Você está na página 1de 505

BREVIARIOS

del
F o n d o d e ( :u l t u r a E c o n ó m i c a

419
I A FILO SO FÍA
DE LA IN VESTIG A CIÓ N SOCIAL
T rad u cció n de
M ó n ic a U trilla de N eira
La filosofía de la
investigación social
/wrJOHN H ughes
y W es S harrock

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


MÉXICO
Primera edición en español
de la prim era edición en inglés, 1987
Segunda edición en español,
de la tercera en inglés, 1999

Título original:
The Philosophy of Social Rusearch
© Longm an Group UK Limited 1990 ^
© Addison Wesley Longm an Limited 1997, para
la presente edición
ISBN 0-582-31105-5

Esta traducción de la tercera edición en inglés de La filosofía de la


investigación social se publica por acuerdo con Addison Wesley
Longm an Limited, Londres

D. R.© 1999, F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14200 México, D. F.
ISBN 968-16-5656-3
Impreso en México
PREFACIO
Esta tercera edición ha sido considerablemente re­
visada de diversas maneras; en prim er lugar, al in­
vitar a Wes Sharrock como coautor. Wes y yo he­
mos estado trabajando juntos sobre toda una
variedad de proyectos durante buen número de
años, y esta tercera edición no habría sido factible
siquiera sin su docta y considerable participación.
En segundo lugar, incluye exposiciones de varias la­
gunas que había en la segunda edición; especial­
mente faltaban Foucault, Derrida y los esfuerzos de
los posempiristas por sostener el espíritu del posi­
tivismo. El tercer cambio, uno de los más im por­
tantes, se encuentra en la estructura del libro. En
efecto, la revisión de los argumentos se divide aho­
ra más claramente en dos partes: la prim era trata
del positivismo y la segunda examina toda una
gama de ideas que constituyen reacciones a aquél.
La trama que une ambas partes es la del funda-
mentalismo y el antifundamentalismo, y ayuda a
dar cierta continuidad temática a las que podrían
parecer cuestiones muy diferentes e inconexas. El
texto ha sido extensamente revisado e incluye dos
capítulos nuevos, los cuales responden a las inte­
rrogantes que rodean la fundamentación del len­
guaje en la ciencia social. También la conclusión ha
7
8 PREFACIO
sido totalmente reescrita, para darle un aire aún
más wittffensteiniano.
O
Como de costumbre, hay muchas personas a
quienes debemos dar las gracias. Ulrik Petersen, es­
tudiante de ciencias políticas, sumamente inteligen­
te y jovial, llegado de Dinamarca, nos dio mucho y
muy necesario consejo, apoyo y estímulo, además
de brindarnos cierto “apoyo líquido”. Jon O ’Brien y
Mark Rouncefield defendieron el fuerte mientras el
libro se terminaba. Nunca se quejaron, lo cual es
notable testimonio de su generosidad. Tom Rod-
den, como de costumbre, mostró ser un colega in­
mensamente generoso. Lou Armour, quien escribió
la mejor tesis doctoral que los dos autores han vis­
to durante muchos años, siempre nos dio consejos
profundos y nos concedió generosamente su tiem­
po. Andrew Crabtree, Jenny Ball, Cal Giles, Jason
Khan, John Alien, Preben Mogensen, Catherine
Fletcher, Karen Gannnon, Barry Sanderson y Chris
Quinn son otras personas que merecen mención es­
pecial por las diversas facilidades que nos dieron
mientras se escribía este libro.
I. LA FILOSOFÍA
DE LA CIENCIA SOCIAL
I n t r o d u c c ió n

La entre la filosofía y aquello a lo que hoy


r e l a c ió n
llamamos ciencias sociales tiene ya una historia pro­
longada. En realidad, las propias ciencias sociales a
m enudo han considerado que están siguiendo a las
ciencias naturales que se originaron al separarse de
la filosofía; las ciencias sociales se apropiaron,
como su ámbito científico, de los últimos proble­
mas no resueltos de la filosofía. A diferencia de las
ciencias naturales, las sociales, en su mayor parte,
no han logrado disociarse de la filosofía. Aunque a
este respecto las ciencias difieren entre sí, conti­
nuamente plantean las preguntas fundamentales
que estas disciplinas hacen acerca de la naturaleza
de sus temas apropiados, su procedencia intelec­
tual, las razones de ser de sus investigaciones y, ante
todo, la naturaleza de sus métodos válidos y apro­
piados. Por ejemplo, la sociología parece consistir
casi exclusivamente en una sucesión de enfoques y
perspectivas que en su mayor parte muestran un
marcado tono filosófico y que tienen como enfo­
que principal una continua lucha con problemas fi­
losóficos, muchos de los cuales son de origen deci­
9
10 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL

monónico. Como hemos dicho, las ciencias sociales


varían a este respecto; la sociología tal vez constitu­
ya el caso más sobresaliente, ya que está en una cri­
sis casi perpetua acerca de su categoría fundam en­
tal v la concepción que de si misma tiene como
disciplina. Pero hay otras que distan mucho de que­
dar exentas. Por ejemplo, en la preparación en cien­
cias políticas es común incluir cursos de teoría po­
lítica; en la de economía incluir la historia del
pensamiento económico, sumamente filosóficas
ambas, y en la preparación metodológica en toda la
gama de las ciencias sociales incluir cursos de ideas
filosóficas acerca de los métodos apropiados, pre­
dominantemente organizados bajo la égida de la fi­
losofía de la ciencia.
Estamos señalando la participación de las cien­
cias sociales en la filosofía no como queja, sino tan
sólo para llamar la atención hacia el hecho de que
las cuestiones filosóficas siguen siendo una preocu­
pación continua en las ciencias sociales y en las
ciencias humanas. Todo lo demás que esto pudiera
indicar acerca de su carácter intelectual es tema de
discusión, pero es un hecho básico acerca de su
vida intelectual. Tampoco es sorprendente que con*
sideremos las influencias normativas. Por ejemplo,
en sociología la trinidad fundadora de Marx, Weber
y Durkheim dedicó parte considerable de sus es­
fuerzos a establecer y refinar las bases filosóficas de
sus propias ideas, cuyos resultados siguen dando
forma, en gran parte, a los debates sociológicos, en­
tre otras cosas por las marcadas diferencias que ha­
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 11
bía entre los tres.1 Para ellos —y esto probablem en­
te sea más típico de las tradiciones europeas de la
ciencia social que de la tradición norteam ericana-
las cuestiones filosóficas habían de resolverse antes
de las investigaciones empíricas. Dado este legado,
y la enorm e dificultad de llevar las controversias fi­
losóficas a algún tipo de resolución concluyente,
supónese que las cuestiones fundamentales que se
encuentran en el meollo de las ciencias humanas si­
guen sin resolverse y continuamente estimulan la
necesidad de no apartarse de la filosofía.
Desde luego, la naturaleza de la íntima relación
que hay entre la filosofía y las ciencias humanas no
se ha mantenido constante a lo largo del tiempo.
Como ya se dijo, las ciencias humanas en gran par­
te se originaron en la investigación filosófica, pero
entonces eran labores diferentes de las que hoy co­
nocemos. La distinción entre las investigaciones
metafísicas, que hoy comúnmente consideramos
como filosofía, y las empíricas, no era tan marca­
da como lo es hoy. Antes de que se establecieran las
ciencias naturales, la filosofía era considerada
como el m odo de la investigación intelectual y abar­
caba gran parte de lo que hoy tratamos no sólo
como disciplinas separadas sino como modos de es­
tudio muy diferentes de los de la filosofía. El naci-
1 Véase Hughes et al. (1995) para una exposición del pensa­
miento de estas figuras y su repercusión sobre el pensamiento
contem poráneo. Asimismo, pese a su reconocido énfasis en la
psicología, Smith (1997) es una magnífica fuente para la historia
de las ciencias sociales.
12 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
miento de las ciencias naturales no sólo hizo caer a
la filosofía de su trono como forma suprema de co­
nocimiento, sino que con ello provocó cambios en
la concepción de la propia filosofía, que quedó más
claramente enfocada como esfuerzo metafísico, y
no como amalgama de lo metafísico y de lo empíri­
co. Las investigaciones empíricas de la naturaleza
del universo se volvieron, casi exclusivamente, ám­
bito de las ciencias naturales; a la filosofía se le de­
jaron las cuestiones que no fuesen de carácter em­
pírico.2
LA NATURALEZA DE LA FILOSOFÍA

Se han dado muchas definiciones de filosofía, y ha


habido tantos estilos filosóficos como definiciones.
Desde el punto de vista de llegar a una definición
de filosofía, las cosas son aún peores, por el hecho de
que existen dificultades especiales para definir la fi­
losofía, que no estaremos en posición de compren­
der hasta que examinemos los problemas filosófi­
cos acerca de la definición en general. Esto no es
atípico del modo en que parece proceder la filoso­
fía. Sus preguntas pronto parecen adoptar una cre-
2 Esto es, en gran parte, un resum en de los que fueron inter­
cambios profundos y complejos durante muchos siglos. Lo se­
guro es que no podem os extrapolar de regreso al pasado nues­
tras actuales disciplinas. Lo que también se debe tener en cuenta
son los procesos, históricamente muy recientes, por medio de los
cuales se form aron y establecieron a lo largo de sus propios lí­
mites las disciplinas, tal como las conocemos. Véase Smith
(1997).
I
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 13
cíente dependencia de otras cuestiones, desde antes
de que empecemos siquiera a ver cuál podría ser la
respuesta. Las que parecían preguntas bastante
directas e inofensivas, como “¿Qué es la realidad?”,
“¿Existen otras mentes?” rara vez obtienen respues­
tas de la forma “La realidad es tal y tal”, o “Sí, exis­
ten otras mentes.” Las más de las veces esas pre­
guntas lo que harán será provocar otras preguntas:
“¿Qué significa. . .?” “¿Cómo podemos determinar
si existen o no otras mentes?” “¿Qué normas pode­
mos utilizar para distinguir lo real de lo irreal?”, et­
cétera.
Las preguntas filosóficas pueden parecer bas­
tante sencillas pero pronto resulta difícil saber el
tipo de respuesta que se les puede dar, entre otras
cosas porque el problema de los filósofos parece
consistir, en gran parte, en estar en desacuerdo mu­
tuo acerca de los tipos de respuestas que pueden
ser aceptables. Las cuestiones filosóficas acerca de
la naturaleza de la materia no son del tipo de pre­
guntas a las que pueden responder, por ejemplo,
los físicos. Las preguntas filosóficas sobre otras
mentes no son del tipo de preguntas acerca de las
cuales los psicólogos podrían idear experimentos.
Las preguntas filosóficas respecto a la naturaleza
de la verdad no pueden recibir respuesta de los ju ­
ristas. La física, la psicología y el derecho —para se­
guir con los mismos ejemplos— han de suponer pre­
cisamente el tipo de cosas acerca de las cuales la
filosofía quiere hacer preguntas. Es tarea de la físi­
ca hablarnos de la estructura del m undo material,
14 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
de qué está compuesto, por qué se comporta como
lo hace, etc.; no es su tarea cuestionar la existencia
real de un m undo exterior. La filosofía puede acep­
tar todo lo que nos dice la física acerca de la natu­
raleza del universo material y, sin embargo, seguir
planteando sus preguntas sobre, por ejemplo, si la
física nos da o no la respuesta final acerca de la na
turaleza de la realidad. Gran parte del pensamiento
filosófico contemporáneo, especialmente el que ata­
ñe a las ciencias sociales, gira en torno de la pre­
gunta de si la “ciencia” ocupa un lugar especial y
privilegiado en el pensamiento humano acerca de la
realidad; es decir, si la ciencia representa una forma
superior de conocimiento v, en tal caso, ¿por cuáles
medios? Ilustremos esto con un ejemplo prosaico.
Ocasionalmente, cuando nos paseamos por los
campos ingleses, tropezamos con unos vehículos
que llevan pintada, en la parte trasera y a los lados,
la palabra “Leche”. Al ver ese camión una conclu­
sión bastante obvia es que se trata de un vehículo
destinado a llevar leche, recogiéndola de las granjas
para entregarla a la lechería. Pero, ¿cuál es la base
de esta inferencia? ¿El hecho de que la palabra “Le­
che” aparezca en el vehículo? Más que probable­
mente, pero, ¿de qué depende esta suposición? Por
una parte, depende de saber que “Leche” se refiere
a lo que el vehículo transporta. Y sin embargo,
como bien lo sabemos, en los camiones pueden es­
tar pintados nombres o palabras que no se refieren
a lo que transportan. A veces a un lado está pinta­
do el nom bre de la empresa o del propietario, o el
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 15
nom bre de algún producto. Entonces, ccómo sabe­
mos que el vehículo en cuestión transporta leche?
“Leche” habría podido ser el propietario del vehícu­
lo, o una empresa, o hasta la marca del camión.
¿Cómo podemos estar seguros de nuestra afirma­
ción? ¿Qué clase de afirmación es ésta? ¿Es una
afirmación acerca de lo que creemos, o acerca de lo
que sabemos? Desde luego, podríamos exponer m u­
chas razones para sostener nuestra afirmación: era
un camión-cisterna; “Leche” 110 es un apellido co­
m ún y, hasta donde sabemos, no es el nombre de
una empresa, y sería extraño utilizarlo como sobre­
nombre, etc. Tal vez una acumulación de tales ra­
zones podría “equivaler” a la convicción de que es­
tamos en lo justo: este camión sí transporta leche.
Pero, ¿por qué?
Las razones aducidas incluyen una referencia a
nuestra experiencia personal, nuestro conocimien­
to personal, las prácticas de los fabricantes de ve­
hículos, las empresas de transporte, los conductores
de camiones, y aún más cosas. ¿Hasta dónde nece­
sitamos llegar antes de poder establecer sin la me­
nor duda el nexo entre el letrero “Leche” y la fun­
ción del vehículo? Podría argüirse que no hay una
cantidad de creencias y razones personales que bas­
ten; lo que necesitamos es ver el interior del ca­
mión. Pero, una vez más, ¿qué hace que el resulta­
do de contemplar el interior resulte más seguro o
corroborativo que las razones que ya habíamos
ofrecido? Aún podemos engasarnos. ¿A qué con­
clusión deberíamos llegar si el camión estuviera lie-
16 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
no de whisky y no de leche? ¿Tendríamos que acu­
sar a su conductor de contrabandista? ¿Llegar a la
conclusión de que interpretamos mal el letrero y
que “Leche' se refiere a un líquido brillante, color
ámbar, que llega de Escocia, y no a un líquido blan­
co denso que procede de las vacas?
Pero, cualquiera que sea nuestra conclusión, la
idea es que nos veríamos embrollados en cuestiones
acerca de la naturaleza de la evidencia y, por medio
de éstas, acerca de la naturaleza del mundo: cómo
conocemos ciertas cosas y creemos en otras, cómo sa­
bemos que las cosas son verdaderas y falsas, qué in­
ferencias se pueden hacer legítimamente a partir de
varios tipos de experiencias, en que consisten las in­
ferencias, qué clase de cosas integran el mundo,
etc. Desde luego, al hacerlo empezamos a perder
algo de nuestro sentido de la dirección: las expe­
riencias familiares se vuelven dudosas y hasta los
hechos aparentemente más evidentes, seguros y co­
munes parecen expuestos a la duda.
Nótese que estas preguntas surgieron de una co­
tidiana capacidad que tienen las personas para
comprender, en este caso, lo que significaba el le­
trero pintado al costado de un camión. Como tal,
no incluye el uso de ningún tipo de conocimiento
esotérico, aunque podríamos querer decir que si in­
cluye un conocimiento culturalmente adquirido.^
¿ Con esto sólo queremos decir que se necesita tener expe­
riencia de una cultura en que tales camiones desem peñan su ofi­
cio de la m anera descrita. El desconcierto ordinario de esta ín­
dole no es lo que tratamos aquí.
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 17
Podemos establecer esas conexiones en forma ruti­
naria, y normalmente sin mayor vacilación. La ca­
pacidad de leer las señales de los caminos, los le­
treros de los paquetes o las botellas, los titulares de
los periódicos, los nombres de las calles, etc., son
parte integrante de nuestras aptitudes cotidianas. Y
en ese caso, ¿por qué hacer el tipo de preguntas
que acabamos de plantear?
Desde luego, en cierto nivel no hay ninguna ra­
zón para que lo hagamos. Sin duda no es probable
que discusiones filosóficas de esta capacidad esta­
blezcan gran diferencia en el m odo en que inter­
vienen en nuestras vidas diarias y las afectan. Y sin
embargo, estas cuestiones filosóficas siguen ejer­
ciendo una influencia preocupante engendrando y
perpetuando la incertidumbre y la ansiedad acerca
de las posibles fuentes de la autoridad intelectual.

La ontología, la epistemología
y la autoridad intelectual
Una de las razones principales de que la filosofía y
la ciencia social sigan profundam ente interconecta-
das es el m odo en que los científicos sociales se han
adherido a la visión filosófica conocida como “fun-
dacionismo”. Esta visión considera a la epistemolo­
gía —la investigación de las condiciones de la posi­
bilidad de conocim iento— como previa a la
investigación empírica. No es necesario asegurar
la posibilidad del conocimiento empírico en contra
18 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
de la persistente duda escéptica, el tipo de duda que
plantea argumentos en el sentido de que nunca po­
demos conocer nada acerca del m undo real y exte­
rior, nunca podemos, legítimamente y con plena
confianza, afirmar que conocemos algo. Para pro­
tegernos contra este tipo de escepticismo se arguye
que la posibilidad y la realidad del conocimiento no
deben ser concluyentemente demostradas identifi­
cando métodos o medios sólidos e irrefutables de
adquirir conocimiento. Si podemos sentirnos segu­
ros de nuestro derecho a la confianza que, por
ejemplo, a m enudo sentimos sobre nuestro conoci­
miento científico, entonces no es necesario que po­
damos dem ostrar que nuestro sistema de conoci­
miento está edificado sobre fundamentos sólidos.
Así pues, fundacionismo es la idea de que el cono­
cimiento verdadero debe descansar sobre un con­
junto firm e e indiscutible de verdades indisputables
a partir de las cuales se pueden deducir lógicamen­
te nuestras creencias, reteniendo así el valor de ver­
dad de las premisas fundacionales de las que se de­
rivan, y en términos de las cuales pueden ser lícitos
nuestros métodos de formar nuevas ideas sobre el
mundo y de investigarlo.
La influencia del fundacionismo es tan fuerte en
las ciencias sociales que se da por hecho que la prio­
ridad de los fundamentos no sólo es lógica sino
también temporal. De este modo, es común que las
cuestiones filosóficas —especialmente las epistemo­
lógicas— sean consideradas como las primeras y
preliminares que se deberán abordar con objeto de
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 19
poder establecer métodos sólidos de investigación,
antes de la propia investigación empírica. Como
pronto veremos, las propias concepciones de la na­
turaleza y la organización de la investigación social
a m enudo se derivan de una u otra concepción fi­
losófica respecto a la naturaleza de la investigación
científica. Como resultado, enfoques y técnica de
investigación se desarrollan frecuentemente como
aplicaciones y demostraciones de nuestros prejui­
cios filosóficos. Por consiguiente, el objetivo de
gran parte de la investigación social consiste, de he­
cho, en m ostrar la diferencia que establece la adop­
ción de un punto de vista filosófico particular, es­
pecialmente en cuestiones epistemológicas. La
consecuencia es que la crítica de los resultados de
la investigación y de los métodos que los generan va
dirigida, a menudo, a través de ellos, contra las con­
cepciones filosóficas subyacentes, y son hechas con
frecuencia desde una posición filosófica diferente y
conflictiva. Vemos así que es difícil considerar que
las ciencias sociales representan disciplinas que
producen descubrimientos empíricos acumulativos,
descubrimientos que se levantan unos sobre otros
dentro de marcos más o menos establecidos. En
cambio lo que tenemos, en diversos grados, son
unos argumentos filosóficos que están basados en
torno a descubrimientos empíricos putativos y pro­
vocados por ellos.
“¿Cómo es posible, si lo es, que obtengamos co­
nocimiento del m undo?”, es la pregunta principal
de la epistemología. Relacionada con ella viene otra
20 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
de no m enor importancia: “¿Qué tipos de cosas
existen realmente en el mundo?”, pregunta que per­
tenece a la rama de la filosofía conocida como on­
tología. Dicho en pocas palabras, la epistemología
se preocupa por evaluar las afirmaciones acerca del
m odo en que podemos conocer el m undo y, como
tal, incluye cuestiones sobre qué es conocer algo.
Como preguntas filosóficas,' éstas no se refieren
tanto a métodos particulares de investigación o téc­
nicas de recabación de datos, o ni siquiera de cues­
tiones de hechos específicos. Se supone que son
cuestiones generales que se interrogan respecto a
estos particulares métodos de las técnicas, o bien los
hechos que supuestamente están establecidos por
su uso, y si satisfacen los requerimientos generales
para poder decir que sí, en realidad, conocemos
algo. Desde luego, tales preguntas presuponen que
podemos identificar esos requerimientos generales,
y todas las controversias epistemológicas son acerca
de la naturaleza de estos supuestos requerimientos.
Es evidente que las cuestiones ontológicas y las
epistemológicas no están desconectadas. Puede su­
ponerse que la capacidad de cualesquiera métodos
o procedimientos para darnos conocimientos de lo
que existe ha de depender, en parte, de aquello que
se va a conocer. Sin embargo, im porta insistir en
que las preguntas ontológicas y epistemológicas no
pueden recibir respuestas de la investigación empí­
rica, va que se dedican a examinar, entre otras cosas,
la naturaleza y el significado generales de la misma.
No podem os investigar em p‘ricamente la cuestión
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 21
de si existen o no cosas que pudieran llamarse “he­
chos empíricos”. Parece que podemos establecer al­
gunos hechos particulares —como, por ejemplo,
cuál fue la tasa de suicidios en el Reino Unido en
1973—, pero preguntar qué es lo que justifica esa
afirmación es algo muy distinto de preguntar si en
realidad existen hechos y, de haberlos, si nuestras
maneras ordinarias de descubrir las cosas pueden
darnos la base para establecer su existencia. Ésta no
es una pregunta empírica, pues suponer que pode­
mos darle respuesta acumulando hechos equival­
dría a cometer petición de principio. Más bien in­
vita a responder en términos de reflexionar sobre
las presuposiciones mismas del conocimiento y
de la identidad de los hechos. Esta reflexión obvia­
mente no se puede hacer en términos de hechos,
pues la idea es preguntar si en realidad existen al­
gunos hechos, qué caracteriza —si acaso— algo
como hecho y cómo identificar correctamente esos
hechos.
En nuestras vidas cotidianas y en nuestra prácti­
ca profesional de investigación tenemos bases abun­
dantes sobre las cuales estamos dispuestos a afir­
mar y defender nuestra pretensión de conocer algo.
Pueden incluir, según los casos, referencia a méto­
dos experimentales, procedimientos correctos de
análisis, fuentes autorizadas, inspiración espiritual,
edad, experiencia, etc.; es decir, referencia a los
procedimientos colectivamente acreditados como
"buenas razones” para conocer. Es de esta pública
licencia colectiva de la cual prácticamente se deriva
22 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
la autoridad intelectual de nuestro conocimiento,
aunque basarse en ella no siempre es garantía sufi­
ciente fde que conocemos. Lo que aqu- estamos su­
brayando es la naturaleza arraigada de nuestras
pretensiones de conocimiento y la forma en que, en
condiciones apropiadas, ciertos motivos particula­
res adquieren categoría de autoridad; pero, por la
naturaleza misma de los motivos, se los puede de­
safiar y refutar. Dicho de otra manera, en caso de
alguna afirmación particular de conocimiento, pue­
de haber razones por las que motivos normalmente
considerados “buenos”, no resultan “suficiente­
mente buenos”. Ver si los motivos en que de ordi­
nario nos basamos soportarán un interrogatorio
más intensivo es uno constituye los objetivos que
impelen a la filosofía.
Pero, si recordamos el ejemplo del camión de le­
che, ¿cómo podría haber duda acerca de los hechos,
de que transportaba leche, o dudas sobre cómo po­
dríamos descubrir cuáles son los hechos? En el sen­
tido práctico ya mencionado, no hay ninguna ra­
zón, salvo en los casos en que, por ejemplo, existan
sospechas de contrabando, engaño o casos simila­
res que, asimismo, son muy prácticos. En casos
como éstos, simplemente estamos dando por senta­
do, y no reflexionando escépticamente sobre un
marco de norm as dentro del cual hacemos nuestros
juicios, sobre si existe evidencia pertinente y sufi­
ciente para establecer hechos similares. Pero tales
afirmaciones, y la evidencia de la cual dependen,
sólo pueden expresarse cuando existe algún marco
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 23
para fundamentarlas como afirmaciones y eviden­
cia sobre las cuales sea razonable preguntar: “Aun­
que este marco sea bastante bueno para todo fin
práctico, en realidad ¿basta para establecer una
identificación indiscutiblemente segura del modo
en que realmente son las cosas en el m undo?”.
Desde luego, en un sentido práctico aprendemos
tales marcos como parte de lo que aprendem os
acerca del mundo. Sin embargo, en un sentido filo­
sófico, esta realidad no nos lleva a ninguna parte
porque es posible que lo que aprendemos sea erró­
neo, y así ocurra sistemáticamente. Podemos estar
soñando, ser engañados o cegados por el prejuicio
personal o haber aprendido prácticas culturales y
creencias falsas. En otras palabras, se considera po­
sible ser “profundam ente escéptico” acerca de todo
el marco dentro del cual se ubican nuestros juicios
específicos.4 Es decir, podemos dudar de todo
nuestro m odo de descubrir el mundo y, en el caso
del escepticismo más extremo, podemos dudar de
que sea siquiera posible saber algo. Al fin y al cabo,
podemos limitarnos a señalar la variedad de opi­
niones y concepciones acerca del m undo que son o
han sido sostenidas por diversas sociedades históri­
cas —creencia en la brujería, dioses sentados en las
cumbres de las montañas, la procreación como re­
sultado de saltar sobre el fuego, el poder de la ma­
gia y muchas más— para sugerir que no podemos
4 La frase “profundam ente escéptico” fue tom ada de Phillips
(1996), que constituye una excelente introducción a la filosofía y
sus problemas.
24 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
permitirnos confiar demasiado en la validez de
nuestras propias concepciones, pues bien podría­
mos estar equivocados. Entonces, en ese caso, sur­
gen preguntas sobre cómo podemos saber si el
m undo en realidad es lo que parece ser para noso­
tros; es decir, si nuestras propias creencias son sóli­
das. Eso no puede hacerse ofreciendo lo que, en
otros contextos, contaríamos como prueba empíri­
ca concluyente, ya que lo que se está poniendo en
duda es el hecho de que dependamos de esa su­
puesta evidencia. Después de todo, los dioses de la
antigua Grecia, por ejemplo, eran hechos reales e in­
discutibles para los miembros de esa sociedad, que,
a su vez, acaso consideraran una especie de magia
ciertos hechos de nuestro mundo, como el motor
de combustión interna, la televisión o la aviación.
Pero no es claro lo que puede implicar esta dife­
rencia acerca de la naturaleza del conocimiento en
general. ¿Se engañaban los antiguos griegos; cómo
podemos dem ostrar que se engañaban y, lo que es
aún más importante para nosotros, que no estamos
tan engañados como ellos? ¿Qué nos da derecho a
pronunciarnos contra los antiguos griegos dado
que, para todo fin práctico, la facticidad de sus dio­
ses era algo de lo que ellos no podían dudar? ¿Qué
hace nuestras certidumbres más seguras que aqué­
llas, tan fervientemente sostenidas por los antiguos
griegos? Algunas de estas cuestiones serán conside­
radas más ampliamente en el capítulo VI y en los si­
guientes.
La epistemología se ocupa particularmente de la
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 25
necesidad de encontrar respuestas al más persisten­
te escepticismo. Se concentra en tratar de asegu­
rarse de que hay verdades que pueden sostenerse
contra toda duda posible, o en constatar si es inevi­
table reconocer ante el escéptico que, a la postre,
no podemos estar verdaderamente seguros de nada
y que hasta nuestras certidumbres dilectas no son
más que cuestión de una confianza injustificada. En
realidad, una de las actividades principales de las
teorías del conocimiento ha consistido en lo que
Quinton llama dar “cuenta del orden lógico de la
justificación” (Quinton, 1973: 115). A menudo esto
ha adoptado la forma de una búsqueda de las certi­
dumbres indiscutibles que puedan dar fundam en­
tos seguros al conocimiento humano; es decir, pen­
sar en el conocimiento como una estructura similar
a un edificio que necesita estar cimentado sobre
una base estable, junto con la creencia concomitan­
te de que hay algunas creencias más básicas que
otras, y por la cual se pueden sostener y justificar
estas últimas. Si pudieran formularse tales creen­
cias, de las que es imposible dudar, podrían dispo­
nerse todas las creencias en un orden jerárquico, en
cuya base se encontrarían aquellas que, aunque jus­
tificaran a las de arriba, no requerirían por sí
mismas un apoyo justificatorio. Esta concepción
particular, conocida como “fundacionismc y ya
mencionada, a últimas fechas se ha identificado
como uno de los componentes clave en La forma­
ción de la “filosofía m oderna ’, es decir, el periodo
que ha transcurrido desde el siglo xvn, y fue legada
26 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
a épocas ulteriores por la obra de René Descarnes
(1596-1650), a menudo considerado padre de la fi­
losofía moderna. El ataque al “fundacionismo” y su
rechazo han sido algunos de los rasgos principales
del pensamiento reciente y una clave de la recons­
trucción radical de la filosofía misma.

Raíces sociales e históricas de la filosofía


Lo que hasta aquí se ha dicho acerca de la ontolo-
gía y la epistemología parecería presentarlas como
si fueran esfuerzos que de alguna manera estuvie­
sen apartados de las circunstancias sociales e histó­
ricas en que aparecieron. Y, en realidad, ésta ha
sido indudablemente una de las motivaciones de la
filosofía; es decir, descubrir principios que sean ge­
nerales en el sentido de tener aplicación universal y
que todos pudieran desear conocer de una manera
igualmente universal, cualesquiera que fuesen sus
circunstancias personales, sociales e históricas. Sin
embargo, y como lo mostramos brevemente antes,
las concepciones del m undo han cambiado a lo lar­
go de la historia, ¿y por qué habrían de ser diferen­
tes las concepciones filosóficas? La filosofía ha con­
templado característicamente su historia como una
sucesión de intentos progresivos por identificar es­
tos principios universales. Pero es posible —y hoy se
arguye vigorosamente y por muchas distintas razo­
nes—, que el concepto de progreso en el conoci­
miento pudiera ser una ilusión y, por lo tanto, que
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 27
también la noción de avance hacia unos principios
generales válidos en filosofía fuese una ilusión. Tal
vez debiéramos prestar atención al consejo de Toul-
min (1972: 1-14) de no tratar las formas de la epis­
temología —y, puede suponerse, tam bién de la
ontología— como si expresaran más acerca de la na­
turaleza social e histórica del periodo en que se ori­
ginaron que si dijeran algo acerca de las verdades
últimas.
Como ya lo hemos mencionado, muchos de los
debates metodológicos de las ciencias sociales de­
ben com prenderse en relación con el surgimiento y
el éxito de las ciencias naturales y el m odo en que
los filósofos han interpretado la naturaleza y las
consecuencias de este éxito. Descartes y Locke, dos
de las grandes figuras en cuya obra se fundamentó
el “periodo m oderno” de la filosofía occidental,
fueron hombres de su época y analizaron los prin­
cipios del conocimiento humano ante el trasfondo
de las ideas que por entonces circulaban acerca del
orden de la naturaleza y del lugar del hom bre en él
y, con ello, hicieron mucho por aclarar y elaborar
esas ideas que circulaban por entonces. Según dice
Toulmin, dieron por sentados “lugares comunes”,
los cuales no necesitaban una justificación filosófi­
ca: en prim er lugar, que la naturaleza era fija y es­
table, y que podría conocerse por medio de princi­
pios de comprensión igualmente fijos, estables y
universales; en segundo lugar, que había un dualis­
mo entre la mente y la materia; esta última era iner­
te mientras que la mente era la fuente de la razón,
28 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
la motivación y otras funciones mentales; por últi­
mo, que el ejemplo del verdadero conocimiento, de
la certidumbre incorregible, lo aportaba la geome­
tría, contra la cual debían juzgarse todas las otras pre­
tensiones de conocimiento. Podemos ver cómo se­
mejante concepción aportó a la vez una descripción
ontológica básica del mundo y unas prescripciones
e p is te m o ló g ic a s sobre cómo se podía investigar ese
m u n d o . Llamó la atención de científicos y filósofos
hacia la estructura del universo material, a su cuan-
tificación y medición y a su descripción en térmi­
nos de principios teóricos racionales. A lo largo del
tiempo esto quedó establecido como la versión au­
torizada del mundo, como un conjunto de instruc­
ciones sobre cómo debía ensamblarse sensatamente
el m undo. Subrayaba el método sistemático, la im­
portancia de poner a prueba las ideas cotejándolas
con la naturaleza misma, en lugar de derivar expli­
caciones con base en suposiciones teológicas, de co­
municar el conocimiento a una confraternidad
científica y acumular hechos acerca del mundo que
fueran congruentes con las teorías explicativas. Se
convirtió en una concepción sumamente difundida
entre científicos y filósofos. A la obra teórica más
detallada dentro de las varias disciplinas se le daba
validez intelectual por el grado en que parecía con­
gruente con esta concepción y, al hacerlo, se reafir­
maba continuamente la concepción misma. Hubo
muchas y diferentes escuelas teóricas aun dentro de
una sola disciplina —racionalistas, empiristas, cor-
puscularistas, vorticistas—, que fueron consideradas
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 29
congruentes con los principios ontológicos y episte­
mológicos planteados. La idea es que estos princi­
pios fijaron el contexto del debate dentro del cual
las diferentes escuelas combatían sus desacuerdos.
En pocas palabras, durante cierto tiempo fueron es­
tos principios los que ejercieron la autoridad inte­
lectual.
Una conciencia de los contextos sociales e histó­
ricos de las pretensiones de conocer plantea un pro­
blema que, una vez más, será abordado adelante de
manera mas cabal, lo que tiene que ver con la rela­
tividad del conocimiento. Surge de la idea de la de­
terminación social del conocimiento, lo que signifi­
ca abandonar la ambición de garantizar la verdad
de nuestros modos de pensar contra los de otros
tiempos y lugares. Aunque los "'lugares com unes'
de la cosmovisión del siglo xvn —cosmovisión, di­
cho sea de paso, que era específica de los grupos
cultos de Europa— mantuvieron una poderosa in­
fluencia a lo largo de los siglos siguientes, ninguno
de ellos tiene hoy el mismo significado o se le sos­
tiene con la misma convicción. Las ideas de la evo­
lución y de un universo originado en un Big Bang
ya no sostienen la concepción de un universo fijo e
inalterable. De m anera similar, la distinción entre la
mente y la materia, que era una verdad de “sentido
com ún”, ya no tiene la misma fuerza clara y bri­
llante que en su momento tuvo. También la inven­
ción de la geometría no euclidiana tuvo un efecto
devastador sobre la creencia en que el esquema
geométrico euclidiano era el marco del universo;
30 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
paradójicamente le dio más espacio a la geometría
como creación humana, útil y poderosa para pro­
pósitos particulares, pero la privó de su categoría
especial de representante principal de la certidum­
bre y de encarnación de una norm a universal de co­
nocimiento. Mas si esos principios “evidentemente
ciertos” de tiempos pasados pudieron desplazarse,
¿pueden las certidumbres de nuestro tiempo y lu­
gar librarse de un destino similar? Las creencias
fundamentales han variado de un lugar a otro y de
un momento a otro, y a muchos les parece que no
hay razón para suponer que, a largo plazo, nuestras
certidumbres resultarán ser más duraderas que sus
predecesoras. Si cambian, entonces, ¿implicará
su desplazamiento alguna progresión, una evolu­
ción del conocimiento hacia formas mejores, o sólo
se pueden juzgar los sistemas de conocimiento en
sus propios términos, como producto de unos me­
dios sociales e históricos particulares? ¿Tenemos
derecho a hacer juicios negativos y despectivos de
formas de conocimiento ajenas a las nuestras, como
por ejemplo la creencia en la hechicería, o en me­
dicinas que se basan en concepciones muy diferen­
tes de la enfermedad y que, sin embargo, han mos­
trado una eficacia notable, al menos en las culturas
a las que sirven?
Estos ejemplos —y podríamos presentar muchos
más— plantean agudamente la cuestión de la relati­
vidad de las normas de conocimiento o, dicho de
otra manera, las fuentes de nuestra autoridad inte­
lectual. ¿Cómo juzgamos entre diferentes sistemas
LA FILOSOFÍA DF. LA CIENCIA SOCIAL 31
de conocimiento? ¿Existen normas claras e inequí­
vocas, como las que Platón y Descartes considera­
ron geométricamente representadas, por las cuales
podamos determinar si lo que sabemos es cierto o
no? En suma, ¿hay alguna fuente universal de auto­
ridad intelectual, o todo conocimiento es simple­
mente relativo a la sociedad y al periodo en que se
vive1 Preguntas como éstas, por muy abstractas que
puedan parecer, son importantes para ayudarnos a
com prender lo que estamos haciendo cuando, en­
tre otras cosas, nos dedicamos a la investigación so­
cial para producir conocimiento.
Para redondear este capítulo inicial deseamos re­
lacionar algunas de las observaciones generales an­
teriores acerca de la naturaleza de la filosofía con el
proceso de la investigación social.

L a FILOSOFÍA Y EL PROCESO DE INVESTIGACIÓN

En términos generales, la investigación se efectúa


con objeto de descubrir algo de lo que todavía no
se sabe. Sin embargo, esto es en términos muy ge­
nerales. Si observamos lo que pasa por investiga­
ción en las ciencias sociales y humanas, por ejemplo,
lo que encontramos es una variedad de actividades
que van desde encuestas para descubrir la relación
existente entre diversos factores sociales, hasta per­
sonas que pasan el tiempo observando como traba­
jan otras personas, o efectúan experimentos en la­
boratorios, así como la revisión y crítica doctas de
32 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
las ideas de X, o elaboran un nuevo enfoque dentro
de la disciplina, y hasta una crítica de la labor exis­
tente sobre X, y más aún. En otras palabras, es difí­
cil ver exactamente lo que tienen en común estas
actividades que las convierte en investigación, apar­
te de tratar de formular o de descubrir algo nuevo.
Lo que podemos decir acerca de ellas es que son ac­
tividades razonadas en el sentido de que deben
efectuarse con escrupulosidad, con rigor, sopesando
minuciosamente los testimonios y los argumentos,
en forma metódica. Es decir, son actividades cul­
tas.5 Desde luego, esas actividades pueden efec­
tuarse bien o mal —de allí la palabra “debe”—, pero
lo ideal es que tengan al menos las cualidades m en­
cionadas, y serán juzgadas por el grado en que las
posean.
Sin embargo, en conexión con las actividades
científicas —y por el m om ento podem os incluir
las ciencias sociales bajo este rubro—, se ha dicho
que no sólo interviene la simple cultura, por usar
este término. Descartes y Locke legaron a sus suce­
sores la idea de que el éxito peculiar del conoci­
miento científico se debe a que poseía un método,
el m étodo científico, un corpus de procedimientos
seguros que, de ser aplicados con los escrúpulos y
el compromiso apropiados, producirán con certeza
J No pretendem os implicar que la preocupación por este tipo
de cosas sólo pueden manifestarla los académicos. Desde luego,
esa preocupación puede m ostrarse en toda clase de ocupaciones
y actividades. Nuestra idea es subrayar la calidad de las activida­
des, en lugar de atarlas a algún papel institucional.
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 33
el conocimiento del mundo. La identificación del
método científico parecía ser una parte vital de la
solución del “gran problem a” de la epistemología, a
saber, encontrar un medio seguro de conocer den­
tro de las concepciones fundacionistas. Todas las
técnicas que típicamente asociamos con la ciencia,
corno experimentos, puesta a prueba de hipótesis,
teorías, el escrutinio publico de métodos y resulta­
dos, mediciones, etc., se considera que encarnan el
método científico. Pero —y éste es el punto en que
resurgen las cuestiones filosóficas—, siempre pode­
mos preguntar: “¿Por qué estas técnicas o procedi­
mientos, y no otros?”, “¿Qué clase de garantías nos
ofrecen estos métodos y técnicas que no nos ofre­
cen otros?” Por consiguiente, el legado de Descartes
y Locke es la búsqueda y la investigación de qué hay
en las prácticas de la ciencia que encarna este mé­
todo que las hace superiores, que les da mayor au­
toridad intelectual que otras. Sin embargo, hace re­
lativamente poco tiempo ha arraigado la idea de
que ésta es la búsqueda de una quimera. Como ve­
remos, Paul Feyerabend, filósofo de la ciencia, ha
sostenido de la m anera más extrema y dramática
(aunque su predecesor Karl Popper y su contempo­
ráneo Thomas Kuhn han promovido la misma idea)
que no existe un “método científico” que esté en
uso general entre los científicos y que sea la piedra
de toque del conocimiento.
En las ciencias sociales este tipo de preguntas ad­
quiere una dimensión adicional, a saber, el hecho
de que, en diversas formas, los temas de las ciencias
34 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
sociales sean también temas para los miembros de
la sociedad. En realidad, resulta más que plausible
sostener que las ciencias sociales brotaron de las
preocupaciones políticas, económicas y sociales de
la vida ordinaria. Caso en el cual el problema de la
autoridad intelectual para las ciencias sociales es:
¿qué hace que el conocimiento científico social sea
superior al del hombre o la mujer de la calle, el pe­
riodista, el político, el revolucionario, el aborigen
de las islas Trobriand, o el intolerante en materia ra­
cial? Dicho de otra manera, ¿cuál es la base de su
autoridad intelectual?
No será sorpresa para nadie descubrir que las
respuestas a estas preguntas no pueden ser direc­
tas. Las dificultades aum entan si echamos así sea
una ojeada pasajera a lo que hacen los investigado­
res sociales cuando dicen que están dedicados a su
investigación. La preparación de los investigadores
sociales consiste norm alm ente en que se les pide
dominar ciertas técnicas de cuestionario, los prin­
cipios de diseño y análisis de encuestas, los recove­
cos de las estadísticas, tal vez hasta programación y
modelación en computadora, etc. Desde luego, el
énfasis dado a diferentes técnicas dependerá de la
disciplina en cuestión: el investigador socioljgico
tal vez deberá también saber de etnografía así como
de técnicas estadísticas, el economista deberá saber
aún más sobre modelación matemática avanzada y
estadística, mientras que el historiador probable­
mente se preocupará por desarrollar habilidades en
la interpretación de distintos tipos de testimonio
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 35
documental. Estas habilidades pueden aprenderse y
utilizarse como parte del oficio. Investigar un pro­
blema es cuestión de utilizar las habilidades y téc­
nicas apropiadas para realizar la tarea requerida
dentro de unos límites prácticos; la cuestión de juz­
gar finamente la capacidad de un instrumento par­
ticular de la investigación para obtener los datos re­
queridos ya es, en sí misma, una habilidad. En
pocas palabras, es tratar los métodos de investiga­
ción como tecnología, y —no nos equivoquemos—
sin esta actitud no sería posible la “ciencia norm al”,
para tomar la frase de Kuhn (1996).
Sin embargo, la causa de la pertinencia de las
cuestiones filosóficas del tipo antes revisado, aun­
que los métodos de investigación bien puedan ser
tratados como simples instrumentos, es que en rea­
lidad actúan dentro de conjuntos de suposiciones.
Muchas de ellas son afirmaciones teóricas acerca de
la naturaleza de la sociedad, de los actores sociales,
de la interacción. Por ejemplo, las entrevistas de­
penden, para su uso, de pretensiones “teóricas”
acerca de cómo debe realizarse la entrevista con ob­
jeto de llevar al máximo la validez de las respuestas
del interrogado. El orden de las preguntas en un
program a de entrevistas o un cuestionario se justi­
fica por las presuposiciones acerca de las mejores
maneras de ganarse la confianza de los interroga­
dos para que respondan a las preguntas más ínti­
mas sin cohibirse demasiado. Desde luego, muchos
de estos compromisos teóricos son poco más que
reglas generales, aunque no por ello pierdan vali­
36 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
dez, pero otros son, mucho más explícitamente,
pretensiones teóricas. La idea es que ninguna téc­
nica o método de investigación (y esto puede decir­
se tanto de las ciencias naturales como de la ciencia
social) se justifica por sí mismo. Su eficacia, su es­
tatus mismo como instrumento de investigación
que haga reductible el m undo a la investigación em­
pírica, depende del tipo de “presuposiciones ins­
trum entales”, como las llama Cicourel (1964), antes
esbozadas. Además, también métodos y técnicas de­
penden de justificaciones epistemológicas. Como
lo ha observado Sheldon Wolin:
El empleo de un método [. . .] requiere que el mundo
sea de un tipo y no de otro. El método no es una cosa
para todos los mundos. Presupone una cierta respues­
ta a un tipo kantiano de pregunta. '-‘Cómo debe ser el
mundo para que sea posible el conocimiento del me-
todólogo:' [Wolin, 1973: 28-29].
Lo que no está claro, pese a la anterior explica­
ción de la filosofía preocupada por dar autoridad
intelectual, es si realmente es capaz de concederla.6
Lo indudable es que para la mayoría de los investi­
gadores, sean de las ciencias naturales o de las hu-
G La cuestión de la propia autoridad intelectual de la filoso­
fía ha sido recientemente atacada por los construccionistas so­
ciales, quienes sostienen que la filosofía misma ha sido foijada
por su cultura y que, p o r lo tanto, no es más segura que cual­
quier otra form a de conocimiento. Véase, por tjemplo, Bloor
(1976). Antes, Wittgenstein se ocupó de cuestionar, en sus ulti­
mas obras, la naturaleza de la filosofía misma.
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 37
manas, a m enudo la investigación filosófica parece
ajena a sus actividades, y se puede sugerir que el
grado en que se preocupan por lo que tenga que
decir la filosofía es motivado más por una búsque­
da de seguridad, como justificación de lo que de
todas maneras se está haciendo, que como guía
práctica. Sea como fuere, los propios filósofos no
están más de acuerdo acerca del estatus que desean
reclamar para su investigación que sobre cualquier
otra cosa. Algunos filósofos tienen unas concep­
ciones muy modestas de la posición de la filosofía,
tal vez considerándola apropiadamente subordina­
da a la ciencia, y desem peñando algún papel “sub-
laboral”, como opinaba John Locke o como, en
nuestros tiempos, piensa W. V. O. Quine. En el pa­
pel de sublabor, la filosofía constituye una ayuda
para la ciencia, aclara confusiones y suprime otros
obstáculos que pudieran inhibir el progreso cientí­
fico. Por otra parte, los grandes metafísicos, como
Descartes, Kant, Hegel y, más recientemente, los fe-
nomenólogos Husserl y Heidegger, propusieron
ciertas visiones de la naturaleza de la filosofía
como una aventura mucho más poderosa para eva­
luar las pretensiones de la ciencia. Por ejemplo,
Husserl consideró que la filosofía debía ser la “pri­
mera ciencia”, indicación de su prioridad sobre las
ciencias empíricas. Los filósofos han llegado a
cuestionar, como lo hizo Wittgenstein y, a su espe­
cial manera, los positivistas lógicos, si la filosofía,
al menos su parte metafísica, pudiera tener algo
significativo o importante que decir en su propio
38 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
nombre. Wittgenstein arroja dudas sobre el con­
cepto mismo que ha motivado gran parte de la fi­
losofía occidental: a saber, que el conocimiento ne­
cesitaba fundam entos/
Desde luego, dado que la naturaleza de la filoso­
fía, y su relación con otras formas de conocimiento,
es, en sí misma, tema importante de la disputa filo­
sófica, no hay una verdadera base para que noso­
tros defendamos alguna opinión sobre estos temas
como la concepción inequívocamente correcta de la
relación entre la filosofía y la investigación social.
Sin embargo, lo que sí se puede reconocer es que
en la ciencia social están representadas muchas opi­
niones diferentes acerca de la relación. Discutir
cuestiones filosóficas no es algo que quede limita­
do a quienes han recibido una preparación profe­
sional en esa disciplina, y gran parte de la disputa
dentro de las ciencias sociales es tanto acerca de te­
mas filosóficos —a m enudo dirigida sobre la base
de argumentos der ivados de la obra de filósofos re­
conocidos— como de cuestiones propiamente cien­
tíficas o empíricas.
Lo que nos interesa aquí son las cuestiones filo­
sóficas que se plantean en torno a los métodos apro­
piados de la investigación social, aunque muchas de
estas cuestiones tendrán un peso mayor que los sim­
ples métodos de la investigación social, abarcando
temas que son de naturaleza teórica. Por necesidad,
7 Wittgenstein (1958). Véase también Anderson el al. (1988
cap. 8), para un resum en de las ideas de Wittgenstein.
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 39
gran parte del análisis se relacionará con la filoso­
fía de la ciencia, puesto que mucho del pensamien­
to de la ciencia social respecto al método ha sido
moldeado por una u otra concepción de la natura­
leza general de la ciencia. La pregunta de si alguna
ciencia social determinada es en realidad una au­
téntica ciencia, sólo una pseudociencia, o si por al­
guna otra razón carece de los requerimientos de las
ciencias auténticas y maduras, es un poderoso mo­
tor de las disputas sobre la naturaleza de las cien­
cias sociales y de la investigación que se efectúa en
ellas; se considera que la investigación fue planeada
para acercar las potenciales ciencias a la categoría
de ciencias por derecho propio. Dado que las cien­
cias sociales comúnmente insisten en medirse con­
tra la concepción de uno u otro filósofo de los atri­
butos de las ciencias más triunfantes, las ciencias
sociales, desde su aparición en el escenario intelec­
tual, han ido constantemente acompañadas por una
sensación de fracaso, por su incapacidad de hacer
que sus logros puedan compararse con los de las
ciencias naturales a las que han tomado como mo­
delo. Sus fallas prácticas, así como sus fallas inte­
lectuales, también son agua para su molino: a pesar
de la economía, seguimos teniendo crisis económi­
cas, lo cual a m enudo se atribuye a los políticos por
no atender a sus asesores económicos que, en todo
caso, hablan con voces muy diferentes; los políticos
culpan a los científicos sociales por no enfrentarse
a “los problemas de nuestro tiem po”, y así sucesiva­
mente.
40 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
La categoría de las ciencias sociales no se ha de­
finido. Por ejemplo, dentro de la sociología estallan
debates sobre si1puede ser científica a la m aneo, de
las ciencias naturales, lo que a su vez ha producido
un extenso compromiso con la filosofía de la ciencia
en sus repetidos intentos por com prender lo que se
necesita para ser considerado ejemplo de conoci­
miento científico auténtico, y si la sociología puede
tener siquiera esperanzas de satisfacer esos requeri­
mientos. T ambién hay inquietud sobre si en realidad
se justificó el pesimismo de hace una década, apro­
ximadamente, cuando muchos eminentes metodólo-
gos empezaron a dudar de los logros y cuestionaron
la dirección de los procedimientos para la investiga­
ción social que ellos mismos habían apoyado antes.
Aún más recientemente tenemos el mas drástico
“giro posm oderno” que trata de abandonar las pre­
misas mismas en que se había basado la ambición de
una ciencia social desde los primeros años del siglo
xix y, antes, durante la Ilustración. Puede dudarse
de que la reflexión filosófica sobre estos problemas
y otros llegue a resolverlos, ya que los problemas son
tan difundidos y variados. Sin embargo, lo que pue­
de decirse es que algunos esfuerzos por despejar el
terreno filosófico no se perderán.

L a RAZÓN DE SER DE ESTE LIBRO

Podría decirse que nuestro interés está en la meto­


dología de la investigación social; es decir, en un
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 41
examen de ios medios de obtener conocimiento del
mundo social. En lo tocante a los métodos de la in­
vestigación social, nos esforzaremos por analizar el
tipo de afirmaciones que pueden hacerse acerca del
conocimiento que producen. Esto exige considerar
las teorías del conocimiento en que están basadas y
plantear preguntas acerca de su verosimilitud filo­
sófica. En un libro relativamente breve, como éste,
no podemos hacer más que presentar unos puntos
centrales seleccionados entre las que nos parecen
algunas de las principales cuestiones de la filosofía
de la investigación social. Como veremos, uno de
los problemas de la filosofía, sobre todo en un con­
texto como el de las ciencias sociales, en que las
cuestiones filosóficas están profundam ente arraiga­
das, es que resulta difícil tratar temas paso a paso,
de una m anera bien definida, sin deformarlos gra­
vemente. A la filosofía se le puede aplicar una ob­
servación hecha por Wittgenstein acerca del len­
guaje: “Se acerca uno desde un lado y se orienta
uno; se acerca uno al mismo lugar desde otro lado
y se desorienta” (Wittgenstein, 1958: § 203). Es de­
cir, una de las cosas más difíciles en filosofía —aun­
que no sólo en ella— es ver con claridad cuál, preci­
samente, es el problema. Podría tenerse la suerte de
ver con claridad las cosas desde una dirección, pero
desde otra parecería que estamos envueltos en una
niebla. O tra de las imágenes de Wittgenstein acerca
de las investigaciones filosóficas, la de desenrollar
una bola de estambre, lo que exige primero tirar de
un hilo, y luego de otro, volver al primero, y luego
42 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
tirar de otro más, etc., representa estar atravesando
en varios sentidos un mismo terreno intelectual. Lo
que-esto implica es que a m enudo puede ser difícil
seguir un argumento en forma lineal. Será necesa­
rio tomarlo, luego dejarlo de lado, antes de volver a
tomarlo en un contexto diferente y desde otro án-
guio. Esta será ciertamente una necesidad de nues­
tra presentación aquí; los mismos temas y pensado­
res aparecerán y reaparecerán en diferentes puntos
de la exposición, y un mismo argumento será perti­
nente a cuestiones muy distintas. La consecuencia
es que resulta imposible ofrecer una visión general
que incluyera todo lo que interesa a la filosofía de
la investigación social. Como lo hemos dicho antes,
nuestro objetivo es ofrecer unos puntos centrales, y
lo que encontraremos es que, aunque puedan arro­
bar luz sobre un sendero, en la sombra nos acechan
desviaciones que indudablemente pueden ser de in­
terés, pero que no tenemos suficiente espacio para
analizar. También descubriremos que hay cuestio­
nes que no dejan de salir a la superficie bajo varias
guisas, pero no son simples disfraces. Aparecen con
suficiente frecuencia para que valga la pena consi­
derarlas, una vez más, desde una posición diferente .
El libro está dividido en dos partes que intentan
representar, de m anera muy simplificada y esque­
mática, el curso principal de los acontecimientos
que afectaron la relación entre la filosofía y la cien­
cia social en el periodo transcurrido desde 1945. El
acontecimiento clave durante este periodo, en lo to­
cante a la filosofía de la investigación social, han
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 43
sido las diversas reacciones contra el positivismo y
sus metodologías y métodos asociados. Por consi­
guiente, la prim era parte del libro —de los capítulos
II al IV— abarca la posición positivista, sus proble­
mas y algunas de las razones de su rechazo. La
segunda parte, a partir del capítulo v, trata de la se­
cuela del rechazo generalizado, aunque nunca uni­
versal, del proyecto positivista.
La estructura del libro también pretende ser ins­
tructiva acerca de la relación entre la filosofía y los
métodos de la investigación social. Es fácil confun­
dirse y representar erróneam ente la naturaleza de
la reacción contra el positivismo. En particular es
demasiado fácil interpretarla de modo erróneo
como negación de toda utilidad de esas técnicas de
la investigación social supuestamente patrocinadas
por el positivismo, como la encuesta social, los
cuestionarios y las técnicas del análisis estadístico.
Es común, pero en nuestra opinión erróneo, pre­
sentar el argumento contra el positivismo como un
argumento contra, por ejemplo, la encuesta social.
O, a la inversa, suponer que indicar algunos usos
válidos que pueden darse a la encuesta social en so­
ciología —por ejemplo en los tipos de sociología
que están muy cerca de la recabación de datos con
propósitos administrativos— es ofrecer una defensa
contra las críticas del positivismo.8 El hecho de que
se pueda reconocer cierta utilidad modesta y limi­

8 Sobre el desarrollo de la encuesta social véase Ackroyd y


Hughes (1991).
44 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
tada de la encuesta social es algo en gran parte im­
procedente en la discusión sobre el positivismo (véa­
se Marsh, 1982).
El programa positivista no era modesto, ni se sa­
tisfacía fácilmente con la adopción de alguna recaba-
ción de datos y técnicas de análisis, útiles pero limita­
das. Antes bien, era un proyecto extremadamente
ambicioso y de altos vuelos, que pretendía nada me­
nos que lograr la drastica transformación de las
ciencias sociales, aplicando las norm as de pensa­
miento, que le parecían más exigentes y llevando
sus resultados hasta los más altos niveles de validez,
comparables con los de las ciencias naturales.
Como veremos, la idea positivista es que existen
una unidad y unos fundamentos básicos de todos
los conocimientos, que son aportados por la unidad
de la ciencia. Por consiguiente, las ciencias sociales
deben ser básicamente las mismas que las ciencias
naturales, y capaces de lograr realizaciones igual­
mente grandiosas. Por ello el blanco de las críticas
al positivismo no es la encuesta social como tal, ni
sus instrumentos auxiliares, como el análisis esta­
dístico, la entrevista o los cuestionarios. Al fin y al
cabo, la encuesta social, por ser un recurso práctico
desarrollado pragmáticamente, no tiene una identi­
ficación necesaria con los ideales, las aspiraciones o
los requerimientos del positivismo. Esto no es decir
que la encuesta social o, para el caso, cualquier mé­
todo, carezca de problemas o que, como método,
no contenga nada de interés filosófico. La encuesta
social se convirtió en foco de la crítica al positivis­
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 45

mo por la categoría que le fue asignada dentro del


proyecto positivista, en que se la trató como el pa­
rangón mismo de la práctica de la investigación so­
cial, y como el medio por el cual se podían recabar
datos rigurosos y materiales, reductibles a un análi­
sis cuantitativo. En una ejemplificación de la visión
positivista, sumamente importante para la direc­
ción de la investigación social desde 1945, se consi­
deró que la encuesta social era el método principal
para transformar la naturaleza de la ciencia social,
que ayudaría a llevarla a una nueva época, en la cual
las teorías podrían ser construcciones formales ex­
presadas en términos lógico-matemáticos, y no en
el lenguaje natural, y en que los datos se podrían
analizar cuantitativamente.
En su apogeo, durante el decenio de 1950 y co­
mienzos de 1960, el positivismo en la sociología an­
gloamericana tendió a mostrar una marcada arro­
gancia, inclinándose a suponer su propia categoría
de parangón, rechazando secamente toda sugeren­
cia de que pudiese haber otros enfoques. Es esto lo
que debemos tener en mente en relación con los ac­
tuales intentos por hablar, en términos razonados y
modestos, en nombre de la encuesta social y sus téc­
nicas asociadas. La objeción original a estos méto­
dos fue que no había parangones del método so­
ciológico. Aunque puedan tener cierta utilidad
práctica tal como los emplean los científicos de
nuestros tiempos, difícilmente podría vérselos
como los instrumentos de la transformación de la
investigación social tal como lo plantea el positivis­
46 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
mo, Por ello, el problema fue el grado en que se ha­
bló de las prácticas sociales y las realizaciones de la
encuesta social, mostrándola como movimiento
ejemplar y progresivo en el avance de la investiga­
ción social hacia la auténtica categoría de “ciencia
dura”. Por consiguiente, el escepticismo acerca del
grado en que a) la investigación por medio de en­
cuestas encarnaba algún grado particularmente ex­
cepcional de rigor científico en relación con otros
posibles métodos de investigación; b) los ideales po­
sitivistas eran practicables y apropiados dentro de
la investigación social, y c) la investigación por en­
cuestas en realidad estaba resolviendo —en lugar de
enredar— profundos problemas de método, puede
coexistir, más o menos cómodamente, con la idea
de que la investigación por encuestas no carece de
toda utilidad y que, en el futuro previsible, puede
ser un método tan prácticamente eficaz como po­
damos desearlo para abordar ciertos tipos de pro­
blemas de la investigación social, y ya no el único
método legítimo para abordar todos los problemas
de las ciencias sociales. La investigación por en­
cuestas, despojada de toda conexión con el proyec­
to positivista y, por lo tanto, de la sugestión de que
quienes adopten la encuesta y hagan uso de las úl­
timas técnicas de manejo estadístico están dando
los primeros pasos por la vía real hacia una verda­
dera ciencia, puede seguir empleándose. Pero se
convierte en una actividad sin una significación
particular para las ciencias sociales. También queda
privada de su coartada: que sus resultados actuales
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 47
pueden ser problemáticos y deficientes, aun según
sus propias normas, pero que estas fallas deberán
pasarse por alto en vista de que se está haciendo el
esfuerzo al servicio de las normas y ambiciones más
elevadas y exigentes. Vemos así que un logro de la
crítica de la investigación social consistió en rom ­
per su conexión con las políticas del proyecto posi­
tivista.
Hemos dedicado cierto tiempo a revisar los dife­
rentes lugares ocupados por las críticas de ciertos
métodos de investigación social, empleando esa re­
visión como ejemplo, y ciertas críticas al proyecto
positivista como ilustración de la conexión —fre­
cuentemente poco clara— entre lo que un método
puede lograr en la práctica y las pretensiones que pue­
den hacerse en su nombre. Como veremos, la pro­
paganda de la encuesta y los métodos asociados
como parangones de la investigación social científi­
ca oscureció su utilidad auténtica, si bien modesta,
sometida a un virulento ataque que habría debido
dirigirse contra las pretensiones del proyecto posi­
tivista. Sin embargo, para nuestros propósitos del
momento lo importante es que son las pretensiones
hechas en nom bre de la investigación y de sus mé­
todos, especialmente las filosóficas, las que deben
ser sometidas al más minucioso escrutinio.
Toda sensación de que en este libro se está co­
metiendo una injusticia contra el positivismo al so­
meterlo a la crítica más violenta y exigente debe
quedar mitigada por el hecho de saber que el pro­
yecto, en su auge en las ciencias sociales, a m enudo
48 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
fue una doctrina arrogantemente presuntuosa que
desdeñaba, de modo sumario, todas las alternativas
concebibles; en general era dogmática en sus res­
puestas a las críticas y las discusiones, además de
jactanciosa sobre sus propias metas y logros. Por
otro lado, aunque tendremos mucho que criticar
acerca del proyecto positivista, ni por un momento
sugerimos que ha sido definitivamente rechazado.
En realidad, en ciencias sociales y en filosofía es
raro encontrar resultados concluyentes. Como vere­
mos, hay poderosos elementos de la concepción po­
sitivista que aún persisten en las ciencias sociales,
aunque en estos días rara vez en forma completa­
mente madura. Sin embargo, la reacción contra el
positivismo lo destroncj de su posición eminente y
lo colocó en otra posición filosóficamente mucho
más atacada, lo que alentó los esfuerzos revisionis­
tas en un intento por superar sus problemas.
Aunque ya hemos sugerido que en la ciencia so­
cial los positivistas no fueron precisamente modes­
tos en sus tratos con quienes no estaban de acuer­
do con ellos, erróneo sería suponer que no estaban
conscientes de las dificultades a las que se enfren­
taba su propia posición; es decir, que no eran cons­
cientes de las dificultades de realizar efectivamente
—en contraste con prescribir programáticamente—
sus aspiraciones científicas. Sin embargo, la res­
puesta característica consistió en considerar que es­
tas dificultades sólo eran problemas provisionales
que se resolverían según los parámetros del propio
proyecto positivista. De este modo, la exposición de
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 49
la historia del positivismo progresará a través de un
bosquejo de:
a) La formación y elaboración de los principios
fundamentales del positivismo.
b) Los debates intramuros sobre el problema de es­
pecificar y aplicar doctrinas positivistas en los
métodos de investigación.
c) Las críticas externas, que no veían las dificulta­
des del program a positivista como manifestacio­
nes de dificultades temporales en la aplicación
de un proyecto bien formado, sino, más bien,
como fallas fundamentales.
A mediados y finales de los sesenta la oposición
al proyecto positivista alcanzó toda su fuerza y a
menudo condujo al desarrollo de grandes dudas,
no sólo acerca de la validez de los program as que
alentaban a las ciencias sociales a.emular a las na­
turales sino también, con frecuencia y en última
instancia, acerca de la validez de las propias cien­
cias naturales. Una m anera de desafiar el proyecto
positivista fue condenarlo por presentar la “cien­
cia” como una aventura única y privilegiada que en­
tregaba el conocimiento último de la realidad, y
afirmar en cambio que la ciencia sólo era una entre
una pluralidad de modos en que se podía repre­
sentar la realidad; no peor, tal vez, pero ciertamen­
te no mejor que otras versiones de la realidad, in­
cluso conflictivas. El relativismo se convirtió y se
ha mantenido como un continuo tema de debate.
Ciertamente llegó a difundirse la sensación de que
en el periodo positivista hubo un sentido injustifi­
50 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
cado de certidumbre, relacionado con los objetivos
y los logros de la ciencia, lo que significa que las
cuestiones epistemológicas regresaron al tapete so­
bre todo con respecto al grado en que era posible
mantener un escepticismo acerca del conocimiento
“positivo”. No sólo se expresaron dudas respecto a
lo apropiado de las ciencias naturales como modelo
de la ciencia social, sino que algunos llegaron a pre­
guntarse si era posible tener un conocimiento de la
realidad.
En la segunda parte del libro consideramos al­
gunas de las consecuencias más profundas que sur­
gen del abandono del positivismo y el grado en que
este abandono también entraña abandonar la bús­
queda de la certidumbre que fuera, en alto grado,
característica del positivismo. Sin duda puede sos­
tenerse que el positivismo sostenía una imagen in­
debidamente restringida de lo que era permisible
en la ciencia y, por lo tanto, intentaba excluirla de
las actividades de la ciencia social que podían ha­
cerse, muy válidamente, en nombre de la ciencia.
Así, y como ejemplo, los positivistas en la investiga­
ción social solían sobrestimar hasta qué punto, las
ciencias naturales eran de naturaleza cuantitativa
(la física podría ser absolutamente cuantitativa y
matemática, pero, ¿qué decir de la botánica?) y su­
bestimar de m odo burdo las dificultades a las que
se enfrentaban los intentos serios de medición en la
ciencia social, menospreciando el grado en que po­
dría llegar a surgir una auténtica comprensión
cuantitativa a partir de interpretaciones ricamente
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 51
cualitativas. En el nivel de la investigación, como ya
lo indicamos antes, la crítica al proyecto positivista
no tendía tanto a proscribir el uso de técnicas como
la encuesta social, ni unos modelos matemáticos y
estadísticos primitivos, como el análisis causal de
opciones, sino que pretendía despejar un espacio le­
gítimo dentro de las ciencias sociales para aquellos
tipos de la obra de investigación de formas predo­
minantemente cualitativas que el positivismo tendía
a desdeñar.9
El argumento es que el camino hacia la cuantifi-
cación en las ciencias sociales, si es el que deseamos
seguir, puede ser más largo e indirecto que el in­
tentado por el proyecto positivista, y que acaso
se tenga que viajar durante una larga etapa de pre­
via labor cualitativa. En el periodo actual, quienes
sostienen la validez de la investigación cualitativa
no necesariamente tienen que disociarse del objeti­
vo positivista de una ciencia social en toda forma y
cuantitativa. Mas bien, pueden tratar esto como un
objetivo que sólo es alcanzable, si acaso, tras un lap­
so mucho más largo que el planeado por el proyec­
to positivista. Además, dado lo remoto de ese resul­
tado a largo plazo, tan lejano de las condiciones y
prácticas actuales de las ciencias sociales, aún no
hav necesidad de asociarse con el proyecto positi-
En algunos casos la investigación cualitativa fue expropiada
por los métodos llamados positivistas al aplicarla, por ejemplo,
en una investigación piloto prelim inar y útil,, para ayudarse en el
diseño de una investigación por m edio de métodos más cuanti­
tativos, como la encuesta social.
52 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
vista, pues sus prescripciones fueron planeadas en
general para tratar el alcance de la teoría formal y
la cuantificaciórl como cosas a corto plazo. Como
veremos, al fundam entar esto en conceptos un tan­
to erróneos de las prácticas ejemplares de la ciencia
natural, los esfuerzos del positivismo a este respec­
to no tomaron en cuenta las cuestiones sustantivas
de las ciencias sociales, pues no era posible incluir­
las dentro de las limitadoras restricciones de méto­
do que los positivistas intentaban imponer. Así, un
punto en contra del proyecto positivista era que
tema una idea errónea incluso de lo que deseaba
hacer.
Sin embargo, aunque algunos pueden conside­
rar que aspiran, no menos que el positivismo, a la
categoría científica, y que sólo difieren en los m e­
dios para alcanzar tal objetivo, hubo otros para
quienes el problema era más bien el de la categoría
privilegiada asignada a la ciencia dentro del plan
positivista. Como lo hemos señalado, el positivismo
consideraba que la ciencia era muy especial, que
era la encarnación de una interpretación autoriza­
da, universal y final de la naturaleza de la realidad,
y superior a todas las otras formas de interpreta­
ción. La disociación de esta concepción privilegia­
da de la ciencia ha sido rasgo clave de muchos de
los movimientos del pensamiento en las ciencias so­
ciales a partir de la década de 1960, y es la conse­
cuencia de algunas de estas disociaciones intenta­
das la que estudiaremos en la segunda parte del
libro.
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 53
Una opinión, analizada en el capítulo vi, es que
la inapropiada fijación de los positivistas en el in­
tento de dar una explicación, como queda ejempli­
ficado en su entusiasmo por el esquema hipotético-
deductivo de la teoría, no tomó en cuenta hasta qué
punto el estudio histórico y la investigación social
se hacen en realidad sobre una materia enteram en­
te distinta de la suposición de la vida social someti­
da a generalidades con valor de leyes. Subrayaron
la explicación a expensas de la comprensión. Este
punto debe plantearse de dos maneras diferentes
para evitar en lo posible la confusión que puede
surgir por los diferentes significados que pueden te­
ner “explicación” y “com prensión”.
Puede argüirse que “explicación” es una forma
de interpretación y que, por consiguiente, debemos
expresar la crítica al proyecto positivista de la si­
guiente manera. Los positivistas identificaban la in­
terpretación con una sola forma de ella, a saber, la
que se logra por medio de un esquema teórico for­
mal y general. En otras palabras, no apreciaron la
diversidad de formas de interpretación, los diferen­
tes tipos de explicación que se pueden dar con toda
validez. Ante todo, no apreciaron que las clases de
explicación y de interpretación que buscan otros se­
res humanos no son del tipo teórico y ni siquiera
necesariamente del científico.
También podría argüirse que la “explicación” es
distinta de la “com prensión”, y en realidad lo
opuesto, si comprendemos esta última como el tipo
de transacción que ocurre entre personas, de una
54 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
m anera que no ocurre con los fenómenos inanima­
dos, cuando un individuo intenta captar el signifi­
cado cíe lo que dice el otro, es decir, ver el sentido
y el significado de lo que dice y hace. Es el tipo de
“comprensión que buscan las otras partes en una
conversación, por ejemplo, y que surge en las cien­
cias sociales en la medida en que implican com­
prender “otras culturas” como su prim era tarea y,
de hecho, la principal.
En uno y otro caso es posible argüir que los pro­
blemas de las ciencias sociales se asemejan mucho
más al problema de llegar a una comprensión reci­
proca en una conversación que a los de los natura­
listas que intentan llegar a generalizaciones, sin ex­
cepción, para los fenómenos naturales. Es decir, los
problemas y soluciones metodológicos de las cien­
cias sociales son de una índole que intenta abarcar
unas comunicaciones difíciles u oscuras, y no del
tipo que se dedica a alcanzar generalizaciones esta­
dísticas válidas. A m enudo se cree que esta opinión
expresa la naturaleza “herm enéutica” de las cien­
cias sociales. La hermenéutica fue precisamente un
método de "com prender”, un método para inter­
pretar comunicaciones oscuras y problemáticas, a
saber, las que se habían originado en el intento por
com prender más claramente textos antiguos, pero
que llegó a aplicarse a todo tipo de comunicación.
Intentaba crear métodos válidos para interpretar es-
ciitos bíblicos y similares, y por ello la idea de la
herm enéutica como concepción general es la de de­
sarrollar métodos válidos para comprender a otros,
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 55
en especial a aquellos que están histórica y cultu­
ralmente muy distantes.10
Es perfectamente posible considerar la herm e­
néutica como parte importante de la ciencia social
sin por ello rechazar de modo necesario la noción
de que estas ciencias son, empero, científicas, como
lo dijeron, por ejemplo, Max Weber y Alfred Schutz.
Sin embargo, también es posible considerar que el
carácter “comunicativo” de los intercambios socia­
les indica que tienen una índole de temas esencial­
mente distinta de las ciencias, y que aceptar el en­
foque herm enéutico viene a desplazar cualquier
tipo de concepción científica para las ciencias so­
ciales, como lo hacen Winch y Gadamer.
También podemos considerar que alcanzar la
“comprensión” en el sentido herm enéutico es una
fase metodológica en una serie de fases de la inves­
tigación. Por ejemplo, Weber pensó que alcanzar
un entendimiento del significado de un actor era
una etapa de la investigación que iría seguida por
una fase en la que se establecieran conexiones cau­
sales que validaran las conexiones, establecidas sólo
hipotéticamente, por medio de sentidos de com­
prensión. En lugar de pensar en los conceptos cien­
tíficos como algo que putativamente remplazara los
conceptos empleados por los miembros de una so­
ciedad, el énfasis herm enéutico en la “com pren­
10 Nótese que “herm enéutica” es el nom bre de una tradición
particular, y no todos aquellos que, como Peter Winch, quieren
plantear argum entos similares, desearían contarse entre quienes
recomiendan esta tradición.
56 LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
sión” puede producir una discusión sobre hasta qué
punto los conceptos de la ciencia social dependen y
se derivan de conceptos de sentido común y no riva­
lizan con éstos, lo cual también puede llevar a afir­
mar que la pertinencia de las interpretaciones de
sentido común es materia para el estudio científico
social y no parte de una evaluación desdeñosa de
éste contra las normas supuestamente universales
que ofrece la ciencia. Y esto nos lleva a los debates
de la racionalidad.
El concepto de que la ciencia es autorizada y uni­
versal es adoptado por muchos científicos sociales,
y no sólo por los de orientación formalmente posi­
tivista, en el sentido de que la ciencia puede ofrecer
una norm a para la evaluación de la conducta, que
podemos utilizar para juzgar si las actividades de
otros son, si acaso, plenamente racionales. A veces
se emplea el término “racional” con este significa­
do: lo que está de acuerdo con el actual conoci­
miento científico. Esto tiene que ver con la conexión
o “racionalidad”, con la idea de acción efectiva. Las
personas tratan de adaptar los medios a los fines, y
pueden ser eficaces o no al hacerlo. La ciencia nos
dice cuál es la naturaleza del mundo, cómo funcio­
nan realmente las cosas. Entonces, debería poder
decirnos si un determinado conjunto de medios
puede servir en realidad para alcanzar el fin busca­
do. Si las personas tienen concepciones que difie­
ren de las de la ciencia o hasta las desafían, y si ba­
san sus acciones en ellas, entonces no deberían ser
capaces de alcanzar esas metas. Por ejemplo, si la
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 57
ciencia nos dice que no existe la magia, las personas
que tratan de alcanzar metas por medios mágicos
están condenadas al fracaso. En ese sentido, quie­
nes se valen de la magia son irracionales.
Esta idea de que la ciencia ofrece una norm a uni­
versal para todos, y lo hace basándose en una cap­
tación definitiva de la naturaleza de la realidad, se
ha vuelto, en opinión de muchos, un rasgo particu­
larmente nocivo. Se ha planteado la pregunta —y se
la expondrá en el capítulo vil— de si la ciencia pue­
de ocupar legítimamente su posición privilegiada, y
si el concepto de racionalidad antes esbozado es en
realidad apropiado y útil en el intento de comprender
a otros seres humanos. El debate de la racionalidad
es casi inevitable y conduce a acusaciones y contra-
cusaciones sobre la cuestión del relativismo. La ne­
gativa a privilegiar la ciencia, ¿significa que sólo es
tan buena —y no mejor— como la magia primitiva?
Negarse a privilegiar la ciencia puede provocar
la sensación de que se están perdiendo profundas
certidumbres. La ciencia parece ofrecer la perspec­
tiva de un punto de referencia estable fuera de la
turbulencia de puntos de vista contendientes, y una
visión general, cuasidívina, de las cosas, que es ob­
jetiva y está por encima de la parcialidad y de la
perspectiva que de otra manera predominan en la vi­
da humana. Esta opinión parece negar el hecho de
que la ciencia, después de todo, es otra actividad
humana, y presuponer lo que no podemos recono­
cer incuestionablemente, a saber, que la ciencia
puede elevarse por encima de la condición huma­
5S LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL
na. La ciencia es un fenómeno cultural, y si las cul­
turas son locales, parciales y de perspectiva, enton­
ces tal vez la ciencia sea eso mismo, expresando
puntos de vista particulares pero intentando hacer­
se pasar por algo especial. Da sus pasos en la rivali­
dad de las culturas y no sobre la base de su capta­
ción de la auténtica naturaleza de la realidad
misma, sino por su efectivo desempeño al presen­
tarse dotada de sus grandes pretensiones y persua­
dir a otras personas, por medios buenos o malos,
de que la acepten. De este modo, el objetivo no es
partir de suposiciones acerca de la presunta objeti­
vidad de la ciencia —su universalidad, superioridad
o finalidad— sino poner estas preguntas al princi­
pio. Se trata no sólo de saber si la ciencia tiene de­
recho a reclamar este privilegio, sino si la objetivi­
dad buscada por ella es siquiera posible.
Este tipo de escepticismo tiene consecuencias
para las opiniones de quienes han supuesto que
pueden restablecer las ciencias sociales sobre la
base de una preocupación por el “significado” me­
diante unas metodologías del tipo hermenéutico,
pues si se le mega concluyentemente toda objetivi­
dad, entonces tampoco en el significado puede ha­
ber objetividad. En el capítulo vm nos explayare­
mos sobre este tema.
Una última palabra. Por nuestra preparación so­
mos sociólogos y así, sobre el principio de que los
autores deben escribir de acuerdo con sus puntos
fuertes (si los tienen), la mayoría de los ejemplos y
de las ideas se derivan de esta ciencia social en par­
LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA SOCIAL 59
ticular. Sin embargo, no debe pensarse que otras
ciencias sociales no experimentan los problemas
que analizaremos; por el contrario. A lo largo del li­
bro, y a menos que una exposición precisa exija lo
contrario, utilizaremos el término “ciencia social”
por conveniencia, y recordaremos al lector que la
categoría científica de estas disciplinas está e n ju e ­
go en todo lo que sigue.
II. LA ORTODOXIA POSITIVISTA
Se DEBE hacer una breve advertencia acerca del títu­
lo de este capítulo. Los que critican la ciencia social
positivista, entre quienes deseamos que se nos cuen­
te, tienen la tendencia, como todos los críticos, a pre­
sentar una imagen de la oposición —en este caso el
positivismo— como si fuera no sólo estúpida sino
también carente de toda sutileza y variedad. Aunque
sea necesario ofrecer una imagen resumida —por lo
tanto simplificada— del positivismo, advertimos al
lector que no se trata de una posición estúpida, aun­
que pudiera ser errónea, ni es una escuela monolíti­
ca de pensamiento. Lo que aquí llamamos “posi­
tivismo” incluye o se traslapa con posiciones que se
identifican con otros nombres —“empirismo”, “con­
ductismo”, “naturalismo”— y algunas que hasta se
identifican como el “enfoque científico”. Para hacer
las cosas aún más complicadas, a veces se emplean
estos nombres para identificar posiciones antipositi­
vistas. También “positivismo” es un término que,
como ya se indicó, suele asociarse con todo un nú­
mero de escuelas filosóficas bastante dispares. No
obstante, continuaremos con el término “positivis­
m o” ya que es ampliamente utilizado de la manera
en que aquí lo presentamos, y llamaremos la aten­
ción a las diferencias conforme vaya siendo necesario.
60
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 61

