e
inducen a cometer el mal" (cf. Cat. Igl. Cat. 1868-1869).
Dinámica:
- Se aconseja hacer una mesa redonda en la que se dialogue acerca de las actitudes o
costumbres de los/las catequistas, que no son ejemplares o pecaminosas.
- Dentro de este diálogo, buscar respuestas que ayuden a encontrar soluciones positivas a
esta problemática. Tratar que las respuestas sean realistas y que involucren a los participantes de la
mesa redonda.

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- Los resultados serán considerados un compromiso personal y de grupo.

5. EL GESTO DIVINO

La grandeza de Dios no está en cerrar los ojos y no ver nuestro pecado. Está en perdonarlo,
quitarlo, hacernos nuevamente justos a sus ojos. Sólo Dios puede hacer eso. Y todos los que hemos
pasado por la experiencia de haber sido absueltos de nuestros pecados, podemos percibir algún
reflejo del milagro que Dios ha realizado dentro de nosotros.
Cuando Jesús, Sacramento de la misericordia del Padre, ha querido mostrarnos el gesto
divino del perdón, no fue entendido por todos. Volvamos a leer ese pasaje del evangelio de Marcos
2, 1-12, y tratemos de que esa Palabra nos toque y nos transforme. (Se proclama este pasaje)
Como podemos ver, el signo de hacer andar al paralítico ha sido la señal exterior para
convencernos de que Dios realmente perdona y que Jesús -Hijo de Dios- tenía ese poder y lo usaba
como regalo para nosotros. Podemos percibir también que siempre que nosotros perdonamos a los
demás, participamos, en cierto sentido, de ese gesto divino; nos hacemos semejantes a Dios, que de
todos modos es el único que puede perdonar, justificar a las personas.
Al contrario de quien piensa que perdonar y no vengarse es signo de cobardía, más bien nos
hacemos capaces de gestos divinos, heroicos y grandes. Podríamos afirmar que la verdadera riqueza
y grandeza humana no son la fama y el dinero, sino el saber ser misericordiosos.

6. EL PODER DE DIOS CONTINÚA EN LA IGLESIA

"El Señor es ternura y compasión, lento a la cólera y lleno de amor; si se querella, no es para
siempre. (...) El amor del Señor es desde siempre y para siempre" (Sal 103,8.17). Estas palabras de
la Sagrada Escritura quieren decirnos que el Señor ha querido que su gesto de perdón fuera un signo
permanente y ofrecido a todos. Por eso ha confiado a su Iglesia dos Sacramentos que hacen
concreto y humano su perdón para los pecadores y su compasión para con los enfermos.
Son los Sacramentos de la Reconciliación y de la Unción de los enfermos.
Ha sido el mismo Señor Jesús el que ha dado a los Apóstoles, y en ellos también a sus
sucesores, el poder de perdonar los pecados. La Palabra de Dios nos dice que, en el día de la
Pascua, el Resucitado apareció a los Apóstoles y les confió la primera misión, diciendo: "Como el
Padre me envío a mí, así los envío yo también (...) Reciban el Espíritu Santo: a quienes perdonen
sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos" (Jn 20, 21.22).
La misión que Jesús ha confiado a la Iglesia es la de la misericordia y del perdón; es la de
reconciliar a todos entre sí mismos y con Dios.

7. UN SIGNO CLARO

Es bastante frecuente escuchar comentarios, también entre los cristianos, que muestran una
gran ignorancia con referencia al sacramento de la Reconciliación. Se dice, por ejemplo:
• Si es Dios quien perdona, qué debo decir mis pecados al sacerdote?
• ¿No es pecador él también?

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La respuesta es clara. El sacerdote ha recibido, con el Sacramento del Orden, el poder de
perdonar los pecados. Cualquier pecado nos aleja de Dios, pero también hiere todo el Cuerpo de
Cristo, que es la Iglesia. El sacerdote representa sea a Jesucristo, que nos reconcilia con Dios, sea a
la comunidad cristiana, en cuya comunión nos reintegra.
De nuestra parte, como penitentes, abrimos nuestro corazón al sacerdote, que nos acoge
como representante de Cristo y de la comunidad cristiana; y como un hermano, también él es
pecador y necesitado de perdón. Por eso, vamos donde alguien que nos puede comprender. Además,
la confesión sacramental vuelve claro y concreto el perdón de Dios. Pues cuando vemos el gesto del
sacerdote que extiende sobre nosotros la mano y escuchamos las palabras de la absolución, entonces
podemos estar seguros de que Dios nos ha dado su perdón y de que nosotros, si teníamos las
disposiciones de acogerlo, hemos quedado reconciliados.
Que las palabras del perdón que el confesor pronuncia en el acto de la absolución, resuenen
en nuestro corazón y despierten en nosotros la gratitud y el deseo de celebrar ese encuentro: "Dios,
Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y
derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la
Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo" (Del Ritual de la Penitencia, No. 102).

8. DIOS NOS ESPERA SIEMPRE

Dios está siempre dispuesto a acogernos, y hasta va en nuestra búsqueda y nuestro encuentro
para ofrecernos su abrazo, como nos ha contado Jesús en las parábolas de la "oveja perdida" y del
"hijo pródigo" (cf. Lc 15), pero es necesario que también nosotros lo queramos, porque el Señor no
obliga a nadie. La confesión sacramental, que es el momento fuerte de nuestro camino de
conversión, requiere ciertas disposiciones, a fin de que sea realmente un encuentro de salvación.
Estas disposiciones constituyen como nuestro abrir las manos para que el Don de Dios sea acogido.

Disposiciones o condiciones para celebrar la Reconciliación:


1. La primera disposición es el arrepentimiento. Este no se identifica con el remordimiento.
El remordimiento es más bien un disgusto hacia nosotros mismos por la humillación del mal
cometido. Al contrario, el arrepentimiento o contrición es como un sobresalto de amor. Es el dolor
por el mal hecho a Dios y a los hermanos.
2. El verdadero arrepentimiento no nos desalienta, sino que nos lleva al deseo de la
reconciliación y al firme propósito de no volver a pecar. Es por este motivo que la contrición es la
disposición más importante para celebrar el sacramento de la Reconciliación, la cual es como el
fruto, la consecuencia de la conversión.
3. Otra disposición o acto que debe preparar nuestra Confesión sacramental es el examen de
conciencia. Este examen nos pone delante de nuestra propia verdad. La Palabra de Dios nos ayuda a
examinar nuestra vida, porque es como el espejo que nos manifiesta el amor de Dios para con
nosotros y nuestro rechazo a ese amor. La guía concreta para nuestro examen de conciencia es la
vida y los ejemplos de Jesús, y los Diez Mandamientos de la ley de Dios. Delante del Crucifijo es
fácil ver lo que somos y lo que hemos dejado de ser.
4. A continuación viene la Confesión al sacerdote. Confesarse no significa sólo decir los
pecados al sacerdote, sino también reconocer el amor misericordioso de Dios. Tenemos la
obligación de confesar todos los pecados mortales, porque ellos han cortado la comunión con Dios
y con los hermanos; pero es bueno confesar también los pecados veniales, a fin de ser ayudados y
fortalecidos en el camino de la conversión. A veces existe una visión deformada o errada de lo que

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debe ser objeto de nuestra confesión. A causa de eso, no siempre decimos lo que desagrada a Dios,
sino que manifestamos lo que nos incomoda a nosotros mismos. Otras veces vamos al sacerdote con
una acusación genérica y rutinaria. Manifestamos faltas que no son pecados, y de los pecados reales
-en pensamientos, palabras, acciones y omisiones- no decimos nada. Y lo que es todavía peor,
muchas veces en la confesión nos quejamos de los demás, del mal o de los problemas que nos
causan, en lugar de acusarnos del mal que nosotros causamos a los demás. De todos modos, la
confesión es la acusación de nuestros pecados. Que las palabras del Salmo 51 (50) susciten en
nosotros la verdadera actitud del penitente arrepentido.
Individualmente o en pequeños grupos se aconseja leer pausadamente este Salmo, meditarlo
y hacerlo objeto de oración compartida.
5. Después de una experiencia como esta, surge espontánea también la voluntad de
reparación, llamada tradicionalmente satisfacción o penitencia. El sacerdote sugiere siempre algún
gesto u oración como respuesta penitencial, pero, además de eso, cada una encontrará el modo de
vivir otros gestos reparadores.
Zaqueo, como nos narra el Evangelio, se adelantó manifestando su reparación, prometiendo
restituir lo robado con una buena añadidura (cf. Lc 19, 8). La alegría de haberse encontrado con el
Señor es mucho mayor que esos bienes.
"Hagamos fiesta", son las palabras que Jesús dijo en la parábola del "Hijo pródigo" y que
indican la alegría de Dios por nuestro regreso. Que esa alegría nos anime a celebrar con fe y las
debidas disposiciones este Sacramento de la Misericordia de Dios.

VII. EL SACRAMENTO DE LOS ENFERMOS

INTRODUCCIÓN
"El Señor es ternura y misericordia; perdona nuestros pecados y nos salva en los momentos
de angustia" (Sir 2,11).
El sufrimiento y el dolor han sido siempre una constante de la historia humana, pero en estos
días es algo que da escalofrío, es una "inflación": periódicos, revistas, radio, televisión... están
llenos de noticias y escenas que nos horrorizan. Las personas más sensibles protestan, comentan y
oran. Los otros quedan indiferentes y hasta les molesta ser incomodados con esas noticias. La
indiferencia delante de los que sufren y mueren es un pecado. Es la actitud de quien no ha sido
prójimo para con el herido al margen del camino, según la parábola de Jesús (cf. Lc 10, 31-32).
No existe ningún tiempo en el que podamos prescindir de la ayuda de Dios, pero hay
momentos en los cuales tenemos necesidad de un "suplemento" de ánimo y fuerzas para llevar la
cruz. Son las situaciones de dolor y enfermedad por las que, antes o después, todos pasamos. Y
nuestro Dios, rico en misericordia, no ha quedado ajeno a nuestro dolor, no ha quedado indiferente
delante de ninguna necesidad de los hermanos. Su presencia benéfica y salvadora continúa presente,
sobre todo en el signo eficaz de la Santa Unción.

1. SEÑOR, EL QUE AMAS ESTÁ ENFERMO (cf. Jn 10,3)

Estas palabras dirigidas a Jesús son para todos y cada uno, porque cada uno es amado por
Dios con predilección. Tenemos prueba de esto en las actitudes y gestos de Jesús de Nazaret, Signo
cristalino del Padre. Jesús no se escapó de los enfermos; al contrario, los buscó. No quedó

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indiferente delante del sufrimiento físico y moral de las personas. Y lo que Jesús ha hecho es norma
para nosotros, para todo aquel que quiera ser cristiano.
A sus Apóstoles confió la misión de aliviar a los enfermos, y quiso que ese servicio se
prolongase a lo largo del tiempo. Leemos en el Evangelio: "Jesús reunió a los Doce y les dio
autoridad para expulsar todos los malos espíritus y poder para curar enfermedades. Después los
envió a anunciar el Reino de Dios y devolver la salud a las personas" (Lc 9, 1-2).
Esta práctica, difundida por los Apóstoles, será continuada por la Iglesia, porque enfermos y
débiles siempre los tendremos.

2. UNA INTERROGANTE

La enfermedad es una realidad que nos plantea serias preguntas, y a veces nos sacude por
dentro. Bastaría dar una vuelta por un hospital o por un asilo de ancianos para convencernos de
cuánta angustia, soledad y dolor es acompañada la vida de muchos de nuestros hermanos. Es triste
ver ancianos arrinconados en un asilo, con los ojos llenos de nostalgia y tristeza. Es lacerante
acompañar a un enfermo terminal, o cuya enfermedad no tiene cura clínica. La realidad del dolor y
de la muerte es lo que más nos abate. Pero en esta situación de postración y debilidad Dios no nos
abandona. Por el contrario, El se hace presente con un signo particular de su presencia salvadora, en
el Sacramento de la Unción de los Enfermos. Este sacramento alivia el sufrimiento y nos libra de la
angustia. Naturalmente, no substituye los remedios y los tratamientos clínicos, pero consagra el
trabajo de los médicos y de los enfermeros, y confiere a los tratamientos un sentido cristiano de
alivio. Sabemos que no siempre los tratamientos médicos tienen éxito, porque nosotros somos seres
frágiles, y nuestra vida en esta tierra tiene límites. Sin embargo, "nosotros hemos puesto nuestra
esperanza en el Dios Vivo" (cf. 1Tim 4,10).
Preguntas para reflexionar, discutir, responder y formular un compromiso:
• ¿Tenemos conciencia de que Dios necesita de nosotros para hacer visible, humano y
concreto su amor hacia los enfermos?
• ¿Qué hacer para volvernos ese "sacramento" del amor solícito de Dios?

3. UN SACRAMENTO PARA LOS ENFERMOS

Jesús ha dejado un sacramento para los enfermos, e,.- decir, para todos aquellos que no están
"firmes", o sea, para lc-: s que se encuentran disminuidos por causa de la enfermedad o también de
la edad avanzada. Jesucristo ha querido hacerse presente con su acción salvadora a todos aquellos
que sufren en la enfermedad. Lo hizo durante su vida terrena, y después de su resurrección, los
Apóstoles han continuado dando testimonio de la preocupación de Jesús hacia los enfermos,
sanando a muchos de ellos. A través de esos gestos, mostraban también que el Señor resucitado es la
Fuente de la Vida. Ese testimonio nos es confirmado por el Apóstol Santiago, que ha escrito: "¿Hay
alguno enfermo? Que llame a los ancianos de la Iglesia, que oren por él y lo unjan con aceite en el
nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al que no puede levantarse, y el Señor hará que
se levante; si ha cometido pecados, se le perdonarán" (Stgo 5, 14-15).
Este paso de la Sagrada Escritura muestra claramente que, desde el principio, la Iglesia
comprendió el mandamiento que Jesús dejó a los discípulos: "Curen a los enfermos" (Mt 10,8).

4. SUPERAR PREJUICIOS
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En relación con este sacramento, es necesario corregir algunas ideas erradas y quitar ciertos
prejuicios que causan mucho daño. De hecho, a causa del peso de una tradición pastoral bastante
alterada por la compleja problemática penitencial del tiempo, tanto la reflexión teológica como la
catequesis habían presentado la Unción de los Enfermos como el sacramento de los moribundos.
Por eso se le llamaba el sacramento de la "Extrema Unción", y era considerado el último
sacramento del cristiano. De esa "doctrina" sobre la "Extrema Unción" se fue concretizando la
pastoral de su administración "en el umbral de la muerte". Por lo tanto, la propuesta de este
sacramento era sentida -y para muchos lo sigue siendo- como una sentencia de muerte. De ese
modo, los mismos familiares retrasaban cada vez más el momento de llamar al sacerdote para que
administrase la "Extrema Unción". Con frecuencia esperaban que el enfermo estuviera inconsciente,
que entrara en coma o hasta que estuviera muerto. Y con eso se privaba al enfermo de un
sacramento del cual tenía necesidad en su enfermedad y que para eso el Señor lo había instituido.
Sabemos que la gracia especial del sacramento de la Unción de los Enfermos tiene como
efectos:
- la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia;
- el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la
enfermedad o de la vejez;
- el perdón de los pecados, si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la
Penitencia;
- el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual;
- la preparación para el paso a la vida eterna.
Nota:
Sería bueno realizar una discusión libre o mesa redonda acerca de la grave injusticia que
podemos cometer con los enfermos, al no brindarles el sacramento que Cristo ha querido para ellos.

5. SALVACIÓN Y CURA

Jesús no ha venido como curandero, sino como Salvador, pero Salvador de las personas, las
cuales existen con su cuerpo y con su espíritu. Jesús ha venido como médico para los enfermos.
Con todo, Él no separa las enfermedades corporales de las espirituales. Además, con frecuencia las
personas se encuentran enfermas a causa de sus pecados. Podemos decir que "es el óxido de la
espada que corroe la vaina". La herrumbre de la espada son los pecados capitales: la soberbia, la
avaricia, la lujuria, la envidia, la gula y la pereza.
Con toda sinceridad podríamos preguntarnos cuáles de estos pecados no me hicieron
enfermo a mí mismo.
El Evangelio, por lo tanto, no separa fuerzas demoníacas y enfermedades corporales. Jesús,
por ser Salvador de las personas, enfrenta y cura en bloque la enfermedad física y el mal espiritual.
Leemos en el Evangelio de San Mateo: "Al atardecer le llevaron muchos endemoniados. El expulsó
a los espíritus malos con una sola palabra, y sanó también a todos los enfermos. Así se cumplió lo
que había anunciado el profeta Isaías: <El tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras
enfermedades>" (8,16-17).
"Al curar, Jesús manifiesta que ha tomado sobre sí mismo todo el mal de la humanidad,
inseparablemente físico y espiritual" (B. Sesbué), y que por su muerte y resurrección El sigue
siendo nuestro Médico y Salvador.

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Los discípulos, fieles al ejemplo y al mandato del Señor, "Fueron, pues, a predicar, invitando
a la conversión. Expulsaban a muchos espíritus malos y sanaban a numerosos enfermos,
ungiéndoles con aceite" (Mc 6, 12-13). Esto es lo que la Iglesia sigue haciendo en el tiempo a través
del sacramento de la Santa Unción.

6. UNA HORADE GRACIA

Queda bien claro que la finalidad de este sacramento es la de ofrecer al creyente la


liberación del pecado, el alivio en el sufrimiento de la enfermedad o de la ancianidad, que debilitan
las fuerzas y la disponibilidad para aceptar cristianamente la muerte. Por lo tanto, la Unción de los
Enfermos "es un sacramento de curación. Primero de cura interior de las angustias, de las dudas y
de los desgarramientos morales que trae consigo la enfermedad grave o una herida corporal
peligrosa. A veces, ofrece también cura física, porque Cristo actúa siempre en su Cuerpo, que es la
Iglesia" (cf. Catecismo para adultos, Obispos de Francia, pág. 261).
Dejemos que las palabras del Ritual penetren en nuestro corazón y hagan surgir el deseo de
celebrar y ofrecer a nuestros familiares y amigos enfermos el don de este sacramento:
"Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del
Espíritu Santo.
- Amén.
- Para que, libre de tus pecados te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad.
- Amén".

7. EL ALIMENTO PARA EL ÚLTIMO VIAJE

Contrariamente a lo que algunos piensan, el último sacramento del cristiano no es la Unción


de los Enfermos, sino la Eucaristía como Viático; el Pan Eucarístico es el alimento que sostiene el
enfermo en el paso de esta vida hacia el Padre, como garantía de resurrección, según las palabras
del mismo Señor, que dijo: "El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día" (Jn 6,54).
Recibir el Viático es confesar esta fe en la vida eterna, de la cual el creyente es heredero a
partir de su Bautismo. Es realmente un acto de verdadero amor ofrecer a los propios familiares y
amigos la ayuda de este sacramento, el último antes de que ellos puedan contemplar, más allá de los
signos sacramentales, el Rostro de Dios, y participar en la alegría del Banquete del Reino. Entonces
se manifestará en toda su plenitud la verdadera dimensión de la vida y no habrá más signos, sino la
feliz e inmortal comunión con Cristo y los hermanos. Como peregrinos que aguardan esa meta,
confesemos nuestra fe y nuestra esperanza con las palabras del salmista: Salmo 130 u otro canto.

VIII. EL SACRAMENTO DEL ORDEN

Premisa: Los sacramentos del servicio.


Es bien conocido el dicho popular de que nadie tiene talentos para todo.

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En el pequeño grupo, como en la gran comunidad humana y cristiana, existen varias
necesidades para el crecimiento y la felicidad de todos, y existen diferentes servicios como
respuesta a esas necesidades. Leemos en la Sagrada Escritura: "Cada uno recibe el don de
manifestar el Espíritu para la utilidad de todos. A uno, el Espíritu da la palabra de sabiduría; a otro,
el don de la fe; a otro, el don de hacer curaciones; a otro, poder de hacer milagros; a otro, profecía; a
otro, discernimiento de los espíritus; a otro, el don de hablar en lenguas; a otro, el don de interpretar
lo que se dijo en lenguas. Y todo esto es obra del mismo y único Espíritu, que da a cada uno como
quiere" (cf. 1Cor 12, 7-11).
Los sacramentos del orden y del Matrimonio son designados como los sacramentos del
servicio, porque confieren a los que los reciben, un don y una gracia especiales para el servicio de la
comunidad. El sacramento del Orden es destinado a la santidad del conjunto del Pueblo de Dios,
mientras que el sacramento del Matrimonio santifica la unión del hombre y de la mujer y, por esa
unión, contribuye al crecimiento de la pareja, de los hijos y de la comunidad humana. En ese darse
el uno al otro, los dos a los hijos, y juntos servir a los hermanos, los esposos responden a la llamada
de Dios y, en este estilo de vida, son santificados y se realizan plenamente como personas.

INTRODUCCIÓN

El sacramento del Orden, aunque sea bastante desconocido para muchos cristianos, es la
base de los demás sacramentos, pues, normalmente es el diácono o el sacerdote o el Obispo el que
bautiza, confirma, consagra, absuelve de los pecados... Debemos admitir que, para creyentes o no,
el sacerdote es una persona que suscita preguntas, según las opiniones que cada cual tiene, de
acuerdo a sus experiencias o formación. Es un hecho que, si todo cristiano debe ser una persona
para Dios y para los demás, eso se aplica de un modo mucho más claro y radical al sacerdote. Su
misión específica es hacerse el hombre de Dios para los otros y el portavoz de los hermanos para
Dios.

1. UNA VOCACIÓN SUBLIME

La mayor dignidad que una persona puede tener es la de ser hija de Dios. No existe honra
mayor que ésta. El Bautismo es el inmenso don que nos otorga esta grandeza. Por el Bautismo
somos injertados en la vida de Dios, formamos la Iglesia y participamos de la misión que Jesucristo
le ha confiado. El Bautismo nos da la mayor nobleza que un ser humano pueda recibir y nos confía
servicios que el mismo Hijo de Dios ha desempeñado durante su vida terrena: la misión de ser
profeta, rey y sacerdote. Como bien ha subrayado el Concilio Vaticano II, "Cristo Señor, Sumo
Sacerdote, tomado de entre los hombres, hizo del nuevo pueblo un reino de sacerdotes para Dios su
Padre. De hecho, los bautizados, por la regeneración del Bautismo y la unción del Espíritu Santo,
son consagrados para ser un sacerdocio santo" (cf. L.G. 10).
Dinámica:
- Se sugiere plantear al grupo las siguientes preguntas, para ser discutidas de manera
informal. Las respuestas serán luego llevadas al plenario para un debate orientado por el animador
del encuentro:
• Si es el Bautismo el que nos hace Iglesia, pueblo de Dios, pueblo servidor, ¿qué tiene
entonces de particular el sacerdocio ordenado en ese pueblo, todo él sacerdotal y todo él servidor?
• ¿Qué es el sacramento del Orden?