Nos referimos a “ortodoxia positivista” porque,


en algunas de sus versiones, durante un tiempo y
hasta hace poco fue lo más cercano que había a una
ortodoxia en las ciencias sociales, y probablemente
aún hoy sea la epistemología filosófica que ejerce
cierto imperio intelectual dentro del dominio de los
métodos de la investigación social, aunque ahora
este predominio ya no sea tan poderoso ni tan in-
discutido como en un tiempo lo fue. Puesto que ha
sido atacado con vehemencia desde finales de la dé­
cada de 1960, hay pocos lo bastante valientes para
adoptar con afán el nombre de positivistas. No obs­
tante, pese a la marcada pérdida de su preminencia,
los instrumentos de investigación más utilizados
por la investigación social, como la encuesta, el
cuestionario, los modelos estadísticos, la idea de in­
vestigación como hipótesis y corroboración de
pruebas, para mencionar sólo unos cuantos, encar­
nan, todos ellos, la influencia formativa del positi­
vismo. Como se comentara sobre la relación del
positivismo y la sociología, “aun si en sus formas fi­
losóficas más sencillas está muerto, el espíritu de
esas viejas formulaciones continúa rondando la so­
ciología en toda una serie de aspectos. . ,”.1 Asimis­
mo, aunque en algunas ciencias sociales, como la
sociología, su autoridad es menos que absoluta, y
probablemente siempre fue así, en economía no es
1 Halfpenny (1982: 120). Más recientemente Pawson (1989),
se hace eco de estas mismas ideas cuando sugiere que el positi­
vismo perdió las batallas pero ganó la guerra.
62 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
fácil desafiarla ni siquiera hoy.2 La ciencia política
tuvo'su “movimiento conductista” bastante más tar­
de que sus disciplinas hermanas, y este movimiento
aún ocupa una fuerte posición. También en psico­
logía el predominio del positivismo se está debili­
tando, pero todavía es inmensamente fuerte y tal
vez siga prevaleciendo. La historia empieza a hacer
más uso de los métodos estadísticos clásicamente
asociados con la investigación social y, en ese senti­
do, está entrando en una orientación más positivis­
ta. El desarrollo de campos tales como la investiga­
ción educativa, los estudios administrativos o el
mercadeo —como esfuerzos dentro de las insti­
tuciones de educación superior y asociadas con las
ciencias humanas—, ha hecho revivir en ciertas ma­
neras la fortuna del positivismo.3 Por ello, aún vale
Las tradiciones de la sociología norteam ericana y de la eu­
ropea son diferentes en muy diversos aspectos. Muchos de los
m étodos hoy utilizados en la investigación social empírica tuvie­
ron sus pioneros en Estados Unidos y fueron alimentados poi-
una larga tradición de reforma social, fundam entada en la reca-
bación de datos para inform ar a la política. En contraste, la so­
ciología europea siempre ha tenido una mayor orientación teó­
rica que empírica. Com o podía esperarse, la sociología británica
se encuentra en medio de las dos tradiciones aunque, en años re­
cientes, ha sido aún más influida por la teoría social europea, es­
pecialm ente la francesa. Como antecedentes, véanse T urner y
T urner (1990); Ackroyd y Hughes (1991).
3 La posición del m ercadeo es interesante, puesto que cierto
núm ero de los m étodos de investigación social más com únm en­
te usados, como el muestren, los cuestionarios y las encuestas de
opinión, se desarrollaron originalmente en este campo, y luego
fueron adoptados por los investigadores sociales. Véase, por
ejemplo, Bulmer (1984).
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 63
la pena observar el carácter filosófico del positivis­
mo, no por algún interés arqueológico en una civi­
lización ya decaída, sino porque está sumamente
vivo.4
Sin embargo, la autoridad del positivismo no sur­
gió de la noche a la mañana, sino que brotó de un
largo debate intelectual.

LOS ANTECEDENTES INTELECTUALES

Aunque ya sea habitual hacer remontar los antepa­


sados filosóficos a los antiguos griegos, los orígenes
más próximos de la epistemología positivista se en­
cuentran en ese florecimiento del pensamiento eu­
ropeo que ocurrió en los siglos xvi y x v i i . Aun cuan­
do fuese exagerado el cuadro que el Renacimiento
y la Ilustración presentaron de la oscuridad intelec­
tual de la Edad Media, estos últimos siglos presen­
ciaron enormes cambios en los modos de pensar,
particularmente en los principios de la ciencia m o­
derna, pero también en el pensamiento social y po­
lítico. El pensamiento europeo fue liberándose gra­
dualmente de la jaula teológica levantada por una
alianza entre el absolutismo político y la Iglesia ca­
tólica. Si bien los “filósofos naturales” —y Newton
es un buen ejemplo— a m enudo consideraban que
4 Véase, como nuevo ejemplo, Phillips (1987), quien observa
que “algunos de los más ruidosos celebrantes, en la secuela del
positivismo, son, en realidad, más positivistas de lo que ellos
mismos creen” (p. 44).
64 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
sus esfuerzos eran básicamente religiosos, y no pu­
ramente científicos, que les daban un medio de
com prender la mente de Dios y la naturaleza de su
perfecta creación, la cosmovisión alegórica de los
tiempos medievales fue remplazada por un escepti­
cismo sobre si la naturaleza podría ser debidamen­
te explicada por referencia a la Biblia o ai dogma re­
ligioso. Aunque los elementos religiosos seguían
siendo fuertes, la que sentó las bases fue una visión
secular de las imágenes teológicas tradicionales de
ios mundos natural y social.0
Dos figuras sobresalen marcadamente: Francis
Bacon (1561-1626) y René Descartes (1596-1650). El
primero continuó el legado aristotélico del empiris­
mo como explicación de los fundamentos del cono­
cimiento humano, mientras que el segundo prosi­
guió la tradición racionalista platónica. Ambos
estaban en busca de un método intelectual capaz de
derrotar al escepticismo y, al hacerlo, ofrecer una
nueva certidumbre del conocimiento del mundo.
Bacon sostuvo la autoridad de la experiencia, el ex­
perimento, la inducción y la minuciosa observación
como el camino hacia una base sólida para las
ideas científicas, rechazando así el método a priori
del escolasticism o m edieval. Según él, una teo­
ría del conocimiento debía subrayar la acumulación
metódica de descubrimientos puestos a prueba ex­
perimentalmente. El verdadero conocimiento de la
:) Becker (1932) sigue dando una de las mejores explicaciones
de las consecuencias intelectuales de estos cambios del pensa­
miento europeo. Véase tam bién Nisbet (1974).
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 65

naturaleza requería el diseño y la conducción es­


crupulosos de experimentos, laborando paciente­
mente hacia los “axiomas más generales, liberando
la mente de nociones falsas”, opiniones y tradicio­
nes recibidas. Por su parte, Descartes puso su fe en
la certidumbre de las matemáticas, especialmente
de la geometría, como base fundamental para el co­
nocimiento científico. Según él, los principios ma­
temáticos eran eternos e inmutables y, por lo tanto,
eran el lenguaje más apropiado para expresar las le­
yes de la naturaleza. Aunque las doctrinas de cada
uno de ellos eran muy distintas, ambos supusieron
que el conocimiento debía apoyarse en ciertos fun­
damentos.6 Descartes, junto con otros filósofos ra­
cionalistas, como Spinoza y Leibniz, aunque no
negara el valor de la experiencia sensorial, el expe­
rimento y la observación, subrayó el papel de la de­
ducción lógica a partir de premisas evidentes,
mientras que Bacon, Locke, H um e y otros filósofos
empiristas adoptaron la idea de que la búsqueda
del conocimiento empezaba con la experiencia sen­
sorial directa; esta última rama de la división epis­
temológica fue llevada adelante por la filosofía po­
sitivista.

l) Y, en esto, sostuvieron una convicción, como lo veremos,


que ha durado siglos, tanto así que hasta algunas de las tenden­
cias más recientes del pensamiento social aún consideran im­
portante ser “antifundacionalistas”.
6G LA ORTODOXIA POSITIVISTA
El positivismo de Comte
En las ciencias sociales la prim era proclama cons­
i

ciente de la visión positivista llegó con Auguste


Comte (1798-1857). Siguió los impulsos optimistas
de Diderot y de otros phüosophes franceses de la Ilus­
tración al hacer extensivas al m undo social las ideas
de Bacon acerca del estudio de la naturaleza. Fue
Comte quien acuñó los términos “filosofía positi­
vista”, “física social” y “sociología”.7 La obra de
Comte fue influida por los importantes ataques fi­
losóficos a la metafísica hechos por Hum e (1711-
1776) y por otros en el siglo XVIII, y por las nuevas
ideas de progreso y orden que brotaron de la Revo­
lución francesa. El positivismo de Comte también
es una teoría de la historia en la que el progreso en
el conocimiento es, en sí mismo, el m otor del cam­
bio histórico. Comte consideró que la tarea del fi­
lósofo era tratar de expresar la síntesis final de todo
conocimiento científico, en la cual las ciencias que­
darían unificadas en un gran sistema. Su propia teo­
ría del conocimiento subrayaba que la ciencia con­
sistía en un método preciso y seguro, basando las
leyes teóricas en una sólida observación empírica.
Para él las ciencias sociales eran afines a las ciencias
naturales, compartían la misma forma epistemoló-
Resulta interesante que al utilizar estos términos Comte es­
tuviese tratando de distinguii sus proposiciones de la ciencia,
por entonces en desarrollo, de la estadística, bajo la guía de Que-
telet, gran ironía dado el papel significativo que la estadística de­
sem peña en la investigación social contem poránea,
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 67
gica y estaban igualmente libres del lastre especula­
tivo de la metafísica; esta aversión era compartida
por casi todas las ideas positivistas. Aunque Comte
fuese un hijo de la Ilustración, y por ello rechazara
las normas teológicas para el conocimiento, tam­
bién rechazó la pretensión racionalista de que se
podía derivar conocimiento exclusivamente del
pensamiento, y afirmó en cambio que el conoci­
miento sólo se derivaba de la evidencia empírica.
Aunque las doctrinas explícitas de Comte tienen,
en estos días, poco más que un interés histórico, su
espíritu continuó vivo, en el siglo XIX, en la obra de
John Stuart Mili (1806-1873), H erbert Spencer
(1820-1903) y Émile Durkheim (1858-1917), y aún,
aunque un tanto difuso, sigue representado en el es­
tilo y el m odo de algunas partes de las ciencias so­
ciales de hoy. De las afirmaciones de Comte tal vez
la que mayor influencia ejerció fue su declaración
de que la sociedad, incluyendo sus valores y creen­
cias, podía seguir la misma lógica de investigación
que empleaba la ciencia natural. La explícita apro­
bación de Comte a una unidad del método entre las
ciencias naturales y las ciencias sociales fue oportu­
na y decisiva. Dio ímpetu y fuerza a la opinión de
que la explicación de los fenómenos sociales, es de­
cir, todo lo que es estudiado por las ciencias hum a­
nas, no era diferente, en principio, de la explicación
de los hechos naturales; esta opinión fue apoyada
por Mili. En realidad, para Comte, el desarrollo de
todas las ciencias había seguido una secuencia his­
tórica a partir de las matemáticas, pasando por la
08 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
astronomía, las ciencias físicas y biológicas, hasta
llegar a su apogeo en el surgimiento de las ciencias
sociales.8 En palabras de Comte, la sociología había
de ser la Reina de las Ciencias. Los fenómenos del
mundo tanto humano como natural estarían some­
tidos a leyes invariables. Aunque entre las ciencias
humanas y las naturales hubiese diferencias, debi­
das a sus respectivas materias, el desarrollo de mé­
todos de investigación apropiados en las primeras
suprimiría esas molestias, a fin de que las ciencias
sociales pudieran ocupar el lugar que legítimamen­
te les correspondía a la cabeza de la jerarquía del
conocimiento humano. Como ya se indicó, el pro­
pio Comte subrayó la importancia de la experi­
mentación y la observación indirectas, y del méto­
do comparativo. Más profundam ente que esto, sus
ideas fomentaron una concepción determinista del
hom bre y de la sociedad al restar importancia, de
hecho, a los factores que solían ser considerados ex­
clusivamente humanos: libre albedrío, elección,
azar, moral y emociones. La vida social humana se­
ría el simple resultado de una fusión de fuerzas que
interactuaban de m anera que produjesen una se­
cuencia de conducta determinada. También la his­
toria era sencillamente un tema con variaciones, en
el que los factores humanos y otros se combinaban
para funcionar a lo largo del tiempo (véase Toulmin
y Goodwin, 1965, especialmente cap. 5).
8 La única ciencia humana que faltó en el panteón de Comte fue
la psicología, a la que rechazó como una especie de metafísica, cre­
yendo que a la larga sería remplazada por la “fisiología cerebral”.
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 69

Durante todo el siglo XIX esta concepción fue co­


brando una autoridad continuamente reforzada por
los asombrosos triunfos de las ciencias naturales y
sus aplicaciones. Las características de este progreso
ya nos son familiares, y la más celebre fue la publica­
ción, en 1859, de El origen de las especies, de D ar­
win, que ofrecía una declaración sistemática de la
idea cpie podía utilizarse para afirmar que la huma­
nidad era, irremisiblemente, parte de la naturaleza, y
estaba sometida a las mismas leyes de proceso, adap­
tación y cambio. No tardaron las ciencias sociales en
emplear estas ideas para desarrollar teorías de la so­
ciedad humana. Por ejemplo Marx (1818-1883), aun­
que nacido y criado en la muy diferente tradición fi­
losófica del hegelianismo, quiso dedicarle a Darwin
su monumental obra sobre el capitalismo. Herbert
Spencer (1820-1903), se basó explícitamente en la
obra de Darwin como justificación de su propia teo­
ría y método. A finales del siglo xix la opinión cien­
tífico-determinista del oositivismo estaba firmemen-
te arraigada como ambición de las ciencias sociales.
A.

Sin embargo, aunque en lo tocante a las ciencias hu­


manas los que llegaron a predominar fueron sistemas
positivistas, tenían algunos rivales. A finales del siglo
XIX hubo en la filosofía una rebelión contra el pensa­
miento positivista, y un resurgimiento del idealismo
y del romanticismo; este movimiento fue particular­
mente poderoso en Alemania.9
9 Véanse Hughes (1977); Halfpenny (1982); M om m sen y Os-
terhammel (1987). Schnádelbach (1984) es un estudio general
valioso y breve.
70 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
Las cuestiones que ahora deseamos enfocar son
lo que el positivismo implicó para la práctica de las
ciencias sociales, más allá de la ambición y de las ex­
hortaciones de aplicarlo. ¿Cuáles reglas de investi­
gación, cuáles técnicas y métodos de investigación
se justificaban y se autorizaban? ¿Qué tipo de co­
nocimientos se imponía como meta adecuada de la
ciencia social?

LOS ELEMENTOS DEL POSITIVISMO

Según Giddens, “filosofía positivista”, en el sentido


más lato posible, se refiere a esas perspectivas que
han hecho algunas de las afirmaciones siguientes, o
todas ellas.10 En prim er lugar, que la realidad con­
siste en lo que está al alcance de los sentidos. En se­
gundo lugar, la filosofía, aunque sea una disciplina
distinta, es un parásito de los descubrimientos de la
ciencia. Asociada con esto hay una aversión a reco­
nocerle a la metafísica un lugar apropiado en la in­
vestigación filosófica propiam ente dicha. Por consi­
guiente el positivismo, como filosofía, se preocupa
tanto por establecer los límites del conocimiento
como su propio carácter. El petulante exabrupto de
Hume contra la metafísica capta bien este espíritu
general:

10 Giddens (1977). Halfpenny (1982) identifica 12 positivis­


mos en su examen de esta tradición.
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 71
Si tomamos en nuestras manos cualquier volumen, lo
mismo de teología que de metafísica de escuela, pre­
guntemos: ¿contiene algún razonamiento abstracto
concerniente a la cantidad o al número? No. ¿Contie­
ne algún razonamiento experimental que concierna al
tema del hecho y la experiencia? No. Echadlo entonces
al fuego, pues no puede contener más que sofismas y
engaño [Hume, 1975: sección xn, parte m].

En tercer lugar, que las ciencias naturales y las


humanas comparten principios lógicos y metodoló­
gicos comunes. Esto no es decir que compartan
idénticas técnicas de investigación, ya que sus res­
pectivas materias difieren y también requieren
prácticas de investigación bastante distintas, pero
esta es cuestión de adaptación pragmática de un
procedimiento general, y no de diferencia lógica o
de principios. En cuarto lugar, que existe una dis­
tinción fundamental entre el hecho y el valor: la
ciencia trata del primero, mientras que el último
pertenece a un orden de discurso totalmente dis­
tinto, fuera del ámbito de la ciencia. Como lo vere­
mos más adelante, los positivistas no creyeron que
todas las cualidades distintivamente humanas estu­
viesen fuera del alcance del entendimiento científi­
co. Aunque el conocimiento científico tiene sus lí­
mites, éstos no excluyen el conocimiento de la vida
mental o “interna ’'de los seres humanos. La ciencia
puede estudiar y describir valores humanos, pero
no puede evaluar su verdad última.
Este resumen de los principales elementos del
72 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
pensamiento positivista tal como se aplica a las
ciencias humanas no puede hacer justicia, obvia­
mente, a la variedad representada por sus muchas
versiones. Desde la perspectiva de la investigación
social, las cuestiones importantes giran en torno a lo
que implica el positivismo, en prim er lugar, para
los métodos de estudiar la sociedad; en segundo lu­
gar, lo que afirma acerca del conocimiento apro­
piado que puede obtenerse gracias a tal estudio y,
en tercer lugar, las normas necesarias para evaluar
ese conocimiento y distinguirlo de las creencias y la
comprensión que no pueden pasar por conoci­
miento. Estas son cuestiones de alto vuelo, y hay
muchos estilos de investigación social igualmente
coherentes con los preceptos generales que acaba­
mos de enumerar. Sin embargo, como sistema de
pensamiento con pretensiones de autorizar las ver­
siones del mundo, tanto el natural como el social (y
el positivismo es particularmente estridente, por no
decir intolerante, en sus opiniones de lo que es co­
nocimiento), algunas de sus principales manifesta­
ciones necesitan ser examinadas con más detalle.
El rechazo de la metafísica estuvo unido a un po­
deroso compromiso con el conocimiento científico
que trata —idealmente— de hechos, sistemáticamen­
te descubiertos y rigurosamente establecidos, que
pudieran servir como terreno adecuado para las teo­
rías. Con objeto de establecer y m antener la distin­
ción entre el conocimiento de base empírica y la
simple especulación, se necesitarían algunas nor­
mas de demarcación.
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 73
El positivismo sólo reconocía dos formas de co­
nocimiento bonafide, el empírico y el lógico; el pri­
mero representado por la ciencia natural y el se­
gundo por la lógica misma y también por las
matemáticas. La mayor importancia, con mucho, se
atribuía al empírico. En esto se inspiraba en aquella
tradición filosófica que afirmaba que todas nues­
tras ideas nos llegan, de una u otra manera, a par­
tir de nuestra experiencia sensorial del mundo;
toda idea de la que pudiera probarse que no se de­
rivaba de ello no era una idea auténtica. Sin duda
esa visión depende de la presuposición de que el
mundo exterior actúa sobre nuestros sentidos y, de
este modo, nos es conocido al menos en forma
“bruta”. También sirvió como criterio por el cual
determinar lo que era conocimiento y lo que era
simplemente especulación superfina; las ideas sólo
merecían ser llamadas conocimiento si se las podía
someter a la prueba de la experiencia empírica. No
había un conocimiento anterior a la experiencia
que, a su vez, diera información del mundo. Como
veremos, las matemáticas representaron un proble­
ma para este concepto.
Aunque esta visión de la fuente del conocimien­
to tenía cierta plausibilidad como versión en que
fundamentar el conocimiento científico natural, ha­
bía dificultades para aplicarla a la vida humana. La
noción de hecho, especialmente cuando se la plan­
teaba en oposición al valor y a los tipos de entida­
des conjuradas por los metafísicos, tenía fuertes
connotaciones del m undo material, el m undo de la
74 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
materia, fija, tangible y perm anente. Hasta este
punto, el positivismo tuvo que superar una distin­
ción expresada de muy diversas maneras entre “co­
sas materiales” y “cosas hum anas” (o del ámbito de
la mente), una distinción de enorm e importancia
en la historia del pensamiento, ya que encarnaba
implicaciones legales, religiosas y éticas, así como
políticas. Dadas las absolutas ambiciones imperia­
les del positivismo, si quería abarcar los fenómenos
sociales tenía que invalidar la idea de que el m un­
do humano y el material comprendían órdenes
esencialmente distintos de fenómenos. Algunos
positivistas negaron de m anera categórica la distin­
ción, insistiendo en que los que nos parecen fenó­
menos distintivamente humanos eran, o bien sim­
ples ilusiones o bien parecían, engañosamente, ser
distintos de los hechos de la naturaleza material.
Eso significaba reducir las actividades humanas
que no parecían ser de naturaleza material a fenó­
menos de una naturaleza intrínsecamente fisiológi­
ca, química, biológica o conductual. Otros más, sin
embargo, no eran reduccionistas en este sentido, y
en cambio afirmaban que los fenómenos humanos
y los materiales poseían la misma realidad, pero
que los primeros no eran susceptibles de reducción
a hechos puram ente materiales —Durkheim fue un
importante partidario de esta idea, según vere­
mos—, aunque esto no negara el hecho de que los dos
tipos de fenómenos podían conocerse por medio
de los mismos métodos generales de investigación
científica.
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 75
Incontables eran las dificultades de aplicar el
método general en el caso de los fenómenos hum a­
nos y sociales. Por una parte, los fenómenos del
m undo material, si bien sólo eran cuestión de sen­
tido común, parecían tener una naturaleza y un ca­
rácter independientes del observador, mientras que
gran parte de los fenómenos humanos parecían ab­
solutamente relativos al observador. ¿Cómo podía
llegarse a una comprensión de las creencias, los sis­
temas de magia, la emoción, la moral, los códigos
legales, las leyendas, la opinión pública y similares,
del mismo m odo que podían comprenderse la luna,
las estrellas, los esqueletos, los gases, los compues­
tos químicos, etc.? ¿Poseen los primeros los mismos
atributos de permanencia, durabilidad e indepen­
dencia de la volición y la percepción humana que
los fenómenos del m undo material exterior? Estas
fueron algunas de las preguntas que había que res­
ponder antes de que el positivismo pudiese soste­
ner que el m undo humano, como el m undo físico,
operaba de acuerdo con unas leyes naturales que
podían ser descubiertas por un método científico
tomado de las ciencias naturales.
Por lo tanto, las preguntas eran: “¿Qué hay en el
m undo hum ano que corresponda a los ‘hechos du­
ros’ de la naturaleza?” “¿Qué procedimientos eran
apropiados para descubrir y estudiar estos hechos?”
Y, suponiendo que estas preguntas fuesen satisfac­
toriamente respondidas, “¿cuáles eran las leyes co­
rrespondientes a las leyes de la naturaleza?” A co­
mienzos del siglo XIX empezaron a aparecer ciertos
76 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
barruntos de lo que vendría. Algunos estudiosos co­
menzaron a tomar en serio la observación, que aho­
ra parecía casi evidente, de que la acción humana
no es al azar sino que se amolda a patrones prede­
cibles. Una de las grandes visiones de finales del si­
glo XVIII fue la formulación de Adam Smith en el
sentido de que los individuos, actuando de acuerdo
con sus preferencias interesadas, podían, como si
fuesen guiados por una “mano invisible”, producir
regularidades sociales generalmente benéficas en
gran escala (Smith, 1970). El concepto mismo de
sociedad, según llegó a comprenderse, implicaba
marcadamente un conjunto de fenómenos que,
aunque abarcaban a los individuos con todas sus
unicidades, independencia e impredecibilidad, ex­
hibían sin embargo regularidades estables en gran
escala, tan reales y tan predecibles como únicos y
diferentes son los individuos. En suma, hubo ideas
en torno de las cuales fue plausible concebir a la so­
ciedad en el nivel de una realidad sui generis. El pro­
blema era cómo aplicar esta idea.
Había y sigue habiendo muchos rompecabezas
en ello, y es oportuno en esta coyuntura contemplar
con mayor detalle un intento ejemplar por resolver­
los, el de Durkheim, que fue de importancia funda­
mental para promover las aspiraciones positivistas
dentro de la sociología. La obra de Durkheim,
como la de otros grandes pensadores, muestra mu­
chas contradicciones, incongruencias, argumentos
dudosos y otras deficiencias, pero sí intentó llegar
al meollo del enfoque positivista e inspiró gran par-
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 77
te del espíritu que desde entonces ha impulsado la
ciencia social positivista.1'

El p o s it iv is m o de D u r k h e im

Durkheim fue el prim er sociólogo desde Comte,


con quien tuvo una considerable deuda intelectual,
que en un sentido serio, aunque mucho menos ge-
neralista, (levó adelante la visión comtiana de la so­
ciología, justificándola celosamente como discipli­
na autónoma caracterizada por la aplicación del
método científico. Durkheim compartió el empiris­
mo de Comte, sus opiniones sobre la unidad de la
ciencia, su devoción a la reforma social racional y
su desconfianza de la psicología, pero rechazó mu­
chas de sus afirmaciones acerca de las leyes del pro­
greso histórico del conocimiento, por considerar
que lindaban con la metafísica. La obra del propio
Durkheim abarcó analisis filosóficos de la naturale­
za de la sociología, así como sus investigaciones más
sustantivas de la división del trabajo, el suicidio, la
religión y la educación. En aspectos significativos
su obra tiende un puente entre los siglos XIX y XX.
Muchas de sus ideas —incluyendo el papel central
de la división del trabajo para la organización so­
cial, el reconocimiento de que la sociedad repre­
sentaba un nivel de realidad por derecho propio,
11 Aparte de los propios escritos de Durkheim, se encuentran
útiles ideas en Aron (1970), Lukes (1973) y Hughes et al. (1995).
78 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
que la sociedad era fundamentalmente un orden
moral— tuvieron sus raíces en Comte y sus contem­
poráneos.' Otros estudiosos, particularmente J. S.
Mili, Herbert Spencer y Ferdinand Tónnies, ejercie­
ron influencia sobre las ideas de Durkheim. Sin em­
bargo, aunque éste fuera indudablemente hijo del
pensamiento del siglo XIX, se encargaría de modifi­
car esa tradición de formas trascendentes.
Durkheim insistió en que la sociedad era un fe­
nómeno esencialmente moral, ya que son los mo­
dos compartidos y colectivos de pensar, percibir y
actuar los que abarcan los “hechos duros” de la vida
social, y que tenía un efecto limitador sobre los in­
dividuos por medio de la obligación, limitación que
era tan poderosa como la que pudieran ponerle las
fuerzas físicas. Por consiguiente, la sociedad consis­
tía básicamente en una conciencia moral colectiva.
Esto, sostuvo Durkheim, quedaba expresado en la
religión, en el derecho, en la división del trabajo y-
en la propia institucionalización. Y sin embargo,
como verdadero hijo del positivismo, quiso mostrar
que el hecho de que la sociedad fuese primordial­
mente una realidad m oral no lo apartaba de la idea
de que debía ser estudiada por los mismos métodos
que los de las ciencias naturales, los cuales eran de­
mostrablemente superiores a otros métodos de con­
jetura y especulación. Estos últimos incluían la filo­
sofía social que, intentando estudiar la asociaciqn
moral de la sociedad, se había esforzado por forjar
una unidad entre el idealismo y el materialismo.
Esta filosofía exigía una estricta dualidad entre la
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 79
naturaleza y la vida humana, rechazando así la idea
positivista de una unidad de método entre las cien­
cias naturales y las ciencias sociales o humanas. Por
su parte, Durkheim trató de retener una concep­
ción distintiva de la humanidad a la que atribuía
una existencia moral esencial, pero estudiarla utili­
zando los métodos de la ciencia natural sin sus im­
plicaciones materialistas que, lamentablemente en
su opinión, conducían a una reducción de lo que
era distintivo del ser humano a lo material. Aquí ra­
dica la importancia de sus esfuerzos por establecer
la sociología como disciplina autónom a definida
por su objeto de estudio y evitar la tendencia de
gran parte del pensamiento decimonónico a redu­
cir lo moral y lo social a un epifenómeno de fuer­
zas materiales, tendencia marcada, sobre todo, en
Marx. Los fenómenos morales, como el derecho, la
religión y la moral misma, eran fenómenos regula­
res y ordenados que podían ser objeto de una cien­
cia natural si se los estudiaba de la m anera debida.
“La meta es llevar lo ideal, en varias formas, a la es­
fera de la naturaleza, sin menoscabar sus atributos
distintivos” (Durkheim, 1953: 96). Estas aspiracio­
nes dejaron a Durkheim con dos problemas ínterre-
lacionados por resolver, y por hacerlo dentro del
marco del positivismo: primero, establecer la reali­
dad de lo social y, segundo, descubrir modos en
que se la pudiera investigar científicamente.
Para Durkheim la ciencia era el estudio de “co­
sas” y solo podía proceder sobre la base de que de­
bía empezar por describir y clasificar minuciosa­
80 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
mente aquellas “cosas” que comprendían su mate­
ria de estudio. Tras haber hecho esto podía pasar a
explicar las formas en que estaban conectadas. La
noción de “cosas” se contrasta con las ideas:
Las cosas incluyen todos los objetos de conocimiento
que no pueden ser concebidos por una actividad pu­
ramente mental, los que para su concepción requieren
datos tomados de fuera de la mente, de la observación
y los experimentos, los que están edificados a partir de
las características más externas e inmediatamente ac­
cesibles, hasta las más visibles y más profundas [Durk­
heim, 1966: x i .i i i ].
Una característica importantísima de las 'cosas”
es que no están sometidas a nuestra voluntad sino
que se resisten a nuestros intentos de modificarlas,
m ostrando, según Durkheim, que su existencia
es independiente de nuestras creencias acerca de
ellas; en el sentido de Durkheim las “cosas” son en­
tidades del mundo, externas a la conciencia del in­
dividuo.
Las ciencias tratan con “cosas” y la sociología y
las ciencias sociales no pueden ser excepción. Por
ello, alejando las propiedades generales de las “co­
sas” en general, debemos examinar ahora el modo
en que Durkheim trata de demostrar la facticidad,
la “cosidad” de lo social. Los “hechos sociales”
adoptan propiedades de las “cosas” en general: son
externos a nosotros, se resisten a nuestra voluntad,
y nos limitan. A m anera de ejemplo cita la lengua
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 81
francesa, las reglas morales, las organizaciones eco­
nómicas, las leyes y las costumbres; todos ellos son
fenómenos sociales pero que son independientes
de los individuos y los limitan. Como personas no
podemos alterarlos o cambiarlos a nuestro capri­
cho, sino que debemos vivir dentro de su marco.
Aquí pues está una categoría de hechos con caracte­
rísticas muy distintivas: consisten en modos de actuar,
pensar y sentir, externos al individuo, y dotados con
un poder de coerción, por razón del cual lo controlan
[. . .] el término “social” se aplica sólo a ellos, pues tie­
ne un significado claro sólo si designa exclusivamente
los fenómenos que no están incluidos en ninguna de
las categorías de hechos que ya han sido establecidas y
clasificadas. Por lo tanto, estas maneras de pensar y de
actuar constituyen el dominio propio de la sociología
[Durkheim, 1966: 3-4].
Estos hechos no son reductibles a otras discipli­
nas, por ejemplo a la biología o a la psicología, las
cuales poseen su propio orden de hechos. Sin em­
bargo, los “hechos sociales” son “cosas” ya que po­
seen las características exigidas que las hacen he­
chos en el m undo y no tan sólo estados en la mente
de individuos: externalidad, limitación, difusión y
generalidad, y —al ser hechos de la vida colectiva—
son distintivos de la sociología, pues no pertenecen
a otra disciplina o ciencia. La sociología es una dis­
ciplina independiente que estudia un tipo distintivo
de hecho que no es ni puede ser propiamente in­
vestigado por ninguna otra ciencia.
82 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
La concepción de sociedad de Durkheim es “rea­
lista” porque sostiene que dentro del ámbito de la
naturaleza existe una entidad definida en los térmi­
nos de un sistema de relaciones responsable de ge­
nerar normas y creencias colectivamente comparti­
das. La sociedad es una realidad “en sí misma” y
existen “hechos sociales” “por su propio derecho”
totalmente aparte de las manifestaciones de ellos
que haya en y por los individuos. Por ejemplo, sí
son los individuos los que se suicidan, pero el índi­
ce de suicidios indica un “hecho social” indepen­
diente de los suicidios individuales. La interacción
y asociación de los individuos es la que hace surgir
los fenómenos nacientes de lo social, y no es recluc-
tible a la psicología (destino que Durkheim particu­
larmente deseaba evitar) ni a la biología. Para Durk­
heim esto significa que la explicación de los
“hechos sociales” debe hacerse en términos de
otros hechos sociales.
La sociedad no sólo es una suma de individuos [. . .] el
sistema formado por su asociación representa una rea­
lidad específica que tiene sus propias características
[. . .] Por lo tanto, está en la naturaleza de esta indivi­
dualidad colectiva [. . .] el que debamos buscar las cau­
sas inmediatas y determinantes de los hechos que allí
aparecen [1966: 103-104].

La tarea del sociólogo, según Durkheim, consiste


en describir las características esenciales de los he­
chos sociales, explicando cómo surgen, entran en
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 83
relaciones mutuas, actúan unos sobre otros y fun­
cionan unidos para formar conjuntos sociales. El
“realismo” de Durkheim no debe equipararse con
el “materialismo” en la forma en que, por ejemplo
y según algunas interpretaciones, lo hizo el de
Marx. Es posible interpretar a Marx y a algunos de
sus seguidores como si sostuvieran que sólo son rea­
les los fenómenos naturales y que, por lo tanto, los
fenómenos “ideales”, como creencias e ideas, no
son fenómenos tan reales y materiales, por lo cual
no pueden ser causas efectivas de la conducta de
cosas materiales, como los seres humanos. El realis­
mo de Durkheim incluye fenómenos ideales. Según
él, la realidad social consiste, en su mayor parte, en
ideas y creencias, aunque como productos colecti­
vos y no individuales, y el hecho de que éstos sean
“ideales” más que “materiales” no niega su realidad
ni su capacidad de ejercer una influencia causal so­
bre la conducta de los individuos. Al actuar en
unión, los individuos producen símbolos lingüísti­
cos, creencias religiosas, códigos morales, leyes y si­
milares, compartidos por la mayoría de los miem­
bros de una sociedad o de un grupo particular. Por
consiguiente, cuando los individuos piensan y ac­
túan sobre estas ideas compartidas o “representa­
ciones”, no lo hacen como individuos aislados sino
como miembros de un conjunto cultural más nu­
meroso. Además, al hacerlo producen y reproducen
una estructura o pauta que da su morfología carac­
terística a ese grupo o sociedad, es decir, sus dispo­
siciones; por ejemplo, por la m anera en que una so­
84 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
ciedad se diferencia en grupos sociales, cada uno
de los cuales tiene las mismas características que los
demás, o si los grupos constituyentes se diferencian
entre sí.7 v tiene cada uno características distintas de
y

los demás. La vida social consiste en “representa­


ciones’' colectivas —que incluyen los modos de pen­
sar y de retratar la realidad natural y la social— y
que son estados de la “conciencia colectiva”, que ac­
túan de acuerdo con sus propias leyes, distintas de
las leyes psicológicas que gobiernan la conciencia
individual de sus miembros.
Tras habei establecido, al menos a su propia sa­
tisfacción, la realidad de lo social, la siguiente tarea
de Durkheim sería mostrar cómo podía ser conoci­
da en cuanto ciencia social. Con este fin, dedicó
uno de sus más célebres estudios, el del suicidio, a
dilucidar los procedimientos para hacer un estudio
y lograr una explicación definitiva de los “hechos
sociales”. Los lincamientos generales de ese esfuer­
zo ya estaban en la noción de los “hechos sociales”
como “cosas”, pero había detalles esenciales de mé­
todo y de metodología que surgieron de la natura­
leza particular de lo social. Su concepción de los
“hechos sociales” como externos al individuo le lle­
vó a rechazar la idea de que una explicación satis­
factoria de un hecho social sería describir su papel
actual en la sociedad, es decir, el punto o el uso que
tenía para quienes dependían de ello. Como coro­
lario, era enteramente insatisfactorio tratar de ex­
plicar la existencia de una institución suponiendo
que había sido creada intencionalmente sobre la
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 85
base de los beneficios que pudiera dar a los indivi­
duos. Durkheim evitó esta y otras formas de expli­
cación teleológica que tratan de explicar las cosas
por los fines o propósitos a los que supuestamente
servían; los “hechos sociales” requieren explicación
por causas (de las que los individuos no están cons­
cientes) que son deterministas, y no prepositivas.
Antes se ha observado ya que Durkheim, en sus
esfuerzos por establecer una garantía intelectual
para la sociología, tuvo que superar la opinión “ma­
terialista” que tendía a negar la realidad de los fe­
nómenos “ideales”. Este paso fue necesario para
poner el m undo de las “ideas” bajo la mirada in­
quisitiva de la ciencia. Según Durkheim, la ciencia
trataba de lo que es “objeto de observación” (Durk­
heim, 1966: 27). Sin embargo, la observación cien­
tífica, como lo comprendió Durkheim, no era cues­
tión sencilla y directa. “Las cosas” o, en el caso
específico de la sociología, los “hechos sociales", no
sólo aparecían ante nuestros sentidos. Por el con­
trario, lo que aparece directamente ante nuestros
sentidos es, a menudo, falsamente captado y hasta
ilusorio. Para Durkheim los miembros de la socie­
dad —aunque sujetos a los “hechos sociales” o por­
tadores de éstos— las más de las veces se engañan
acerca de la naturaleza de la realidad social. Más
probablemente sustituirán la cosa real por “repre­
sentaciones” de “hechos sociales”. Estas nociones
vulgares o ido la son ilusiones que deforman la per­
cepción de los procesos sociales auténticos y son,
en su integridad, productos de la mente “como un
8G LA ORTODOXIA POSITIVISTA
velo extendido entre la cosa y nosotros” (1966: 15).
A fin de construir fundamentos sólidos la sociolo-
f
gía, como cualquier ciencia, debe rom per con estas
ilusiones mentales para descubrir lo real. Entonces,
los científicos deben estar dispuestos a enfocar el
mundo social como si estuviesen contemplándolo
por vez primera: “Debe sentirse en presencia de he­
chos cuyas leyes son tan insospechadas como lo
eran las de la vida antes de la época de la biología;
debe estar preparado para hacer descubrimientos
que le sorprenderán y le perturbarán” (1966: Xiv).
De esta forma, Durkheim establece un marcado
contraste entre el modo en que aparece ante el en­
tendimiento indocto de quienes viven en sociedad y
que encuentran los hechos sociales como parte de
su vida cotidiana pero que sólo tienen una con­
ciencia parcial y superficial de su naturaleza, y el
modo en que aparecerá cuando sea comprendido
en términos del conocimiento profundo y general
que resultará del examen sistemático de esos mis­
mos hechos utilizando los métodos adecuados de la
ciencia.
El argumento que aquí desarrolla Durkheim es
importante. Al decir que los miembros de la socie­
dad no saben realmente lo que son los “hechos so­
ciales” porque sólo tienen una familiaridad super­
ficial y deformada con ellos, Durkheim se aferra a
la idea de que conocer realmente algo es haberlo
descubierto mediante la aplicación del método
científico. No está diciendo que aquéllos no tengan
ninguna idea de éstos sino, simplemente, que sus
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 87
ideas son impresionistas, vagas y confusas en lo to­
cante a su verdadera naturaleza. A este respecto re­
sultan especialmente reveladoras sus observaciones
al definir el “suicidio" como un artefacto científico:
Debemos averiguar si, entre las diferentes variedades
de la muerte, algunas tienen cualidades comunes lo
bastante objetivas para ser reconocibles por todos los
observadores honrados, lo bastante específicas para
no encontrarse en otra parte y también lo bastante si­
milares a las comúnmente llamadas suicidios para que
conserven, ante nosotros, el mismo término sin rom­
per con el uso común [Durkheim, 1952: 42].
Sin embargo, lo que también queda claro en esta
cita es que el sociólogo no puede pasar por alto
concepciones comunes pese al hecho de que sean
vagas, a m enudo confusas, ambiguas, burdas y ne­
cesitadas de aclaración. Por el contrario, los con­
ceptos de la vida ordinaria son una fuente de los
conceptos científicos sociales, y la tarea del sociólo­
go es transformarlos en conceptos científicos al en­
frentarse a los fenómenos que denotan como “co­
sas” y tratar de librarse de los prejuicios y de otras
preconcepciones del conocimiento de sentido co­
mún y que, según Durkheim, son verdaderos impe­
dimentos al conocimiento científico. Los “hechos
sociales” deben observarse desde “fuera”, por de­
cirlo así, investigados tan desapasionada y objetiva­
mente como si estuviésemos examinando hechos fí­
sicos.
88 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
Durkheim no sólo está estableciendo el punto de
que la ciencia surge porque el científico adopta una
actitud particular Hacia el mundo, como parece im­
plicarlo su frase “los hechos sociales deben ser con­
siderados como cosas”. Por muy importante que sea
esta postura, Durkheim también está afirmando
que es eficaz al establecer la naturaleza auténtica
del m undo conocido. Sin embargo, no bastan la ac­
titud y la postura; se necesitan otros métodos para*
perm itir al sociólogo reconocer los “hechos socia­
les”. Lo que son éstos ya quedó establecido en su
concepto de una “cosa”, y su encarnación en el con­
cepto de “hecho social”, que nos ofrece algunas
normas para distinguir los fenómenos que son tlhe-
chos sociales” de los que no lo son; los “hechos so­
ciales” son generales, externos, colectivos y limita­
dores. Por ello, empezado por lo que podrían ser
las apariencias de los ‘ hechos sociales”, las “ilusio­
nes” —que es todo lo que tiene para empezar, y no
la aprehensión directa de los “hechos sociales”— el
científico social debe liberarse de todos sus prejui­
cios. La segunda tarea es buscar los fenómenos que
muestren las características de “cosas”, y la tercera
es definirlos científicamente. La definición es un
procedimiento esencial en la epistemología de
Durkheim, ya que es el medio por el cual el cientí­
fico establece “contacto con las cosas” (1966: 42).
También es el m odo en que el científico evita los
riesgos de adoptar una visión engañosamente par­
cial del fenómeno en cuestión. Una definición co­
rrecta debe ser absolutamente general y captar las
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 89
características distintivas de todos los fenómenos in­
cluidos en el término. De este modo, una definición
de religión debe abarcar todos los fenómenos que
son llamados religiosos, lo que no haría, por ejem­
plo, “la creencia en un ser divino" si fuera emplea­
da como característica definitoria. Esto convendría
al cristianismo pero excluiría otras religiones, como el
budismo, que no incluye la fe en un ser divino.
La definición científica de un fenómeno se cons­
truye agrupando características externas y objetivas
comunes y, cuando se ha formulado ya una defini­
ción, incluyendo en la investigación todos los fenó­
menos que se adaptan a ella. Por ejemplo, para de­
finir el delito, se empieza por observar que el delito
se puede reconocer por signos externos particula­
res y que lo que distingue al delito de otros fenó­
menos sociales es que provoca una reacción “de la
sociedad”, a saber, el castigo. El castigo no es un
acto individual aunque los individuos sean sus
agentes operativos. Es una cuestión para la socie­
dad, encarnada en códigos legales y morales y,
como tal, es señal de que la “conciencia colectiva”
participa de alguna manera. De modo similar, el
“suicidio” queda definido como “todos los casos de
muerte que directa o indirectamente resultan de un
acto positivo o negativo de la propia víctima, bien
enterada de que produciría este resultado” (Durk­
heim, 1952: 44). Según Durkheim, esta definición
denota un grupo hom ogéneo, distinguible de
otros, y delimita un fenómeno para su investigación
como “hecho social”.
90 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
Para dar el paso de las apariencias externas al
verdadero fenómeno Durkheim invoca el principio
de causación, axioma esencial en su epistemología.
Le había prestado minuciosa atención a los escritos
metodológicos de John Stuart Mili, y convenía con
él en las dificultades a las que se enfrentaban las
ciencias sociales a fin de idear experimentos apro­
piados para poner a prueba sus teorías. Y sin em­
bargo, dado que Durkheim insistió en que la marca
característica de la ciencia era que trataba de las
causas, éste también debía ser un procedimiento
normal de la sociología. La explicación de los he­
chos sociales debía ponerse a prueba sobre la supo­
sición de que un efecto determinado siempre pro­
cede de una sola causa, pese al hecho de que, en
realidad, las relaciones causales se enredaban en for­
mas complejas. Asi, una vez definida una categoría
de hecho social, será posible encontrarle un solo
factor explicativo. O, como en su estudio del suici­
dio, Durkheim pudo identificar subespecies o tipos
de suicidio en materia de sus diferentes subespe­
cies de causas.
Como no era posible hacer el experimento di­
recto para establecer causas en las ciencias sociales,
había que recurrir al método comparativo. En efec­
to, esto significó para Durkheim la “variación con­
comitante o, como la llamamos hoy, la correlación;
es decir, el movimiento paralelo de la serie de valo­
res presentada por dos fenómenos, realizado por
medio de manipulaciones estadísticas. Sólo esto,
siempre que se haya dem ostrado la relación en un
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 91
número y una variedad suficiente de casos, será
prueba de que existe una relación causal. La con­
comitancia constante de dos factores basta para es­
tablecer una ley (Durkheim, 1966: 130-131). En sí
mismo, el descubrimiento de una relación similar a
una ley no bastaba para darnos una comprensión
profunda sino sólo para indicar que existía una co­
nexión de algún tipo causal. Un tercer factor podía
ser responsable de la correlación entre los hechos
originales, y se necesitaría más investigación para
hacer frente a esta posibilidad. Pero por medio de
refinamientos sucesivos podría ir uno acercándose
cada vez más a descubrir la verdadera relación exis­
tente entre los “hechos sociales”.
Algo que hay que repetir y subrayar aquí es la in­
sistencia de Durkheim en que se deben buscar las
causas de los “hechos sociales” entre otros “hechos
sociales”. Por ello, el hecho social de un índice es­
table de suicidios debe ser una manifestación de
propiedades igualmente persistentes de la estructu­
ra social que a su vez expliquen ese índice* como la
distribución de las poblaciones entre religiones o
unidades familiares. Esta explicación de un hecho
social por otro es una de las condiciones de las que
depende la existencia misma de la sociología como
disciplina autónoma; no debe ser reductible a los fe­
nómenos que pertenecen al dominio de otra disci­
plina, como la psicología o la biología. Cada ciencia
trata con su propio dominio y no puede ver más
allá de sí misma en busca de causas explicativas.
Uno de los aspectos importantes de la obra de
92 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
Durkheim desde el punto de vista de este libro es la
m anera en que se esfuerza no sólo por dar a la so­
ciología fundamentos ontológicos y epistemológi­
cos, sino que, no contento con basarse en esa pro­
gramática, trata de aplicarla a los problemas tanto
de la teoría sociológica como de la reforma social.
Esta última se basa en la tradición moralista y re­
formista representada por Comte, entre otros, de la
intervención racional, es decir, mejoradora y basada
en la ciencia, para asegurar el bienestar de la socie­
dad. En ese caso era vital dem ostrar la categoría
científica de la sociología como medio, no sólo para
com prender los orígenes de las diversas patologías
de que era heredera la sociedad, sino también para
justificar la intervención correctiva. Mostrar que los
procesos sociales se hallaban sometidos a leyes cau­
sales y obtener conocimiento de éstas por medio de
la investigación disciplinada nos daría, por fin, en
opinión de Durkheim, una base científica sobre la
cual fundam entar la reforma social. Sus “reglas del
método sociológico” pretendían ir más allá del uso
simplemente ilustrativo de ejemplos históricos y so­
ciales, como afirmó que lo habían hecho Comte,
Spencer y otros, y fundam entar la sociología como
ciencia sistemática.
Un interés particular ofrece el estudio del suici­
dio hecho por Durkheim, que muestra de manera
impresionante la relación entre las ideas filosóficas
acerca de la ciencia, la naturaleza de la sociología y
su aplicación a la investigación de un fenómeno sus­
tantivo. La decisión de estudiar el suicidio fue par-
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 93

ticularmente valerosa dada la afirmación de Durk­


heim acerca de la naturaleza de los hechos sociales.
De todos los actos sociales, el suicidio parecía tan
personal, tan producto ele la voluntad individual —
punto de vista que Durkheim reconoce plenamente
en su definición del suicidio— que resulta difícil ver
de que forma se lo puede estudiar como materia
sociológica, más que psicológica. No obstante,
Durkheim sostuvo categóricamente que toda expli­
cación que se hiciera en términos de psicología in­
dividual era insuficiente. La variación concomitan­
te muestra que 110 hay una relación entre los índices
de suicidio en diferentes poblaciones y los índices de
ciertos estados psicopatológicos. Por ejemplo, a
menudo se cree que el suicidio es resultarlo de en­
fermedad mental, pero ésa no puede ser la base
para establecer una relación general, similar a una
ley, porque, por ejemplo, la proporción de neuróti­
cos y dementes entre los judíos es relativamente
alta, y sin embargo la frecuencia del suicidio en ese
mismo grupo religioso es baja. Mediante una simi­
lar lógica de argumentación, Durkheim rechaza las
explicaciones del suicidio por razón de herencia e
imitación. Mediante la eliminación de otras expli­
caciones y la rec.abación de otros testimonios, Durk­
heim se propone dem ostrar que la única explica­
ción restante y posible del suicidio debe darse en
términos de hechos sociales, no psicológicos, bioló­
gicos ni geográficos. Entre los indicadores positivos
que señala se encuentra la constancia del índice de
suicidio en varias sociedades a lo largo de periodos
94 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
considerables, cómo diferían los índices entre las
sociedades y cómo variaban de m anera constante
con las variaciones de ciertas condiciones sociales.
De este modo, aunque el individuo, sin duda, tu­
viese experiencias privadas conectadas con el suici­
dio, éstas no podrían explicar las notables coinci­
dencias estadísticas mostradas por los índices de
suicidio. Por consiguiente, estos índices tienen que
deberse a su asociación con condiciones prevale­
cientes en los grupos a los cuales pertenecían los in­
dividuos incluidos en ellos. Las variaciones en estas
condiciones generales hacían surgir diferentes tipos
de suicidio, como el altruista, el egoísta y el anómi-
co. De este modo, Durkheim pudo avanzar hacia
una relación de concomitancia constante entre una
sola causa: el grado de integración de los grupos so­
ciales, y un solo efecto: la propensión al suicidio; esta
última variaba en proporción inversa a la primera.
Aunque Durkheim aportó directamente poco o
nada a la formación de estadísticas —fueron desa­
rrolladas por otros—, su ingenioso empleo de las es­
tadísticas descriptivas hizo una gran contribución a
nuestra com prensión de cómo podían utilizarse
dichos materiales en un análisis sociológico, como
indicadores de la naturaleza y la extensión de cier­
tas condiciones sociales (Shaw y Miles, 1979; Half-
pennv, 1982). índices de suicidio, cifras de pobla­
ción y similares fueron, para Durkheim, los
sedimentos observables del estado moral de la so­
ciedad, la “vida social consolidada”, que hacían po­
sible estudiar la realidad social por medio de estas
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 95
manifestaciones cuantitativas. Por ejemplo, consi­
dero que los índices de suicidio eran producto de la
“corriente suicidogénica”, o de los “hechos sociales”
que establecen que, en ciertos grupos particulares,
habrá un cierto núm ero de muertes voluntarias de
una u otra índole. Al utilizar estas “manifestaciones
objetivas” de acuerdo con el principio de correla­
ción para establecer conexiones causales, el soció­
logo quedaba capacitado para mostrar pautas antes
no detectadas de orden causal, bajo las apariencias
de la vida social cotidiana.

Algunas lecciones del positivismo de Durkheim


Es imposible apreciar aquí plenamente las muchas
sutilezas del pensamiento de Durkheim, o protestar
contra sus aspectos burdos. Aquí Durkheim es im­
portante porque se enfrentó a muchos de los pro­
blemas que la ciencia social positivista tenía que re­
solver si quería establecerse como la vía hacía la
ciencia social. Huelga decir que Durkheim no es
la única figura de importancia que hay dentro de
esta tradición. Ya hemos mencionado sus deudas
con Comte y Mili; y en años ulteriores su influencia
tampoco dejaría de ser modificada y distorsionada,
cuando los especialistas encontraron en su obra lo
que deseaban leer para justificar sus propias ideas.
Los fundadores siempre corren el riesgo de ser fal­
samente representados cuando se invoca su autori­
dad para prestar crédito a producciones menos im-
96 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
presionantes, pero, en lo tocante a la filosofía de la in­
vestigación social, ¿cuál es la importancia de Durk­
heim?12 f
El prim er rasgo que se debe notar es lo que su
obra implica acerca de la relación entre ciencia so­
cial y filosofía. Aunque rechazara, como Comte, las
tendencias metafísicas de gran parte del pensa­
miento social decimonónico, Durkheim sí conside­
ró necesario justificar sus propias concepciones de
lo que debía ser la ciencia social empírica en térmi­
nos filosóficos. El cuadro de la ciencia que propuso
era, en realidad, filosófico. El problema para la so­
ciología consiste en reconciliar idealismo y materia­
lismo con objeto de identificar su propio y distinti­
vo dominio de investigación. A este respecto, su
preocupación fue establecer lo social, lo colectivo,
como una realidad por derecho propio, que no fue­
ra reductible a fenómenos en algún otro nivel y que
perteneciera a alguna otra disciplina, como la psi­
cología o la biología. Se esforzó por mostrar cómo
los “hechos sociales ”, pese a ser hechos morales,
eran parte de la naturaleza tanto como los hechos
biológicos, químicos y físicos. Este “realismo rela-
cional social” le permitió afirmar que se podía es-
12 Asimismo, conviene señalar que el desarrollo de lo que
hoy consideramos, no siempre informativamente, los métodos
positivistas de la investigación social, como cuestionarios, en­
cuestas, el empleo de m étodos de inferencia estadística, le debe
poco directamente a Durkheim, al menos en la sociología anglo­
americana, como lo veremos en el próxim o capítulo. La ciencia
social francesa en general ha tom ado mayor nota de sus procli­
vidades estructuralistas que de su metodología.
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 97
tudiar lo social con los mismos métodos científicos
utilizados en las ciencias naturales, con las modifi­
caciones apropiadas y sin reducir, como ya se dijo,
los fenómenos sociales a “cosas” materiales. Así, en
términos ontológicos, las realidades natural y social
eran del mismo orden —“como cosas”— y, al serlo,
se las podía estudiar de acuerdo con los mismos
principios epistemológicos generales. Una vez que
Durkheim estableció la realidad independiente de
lo social y la unidad del método, pudo sostener que
se podía estudiar objetivamente la vida social por
medio del método de la ciencia.
Un segundo rasgo de su obra le causó mayores
dificultades, aunque su solución resultara a la vez
ingeniosa y preñada de consecuencias. La ciencia
trataba los objetos de la sensación, los fenómenos
que eran externos a la conciencia individual pero que
podían experim entar su existencia; esto era lo
que en realidad separaba la ciencia de la metafísica
y la establecía como forma superior y válida de co­
nocimiento. Al abrazar esta opinión y afirmar que
los “hechos sociales” eran “cosas” —aunque no co­
sas materiales como rocas, tejidos, células, etc.,
pero tenían la característica de “cosidad” como ob­
jetos en un “mundo exterior” más allá de las ideas—,
Durkheim tuvo que enfrentarse al hecho de que,
aun cuando el mundo exterior fuese experimenta­
do como “similar a cosas” por quienes lo habitaban,
su familiaridad con los hechos sociales no obviaba
la necesidad de una ciencia, ya que esta experiencia
no podía servir como base adecuada para el cono­
98 LA ORTODOXIA POSITIVISTA
cimiento del mundo social. Aunque la gente en su
vida cotidiana encontrara y experimentara directa­
mente los efectos de los hechos sociales, no por ello
comprendía la verdadera naturaleza de esos he­
chos. Por consiguiente, Durkheim tenía que socavar
esta visión (de sentido común) de la sociedad,
como algo ilusorio, mientras retenía la concepción
de que la ciencia se enfrentaba a '“objetos de sensa­
ción”. Con este fin, por lo tanto, tuvo que desarro­
llar una teoría y un método para explicar por qué la
sociedad no aparece en su verdadera naturaleza
ante sus miembros.
Esto intentó hacerlo, no muy claramente, de muy
diversas maneras. Pidió con apremio que el soció­
logo adoptara una actitud particular hacia los
fenómenos sociales, una actitud de objetividad,
extrañeza, sorpresa, líbre de prejuicios y de pre-
concepciones. Además, el concepto de “cosa”, al ser
aplicado a lo social, ofrecía un criterio ontológico
por el cual se podían identificar los verdaderos pro­
cesos de la sociedad. Serían identificados, utilizan­
do el principio de correlación, por medio de sus
manifestaciones colectivas, los sedimentos y otras
huellas dejadas atrás, y los efectos que esto tenía so­
bre el m undo de las apariencias. De este modo, las
leyes de la sociedad quedaban reveladas por una
ciencia propiamente constituida. Así, Durkheim re­
tuvo la idea de que la ciencia trataba con hechos ob­
servables pero que éstos sólo servían como indicios
de las estructuras subyacentes de la organización
social, que no eran directamente observables aun­
LA ORTODOXIA POSITIVISTA 99
que sí ejercían una fuerza causal sobre las acciones
de los individuos.
Durkheim sobresale en la historia de las ciencias
sociales porque intentó hacer legítima una concep­
ción de la ciencia social congruente con la imagen
prevaleciente de la ciencia natural, al menos como
él la interpretaba. Esta imagen no fue precisa, como
lo mostraremos más adelante, pero su insistencia en
las leyes y en la explicación causal, la objetividad y
el método riguroso, es importante, y dio autoridad
a sus propias investigaciones sustantivas. Ejerció
una poderosa influencia sobre generaciones sucesi­
vas aun cuando —y hasta en su propia época— sus
ideas no dejaron de ser criticadas. Se dijo que el
precio del enfoque científico de Durkheim estaba
en exagerar el carácter de “cosa” de la sociedad, es
decir, que reificaba a la sociedad atribuyéndole
unas propiedades que sencillamente no podía po­
seer. Ciertamente mucho de lo que Durkheim tuvo
que decir produjo la clara impresión de que pensa­
ba en términos de mentes de grupo, o de la socie­
dad como un organismo no sólo en sentido figura­
tivo, aunque él insistiera en que nada podía estar
más lejos de sus ideas. Sin embargo, pese a estas crí­
ticas y a otras, Durkheim representa lo que es el nú­
cleo de la interpretación positivista de la ciencia so­
cial. En los siguientes capítulos deberá ser obvio
que esta idea no carece de dificultades.
III. EL POSITIVISMO Y EL LENGUAJE
DE LA INVESTIGACIÓN SOCIAL
C omo ya se dijo, gran parte de la motivación del po­
sitivismo se debió a una opinión enérgicamente sos­
tenida de que las ciencias sociales debían esforzarse
por emular las más avanzadas de las ciencias natura­
les. Aceptar esta ambición era una cosa, pero reali­
zarla era otra. No estaba claro lo que había en las
ciencias naturales que las hacía tan superiores, al pa­
recer, como formas de conocimiento. Por lo general
se aceptaba que la física era la más avanzada de las
ciencias naturales y por ello encarnaba con la mayor
claridad el que debía ser el método científico, pero
aún se discutía sobre cuál era esa característica de la
física que la hacía sobresalir tanto. Sin embargo, en­
tre quienes deseaban seguir su ejemplo no se prestaba
mucha atención a las prácticas reales de las ciencias
naturales. Los sociólogos, por lo general, tomaban
de la filosofía de la ciencia sus ideas acerca de las
ciencias naturales; el positivismo era su principal ins­
piración. Seguir el supuesto “método científico” tal
como lo describía el positivismo era la principal ruta
a lo largo de la cual los sociólogos, desde 1930 hasta
el decenio de 1960, esperaban avanzar en la direc­
ción señalada por la más triunfante de las ciencias
naturales y, a la postre, igualar sus logros.
POSITIVISMO Y LENGUAJE 101
A pesar de todo, debe notarse que entre los so­
ciólogos de inspiración positivista había discusio­
nes (como todavía las hay, aunque la adhesión di­
recta al positivismo se ha reducido desde los
sesenta, pero sigue teniendo influencia y partida­
rios) por cuestiones como la naturaleza de la expli­
cación científica, si las teorías de la ciencia social
podían alcanzar la certidumbre categórica de las teo­
rías de la ciencia natural o si sólo podían llegar a
conclusiones probabilistas, si la norm a fundam en­
tal que distinguía los planteamientos científicos era
la refutación o la verificación, de los no científicos,
etc. En cierto momento estos debates formaron par­
te de las cuestiones principales de la filosofía de la
ciencia social (véanse, por ejemplo, Papineau, 1978;
Ryan, 1970). Sin embargo, algunos positivistas es­
taban interesados en convertir su program a en una
práctica y en realizar parte de la investigación em­
pírica que su filosofía consideraba importantísima.
Trataron de idear instrumentos científicos apropia­
dos para la investigación social. En este capitulo
nos dedicaremos a analizar estos intentos por des­
cubrir cómo. Si se debía seguir el ejemplo de las
ciencias naturales, entonces, ¿cómo hacerlo? ¿De
qué m anera la idea general positivista del mé todo
científico podía aplicarse a la vida social?

E l LENGUAJE DE LA OBSERVACIÓN
Uno de los rasgos importantes de las filosofías po­
sitivistas de la ciencia fue la preminencia otorgada
102 POSITIVISMO Y LENGUAJE
a la investigación empírica en la producción de co­
nocimiento. Se afirmaba que todos los grandes
avances científicos habían resultado de la paciente
acumulación de hechos acerca del mundo, para
producir las generalizaciones conocidas como leyes
científicas. Ante todo, la ciencia era una empresa
empírica y su base estaba en la observación de lo
que podemos llamar “datos brutos”, es decir, datos
que no son resultado de interpretaciones del juicio
ni de otras operaciones mentales subjetivas (véanse
Anscombe, 1957-1958; Taylor, 1978: 60). De la mis­
ma m anera que los naturalistas o científicos natu­
rales describían y clasificaban fenómenos anotando
“datos brutos” como la forma, el tamaño, el movi­
miento, etc., así también los sociólogos o científicos
sociales habían de definir y precisar los fenómenos de
su interés.
Los positivistas sostenían, entonces, que la obje­
tividad de la ciencia dependía del hecho de que
existe un “lenguaje de observación”, teóricamente
neutro, en el que los investigadores pueden hacer la
descripción más escueta de su experiencia directa
del mundo, presentando así datos de los que el cien­
tífico puede estar absolutamente seguro, ya que
describe lo que ha sido observado en forma direc­
ta. Sin embargo, las teorías científicas tratan de ir
más allá de lo que simplemente se ha observado,
para explicar los fenómenos observados y, por con­
siguiente, deberán crear hipótesis acerca de lo que
no ha sido directamente observado pero que, por
ejemplo, sólo se puede inferir a partir de ello. Por
POSITIVISMO Y LENGUAJE 103
eso, el lenguaje de la observación es ontológica y
epistemológicamente primario; ontológicamente
porque informa de fenómenos que se han observa­
do, y epistemológicamente porque son estos fenó­
menos observados los que presentan los objetos de
explicación y los datos de la ciencia.1 En el lengua-
e de la observación, las declaraciones pueden ser
directamente evaluadas como verdaderas o falsas,
sin más que relacionarlas con los “hechos” observa­
dos del mundo.
El concepto de un “lenguaje de la observación”
establecía, para los positivistas, la conexión entre el
lenguaje y el mundo, e implicaba una “teoría de la
correspondencia de la verdad”, a saber, que las de­
claraciones hechas en el lenguaje de la observación
coinciden directamente con los fenómenos obser­
vados; por consiguiente, la verdad de una declara­
ción, incluyendo las declaraciones teóricas, queda­
rá determinada por su correspondencia con los
hechos observados. A partir de las declaraciones teó­
1 Carnap (1967, la. ed. en A lem ana, 1928), por ejemplo, da
una explicación de codo el aparato del discurso ciemífico en tér­
minos de una similitud recordada entre impresiones sensoriales.
Estos son los elementos básicos a partir de los cuales se constru­
yen, con moida de la lógica, los conceptos de las cosas materia­
les, otras mentes e instituciones sociales. Los temas del pensa­
miento se encuentran en varios niveles, reductible cada uno al
que lo precedió. Las declaraciones de nivel su p o n er se justifican
por inducción a partir de declaraciones de los niveles inferiores;
las declaraciones del nivel más bajo no necesitan ni pueden te­
ner justificación inferencial. En este punto el sistema de decla­
raciones hace contacto, por m edio de la observación, con el
m undo del hecho empírico ‘'b ru to ’ .
104 POSITIVISMO Y LENGUAJE
ricas, se podían deducir y com probar las implica­
ciones sobre los hechos que debían ser observables,
compulsándolas contra las declaraciones de la ob­
servación. De este modo podía elegirse entre teo­
rías rivales viendo cuáles hechos observables debí­
an seguirse a partir de diferentes principios, y luego
comparando éstos con las declaraciones de la ob­
servación, para ver qué consecuencias predichas
coincidían mejor con los hechos observados. La im­
portancia de la “neutralidad teórica” del lenguaje
de la observación queda así de manifiesto; los he­
chos se pueden plantear en términos que no de­
penden ni se derivan de las suposiciones de cual­
quiera de las dos teorías rivales, permitiéndoles así
ser comparados contra testimonios observacionales
independientes . Por lo tanto, las teorías deben ser de
tal claridad que permitan hacer una comparación
inequívoca con los hechos, de modo que pueda de­
cirse de modo definitivo si los hechos lógicamente
implicados por una teoría prescribían o no prescri­
bían lo que se había observado que ocurría. Si co­
rrespondían, entonces la teoría era cierta; si no, era
falsa. Más adelante, en manos de los positivistas ló­
gicos, el hecho de que una teoría pudiera ser apro­
vechada en el sentido de que confirmara o rebatiera
inequívocamente las declaraciones de la observa­
ción se convertiría en norm a del sentido mismo de
la teoría y por lo tanto, en cierta forma, en manera
de distinguir las declaraciones científicas de las me­
tafísicas.
POSITIVISMO Y LENGUAJE 105
Los positivistas lógicos
Los positivistas lógicos propusieron la versión que
tal vez sea más clara y más influyente del positivis­
mo en el siglo XX. El grupo comenzó en Viena a fi­
nales de los veinte, encabezado por Ernst Mach,
Mauritz Schlick y Rudolf Carnap.2 Habrían de dar­
le a la filosofía positivista de la ciencia una forma y
un sistema que servirían para convertirla en la vi­
sión predominante de la primera mitad del siglo XX.
Al igual que otras formas de positivismo, ellos
rechazaron la metafísica al reconocer sólo dos tipos
de proposiciones: la analítica y la sintética. Las pro­
posiciones analíticas incluían las de las matemáticas
y de la lógica que, por sí solas, no tienen nada que
decir acerca de los hechos empíricos del m undo
pero que son verdaderas o falsas por virtud de las
reglas y definiciones del sistema formal al que per­
tenecen. De este modo, la proposición 2 + 2 = 4 es
verdadera por causa de las definiciones contenidas
en el sistema numérico utilizado, de igual modo
que “este libro rojo es de color” es tautológicamen­
te cierto por virtud de la conexión que hay entre las
palabras “rojo” y “color”. “Rojo” es una palabra que
define un color, entre otros, y por lo tanto utilizar
una de las palabras que significan color es, precisa­
2 Como es bien sabido, muchos miembros del Círculo de Vie­
na fueron a Estados Unidos antes de la segunda G uerra Mundial
y ejercieron gran influencia sobre la filosofía de la ciencia nor­
teamericana, así como sobre la filosofía en general. Véanse, por
ejemplo, Ayer (1959) y Achinstem y Barker (1969).
POSITIVISMO Y LENGUAJE
m ente, decir que es de color. Decir “Este libro rojo
no es de color” sería contradecirse. En contraste, la
verdad de las proposiciones sintéticas queda verifi­
cada por la observación empírica, es decir, al deter­
minar si lo que la proposición dice corresponde o
no a los hechos del mundo. La verdad de la propo­
sición “este libro es rojo” no depende del significa­
do de sus palabras constitutivas, sino de que se haya
identificado el verdadero color del libro. Si en rea­
lidad el libro es de color verde, entonces la propo­
sición es falsa. El hecho de que la proposición sea
verdadera o falsa puede determinarse viendo cuál
es el color del libro. Sin embargo, las declaraciones
que no son tautolog(as ni declaraciones empíricas
no son proposiciones y, por lo tanto, carecen de
sentido.
Las declaraciones religiosas, morales y estéticas,
junto con las metafísicas, fueron consignadas así al
basurero del absurdo o a un destino apenas mejor,
reducidas a declaraciones acerca de gusto o prefe­
rencia personal, ya que no eran verificables ni por
observación empírica ni por deducción lógica. Por
ejemplo, la declaración “Este cuadro muestra dos
perros y un gato’’ es una declaración empírica y sin­
tética. Declara algo que es directamente observable
en el cuadro. Podemos ver en el cuadro si en él apa­
recen, o no, dos perros y un gato. Pero la declara­
ción “Este cuadro es herm oso” no nos dice nada
por el estilo. En la pintura no hay nada directa­
mente observable que podarnos señalar como eviden­
cia observable o falsedad de la afirmación. Por con­
POSITIVISMO Y LENGUAJE 107
siguiente, para algunos positivistas lógicos este últi­
mo tipo de declaración no nos dice nada, y carece
de sentido. Ya se dijo que otros tolerarían tales de­
claraciones como expresiones de gusto personal.
Pero no nos dicen nada acerca de la pintura sino
acerca de la persona que hace la declaración, y equi­
valen a decir: “Me gusta este cuadro”. Utilizando el
ejemplo de Ayer como nueva ilustración, “el Abso­
luto entra en la evolución y el progreso, pero es in­
capaz de hacer éstos” no es una frase analítica y, ni
siquiera en principio, es verificable; es una locución
“literalmente insignificante”.-^ El principio de veri­
ficación, es decir, si una declaración puede compa­
rarse con algunos hechos directamente observados,
sirvió de norm a para decidir si una declaración
era significativa o no.
El positivismo lógico también difirió de las ver­
siones decimonónicas del positivismo al subrayar el
carácter lógico del m étodo científico, así como del
empírico. La lógica siempre había sido un proble­
ma para las filosofías positivista y empirista, dada
su insistencia en lo empírico como fuente del cono­
cimiento, y de allí su rechazo de las doctrinas ra­
cionalistas como apenas mejores que las metafísicas.
Algunos, como J. S. Mili, plantearon una interpre­
tación empirista de la lógica y de las matemáticas.
Para Mili la lógica y la matemática pura consistían
en proposiciones que eran generalizaciones a partir
3 Esto fue tom ado de Ayer (1990: 114). La selección fue to­
mada de Ayer (1946), quien cita al hegeliano británico F. H.
Bradley como fuente del ejemplo.
108 POSITIVISMO Y LENGUAJE
de la experiencia; según esto, declaraciones mate­
máticas como 2 + 2 = 4 eran susceptibles de refuta­
ción empírica. Losfavances de la lógica formal des­
de mediados del siglo XIX ofrecieron una solución a
la desconfianza con que las filosofías empiristas veían
la lógica y las matemáticas. La lógica —y las mate­
máticas como rama de la misma— llegó a ser consi­
derada como una colección de reglas formales para
construir proposiciones y estipular las condiciones
en que, dentro del sistema formal, podían tomarse
como verdaderas o falsas. En otras palabras, la ló­
gica formal elabora la estructura relacional de tér-
minos dentro de un sistema simbólico, pero en sí
misma carece de todo contenido empírico. La lógi­
ca puede decirnos, por ejemplo, que si la proposi­
ción a es verdadera, entonces la proposición p, que
se sigue deductivamente de ella, también debe ser
verdadera, sin que importe lo que declaren, respec­
tivamente, las proposiciones a y p. Sin embargo, la
lógica no tiene nada que decir sobre si a es o no es
verdadera. De este modo, aunque estuvieran más
allá de la experiencia, la lógica y las matemáticas,
en contraste con la metafísica, expresarán verdades
analíticas; es decir, sus declaraciones son verdade­
ras o falsas por virtud de las reglas para manipular
los símbolos. Las verdades matemáticas y lógicas
son a priori, no, como pensaban muchos racionalis­
tas, porque reflejan el modo en que funciona la
mente humana o pertenecen a un ámbito platónico
de esencias, sino porque son analíticas y reciben su
verdad del modo en que se han planteado las reglas
POSITIVISMO Y LENGUAJE 109
del sistema de símbolos. Una m anera de decir esto
es afirmar que plantean verdades que son verdade­
ras por virtud de su significado, y otra es contarlas
como verdaderas por convención. Gomo verdades
analíticas, podrían incorporarse a la estructura mis­
ma de la ciencia sin temor al contagio de la metafí­
sica. Es decir, sin riesgo de llevar a la ciencia unas
verdades que supuestamente eran verdaderas del
m undo empírico pero que no eran empíricas y, por
lo tanto, no podrían engendrar declaraciones de
observación inequívocas. De acuerdo con las nor­
mas positivistas, tales declaraciones sólo se entro­
meterían inútilmente en la ciencia porque carecen
de todo sentido y sólo dan una apariencia ilusoria de
plantear verdades acerca del m undo empírico.
En lo tocante al positivismo lógico, estos desa­
rrollos de la reconceptualización de la naturaleza
de la lógica y de las matemáticas constituyeron el
fin de la filosofía tradicional. Su principal empeño,
el metafísico, había intentado descubrir las verda­
des fundamentales acerca de la realidad, las cuales
eran más profundas o más generales que las que
podía alcanzar la ciencia. Para el positivismo lógico
las únicas verdades acerca del m undo eran las al­
canzadas por la ciencia, porque la metafísica no te­
nía ningún sentido. El análisis lógico, como método,
podía resolver problemas filosóficos y paradojas re­
construyendo los planteamientos filosóficos en el
lenguaje de la lógica formal. También ayudaron a
reformular el concepto de empirismo. A partir de
Hume el conocimiento empírico se había concebi­
110 POSITIVISMO Y LENGUAJE
do en términos de ideas o de conceptos, que eran
los restos de impresiones sensorias, es decir, cosas
creadas- en la mente por el contacto causal con co­
sas del m undo exterior. Éstas eran la fuente, la úni­
ca fuente, de nuestro conocimiento del m undo ex­
terior, todo lo cual debía llegarnos a través de los
sentidos. Como ya se dijo, contra los racionalistas
como Descartes, no había ideas innatas, pues si las
ideas se creaban en la mente sólo por contacto con
el m undo exterior, no podía haber ideas ya presen­
tes en la mente que fueran anteriores al contacto ex-
periencial con el mundo de las cosas.
Para los positivistas lógicos, así como para el po­
sitivismo en general, la observación empírica del
mundo era el fundamento del conocimiento y, por
lo tanto, de la ciencia. Sin embargo, quedó claro que
la observación empírica no era cosa sencilla. Hasta
nuestra experiencia “directa”, de sentido común,
del m undo que nos rodea —m undo de mesas y si­
llas, naranjas y limones, programas de televisión, ta­
zas de café, copas de vino y demás— no eran simples
percepciones directas sino conjuntos complejos de
impresiones sensoriales más básicas, entre otras co­
sas. Tales experiencias no podían satisfacer el per­
sistente escepticismo y, por lo tanto, no pudieron
servir como piedras angulares del conocimiento. En
cambio, lo que se necesitaba era la identificación de
los datos elementales básicos de la observación,
de los que no se pudiera dudan y sobre los cuales se
edificarían estas percepciones más complejas.
POSITIVISMO Y LENGUAJE 111

El l e n g u a j e d e l a o b s e r v a c ió n
Y LOS ESTADOS MENTALES

La idea de que el conocimiento se basa en un len­


guaje observacional primario o “protocolo” preten­
día fincar la ciencia como disciplina empírica, dán­
dole un carácter objetivo, al hacer —en principio al
menos— declaraciones que eran exclusivamente
acerca de cómo son las cosas en el m undo empíri­
co, declaraciones acerca de cosas que fueran obser­
vables, públicamente disponibles para que las ob­
servaran otros, y liberadas de todos los prejuicios
emocionales, ideológicos y teóricos, ofreciendo así
un claro criterio de verdad independiente del ca­
pricho y el prejuicio humanos, con lo que quedaría
privilegiada su condición de conocimiento del más
alto orden. Sin embargo, las dificultades mismas de
formular una observación básica adecuada o len­
guaje de protocolo indicaron que la observación
era cosa compleja. En realidad, hubo empiristas ra­
dicales, entre ellos Mach, que desconfiaban hasta
de los poderosos conceptos teóricos de la física,
como el “átom o” o el “vacío absoluto”, ya que esta­
ban fuera de la experiencia. Pero a final de cuentas
para los empiristas más m oderados la idea de un
lenguaje experimental sensorial resultó difícil de es­
tablecer. Los hechos simplemente no aparecían. No
estaban allí aguardando a que los recogiera de paso
algún científico; había que descubrirlos, reunirlos y
hacerlos informativos. Todos los “hechos” que Dar-
112 POSITIVISMO Y LENGUAJE
win empleó como pruebas ele su teoría de la evolu­
ción eran “conocidos” antes de que él los empleara.
Otros naturalistas habían notado los fósiles muchos
años antes que Darwin, y también la flora y la fau­
na habían sido descubiertas o vistas por otros viaje­
ros. Lo que Darwin aportó fue una manera profun­
damente radical de redisponer estos “hechos” de
m odo que hablaran dentro de un marco teórico di­
ferente, a saber, la teoría de la evolución.4 Así, pues,
la observación científica no sólo trataba de “obser­
var directamente”, por muy básicos o “brutos” que
parecieran ser estos llamados hechos.
En lo tocante a los positivistas lógicos, aunque la
mayoría de los miembros de esta escuela considera­
ron que este lenguaje de la observación consistía en
hacer informes directos y no inferenciales de la ex­
periencia, exactamente a qué se referían los términos
del “protocolo” en el lenguaje observacional fue
tema de muchos debates que no llevaron a ninguna
conclusión. Algunos sostenían que estos informes
de la observación directa se referían a datos senso­
riales, es decir, se remitían a la experiencia del ob­
servador, inducida en su aparato sensorial, lo que
significaba que la “experiencia” era experiencia de
un objeto y requería hacer una inferencia a partir
de ciatos sensoriales. Pero para nuestros fines la
idea es que, cualquiera que sea la caracterización de
estos términos del protocolo, el lenguaje ontológica
4 Como lo veremos más adelante, en el capítulo vi, la relación
de los “hechos” con los marcos teóricos se volvió cuestión sobre­
saliente en la obra de Kuhn y de los construccionistas sociales.
POSITIVISMO Y LENGUAJE 113
y epistemológicamente privilegiado fue el observa-
cional, como si se encontrara más allá de toda duda
razonable. En lo tocante a la práctica científica, no
se sugirió que todos los términos y conceptos des­
criptivos se pusieran en este básico lenguaje obser-
vacional. Todo lo que se necesitaba era que, si se
quería que tuvieran sentido, en principio debían
ser traducibles o reducibles a declaraciones en el
lenguaje observacional. Los positivistas no podían
ponerse de acuerdo sobre cómo debía efectuarse
esa traducción, y tampoco sobre a qué se referían
los informes de la observación.
Así, aunque la formulación de un lenguaje ob­
servacional primario resultara filosóficamente elu­
siva, si no ilusoria, se necesitaban otras normas o
principios de observación para determinar los he­
chos. Hasta cierto punto, ya se encontraban implí­
citos en la teoría positivista del conocimiento. El
mundo, fuese natural o social, actuaba de acuerdo
con leyes estrictas, y por lo tanto poseía una estruc­
tura determinista que la ciencia debía descubrir,
una estructura que pudiera ser descrita formal y,
como veremos, cuantitativamente. Así pues, en tér­
minos metodológicos, la investigación empírica (y
aquí podríamos decir que esto para los positivistas
significaba la “investigación científica’’), equivalía a
descubrir las propiedades regulares e invariables de
los fenómenos del m undo y las relaciones que había
entre ellos; las propiedades debían ser descritas, de
ser posible en términos de lo que es rigurosamente
observable. De este modo, el físico no se enfrenta a
114 POSITIVISMO Y LENGUAJE
bolas de billar o plumas que caen, autos que cho­
can, agua que hierve, sino a cuerpos de una forma,
un tamaño, una masa, un movimiento, una longi­
tud de onda, etc., particulares. Las correlaciones
entre esos atributos abstractos constituyen los in­
gredientes básicos de las teorías científicas. Muchos
de esos atributos pueden no ser observables sin la
ayuda de instrumentos, pero, a pesar de todo, allí
está el principio.
Llevada a las ciencias humanas, esta clase de con­
cepción se enfrento a buen número de problemas.
Uno de ellos tuvo que ver con los llamados “estados
mentales ’. Los seres humanos no son simplemente
cáscaras externas de forma, tamaño y movimiento;
tienen una vida interior que no es accesible a la ob­
servación en la forma normal, a menos que la in­
trospección privada se cuente como una forma pú­
blicamente disponible de observación. Algunos
sostuvieron que lo inaccesible de los fenómenos
mentales a la observación directa significaba que
no se podía hacerles frente objetivamente, y por
ello los excluyeron del domino de la investigación
científica. Objetos físicos, acontecimientos físicos y
procesos físicos podían describirse en versiones
más rigurosas de los cinco sentidos y, por lo tanto,
estaban públicamente disponibles. Por otra parte,
los estados mentales o estados de conciencia sólo los
podía experimentar y conocer verdaderamente una
persona: la que estaba pasando por esa experiencia.
Algunos positivistas lógicos (el “fisicalismo” de
N eurath [1973], con su insistencia en que la ciencia
POSITIVISMO Y LENGUAJE 115
sólo podía hablar legítimamente de fenómenos des­
critos en el vocabulario de la física tal vez fue el más
destacado y radical de ellos) afirmaron que la cien­
cia sólo podía hablar de “mente" en la medida en
que lo hiciera en términos de fenómenos espacio-
temporales, como sonidos del habla, expresiones
faciales, etc. En otras palabras, las ciencias sociales
eran el estudio de la conducta; la concepción de la
conducta estaba interpretada de manera sumamen­
te estrecha y confinada tan sólo a los fenómenos
que pudieran ser descritos como movimientos físi­
cos. Sin em bargo, tan riguroso fisicalismo resultó
demasiado radical para la mayoría de los positi­
vistas.
Una estrategia más característica consistió en sos­
tener que, aun cuando los estados mentales no fue­
ran observables directam ente, ciertos estados
mentales particulares sí estaban asociados con ma­
nifestaciones corporales físicas específicas y se los
podía inferir a partir de ellas. Por ejemplo, si vemos
que una persona aprieta los puños, rechina los clien­
tes, y mira fijamente con un rostro enrojecido, razo­
nablemente concluimos que el estado mental que
esa persona está experimentando es de ira; en reali­
dad, que la causa de toda su dramática postura es la
experiencia interna de ira y rabia. Por consiguiente,
se planteó el argumento de que todas las declara­
ciones que se refirieran a estados mentales podrían
ser analizadas en otro conjunto de declaraciones, re­
firiéndose a señales o manifestaciones corporales vi­
sibles. Entonces, los fenómenos mentales podían ser
116 POSITIVISMO Y LENGUAJE
observados indirectamente, tratando la correspon­
diente manifestación conductual externa como ín­
dice de los estados 'mentales ‘'internos”.
Este tipo de explicación de la relación entre los
estados mentales y la conducta manifiesta resultó
cómodo para muchos empiristas puesto que, al me­
nos en apariencia, ponía la “m ente” en un marco de
referencia científico en el que sus rasgos podían ser
públicamente observados, trazados, cuantificados y
correlacionados. El principio epistemológico de ex­
periencia sensorial como fundamento del conoci­
miento científico se mantuvo, y la mente pareció ser
conocida por medio de la observación sistemática
de acontecimientos o conductas públicamente acce­
sibles, y no de una introspección asistemática y sub­
jetiva. Sin embargo, aunque esta explicación tuvie­
se cierta plausibilidad con referencia a la ira, el
placer o el dolor, los seres humanos experimentan
“estados mentales” más complejos que éstos. Pue­
den desear riqueza, categoría o poder, pueden creer
en la democracia o en el derecho divino de los re­
yes, determinar el valor moral de acciones, admirar
la belleza de la Gioconda, adorar a Eric Clapton,
enamorarse, y muchas cosas más. ¿Podían interpre­
tarse del mismo m odo todas estas emociones, creen­
cias, moral y juicios? ¿Se correlacionan estos esta­
dos mentales con determinadas manifestaciones
corporales, del mismo m odo que puede decirse de
la ira? Para los positivistas la respuesta tenía que ser
afirmativa. Las creencias que la gente alberga, los
valores que suscribe, los juicios que hace, sus gustos
POSITIVISMO Y LENGUAJE 117
y sus preferencias son, todos ellos, públicamente ve-
rificables, ya que se manifiestan en una conducta
observable, en artefactos de varios tipos, etc. Estos
estados mentales más “complejos' sólo difieren del
caso de la ira en su grado de complejidad. Por ejem­
plo, una persona que adora a Eric Clapton proba­
blemente tenga una gran colección de sus discos,
coloque carteles de Eric Clapton en las paredes de
su dormitorio, haga todos los esfuerzos posibles
por asistir a sus conciertos, etc.; todas son conduc­
tas públicamente observables, e indicadores de la
pasión de esta persona. Los valores son objetivos en
el sentido de que los sostienen personas que, oral­
mente, pueden informarnos de estos valores y creen­
cias. Los sociólogos no tienen que estar de acuerdo
o disentir con los valores y creencias expresados,
sino que simplemente pueden informar de ellos o
utilizarlos como datos primarios. En suma, los va­
lores que las personas sostienen son tan fácrica-
mente “brutos” como ios estratos geológicos, los
átomos, los gases, las velocidades, etc. Al emplear
instrumentos cuidadosamente construidos, como
cuestionarios, escalas de actitud o entrevistas, los
sujetos pueden ofrecer respuestas que son revela­
doras de estados mentales, y de esta m anera pro­
porcionar un acceso objetivo a aspectos im portan­
tes de la vida mental humana.
El hecho mismo de desarrollar una metodología
para investigar ios aspectos mentales de la vida hu­
mana era parte de una cuestión de mayor enverga­
dura, mencionada antes, de formular principios de
118 POSITIVISMO Y LENGUAJE
observación social científica. Se consideró que,
para adherirse a lo que el científico natural podía
lograr, el lenguaje de la observación de la ciencia
social debía consistir en observables objetivamente
definidos, y debía ser generalizable y, de ser posi­
ble, cuantificable; casi las mismas normas que había
exigido Durkheim, En efecto, como el objetivo era
satisfacer la visión comteana de descubrir leyes ge­
nerales de la vida social, los términos básicos del
lenguaje científico debían expresar cualidades ge­
nerales, no particulares. Uno de los pasos im por­
tantes de la investigación social a este respecto fue
la adopción de términos cuasimatemáticos con los cua­
les hablar acerca de los datos: el lenguaje de las va­
riables. Esto representó un modo de hablar de los
fenómenos sociales dentro de un marco aparente­
mente neutral en términos de sus atributos y pro­
piedades generales, que los ejemplos particulares
poseían o no poseían, o poseían en diversos grados,
y que podían compararse entre sí y con otros res­
pecto a sus presuntas causas.
El lenguaje de las variables
Hoy es difícil recuperar el impacto revolucionario
de esta formulación del carácter de la investigación
social y sus fenómenos, pues el lenguaje de las va­
riables se da por sentado en la investigación social
empírica.0 Los avances del “lenguaje de las varia-
J C o m o lo escribió Smelser hace algunos años, hablando del
o

lenguaje de la ciencia: "el lenguaje de los ingredientes de la cien-



POSITIVISMO Y LENGUAJE 119
bles” debieron mucho a la obra de Paul F. Lazars-
feld (1901-1976) y sus colegas. El propio Lazarsfeld
fue participante ocasional en el Círculo de Viena
antes de la segunda Guerra Mundial y su emigra­
ción a Estados Unidos. Lazarsfeld dedicó sus mayo­
res esfuerzos a crear técnicas y diseños de inves­
tigación en el marco de la investigación, por
ejemplo, de los efectos de los medios informativos
y los determinantes de la votación en las elecciones,
áreas, ambas, en que realizó labor de pionero. Su
obra fue inspirada por una concepción particular
—aunque no exclusiva— de la ciencia, y de cómo
esto podía hacer que la investigación social fuese
más científica en su búsqueda de teorías con una
base empírica adecuada.
El concepto de variable tiene ya una larga tradi­
ción en matemáticas, estadísticas y —lo que es im­
portante— lógica simbólica. En esencia, es una idea
sencilla. Una variable, en oposición a una constan­
te, puede variar en valor dentro de una gama de va­
cia; variables independientes, variables dependientes, marcos teó­
ricos y m étodos de investigación” (1968: 43). Sin embargo, esto
revela hasta qué grado la investigación empírica de la ciencia so­
cial había sido cautivada, en aquella época, por el análisis de va­
riables, ya que en la ciencia física es muy raro que se hable de va­
riables. O tro ejemplo más o menos de la misma época es el
consejo que da un libro de texto acerca de los métodos: “Es ne­
cesario traducir las ideas de usted [. . .] al lenguaje de las varia­
bles [. . .] El sociólogo experim entado desarrolla la costumbre de
traducir rutina rítm ente el inglés que lee y oye a variables, así
como una persona bilingüe puede leer un lenguaje mientras
piensa en otro” (Davis, 1971: 16). En estos días sería difícil en­
contrar a alguien que expresara tales sentimientos con ese tipo
de entusiasmo.
120 POSITIVISMO Y LENGUAJE
lores, aun si esto es sencillamente del orden de 0 a 1,
en que 0 indica la ausencia de una variable, y 1 su
presencia. El paso1 innovador consistió en utilizar
esta idea como pivote en torno al cual podía girar
toda una m anera de pensar acerca de la investiga­
ción social. “Ninguna ciencia —declaró Lazarsfeld—,
trata sus objetos de estudio en su plena concre­
ción.”6 Ciertas propiedades son seleccionadas
como ámbito especial del estudio de cada ciencia,
entre las cuales cada una trata de descubrir relacio­
nes empíricas; las últimas son las que tendrán ca­
rácter de ley. Así, como ya se dijo antes, la física se
interesa en sus objetos no en su plena concreción
sino en propiedades abstractas de ellos, como su
masa, longitud, fuerza, velocidad, composición mo­
lecular, etc. La conexión de la ciencia con el mundo
es abstracta y describe las propiedades o cualidades
de las cosas, y no las cosas en sí mismas. En todo
esto Lazarsfeld es absolutamente kantiano,7 v} abraza
la posición de que las cosas nunca pueden ser co­
nocidas “en sí mismas” sino captadas sólo por me­
dio de sus apariencias o indicaciones “superficia­
les”. Esto significa que la prim era tarea de
cualquier ciencia es identificar esas pocas propie­
dades generales por las cuales todos los fenómenos
de su ámbito pueden ser conocidos; ésta no es una
tarea fácil, como lo atestigua la historia de la cien­
cia. Es particularmente difícil para las ciencias so­
6 Lazarsfeld y Rosenberg (1955: 15). Toda esta colección, a
pesar de su antigüedad, es testimonio del vigoroso entusiasmo
del análisis de variables en sus prim eros días.
POSITIVISMO Y LENGUAJE 121

ciales cuando aún tienen que desarrollar su propia


terminología común. Sin embargo, para Lazarsíeld
éste no fue un problema insuperable y en realidad
tampoco tenía que ser resuelto por medio de la re­
flexión epistemológica u ontológica. Lo que propu­
so fue una estrategia empírica para que la ciencia
social buscara este objetivo tratando las propieda­
des como variables; es decir, utilizando las variables
como "modos por los cuales caracterizamos los ob­
jetos de las investigaciones sociales empíricas” (La-
zarsfeld y Rosenberg, 1955: 13).
Dicho brevemente, Lazarsfeid consideró que el
proceso de investigación consistía en convertir con­
ceptos en indicadores empíricos; es decir, indicado­
res basados en lo que es observable,- registradle y
mensurable de alguna m anera objetiva. El primer
paso era la creación de una “imagen vaga” o cons-
tructo, que resulta de la inmersión de un investiga­
dor en un problema teórico. La verdadera tarea em­
pieza por “especificar” sus componentes, aspectos o
dimensiones, y por seleccionar “indicadores” que
puedan “representarlos”. De este modo, el concep­
to de “prejuicio étnico puede manifestarse de muy
diversas maneras: por la abierta expresión de desa­
grado a las personas de distintos antecedentes
raciales o étnicos, por la renuencia a contratar a
personas de distinta raza o etnia, por negarse a tra­
bajar con ellos, por votar por los partidos políticos
que proponen políticas racistas, negarse a comprar
una casa en un barrio en que viven grupos étnicos
o raciales distintos, mediante abierta hostilidad, y
122 POSITIVISMO Y LENGUAJE
de muchas maneras más. También podemos pensar
en el concepto de “prejuicio étnico” como cuestión
de grad©, y no como en una propiedad que alguien
puede poseer o no poseer Sea como fuere, al elegir
los indicadores debemos pensar en el contexto en
que se está efectuando la investigación. Por eiem-
plo, contratar a alguien es algo que sólo puede ha­
cer una persona que se encuentre en posición de
contratar o despedir trabajadores. Puede no haber
partidos políticos que explícitamente confiesen una
política racial. La cuestión de com prar una casa en
cualquier barrio puede no ser ningún problem a
en casos particulares. La idea es que el concepto
debe ser elaborado en términos de cuáles m ani­
festaciones apropiadas, en caso de que ocurrieran,
serían indicadores apropiados de “prejuicio”. El si­
guiente paso es pensar en las formas en que esas
manifestaciones se pueden observar como datos.
En el caso del análisis de variables esto probable­
mente incluirá encuestas y cuestionarios, aunque
no necesariamente. Las técnicas particulares de
recabación de datos e instrum entos de medición
utilizados dependerán, sin embargo, de las exi­
gencias prácticas de la investigación. La mayor
parte de los conceptos resultarán, con frecuencia,
combinaciones de indicadores, y no una sola m e­
dida. Dado que la mayor parte de la investigación
social se interesará en más de un solo constructo,
las descripciones empíricas se edifican descu­
briendo patrones entre los indicadores en térmi­
nos de su covariación e interrelaciones, y de todo
POSITIVISMO Y LENGUAJE 123
ello pueden surgir teorías empíricamente fundadas
para explicar los patrones descubiertos. Según La­
zarsfeld, la cuantificación es posible mediante el
uso de la idea de variables, si bien sólo en el nivel
relativamente burdo de contar la frecuencia de la
presencia o ausencia de alguna propiedad, ya que
aun este modesto nivel permite la identificación de
covariaciones entre las variables.7
Como ya se insinuó antes, tal vez lo mejor sea
considerar los esfuerzos de Lazarsfeld como meto­
dológicos, no filosóficos; es decir, como la búsque­
da de un m odo de hacer que la investigación social
fuese una ciencia de base empírica. Sin embargo,
hay allí una metafísica del realismo ontológico en la
medida en que sólo tiene sentido hablar de índices
si se puede afirmar que “representan” algo. No obs­
tante, aunque Lazarsfeld hablara de una conexión
abstracta entre los conceptos científicos y el mundo,
en la práctica su estrategia se efectúa por medio de
correlaciones entre índices y la fuerza y estabilidad
que muestran, si existen, en los diversos estudios.
Pero no hay manera real de fincar la conexión de
índices con los “objetos” o las “propiedades” que
putativamente representan. Aunque, por ejemplo,
el concepto de “prejuicio étnico” tiene un significa­
do de sentido común, su conexión con las acciones
o los sentimientos —los fenómenos que se supone
representan, y que, en cierto sentido, son empírica­
7 Véase Ackroyd y Hughes (1991). Hay muchos otros que tra­
tan estas técnicas.
124 POSITIVISMO Y LENGUAJE
mente observables mediante las respuestas a cues­
tionarios y a otros instrumentos—, también es cues­
tión de juicio de sentido común de parte de los in­
vestigadores, y no una derivación teórica estricta
como lo sena, por ejemplo, en la física. La validez
teórica se debe a la posición soberana otorgada a lo
empírico, ya que la adecuación de un constructo
queda determinada por patrones que se encuentran
entre las variables o índices mensurables. Se atribu­
ye importancia especial al hecho de operacionalizar
los conceptos para convertirlos en indicadores
medidos y observables. Según Lazarsfeld, los indi­
cadores son aquello con lo que trabaja la investiga­
ción de las ciencias sociales, e indican algo, en di­
versos grados, si muestran patrones detectables de
asociación entre sí. En otras palabras, los patrones
de asociación consistentes descubiertos en toda una
gama de estudios son, para Lazarsfeld y para el aná­
lisis de variables más en general, buena evidencia
de que la investigación ha descubierto verdaderas
relaciones causales entre los fenómenos de interés.
Así, para la ciencia social empírica el lenguaje
de las variables ofrecía un medio de expresar rela­
ciones en datos y, como tal, una m anera de descri­
bir ob;etiva y cuantitativamente los fenómenos. To­
dos los fenómenos que son de interés para la
investigación social, incluyendo los estados objeti­
vos, podían ser conceptualizados y medidos al
menos en cierto nivel, correlacionados y manipula­
dos de diversas maneras por las técnicas formales
del análisis variable. Se podían formular y poner a
POSITIVISMO Y LENGUAJE 125

prueba hipótesis. Aunque pocas o ninguna de las


ciencias sociales podían emular la psicología, en el
sentido de ser capaces de efectuar experimentos de
laboratorio, mediante métodos estadísticos de par­
tición se podían lograr buenas aproximaciones a la
lógica del diseño experimental en medios no expe­
rimentales de investigación social.
Sin embargo, y pese a que la concepción lazars-
feldiana se ha convertido virtualmente en el estilo
ortodoxo de investigación social, considerado por
algunos como el método de la investigación social
empírica, no le han faltado críticas. Hubo quienes
objetaron el modo en que la realidad de los fenó­
menos y procesos sociales, en toda su integridad, ri­
queza, complejidad y flujo, quedaba oculta tras lo
que no era más que un aparato descriptivo cuyo ca­
rácter debía más a los requerimientos técnicos de
crear los instrumentos de medición y de manipular
las estadísticas que al deseo de captar auténtica­
mente las conexiones subyacentes entre los fpló­
menos que se supone describía (véase Benson y
Hughes, 1991). Algunos de estos temas se desarro­
llarán más en el capítulo v.
Otra dificultad era que el análisis de las varia­
bles era intencionalmente ateórico, método ubicuo
para buscar patrones en los datos como camino ha­
cia la formulación de teorías. Las teorías explica­
ban los patrones, pero antes se necesitaban éstas
para obtener mejores teorías. Es decir, aunque
unas ideas teóricas “vagas” imbuirán los tipos de
variables que serán investigados, o que serán consi­
126 POSITIVISMO Y LENGUAJE
derados variables independientes, variables depen­
dientes mediadoras, etc., su significación quedará
determinada por patrones y correlaciones empíri­
camente confirmados que aparezcan en los datos.8
En pocas palabras, el método resulta una estrategia
para la formación de teorías empíricas que, como
veremos, no llegan a ser el tipo de generalizaciones
teóricas que eran el objetivo de las ambiciones de
los positivistas.9
Este enfoque tampoco pudo evitar compromisos
filosóficos y problemas de índole ontológica. No
sólo incluía una concepción del m étodo científico
y de cómo se podía aplicar en las técnicas y prácti­
cas de la investigación, sino que también tuvo que
enfrentarse a ciertos problemas acerca de la natu­
raleza de los fenómenos sociales. Aunque el enfo­
que pretendía ser “neutral” con respecto a los com­
promisos teóricos, al ser propuesto como método
ubicuo para poner a prueba cualquier teoría que
surgiera, hubo dudas sobre si, dentro de este marco,
podía enfrentarse de modo adecuado, por ejemplo,
la idea tan afanosamente propuesta por Durkheim:
que la sociedad no era reductible a las propiedades
de los individuos.

8 Casi no puede haber duda de que el pensamiento de La­


zarsfeld le debió m ucho a su com prom iso con la investigación de
encuestas.
•' Esto es evidente en la obra de Blalock, tal vez el principal
?xponente de la modelación causal en sociología. Véase, por
ejemplo, Blalork (1984).
POSITIVISMO Y LENGUAJE 127

C o n ju n t o s s o c ia l e s fr e n t e a in d iv id u a l is m o
METODOLÓGICO

Como lo había sostenido Durkheim, las ciencias so­


ciales no se preocupaban por los fenómenos indivi­
duales como tales sino por fenómenos colectivos
que, desde luego, incluían esos estados individuales
de conciencia que reproducían la comprensión y la
visión colectivas. Las ciencias sociales trataban de
grupos y colectividades de varias clases, institucio­
nes, culturas, sistemas completos de interacción y
procesos que, por decirlo así, son más que la suma
de fenómenos individuales y, como lo dijo Durk­
heim, tienen una realidad por derecho propio. La
economía trata de instituciones interesadas en la
producción y distribución de bienes; la sociología,
de clases, grupos, instituciones y hasta sociedades
enteras; la ciencia política, de gobiernos, partidos
políticos, votaciones, y más. Y sin embargo, como
en el caso de los estados mentales, esos fenómenos
colectivos no son, en sí mismos, lo que un positivis­
ta consideraría directamente observables. Por ejem­
plo, no podemos observar clases sociales, el sistema
económico, el capitalismo y similares, por lo cual,
¿qué estatus ontológico pueden poseer tales con­
ceptos? Una vez más, como enérgicamente lo dijo
Durkheim hablando de la realidad de los fenóme­
nos colectivos, “La sociedad no es una simple suma
de individuos. Antes bien, el sistema formado por
su asociación representa una realidad específica
128 POSITIVISMO Y LENGUAJE
que tiene sus propias características” (Durkheim,
1966: 103). En suma, la realidad social trasciende a
la de los individuaos. Al igual que en la naturaleza,
también ocurren en el mundo social, definitiva­
mente, conjuntos que no sólo son agregados de los
elementos individuales que los integran sino que
son unidades orgánicas, más que la suma de sus
partes. Esos todos nacientes no se pueden reducir a
las partes que los componen.
Podría decirse que para la viabilidad de las cien­
cias sociales es necesaria una buena confirmación
de este tipo de pretensión, y eso afirmó Durkheim,
pues sin ella el estudio apropiado de la conducta
humana, se le considere social o no, se convertiría
en psicología o en una de sus ramas. En el aspecto
filosófico, la cuestión es ontológica en lo tocante a
la realidad de las entidades sociales (Lukes, 1970;
O ’Neill, 1973; Sharrock, 1987). Como lo hemos vis­
to, Durkheim afirmó que las entidades sociales
eran ucosas” reales, aunque no fuesen “cosas” ma­
teriales. Sin embargo, no era tan fácil resolver ope-
racionalmente las cuestiones. La evidencia empíri­
ca aducida para los hechos sociales se derivaba,
básicamente, de los individuos. De modo directo
sólo se podía observar la conducta individual, ya
fuese en forma de respuestas a cuestionarios, prue­
bas de actitudes, observaciones etnográficas, índi­
ces registrados de la frecuencia de actividad delicti­
va, índices de suicidio, preferencias de los votantes,
compras generalizadas o cualquier otra cosa. En
pocas palabras, “nada en los hechos sociales es ob-
POSITIVISMO Y LENGUAJE 129
servable salvo en sus manifestaciones individuales”
(Lesnoff, 1974: 77).
Aquí parece paLente la paradoja; por una parte,
la afirmación de que los conjuntos sociales eran rea­
les dependía del hecho de que no fuera posible re­
ducir completamente las declaraciones acerca de
ellos a aseveraciones acerca de individuos; por otra,
la evidencia de la realidad de los conjuntos sociales
parecía depender por completo de una evidencia
derivada de conductas individuales observables.
Aun cuando Durkheim, entre otros, había afirmado
estar mostrando que las características y la conduc­
ta individuales variaban con factores contextúales
sociales, o eran determinadas o causadas por ellos,
los datos en que se basaban tales conclusiones siem­
pre podían remitirse en sus orígenes a la observa­
ción de individuos.
Es indudable que se pueden predecir propieda­
des de los conjuntos sociales que no se pueden pre­
decir de un individuo. Puede decirse que una so­
ciedad o un grupo es estratificado, jerárquico,
democrático, dividido en clases, etc., mientras no
pueden afirmarse las mismas características de un
individuo. Como último ejemplo, puede decirse
que los grupos mantienen su identidad pese al rem ­
plazo de sus miembros. Y también que es posible
dem ostiar que el carácter de los grupos influye so­
bre la conducta de sus miembros. En muchos siste­
mas jurídicos algunas asociaciones son tratadas
como si fueran personas, con derechos y obligacio­
nes distintos de los de sus miembros. Los econo­
130 POSITIVISMO Y LENGUAJE
mistas hablan de la empresa e incluso tienen teorías
acerca de ella. Y sin embargo, hasta cierto punto,
esas observaciones están erradas. Aunque en el len­
guaje jurídico y en el ordinario podemos hablar de
este modo y lo hacemos, la cuestión es saber si esto
es legítimo científicamente y, en caso afirmativo, qué
justificaciones ontológicas y epistemológicas pue­
den darse para hablar así. Las respuestas a esto afec­
tan las interpretaciones verosímiles que se pueden
ofrecer de las operaciones de investigación que su­
puestamente miden o indican los fenómenos colec­
tivos.
Desde luego, el problema tal como fue planteado
no exige hacer una elección entre la realidad de los
conjuntos sociales o la realidad de los individuos;
no es ni necesita ser cuestión de la una o la otra.
Para sostener la opinión de que hay a la vez indivi­
duos y conjuntos sociales, mientras se acepta al mis­
mo tiempo que los últimos no son observables en
forma directa, también necesitamos poder afirmar
que, si algo va a ser verdaderamente predicado
como conjunto social, esto deberá implicar la ver­
dad de las descripciones de los individuos que, en
parte, com prenden el conjunto social. Sin esta con­
dición sería imposible poner a prueba las declara­
ciones acerca de los conjuntos sociales por medio
de la observación, ya que éstos no son observables,
aunque los individuos sí lo sean (Mandelbaum,
1955; Lessnoff, 1974: 80-81). Pero, asimismo, la des­
cripción de los conjuntos sociales, aunque implique
verdaderas descripciones de individuos, debe abar­
POSITIVISMO Y LENGUAJE 131
car más que esto; es decir, deberá significar que el
conjunto de descripciones individuales pertinentes
no agota lo que puede decirse acerca del conjunto
social. De este modo, por ejemplo, puede propor­
cionarse “la sociedad británica” como nombre de
una colectividad social y el número de propiedades
abarcadas por él, como “es una m onarquía”, “es
miembro de la Unión Europea”, “tiene un bajo ín­
dice de delincuencia en comparación con las socie­
dades X, Y, Z”, “tiene una tasa de inflación de X%”,
etc. Sin embargo, lo que se trata de saber es si cada
una de estas declaraciones, aunque implique la ver­
dad de un puñado de aseveraciones acerca de indi­
viduos —su conducta en las elecciones, en el merca­
do, su obediencia a la ley, sus actitudes y creencias,
y muchas más— es simplemente reductible a una lis­
ta de tales declaraciones individuales, por muy
grande que sea su número. En caso contrario, ¿qué
ha quedado que no sea así reductible? (véase Coul-
ter, 1982).
De acuerdo con la doctrina del “individualismo
metodológico” no queda absolutamente nada, ya
que todos los hechos llamados colectivos son, en
principio, explicables en términos de hechos acerca
de individuos. Según esta opinión, las referencias a
conjuntos o colectividades sociales son referencias
esencialmente sumarias a las características y pro­
piedades de individuos, y estas últimas podrían
remplazar a las primeras sin dejar residuo. En otras
palabras, lo “real” se limita a lo que se puede ob­
servar, y éstas son las características y propiedades
132 POSITIVISMO Y LENGUAJE
de individuos. Lo más que ontológicamente se
puede decir de los conjuntos sociales, dado que nun­
ca se pueden ofrecer concretamente a la observa­
ción, es que son una categoría de entidades teóricas
que sólo tiene conveniencia explicativa (véase, por
ejemplo, Hayck, 1964: 5-15). La realidad ontológica
sólo es atribuible a individuos, mientras que los con­
juntos sociales son considerados como entidades
abstractas o teóricas no observables pero que tienen
una utilidad explicativa, un tanto parecida a ciertos
tipos similares de conceptos teóricos en la física y en
las otras ciencias naturales.
Para algunos, esta interpretación tuvo enorme
importancia, pues pareció acercar aún más las cien­
cias sociales a la práctica de la ciencia natural, en
que un principio de reducción, es decir, la deriva­
ción lógica de las generalizaciones, por ejemplo de
la química, a partir de la generalización más inclu­
siva de las de la física, podía verse en acción por me­
dio de una jerarquía de la explicación, partiendo de
la física más fundamental y las leyes absolutamente
generales acerca de la conducta de los procesos fí­
sicos en pequeña escala, hasta aquellas generalida­
des que se aplicaban a fenómenos más sólidos,
como la conducta de los objetos, incluyendo la de
los seres vivos. También dio la impresión de evitar los
lapsos metafísicos de los que parecían herederas las
ciencias sociales, particularmente los de reificar co­
lectividades y atribuirles unas cualidades que, pro­
piamente hablando, sólo podían pertenecer a indi­
viduos y sus relaciones entre sí. En la medida en
POSITIVISMO Y LENGUAJE 133
que, en el lenguaje ordinario, se recurría a cosas
como el “espíritu del pueblo”, “la memoria racial”,
“el espíritu de una época”, la “conciencia de clase”;
“el pueblo”, etc., esto, o bien era un modo descui­
dado de hablar en busca del puro efecto o, en el m e­
jor de los casos, una m anera convenientemente su­
maria de referirse a grandes números de individuos
en alguna capacidad o, en el peor de los casos, algo
acientífico e ignorante. En las ciencias sociales éste
era en esencia el argumento de Weber: las referen­
cias a entidades colectivas como “el Estado”, “la or­
ganización burocrática , “el espíritu del capitalis­
m o”, efe., eran expresiones suniarias utilizadas por
la simple conveniencia de no tener que expresar to­
das las declaraciones acerca de los individuos que
las com ponían.10
Sin embargo, para otros “individualismo m eto­
dológico” resultaba demasiado timorato y, además,
parecía conducir a un reduccionismo psicológico
en que todos los denominados hechos sociales, in­
cluyendo las propiedades y atributos de los indivi­
duos, eran reductibles, a la postre, a explicaciones
en términos de disposiciones psicológicas. Sin duda
Durkheim habría planteado esta objeción. A los
10 Según Weber, los conceptos colectivos “tienen un signifi­
cado en las mentes de personas individuales, en parte como algo
que en realidad existe, en parte como algo con una autoridad
normativa [. . .] Así, por ejemplo, uno de los aspectos im portan­
tes de la existencia de un Estado m oderno [. . .] consiste en el he­
cho de que la acción de diversos individuos es orientada hacia la
creencia de que existe o debería existir, de m odo que sus actos y
leyes son válidos en el sentido jurídico” (Weber, 1978: 14).
134 POSITIVISMO Y LENGUAJE
conjuntos sociales se les debía dar un carácter me­
nos efímero que el de simples entidades teóricas o
expresiones sumarias y, en cambio, darles una con­
cepción más congruente con una visión de ellos
como verdaderos factores causales.
Desde luego, como ya se insinuó, el reduccionis-
mo metodológico no necesariamente implica un re-
duccionismo psicológico, es decir que las únicas ex­
plicaciones válidas de la vida social son las que se
han puesto en términos de disposiciones psicológi­
cas humanas. Por ejemplo, George Homans (1967)
argüyó que la sociología podía ser ‘‘reducida” a psi­
cología en el sentido de que sus leyes pueden deri­
varse lógicamente de las de la psicología, así como
las leyes de la química pueden deducirse de las le­
yes más generales de la física. Por otra parte, la so­
ciología, junto con otras ciencias sociales, afirma
que la acción humana es, al menos en aspectos im­
portantes e irreductibles, el resultado de la interac­
ción con otras. Es decir, reconoce que existen “pro­
piedades nacientes” que se desprenden de que los
individuos interactúan con otros, propiedades que
no están presentes en el individuo por sí solo. La in­
teracción misma es una de esas propiedades na­
cientes, y todo lo que se deriva de esto, como la
posibilidad de poder entre dos o más personas, in­
tercambio, posición social, cooperación, conflicto, y
mucho más. En realidad, al describir las acciones
de individuos a m enudo tenemos que hacer refe­
rencia a su posición institucional para comprender
las acciones que están efectuando. Las acciones de
POSITIVISMO Y LENGUAJE, 135
una persona para con sus hijos no pueden com­
prenderse sin la descripción relacional “padre”; ser
arrestado por una persona no se puede com pren­
der a menos que entendamos la identidad institu­
cional “policía”. En pocas palabras, todo el contex­
to relacional que es la vida social no es reductible a
disposiciones psicológicas.11 Desde luego, esto no
es disponer de las explicaciones psicológicas como
pertinentes a la explicación de la conducta social
humana, pero tampoco pretende serlo; simplemen­
te se trata de reservar lugares para la respectiva dis­
posición de las explicaciones sociales y psicológicas.
¿A qué se reduce todo esto, metodológicamente?
¿Cuáles son las implicaciones de estas ideas para la
investigación social? El problema se plantea para las
ciencias sociales de la siguiente manera: “indivi­
duos” y “conjuntos sociales” no son fenómenos dis­
cretos y separados; los últimos quedan definidos y
conceptualizados, en gran parte, en términos de los
primeros, porque sólo son observables los indivi­
duos, sus atributos y su conducta. Si esto es correc­
to, entonces resulta extremamente difícil establecer,
teórica y empíricamente, la realidad de los conjun­
tos sociales independientemente de la realidad ya
aceptada de los individuos. Mas, para el positivista,
11 Las sociologías estructuralistas, a veces derivadas de inter­
pretaciones de M arx combinadas con ideas tomadas de la lin­
güística, llevan esto mas allá y ven al individuo como “p o rtad o r5
de estructuras relaciónales más grandes, de tal m anera que estas
estructuras actúan por m edio del individuo. Véase, por ejemplo,
Alrhusser (1969). Estas ideas sen-n abordadas en el capítulo vm.
136 POSITIVISMO Y LENGUAJE
si no se puede dar una base observacional a los
conjuntos sociales, son poco más que entidades me­
tafísicas, y los datos que supuestamente son acerca
de las entidades están disfrazándose de datos cien­
tíficos.
La practica del análisis de variables fue una ma­
nera de pasar por encima de estos problemas en la
investigación. Para sus propósitos, todo lo que se
necesita son unos modos de indicar las propieda­
des de “objetos”, ya se trate de individuos, colecti­
vidades, agregados o hasta sociedades enteras. Sin
embargo, al pasar por alto estas cuestiones se co­
mete petición de principio. Mientras parece ofre­
cer indicadores de los fenómenos colectivos, deja
abierta la cuestión de cómo se deberán interpretar
estos indicadores; por ejemplo, si reflejan simples
fenómenos acumulados, como los indicados por
alguna operación igualadora de las variables deri­
vadas de individuos, tal como podnam os calcular
un ingreso promedio para reflejar los ingresos de un
grupo particular de trabajadores, o si representan
unas propiedades nacientes auténticamente colec­
tivas. Podemos calcular esos índices, pero la afir­
mación ontológica es anterior a las elecciones de
los indicadores, ya que —puede suponerse— el in­
dicador debe reflejar las propiedades del fenóme­
no al que supuestamente “representa”. No es que
no puedan producirse indicadores pero, habién­
dolo hecho, ¿qué inferencias nos perm ite hacer
esto acerca del carácter del fenóm eno subyacen­
te?12 Si nos inclinamos hacia el individualismo me-
POSITIVISMO Y LENGUAJE 137
todológico, la interpretación de las pautas produci­
das nos conducirá a un tipo de interpretación teóri­
ca diferente que si estamos persuadidos de otras con­
cepciones. Las pautas empíricas del análisis de
variables no resolverán este tipo ele cuestiones. Éste
es un problema al que volveremos, bajo otro aspecto.

LA NATURALEZA DE LAS GENERALIZACIONES


Y EL ESTATUS DE LA TEORÍA

Mientras la tradición positivista hacía grandes es­


fuerzos por resolver sus problemas filosóficos, la in­
vestigación basada en el análisis de variables seguía
adelante. Esto tal vez no deba sorprendernos, dado
el énfasis hecho en la observación empírica como
primer ingrediente de la ciencia. Por ejemplo, tanto
Bacon como Mili, separados por muchos años, anhe­
losos por explotar y defender el método de la expe­
rimentación, consideraron la naturaleza y sus leyes
como si ya estuvieran esperando simplemente ser
descubiertas por los métodos empíricos correctos.
Cualesquiera que fuesen las preguntas acerca del
significado del análisis de variables, esto sin duda les
pareció a muchos un método auténticamente cientí­
fico, que aceptaba el énfasis de la ciencia natural en
la medición por medio de la generación de estadís­
ticas, y la sustitución de métodos experimentales
12 Véase Lazarsfeld y Menzel (1969) para un intento de re­
solver tales cuestiones dentro del marco analítico de las varia­
bles.
IRfi POSITIVISMO Y LENGUAJE
por medio de la manipulación de relaciones estadís­
ticas de correlación y de asociación.
En general llegó a creerse que el objetivo de la
ciencia era producir generalizaciones o leyes que
establecieran las relaciones causales que se sostenían
entre los fenómenos del universo. La ciencia natu­
ral había progresado al descubrir las conexiones in­
variantes y necesarias entre los fenómenos en un
universo ordenado y que seguía sus leyes. Galileo,
Newton, Darwin, después Einstein y otros, habían
contribuido, cada quien a su modo, haciendo una
declaración precisa y universal sobre cómo opera­
ban ciertos fenómenos y, aprovechando estas decla­
raciones, los científicos tenían la capacidad de pre­
decir con asombrosa precisión los acontecimientos
del mundo natural. Parecía que tales declaraciones
eran universales en el sentido de que especificaban
que todos los acontecimientos de una índole parti­
cular estaban invariablemente conectados con otros
acontecimientos y tenían la forma lógica básica de
“Si A entonces B.” El problema estaba en compren­
der cómo funcionaban estas declaraciones. Por ejem­
plo, ¿expresan una necesidad que es inherente a la
naturaleza de las cosas mismas o, como lo propuso
el filósofo del siglo xvm David Hume, una propen­
sión psicológica natural a proyectar tal conexión a
la naturaleza?
Pero la comprensión de por qué las leyes abarcan
tanto la invarianza como la necesidad no resultó di­
recta. La invarianza de la regularidad era el proble­
ma menor, ya que podía verse que, en condiciones
POSITIVISMO Y LENGUAJE 139
constantes, las leyes se aplicaban y actuaban sujetas
a condiciones simplificadoras. Las variaciones de lo
que la ley establecía podían explicarse por circuns­
tancias especiales que pudieran ser elaboradas bajo
la condición de “en condiciones constantes”. Por
ejemplo, la generalización de que el agua hierve a
100 grados centígrados presupone (aun cuando al­
guna declaración particular de la ley pudiera no
mencionarlo) que la presión del aire debe ser equi­
valente a la del nivel del mar, que el agua esté sufi­
cientemente pura, etc. El verdadero problema era la
necesidad. Como lo ha señalado Outhwaite, la ma­
nera más obvia era considerar que la fuente de la
necesidad era inherente a la naturaleza de las cosas,
y sin embargo otros consideraron que esto era an­
tropomórfico o trivial.13 La tradición positivista,
con su presuposición de que el conocimiento empí­
rico era el único conocimiento posible de la reali­
dad, daría a las leyes una interpretación empírica si­
guiendo las ideas de Hum e y de otros filósofos de
la tradición empírica británica.

Las leyes como generalizaciones empíricas


Hume sostuvo que la idea de causa no es más que
el resultado de repetidas observaciones de un obje­
to que sigue a otro, o de un acontecimiento que si-
Al llegar el siglo xvn la idea de “leyes de la naturaleza” em­
pezó a perder sus tonalidades teológicas y, por lo tanto, la idea
de que aquéllas eran, de alguna manera, expresiones de la vo­
luntad de Dios. Véase Outhwaite (1987).
140 POSITIVISMO Y LENGUAJE
gue a otro. Según Hume, las ideas eran impresiones
obtenidas por los sentidos, y su interpretación de la
causa fue congruente con este punto de vista. El co­
nocimiento de las causas era el resultado de sensa­
ción y de costumbre. Por ejemplo, la razón, por sí
sola, no podía llegar a la idea de que el calor hacía
que el agua hirviera, o de que la gravedad hacía que
los cuerpos cayeran, sin una experiencia en que ba­
sarse. Decir que A causa B es decir que A y B están
“constantemente unidas”, es decir, que siempre
ocurren juntas en nuestras sensaciones; la conexión
causal es atribuida a la naturaleza, pero no obser­
vada en ella. Por medio de repetidas observaciones
de conjunciones similares, por costumbre llegamos
a esperar que estén, y siempre estén, causalmente
relacionadas.
La idea de causa y efecto se deriva de la experiencia,
que nos informa que tales objetos particulares, en to­
dos los pasados ejemplos, han estado unidos entre sí.
Y cuando se supone que un objeto similar a uno de és­
tos está inmediatamente presente en su impresión, su­
ponemos a partir de ello la existencia de uno similar
como su habitual acompañante [Hume, 1978: 89-90].
Sin embargo, en algunos respectos esto no pare­
ce llegar lo bastante lejos. Se consideraba que las le­
yes universales eran precisamente eso: universales
tanto en tiempo como en espacio, aplicándose al
pasado, al presente y al futuro. Sin embargo, los ra­
zonamientos de Hume, al convertir a las generali­
POSITIVISMO Y LENGUAJE 141
zaciones causales en resultado de la experiencia
sensorial, no podían ofrecer garantía de que las ge­
neralizaciones se sostuvieran en el futuro, ya que se
basaban en una evidencia que sólo se podía recabar
en el pasado y en el presente: se aplicaban a los
acontecimientos hasta aquí . Por definición, la con­
junción constante no podía ser observada hoy para
experiencias futuras, y en el futuro el agua tal vez
hirviera a los 80 y no a los 100 grados centígrados.
La respuesta de Hum e a esto sería que, en realidad,
no podía haber garantía de que tales generalizacio­
nes, ni aun las mejor establecidas por la ciencia,
continuaran siendo válidas en el futuro. Sin embar­
go, sólo podemos basar nuestras expectativas para
el futuro sobre la experiencia pasada, de modo que
todo lo que podemos hacer es extrapolar éstas al fu­
turo. Por consiguiente, el conocimiento de las co­
nexiones empíricas, ele las causas y de los efectos
nunca es absolutamente seguro sino sólo probable;
es decir, jamás podemos tener confianza absoluta
en su conexión repetida en el futuro.
Una declaración causal general, según esta opi­
nión, era un resumen de nuestras sensaciones de
dos conjuntos de fenómenos, y constituía lo que
normalmente se llama una generalización empírica.
Para determinar las causas, formulamos categorías
de objetos o de hechos sobre la base de sus respec­
tivas similitudes. La relación entre ellas es observa­
da, natural o experimentalmente, y se anota la se­
cuencia. Si descubrim os que en un núm ero
suficiente de casos hay una conjunción constante
142 POSITIVISMO Y LENGUAJE
de la causa putativa seguida por su efecto corres­
pondiente, esperamos que esta asociación se sos­
tenga ei> el futuro, aunque no hay garantía de que
así será. De este modo tenemos nuestra generaliza­
ción causal.
Más adelante John Stuart Mili aportaría nuevos ar­
gumentos a la interpretación empirista de las leyes.
Definió los conceptos diciendo que se remitían a cla­
ses de objetos que demostraban una similitud con
respecto a alguna propiedad. Hombre, mujer, vaca,
muchacha, temperatura, energía, catolicismo, etc.,
serían conceptos en los términos ele Mili porque
cada palabra representa un grupo de objetos que tie­
nen características similares. Al método de relacio­
nar conceptos dentro de proposiciones sintéticas (es
decir, proposiciones que son empíricas, en oposi­
ción a a priori —y las únicas pertinentes a la ciencia,
en opinión de Mili—) lo llamó “inducción”, es decir,
“esa operación de la mente por la cual inferimos que
lo que sabemos que es verdad en un caso o casos par­
ticulares será verdad en todos los casos que se ase­
mejen al primero en ciertos respectos asignables”
(Mili, 1961: 188).
Mientras que H um e justificaba la generalización
a partir de ejemplos particulares por los motivos
pragmáticos de que el futuro —posiblemente— no
sería diferente del pasado, Mili sostuvo que podía
hacerse la inferencia inductiva de que el conoci­
miento que tenemos de algunos casos será verdad
en todos los casos en todos los tiempos, pasado,
presente y futuro. Justificó esto apelando a la uni­
POSITIVISMO Y LENGUAJE 143
formidad de la naturaleza, a la que había llegado
por medio de un proceso inductivo de razona-
miento en el que las acumulaciones de inducciones
de uniformidades individuales en la naturaleza son
la base de la inducción absolutamente válida de que
la naturaleza es uniforme. La inducción se justifica­
ba por inducción.
En cambio, Mili reconoció que la vida no era tan
sencilla. En la naturaleza las cosas no parecen rela­
cionadas unas con otras de la m anera más simple.
Pequeñas regularidades empíricas se traslaparían,
dando la apariencia de irregularidad; algunas pare­
cerían regulares sólo porque eran comúnmente
producidas por otro agente causal no tan visible, y
así sucesivamente. Las diversas regularidades cau­
sales absolutas sólo podían ser descubiertas deri­
vando sistemáticamente una uniformidad de otra
mediante métodos experimentales de manipula­
ción. Según Mili, el resultado final de la aplicación
de estos métodos serían unas generalizaciones cau­
sales absolutas.
Sin embargo, hasta para los minuciosísimos em-
piristas esta interpretación de la naturaleza de las
leyes tenía sus puntos flacos. Los métodos de Mili
estaban firmemente basados en la suposición de
que la naturaleza es uniforme, tiene leyes absolutas
y está causalmente interrelacionada y que, por lo
tanto, el lenguaje necesario para describirla debía
ser, asimismo, causal. Casi no había necesidad de
hablar de teorías. Aunque había jerarquías de leyes
—las de Newton ocupaban el pináculo— las leyes ge­
144 POSITIVISMO Y LENGUAJE
nerales no son más que generalizaciones empíricas
que se han descubierto, como las generalizaciones
más restringidas, por la aplicación de métodos em­
píricos de investigación. La fuente de toda ley
empírica es la generalización empírica; esta conclu­
sión se basa en la pr esuposición de que la naturale­
za obedece sus leyes y es uniforme. En otras pala­
bras, apegarse a las leyes es una característica de
la naturaleza misma.
A pesar de todo, el m oderno pensamiento posi­
tivista y empírico sostiene que la interpretación de
las leyes causales caracterizada por la filosofía de la
ciencia de Mili es simplemente ingenua. El conoci­
miento en la ciencia es seguro, no probable. Por
consiguiente, aunque reconociendo la naturaleza
esencialmente empírica de las leyes, se sostuvo que
su certidumbre se deriva del empleo de las cone­
xiones rigurosas y necesarias establecidas por la in­
ferencia deductiva en las matemáticas y en la lógica,
y no por la inducción. De este modo, “todos los cis­
nes son blancos”, si se interpreta como una genera­
lización empírica, deberá verificarse una y otra vez
a cada nueva observación de los cisnes. Semejante
inferencia no puede justificar inferencias para el fu­
turo, así como la declaración “Todos los primeros
ministros británicos son varones” es algo que sim­
plemente se refiere a la experiencia del pasado, has­
ta que la señora Thatcher llegó a prim era ministra,
y no habría podido decir nada acerca del futuro,
como sí lo haría una ley científica. El puro empiris­
mo no puede generar las leyes universales de la
POSITIVISMO Y LENGUAJE 145

ciencia. Éstas, se sostuvo, sólo puede aportarlas la ló­


gica en que la determinatividad, la necesidad, es con­
secuencia de la estructura deductiva. Si se siguen las
reglas deductivas la conclusión de un argumento ló­
gico debe seguirse de las premisas generales. Esta
interpretación de la explicación científica, como una
unión entre proposiciones empíricas y las certidum­
bres de la lógica deductiva, llegó a ser conocida
como el “modelo hipolctico-deductivo” de la expli­
cación científica.