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2. UNA VOCACIÓN ESPECIAL PARA UN SERVICIO PARTICULAR

(Antes o después de esta reflexión se puede dramatizar el canto: "Pescador de hombres", del
libro Mi Canto es Joven, No. 194, u otro apropiado. Es una manera para hacer vivenciar la elección
gratuita de Dios para una experiencia de seguimiento y de servicio particular).
Es claro que Jesucristo ha venido para servir, y que su Iglesia debe estar, a través de sus
miembros, enteramente al servicio de las personas. En la Iglesia llamamos ministerio a un servicio
particular confiado a alguien por parte de la Iglesia. En la Familia de Dios existen servicios o
ministerios reconocidos y hasta instituidos, pero no ordenados. Por ejemplo, los servicios de la
catequesis, de la visita a los enfermos, el llevar la comunión a los enfermos, etc. Otros servicios son
realizados por personas que han recibido la ordenación sacramental, la cual las consagra para toda
la vida en ese servicio o ministerio. Este es el caso del sacerdocio ministerial, es decir, de aquellos
que han sido consagrados para servir a la comunidad como sacerdotes de Jesucristo. Con todo,
quede claro que el sacerdote es un cristiano, un miembro de la comunidad cristiana, elegido y
consagrado para una misión especial: la de representar a Jesucristo en la comunidad y de santificar
esa comunidad. Esa consagración es llamada Sacramento del Orden.
Lo que distingue e identifica la vocación y la misión específica de un Obispo, o de un
sacerdote, o de un diácono, lo podemos encontrar en el mismo Evangelio. San Mateo nos dice que
Jesús, después de haber orado (cf. 6,46), escogió entre la multitud a doce discípulos, que llamó
apóstoles. Con ellos formó a un grupo o "colegio", con Pedro a la cabeza (cf. Jn 21,15-17). Los
escogió para que estuvieran con El, para enviarlos a predicar la Buena Noticia y para que tuviesen
poder de expulsar a los demonios (cf. Mc 3, 13-15). Por lo tanto, la vocación y la misión de los que
reciben el sacramento del Orden es la de seguir a Jesucristo y continuar su misión de evangelizar,
santificar y guiar a los fieles como pastores que dan la vida para las ovejas. El sacerdote es llamado
a ser el animador y el coordinador de la comunidad eclesial; aquel que promueve la comunión de
los creyentes entre sí y con el Señor.

3. HERMANO Y PADRE

"Mis queridos hermanos..." En general, es ésta la fórmula empleada por obispos y sacerdotes
cuando inician un diálogo, una homilía, o al despedirse de la comunidad. Y, de hecho, esta
expresión manifiesta una auténtica verdad, porque el Obispo o el sacerdote ordenado es un hermano
de los demás fieles, un cristiano entre cristianos. Sin embargo, si con nosotros, por el Bautismo, el
Obispo o el Sacerdote o el Diácono es uno más de la comunidad, nacido de ella, por ella instruido,
bautizado, confirmado, alimentado con la Eucaristía, perdonado por el sacramento de la
Reconciliación, y en la Iglesia ordenado para el servicio sacerdotal; sin embargo, para nosotros,
gracias a su ordenación sacramental, él es el Obispo o el Sacerdote o el Diácono.
El hecho de pertenecer todos al mismo cuerpo no significa que ejerzamos las mismas
funciones. Si en un tiempo, tal vez, se enfatizó demasiado la separación de los presbíteros del
pueblo de Dios, como si los obispos y los sacerdotes constituyeran un grupo privilegiado, ahora, si
no se esclarece debidamente su vocación y misión específica, podemos caer en la confusión.
La Iglesia es el Cuerpo de Jesucristo, y como cuerpo, tiene miembros distintos con
funciones también diferentes. San Pablo nos dice que Cristo ha constituido a unos apóstoles, a otros
evangelistas, pastores o maestros para el crecimiento de los creyentes y en vista de la construcción
del Cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la unidad en la fe y el conocimiento del Hijo de
Dios y lleguemos así a la madurez en Cristo. (cf. Ef 4, 11-13).
Dinámica:

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En una "lluvia de ideas" destacar los servicios que el sacerdote está llamado a ofrecer a toda
la comunidad cristiana.
En un plenario informal, aclarar lo que es realmente lo específico del sacerdote y lo que los
laicos, en vista de su sacerdocio bautismal, también están llamados a ofrecer a la comunidad
cristiana.
Comentar la frase de San Agustín: "Con ustedes soy cristiano y para ustedes soy obispo".

4. SIGNO DE JESUCRISTO

El cristiano que ha recibido el sacramento del Orden es constituido en signo de Aquel, cuya
presencia, a partir de la Ascensión, es invisible a nuestros ojos. En esto está la grandeza específica
de quien ha recibido la sagrada Ordenación.
El presbítero es signo eficaz de Jesucristo en el sentido de que, cuando el obispo o el
sacerdote anuncian la Palabra, es Cristo quien habla; cuando consagran el pan y el vino, es Cristo
quien, por su Espíritu, los consagra y transforma; cuando el sacerdote reconcilia-perdona, es Cristo
quien obra a través de él. El sacerdote no es Jesucristo, sino que él es el signo de Cristo presente.
Si, por un lado, el sacerdote es sacado de la comunidad y reconocido por ella, sin embargo,
por otro lado, él no es un delegado de la comunidad. El diácono, el sacerdote y el obispo es
solamente delegado por Dios. Es un don del mismo Dios a la comunidad. Es siempre Dios quien,
por la ordenación, desciende e "inviste" a la persona que recibe el sacramento. Por consiguiente, el
servicio que el ministro presta a la comunidad, viene personalmente del Señor.
Cuando el sacerdote, por el poder de Dios que le fue dado, perdona los pecados al penitente,
actúa como representante de Dios y también de la comunidad. Por eso lo reconcilia, sea con el
Señor, sea con la comunidad cristiana.
Tenemos el testimonio del evangelio, que ha sido a los Apóstoles y no a todos los discípulos
que el Resucitado, al aparecérceles sobre el monte de la Galilea, les dijo: "Me ha sido dada toda
autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos.
Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo
que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia"
(Mt 28, 18-20).
Quede bien claro que esta autoridad que Jesucristo confió a los Apóstoles y a sus sucesores,
no es ningún privilegio para ellos mismos ser servidos de los demás, sino que es un don para servir
a los hermanos (cfr. Lc 22.26). Por eso, los ministros ordenados están llamados a ejercer su servicio
(=ministerio) en la comunidad cristiana como sus miembros y como representantes de Jesucristo,
Cabeza del Cuerpo.
Dinámica:
- Se puede invitar a que los participantes cuenten testimonios de algunos diáconos,
sacerdotes y obispos, que se han gastado y se gastan en el ministerio o servicio a la comunidad
cristiana, con el fin de estimularlos a la oración y a una colaboración generosa y perseverante.

5. EL SACRAMENTO DEL ORDEN SACERDOTAL

La celebración de este sacramento es muy sugestiva, y sería muy bueno que cada cristiano
tuviera la oportunidad y el interés de participar en ella, para percibir al vivo e interiorizar este
acontecimiento que representa un don singular y una fiesta para toda la comunidad cristiana.
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Jesús quiso que el encargo pastoral confiado a los Doce continuase a lo largo de los siglos y
se difundiese en todo el mundo. Y así es en su Iglesia. Los Obispos son los sucesores de los
Apóstoles. Ellos, unidos al sucesor de Pedro, el Papa, son los que garantizan la unidad de la Iglesia,
su directa relación con los Apóstoles y el carácter universal de la misma Iglesia. El Papa, como
sucesor de Pedro, es el eslabón y el fundamento perpetuo y visible de la unidad; que une tanto a los
Obispos como a todos los fieles. Los Obispos, cada cual en su Iglesia particular, la diócesis, son el
eje y el fundamento de la unidad. En cada Diócesis el Obispo es ayudado por los presbíteros o
sacerdotes y los diáconos. Ellos son los colaboradores directos del obispo y, juntos, forman el
presbiterio.
Los diáconos no pueden celebrar la Eucaristía ni el sacramento de la Reconciliación, pero
tienen la misión de ayudar al Obispo y a los sacerdotes en el anuncio de la Palabra, en la Liturgia y
en el servicio de la caridad.
Obispos, sacerdotes y diáconos reciben el mismo sacramento del ministerio apostólico, pero
en grados distintos.
Como el Bautismo y la Confirmación, también el sacramento del orden confiere, a quienes
lo reciben, un signo imborrable: el carácter.

6. UN SIGNO DEL REINO

Todos los sacramentos son signos eficaces, porque son las acciones de Jesucristo celebradas
por la Iglesia. Pero, además de los siete signos sacramentales, existen otros signos que indican el
camino del Reino y lo revelan en la historia. Uno de esos signos es la vida de aquellos que,
respondiendo al llamado de Dios, han optado por seguir al Señor más de cerca, en una vida
enteramente consagrada a El y en el servicio a los hermanos. Es el signo de la vida religiosa, o sea,
de los que son consagrados a Dios a través de los votos de virginidad, pobreza y obediencia.
El centro de la vida consagrada es la contemplación del Señor y el amor a los hermanos.
Estos valores pueden ser vividos de manera distinta. Algunos escogen la vida contemplativa y, en la
soledad o en comunidad o en medio del mundo, meditan la Palabra del Señor, cantan sus alabanzas
y rezan por todos. Otros, animados por el mismo Espíritu, escogen la vida apostólica, se alimentan
del Cuerpo de Cristo y de su Palabra, y se dedican totalmente a los hermanos, sobre todo a los más
necesitados":
Esta opción de vida es la respuesta a la invitación que el Señor dirige a algunas personas
-para el bien de todos- a seguirlo más de cerca en una vida pobre, obediente y casta y en la entrega a
los hermanos "a tiempo completo". La respuesta a Dios en la vida consagrada no está marcada por
ningún sacramento específico, como por ejemplo el matrimonio y el orden. La vida consagrada es la
respuesta radical a la consagración y a los compromisos del Bautismo.
Esta opción de vida no es una fuga del mundo ni de los compromisos históricos. La castidad,
como la pobreza y la obediencia, no disminuyen la dignidad del matrimonio. Los religiosos
tampoco desprecian a los que tienen bienes materiales o asumen responsabilidades en la sociedad,
según la voluntad de Dios. Los consagrados dan testimonio en sentido "absoluto" que todos
debemos vivir "como si no poseyéramos nada" (cfr. 1Cor 7,30), a fin de amar y servir con corazón
to talmente libre.
De ese modo, la vivencia de los votos evangélicos en la vida consagrada, aunque no sea un
sacramento instituido por Jesucristo, se fundamenta en las palabras y en los ejemplos del Señor, y
constituye un don de Dios para la Iglesia y para todo el pueblo. Ella, aunque en forma imperfecta y
opaca, revela, y de alguna manera, hace presente, el amor absoluto de Dios, la fraternidad universal,
la libertad de los hijos de Dios para un servicio total a los hermanos.

32
Que este signo se haga siempre más luminoso y que nuestros ojos sean capaces de ver que
Dios no deja de visitar y salvar a su pueblo con signos y sacramentos.

IX. EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

INTRODUCCIÓN
Todo lo que nos rodea es signo y transparencia de otra realidad superior, pero el matrimonio
es el signo más revelador de Dios. "El es como una extensión, una comunicación del mismo
misterio de Dios, pues el Dios cristiano no es un solitario. El Dios único y verdadero es Trinidad; es
Familia, porque es Amor. En el fondo existe sólo un sufrimiento: el de estar solo. Si Dios fuese,
desde siempre, una sola Persona, sería también, desde siempre, la propia infelicidad. Sin embargo,
Dios es la misma felicidad, porque es Amor. Y para el amor se exige el Tu" (cfr. Rey-Mermet, A fe
explicada, Ed. Paulinas, pág. 262).
La Palabra de Dios nos ayuda a percibir el misterio que nos envuelve. Leemos en el libro del
Génesis: "No es bueno que el hombre esté solo, le daré, pues, un ser semejante a él para que lo
ayude" (2,18). Aquí vemos que si la persona humana estuviera sola, si fuese única, no podría
cumplir su vocación de revelar la imagen de Dios, que es Amor. Para parecerse al Dios-amor, Uno y
tres Personas, tiene necesidad de un "cara-a-cara". Es necesario que "el hombre fundamental" sea
constituido por dos personas, que sean al mismo tiempo semejantes y distintas; giradas de cuerpo y
alma la una para la otra por el dinamismo del amor, de tal manera que ellas no sean más que Uno, y
que de su unión pueda existir y crecer la "tercera persona": el hijo. Esa tercera persona es, para más
allá de ellos mismos, su unidad concreta, su amor vivo. "Es todo tú, es todo yo, es todo nosotros dos
en una sola carne" (R. Mermet). Es así que la pareja es un misterio, un sacramento de Dios, porque
revela de modo sublime un fragmento del insondable misterio de Dios.

1. UN SIGNO DE AMOR PARA EL AMOR

"Yo te amo", "te adoro", "mi amor"... y otras frases bonitas circulan con abundancia en
muchos labios de gente sincera y de personas hipócritas. Por un lado se jura amor eterno y por otro
se está de acuerdo con el divorcio. La gente se casa y se "descasa" con la mayor facilidad. La
sociedad y los medios de comunicación social presentan el amor como una aventura, pero el amor
no es un juego efímero, emocional o sexual. El amor es cosa seria y sagrada.

Dinámica: - En estilo de lluvia de ideas, manifestar lo que piensa lo común de la gente


acerca del compromiso matrimonial, y anotar las constantes.
Buscar y exponer las causas principales de esta realidad.
- Sugerir dos o tres propuestas, como empeño personal, que pueden ayudar a restablecer el
plan de Dios acerca del matrimonio.
Debemos reconocer que el clima de nuestro ambiente es muy duro para el amor. Existe
demasiada profanación de esta realidad tan humana y divina al mismo tiempo. A pesar de los que
opinan lo contrario, con el sacramento del matrimonio, la Iglesia se presenta como la mayor
defensora del amor; un amor que tiene el calor de la vida, la ternura del corazón y la firmeza de la
fidelidad de Dios.

33
• A continuación se aconseja proclamar con claridad y solemnidad el siguiente pasaje del
libro del Cantar de los Cantares: 2,10-16; 8,6-7, subrayando la calidad humana y la fidelidad del
amor que Dios propone vivir.

2. UNA ALIANZA QUE DA VIDA

A la luz de la Palabra bíblica podemos comprender mejor el testimonio de aquel leproso que
Raúl Follereau2 nos ha dejado escrito. "En una leprosería, cuenta él, donde existen personas solas y
abandonadas, y para las que todo es ya silencio y noche, uno de ellos -sólo uno- sigue siendo una
persona viva. La religiosa quiso conocer la causa de este milagro; de lo que lo agarraba a la vida. Y
empezó a vigilarlo. Y vio que todos los días, en la parte superior del muro del recinto, aparecía un
rostro, un pequeño rostro de mujer que sonreía. El hombre estaba allí a la espera de esa sonrisa: el
pan de su fuerza y de su esperanza. El leproso sonreía también, y el rostro desaparecía. Luego
volvía a empezar su espera hasta el día siguiente. Cuando la misionera lo sorprendió, el hombre dijo
sencillamente: "Es mi esposa". Y después de un silencio, le dijo: "Antes de venir aquí, ella me ha
curado en secreto con todo lo que pudo encontrar. Un hechicero le había proporcionado una
pomada. Con ella, todos los días me cubría el rostro, excepto un pequeño rinconcito, lo suficiente
para que ella me pudiese besar. Pero fue en vano. Me han traído aquí, pero ella me ha seguido. Y
cuando, día tras día, la veo, yo sé por ella que estoy vivo" (R. Follereau, Pour toi, mon amour, Cerf.
1981).
A pesar de estar separados por la enfermedad, vivían el uno para el otro. El amor les daba
vida a los dos. Era una alianza que se renovaba todos los días.
• Se puede hacer una resonancia y aplicación a nuestra realidad, partiendo de este
testimonio.

3. EL AMORES ETERNO

Si el matrimonio de los cristianos es Sacramento, es decir, signo del amor grande y fiel de
Jesucristo por su Esposa -su Cuerpo- que es la Iglesia, necesariamente debe estar afianzado sobre la
roca de ese amor fiel. Al mismo tiempo es también verdad que el amor en sí mismo es eterno, pues
amar hasta un cierto punto o por un cierto tiempo, no es amar. Es propio del verdadero amor llenar
todo el tiempo y exceder o superar el tiempo. El amor verdadero es eterno. Por lo tanto, si el
fundamento del matrimonio es el amor, el matrimonio es indisoluble. El problema real y muy
concreto es ver si las bodas que se celebran están afianzadas en el amor o más bien son uniones que
se apoyan apenas sobre una apariencia de amor: atracción, fantasía, pasión, intereses...
Un autor conocido y de mucho peso catequístico nos dice: "Una vez que el <yo te amo> es
absoluto, implica necesariamente una promesa de eternidad. El amor auténtico es un compromiso
incondicional que se eleva para más allá del tiempo, y que, vivido en el tiempo, llena
necesariamente todo el tiempo" (F. Varillon, Éléments de doctrine spirituelle, ACJF).
Entonces la pregunta que, jóvenes, novios y esposos d,?ben hacerse, no es saber el por qué
el sacramento del matrimonio es indisoluble, sino que deben preguntarse con toda sinceridad si se
casan porque aman a alguien de verdad, o por otros motivos. Si fuera por otra cosa, ni el mismo
matrimonio sería válido.

2
Un laico francés, llamado "apóstol de los leprosos", que dio la vuelta al mundo para concientizar acerca de la
enfermedad de la lepra y promover la solidaridad para aliviar a los leprosos.

34
4. EL SELLO DE DIOS ES PARA SIEMPRE

Además de saber que el amor, por su misma naturaleza es eterno, también la palabra que un
hombre da a una mujer, y la palabra que una mujer da a un hombre, es sagrada. A veces se escucha
el dicho: "El burro por la soga y el hombre por la palabra"; es decir, que la palabra de una persona
debe tener más solidez y fuerza que la misma ley. En el caso del pacto o alianza matrimonial, esa
palabra es fuerte por ser, también, palabra de amor. Sin embargo es también débil, porque participa
de todo lo que existe de frágil y contradictorio en la persona humana. Es por eso que los novios
cristianos, cuando van a declarar mutuamente su amor y dar su palabra, quieren enraizar su promesa
de fidelidad en Aquel que es el único a ser perfectamente fiel: Jesucristo, Palabra de Dios.
Eso de retirar la palabra dada, cuando por parte de uno o de los dos cónyuges se exige
conversión y superar dificultades, es la primera reacción. En el tiempo de Jesús también levantaron
el problema y le preguntaron si era lícito a un marido divorciarse de su esposa. Y Jesús respondió:
"Al principio de la creación, Dios los hizo hombre y mujer; por eso dejará el hombre a su padre y a
su madre para unirse a su esposa, y serán los dos una sola carne. De esta manera ya no son dos, sino
uno solo. Pues bien, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe" (Mc 10, 6-9).

5. GRAN SACRAMENTO

"Dios no ha sido primero si, y luego no" (cf. 2Cor 1,19). Lo que Dios da no lo retira (cf.
Rom 11,29). Por lo tanto, cuando los bautizados se casan en la fe, su matrimonio es sacramento. En
ese sí de ambos, los esposos cristianos reciben, una misión y una gracia especiales, a fin de ser
signo del mismo amor de Cristo por su esposa, la Iglesia. Como Cristo y la Iglesia forman un solo
Cuerpo -el Cuerpo Místico-, así los esposos cristianos, en el matrimonio que celebran, se vuelven
"una sola carne", signo del gran misterio de Cristo con su Iglesia (cf. Ef 5, 31-32). Esta es la razón
más profunda por la cual el matrimonio-sacramento es indisoluble, pues nunca Cristo dejaría a su
Iglesia, a pesar de las infidelidades de sus miembros. Por lo tanto, nada y nadie puede disolver-
anular ese vínculo de amor. Sólo con la muerte de un cónyuge el otro puede volver a casarse, y esto
porque el matrimonio es un signo de Dios para esta vida, pues en el Reino definitivo nadie se
casará; por lo tanto, es lógico que cuando uno de los cónyuges muera, si el otro lo desea, puede
volver a casarse.

6. ¿POR QUÉ CASARSE?

La respuesta a esta pregunta la encontramos en la misma Sagrada Escritura. El relato más


antiguo de la creación nos muestra, en medio de una naturaleza exuberante, un celibatario en la
soledad. Entonces Dios dice: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gn 2,18). Y El mismo crea y
presenta a Adán una auxiliar semejante a él: Eva. Adán exulta de alegría y pronuncia estas palabras:
"Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn 2,23). Es por eso que el hombre deja el
padre y la madre y se une a su mujer, y los dos forman una sola carne, por ser tan íntima entre ellos
la unión de pensamientos, de corazones y de cuerpos. Es una unión para el perfeccionamiento y la
felicidad de las "dos mitades". Esta es la finalidad principal del matrimonio.
En el otro relato del Génesis (2,26-28), el hombre es presentado como un todo en dos
mitades complementarias: la pareja sexuada. En el pasaje leemos que Dios creó el "hombre", -que
aquí significa persona humana, humanidad- a su imagen; "a imagen de Dios lo creó. Macho y
hembra los creó". Y añadió: "Sean fecundos y multiplíquense". Esta es la otra finalidad del
matrimonio, o sea, la procreación y la educación de los hijos. Realmente la familia es la cuna donde
35
los hijos nacen y crecen; donde aprenden a conocer el Nombre del Creador. Por este motivo la
familia debe ser considerada el mejor espacio para la experiencia cristiana.
"En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias
creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. El
Concilio Vaticano II la llama con la antigua expresión de <Iglesia doméstica>. Pues en el seno de la
familia, los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con
su ejemplo" (cf. Cat. Igl. Cat. 1656; ver Puebla, No. 1031.1033.2442.2505.2665...)
Hay también otro aspecto que es bueno tener presente. A causa del pecado, ha entrado en
nosotros el desorden de los sentimientos y sentidos; ha entrado la desarmonía en lo que de mejor
tiene la persona humana: su sexualidad, la cual es la energía para amar. Este aspecto marcará
profundamente la visión negativa de la unión total entre los esposos. De hecho, la unión conyugal
no siempre ha sido presentada como un don del uno para el otro, sino sencillamente como un gesto
carnal y casi degradante de la vida humana y cristiana. Nada de eso. La unión conyugal es un noble
gesto de amor, y debe ayudar también a recrear la armonía humana y sentimental de los esposos.
La presencia de Jesús en las bodas de Caná es una bendición de Dios sobre esa pareja,
llamada a ser feliz y fecunda.

7. LA BELLEZA DE UNA RESTAURACIÓN

Todo lo que se ha reflexionado en este capítulo es bello y verdadero. Es el proyecto de Dios


para la felicidad de sus hijos. Para ese ideal debemos educarnos y educar a los demás, pues toda
noble conquista requiere un aprendizaje de todos los días. Sin embargo, sabemos que la persona
humana es limitada y pecadora. Y el matrimonio junta a dos "pecadores". De allí que las crisis y
hasta los fracasos son siempre posibles. Nosotros, para ver eso, ni tenemos que abrir los ojos; tantos
son los casos dolorosos que nos rodean y nos afectan.
El problema de los divorciados y amancebados es serio, y a veces muy doloroso. La Iglesia,
como sacramento del amor misericordioso del Señor, tiene una misión especial hacia esas personas.
Lo que sabemos es que, a pesar de nuestras infidelidades, Dios permanece fiel y es misericordioso.
En este breve espacio, deseo lanzar un llamado a todos aquellos que, por varias causas, están
tentados o hasta decididos a divorciarse. Quisiera que la imagen de una restauración, que con
frecuencia adorna nuestra cultura artística y nuestros bellos espacios coloniales, fuera como el
sostén de nuestra reflexión, en la posibilidad de reconstruir y renovar la alianza quebrada en el
mismo matrimonio. El ruego es que esos esposos que tienen dificultades en su vivencia de pareja,
sepan redescubrir el valor de su matrimonio. Entonces la restauración de la alianza matrimonial
tendrá una belleza y un valor todavía mayores, porque recuperará todas las partes buenas y bellas de
la alianza anterior y sustituirá las que se han dañado. Y una casa antigua restaurada es hasta mejor
que una vivienda moderna.