E l MODELO DE EXPLICACIÓN HIPOTÉTICO-DEDUCTIVO

Según esta escuela, una teoría científica consistía en


un conjunto de declaraciones conectadas por reglas
lógicas. La ley fue expresada como declaración uni­
versal de la forma “Siempre que A, entonces B.”
Cuando estas generalidades se unen a otras decla­
raciones que dan las “condiciones iniciales” (es de­
cir, que declaran las circunstancias empíricas a las
cuales se aplica la ley), entonces se puede deducir
una hipótesis que puede ponerse a prueba contra la
observación empírica.14 La concepción de “dar una
explicación” de un hecho llegó a significar, para los
positivistas, que se puede predecir un hecho como
14 Por ejemplo, si la ley afirma que “cada vez que se deja caer
azufre en una llama encendida”, la llama se vuelve amarilla, las
condiciones iniciales podrían decir “se ha de’.ido caer azufre en
la llama de esta vela”, lo que autoriza la conclusión-predicción de
que la llama de esta vela se volverá amarilla.
146 POSITIVISMO Y LENGUAJE
consecuencia lógica de las declaraciones teóricas,
junto, desde luego, con la especificación de “condi­
ciones iniciales”. Esta interpretación pareció resol­
ver buen número de problemas, entre ellos las de­
ficiencias de la idea de inducción como base para la
universalidad de las leyes científicas. Aunque decla­
raciones de la forma “siempre que A, entonces B”
no pueden demostrarse o verificarse lógicamente
de m anera concluyente, sí pueden ser refutadas por
un contraejemplo en que A no va seguida por B. Es
la naturaleza absoluta de la “generalización univer­
sal”, es decir, cada vez que ocurre A, siempre va se­
guida por B, la que afirma su posible vulnerabilidad
a la refutación. Dado lo que dice la generalización,
sólo es necesario que una vez se dé el caso de que
ocurra A sin ser seguida por B para que quede re­
futada la afirmación de que cada vez que ocurre A
también ocurre B. Karl Popper, quien se disoció de
los positivistas aun cuando otros lo contaran entre
ellos, a lo largo de su carrera negó la posibilidad de
la validez de llegar a una ley general empleando el
razonamiento deductivo, y en cambio propuso la in­
terpretación de la falsación o refutacionista de la
naturaleza de las leyes científicas, como lo veremos
en el proximo capítulo.
La universalidad de la ley tampoco puede ser
cuestión ele probabilidad, ya que esto, de hecho, di­
ría que la ley a veces era cierta y a veces no. Sin em­
bargo, las leyes científicas están sometidas a confir­
mación empírica, y la deducción participa en el
método de ponerlas a prueba. La explicación cien­
POSITIVISMO Y LENGUAJE 147
tífica es explicación causal en que “la explicación de
un hecho significa deducir una declaración que lo
describe, utilizando como premisas de la deducción
una o más leyes universales, junto con ciertas de­
claraciones singulares, las condiciones iniciales".10
Las leyes científicas son declaraciones causales que
describen hechos en la naturaleza y que pueden ser
verdaderas o falsas; su verdad o falsedad queda de­
terminada por observación.
Otra cuestión que la combinación de empirismo
y de lógica pareció resolver fue analizada antes en
relación con la observabilidad —o falta de ella— de
los conjuntos sociales. Una teoría, interpretada del
modo que acabamos de analizar, era evidentemen­
te más compleja de lo que parecería implicar “Siem­
pre que A, entonces B.” La teoría puede contener
postulados y conceptos que no están sometidos a
la prueba observacional. Tales conceptos servían a
un propósito heurístico dentro del lenguaje teórico.
Por lo tanto, aunque las teorías aún recibían una in­
terpretación empírica, llegó a dejarse más espacio a
los no observables, a conceptos que, para ser ver­
daderos, no dependían directamente de que co­
rrespondieran con el m undo. La estructura formal
de una teoría era tan compleja y detallada que a me­
nudo se hacían necesarios unos “conceptos teóricos”
^ Popper (1959: 59). Para Popper la posibilidad de que una
teoría fuese refutada por evidencia empírica era la que determ i­
naba la distinción entre las teorías científicas y las teorías no
científicas. En su opinión, muchas de las teorías de las ciencias
sociales podrían volverse acientíficas.
148 POSITIVISMO Y LENGUAJE
para la conveniencia de la manipulación lógica y ma­
temática. Ya no se consideró necesario que todos los
conceptos de una teoría tuviesen un significado em­
pírico. Una manera de expresar esto era hablar de
un lenguaje teórico y de un lenguaje observacional,
unidos ambos por reglas de correspondencia que in­
terpretaban empíricamente algunos de los concep­
tos teóricos.16 De esta manera, la teoría aún estaba
sometida a la prueba empírica por medio de hipóte­
sis derivadas deductivamente de ella.
Estas desviaciones de la interpretación empiris­
ta, un tanto ingenua, de la explicación teórica que
proponían Mili y sus seguidores, no destruyeron,
empero, el espíritu empirista: la reinterpretación
simplemente la enm endó para que se adaptara más
de cerca a la que se consideró la práctica científica.
Para las ciencias sociales éste fue un desarrollo fa­
vorable, ya que vino a autorizar los que hoy son los
métodos de investigación ortodoxos. La distinción
entre un lenguaje teórico y uno observacional fue
decisiva. También lo fue la versión de la supuesta
certidumbre de la ciencia. La interpretación empi­
rista de las leyes científicas había afirmado que sólo
eran probables en el sentido de que eran tentativas,
y expuestas a revisión. Entonces, ¿cómo podía
explicarse la certidumbre? Según la versión hipoté-
tico-deductiva de la explicación científica, la combi-

|rj Véase Nagel (1961) para un análisis de los lenguajes ‘teó­


ricos’’ y “observacionaies” de la ciencia. Esa fue una concepción
también empleada por Lazarsfeld.
POSITIVISMO Y LENGUAJE 149
nación de matemáticas-am-lógica y la interpreta­
ción esencialmente empírica de las leyes fue la que
les dio a las leyes su “certidum bre”. Esta “certidum­
bre” era una ficción, desde luego conveniente y útil,
pero no dejaba de ser ficción, ya que no podía ocul­
tar el carácter provisional del descubrimiento cien­
tífico. Al fin y al cabo, en la historia constaba que
se había descubierto la falla de leyes científicas, sólo
para ser remplazadas por otras más nuevas y efica­
ces. La historia de la ciencia es una historia de teo­
rías erróneas. Para las ciencias sociales esto era
alentador, pues su incapacidad para formular leyes,
así fuesen de una probabilidad solamente m odera­
da, podía achacarse a la mucho mayor complejidad
de los fenómenos sociales en comparación con los de
la naturaleza inanimada. Los fenómenos sociales
también eran más difíciles de medir con el tipo de
precisión ya lograda en las ciencias naturales. Todo
esto fue tomado como señal de que la ciencia social
positivista iba al menos por el buen camino al su­
brayar la creación de métodos más y más refinados
de investigación, y prestar m enor atención a las
cuestiones de la base teórica de las disciplinas.

La explicación correlacional de las generalizaciones


A este respecto, vale la pena observar que Karl Pear-
son, pionero de la biología matemática y uno de los
fundadores de las m odernas estadísticas inductivas
a principios del siglo XX, sostuvo que las leyes pre-
150 POSITIVISMO Y LENGUAJE
cisas y prístinas de la ciencia son idealizaciones,
productos de porcentajes y no descripciones del
verdadero universo, en el que están presentes todo
tipo de “contaminaciones” (Pearson, 1911). Hasta
en la más avanzada de las ciencias naturales existe
toda clase de factores que afectan la relación causal
de interés. El resultado es que los datos tienden a
una variabilidad debida a errores de todas clases.
Por consiguiente, la distinción entre una relación
causal, como queda expresada en una ley, y una co­
rrelación empírica entre variables, es totalmente es­
puria. Una declaración universal de una conexión
causal es simplemente el límite conceptual de la co­
rrelación, pero en el confuso m undo en el que se
efectúan las investigaciones no esperaríamos llegar
a este límite debido al hecho de que es imposible
excluir todo lo que pudiera afectar la conexión cau­
sal de interés. En cambio, lo que esperamos son
unas correlaciones sólidas, aunque no perfectas. En
este caso, y basándose en este argumento, falla la
distinción entre la ciencia natural y la ciencia social
—que la prim era trata de relaciones causales, y la
segunda de correlaciones—, ya que todo lo que esto re­
fleja son las condiciones en que se pueden estimar
los errores. En realidad, semejante interpretación
también pareció convenir al hecho de que, en con­
traste con la mayoría de las ciencias naturales, aun­
que no con todas, y por buenas razones prácticas y
éticas, era difícil lograr condiciones experimentales
en la investigación social. En su mayor parte, la in-
* vestigación social debía efectuarse en el mundo
POSITIVISMO Y LENGUAJE 151
“confuso” en el que era extremamente difícil sepa­
rar todos los factores potencialmente interact.uant.es
y, por consiguiente, poder especificar la envergadu­
ra de cualquier generalización putativa. Es decir, no
podríamos precisar cuáles casos serían determina­
dos por la generalización y cuáles por otras genera­
lizaciones. Existen muchos factores que afectan, por
ejemplo, el logro educativo, pero identificar cuáles
de ellos son más importantes, cuáles pueden ser los
efectos interactivos entre los diversos factores,
cómo otros factores desconocidos pueden afectar la
relación, en qué circunstancias se aplica la genera­
lización, son, todas ellas, cosas difíciles de lograr a
falta de controles efectivos. Todo lo que podemos
esperar, en términos de Pearson, son correlaciones
razonablemente sólidas entre los factores más im­
portantes.
Quedaban otros problemas. Ya hemos señalado
antes que el modelo hipotético-deductivo de la ex­
plicación requería que la teoría se relacionara con
el mundo por medio de reglas de transformación
que convirtieran algunos de los conceptos de la teo­
ría en conceptos observacionaies. Para ser verdade­
ra o falsa la teoría dependía —sin que im portara la
posición verificacionista o refutacionista pop-
periana— de los hechos del mundo. El mundo era
“externo” a la teoría; la teoría no le daba forma al
mundo sino que sólo podía responder a él. La im­
portancia de un lenguaje de observación neutral es­
taba precisamente en esto, aunque la idea de seme­
jante lenguaje resultara inquietante. Las reglas de
152 POSITIVISMO Y LENGUAJE
transformación también resultaron igualmente rea­
cias y se redujeron a lo que llegó a ser conocido
como el'“problema de la m edición”.17

Generalizaciones nomo lógicas


y generalizaciones empíricas
Entre las soluciones positivistas a este problema se
encontraron diversos modelos de medición que, su­
poníase, se aplicaban a los datos de la investigación
social y a los contextos en que habían sido recaba­
dos, como lo hemos analizado antes en relación con
las variables y los índices. Una doctrina que ejerció
gran influencia fue el “operacionism o”, el cual es­
taba fundamentado en la suposición de que las ca­
tegorías empleadas en la investigación empírica
quedaban insuperablemente definidas en términos
de las operaciones empleadas para medirlas (véan­
se Bridgeman, 1927; Campbell, 1957). Por ello, se­
gún esta doctrina, el concepto de IQ queda defini­
do como la propiedad medida por las pruebas del
IQ; conceptos similares, como clase, posición, po­
der, autoridad, etc., quedarían definidos por los in­
dicadores empleados al medirlos. Por ejemplo, el
concepto de clase podía medirse por la ocupación
o por el informe de los interrogados sobre la clase
a la que creían pertenecer, o por su nivel de educa­
17 Por ejemplo, así es como aparece en la obra de Blalock. Véa­
se, entre estos, Blalock (1982).
POSITIVISMO Y LENGUAJE 158
ción, etc. Tales medidas podían ser empleadas, y en
realidad lo son, en el análisis estadístico de los da­
tos. Una vez más, el operacionismo encarnó una
concepción empirista de la naturaleza de los con­
ceptos., que no correspondía a las esperanzas pues­
tas en ella. Una dificultad era que el operacionis­
mo, como fue rigurosamente concebido, creaba
agudos problemas de validez. Aunque estrictamen­
te hablando no se podía preguntar lo que una prue­
ba medía en realidad , ya que la medida era el con­
cepto, sí surgieron cuestiones de validez. Por una
parte, podía decirse que las diferentes medidas de
los fenómenos, como el IQ, estaban midiendo dife­
rentes cosas, puesto que eran diferentes medidas.
De manera similar, las diferentes medidas de clase
social o de posición social estarían midiendo dife­
rentes cosas. Sin duda ésta no era una situación sa­
tisfactoria, ya que a m enudo las medidas tenían que
ser diferentes por muy buenas razones prácticas, y
sin embargo los investigadores seguían deseando
generalizar a todos los ejemplos de los fenómenos,
cualesquiera que fuesen, pese a tener que emplear
diferentes medidas. Por ejemplo los físicos, después
de todo, miden la tem peratura de muy diversas ma­
neras, utilizando toda una variedad de instrumen­
tos, pero todas se ven como medidas de una misma
propiedad, Asimismo, hasta un débil operacionis­
mo —es decir, uno que no afirme que los conceptos
eran las propias operaciones de medición sino que,
en cambio, adoptara la doctrina como útil impera­
tivo para guiar la investigación social— conducía al
154 POSITIVISMO Y LENGUAJE
problema de relacionar conceptos empíricos con
conceptos teóricos.18
Aunque los procedimientos de -medición en
buen número de las ciencias sociales son extrema­
mente refinados, como lo son los métodos del aná­
lisis cuantitativo de datos, sigue teniendo im por­
tancia la cuestión de la pertinencia teórica de tales
técnicas.19 En su mayor parte fueron diseñadas
para explotar el principio de asociación o de corre­
lación, muy en la tradición de descubrir generaliza­
ciones empíricas, y su objetivo era m edir conceptos
en un nivel lo bastante elevado como para satisfacer
las suposiciones de las técnicas correlaciónales, crea­
das inicialmente en la genética, a principios del si­
glo XX. Aunque el uso de tales técnicas ha dado por
resultado cualquier número de generalizaciones
empíricas, hasta hoy ninguna se ha ofrecido como
ley causal. La ciencia social ha producido todo un
catálogo de asociaciones entre cualquier número de
variables; por ejemplo, entre clase y logro social, en­
tre logro social y movilidad, entre clase y elecciones
al votar, entre clase y enfermedad mental, entre re­
ligión y elecciones de los votantes, entre el grado de
industrialización y la violencia política interna, etc.;
casi demasiadas para poder enumerarlas.20 Todas
18 Para un útil análisis véase Pawson (1989).
Tales pregu ntas no sólo son planteadas p o r los filósofos
sino también por practicantes. Véanse, por ejemplo, Blalock (1982)
y Lieberson (1985).
20 Véase, por ejemplo, el com pendio de “descubrimientos"
que aparece en Berelson y Steiner (1967). Tal vez sea señal de los
.tiem pos el hecho de que, desde entonces, nadie haya intentado
repetir este ejercicio.
POSITIVISMO Y LENGUAJE 155
van de lo débil a lo fuerte y ninguna es perfecta, lo
que se ha atribuido a diversos tipos de errores de
medición y a la dificultad de controlar todos los fac­
tores posibles. Y sin embargo, ¿a qué equivalen ta­
les generalizaciones? ¿Son “protoleyes” tomadas de
disciplinas jóvenes e inmaduras que, sin embargo,
podrían servir como base para leyes más sólidas?
¿O son, simplemente, generalizaciones empíricas
que describen relaciones locales y temporalmente
restringidas?
Abordemos primero la cuestión de la naturaleza
de tales generalizaciones. Tales asociaciones nor­
malmente se derivan de una muestra de alguna po­
blación, y las medidas de asociación resumen las re­
laciones entre las variables de tal muestra. En
cualquier muestra podría producirse un número in­
determinado de tales asociaciones, entre todos los
tipos de fenómenos heteróclitos que normalmente
no consideraríamos de gran interés. Por consi­
guiente, las asociaciones resumen las relaciones en­
tre las variables que parecieron de importancia su­
ficiente para ser consideradas. Así, ¿cómo se llega a
la decisión de qué incluir dentro de un estudio,
dado que es imposible incluirlo todo? El modelo hi-
potético-deductivo sugeriría que la teoría dicta lo
que se debe incluir, las variables que se deben exa­
minar, las variables que se deben controlar, etc. El
propio Mili, aunque tan empirista como el que más,
no negó la importancia de las hipótesis como nece­
sarias si se quería aplicar alguno de sus métodos de
investigación y derivar consecuencias verificables
156 POSITIVISMO Y LENGUAJE
de las propias leyes. Mas para Mili todas las hipóte­
sis eran sugeridas por la experiencia y podían ser
verdaderas o falsas. i,Si aceptamos esto, aún no que­
da claro cómo podría decirse que las asociaciones
entre variables pudieran ser teóricamente pertinen­
tes. ¿Qué debemos hacer con una asociación o co­
rrelación que no es perfecta? ¿Prueba o refuta una
teoría? O bien, ¿debemos decir algo un poco más
débil: que “presta apoyo” o que “no es enteramente
congruente con”? En realidad, por lo general la in­
terpretación de tales asociaciones es cuestión post
hoc, a pesar de que nos inclinemos ante el hecho de
que el modelo hipotético-deductivo ha aprobado la
prueba de la predicción. Todos los tipos de racio­
nalizaciones, algunos más plausibles que otros,
pero muchos de ellos aun bastante plausibles, inter­
vienen para hacer teóricamente interesantes las aso­
ciaciones. La obra clásica de la ciencia social positi­
vista, el estudio del suicidio hecho por Durkheim,
contiene muchas generalizaciones que resumen las co­
rrelaciones entre el matrimonio y el suicidio, la vida
urbana y el suicidio y más, mientras que el resto del
análisis consiste en interpretaciones y argumentos,
muchos de ellos sagaces, ingeniosos y profundos,
que elaboran razones post hoc para explicar qué ha­
bía en los fenómenos correlacionados que condujo
al suicidio. Lo que queda claro es que las asociacio­
nes entre variables no hablan por sí solas.
¿Pueden considerarse tales asociaciones como
protoleyes? Una respuesta afirmativa a esta pregun­
ta parece difícil, pues lo que hasta aquí se ha dicho
POSITIVISMO Y LENGUAJE 157
señala la conclusión de que ninguna generalización
puede, lógicamente, entrañar una ley. El hecho de
que A siempre, hasta hoy, haya sido seguida por B
no implica que siempre será seguida por B. En rea­
lidad, no todas las declaraciones de la forma lógica
“Siempre que A, entonces B” pueden tratarse como
leyes en el sentido requerido por la ciencia. Por
ejemplo, las “generalizaciones nomológicas” apo­
yan las declaraciones condicionales subjuntivas y
contrafácticas mientras que no lo hacen así las “ge­
neralizaciones empíricas”. Por ejemplo, la ley sobre
los efectos de los solutos en el punco de ebullición
de un líquido impone un condicional subjuntivo
como “Si esta sal sólida se disolviera en esta olla de
agua hirviendo, entonces se elevaría el punto de
ebullición.” La ley, junto con declaraciones acerca
de las condiciones iniciales que afirman que la ley
es aplicable en este caso particular, nos permite ha­
cer semejante declaración. De m anera similar, apo­
ya declaraciones contrafácticas como “Si este pedazo
de sal sólida se hubiera disuelto en agua —aunque
no ocurrió así— se habría elevado el punto de ebu­
llición del agua”; en pocas palabras, las “generali­
zaciones nomológicas” o leyes nos perm iten hacer
inferencias acerca de casos que no ocurren hoy, no
ocurrieron en el pasado y pueden ocurrir o no en
el futuro. Declaran unas relaciones hipotéticas de
conexión invariable, ya sea que las relaciones se ha­
yan ejemplificado realmente o no.
Ninguna de estas características se aplica a las
generalizaciones empíricas. La generalización de
POSITIVISMO Y LENGUAJE
que todas las personas que hay en la habitación mi­
den menos de 1.80 m no permite hacer la inferen­
cia de que cualquiera que entre en la habitación
medirá menos de 1.80. Aunque siempre se haya sos­
tenido buen número de tales generalizaciones, en
realidad, en todo tiempo y lugar, esto seguirá sien­
do, como dice Brown, “Un feliz accidente y no una
consecuencia de que exista una conexión similar a
ley entre las propiedades en cuestión o, más básica­
mente, que haya una teoría científica de la cual se
pueda derivar la generalización.”21 Es decir, a falta
de una teoría científica que impida la aparición de
alguien de más de 1.80 m que entre en esta habita­
ción, no tenemos ninguna base para el tipo de in­
ferencia que podemos hacer utilizando generaliza­
ciones nomológicas. Sin embargo, la cuestión consiste
en saber si las generalizaciones empíricas o las no­
mológicas son la calse de generalizaciones que pro­
ducen los métodos de ciencia social del tipo de La­
zarsfeld.
Supongamos, por ejemplo, después de intensivos
estudios de muestras de individuos, que encontra­
21 Brown (1973: 93). En las elecciones generales de Gran Bre­
taña en 1997 los encargados de las encuestas se em ocionaron
mucho pensando que por entonces habían logrado hacei co­
rrectas sus predicciones de los resultados, después de fallar en la
lección anterior. Lo lograron después de hacer varios ajustes a
sus métodos para tom ar en cuenta las tasas cambiantes de la re­
velación de las intenciones de los votantes y otros cambios socia­
les. Esta vez predijeron sum am ente bien el resultado de la elec­
ción, pero aún están batallando con generalizaciones empíricas,
y no teóricas.
POSITIVISMO Y LENGUAJE 159
mos una alta correlación positiva entre el número
de hijos de una familia y un mal desempeño educa­
tivo. ¿Qué clase de generalización sería ésta? ¿Una
“accidental” o empírica, o qué? Resulta difícil de­
cirlo, pues podría argüirse que fueron ambas cosas.
En realidad, no es de esto de lo que se trata. Si de­
seáramos aplicar la generalización para explicar por
qué el pequeño Juanito, en la pobreza con 12 her­
manos y hermanas, no lo está haciendo muy bien
en la escuela, ésta bien podría ser la explicación.
Pero, ¿basta? ¿Qué decir de otros factores que pue­
den desempeñar una parte? ¿Cómo sabemos que es
el número de herm anos el que causa su mal apro­
vechamiento, y no, por ejemplo, la mala escuela, la
pasión de Juanito por la pesca, su dislexia o cual­
quier otra cosa que pueda caracterizar la vida y las
circunstancias de Juanito? En pocas palabras, ¿po­
dría deducirse el mal aprovechamiento de Juanito a
partir de esa generalización? La respuesta es: no, y
por tres grandes razones. En prim er lugar, en con­
traste con las leyes que se ofrecen en las ciencias na­
turales, el requisito de si las condiciones permanecen
constantes, en que se juzga la aplicabilidad de la ley,
en este ejemplo y en la mayoría de los ejemplos de
la verdadera vida social, no ha sido determinada. . .
por decir lo menos. En segundo lugar, la falta de
una teoría de la cual derivar la generalización y —lo
que es im portante—junto con alguna declaración
de las condiciones en que se aplicará la teoría, sig­
nifica que cualquier aplicación tendrá que ser de­
terminada post hoc. Aunque los mecanismos que in­
160 POSITIVISMO Y LENGUAJE
tervienen aquí tienen plausibilidad intuitiva —por
ejemplo, las familias numerosas significan menos
tiempo para estudiar,* menos atención de los padres
a cada hijo, rivalidad entre hermanos, etc.— este
proceso ad hoc no es precisamente lo que se espera­
ría de una teoría científica y de las observaciones
que de ella pudieran deducirse. Más aún, en rea­
lidad existe cualquier número de teorías que pu­
dieran explicar el mal desem peño d eju an ito en la
escuela, congruentes algunas de ellas con la gene­
ralización, pero muchas no tanto, y para las cuales
la conexión empírica entre el número de hermanos
y el aprovechamiento escolar no tiene importancia.
En tercer lugar, dado que la generalización se hace
a partir de muestras, todo lo que tenemos es una
generalización estadística, según la cual una pro­
piedad (el número de hermanos) queda asociada
con otra propiedad (el aprovechamiento escolar) en
una dirección y un tamaño particulares. De esto no
se sigue nada acerca de ningún ejemplo particular .22
No se puede encontrar una conclusión deductiva,
sino sólo una inductiva. Las premisas erigidas sobre
tales generalizaciones no pueden implicar lógica­
mente una conclusión sino tan sólo darle apoyo.
A este respecto Lieberson nos ofrece un ejemplo
esclarecedor.23 Pregunta: ¿cómo se las arreglan los
investigadores sociales, utilizando sus métodos y
22 Robinson (1950) es un ejemplo clásico que identifica cier­
to núm ero de “falacias ecológicas” que intervienen al hacer in­
ferencias acerca de individuos, a partir de datos acumulados.
2J Lieberson (1985: 99-101). Tam bién es im portante observar
POSITIVISMO Y LENGUAJE 161
modos de pensar, para estudiar la cuestión de por
qué caen los objetos? Visualiza un estudio, basado
en una analogía con el tipo característico del estu­
dio de investigación social en que el objetivo carac­
terístico es explicar la varianza en la conducta de di­
ferentes ejemplos de los fenómenos (como las
diferencias de logros educativos de individuos o de
clases de individuos). De este modo, en la analogía
con la ciencia natural, se deja caer toda una varie­
dad de objetos desde una altura, sin beneficiarse de
fuertes controles, como el vacío, condición, repeti­
mos, que corre paralela a la mayoría de las circuns­
tancias en la investigación social, en que los contro­
les, si existen, entran post hoc en la etapa del análisis
de datos. Si el tiempo que tardan los objetos en lle­
gar al suelo difiere, entonces la pregunta se vuelve:
¿cuáles características de los objetos determinan
esta diferencia? La resistencia del aire a falta de un
vacío, y el tamaño y la densidad de los objetos, a pri­
mera vista afectan la velocidad de la caída. Supon­
gamos que estos factores, aun incluyendo a otros,
tomados en conjunto explican todas las diferencias
de velocidad de la caída entre los objetos.24 En el
contexto de una investigación social, la mitad de las
que com prende que la investigación social es, principalmente,
investigación de estudios y análisis cuantitativo de datos.
24 Esto presupone que podríam os explicar todo lo que se co­
noce como la varianza, estadísticamente definida, en la investi­
gación social. Sería algo sin precedentes. Lieberson saca algunas
conclusiones devastadoras acerca de la capacidad de la investi­
gación social no experimental para realizar sus ambiciones de
predecir explicaciones que teóricamente fuesen pertinentes.
162 POSITIVISMO Y LENGUAJE
veces se concluiría que debía llegarse a una com­
pleta comprensión del fenómeno, puesto que ya se
habían explicado todas las diferencias. Pero, desde
luego, la idea de este ejemplo es que no habíamos
contado con la idea de la gravedad. ¿Qué estuvo
mal? Como dice Lieberson, los datos sobre el fenó­
meno de interés no necesariamente son aplicables a
la cuestión de interés. Por ello, un análisis de la ve­
locidad de la caída de diversos objetos podría reve­
larnos por qué difieren en la velocidad de su caída,
pero no por qué caen. Lo que no tendríamos sería
la capacidad de la teoría de la gravedad y su decla­
ración de la constancia de la tasa de aceleración de
los objetos al caer, para enfrentarnos a muchas de
las aplicaciones para las que se la emplea.
Aquí una consideración importante, que ya en­
contramos en nuestro análisis de las ideas de Pear-
son, y plenamente reconocida por Lazarsfeld, en su
búsqueda de las ideas del análisis de variables, es el
carácter no experimental de la investigación social.
Sin la capacidad de hacer eficazmente suposiciones,
si las condiciones permanecen constantes, acerca de los
efectos de factores no deseados, identificar relacio­
nes causales en que siempre está presente la “con­
taminación” por diversas influencias probablemen­
te le presentará dificultades fundamentales a los
investigadores positivistas. Como ya se ha dicho an­
tes, en el análisis de las variables norm alm ente se
emplean controles en la etapa del análisis de datos,
por ejemplo, com parando unidades en las estadísti­
cas de algunas características para ver cómo, dado
POSITIVISMO Y LENGUAJE 163
que esas características son las mismas, difieren de
otras características; el objetivo es ver cuánto de la
variabilidad de los valores de la variable depen­
diente queda explicado por una o más de las varia­
bles independientes. Asimismo, como ya se dijo,
para Pearson y sus afines esto es enteramente el
problema, a saber, encontrar las variables que ex­
plican la mayoría pero no toda la varianza. Para él
simplemente no tiene objeto tratar de sumar las
causas hasta que se haya explicado toda la varia­
ción. La eliminación completa de la variabilidad en
la observación del m undo real es una quimera. Lo
único que im porta son las variables sumamente co­
rrelacionadas.2' 1

■’ Por desgracia para este tipo de concepción, frene varias


graves fallas técnicas, aparte de las sugeridas por el ejemplo de
Lieberson. T urner (1987) señala, por ejemplo, que ni la metafí­
sica subyacente en esta concepción de la investigación social ni
las técnicas estadísticas utilizadas para aplicarla toman en cuen­
ta que las teorías quedan subdeterm inadas. No sólo no hay un
objetivo alcanzable de la eliminación completa de la variabilidad
sino que habitualm ente hay más de una m anera de añadir o de
combinar variables hasta llegar al punto de redundancia, supo­
niendo que esto sea capaz de arribar a una definición plausible,
sin tomar en cuenta el hecho de que hay más de una elección
acerca del m odo en que se pueden m edir las variables. T urner
indica que no se puede m antener una relación lógica entre pre­
tensiones teóricas y generalizaciones basadas en datos estadísti­
cos, en gran parte por causa de la suposición acerca del orden
de las variables, el hecho de que estén completas, su linealidad
u otras cosas, y su independencia, esencial todo ello para las m a­
temáticas de la m odelación estadística, y que siempre hará que
las generalizaciones estén relacionadas con suposiciones. Sin
embargo, esto no equivale a decir que las condiciones de una ley,
164 POSITIVISMO Y LENGUAJE

E l POSITIVISMO Y LA TEOPÍA

La concepción positivista del conocimiento científi­


co, con su hincapié en la observación y en el méto­
do empírico, con relativo descuido de la teoría, re­
sulta ser una mala caracterización de la lógica de la
ciencia natural a la que supuestamente rinde ho­
menaje. Esto no es decir que la observación y el mé­
todo empírico carezcan de importancia en la cien­
cia natural o en cualquier otra ciencia, aunque el
positivismo tal vez tendiera a convertirlas en feti­
ches. El problema se encontró en la forma en que el
positivismo trató la teoría y las generalizaciones teó­
ricas con su conexión con lo empírico. De acuerdo
con la versión positivista, los fundamentos del co­
nocimiento científico han de encontrarse en la rela­
ción sistemática y persistente de lo observable con
lo observable.26 Es un sistema de prueba y error, y
no por ello pierde eficiencia. En contraste, el
racionalismo subraya la conexión lógica de la idea
con la idea, como es característico en la lógica, en
las matemáticas y en algunos sistemas metal ísicos
de pensamiento. La ciencia comparte característi-
por ejemplo las leyes de Newton, se apliquen en un vacío a baja
velocidad, sin una presión significativa de la luz, etc. Pero se sabe
que éstos son factores m ensurables, y no suposiciones que
haya que hacer para aplicar modelos estadísticos.
26 Esto es uno de los rasgos distintivos de la mayor parte de
las formas del em pirismo y se encuentra en muchas actividades
diversas, desde la magia primitiva hasta la tecnología moderna.
Véase Willer y Willei (1973: 16).
POSITIVISMO Y LENGUAJE 165
cas de ambas, pero de una m anera muy distinta de
la propuesta por el positivismo. En realidad, la cien­
cia se interesa principalmente por producir explica­
ciones teóricas de conexiones empíricas pero no
—al menos no de manera sencilla— como relación
de lo observable con lo observable. Podríamos de­
cir que sus explicaciones teóricas son más raciona­
listas que empiristas, y en las más avanzadas de las
ciencias naturales consisten casi exclusivamente en
formulaciones matemáticas. Los conceptos de las
teorías reciben su relieve empírico a través de la
abstracción mediante la cual se seleccionan propie­
dades de objetos empíricos y se las conecta racio­
nalmente dentro de un marco teórico. La fuerza del
anterior ejemplo, tomado de Lieberson, es que los
métodos de la ciencia social no pueden simplificar
suficientemente sus problemas para poder formu­
lar leyes definitivas. Para volver a emplear el mismo
ejemplo, no pueden abstraer las propiedades perti­
nentes de los “cuerpos que caen” haciendo suposi­
ciones, en este caso, acerca de un vacío perfecto en
que los objetos están cayendo, y aportando así las
condiciones necesarias para la matematización de
la teoría.27
Una explicación científica utiliza conexiones teó-
27 El proceso, desde luego, es más complicado que esto, y no
toma en cuenta los años de paciente trabajo que sentaron la base
de la idea. Pero recuérdese que nuestro análisis, aquí, es acerca de
la lógica de la explicación científica, y no de la práctica de la
ciencia. Se sabía de los “cuerpos que caen” antes de que Newton
propusiera la teoría de la gravedad. Para él la cuestión era ex­
plicar por qué caen los cuerpos.
166 POSITIVISMO Y LENGUAJE
ricas determinativas, y no conexiones interpretadas
como declaraciones causales generales, como lo
quería el pensamiento positivista. Pero esto es lo de­
terminante de la conexión racional. Como ejemplo
(Willer y Willer, 1978: 16) una relación entre el cli­
ma frío y la ruptura de radiadores de autos puede
establecerse fácilmente por medio de métodos em­
píricos. En semejante caso, la conexión se precisa
como resultado de repetidas observaciones y, como
diría Hume, por hábito. Semejante explicación, va­
liéndose de la conexión empírica entre radiadores
rotos y clima helado, puede ser adecuada para su
propósito, especialmente si el objeto es evitar que
se rompan los radiadores de los autos. En cambio,
una explicación científica podría empezar con la
idea de que, con perfecta elasticidad, tensión es
igual a esfuerzo. Se haría entonces un intento por
determinar un valor para el límite de elasticidad del
radiador, midiendo la cantidad de fuerza aplicada
antes de que el radiador se rompa. Al m edir la tem­
peratura del aire y del agua la noche en cuestión,
podemos determ inar el punto en que el agua se
congelaría, produciendo hielo suficiente para apli­
car la fuerza que llevaría la resistencia del radiador
hasta su límite; una fuerza superior a este límite
quebraría el radiador. En este caso estamos apli­
cando una ley, una afirmación de identidad, en que
la fuerza es igual a la tensión en condiciones de per­
fecta elasticidad de un objeto. El propósito de la ley
es derivar una medida del limite de presión, y com­
parar con tal límite la presión calculada en el mo-
POSITIVISMO Y LENGUAJE 167
mentó de la ruptura. En la medida en que el valor
del límite de presión fue determinado por un cálcu­
lo de la presión, es difícil ver cómo se podrían re­
futar las leyes en semejante aplicación. No habría
sido posible llegar empíricamente al cálculo exacto
de un límite. Aun cuando la tem peratura se habría
podido m edir con tanta exactitud como aplicando
métodos empíricos, y hacer la generalización de
que cuanto más frío haga más probablemente se
romperá el radiador, esto no daría por resultado el
cálculo de un límite. Puede resultar en una distri­
bución de la probabilidad, pero esto no nos revela­
rá si el radiador se romperá o no. La ley científica
puede señalar una condición mensurable en la cual
ocurrirá esa rotura; una generalización empírica
sólo nos dirá que la rotura tiene una cierta proba­
bilidad.
Antes ya se observó que la explicación positivista
de los modos en que trascendían los ejemplos par­
ticulares fue deficiente. En efecto, propone un
proceso de aplicar un nombre a un conjunto de
propiedades similares, para form ar una catego­
ría particular: un Volkswagen sedán pertenece a la
categoría general “automóvil”, John Hughes a la ca­
tegoría “varón”, Charis Hughes a la categoría “hija”,
etc. Luego, esas categorías se relacionan con otras
categorías empíricas por medio de métodos como
las correlaciones. La ciencia, por su parte, trascien­
de los casos particulares, como ya se dijo, por abs­
tracción; es decir, por un proceso de selección, y no
por la suma de características similares. En reali­
168 POSITIVISMO Y LENGUAJE
dad, los fenómenos de observación abstraídos de
esta m anera pueden tener poca similitud obvia en­
tre sí. Las bolas de billar no son como los cohetes,
pero podrían ser conectadas de modo abstracto con
los conceptos de las mismas leyes del movimiento.
El significado de los conceptos abstraídos no se
deriva de la similar apariencia de los objetos sino de
su relación con otros conceptos en la teoría. En
efecto, el proceso de abstracción es una de las ob­
servaciones conceptualizadoras, de tal m odo que se
las pueda relacionar deterministamente con otros
conceptos. Al punto se ofrece como marco concep­
tual de la teoría un universo potencialmente infini­
to. La conexión racional entre los conceptos de una
teoría no es como una conexión causal. Bien pode­
mos emplear la relación d’ = vt (“distancia” igual a
“velocidad” multiplicada por “tiempo”), y utilizarla
para construir velocímetros, medir distancias reco­
rridas, calcular cuánto tiempo necesitaremos para
llegar hasta Guadalajara, etc., pero no observamos
la distancia para descubrir si en realidad es una ve­
locidad multiplicada por el tiempo; vt nos dice lo
que es la distancia en términos de tiempo y de ve­
locidad.
La abstracción en la ciencia va y viene entre el ni­
vel empírico y el teórico, exponiendo y agudizando
la gama de aplicación y su poder explicativo. Es
cuestión de establecer un isomorfismo entre térmi­
nos teóricos que, por su naturaleza, son inobserva-
bles, y los observables empíricos. Esto se puede fa­
cilitar mediante la manipulación en condiciones de
POSITIVISMO Y LENGUAJE 169
laboratorio, fijando condiciones empíricas y va­
riando el modelo que convenga al caso empírico,
etc. En lo tocante al proceso de abstracción, y en
contraste con el caso de las generalizaciones, no
hay dificultad acerca de cuán similar es lo similar,
puesto que la teoría y su(s) modelo(s) son construc-
tos o invenciones mentales deliberadas para adap­
tar y traducir la teoría a fin de aplicarla a casos par­
ticulares. En realidad, las teorías pueden aplicarse a
un gran número de casos, así como la ley de los
cuerpos que caen se aplica a todo lo que cae o vue­
la. No ocurre así con las generalizaciones empíri­
cas. La falta de "éxito en el caso de una teoría no sig­
nifica que la teoría fuera falsa; puede indicar más
bien un límite para su alcance, o que se ha cometi­
do un error al abstraer.28
En esta visión de la explicación científica se en­
cuentra una concepción muy diferente de la medi­
ción. Para el positivista la medición es, efectiva­
mente, cuestión divorciada de la teoría. Por lo
tanto, el llamado “problema de la m edición” en la
ciencia social se ha visto casi siempre como un es­
fuerzo por ti atar de poner en escala todo tipo de
variables, desde las macroestructurales hasta las
afectivas, intentando darles el tipo de precisión y
exactitud que se consideran características de la
El advenimiento de la teoría de la relatividad de Einstein y
la mecánica cuántica en física, por ejemplo, no han refutado la
teoría de Newton sino, más bien, indicado su alcance, es decir,
su restricción a la baja velocidad de la luz y en distancias relati­
vamente cortas.
POSITIVISMO Y LENGUAJE
medición en la ciencia.29 Se dedicó mucha energía
a formar "índices” para los conceptos teóricos, con
el objeto de conectar la teoría con el m undo empí­
rico de las cosas observables mediante el uso de téc­
nicas esencialmente empíricas. Sin embargo, según
la visión abstractiva de la conexión de la teoría con
los hechos observables empíricos, es la medición la
que da su interpretación empírica a un concepto teó­
rico. La medición ordena los datos, y no a la inver­
sa, y es, en gran parte, consecuencia de la teoría.
Por ejemplo, la “longitud” en una teoría científica
tiene un significado puram ente teórico determina­
do por los postulados y las leyes de la teoría. Los
conceptos que se miden son elegidos a consecuen­
cia de estos postulados y leyes y pueden ser empíri­
camente interpretados de muy distintas maneras,
de acuerdo con las circunstancias. La aplicación de
una teoría a una vasta gama de fenómenos hace sur­
gir muy diversas interpretaciones empíricas. Como
lo ha señalado Pawson, en la ciencia:
de la medición es encarnar dentro de un
el o b je tiv o
instrumento los principios derivados de la ciencia teó-
29 Dimean (1984) tiene m ucho que decirnos sobre la llamada
exactitud de la m edición en las ciencias físicas y, con mayor ex­
tensión, sobre los esfuerzos de las ciencias hum anas por emular­
las. Durante los decenios de 1930 y 1940 se dedicó considerable
esfuerzo, principalm ente entre los psicólogos, a lo que se cono­
ció como la “teoría de la m edición”, la cual trataba la medición
como si fuese una lógica “que se sostenía por sí sola”, indepen­
diente de consideraciones teóricas. Véase, por ejemplo, Torger-
son (1958); Stouffer (1962) contiene escritos de uno de los prin­
cipales iniciadores de este movimiento.
POSITIVISMO Y LENGUAJE 171
rica. De este modo, la instrumentación se ve como
rama de la ingeniería y la ingeniería no es más que la
aplicación de las leyes, teorías, hipótesis y principios
de la física teórica [. . .] la incorporación de la teoría
en el dominio observacional no es considerada como
un problema sino como la verdadera justificación de
la medición [Pawson, 1989: 106-107].
Por ejemplo, se puede medir la temperatura em­
pleando un simple termómetro de mercurio o, con
objetos muy fríos, por medio de la resistencia de
una corriente eléctrica. En ambos casos la medición
es resultado directo de las leyes de la termodinámi­
ca aplicadas a diferentes dominios: la expansión de
los líquidos en un caso, y la conductividad eléctrica
en el otro. La medición de un carácter científico ri­
guroso es imposible sin una teoría rigurosa que es­
pecifique la estricta relación matemática existente
entre los conceptos.
Si las ideas que acabamos de resumir son correc­
tas, debemos descartar la visión positivista del co­
nocimiento científico. Subrayaba algunos aspectos
de la ciencia, en particular su carácter empírico, al
precio de no ver la significación de otros, especial­
mente de la teoría. La ciencia es empírica pero tam­
bién es profundamente teórica; en realidad, tal vez
podría establecerse un argumento más convincente
de que la ciencia está más interesada en la teoría
que en lo empírico. Las leyes, que eran objetivo a la
vez del positivismo y de la ciencia, no son generali­
zaciones empíricas causales, sino declaraciones ra­
172 POSITIVISMO Y LENGUAJE
cionalmente conectadas. Cierto es que en su infan­
cia algunas ciencias bien pueden proceder de ma­
nera más empírica correlacionando hechos obser­
vables con otros hechos observables, pero si se
quiere que haya progreso las cosas no terminarán
allí. El positivismo sospechó que la conexión racio­
nal podía ser más importante de lo que quisieran al­
gunos de sus partidarios y, por ejemplo, el modelo
de explicación hipotético-deductivo fue un intento
por racionalizar la importancia de la lógica y de las
matemáticas, pero firmemente dentro del marco
empirista.
Sin embargo, aunque bien puede aceptarse que
la visión positivista de la ciencia estuvo mal conce­
bida, esto no es decir que los métodos que autori­
zaba como propios de la ciencia social también sean
enteramente inútiles. Bien puede ser que no sean
científicos, ya sea en el modo en que el positivismo
los interpretaba o, en realidad, en términos de la
opinión que acabamos de esbozar, pero esto no im­
plica que carecieran de todo objeto como forma de
conocimiento. En cambio sí implica que no pode­
mos salir del paso tan fácilmente otorgando a esos
métodos la categoría de parangón científico, que
no tienen.
Se ha dicho, y desde muy diversos enfoques, que
el esfuerzo por emular la ciencia natural y, para el
caso, la más avanzada de las ciencias naturales, es
prematuro, dado el actual desarrollo de las ciencias
sociales. Por ejemplo, el empleo del modelo de ex­
plicación hipotético-deductivo bien puede no ser
POSITIVISMO Y LENGUAJE 173
útil dadas las condiciones especiales de las que de­
pende: un conocimiento sólido, una capacidad de
mantener factores constantes ajenos a la relación de
interés, claras conexiones deductivas con la teoría
general, etc., y por consiguiente, en la actualidad
las ciencias sociales deben contentarse con formas
“menores” de explicación. Al fin y al cabo la histo­
ria funciona bien con “explicaciones genéticas”, in­
teresadas por mostrar cómo ocurrieron ciertos
acontecimientos y sin hacer ninguna referencia ex­
plícita a las leyes como tales, sino por el despliegue
de una narración explicativa;30
También es posible reconocer que hay mas ma­
neras de ser científico de lo que aceptaría el positi­
vismo, y que no es posible tratar las ciencias socia­
les como si fuesen ciencias naturales inmaduras,
sino que son clai ámente diferentes y, por lo tanto,
necesitan seguir una lógica de explicación diferen­
te. Esto fue, en términos generales y como lo vere­
mos en el capitulo v, el centro de los debates ocu­
rridos en Alemania a partir de finales del siglo xix.
Estas son, obviamente, cuestiones importantes,
algunas de las cuales serán abordadas más directa­
mente en capítulos ulteriores. De momento, proce­
de sacar una o dos conclusiones preliminares, Una
implicación es que la versión positivista de la auto­
ridad intelectual de los métodos de la ciencia social
es deficiente, al igual que algunas de las afirmacio­
30 Pero véase Nagel (1961) para otro concepto de la explica­
ción histórica.
174 POSITIVISMO Y LENGUAJE
nes hechas en nombre de esos métodos. En la me­
dida en que tales métodos producen generalizacio­
nes empíricas, se verán sometidos al tipo de limita­
ciones lógicas que hemos analizado. Pero, reiterando,
esto no es decir que tales generalizaciones carezcan
de interés.
También hay implicaciones para las interpreta­
ciones de la naturaleza de la teoría científica social,
que en su mayor parte se vuelven menos que cientí­
ficas. Aun dentro de un marco positivista, la rela­
ción de la teoría con los datos resultó problemática.
Suponíase que, para ser verdad, la teoría dependía
de los “hechos” del m undo que eran externos a la
teoría misma. La teoría no le daba forma al mundo,
pero respondía a él. La importancia atribuida al de­
sarrollo de un lenguaje de la observación que fuese
neutral ante las teorías radicaba precisamente en
esto. Sin embargo, muchas de las candidatas a teo­
rías en la ciencia social fueron y siguen siendo re­
chazadas por motivos extraempíricos. Por ejemplo,
durante los sesenta, el gran debate teórico en la so­
ciología fue entre las teorías del conflicto y el fun­
cionalismo. El funcionalismo fue atacado porque
parecía desconocer el hecho del conflicto en la vida
social, mientras que uno de sus principales objeti­
vos era examinar las causas y consecuencias del
conflicto dentro de un marco de conceptos que su­
brayaban la naturaleza sistemática de la sociedad.
Sin embargo, cada bando del debate hablaba sin es­
/

cuchar al otro. Estaba en juego algo distinto de la


categoría científica de las respectivas posiciones teó­
POSITIVISMO Y LENGUAJE 175
ricas, lo cual tenia mucho que ver con lo que las
connotaciones de conceptos como “conflicto”, “es­
tabilidad”, etc., llevaban consigo acerca de aconte­
cimientos y procesos familiares en las sociedades
históricas. Más vale ver esos debates como riñas so­
bre cómo debería verse al mundo social, poco rela­
cionadas en realidad con el valor científico de tales
teorías. Esto nos lleva a otro punto general acerca
de la teoría científica social, que analizaremos más
completamente en el próximo capítulo.
El positivismo, con su insistencia en la idea de un
lenguaje de observación neutral, generalización
empírica, etc., se mostraba renuente a preocuparse
por el origen y la fuente de las teorías. Esto queda
ilustrado por la relativa falta de interés hacia la
cuestión del descubrimiento científico, que fue re­
legada a la posición de aspecto secundario, fuera de
toda preocupación filosófica seria. De mucho ma­
yor importancia era la cuestión de verificar las teo­
rías, una vez formuladas. El descubrimiento de
teorías era cuestión de conjetura de parte de los
científicos y su imaginación, fantasía, inducción y
especulación, pero ciertamente quedaba más allá
de la descripción lógica formal, Se sostuvo que lo
que podría describirse como proceso lógico era la
confirmación y prueba de las teorías. En esa medi­
da las teorías habían de apegarse a ciertas norm as
formales para ser capaces de ser probadas contra
los “hechos” del mundo. Sin embargo, aunque esta
insistencia habría podido parecer excusable o justi­
ficable en conexión con las teorías de la ciencia na­
176 POSITIVISMO Y LENGUAJE
tural, lo resulta bastante menos con referencia a las
ciencias sociales. El concepto mismo de un ámbito
de la investigación, fuese sociología, economía, físi­
ca, química, historia o cualquier otra cosa, presupo­
ne cierto esquema conceptual que ordena el m un­
do como preludio a la observación de los hechos
pertinentes. Por ejemplo, esto íue lo que Durkheim
insistió en establecer, a saber, la distintividad con­
ceptual de la sociología como disciplina autónoma
con su propio dominio de hechos, hechos que co­
bran importancia y significación porque son distin­
tivamente sociales. En otras palabras, el ordena­
miento conceptual necesario para identificar una
especie de hechos empieza a desafiar la idea de que
la observación es, exclusivamente, una cuestión
neutral en términos teóricos. Sugiere que el cono­
cedor es constituyente activo de la construcción del
conocimiento. Según esta opinión, las teorías cien­
tíficas se vuelven como invenciones activamente de­
dicadas a crear una realidad, y que no aguardan en
forma pasiva su sustanciación por los hechos del
mundo exterior. En realidad, gran parte de la teo­
ría científica social queda subdeterm inada por los
hechos del m undo social, en el sentido de que no es
concebible un “experimento estratégico” que pu­
diera decidir entre ellos. Antes bien, más vale con­
siderar tales teorías como esquemas conceptuales
que estipulan y hasta legislan lo que puede ser el
dominio del hecho.
Una última observación. Aunque se ha mostrado
que la concepción positivista de la ciencia tiene gra-
POSITIVISMO Y LENGUAJE 177
ves fallas, esto no equivale a decir que las ciencias
sociales no pueden ser científicas según otra inter­
pretación de la ciencia. Habrá que enfrentarse a
esta cuestión, pero antes de hacerlo es necesario po­
ner al día algunos de los debates acerca de la natu­
raleza de la ciencia.
IV. EL POSITIVISMO
Y LA CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA

En e s t e capítulo se enfoca una perspectiva un poco


más vasta sobre cuestiones de la filosofía de la cien­
cia, pero que continúa algunos de los temas plan­
teados en el capítulo anterior, reflexionando una
vez más sobre esa eterna ambición de ser científica
a la manera de las ciencias naturales que fue legada
a las ciencias sociales del siglo XX por el positivismo
decimonónico. Como ya se dijo antes, la visión de
la ciencia era de gran inspiración filosófica y, filo­
sóficamente, controvertible. Empezaremos por revi­
sar, de nuevo, el modelo de explicación hipotético-
deductivo.

U na v ez m á s, el m o d e l o d e e x p l ic a c ió n
HIPOTÉTICO-DEDUCTIVO

El modelo hipotético-deductivo representó una teo­


ría científica corno conjunto de declaraciones co­
nectadas por reglas lógicas. La ley se expresó como
declaración universal de la forma “Siempre que A,
entonces B.” A partir de estas y otras declaraciones
de las “condiciones iniciales” se podría deducir una
hipótesis acerca de lo que debería ocurrir, la cual
178
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 179
pudiera ser puesta a prueba frente a la observación
empírica; es decir, revisada para ver si ocurría lo
que debía ocurrir. Se consideraba que un aconteci­
miento estaba explicado si podía mostrarse que era
consecuencia lógica de las declaraciones teóricas.
En otras palabras, la verdad del explanandum (es de­
cir, la declaración que dice lo que ha ocurrido o
que especifica el acontecimiento que se va a prede­
cir), queda garantizada, en parte crucial, por la ló­
gica, mientras el explanandum sea lógicamente de-
ducible de las declaraciones empjricamente ciertas
acerca de las condiciones iniciales y las leyes gene­
rales: el explanans, como se las llama. Si el esquema
se utiliza en retrospectiva, produce explicaciones;
utilizado prospectivamente, nos da predicciones. Si
es cierta la ley universal, se confirmará la predic­
ción; si no lo es, la predicción fallará y la ley uni­
versal debe quedar refutada.
Como hemos visto, esta interpretación parecía
resolver buen número de problemas, entre ellos los
que intervienen en proponer la inducción como
base de la universalidad de las leyes científicas. La
leyes científicas son leves empíricas su|etas a con­
firmación empírica, y en el método de prueba par­
ticipa la inducción. La explicación científica es ex­
plicación causal en que la “explicación de un
acontecimiento significa deducir una declaración
que lo describe, utilizando como premisas de la de­
ducción una o más leyes universales, junto con cier­
tas declaraciones singulares, las condiciones inicia­
les” (Popper 1959: 59). Las leyes científicas son
180 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
declaraciones causales que describen acontecimien­
tos en la naturaleza y pueden ser verdaderas o fal­
sas; su verdad o falsedad queda determinada por
observación. No hay necesidad de ningún proceso
inductivo o, en realidad, de ningún refugio metafíi­
sico en las apelaciones a la uniformidad de la natu­
raleza.
El modelo hipotético-deductivo pareció ofrecer
una caracterización de razonamiento científico con
el cual la ciencia social podía vivir, y que podría
emular. Además, la adopción de semejante m odo
de razonamiento, aun en los modestos niveles que
con realismo podrían alcanzar las ciencias sociales,
colocaría firmemente las ciencias sociales dentro
del campo de la ciencia. En otras palabras, el es­
quema sirvió como criterio definitivo de las formas
científicas de conocimiento. Sin embargo, en ma­
nos de Karl Popper las cuestiones no resultaron tan
directas.

El r e f u t a c io n is m o de P opper y el c a m in o
A LA SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA
En el capítulo anterior se llamó la atención del lec­
tor hacia el fracaso del inductivismo como justifi­
cación de las generalizaciones teóricas. Popper es­
tuvo de acuerdo. El modelo clásico de inducción no
podía librarse lógicamente de la incertidumbre que
planteaban las sucesivas observaciones. El conoci­
miento científico no puede proceder a la verifica­
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 181
ción de teorías por medio de pruebas empíricas
sino que, en cambio, tiene que depender de un mé­
todo crítico de “conjeturas audaces” e intentos de
refutación. Sin embargo, la filosofía de la ciencia de
Popper es más que una crítica del inductivismo; ¿1
se interesó enorm em ente en buscar lo que era dis­
tintivo del método científico. No todas las formas
de conocimiento son científicas y, como el positi­
vismo lógico, Popper se interesó en crear una nor­
ma de demarcación que pudiera distinguir la “cien­
cia”, en prim er lugar, de la metafísica, que podía
disfrazarse en algunas de las formas de las ciencias,
pero que en realidad solo comprende una “pseudo-
ciencia”. El inductivismo no distinguió a la ciencia
de la pseudociencia, ya que muchas actividades que
aspiran a la categoría científica, pero cuyas preten­
siones de ciencia fueron rechazadas por Popper, de­
pendían de la inducción. El inductivismo no sólo
no había logrado dar una justificación adecuada a
la verdad de las generalizaciones científicas sino
que también había corrido el riesgo de admitir den­
tro de la colección de las disciplinas científicas es­
fuerzos tales como la astrología, el psicoanálisis y el
marxismo, para no mencionar más que tres que
Popper negó fueran auténticamente científicas; las
dos últimas eran de naturaleza metafísica. Popper
deseó separar la ciencia de la metafísica y, en el
curso de su demostración, mostrar que el freudis­
mo y el marxismo, aunque creyeran ser científicos,
eran pseudociencias, porque en realidad eran me­
tafísicas.
182 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
La “norma de demarcación” que ofreció Popper
fue la de la refutabilidad. Ninguna cantidad de ob­
servaciones podría confirmar finalmente una gene­
ralización de la forma “Siempre que A, entonces B.”
Lo más que podría confirmar serían frases del tipo
de £‘Muv a menudo, cuando A, entonces B ’, o “En
todos los casos observados hasta la fecha, cuando
A, entonces B”, que no alcanzan la universalidad.
Las pretensiones universales del tipo de las leyes
Entre ellos todos los hechos de la clase apropiada,
incluyendo los que ocurrirán en el futuro y, como
lo había sostenido Hume, no puede haber certi­
dumbre de que lo que ha ocurrido siempre hasta
hoy tendrá que seguir ocurriendo la próxima vez.
Existe una asimetría entre la confirm ación y la re­
futación. Un contrae¡emplo, de una A que no va
seguida por una B, refutaría concluyentemente la
generalización universal y esto, sostuvo Popper,
indica el verdadero método de la ciencia: buscar la
refutación de las predicciones de una teoría. Las teo­
rías científicas bona fide se exponen al riesgo de la
refutación al declarar inequívocamente, en sus pre­
dicciones, lo que debe ocurrir en circunstancias es­
pecíficas, en caso de que sean ciertas. De este
modo, exhiben la condición de su fracaso como teo­
rías, lo que no hacen las teorías de la pseudocien-
cia. Por decir algo, estas últimas tienen cláusulas de
escape para dar explicaciones a toda falla de sus
predicciones y, por consiguiente, no se las puede re­
futar. Por ejemplo, las teorías astrológicas son irre­
futables v, por lo tanto, no son científicas; lo mismo
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 183
ocurre, sobre la misma base y de m anera mucho
más importante en opinión de Popper, con el mar­
xismo, el freudismo y hasta el darwinismo.
De esta manera, Popper revisó la concepción po­
sitivista ortodoxa de la ciencia y consideró que con
ello había hecho lo suficiente para disociarse de los
positivistas. El objeto de la ciencia no es hacer infe­
rencias de instancias específicas a generalizaciones,
sino buscar modos de rechazar las que él llamó “hi­
pótesis conjeturales”. La ciencia no es un cuerpo de
teorías ciertas acumuladas y acumulantes sino una
colección de conjeturas que aún están por ser refu­
tadas; la ciencia es un “sistema de conjeturas o pre­
dicciones que en principio no se pueden justificar,
pero que sólo pueden afirmar ser válidas en este
sentido: hasta hoy, han resistido las pruebas más di­
fíciles que los científicos han podido ponerles”
(Popper, 1959: 317). Además, las mejores son las
teorías que hacen predicciones precisas y por con­
siguiente las que más probablemente fallarán con
un experimento o una prueba cruciales.1 La capa­
cidad de las teorías para resistir pruebas, su “corro­
boración”, está relacionada con la improbabilidad
de sus predicciones. Plantean cosas que prima facie,
e independientemente de la teoría, parecerían inve­
rosímiles, como lo pareció inicialmente la predicción
de Einstein de que la luz se curvaría en la vecindad
del sol. Las mejores teorías, como la teoría general
1 Para un tratamiento más completo, véase A nderson et al.
(1986: 236-243).
184 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
de la relatividad de Einstein, establecen condicio­
nes muy precisas a lo largo de toda una gama de
pruebas y, por lo tanto, tienen un alto contenido
empírico que, según Popper, significa que pueden
excluir muchas posibilidades diciendo, si son cier­
tas, lo que debe ocurrir y lo que no puede ocurrir.
Son esas teorías, irrefutables en principio, las que
están virtualmente carentes de contenido empírico;
no pueden excluir nada pues nunca dicen inequí­
vocamente lo que debe ocurrir. Por consiguiente, la
ciencia es ante todo una busqueda crítica, implaca­
blemente competitiva, que siempre intenta destruir
o refutar sus conjeturas, incluso las mejores. Por
prueba y error críticos procede la ciencia, descar­
tando aquellas teorías que no pasan las pruebas e
intentando intensificar las pruebas de aquellas que,
al menos de momento, han pasado las mejores
pruebas que se puedan inventar para ellas. Sólo me­
diante el rechazo de teorías puede progresar nues­
tro conocimiento pues, dada la naturaleza del argu­
mento de Popper acerca de las generalizaciones
universales, nunca podemos tener la certidumbre
de que alguna de éstas sea verdadera. Lo único de
que podemos estar plenamente seguros es de que
algunas de tales generalizaciones han resultado fal­
sas. Mientras “reconozcamos que no hay autoridad
más allá del alcance de la critica que pueda encon­
trarse dentro de todo el ámbito de nuestro conoci­
miento [. . .] entonces podemos conservar [. . .] la
idea de que la verdad está más alia de la autoridad
hum ana” (Popper, 1965: 29-30). Para Popper esta
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 185
“epistemología evolucionista” no es diferente del
modo en que todas las formas de vida se adaptan, y
en realidad sólo es una extensión del modo de
aprender por prueba y error (tentativo). Desde luego,
existe siempre el riesgo de aferrarse a una teoría fa­
llida o, para el caso, de abandonar prematuramen­
te una buena. Pero la ciencia no tiene más remedio
que vivir con estos riesgos ya que, como lo reconoce
Popper, no hay normas no lógicas que participen
en la selección y promoción de las teorías científi­
cas. Como lo han demostrado los estudios de la so­
ciología y de la historia de la ciencia, hay muchas ra­
zones por las que a menudo nos hemos aferrado a
teorías, o hemos descartado otras, por normas que
no han sido estrictamente científicas, incluyendo
cosas tan prosaicas como la preferencia personal, el
avance en la carrera o la convicción religiosa. Pero,
según Popper, aunque tales cosas sean rasgo me-
rradicable de la historia social de la ciencia, no for­
man parte de su lógica, y es en esto en lo que pare­
ce estar principalmente interesado. La única
preocupación defendible de la epistemología como
teoría del conocimiento científico es con respecto a
los verdaderos procedimientos y productos de la
ciencia. La ciencia busca la verdad en el sentido de
correspondencia con la realidad, y sin embargo
nunca podemos demostrar de manera concluyente
que nuestras conjeturas son verdaderas. Antes
bien, la verdad se pone a prueba eliminando la fal­
sedad: “Somos buscadores de la verdad pero no so­
mos sus poseedores” (Popper, 1972: 59).
180 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
No obstante, aunque la norm a de refutabilidad
de Popper pretende ser lógica, se han expresado re­
servas sobre “si su punto es descriptivo o prescripti-
vo. En el prim er caso, entonces, como descripción
de cómo funciona la ciencia, es manifiestamente
deficiente. Los científicos no son críticos todo el
tiempo, no necesariamente buscan los terrenos de
pruebas más rigurosos para las teorías, y no siem­
pre pueden cumplir con las condiciones de la es­
tricta refutación. En el segundo caso, entonces, el
refutacionismo no sólo excluye ciertas teorías bien
conocidas y respetadas de la especie humana sino
que tiene el mismo efecto sobre cierto número de
teorías científicas naturales incluyendo, por ejem­
plo, la teoría evolucionista de Darwín. En lo tocan­
te a Popper, las teorías deben ser predictivistas; es
la predicción la que las expone a la refutación. No
se admiten teorías heurísticas. Además, no se toma
nota de la inmensa cantidad de trabajo taxonómico
que es fundamental en muchas ciencias. Dejando
aparte estas cosas, hasta como descripción de la ló­
gica de la ciencia, la de Popper es idealizada y pres­
ta poca atención a las razones lógicas que no sean
las más estrictas que los científicos puedan tener
para rechazar y aceptar hipótesis. Esto es im portan­
te si se invoca prescriptivamente la norm a de Pop-
per, pues ya no sólo describe la diferencia entre la
ciencia “propiamente dicha” y la pseudociencia sino
que empieza a estipular cómo se debe practicar la
ciencia.
A pesar de todo, debe decirse en defensa de Po-
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 187
pper que, en lo general, insiste en que no está tra­
tando de describir cómo se debe practicar toda la
ciencia, sino tan sólo la ciencia que puede contri­
buir al aumento de nuestro conocimiento, la ciencia
que se presenta en tal forma que corre el riesgo de
refutación. Popper no nos da una versión generali­
zada de cómo actúan todos los científicos; muchos
de ellos lo hacen con un espíritu burocrático, son
cautelosos y evaden todo riesgo intelectual, y care­
cen manifiestamente del implacable espíritu crítico
que Popper recomienda. Lo que éste considera que
está describiendo es cómo se practica la ciencia
buena, cómo los grandes científicos han dado gran­
des saltos de nuestro conocimiento al revisar por
completo nuestros modos de pensar. Científicos
como New ton y Einstein m ostraron una inclinación
a correr riesgos intelectuales. Popper también ad­
mitiría las “teorías heurísticas” mientras fueran uti­
lizadas para trabajar en pos de teorías que fueran
refutables. Sin embargo, a fin de cuentas, para él no
importa cómo se llega a la teorías, sino tan sólo que
deben conducir a “conjeturas audaces” y estar ex­
puestas a refutación, pues es en esto en lo que se
encuentra el progreso científico.
En lo tocante a las ciencias sociales, el prim er im­
pacto de la obra de Popper fue devastador. Los re­
querimientos de refutación proscribieron efectiva­
mente del tribunal de la ciencia muchas teorías de
la ciencia social, puestas a prueba y en las que se
confiaba, porque no podían expresar teorías en una
forma que las expusiera a la posibilidad de refuta­
188 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
ción. Se parecían más al freudismo y al marxismo
—en realidad, a menudo se derivaban de ellos— que
a las teorías newtonianas e einsteinianas. En lo con­
cerniente a Popper, todo lo que ofrecían eran m o­
dos de ver o puntos de vista sobre la vida social; no
eran teorías científicas . Este aspecto de la obra de
Popper fue desarrollado en sus vehementes argu­
mentos contra las visiones colectivistas de la socie­
dad, como la del marxismo, diciendo que no pro­
vocaban más libertad para el individuo, sino menos.
Cualquier intento de imponer la igualdad como el
más importante principio social organizador —o en
realidad em prender cualquier tipo de reconstruc­
ción general de la sociedad en nombre de alguna
ciencia social o principio general— tenía grandes
probabilidades de producir tiranía (véanse Popper,
1945; Sharrock, 1987). Los argumentos están co­
nectados, poderosamente, con el sentido que Pop-
per tenía de las limitaciones del conocimiento hu­
mano y, a este respecto, con su desconfianza de las
inspiraciones de la ciencia social (cuyo precursor
fue Comte), que la ven como una m anera de au­
mentar la intervención racional en la reorganiza­
ción completa de la sociedad humana para reducir
sus males. Para Popper semejante ambición, si se la
concibe en forma holística, ha de invitar inevitable­
mente a la tiranía, pues requeriría el sometimiento
de toda la sociedad a una autoridad central encar­
gada de controlar y de planear y que, a su vez, daría
por resultado la supresión de todas las alternativas
al punto de vista predominante. El conocimiento
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 189
científico es cuestión de ensayo y error, efectuado
por medio de pruebas y de crítica, y esto sólo se
puede realizar institucionalmente en una sociedad
“abierta” donde exista toda una pluralidad de pun­
tos de vista que compitan entre sí. Semejante pro­
ceso requiere que florezca la crítica, que aumenten
los argumentos, que pulule la disensión, y esto no
se puede hacer en sociedades “cerradas”. Sin em­
bargo, no se les niega a las ciencias sociales toda po­
sibilidad de intervención social útil, pero esto sólo
puede lograrse en modesta escala, en lo que Pop-
per llamó “ingeniería social por partes”.
De este modo, la doctrina del refutacionismo de
Popper dio una buena razón sobre por qué el es­
quema hipotético-deductivo era tan importante
para la filosofía de la ciencia al ser un formato que
imponía la exigencia de expresión en una forma re­
futable a una teoría científica. Fuese interpretado
en términos verificacionistas o en los términos re-
futacionistas de Popper, el esquema hipotético-de­
ductivo ha sido una idea poderosa en la filosofía de
la ciencia, como en todo lo demás, aunque no le ha­
yan faltado críticos. Pretendía evitar las dificultades
filosóficas del inductivismo pero también, a veces
inadvertidamente, aunque preocupada por mante­
ner la racionalidad del método de la ciencia, al mis­
mo tiempo puso de relieve la importancia de la his­
toria y de la sociología de la ciencia, aunque sólo
fuera, dicho en términos popperianos, para com­
prender cuáles teorías entraban en la carrera evolu­
cionista.
150 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA

EL GIRO KUHNIANO

A pesar de todo, la intervención de Popper provocó


cierto número de cuestiones que transformaron el
debate sobre la naturaleza de la ciencia y el método
científico. Aunque el propio Popper rechazara la
acusación de relativismo, la afirmación de que la
ciencia sólo podría, en el mejor de los casos, obte­
ner “aproximaciones sucesivas” a la verdad, junto
con la idea de que las observaciones están invaria­
blemente impregnadas de teoría, s: provoca conclu­
siones relativistas. Popper hizo dos afirmaciones
importantes; primera, que el método lógico de la
cieñcia es la refutación; segunda, que la ciencia
progresa por medio de prueba y error, mediante
una epistemología evolutiva que incorpora una ló­
gica de la crítica. En cambio, Kuhn (1996) afirmó
que ninguna de estas afirmaciones queda confir­
mada por la historia de la ciencia. Muy lejos de que
la historia de la ciencia m ostrara una absoluta con­
tinuidad en que las teorías, sometidas a una crítica
continua pero implacable, fueran siendo arranca­
das, dejando que sólo las mejores conjeturas se
adueñaran del campo, la conformidad y el conser­
vadurismo parecen ser la regla. Durante casi todo el
tiempo los científicos exhiben un gran apego a los
marcos generales o “paradigm as” dentro de los cua­
les procede la “ciencia norm al”, a su manera caute­
losa y monótona. Esos prolongados periodos se ven
salpicados por levantamientos en que la “ciencia re-
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 191
volucionaria” derroca la ortodoxia, tan sólo para es­
tablecerse como nueva ortodoxia. Sin embargo, le­
vantamientos como éstos son relativamente raros, y
en cierto modo puede decirse que sólo de mala
gana los científicos contemplan la necesidad de un
cambio teórico radical.
En esto Kuhn está basándose en ideas sociológi­
cas y utilizándolas contra las concepciones filosó­
ficas de la ciencia, incluso las del positivismo. En
pocas palabras, la ciencia es una institución social,
y en una ciencia madura los recién llegados pronto
son socializados para conformarse al marco de re­
ferencia recibido: aprender a ser científico es apren­
der cómo aceptar, trabajar y pensar dentro de los
idiomas ya establecidos en su particular disciplina
científica. Al hacerlo así, se comprometen con un
“paradigma” que— aunque no siempre es claro lo
que Kuhn quiere decir con esto— contiene, prime­
ro, toda una constelación de valores y creencias,
cogniciones, reglas de orden y técnicas de procedi­
miento compartidas por una determinada comuni­
dad científica; y, segundo, una colección de obras
ejemplares dentro de una disciplina, que sirven
como recetas para la actividad destinada a resolver
problemas. Los paradigmas incluyen un conjunto
compartido de símbolos, compromisos y valores
metafísicos, así como normas de juicio y de valor
del trabajo realizado. Por ello, llegar a ser miembro
de una comunidad científica es algo que incluye
una aculturación con el paradigma reinante. “La
ciencia norm al” caracteriza el tipo de actitudes y
192 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
prácticas que existen dentro de una disciplina, ba­
sada durante casi todo el tiempo en paradigmas, en
que los científicos, con toda paciencia y sin ningún
dramatismo, trabajan por elaborar teorías ya esta­
blecidas y acumulan descubrimientos a los que ha
dado forma el marco ortodoxo. Sin embargo, se­
mejante proceso siempre crea enigmas y problemas
—fenómenos que no embonan en las expectativas
de las teorías establecidas— que, aunque por un
tiempo se les pueda dejar a un lado, a la larga se
acumulan hasta que se vuelven tan graves que el pa­
radigma ortodoxo va pareciendo cada vez más ina­
decuado. Comienza entonces la búsqueda de un
nuevo paradigma; quienes mejor la realizan son los
científicos jóvenes, que tienen todavía que estable­
cer su reputación y su carrera. Y de este tumulto
surge un nuevo paradigma.
Segi-n algunos, la versión de Kuhn sobre el de­
sarrollo de la ciencia exagera los factores irraciona­
les y no racionales. El cambio de paradigmas equi­
vale a un cambio de gestalt, en el sentido de que las
cosas nunca podrán ser como eran antes. Un nuevo
paradigma es un nuevo m odo de ver las “mismas”
cosas de una m anera diferente, y el tipo de fenó­
menos con que trata la disciplina se modifica fun­
damentalmente, Los paradigmas son inconm ensu­
rables. No se les puede com parar en form a
conjunta contra una realidad independiente y neu­
tralmente observada, ya que parte del desacuerdo
sobre en qué consiste la realidad incluye, natural­
mente, el desacuerdo sobre cuál es la m anera co­
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 193
rrecta ele describirla. Cuando fue refutada la teoría
del flogisto sobre la combustión y Lavoisier descu­
brió el oxígeno, el universo fue diferente para la
ciencia (Anderson et al., 1987: 252). En ese caso, si
Kuhn tiene razón, no puede haber una cosmovisión
del m undo que sea independiente de teorías, y si el
cambio de un paradigma a otro es un movimiento
entre inconmensurables, puede parecer como si el
cambio científico fuese simplemente una historia
de cambios, la ciencia fuese inequívocamente un
proceso social, y la selección de teorías en compe­
tencia dependiera de este contexto. Más aún, seme­
jante idea parecería rechazar una teoría correspon­
diente de la verdad científica. Las teorías están
radicalmente subdeterminadas por los hechos del
mundo. El mundo, dicho de m anera un poco dis­
tinta, es capaz de influir sobre una muy grande va­
riedad de teorías, de ninguna de las cuales podría
decirse que es absolutamente superior a otra sobre
la base de una sola norm a inequívoca. El propio
Kuhn afirmó que no era relativista, y expresó cier­
to malestar ante el aparente abandono de la idea de
que la experiencia sensorial era fija y neutral, pero
también perdió toda esperanza de asegurar la obje­
tividad de la ciencia manteniendo la idea positivis­
ta del lenguaje de la observación neutral contra el
cual podían compararse, objetivamente, las hipóte­
sis de teorías rivales (Kuhn, 1996: 126; 1974).
La disputa entre las opiniones popperianas y las
kuhnianas es acerca del carácter de la lógica cientí­
fica y su lugar en la comprensión del desarrollo de
194 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA.
la ciencia, en particular sobre si es posible, o sensa­
to, describir el desarrollo de la ciencia como un
avance hacia la verdad (véase-Lakatos y Musgrave,
1970). A menudo, pero erróneamente, se supone
que Popper quiere decir que, a pesar de caprichos
y perturbaciones locales, la elección entre teorías y
hasta entre paradigmas se hace, o puede hacerse,
basándose en normas científicas racionales, y que
Kuhn quiere negar que la ciencia sea nuestro modo
más racional de operar. Puede verse a Popper sos­
teniendo que es el esfuerzo de refutar teorías por
medio de prueba y error de la crítica el que da por
resultado el lento avance hacia la ciencia, conforme
se van descartando las propuestas más débiles. En
cambio, se interpreta que Kuhn sugiere que esas
elecciones entre una teoría científica y sus suceso-
ras no son racionales porque la elección de la teoría
es resultado de consideraciones y factores no racio­
nales y extracientíficos, como la distribución del
poder y la reputación dentro de las disciplinas, y
dentro de la sociedad misma de compromisos perso­
nales, circunstancias culturales y políticas en gene­
ral, etc. Los “hechos” no pueden decidir la cuestión
porque lo que son los “hechos” depende del parti­
cular paradigma al que pertenecen, al igual que las
normas en vigor para juzgar cuáles teorías son m e­
jores que otras. Hechos, métodos y normas son in­
ternos de los paradigmas y no posiciones indepen­
dientes desde las cuales juzgarlos, y menos que
nunca apelando a un m undo independiente de toda
posición teórica. Tal cosa sería una quimera.
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 195
Sin embargo, esa caracterización de la diferencia
entre Popper y Kuhn pasa por alto el grado en que
también Popper, y mucho antes que Kuhn, ha adop­
tado una visión “sociológica” de la ciencia como
base para su objetividad, además de subrayar las
fuentes no racionales de la motivación científica 2
Popper insiste en que la objetividad de la ciencia
depende de la crítica, y ésta sólo es posible en unas
disposiciones sociales dentro de las cuales se la haya
institucionalizado. El hecho de que los científicos
individuales sean tan humanos como el resto de no­
sotros, tengan sus propias opiniones, prejuicios,
puntos ciegos, creencias extracientíficas, etc., no
debe lamentarse sino ser bienvenido. Es la diversi­
dad de las convicciones de los científicos la que
constituye el motor de una crítica vigorosa. Si no tu­
vieran convicciones fuertes y hasta apasionadas,
¿por qué se verían motivados a hacer el esfuerzo de
criticar otras ideas? Pero el hecho de que los cientí­
ficos estén tan “irracionalm ente” motivados como
son “racionales” no niega la idea de Popper pues,
como ya se señaló, con respecto al problema que le
interesa, es decir, el aumento del conocimiento, no
tiene ni la menor importancia de qu*: manera se llega
a formular para nada cómo se llega a las conjeturas
científicas, siempre que, cuando se producen, se las
pueda someter a prueba. Se puede generar de la
manera más irracional una conjetura que luego sea
- Véase su crítica de la sociología del conocimiento en Po­
pper (1945: vol. 2).
196 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
capaz de someterse a prueba. La racionalidad y la
objetividad de la ciencia se encuentran en el proce­
so de la crítica dentro del cual prejuicios y tenden­
cias se cancelan mutuamente, por decirlo así. Sin
embargo, Popper y Kuhn sí difieren, si no con res­
pecto a la existencia de motivaciones “irracionales”
dentro de la comunidad científica, entonces sobre
la naturaleza esencial de la actividad científica
como crítica y conformista.
Aunque las opiniones de Kuhn despertaron no
poca emoción en la ciencia social, no es claro cuá­
les puedan ser exactamente sus implicaciones, salvo
como manera de escribir la historia de la ciencia so­
cial en términos de cambios de paradigma (Urry,
1973). En otras palabras, no es claro cuáles son,
precisamente, las consecuencias filosóficas o meto­
dológicas que brotarían de la concepción de Kuhn.
¿Están las ciencias sociales en una fase preparadig-
mática, muestran una pluralidad de paradigmas
que, aunque inconmensurable, se pueda pasar por
alto hasta que surja un paradigma mejor? Pero,
¿qué se sigue de cualquier respuesta a estas y otras
preguntas del mismo orden? Sin embargo, en lo to­
cante a la sociología de la ciencia, la obra de Kuhn
resultó ser una liberación.

El impacto sobre la sociología de la ciencia


La sociología de la ciencia, que era hasta hoy una
rama relativamente menor de la sociología, intere­
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 197
sada, por ejemplo, en estudios sobre los anteceden­
tes de los científicos, la historia social de la ciencia,
el surgimiento de la ciencia como institución, etc.,
ya empezó a considerarse capaz de hacer indaga­
ciones sobre los aspectos cognoscitivos de la cien­
cia, el propio conocimiento científico, y con ello
avanzar, según se afirmó, por un territorio hasta en­
tonces reservado a la filosofía.3 Según algunos, esto
significó que cuestiones filosóficas acerca del co­
nocimiento quedaban abiertas por fin a la solucion
empírica. El “programa fuerte’’ de la sociología del
conocimiento, por ejemplo, se veía a sí mismo
prohibiendo para siempre la filosofía de la ciencia
y todas las cuestiones epistemológicas y ontologicas
que la acompañaban. La ciencia era, de punta a
punta, una construcción social y, por lo tanto, preo­
cupación de la sociología, no de la filosofía (véanse,
por ejemplo, Bloor, 1976, 1981; Shapin, 1982; Wool-
gar, 1981; Law y Lodge, 1984). Son las actitudes so­
ciales y políticas, así como las actitudes morales
más en general, las que determinan las teorías que
son planteadas y sostenidas y las que son rechaza­
das. Por ejemplo, la teoría atómica de la materia de
Boyle, decisiva en los orígenes de la química mo­
derna, tenía una gran afinidad con la filosofía cor­
puscular que dio forma a las opiniones políticas de
los grupos del establishment a los que perteneció
Boyle en Inglaterra después de la Guerra Civil. La
Véase, sobre la obra anterior en sociología de la ciencia,
Storer (1973).
198 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA '
filosofía corpuscular era la ideología de una clase
del establishment y correspondía a los requerimien­
tos de sus intereses sociales, políticos y económicos.
Lo que se afirma es que todo conocimiento, in­
cluido el científico, es social. Aunque el conoci­
miento se puede analizar y estudiar como si fuese
asocial, es decir, independiente de las circunstan­
cias sociales que lo produjeron, ésta es una concep­
ción muy limitada y que no podría explicar por qué
algunas teorías y algunas creencias se sostienen, y
otras no. Si contemplamos la historia de la ciencia
podremos encontrar muchas teorías, entre ellas al­
gunas que parecían no menos verosímiles por los
testimonios presentados, pero que no fueron acep­
tadas, mientras que otras sí lo fueron. Esto no se
puede explicar exclusivamente por normas raciona­
les. Una base apropiada para el examen del conoci­
miento es la sociología del conocimiento, y no la fi­
losofía. De acuerdo con el programa fuerte en la
sociología de la ciencia, lo que semejante examen
trataría de hacer sería especificar las conexiones
causales entre las condiciones sociales y el conoci­
miento, sin que importara o no que estos cuerpos
de conocimiento fuesen verdaderos o falsos. En
otras palabras, no intentaría simplemente explicar
por qué se sostienen creencias falsas, por ejem­
plo por qué algunas personas aún creen que la tie­
rra es plana, sino que también trataría de explicar
por qué son aceptadas muchas creencias verdade­
ras, pues el hecho de que sean verdaderas no expli­
ca, por sí mismo, por qué la gente cree en ellas. Y
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 199
la sociología del conocimiento tampoco queda
exenta de sus propias limitaciones; también ella es
capaz de llegar a una explicación en términos de
sus condiciones sociales causales. Una implicación
de esta idea es que quita todo sentido a la búsque­
da de autoridad intelectual, como por ejemplo lo
hacía el positivismo por medio de una concepción
filosóficamente segura de los fundamentos del co­
nocimiento humano. También la filosofía como
cuerpo de conocimiento es socialmente causada y,
por lo tanto, depende de las condiciones sociales
que la produjeron. Son las condiciones sociales las que
determinan lo que será aceptado como conoci­
miento, incluso lo que es aceptado como verdadero,
y no algunos principios o normas absolutos inde­
pendientes de toda determinación social. Por con­
siguiente no hay fundamentos seguros para el co­
nocimiento humano: todo conocimiento es relativo.
Sin embargo, lo que esto representa es un error
que puede remontarse a algunas interpretaciones
de Kuhn, de confundir la historia y la sociología de
la ciencia con la filosofía de la ciencia. Pues aun
aceptando que los límites entre las disciplinas no
siempre son claros, puede decirse que la historia, la
sociología y la filosofía abarcan muy diferentes ti­
pos de problemas que deben ser abordados por mé­
todos totalmente distintos y, como tales, son incon­
mensurables con respecto a sus problemas y
procedimientos. A una pregunta filosófica no se le
puede responder —si acaso tiene respuesta— por
medio de un método científico empírico. Y en ese
200 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
caso, las pretensiones del programa fuerte, por
ejemplo, de responder de manera empírica a pre­
guntas filosóficas deben ser simplemente erróneas,
pues los problemas filosóficos no son del tipo que
puede resolverse empíricamente. Su interés en el
mundo es independiente de cualesquiera conclusio­
nes empíricas que pudiesen ofrecer la historia o la
sociología. Éste es un problema que volverá a surgir;
pero en lo tocante a la obra de Kuhn, aun si no es­
tuviera haciendo más, como ya se sugirió antes, que
describir el desarrollo de la ciencia natural en un
periodo particular de la historia europea, es discuti­
ble que su análisis tenga consecuencias metodológi­
cas para las ciencias sociales sobre cómo deben
cumplir con los requerimientos de cientificidad.4
Sin embargo, Kuhn sí discutió contra el tipo de
opinión que, bajo la influencia positivista, prevale­
cía en la sociología: que la manera de convertir una
disciplina “precientífica” en una plenamente cientí­
fica consistía en dar mayor ímpetu e importancia a
la medición. Aunque fuera cierto que las ciencias
naturales mejor aceptadas eran totalmente cuanti­
tativas, no llegaban a serlo tan sólo cumpliendo la
orden “Id y cuantificad.” Su capacidad de cuantifi-
car sólo surgió lentamente a partir de su acumula­
ción de una familiaridad cualitativa empírica e
inmensa con sus fenómenos, de modo que com­
prendieran las cosas lo bastante bien como para po­
4 Como historia, las ideas de Kuhn han sido sometidas a cier­
tas críticas. Véase también Kuhn (1977).
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 201
der elaborar formas significativas y eficaces de me­
dición. Por lo tanto, en las ciencias sociales la polí­
tica positivista de “Id y cuantificad” probablemente
daría fruto sin desarrollar la correspondiente fami­
liaridad con sus fenómenos. A largo plazo la inves­
tigación cualitativa, a la que dedicaban toda clase
de vituperios, podría resultar un camino más direc­
to hacia una cuantificación significativa.

El progreso científico y el método científico


A pesar de todo, con razón o sin ella, una de las im­
plicaciones que se han sacado es que los argumen­
tos de Kuhn niegan la posibilidad del progreso
científico. La ciencia no crece; simplemente cam­
bia. Como lo señala Laudan con respecto a la con­
cepción de Kuhn, “las revoluciones científicas son
consideradas como progresistas porque la historia
la escriben los ‘vencedores’. . .” (Laudan, 1977: 10).
Esto, como ya se dijo antes, es para muchos una
conclusión absurda, pero no una que el propio
Kuhn vaya a apoyar. Kuhn no negó que ocurriera
un progreso científico. Sí se producía. Las ciencias
modernas tienen mucho mejor base empírica, tie­
nen teorías más poderosas y más generales, y saben
mucho más que sus predecesoras. Lo que Kuhn cri­
ticó fue la idea de que el progreso pudiera medirse
en una escala continua cuando, en realidad, se le
juzga en términos de cierto número de normas que
a su vez cambian con el tiempo y que interactúan
202 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
mutuamente. En toda disciplina científica que deci­
damos abordar, sea la física, la química, la biología,
las matemáticas, la historia y hasta cualquiera de las
ciencias sociales, nuestro conocimiento no sólo ha
cambiado sino que ha aumentado, aunque no siem­
pre en forma recta y lineal. Sin embargo, éste no es
precisamente el problema. Aún podemos aceptar
que el conocimiento científico ha crecido, y aún po­
demos negar que éste es, exclusivamente, resultado
de la acumulación racional de conocimiento. Laica­
tos se volvió hacia esto, en un esfuerzo por reconci­
liar algunos ele los atisbos de Kuhn en el desarrollo
histórico de la ciencia con la idea de que la ciencia
es una actividad racional o, más correctamente, con
el concepto del propio Lakatos de lo que debía sig­
nificar “racionalidad” (Lakatos, 1978 y 1984; An-
derson et al., 1986). El refutacionismo, en lo tocan­
te a Lakatos, falló como norma de demarcación
entre la ciencia y la no ciencia porque subestimó y
hasta pasó por alto la tenacidad con que algunos se
aferraban a ciertas teorías, pese a su falta de con­
firmación; en este punto se explaya Kuhn. Sin em­
bargo, las conclusiones del propio Kuhn acerca de
la inconmensurabilidad de las teorías eran dema­
siado relativistas para el gusto de Lakatos. Según él,
la ciencia es un cuerpo de conocimiento que se acu­
mula racionalmente; pero no progresa, como lo
afirmó Popper, de forma tentativa, por prueba y
error. La noción clave para Lakatos no es —como sí
lo es para Popper y Kuhn— la teoría, sino el “pro­
grama de investigación”.
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 203
La teoría de la gravitación de Newton, la teoría
de la relatividad de Einstein, el marxismo y el freu­
dismo, entre muchas otras, bien podían calificar
como “programas de investigación” en el sentido
de Lakatos. Se caracterizan por un “núcleo duro”
de proposiciones definitivas protegidas por todo
un cinturón de teorías e hipótesis auxiliares que co­
nectan el “núcleo” con el dominio de los hechos a
los que pertenecen. De este modo, para el marxis­
mo, la teoría de la formación del valor y la creación
de la plusvalía serían el núcleo, y las teorías de la
enajenación, los rendimientos decrecientes del ca­
pital, y las revoluciones serían las teorías auxiliares.
Sin embargo, un “programa de investigación”,
como parece implicarlo su nombre, no es una co­
lección muerta y fija de ideas sino un ser vivo diri­
gido por especialistas que trabajan dentro de él en
los problemas que plantea, sugiriendo los modos
en que se les puede abordar, explorando sus ideas,
indicando los problemas que conviene evitar, etc.
Es en este último tipo de problemas en el que se en­
cuentra la dinámica de los “programas de investi­
gación” ya que, al acabar por hacérseles frente, se
puede lograr un progreso. Desde luego, el proble­
ma consiste en saber cuáles problemas probable­
mente resultarán prometedores y cuáles no. Para
Lakatos, como para Popper, la norma importante es
la capacidad de un programa de investigación para
predecir hechos nuevos o hechos considerados im­
posibles por otros programas de investigación. Por
ello, si una teoría va adelante de los hechos, o está
204 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
prediciendo nuevos hechos, es progresista. Por otra
parte, si la teoría constantemente necesita repara­
ción y parches para seguir con vida, está degene­
rando o, en el mejor de los casos, es estática.
La “historia racionalista” de la ciencia, de Laka-
tos, intenta fundir las tradicionales preocupaciones
de la filosofía de la ciencia por la lógica del método
científico, con las de la historia de la ciencia. La ten­
dencia de la ciencia a persistir con teorías no con­
firmadas es racional, ya que aplaza el juicio hasta
que haya madurado un programa de investigación.
Sin embargo, cualesquiera que sean los méritos de
las opiniones que acabamos de analizar, es innega­
ble que hacer que consideraciones históricas y so­
ciales pesen sobre las discusiones acerca de la lógi­
ca de la ciencia es algo que ha arrojado graves
dudas sobre la idea tradicional de que la ciencia
constituye un parangón del conocimiento racional-
cum-t mpírico.
Esto se ve de la manera más pronunciada en la
obra de Paul Feyerabend, quien arguye que el cam­
bio y el progreso científico en realidad son una
conversión de un mito en otro. Feyerabend rechaza
la distinción entre observación y teoría, así como la
meditación filosófica, diciendo que no tienen nin­
guna pertinencia en la operación de la ciencia, y
considera la ciencia como una institución social lo­
calizada dentro de un conjunto específico de inte­
reses culturales, políticos y sociales, como cualquier
otra institución de la sociedad. De este modo, los
.cambios científicos no surgen simplemente de la
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 205
aplicación de un método científico, sino de las in­
fluencias de “intereses, fuerzas, técnicas de lavado
de cerebro y de propaganda”, de “socialización pro­
fesional’ (Feyerabend, 1975). A este respecto, la
ciencia no es diferente de ninguna otra forma de co­
nocimiento; es parte integral de “formas de vida”.
La conclusión que Feyerabend saca de este ya fami­
liar argumento relativista es que “algo hay” en la
ciencia. No hay método científico. Ciertamente no
se puede atribuir ninguna superioridad al conoci­
miento científico. Para la sociedad occidental la
ciencia se ha vuelto un ídolo, un dogma, y su con­
cepción como actividad racional progresista es
poco más que una obsesión sin ningún fundamen­
to. Con esto no está afirmando la necesidad de “co­
rregir ' las prácticas actuales de la ciencia, sino tra­
tando de poner su ideología más de acuerdo con
estas prácticas.
El examen que hace Feyerabend de la revolución
copernicana en astronomía durante los siglos XVI y
XVII sugiere que la teoría de Copérnico no triu n fó
porque fuese “obviamente” más racional y p r o g r e ­
sista que la astronomía de Tolomeo, lo cual también
había ya dejado establecido Kuhn. En realidad, la
teoría de Copérnico no e m b o n ó en muchos de los
“hechos” astronómicos generalmente aceptados, y
utilizó algunas de las teorías de Aristóteles acerca
de la armonía del universo. Sólo cuando llegó el
uso del telescopio la mayoría fue convenciéndose
gradualmente de que debía aceptar la teoría helio­
céntrica copernicana del sistema solar. Otros aspee-
20(> POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
tos de la teoría dependieron de la nueva teoría de Ga-
lileo sobre el movimiento. Pero el argumento de Fe-
verabend es que conversiones* como éstas no son
productos de la razón, la evidencia ni el método,
sino que tienen mucho que ver con el interés egoís­
ta, la ideología v las creencias culturales en general.
Aunque es bien conocido el anarquismo de Feyera-
bend, y conviene a su rechazo de la noción de que
hay alguna superioridad en el método de la ciencia,
Feverabend no está contra la ciencia sino tan solo
contra sus pretensiones y su idolatría; critica más al
“cientismo”, es decir, la fe ciega en la capacidad de
la ciencia para “curarlo todo*’, que ninguna otra
cosa.
Popper, Kuhn, Lakatos y Feverabend represen­
tan, aunque de diferentes maneras, una respuesta a
los problemas epistemológicos planteados por la in­
ducción como base del conocimiento científico.
Popper reviso el alcance del problema, proponien­
do que el que era racional era el método científico,
y no necesariamente alguna teoría científica en par­
ticular. La ciencia es una actividad humana y, por
consiguiente, tiende a cometer errores, a la confu­
sión y la equivocación. No obstante, la racionalidad
de la ciencia y el empuje del debate científico ase­
guran que, a la postre, prevalecerán teorías mejo­
res, pero nunca definitivamente ciertas. Al margen
de esto, las reflexiones de Popper sobre la ciencia
tuvieron la nueva consecuencia de dar gran promi­
nencia a la historia de la ciencia y a su contexto so­
cial, llevando a un primer plano opiniones que da-
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 207
ban poco crédito al epítome de la razón. La ciencia
no progresaba racionalmente. Como lo diría Feye-
rabend, el cambio en la ciencia es simplemente el
remplazo de un mito por otro. El relativismo anda
suelto, tema que abordaremos en los capítulos Y y vi.
Aunque la naturaleza social e histórica de la cien­
cia —en realidad de cualquier forma de conoci­
miento— es aceptada por la mayoría, lo que resulta
menos tolerable es precisamente el tipo de conclu­
siones relativistas que de allí parecen seguirse. Por
una parte, aunque podría aceptarse que la observa­
ción está preñada de teorías y que no hay manera
de observar al mundo externo independientemente
de toda teoría, y aunque las teorías bien pueden ser
inconmensurables, sin duda la naturaleza debe de­
sempeñar un papel ai determinar qué teorías, cate­
gorías y métodos particulares son correctos. Segu­
ramente no podemos limitarnos a determinar
cómo es el mundo, de cualquier manera que lo es­
cojamos. Si no podemos, entonces un requerimien­
to fundamental es la existencia independiente de
un mundo exterior que tiene un carácter indepen­
diente de las concepciones humanas de él. Fueron
preguntas como éstas las que provocaron una re­
flexión del empirismo, en un esfuerzo por eludir
los problemas del positivismo.

REDEFINICIÓN DEL EMPIRISMO


A pesar de todo, plantear los requerimientos pre­
vios para un empirismo filosófico adecuado es una
208 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
cosa; demostrarlo, como ya hemos visto en el análi­
sis del positivismo, es otra totalmente distinta, so­
bre todo después de los! enérgicos ataques hechos
por los argumentos concernientes a la construcción
social del conocimiento y, de manera importante,
como consecuencia, diversas normas de verdad y
validez. Si la ciencia es un constructo social, cual­
quier pretensión que pueda tener de accesibilidad
única a la naturaleza del m undo exterior tendrá
que desaparecer. Nuestra concepción de la ciencia,
sus métodos y descubrimientos, es consecuencia
contingente de nuestra historia, nuestra sociedad, y
no de algún método privilegiado de describir y ex­
plicar la naturaleza de la realidad. En el mejor de
los casos la ciencia se vuelve, simplemente, otra ma­
nera en que se puede describir al mundo. Como lo
sostiene Willard Van O rman Quine, nuestra expe­
riencia del mundo, de los hechos, no nos impone
una sola teoría. Las teorías quedan subdetermina-
das por los hechos, y la íáctualidad del mundo ex­
terno, por llamarlo así, es capaz de sostener muchas
y diferentes interpretaciones que le demos.
Esto, como acabamos de indicarlo, lo acepta Qui­
ne con ecuanimidad, pero no por ello llega a la con­
clusión de que debamos abandonar la ciencia. Aun­
que podamos no tener un conocimiento más firme
del que la ciencia puede ofrecernos, este conoci­
miento siempre es revisable y contingente. Lo que
hay que abandonar es la meta epistemológica de
tratar de descubrir aquellos principios que garanti­
zarán un conocimiento cierto. Ese esfuerzo es vano.
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 209
La epistemología es en realidad una investigación
de cómo llegamos a conocer el m undo tal como lo
conocemos y una investigación sobre si podemos
adquirir cierto conocimiento. En realidad, Quine
está dispuesto a remitir la epistemología a la psico­
logía, es decir, como parte de una disciplina empí­
rica, y no filosófica.J Por su propia parte, sus inte­
reses son más ontológicos que epistemológicos y
parten de la posición de que no hay nada que pue­
da ser más cierto que la ciencia y, por lo tanto, nin­
guna filosofía que pueda servirle de fundamento.
Como ya se dijo, esto no es afirmar que la ciencia
es segura. Quine está tratando de invertir la opi­
nión de que la ciencia depende de la filosofía y, en
cambio, sostiene que la filosofía depende de la cien­
cia, pues es la ciencia la que sirve de mejor guía so­
bre qué clase de cosas hay en el mundo que, para
Quine, es lo que la filosofía desea establecer de la
manera más general. Así, lo que Quine está ofre­
ciendo es un limitado escepticismo acerca de la
ciencia, muy distinto, digamos, del que ofrecen al­
gunas interpretaciones de las observaciones de Fe-
yerabend. No tenemos que aceptar o rechazar la
ciencia in toto, pero sí debemos reconocer que al­
gunas de las teorías y los descubrimientos de la
ciencia serán erróneos, como ha ocurrido ya en el
pasado. Esto es lo mejor que podemos esperar
(Quine, 1969). Según Quine la ciencia y la filosofía,
;5 Quine es un materialista, y el tipo de psicología que tiene
en mente es la conductista.
210 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
aunque no sean lo mismo, son esfuerzos conjuntos
que se distinguen por la generalidad de sus preo­
cupaciones 'respectivas. No obstante, la filosofía
debe dejarse guiar por la ciencia. Lo que Quine in­
tenta ofrecer es una versión económica, por no de­
cir austera, de lo que es: una ontología que postula
la menor cantidad de entidades que sea posible. Sin
embargo, existe una diferencia importante entre
ciencia y filosofía. La filosofía no investiga al m un­
do directamente, sino por medio del lenguaje, in­
vocando lo que Quine llama el principio de “ascen­
so semántico”. En lugar de. examinar las “cosas”
como lo hace la ciencia, la filosofía investiga lo que
se dice de las cosas v, a través de ello, investiga la
naturaleza del m u nd o .b Quine es un relativista en la
medida en que afirma que aun cuando el objetivo
de la filosofía y de la ciencia es descubrir lo que es,
ninguna de las dos puede jactarse de hacerlo de ma­
nera independiente de toda teoría.
Sin embargo, en lugar de considerar esto como
el resultado concluyente de la meditación filosófi­
ca, Quine de hecho aborda la cuestión desde otro
ángulo. La respuesta a la pregunta ¿“Qué existe ?
sólo puede contestarse diciendo: “Lo que existe es
lo que plantean las teorías’ , Y, dado que hay dife­
rentes teorías, éstas plantearán diferentes cosas. Por
lo tanto )uine se contenta con aceptar algunas de
las implicaciones del tipo de opinión kuhniano, que
(l Quine rechazaría la idea de que lo que tales estudios inves­
tigan es exclusivamente el idioma. No se puede trazar una línea
clara entre examina i los significados y examinar los hechos.
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 9 1
arguye que diferentes teorías postulan diferentes
existentes, y que en ello hay una inconmensurabili­
dad. Pero, según Quine, esto es adoptar una visión
“externalista ’ de las teorías. Sin embargo, vemos el
mundo a través de teorías, y aunque podamos acep­
tar, desde un punto de vista externo, que puede ha­
ber versiones distintas del mundo y de lo que exis­
te, juzgamos su adecuación desde el punto de vista
de nuestra teoría 'doméstica” y eso es, según noso­
tros, la ciencia.
Quine está afirmando que no se puede buscar la
certidumbre desde los lugares en que la filosofía
por tradición la ha buscado, es decir, lo que pode­
mos conocer independientemente de toda expe­
riencia, el a priori , o aquello que es cierto porque
surge en forma directa de la experiencia, el a poste­
rior?.. Estos son, según Quine, los dos ‘‘dogmas” del
empirismo (Quine, 1953; véase también Anderson
ft al., 1986: 153-154). Lo que intenta es nada menos
que anular la distinción, que durante tanto tiempo
ha ocupado el lugar central en la filosofía, entre las
declaraciones analíticas y las sintéticas. Los filóso­
fos han tendido a considerar la verdad de las frases
como algo que debe establecerse separadamente
para cada frase cuando, en la realidad las frases
son parte de lenguajes completos. Lo mismo puede
decirse de las frases dentro de las teorías. Es el len­
guaje, o la teona, el que constituye la unidad de sig­
nificado y, por consiguiente, la verdad y el signifi­
cado de cualquier frase en ese idioma, o en esa
teoría, deberá recibir respuesta en función de su re­
212 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
lación dentro del conjunto. Por ejemplo, las frases
que integran teorías son como una telaraña, están
fijas en algunos puntos <pero conectadas por fila­
mentos tales que toda perturbación en un punto
afectará a los demás. De este modo, en algunos
puntos habrá frases que estén directamente relacio­
nadas con nuestra experiencia, y otras que sean
más remotas. Estaremos dispuestos a abandonar al­
gunas, pero no tanto otras. Sin embargo, todas las
frases están unidas, y es esta organización la que tie­
ne mucho que ver con nuestra concepción del mun­
do, y no sólo aquellos puntos anclados en una ex­
periencia más directa de aquél.
Desde luego la estructura puede ser revisada,
aunque habrá algunas declaraciones que podría­
mos tener más renuencia a abandonar que otras.
Sin embargo, Quine insiste en que no hay declara­
ciones que no pudiésemos abandonar si tuviésemos
suficiente razón para hacerlo. No hay declaracio­
nes, por muy bien arraigadas que estén en nuestras
vidas, que tuviéramos que mantener como ciertas
hasta el final. Algunas tendrán más consecuencias
que otras y su abandono implicaría grandes revi­
siones a la estructura, mientras que otras sólo ten­
drían efectos menores. Por consiguiente, la razón
de que no pueda sostenerse la distinción entre ana­
lítico y sintético es que las cuestiones de significado
y las de hecho están íntimamente entrelazadas den­
tro de la estructura. El descubrimiento de cisnes ne­
gros no hace súbitamente sintética la afirmación
“todos los cisnes son blancos’’, porque podríamos
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 213
decidir no considerar como cisnes a los cisnes “ne­
gros” (Anderson et ai, 1986: 156). En otras pala­
bras, los hechos no necesariamente nos imponen
una u otra solución. La configuración de la red de
nuestras creencias, teorías y frases puede alterarse
para hacer frente de diversas maneras a los cambios
que nos veamos obligados a hacer; “Lina declara­
ción acerca del mundo no siempre, ni siquiera ha­
bitualmente, tiene un fondo separable de conse­
cuencias empíricas que puedan llamarse suyas”
(Quine, 1969: 82). Por ello —y éste es el punto im­
portante— nuestra experiencia del mundo no nos
impone una sola teoría, ni una respuesta particular
que debamos elaborar para adaptar las teorías a los
nuevos hechos. Es esto lo que fija límites a la certi­
dumbre de nuestro conocimiento: las teorías están
radicalmente subdelerminadas por la evidencia.
Por consiguiente, la esperanza del empirismo po­
sitivista de que la experiencia sensorial pudiera dar­
nos cierto conocimiento del mundo es rechazada
por Quine. Hasta las frases que informan de nues­
tras esperanzas sensoriales directas forman parte
de la red de frases y, como resultado, son revisables
en caso de necesidad. Quine no está rechazando
aquí la idea de que el testimonio de nuestros senti­
dos sea la prueba de las teorías que tenemos; en rea­
lidad, es la única evidencia que tenemos. Pero las teo­
rías pueden llegar más lejos que la evidencia y no
pueden ser limitadas por ella. Siempre habrá más
que una teoría lógicamente equivalente (nótese, no
cualquier teoría) congruente con la evidencia que te­
2M POSITIVISMO Y C O N C E PC IÓ N DE LA CIENCIA
nemos. Esto no es porque la evidencia pueda ser in­
suficiente, sino porque los mismos hechos se pue­
den acomodar de diferentes maneras por alteracio­
nes en la configuración de la teoría. Desde luego,
puede haber muchísimas buenas razones por las
que debamos preferir una u otra teoría lógica y evi­
dentemente equivalente, pero no podrá ser por mo­
tivos exclusivos de evidencia.
Surgen problemas similares al traducir un idio­
ma, o una teoría, a otra. Como parece haberlo su­
gerido Kuhn, las teorías son inconmensurables y,
como resultado, los cambios de teorías científicas
representan cambios fundamentales de nuestra
concepción del m undo y, en realidad, de la ontolo-
gía del mundo. Según Quine, la traducción entre
dos teorías es cuestión de alinear dos sistemas, no
simplemente de tratar de hacer embonar el signifi­
cado de palabras, conceptos o frases separadas. Así,
los intentos por hacer coincidir, digamos, frases se­
paradas entre dos sistemas exigirá hacer suposicio­
nes sobre cómo embonan los fragmentos en con­
juntos separados pero respectivos; y cómo antes
podemos ofrecer diferentes soluciones a frases par­
ticulares, dependiendo de los ajustes y compensa­
ciones que deseemos hacer. Traducir incluye ciertas
conjeturas, suposiciones acerca de las ontologías a
las que se refieren las respectivas teorías y, según
Quine, no hay manera justa de decidir cuál traduc­
ción será la correcta. Hay un margen lógico para
dudar incluso de que quienes hablan un lenguaje
común sostengan una misma ontología. Sin embar*
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 215
go, esto no establece una diferencia práctica en
las relaciones sociales. Lo decisivo es la pauta de las
disposiciones concluctuales, y no hay manera de de­
cir con absoluta certidumbre, a partir de ellas, si
una persona tiene la misma ontología que nosotros.
En lógica no hay una razón definitiva para que
nuestra ontología deba ser elegida por encima de
otras/
La clase de revisiones que Quine y otros planean
para el empirismo son revisiones importantes con­
tra el positivismo, modificaciones al mismo a la luz
de poderosas objeciones a algunos de sus rasgos
principales. Al tratar de obtener una ontología para
la ciencia lo que no podemos hacer, como lo hicie­
ron los positivistas, es considerar la naturaleza del
mundo independientemente de nuestras teorías y
de nuestro lenguaje. Como lo expresó un filósofo
de la ciencia, “en general se acepta [. . .] que ‘es
irrealizable’ la idea de un vocabulario descriptivo
que sea aplicable a las observaciones, pero que esté
enteramente libre de influencias teóricas” (Harré,
1972: 25). Pero contemplar las teorías simplemente
nos lleva ante la incompatibilidad y la inconmensu­
rabilidad, y su indeterminación, y el espectro del re­
lativismo. Una vez más, parecemos perder toda po­
sibilidad de justificar el conocimiento científico por
encima de otras formas.
Empero otros, como Putnam, aunque están de
7 Davidson (1984) analiza más aún las observaciones de Q ui­
ne sobre la traducción, como lo hacemos en el capítulo vm de
este libro.
216 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
acuerdo con Quine en que no podemos tener un co­
nocimiento más sólido que la ciencia, desean rein-
troducir la noción de “esencia” a través de una teo­
ría de la “referencia directa . De este modo,
aunque un objeto pueda manifestar todo tipo de
aparincias, lo esencial en esto es la naturaleza de “la
materia”. Por ejemplo, el oro puede variar en apa­
riencia en relación con la luz, el calor, etc., pero lo
que no puede variar es su constitución fisicoquími­
ca, no puede volverse, digamos, como el agua y se­
guir siendo oro (Anderson et al, 1986: 169; Put-
nam, 1975, 1978). Lo que vincula una palabra con
un objeto es un acto de “doblaje”, y aquello a lo que
va unido el nombre es lo que le hace el tipo de ma­
teria que es. Por ello cuando los científicos- descu­
bren “esencias”, el tipo de materia que es una cosa,
descubren relaciones necesarias, es decir, lo que es
aquello que hace que algo sea lo que es. Tal teoría
pretende evitar las afirmaciones de Kuhn y de Fe­
yerabend de que no hay continuidad entre las teo­
rías. Aun cuando, antes y después de una revolución
científica, puedan haber cambiado las creencias
acerca de las cosas teorizadas, no tiene importancia,
ya que no “fija la referencia” de los términos.
Otra consecuencia más de esos esfuerzos por re­
visar el empirismo queda encarnada en la reco­
mendación de Hacking de que la filosofía vuelva su
atención a los modos en que los científicos inter­
vienen en el m undo para producir sus teorías con
objeto de ver con que ontologías están comprome­
tidos sus métodos de experimentación, observación
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 217
y medición (Hácking, 1983; véase también Hacking,
1981). En otras palabras, los intereses filosóficos en
la ciencia deben preocuparse menos por la cuestión
de cómo las teorías científicas representan el mundo,
y fijarse más en cómo intervienen en el mundo para
investigarlo. Semejante concepción no exige que la
ciencia tenga una sola ontología unificada. El rea­
lismo para las teorías sólo nos causa problemas
cuando tratamos de imaginar que podemos efec­
tuar una unión entre la teoría y el mundo indepen­
diente de la teoría. Sin teorías no tenemos ninguna
idea de cómo es el mundo exterior. El realismo está
dentro de nuestras teorías, lo que después Putnam
(1978) llama un “realismo interno”. Las proposicio­
nes son ciertas dentro de la teoría, o dentro de un
lenguaje determinado, pero podemos enfrentarnos
a la diversidad de las concepciones del mundo im­
plicadas si consideramos que las ontologías nos per­
miten hacer experimentos, observaciones, etc.,
para dar descripciones organizadas y sistemáticas
de lo que descubrimos, en lugar de exigirnos que
unamos teorías con el modo en que el mundo exte­
rior realmente está organizado. Para ello no es nece­
saria una teoría unificada, un método unificado o
una ontología unificada. Las teorías de las diversas
disciplinas científicas son descripciones de lo que
se ha observado, medido, experimentado, contado,
etc. Las “leyes fenom enologías” de la física, como
las llama Cartwright (1983), son el resultado de mu­
chas diferentes premisas, suposiciones, intereses,
exigencias y problemas peculiares de las disciplinas
218 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
particulares. Estas leyes son correctas dentio de sus
respectivos dominios, pero no llegan a formar una
unidad teórica u ontológica. Todo intento de unifi­
cación conectándolas con “leyes más fundamenta­
les” está condenado a deformarlas, pues sólo pue­
den ser aproximaciones a los conceptos desplegados
en las teorías originales. Diversos órdenes de obser­
vaciones, mediciones y fenómenos mostrados en las
investigaciones de las diferentes disciplinas no se
pueden reducir mutuamente sin “mentir”. Y en este
caso la ciencia deberá quedar comprometida con
múltiples ontologías, múltiples realidades, en lugar
clel mito propuesto por los similares del positivis­
mo, de una sola y unificada descripción de la onto-
logía del mundo exterior.

L a S IMPLICACIONES PARA LA INVESTIGACIÓN SOCIAL

Las implicaciones de la nueva filosofía de la ciencia


para las ciencias sociales son radicales en algunos
aspectos, intrascendentes en otros. Lo que se re­
chaza es el esfuerzo del positivismo por edificar
una visión de la ciencia que subraye la unidad de su
método, su búsqueda de leyes, etc., que las ciencias
sociales, si se quiere que lleguen a ser científicas,
tendrían que emular. Sin embargo, las opiniones
hasta aquí revisadas arrojan dudas, en diversas for­
mas, sobre la idea de que pudiese existir una cien­
cia unificada, comprometida con una sola ontología
del mundo externo. La obra de Kuhn y los sociólo­
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 219
gos de la ciencia, así como los argumentos de Feye­
rabend, mostraron que el cambio científico tiene
poco que ver con la forma que adopte la ciencia a
través de la aplicación de un método racional ge­
neral, y más con el hecho de que se trata de una ins­
titución social. Las discusiones sobre lo inconmen­
surable de las teorías plantearon preguntas sobre la
verdad de las mismas y provocaron dudas que re­
sultarían nocivas sobre la teoría de la correspon­
dencia de la verdad, abrazada por el positivismo.
Sin embargo, antes que abandonar la ciencia a la
anarquía, como dícese que lo deseaba Feyerabend,
los realistas y empiristas contemporáneos, como
Quine, Putnam y Hacking, han revisado la concep­
ción de la ciencia y del conocimiento a la luz de los
argumentos planteados en contra de las concepcio­
nes positivistas de la ciencia. Lo que se rechazó no
fue la ciencia ni, en realidad, su lugar eminente
como forma de conocimiento, sino la visión de que
la ciencia requería una unidad epistemológica y on-
tológica. Lo que se subraya es la diversidad y la de­
sunidad de la ciencia. Al fin y al cabo, los científi­
cos no se preocupan por la epistemología y la
ontología sino por los problemas particulares a los
que se enfrentan desde sus teorías e investigacio­
nes. Y en realidad, como nos lo recuerda Pawson
(1989: 32), la naturaleza de la observación —preña­
da de teorías— es un rasgo de la obra científica que
los científicos naturalistas consideran indigno de
mención, y obvio.
Otra implicación más de este tipo de idea es que
220 POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA
se ha socavado la autoridad intelectual de la filoso­
fía. Si lo único que importa es que los científicos
continúen haciendo lo suyo en las formas que se les
enseñaron, que aprendieron y adquirieron, utili­
zando métodos apropiados para los problemas a los
que deben enfrentarse, no tienen ninguna razón de
ser las preocupaciones filosóficas acerca de la onto­
logía y la epistemología. Por ejemplo, Quine habló
en favor de la “naturalización” de la epistemología,
reduciéndola a una de las ciencias del conocimien­
to, como la psicología conductual o la fisiología ce­
rebral, para descubrir las leyes de la cognición que
determinan por qué aceptamos y sostenemos las teo­
rías y las creencias que seguimos sosteniendo. Tam­
bién la ontología se vuelve cuestión de las ciencias
respectivas y de sus investigaciones. Y en ese caso,
en lo tocante a las ciencias sociales, si desean emu­
lar a las ciencias naturales lo que deben hacer,
como ellas, es desentenderse de las versiones filo­
sóficas de la ciencia y seguir atacando los proble­
mas como mejor les parezca. Ciertamente no hay
ninguna razón para sentirse atado por estipulacio­
nes acerca de un método unificado o una ontología
unificada de la ciencia, pues, de acuerdo con esos
argumentos, no existe semejante ser.
Para algunos realistas, especialmente los que se
preocupan por las ciencias sociales, este tipo de
conclusión no es satisfactorio. Aunque reconocen
que el positivismo ha resultado insuficiente, siguen
deseando afirmar que la ciencia se preocupa por des­
cribir estructuras, entidades y procesos reales que
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 221
constituyen el mundo exterior. En esto, la regulari­
dad que es requerida por la noción ortodoxa de las
leyes es menos importante que la identificación y
descripción de los mecanismos causales operativos
y reales que también ejercen efectos reales. No se
requiere que estos mecanismos operantes y sus en­
tidades sean observables contra el positivismo, sino
que al aislar sus efectos causales en estudios apro­
piadamente planeados se pueda postular verosímil­
mente su existencia. Muchos de los mecanismos
más poderosos postulados por las teorías de la
ciencia natural, como ya se dijo, no son directa­
mente observables, aunque sus efectos sí puedan
serlo. Las leyes no tienen que ser universales en el
sentido exigido por el positivismo, pero deben re­
presentar tendencias reconocibles (Outhwaite,
1987; Keat y Urry, 1975; Bhaskar, 1978). Gomo dice
Bhaskar:
La cita de una ley presupone una afirmación acerca de
la actividad de algún mecanismo pero no acerca de las
condiciones en que opera el mecanismo y, por lo tan­
to, no acerca de los resultados de su actividad, es de­
cir, el resultado real en alguna ocasión en particular
[Bhaskar, 1978: 95].
Las consecuencias planteadas por la ley sólo se
dan en circunstancias especiales, es decir, cuando
su operación no es “impedida” por tendencias que
complican las cosas y cuando ocurren condiciones
sin que ocurra ningún cambio. Para poner un ejern-
t22 POSITIVISMO Y C O N C E PC IÓ N DE LA CIE> CIA
p í o s e n c illo , todos
los objetos más pesados que el
a ir e caen, a menos que sean ' impedidos” por cosas
que no les permitan “cumplir” con la ley de los
cuerpos que caen, por decirlo así. En las ciencias
naturales la capacidad de establecer “sistemas ce­
rrados” experimentalmente a menudo, pero no
siempre, permite la especificación más detallada de
las condiciones ceteris paribus de una ley. Esta es la
principal diferencia entre las ciencias naturales y las
sociales. Por consiguiente, no debe esperarse que
los grados de precisión alcanzables en la mayoría de
las ciencias naturales se encuentren en las declara­
ciones causales de las ciencias sociales. Además, la
idea también subraya el realismo en las teorías en
que las entidades reciben su significación e impor­
tancia de las teorías de las que forman parte.
Esta concepción realista de la naturaleza de la
ciencia social está de acuerdo, en muchos aspectos,
con gran parte de la nueva filosofía de la ciencia y,
al menos en este sentido, trata de eludir muchos
problemas de las anteriores filosofías positivista y
empirista de la ciencia. Sin embargo, contiene poco
que pueda servir como guía directa para la propia
investigación social. Sigue siendo un idioma de cau­
sación y en este respecto resulta atractivo para los
materialistas. Pero, además, representa una seria re­
lajación de las normas necesarias para determinar
las relaciones causales tal como las exhibe la ciencia
natural. Sin embargo, otros reconocen que cual­
quier ciencia social realista tendría que tomar en
cuenta el hecho de que los mismos actores sociales
POSITIVISMO Y CONCEPCIÓN DE LA CIENCIA 223
tienen sus propias teorías acerca del modo en que
opera el mundo, y tomar esto en serio plantea la
pregunta de si se puede sostener alguna concep­
ción causalista de la tarea de la ciencia social. Ésta
es una de las cuestiones que abordaremos en el ca­
pítulo siguiente y en los ulteriores.
V. LA ALTERNATIVA
INTERPRETATIVA

En los capítulos anteriores ha salido a la superficie,


en diversos aspectos, una distinción que, desde el
punto de vista histórico, es de fundamental impor­
tancia en el pensamiento occidental: la que existe
entre mente y materia. Tal vez pudiera escribirse
toda la historia de la filosofía occidental con sólo
describir una pugna entre las diversas maneras de
formular lo que es, en términos filosóficos, esta dis­
tinción. Por ejemplo, algunos materialistas tienden
a reducir los fenómenos mentales a epifenómenos
de lo material. La mente, sus actividades y sus con­
tenidos son el resultado de los procesos materiales
del cerebro y del sistema nervioso. En el caso ma­
terialista más extremo, la mente es el cerebro. En el
polo opuesto, los idealistas sostienen que el llama­
do mundo material sólo es, en realidad, un conjun­
to de ideas en la mente.1 Desde luego, los pensado­
res materialistas y los idealistas sostienen ideas más
detalladas y refinadas de lo que pudieran indicar
estos resúmenes. Para nuestros propósitos inmedia­
tos en este capítulo lo que importa es que la distin-
1 O, como diría el obispo Berkeley (1685-1.753), ideas en la
mente de Dios.
224
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 225
ción de la mente y la materia plantea la pregunta
de si existen diferentes órdenes de fenómenos en
el mundo, que, por consiguiente, tendrían que ser
conocidos de distintas maneras. En este capítulo y
en los siguientes nos proponemos explorar algu­
nas de las doctrinas filosóficas y sus implicaciones
en torno de este dualismo y, al hacerlo, volver a al­
gunos de los problemas planteados en los capítulos
anteriores.
A lgunos pr e d e c e s o r e s in t e l e c t u a l e s

Para las ciencias sociales la distinción entre mente y


materia cobró importancia por los debates ocurri­
dos en Alemania a finales del siglo XIX. Estos tenían
sus antecesores en las ideas del italiano Giovanni
Batista Vico (1660-1744) y del suizo-francés Jean-
Jacques Rousseau (1712-1778). quienes habían ofre­
cido alternativas radicales a la concepción ilustrada
del pueblo y de la sociedad (Manicas, 1987). En
suma, rechazaron la concepción del individuo ra­
cional y casi asocial en favor de una concepción del
individuo perteneciente a una vasta entidad social y
cultural: la asociación moral y política de la socie­
dad. En el pensamiento francés y en el inglés estos
principios no lograron florecer como lo hicieron
en Alemania (Manicas, 1987: 73), donde establecie­
ron una sólida tradición, por medio de Johann
Gottfried Herder (1744-1803), Georg W. F. Hegel
(1770-1831) y Karl Marx (1818-1883), que culminó
en los debates acerca de la naturaleza de la huma­
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
nidad como seres materiales o “espirituales” a los
que nos acabamos de referir. Una vez más en pocas
palabras, fla tradición intentó crear teorías de la his­
toria, considerada como la ciencia distintivamente
humana y como su disciplina unificadora. En as­
pectos importantes, las disputas se centraron en tor­
no al método histórico y, en particular, se quiso sa­
ber si el estudio de la historia podía ser una ciencia
natural o si tenía que crear sus propios métodos dis­
tintivos como investigación característicamente hu­
mana; este debate, cosa casi inevitable, se extendió
a las ciencias sociales más en general. Al negar el
camino filosófico hacia una ciencia de la historia,
rechazando por lo tanto a Hegel, la pregunta se vol­
vió cómo convertir la historia en una disciplina em­
pírica de bases sólidas, ya que su objeto de estudio
no era la naturaleza inanimada sino la vida humana
en todas sus manifestaciones. ¿Cómo enfrentarse al
hecho de que la historia abarcará, en suma, la com­
prensión y la autocomprensión de parte de los mis­
mos seres humanos que se estaban estudiando?
En esta fase del debate del siglo XIX, conocida
como el Methodenstreit (la “disputa sobre los méto­
dos”), tuvieron importancia ciertas consideraciones
que emanaron de la filología bíblica.2 Traducir tex­
tos que a su vez habían pasado ya por cierto núme­
ro de distintas traducciones y modificaciones desde
su lenguaje original era algo que no sólo abarcaba
2 Originalmente el debate surgió en economía, pero pronto
se volvió más general, y a él se vieron arrastrados diversos espe­
cialistas en historia y en estudios jurídicos y lingüísticos.
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 227
consideraciones lingüísticas sino que también exi­
gía que estuviesen relacionadas, para poder descu­
brir el significado original, con el contexto social
más vasto en que originalmente se las había produ­
cido. Por lo tanto, darle sentido a materiales tex­
tuales era algo que exigía una unión de la filología
y de la historia y, podríamos añadir, la sociología y
la antropología. Esto fue lo que hizo surgir lo que
ha llegado a conocerse como hermenéutica —tér­
mino originalmente usado para identificar la inter­
pretación bíblica pero que llegó a emplearse para
representar el proceso general de interpretación
cultural—, con su pregunta inseparable: ¿cómo pue­
de lograrse una comprensión del pasado por medio
de sus textos y otros restos? (Anderson et ai, 1986:
cap. 3; Bauman, 1978). 1-riedrich D. E. Schleierma-
cher (1768-1834), quien en los primeros años del si­
glo XIX fue el responsable de apartar la herm enéu­
tica de su hogar original, la filología, y de aplicarla
a los problemas del conocimiento histórico, consi­
deró que éste era el problema de la historia.3 Para
comprender el pasado había que identificarse con
él. Al complementar la interpretación gramatical
con la identificación psicológica, la hermenéutica
se introdujo en el estudio de las actividades huma­
nas en general, elevando particularmente la com­
prensión interpretativa a una posición prominente
en la metodología de las ciencias sociales. Wilhelm
Véase la introducción a Mueller-Voltmer (1985) para una re­
visión general y un análisis del surgimiento de la hermenéutica.
228 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
Dilthey (1833-1911), basándose en Schleiermacher
y como parte de una difundida reacción romántica
contra el positivismo,,sostuvo que la metodología
positivista de las ciencias naturales era inadecuada
para comprender los fenómenos humanos, salvo en
la medida en que los seres humanos eran objetos
naturales. El positivismo no dejó ningún espacio a
la idea de que historia y sociedad eran creaciones
humanas y que esta creatividad libre constituía la
esencia de todas las formas sociales. El estudio de
la historia humana había de basarse en el hecho de
que los seres humanos eran creadores con propósi­
tos que vivían dentro de un mundo que tenía signi­
ficado para ellos. La dualidad de lo subjetivo y lo
objetivo era irreductible. Es decir, no había manera
de hacer que el estudio de la historia fuese propie­
dad exclusiva de las ciencias naturales y materiales,
pues la realidad de la historia consistía fundamen­
talmente en fenómenos mentales o espirituales,
ejemplificados en instituciones sociales, el derecho,
la literatura, el gobierno, la moral y los valores.
Investigar esta “realidad m ental1’ era algo que re­
quería un método totalmente distinto del de la cien­
cia natural, pero que no tuviese m enor justificación
filosófica. El método debía reconocer las acciones,
acontecimientos y artefactos desde adentro de la
vida humana en los términos en que eran experi­
mentados y conocidos por quienes vivían entre
ellos y por medio de ellos, y no p'or medio de la ob­
servación, como si fuesen una realidad externa per­
cibida desde cierta distancia. Sólo se podía lograr el
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 229
conocimiento de las personas mediante un procedi­
miento interpretativo fincado en la recreación ima­
ginativa de las experiencias de los demás para cap­
tar el significado que para ellos tienen las cosas que
hay en su mundo. Historia, sociedad, arte, y en rea­
lidad todos los productos humanos, eran las objeti­
vaciones de la mente humana, y no se parecían en
nada a las cosas materiales. Por consiguiente, com­
prender tales fenómenos requería captar las expe­
riencias vividas de otros mediante una aprehensión
de los pensamientos y las interpretaciones que habían
intervenido en su producción. No es posible com­
prender el mundo sociohistórico simplemente como
una relación de cosas materiales que existen en sí
mismas, pues las cosas materiales que desempeñan
un papel en la vida humana tienen, a menudo, un ca­
rácter simbólico: expresan algún contenido de la
mente humana.
Vemos así que para Dilthey y para otros de ideas
similares la cultura y lo social eran, por su natura­
leza esencial, diferentes del mundo de la ciencia na­
tural, y exigían distintos métodos de estudio. La
ciencia, concebida principalmente en términos po­
sitivistas, estudiaba el mundo objetivo, inanimado,
no humano. En cambio, para Dilthey la sociedad,
como producto de la mente humana, era subjetiva
y emotiva, así como intelectual. Los modelos de ex­
plicación que nosotros llamaríamos causales, meca-
nicistas y orientados hacia la medición eran inapro­
piados, pues la conciencia humana no estaba
determinada por fuerzas naturales. La conducta so­
230 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
cial humana siempre estaba imbuida de valores, y
sólo podría obtenerse un conocimiento confiable
de una cultura aislando las ideas comunes, los sen­
timientos o las metas de una sociedad histórica en
particular. En términos de éstas se formaban las ac­
ciones y los logros de los individuos. El observador,
como ser humano que estudia a otros seres huma­
nos, tiene acceso al m undo cultural de otros por
medio de alguna forma de “reconstrucción imagi­
nativa" o “empatia”.
Otros, especialmente Heinrich Rickert (1863-
1936), no aceptaron la dicotómica visión de la rea­
lidad de Dilthey, separada entre naturaleza y cul­
tura, sino que sostuvieron que la realidad era
indivisible. Sin embargo, en contraste con los posi­
tivistas que habían sostenido una idea similar, esto
no implicaba que los métodos de la ciencia natural
fuesen por ello aplicables al m undo de la sociedad,
la cultura y la historia. Las diferencias entre las cien­
cias naturales y las ciencias sociales o culturales se
basaban más en la lógica que en la ontología. Según
Rickert, los seres humanos no podían tener un co­
nocimiento del mundo que fuese independiente de
lo que ellos tenían en la mente. No tenían manera
de descubrir si su conocimiento reproducía fiel­
mente una realidad que existiera fuera de su men­
te, e independiente de ella. Sólo podían conocer las
cosas cuando aparecen como fenómenos, y nunca
en cuanto cosas como tales.4 Los hechos, por de-
4 Para un análisis de la influencia de Rickert véase Burger
(1976: cap. 1).
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 231
cirio así, están constituidos por fenómenos, y reci­
ben de la mente su forma y contenido. Se trata de
un acto volitivo, y su realización es una actividad in­
tencional. Por lo tanto, todo conocimiento humano
es selectivo e incluye abstracción de acuerdo con in­
tereses particulares. En consecuencia, no se logra la
objetividad compulsando ideas contra alguna reali­
dad externa, como lo habrían querido los positivis­
tas, sino por medio del establecimiento intersubje­
tivo de esos hechos por quienes tienen un interés
en conocerlos. Por consiguiente, si el conocimiento
de las leyes de la naturaleza es el único conoci­
miento que alguien desea tener, el método legítimo
que conducirá a su descubrimiento es el método de
la ciencia natural. Por otra parte, si el interés está
en conocer cosas distintas de las que pueden abar­
car las ciencias naturales, entonces también la base
del conocimiento será diferente.
De hecho, según Rickert, hay en acción dos prin­
cipios básicos de selección, cada uno de los cuales
hace posible llegar a uno de dos diferentes tipos de
representaciones de la realidad: el tipo nomotético
y el tipo ideográfico. El primero, característico de
la ciencia natural, es un interés por descubrir leyes
generales, mientras que el segundo, más caracterís­
tico de la historia, se preocupa por comprender el
caso concreto y único. No estamos interesados en
los atributos únicos y específicos de los fenómenos
naturales ordinarios, como las briznas de hierba o
las nubes del cielo, sino que nos satisfacemos con
conocer sus características generales. En cambio,
232 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
estamos sumamente interesados en los atributos
únicos y específicos de otros seres humanos, en co­
nocer toda clase de cosas acerca de personas parti­
culares. Esta dicotomía no representa una diferencia
fundamental en la ontología del mundo; no signifi­
ca que los seres humanos sean esencialmente dis­
tintos de las briznas de hierba o de las nubes, pero
sí implica una diferencia del tipo de conocimiento
requerido por los diversos intereses. Los productos
humanos encarnan valores y son éstos los que de­
ben ser comprendidos por los científicos sociales
para dar un sentido a las constelaciones únicas que
crean la historia humana. De este modo, aunque la
ciencia natural se interesa por formar conceptos ge­
nerales, abstrayendo del caso concreto aquellos ras­
gos que tienen en común con otros casos, la investi­
gación histórica se preocupa por formar conceptos
individuales, concentrándose en la combinación
única de elementos que representan un fenómeno
que tenga significación cultural, como la vida y
el carácter de una gran figura, de Napoleón, por
ejemplo. Ambas formas de investigación utilizan
sus propios principios de selección con el propósito
de aislar los elementos de la realidad empírica que
son esenciales para sus respectivos propósitos cog-
nitivos. El ideal del conocimiento objetivo exige am­
bos métodos, ya que cualquiera de ellos sólo ofrece
una imagen unilateral de la realidad. Sin embargo,
la misma realidad se puede presentar como historia
o como ciencia natural.
.Aunque Dilthey y Rickert difirieron en cuanto a
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 233
las razones del empleo de diferentes metodologías
con respecto a los mundos natural y social, sí con­
vinieron en que los tipos de métodos de la ciencia
natural positivista no podían emplearse para obte­
ner un conocimiento adecuado de lo social y de lo
cultural. Max Weber (1864-1920), muy influido por
Rickert, aceptó el carácter distintivo de las ciencias
sociales —es decir, su interés en el caso individual—
pero no las implicaciones de que, por lo tanto, eran
acientíficas, al ser incapaces de satisfacer las rigu­
rosas normas de objetividad que se necesitan en la
cultura. Al igual que Dilthey, Weber aceptó la im­
portancia de la “comprensión interpretativa” como
forma distintiva del conocimiento para las ciencias
sociohistóricas, pero sólo como medio hacia el co­
nocimiento objetivo. Al igual que Rickert, apoyó la
idea de que la distinción esencial entre las ciencias
naturales y las sociales era metodológica, y no on-
tológica. De hecho, la posibilidad ele una “com­
prensión interpretativa” en las ciencias sociales era,
según Weber, una enorme oportunidad, y no algo
por lo que hubiese que dar disculpas. Por su inter­
medio se podía estudiar la acción humana con ma­
yor profundidad de lo que un científico naturalista
pudiese penetrar jamás en la naturaleza del mundo
inanimado (Weber, 1969: 101; Bauman, 1978: cap.
3). Y sin embargo había que pagar un precio en ma­
teria de objetividad, precisión y conclusión. Por su
propia parte Weber trató de reconciliar las ventajas
de la “comprensión interpretativa” con las exigen­
cias de las normas científicas.
£34 LA ALTERNATIVA. INTERPRETATIVA
Las intervenciones de W'eber
Sin embargo, para comprender precisamente lo
que esto significa, es importante entender algo de
la vía que llevó a Weber a su conclusión. Por enton­
ces dos posiciones generales dominaban el debate
acerca del método de la ciencia social; una de ellas,
la positivista, ya la hemos examinado con cierta ex­
tensión: la otra era la intuicionista, es decir, la idea
de que podemos comprender a los demás por me­
dio de nuestra intuición empática de sus mentes.
Weber rechazó ambas. Toda ciencia sociocultural
debe utilizar un método distinto del que emplean
las ciencias naturales, pero esto no se caracteriza,
como lo deseaban los intuicionistas, por una su­
puesta actitud única de empatia. Ambas formas de
conocimiento, la científica natural y la sociocultu­
ral, están “invariablemente atadas al instrumento
de la formación de conceptos” (Weber, 1975). En
otras palabras, los problemas de la lógica de la for­
mación de conceptos, es decir, el modo en que de­
ben formar ideas teóricas, son los mismos para las
ciencias naturales y las ciencias sociales, pese a las
diferencias de prácticas en la manera en que se lle­
va adelante la investigación intelectual. La diferen­
cia decisiva se encuentra en el “interés teórico” o
“propósito de comprender, que para las ciencias
socioculturales es comprender fenómenos subjeti­
vamente significativos. De este modo, com prende­
mos y esperamos que las ciencias históricas, lo
sociocultural, sean distintivas en su objetivo de in-
LA ALTERNATIVA. INTERPRETATIVA 235
terpretar el significado por causa de nuestros pro­
pios intereses históricamente formados y teórica­
mente informados. Son los valores de nuestra pro­
pia cultura Tos que determinan los tipos de intereses
que tenemos en la historia y en el mundo social
como algo subjetivamente significativo. Por idéntica
razón, tomamos el “interés teórico” de las ciencias
naturales en la producción de conceptos y proposi­
ciones universales-generales, o leyes. Pero ninguno
de estos diferentes tipos de intereses teóricos se
puede reducir al otro. Esto no es por razones onto-
lógicas, como sostenían los intuicionistas, sino por
las diferencias en el propósito axiológico o teórico
de la investigación, lo cual tiene consecuencias me­
todológicas para la ciencias socioculturales. Proce­
de aplicar aquí un método diferente de investiga­
ción, dado el interés teórico de comprender o de
interpretar la significación, y éste es el método de vers-
tehen es decir, tratar de reconstruir la experiencia
subjetiva de los actores sociales.
Con este fin, Weber planteó dos importantes prin­
cipios metodológicos, los cuales siguen siendo par­
te del lenguaje contemporáneo de la ciencia social:
la neutralidad del valor y el método de los tipos idea­
les. En lo tocante al primero Weber, conservando la
misma distinción que habían hecho los positivistas
entre el hecho y el valor, sostuvo que los científicos
sociales nunca debían abusar de su autoridad cien­
tífica haciendo pasar sus juicios de valor como ver­
dades científicas. Acerca de los valores conflictivos,
los científicos no pueden tener nada que decir so­
236 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
bre cuál se debe preferir, sino que sólo pueden re­
visar el probable resultado de las diversas alternati­
vas de valor. La cienciafsólo trata con lo racional, y
es una actividad instrumental, orientada técnica­
mente (Weber, 1949). El segundo recurso meto­
dológico, el tipo ideal, que requiere formar abs­
tracciones que simplifican y exageran rasgos
descubiertos en la realidad para crear una pauta
más lógicamente coherente de la que jamás podría
encontrarse en el mundo, fue presentado como me­
dio de captar con más objetividad unos significados
subjetivamente sostenidos. Al trazar con la mayor
claridad posible ciertas relaciones descubiertas en
la realidad, el “tipo ideal" ofrecía un medio de es­
tructurar y de enfocar la investigación del estudio­
so, poniendo de relieve ciertos rasgos de los fenó­
menos empíricos. Vemos así que para Weber todos
los aspectos irracionales y emotivos de la conducta
humana deben entenderse como desviaciones de
un tipo conceptualmcnte puro de acción racional,
el cual nos hacía figurarnos cómo se comportaría la
gente si fuera, por decirlo así, enteramente lógica,
permitiéndonos apreciar mejor por qué se compor­
taba de maneras no lógicas; por ejemplo, cómo in­
tervenían la emoción o una costumbre irracional al
determinar su curso de acción. La comprensión,
pues, fue transformada por Weber en la construc­
ción de modelos racionales. Weber consideró que
el método de la ciencia natural, transplantado al es­
tudio de la conducta social, produciría un conoci­
miento válido pero, en gran parte, de actividades
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 237
poco importantes, que no venían al caso, al menos
en lo tocante a la perspectiva subjetiva. El contras­
te entre las ciencias naturales y las sociales ocurre
porque, en estas últimas, los seres humanos son a la
vez el sujeto y el objeto de la investigación, lo que
significa que el conocimiento de la sociedad es una
forma de autoconocimiento. Verstehm, la compren­
sión interpretativa, ofrece a los observadores socia­
les un método de investigar los fenómenos sociales
de una manera que no deforma el mundo social de
los que están bajo estudio. Puesto que la esencia de la
interacción social se encuentra en los significados
que los agentes dan a sus acciones y a su entorno,
todo análisis social valido debe remitirse a ellos. Sin
embargo, la visión obtenida de esta manera deberá
ser apoyada por datos de índole científica y estadís­
tica. Todos los fenómenos, por muy únicos y parti­
culares que sean, son producto de condiciones an­
tecedentes y causalmente relacionadas. Con ello no
quiere decir Weber que los hechos sociales deban
reducirse a leyes aisladas que lo abarquen Lodo
sino, antes bien, que partiendo del complejo con­
junto de la realidad social se deben abstraer y rela­
cionar antecedentes y consecuencias limitados y
únicos, que se relacionarán con los fenómenos ob­
servados. Esta “causación adecuada” nos ofrece ex­
plicaciones probabilistas.
Esta tradición de pensamiento, reaccionando
contra las concepciones positivistas de la ciencia y
su importación a la ciencia social, ejerció un pode­
roso impacto, especialmente en Europa pero, aun­
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
que no se la pasó por alto, su influencia fue menor
en el Reino Unido y en Estados Unidos, al menos
hasta hace poco tiempo.J Para nuestros propósitos
sobresale un rasgo por encima de los demás: la idea
de que las ciencias sociales incluyen métodos radi­
calmente distintos de los de las ciencias naturales.
Se reconoce que los argumentos en favor de esto no
siempre adoptan una forma ontológica sino que
más bien señalan los diferentes tipos de conoci­
miento requeridos por las respectivas disciplinas.
Sea como fuere, intervenían diferentes metodo­
logías. Y ahora nos dedicaremos a un examen de al­
gunas de estas cuestiones.