Nota:
Antes de la profundización en grupo, se puede proponer un intercambio de ideas acerca de cómo encontrar
caminos concretos de ayuda para amigos o conocidos que viven separados o en crisis matrimonial.
Se puede proponer de contactar a algunas parejas amancebadas, para explicarles la belleza
del matrimonio cristiano y ayudarlas a prepararse a celebrarlo.
Otra propuesta es la de hacer un debate libre sobre problemas, aspectos confusos y
cuestiones actuales relacionadas con el matrimonio.

36
CONCLUSIÓN
Los sacramentos son regalos del Señor, pues son sus acciones salvadoras celebradas en la
Iglesia y por medio de ella. Debemos también tener presente que, por parte de Dios, su acción es
siempre transformante y eficaz; pero este don debe encontrar nuestras manos abiertas, es decir,
nuestra disposición, fe y aceptación.
Los sacramentos no producen frutos si nosotros no nos abrimos y no respondemos a la
gracia; si no tenemos fe ni las condiciones para recibir lo que Dios nos quiere dar. Sabemos que por
medio de los sacramentos de la Iglesia, el creyente es progresivamente conducido a descubrir a
Cristo y, consagrado a El, a pertenecerle y configurarse a El para siempre, hasta poder afirmar: "No
vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20).
Esta transformación de la persona y de toda su vida no se realiza sólo en el momento en que
se celebra el sacramento, sino que continúa produciendo sus efectos en toda la vida del creyente. El
rito litúrgico, en su sobriedad, dura pocos momentos, pero es un gesto que no se apaga nunca más.
Solamente el pecado impide a la vida divina de crecer, y al sacramento de continuar dando sus
frutos. Además, la gracia sacramental no actúa exclusivamente en el creyente que celebra el
sacramento, sino que se derrama sobre toda la comunidad cristiana y la enriquece. Por lo tanto,
podemos afirmar que la Iglesia, al celebrar los sacramentos, es continuamente edificada por medio
de ellos.
De ese modo, la fe suscitada por la Palabra de Dios, fortalecida por medio de la celebración
sacramental, tiende a expresarse en plenitud en el testimonio de la vida. Palabra de Dios y
sacramentos, fe y vida de todos los días, constituyen para el cristiano una realidad inseparable, que,
a través del compromiso de la caridad, lo hacen capaz de ser signo visible de la acción salvadora de
Dios entre los hermanos. Y si esto es para todo cristiano, para un catequista es requisito y vocación
especial.

Propuesta pedagógica
1) Se aconseja formar siete grupos. Cada uno estudia un sacramento y se prepara a
exponerlo a la asamblea. El animador debe ayudar a aclarar aspectos confusos, completar lagunas,
corregir equivocaciones y subrayar puntos particularmente importantes.
2) Se puede entregar la hoja sobre "La creatividad, un Ministerio para la Creatividad", del
Padre FE. Merlos, a fin de que cada uno la estudie y reflexione en ella. A continuación, se aconseja
compartir los puntos que más han impactado y manifestar sugerencias de cómo llevarlos a la
práctica en el ejercicio de nuestra misión catequística.
3) Cada grupo se reúne para preparar todo el esquema de una catequesis sobre el sacramento
que ha profundizado. Dicha catequesis puede ser preparada para realizarse con niños, con jóvenes o
con adultos. El trabajo debe incluir los pasos concretos del acto catequético, como ha sido explicado
en la 2a etapa: (Objetivo/s) Punto de partida: acogida, experiencia humana, diálogo; Desarrollo del
tema: Palabra de Dios, explicación, aplicación a la vida, respuesta; y Conclusión: oración,
compromiso, actividades.
El esquema base del método propuesto es el de Ver, Juzgar y Actuar, muy generalizado no
sólo en América Latina, sino también en otras partes del mundo, pero con las modalidades y pasos
intermedios, según que se aplique a niños, a jóvenes, o a adultos.
Dentro de esta metodología cabe un gran abanico de acentos y toda la creatividad del nuevo
lenguaje y del uso pedagógico de los subsidios didácticos...

37
IV ETAPA: LA MORAL CRISTIANA

INTRODUCCIÓN: Jesús Maestro, el Pedagogo de] Padre.


- Jesús ha sido Camino, ejemplo, y lo ha indicado a los demás. Esto es lo que ha sido y ha
hecho Jesús en la formación de los discípulos.
- Jesús nos convoca para mostrarnos el camino que lleva al Padre, el camino del Reino, de la
felicidad y santidad cristiana. Vivir en cristiano es asumir una aventura que nos realiza como
personas y como creyentes.
- "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre" (Jn
14,6). Yo les he dado el ejemplo, a fin de que, como yo lo he hecho, también ustedes lo hagan (cf.
Jn 13,15).
- Porque Jesús es camino, puede mostrarlo a los demás. Ser camino es ser "ejemplo".
- Jesús ilumina, orienta, revela el sentido de la vida para el tiempo y la eternidad: es la
Verdad.
- Jesús acompaña al caminante (ver Lc 24, 13-35: los discípulos de Emaús), lo sostiene,
porque es la Vida, la Fuerza.
- El Pedagogo es aquel que muestra y facilita el camino, el seguimiento de Jesucristo, y ese
mismo es el papel del catequista.
Dinámica: - Se expone en la pared o en el piso, una foto/poster de alguien que está
limpiando-ensanchando un camino o que está acompañando a un discapacitado, conduciendo a un
grupo...
- Cada uno mira, reflexiona y responde por escrito a esta pregunta:
- ¿Qué relación tiene esta imagen con la vocación-misión del catequista?
- Los miembros se juntan en pequeños grupos.
- Comparten las ideas que cada uno ha tenido y se hace una síntesis, para ser presentada en
el plenario.
- Complementación por parte del animador.

1. EL CATEQUISTA ES ALGUIEN QUE FACILITA EL SEGUIMIENTO


DE CRISTO

Tópicos para ayudar la reflexión plenaria y/o para la autoformación de los participantes:
• La Pedagogía cristiana, como parte de la educación, es la ciencia, el arte y la tarea que
promueve el crecimiento integral de la persona, a fin de que llegue a realizarse y responder a su
vocación humano-cristiana.
• Jesús, como formador de sus discípulos y de todos sus seguidores, tuvo y practicó una
pedagogía que es para el formador de los catequistas la regla suprema de su servicio a los que
quiere formar. Los evangelios dan testimonio de ello, por esto queremos confrontarnos con la
palabra para ser orientados en nuestra misión.
1. Jesús parte siempre de situaciones concretas y de problemas reales, acogiendo a las
personas tal como son y sin prejuicios (cf Jn 4,1-45: la Samaritana).

38
2. Nunca habla de Dios sin antes haber escuchado a las personas. Sabe aguardar, sin prisa, el
momento oportuno para entregarles su mensaje. Debemos siempre tener presente que no se puede
dar una respuesta sin haber conocido las preguntas, las aspiraciones y los problemas de la gente (Lc
24, 13-35).
3. Jesús, cuando habla, lo hace con lenguajes y signos inteligibles; que se entiendan, por su
sencillez, y se crean por su autenticidad y su verdad (Lc 15, 1-32; Mt cap. 5-7).
4. Su presencia, su palabra, sus actitudes y sus compromisos cuestionan siempre a las
personas, pero dentro de un profundo respeto a su libertad (Lc 21, 1-4; Jn 8m, 1-11; Mt 15, 29-29).
No ejerce ninguna clase de violencia ni de imposición, ni de presión física, psicológica o moral. Es
enormemente paciente con el ritmo que cada uno tiene para llegar a creer (Mc 10, 17-22). No saca a
la gente de su historia para que lleguen a la fe, sino más bien espera que le den otro sentido a la vida
y otra dirección a la historia (Mc. 1, 14-20).
5. En sus encuentros y diálogos con los demás, se pone en la perspectiva de ellos. No ve en
lugar de ellos, sino como ellos, para comprender la realidad desde su punto de vista. Más bien les da
ojos para ver y oídos para entender (Mc 7, 24-30; 5. 21-43; 8, 22-26).
6. Los entrena para el servicio, sirviéndolos (Jn 13, 12-17; Mc 9, 33-37). Igualmente puede
decirse del amor, de la verdad, de la justicia, del respeto a los demás y de otros valores
fundamentales del Reino de Dios. Su norma será siempre "como Yo". Ejerce con ellos una autoridad
que se apoya más en la integridad de su vida que en su saber de maestro (Mt 11, 25-30; 12, 1-21;
15, 10-20).
7. Espera de cada uno que no dé más, pero tampoco menos de lo que puede dar (Mt 19, 16-
30; Mc 5, 17-20; Lc 9, 57-62; 17, 11-19)
8. Jesús cree mucho en las posibilidades de la persona. Para él no hay casos perdidos. Su
pedagogía se apoya en lo mejor que hay en cada hombre y en cada mujer (Lc 19, 1-10; 5, 27-32; Mc
14, 3-9).
9. En los conflictos, sabe ser firme sin ser tirano, y ser comprensivo sin ser débil (Mt 23, 1-
39; Lc 20, 20-26).
10. Finalmente, Jesús ofrece con amor lo que tiene reservado a cada uno en nombre del
lugar singular que cada uno tiene en el proyecto de Dios. La suprema ley de la Pedagogía de Jesús
será siempre su amor como transparencia de la ternura del Padre (Jn 10,11; 14,6-11; 15,13; 10,11)3.
Momento de oración o canto. Por ejemplo:
• Canto: "Yo soy sal de mi tierra" (Mi canto es joven, 562) u otro apropiado.
• Lectura: Lc 24, 13-35 o Jn 13, 12-15.
• Oración espontánea o el "Padre Nuestro".

Dinámica: Conocerse para caminar juntos: amamos a quien conocemos; si amamos


podremos ayudar a los demás.
- Diálogo entre dos personas (menos conocidas)
- Presentación en grupos pequeños, en la que se destacarán los dos aspectos que más nos han
impresionado en la persona. Puede manifestarse a la persona con un símbolo que mayormente la
identifique. A continuación, habrá una presentación plenaria.
- Breve comentario del animador, relacionando este ejercicio con la importancia que tiene el
conocerse entre los discípulos de Jesús, y lo indispensable que es conocer a nuestros catequizandos
para saberlos orientar.
3
cfr. P. Francisco Merlo A, La Pedagogía de Jesús en la formación de los Discípulos, Univ. Pont. de México).

39
II. EL CAMINO DEL CRISTIANO ES EL
SEGUIMIENTO DE JESUCRISTO

INTRODUCCIÓN:
En medio de las búsquedas, preguntas y tropiezos de la vida, en cada uno de nosotros
emerge un profundo deseo de felicidad y realización. Como respuesta a esa necesidad y utopía, se
levanta la figura y las palabras de Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, quien me sigue no
camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida". (cfr. Jn 8,12).
Este camino es lo que la Iglesia nos propone como educación y meta, cuya finalidad es la
comunión con el Señor, la santidad, la felicidad, pues hemos sido creados para eso y nuestro
corazón estará siempre inquieto e insatisfecho, hasta que no alcance ese objetivo.
La vida cristiana, antes que una moral, es una Buena Noticia. Su originalidad no consiste en
referirse apenas a algunas palabras de Jesús, sino a toda su vida, su muerte y su resurrección, y al
Don del Espíritu. Al acoger este misterio, nuestras relaciones con Dios y entre nosotros se renuevan.
Nace así el "hombre renovado" según la imagen de Cristo. Al mismo tiempo, morir a las fuerzas del
egoísmo y del orgullo, resucitando con Cristo a una vida nueva, no es sólo asunto privado ni una
teoría; es algo que concierne profundamente a la vida y al porvenir de la humanidad. La moral
cristiana es una Buena Noticia, porque ensancha nuestro corazón, haciéndolo receptivo al don de
Dios que es fe, esperanza y caridad4.

1. LA FE CRISTIANA SE MANIFIESTA EN ACTOS CONCRETOS

Dinámica: - Exponer el letrero cono la siguiente frase: "Soy creyente, pero no soy
practicante".
- En plenario o en pequeños grupos o en un sociodrama, dar respuesta a los que dicen o
encarnan esta afirmación.
- El orientador procure que las respuestas de los participantes cuestionen también sus
actitudes personales.
- En nuestras relaciones y en nuestro comportamiento existe todavía violencia, explotación,
mentiras, desamor y otras actitudes y acciones que van contra el amor y lo que Jesús nos enseñó.
Esa es la más clara y humillante constatación de que la fe cristiana no es vivida.
San Pablo decía a los cristianos de Filipos (y nos dice también a nosotros): "Procuren que su
manera de vivir esté de acuerdo con el Evangelio (...) Tengan unos con o«os la manera de pensar
propia de quien está unido a Cristo Jesús" (Fil 1, 27-2,5). Realmente la fe cristiana deja rastros
luminosos, o no es fe cristiana.

2. LA MORAL CRISTIANA ES SIGNO DE FE

4
cfr. CEB, El Libro de la Fe, p. 135.

40
La fe cristiana no es sólo adherirse intelectualmente a lo que Jesús nos ha enseñado; es antes
comprometerse con El. "No todos los que me dicen Señor, Señor, entrarán en el reino de los cielos,
sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre celestial" (Mt 76,21).
En el fondo, la crisis moral (crisis de valores) es crisis de fe; es también ignorancia de lo que
Dios nos ofrece para alcanzar la Vida; es no haber entendido en qué se basa la verdadera realización
y la felicidad.

3. LA MORAL

A veces escuchamos frases como esta: "Que fulano se calle, porque no tiene moral para
hablar o llamar la atención". Tener moral, por lo tanto, es sinónimo de vida coherente con lo que se
profesa con las palabras. En este sentido todos tenemos fallas. Por lo tanto, todos somos unos
incoherentes, pues sólo Jesús fue Palabra vivida, testimoniada. Realmente su vida y su palabra se
identifican, porque él vivió lo que predicó y predicó lo que vivió. Jesucristo es verdaderamente el
Maestro.
Nuestro camino cristiano consiste en disminuir nuestras incoherencias entre el credo rezado
y el credo testimoniado, pues la moral cristiana consiste en seguir a Jesucristo, y buscar asumir su
estilo de vida.

4. LA CRISIS DE LA MORAL

Con frecuencia la moral es vista como una amenaza a la libertad y felicidad de la persona, o
hasta como un obstáculo al progreso y a la libertad. Sin embargo, ya los moralistas (y antes de ellos
el mismo Señor), colocaban la moral bajo el signo de la verdadera felicidad, al lado de la vida;
mientras que la permisividad -el libertinaje- son actitudes que conducen a la muerte. Hoy, al mirar
lo que sucede en nuestro ambiente, podemos apreciar la verdad de esas afirmaciones. Son varias las
causas de esta crisis. Aquí nombramos sólo las que consideramos fundamentales.
En primer lugar debemos tener presente la falta de formación cristiana y de una catequesis
adecuada que oriente la vida y las relaciones en un contexto profundamente cambiado.
Reconocemos que no siempre la catequesis acompaña la vida de las personas. Nos damos cuenta de
que muchos de los que se dicen cristianos y católicos no conocen los valores evangélicos y las
exigencias morales para vivirlos. Otras veces, esas exigencias del Evangelio han sido presentadas
como una serie de rigurosos deberes, desligados de la riqueza y belleza del mensaje y de la persona
del Señor. Sabemos todos que, sin el resorte del amor y del ideal, las obligaciones cansan, pesan y
se dejan. Esta falta de formación cristiana, no aguanta el impacto de las nuevas teorías y visiones de
"progreso" vehiculadas, sobre todo, por los medios de comunicación social, los cuales han ido
creando una cultura del relativismo y del placer sensible y fácil, debilitando lo que es la base
profunda de la auténtica felicidad, de la cual la moral cristiana es maestra y promotora.
Dinámica: - En un cuchicheo espontáneo o en pequeños grupos, "Identificar otras causas de
la falta de moral".
- Plenario con discusión y sugerencias de posibles respuestas reales y concretas a esta crisis,
tratando de que los participantes sean involucrados en primera persona.

5. LA LEY ESTÁ EN NUESTRO CORAZÓN

41
Una persona, y especialmente una comunidad humana, no puede vivir sin valores morales.
Eso llevaría al caos (desorden) y a la propia destrucción. Con demasiada frecuencia nos olvidamos
que derechos y deberes se exigen mutuamente (son correlativos). Por lo tanto, si deseo, busco y
quiero amor, perdón, justicia, libertad, privacidad y muchos otros bienes y valores, eso mismo exige
que, al mismo tiempo, los reconozca, los respete y los promueva en los demás. O sea, si quiero
oxígeno y flores y agua y calles limpias,... no debo quemar los jardines, echar basura en la calle,
ensuciar paredes, desperdiciar el agua, etc. Esto parece muy lógico y claro, y sin embargo no
siempre es vivido. Es necesario que nos preguntemos: ¿De dónde vienen las causas de tantas
muertes, del hambre que azota a mucha gente, de tantos estragos y desarmonías del ambiente? No
olvidemos que quien rechaza las normas morales se vuelve víctima de esas mismas actitudes.

6. LA LEY DE DIOS

Muchas personas han buscado siempre vivir como tales: en la honestidad, la justicia y la
solidaridad. A ese deseo y necesidad de una vida auténtica le llamamos ley natural, o sea, las
normas y objetivos que cada persona lleva grabados en su corazón, y que la conciencia juzga
cuando son respetados o traicionados. De hecho, "al crear el ser humano inteligente y libre, Dios le
dio el medio para descubrir, como a tientas, lo que iba en el sentido de su propia realización, de su
dignidad y libertad. Por eso, la persona humana es, en sí misma, la primera fuente de la moral.
ciertamente que esa tarea de hacerse verdaderamente persona humana realizada, es una tarea tanto
ardua cuanto sublime. Bajo este aspecto, el Pueblo de la Antigua Alianza recibió mucho al acoger la
revelación de Dios, que en la alianza le manifiesta su designio de amor"5.
El Decálogo, o Mandamientos de Dios son como un suplemento de luz para indicar a la
humanidad confundida y en búsqueda, el camino de la Vida. Es en esta óptica que los creyentes de
todos los tiempos los acogen y los entienden. Por eso, con el autor del Salmo 119 (118) expresamos
al Señor nuestra gratitud. (Se pueden recitar los primeros 24 versículos de este salmo, y motivar
luego un momento de meditación).

7. CONCIENCIA Y LEY: DOS LÁMPARAS

La ley moral podemos considerarla como una iluminación exterior sobre nuestro verdadero
bien, pero la persona humana es beneficiada también de otra iluminación interior, que es su
conciencia. Esta es como una brújula interna que nos ayuda a presentir dónde está el bien y dónde
está el mal. De ese modo, cada uno, iluminado por el Espíritu Santo, aprende discernir, gracias a la
propia conciencia, lo que es bueno o está bien para sí mismo y para los demás. Nos recuerda esto un
documento del Concilio Vaticano II: "Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su
corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente"
(GS, 16).
La conciencia es nuestro centro más recóndito (secreto) y sagrado, y nadie lo puede
violentar, pues es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa "Ley", cuyo
cumplimiento se realiza en el amor de Dios y del prójimo (cf. GS, 16). Por lo tanto nadie puede ir
contra su conciencia, aun cuando ésta esté equivocada. Al mismo tiempo, nuestra conciencia no
hace la ley, sino que la reconoce. Puede suceder que, por varias causas, (presiones del ambiente,
educación errada, pasiones mal orientadas),... hayan oscurecido la voz de su conciencia. Por lo tanto
cada uno tiene el deber de iluminar su propia conciencia, y hacer que ella sea siempre y en todo el

5
Cfr. Obispos de Francia, Catecismo para adultos.

42
reflejo íntimo de lo que Dios o—1ere. En este sentido, cada uno tiene el deber de conocer la LE._ le
Dios y orientar por ella la propia conciencia. (Verla Encíclica. "Splendor Veritatis", 57-61).
Dinámica: - En grupos pequeños hacer un levantamiento de las opiniones y
comportamientos que circulan en nuestro ambiente acerca de ciertos valores o contravalores
morales. Por ejemplo:
- el aborto, la sinceridad, mantener la palabra dada, guardar los secretos,...
- En plenario hacer un juicio moral acerca de esas opiniones y comportamientos.
- Ver en qué medida todo eso afecta también la manera de pensar y obrar de nosotros,
catequistas.
- Manifestar nuestra respuesta moral-cristiana con una oración o compromiso concreto.

III. LOS DIEZ MANDAMIENTOS

INTRODUCCIÓN
"Si ustedes se mantienen fieles a mi palabra, serán de veras mis discípulos; conocerán la
verdad, y la verdad los hará libres" (Jn 8, 31-32).
Realmente la libertad es el deseo de todos. Ella es una de las grandes aspiraciones del ser
humano, como lo es el amor, la vida y la felicidad. Son incontables las luchas y las muertes para
poder conseguir este derecho fundamental. La libertad es un don y, al mismo tiempo, es un
compromiso. Hacernos libres, vivir en libertad, es un sueño del corazón humano, pero es también -y
antes- el ideal que nos propuso el Señor.
Sabemos que la libertad humana no es absoluta; ella acaba donde empieza la libertad del
otro, de los otros. Pero este límite nos asegura el derecho de cada uno.
Como con otros valores, también en relación con la libertad existe una confusión muy
grande. Ella es un capital depositado en nuestras manos. Su uso o abuso depende de nosotros.

1. EL PROYECTO DE DIOS

A ese deseo sin límites de felicidad, de paz, de fraternidad, de amor y de libertad que
llevamos en nuestro corazón, Dios responde con su proyecto. El es respuesta plena y hasta superior
a nuestro mismo deseo. Al mismo tiempo, el proyecto de Dios es una propuesta, porque El es el
primero en respetar nuestra libertad. Así nos dice su Palabra: "Miren, hoy les doy a elegir entre la
vida y el bien, por un lado, y la muerte y el mal por el otro. Si obedecen lo que hoy les ordeno (...) y
siguen sus caminos (...) vivirán" (Ex 30,15-16). La libertad es esa capacidad de escoger el bien, de
hacer y promover lo que es bueno. Entonces la vida y la alegría florecerán dentro de nosotros y a
nuestro alrededor, y esta tierra llegará a ser un reflejo del reino. Sin embargo constatamos que la
tentación de una falsa libertad, basada en lo que es más cómodo, fácil y egoísta, es algo siempre real
y en ella caemos con mucha frecuencia. Pero lo peor de todo es lo de hacer de nuestro error un
principio de conducta. Es eso lo que mayormente desorienta y crea el desorden en el campo moral.
Trabajo de grupo: • Se lee pausadamente las siguientes frases de San Pablo: Gál 5,1. 13:

43
• "Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes
en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud".
• "Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no usen esta libertad para dar
rienda suelta a sus instintos. Más bien sírvanse los unos a los otros por amor".
• Luego de una reflexión compartida en el grupo, se manifiesta en plenarío en qué
sentido San Pablo entiende la vivencia de la libertad, y cómo la Ley de Dios nos ayuda a ser libres.

2. AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS

Es esta una hermosa y profunda frase de San Agustín, pero que no siempre es entendida en
su verdadero sentido. No hay duda de que el amor nos lleva a los gestos más sublimes de entrega,
pero hacer, sin amor lo que nos dé la gana, lleva a las aberraciones más absurdas.
El subjetivismo es una nota dominante de nuestra sociedad. Parece que todo lo que sea o
aparenta ser norma, códigos de comportamiento y leyes, es considerado imposición y humillación
de la persona humana. Y en ese espacio de "prejuicios" entran también las "Diez Palabras" o
"Decálogo".
Sabemos que el "Decálogo" son las palabras que sellan la Alianza de Dios con su pueblo.
Son como la "Constitución" del Pueblo de Dios. Viviendo los mandamientos, el pueblo creyente
manifestaba que quería vivir en la comunión de vida con el Dios Liberador. Pero lo que debemos
destacar es el espíritu o la óptica a través de la cual, sea en el Antiguo Testamento como en la buena
catequesis de la Iglesia han sido presentados los Mandamientos. Dios no empezó por exigir: debes o
no debes hacer esto o aquello, como con mucha frecuencia se ha enseñado y se enseña. La Sagrada
Escritura empieza más bien así: "Yo soy el Señor tu Dios que te ha sacado de la esclavitud de
Egipto" (cf. Ex 20,1-2). Sólo después vienen los Mandamientos (cfr. Ex 20,3-17; Dt 5,7-21). Y
concluye que el fin de lo que Dios nos pide es la vida y la felicidad de las personas (cf. Dt 5,33).
Este principio ya tocado anteriormente vale para toda la moral cristiana, pues es a la luz del
amor de Dios; de lo que El hizo y hace por nosotros que podemos entender las exigencias de los
Mandamientos, y podemos percibir claramente que son exigencias para ayudarnos a permanecer en
la vida, la libertad y el amor.

3. UNA MIRADA NUEVA PARA LAS "DIEZ PALABRAS"

En el espíritu de una verdadera catequesis, los Diez Mandamientos constituyen un regalo


para nuestra educación moral y nuestro camino cristiano. Es en esa óptica que los debemos recibir,
entender y vivir, porque son para nosotros como los rieles para el tren; o sea, son una ayuda que nos
facilita caminar por el sendero cristiano; que nos indica lo que está bien o mal.
El pueblo hebreo tenía clara conciencia de haber recibido en el Decálogo una revelación
especial por parte de Dios. Y era la vivencia de esa misma revelación la que lo hacía un pueblo
privilegiado. (Leer: Dt 4,5a.6.7a.8).
Pregunta para ser discutida en plenario:
- ¿Por qué mucha gente considera los Mandamientos rnás como una carga que como un don
de Dios?
Es bueno que el animador subraye que todo pesa cuando falta el amor; además, los
siguientes tópicos pueden ayudar para colocar en su justa luz los Diez Mandamientos.

44
• Sabemos que Jesús dijo con mucha claridad que el amor a Dios y al prójimo recapitula y
resume toda la Ley de Dios y también todo el mensaje de los Profetas (cf. Mt 22,37-40). La
vivencia de este amor constituye el distintivo de los discípulos de Jesús.
• Los Diez Mandamientos no son unas normas más o paralelas al mandato de Jesús; por el
contrario, ellos desdoblan y concretizan el mismo Mandamiento Nuevo de Jesús.
• Los primeros tres Mandamientos se refieren al amor hacia Dios: los otros siete explican y
aplican el amor hacia los hermanos.
• El amor no es una palabra, sino una realidad viva, y como tal se vive en las relaciones
concretas. Los mandamientos de la ley de Dios nos indican esas actitudes interiores y exteriores que
expresan, defienden y promueven el amor real.

IV PRIMER MANDAMIENTO

"Yo soy tu Dios que te ha liberado: no habrá para ti otros dioses delante de mí"
Salmo 63 (62) (Se aconseja recitarlo juntos o cantarlo)
Esta oración del salmista expresa la justa posición de toda criatura y de todo creyente.
Nuestro amor a Dios no es un acto de buena voluntad de nuestra parte, o una tentativa humana de
agradar al Creador, sino que es la respuesta agradecida al amor que El primeramente nos ha
manifestado y que siempre nos dedica.
Debemos admitir que hubo y hay siempre la tentación de no reconocer el lugar de Dios en
nuestra vida; de querer sustituirnos a él y no reconocerlo como el Señor, haciendo lo que nos
apetece, o buscar reemplazarlo con lo que nos agrada. Las personas, como individuos o
colectividad, siempre han creado ídolos. El ídolo, desde el becerro de oro del que nos habla la
Biblia (cf. Ex 32), hasta los ídolos más actuales, como es la droga, el dinero, el prestigio, el placer y
toda clase de falsos valores, es siempre lo que seduce, y al mismo tiempo esclaviza, dejando vacío,
insatisfacción interior y alienación. Los ídolos, concretamente, son siempre sustitutos de Dios; son
las cosas que nos desvían de su plan de salvación.
Este mandamiento no sólo nos prohibe tener ídolos, o sea, apoyar nuestra existencia en
cosas o frágiles creaturas que acaban por esclavizarnos, sino que también constituye una llamada
para conocer y seguir al Señor en la libertad y en el amor. -realmente nosotros solamente amamos y
seguimos a quien conocemos-. Por eso, en la medida que nuestro conocimiento del Señor crece,
aumenta también nuestro amor.
Muchas veces nos creamos una falsa imagen de Dios y hasta llegamos a negarlo (el
ateísmo=negación de Dios), sencillamente porque no lo conocemos ni nos empeñamos por
catequizarnos. Debemos constatar una gran ignorancia de Dios y del verdadero Dios que Jesucristo
nos ha revelado con su vida, sus "signos" y sus enseñanzas.
El pueblo hebreo era sumamente cuidadoso y celoso de narrar (transmitir) lo que Dios había
hecho por él. Ese credo contado, reflexionado y celebrado, pero lo alimentaba la fe en el único Dios
Salvador. Cada año el pueblo celebraba ese credo en la Pascua. Hoy la ignorancia de Dios es algo
asombroso. Para muchos Dios no es persona ni una presencia real, sino apenas una vaga idea.
Entonces la tentación de olvidarnos de El, de sustituirlo por otras cosas, es cada vez mayor.

Dinámica: - "Tormenta de ideas" realizada en pequeños grupos.

45
- Los participantes van diciendo, manifestando los vacíos y/o las desviaciones que existen en
nuestra catequesis como causas que alimentan el ateísmo, la duda, la superstición, la idolatría, la
falta de fe, de esperanza y caridad.
- En plenario, el animador, además de explicar - si fuera necesario- en qué consiste el
ateísmo, la superstición, la duda, etc., propone al grupo sugerencias concretas para una vida
cristiana cimentada en las virtudes teologales.
Es bueno que en esta oportunidad se aclare en qué consisten la adoración y la veneración
que el cristiano presta, a Dios, a la Virgen y a los santos6.
Conviene destacar que el "primer mandamiento nos sitúa en presencia de Dios, que nos ha
liberado de toda esclavitud y nos pone en guardia contra las creencias erróneas"7.

V. SEGUNDO MANDAMIENTO
"El nombre del Señor es Santo: no lo pronunciarás en falso"

INTRODUCCIÓN
Canto: "Santo es el Señor"
El segundo mandamiento no nos habla de otros dioses o ídolos, sino del Nombre de Dios. El
nombre, sobre todo en la mentalidad bíblica, representa a la misma persona en toda su originalidad.
Dios nos conoce por nuestro nombre, o sea, como personas únicas e irrepetibles. Entonces, honrar
el Nombre de Dios significa reconocerlo como Señor, amarlo y creer en El. Es lo que nos ha
enseñado el mismo Jesús en la oración del Padre nuestro: "Sea santificado tu nombre".
Este mandamiento tiene la finalidad de crear en nosotros la actitud de respeto para con Dios.
Es un respeto de amor y no de temor; de gratitud y no de miedo.
Fundamentalmente hay tres actitudes con las que podemos profanar y humillar a una
persona.
- La primera es hablar mal de esa persona, insultarla y criticarla.
- La segunda es ponerla en ridículo; gozar y "relajar" con lo que dice y hace.
- La tercera -y la más grave-, es la de ignorarla; o sea, comportarse como si esa persona no
existiera. Por eso se dice que quien ignora, mata.
Todo esto puede suceder en nuestras relaciones con Dios; como, por ejemplo, cuando
insultamos el santo nombre de Dios, atribuyéndole la responsabilidad del mal que sucede; mal del
cual, muchas veces, somos nosotros mismos los primeros responsables. Otras veces insultamos a
Dios no sólo con palabras ofensivas, como son las blasfemias, sino también con el desprecio hacia
sus hijos, que son nuestros hermanos. Además profanamos (=deshonramos) el nombre del Señor,
cuando por todo y por nada usamos y abusamos de su nombre bendito, banalizando su presencia. En
este sentido, una de las mayores deshonras al nombre de Dios es la de jurar falso. En ese caso
usamos a Dios como testigo y defensor de nuestra mentira. Por lo tanto hacemos de Dios, que es la
misma Verdad, un mentiroso.
Jesús nos enseña a no recurrir al juramento en nuestras relaciones, sino que nuestro hablar
sea siempre cristalino y verdadero, es decir, sí, cuando es sí, y no cuando es no. Lo que digamos
fuera de eso viene del maligno (cf. Mt 5,37). Pero el modo más común de deshonrar el Nombre de
6
Un apoyo para esta complementación lo puede encontrar en el Catecismo de la Iglesia, Nos. 2086-2126.
7
cf. CEB, Libro de la Fe, 155.

46
Dios es cuando nos olvidamos de El; o sea, lo ignoramos. La gran profanación de Dios se da cuando
pensamos, vivimos y obramos sencillamente como si El no existiera, sin importarnos por conocerlo.
Este ateísmo práctico es lo que más disfrazadamente entra en nuestra vida y en nuestro ambiente.
Dinámica: - Colocar en el piso o pegar en la pared un letrero con las frases: Ateísmo:
¿cuáles causas?
- ¿Cuáles efectos o signos concretos de este fenómeno?
- Después de unos momentos de reflexión, cada uno va diciendo lo que opina referente a
eso.
- El animador hará una síntesis, subrayando la importancia de la catequesis para motivar la
fe y la verdadera expresión de culto hacia el Nombre de Dios, sin fanatismos ni indiferencias.

1. DEL INSULTO A LA ALABANZA

La vivencia de este mandamiento no se limita a no pronunciar el Nombre de Dios en vano o


no profanarlo con palabras y actitudes indignas de una criatura de Dios y de un cristiano. Se
requiere, además, reconocer la grandeza y la bondad del Señor, y saber manifestarla con las
palabras y las obras.
Los Salmos constituyen una escuela para aprender a alabar el Nombre del Señor. Ellos nos
educan para que sepamos descubrir los muchísimos gestos de amor de nuestro Dios hacia nosotros,
y manifestarle la alabanza de hijos.
Con el Salmo 9, digamos de todo corazón:
"Que mi alma alabe al Señor y proclame todas sus maravillas...
En ti me alegraré y me regocijaré, y cantaré tu Nombre, oh Altísimo.
Canten al Señor, que mora en Sión, y publiquen entre los pueblos sus hazañas".
Y que las palabras de un creyente-cantor, San Francisco de Asís, también nos estimulen y
nos ayuden a vivenciar esta actitud de alabanza a Dios. El no nos empequeñece o empobrece, sino
que nos coloca en la auténtica posición que nos dignifica, pues la persona nunca es tan grande como
cuando está de rodillas.
¡Altísimo, Omnipotente y Señor Bueno; a ti pertenecen la alabanza la gloria, el honor y toda
bendición!

VI. TERCER MANDAMIENTO


"Santificarás el día del Señor"

INTRODUCCIÓN
Como se percibe inmediatamente, los tres primeros mandamientos casi no se pueden
separar. Uno complementa al otro, y cada uno ofrece una faceta del único Mandamiento de amar a
Dios sobre todas las cosas.

47
Los que saben de amor, saben también que él exige tiempos, espacios, gestos, palabras y
signos para expresarse y ser acogido y percibido. Y en esos mismos gestos el amor se alimenta y
crece.
La pedagogía de Dios se inscribe en nuestra estructura humana. Nosotros tenemos necesidad
de tiempos y ciertas condiciones para alimentar y expresar nuestro amor a Dios.
La finalidad de este mandamiento es, por una parte, la de enseñarnos para que seamos
capaces de percibir y celebrar la bondad y la presencia de Dios en medio de nosotros. Y por otra, es
la de educarnos para saber respetar nuestra dignidad. La persona humana no es una máquina ni un
objeto en manos de otros. Como personas, tenemos necesidad del justo descanso y pasatiempo. Eso
es también un signo de nuestra dignidad y del primado de la persona humana sobre el mundo. Son
los esclavos los que pierden este derecho. El excesivo trabajo, como también la evasión en un
torbellino de diversiones y carreras, no ayudan para que la persona pueda encontrarse consigo
misma, con Dios, con los demás y con la naturaleza. (Leer, sobre todo, los números 64-67 de la
Carta Apostólica "Dies Domini", de Juan Pablo II).
A propósito del día del Señor, nos dice el Papa: "El <día del Señor> es, por excelencia, el día
de esta relación en la que el hombre eleva a Dios su canto, haciéndose voz de toda la creación.
Precisamente por esto es también el día del descanso. La interrupción del ritmo, a menudo
avasallador, de las ocupaciones expresa (...) el reconocimiento de la dependencia propia y del
cosmos respecto a Dios. ¡Todo es de Dios! (D.D. 15).

Preguntas para un pequeño debate:


¿Qué hacer para que el domingo no se vuelva un día vacío?
¿Cuál es la dimensión humana y cristiana que es más urgente recuperar?
¿Qué podríamos hacer nosotros para que el domingo sea "Día del Señor"?

1. EL DOMINGO: PRIMER DÍA DE LA SEMANA

Este día funda y marca para los cristianos la fecha del acontecimiento central de nuestra
salvación. Fue en el primer día de la semana que Jesucristo resucitado se apareció a los discípulos.
A partir de la Resurrección, los primeros cristianos empezaron a reunirse todas las semanas, en el
día domingo, para celebrar el Día del Señor Resucitado y presente en medio de ellos, con la
celebración de la Fracción del Pan-Eucaristía (cf. Hech 20,7), con la proclamación de la Palabra de
Dios (cf. Hech 20,11) y el compartir fraterno (cf. 1Cor 16,2).
Desde el comienzo del cristianismo, este primer día de la semana pasó a ser consagrado al
Señor, substituyendo la celebración del sábado, día festivo de los Judíos.
Si bien es verdad que en cualquier día nosotros podemos celebrar la vida, sin embargo, es en
el día de nuestro aniversario que esa celebración se hace una fiesta. Eso lo podemos aplicar también
a la celebración del Domingo. Todo el tiempo y todos los días son para alabar al Señor, pero en el
día domingo la comunidad cristiana celebra el acontecimiento central de la fe. La celebración
Eucarística es el centro y la cumbre del culto cristiano. En ella alimentamos la fe, la esperanza y la
caridad, a través de la Palabra de Dios, el Pan Consagrado, la oración comunitaria y la presencia de
los hermanos.
El mandamiento de la Ley de Dios es sólo una ayuda pedagógica para hacernos recordar y
enseñarnos a celebrar el día del Señor. Sin embargo, quien ama al Padre y a los hermanos no tiene
necesidad de "normas" o preceptos, porque estar con ellos es una necesidad.

48
Vivir el amor en la pequeña iglesia (iglesia doméstica), que es la familia; gastar un poco de
tiempo con los demás; festejar un acontecimiento; visitar a alguien; llamar por teléfono o escribir
una carta a quien vive lejos; interesarse por lo que sucede en el mundo y admirar la belleza que nos
rodea, son cosas que podemos hacer en el domingo y que dan sentido a nuestra existencia cristiana.

VII. CUARTO MANDAMIENTO


"Honra a tu padre y a tu madre"

INTRODUCCIÓN
Este mandamiento nos introduce en la "segunda tabla" de la ley de Dios: "Amar a tu prójimo
como a ti mismo" (Mc 12,31). San Pablo nos recuerda su concretización, diciendo que: "En efecto,
lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen
en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad es, por tanto, la ley en su
plenitud" (Rom 13, 9-10).
Con referencia al cuarto mandamiento, a veces parece que existe un cierto rechazo, o es
escuchado con algunas reticencias. Es bueno destacar que esta norma ha sido formulada en una
visión de familia no restringida sólo a la pareja y a los hijos, sino a todo el clan en el cual la persona
estaba insertada, y con el lenguaje de su tiempo. Sin embargo, el mensaje que nos quiere comunicar
este mandamiento, y para el cual nos quiere educar, es sumamente actual y fundamental. De hecho,
este mandamiento garantiza la buena convivencia y la cooperación de los distintos miembros de la
familia, y de ésta con toda autoridad religiosa y civil.
Por medio de este mandamiento el Señor nos pide, en primer lugar, el amor de los padres
hacia los hijos y su misión educativa. Pero a eso debe corresponder el amor y el respeto de los hijos,
y sobre todo la acogida, la ayuda, el amparo y el cariño cuando los padres sean ancianos o
enfermos. Debemos tener muy presente que la vida la hemos recibido de Dios Creador y de
nuestros padres procreadores (=cooperadores en el proceso biológico de la vida).
La gratitud por la vida que recibimos de Dios y de nuestros padres reviste un carácter
sagrado. Por eso manifestamos gratitud, respeto y amor hacia los padres, que cooperaron para que
recibiéramos el don de la vida. Pero cuando este equilibrio se altera o se destruye, se entra en lo que
llamamos con distintos nombres como: crisis de generación, falta de diálogo, irresponsabilidad de
los padres, abandono de los ancianos, insubordinación, autoritarismo, violencia y abandono de los
menores, y otros problemas que los MCS documentan con imágenes que causan escalofríos. En
medio de todo eso queda la triste experiencia del abandono, de la marginación, del sufrimiento, de
la destrucción psíquica, moral y física de las personas. En una palabra: se ha profanado el proyecto
de Dios.

2. COMO QUIEN MIRA A LOS FRUTOS MADUROS

Si por la enfermedad u otro problema a un individuo le han cortado una pierna, esa persona,
de una u otra manera, volverá a andar, pero no hay duda de que quedará disminuida para el resto de
su vida. Eso mismo podemos decir, y con mucha más razón, de la persona que no tuvo una familia o
que vivió en ella una experiencia negativa. Fácilmente será alguien que arrastrará ciertas carencias y
problemas; será una persona problemática para sí misma y los demás. Es el caso de preguntarnos:

49
¿Cuáles son hoy las causas y los factores que crean un mal ambiente en las familias y hasta
las desintegran? (debate que involucre a todos).
La familia es la matriz de la persona humana y la cuna de la sociedad. Realmente es el
espacio donde la persona, por el amor de Dios y de los padres, recibe la vida, crece, se realiza y se
hace signo del amor fecundo para los demás.
La familia es un reflejo, aunque débil e imperfecto, del infinito misterio de la Trinidad
Divina, de quien cada persona humana trae la marca como capacidad, deseo y exigencia de esa
comunión plena que hay en Dios. Proteger a la familia es defender una realidad fundamental para la
vida de las personas y de la sociedad, pues es en esta primera y fundamental comunidad que
encontramos nuestra realización, y, por consiguiente, se construye la sociedad y se hace experiencia
de Iglesia. Por lo tanto, el cuarto Mandamiento es destinado a proteger la familia, según el proyecto
de Dios. De modo que destruir a la familia es desintegrar a la persona y a la sociedad.
A este propósito dice el catecismo francés: "En una familia estable, cimentada en el amor de
los esposos, en la fidelidad y la fecundidad sin egoísmo, pero también en la hospitalidad y en el
sentido de responsabilidad social, el hijo tiene el máximo de oportunidades para crecer de manera
suficientemente equilibrada. Los conflictos son inevitables, pero en este marco familiar, hecho de
amor y de mutuo empeño, el hijo aprenderá a superarlos sin excesivas dificultades. En este clima,
aprenderá también la gratuidad y el perdón tan necesarios a toda vida social"8.

1. LA FAMILIA EN EL PROYECTO DE DIOS

Además de reafirmar que la familia es la "matriz" de la persona, debemos tener presente que
la familia, constituida casi exclusivamente por la pareja y por los hijos, especialmente en nuestro
tiempo, no puede asegurar el completo desarrollo y todos los servicios que sus miembros necesitan.
Otros espacios y otras instituciones, sea por parte del Estado como de la Iglesia, completarán la
formación y responderán a las exigencias-necesidades de las personas con otros servicios (salud,
instrucción, amparo social...). Por tal motivo, también a esas personas les debemos respeto,
colaboración y obediencia, pero la familia es el ámbito de la "gestación" de la persona humana.
Sólo cuando los hijos se hacen adultos, la dejan. Entonces, como dice la Sagrada Escritura: "el
hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer" (Gn 2,24).
Para los papás que ven partir a los hijos que han formado, a fin de que ellos puedan dar
inicio a otros hogares o para responder a otros llamados vocacionales, como el sacerdocio o la vida
religiosa, es un momento importante, sagrado. Es como un segundo nacimiento, en el cual se
"corta" nuevamente el cordón umbilical y el hijo empieza su primer y gran paso de autonomía. Así,
cuando los hijos alcanzan su plena autonomía y pueden responder libre y responsablemente a su
vocación, parten. Entonces, en cierto sentido, los padres han cumplido su misión, y termina, por así
decirlo, su autoridad hacia los hijos. Sin embargo ellos quedarán siempre con autoridad moral, sea
por su experiencia de vida, como por la dedicación dada a los hijos, cuyo respeto hacia sus padres
debe profundizarse siempre más.

3. LOS DOS SENTIDOS DE ESTE MANDAMIENTO

La manera como este mandamiento está formulado parece atribuir solamente derechos a los
padres y deberes a los hijos. Pero no es así. Tengamos presente que la estima y el servicio que se
nos pide hacia nuestros padres, en el fondo es el reconocimiento por su misión y dedicación de

8
Obispos de Francia, Catecismo para adultos, Ed. Gráf. Coimbra, Portugal, pág. 320.

50
padres; es la correspondencia a su amor, a su entrega. De aquí se puede concluir que los padres
deben ser los primeros y los mayores responsables en promover la armonía, el entendimiento, la
dedicación, el perdón y el diálogo entre todos. Y este ejemplo empieza dentro de la misma pareja.
Sin amor y respeto, fidelidad y entrega de los esposos, ¿con qué autoridad moral ellos pueden pedir
eso a sus hijos? Bien sabemos que no faltan escenas de violencia y malos tratos de los padres hacia
sus hijos, ni faltan casos en los que los hijos, todavía menores de edad, tienen que trabajar, no por
causa de enfermedad o problemas particulares de la familia, sino para remediar la pereza, la
irresponsabilidad y los vicios de los padres.
Todos conocemos también los muchos casos de hijos desagradecidos por tantos sacrificios
que hacen sus padres, que les han dado la vida, y que siguen dándoles abrigo, comida, estudios y
cariño; hijos que no obedecen ni colaboran en las necesidades del hogar. No es novedad ver padres
que abandonan a sus hijos o ni siquiera les permiten ver la luz; como no es cosa rara ver hijos que
castigan a sus padres, obligándoles a una vida humillante, por el egoísmo y la codicia. La
exhortación de San Pablo nos traza el camino para las auténticas relaciones familiares.
"Hijos, obedezcan a sus padres, pues esto es un deber... y ustedes, padres, no sean pesados
con sus hijos, sino más bien edúquenlos usando las correcciones y advertencias que pueda inspirar
el Señor" (6,1-4). Aquí tenemos la justa interpretación del mandamiento del Señor, que lleva la
familia a colaborar para hacerla una verdadera comunidad.
Debate: - Al estilo de un sencillo debate, el grupo va dando respuesta a estas dos preguntas:
• ¿Cuáles son los problemas que hoy con más frecuencia dejan hijos sin padres y padres sin
hijos? ¿Por qué?
• ¿En qué sentido este mandamiento nos educa para descubrir y construir ese cuadro de
familia que nuestro corazón desea, y que Dios ha proyectado para nosotros?