A cción y significado social

En parte, la actitud “humanista' es una reacción


contra la concepción “cientifraada" del actor social
que parece encarnado en la ciencia social ortodoxa
de persuasión positivista. La acusación dice que
esos rasgos que hacen de la vida social un produc­
to distintivamente humano están mal representados
al ser analizados y reducidos a la interacción de va­
riables.0 Desde luego, a veces tales acusaciones son
excesivas. En realidad, comoquiera que acabemos
juzgando la iniciativa de Lazarsfeld al establecer el
J La decadencia del marxismo académico como fuerza do­
minante en el Reino Unido ha renovado el interés por Weber.
l) Véase, por ejemplo, una crítica no filosófica en Blumer
(1956).
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 239
análisis de variables como método de investigación
O
en las ciencias sociales, una de sus intenciones era
desarrollar un modo de análisis que admitiera el
hecho de que la mayor parte de los conceptos más
importantes de interés era cualitativa, y sin embargo
reductible al menos a un modesto nivel de medi­
ción. Como hemos dicho, acaso el análisis de varia­
bles no resulte, a la postre, un intento triunfante por
transformar de modo decisivo las cosas en una di­
rección mucho más “científica”, pero su motivo no
fue eliminar, repitiendo nuestra antigua frase, lo
"distintivamente hum ano” del análisis científico so­
cial. Sin embargo, ha sido causa de ciertos debates
qué fue exactamente lo que dejó fuera la ciencia so­
cial positivista; ¿el libie albedrío y la elección, las
preocupaciones morales y políticas, el respeto al
destino humano, los valores, el ego, la dimensión
subjeliva, o qué?
La discusión es acerca del objeto de la investiga­
ción científica social y los medios por los cuales se
la debe interpretar. Aun si fuese realmente posible
describir las pautan empíricas de las actividades so­
ciales utilizando todo el elegante aparato correla-
cional de la ciencia social positivista, esto no logra­
ría, afírmase, llegar al tema apropiado de la ciencia
social. Nos daría un conocimiento adecuado de por
qué las pautas ocurrían como ocurren, como pro­
ducto social de seres humanos en acción. En el me­
jor de los casos, tales versiones sólo serían parciales;
en el peor, los métodos mismos distorsionan en for­
ma profunda la realidad de la vida social.
240 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
Las muy diversas cuestiones que están aqm en
juego se encuentran resumidas en la célebre defi­
nición hecha por Weber de la “acción social”: una
acción es social cuando un actor social le asigna
cierto significado a su conducta y, mediante este
significado, se relaciona con la conducta de otras
personas (Weber, 1969: 88). Ocurre una interac­
ción social cuando las acciones de una persona van
orientadas hacia las acciones de otras. Las acciones
no van orientadas de una manera mecanicista de
estímulo y respuesta, sino porque los actores inter­
pretan y dan significado tanto a su propia conducta
como a la de los demás. El propio Weber dedicó es­
fuerzos considerables a dilucidar las implicaciones
de esta formulación del lema central o, según We­
ber, el objetivo de la sociología. El punto impor­
tante tiene que ver con la idea de significado y su
relación con el tipo de conocimiento que requeri­
mos para comprender y explicar los fenómenos so­
ciales. Hablai de significado es empezar a señalar
el más importante de los hechos: que los seres hu­
manos tienen urra vida mental rica y sumamente va­
riada, que se refleja en todos los artefactos por los
cuales viven y en las instituciones en las cuales vi­
ven. En términos sociológicos y antropológicos
modernos, a esto se lo llama “cultura e incluye
todo aquello de que los actores sociales pueden de­
cir, que pueden explicar, describir a otros, excusar
o justificar, creer en ello, afirmar, teorizar al res­
pecto, estar de acuerdo y en desacuerdo, orar, crear,
* edificar, etc. En otras palabras, el m undo de los ac-
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 241
tores sociales es un mundo que es inteligible para
ellos y por ellos/
Una manera de considerar el significado es ver­
lo como componente subjetivo o interno de la con­
ducta. Esto sería destacar un contraste entre los ras­
gos objetivos de la acción social y sus elementos
subjetivos. Entonces las regularidades que descu­
brimos al estudiar la sociedad no son más que las
apariencias externas de lo que comprenden los
miembros de una sociedad y, por lo tanto, sobre lo
que actúan. Este punto se puede ilustrar empleando
el célebre ejemplo de Hart sobre el tránsito calleje­
ro (Hart, 1961; Ryan, 1970: 140-141). Una corrien­
te de tráfico controlada por los semáforos muestra
una regularidad. Si la considerásemos puramente
como producto de factores causales, para explicar
los patrones tendríamos que especificar las condi­
ciones necesarias y suficientes que producen un pa­
trón determinado, y pasar de allí a formular una teo­
ría que vinculara los semáforos con el movimiento
de la corriente del tránsito. Tendríamos que postu­
lar el mecanismo causal que interviene efectuando
la conexión entre las diferentes luces de colores y el
desplazamiento de las unidades vehiculares. Y sin
embargo, tal como ocurren las cosas, sabemos que
7 Esto es, desde luego, lo que por ejemplo se utilizaba en la
elaboración de cuestionarios y escalas de actitud. Sin embargo,
la cuestión es saber cómo es tratada m etodológicamente esta di­
m ensión significativa de la vida social, y hasta qué grado tales
tratamientos deform an los fenómenos que son los objetos de la
ciencia social.
242 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
existen regulaciones que gobiernan los semáforos y
que se espera que los conductores de automóviles
y otros vehículos obedezcan y, al hacerlo, se produ­
cen los patrones de tráfico como respuesta a los pa­
trones de los semáforos. De este modo, la conexión
entre las luces y el avance del tráfico se puede ex­
plicar en términos del significado que tienen las
luces, es decir, representan las órdenes uialto!” y
“¡siga!”, por ejemplo, dentro de la cultura.
Una cuestión importante que surge de este ejem­
plo es saber si una explicación en términos de sig­
nificado es compatible con una explicación causal.
Si la respuesta es negativa, esto parecería indicar
una diferencia fundamental entre las ciencias socia­
les y las ciencias físicas. Lo que se afirmaría sería
que las relaciones entre los semáforos y la conducta
de los yehículps no es del mismo orden lógico que,
por ejemplo, la que existe entre' la luz del sol y el
crecimiento de las plantas, entre el trueno y el rayo,
o entre bolas de billar que chocan. Aunque clásica­
mente considerados los elementos causales sí parti­
cipan en los semáforos y en la conducta que produ­
cen, por ejemplo en los mecanismos que activan las
luces y en el sistema de control de los vehículos,
esto no nos sirve para comprender la relación entre
las luces y los patrones del tráfico. Esa relación in-
cluve una conexión significativa. Los conductores
de vehículos que se detienen y avanzan están obe­
deciendo una serie de órdenes señaladas por los se­
máforos, y lo que hemos descubierto es una costum­
bre, o una práctica regulada, y no una ley causal. Los
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 243
conductores podrían dar razones por las cuales se
detuvieron cuando la luz se puso roja, o avanzaron
cuando la luz se puso verde. En pocas palabras,
ellos mismos podrían explicar por qué hicieron lo
que hicieron: “Porque la luz roja me indicó ‘alto’”;
“La luz verde me permitió avanzar”; “Si no se de­
tiene uno ante la luz roja puede tener dificultades
con la policía”; “Hay que obedecer los semáforos
pues de otra manera las calles serían un caos”, etc.
Tales razones invocarían intenciones, propósitos,
justificaciones, reglas, convenciones y similares, y
no mecanismos causales impersonales.
Existe aquí toda una serie de problemas relacio­
nados con la categoría ontológica de razones y re­
glas, y con la categoría de las teorías ele la ciencia so­
cial en relación con esas explicaciones ofrecidas
por los miembros de la sociedad, la naturaleza de la
acción social y su descripción, entre otras cosas,
todo ello entrelazado de las maneras más comple­
jas. Sin embargo, en este capítulo tratemos de esta­
blecer algunas posiciones preliminares.
Una manera predominante de caracterizar la ta­
rea del científico social es considerarla como un in­
tento por dar una explicación teórica de la vida so­
cial. Esto requiere una investigación empírica para
hacer que los datos pesen sobre la teoría. Estos da­
tos se deben derivar, de alguna manera, de las vidas
de los actores sociales que se estén estudiando,
pero, en contraste con los fenómenos físicos, los ac­
tores sociales se dan un significado a sí mismos, a
los demás y a los medios sociales en que viven. Pue­
244 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
den describirlo que hacen, explicarlo y justificarlo,
dar razones, declarar sus motivos, decidir los cursos
de acción apropiados, tratar de que los medios co­
rrespondan a los fines, etc. Tal como lo ha expre­
sado Schutz:
L e c o r r e s p o n d e al c i e n t í f i c o n a t u r a l , y s ó l o a él, d e f i ­
nir, d e a c u e r d o c o n las r e g l a s p r o c e s a l e s d e s u c i e n c ia ,
su c a m p o d e o b s e r v a c i ó n , y d e t e r m i n a r los h e c h o s , d a ­
tos y a c o n t e c i m i e n t o s q u e o c u r r e n d e n t r o d e él y q u e
s o n p e r t i n e n t e s a los p r o b l e m a s o p r o p ó s i t o s c i e n t í f i ­
co s d e q u e se t r a t e [. . .] El m u n d o d e la n a t u r a l e z a , tal
c o m o es e x p l o r a d o p o r el n a t u r a l i s t a , n o “s i g n i f i c a ”
n a d a p a r a las m o l é c u l a s , á t o m o s y e l e c t r o n e s q u e lo
h a b i t a n . E n c a m b i o , el c a m p o d e o b s e r v a c i ó n d e l cien-
tífic o s o cia l, es d e c ir, la r e a l i d a d s o c ia l, t i e n e u n s i g n i ­
ficado especifico y u n a e stru c tu ra d e p e rtin e n c ia p ara
los s e r e s h u m a n o s q u e v iv e n , a c t ú a n y p i e n s a n e n ella.
M ed ia n te u n a serie d e co n stru c to s d e se n tid o c o m ú n
h a n p re s e le c rio n a d o y p r e in te r p r e ta d o este m u n d o
q u e e x p e r i m e n t a n c o m o la r e a l i d a d d e s u s v i d a s c o t i ­
d i a n a s [ S c h u t z , 1 963; 2 3 4].

Así, el científico social debe enfrentarse a estos


significados pues, como veremos más adelante, en
un sentido fundamental los orígenes de los datos
del investigador, cualesquiera métodos que emplee
en su investigación, se encuentran en estos signifi­
cados. El punto de partida para la investigación em­
pírica de la ciencia social es la observación de lo
que los miembros de la sociedad hacen o han he­
cho, dicen o han dicho. Estas observaciones pue-
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 245
den tener forma de registros, tasas estadísticas, gra­
baciones, escritos, cuestionarios o entrevistas, res­
tos arqueológicos, diarios, etc. Un aspecto esencial
de la observación es la descripción del fenómeno.
Hay que clasificar y catalogar las acciones y las con­
ductas. Por ejemplo, se deben tomar decisiones so­
bre si un hombre que talló una pieza de madera es­
taba haciendo algo económico, religioso, político,
artístico o cualquier otra cosa. Lo que también es
seguro es que el propio hombre tenía un sentido de
lo que estaba haciendo. Entonces, ¿cuál es la rela­
ción que hay entre su versión y cualquiera que
el científico social pueda ofrecer? ¿Cuál debe ser el
nexo, si lo hay? En términos más generales, ¿qué di­
ferencia establece, para el estudio de la vida social,
el hecho de que los actores sociales asignen un sig­
nificado a su realidad social?
Dado que la ciencia social de inspiración positi­
vista no ha pasado por alto, precisamente, lo que
podríamos llamar de manera tentativa los “compo­
nentes significativos” de la conducta social, y pues­
to que las posiciones filosóficas que estamos anali­
zando en este capítulo incluyen una crítica del
trato que le da el positivista, tal vez convenga em­
pezar con alguna declaración de los modos tradi­
cionales en que los “componentes”, como razones,
motivos, intenciones, reglas y convenciones, han
sido considerados en la teoría científica social tra­
dicional.
246 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA

R eglas , motivos y descripción


DE LA ACCIÓN SOCIAL
En el anterior ejemplo de los semáforos se identifi­
caron dos clases de fenómenos importantes para
toda explicación “significativa” de la conducta: las
reglas que rigen el tráfico en los semáforos y los
conceptos disposicionales, como razones, intencio­
nes o motivos. Estos últimos, especialmente, señalan
el carácter “interno” de la relación que hay entre los
semáforos y la conducta de los conductores, es de­
cir, el significado subjetivo que lleva a la secuencia
de acciones que describiríamos como “obedecer las
reglas de las señales de tráfico”. Desde luego, la
idea de que la acción social es gobernada por reglas
no es nueva ni sorprendente. Algunos de los con­
ceptos básicos de la ciencia social, como normas,
instituciones, desvíos, racionalidad, autoridad, bús­
queda del lucro, intercambio, legitimidad y muchas
más, rinden homenaje, y no sólo de paso, a la idea
de que la conducta social, consista en lo que con­
sista, incluye reglas. Característicamente se invocan
las reglas como explicación de la conducta social.
Por ejemplo, la insistencia de Durkheim en que la
sociedad es una entidad moral subraya este aspecto
de la vida social, tal como lo hace el interés de We-
ber en la naturaleza de la acción social y, edifican­
do sobre ello, el lugar central que ocupa la noción
de autoridad en sus concepciones de cómo se pro­
duce y reproduce la organización social. Ambos
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 247
presentan las reglas como distintivas de la organi­
zación social.
El modo típico de explicación se basa en el con­
cepto de que la interacción es gobernada v, a la vez,
motivada, por reglas. Se explican las pautas de ac­
ción por referencia a dos grupos de factores: los
disposicionales, como actitudes, motivos, sentimien­
tos, creencias, personalidad, y las expectativas san­
cionadas, o reglas normativas, a las que está sujeto
el actor. A veces a estas últimas se las llama “expec­
tativas de rol”, que corresponden a quien ocupa
una posición particular dentro de una red de rela­
ciones sociales. Por ejemplo, de quienes tienen
puestos empresariales otros esperan que se com­
porten en formas particulares; lo mismo pasa, aun­
que de diferentes maneras, con las madres, los pa­
dres, primeros ministros, sacerdotes, empleados de
banco, etc. Estas expectativas pueden verse como
reglas que guían o que hasta imponen el modo
api opiado de conducta para alguien que ocupe uno
de estos puestos. Como ilustración, digamos que un
maestro recién empleado tiene que aprender las re­
glas, tanto las oficiales como las extraoficiales, que
forjan lo que de ellos esperan otros con quienes en­
tran en contacto. Además, se esperará que el ocu­
pante de un puesto particular lo desempeñe autén­
ticamente, teniendo las motivaciones debidas para
desempeñar de modo adecuado su rol.
Estas expectativas o reglas son. por decirlo así,
“externas” al individuo. Existen desde antes de que
alguien ocupe un puesto y, además, pueden actuar
248 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
como elementos coercitivos que producen la con­
ducta apropiada. En términos de Durkheim, tienen
una cualidad “de cosas”. Su “externalidad” en ese
sentido produce pautas sociales porque reglas simi­
lares se aplican a puestos similares; todos los geren­
tes se ven sometidos casi al mismo tipo de expecta­
tivas, así como también los padres, las madres y
todos los demás. Esto es en gran parte lo que signi­
fica la idea de un orden normativo y, por consi­
guiente, es una fuente importante de las pautas acu­
mulativas que son características de gran parte de
la vida social. Se supone que éste es un nexo más o
menos estable entre el desempeño de roles que se
espera de quienes ocupan puestos y las situaciones
en que se encuentran por causa de las reglas nor­
mativas que gobiernan la conducta en esa situación.
Además se supone que los actores se han “socializa­
do” en una cultura común, por lo que hay un con­
siderable consenso cognoscitivo entre ellos, que les
permite identificar situaciones, acciones y reglas de
manera casi idéntica (Wilson, 1974; Weider, 1974).
Las pautas que regular y rutinariamente ocurren en
la vida social permiten a los científicos sociales ha­
blar de elementos sociales tan estables como “es­
tructura social”, “instituciones”, “lo político” o el
“sistema económico”.
Para completar el argumento, es importante es­
tablecer el punto de que puede haber diferencias
significativas entre subgrupos dentro de una socie­
dad, en términos de las expectativas y las definicio­
nes normativas que son inseparables de ciertos pues­
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 249
tos particulares, pero eso no modifica el cuadro ge­
neral. En realidad, tales diferencias plantean pro­
blemas de cierto interés, según lo muestran los es­
tudios de fenómenos como el conflicto de roles, la
marginación, el cambio social y la desviación.
En vena similar a las reglas, también los motivos,
las razones, las intenciones, etc., son considerados
como antecedentes causales y, por lo tanto, exter­
nos a la acción, lo cual afecta o empuja a las perso­
nas a caer en ciertas conductas. En pocas palabras,
la conducta tiene un carácter motivado. Según esta
idea, atribuir un motivo a alguien es identificar un
mecanismo causal “interno” que produce una
muestra de conducta “externa”. Decir que los obre­
ros se declaran en huelga porque tienen disposicio­
nes o actitudes antiempresariales es lo mismo que
decir que el cuadro “interno” de su mundo laboral
produce o causa su intransigencia ante la adminis­
tración. Esto es atribuir a la conducta del huelguis­
ta un propósito o una meta, y ofrece una explica­
ción en términos de los fines que la acción
pretende alcanzar. El análisis de Weber (1960) de la
conducta económicamente innovadora de los pro­
testantes ascéticos atribuye un conjunto particular
de motivaciones religiosas que hacen que las perso­
nas que tienen esa fe trabajen más, sean ahorrati­
vas, se esfuercen por triunfar en todo lo que hacen,
etc. Desde luego los motivos, aunque considerados
como estados “internos” y privados, no se conside­
ran distribuidos al azar entre la población. Igual
que en el caso de las reglas, la socialización en una
250 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
c u l t u r a c o m ú n s ig n if ic a q u e los m o t i v o s f o r m a n
p a u l a s , típ i c a s d e las p e r s o n a s s o c i a l m e n t e d e f i n i ­
d a s y, d e e s t e m o d o , p r o d u c i d a s p o r la e s t r u c t u r a
so c ia l. A sí, o c u p a r u n a p o s i c i ó n s o c ia l p a r t i c u l a r
" c o n d u c e " al d e s a r r o l l o d e c i e r t a s d i s p o s i c i o n e s
q u e tie n e n relieves y c o n s e c u e n c ia s sociales q u e, a
su vez, d a n p o r r e s u l t a d o u n a c o n d u c t a d e u n t i p o
p a r t i c u l a r . A m e n u d o s e d i c e q u e el c a r á c t e r m o t i ­
v a d o d e ta le s a c c i o n e s s u r g e d e los i n t e r e s e s e n c a r ­
n a d o s e n la o c u p a c i ó n d e p u e s t o s p a r t i c u l a r e s ; l o s
v o t o s p o r r a z o n e s d e v e n t a j a s d e c l a s e , el i n g r e s o e n
c ie r ta s a s o c i a c i o n e s p a r a m e j o r a r las p e r s p e c t i v a s
d e h a c e r c a r r e r a , o las h u e l g a s p a r a m e j o r a r los i n ­
g r e s o s p r o p i o s y d e los c o m p a ñ e r o s d e tr a b a j o , s o n
e je m p lo s d e ello.
A s í p u e s , é s t e e s el m o d e l o b á s i c o d e l a s v e r s i o ­
n e s del c ie n tífic o so cial, u ti l i z a n d o los e l e m e n t o s d e
s i g n i f i c a d o a los q u e h e m o s l l a m a d o re g la s y d i s p o ­
s i c i o n e s . A u n q u e n o s h e m o s b a s a d o e n la ^ o c i o l o g í a
p a r a e s ta b le c e r los l in c a m ie n to s d e esta v e rsió n , d is­
ta m u c h o d e l im i ta r s e a e s ta d is c ip lin a . L a s u p o s i ­
c i ó n d e l homo economicus e n l a t e o r í a e c o n ó m i c a e s
p o s tu la r a u n a c to r c o n la d is p o s ic ió n d e a c t u a r r a ­
c i o n a l m e n t e ( A n d e r s o n et ai, 1 9 8 8 ) ; la e x p l i c a c i ó n
h is tó ric a se l o g r a , e n p a r t e c o n s id e r a b l e , a t r i b u y e n ­
do m otivos a p e rso n a je s q u e actú a n en c irc u n sta n ­
cias h i s t ó r i c a s e s p e c íf ic a s ; las e x p l i c a c i o n e s q u e d a
la c i e n c i a p o l í t i c a d e p o r q u é la g e n t e v o t a p o r c i e r ­
tos p a r t i d o s c o n s i d e r a q u e la g e n t e es m o t i v a d a , al
m e n o s en p a rte , p o r sus e v a lu a c io n e s de sus in te re ­
ses so cia les v e c o n ó m i c o s , e tc é te ra .
LA ALTERNATIVA. INTERPRETATIVA. 251
Desde un punto de vista positivista existen algu­
nos elementos adicionales que es necesario añadir
a este modelo. En primer lugar, que la explicación
debe ponerse en una forma deductiva, mostrando
cómo la conducta observada se puede deducir de
un conjunto de premisas que contienen la teoría,
además de unas condiciones empíricas declaradas.
Desde luego, la teoría debe contener referencias a
las reglas y disposiciones que, por hipótesis, están
causando la conducta observada. En segundo lugar,
y como consecuencia de la primera condición, la
conducta que va a explicarse deberá ser definible
independientemente de las reglas o disposiciones
que, según se dice, la causan, pues de otra manera
no podremos afirmar que lo que estamos exami­
nando es la relación causal entre dos o más entida­
des distintas. En tercer lugar, las descripciones de
las condiciones empíricas, los hechos que van a ex­
plicarse y las reglas y disposiciones de la teoría de­
ben tener significados estables y no depender de las
circunstancias y de la ocasión (Wilson, 1974: 71;
Quine, 1960).
Dado que el modo de explicación antes esbozado
satisface estas condiciones, el marco es coherente.
La labor de la investigación empírica consiste en
descubrir precisamente el patrón de las relaciones
contingentes que hay entre reglas, motivos, situa­
ciones, relaciones sociales y conducta, y formularlos
como regularidades, uniéndolos en una teoría que
explique por qué tienen la forma que tienen. Para
ver hasta qué punto se justifica esto, examinemos
252 LA ALTERNATIVA INTERPRETA! IVA
un poco más minuciosamente la relación que exis­
te entre los motivos y la descripción de la acción
social. f
Como ya se indicó, en la típica forma de explica­
ción antes esbozada se ofrecen ciertas características
internas y pnvadas de las personas, como antece­
dente causal que predispone al actor a comportarse
de una manera paiticular. Se considera que el mo­
tivo y la conducía son independientes, pues el esta­
do interno y privado es la fuente causal, por decir­
lo así, de la conducta externa, de la acción. Sin
embargo, esta formulación de la relación hace sur­
gir toda clase de problemas metodológicos para la
ciencia social. ET problema, concebido como inter­
no y privado v, por lo tanto, no abierto a inspección
directa, consiste en inventar métodos de evaluar ta­
les estados internos, para cuyo efecto se ha inventa­
do un gran numero de técnicas, como escalas de ac­
titud, cuestionarios, entrevistas e inventarios de
personalidad. Los resultados de todo esto suelen
ser correlacionados con índices “subjetivos”, como
nivel de educación, clase social, identidad étnica,
participación en asociaciones, votos, patrón de gas­
tos, para mencionar sólo unos cuantos de los tipos
de variables que se emplean.
Con métodos como éstos, para su atribución a
“estados mentales” —para emplear un término ge­
neral, por el momento— de lo que dicen los en-
cuestados, siempre ha existido el problema de rela­
cionar lo que la gente dice con lo que hace (por
ejemplo véase Deutscher, 1973). Durante una en-
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 253
trevista los interrogados bien pueden decir una
cosa, pero al enfrentarse a la correspondiente situa­
ción en la “vida real" pueden hacer otra. Por ejem­
plo, pueden expresar una marcada antipatía contra
el gobierno del momento y sin embargo votar por él el
día de las elecciones. En otros casos se infieren los
motivos a partir de lo que la gente hace o ha hecho.
v

De que los primeros capitalistas fuesen miembros


de ascéticas sectas protestantes se ha inferido que su
persuasión religiosa los motivó a dedicarse a una
conducta apropiada a la acumulación capitalista.
Se ha considerado que el problema consiste en
obtener las inferencias de los “estados mentales” a
partir de la llamada conducta externa. Sin embargo,
la concepción de la relación entre los llamados “es­
tados mentales”, como motivos, intenciones y razo­
nes, y la conducta presupuesta en el modelo antes
esbozado está, afirmaremos, fundamentalmente
mal concebida. Consideremos la siguiente descrip­
ción de acciones bastante prosaicas: “Levantó el
brazo”, “Levantó el vaso”, “Brindó por la feliz pare­
ja”, “Sació su sed”, “Decidió que lo único que podía
hacer era emborracharse.” Todas estas afirmacio­
nes describen lo que podría llamarse diferentes ac­
ciones, y sin embargo también podría decirse que
consisten o que implican un movimiento corporal
muy parecido. Esta “muestra conductual”, por lo
tanto, puede formar parte de muchas diferentes ac­
ciones, y, generalizando a partir de esto, podemos
decir que no es necesario que haya un acoplamien­
to, de una a una, de la descripción de una acción
LA ALTERNATIVA. INTERPRETATIVA
con un despliegue conductual. Piikin planteó bas­
tante bien este punto:
C o n el m i s m o m o v i m i e n t o tísico, u n p l u m a / o o u n
m e n e o d e la c a b e z a , u n h o m b r e p u e d e v i o l a r u n a p r o ­
m e s a o h a c e r u n a , r e n u n c i a r a su d e r e c h o d e n a c i ­
m i e n t o , i n s u l t a r a u n a m itreo i’ o b e d e c e r u n a o r d e n o co-
m e t e r t r a i c i ó n . E n v a r i a s c i r c u n s t a n c i a s y c o n d iv e r s a s
i n t e n c i o n e s el m i s m o m o v i m i e n t o p u e d e c o n s t i t u i r
c u a l q u i e r a d e e s t a s a c c i o n e s ; p o r ello, e n sí m i s m o , 110
c o n s t i t u v e n i n g u n a d e ellas [P itk in , 1 9 72 : 167].

l;n obseivador que viera a alguien levantar el


brazo con un tarro de cerveza podría describir la
acción de muy diversas maneras. Cualquiera de las
acciones antes descritas podría ser apropiada, aun­
que Levantó el brazo” parece singularmente poco
informa: ivo, dentro de cierto contexto. Si nos ate­
nemos al cuadro de intenciones, motivos, etc.,
como estados literalmente “internos” localizados en
la mente (que, en este cuadro, suele suponerse que
está contenida “en la cabeza”), el observador no
puede captar directamente algún supuesto “estado
mental” que causara la conducta observada. Y sin
embargo, el modo en que la acción misma de un in­
dividuo deberá ser identificada depende de la refe­
rencia a : upuestos “estados mentales”. Pero la atri­
bución de esos "estados mentales” no implica
inferencias problemáticas acerca de hechos ocurri­
dos “en la cabeza sino que exige observar las cir­
cunstancias de la actividad —era una boda, un día
LA YLTERNATIVA INT F RP RETATIV.\ 251
caluroso, a alguien k) habían “plantado”, etc.— y ha­
bría podido darse alguna descripción sin mayor di­
ficultad ni angustia acerca de lo que en realidad
ocurrió. Algunas de estas descripciones bien pue­
den imputarle un motivo o propósito a la conducta,
como un deseo de emborracharse, de mostrarse so­
ciable, de desear buena suerte a la feliz pareja, de
saciar la sed, etc. En tales casos, lo que hace el mo­
tivo es decirnos más acerca de la acción que se está
efectuando, y nos dice lo que la persona está ha­
ciendo: “em borrachándose”, “brindando por la fe­
liz pareja”, "saciando la sed \ etcéteia.
Ai describir muchas acciones achacamos inevita­
blemente motivos de una índole u otra. La fuerza
analítica de motive* v razones no se encuentra tan­
to en que sean fuentes “internas” y fuentes causales
privadas de la acción o comportamiento, sino en
que equivalen a reglas para identificar una muestra
de conducta como acción de una índole particular.
Motivos, razones y otros conceptos disposicionales
se pueden considerar como reglas o como instruc­
ciones internas para ver el comportamiento de tal o
cual manera, para explicar más la acción, para ha­
cer un relato de tal acción. De ahí se sigue que cual­
quier despliegue de comportamiento se puede des­
cribir y explicar en toda una variedad de formas
distintas y a menudo excluyentes, es decir, como di­
versos tipos de acción motivada. Corno Lo expresa
Austin (1961; véase también Anderson et ai, 1986:
cap. 9):
256 LA ALTERNATIVA INT H.RPRE1 ATI VA
E n p r i n c i p i o , s i e m p r e e s t á a b i e r t o a n o s o t r o s , a lo l a r ­
g o d e v a r i a s lín e a s, d e s c r i b i r “lo q u e h i c e ” o r e f e r i r n o s
a ello d e t a n t a s m a n e r a s d i s t i n t a s . . . ¿ D e b e m o s d e c i r,
c o m o e s t a m o s d i c i e n d o , q u e él t o m ó el d i n e r o d e ella,
o q u e m e t i ó la p e l o t a e n el h o y o ? ¿ Q u e d ijo “H e c h o ”, o
q u e a c e p t ó u n a o f e r t a ? Es d e c i r , ¿ h a s t a q u é p u n t o los
m otivos, inten cio n es y co n v en c io n e s f o r m a n p a rte de
la d e s c r i p c i ó n d e las a c c i o n e s ? [ A u s l i n , 1961: 148-149].

Aquí la cuestión es más manifiesta cuando el ca­


rácter motivado de un acontecimiento es equívoco,
como en un caso del que nos informa Atkinson
(197 1; véase también Heritage, 1978). Una viuda de
83 años fue descubierta en su cocina, habiéndose
suicidado con gas. Había vivido a solas desde la
muerte de su marido. Había colocado tapetes y toa­
llas bajo las puertas y en torno de las ventanas. En
la investigación ios vecinos declararon que siempre
había parecido persona alegre y feliz. El jefe de in­
vestigaciones dio un veredicto abierto, porque no
había pruebas de por qué se habían abierto las lla­
ves del gas. En este caso, las circunstancias de la
muerte, ocurrida durante el invierno, fueron insu­
ficientes para llevar a un veredicto definitivo. Por
ejemplo, fue difícil establecer si se habían utilizado
los tapetes y las toallas para proteger del frío y de
las corrientes, y no para evitar la salida del gas y,
por consiguiente, establecer si la salida del gas fue
intencional o bien inmotivada, y debida a simple
distracción. Si la muerte hubiese ocurrido en vera­
no el carácter motivado de los acontecimientos ha*
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 257
bría sido menos ambiguo. El hecho de que ocurrie­
ra en invierno hizo que el carácter motivado de la
escena no se pudiera aclarar sin recurrir a testimo­
nios circunstanciales con respecto al estado mental
de la viuda. Las diferentes suposiciones con respec­
to a su estado mental habrían instruido a los res­
ponsables de llegar a un veredicto para formarse
una versión de la escena en formas particulares o
bien, a la inversa, las suposiciones acerca de la es­
cena les habrían llevado a hacer inferencias acerca
del estado mental de la víctima, etc. Es importante
subrayar que la incertidumbre en este caso no se
debió al hecho de que las intenciones de la viuda
nos fuesen ocultadas a los demás, “dentro de su ca­
beza”, por decirlo así, sino porque nos fueron ocul­
tadas dentro de su habitación. Si hubiésemos estado
allí para observar sus acciones en el momento, ha­
bríamos podido determinar mucho mejor cuál era
su propósito.
Suponer, como el modo típico de la explicación
científica social quisiera que lo hiciésemos, que la
conducta se puede describir como una especie de
“hecho bruto”, independiente de motivos o de ra­
zones, es representar sumamente mal la relación
que éstos tienen con la descripción de la acción.
Describir la acción antes mencionada como “llevar­
se un vaso a los labios” como si esto fuese, de algún
modo, más real que otras descripciones que impli­
can imputaciones o inferencias acerca de las moti­
vaciones, excluye los elementos mismos que la ha­
cen una acción social, aunque, debe decirse, para
m LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
algunos propósitos semejante descripción bien pue­
de ser adecuada. Empero, esa descripción, tratada
como descripción de un “hecho bruto’ indiscutible
o de un -Vlato observacional” básico, que permite el
significado o la imputación de motivo, razón o in­
tención, tan sólo como componente subjetivo, es un
error al concebir el proceso de descripción de la ac­
ción.8 Además, los motivos pueden ser discutibles,
indeterminados y dudosos como cosa natural. La
conjetura como motivo no surge de la ausencia de
evidencia que podemos tener pero que no tenemos
—como lo quisiera el positivista desesperado del
que hablamos antes— sino que es una revisión de
toda una gama de posibilidades en que la relación
de la conducta con sus circunstancias simplemente
es ambigua, aunque pueda no ser así para aquellos
cuyas actividades se están observando.
Lo que ocurre con los motivos ocurre con las re­
glas. Cualquier ejemplo de conducta se puede ha­
cer congruente con un gran número de reglas,
aunque en la práctica sólo algunas parecerán per­
tinentes para cada ocasión. Algunas reglas son
mandamientos de hacer o no hacer algo que podría­
mos hacer si existiese o no existiese la regla. Por
ejemplo, podríamos dejar de comer ciertos alimen­
tos sin que nos lo hubiesen ordenado ciertas res­
tricciones alimentarias. En ese sentido, las reglas
son externas a la conducta a la que se aplican. Por
8 Coulter (1979) desarrolla este tema con cierta extensión.
Véase también Coulter (1969).
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 259
ejemplo, los diez mandamientos prohíben varios ti­
pos de conductas que, puede suponerse, el autor de
las reglas no consideró sanas, como el adulterio, el
robo, la envidia, la idolatría, etc. Sin embargo, al­
gunas reglas hacen posibles las actividades mismas
a las que se aplican y por ello se puede decir que
son “constitutivas” de la acción, en el sentido de
que prescriben lo que se requiere para desempeñar
cierta acción. Como ejemplo obvio, diremos que se­
ría imposible imaginar siquiera jugar al ajedrez sin
las reglas del ajedrez, pues son esas reglas las que
establecen cómo se juega, qué maneras de mover
las piezas cuentan como jugadas en una partida,
etc. Si suspendemos reglas como éstas, deja d^/exis-
tir la actividad en cuestión. Desde luego, aún que­
daría la conducta de empujar piezas de madera o de
plástico sobre un tablero ajedrezado, pero no po­
dría decirse que esto fuera precisamente jugar al
ajedrez.9 Del mismo modo, “obedecer los semáfo­
ros” no tendría sentido fuera de la idea de reglas de
tránsito.
Aquí, una distinción procedente es la que hay en­
tre un proceso que esté de acuerdo con una regla y
un proceso que implique una regla; entre “acción
de acuerdo con una regla” y “acción gobernada por
una regla”.10 Cualquier agente, proceso o acción
observado puede ponerse bajo los auspicios de mu­
chas formulaciones similares a reglas, ninguna de
<) Sobre las “reglas constitutivas” véase Searle (1969).
10 Véanse Coulter (1973: 141); Rawls (1955). La distinción se
debe a Wittgenstein (1958: 199-202).
260 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
las cuales es inconfundiblemente la regla que go­
bierna el proceso o el acontecimiento. Como lo ex­
presa Coulter, las Veglas que hacen de una acción
lo que es no son reductibles a ningún [conjunto de]
descripciones de transformaciones físicas o fisioló­
gicas, va que virtualmente cualquier ‘acción’ o ‘ac­
tividad’ se puede realizar por medio de diferentes
transformaciones [. . .] y lo inverso también es cier­
to” (Coulter, 1989: 14). Una actividad está de acuer­
do con una regla si muestra las regularidades ex­
presadas por la regla. Implica una regla si los
agentes en realidad utilizan la regla para guiar o
evaluar sus acciones. Sin embargo, las reglas no de­
terminan sus propias aplicaciones sino que tienen
que ser usadas, y uno de sus usos más importantes
consiste en poner una serie de acontecimientos,
procesos, personas o conducta, o todo ello junto,
dentro de algún esquema de interpretación. En este
sentido, el concepto de regla queda atado al de “co­
meter un error”, y es la posibilidad de esto la que
ayuda a distinguir entre ser “gobernado por reglas”
y la simple regularidad. Es decir, nos permite eva­
luar lo que se está haciendo, atribuir las faltas, ver-
nos sometidos a críticas. Invocar reglas es una ma­
nera de pintar o de describir acción, o de señalar lo
que estamos haciendo, o hacer responsables nues­
tras acciones. Empleadas de esta manera, las reglas
son parte de nuestros recursos para hacer com­
prensible el mundo.
El resultado de esas observaciones sugiere con
* toda claridad un tipo muy distinto de relaciones en­
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 261

tre la acción y su descripción, y las reglas o los mo­


tivos de los que podría decirse que gobiernan la ac­
ción, del considerado en el enfoque positivista. Por
una parte, afirma que las acciones y sus descripcio­
nes están conceptualmente unidas a razones y mo­
tivos, y que ni unos ni otros pueden describirse
como si fuesen separados e independientes: por
el contrario, se imbuyen unos a otros reflejamente.
Este análisis de reglas, motivos y otros conceptos
intencionales —a los que podemos denominar con­
ceptos de acción— sostiene que éstos son recursos
por medio de los cuales damos su sentido y signifi­
cado al mundo social. También está estableciendo
el punto de que el vocabulario de la acción muestra
propiedades muy diferentes de las presupuestas en
un vocabulario causal. La acción se piedica sobre
las ideas de un agente, específicamente de un agen­
te humano. El vocabulario de la acción es empleado
por los seres humanos al hablarse entre sí acerca de
lo que están haciendo. Un agente difiere de un pro­
ceso causal porque puede decirse que está hacien­
do una elección, ser responsable, iniciar, hacer
algo, etc. Una acción se puede elogiar o condenar,
mandar o prohibir, porque la persona que efectúa
la acción puede ser elogiada, condenada, ordenada
o proscrita.
El empleo de expresiones causales en contextos
de acción no debe hacernos pensar en relaciones
invariantes ni creer que éstas, por alguna razón,
son más reales que las no causales. Decir algo como
‘ El hecho de que estuviera oscuro lo hizo tropezar
26 S LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
con el taburete” es usar un tipo de relación causal
entre la cantidad de luz y la capacidad de ver, pero
equivale a ofrecer una excusa, a sugerir que él no
sólo fue torpe sino que no pudo evitarlo y, por con­
siguiente, no se le pudo culpar de lo ocurrido. Las
acciones no se presentan convenientemente titula­
das “suicidio”, “torpeza”, “obedecer las señales de
tránsito”, “sacar a pasear al perro ’, “votar por un
partido de la clase obrera”, “mostrarse materna)
etc., sino que se las debe describir, y hacer esto es,
en sí mismo, una acción. No sólo incluye observar
una “conducta concreta”, si es que esto tiene algún
sentido, sino también prestar atención a circuns­
tancias, razones, motivos, reglas, etcétera.
Por supuesto, no se trata de que intenciones, mo­
tivos, reglas o convenciones sean necesariamente
imputaciones en descripciones de acción. Se puede
matar inadvertidamente, engañar sin intenciones
de engañar, etc., mientras que en otros casos las co­
sas no son tan claras; ¿se puede asesinar sin inten­
ción de asesinar, prometer sin la intención de pro­
meter, por ejemplo? Y los acontecimientos también
se pueden describir sin implicaciones de motivo:
“La pistola estaba casualmente cargada, el seguro
abierto, el proyectil la alcanzó, y ella falleció de las
lesiones recibidas”. Que semejante descripción pu­
diese ser considerada precisa o adecuada depende­
ría de los propósitos para los que se formulara la
descripción. La descripción de una acción es un he­
cho ocasional, en sí misma es acción, hecha con al­
gún propósito, imbuida por algún interés, y realiza-
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 263
da en algún contexto. Sin embargo, la idea es que
las descripciones de acción son esencialmente refu­
tables; es decir, siempre es posible, en principio,
discutir en contra de cualquier descripción particu­
lar, introduciendo otros detalles acerca de la situa­
ción, la persona, el hecho o el objeto. Ilustremos
esto con otro ejemplo casero.
Hace algún tiempo, uno de los autores de esta
obra (jAIi) iba caminando por un corredor y, casual­
mente, se detuvo para abrirle la puerta a una mujer
que lo seguía. La señora se detuvo e hizo la obser­
vación de que lo que él había hecho era sexista. JAH
ofreció sus disculpas, un tanto confuso, y dijo que
abrir la puerta para permitir que ella lo precediera
era un gesto de simple cortesía, que él habría hecho
por cualquiera, hombre o mujer. Esto no pareció
muy convincente, y la discusión prosiguió durante
unos minutos. Lo interesante de esta anécdota no es
el punto, hoy ya familiar, de que la misma muestra de
conducta —abrir la puerta, apartarse, etc.— esté ex­
puesta a diferentes interpretaciones, sino que está
expuesta a diferentes descripciones como acción.
No se trata de encontrar la descripción adecuada de
un hecho, como habría que hacerlo para introducir
taquetes redondos en agujeros redondos, o las pala­
bras adecuadas en las líneas de un crucigrama. Se
trata de justificar una acción y de describirla en for­
mas que tuviesen consecuencias sociales. Preguntar
si la descripción adecuada de la acción de j a h fue
“cortesía” o “chovinismo machista” es perder de vis­
ta el punto principal. La cuestión de la descripción
264 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
es inseparable de justificar la acción o un punto
de vista con razones y argumentos apropiados,
que tienen que ver con persuadir, halagar, am ena­
zar o coaccionar a alguien para que acepte que lo
ocurrido tuvo tal y cual carácter. No se trata de sa­
ber si la intención de JAH no viene al caso o si tie­
ne la intención que él reconoció. Se trata de saber
si la intención, por sí sola, basta para decidir el ca­
rácter de la acción, o si la posesión misma de esa
intención muestra ingenuidad acerca del contexto
de las relaciones entre hombre y mujer, contexto den­
tro del cual semejante intención no puede ser
“inocente”, pues equivale a no reconocer que tra­
tar a una mujer ostensiblemente del mismo modo
que se trataría a un hom bre no es en realidad tra­
tarla del mismo modo, en absoluto. Es, por decir­
lo así, un residuo de actitudes patriarcales.
La señora y JAH habrían podido presentar, cada
uno, sus argumentos sensatamente. El habría podi­
do señalar sus ejemplares antecedentes de cortesía
en todo, mientras que ella bien habría podido to­
mar esto como más pruebas en favor de su caso, ar­
guyendo que esa conducta indicaba una actitud pa­
triarcal de parte de j a h , y que el sexismo era parte
integral de esto. Como en el caso de los motivos,
podrían invocarse varios argumentos, aducir razo­
nes para apoyar el argumento de que la escena de­
bía considerarse de un modo particular. Sólo habrían
podido llegar a algún acuerdo si sostuvieran, por
decirlo así, un marco en común, por el cual pudie­
ran resolverse tales disputas (Ryle, 1966).
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 265
Sin embargo, la incapacidad de encontrar “mé­
todos comunes”, por así llamarlos, no es una falla
de nuestro conocimiento sino una característica de
nuestro vocabulario de la acción. Al señalar la esen­
cial refutabilidad de las descripciones de la acción
se afirma que el vocabulario de la acción es parle in­
tegral del discurso moral y que, como tal, se preo­
cupa por la evaluación de la conducta. En este ám­
bito de discurso lo que hemos hecho o estamos
haciendo no tiene una descripción bien definida en
las formas requeridas por la ciencia positivista, aun­
que tales descripciones funcionan bastante bien en
el contexto de la acción. Saber lo que se está ha­
ciendo, lo que se va a hacer, lo que se ha hecho o
no se ha hecho son cosas que no pueden explicarse
completamente considerando, de hecho, lo que se
hace. Saber lo que se está haciendo es ser capaz de
elaborar la acción, decir por qué se la está hacien­
do, excusarla o justificarla en caso necesario, etc.
(Pitkin, 1972: cap. 7). En suma, lo que está en juego
es lo que en realidad se hizo. ¿El hecho de que JAH
abriera la puerta fue un ejemplo flagrante de cho­
vinismo machista o un último vestigio de cortesía
caballeresca? Y aun si fue ese “último vestigio de
cortesía caballeresca", ¿no sería esto más “chovinis­
mo machista”?, etc. La disputa no trata del tipo de
cuestión que se puede resolver consultando algún
presunto diccionario de acciones sociales.
Estos argumentos sugieren que la descripción de
la acción social es cuestión problemática tanto para
los actores sociales como para los observadores. Se
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
Isa indicado va que las descripciones son sumamen­
te sensibles al contexto, v refutables. La descripción
misma es am a actividad social que se hace con al­
gunos propósitos particulares y considerada ade­
cuada o inadecuada, según el caso, de acuerdo con
esos propósitos, hsto nos lleva a otra propiedad ge­
neral de las descripciones, a saber, que siempre y
en principio son incompletas. Cualquier cosa que
se incluva en una descripción es siempre selectiva v
no logra agotar todo lo que puede decirse acerca de
un objeto, hecho o persona. Siempre se podría aña­
dir algó más; por ejemplo, se puede describir a una
persona diciendo que “es de pelo negro”, “alta”,
‘egoísta , “reservada , “trabajadora', “de inteligen­
cia superior a la normal , etc., pero esto no agota
todo lo que puede decirse acerca de la persona. Las
descripciones son selecciones de lo que era posible
decir y dependiendo de la ocasión, pueden ser per­
fectamente adecuadas para esa ocasión y para ese
propósito. Aunque las descripciones tienen un aura
de estar completas, o, como lo dice Frederick Wai-
scrnann, una calidad de “textura abierta”, esto no
menoscaba su capacidad de hacer la labor requeri­
da, pues los hablantes de una lengua natural nunca
fian intentado hacer una descripción absoluta y de­
finitivamente completa (Wiseman, 1951; Pitkin,
1972: 61-62). Como ya se dijo, a menudo un solo
descriptor nos dará una descripción adecuada— “es­
te amigo”, “mi colega”, “el casero de los Plough”,
“ese estúpido perro”—, y los detalles restantes que­
dan, por decirlo así, apartados entre corchetes para
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 267
los propósitos presentes, o bien sil sentido queda
“llenado” utilizando los detalles específicos de los
contextos en que aparecen. Sin embargo, siempre
es posible ofrecer otras descripciones de un objeto,
hecho, acción o persona. Se pueden añadir otras
propiedades que pueden modificar la descripción
original, o bien presentarse otros aspectos que
aporten elementos adicionales para condicionar,
modificar o aun negar el original. La relación entre
los rasgos de un objeto, un acontecimiento, un acto
o una persona, y alguna descripción, no es deter­
minada. La selección que hace el hablante de un
descriptor, entre todo lo que podía decirse o predi­
carse de algún fenómeno, normalmente le dice al
auditor algo acerca de los propósitos prácticos del
hablante al ofrecer esa descripción en particular.
Esto requiere una multitud de posibles elaboracio­
nes y quiere decir que, en las ocasiones de su
empleo, una descripción sólo puede indicar lo que
significa; a esto Harold Garfinkel lo ha llamado “in-
dexicalidad” (Garfinkel, 1967; esp. cap 1).
Los argumentos que hemos revisado desafían las
presunciones de la explicación convencional de la
acción atada, como lo está, a los requerimientos del
positivismo. La tradición de la ciencia social de la
que se derivan atribuye un lugar central a los signi­
ficados al comprender la vida social, y señala las di­
ferencias cruciales entre el “vocabulario de la ac­
ción”, para retener esa expresión, y el cuadro de
acción residente en las explicaciones positivistas. El
término un tanto ampuloso y elaborado de “signifi­
268 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA.
cado” no sólo insinúa un carácter intersubjetivo de
la vida social y, a su manera, señala el hecho de que la
acción humana no está tan determinada en su cur­
so como el objeto-tema inanimado de la ciencia na­
tural.11 Mientras que el positivismo tal vez atribui­
ría esto a una escasez de buenas mediciones,
buenas teorías, y a la infancia de las ciencias socia­
les, o a la mayor complejidad del mundo social com­
parado con el natural, lo que aguí se está afirman­
do es más fundamental, a saber, que la vida humana
es esencialmente distinta y que esta diferencia exige
otra metodología, diferente de la requerida por una
concepción positivista. También puede exigir un
tipo distinto de conocimiento. Desde luego, las co­
sas dependen mucho de la trivial observación de
que los seres humanos son capaces de dar explica­
ciones de sus propias vidas y de sus relaciones con
otros. Sin embargo, lo que se está afirmando es, asi­
mismo, que esta capacidad es esencial para que
exista siquiera una vida social. Dar razones, justifi­
caciones y explicaciones, hacer descripciones, son,
en sí mismas, actividades profundamente sociales y,
por consiguiente, hacen de la vida social lo que es.
Lo que tenemos que examinar ahora es si estas con­
sideraciones implican o no que es imposible una
ciencia social,
11 El hecho de que las acciones de la gente no estén causal*
mente determ inadas 110 significa que, por lo tanto, la vida social
sea desordenada o inexplicable. La vida social es inmensamente
rutinaria y predecible casi todo el tiempo. La cuestión se refiere
a la base por la cual es tan ordenada.
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 269

R azones fr e n t e a causas

Una importante consecuencia metodológica de


unir razones, motivos y otras disposiciones al con­
cepto de acción es que plantea preguntas sobre si la
ciencia social puede preocuparse por las causas de
la acción. El nexo conceptual entre la imputación
de razón y motivo y la descripción de la acción sos­
tiene que no se ha satisfecho una de las principales
normas para identificar una relación causal: la in­
dependencia lógica del factor antecedente —la ra­
zón— y el efecto —la acción—. En cambio se afirma
que ha surgido una relación muy diferente en que
la razón (o el motivo) y la descripción de la acción
se informan mutuamente, aunque no de manera de­
terminada. Otra objeción a la versión causal brota
de las cuestiones enfocadas en conexión con la des­
cripción de la acción misma,#y es una objeción al
empleo del modelo de explicación hipotético-de-
cluctivo. Se afirma que semejante método sólo
puede utilizarse si es posible una descripción lite­
ral; es decir, una descripción que no dependa, para
tener sentido o significado, de la ocasión de su em­
pleo (Wilson, 1974: 75).
Como ya se señaló, las descripciones entran en la
forma hipotético-deductiva de explicación, al me­
nos en dos lugares: en las declaraciones acerca de
las condiciones iniciales y en la predicción deduci­
da que constituye el explanandum. Sin embargo, el
peso del argumento es que la descripción literal es
270 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
posible en las ciencias sociales sólo si se pasa por
alto la naturaleza interpretativa de la acción social y
se introducen por la fuerza categorías en un marco,
para satisfacer los requerimientos de la descripción
literal. “Saber lo que la gente está haciendo [inclu­
yéndose uno mismo] es saber cómo identificar lo que
se está haciendo en las categorías del idioma natu­
ral, lo cual requiere saber cómo utilizar esas catego­
rías en contextos discursivos” (Coulter, 1989: 15-
16). De este modo, si alguien desea describir un
ejemplo de conducta, que puede ser una locución o
un movimiento corporal como, por ejemplo, indi­
cadores de “enfermedad mental”, ni la locución
misma ni el movimiento indicarán esto sin el uso de
algún esquema que nos permita presentar esto
como un ejemplo, un indicador de enfermedad
mental. Huelga decir que diferentes esquemas ha­
rán surgir diferentes descripciones, aunque no
siempre incongruentes. De manera similar, si yo me
valgo de las descripciones, hechas por alguien más,
de los mismos elementos, para comprender esto de­
beré valerme de los mismos procedimientos inter­
pretativos a fin de poder apreciar cómo fueron reu­
nidos los ejemplos en la descripción usada.
Garfinkel (1967: 76-103) se refiere a esto como el
“método documental de interpretación”, en el que
un conjunto de apariencias, que pueden ser obje­
tos, hechos, personas o símbolos, se toma como
prueba de algún patrón subyacente, mientras que el
patrón postulado sirve como guía para ver cómo se
deben interpretar las propias apariencias. De este
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 271
modo, la clasificación de la descripción de algún
ejemplo de conducta en alguna ocasión determina­
da, como ejemplo de un tipo particular de acción,
no se basa en un conjunto de rasgos especificables
de la conducta y la ocasión sino que, antes bien, de­
pende del contexto indefinido que el observador
consideró pertinente, concepto que obtiene su sig­
nificado, en parte, por la acción misma que se está
utilizando para interpretar. El significado, y por lo
tanto la acción que se está efectuando, por ejemplo
un brazo levantado, dependerá del contexto; de ma­
nera similar, el contexto mismo se volvería parcial­
mente inteligible por el significado o la descripción
dada al movimiento. De allí se sigue que cualquier
interpretación es siempre revisable retrospectiva o
prospectivamente a la luz de nuevas evidencias.
Estos argumentos —y examinaremos más de ellos
en el próximo capitulo— ponen en duda seriamen­
te la idea de una ciencia social basada en la bús­
queda de causas. Winch (1990), entre otros críticos,
sostiene que los conceptos de acción son lógica­
mente incompatibles con la idea de necesidad cau­
sal y, asi, con la explicación causal de las ciencias
naturales. También se han hecho intentos de negar
la fuerza de esta distinción entre las razones y las
causas. Por ejemplo, Maclntvre (1977: 1 17), irritado
por el hecho de que los agentes pueden ofrecer mu­
chas razones de por qué están haciendo algo, desea
argüir que la posesión de una r azón por un agente
puede ser un estado identificable independiente­
mente de que el agente efectúe una acción y, por
272 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
consiguiente, ser una causa candidata. La atribu­
ción de una razón es, en sí misma, cuestión de re­
lacionar una persona con un contexto. Decir de la
gente que tiene una razón es, precisamente, decir
que se encuentra en una situación particular. En las
novelas policiacas clásicas los investigadores descu­
bren que muchos personajes tenían buenas razones
para odiar a la víctima del asesinato, y lo hacen de­
velando las relaciones de estos personajes con la
víctima. Descubren que uno de los sospechosos se
encontraba en una situación en que era explotado
y maltratado por la víctima, sin poder hacer nada, y
ésta es una razón por la que dicha persona pudo ha­
ber odiado tanto a la víctima como para llegar a ase­
sinarla. Obviamente, no todo el que tiene una ra­
zón hace aquello para lo cual tenía razón. Sólo en
Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie, to­
dos los sospechosos que tenían razones para matar
fueron los asesinos. En la habitual novela policiaca
sólo uno de quienes tenían una razón para matar a
la víctima cometió el asesinato. Tener una razón
para hacer algo no significa que eso se hará. Decir
que alguien tiene una razón es algo como decir —a
veces es decir— que tiene una justificación o una ra­
zón para hacerlo. Decimos “como” porque tener
una razón para asesinar a alguien no es tener justi­
ficación y derecho de matar a esa persona, en con­
traste, por ejemplo, con el caso en que podemos de­
cir que alguien tiene una razón para presentar una
demanda, es decir, que estaría justificado si lo hi-
.ciera. Sin embargo, atribuir una razón para hacer
LA ALTERNATIVA. INTERPRETATIVA 273
algo a alguien está muy lejos de decir que la perso­
na hará eso que tiene una razón de hacer. No es, ni
remotamente, como identificar una causa.
Desde luego, el hecho de que la gente tenga ra­
zones puede identificarse independientemente de
que realice la acción para la que tenía razones. La
gente puede hacer o no hacer el hecho pertinente.
Pero éste no es el argumento que desean establecer
quienes insisten en que las razones no son causas y
ni siquiera se les parecen. Su idea es que la identi­
ficación de una razón está lógicamente conectada
con la acción para la cual hay una razón, que la ra­
zón es identificada, para empezar, como razón para
una cierta acción. No podemos investigar la vida de
un individuo para ver cuáles razones habría tenido
y luego, habiendo establecido que la persona tuvo
esas razones, efectuar nuevas investigaciones para
ver cuáles acciones eran razones para ello. En la nove­
la policiaca clásica establecer las razones del asesi­
nato, las razones de asesinar a esta víctima, es algo
integral a decir lo que la acción es una razón para
hacer. Por lo tanto, no podemos efectuar el tipo de
investigación empírica que trata de descubrir cuá­
les consecuencias causará una cierta condición con
objeto de descubrir qué tipo de acciones hará sur­
giría posesión de una razón. La identificación mis­
ma de razones dice cuáles acciones son razones
para cometerlas. Desde luego, es una pregunta em­
pírica sobre si una persona tiene una razón para
una acción y sobre cual —si alguna— de las personas
con una razón para efectuar esa acción la efectuó.
274 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
Hasta pueden hacerse investigaciones para estable­
cer si alguien que tenia esa razón, que efectuó esa
acción, la efectuó por esa razón. Puede haber más
de una razón, por ejemplo, para que alguien efectúe
una cierta acción, y esa persona puede efectuarla
por sólo una de esas razones. Las razones entran
como justificaciones, como nuevas elaboraciones
de las acciones, y no necesariamente se formulan
como antecedentes previos a la acción a la que co­
rrespondería la razón. Y el argumento tampoco
destruye el nexo conceptual entre las razones y la des­
cripción de la acción, relación que no es de inde­
pendencia ni de invarianza contingente.
El apego a la idea de que todos los fenomenos,
incluyendo las acciones, deben tener causas, puede
ser en parte manifestación de un apego a las ideas
positivistas acerca de la ciencia, es decir que el
modo de explicación científica es universal y causal.
Si las acciones van a caer ba ]0 la denominación de
ciencia se las debe explicar causalmente y, en con­
secuencia, si las razones explican las acciones, de­
ben ser algún tipo de causa. La resistencia a esta
opinión sostiene que hay más de un tipo de expli­
cación, y que no todas las explicaciones ofrecen
causas. Las explicaciones por medio de razones son
distintas de las explicaciones causales, pero tam­
bién explican. Explican al poner en claro cuál era el
punto o propósito de una acción. Dar la razón por
la cual el asesino cometió el asesinato pone en cla­
ro lo que significa este punto: interrumpir toda nue­
va explotación y maltrato por la víctima, digamos, o
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 275
heredar el dinero legado en su testamento. De este
modo, la razón elabora la identidad de la acción.
El deseo de retener la noción de que las explica­
ciones causales son las únicas explicaciones reales
de las acciones también está conectado con el de-
terminismo y el libre albedrío, debate que podemos
resumir brevemente como sigue. Por una parte, hay
argumentos que dicen que hacemos responsables a
las personas de lo que hacen, las censuramos cuan­
do se portan mal, etc., y que lo hacemos porque tie­
nen libre albedrío. No tuvieron que hacer lo que hi­
cieron, pues fueron libres de hacer otra cosa.
Tenían opción. Por otra parte, si todo lo que la gen­
te hace es causado, entonces eso significa que las
personas fueron creadas para hacer lo que hicie­
ron, y así la idea de libre albedrío es una ilusión.
Por lo tanto, no tendría objeto culpar a nadie por
hacer algo que estaba fuera de su dominio. Lo que
la gente hace es función de los supuestos factores
causales, como educación, personalidad, situación,
y por lo tanto es simplemente víctima impotente de
todos estos factores. Aunque todos podamos sentir­
nos libres de elegir y de actuar, en realidad somos
inconscientes de las causas de nuestras acciones.
Aquí el conflicto, aunque fácil de plantear, no es
tan fácil de resolver. La noción misma de causa se
emplea de muy diversas maneras, no todas las cua­
les coinciden con la concepción humana de causa­
lidad. El hecho de que demos explicaciones de
“razón” y de “intención” de las acciones no necesa­
riamente implica que nunca demos causas de las ac-
276 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
dones. Peters, quien adopta la opinión de que a m e­
nudo damos otros tipos de explicaciones de las ac­
ciones, aparte de las causales, sostiene sin embargo
que probablemente damos explicaciones causales
cuando algo ha salido mal, “cuando hay algún tipo
de desviación del modelo propositivo que sigue
una regla; cuando la gente, por decirlo así, lo en­
tiende mal” (Peters, 1900: 10). En tales casos sunpm
dudas sobre si la acción fue plenamente realizada.
Asimismo, solemos dar explicaciones causales de
acción cuando la elección o responsabilidad del ac­
tor es mínima o bien no tiene interés para nosotros.
Podemos hacei esto, como lo muestra Pitkin (1972:
cap. 7) al consi dorar como hacer que una tercera
parte haga algo. Aquí las causas no son incompati­
bles con razones, motivos e intenciones. Por ejem­
plo, en la explicación histórica solemos estar un
tanto más interesados en explicar por qué una per­
sona hizo lo que hizo que en hacerla responsable o
atribuirle una culpa.
Podríamos dec ir que esto está muy bien. Las
prácticas del idioma ordinario con respecto a las
atribuciones causales contra las imputaciones de
motivos o razones son bien aceptadas en conexión
con acciones particulares, pero no son precisamen­
te pertinentes para la ciencia social, la cual se inte­
resa por la explicación de clases enteras de accio­
nes. Como respuesta, podríamos decir que, al tratar
de dar una explicación de esta índole, se corre el
riesgo de estirar el idioma hasta crear dificultades
conceptuales insolubles. “Libre”, “determinado”,
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA 277
“causa”, son conceptos conectados con muchos otros
conceptos, y abandonar las nociones de “libre albe­
drío” no sólo significa sacar de nuestro vocabulario
la expresión “libre albedrío”, sino que también in­
cluiría reorganizar todo nuestro modo de hablar
acerca de lo que hacemos, y prescindir de modos de
hablar que nos son útiles con propósitos que no tie­
nen que ver con explicar científicamente nuestras
acciones. Si se nos preguntara “¿qué es una acción
libre?”, podríamos plantear sin mayoi dificultad
muchos ejemplos, sinónimos, analogías, y ofrecer
conceptos casi equivalentes en significado, los cua­
les mostrarían que el concepto de “hacer libremen­
te X está directamente interrelacionado con mu­
chos de nuestros modos de hablar. Si negáramos
que algunas acciones fueran libres nos veríamos
obligados a rechazar categorías enteras v relacio­
nes, negando, de hecho, zonas íntegras de nuestro
lenguaje. Términos como “libre”, “causa”, “deter­
minado' y conceptos asociados con ellos se utilizan,
en contextos particulares, para evaluar alguna ac­
ción particular hecha o considerada. Si una perso­
na tiene opción o no es cuestión que depende en
parte de la posición adoptada por un hablante en la
situación de marras y no tiene nada que ver con si
podrían ser causas de las acciones. Podemos decir­
le a un amigo íntimo, “No puedo ir al cine contigo
porque mis padres están de visita”, y dar a entender
que la fuerza de la obligación con los padres signi­
fica que no soy “libre” de ir. La aceptación de esta
explicación por parte del otro significaría que no se
LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
iba a ofender ni a sentir decepcionado por el hecho
de que rehusara su invitación. En cambio, si un
amigo deseara que lo acompañáramos al hospital,
es posible que pudiéramos pasar por alto las obli­
gaciones con los padres, y nuestros padres com­
prenderían por qué “tuvimos” que aplazar nuestras
obligaciones para con ellos. No lo haríamos por un
simple conocido, aunque también esto podría de­
pender de la gravedad de la razón de la visita al
hospital. La idea es que en cada una de estas situa­
ciones se está adoptando una posición con respecto
a otros, y por ella seremos juzgados. Lo difícil de ge­
neralizar a partir de estos casos particulares es dis­
tinguir unas normas por las cuales todas las accio­
nes se consideren causalmente determinadas.
Sea como fuere, es difícil ver cómo podríamos
descubrir si todas nuestras acciones en realidad es­
tán causalmente determinadas o si en realidad to­
das son libres. Casi parece como si la cuestión no
fuera acerca de los hechos del mundo. Si, como ya
se sugirió antes, hemos considerado seriamente la
idea de que toda acción fue causada (o libre), esto
implicaría grandes cambios al sistema conceptual
en el cual y por el cual están constituidas nuestras
vidas. Difícil sería hablar de responsabilidad, culpa,
castigo, honor, logro, generosidad, valor, habilidad,
calidad, fracaso, conducta, etc. Cierto es que pode­
mos retener el uso de estos términos y de otros si­
milares, pero su sentido se perdería. Aun podemos
tener “castigo”, pero ésta sería la aplicación de otro
mecanismo causal destinado a modificar la con-
LA ALTERNATIVA. INTERPRETATIVA 279
ducta. Aun podríamos tener “elogio”, pero esto no
sería dar crédito por alguna realización personal, y
sólo vendría a añadir otro factor para inducir una
conducta particular, de la que nosotros, como “cen­
suradores”, o “elogiadores”, no podríamos arrogar­
nos ningún crédito, pues tampoco nosotros habría­
mos podido evitarla. La idea es que aunque nuestro
idioma y nuestra comprensión sí cambian y son con­
vencionales, no son arbitrarios. Han sido forjados
por nuestra conducta como seres humanos. El de­
terminista podría argüir que la distinción entre ac­
ciones y causas surge porque ignoramos las causas
de algunas acciones, pero esto es perder de vista el
punto principal.
También resulta difícil no ve-r la presentación
misma del punto de vista determinista en contra­
dicción con la sustancia de sus propias doctrinas.
Los deterministas tratan de darnos razones para
pensar que el caso determinista es correcto y re­
quieren nuestra aceptación de su argumento, no so­
bre la base de causas que nos obliguen a creer en el
determinismo, sino como cuestión de cumplir con
las obligaciones que nos impone reconocer un ar­
gumento mejor, es decir, aceptar lo que se nos ha
mostrado.
No podríamos encontrar una oposición más de­
cidida. El tipo de enfoque positivista supone que
sólo la observación objetiva puede hacer posible la*
investigación de la auténtica naturaleza de las co­
sas, suponiendo, como parte de esto, que esa obje­
tividad nos exige apartarnos de los fenómenos que
280 LA ALTERNATIVA INTERPRETATIVA
se estén observando. La cara opuesta del argumen­
to es que este “apartarse” de los fenómenos sociales
no nos dará su auténtica naturaleza sino que defor­
mará su carácter. Lejos de capacitarnos para com­
prender mejor las cosas que hacemos, el punto de
vista positivista causaría un equívoco o haría que se
evaporaran. El punto de vista supuestamente “obje­
tivo” no es que si se aloja tanto al observador de las
realidades que se están observando se perderá su
carácter específico y distintivo. LJna escena pura­
mente “observacionaT’, en el sentido que le dan los
positivistas, podría satisfacer los requerimientos de
atenerse al procedimiento científico común, pero
también significaría abandonar el vocabulario de la
acción del que, como hemos dicho antes, está com­
puesta o constituida tan gran parte de nuestra exis­
tencia. ¿Qué estaría observando el positivista? Se­
mejante observador no podría discernir promesas,
guerras, poder, intereses, culto, organizaciones, ex­
plotación, privación, etc., ya que éstos no podrían
llamar la atención del observador libre del concep­
to de acción. En suma, semejante ciencia “no po­
dría responder a las preguntas que hoy podemos
formular, pues están formuladas en los conceptos
que tenemos” (Pitkin, 1972: cap. 7).
En el próximo capítulo examinaremos otros ar­
gumentos pertinentes al caso.
VI. CONCEPCIONES LEGAS
Y CIENTÍFICAS

En el c a p ít u l o anterior analizamos cierto número


de problemas para las versiones positivistas de la
ciencia social, que surgen de la naturaleza del voca­
bulario que utilizamos en nuestras vidas ordinarias
al hablar acerca de cosas y desempeñar acciones.
Lo que hemos tratado de poner de relieve es la ten­
sión entre el “vocabulario de la acción”, por con­
servar durante un tiempo esta frase, y los intentos
de crear un vocabulario que esté más en armonía
con los requisitos observacionales de una ciencia
positivista. Como intentamos poner en claro, las
cuestiones no son simplemente acerca de “vocabu­
lario” en el sentido de colección de palabras con las
cuales la gente ordinaria habla de cierta manera de
sus asuntos, mientras que los hombres de ciencia
hablan acerca de ellos de otra. Como hemos trata­
do de mostrar, en lo tocante a las ciencias sociales
el hecho de que sus temas vivan dentro de un m un­
do ya preinterpretado tiene implicaciones muy se­
rias para la naturaleza de estas disciplinas. Es decir,
las cuestiones son, mucho más que respecto a las
palabras, acerca de los modos en que los fenóme­
nos mismos, la materia misma de la vida social, es-
281
282 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
lán constituidos en y por medio del lenguaje como
actividad.
En este capítulo y en los siguientes deseamos
considerarlo que se sigue del intento de hacer una
crítica profunda de los métodos positivistas. Aun­
que hemos contemplado los argumentos que mues­
tran que el cuadro positivista de la ciencia tiene
graves fallas, esto no significa de manera necesaria,
como lo señalamos en el primer capítulo, que las
técnicas de investigación presumiblemente asocia­
das con ese punto de vista sean inútiles por com­
pleto. Pueden ser poco prometedoras en su capaci­
dad de cumplir con las ambiciones que se les
asignaron en el esquema positivista de las cosas,
pero sus méritos como medio de recabación de da­
tos no dependen por entero de su autorización por
parte del proyecto positivista. Todavía pueden cum­
plir un propósito en la investigación social. Las crí­
ticas dirigidas al proyecto positivista surgen de la
suposición de que éste tenía una idea sumamente
errónea acerca de la naturaleza de la vida social
y de los medios más apropiados para su estudio.
Desde luego, tales críticas también incluyen impli­
caciones sobre cómo, en su opinión, se puede com­
prender mejor la vida social y los medios que son
apropiados para su estudio. Muchas de las críticas
que hemos recibido atacan la inclinación del positi­
vismo a adoptar los conceptos y descubrimientos de
la ciencia como principal medida del conocimiento,
y a considerar los conceptos como inapropiados
para una debida comprensión a menos que hayan
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTIFICAS 283
sido formados o transformados en otros, supuesta­
mente científicos. Mientras que el positivismo in­
tentó transformar concepciones legas en concep­
ciones científicas, los enfoques que analizaremos en
este capítulo y en el siguiente intentan examinar las
implicaciones generales del hecho de que las cien­
cias sociales estudian fenómenos que son, en grado
importante, producto de los significados produci­
dos y utilizados por los miembros de la sociedad.
En este capítulo nos interesa principalmente la
potencial importancia metodológica de asignarle
un papel más importante a la nocion de “significa­
do ” al definir las posibilidades de una ciencia so­
cial, teniendo siempre en mente que al utilizar el
término “ciencia social” lo estamos empleando sólo
por conveniencia, y 110 nos comprometemos con nin­
guna visión particulai de la ciencia a este respecto
ni, de hecho, con saber si las ciencias sociales pue­
den ser siquiera ciencias. Las críticas del proyecto
positivista que resultan de darle al significado un
papel más importante son las que plantean dudas
fundamentales acerca del proyecto por motivo de la
supuesta incapacidad de los métodos que siguen el
modelo de las ciencias naturales para captar y ca­
racterizar la naturaleza significativa de los fenóme­
nos sociales, o su incapacidad de comprender hasta
qué punto la naturaleza de esos fenómenos está
constituida por significados. Y, por último, tampo­
co nos comprometemos con interpretaciones erró­
neas sobre el modo en que “los conceptos de senti­
do com ún” del lenguaje ordinario, principales
284 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
vehículos del significado en la vida social, se articu­
lan con los conceptos técnicos de la ciencia. Se afir­
ma que el resultado de esta última falla es que po­
siciones como las del positivismo serán confusas y
ambiguas sobre hasta qué punto sus conceptos y des­
cubrimientos supuestamente “científicos” depen­
den de conceptos de sentido común y los implican.
Seguiremos adelante con la presentación de algu­
nos intentos de formular alternativas al positivismo,
empezando por Max Weber, quien desempeñó un
papel clave al llevar la noción de “significado de la
acción social” a la ciencia social del siglo XX. Luego
esbozamos dos maneras en que se han hecho in­
tentos por apartarse de Weber, haciendo aún más
énfasis que él en la idea de significado.
El primero de esos modos es la tradición herm e­
néutica que intenta tratar la investigación social
como un proceso distintivo de “comprensión”, dis­
tinto del de ciencia. Según esta idea, “com prender”
es el objetivo final de la investigación social y no,
como en Weber, un medio para alcanzar fines em­
píricos. El segundo es la obra de Alfred Schutz
quien, aunque aprobando la insistencia de Weber
en la acción social, como asunto significativo, criti­
có la claridad y congruencia con que Weber había
tratado de trabajar por medio de su propio proyec­
to. Schutz procuró reformular el proyecto de Weber
en términos de una “filosofía fenomenológica” y, al
hacerlo, llegó a sostener que la “comprensión” era
un rasgo constitutivo de las relaciones entre miem­
bros de la sociedad y que, por lo tanto, el examen
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 2S5

de la posibilidad y de la naturaleza de tal compren­


sión debía ser parte de la investigación social y no
algo simplemente dado por sentado como medio
de efectuar investigación social.
El capítulo empieza con ciertas ilustraciones de
los diversos modos en que pueden describirse estu­
dios que se suponen “científicos” diciendo que in­
corporan, inadvertida o irreflexivamente, interpre­
taciones de sentido común en su recabación v su
análisis de los datos.

Los MÉTODOS POSITIVISTAS Y LOS SIGNIFICADOS


DE SENTIDO COMÚN
Como hemos visto antes, no es como si los métodos
positivistas hubiesen pasado por alto los significa­
dos de los actores en sus investigaciones. Ya vimos
que se han dedicado considerables esfuerzos a bus­
car formas de inventar instrumentos para medir la
rica “vida interior” de los actores sociales, sus cre­
encias, valores, ideologías, actitudes, opiniones, etc.
Por consiguiente, uno de los principales modos de
explicación por medio de métodos positivistas con­
siste en correlacionar hechos, actos y atributos ob­
servables con datos acerca de la “vida anterior'1 de
creencias, valores, actitudes, etc. Los primeros son
tratados generalmente como hechos “objetivos”
mientras que los últimos son tratados como “esta­
dos subjetivos”. Aunque los “estados, subjetivos” se
pueden medir objetivamente, como lo hemos rnos-
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
Irado en el capítulo III, utilizando instrumentos
como cuestionarios o entrevistas que permitan al
investigador informar de los valores o las creencias
que sostiene la gente, son “subjetivos” en el sentido
de que 110 son'atributos de una realidad social “ob­
jetiva” sino versiones de ellas. La meta de la expli­
cación es mostrar cómo los patrones de “estados
subjetivos” se correlacionan con rasgos de la reali­
dad social "objetiva”. De este modo, y por ejemplo,
explicar por qué las personas sostienen diferentes
creencias políticas exige mostrar cómo las creen­
cias particulares están asociadas con rasgos “objeti­
vos” de la vida social de diversas categorías de per­
sonas, como su ocupación, su nivel educativo, su
edad, etc. Desde luego, y como hemos tratad» de
aclararlo todo el tiempo, esto no es sencillamente
cuestión de técnicas de investigación, sino que tam­
bién tiene que ver con el cuadro teórico que va apa­
reciendo, que muestra a las personas viviendo den­
tro de un entorno social que tiene un estatus
"objetivo” y que está causalmente relacionado con
las versiones “subjetivas” que tienen las personas
acerca de la sociedad en que viven y su lugar en
ella. El hecho de que las personas tengan creencias
—atribuyendo un significado a su m undo— es, en sí
mismo, un hecho acerca de ese mundo. Sin embar­
go, el mundo que es objeto de estas creencias, ver­
siones y significados sólo puede estar integrado por
factores “objetivos”, los cuales ejercen una influen­
cia causal. En pocas palabras, en el discurso de la
ciencia social positivista sólo se admiten los sigmfi-
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 287
cados si se “colocan entre comillas y se atribuyen a
individuos, como su opinión, creencia o actitud”
(Taylor, 1978: 172). Aquello a lo que se está lla­
mando “estados subjetivos” es admisible dentro de
la explicación científica social siempre que se adap­
te a los cánones de la descripción positivista.
Esta concepción, si aceptamos los argumentos
del capítulo anterior, interpreta de manera grave­
mente errónea la naturaleza de la acción social y, lo
que es importante, la parte que los llamados “esta­
dos subjetivos” desempeñan en la construcción de la
acción social. Lo hace al relegarlos a una categoría
de versiones de la realidad social y, con ello, in­
troduce una confusión entre “objetividad” y “subje­
tividad” como, dicho en pocas palabras, rasgos
“internos” y “externos” de los actores sociales, y
“objetivo” y “subjetivo” como normas que tienen
que ver con la evaluación de alguna pretensión de
ser imparcial o parcial. Por ejemplo, cuando descri­
bimos la opinión de alguien diciendo que es “sub­
jetiva” no estamos comentando el estatus ontológi-
co de la opinión, es decir, identificándola como
expresión del “estado interno” de una persona sino,
en el último de los dos sentidos anteriores, estamos
caracterizándola frente a otra posición que la per­
sona habría podido elegir y que nos habría pareci­
do más “objetiva”. De este modo, condenar una de­
claración diciendo que es “subjetiva” es afirmar que
la opinión que la persona expresa se ha formado sin
sopesar escrupulosamente los pros y los contras,
que es irrazonablemente ciega ante algunos hechos
288 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
cruciales, que no es bastante desapegada, etc. Con­
fusiones como éstas abundan en la dicotomía entre
lo objetivo y lo subjetivo. Además, lo que también
puede quedar implícito es que “hay una realidad so­
cial que se puede descubrir en cada sociedad cual­
quiera que sea el vocabulario de esa sociedad o, de
hecho, cualquier vocabulario, así como los cielos
pueden existir sin que los hombres teoricen acerca
de ellos” (Taylor, 1978: 174).
Como ya se analizo en conexión con la teoría de
la correspondencia de la verdad para la teoría cien­
tífica propuesta por el positivismo, no hay una ma­
nera de ver el mundo que sea independiente de teo­
rías. Lo que hacen las ideas antes citadas es añadir
un giro adicional y sumamente significativo a lo an­
terior, a saber, que no es posible estudiar los fenó­
menos de la ciencia social independientem ente
de los significados, creencias, valores, el lenguaje,
los “estados subjetivos” como, siguiendo un patrón
de uso muy difundido, los hemos llamado, de los
miembros de la sociedad. En otras palabras, la rea­
lidad social está construida en y por medio de sig­
nificados, y no se los puede abstraer del lenguaje
en que se encuentran incrustados. Sin embargo
“significado”, en el sentido en que tienden a hablar
de él los investigadores sociales, no sólo incluye el
significado de las palabras en el lenguaje, sino tam­
bién el significado de las expresiones de las cosas
que dicen y hacen los miembros de la sociedad. El
significado está profundamente relacionado con el
lenguaje, considerado no como un sistema de pala­
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 289

bras y de reglas gramaticales sino como una inte­


racción social. Adaptemos una afirmación de Aus-
tin: el lenguaje no sólo informa sobre el mundo
sino que, a su vez, es preformativo de la acción en
el m undo (Austin, 1961: 66-67). El lenguaje y las
prácticas, cosas y acontecimientos del mundo, son
inseparables.
Debemos tener toda la claridad posible acerca de
lo que implica la idea que acabamos de esbozar. En
esta etapa afirmaremos dos de sus presuposiciones
principales, y las elaboraremos más adelante en este
capítulo y en el siguiente. En primer lugar, afirma
que la realidad, sea natural o social, no se pue­
de concebir ni conocer independientemente de los
conceptos del lenguaje. En segundo lugar, afirma
que la realidad social está constituida por medio de
significados; es decir, que los fenómenos mismos
que integran la vida social no consisten en otra cosa
que en las relaciones significativas entre personas.
El lenguaje que tenemos no es algo que podamos
utilizar sólo para describir nuestras actividades y re­
laciones con los demás, con la implicación de que
estas actividades y relaciones se pueden efectuar sin
recurrir al lenguaje. Nuestras actividades y relacio­
nes se llevan adelante en relación con el lenguaje
que tenemos; es decir, nos relacionamos con los de­
más, en su mayor parte, hablando con ellos o em­
pleando otras formas de intercambio mediadas por
el lenguaje. Así, aunque podamos convenir alegre­
mente en que el mundo natural existe independien­
temente del lenguaje —aunque no independiente­
290 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
mente de los modos en que lo conocemos—, no pue­
de decirse lo mismo del mundo social. Las relacio­
nes que tenemos con los demás no son indepen­
dientes del lenguaje que empleamos para des­
cribirlas y realizarlas.
Según las presuposiciones que acabamos de es­
bozar, al estudiar la vida social no estamos enfren­
tándonos a una realidad integrada por el “hecho
bruto” sino a una que está constituida por medio de
las prácticas que fueron identificadas y recibieron
una significación por el lenguaje empleado pata
describirlas, invocarlas y efectuarlas. Los partida­
rios de este tipo de opinión sostienen que no es po­
sible estudiar la vida social utilizando los métodos y
las presuposiciones de la ciencia positivista, ya que
están fundamentados en una ontología que no es
posible sostener. Algunos de estos argumentos ya se
analizaron en el capítulo anterior. Sin embargo, el
argumento puede ir más lejos, señalando la para­
doja de que pese al tipo de críticas que hemos reci­
bido, los métodos positivistas “funcionan”, al me­
nos en el sentido de que tal investigación produce
descubrimientos y resultados que son inteligibles.
Es decir, no son obviamente absurdos. Sin embargo,
“funcionan” en la medida en que lo hacen precisa­
mente porque dependen, pese a su retórica positi­
vista, del tipo de rasgos esbozados. El empleo de los
métodos está integrado en el sentido de la vida so­
cial transmitida1en el lenguaje. Pero esto tendría
graves consecuencias para la autoridad intelectual
de las explicaciones positivistas de la vida social.
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 291
“Funcionan” bese a sus propias justificaciones epis­
temológicas y, a la postre, no tienen más garantía
intelectual como ciencia que ninguna otra práctica
social institucionalizada.
Examinemos algunas de fas cuestiones que aquí
intervienen y saquemos ciertas implicaciones de las
observaciones hechas en este capítulo y en el ante­
rior, para que pesen de manera más directa en los
métodos positivistas de la investigación social.

La integración social de los métodos positivistas


Cualquier cosa que sirva como “dato” en la investi­
gación de la ciencia social comienza su vida, aun­
que no siempre de manera obvia, constituido por lo
que suele llamarse constructos de “primer orden”
utilizados por miembros de la sociedad.1 Sin em­
bargo, precisamente por las cualidades analizadas
antes en relación con el “vocabulario de la acción”
y sus supuestas inadecuaciones como vehículo para
la adquisición y expresión de un conocimiento cien­
tífico y objetivo, estos constructos de “primer or­
den” han sido considerados candidatos inadecua­
dos para su inclusión en el vocabulario de una
ciencia social positivista. A menudo vagos en com­
paración con los términos técnicos precisamente
definidos de las ciencias avanzadas, a menudo im­
buidos de tonos emocionales, obcecados, preñados
Este térm ino se debe a A u rea Schutz (1962).
292 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
de valores, de significado ambiguo, se los conside­
ra irremediablemente inapropiados como concep­
tos científicos precisos. El espíritu de esta objeción
está bien captado en las observaciones de Durk-
heim sobre las categorías estadísticas oficiales que
utilizó en su estudio del suicidio. Durkheim recha­
za las estadísticas oficiales sobre los motivos de los
suicidios registrados aduciendo que son “en reali­
dad las estadísticas de las opiniones concernientes
a motivos de funcionarios, a menudo funcionarios
inferiores, encargados de este servicio de informa­
ción ” (Durkheim, 1952: 148). Sigue diciendo: “Se
sabe que son defectuosas aun cuando se apliquen a
hechos materiales obvios, comprensibles para cual­
quier observador concienzudo”. La conclusión es
que tales concepciones se deben reparar de alguna
manera, hacerse más objetivas o ser sustituidas por
concepciones científicas. La cuestión es, precisa­
mente, la naturaleza de semejante transformación.
Tomemos el ejemplo del procedimiento de esca­
las. Se utilizan para medir las actitudes sobre todo
en las evaluaciones de personalidad, aunque a veces
se las emplea para medir fenómenos distintos de las
disposiciones psicológicas. Por lo general esas esca­
las se construyen seleccionando puntos, entre una
serie de declaraciones, con que el interrogado tiene
que estar de acuerdo o en desacuerdo, o seleccio­
nar una de cierto número de alternativas que su­
puestamente reflejan la actitud o disposición co­
rrespondiente. La respuesta se califica de modo
que refleje más o menos la actitud o disposición.
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 293
El siguiente ejemplo fue tomado de una escala de fe
en la gente (Rosenberg, 1955: 160):
1) Algunos dicen que se puede confiar en la mayoría
de la gente. Otros dicen que se tiene que tener
sumo cuidado al tratar con la gente. ¿Qué opina us­
ted?
2) ¿Diría usted que la mayoría de la gente se inclina a
ayudar a los demás, o que se inclina más a ayudar­
se a sí misma?
3) Si no se tiene cuidado, los demás se aprovecharán
de uno.
4) Nadie se preocupará mucho por lo que le ocurra a
usted, si va usted al fondo del asunto.
5) La naturaleza humana es fundamentalmente coo­
perativa.
Sobre la base del patrón de respuestas a estas
preguntas se califica a los encuestados y, en función
de ello, se juzga que tienen “mucha”, “mediana” o
“poca fe en la gente”. Se demostró que cada uno de
estos subgrupos, en correlación con otras escalas,
tenía diferentes actitudes hacia el triunfo en la vida.
Como es típico de tales escalas, las afirmaciones
que abarcan toda la escala están redactadas en un
lenguaje reconociblemente ordinario, como se las
debe presentar, puesto que su intención es aplicar­
las a miembros ordinarios de la sociedad y no a per­
sonas bien versadas en el lenguaje técnico de la
ciencia social; reflejan el hecho inevitable de que la
“recabación de datos” de todas clases incluye una
interrelación con los lenguajes ordinarios que están
2y i CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTIFICAS
en uso en la sociedad. Como declaraciones, los pu n ­
tos de la escala de “fe en la gente' son lo bastante
ordinarios como para que se los pudiese plantear
en toda una variedad de situaciones familiares, en
un bar, un autobús, en una conversación entre ami­
gos, etc. En tales ocasiones las respuestas habrían
podido clasificarse desde gruñidos de asentimiento
o de disensión hasta respuestas más extensas; se las
pudo expresar irónicamente, en broma, al descui­
do, etc. Sin embargo, en una entrevista, los interro­
gados normalmente se limitaron a hacer una de
toda una gama restringida de respuestas que ya se
les ofrecían, o de todo un mego de alternativas que
expresaban el grado de acuerdo o de desacuerdo
con el planteamiento: “sí” o “no". Es este rasgo el
que permite al investigador asignar un peso numé­
rico a la respuesta. Así, y por ejemplo, una respues­
ta “de acuerdo” con el punto 5 bien puede ser pon­
derada como 1 para indicar un mavor grado de fe
en la gente. La calificación general es una acumula­
ción de estas ponderaciones separadas para los
puntos particulares.2 Sin embargo, si se quiere que
los números se adapten a los requerimientos de la
cuenta, es necesario suponer que la calificación de
3 para la persona A equivale a la calificación de 3
de la persona B, y que ambas calificaciones reflejan
y miden una mayor cantidad de la propiedad que se
está midiendo que la calificación 2 de la persona C.
- Hav varias m aneras en que se hace esto, pero las diferencias
no afectan el argum ento aquí planteado.
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 295
En otras palabras, para que la escala funcione
como medida numérica de la actitud hay que supo­
ner que el significado que cada punto tiene para
cada interrogado es equivalente en términos del
significado que transmite y por lo tanto en la “fuer­
za” con que se mantiene el sentimiento expresado.
La textura abierta del lenguaje ordinario, a par­
tir de la cual se construyen los puntos de cada esca­
la, hace que su uso sea difícil, con la expectativa de
que se pueda utilizar para formular preguntas y ge­
nerar respuestas que puedan satisfacer las suposi­
ciones que se deberán hacer si se quiere que los re­
sultados de la encuesta incluyan las “mediciones”.
El investigador trata de remediar, al menos en par­
te, estos aspectos problemáticos del ejercicio, apor­
tando respuestas de elección forzosa y similares,
pero esto coloca un signo de interrogación tras la
suposición de que los encuestados que respondan a
la pregunta de alguna manera expresen con ello
opiniones de idéntica fuerza, y la suposición de que
el interrogado y el investigador comparten, en rea­
lidad, “la misma comunidad de estructuras de sig­
nificado subjetivo para asignar una significación
cultural” a cada uno de los puntos.-^ Si no se puede
sostener esta suposición de equivalencia del signifi­
cado, no está claro en qué sentido puede decirse
que la medida de actitud es siquiera una medida
cuantitativa, ya que la asignación de valores numé-
3 Cicourel (1964: 198). Véase también Pawson (1989) para
una crítica de las escalas de rating ocupacional.
296 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
ricos se vuelve un ejercicio más o menos arbitrario.
Significa que no podemos utilizar sensatamente las
calificaciones en ninguna operación aritmética,
como sacar un promedio, pues no podemos estar
seguros de que los mismos números reflejen la mis­
ma cantidad de la propiedad, que en este caso es la
actitud.
Si tomamos en serio los argumentos acerca de la
textura abierta del lenguaje ordinario, no queda
claro que al dar una respuesta el encuestado com­
prenda el punto mismo o la respuesta que le da del
mismo modo que la interpreta otro encuestado, ya
no digamos el investigador; o, en realidad, que cual­
quier encuestado comprendería una pregunta, en
otra ocasión, del mismo modo que la había inter­
pretado en una ocasión anterior. Esto no es decir
que un encuestado no pueda dar una respuesta. Al
fin y al cabo tales instrumentos son utilizados de
manera muy general en forma casi cotidiana. La
cuestión tiene que ver con el significado de esa res­
puesta y sobre si ha sido transmitida adecuadamen­
te o no, al suponer que refleja una propiedad sub­
yacente, por ejemplo una actitud, de modo que se
la pueda ponderar en términos cuantitativos. Por
ejemplo, ¿qué podemos inferir de un encuestado
que afirma el punto 3, por ejemplo, y que también
afirma el punto 5? ¿Está siendo incongruente o irra­
cional, o simplemente no está pensando? Pueden
ser todas estas cosas a la vez, y aún más, pero es di­
fícil juzgar sin pedirle mayores explicaciones al in­
terrogado. Es posible dar razones perfectamente
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 297
buenas y racionalmente conectadas de aceptar estas
dos declaraciones en apariencia “incongruentes”.
Además, las circunstancias en que se propone la
pregunta o la afirmación pueden establecer una di­
ferencia en el tipo de respuesta que provoquen. Sos­
pechamos que la pregunta 5 recibe una respuesta
muy distinta si aparece en un examen; también la
pregunta S, si es ofrecida por alguien que parece un
extra de Los miserables y que se pone a nuestro lado
en un callejón oscuro por la noche.
Tales observaciones, por muy obvias que puedan
ser, son pertinentes para comprender por qué, en
ocasiones, los interrogados tienen dificultades para
responder a esos puntos, ya que carecen de toda es­
pecificación de un contexto que pudiese dar cierta
base a las afirmaciones. Incluir preguntas como és­
tas en un cuestionario o una entrevista les da un
carácter desencarnado y descontextualizado, de
modo (pie los encuestados desean saber “en qué cir­
cunstancias'’, o responder con una frase condicio­
nada como “todo depende”.
Las preguntas que hemos planteado tratan de los
tipos de inferencias que válidamente se pueden sa­
car de los resultados de semejante método. Como
lo hemos mostrado, éstas no siempre son claras.
¿Qué implicaciones pueden sacarse, para dar otro
ejemplo, del hecho de que un interrogado recibió
una alta calificación en esa escala? ¿Inferimos que
siempre será confiado, que le prestará dinero a cual­
quiera, que se dejará engañar por cualquier campa­
ña de publicidad, que ingresará en cualquier gru-
29 S CONCEPCIONES LEGAS Y CIEN! ÍFICAS
pG? Podemos inferir todas estas cosas y otras más,
pero, «que conclusión deberemos sacar si alguien
que recibió una alta calificación en realidad no le
presta dinero ni a su mejor amigo? ¿Diremos que
mintió en las respuestas, que sufrió un lapsus mo­
mentáneo, que no tenía dinero para prestar, o qué?
Sin conocer a la persona, las particularidades de la
propia ocasión, así como las elaboraciones o justifi­
caciones que aquélla pueda ofrecer, no sabremos a
qué conclusión llegar.
Sin embargo, la noción de “fe en la gente” sí tie­
ne un significado de sentido común. Comprende­
mos el (ipo de cosas a las que puede referirse, qué
representan, cuándo se las puede utilizar, etc.
Como estamos inmersos en nuestro lenguaje y
nuestra cultura, comprendemos su significado, y es
esto lo que le da cierta verosimilitud a la escala mis­
ma como recurso para utilizar en la investigación
tendiente a comprender la acción social. Si el inves­
tigador hubiese llamado “XZ” a la propiedad que se
está midiendo, aún querríamos saber cómo se rela­
cionaba esto con nuestros conceptos para hablar
acerca de la acción. En otras palabras, el uso ordi­
nario es un recurso esencial para nuestra compren­
sión del concepto supuestamente científico y de los
puntos que, también supuestamente, lo medirán; es
un recurso utilizado tanto por el investigador, al di­
señar la escala, como por el interrogado, al respon­
derla. Sin embargo, podría decirse que las propie­
dades de este recurso, empleado para construir los
fenómenos mismos de la acción social, se ven de-
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 299
formadas por el proceso de tratar de transformar­
los en instrumentos para satisfacer los requerimien­
tos de medición y de conceptos científicos en el
modo positivista.
Los comentarios anteriores tienen mayor alcance
que la sola medición de la actitud. Por ejemplo, la
codificación de los cuestionarios, para tener vali­
dez, depende de una supuesta equivalencia entre
las preguntas a las que el interrogado ha contestado
o que ha tachado en el cuestionario, y la intención
del investigador al plantear la pregunta. Según ya lo
hemos sugerido, hay buenos motivos para dudar de
que resulte fácil suponer esa equivalencia. Como lo
señala Cicourel con respecto a su propia obra sobre
la fertilidad, “tener hijos” no necesariamente tiene
el mismo significado para el investigador o para el
entrevistador que para los interrogados (Cicourel,
1973; Phillips, 1971). En sus propias palabras, los
significados pueden alterarse hasta en una sola en­
trevista. “Tener hijos significa una cosa para las
vírgenes, otra para una mujer embarazada, otra
más al dar a luz y, más que probablemente, otra más
al hablar ante un entrevistador. Y tampoco es posi­
ble que el codificador recurra al interrogado pi­
diéndole que amplíe una respuesta que pueda ser
confusa o ambigua. Aun si esto fuera posible, no es
probable que resultara de gran ayuda, pues multi­
plicaría los problemas de codificar, al añadir más y
más detalles.
La crítica del uso que hacen las ciencias sociales
de las estadísticas oficiales está bien documentada,
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
especialmente porque se basa en el uso pionero que
Durkheim les dio en su estudio del suicidio. Como
ya lo mencionamos, el propio Durkheim expreso
muchas dudas acerca de su precisión. Sin embargo,
como lo han señalado otros, los responsables de la
compilación de esas estadísticas, como funciona­
rios, policías, procuradores, tienen que decidir por
sí mismos la apropiada catalogación de la muerte.
Tal como lo han demostrado ciertos estudios, ese
personal ‘‘depende de expectativas basadas en los
antecedentes, de teorías de sentido común y de
tipificaciones que les permiten dar sentido y ob­
jetivar los fenómenos a los que se enfrentan” (At-
kinson, 1978: 45; veanse también Cicourel, 1968;
Eglin, 1987). En suma, como lo analizamos en el ca­
pítulo anterior, tienen que reunir las particularida­
des que ven ante ellos para lograr una descripción
de este hecho de modo que se lo pueda clasificar
junto con otros hechos “similares”. Los llamados
“hechos objetivos' medidos por las estadísticas ofi­
ciales son el resultado de las prácticas que emplean
las personas indicadas para dar sentido y decidir la
identidad de los acontecimientos a los que se en­
frentan. El registro oficial es el producto de las
prácticas y negociaciones entre los funcionarios in­
volucrados, aunque no puede captar, registrar ni re­
flejar el proceso que los produce. Lo que el registro
no puede hacer es representar alguna “realidad ob­
jetiva” del modo propuesto por los científicos so­
ciales positivistas.
Los puntos que acabamos de analizar no sólo
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 301

conciernen a la validez técnica de los métodos sino


que también se relacionan con cuestiones más ge­
nerales que emanan del intento de transformar
constructos de “primer orden' en conceptos apro­
piados para una ciencia social deductiva o genera­
lizante, siguiendo el molde positivista. Por ejemplo,
la conducta denlas entrevistas se basa en procedi­
mientos que pretenden capacitar al entrevistador
para obtener respuestas “claras” e “inequívocas”,
que luego se pueden codificar para el procesa­
miento mecánico y el análisis estadístico. Por desdi­
cha, como ya se sugirió, estos procedimientos no
necesariamente reflejan los modos en que los inte­
rrogados hablan de ordinario acerca de su vida so­
cial. Se supone que transformar esa charla en enti­
dades abstractas llamadas “actitudes”, “creencias”,
“valores”, “acciones” etc., nos dará una descripción
científica adecuada de lo que la gente dice y hace. Y
sin embargo la entrevista está desapegada de las
circunstancias en que actúan las personas. La codi­
ficación y manipulación de tales datos los aparta
más y los abstrae de las circunstancias de la vida so­
cial de quienes son los objetos de estudio. Las pro­
piedades de textura abierta o indexicales del len­
guaje ordinario hacen que las cosas dichas en ese
lenguaje sólo tengan un sentido concluyente ante
un trasfondo o contexto de la ocasión en que se di­
cen. Palahras, locuciones y en realidad cualquier
forma simbólica tendrán que ser “llenadas” en cada
ocasión en que se las use, y éste es un importante
obstáculo a los esfuerzos por construir un lenguaje
302 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
de tipo matemático para la ciencia social. Según es­
tos argumentos, los métodos positivistas descontex-
tualizan los oonstructos de “primer orden”, y con
ello deforman los fenómenos que pretenden inves­
tigar. Imponen, por orden superior, una versión
que es insensible a los modos en que el mundo so­
cial es significativo y es interpretado por quienes vi­
ven en él. Dicho de otra manera, los métodos posi­
tivistas producen una versión de la realidad social
que investigan como una ciencia por medio de los
métodos mismos, métodos que no tanto descubren
hechos acerca de la vida social cuanto construyen
una versión de esa vida por sus métodos. Los mé­
todos no exploran tanto la naturaleza de los fenó­
menos sociales —en el ejemplo utilizado la natura­
leza de la “fe en la gente” o “confianza’— sino que
los meten por la fuerza en unas restricciones del
formato que se debe aplicar si se quiere que la in­
vestigación parezca, siquiera, que incluye la medi­
ción.
Sin embargo, como lo hemos señalado antes, si­
gue en pie el hecho de que los investigadores so­
ciales de estilo positivista producen descubrimien­
tos y análisis de la vida social que, para no exagerar,
sólo diremos que tienen cierta verosimilitud. Ya he­
mos indicado en el análisis anterior un modo en
que podemos comprender por qué ocurre esto.
Para tener sentido, los conceptos de los científicos
sociales —cualquier otra cosa que se haga con ellos
a manera de operaciones de investigación—, parasi-
tan los conceptos disponibles dentro de la cultura y
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 303
el lenguaje, es decir, los que están en el uso coti­
diano. Para empezar, los investigadores se basan en
estos mismos recursos como condición para efec­
tuar su investigación social. Macen uso del conoci­
miento de las situaciones, motivos, razones, reglas y
convenciones típicas, etc.; en pocas palabras, em­
plean su propio conocimiento de las prácticas cul­
turales de la sociedad en que viven y trabajan,
como lo muestra su dependencia de las “estadísti­
cas oficiales” de esos miembros de la sociedad que,
actuando como funcionarios, muestran su propia
captación de los motivos típicos, y así sucesivamen­
te. En realidad, como ya se indicó, sin el uso de tal
conocimiento es imposible concebir siquiera cómo
podría efectuarse esa recabación de datos. Harold
Garfinkel sostiene que cualquier intento por decir
de manera 1111 tanto definitiva “lo que ocurrió" en
algún ejemplo particular tiene que depender de la
invocación que hace el individuo de las interpreta­
ciones socialmente compartidas de patrones más
estandarizados de la vida en sociedad, que son co­
nocidos y sancionados como parte de lo que él, si­
guiendo a Alfred Schutz, llama “el conocimiento de
las estr ucturas sociales por el sentido común (Gar­
finkel, 1967). Esto puede aplicarse tanto a los miem­
bros ordinarios de la sociedad como a quienes ac­
túan como investigadores de la ciencia social. Es un
caso en el cual, para tener autenticidad, la ciencia
social depende de los significados y las interpreta­
ciones de que dispone dentro de la cultura (Baccus,
1986).
304 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
Hay otro aspecto de esto que, como veremos, ha
hecho surgir cierta angustia expresada como la preo­
cupación por la relatividad del conocimiento cientí­
fico social, y del conocimiento en términos más ge­
nerales. Si aceptamos que la investigación científica
es una actividad que se efectúa de acuerdo con re­
glas —y la idea de un método científico, cualquier
otra cosa que podamos decir acerca de ella, ha de
consistir al menos en reglas de procedimiento por
las cuales se aplica el método—, tenemos que en­
frentarnos al hecho de que ninguna regla dicta su
propia aplicación, sino que debe ser aplicada. Y apli­
car una regla es una actividad práctica que se efec­
túa en circunstancias particulares. Por ejemplo, la
entrevista incluye reglas de procedimiento diseña­
das para desarrollar una relación entre el entrevis­
tador y el interrogado con objeto de llevar al máxi­
mo la validez de las respuestas, así como reglas que
pretenden asegurarse de que la entrevista se ape­
gue a la ética de la investigación social. Como he­
mos visto ya, uno de los problemas que aquí surgen
consiste en trazar una distinción entre el habla en
diferentes contextos, uno de los cuales, la entrevis­
ta, se vuelve habla en calidad de dato científico. Los
métodos positivistas parecen establecer esta deci­
sión principalmente basándose en el grado en que
esa habla se apega a ciertas normas, como claridad,
congruencia, falta de ambigüedad, etc., que tien­
den a ser formuladas en términos lógicos. El habla
de la entrevista resulta indicadora de las propieda­
des de los actores sociales. Una vez más, como ya vi-
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
mos, y como auxiliar para esta elección fija, se pue­
den dar respuestas como utilizar pruebas de con­
gruencia o rechazar cuestionarios si contienen de­
masiadas respuestas de “no lo sé”, o incongruentes,
etc. Desde luego, hay que aplicar esos procedimien­
tos en todos los casos. ¿Estaba realmente prestando
atención este interrogado durante la entrevista? ¿Re­
presenta realmente esta escala de actitud la actitud
del interrogado, o es una respuesta fija? ¿Es com­
patible esta respuesta con la anterior, o simplemen­
te el interrogado se había aburrido? Las respuestas
a estas preguntas y otras similares no pueden ofre­
cérnoslas tan sólo las reglas sino que se las debe juz­
gar conforme sé apeguen o no a los procedimientos
en cada caso particular, y hacer tal juicio es cues­
tión, como ya lo hemos sugerido, de utilizar como
recurso el conocimiento de la sociedad con objeto
de aplicar los procedimientos.
Hasta qué grado la solución de un investigador
es aceptable será, en parte, decisión de otros miem­
bros acreditados de la comunidad de la investiga­
ción pertinente. Como muchas otras actividades,
también la actividad científica es cuestión que se
puede imponer y en la que resultados, conclusio­
nes, descubrimientos, teorías, etc., se ven sometidos
al legítimo escrutinio de otros; en este rasgo, recor­
démoslo, insistió Popper como condición para el
progreso científico. Este escrutinio público es el
que les da a las reglas de los procedimientos cientí­
ficos su voz, su garantía y su fuerza. “Objetividad”,
“verdad”, “seguir los procedimientos”, y más, son
306 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
actividades que para su utilidad dependen de las
prácticas mismas empleadas para llegar a ellas.
Aunque en ocasiones podamos querer hablar acer­
ca de las reglas del procedimiento científico, y has­
ta del método científico, como formulaciones abs­
tractas que definen los modos de obtener el
conocimiento objetivo del mundo, en la práctica
esto les corresponde a quienes hacen juicios y efec­
túan actividades consideradas como congruentes
con dichas formulaciones. Como todas las reglas,
tienen que ser aplicadas dentro de las particulari­
dades en que se encuentran los propios científicos.
Las teorías científicas y los descubrimientos cientí­
ficos —sin importar lo que consideremos que es la
ciencia— son los productos de las actividades efec­
tuadas por miembros acreditados de una comuni­
dad científica, y consisten en la aplicación de tales
reglas de procedimiento aportadas e interpretadas
por los que se consideran miembros aptos de dicha
comunidad. Esta es la base de las interpretaciones
que son el recurso necesario para considerar cual­
quier investigación como “objetiva”, “congruente
con la evidencia”, “provisional”, “confirmadora” o
cualquier cualidad que llegue a poseer.
El programa positivista consideró que estaba
operando de acuerdo con una epistemología basa­
da en la observación. Los esfuerzos hechos por for­
mular un lenguaje neutral de observación fueron
cruciales para establecer la autoridad científica de
una disciplina, ya que ésta lograba la objetividad. El
mundo exterior descrito en los términos del len­
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 307
guaje de la observación neutral era considerado el
árbitro de la verdad de las teorías científicas. Un
lenguaje de observación que se refiriera a los fenó­
menos reales y que operara de acuerdo con un cálcu­
lo lógico estricto permitiría conocer las leyes de la
naturaleza, incluyendo, a la larga, las de la vida so­
cial. Sin embargo, la opinión que acabamos de ana­
lizar postula que el conocimiento científico social,
lejos de ser un producto pasivo del m undo empíri­
co, es constituyente activo en la reconstrucción del
mundo social. Hace esto, en primer lugar, soste­
niendo que los esfuerzos por elaborar constructos
científicos de “segundo orden' a partir de cons­
tructos de “primer orden” incluyen casi siempre el
apañam iento de los conceptos de “primer orden”
utilizados por las personas en sus vidas cotidianas
para constituir esas vidas, con objeto de hacerlos
apropiados para el uso científico. Dado que estos cons­
tructos de “primer orden” son constitutivos de los
fenómenos, de la vida social, es decir, que se los em­
plea para los asuntos sociales, ese amañamiento
destruye la realidad misma que es objeto de la in­
vestigación y sustituye el “mundo real” de los acto­
res sociales por una versión “cientifizada”. El pro­
blema es que el sentido y la significación de esos
términos teóricos supuestamente neutrales y cientí­
ficamente definidos en la ciencia social, como “po­
der”, “ganancia”, “integración”, “sistema social”,
“desviación”, etc., en gran medida se derivan del
lenguaje cotidiano utilizado dentro de la acción so­
cial. En segundo lugar, la crítica llama la atención
308 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
hacia el hecho de que la ciencia misma, sea natural
o social, es otra actividad social humana. Sus proce­
dimientos funcionan porque hay un poderoso ele­
mento de acuerdo en su aplicación institucionaliza­
da como prácticas sociales de la actividad científica.
“Objetividad”, “conocimiento”, “verdad” y otros
conceptos de ese tipo tienen una cualidad conven­
cional firmemente basada en las prácticas sociales
que constituyen las disciplinas científicas.
Estos tipos de argumento tienen implicaciones
importantes para el estatus del conocimiento cientí­
fico ante otras pretensiones de conocimiento. Tam­
bién hace aparecer el espectro del relativismo. Si la
práctica científica es convencional, no se puede
apelar a la superior capacidad de la ciencia para ex­
plicar el mundo puesto que, según este concepto, el
mundo mismo ha sido construido a partir de las
prácticas que constituyen una disciplina, de modo
que el propio mundo no puede ser un testigo inde­
pendiente. No es posible —como intentaron hacerlo
los positivistas con la noción de un lenguaje de ob­
servación neutral—juzgar los méritos relativos de
pretensiones diferentes y competitivas del conoci­
miento por lo bien que describen y explican la na­
turaleza del mundo exterior. Con lo único que nos
quedamos es con diversos tipos de actividades,
ciencia, arte, religión, crítica literaria, poesía, etc.,
cada una internamente justificada por sus propias
convenciones y normas. No puede haber una justi­
ficación absoluta basada en una apelación al m un­
do exterior neutralmente observado.
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 309
Hay buen número de cuestiones que se despren­
den de lo anterior, y que deseamos discutir un tan­
to extensamente. Sin embargo, antes de hacerlo,
queremos echar una breve ojeada a algunos de los
diversos enfoques metodológicos que hay dentro de
la ciencia social y que le conceden un lugar central
al significado para la comprensión de los fenóme­
nos de la vida social.

C o n c e p c io n e s a ltern a tiv a s d e l a c ie n c ia s o c ia l

Justo sería decii que las alternativas en téi minos de


método al enfoque positivista carecen de la confia­
da claridad que en un tiempo poseyó el positivis­
mo. Algunas de ellas representan un tema que
corre paralelo al positivismo en la historia del pen­
samiento social. Un giro ya común es un rechazo de
la ciencia social llamada “ciencia” por los positivis­
tas, y el lugar central que ocupa el significado en la
concepción tanto de la vida social como del fenó­
meno focal de la investigación social, a veces acom­
pañado por una disposición a abandonar toda pre­
tensión de investigación científica. Sin embargo,
dentro de esta actitud general existen tendencias
particulares. Por ejemplo, la objeción a la ciencia
puede no ser completa, y puede ser simplemente
una objeción contra versiones específicas de la cien­
cia, como el positivismo, en lugar de constituir el
abandono de toda ambición científica para las de­
nominadas ciencias sociales. Como lo hemos visto
310 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
brevemente en relación con los debates que tuvieran
lugar en Alemania durante la última parte del siglo
XIX, muchos' especialistas, entre ellos Max Weber,
defendieron una concepción alternativa de la cien­
cia social.
En cuanto surgieron dudas sobre lo que aquí he­
mos llamado un “lenguaje de observación neutral”
como fundamento y fondo de la ciencia, empezaron
a parecer ilusorias las ambiciones positivistas de lle­
gar a una ciencia. Las ciencias sociales, por mucho
que traten de emular a las naturales, habrán de en-
ft entarse siempre a las dificultades planteadas por
H hecho de que su tema —los miembros de la so­
ciedad— también tiene una voz. A mavor abunda-
miento, aunque esta voz pueda ser formada por la
j

posición social y los procesos sociales, no es la úni­


ca. También el científico social es un miembro de la
sociedad, tiene una posición dentro de una colecti­
vidad de colegas y, como le ocurre al miembro co­
mún de la sociedad, estos colegas bien pueden de­
terminar el modo en que vea el mundo. Esto,
recordémoslo, es parte importante de los argumen­
tos de Kuhn acerca de la naturaleza del progreso
científico.
Muy diversos han sido los modos de enfrentarse
a esto. Algunos, como Mannheim, y hasta cierto
punto Marx, sugirieron que sólo aquellos que se en­
contraran en una posición especialmente privile­
giada de desapego podrían alcanzar puntos de vista
objetivos, y que los “intelectuales” eran más o me-
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 311
nos los candidatos a esa posición.1 Se trataba de
personas que podían desarrollar un punto de vista
más comprensivo y más objetivo desde el cual iden­
tificar los verdaderos procesos en acción dentro
de la sociedad. En cambio, para Weber, el hecho de
que la investigación social siempre se efectúe den­
tro de una sociedad y una cultura particulares es
una virtud, en lugar de ser un defecto. Como dice:
No hay análisis absolutamente “objetivo” de la cultura
o— tal vez de manera más estricta pero sin duda no
distinta en esencia para nuestros propósitos— de los
“fenómenos sociales”, independiente de los puntos de
vista especiales y “unilaterales”, de acuerdo con los
cuales —expresa o tácitamente, consciente o subcons­
cientemente— son seleccionados, analizados y organi­
zados con propósitos de exposición [. . .] Todo cono­
cimiento de la realidad cultural, comoquiera que se le
pueda ver, siempre es un conocimiento obtenido des­
de puntos de vista particulares [Weber, 1949: 721-
En pocas palabras, no existe punto de vista neu­
tral y arquimediano, desde el cual tomar perspecti­
va para percibir “objetivamente” la realidad social,
puesto que el científico social es miembro de una
cultura que le da sus recursos para empezar a com­
prender lo que significa “ser social”. Esa pertenen­
cia es la que le permite al científico social identificar
problemas de interés dignos de ser investigados,
4 Para una selección de artículos sobre la sociología del co­
nocimiento, como se llegó a llamar a este punto de vista, véase
Curtis y Petras (1970).
312 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
además de darle la capacidad de comprender el
mundo social de los demás. Como ya lo hemos vis­
to, Weber ofreció dos conceptos, el “tipo ideal” y
vprstehen, como medios con los que podemos em­
pezar a comprender las formas sociales significati­
vas. El último exigía que el investigador sintiera em­
patia por el punto de vista de los investigados, de
modo que pudiese formulai los modos en que el
mundo les daba sentido a los demás. Utilizando da­
tos tomados de muy diversas fuentes acerca de los
valores y las creencias de protestantes ascéticos, We­
ber presentó un retrato de cómo esas personas, en
su situación en la Europa del siglo XVII, con motiva­
ciones derivadas de sus valores religiosos, desem­
peñaron sin proponérselo un papel significativo en
el desarrollo de la organización económica capita­
lista. La simple conjunción de afiliación religiosa
y prácticas de negocios capitalistas no se puede com­
prender como una relación causal de importancia
para la ciencia social a menos que podamos enten­
der la conexión desde el punto de vista de quienes
participaron en ella, en este caso vista en términos
del modo en que tenia sentido para los protestantes
ascéticos.
El “tipo ideal” fue un recurso esencialmente pen­
sado para contribuir a la construcción de represen­
taciones racionales, simplificadas y deliberadamen­
te unilaterales de formas sociales, formuladas como
sistemas de significado que emanaban de un valor
central (Weber, 1949: 72-81). De esta manera, el
“tipo ideal” de organización burocrática es un mo-
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 313

cielo de lo que parecería la organización si el prin­


cipio de eficiencia racional y calculadora, y sólo eso.
fuese el principio organizador. Desde luego, no es
probable que una organización del “mundo real”
sea forjada exactamente de acuerdo con este único
principio. El uso primario del tipo ideal es como re­
curso estructurado!' para organizar la investigación
histórica de lo que Weber consideraba que era un
mundo real intrínsecamente desordenado; desorde­
nado, al menos, en relación con las categorías de
pensamiento lógico que los seres humanos utiliza­
mos para comprender el mundo real. El riesgo es
que a menos que las investigaciones se efectúen en
torno de alguna cuestión intelectual coherente, ca­
rezcan de foco y de estructura. El tipo ideal ofrece
ese centro coherente para la investigación al permi­
tir a los investigadores calcular hasta qué punto las
organizaciones reales —para seguir con el ejemplo
de la burocracia— se apegan al modelo. Su objetivo
es centrar la atención en establecer cuáles factores
empíricos inhiben o desplazan las interdependen­
cias puramente lógicas al dar la forma que toman
las organizaciones reales. Los “tipos ideales” sirven
tanto para aclarar un mundo empírico “informe”
como para aislar algunos de los elementos de inte­
rés para el investigador, ofreciéndole un método
para organizar la investigación del historiador al fa­
vorecer y hacer posible la formación de las cuestio­
nes enfocadas. Por consiguiente, los tipos ideales
—y éste es un punto importante— no eran el fin de
la investigación sino en gran parte, para Weber, un
M4 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTIFICAS
medio para empezar tales investigaciones simplifi­
cando y aislando los rasgos de interés.
La idea def Weber fue que la dirección de la in­
vestigación por medio del pensamiento lógico im­
plicaba, en esencia, la imposición de una estructura
sobre un mundo real que no la poseía por derecho
propio, y reconoció que los principios organizado­
res que estructuraban cualquier esquema de enten­
dimiento se originaban en el investigador, y no en
los fenómenos que se estaban investigando. Por lo
tanto, podía haber, potencialmenle, tantos esque­
mas estructurados dentro de diferentes principios
organizadores como grande fuera el número de in­
vestigadores.0 De ese modo, dado que no podía ha­
ber una posición absolutista para el análisis de la
esencia y la cultura, no tenía mucho objeto preocu­
parse por las implicaciones relativistas. El conoci­
miento, inevitablemente, tenía bases sociales, ya
que los problemas y esquemas de análisis de ios in­
vestigadores brotaban de sus propias situaciones de
vida, estaban bajo la influencia de la cultura dentro
de la cual trabajaban, y siempre incluían perspecti­
vas parciales sumamente selectivas. Pero esto no sig­
nificaba el abandono de las normas de cultura y es-
pecialización. En realidad, aunque sólo de mala

’ Esto no es distinto de los argum entos acerca del carácter no
experimental de la investigación social, tal como lo reconocie­
ron muchos posiiivistas y, en manos de Pearson, de la justifica­
ción de los m étodos correlaciónales. Sin embargo, por lo gene­
ral los positivistas no habrían prestado u n peso similar al que
Weber atribuyó al papel del investigador al seleccionar e inven­
tar esquemas de estructuración.
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 315

gana participara en la discusión metodológica, We­


ber insistió en que el rigor, el cuidadoso sopesa-
miento de las pruebas, los escrúpulos minuciosos,
el desapego, etc., debían ser las normas que gober­
naran la investigación intelectual.6 El hecho de que
las investigaciones de la ciencia social requieran
una “comprensión” o una metodología “interpreta­
tiva” las distingue de las ciencias naturales, pero
esto no implica que sean menos rigurosas o exigen­
tes en sus normas. La explicación en términos de
significado no suprime la necesidad de contar con
pruebas empíricas rigurosas.
El concepto general de que la ciencia social
—cualquiera que sea el modo en que, a la postre, sea
concebida— tiene que empezar con el mundo tal
como es interpretado por los miembros de la socie­
dad, es la piedra angular de la hermenéutica. Por
ejemplo, para H.-G. Gadamer, la “historicidad”,
como él la llama, de la vida humana, es una condi­
ción ontológica del entendimiento (Gadamer, 1975;
Dallmyr y McCarthy, 1977). Debido a nuestra posi­
ción histórica y social podemos dedicarnos a la
comprensión interpretativa; nuestras actuales inter-
() Weber sostuvo que la investigación intelectual es relativa a
los valores pero tam bién insistió en una neutralidad ética en las
actividades científicas. Con hincapié en una distinción entre los
hechos y los valores, sostuvo categóricamente que no puede de­
cirse que uno de los valores sea “científicamente” superior a nin­
gún otro. La elección entre valores es cuestión de decisión y de
fe. En realidad, Weber se quejó de los profesores universitarios
que im ponían sus opiniones políticas a partir de sus posiciones
académicas, com o un abuso de su reputación y su autoridad.
Véanse Lassman y Velody (1989) y Hughes et al. (1995: cap. 3).
316 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
pretaciones, concepciones de la vida, abren el pasa­
do, de modo que podemos tener un conocimiento
de él. Nuestra posición social e histórica es el
“dato que da forma a nuestra experiencia y a nues­
tra comprensión de tal experiencia. Nuestra propia
posición histórica ya ha sido forjada por el pasado,
y esto es lo que ofrece la tradición, el terreno en
que nosotros nos encontramos como intérpretes.
En este caso, la comprensión interpretativa no está
tanto reconstruyendo el pasado en y para el pre­
sente, cuanto ' mediando el pasado en y para el
presente, ya que requiere una atención a la conti­
nuidad de la herencia de la tradición como “diálo­
go y como “colision de horizontes” en que se reve­
lan nuestras más arraigadas suposiciones y nuestra
historicidad. El ciclo de la interpretación herme­
néutica es un proceso de hipótesis y revisión con­
forme se desarrolla el entendimiento. No puede
haber una versión absoluta sino tan sólo una inter­
minable conversación con el pasado. Según Gada-
mer la hermenéutica es la forma original de “estar
en el m undo”, un principio universal del pensa­
miento y la vida humanas. No hay que alcanzar un
significado definitivo ni unas normas de objetivi­
dad independientes de la “fusión de horizontes” lo­
grada en el diálogo de la interpretación.
Como base de todo esto se encuentra el hecho
de que poseemos el lenguaje y, por medio de el, po­
seemos y experimentamos el mundo. El lenguaje es
la condición básica para la verdad y el entendi­
miento, y como no hay una experiencia del mundo
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 317

independiente del lenguaje, esto fija límites a lo que


podemos saber acerca del mundo. El lenguaje tiene
un “poder de revelación” y, así como la tradición es
el punto de partida para comprender, así conocer
un lenguaje es estar abierto al diálogo con otros, lo
que puede transformar y ensanchar los horizontes a
partir de los cuales comenzamos. Asimismo, va que
no hay experiencia del mundo aparte del lengua­
je, no hay ningún otro lugar desde el cual contem­
plar el mundo y por ello no se plantea la cuestión
de la relatividad. El proceso de trascender nuestra
propia historicidad, nuestras propias y parciales in­
terpretaciones en horizontes cada vez más vastos,
continúa, en un proceso interminable. La tradición
y el lenguaje son el contexto de la interpretación,
no puede haber comprensión fuera de ellos y, por
lo tanto, no hay nada con lo cual nuestra interpre­
tación pueda tener relación.
Pese a las afirmaciones de Gadamer acerca del
carácter esencial e inevitable de la interpretación
dentro de la vida humana, para Jürgen Habermas
esto no es lo bastante profundo. Según él, la afir­
mación de Gadamer casi celebra la necesaria impo­
sibilidad de descubrir puntos de vista independien­
tes y objetivos. En cambio, Habermas desea afirmar
que la expresión de nuestra subjetividad queda de­
terminada por fuerzas que podemos conocer obje­
tivamente, es decir, desde fuera de la comunidad de
la vida social. El ejemplo metodológico para Ha-
bermas es Freud, quien, en su opinión, extiende y
complementa la teoría de Marx al darnos una ver­
318 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
sión más completa de la “comunicación deforma­
da'’. El psicoanálisis es de carácter esencialmente
hermenéutica, más que científico, pero puede ad­
mitir procesos causales en sus versiones de psicopa-
tologías. Al resaltar la significación latente de las
partes reprimidas de la vida de un paciente, revela
las fuerzas “subyacentes” que generan los significa­
dos superficiales. La misma “hermenéutica profun­
da’' puede emplearse, según Habermas, para apli­
car la misma mirada terapéutica a la comunicación
y la conducta en la vida social, rompiendo con los
constreñimientos y las deformaciones del lenguaje
que determinan nuestra experiencia. Por consi­
guiente, reconstruir el materialismo histórico como
“hermenéutica profunda” nos dará una crítica rea­
lizable de la ideología y una nueva filosofía de libe­
ración y emancipación. El argumento apela de for­
ma explícita a una noción de comunicación no
deformada en la cual los intereses sociales son ple­
namente reconocidos y están abiertos a toda ins­
pección crítica. Dado que conocemos los requisitos
que la hacen surgir, podemos detectar la falsa con­
ciencia y con ello transformar las condiciones de la
vida humana (Habermas, 1971; Held, 1978).
Aunque la corriente de la tradición interpretati­
va representada por Weber reconocía la parcialidad
de las versiones científicas sociales, y la hermenéu­
tica su inevitabilidad, la tradición fenomenológica
no abandonó la búsqueda de motivos indudables de
conocimiento, pero los buscó en un lugar distinto
del positivismo. Según la fenomenología, el conoci­
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 319
miento es un acto de conciencia (véanse Natanson,
1970; Luckman, 1978; Anderson et ai, 1987). Estar
consciente es estar consciente de algo. Según Hus-
serl (1859-1938), el filósofo alemán que fundó la es­
cuela de la fenomenología, “el m undo” significa un
mundo experimentado y que recibió sentido por
hechos de conciencia. Tan sólo por éstos nos es
dado y presentado el mundo. Esto puede decirse
tanto de la ciencia como de cualquier otro modo de
conocimiento. El tema de la ciencia, por ejemplo, es
un sistema de constructos resultante de conceptua-
lizaciones, idealizaciones, matematizaciones, etc.,
basado y derivado de una experiencia cotidiana
“pre-dada”. La primera tarea de la fenomenología
consiste en describir esta experiencia diaria del
“mundo vital”, el mundo como es dado en la expe­
riencia inmediata e independiente y anterior a toda
interpretación, científica o no. Se reconoce que los
“mundos vitales pertenecen a agrupamientos so-
ciohistóricos específicos. Nuestro mundo, es decir,
el mundo cotidiano de los pueblos de las socieda­
des modernas a finales del siglo XX, por ejemplo,
está visto a través de los cristales de la ciencia mo­
derna, y es diferente, en aspectos significativos, de
los “mundos vitales” de los pueblos de la antigua
Grecia. Sin embargo, ningún “mundo vital” en par­
ticular goza de privilegios especiales, pues éstos son
forjados por circunstancias sociohistóricas y no
pueden tener una norma histórica o socialmente in­
dependiente por la cual determinar cuáles concep­
ciones del m undo son superiores a otras. Sin em-
320 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
bargp, para Husserl podía desarrollarse una “feno­
menología trascendental” como teoría universal de
la conciencia. Semejante “ontología del mundo vi­
tal” sería una ciencia a priori de las estructuras uni­
versales del mundo perceptual y. por lo tanto, nos
permitiría derivar cualquier producto sociocultural
en particular a partir de estas estructuras, incluyen­
do la ciencia y la lógica. Si semejante teoría fuera
posible, desempeñaría el mismo papel que el posi­
tivismo consideró para el lenguaje de la observa­
ción neutral; es decir, una base de conocimiento no
interpretada.
Para nuestros propósitos, la figura importante
de esta tradición es Alfred Schutz, quien elaboró y
modificó la obra de Husserl (Schutz, 1962). Sin
embargo, el punto de partida de Schutz fue la idea
de Weber de que era posible dar explicaciones so­
ciológicas adecuadas tanto en el nivel del significa­
do como en el de la causalidad. Schutz consideró
admirable la ambición de Weber pero pensó que
no había aportado las necesarias premisas filosófi­
cas de una ciencia social interpretativa. De este
modo, volviéndose al método filosófico de Husserl
y a su análisis del “m undo vital”, intentó edificar el
marco ontológico necesario para una ciencia social
interpretativa, tratando el concepto de entendi­
miento como el problema que, aunque identifica­
do por Weber, éste no examinó con suficiente pro­
fundidad.
Basándose en Husserl, Schutz arguyo que el
“mundo vital’ de los entendimientos ordinarios es
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 321

llevado al mundo científico pero de una manera


que lo deja sin examinar. La realidad que toman las
ciencias sociales como su tema tiene sus orígenes
en el “mundo vital”, y esto es lo que no compren­
dieron Weber y los positivistas. Para colocar la cien­
cia social interpretativa sobre una base más firme,
es necesario examinar el carácter de la vida cotidia­
na como resultado de las actividades de los actores
sociales. En el análisis de Schutz ocupa un lugar
central el “postulado de la interpretación subjeti­
va”, el cual requiere que las versiones de la ciencia
social traten a los actores sociales como seres cons­
cientes cuyas actividades tienen significado para
ellos y para otros. La realidad social en que ocurre
la acción es el resultado de las interpretaciones he­
chas y de los cursos de acción seguidos por los ac­
tores sociales. Los “objetos” que este postulado abre
para el estudio dentro de este “mundo vital” inter­
subjetivo de la vida cotidiana se nos presentan
como un sistema objetivado de designaciones y
formas expresivas compartidas. Es un m undo de
la vida cotidiana tal como es vivida y experimenta­
da por medio del “sentido com ún”, y que muestra la
“actitud natural”, es decir, la actitud del mundo de
la vida cotidiana. Con esta actitud, el mundo se “da por
sentado”. Los actores sociales no cuestionan la es­
tructura significativa de este mundo, no teorizan ni
filosofan acerca de él ni dudan de su existencia; es
un mundo que está “allí”, y al que se enfrentan de
manera práctica. En el curso de nuestra vida diaria
tenemos que dar por sentadas innumerables cosas
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
con objeto de construir las actividades cotidianas a
las que ordinariamente nos dedicamos: que el sol
saldrá porfía mañana, que el cine al que planeamos
ir por la noche aún estará allí, que el trabajo que
dejamos por hacer seguirá mañana en el escritorio,
que el auto sigue en el garaje, que el camino hacia
el trabajo no habrá cambiado súbitamente de di­
rección, que la carta que echamos ayer al correo
será entregada, etc., etc. Esio no significa que las
cosas salgan siempre de acuerdo con nuestros pla­
nes o que a veces nuestras expectativas no sean
frustradas. Podemos descubrir que nuestro auto no
está en el garaje donde lo dejamos la noche ante­
rior. Pero no por ello concluimos que su naturale­
za se ha modificado de modo que el auto tiene una
existencia intermitente y es o deja de ser, está allí a
veces y a veces no. Más probablemente haremos la
habitual suposición de que el auto sigue con su
existencia continua y que si no está donde lo deja­
mos entonces está en alguna otra parte, que se lo
han robado o, tal vez, que en realidad lo dejamos
en otra parte y que lo habíamos olvidado tempo­
ralmente. No es algo sobre lo cual teorizar o algo
que nos hará plantearnos preguntas ontológicas
acerca de la naturaleza de la realidad. La estructu­
ra significativa del “mundo vital ’ no se pone en
duda, sino que se da por sentada. La tarea dentro
de la “actitud natural” es vivir en el mundo como
criaturas prácticas, y no como criaturas teóricas o
filosóficas.
El mundo tiene significado por causa de la in-
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 323
tencionalidad de la conciencia. Durante casi todo el
tiempo lo que las personas están haciendo es evi­
dentemente significativo. Los significados son com­
partidos de modo intersubjetivo. Damos sentido a
nuestras propias acciones y a las de otros por medio
de un “fondo de conocimientos” que se mantiene
en común, que heredamos y aprendemos como
miembros de la sociedad. Aunque ese conocimien­
to tiene las tonalidades de nuestra biografía perso­
nal y se encuentra en continuo cambio, nos es fa­
miliar su propia estructura intersubjetiva. Como lo
subrayó Husserl, no experimentamos una corriente
de datos sensoriales como, por ejemplo, lo querrían
los positivistas lógicos, sino que experimentamos los
objetos como constituidos para nosotros en la con­
ciencia, como automóviles, libros, televisores, ca­
sas, bicicletas, guisados, etc. La estructura de este
“mundo vital” se nos muestra por medio de “tipifi­
caciones” formadas a partir de cualquier pertinen­
cia que surja de los intereses y propósitos que el ac­
tor tenga “a m ano”. Tal como las emplea Schutz,
esas tipificaciones incluirían lo universal y lo relati­
vamente estable, así como lo más específico y cam­
biante.
Según ya se dijo, el m undo primario en que vi­
ven ios actores sociales es intersubjetivo de la vida
cotidiana, un mundo gobernado por la actitud na­
tural, con sus motivos e intereses pragmáticos. Ade­
más, ios actores viven en otros mundos de “provin­
cias finitas de significación”, como las del arte, la
experiencia religiosa, los sueños, la niñez, etc., cada
324 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
una con un estilo cognitijvo particular.7 Lo que
SchuU quiere decir con esto no es que sencillamen­
te podamos imaginar el mundo que elijamos, sino
que cada provincia de significado tiene su estructu­
ra de pertinencias propia, única en todos los aspec­
tos, y que los “fondos de conocimiento” disponibles
nos permiten dar “realidad' de diferentes maneras.
Sin embargo, la realidad principal es la de la vida
cotidiana. De especial interés para nosotros es el
mundo de la teoría científica. Este estilo es el del
observador desinteresado, al que sólo
le interesan problemas y soluciones válidas por dere­
cho propio para lodos, en cualquier lugar y cualquier
momento, siempre y cuando prevalezcan ciertas con­
diciones, a partir de las suposiciones de las que em­
pieza. El "salto' al pensamiento teórico incluye la re-
soliu um del indis iduo de suspender su punto de vista
suhjerivo [Schutz, 1(J(>2: 248J.
Se ponen entre corchetes las preocupaciones pri­
vadas y pragmáticas de la vida cotidiana; es decir, se
hacen de lado, como improcedentes, mientras dure
la p a 1 1i( ipación en la obra teórica. Las ciencias, tan­
to las naturales como las sociales, adoptan una ac­
titud teórica ante su materia. No están interesadas
de manera central por las consecuencias prácticas,
excepto cuando éstas son teóricamente dadas. Las
pertinencias científicas quedan determinadas por
' Schutz nunca elaboró com pletam ente la tipología de los clo-
ini¿nos, aunque es claro que van diluyéndose unos en otros.
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 325
el problema que esté a mano y por los procedi­
mientos de la ciencia en cuestión, más que por los
de la vida cotidiana. En la actitud científica, en opo­
sición a los requerimientos de la “actitud natural”,
cualquier cosa —salvo la existencia del propio mun­
do externo—es algo de lo que se puede dudar y, por
consiguiente, debe sometérselo a la investigación y
el análisis.
De este modo, Schutz trata de enfrentarse al que
le parece el problema epistemológico básico de la
ciencia social, a saber, ¿cómo, siendo ciencias de
significados subjetivos, son posibles? Igual que to­
das las ciencias, hacen afirmaciones con pretensio­
nes objetivas, o al menos aspiran a hacerlo, pero en
el caso de las ciencias sociales éstas se relacionan
con el contexto de la actividad humana que las ha
creado y que no es posible comprender al margen
de este problema de acción. La solución dada por
Schutz a esta dificultad consiste en afirmar que las
ciencias sociales deben reconocer esa diferencia en­
tre la experiencia de la vida cotidiana que tienen los
actores sociales y los propios actores sociales, cons­
tituidos como objetos de la ciencia social. Esta dife­
rencia es necesaria para poner a nuestra disposi­
ción la subjetividad, de acuerdo con la actitud
teórica. El científico social se preocupa por esque­
mas de acciones “típicos”, utilizando versiones sim­
plificadas, abstractas y generalizadas de los actores
sociales, modelos que son “ficciones sin vida”,
“constructos”, “tipos ideales”, “títeres”, “homúncu­
los” creados por el propio científico social. Estos
32(i CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
modelos fueron construidos de acuerdo con los
postulados de la congruencia lógica, la interpreta­
ción subjetiva y la adecuación. El primero de ellos
propone que el constructo debe atenerse a los re­
querimientos de la lógica formal; el segundo, que
debe incorporar en él un modelo de la mente hu­
mana y sus contenidos típicos, como que los hechos
observados se pueden ver como resultado de su
operación. El tercer postulado propone un princi­
pio de objetividad, a saber, que el constructo debe
estar formulado de tal manera que sea comprensi­
ble para el actor que utilice su propio sentido co­
mún.
El tercer postulado es el que se refiere al proble­
ma que ha constituido un tema importante de este
capítulo, la relación entre los conceptos de los acto­
res y los del científico social. El intento del positi­
vismo por evadir la naturaleza socialmente fincada
del conocimiento tratando de formular un lenguaje
de observación neutral creó tensiones entre las con­
cepciones de los actores y las de la ciencia social. Y
desde luego para algunos —Marx y Durkheim son
los ejemplos clásicos— esta misma disyunción entre
el mundo tal como lo comprenden los actores y el
mundo como lo descubre la aplicación de la ciencia
social fue considerada resultado de esa misma cien­
cia. Schutz, siguiendo a Weber, quiere dar a las nor­
mas y los conceptos de los actores un papel mucho
más sobresaliente como vara de medir la adecua­
ción de la interpretación científica social; este pun­
to lo desarrollaremos en el próximo capítulo, en
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 327
nuestro estudio de Winch El interés y el propósito
del científico social consisten en mostrar los signi­
ficados que intervienen en el mundo de los actores.
Para ello son importantes varios recursos, como el
“tipo ideal”, los “homúnculos” o cualquier otro. La
“objetividad” y la “verdad” quedan establecidas
dentro de “mundos vitales” y sus medios social­
mente organizados, y no se trata de que una forma
de conocimiento sea absolutamente superior a nin­
guna otra
La conexión importante entre la fenomenología
de Schutz y la investigación social es la influencia
que ha tenido sobre los orígenes de la etnometodo-
logía tal como fue creada por Harold Garfinkel,
quien, como trató de hacerlo Lazarsfeld con el po­
sitivismo, intentó convertir una doctrina filosófica
en una metodología para la ciencia social.8 Aunque
Schutz compartió las aspiraciones de su mentor,
Husserl, de construir una “analítica trascendental”
del conocimiento por medio de la investigación fi­
losófica, la etnometodología se ha centrado en el
análisis empírico de los razonamientos prácticos
por medio de los cuales sus miembros producen los
" Lo que querem os decir con esto es una m anera de pensar
y no un conjunto de técnicas. A unque una de las principales pre­
ocupaciones de Lazarsfeld fue desarrollar una colección de téc­
nicas para la investigación social empírica, es im portante señalar
que esto no incluyó elaborar un m odo de pensar acerca de los
problem as científicos sociales para que pudiesen ser investiga­
dos empíricamente. Por sus propias buenas razones, la etnom e­
todología no se interesa en desarrollar técnicas como aquellas en
cuyo desarrollo desem peñó tan gran papel Lazarsfeld.
828 CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
rasgos de la vida social a través del sentido común.
Está interesada en las propiedades de la intersubje-
tividad tal como son exhibidas por los actores so­
ciales en el curso de sus actividades en el m undo
cotidiano (véanse, a manera de ejemplo, Button,
1991; Anderson y Sharrock, 1986; Garfinkel, 1967).