4. ¿RECOGIDOS O INSERTADOS?

En nuestro país no es muy habitual llevar a los padres ancianos a un asilo, para verse libres
de un compromiso que exige sacrificios de todo tipo. Por lo general, nuestros viejitos conviven con
los hijos, las nueras y los nietos. Pero también no son pocos los casos en que se ven ancianos
abandonados, sin recursos, y viviendo en un ambiente deshumanizador. Si por un lado hacen falta
casas acogedoras, con una asistencia humanizante para aquellos ancianos que están solos y no
tienen recursos para vivir dignamente en sus casas, por otro lado urge concientizarnos para que el
anciano no sea arrinconado y olvidado. Sería una gran pérdida de valores humanos y cristianos. De
hecho, la presencia de un viejito en la familia es una bendición. El nos educa a todos, enseñándonos
gestos concretos de misericordia. Saber integrar la presencia de los ancianos en la familia, además
de un exquisito acto de caridad y de respeto hacia quien ha gastado su vida por los hijos, es también
un signo de nobleza moral y de profundidad humana. Sabemos que el anciano es portador de esa
sabiduría de la vida que los años y los cabellos blancos son capaces de guardar y transmitir.
En el pueblo Hebreo, dentro del cual ha sido formulada la Ley de Dios, los ancianos eran
considerados los maestros de la comunidad y de la familia. Su saber había sido como filtrado por la
experiencia de la vida, y era un honor y una bendición llegar a ser anciano.
Actualmente vivimos en una sociedad en la cual, siempre más, se da mayor atención a lo
nuevo, a la moda, a quien es eficiente; y donde el número de los hijos ha bajado muchísimo. El
peligro del egoísmo nos acecha y, si no nos educamos, podemos caer en aquellas realidades
familiares de otros países, a las que les faltan las raíces del anciano y las flores de la primavera
simbolizadas en los niños.

51
5. AUTORIDAD Y AUTORITARISMO

A propósito de este Mandamiento, es necesario aclarar también en qué consiste la obediencia


a la legítima autoridad, sea familiar, sea religiosa y civil.
La autoridad debe prestar un servicio, y para eso tiene necesidad de nuestra colaboración
activa, a veces hasta crítica, pero siempre positiva. Aquí topamos con un problema complejo y con
una crisis bastante aguda: la crisis de la autoridad y de la obediencia.
Todos sabemos que la persona humana no es una isla, sino un ser social. La dimensión
comunitaria alcanza todos los aspectos de sus relaciones. Por eso en el plan familiar, religioso y
social, recibimos o elegimos una autoridad, la cual tiene la misión de ayudar y facilitar el
crecimiento, la armonía y la realización de las personas y de los grupos.
Según la voluntad de Dios, la cual corresponde también a nuestro deseo más profundo, la
autoridad es un servicio que alguien presta a otros y, como tal debe ser ejercida. El problema no está
en el plan teórico, sino en las actuaciones concretas de las personas, que no siempre actúan con
fines nobles y justos. Constatamos que la crisis se encuentra en las dos partes: en quien gobierna y
en quien obedece. Todos debemos aprender a gobernar y a obedecer.
Cuando la autoridad no es ejercida como servicio para el bien de los demás, sino como
poder para dominar sobre los otros y para servirse de ellos para la ambición y el provecho personal,
entonces se cae en lo que llamamos autoritarismo.
El autoritarismo va en contra del plan de Dios. Jesús lo sabía, y es un problema antiguo. Por
eso El llamó la atención de sus discípulos, a fin de que no cayeran en la tentación del autoritarismo
ni de la insubordinación.
Si en el mundo existe la corrida al poder, concebido como prestigio, en el cristiano debe
verse otro signo, y Jesús lo ha dicho con claridad y fuerza: "Los reyes de las naciones las gobiernan
como dueños, y los mismos que las oprimen se hacen llamar bienhechores. Pero no será así entre
ustedes. Al contrario, el más importante entre ustedes debe portarse como si fuera el último, y el que
manda, como si fuera el que sirve. (...) Yo estoy entre ustedes como el que sirve" (Lc 22,25-27).
Igualmente, no entra en la voluntad de Dios la obediencia pasiva, que no colabora con la
autoridad, a fin de que ella sirva como es su misión. Tampoco está de acuerdo con el plan de Dios la
contestación, la crítica destructiva y todo lo que impide o dificulta a la autoridad el ejercicio de su
servicio.
Jesús llamó la atención contra la tentación de no obedecer a una autoridad considerada
indigna. El dijo: "Los maestros de la Ley y los fariseos han ocupado el puesto que dejó Moisés.
Hagan y cumplan todo lo que ellos dicen, pero no los imiten, porque ellos enseñan y no practican"
(Mt 23,2-3).
La recta comprensión y vivencia de este Mandamiento nos lleva a manifestar el amor a los
demás, sea por medio del servicio de la autoridad, como por medio de la respuesta agradecida y
respetuosa a ese servicio.

VIII. QUINTO MANDAMIENTO


"No matarás, sino que promoverás la vida"

INTRODUCCIÓN

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La declaración de los "Derechos humanos" fue celebrada como una gran novedad y
significativo progreso de la humanidad. Entre esos derechos sobresale el derecho a la vida, y una
vida digna de la persona humana. Además, todos los derechos humanos apuntan a defender y
promover la vida de la persona humana. Todo eso es cosa buena y linda, pero el mandamiento de la
Ley de Dios, mucho más antiguo que los "Derechos humanos", es aún más claro y categórico: no
matarás.
El fin de este mandamiento que, antes de ser escrito en la Ley de Dios, ha sido grabado en el
corazón de cada uno, es la salvaguardia de la vida de cada uno y de todos. Su objetivo es educarnos
a promover y defender la vida, porque ella es el don más grande de Dios que poseemos.
Este mandamiento de Dios, de una u otra forma, es bastante aceptado por las leyes civiles de
los pueblos. Pero, al mismo tiempo, él suscita serias interrogantes. De hecho, presenciamos muchos
acontecimientos y acciones que son sumamente ambiguas. Por un lado, se hace lo imposible para
salvar un niño, y por otro se aceptan o se provocan miles de muertes en las calles, sobre todo a
través de la droga. Se gastan muchas energías y capitales para encontrar un remedio a una
determinada enfermedad, y, al mismo tiempo, se apoya el aborto que mata a miles y miles de bebés
en el seno de la propia madre. Realmente son muy contradictorias las reacciones acerca del valor de
la vida humana. En el fondo nos falta claridad interior con referencia a este gran valor y don
sublime de Dios. A menudo parece que, en medio de estos avances y retrocesos, se quiera afirmar
más el orgullo del hombre, que quiere manipular la genética y la sacralidad de la vida, en lugar de
respetar el valor de la vida.

1. DON MUY PRECIOSO EN MANOS FRÁGILES

La vida es un regalo preciosísimo, el mayor que Dios ha depositado en nuestras manos


frágiles. Con este gesto de amor gratuito, el Señor nos enseña también el modo de defenderla y
promoverla.
Se afirma que la vida es un valor que podemos manipular, pero ella no es nuestra. Nosotros
somos apenas unos administradores. Es aquí donde se apoya el fundamento del mayor derecho y
deber que tenemos: Acoger la vida, defenderla y promoverla en nosotros y en los demás. Dentro del
torbellino de luces y sombras que caracteriza nuestro tiempo con referencia a la vida, Dios se
levanta y con su mandamiento apunta el camino. "No matarás, sino que defenderás la vida, pues ella
es el mayor regalo que Yo, el Señor de la Vida, ofrezco". Y la vida no es sólo respirar, comer y
trabajar o divertirse. La vida es cosa misteriosa, porque es un reflejo de la existencia de Dios, y
como tal nos fascina y nos interroga; nos hace reír y llorar.
Se dice que Santa Clara de Asís, antes de morir, rezó así: "Dios mío, yo te agradezco por
haberme creado". Esa mujer sencilla, abierta a los valores humanos y espirituales, había
comprendido que el haber nacido era el mayor don recibido, y que la vida tiene valor en sí misma,
por ser vida.
Dinámica: - Al estilo de tormenta de ideas o en un "Philips 6x6" (seis personas van
respondiendo, sin discutir, a una pregunta en seis minutos), manifestar la opinión del grupo acerca
de algunos problemas actuales, que atañen a la vida.
- Si realmente la vida es un valor tan grande, ¿por qué muchos la matan?
- ¿Por qué hay tantas violaciones a este derecho?
- ¿Por qué muchos no quieren vivir, y se quitan la vida?

53
- Si el valor de la vida no depende de la belleza física, ni del color de la piel, o del dinero, o
del cargo que uno tiene, ¿por qué existe tanto racismo, discriminación, privilegios injustos y
explotación?
- ¿Qué podemos hacer nosotros concretamente?

2. AMO LA VIDA

Nuestra vida es cosa maravillosa y vale la pena vivirla, aunque, en algunas circunstancias, se
hace difícil aceptarla. En primer lugar, la vida es maravillosa porque en su origen hay un misterio de
amor: primero por parte de Dios-Creador; luego por parte de nuestros padres. Nuestra vida tuvo un
comienzo en el amor y por el amor, pero no tendrá fin, porque el amor de Dios es eterno. Nuestro
espíritu siente eso; siente que vivimos para no morir. Nuestra naturaleza se rebela contra la muerte y
contra todo lo que mutila la vida. Quien mata es asesino, y Dios pedirá cuentas de la sangre que se
ha derramado. La vida es tan sagrada, que ni el criminal puede ser castigado con la muerte (cf. Gn
4,1 1;)
Conscientes de haber recibido una inestimable herencia, con el salmo 16 (15) recemos con el
salmista nuestra gratitud al Dios de la vida, pues Dios nos llama a vivir para siempre, porque El no
retira o quita lo que da.
Amar la vida supone, en primer lugar, amarse a sí mismo. El Señor nos pide que amemos al
prójimo como a nosotros mismos. ¿Qué amor sería ese, si nosotros no nos amásemos antes a
nosotros mismos. Sólo quien se ama y se respeta, puede amar el otro con un amor alegre y
comunicativo. Aquí es el caso de preguntarnos si no será que la raíz profunda de muchas
profanaciones de la vida -la propia y la de los demás no resida realmente en la pérdida del gusto de
la misma vida.
Amarse a sí mismo no es cerrarse en una jaula dorada; por el contrario, es ir al encuentro de
los últimos y darles la mano.

3. HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA

Estas palabras de Jesús explican y completan el proyecto del Dios de la Vida, pues Jesús
pasó haciendo el bien y ofreciendo la vida. La vida que Jesús ha manifestado y ofrecido es una
realidad global. Ella se refiere a la vida histórica en sus varios aspectos: físico, psicológico, moral y
espiritual; y se refiere a la vida plena más allá del tiempo, o sea, a la vida eterna en Dios.
El quinto mandamiento de Dios que Jesús ha hecho explícito con su vida y su palabra,
quiere llevarnos a recibir y beneficiarnos de ese gran regalo de Dios que es la vida, y
comprometernos a defenderla y promoverla en todas sus dimensiones. Sabemos que la persona
humana no es sólo física, ni sólo inteligencia, ni tampoco solamente espíritu. Ella es un todo y no se
puede separar, porque un aspecto influye en el otro. Y Dios es glorificado en la plenitud de la vida
de sus hijos. Como dijo San Ireneo, "La gloria de Dios es el hombre que vive... pero la vida del
hombre es la contemplación de Dios" (cf. Contra los herejes, IV, 20,7).
En Jesús se ha manifestado la vida (cf. Un 1,2) y El ha venido a traernos su abundancia (cf.
Jn 10, 1-10), porque en El estaba la Vida (cf. Jn 1,4). Y Jesús ha venido para quitar o sanar lo que
dificulta y mata la vida o la disminuye en su vitalidad, como es la enfermedad, la esclavitud de las
pasiones y del pecado.

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Los signos o milagros que Jesús ha realizado eran signos de esa vida plena que El ha venido
a inaugurar. Y ser cristiano es seguir las huellas del maestro: es vivir en favor de la vida,
promoviéndola y defendiéndola.

4. PROMOTORES DE LA VIDA

La vida humana es el mayor regalo que recibimos de Dios, pero no es un valor absoluto. Por
eso el cristiano ama intensamente la vida: la propia y la de los demás, pero no la "adora". A veces la
publicidad propaga imágenes del cuerpo ideal y de la "eterna juventud"; imágenes que no
corresponden a la realidad, ni ayudan a asumir e integrar los límites físicos, psíquicos y morales,
como parte del vivir humano. No es en esa óptica que debemos exaltar el don de la vida ni del
cuerpo, el cual, sin embargo, es un gran valor y constituye la máxima expresión de la persona y es
templo del Espíritu Santo.
El cristiano, con sereno realismo inspirado por la fe, acepta el envejecimiento, el desgaste
del tiempo, la enfermedad y también la muerte, como el último y supremo acto del vivir humano. El
creyente acoge todo lo que es valor y humaniza la vida, como es la amistad, la cultura, las
relaciones sociales, el progreso en los diferentes campos, pero acepta también lo que hace sufrir y
desgasta la vida, porque el cristiano sabe que la vida no termina con el último respiro de este cuerpo
mortal. La resurrección es una certeza y es lo que da la verdadera dignidad al vivir y al sufrir
humano. Con San Pablo podemos afirmar: "No nos desanimamos; por el contrario, aunque nuestro
exterior está decayendo, el hombre interior se va renovando de día en día en nosotros. No se pueden
equiparar esas ligeras pruebas que pasan aprisa con el valor formidable de la gloria eterna que se
nos está preparando" (2Cor 4,16-17).
Por lo tanto, la mejor manera de amar la vida no es cerrándose en una actitud egoísta. Es
saber ofrecerla y trabajar para defenderla, como hizo Jesús; pues El, en un gesto heroico de amor,
ha dado su vida por nosotros, a fin de vencer nuestra muerte. Y nos dijo: "No hay mayor amor que
dar la vida por los amigos" (Jn 15,13); añadiendo también que: "El que vive su vida para sí, la
perderá, y el que sacrifique su vida por mi causa, la hallará" (Mt 10,39). Aquí está el secreto para
valorizar la vida.
Los mártires, o sea, los que han muerto por causa de la fe cristiana y de los valores del Reino
de Dios, en el fondo, son los héroes de la vida. Ellos rechazaron profanar la propia dignidad de
personas y de hijos de Dios. Y eso es cosa grande. Otros, sin embargo, deciden suicidarse, porque
no han encontrado sentido para vivir. Perdieron el amor de la vida y a la vida.
El mandamiento de Dios, en primer lugar, se refiere a nosotros mismos. Sólo Dios es dueño
de nuestra vida, y toda vida es preciosa a sus ojos. Por eso nos dice: No matarás, ni causarás
cualquier daño al cuerpo o al alma, de ti mismo o de tu prójimo". Amar la vida sin idolatría nos
coloca en la justa actitud de creaturas e hijos de Dios, o sea, de seres maravillosos y también
limitados.
El cristiano, delante de la enfermedad grave, se abandona en las manos del Padre como
Jesús en la cruz (cf. Lc 23,46). El creyente sabe que el Dios de la Vida enjugará las lágrimas, y no
habrá más muerte ni dolor (cf. Ap 21,4), y que el Señor nos introducirá en la vida plena. Con esta
certeza y confianza, como cristianos, acogemos agradecidos los cuidados y los tratamientos que
pueden aliviar el dolor, mejorar la salud y prolongar la vida, pero también sabemos renunciar a los
"excesos terapéuticos". Sin embargo, no podemos quitarnos la vida (suicidarnos). La eutanasia
activa, o sea, el procurar intencionalmente la muerte de otros, es un atentado a la vida humana, y
eso es incompatible con la fe cristiana.
Debate: Quien orienta el curso, puede promover un debate sobre esta parte, una manera
sencilla y bastante participativa podría ser la de escribir en la pizarra o en un papel los principales

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problemas que se refieren a la idolatría del propio cuerpo, al suicidio directo o indirecto (drogas,
tratamientos para la estética, descuido de la salud...), eutanasia, personas que ofrecen su vida como
Jesús para salvar a otros o para los valores del Reino, etc. Ver en cada caso si, y cuándo, somos
promotores de la vida o cuándo la pisoteamos. Tratar de que los participantes asuman una respuesta-
compromiso conciencia y lucidez.

5. LA VIDA PIDE AMOR

Por ser el fruto de un acto de amor por parte de Dios y de nuestros padres, la vida tiene
necesidad de amor para mantenerse y desarrollar todas sus potencialidades, pues donde falta el
amor, la vida muere. Esta afirmación no es una teoría abstracta ni es objeto de fe. Es suficiente
mirar dentro de nosotros mismos y alrededor nuestro para comprobar su verdad. El que visita una
cárcel, o un asilo de ancianos, o un orfelinato, por el rostro de aquella gente se da cuenta si han sido
y son amados o si esta carencia hace que su vida sea triste, sombría.
Solamente el amor suscita el aprecio incondicional al valor de la vida y la voluntad de
hacerla digna de ser vivida. En la encíclica "Redentor del Hombre", el Papa Juan Pablo II nos dice
que la persona humana no puede vivir sin amor. Ella no se comprendería a sí misma, y su vida sería
privada de sentido si no le fuese revelado el amor, si no se encontrara con el amor, si no lo
experimentara, si no lo hiciera parte de sí mismo y no participara en él vivamente" (cf. No. 10).

6. CUANDO MUERE EL AMOR, MUERE LA VIDA

El "no matarás", que es el grito de Dios grabado en nuestro corazón en favor de la vida, pide
amor y compromiso, a fin de que este regalo sea un bien para todos. Hoy también son incontables
los que mueren o son muertos a causa de la violencia, personas cuya vida es dolor y lágrimas, es
humillación y muerte, porque otros, como individuos o colectividades, comen su pan, les quitan sus
zapatos, profanan su persona. Con mucha frecuencia el irrespeto por la vida humana ahonda sus
raíces en las rivalidades, en el odio, en las envidias, en la cólera, en la codicia y en otras pasiones
desordenadas que nos ciegan y nos dominan. Por lo tanto, defender la vida supone también
empeñarnos para librarnos de lo que la mata en nuestro mismo corazón.
Tengamos bien presente que la mejor actitud para favorecer la vida es la regla de oro de
Jesús, que nos dijo: "Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos" (Mt 7,12). Sin
embargo, con demasiada frecuencia esta regla luminosa del Señor es violada, y el amor cede el
lugar al desamor. Hoy los atentados contra la vida se han vuelto, no solo crónica diaria y de todos
los medios de comunicación social, sino que hasta casi una manera macabra (de mal gusto) de hacer
espectáculo, de divertir al público. En medio de esta realidad, el mandamiento de Dios permanece
como lucero orientador y la voz que llama a defender la vida, cuyos mayores atentados son:
1. El homicidio voluntario. Es el pecado de quien atenta contra la vida del otro,
suprimiéndola, salvo el caso de la legítima defensa.
2. El aborto. Es un acto que mata la vida de un ser humano indefenso, en el vientre de la
madre.
3. El suicidio. Es el mayor desprecio contra uno mismo; es rechazar el don de Dios, pues la
vida, aunque en medio de las dificultades, sigue siendo un bien cuyo dueño es Dios.
4. La eutanasia. Se trata de una acción o de una omisión con el fin y la intención de provocar
la muerte en el enfermo o en el anciano.

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5. La pena de muerte. Aunque legalizada por algunas naciones, es un crimen. No debemos
olvidar que también la vida de un criminal sigue siendo sagrada. Existen casos en que pueden ser
necesarios castigos adecuados, pero nunca el de la muerte. Como individuos y como sociedad,
debemos promover condiciones de vida social y moral en que el castigo de la pena de muerte no
encuentre espacio.
6. La tortura y la mutilación. Son acciones criminales que atentan contra la dignidad física y
psíquica de la persona humana.
7. La droga y el alcoholismo. Son plagas de muerte que destruyen la salud física, psíquica y
espiritual de las personas.
8. La irresponsabilidad (en la conducción y en el trabajo), el odio, la venganza y el racismo.
Aunque en grados y gravedad distintas, son acciones y actitudes de irrespeto hacia la vida, porque
generan la violencia y la muerte. Y no es suficiente constatar y denunciar estas plagas. Es necesario
proteger y promover la vida.
Trabajo de grupo:
- Si el grupo fuera numeroso, se aconseja dividirlo en sub-grupos de 5-7 personas.
- Cada miembro manifiesta el compromiso que se empeña asumir para defender la vida; y
como grupo se formula una respuesta que sea una ayuda real para la comunidad.

IX. SEXTO Y NOVENO MANDAMIENTOS


"No cometas adulterio, mas ama en la fidelidad"

INTRODUCCIÓN
No existe pueblo ni grupo humano que no haya cantado, manifestado y celebrado el amor.
Tal vez, como alguien dijo, porque "el amor es la única de las bendiciones que no ha quedado en el
paraíso terrenal".
Realmente, el amor y la amistad son la dulzura más dulce de la vida, pues es lo que hace
vivir y da sentido a la vida. Por eso, traicionar al amor, una alianza de amor, es como herir el
corazón de una persona; es cosa muy grave.
El sexto y el nono mandamientos de Dios quieren educar nuestro amor humano en su
aspecto exterior, es decir, en las acciones y palabras; y en su dimensión interior: los pensamientos y
los deseos. Y todo esto porque la persona humana es y se expresa en uno y otro aspecto.

1. HOMBRE Y MUJER PARA UNA HISTORIA DE AMOR

La historia más antigua del mundo es una historia de amor. Una historia sencilla iniciada por
el mismo Dios, quien, no queriendo obras incompletas que lo revelase, dijo: "No es bueno que el
hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude" (Gn 2, 1). Y luego vino el
encuentro, sellado por una exclamación de auténtico enamoramiento: "Esta sí es hueso de mis
huesos y carne de mi carne" (Gn 2,23), dijo el hombre. Esto significa: he aquí alguien tan semejante
y tan distinto de mí, con quien yo podré vivir un proyecto maravilloso. "Ella se llamará Eva". Y
ella, sencilla y desnuda, se encanta delante de "él'. Ese desnudo no debe asustarnos, porque no es
provocador. Es más bien la imagen del ser verdadero, sin máscaras, pues la verdad nunca se

57
presenta encubierta, disfrazada. Esta es la verdad sobre la "persona humana original", sobre el
hombre sin piezas cambiadas (de repuesto), antes del pecado.
Este es el comienzo del amor. Es historia antigua y reciente, porque hombres y mujeres de
todos los tiempos la vuelven a escribir, con palabras y colores y gestos de su cultura. Es historia
auténtica, si el amor es verdadero. Y para que ese amor sea verdadero, la voz de Dios se levanta
diciendo: "No cometerás adulterio, sino que amarás en la fidelidad".

2. EL AMOR Y LA SEXUALIDAD EN EL PROYECTO DE DIOS

El amor, como todas las expresiones de la vida humana, lo vivimos y lo manifestamos como
hombres y como mujeres. No existen seres humanos neutros. De hecho, todo lo que hacemos:
nuestra manera de pensar, trabajar, orar, relacionarnos, estar en el mundo... lleva la marca de nuestro
ser sexuado.
¿Por qué esto?
La respuesta la encontramos en la misma Sagrada Escritura con unas breves frases: "Dios
creó al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó" (Gn 1,27). Luego
les dijo: "Los dos serán una sola carne" (cf. Gn 2,24), y añadió todavía: "Sean fecundos y
multiplíquense" (Gn 1,28).
En la Biblia encontramos las respuestas al porqué de la sexualidad humana según el
proyecto de Dios.
En primer lugar, esta narración, en forma poética, quiere decirnos que el ser humano es
creado a imagen y semejanza de Dios. Por eso la persona humana no está hecha para vivir sola,
aislada, sino para la relación y la comunión. Por lo tanto, el hombre y la mujer son sexuados, porque
son imagen de Dios. Así como Dios, el único Dios verdadero, no es un ser solitario, sino relación de
tres Personas, de modo semejante El ha creado en la persona humana la capacidad de comunicar
con otro y de entrar en relación entre dos personas sexualmente diferentes. La sexualidad, entonces,
constituye ese don, esa energía para amar, para entrar en relación profunda con otros.
Dado que la sexualidad es un dato fundamental y constitutivo de la persona humana, porque
marca toda la vida, ella está orientada, sobre todo, para la reciprocidad y para el amor. Esa
reciprocidad "se realiza de una forma particular en la unión conyugal del hombre y la mujer. Ese
gesto, en el plan de Dios, es un mutuo don total del uno al otro.
La comunión conyugal de los cuerpos es expresión -debe serlo- de la comunión total de las
personas, de su vida, su ser y su proyecto. Y esta unión proviene de una opción libre por parte de
ambos. Y si la pareja es cristiana, y como tal celebra su matrimonio, entonces esa opción se hace
una decisión sellada en Sacramento. Por lo tanto, es esta opción que establece la alianza conyugal
entre la pareja, y esa alianza es total, exclusiva y definitiva. Es la alianza que los hace marido y
esposa, o sea, cónyuges.

La otra razón de la sexualidad humana manifestada en la Biblia, es la fecundidad. El hombre


y la mujer, creados a imagen de Dios, profundamente unidos entre ellos, tienen la misión de
cooperar en la creación del mundo"9.

3. "Y DIOS LOS BENDIJO" (Gn 1,28)

9
cf. A. Marto, o.c., págs. 122-123.

58
La bendición de Dios manifiesta su complacencia y su apoyo por lo que había hecho, pues
"El vio que todo cuanto había hecho era muy bueno" (Gn 1,31). Si Dios ha bendecido la unión
profunda, total, de la pareja humana, eso significa que esa unión de espíritus y cuerpos es cosa
bella, santa y pura. La sexualidad de tal unión no es un "incidente infeliz" en la realidad humana.
Ella es antes una energía, un regalo de Dios para amar y para que cada persona humana sea
auténticamente ella misma.
Con referencia a la sexualidad, debemos corregir dos posiciones equivocadas, qua
desfiguran la armonía del proyecto "Hombre", según la óptica de Dios. Una es considerarla una
cosa sucia, vergonzosa y casi animalesca. Por eso se habla de ella como "tabú", es decir, como de
cosa medio prohibida e intocable. Esta posición existe aún en ciertos grupos. En el pasado ella ha
causado varios problemas: sentido de culpa, ansiedades destructivas del equilibrio de las personas,
dificultades de relaciones en la pareja, y otros. Hoy, sin embargo, el problema que se pone es el
contrario. Hoy, de hecho, asistimos a la descarada banalización de la sexualidad y de su uso. Nunca
como ahora se han hablado y mostrado tantas cosas sobre la sexualidad, pero, casi siempre, es una
información reducida apenas a lo genital y, todavía en ese aspecto, deformada y deformante;
vaciada de los auténticos valores humanos, y que no lleva a la formación de los comportamientos.
Por todas partes y con todos los medios, abundan las imágenes de propaganda sexual, pero pocas de
formación sexual, es decir, de principios y modelos que ayuden a las personas a entender y usar ese
don con el que Dios ha enriquecido el hombre y la mujer para su crecimiento personal, para la
relación y la creatividad, para la comunión y el amor.
Dinámica: - Si el grupo tuviera la posibilidad, sería bueno que presentase un cuadro visivo
acerca de la inflación de este valor de la sexualidad. Para ello puede servirse de recortes de revistas
y periódicos y de frases explicativas.
- A continuación se abre un debate-reflexión, con preguntas como estas:
• ¿Quién tiene que fiscalizar y denunciar esta inflación del valor "sexualidad"?
• ¿Cómo hacerlo?
- Las respuestas deben constituir una toma de conciencia y un compromiso.

4. EDUCAR PARA LA CASTIDAD

El sexto y nono mandamientos nos indican también el camino para vivir en castidad en la
totalidad de nuestra persona, es decir, en los pensamientos, palabras y acciones.
Educarnos y educar para la castidad es aprender y enseñar a vivir bien y plenamente nuestra
sexualidad, dentro de la opción de vida (vocación) que hemos asumido, rechazando ceder a la
anarquía de los apetitos sexuales. Por lo tanto, esto vale para todas las edades y para cualquier
estado de vida, o sea, tanto para solteros como para casados.
Esta educación no se destina a atrofiar o mutilar la afectividad, sino a desarrollarla
plenamente, integrando en ella sea el aspecto genital como el emocional-efectivo en el amor de
donación-entrega. Este es el camino que lleva la persona a la plena humanización en la sexualidad,
en la línea de la propia vocación y de la voluntad de Dios. De hecho, la grandeza de la sexualidad
no debe ocultarnos que ella es también lugar de fragilidades que pesan sobre nuestra libertad. Para
llegar a la verdadera libertad en el campo del amor, es necesario un aprendizaje, un ejercicio
controlado, una educación positiva, sin rigores ni laxismos, apoyados siempre en el Mensaje
reconfortante de Cristo. Y esa verdadera libertad es fortalecida por medio de los Sacramentos y la
oración. Educar y educarse en la castidad es aprender a vivir plena y armoniosamente la propia
sexualidad, sin represión ni libertinaje.

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Las dos mayores desviaciones o pecados que afectan a la sexualidad son:
• Primero el encerrarse estéril y egoísticamente en el propio mundo e intereses, y la
incapacidad de darse y amar.
• El segundo es el desorden sexual interior y exterior. Este desorden lleva a la persona a
actos inmorales -solo o con otros- que son indignos del ser humano y de un cristiano, cuyo cuerpo
es templo de Dios.

5. EL NOVIAZGO: TIEMPO DE APRENDIZAJE

Saber amar de verdad es un aprendizaje que empieza de muy pequeños y nunca acaba. Sin
embargo, dentro del arco de la vida, el tiempo fuerte para prepararse a amar en la fidelidad es el
noviazgo. Este constituye como un "noviciado" para los futuros esposos. En ese tiempo, los que se
han encontrado y se han escogido aprenden a conocerse en el aspecto positivo y negativo.
Conocerse es arte exigente, porque requiere, por parte de ambos, sinceridad y honestidad.
Ciertamente que es el caso de preguntarnos si es común, en nuestro ambiente, la búsqueda
de estos valores, pues durante el tiempo de "los amores" y el noviazgo los enamorados comparten y
formulan los objetivos que deberán guiar su futuro. En este tiempo se van a entrenar también en el
ejercicio de la castidad, la cual debe preparar la alianza definitiva.
Durante el noviazgo, los enamorados se manifiestan el amor a través de palabras y gestos,
pues es sobre la certeza mutua de amarse que irán a celebrar en Sacramento la alianza de su amor
total y definitivo. Pero existen también gestos -como las relaciones sexuales- que son clandestinas.
Son gestos robados a la fase sucesiva que es el matrimonio. De hecho, el acto conyugal, según el
Evangelio, expresa el total compromiso de vida que la pareja se declara mutuamente.
Los cristianos saben que el acto sexual se vive apenas en el matrimonio, con el propio
cónyuge; y que ese gesto simboliza la perfecta unión de Cristo y de la Iglesia.
La cohabitación juvenil, en la que todo es vivido en común, pero sin el compromiso
definitivo, no es preparación para el matrimonio, ni tampoco prepara a las personas para la
fidelidad. Las relaciones sexuales son un lenguaje fuerte de amor, pero si esa palabra fuese
pronunciada antes de tiempo, puede echar a perder todo el diálogo sucesivo. Al mismo tiempo,
también el silencio es elocuente en el diálogo, es decir, también la continencia pertenece al lenguaje
del amor, y es una palabra amorosa muy importante, sea antes como después del matrimonio.
Esas pruebas de amor que muchos jóvenes se conceden o exigen, no son pruebas que
preparan para el amor fiel y definitivo. Por el contrario, manifiestan la inmadurez humano-afectiva
de la persona.
Preguntas para reflexionar personalmente y discutir en grupo:
• ¿No será una convincente prueba de amor el saber respetar el otro, no cediendo a los
impulsos egoístas?
• ¿Cuál ha sido la prueba de amor que Jesús nos ha dado? ¿Qué lección podemos sacar
de su ejemplo?
• Compartir las causas que originan muchas uniones de "amancebados" y ver juntos lo que
podemos hacer para corregir esta situación.

6. EL MAL NACE DESDE DENTRO

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Es convicción común de que es más fácil construir una casa nueva que reconstruir-
restructurar una vieja. Y, este mismo principio es válido también en el ámbito del amor. El nono
mandamiento nos enseña el arte de cortar el mal por la raíz principio. De hecho, él nos indica la
senda de higiene moral para que no nos caigamos en la cuneta de las acciones pecaminosas. El
Señor nos quiere educar por dentro, a fin de que también nuestro exterior y nuestro actuar sean
rectos y puros. Contra todas aquellas situaciones en que se aparenta un matrimonio de "comedia" o
de "pantalla", pero con muchas infidelidades ocultas; una alianza jurídica, pero quebrada de muchas
maneras, la voz del Señor nos dice: "Es del corazón que proceden los malos deseos, asesinatos,
adulterios, inmoralidad sexual, robos, mentiras, chismes. Estas son las cosas que hacen impuro al
hombre" (Mt 15, 19-20).
El pecado no es un error imprevisto. Una acción pecaminosa, por lo general, tiene una
historia: ella ha sido antes incubada (empollada) en los pensamientos, en los deseos y en la opción
fundamental que orienta la vida. Los divorcios, los adulterios, los actos inmorales han sido
cometidos antes en el interior de la persona. Por eso fueron pecados antes de verse en el exterior.
Con referencia a esto, Jesús ha sido claro y frontal, diciendo: "Ustedes han oído que se dijo: <No
cometerás adulterio>. Pero yo les digo: Quien mira a una mujer con malos deseos, ya cometió
adulterio con ella en su corazón" (Mt 5,27-28).
A veces es muy difícil corregir acciones que han dejado graves consecuencias y marcas
negativas muy profundas en lo psíquico, en el cuerpo y en el alma de las personas. Los auténticos
"preservativos" y la verdadera "prevención" para tantos males físicos, morales y espirituales son
esta higiene moral de nuestro mirar, de nuestros pensamientos y deseos.

7. OJOS ABIERTOS A LAS DESVIACIONES

No es fácil corregir ciertas desviaciones. Ello constituye realmente un verdadero reto dentro
de una sociedad que, por haber banalizado descaradamente la sexualidad y el amor, muy a menudo
confunde la "izquierda con la derecha", es decir, presenta la permisividad sexual como modo
normal de comportamiento. En esto, sin embargo, la Iglesia no retrocede. Aún perdiendo su
popularidad, levanta la voz, que es la de Dios, recordándonos lo que nos corresponde al recto uso de
la sexualidad. En primer lugar, alza la voz contra el egoísmo, en sus múltiples manifestaciones: el
endiosamiento del propio yo, la explotación, la marginalización y todo lo que mata la dignidad de la
persona. Este es el mayor pecado, aunque no siempre señalado y condenado. Además de esto, otros
desvíos son:
• La fornicación y la prostitución. Es la relación sexual sin contenido afectivo, sin
compromiso de amor, en la que la sexualidad es reducida apenas a objeto de placer carnal.
• La homosexualidad. Problema a veces muy complejo, pero cuyo desvío moral consiste en
el pecado de fornicación (relaciones sexuales) con personas del mismo sexo. Este gesto niega la
alteridad y la complementariedad de la persona; y niega también la dimensión procreadora. La
Iglesia no condena a las personas que tienen esta limitación, sino a los actos sexuales que realizan
con personas del mismo sexo.
• El autoerotismo o masturbación. Es el gozo egoísta de la propia energía sexual.
• El adulterio y la falta de amor y de respeto por el propio cónyuge. Es la traición a la alianza
del amor y de la fidelidad.
Actividad: Un ejercicio pedagógico-concientizador que el grupo podría realizar es la de
escribir y/o ilustrar con frases o recortes de revistas las acciones positivas que, como creyentes,
podemos promover para corregir estas desviaciones.

61
X. SÉPTIMO Y DÉCIMO MANDAMIENTOS
"No robar ni codiciar las cosas ajenas"

INTRODUCCIÓN
El nombre concreto del amor a los hermanos es el de la justicia y la solidaridad. Es este
nombre concreto el que constituye las exigencias específicas del séptimo y décimo mandamientos.
Verdaderamente es un nombre que se predica y se escribe en cualquier parte, pero sus efectos en la
vida, en las relaciones y organizaciones, se ven aún muy poco.
No es pesimismo afirmar que los robos, los raptos, la explotación del hombre por el hombre,
que se manifiesta en la violación de los derechos humanos, en los engaños de toda especie y
tamaño, llenan los periódicos, los noticieros y las pantallas televisivas. Es sencillamente una
constatación. Se va diciendo que vivimos en el tiempo de las asociaciones, de los partidos, de los
movimientos de solidaridad, pero, en realidad se constata aún más el lema: "que cada uno se arregle
y se salve como pueda". Con frecuencia lo que tiene valor es subir siempre más alto; es tener y
enriquecerse siempre más; es gozar de todo sin escrúpulos, aún si todo eso aplasta a los demás.
A esta realidad compleja y contradictoria el cristiano debe llevar un signo evangélico: ser un
punto de referencia distinto, a fin de que el proyecto de Dios que lleva en su corazón se haga
historia.

1. UNA DIGNIDAD PROFANADA

El mandamiento del Señor nos devuelve, en primer lugar, la correcta visión de la persona
humana. Ella es un ser creado a imagen y semejanza de Dios y, por eso mismo, es sagrado. En cada
persona humana se encuentra el reflejo del insondable misterio de Dios. Por lo tanto, herir, ultrajar,
humillar a la persona humana; despojarla en lo que la dignifica, como son sus bienes, es insultar al
mismo Creador.
La justa comprensión del séptimo mandamiento nos viene de la Sagrada Escritura. La
Biblia, en primer lugar, prohíbe el rapto de personas: hombres, mujeres y niños (cf. Ex 20,15), y
prohibe también esclavizarlas. Nadie puede ser cautivo de nadie, porque todos somos imagen de
Dios, sus hijos y hermanos entre nosotros.
Hoy, tal vez, no se roben ni se vendan en las plazas a los esclavos como en tiempos pasados,
pero no han desaparecidos los secuestros con pedidos exhorbitantes de dinero. Al mismo tiempo,
existen otras formas de esclavitud, como es el hambre y la miseria de muchísima gente, que son
muertas a causa de la codicia de unos pocos individuos o grupos. Son crímenes que claman al cielo.
Con nombres y medios diferentes, el robo y la explotación son las mayores plagas de
nuestro tiempo; plagas que desfiguran el rostro de Dios en sus hijos. La vergüenza de muchos
hermanos empobrecidos hace levantar la voz del mandamiento de Dios, denunciando crimen tan
grande, como hizo el profeta Amós contra los señores que pisoteaban a los pobres (leer: Am 2,6), y
como siempre han hecho los santos de Dios.
En este mundo lleno de robos, de codicias y de humillaciones humanas, la vivencia y el
testimonio de este mandamiento del Señor se vuelve una auténtica profecía.

62
2. UN ROBO ORGANIZADO

El robo es apropiarse ocultamente de una cosa que pertenece a otro(s), sin su


consentimiento. Y eso, actualmente, parece que se ha vuelto moneda corriente. Casi no existe lugar
en el que las personas puedan sentirse seguras.
Desde los grandes asaltos a los bancos, pasando por los robos más corrientes en los super-
mercados y los de las calles, robar parece que es casi sinónimo de vivacidad o sagacidad. Por eso,
se cuentan los robos como aventuras, como acciones de quien sabe ser inteligente y experto. Y hoy
el rapto, la explotación y el robo han adquirido dimensiones de verdadero comercio. Se han vuelto
una diabólica organización que alcanza la misma estructura de la sociedad y la economía mundial,
la cual repercute en cada país y en los individuos, especialmente en los más pobres.
Los Medios de Comunicación Social (=M.C.S) nos muestran continuamente la parábola del
pobre Lázaro y del rico avariento, en multitudes de personas, en pueblos enteros del tercer mundo,
que mueren de hambre y de enfermedad por falta de pan y de recursos, mientras que otros, robando
y empobreciendo a muchos infelices, derrochan riquezas en medio de lujos indescriptibles.
El robo de nuestros días se llama salario injusto, con meses de atraso, que no permite a la
familia vivir con dignidad; se llama trabajo sin contrato, mano de obra barata, explotación de los
trabajadores, sobre todo de niños y mujeres; se llama también falta de seguro social y de asistencia
médica; se llama toda la presión de aquellas estructuras que reducen a la persona humana a un
auténtico esclavo. El robo se llama aún fuga a los justos impuestos, soborno y corrupción,
falsificación de documentos y dinero, servirse de la miseria privada o de la escasez pública para
enriquecerse. De todos modos, el robo, sea que se haga con "guantes" y "disfraces" o con manos y
rostro descubiertos, es siempre un acto criminal.

3. LOS DOS LADOS DEL ROBO

El mandamiento del Señor constituye una clamorosa llamada a la honestidad, sea por parte
de los dueños como de los empleados. De hecho, si por un lado, los amos y los que "venden" o
"compran" a los pobres, que son los propietarios del capital y, muy a menudo son los dueños de las
personas, roban alterando el precio, la calidad de los productos, engañando y cometiendo toda
especie de fraudes; también por el otro lado se dan los robos. De hecho, con mucha frecuencia el
trabajador no cumple su deber, y son muchos los que busca sólo un empleo para asegurarse el
salario, pero no trabajan con honestidad. Sobre todo en los empleos públicos, en el campo de la
enseñanza y de la salud, las negligencias, las ausencias y la irresponsabilidad son auténticos robos.
Por lo tanto, educarnos y educar para la honestidad es la primera exigencia del mandamiento de
Dios.

4. ¿FELICIDAD ROBADA O COMPARTIDA?

A veces se escucha decir que, "mientras haya niños que mueren de hambre, no podremos
comer con gusto". Otras veces resulta violento mirar ciertas escenas televisivas, en las que cada vez
más hay grandes grupos que sobreviven despojados de todo. A la vista de ciertas miserias tenemos
la impresión de que gozamos de una felicidad egoísta y robada. Y a menudo eso es también verdad,
porque el tercer o cuarto par de zapatos que guardamos en el armario, o la camisa que no vestimos
porque ya no está de modo, o los restos de comida que botamos en el zafacón, y muchas otras cosas

63
que nos sobran, en el fondo las quitamos, como decía San Ireneo, a quienes van desnudos,
hambrientos, descalzos, enfermos, sin casa ni cariño.
Nadie niega que puede haber un modesto bienestar que no ha sido robado a nadie, sino que
es el fruto de un trabajo honesto y sacrificado, y de una vida organizada y bien administrada. El
cristiano no desprecia los bienes de la tierra ni la modesta prosperidad que es el resultado de su
dedicación y empeño. Por el contrario, sabe agradecer al Señor y, sobre todo, antes de almacenar
egoísticamente sus bienes, sabe compartirlos con los más necesitados. (Leer Mn 3,17).
De la primera comunidad cristiana, que había comprendido muy bien el mandamiento del
Señor, se dice que "entre ellos ninguno sufría necesidad" (Hech 4,34), porque sus miembros vivían
el compartir y la solidaridad.
El mensaje del Señor contenido en estos dos mandamientos quiere, en primer lugar,
liberarnos de la codicia, la cual genera toda especie de explotación y robo. Y además quiere
educarnos para la justicia y el amor solidario. Cuando la seducción o fascinación de los bienes
temporales nos ciegan, el corazón queda insensible a las necesidades de los otros. Entonces se altera
la escala de los valores humanos y llegamos a cometer cualquier acción perversa con el objetivo de
alcanzar el fin codiciado.
Ejercicio: - Leer detenidamente Lc 12, 21. 23; Mt 6, 33; y, si hubiese la oportunidad,
compartir en un estilo orante lo que el Señor nos dice y nos pide.

5. LUCHAR CONTRA LA POBREZA

El mandamiento de Dios no se limita a una prohibición. Su finalidad es la de educarnos para


amar en concreto a los demás. Como ya se ha dicho, el nombre concreto del amor al hermano se
llama justicia y solidaridad. El hecho de haber pobres, y pobres empobrecidos, o sea, personas
despojadas a causa de la codicia de los otros, es la más clara y humillante constatación de que existe
explotación y robo. El problema es bastante complejo, y complejo es también el engranaje del robo,
pero de ninguna manera eso nos autoriza a cruzar los brazos. Nadie es obligado a hacer lo
imposible, pero cada uno debe hacer lo que puede con empeño y amor.
La acción virtuosa para corregir el robo, y que el Señor nos propone (especialmente a quien
es su discípulo), es la de luchar contra la pobreza y las injusticias. Ese trabajo no será remunerado
con dinero, pero sí con una alegría que no tiene precio. Nos dice la Palabra de Dios: "Hay mayor
felicidad en dar que en recibir" (Hech 20.35). Y es el primer premio que el Señor ofrece a quien se
dispone a promover la justicia y vivir la solidaridad.
Si el robo y la explotación son un pecado organizado, también la solidaridad y la lucha por
la justicia deben ser una acción organizada. Entre los varios grupos, asociaciones y movimientos
que reúnen y coordinan fuerzas y medios para devolver a los empobrecidos su dignidad,
nombramos apenas algunos: Caritas diocesana, Pastoral carcelaria, Grupo Vicentino... y otros que,
de diversas formas, prestan ayuda en el campo económico, social, cultural y religioso.
Si realmente nos interesa el hermano, sabremos encontrar el camino para llegaremos a él,
sea directamente, o a través de algunos de los movimientos caritativos o de promoción humana. No
todos tendremos la vocación de levantar la voz detrás de un micrófono para denunciar las injusticias
o para otros gestos valientes; todos, sin embargo, podemos colaborar en algún aspecto y estamos
llamados a hacer alguna cosa para promover la justicia, corregir el robo y disminuir la explotación.
Jesús nos ha dicho que también el que ayuda al profeta por ser profeta, tendrá la recompensa del
profeta (cf. Mt 10, 41). Una cosa es cierta: el Evangelio no nos deja resignarnos a la injusticia.

64
6. ELIMINAR LA RAÍZ

El décimo mandamiento quiere educarnos para prevenir y eliminar la raíz de donde el robo y
la explotación han nacido, es decir, la codicia. De este modo, el Decálogo nos indica el camino para
vencer la concupiscencia del corazón, porque es del corazón que nacen las malas acciones.
Todos nosotros deseamos algunos bienes que todavía no poseemos, como por ejemplo,
conseguir un trabajo gratificante, una casa más cómoda, un mejor nivel de vida... Estas aspiraciones
son nobles y -si son modestas- no se oponen al mandamiento de Dios. El peligro no es el poseer los
bienes que nos dignifican y que deben ser de todos y para todos. El mal y el pecado es ser poseídos
y dominados por los bienes que tenemos o que desearíamos tener, hasta el punto de olvidarnos del
amor a Dios y a los hermanos. Entonces el deseo de tener más se vuelve una verdadera esclavitud
para nosotros mismos y para los demás.
Cuando el virus de la codicia se anida en nuestro corazón, empezamos a no estar satisfechos
con una casa bonita, sino que queremos tener dos. No nos conformamos con un carro, sino que
queremos también una yipeta, un motor, una bicicleta del último modelo. Y muchas otras cosas. Esa
avidez genera la dureza del corazón y nos cierra al compartir y a cualquier gesto de solidaridad. Y
para lograr el fin deseado, entramos en la triste espiral del engaño, del fraude, del robo, de la
explotación y de la vida deshumanizante. Perdemos así la sensibilidad para escuchar la llamada del
Señor y ver las necesidades de los hermanos, porque hemos entrado en el túnel del egoísmo y en la
esclavitud de las riquezas.

7. BIENAVENTURADOS LOS POBRES

Sabemos que Dios no quiere la miseria ni la humillación para nadie. Lo que El quiere y nos
propone es la libertad para amar y servir. De hecho: ¡Qué linda es la mirada de quien ha conservado
la capacidad de apreciar los bienes de la tierra y el corazón libre para compartirlos con los
hermanos! ¡Cómo es agradable encontrarnos con esos pobres que se volvieron disponibles y
hermanos de todos! Tengamos presente que el pobre no es quien desprecia los bienes de la creación,
sino el que los sabe repartir entre todos. Es alguien que tiene el gusto de compartir la riqueza de sus
manos limpias y de su corazón puro. El pobre es un generoso, y por eso es feliz. (ver 2Cor 9,7-8).
Que la Virgen María, la Mujer solidaria y servidora, nos eduque y nos ayude a entender y a
vivir el Mandamiento del Señor. Por eso se lo pedimos con las palabras de un obispo pobre que
ahora goza de la felicidad del cielo:
"Oh María, tú que has experimentado las tribulaciones de los pobres, ayúdanos a poner a su
servicio nuestra vida, con los gestos discretos del silencio, antes que con las frases y los gestos
publicitarios del protagonismo.
Haznos conscientes de que, bajo los humildes despojos de los fatigados y de los oprimidos,
se esconde el Rey. Abre nuestro corazón a los sufrimientos de los hermanos. Y para poder estar
atentos e intuir las necesidades, danos ojos llenos de ternura y de esperanza. Los ojos que tuviste tú,
en ese día, en Caná de Galilea"10.

XI. OCTAVO MANDAMIENTO

10
Tonino Bello, María, mujer de nuestros días, E.P.

65
"No levantarás falsos testimonios, sino que hablarás bien de tu
prójimo"

INTRODUCCIÓN
El hambre por la verdad que existe en nuestro ser es algo tan existencial y profundo que
nadie puede renunciar a ello. Nuestra inteligencia está hecha para la verdad, y se renegaría a sí
misma si no la buscase11. Pero, según la Sagrada Escritura, la verdad no es entendida, en primer
lugar, como ausencia de misterio, sino como la posibilidad de apoyarnos sólidamente en "alguien",
ser protegidos y tener la certeza de que alguien nos puede defender. En ese sentido, la Verdad total
es Dios, y el salmista lo canta con palabras hermosas:
"¿Quién por mí se alzará contra los malos, quién por mí enfrentará a los malhechores?
Cuando las preocupaciones me asediaban, tus consuelos me alegraban el alma.
El Señor es para mí una ciudadela, mi Dios es la roca donde me refugio" (cf. Sal 94 (95).
La verdad, entonces, es sinónimo de confianza total. En ese sentido, la Verdad es Cristo,
porque es en El que podemos contar plenamente. Es él la Palabra y la vida verdaderas. Esa es al
Verdad que nosotros debemos vivir. "El problema, por lo tanto, no es conocer en abstracto qué hacer
de la realidad, darla a conocer o no, sino más bien la de saber lo que vamos a hacer con el prójimo:
ser un apoyo para él, como lo es Dios"12.

1. EL COMERCIO DE LA MENTIRA

Alguien dijo que si quitáramos las mentiras y los engaños de la vida, ya no tendríamos
material para los MCS (=Medios de Comunicación Social). Y es un hecho de que están más
preocupados en transmitir mentiras y las manifestaciones de sus consecuencias, de que comunicar
las verdades y sus efectos positivos. Con tristeza debemos admitir que la mayoría de las "noticias"
se refieren a acontecimientos que son las consecuencias del engaño y de la mentira. Si nos
convirtiéramos a la verdad tendríamos ciertamente periódicos menos voluminosos y más sencillos,
pero también un ambiente más sano, sereno y verdadero.
El fin del octavo mandamiento es el de quitar de nuestro corazón y de nuestras relaciones la
mentira y la falsedad para con Dios y los hermanos; es hacernos testigos de la verdad.
La persona humana es un ser para la relación y la comunicación, pero para que esa relación
sea constructiva, debe estar apoyada en la verdad y en la veracidad, pues la verdad es lo que
primero debemos a quien de verdad amamos.
Todos nosotros, como seres limitados que somos, podemos equivocarnos, engañarnos en ver,
interpretar, referir y presentar las cosas, pero el error no es la misma cosa que la mentira. Esta
última es siempre una falta, porque de manera consciente no decimos o no hacemos la verdad.
Debemos distinguir también entre el ser verdadero y ser sinceros. El ser verdadero comporta
empeño en conocer objetivamente la verdad y actuar en consonancia con ella. El ser sincero
comporta decir o manifestar lo que en conciencia creemos que sea cierto, aunque objetivamente no
lo sea y podamos equivocarnos. Pueden existir situaciones en las cuales la caridad nos exige ocultar
o encubrir parcialmente la verdad. Con excepción de esos casos graves, el cristiano es alguien
siempre sincero, que no miente; es alguien comprometido para hacerse siempre más verdadero,
sabiendo que sólo en el Reino entraremos en la Verdad plena.
11
cf. Obispos de Francia. Catecismo de Adultos, E.P., 350.
12
CEB. Libro de la fe. pág. 182.

66
Sugerencia de trabajo:
Si el tiempo lo permitiera, se puede pedir opiniones acerca de los casos en que un cristiano,
por caridad, es llamado a no decir toda la verdad, pero tampoco a decir mentiras (enfermedades
graves, acontecimientos trágicos, situaciones de personas débiles o menores de edad que no
tendrían la capacidad de aguantar ciertos traumas...).

2. DEFENDER AL INOCENTE ES HACERLO VIVIR

"No darás falso testimonio contra tu prójimo" (Dt 5,20), nos dice la Biblia. Realmente, ¿de
quien se puede fiar una persona que ha sido acusada injustamente, sino de la palabra sincera y del
testimonio leal de otro? El profeta Isaías, refiriéndose al Mesías, dice que "El no juzgará por las
apariencias ni se decidirá por lo que se dice, sino que hará justicia a los débiles y defenderá el
derecho de los pobres del país. Su palabra derribará al opresor, el soplo de sus labios matará al
malvado. Tendrá como cinturón la justicia, y la lealtad será el ceñidor de sus caderas" (Is 11, 3-5).
Jesucristo ha sido realmente el testimonio vivo y perfecto de esta profecía. Su constante
atención a los marginados e indefensos lo hizo "profeta incómodo", y por eso lo mataron.
Sabemos que muy a menudo el futuro de una persona - hasta su vida o su muerte- dependen
únicamente de un testimonio falso o verdadero de otro. Para quien es acusado, todo puede depender
de los testigos: su estima, su libertad, sus bienes y hasta su misma vida. Por eso el falso testimonio
es muy grave, porque puede arruinar la vida de una persona e incluso de su familia.
El seguidor de Jesucristo es un testigo de la justicia y de la verdad a tiempo completo y en la
red de las relaciones sociales, y no sólo en un tribunal. El cristiano es -debe ser- una persona en la
que los demás pueden confiar, porque es fiel y leal. Por ser un signo de la "Roca de nuestra
salvación", los otros pueden contar con su palabra y su vida verdadera.

3. TIEMPO DE ECLIPSES

No hace falta que consultemos a un hombre de ciencias ni investigar mucho para darnos
cuenta de que vivimos como sumergidos en la mentira. Tanto en el campo profesional como en la
vida privada, y hasta en las relaciones con los "amigos", la mentira -en sus muchas manifestaciones-
parece que llena y ensucia esta tierra, llamada ser un hermoso jardín. Y porque estamos tan
involucrados en estas tinieblas, no siempre es fácil detectarlas. A veces somos hasta cómplices del
engaño, y ni siquiera tenemos clara conciencia de ello. De todos modos, si queremos vivir
relaciones humanas realizadoras y evangélicas es urgente que abramos los ojos para saber
orientarnos en esta "eclipses" interior y exterior, personal y colectiva, local y planetaria.
La mentira, tengámoslo bien presente, deshumaniza y corrompe las relaciones entre las
personas, altera el dinamismo de la misma inteligencia humana, despojándola de su atributo más
propio y noble, que es el conocimiento de la verdad.
Aquí no nos referimos a aquellas mentiras piadosas y chistosas que no perjudican a las
personas, sino a las mentiras mal intencionadas, que destruyen la dignidad de los demás y las
buenas relaciones. Nos referimos también a aquellas medias verdades y medias mentiras motivadas
por la vanidad, la envidia y otros malos sentimientos. Es toda una clase de hipocresía que, a través
de las palabras o los silencios, con acciones o actitudes, quiere ocultar la verdad de lo que somos,
pensamos, conocemos y queremos.

67
No debemos olvidar que las palabras más duras que Jesús ha pronunciado, han sido para
condenar a los hipócritas (los mentirosos). Debemos tenerlas presentes, no tanto para dirigirlas a los
demás, sino para que nos limpien y nos hagan más verdaderos.
Toda mentira trae tinieblas dentro y fuera de nosotros, pero existen mentiras de cuya
gravedad debemos tomar clara conciencia. Esas mentiras son las que mayormente perjudican a los
hermanos y las que son difundidas por sentimientos e intenciones bajas y pecaminosas. Siempre que
eso sucede -y cada uno puede identificar su caso- las tinieblas cubren la luz y la tierra es testigo de
un destructor eclipse moral. El cristiano vive en el mundo, pero de en medio de él está llamado para
la luz y a ser luz (cf iPe 2,9; Mt 5,14). Entonces el eclipse será vencido por la luz.

Leer y comentar en un cuchicheo: Mt 23,27-33


Dinámica: - Se pueden escenificar unos comportamientos muy típicos de nuestra cultura,
que encubren mentiras por querer tapar nuestro incumplimiento: las disculpas que damos cuando
faltamos a un compromiso, atraso a un horario establecido, no aparecer a una cita, no terminar el
trabajo estipulado...
- Reflexionar en grupo las causas de tales comportamientos y sugerir actitudes correctivas
para sanar esta realidad empapada de muchas mentiras.

4. APRENDER A DECIR LA VERDAD

Ciertas frases como: "Le he dicho toda la verdad sin pelos en la lengua", pueden
sencillamente encubrir una descarga de nuestros nervios, resentimientos y rabias reprimidas.
Pues "cuando nos servimos de la verdad para echar en la cara de los demás sus defectos,
para humillarlos, difamarlos y hacerles daño, somos conducidos por la envidia y la maldad, y por
eso destruimos la convivencia fraterna. La verdad debe orientarse siempre por el amor y llevar a la
vida fraterna" (cf Ef 4,25), porque el amor al prójimo es siempre la norma suprema del
comportamiento del cristiano.
Según el octavo mandamiento del Señor, no debemos limitarnos sólo a decir la verdad, sino
que debemos decirla para que el hermano viva, o sea, con amor y para hacerle bien. Sabemos que
hay ciertas verdades que son muy duras para decirlas y para recibirlas, por eso necesitamos bondad,
valentía evangélica y caridad para ayudar a que la verdad sea aceptada.
La verdad cristiana no se limita al campo del conocimiento y de las palabras. La verdad,
además de ser dicha, se practica, se vive en todos los ámbitos de nuestras relaciones y de nuestra
vida. Por eso, hacernos testigos de la verdad nos exige manifestarla a través de las palabras y las
actitudes. Sincero no es el que no dice mentiras, sino también el que obra sin falsedad, pues
sabemos que las acciones son tanto o más expresivas que las mismas palabras. Lo que mayormente
oscurece la luz de la verdad en la vida práctica es la hipocresía. Y la hipocresía nos es igual a esa
incoherencia de vida entre lo que deseamos y queremos ser y hacer, y la realidad concreta de
nuestro comportamiento. Eso, con frecuencia, es el resultado de nuestra debilidad humana. La
hipocresía, por el contrario, es sobre todo decir lo contrario de lo que se piensa o se siente en el
propio corazón. Es una mentira voluntaria y práctica.
Entre todos los tipos de hipocresía, podemos decir que sobresale la religiosa, la cual consiste
en aparentar ser cristiano por fuera, a través de prácticas religiosas, pero quedando sin convicciones
de fe en la propia intimidad. Esta hipocresía puede representar un alto grado de malicia y maldad
cuando tiende a engañar a Dios y a los demás, y cuando se aprovecha de la fama exterior de "buen
católico" para conseguir privilegios, prestigio y poder.

68
5. EL SILENCIO: ¿COBARDÍA O CORAJE?

"Cállate, o dices cosas que sean mejores que el silencio", decía alguien que tenía intuición,
delicadeza y gran talento para comunicar. En verdad, aprende a callar el que consigue decir palabras
profundas y generadoras de comunión. En la búsqueda de comunicar el amor y la verdad a fin de
que el hermano viva, también el silencio es un poderoso lenguaje. Puede haber -y realmente no
falta- también el silencio cobarde y cómplice de las mentiras y del engaño; el silencio de quien no
quiere comprometerse, y prefiere la huída o evasión. Pero hay también el silencio respetuoso, que
rechaza entrar en la crítica, la difamación, la maledicencia, el juzgar fácil, las insinuaciones que,
con medias verdades, ponen en peligro la fama del prójimo. Sin embargo, existe sobre todo el
silencio heroico de quien, para guardar el secreto, defender la intimidad y la honra o dignidad del
hermano, prefiere ser mal interpretado y acusado. Este es el silencio elocuente que supera en valor
los grandes discursos, muchas veces propagados a través de las técnicas modernas de
comunicación.
Debemos estar muy conscientes que faltar al secreto es como desnudar a la persona; robarle
su intimidad y profanar su santuario interior. Es destruir la confianza y alterar las relaciones. Las
faltas en este campo son frecuentes y, a veces, muy graves. Educarse para el silencio es aprender
también a conservar lealmente el secreto del hermano y a cubrir su intimidad.
Que nuestra boca sea ese lindo vestido que guarda la intimidad de los hermanos, para
merecernos también su estima y ser depositarios de sus secretos. Como cristianos y catequistas, es
bueno que nos examinemos con sinceridad y ver si, de hecho, estamos más del lado de los que
desnudan a los otros o de los que guardan su intimidad.

6. LEALTAD Y ESTIMA

El octavo mandamiento tiene como principal finalidad la de promover las buenas relaciones
y la comunión entre las personas, pero para promover todo eso es indispensable salvaguardar la
dignidad y la honra personal, pues toda persona es digna de estima y respeto (cf Rom 12, 10).
Difamar a una persona, es decir, quitarle la estima, es una falta muy grave, porque cada uno posee
la dignidad de un hijo de Dios, aún cuando su comportamiento no sea ejemplar. (Leer Mt 5, 21-22).
La honra no es adulación o lisonja, o sea, elogiar servilmente a una persona con el fin de
conseguir su benevolencia o favores. Debemos reconocer que también esta plaga es muy frecuente,
pues sabemos que muchos empleos y cargos se han conseguido y se siguen logrando a costa de la
adulación, y casi siempre quitándolos a quienes les pertenecen por derecho y competencia.
El octavo mandamiento quiere educarnos a fin de que nuestras relaciones sean leales y
honestas, y para que cada uno goce de la estima que le es debida como hermano e hijo del mismo
Padre. Sin embargo para que eso se pueda lograr, debemos liberarnos de todo lo que hiere o
destruye la comunión, es decir, de la mentira y de todas sus expresiones:
la difamación, la maledicencia y la crítica destructiva, el juzgamiento fácil o juicio
temerario, la insinuación, la hipocresía, el falso testimonio, y, sobre todo la calumnia, que es la
difamación de los otros a través de mentiras.
Acerca de todos estos pecados y faltas de lealtad, el juicio de la Sagrada escritura es muy
duro: "Maldito el calumniador y su manera doble de hablar: ha contribuido a que perezcan muchas
personas que vivían en paz" (Sir 28, 13). Y Santiago 3,5-10 completa con un ejemplo muy
esclarecedor y serio, que nos debe sacudir a todos.

69
7. LOS HÉROES DE LA VERDAD

No siempre estamos obligados a decir lo que sabemos, pero siempre es prohibido mentir. A
veces, puede suceder que una verdad resulte demasiado pesada para un hermano. En esa
circunstancia se le puede ahorrar ese peso. Lo importante es obrar con mucha delicadeza para el
bien del otro. Sin embargo, callar o suavizar la verdad no es cosa para hacerse sin una seria
reflexión. Además, hay circunstancias en las que ciertas verdades deben ser dichas de frente, con
valor. Ha sido el ejemplo de Jesús, y también hoy hacen falta profetas que tengan el coraje de
proclamar bien alto la verdad.
Hay también muchos casos en que, para el bien de los hermanos, es necesario apuntar el mal
oculto. En este campo los Medios de Comunicación Social (=MCS) tienen un papel muy
importante, pero hace falta que alguien les de su voz con valentía y la fuerza de la Verdad. No es el
caso cómodo de querer impresionar con declaraciones sensacionalistas. Lo que necesitamos son
verdaderos "héroes" de la verdad y santos valientes. Y, gracias a Dios, El sigue hablando por medio
de esos hombres y esas mujeres. Ellos/as son el lado positivo del octavo mandamiento del Señor.
El mártir, que significa testigo, no es sólo el que confiesa con la propia sangre su fidelidad al
Señor. Son mártires y mensajeros del Evangelio también los que, a precio de críticas, de
impopularidad, de marginalizaciones y escarnios, condenan de frente costumbres y tradiciones, a
veces legalizadas, como el divorcio, el aborto, despachos ilegales de trabajadores... y muchas otras
acciones que van en contra de la dignidad de la persona y, por lo tanto, del Evangelio.
Hoy, sin embargo, nos acecha una tentación muy disfrazada, pero peligrosa: el respeto
humano; la vergüenza de manifestar nuestra fe y nuestra coherencia de vida cristiana en el trabajo,
el comercio, las diversiones, y en muchas otras expresiones de la vida. No debemos olvidar que
todo silencio cobarde oscurece la verdad de la vida, personal y colectiva; y con mucha frecuencia el
respeto humano nos vuelve mentirosos delante de los demás.
Contra nuestra debilidad, San Pablo nos exhorta: "No te avergüences, pues, del martirio de
nuestro Señor ni de mí al verme preso. Al contrario, sufre por el Evangelio, sostenido por la fuerza
de Dios" (2Tim 1,8). Y Jesús nos estimula, diciendo: "Yo les aseguro: si alguno se avergüenza de mí
y de mis palabras en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se
avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre..." (Me 8,38).

XII. EL MANDAMIENTO DEL AMOR:


RESUMEN Y SENTIDO DE LA LEY

INTRODUCCIÓN
Este tema cierra nuestra reflexión sobre la moral cristiana, y como ha sido explicado en
varios puntos, es importante tener presente que la finalidad de la moral cristiana no es la de imponer
sobre nuestros hombros el peso de las normas y los preceptos. Su principal objetivo es antes el de
ofrecer un guía, una luz para facilitarnos el camino que lleva a la felicidad, a la vida y a la santidad.
La moral cristiana está al servicio de esta gran vocación que caracteriza toda la vida cristiana: la
santidad.

70
San Pablo llamaba santos a los primeros cristianos. Y no era ciertamente porque ellos no
tuvieran defectos y límites, sino porque hechos hijos de Dios por el Bautismo, injertados en el Santo
y llamados a seguir al Maestro en la santidad de vida.
La voluntad de Dios es que tengamos vida, que seamos felices y vivamos en santidad. Ya en
el A.T. la recomendación de Yavé era insistente: "Sean santos, porque Yo, Yavé, Dios de ustedes,
soy Santo" (Lv 19,2).
La santidad cristiana no es vivir fuera de este mundo, ajenos a las realidades de la vida. La
santidad a la cual todos estamos llamados, es acercarnos siempre más a la imagen de Dios, que es
Amor, hasta poder afirmar con el Apóstol: "... Ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal
2,20). Es El el Santo y la fuente de toda santidad. Es de El que nos viene la capacidad de amar,
conforme su mandamiento y su ejemplo. Por eso debe brotar de nuestro corazón el himno de Pablo,
que es una súplica y un compromiso: "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo: El nos
ha bendecido y nos ha escogido para que seamos santos y sin defectos delante de El, en el amor"
(cf. Ef 1,3-4).

1. LO QUE IMPORTA ES AMAR

Jesús nos dijo que no ha venido a suprimir la Ley que el pueblo había recibido, sino que
vino a completarla (cf Mt 15,17). Y ese perfeccionamiento de la Ley antigua lo hizo a través del
mandamiento del amor, el cual engloba todos los demás mandamientos del Decálogo. Y sobre todo
lo hizo con su mismo ejemplo de vida y los innumerables gestos de amor hacia todos. Jesús no ha
venido con más preceptos y normas para perfeccionar la Ley, sino que su enseñanza y ejemplo nos
ha llevado a la médula de esa misma ley, que es el Amor. Y el Amor de Dios es liberante y liberador.
Ninguna realidad nos recrea como el amor verdadero. Sólo un amor como el que nos enseñó Jesús
revoluciona el mundo.
Antes del gesto supremo de su amor por nosotros, Jesús ha hecho más un signo de amor
como servicio, lavando los pies a los discípulos. En ese momento, queriendo como asegurarse de
haber sido claro en su enseñanza les pregunta: "¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes
me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy (..) Yo les he dado ejemplo, y ustedes deben
hacer como he hecho yo" (Jn 13,12-13). Es así que Jesús completa y explica la Ley. Por eso puede
decir y pedir con autoridad: "Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he
amado" (Jn 15,12). Y después de haberse ofrecido como don, nos ha recomendado: "Hagan esto en
memoria mía" (Lc 2219). O sea, no sólo celebrar ritualmente el gesto de entrega, sino también
imitar al Maestro en nuestra vida. En efecto, el amor solícito y misericordioso es el distintivo de
Jesús, y toda la moral cristiana está orientada al seguimiento del Maestro.
La caridad es el amor que recibimos de Dios y ofrecemos a los hermanos. Por lo tanto, en
primer lugar Dios nos da la capacidad de amar, pues "el amor ha sido derramado en nuestros
corazones" (Rom 5,5). Como consecuencia del don recibido, estamos llamados a ofrecerlo a los
hermanos con gestos concretos, pues el amor cristiano no es una teoría, es vida, es testimonio y
experiencia. Es, pues, en este amor, que se expresa y concretiza en todas las realidades que han sido
recordadas en la explicación de los Diez Mandamientos, el que hace creíble el amor de Dios y el
mensaje cristiano. Es por eso que San Juan dice categóricamente: "Si uno dice <Yo amo a Dios>, y
odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Daos, a
quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de El: el que ama a Dios, ame también a su
hermano" (lJn 4,20-21).
Realmente, el hermano, sea él quien sea, es la eterna "zarza ardiente" de Dios, es decir, el
lugar permanente de su manifestación. Por eso Jesús ha unido de modo inseparable el amor al

71
prójimo al amor a Dios, haciendo de ellos un único mandamiento, que llamó "Mi Mandamiento" (1
Jn 3,23).

2. LAS EXIGENCIAS DEL AMOR

El amor está por encima de todo, porque la caridad es el vínculo de la perfección (cf. Col
3,14). Sin embargo, ese amor es una práctica con exigencias bien concretas, aquellas que los Diez
Mandamientos nos han presentado en su aspecto negativo como prohibiciones, y en su aspecto
positivo como exhortaciones e imperativos. San Pablo concretiza así las exigencias del amor:
"El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla.
No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira, y olvida lo malo. No se
alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera
todo y lo soporta todo" (1Cor 13,4-7).
Cada uno, si realmente ha tenido el don de amar de verdad, sabe que para hacer el bien a
quien ama, de una u otra manera, debe pasar por esta ascética, por este camino de renuncia y de
entrega. Amando aprendemos a dar el primer paso; como también a esperar el mejor tiempo para
acercarnos al otro. Sabemos encontrar las palabras y los silencios para comunicar y ayudar;
sabemos ser creativos para manifestar al otro que lo queremos de verdad. Por el contrario, cuando
buscamos pretextos para disculpar nuestro obrar y para condenar, humillar y abandonar al hermano,
sencillamente mostramos que todavía debemos aprender a amar. Sin embargo, eso no nos debe
desanimar, sino que debe constituir una renovada llamada y un estímulo para responder al Señor,
que nos vuelve a decir: "Ama a Dios sobre todas las cosas. Ama a tu hermano como Yo, el Señor, te
he dado ejemplo".

3. EN ESTO CONOCERÁN QUE SON MIS DISCÍPULOS

En el catecismo nos han enseñado que la señal de la Cruz es el signo de los cristianos. Y no
es errado, pues el cristianismo tiene sus raíces en la Pascua de Cristo, o sea, en su Muerte y
Resurrección. La cruz representa el signo ilustrativo e histórico del acto supremo de amor del hijo
de Dios por nosotros. A partir de Jesucristo, muerto y resucitado, la Cruz, para los cristianos, se ha
transformado en un trofeo glorioso, como canta un antiguo himno:
"Cruz de Cristo, cuyos brazos todo el mundo han acogido.
Cruz de Cristo cuya sangre todo el mundo ha redimido.
Cruz de Cristo, luz que brilla en la noche del camino.
Cruz de Cristo, cruz del hombre, su bastón de peregrino.
Cruz de Cristo, árbol de vida, vida nuestra, don eximio.
Cruz de Cristo, altar divino de Dios-Hombre en sacrificio. Amén".
(De "Liturgia de las Horas", vol. II°. Viernes Santo).
Siempre que ese signo se hace y se lleva con fe, y no apenas como un gesto mecánico o
como un adorno, nosotros damos a conocer a nuestro Salvador. Sin embargo, Jesús nos dio y nos ha
pedido otra señal para identificarnos como sus discípulos. Es el mismo signo del Amor, pero
manifestado en nuestro obrar concreto. Podríamos definirlo como el signo de la vida. Este ha sido
un pedido solemne y explícito. Ha sido un auténtico testamento y la recomendación de quien está a
punto de ofrecer su vida por los amigos: "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a

72
los otros. Ustedes deben amarse los unos a los otros como yo los he amado. En esto reconocerán
todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros" (Jn 13, 34-35).
He aquí la señal viva de los cristianos: el amor real a todos. Este amor es y será siempre la
regla de oro de los discípulos de Jesús. Y de esta práctica depende la realización o el "fracaso" de
nuestra vida; y depende también el nivel moral del mundo que nos rodea, del cual debemos ser
promotores. Conviene realmente que nos preguntemos: nuestra presencia ¿contribuye para mostrar
el amor como distintivo de Jesucristo y para dar sabor a la vida?

4. EL PERDÓN Y EL AMOR A LOS ENEMIGOS

Si el distintivo cristiano es capaz de dejar rastros o huellas de luz, es porque es una realidad
fuera de lo común. Amar es cosa sublime. Es gesto que nos ultrapasa y nos eleva a la esfera o
dimensión de lo divino. Es por eso mismo que este signo se puede percibir muy bien en este nuestro
planeta donde abunda la contaminación del egoísmo. A veces -y hasta con mucha frecuencia- vemos
manifestaciones que son una falsa imitación del amor, porque son gestos que buscan simpatías e
intereses personales. En una palabra, son gestos de amor egoísta, lo cual no entra en el amor que
Jesús ha proclamado, recomendado y mostrado.
Jesús, al darnos su mandamiento, nos ha librado de la frecuente ilusión y ambigüedad que
nos trae el engaño; que pinta de amor lo que es sólo un acto de simpatía o de cumplimiento. En
realidad, lo que da el sello de alta calidad al amor es la gratuidad. Es ese amor desprendido que
distingue al cristiano. Nos dice el Señor Jesús: "Ustedes han oído que se dijo: <Amarás a tu prójimo
y no harás amistad con tu enemigo>. Pero Yo les digo: amen a sus enemigos y recen por sus
perseguidores, para que así sean hijos de su Padre que está en los Cielos. (...) Si ustedes aman
solamente a quienes los aman ¿qué mérito tienen? También los pecadores lo hacen" (Mt 5,43-46).
Jesús no predicó solamente este amor universal y gratuito. El lo ha vivido hasta las últimas
consecuencias. Lo afirma
San Pablo con estas palabras: "Difícilmente aceptaríamos morir por una persona buena;
tratándose de una persona muy buena, tal vez alguien se atrevería a sacrificar su vida. Pero Dios
dejó constancia del amor que nos tiene: Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos
pecadores" (Rom 5, 7-8). Jesucristo no sólo ha muerto por causa de los enemigos, sino que murió,
sobre todo, para ellos y para hacerlos hermanos. El perdón es el gesto más genuinamente cristiano,
porque es el que mayormente nos asemeja a Jesucristo. El amor es realmente el signo de los
cristianos. Por último, el perdón verifica y evalúa si nuestro amor es o no es verdadero. Y tengamos
presente que mientras que nuestro amor no adquiera ese brillo del perdón no llega a tener la marca
de cristiano.
Reflexión: - Sería bueno que a estas alturas se invitara a los participantes a un momento de
reflexión personal. Para eso pueden ayudar unas preguntas como:
• ¿Es más común ver gestos de perdón, o de venganza?
• Personalmente, ¿tengo mucha dificultad en perdonar?
• ¿Me cuesta pedir y ofrecer el perdón? ¿Por qué?
• ¿Me considero alguien que manifiesta el signo que Jesús ha pedido a sus amigos?
Si el grupo estuviera preparado y el tiempo lo permitiera, se puede sugerir compartir algunos
aspectos de la reflexión personal, como ejercicio le mutua ayuda para adquirir el distintivo del
cristiano.

73
5. SER FELICES: VOCACIÓN DE TODOS

Las bienaventuranzas que Jesús ha proclamado, pueden parecernos una invitación


incomprensible y contradictoria para nuestra mirada corta, nuestro entendimiento tapado y nuestra
vida sin grandes horizontes. Pero lo cierto es que son una propuesta para todos, porque todos
estamos en busca de felicidad, cuya plenitud se encuentra en la posesión del Reino de Dios. Ese
regalo que supera nuestra imaginación, Jesús ha venido a traerlo para todos, porque el llamado a la
santidad es para todos. Nos dice el Concilio Vaticano II:
"Todos en conjunto y cada cual en particular, deben alimentar al mundo con frutos
espirituales e infundirle aquel espíritu del que están animados aquellos pobres, mansos y pacíficos a
quienes el Señor, en el Evangelio, proclamó bienaventurados" (LG. 38, cf. Mt 5, 3-9).
La felicidad que las bienaventuranzas proclaman y ofrecen está condicionada a una manera
propia de vivir y de estar en el mundo, el cual llamamos comportamiento moral. La moral de las
bienaventuranzas es la moral del amor y de la libertad, ya subrayada a lo largo de estas reflexiones.
Todo lo que es bello y grande puede parecer exagerado y hasta irreal a quien no es capaz de ver más
allá de su círculo cerrado y de sus horizontes egoístas.
La moral de las bienaventuranzas se centra en el amor a Dios y a los hermanos, y es eso
mismo lo que nos realiza profundamente. Ese es el secreto revelado, y ese secreto apunta para una
felicidad que nace desde lo más profundo del ser humano y nos lleva a la fuente de donde brota la
vida y el amor.
El Reino de Dios, ya presente y dentro de nosotros, pero en su plenitud todavía promesa
futura, significa comunión con Dios y entre nosotros todos. Las bienaventuranzas son como las
distintas facetas del comportamiento de hijos y de hermanos que tienen a Dios y su Reino en el
corazón en el obrar concreto.
Cada bienaventuranza es una propuesta y un llamado para seguir al Maestro en su
disponibilidad al Padre y a los hermanos; disponibilidad que lo hizo pobre, misericordioso, solidario
con los que lloran, puro y libre, profeta perseguido, pero bienaventurado y glorioso.
Jesucristo ha sido la encarnación concreta y el espejo cristalino de las bienaventuranzas que
ha proclamado. Por lo tanto, seguir a Jesucristo, o sea, hacerse cristiano, es sintonizar la vida con
esa propuesta. Decimos que las bienaventuranzas son el "nuevo código de la Ley de Dios", o sea, la
moral genuinamente cristiana, porque ellas son su impulso y su meta.
Finalmente, bienaventurado es aquel que, después de conocer las "Bienaventuranzas", las
pone en práctica, según las palabras de Jesús, que ha dicho: "Pues bien, ustedes ya saben estas
cosas: felices si las ponen en práctica" (Jn 13,17).
Que la Virgen María, a quien todas las generaciones proclaman bienaventurada porque ha
sido la mejor discípula del Señor (cf. Lc 1,48), nos enseñe el camino de la felicidad según el
Evangelio.

6. LOS GESTOS CONCRETOS DEL AMOR

Vale la pena repetir que el amor cristiano no es un sentimentalismo o una definición poética.
El amor cristiano es vida y se vive, sobre todo, en los gestos sencillos y grandes de nuestro vivir y
de nuestras relaciones. Esos gestos exigen entrega y renuncia. Y el que caminó un poco por este
camino luminoso, sabe que eso es verdad; y sabe también que, para limpiar la calzada a los
hermanos, tiene que levantar y cargar con las piedras.

74
Jesús nos ha contado una elocuente parábola que nunca será superada por los poetas de la
moda. Esa parábola no nos dice lo que debemos saber para ser cristianos, sino lo que debemos
practicar. Es la parábola del Buen Samaritano. En esa narración, registrada en el capítulo 15 de San
Lucas, Jesús subraya que el cristiano debe hacerse prójimo del hermano necesitado, sea él quien
sea. Y hacerse prójimo exige, en primer lugar, mirar y ver quién es el que nos necesita. A veces
nuestro egoísmo es tan grande, que ni siquiera percibimos a el desanimado y triste que, por no saber
defenderse, es explotado y humillado. Y con frecuencia esos hermanos viven muy cerca de
nosotros.
Hacerse prójimo exige que paremos y nos acerquemos a quien tiene necesidad. ¡Cuántas
disculpas encontramos -hasta disculpas religiosas...- para no dedicar tiempo y gestos que animen y
alivien a esos hermanos nuestros!
Hacerse prójimo exige que hagamos lo que está a nuestro alcance para ayudar a ese prójimo.
Ser cristiano no es sólo asunto de saber teóricamente los contenidos de la fe. Antes que nada, es
vivencia de ese mensaje que se resume en el Mandamiento del Amor. Ese es el camino de la
santidad y de la vida hacia la cual la moral nos 2Yienta.
La Iglesia nos enseña que "Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las
cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar,
consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual, como también lo son perdonar y sufrir con
paciencia. Las obras de misericordias corporales consisten especialmente en dar de comer al
hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo. Visitar a los pobres es uno de los
principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios"
(Cat. Ig. Cat. 2447).
Estas obras son los gestos a través de los cuales pasa el amor a Dios y a nuestros hermanos.
Son los actos que hacen concreto el mandamiento del amor y manifiestan la moral del cristiano.
Que María, la Mujer atenta a los otros, aquella que supo adelantarse a las necesidades de los
demás, nos preste sus pies y su corazón para ser capaces de manifestar el amor de su Hijo a nuestros
hermanos. Por eso la suplicamos:
"Santa María, Mujer del primer paso,
nosotros te pedimos la fuerza de partir primero,
siempre que sea necesario ofrecer el perdón.
Haznos fuertes y valientes como tú para dar el primer paso.
Ayúdanos a no dejar para mañana un encuentro de paz que podemos concluir hoy.
Líbranos de nuestras indecisiones; de nuestras perplejidades calculadas.
Ayúdanos para que ningún hermano quede ansioso esperando nuestro gesto de perdón"13.

13
Tonnino Bello, María Mujer de nuestros días, E.P.

75
CONCLUSIÓN

Esta etapa de catequesis que concluye el "Curso de Iniciación", no constituye una reflexión
acabada sobre la moral cristiana. Aquí se ofrece lo esencial de una reflexión que ha querido abrir
horizontes motivadores, que nos ayuden a tomar conciencia del valor de las normas morales, sea en
su aspecto positivo de propuesta, como negativo o de prohibición. La finalidad es motivar un
camino de crecimiento armonioso, en el ámbito humano, moral y espiritual; en su dimensión
personal y comunitaria, en su aspecto exterior e interior, a fin de que seamos iluminados y
motivados a conocer y vivir en la libertad de los hijos de Dios, y esa libertad nos haga realmente
felices. La meta última de la moral cristiana es la santidad, y por lo tanto, nuestra auténtica y plena
felicidad.
En este Curso de Iniciación nos hemos propuesto presentar la Fe cristiana. Esta no es una
teoría, sino una realidad que se proclama: el Credo; se celebra: los Sacramentos, y se vive-
testimonia: la Moral.
Bien sabemos que la evangelización es el desafío más perentorio y exigente que la Iglesia
está llamada a afrontar, pero esta tarea comporta también el anuncio y la propuesta moral. Jesús
mismo, al predicar el Reino de Dios y su amor salvífico, ha hecho una llamada a la fe y a la
conversión. Eso manifiesta la íntima relación que existe entre el Credo y la Moral cristiana.
"De la misma manera, y más aún que para las verdades de fe, la nueva evangelización, que
propone los fundamentos y contenidos de la moral cristiana, manifiesta su autenticidad, y al mismo
tiempo difunde toda su fuerza misionera, cuando se realiza a través del don, no sólo de la palabra
anunciada, sino también de la palabra vivida. En particular, es la vida de santidad, que resplandece
en tantos miembros del pueblo de Dios frecuentemente humildes y escondidos a los ojos de los
hombres, la que constituye el camino más simple y fascinante en el que se nos concede percibir
inmediatamente la belleza de la verdad, la fuerza liberadora del amor de Dios, el valor de la
fidelidad incondicionada a todas las exigencias de la Ley del Señor, incluso en las circunstancias
más difíciles. Por esto la Iglesia, en su sabia pedagogía moral, ha invitado siempre a los creyentes a
buscar y a encontrar en los santos y santas, y en primer lugar en la Virgen Madre de Dios (...) el
modelo, la fuerza y la alegría para vivir una vida según los mandamientos de Dios y las
bienaventuranzas del Evangelio" (V. 107).
Es el deseo que este ejemplo se perciba en todos y cada uno de nuestros catequistas, que por
vocación deben ser pedagogos en el camino del seguimiento de Jesucristo.

Sugerencias pedagógicas
Como sugerimos al finalizar la IIIª etapa (ver pág. 73-74), proponemos un ejercicio
pedagógico análogo. En este caso, la temática tratará de los Diez Mandamientos, el Mandamiento
del Amor y las bienaventuranzas.
El animador dará indicaciones para que los temas se armonicen con los destinatarios de las
catequesis, dado que unos mandamientos se prestan mayormente para ser tratados más con adultos,
otros con adolescentes y otros con niños. Por otro lado, todo tema moral puede ser presentado a
cualquier edad, si se respeta el nivel, los pasos del acto catequético y el lenguaje propio de los
destinatarios.

76
ÍNDICE
Presentación 5
Introducción general 7

III etapa: los Sacramentos 9


1. El Catequista es sacramento: signo y palabra 9
2. Introducción 9
Tópicos para orientar la reflexión 11
II. La sacramentalidad de la vida y los Sacramentos de la iglesia 13
Introducción 13
1. Dios se revela, nos habla y nos salva a través de palabras y signos 15
2. Jesucristo: Palabra y Signo de Dios 16
3. "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo": Dios habla y actúa en la Iglesia 16
4. La iglesia, sacramento de Cristo y administradora de los sacramentos 17
5. Los siete sacramentos 18
III. El Bautismo 21
1. El Bautismo es un nuevo nacimiento 21
2. El Bautismo nos hace miembros de la Iglesia . 22
3. El Bautismo es el sacramento de la fe 23
4. Bautizados en la fe de la Iglesia 24
5. El rito del Bautismo 24
IV. El Sacramento de la Confirmación 26
Introducción 26
1. Redescubrimiento del sacramento 27
2. ¿Qué es la Confirmación? 27
3. El sacramento del Espíritu Santo 28
4. Hacer señal 29 5. La Confirmación: sacramento del compromiso eclesial 30
6. Preparación y rito del sacramento de la Confirmación 32
V. El Sacramento mayor: la Eucaristía 34
1. La honra de una invitación especial 34
2. La Eucaristía 35
3. El alimento de Dios 36
4. Los cristianos celebran la Eucaristía 37
5. La Eucaristía: un don y un compromiso .... 38
6. La celebración de la Eucaristía 38
VI. El Sacramento de la Reconciliación 41
Premisa 41
1. Una necesidad generalizada 41
2. La riqueza de Dios 42
3. Somos pecadores 43
4. El pecado tiene una historia 43
5. El gesto divino 45
6. El poder de Dios continúa en la Iglesia .... 45
7. Un signo claro 46
8. Dios nos espera siempre 47
VII. El Sacramento de los Enfermos 50
Introducción 50
1. Señor, el que amas está enfermo 50
2. Una interrogante 51
3. Un sacramento para los enfermos 52

77
4. Superar prejuicios 52
5. Salvación y cura 54
6. Una hora de gracia 55
7. El alimento para el último viaje 55

VIII. El Sacramento del Orden 56


Premisa 56
Introducción 57
1. Una vocación sublime 57
2. Una vocación especial para un servicio particular 58
3. Hermano y padre 59
4. Signo de Jesucristo 61
5. El sacramento del Orden Sacerdotal 62
6. Un signo del Reino 63
1. La fe cristiana se manifiesta en actos concretos
2. La moral cristiana es signo de fe 3. La moral
4. La crisis de la moral
5. La ley está en nuestro corazón
6. La ley de Dios
7. Conciencia y Ley: dos lámparas
III. Los Diez Mandamientos
IX. El Sacramento del matrimonio 64
Introducción 64
1. Un signo de amor para el amor 65
2. Una alianza que da vida 66
3. El amor es eterno 67
4. El sello de Dios es para siempre 68
5. Gran sacramento 69
6. ¿Por qué casarse? 69
7. La belleza de una restauración 71
Conclusión 72
Propuesta pedagógica 73
IV etapa: la Moral cristiana 75
1. Introducción: Jesús Maestro, el Pedagogo del Padre 75
1. El catequista es alguien que facilita el seguimiento de Cristo 76
II. El camino del cristiano es el seguimiento de Jesucristo 79
Introducción 85
1. El proyecto de Dios 86
2. Ama y haz lo que quieras 87
3. Una mirada nueva para las "Diez Palabras" . . 88
IV. Primer Mandamiento: "Yo soy tu Dios que te ha liberado: no habrá para ti otros dioses delante
de mí" 89
V. Segundo mandamiento: "El nombre del Señor es 91
Santo: no lo pronunciarás en falso"
Introducción 91
1. Del insulto a la alabanza 93
VI. Tercer mandamiento: "Santificarás el día del Señor" 94
Introducción 94
1. El Domingo: primer día de la semana 95
VII. Cuarto Mandamiento: "Honra a tu padre y a tu madre" 96
Introducción 96
1. La familia en el proyecto de Dios 98

78
2. Como quien mira a los frutos maduros 99
3. Los dos sentidos de este mandamiento 100
4. ¿Recogidos o insertados? 101
5. Autoridad y autoritarismo 102
Introducción

VIII. Quinto Mandamiento: "No matarás, sino que promoverás la vida" 104
Introducción 104
1. Don muy precioso en manos frágiles 105
2. Amo la vida 107
3. He venido para que tengan vida 107
4. Promotores de la vida 108
5. La vida pide amor 111
6. Cuando muere el amor, muere la vida 111

IX. Sexto y Noveno Mandamientos: "No cometas adulterios mas ama en la fidelidad" 113
Introducción 113
X. Séptimo y Décimo Mandamientos: "No robar ni codiciar las cosas ajenas" 122
Introducción 122
1. Una dignidad profanada 123
2. Un robo organizado 124
3. Los dos lados del robo 125
4. ¿Felicidad robada, o compartida? 125
5. Luchar contra la pobreza 127
6. Eliminar la raíz 128
7. Bienaventurados los pobres 129
XI. Octavo Mandamiento: "No levantarás falsos testimonios, sino que hablarás bien de tu
prójimo" .. 130 Introducción 130
1. El comercio de la mentira 131
2. Defender al inocente es hacerlo vivir 132
3. Tiempo de eclipses 133
4. Aprender a decir la verdad 134
5. El silencio: ¿Cobardía o coraje? 136
6. Lealtad y estima 137
7. Los héroes de la Verdad 138

XII. El Mandamiento del Amor: resumen y sentido de la Ley 139


Introducción 139
1. Lo que importa es amar 140
2. Las exigencias del amor 142
3. En esto conocerán que son mis discípulos ... 143
4. El perdón y el amor a los enemigos 144
5. Ser felices: vocación de todos 146
6. Los gestos concretos del amor 147
Conclusión 151
Sugerencias pedagógicas 152
1. Hombre y mujer para una historia de amor . .
2. El amor y la sexualidad en el proyecto de Dios
3. "Y Dios los bendijo'
4. Educar para la castidad
5. El noviazgo: tiempo de aprendizaje
6. El mal nace desde dentro

79
7. Ojos abiertos a las desviaciones

80
CONTRAPORTADA

"Cualquier actividad pastoral que no cuente para su realización con personas


verdaderamente formadas, pone en peligro su calidad (...) En consecuencia, la pastoral catequística
diocesana debe dar absoluta prioridad a la formación de los catequistas laicos" (DGC, 234).
"Para concebir de manera adecuada la formación de los catequistas hay que tener en cuenta
una serie de criterios inspiradores.
Se trata, ante todo, de formar catequistas para las necesidades evangelizadoras de este
momento histórico, con sus valores, sus desafíos y sus sombras. Para responder a él, se necesitan
catequistas dotados de una fe profunda, de una clara identidad cristiana y de una honda sensibilidad
social. Todo plan formativo ha de tener en cuenta estos aspectos" (DGC, 237).
Para Ser Catequista
Curso de Iniciación - 1
Ser catequista es una vocación cautivadora y un camino empeñativo, pues uno no se
improvisa para este ministerio. Ser catequista es un arte, pero antes es una experiencia de fe
cristiana asimilada y reflexionada, a fin de que el catequista sepa comunicarla con pedagogía a sus
catequizados. Este libro ha nacido de la necesidad de ofrecer a los que participan en el "Curso de
Iniciación un material que complete la experiencia y los contenidos de la la. y 2a. etapa de dicho
curso. Se dirige también a todo catequista que quiera esclarecer el CREDO cristiano, y conocer las
primeras nociones de psicopedagogía y metodología catequísticas.
ISBN 980-207-523-X
? BUSQUEDA
11
11
ISBN 980-207-539-6
9
789802
075232
`:.. BUSQUEDA
9 789802 075393

81

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