C o n c l u s ió n

Lo que hemos tratado de hacer en este capítulo es


pasar revista a algunas de las filosofías sociales que
han intentado enfrentarse al hecho de que los pro­
pios miembros de la sociedad viven dentro de un
mundo que para ellos tiene sentido y significado. El
reconocimiento de esto presenta el problema de la
relación entre el sentido del mundo para los actores
sociales y los conceptos científicos sociales; una ten­
sión en la relación entre las ciencias sociales y su
materia. Los métodos de investigación, cuando
puede decirse que las concepciones filosóficas se
ensucian las manos, por usar este término, reflejan
estas tensiones, ya que su capacidad para encargar­
se de la labor que les piden los investigadores em­
píricos depende, a su vez, de los compromisos de
los propios investigadores con una u otra de estas
filosofías.
Como vimos en relación con la crítica de los mé­
todos de investigación positivista, al principio de
este capítulo, la disputa es tanto acerca de la cues­
tión fundamental de la materia de la ciencia social
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS 329
cuanto de la validez de las técnicas y métodos de la
propia investigación social. Aunque podría argu­
mentarse que aun según sus propias normas seme­
jantes métodos no funcionan, también está allí la
cuestión no menos importante de la naturaleza de
los fenómenos que se deben investigar y esto ten­
drá, o deberá tener, considerable peso sobre el
significado de la investigación y el tipo de conoci­
miento que requerimos. Aunque las filosofías inter­
pretativas de la ciencia social, como las hemos lla­
mado, rechazan la concepción positivista de la
ciencia, no todas ellas, ni mucho menos, abando­
nan la idea de que la ciencia social necesita funda­
mentos sólidos, así como los medios de dar rigor in­
telectual a sus investigaciones. En este último
aspecto podemos comprender el trato dado por
Weber al versíehen y al “tipo ideal”, por ejemplo,
como modos de hacer que la confusa concreción
del mundo sociohistórico sea reductible a una in­
vestigación empírica rigurosa.
Como ya se ha indicado, una importante preo­
cupación de las filosofías analizada en este capítulo
son los motivos del conocimiento científico social y,
especialmente, en estos casos, el hecho de que no
sólo tiene que enfrentarse a un mundo que ya es
preinterpretado sino también a que estas interpre­
taciones son sometidas asimismo a las circunstan­
cias y a los cambios sociales e históricos. Este tipo
de concepción es el que hace surgir el fantasma del
relativismo del conocimiento científico social. Si el
conocimiento está socialmente determinado, enton-
CONCEPCIONES LFGAS Y CIENT IFICAS
ccs, ¿por qué motivos podemos afirmar que el co­
nocimiento científico social es superior al de los ac­
tores sociales legos? ¿Que le da a la ciencia social, si
acaso, su categoría privilegiada como conocimien­
to" Para la hermenéutica, sobre todo en manos de
Gadamer, el conocimiento estaba irremisiblemente
atado a la tradición —ésta es la condición ontoláti­
ca que hace posible la comprensión y la interpreta­
ción— y, por consiguiente, no hay nada a lo que sea
relativo. Trascender nuestros propios horizontes es
un interminable proceso de interpretación. Haber-
mas propone una actitud terapéutica en que las
presunciones de nuestro conocimiento y nuestras
interpretaciones se ven expuestas a una mirada crí­
tica y, gracias a ello, adquieren una mayor posibili­
dad de emancipación humana. Un poco antes, y
con menos optimismo, Weber afirmó que todas las
ciencias, tanto las naturales como las sociales, son
parciales; se trata de una parcialidad gobernada por
nuestros intereses sociales y de investigación. Pero
esto no significa que abandonemos toda aspiración
al rigor del especialista. Logramos objetividad en el
ejercicio de las más estrictas normas intelectuales,
en lugar de seguir servilmente recetas metodológi­
cas. Por su parte, la fenomenología no abandona la
búsqueda de los fundamentos del conocimiento.
Pero los buscó en la estructura de la conciencia, es
decir, en los modos profundamente arraigados en
que nuestra experiencia estaba organizada y que le
permitieron ser forjada por condiciones sociales e
históricas. Al suprimir estas últimas, trató de des­
CONCEPCIONES LEGAS Y CIENTÍFICAS
cubrir los elementos básicos que constituían la po­
sibilidad misma de conocimiento.
Bien se puede decir que gran parte de la obra
efectuada dentro de las tradiciones anteriores —con
excepción de la etnometodología que, en todo caso,
sólo abreva selectivamente de la fenomenología— si­
gue siendo de carácter filosófico, y no empírico.9
Los métodos de investigación típicamente asociados
con la investigación cualitativa, como la observa­
ción participante, la etnografía y, más recientemen­
te, el análisis del discurso, tendieron a desarrollarse
independientemente de estas particulares escuelas
filosóficas. Los anteriores métodos, en que un in­
vestigador “salía al campo” a observar en el “tiempo
real” las actividades sociales de una comunidad o
de otro grupo de personas, surgieron en la antro­
pología y llegaron a incorporarse a la sociología
principalmente por medio de un interaccionismo
simbólico, que sólo después adquirió credenciales
filosóficas gracias a la obra de G. H. Mead (véase,
por ejemplo, Mead, 1934; véase también Plummer,
1991).
Una de las principales consecuencias del intento
de tomar en serio el hecho de que los miembros de
una sociedad viven en un mundo de significado es
haber llevado al primer plano el lenguaje como tema
del filosofar científico social. En los dos próximos ca­
pítulos nos enfrentaremos a algunas de las cuestiones
que surgen de esta atención prestada al lenguaje.
[l Desde luego, otra excepción es Weber.
VIL LENGUAJE, REALIDAD
Y RACIONALIDAD
Si, c o m o en el capítulo anterior, se dice que los fe­
nómenos sociales son de naturaleza predominante­
mente “significativa”, y están constituidos por me­
dio del lenguaje, cabe preguntar si la adopción de
tales enfoques correrá el riesgo de caer en el subje­
tivismo, el idealismo y el relativismo. Dada la con­
cepción de significado y de lenguaje como medios
para “definir la realidad” o “constituir la realidad”,
¿no significa esto que se ha roto la conexión esen­
cial entre lenguaje y significados, por una parte, y
una realidad externa, por la otra; que la realidad se
ha vuelto interna al significado y al lenguaje, y no
tiene ningún nexo con nada que exista fuera del
lenguaje y el significado, como un mundo natural?
Examinaremos dos conjuntos de ideas, las de Witt­
genstein y las de su seguidor Peter Winch, acerca
del lenguaje, y las de Thomas Kuhn sobre la racio­
nalidad del progreso científico; unas y otras son
fuentes importantes de las angustias antes mencio­
nadas. Estas angustias han provocado argumentos
en contra que intentaban reafirmar el que conside­
ran un realismo necesario acerca de la existencia de
un mundo externo, material o natural y, por lo tan­
to, tratan de recuperar parte del terreno perdido en
332
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 333
el enorme giro adverso al positivismo, mientras dan
cabida a muchas de las objeciones hechas contra él.
El “realismo trascendental” de Roy Bhaskar ilustra
este punto de vista.
Uno de los resultados de la reacción contra el
proyecto positivista ha sido la súbita prominencia
de las preocupaciones epistemológicas.' En el capí­
tulo anterior hemos visto algunos intentos de tratar
la cuestión del significado básicamente en términos
metodológicos y sociológicos, es decir, dirigiéndose
a la pregunta de cómo una sociología que pretende
estudiar los fenómenos que son significativos en la
naturaleza Ue^a a enfrentarse a esos fenómenos de
una manera intelectualmente rigurosa pero no po­
sitivista ni, de modo necesario, científica. Sin em­
bargo, aunque tales enfoques /acaso no se propusie­
ran hacerlo, han servido, al menos en parte, para
precipitar un movimiento de cuestiones epistemo­
lógicas hasta el centro del escenario. Tales preocu­
paciones serán el principal tema de Jos dos próxi­
mos capítulos. El rechazo del proyecto positivista
fue inspirado o condujo a la aceptación de muchos
tipos diferentes de actitudes “antipositivisias”, en
particular posiciones “antifunclacionistas” o “anti-
formalistas”.
1 Connolly (1995) sugiere que el cambio del positivismo al
posesti ucturalismo es un paso de preocupaciones epistemológi­
cas a preocupaciones ontológicas. El proyeao posilivista depen­
día de suposiciones ontológicas implícitas, que estaban tan
profundam ente arraigadas que no se las ponía en duda. El
posestruaui alismo, afirm a Connolly, cuestiona precisamente
esta suposición.
834 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD .
Una de las consecuencias de negar a la ciencia
una posición privilegiada sería el rechazo de la idea
de que la ciencia podía ser la portadora de la certi­
dumbre acerca de la naturaleza de la realidad, fia
necesidad de tener certidumbres íue parte de una
concepción filosófica llanada “fundacionismo”, la
cual sostenía que sólo podíamos tener confianza en
nuestro conocimiento si lográbamos identificar al­
gunas certidumbres. El conocimiento era como un
edificio que sólo podía mantenerse en pie si estaba
basado en cimientos seguros e inamovibles. Y para
el conocimiento tales cimientos serían las certi­
dumbres absolutas. Por lo tanto, como lo hemos es­
bozado en el capítulo I, desde el principio mismo
de la filosofía moderna se lanzó la búsqueda de un
conjunto de certidumbres, un conjunto de proposi­
ciones de las que no se pudiera dudar. De este
modo, el concepto mismo de fundaciones está co­
nectado con el problema del escepticismo pues,
desde luego, tales certidumbres absolutas deberían
ser capaces de resistir a las más persistentes y pro­
fundas dudas de los escépticos desafiantes. Como
es bien sabido, las únicas certidumbres que logró
presentar Descartes fueron la existencia de Dios y
“pienso, luego existo". Sin embargo esto bastó, ya
que a partir de dichas certidumbres iniciales Des­
cartes pudo entonces deducir otras cosas que, por
estar derivadas lógicamente, compartirían la verdad
de las premisas de las que procedían. Los empiris-
tas, con quienes se asoció el positivismo, buscaron
1?. certidumbre en la experiencia sensorial, es decir,
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 335
la experiencia que pudiéramos conocer directa­
mente. Tenemos nuestras experiencias sensoriales
y no necesitamos hacer inferencias para conocerlas;
por consiguiente, no corremos el riesgo de hacer in­
ferencias discutibles acerca de ellas. Cuando hable­
mos de W. V. O. Quine, en el siguiente capítulo, lo
asociaremos con el término “posempirismo", en
parte por el modo en que abandona la posibilidad
de encontrar certidumbres del tipo empirista.
De esta forma, abandonar doctrinas como el po­
sitivismo podría ser —y así fue considerado— aban­
donar también las aspiraciones fundacionistas y, se­
gún muchos, adoptar posiciones antifundaciomstas.
A menudo se ha considerado que rechazar el positi­
vismo porque tiene un carácter fundacionista impli­
ca la adopción de la opinión opuesta: que no hav
fundamentos. Sin embargo, ¿es éste un paso hacia
el escepticismo ¿No es ésta una emigración a la idea
de que no existe cosa tal como los fundamentos
para el conocimiento y que, por lo tanto, nunca
puede haber un conocimiento auténtico, final, de­
finitivo y categórico? ¿No tiene que haber siempre
margen para la duda y no debemos, por lo tanto,
aceptar que nuestras convicciones más íntimas pue­
den estar tan desviadas como las de nuestros pre­
decesores históricos? Por consiguiente, ¿no debe­
ríamos retirarnos a una posición de mucho mayor
humildad y aceptar que nuestras propias creencias,
incluso los tan elogiados logros de la ciencia, tal vez
no sean mejores, no sean más ciertos o seguros que
los de cualquier otro? Esta es, por lo tanto, otra ruta
336 LENGUAJE REALIDAD Y RACIONALIDAD
por la cual el relativismo empieza a parecer no me­
nos convincente.
Otro cambio que ha ocurrido en la filosofía du­
rante este siglo, y que ha cobrado importancia en su
segunda mitad, es lo que se ha llamado el ugiro lin­
güístico”, reflejado en rodos los argumentos que re­
visaremos en los restantes capítulos. La naturaleza
y el papel del lenguaje se han vuelto la manzana de
la discordia para muchas de las principales cuestio­
nes de la filosofía, incluyendo las epistemológicas.
Que podamos conocer algo o no se ha vuelto, en
parte importante, una pregunta sobre si las expre­
siones de nuestro lenguaje (en que se expresan
nuestro pensamiento, teorías y creencias) pueden
captar la naturaleza intrínseca de la realidad. Las
posiciones relativistas tienen que negar esto. Sus
críticos sostienen que deben negar al menos que el
lenguaje pueda conocer alguna realidad externa in­
dependiente. Si distintas creencias, expresadas en
diversas formas lingüísticas, son todas ellas igual
mente validas, no pueden identificar todas una y la
misma realidad. Por lo tanto, el relativismo implica
que el lenguaje no puede ser un medio de conocer
una realidad externa. Los relativistas pueden soste­
ner que la idea de una “realidad independiente del
lenguaje” es válida, aíirmando que la realidad es
producida, constituida o construida por medio del
lenguaje, y que por ende podemos conocer la reali­
dad, pero no puede ni podrá ser jamás una realidad
independiente del lenguaje y del pensamiento. De este
modo, la idea de que la naturaleza de una realidad
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 337
caracterizada por el lenguaje deberá depender de la
estructura de la realidad a la que caracteriza, y que
por lo tanto debe haber una forma única que ese
lenguaje pueda adoptar, resulta casi invertida por la
afirmación de que la naturaleza de la realidad se
deriva del lenguaje y de que el lenguaje —o, dicho
más estrictamente, los hablantes del lenguaje— “cons-
tituyen” o “construyen” la realidad. De este modo,
puede haber tantas realidades diferentes como di­
ferentes estructuras del lenguaje y de la creencia
hay. Hablar de “realidades múltiples” —aunque no
precisamente en el mismo sentido en que las iden­
tifica Schutz— se vuelve posible, y claras las impli­
caciones relativistas: lo que puede ser verdadero en
una realidad es independiente y diferente de lo que
es verdad en otra.
Nos concentraremos en algunas de estas cues­
tiones mediante un examen de los argumentos con­
tenidos en las obras de dos de las principales figu­
ras en gran parte responsables de precipitar los
debates acerca del relativismo: The Idea of a Social
Science de Peter Winch (1990, 1977) y The S truc ture
of Scientific Revolutions (1996), de Thomas Kuhn [La
estructura de las revoluciones científicas, México, Fon­
do de Cultura Económica]. Estos dos libros inicia­
ron unos debates que se han enconado cada vez
más desde su publicación. Ambos han sido acusa­
dos de engendrar posiciones relativistas al subva-
luar la racionalidad de la ciencia. Continuaremos
también el análisis de algunos temas revisados en el
capítulo v en relación con la concepción positivista
:-m LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
de la naturaleza de la investigación social, que tam­
bién son pertinentes a los problemas de la relación
entre los'conceptos legos y d e las ciencias sociales.
Sin embargo, antes deseamos analizar con mayor
detalle algunas de las consecuencias de llevar el len­
guaje a un lugar principalísimo en la escena de los
debates metodológicos.

LOS CIMIENTOS DEL LENGUAJE

La idea de la acción como fenómeno profunda­


mente arraigado en el uso del lenguaje ordinario
apoya de manera marcada una idea del lenguaje
como constitutivo del m undo social. También im­
plica que las acciones sólo pueden ser identificadas
por medio de los conceptos de los propios actores
de acuerdo con las visiones que éstos tienen del
mundo. Además, implica una marcada distinción
ontológica entre el mundo físico y el mundo huma­
no y, lo que no es de sorprender, esta distinción
bien podría tener serias consecuencias epistemoló­
gicas. Por ejemplo, sobre este último aspecto Winch
afirma que, aunque las ciencias naturales y también
las sociales hacen que los sistemas de conceptos in­
fluyan sobre sus respectivos temas, lo que estudian
los científicos naturales tiene:
una existencia independiente de esos conceptos. Exis­
tieron tormentas y truenos mucho antes de que hu­
biera seres humanos para formarse conceptos de ellos
LENGUAJE., REALIDAD Y RACIONALIDAD 339
[. . .] no tiene sentido suponer que los seres humanos
pudieran estar emitiendo órdenes y obedeciéndolas
antes de que llegaran a formarse el concepto de man­
do y de obediencia [Winch, 1990: 125].
Como ya lo hemos visto en el capítulo anterior,
los miembros de la sociedad tienen sus propias con­
cepciones de lo que están haciendo y de las “concep­
ciones según las cuales normalmente pensamos en
los hechos sociales [. . .] entran en la vida social mis­
ma y no simplemente en la descripción de ella que
hace un observador” (Winch, 1990: 95).
Se considera que la tesis según la cual la identifi­
cación de las acciones debe necesariamente estar en
el lenguaje del actor social tiene muy serias conse­
cuencias sobre el estatus del conocimiento acerca
de lo social. Lo que se está proponiendo es más
que, simplemente, apremiar a los investigadores so­
ciales a investigar las ideas y las creencias de aque­
llos a quienes estudian. La discusión es acerca de la
naturaleza de los conceptos utilizados por la ciencia
social para explicar sus fenómenos. La identifica­
ción de las acciones no sólo depende de conceptos
empleados por los actores sociales en el curso de
sus vidas, sino también las normas de evidencia,
prueba, racionalidad, y similares, que afectan la crea­
ción y evaluación de dichas identificaciones. Así,
poder ver que alguien que está tallando una pieza
de madera está efectuando un acto religioso exige
atribuirle a esa persona el concepto de “religión”,
cuya posesión es la capacidad de utilizar debida­
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
mente ese concepto y establecer distinciones entre
esta actividad y otras.2 Las concepciones de la rea­
lidad y de cómo se la puede estudiar, aunque inde­
pendientes de las ideas de cada individuo, dependen
de las actividades humanas del caso que, a su vez,
deberán ser definidas por quienes las practican.
Esto, puede decirse, es tan verdadero para la cien­
cia como para la religión, para el arte, para crear fa­
milias, para la política y para cualquier otra activi­
dad humana.
Estos argumentos tienen una fuerza especial con
respecto al estudio de las culturas que son distintas
de las nuestras propias. Tales estudios se enfrentan
al problema de catalogar las conductas que se están
presenciando. Para seguir con el ejemplo anterior,
¿qué está haciendo un hombre que talla una pieza
de madera? ¿Está dedicado a una actividad econó­
mica? ¿Es un acto de culto? ¿Un gesto político?
¿Simplemente un modo de pasar el tiempo?*^ El pro­
blema, como lo ha señalado Schutz, es que las acti­
vidades pueden parecer similares pero tener di­
ferentes significados dentro de sus respectivas
culturas.4 Si un patrón de actividad es “una danza
2 “C oncepto” no es lo mismo que “palabra”. Podría decirse
que alguien que se dedica a actividades similares a la plegaria y
el culto tiene el concepto “religión”, aunque tal vez su lenguaje
no tenga esa palabra.
3 Desde luego, no hay una razón necesaria por la que deba­
mos limitarnos a una sola categoría. La pertinencia de las des­
cripciones está atada al punto de vista adoptado con respecto a
la actividad.
4 Esto también es aplicable dentro de culturas.
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 341
de guerra, un intercambio de mercancías, la recep­
ción de un embajador amigo u otra cosa” (Schutz,
1963: 237) es algo que sólo pueden decir los pro­
pios participantes.
Han sido observaciones como éstas las que han
servido para plantear la cuestión del relativismo.
Una cultura distinta de la nuestra puede parecemos
un ámbito de discurso distintivo y justificado por sí
mismo, con su propia lógica y normas de racionali­
dad, en función de las cuales se la debe describir y
juzgar. Para algunos esto implica una inconmensu­
rabilidad de esquemas de pensamiento, ya que
nuestros propios esquemas de pensamiento, inclu­
yendo el de la ciencia, están arraigados en nuestra
cultura y por lo tanto no pueden constituir una po­
sición absolutamente independiente desde la cual
comprender e investigar otras culturas. Ese relati­
vismo radical surge de las ideas de los lingüistas Ed-
ward Sapir y Benjamin Lee Whorf, a quienes se ha
interpretado diciendo que sostienen que las dife­
rencias entre lenguajes reflejan diferencias en la
metafísica o en las “cosmovisiones”. Esta tesis no
sólo es acerca de las diferencias notadas en el voca­
bulario de los diferentes lenguajes sino sobre el
modo en que los vocabularios están organizados
por sus gramáticas y, de esta manera, organizan las
formas de pensamiento de quienes hablan ese len­
guaje. Entonces, la gramática de un lenguaje es vis­
ta como una teoría de la realidad. Diferentes modos
de ver el mundo se expresan en diferentes sistemas
clasificatorios que quedan indicados por las dife-
342 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
rendas de gramáticas y, de este modo, es la gramá­
tica la que determina el pensamiento y el modo en
que el mundo es visto y constituido. No hay mane­
r a de apartarse del lenguaje para determinar el va­
l o r de verdad de las “cosmovisiones”. No podemos
enfrentar una “cosmovisión”, como teoría completa
de la realidad, contra otra. Aunque podría argüirse,
por ejemplo, que la lengua apache, al convertir sus­
tantivos como “crepúsculo” en verbos como ucre-
pusculcar”, muestra mejor la naturaleza procesal del
acontecimiento que el sustantivo inglés, esto no es
motivo suficiente para decir que la lengua apache
in loto es superior al inglés. Las estructuras grama­
ticales son subdeterminadas por el modo de ser del
mundo. E l mundo y sus palabras se pueden organi­
zar de muy diversos medios, sin que haya manera
de decir que uno es superior a otro (por ejemplo
véanse Whorf, 1956; Horton y Finnegan, 1973).
Lo que tenemos es, una vez más, cierto número
de cuestiones que giran en torno de los fundamen­
tos del lenguaje en la investigación social; cuestiones
como el relativismo, la naturaleza de la ciencia social
y su relación con concepciones legas y, desde luego,
la importante cuestión de la naturaleza del lenguaje
mismo y su relación con la realidad. La obra de Pe-
ter Winch es particularmente apropiada para explo­
rar con mayor profundidad algunas de estas cues­
tiones y, como parte esencial de él, para esbozar el
trato dado por Ludwig Wittgenstein a la relación en­
tre el lenguaje y la realidad, ya que esto es impor­
tante oara comprender los argumentos de Winch.
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 343

L enguaje y significado

The Idea of a Social Science, de Wínch, fue un inten­


to por hacer que la filosofía de Wittgenstein pesara
críticamente sobre la concepción de los estudios so­
ciales como ciencia. Algunos de los argumentos ya
fueron analizados en el capítulo anterior. Tomados
plena pero sucintamente, diremos que Wittgenstein
trató de poner fin a la filosofía tal como tradicio­
nalmente se la había practicado, dudando de si te­
nía algunos problemas serios y auténticos que se
pudieran considerar en términos de la búsqueda
de un conocimiento general y auténtico. De este
modo, aunque creyera que los problemas a los que
se enfrentaba la filosofía eran a menudo serios y
profundos, como los relacionados con el significa­
do de la vida y de la ética, no creyó que existieran
respuestas teóricas, y por lo tanto filosóficas, a tales
preguntas. En la medida en que se les podía dar res­
puesta, esto sólo podría hacerse por medio de una
búsqueda espiritual o ética, no filosófica. Sostuvo
que la impresión de que los problemas de la filoso­
fía eran cuestiones teóricas profundas, solemnes y
fundamentales era el resultado de confusiones acer­
ca del modo en que funciona el lenguaje. Por con­
siguiente, Wittgenstein trató de convencer a los fi­
lósofos de que adoptaran una visión diferente de su
dependencia del lenguaje.
Una de las primeras tradiciones del pensamien­
to filosófico era considerar la cuestión de saber si
344 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
era posible, y cómo, hablar con verdad acerca de la
naturaleza del mundo, de la realidad exterior; ana­
lizando esta cuestión, Wittgenstein argüyó que la
comprensión de la naturaleza del lenguaje se de­
formaba de dos maneras importantes. En primer lu­
gar, el lenguaje era considerado exclusivamente en
términos del papel de hacer declaraciones fáciicas
o empíricas. En segundo lugar, como resultado, co­
múnmente se pensaba que el meollo mismo del len­
guaje era la relación de nombres que olrecía un
nexo entre el lenguaje y el mundo, pues represen­
taba una conexión directa entre una palabra y algo
no lingüístico, externo al lenguaje. Tan poderosa
era esta concepción que a veces llegaba a pensarse
que el significado de una palabra era la cosa que la
palabra representaba.0
En gracia a la simplicidad, la labor posterior de
Wittgenstein puede concebirse como un replantea-
miento fundamental de la idea de cómo las pala­
bras obtienen su significado. No deseaba negar que
las palabras representan cosas. . . ¡a veces! No ne­
gaba que hubiese, por ejemplo, una diferencia en­
tre el propio perro Fido, y el nombre del perro
“Fido”. Tampoco quería negar que el nombre '‘Fido”
■' Esta opinión íue lo bastante poderosa com o para haber
convencido al propio Wittgenstein en la prim era parte de su di­
vidida carrera. Después de com pletar su prim er libio, el Tracta-
tus Logiro-Philosophicus, único publicado durante su vida, aban­
donó por un tiempo la filosofía, pensando que había acabado
con ella. Al volver a la filosofía desarrolló una opinión muy dis­
tinta, en la que criticó profundam ente su prim er libro. Véanse
sus Philosophiral Investigations (1958).
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 345
en realidad representa al perro Fido. Pero esto sólo
es otro modo de decir que “Fido” es el nombre del
perro. Lo que Wittgenstein deseó cuestionar fue
que el perro Fido fuese el significado de la palabra
“Fido” y, por consiguiente, negar que la relación de
nombre, como la presenta el lenguaje, pudiese
desempeñar el papel que los filósofos tradicional­
mente habían deseado asignarle, es decir, asegurar
una conexión fundamental entre nuestro lenguaje y
el mundo. Tampoco quiso negar que las palabras
hablan, por decirlo así, “acerca del m undo”, aunque
sí creyó que preguntar por la “relación entre el len­
guaje y la realidad” resultaría muy poco útil —en rea­
lidad, contraproducente— como manera de plante­
ar el problema.
La posición del propio Wittgenstein puede re­
sumirse como de “autonomía de la gramática”, vi­
sión que socavaba drásticamente la suposición más
comúnmente aceptada y fundamental de que es la
naturaleza de la realidad la que determina los sig­
nificados de nuestras palabras. Conforme avance­
mos en el debate sobre Winch, veremos que los crí­
ticos de Wittgenstein a m enudo están reafirmando
precisamente la visión que Wittgenstein trató de
socavar.
Si nos interesa la naturaleza de la relación entre
el lenguaje, por una parte, y el mundo exterior, por
la otra, probablemente veremos que la relación de
palabras desempeña un papel clave. Nombrar las
cosas parece ser un punto de contacto directo entre
los dos fenómenos que se deben conectar, la pala­
S46 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
bra (el nombre) y una cosa en el mundo, es decir, la
cosa que el nombre representa; de aquí emana una
teoría de que el significado de un nombre es la cosa
que representa. El hecho de que se puedan dar
nombres a las cosas sugiere que si el significado de
la palabra es la cosa que representa, entonces el sig­
nificado de la palabra queda determinado por la
naturaleza de la cosa que la palabra representa. Si
el significado de “Fido” es el perro Fido, entonces el
significado de la palabra “Fido" queda determinado
por la naturaleza del propio perro Fido. De este
modo, las palabras son nombres, y sus significados
quedan determinados por la naturaleza de la reali­
dad a la que se refieren. El hecho de que podamos
hacer afirmaciones ciertas acerca del mundo queda
asegurado por el hecho de que nuestro lenguaje re­
fleja la naturaleza, la estructura de la realidad.
Una parte del rechazo de la opinión anterior por
parte de Wittgenstein —que él mismo sostuvo du­
rante los inicios de su carrera intelectual— incluía
señalar algunos de sus absurdos más manifiestos. Si
Fido, el perro, es el significado del nombre “Fido”,
deberíamos tener que decir, cuando nació Fido,
que había nacido el significado de la palabra “Fido”
y, al morir el perro, diríamos que había muerto el
significado de la palabra “Fido”. Este y otros argu­
mentos bastante más refinados de Wittgenstein re­
futaban la idea de que las palabras reciben su sig­
nificado de las cosas que representan. En ese caso,
¿cómo reciben las palabras su significado? Lo reci­
ben, sostuvo Wittgenstein, del lenguaje mismo.
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 347
El significado de una palabra es su posición den­
tro de un complejo. Resulta tentador decir que el
significado de una palabra se deriva de su posición
dentro de un sistema, pues es fácil y común hablar
acerca del lenguaje como sistema. Sin embarco,
Wittgenstein insiste en que el lenguaje no es un sis­
tema, ciertamente no en algún sentido sólido.
Comparó un lenguaje con una ciudad que a lo lar­
go de los años había ido creciendo; forma un todo,
pero está compuesta de zonas, distritos, áreas que
son más o menos independientes entre sí y que di­
fieren considerablemente en carácter, como unas
zonas antiguas y atestadas del centro de la ciudad y
unos suburbios espaciosos y bien dispuestos, zonas
industriales, etc. Por lo tanto, una ciudad es un
complejo pero no un sistema, y casi lo mismo pue­
de decirse del lenguaje, según Wittgenstein.5 El sig­
nificado de una palabra lo da su posición en un
complejo y la parte que puede desempeñar en com­
binación con otras palabras que utilizamos y con
las cosas que hacemos.
Un paso decisivo en el desplazamiento que efec­
tuó Wittgenstein en la teoría de los nombres fue
una reconsideración de la relación de éstos. Por
ejemplo, parece fácil comprender cómo un punto
11 Un punto en que es im portante insistir es saber si, como el
Wittgenstein posterior, se adopta la opinión de que entre las di­
versas causas de la confusión filosófica se encuentra la inclina­
ción a generalizar en exceso los patrones del em pleo del len­
guaje; la preocupación de que el lenguaje sea una especie de
sistema plenam ente integrado sería una gran tentación hacia la
excesiva generalización prem atura.
348 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
de contacto entre el mundo y el lenguaje se esta­
blece al nombrar, al adherir una palabra a una cosa
específica, como sumombre. De este modo, apren­
der un lenguaje podría hacerse simplemente seña­
lando la conexión del nombre con la cosa. Por
ejemplo, mostramos a un niño pequeño una man­
zana y al hacerlo pronunciamos el sustantivo “man­
zana”. Sin embargo, la conexión que aquí se está es­
tableciendo no es tan obvia como parece. Por una
parte, ¿cómo captará el niño que cuando se pro­
nuncia la palabra “manzana” lo que se está hacien­
do es dar el nombre de la cosa? Supongamos que al­
guien señalara el retrato de una manzana y gritara
“¡corre!”, ¿sería eso dar el nombre de una cosa, y
habría aprendido el niño la lección correcta? Lo
malo de la idea del lenguaje como integrado por
nombres para las cosas, concluyó Wittgenstein, era
que pasaba por alto el hecho, por lo demás familiar,
de que un lenguaje tiene diferentes tipos de pala­
bras. Sólo algunas palabras son nombres. “¡Corre!”
es una orden, no un nombre. Así, para que las per­
sonas aprendan correctamente el nombre de algo,
al señalarlo y pronunciar el nombre, deben com­
prender que la palabra pronunciada pretende fun­
cionar como nombre. Deben poder captar el tipo
de palabra que se está empleando y que en ese caso
la palabra es un nombre, para ver que el objeto se­
ñalado sea del tipo de cosa que nombra el nombre.
En realidad, tienen que captar más que esto. Las pa­
labras “Fido” y “perro” son nombres, ambos, del
animal que se encuentra en el rincón, de modo que
LENGUAJE. REALIDAD Y RACIONALIDAD 349
el niño al que se están enseñando las palabras debe
comprender cómo debe funcionar el nombre, ya
sea como nombre de un tipo de animal o como
nombre propio de este animal en particular. Esto se
ofrece por medio del nexo de comunicación entre
el niño y el maestro, mediante el modo en que este
último organiza y lleva adelante la situación educa­
tiva. En otras palabras, la capacidad de conectar el
lenguaje con el mundo presupone relaciones socia­
les entre la gente. Esto, insinuó Wittgenstein, mues­
tra que una captación de la organización del
lenguaje es anterior al establecimiento de las cone­
xiones de nombres particulares, las conexiones en­
tre palabras y el mundo, y que el nexo entre nom­
bre y objeto no puede desempeñar su papel de
fundamento del lenguaje. Nombrar es una especie
de papel que las palabras pueden desempeñar, pero
sólo es un papel, y un lenguaje es una colección de
diferentes tipos de palabras, una disposición que
les asigna diferentes papeles. Sólo si una palabra
dada ya desempeña su papel como nombre pode­
mos ver, cuando se señala la cosa, que se la está se­
ñalando como la cosa nombrada por la palabra.
Para aclarar toda la fuerza del argumento, Witt­
genstein estableció una analogía con los juegos, tra­
tando las palabras como si fuesen similares a las
piezas de un juego. De este modo, una pieza de aje­
drez como un “rey” es lo que es por virtud de la fun­
ción que desempeña en todo un complejo de acti­
vidades. Explicar a alguien lo que es un “rey” es, en
parte, enseñarle el juego de ajedrez. Se necesita des­
350 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
cribir algo del complejo juego de ajedrez acerca de
cuadros, piezas, que lo juegan dos contrincantes,
que los jugadores se turnan, etc., para que alguien
pueda tener una idea de cómo el rey encaja entre
las otras piezas, cómo su capacidad de moverse en
el tablero es específica de él, y cómo se relaciona
con otras piezas. Si no tenemos dificultad para
comprender este ejemplo, entonces, ¿por qué he­
mos de espantarnos ante la idea de que darle a algo
el significado de una palabra es similar a describir
la parte que la palabra desempeña en un complejo
de actividades? Explicar el significado de la palabra
"rey” en el ajedrez es algo que exige, después de
todo, explicarle a alguien que es el nombre de una
pieza de un juego, que las piezas se diferencian por
el tipo de movimientos que pueden hacer, etcétera.
El paso más decisivo de Wittgenstein consistió en
argüir que el significado de las palabras es su lugar
dentro del lenguaje, y que su significado se deriva
del papel de las palabras en las actividades de la
gente, como ya lo había hecho en el caso de los ni­
ños que aprenden palabras, como hemos visto an­
tes. Las palabras se desarrollan en conjunción con
actividades y adquieren su significado por el modo
en que embonan en las actividades. Sin embargo, si
esto es así, de ahí se sigue que el lenguaje que te­
nemos depende de la historia que tenemos y de las
actividades que hemos ido adquiriendo a lo largo
de la historia. Por ejemplo, podríamos no haber te­
nido nunca el juego de ajedrez, o habría podido te­
ner éste una historia muy diferente. Podríamos ha-
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 351
ber tenido una historia muy distinta en todo tipo de
modos, lo que significaría que nuestro lenguaje
también habría sido muy distinto. Wittgenstein no
sólo acepta esto sino que insiste en ello. Sin embar­
go, aunque podamos no tener gran dificultad en
aceptar semejante conclusión con respecto a los ju e­
gos y otras actividades humanas que inventamos
nosotros mismos —después de todo, por todo el
mundo existe una enorme variedad de juegos que
tienen sus raíces en culturas específicas—, ¿pode­
mos aceptarlo tan fácilmente en referencia al mun­
do natural? Podemos aceptar alegremente que si no
tuviéramos el ajedrez no tendríamos palabras para
las piezas o para sus jugadas, si no hubiera fútbol
no tendríamos uso para palabras como “centro
delantero”, “portero”, “gol”, etc. Pero, ¿deseamos
aceptar la implicación de que si nuestra historia hu­
biese sido muy diferente acaso no tendríamos nom­
bres para los planetas, por ejemplo, o para los elec­
trones, o para el magnetismo, o para el sílice, y que
éstos, por lo tanto, no habrían existido? Que los pla­
netas existan o no es algo que no puede depender
de que tengamos o no una palabra para ellos. La
naturaleza de un planeta es la que es, y sin duda no
es algo que resulte del modo en que los seres hu­
manos disponen sus actividades. El planeta Marte
estaba allí arriba, en el cielo, mucho antes de que
tuviéramos la palabra “planeta” o la palabra “Mar­
te”. Por consiguiente, si Wittgenstein parece haber
logrado eludir algunos de los problemas de la filo­
sofía del lenguaje, da la impresión de haber caído
352 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
en profundas dificultades con su propia versión de
la conexión entre el lenguaje y el mundo. Si las ma­
neras en que nuestras palabras nombran, identifi­
can y describen las cosas dependen enteramente de
las formas de las actividades humanas, y se derivan
de ellas, entonces las maneras en que hablamos
acerca de las cosas en el mundo en el mejor de los
casos se relacionan por pura coincidencia con el
modo en que éstas son.
La preocupación expresada acerca de los argu­
mentos de Wittgenstein reiteró, desde luego, el tipo
de ideas que él estaba tratando de rechazar, a saber,
que es la naturaleza de las cosas del mundo la que
impone cierta especie de limitación a lo que nues­
tras palabras pueden significar. Su negativa de la
opinión de que el significado de las palabras les era
impuesto por la naturaleza de las cosas acerca de
las que se hablaba incluyó su ya mencionado argu­
mento en favor de la “autonomía de la gramática”.7
La organización de nuestro lenguaje se origina en
las necesidades y en los requerimientos de nuestra
vida social y sus actividades constitutivas, y no es
impuesta al lenguaje por la estructura del mundo.
Pero, si aceptamos la “autonomía de la gramática
¿cómo estaremos seguros de que existe alguna co­
nexión entre el lenguaje y la verdadera naturaleza
del mundo? La respuesta de Wittgenstein a esta pre­
ocupación fue enérgicamente impuesta a la atención
7 Para Wittgenstein la “gramática" no es el tipo de actividad
que se dedica, por ejemplo, a clasificar partes del habla. Se rela­
ciona más con lo que tiene sentido decir.
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 353
de la ciencia social por Winch, aunque su aplica­
ción de los argumentos de Wittgenstein estimularía
esas preocupaciones, en lugar de calmarlas.

Revisión de reglas, razones y causas


En el contexto de sus esfuerzos por aplicar los ar­
gumentos de Wittgenstein acerca de la relación del
lenguaje con la realidad y las cuestiones de las cien­
cias sociales, Winch planteó argumentos acerca de
reglas, causas y razones, algunos de los cuales he­
mos encontrado ya en el capítulo anterior. Aquí de­
seamos relacionarlos más directamente con cuestio­
nes más generales.
Siguiendo los pasos de Wittgenstein, Winch ar­
güyó que el significado de las palabras se deriva de
su lugar en las actividades prácticas y sociales de la
gente. Por lo tanto, el significado de la palabra —fi­
losóficamente difícil— “realidad”, para poner un
ejemplo crucial, debe derivarse de las actividades
dentro de las cuales se la emplea. Así como “rey”
tiene significados muy diferentes, aunque no total­
mente desligados, cuando se lo usa como título del
gobernante de un pueblo y cuando se lo utiliza
como el nombre de una pieza de ajedrez, así tam­
bién la palabra “realidad” tiene significados noto­
riamente distintos —aunque, una vez más, no desli­
gados del todo— cuando se la emplea, por ejemplo,
en derecho, en ciencia y en religión, respectiva­
mente. Según Winch, no tiene sentido preguntarse
354 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
si el lenguaje se relaciona con la realidad como
cuestión general pues lo que la pregunta plantea, lo
que posiblemente pudiera significar, dependerá del
contexto en que se la plantea. La idea misma de “re­
lación con la realidad” es distinta en diferentes es­
feras de la vida. Por ello, preguntar por la realidad
en el sentido de interrogarse acerca de lo que posi­
blemente exista o sea el caso, y cómo podría resol*
verse la cuestión de si se da o no el caso, es cosa to­
talmente distinta en religión de lo que es en ciencia.
Los dos conjuntos de actividades son sumamente
dispares y, según Winch, es un hecho lamentable
que en nuestro mundo moderno haya llegado a
pensarse a menudo que sólo hay una forma que
hace preguntas acerca de la naturaleza que puede
adoptar la realidad, a saber, “la fascinación que la
ciencia tiene para nosotros”, haciéndonos “fácil
adoptar su forma científica como paradigma contra
el cual medir la respetabilidad intelectual de otros
modos de discurso” (Winch, 1977: 18). Y el hecho
de que Winch disienta de esta suposición lo lleva a
sus otros argumentos.
En la ciencia social este tipo de problema parece
enorme, aunque no sólo se lo encuentra en tales
contextos por referencia a otras culturas, en espe­
cial culturas muy diferentes de la nuestra. Es en
esas comparaciones donde probablemente encon­
traremos creencias y prácticas sociales “extrañas”, y
tal vez hasta exóticas, que nos resulta difícil com­
prender. Este es el meollo mismo del problema del
antropólogo: ¿cómo llegamos a comprender una so-
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 355
ciedacl ajena? También es un problema, como lo he­
mos visto en el capítulo anterior, para comprender
las sociedades históricas que hace mucho tiempo
dejaron de existir. De hecho, el problema es toda
una colección de problemas, que tiene relación di­
recta con la cuestión de la relación del lenguaje con
la realidad, especialmente cuando, como en el ejem­
plo empleado por Winch, existe un conflicto entre
lo que nuestra ciencia dice que existe y las creencias
y prácticas de otra cultura.
Como ilustración de sus argumentos Winch uti­
liza un informe sobre las prácticas “de hechicería”
de una tribu africana, hecho por el antropólogo
E. E. Evans-Pritchard (1965). Winch objeta una par­
te pequeña pero importante del informe de Evans-
Pritchard —por lo demás sumamente favorable— en
el que intenta juzgar la racionalidad de una prácti­
ca mágica utilizando, de manera injusta, normas
científicas. Según Winch esto es absolutamente ina­
propiado, y similar a tratar de anotar los goles de
un partido de fútbol de acuerdo con las convencio­
nes de la anotación en el tenis. En su forma más
audaz y más básica, la diferencia entre Winch y
Evans-Pritchard es que el último sostiene que la “he­
chicería” es un intento fallido por llegar a la clase
de entendimiento que se arroga la ciencia, mientras
que el primero sostiene que la interpretación reli­
giosa es totalmente distinta de la interpretación
científica y no una forma pervertida de ella.8
8 Vale la pena notar, dicho sea de paso, que el propio Evans-
Pritchard, en otras partes de su argum ento, está muy cerca de
356 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
Para Winch, como hemos visto, la palabra ‘‘reali­
dad” y la expresión “corresponde a la realidad” tie­
nen significados diferentes cuando se las emplea en
los contextos comparativos de la ciencia y de la re­
ligión. No es como si, en cada contexto, la gente di­
jera cosas sobre cómo sería el mundo sin tener la
menor idea de cómo podía descubrir si lo que dice
es verdad o no. Por ejemplo, los practicantes de la
ciencia se aferran a la idea de que una de las ma­
neras importantes de descubrir las cosas es por
medio de una investigación empírica del tipo apro­
piado. Winch desea sostener que no es como si pu­
diéramos, con respecto a la ciencia, decir que la
ciencia afirma varias cosas acerca del mundo y lue­
go preguntar si es bueno utilizar métodos empíri­
cos o, en realidad, cuál es la única o mejor manera
de saber si las cosas dichas por la ciencia corres­
ponden a la realidad. En la ciencia la expresión “co­
rresponde a la realidad” efectivamente equipara “lo
que ha pasado las pruebas experimentales” o “está
confirmado por el estudio empírico”.9 De este
aceptar algo similar a las ideas de Winch. El propio Winch dice
que en buena medida, él y Evans-Pi itchard están en gran acuerdo
pero que al final, Evans-Pritchard 110 está en suficiente acuerdo.
La crítica de Winch se concentra en un punto en que considera
que el etnólogo está cayendo en la opinión más desprestigiada.
De este m odo Winch está implicando que la llamada “teo­
ría de correspondencia de la verdad”, antes mencionada, la cual
sostiene que una declaración es cierta cuando corresponde a los
hechos, no está planteando una teoría acerca de la relación entre
dos cosas —declaración y hechos— sino tan sólo replanteando
una equivalencia de significado a partir de nuestro lenguaje or­
dinario. “Cierto” y “corresponde a los hechos” son expresiones
equivalentes y a m enudo intercambiables.
LENGUAJE. REALIDAD Y RACIONALIDAD 357
modo, cuando los científicos afirman haber esta­
blecido que se ha descubierto que una teoría o hi­
pótesis “corresponde a la realidad’ . quieren decir
que hoy ha recibido apoyo empírico, que se la ha so­
metido a una validación experimental, etcétera.
En contraste, los practicantes de la religión dicen
cosas acerca de cómo es el mundo, que el sufri­
miento es o no es parte del plan de Dios, por ejem­
plo, o que la salvación se logra mediante buenas
obras, o que la mala suerte se debe a hechicería.
Pero al hacer tales afirmaciones la persona religio­
sa no está preguntando si estas afirmaciones han
pasado pruebas experimentales u otras formas de
evaluación empírica. Antes bien, trata de determi­
nar si éste es en realidad el plan de Dios, por ejem­
plo, orando en demanda de una señal, estudiando
las esciituras, buscando la guía de un dirigente
religioso, o consultando a un oráculo. Por consi­
guiente, lo que las personas religiosas quieren decir
cuando afirman que un hecho particular está de
acuerdo con el plan de Dios —que su concepción de
él coincide con la realidad—, es que ha sido confir­
mado en las escrituras o revelado en oración o pro­
fetizado en las enseñanzas de un gurú.
El hecho de no señalar esta diferencia de signifi­
cado que tienen las palabras “corresponde a la rea­
lidad” cuando se las pronuncia en diferentes contex­
tos es lo que, según la versión de Winch, constituye
la clave de la falsa interpretación dada por Evans-
Pritchard a las prácticas de “hechicería” de los azan-
de. Le lleva, erróneamente, a hablar de las creen-
358 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
das de los azande como si su correspondencia con
la realidad fuese cuestión de someterlas a pruebas
experimentales o empíricas del tipo empleado por
la ciencia. La noción de “corresponde a la reali­
dad”, tal como se encuentra en el modo de vida de
la tribu, quiere decir algo muy distinto. En este con­
texto no significa “sometido a pruebas empíricas y
estadísticas”, sino, antes bien, “ha sido confirmado
por el oráculo”.
D o s c o s a s p u e d e n s e r l l a m a d a s “i g u a l e s ” o " d i f e r e n ­
t e s ” s ó lo p o r r e f e r e n c i a a u n c o n j u n t o d e n o r m a s q u e
e s t a b l e c e n lo q u e se c o n s i d e r a c o m o d i f e r e n c i a p e r t i ­
n e n t e . C u a n d o las “c o s a s ” e n c u e s t i ó n s o n p u r a m e n t e
físicas, las n o r m a s a las q u e se r e c u r r e s e r á n , d e s d e
l u e g o , las d e l o b s e r v a d o r . P e r o c u a n d o n o s e n f r e n t a ­
m o s a “c o s a s ” i n t e l e c t u a l e s (o, e n r e a l i d a d , a c u a l q u i e r
t ip o d e c o s a s s o c ia le s ), n o o c u r r e así, p u e s el h e c h o d e
q u e sean d e c a r á c t e r i n t e l e c t u a l o s o c ia l [. . .] d e p e n d e
p o r co m p leto de que p erte n e z c a n en cierta m a n e ra a
u n s i s t e m a d e i d e a o m o d o s d e v id a . S ó l o p o r r e f e r e n ­
cia a las n o r m a s q u e g o b i e r n a n e s e s i s t e m a d e i d e a s o
m o d o d e vida tie n e n a lg u n a existencia c o m o h e ch o s
i n t e l e c t u a l e s o s o c ia le s . D e allí se s i g u e q u e si el i n v e s ­
t i g a d o r s o c i ó l o g o d e s e a c o n s i d e r a r l a s como h e c h o s s o ­
ciales [. . .] d e b e r á t o m a r e n s e r i o las n o r m a s q u e se
a p l i c a n p a r a d i s t i n g u i r “d i f e r e n t e s ” t i p o s d e a c c i o n e s e
i d e n t i f i c a r las “m i s m a s ' a c c i o n e s d e n t r o d e l m o d o d e
v i d a q u e e s t é e s t u d i a n d o . N o le c o r r e s p o n d e a él i m ­
p o n e r a rb itr a r ia m e n te sus p ro p ia s n o r m a s d e s d e fu e­
ra. E n la m e d i d a e n q u e lo h a g a , los h e c h o s q u e e s té
e s t u d i a n d o p e r d e r á n p o r c o m p l e t o su c a r á c t e r d e h e ­
c h o s s o c i a l e s [ W i n c h , 1 9 9 0 : 108].
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 359
Es importante notar que el argumento de Winch
no es acerca de las respectivas verdades de la cien­
cia y de la religión, o de cualquier otro conjunto de
creencias, y no le hace sostener que la hechicería es
“tan buena” o “tan verdadera” como la ciencia. Lo
que le preocupa es saber cómo debemos “com­
prender” actividades —en este caso la hechicería de
los azande—, en lugar de ofrecer argumentos sobre
si las ideas religiosas o científicas son ciertas o no.
Al tratar de interpretar la hechicería de la tribu
como forma descarriada de ciencia, Evans-Prit­
chard —sostiene Wrinch— interpretó erróneamente
algunos rasgos cruciales de las prácticas de la he­
chicería.10 Esto es, según Winch, un generalizado
error que se encuentra en las raíces mismas de gran
parte de la ciencia social, a saber, la idea de que la
ciencia es la única base de la comprensión. El re­
sultado inevitable de esta última tendencia no es,
l() De ciertas m aneras, el análisis de Evans-Pritchard continúa
la tradición que considera que las vidas de los pueblos primiti­
vos están regidas por creencias animistas ya que ignoran por en­
tero las verdaderas causas de por qué ocurren las cosas en el
m undo que los rodea. Al aum entar el conocimiento científico,
los fenóm enos de la naturaleza dejan de ser atribuidos a espíri­
tus. Esto pasa p o r alto el hecho de que esos pueblos eran de há­
biles cazadores y trabajadores del metal, que necesitaban un co­
nocimiento detallado de la naturaleza para poder sobrevivir.
Asimismo, como lo observó Wittgenstein, si las danzas de la llu­
via, por ejemplo, pretendían hacer caer lluvia, podíamos esperar
que fuesen más frecuentes en épocas de sequía. Pero no lo son.
Antes bien, ocurren cuando están cayendo las lluvias. Son de ce­
lebración, no causales. Véanse Wittgenstein (1979) y el excelen­
te capítulo 12 en Phillips (1996).
360 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
sostiene Winch, una mejor comprensión de la so-
cialidad humana sino una visión seriamente defor­
mada de ella.
Como lo hemos señalado a lo largo de todo nues­
tro texto, uno de los rasgos distintivos de la ciencia,
y una de sus ideas más difíciles, filosóficamente, es
su preocupación por las regularidades. Para el po­
sitivismo las leyes universales eran el objetivo de la
investigación científica natural y, por consiguiente,
el objetivo, a más largo plazo, de la ciencia social.
De hecho, gran parte del desarrollo de lo que aquí
hemos llamado métodos positivistas de investiga­
ción, la encuesta social, el modelo hipótetico-de-
ductivo de explicación social, medición, etc., fue
motivado por la necesidad de construir un aparato
que fuera capa/ de contribuir, al menos, a las teo­
rías generales, (-orno ya hemos visto, esto no resul­
to precisamente directo. Sin embargo, para Winch,
aunque desde luego no niega que existen regulari­
dades en la vida social, la pregunta importante con­
cierne a su naturaleza. Para las concepciones posi­
tivistas de la ciencia las únicas regularidades de
interés para la ciencia eran las causales. En este
caso lo que se necesita es una ciencia social que nos
dé una explicación de la vida social en términos de
un conjunto de relaciones causales y generales. Se­
gún esta opinión, dar una explicación es identificar
una causa. En contraste, W’inch desea sugerir que
existen otros tipos de regularidades descubiertas en
. la vida social, aparte de las causales, y otros tipos de
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 361
explicación que pueden darse a las actividades so­
ciales.11
Como lo hemos visto en el capítulo anterior, un
tipo importante de regularidad que se encuentra en
la vida social es la regularidad gobernada por re­
glas. La conducta ante los semáforos fue el ejemplo
utilizado, pero se podría extender la lista práctica­
mente hasta el infinito, para incluir cosas como
horarios, “colas”, actividades de trabajo, procedi­
mientos en los tribunales, conversaciones, juegos,
matrimonios, obediencia a las leyes, transacciones
financieras y muchas, muchas más. Las regularida­
des gobernadas por reglas no son —ya lo hemos vis­
to— como las causales. Explicar algo por referencia
a una regla es muy distinto de explicar algo por re­
ferencia a una causa.12
Muchos de los problemas que provocan descon­
cierto acerca de la conducta humana y las posibles
explicaciones que se le dieran no surgen por nues­
tra falta de comprensión sobre la causa de alguna
acción, sino de la ininteligibilidad de esa acción. No
podemos ver qué acción es, o qué objeto tiene, o
por qué alguien pudiera pensar en hacerla, etc. Y
aquí es donde se encuentra el peso del ejemplo de
11 Winch no está negando que dar una explicación puede ser
ofrecer una causa. Lo que está cuestionando es que ésa sea la
única m anera.
12 El argum ento de Winch no requiere que todas las regula­
ridades de la sociedad estén gobernadas por reglas y que ningu­
na de ellas sea causal. Su punto sólo exige que algunas regulari­
dades, incluso muchas de ellas importantes, sean “gobernadas
por reglas” y no causales.
362 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
la “hechicería”. El rasgo que desconcertó a Evans-
Pritchard, entre muchos otros, fue cómo ese pueblo
podía creer en el poder de la hechicería dado que,
desde un punto de vista europeo, evidentemente no
funciona. Por consiguiente, el problema de Evans-
Pritchard fue tratar de “ver el sentido” de estas
prácticas. Cualesquiera que sean los pros y los con­
tras entre Winch y Evans-Pritchard al respecto, la
naturaleza del asunto que discuten ilustra el punto
de Winch acerca de los tipos de problemas que ten­
dría que enfrentar una ciencia que se pretenda so­
cial, y que son erróneamente enfocados a la mane­
ra del hombre de ciencia.
En términos sencillos, las acciones, como las pa­
labras, derivan su sentido de su situación en un
complejo, en este caso un patrón de actividades.
Por ejemplo, no podemos “anotar un gol” sin el
concepto del fútbol, un gol, un portero, etc.; “el co­
mercio” sin clientes, sin relaciones de comprar y
vender; el “voto” sin elecciones, cargos electorales,
etc. I !na palabra puede resultarnos ininteligible
porque no estamos familiarizados con el lenguaje
del que forma parte, de modo que también la ac­
ción de alguien puede resultar desconcertante por­
que no conocemos el complejo de actividades del que
forma parte. Podemos sentirnos desconcertados
ante lo que están haciendo dos personas inclinadas
sobre una mesa si desconocemos el concepto de aje­
drez. Aun si estamos familiarizados con el juego
bien podemos desconcertarnos por la movida de
un jugador si éste actúa en el nivel de “gran maes­
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 363
t r o ' y nosotros sólo tenemos una familiaridad de
principiantes con el ajedrez. Así, para muchas cosas
que nos desconciertan en las actividades de la gen­
te, despejar nuestra incomprensión es describir el
complejo dentro del cual se encuentra la acción des­
concertante, establecer la conexión entre la acción
y el complejo organizado para poner de manifiesto
cómo embona la actividad en ese complejo, es de­
cir, cómo la jugada del “gran maestro” incluye, en
términos de ajedrez, una intención diabólicamente
astuta. El meollo del asunto es, para Winch, que
gran parte de la obra que una presunta ciencia so­
cial pueda realizar se parece más a explicar el aje­
drez de los grandes maestros a un principiante, que
a los científicos que tratan de descubrir una nueva
ley ícausal.1^
Esto significa que existe una diferencia profunda
entre una presunta ciencia social y unas triunfantes
ciencias naturales. El naturalista puede observar las
relaciones entre los fenómenos y ponerse, entonces,
a crear una teoiía que, en relación con los objetivos
y requerimientos de la labor científica, sea la que
mejor se acomode a los patrones observados entre
los fenómenos de interés. En realidad, “para los
propósitos de la ciencia” se puede considerar como
una norma que puede gobernar la labor del cientí­
fico naturalista y que le permite clasificar y medir
1 Puesto que esta 110 es en realidad una tarea en el sentido
habitualm ente considerado por los pretendidos científicos so­
ciales, la preferencia de W inch fue hacia la expresión “estudios
sociales”.
364 LENGUAJE, RFALIDAD Y RACIONALIDAD
los fenómenos con la máxima conveniencia intelec­
tual. No ocurre lo mismo en las presuntas ciencias
sociales. Explicar la» desconcertantes actividades de
los azande o de unos jugadores de ajedrez aun no
identificados no consiste en buscar una explicación
que plantee conexiones causales entre los fenóme­
nos, sino que se ve limitado a tratar de comprender
las conexiones que están, por decirlo así, integradas
en la actividad en cuestión. Dicho de otra manera,
es tratar de comprender unas relaciones que son in­
trínsecas a la actividad. Todo el que desee entender
lo que están haciendo unos jugadores de ajedrez de­
seará captar el sentido que su actividad tiene para
ellos, identificar las conexiones que ven entre las di­
versas jugadas que hacen. Como lo sostuvimos en el
capítulo anterior, esto no exige "tratar de leer las
mentes” de las personas involucradas sino procurar
comprender las conexiones que establecen los par­
ticipantes por causa de su participación en el com­
plejo de actividad, conexiones que forman parte de
esa actividad. En el ejemplo del ajedrez no llega­
mos a comprender la actividad dándole a alguien
una relación psicológica de los jugadores, sino pro­
porcionándole una explicación de las reglas y prin­
cipios del juego. Para volver a un ejemplo anterior,
no descubrimos por qué se ha detenido un auto
ante un semáforo en rojo corriendo al auto y entre­
vistando al conductor, sino, sencillamente, llegando
a comprender las reglas y las convenciones de las
señales del tráfico. En la ciencia social explicar no
.es, en absoluto, cuestión de teorizar sobre el senti-
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 365
do de formar un esquema teórico general. Antes
bien, se trata de describir el complejo de actividad
al que pertenece una acción determinada, y esto es,
a menudo, cuestión de especificar las reglas que la
constituyen, las que ya son conocidas para quienes
realizan las actividades, pues ellos mismos están ac­
tuando de acuerdo con estas reglas.

Identificar reglas y otras culturas


Una importante cuestión que se plantea es cómo
podemos llegar a identificar las reglas que forman
un complejo de acción. Una cosa es apreciar la fuer­
za de estos argumentos utilizando ejemplos, como
el ajedrez o las luces del tráfico, que son familiares
para la mayoría de la gente, porque son ejemplos to­
mados de nuestra propia cultura. Pero, ¿qué decir
de las culturas con las que tenemos poca familiari­
dad? ¿Cómo podemos comprender realmente prác­
ticas ajenas de hechicería, ya sea que las considere­
mos verdaderas o no, cuando pertenecen a una
cultura que es muy distinta de la nuestra, y parte de
esta diferencia la forman, precisamente, las prácti­
cas de hechicería?
Algunos de quienes critican a Winch han inter­
pretado sus argumentos como si estuviera diciendo
que la única manera de comprender un complejo
de actividad es formar parte de esa actividad, lo que
haría imposible comprender una cultura muy dife­
rente de la nuestra (Hollis y Lukes, 1982). Pero esta
366 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
crítica pasa por alto el hecho de que la discusión de
Winch con Evans-Pritchard es sobre la interpreta­
ción apropiada o correcta de una cultura particular,
muy diferente, y no por la cuestión general de saber
si es posible siquiera comprender otra cultura. Aun­
que Winch sostiene que existen casos límite espe­
ciales, como las matemáticas y la música, en los que
comprender las actividades en cuestión requiere
ser un apto participante en la actividad, su princi­
pal argumento es el que procede de comprender
otra cultura aprendiendo de los miembros de dicha
cultura. Se aprenden las reglas de esa cultura, o de
un determinado complejo de actividades si nos las
enseñan, aprendiéndolas, y a menudo se pueden
aprender muchas de ellas sin tener que convertirse
en miembro del grupo que se dedica a esa activi­
dad, precisamente de la manera en que lo hace el
antropólogo.
Una vez más se ha cuestionado un modelo de in­
vestigación de la ciencia social basado en concep­
ciones supuestamente científicas, el modelo del ob­
servador que anota las manifestaciones de un
fenómeno y trata de comprenderlas por medio de
teorías hipotéticas. Las prácticas reales de los inves­
tigadores sociales, aun cuando se valgan de cues­
tionarios o de entrevistas, se parecen más a las de
ser aprendiz de un instructor. En otras palabras, no
aprenden por medio de un método específicamen­
te científico sino de modo muy parecido a como al­
guien puede aprender cuando quienes están ya
familiarizados con esa actividad le explican y le
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 367
aclaran las cosas. Lo que se aprende no se deriva
tanto de lo que haya inventado el investigador so­
cial por medio de un método científico, sino de lo
que puede tomarse de las personas estudiadas, para
añadirlo a nuestra propia comprensión. De muchas
maneras no podemos dedicarnos a las prácticas au­
ténticas de la hechicería azande y sin embargo, por
medio de su estudio, podemos aumentar nuestra
comprensión, ensanchar las fronteras de nuestro
propio pensamiento para dar cabida a una com­
prensión más vasta de lo que es posible que hagan
racionalmente los seres humanos. No llegaremos a
comprender a los azande mejor de lo que se com­
prenden ellos mismos, pero sí los comprenderemos
mejor que antes.
De nuevo, lo que tenemos aquí es una concep­
ción de la naturaleza de la ciencia social y de la in­
vestigación social muy diferente de la propuesta por
la ciencia positivista. Aunque Winch no desea ex­
cluir por completo el análisis causal de la clase típi­
ca de la ciencia natural, su argumento sugiere que
probablemente esto no resolverá muchos de los
grandes problemas que nos desconciertan. Lo que
requieren es la explicación descriptiva de un com­
plejo de actividades, en lugar de tratar de identifi­
car sus causas. Estos argumentos, junto con otros
relacionados que ya hemos visto en el capítulo an­
terior, refuerzan poderosamente la opinión de que
existe una marcada división entre las ciencias natu­
rales y las sociales, división que depende del hecho
de que los actores sociales ya viven en un mundo
368 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
que tiene significado para ellos, y a partir de esto
surgen muchos de los enigmas para la investigación
social, que no pueden resolverse teorizando ni me­
diante análisis causales.
Deseamos ocuparnos ahora de otro tipo de ar­
gumentos que también plantearon el fantasma del
relativismo pues, según muchos de sus intérpretes,
desafiaban la racionalidad de la ciencia mediante
un estudio del desarrollo de las propias ciencias na­
turales.
El GIRO KUHNIANO
Pese a sus propias protestas en sentido contrario, a
Kuhn se le atribuyó comúnmente plantear una ver­
sión relativista e irracional de la ciencia y, a la lar­
ga, negar que ésta pudiera establecer algún tipo de
contacto con una realidad “objetiva”.
La parte central del argumento de Kuhn plantea
un relato de la historia de la ciencia como si inclu­
yera discontinuidades sustanciales en lugar de una
progresión evolutiva hacia teorías cada vez mejores,
tal como lo había hecho en versiones anteriores y
como lo analizamos en el capítulo IV. En pocas pa­
labras, la ciencia se caracteriza por periodos de re­
volución en que investigaciones y teorías antes do­
minantes son desechadas en favor de otras nuevas.
Después de tales revoluciones, la ciencia vuelve a es­
tablecerse en su fase “norm al” de resolver enigmas,
hasta que, en cierto punto, vuelven a surgir las con-
* diciones para otra revolución, y se reanuda el ciclo.
L ENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 309
Sin embargo, aunque la descripción de Kuhn era
del desarrollo histórico de la ciencia, en particular
de la revolución copernicana y los orígenes de la teo­
ría cuántica, sus argumentos iban dirigidos en con-
tra de varios filosofos de la ciencia y sus versiones
de la racionalidad de la ciencia. Tal vez no sea sor­
prendente, a la luz de sus argumentos, que en ge­
neral se considerara que Kuhn estaba negando la
racionalidad de la ciencia mientras que, según sus
propios términos, él intentaba sustituir la concep­
ción prevaleciente de la racionalidad —a la que con­
sideraba demasiado limitadora para captar las rea­
lidades y complejidades de los cambios históricos
en la ciencia— por una diferente.
Uno de los elementos de las filosofías de la cien­
cia más tradicionales que Kuhn trató de cuestionar
fue la idea de un método científico, un algoritmo
de procedimientos explícitos y precisos que, de ser
apropiadamente aplicado, permitiría a los científi­
cos determinar cuál, entre varias teorías rivales, era
la correcta, la que mejor representaba la realidad.
La búsqueda de semejante algoritmo, sostuvo Kuhn,
era inútil, pues la elección entre teorías científicas
rivales rara vez —o nunca— es clara, inequívoca y di­
recta. Como va se indicó antes, el cuadro pintado
por Kuhn del desarrollo de la ciencia es de perio­
dos alternantes de ciencia “norm al” y “extraordina­
ria” o revolucionaria. Una ciencia ya madura, como
la física —y en contraste con la sociología, que está
dividida por interminables desacuerdos entre los di­
ferentes enfoques—, tiene (durante gran parte del
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
tiempo y en muchas áreas) un acuerdo básico sobre
las cosas fundamentales, sobre las teorías apropia­
das y sobre los métodos eficaces. La “ciencia nor­
mal” se desarrolla en semejante periodo estableci­
do y consensual, en que un científico puede tener
una clara idea de cuál es un problema, cómo se lo
puede resolver, cuál es su apariencia, cómo se rela­
ciona con otros problemas, etc. Es un periodo de
'‘solución de enigmas" porque los científicos tienen
una idea de cómo resolverlos, aunque aún no lo ha­
yan hecho.
Sin embargo, durante esos periodos “asentados”
se acumulan las anomalías a las teorías aceptadas.
Los científicos hacen investigaciones que no obtie­
nen los resultados que se esperaban de acuerdo con
las teorías prevalecientes. Estas anomalías al princi­
pio pueden no ser consideradas demasiado serias y
atribuirse a error experimental, o vistas como cues­
tiones c iu e con el tiempo se resolverán dentro del
marco de pensamiento recibido. No obstante, algu­
nas de estas anomalías seguirán siendo intratables
y, en algún momento, llegará a verse que están plan­
teando un problema profundo para las teorías acep­
tadas, lo cual, a su vez, lleva a la ciencia a una crisis.
El hecho de que estas anomalías no puedan aco­
modarse dentro de la teoría recibida empieza ahora
a sugerir que acaso haya algo profundamente erró­
neo en ella. Se necesitan nuevas teorías que puedan
hacer frente a las anomalías, y entonces la ciencia
entra en la fase revolucionaria. Se hace un intento
por reorganizar globalmente la ciencia en torno de
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 371
nuevas ideas teóricas. Además, sostiene Kuhn, el
origen político del término “revolución” resulta
apropiado, pues introducir nuevas teorías equivale
a una lucha política cuyo resultado no se decidirá
sobre la base de la evidencia científica, sino sobre la
base del poder. Una revolución científica no inclu­
ye a toda la comunidad científica, que, por consen­
so, aceptará abandonar el antiguo esquema e intro­
ducir uno nuevo. Lejos de ello, resulta en una
pugna intensa y prolongada dentro del ámbito de la
ciencia. El patrón común es que las nuevas ideas ra­
dicales son abrazadas por los científicos más jóve­
nes que están al comienzo de su carrera y que aún
no han desarrollado un serio compromiso con los
viejos marcos de pensamiento. Así, durante un
tiempo el campo queda dividido entre protagonis­
tas irreconciliables de lo antiguo y de lo nuevo; el
resultado a veces es determinado simplemente por
la mortalidad. Las nuevas teorías triunfan por fin,
pero no porque todo mundo haya quedado persua­
dido por ellas —la vieja generación acaso no se re­
concilie con ellas nunca—, sino porque la oposición
se ha retirado o simplemente ha muerto.
Un elemento clave del argumento de Kuhn es
que normas o criterios como sencillez, generalidad,
y sistematización, entre otras, por las cuales se su­
pone que los científicos eligen entre las teorías, no
son tan delimitadoras como para ofrecer, en casos
particulares, una resolución concluyente. Recomen­
dar a la gente que prefiera la teoría más sencilla,
más general y más sistemática puede ser un buen
372 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
consejo pero no ayuda mucho cuando se trata de
hacer la elección práctica, por ejemplo, entre tres
teorías, X, Y, y Z, en que la teoría X es más sencilla
que Y pero no es tan general ni tan sistemática
como Z, pero en que Z, aunque más sistemática y
general que X e Y, es menos general que X e Y. ¿A
que norma se deberá dar prioridad: la sencillez, la
generalidad o la sistematicidad? Hay muchas mane­
ras de responder a esto. Además, existen diferentes
modos de juzgar la sencillez, la generalidad o la sis­
tematicidad, y distintos científicos bien pueden, ra­
zonablemente, sumar los méritos de las teorías com­
petidoras de maneras muy diversas, así como
quienes discuten sobre los méritos de los deportis­
tas pueden sumar los méritos de los candidatos ri­
vales de acuerdo con muy diferentes juicios de su
respectivo valor. La disputa respecto a si una teoría
científica debe ser preferida sobre otra puede ser
—e históricamente ha demostrado serlo— cuestión
abierta. En cualquier comparación de teoría a teo­
ría nos enfrentamos a una larga lista de pros y con­
tras y, por consiguiente, aun cuando con el paso del
tiempo una teoría acaba por triunfar sobre otra,
esto no significa que podía decirse todo en favor de
la teoría victoriosa y nada en favor de la derrotada.
En realidad, Kuhn observa con ironía que un pun­
to de vista supuestamente derrotado podrá ser re­
habilitado, en parte, si no del todo, en la siguiente
revolución.
Como lo hemos visto, este cuadro de la ciencia
normal contrasta con el que fue planteado por Po-
LENGUAJE, PvEALIDAD Y RACIONALIDAD 373
pper, quien consideró que la ciencia era una activi­
dad esencialmente crítica, en la que los científicos
estaban esforzándose sin cesar por refutar las teo­
rías de los demás. Por consiguiente, la ciencia normal
de Kuhn era, según Popper, una concepción no re­
presentativa de lo que encarnaba el espíritu esen­
cial de la ciencia. Esto era una desviación de la ac­
titud implacablemente crítica propia del verdadero
científico. Además, la insistencia de Kuhn en la im­
portancia de una preparación científica dogmática
V autoritaria, en la que se le pedía al científico que
absorbiera mansamente la ciencia ortodoxa, sin de­
sacuerdos, como condición para ser admitido en la
comunidad científica, hace más grave la culpa de
Kuhn a ojos de ropper.
Sin embargo, Kuhn no esta diciendo que quienes
se oponen al cambio en las teorías lo hacen por ra­
zones estrechamente políticas y tan sólo porque tie­
nen un interés en la organización prevaleciente de
la ciencia, aunque bien podrían tener dichos intere­
ses. Su argumento es, en cambio, que un importan­
te obstáculo para que trasladen su lealtad a las nue­
vas teorías es que les resulta extremadamente difícil,
si no imposible, comprenderlas. No pueden ver ni
comprender los méritos del nuevo marco mental. El
cambio en las teorías científicas, sostiene Kuhn, in­
cluye cambios de significado. Dado que los térmi­
nos teóricos reciben su significado de la teoría a la
que pertenecen, aun cuando se utilicen las mismas
palabras en una teoría nueva significarán algo dife­
rente; son inconmensurables con las viejas palabras
874 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
de la antigua teoría. De este modo, un científico
que fu e #criado y educado en la antigua teoría sólo
puede enfrentarse a la nueva como si fuera una len­
gua extranjera, aunque, en apariencia, utilice los
mismos conceptos y palabras. La situación es tanto
de una ruptura de la comunicación como de una
revolución.
En lo tocante a Kuhn, sus argumentos no afir­
man que el resultado de la controversia científica
solo sea cuestión de poder y de intereses creados,
carente en absoluto de racionalidad. Insiste en que
la ciencia sí es una búsqueda racional y que hace
progresos. De este modo, con respecto a la revolu­
ción copernicana en astronomía, Kuhn sostiene que
los argumentos en favor de la teoría copernicana no
eran mejores —quiza fuesen aún más escasos— que
los que favorecían la teoría geocéntrica, y que la
aceptación de los argumentos de Copérnico se de­
bió al atractivo que ejercieron sobre algunas men­
talidades casi místicas, no científicas, por entonces
prevalecientes entre algunos astrónomos que ejer­
cían gran influencia. No fue una superioridad em­
pírica y evidencial obvia de la obra de Copérnico Va
que triunfó. Sin embargo, tal como resultaron las
cosas, la concepción copernicana ha sido validada,
ha demostrado ser superior y hoy existen pruebas
abrumadoras en apoyo de esa posición. De esta ma­
nera, la astronomía ha hecho un progreso. Pero si
la ciencia progresa no lo hace del modo que antes
habían supuesto las filosofías de la ciencia. Los jui­
cios de los científicos acerca de los méritos de las
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 375
teorías en competencia son mucho más complejos
de lo que podríamos suponer a juzgar por el pano­
rama anterior. Aunque sean equivalentemente ra­
cionales en sus deliberaciones, los científicos pue­
den sacar muy distintas conclusiones en un caso
determinado, entre otras cosas por la pluralidad de
normas de elección de teorías que ya hemos obser­
vado. Sin embargo —y tal vez ésta sea la más inten­
sa provocación de Kuhn— el progreso en la ciencia
incluye mucho más que racionalidad, en este senti­
do, de una teoría que logra una captación más cer­
cana de la naturaleza de la realidad. Aquí, la consi­
deración clave es el lenguaje.

De nuevo el lenguaje
En el caso de Kuhn, el argumento contra la idea de
una teoría nueva y ahora triunfante que haya mos­
trado una captación más íntima de la naturaleza de
la realidad última que sus predecesoras descartadas
se origina en su rechazo de la distinción entre el
“lenguaje de la teoría” y el “lenguaje de la observa­
ción”, que fue un elemento clave de la tradicional
filosofía empirista de la ciencia, como ya hemos vis­
to. Según Kuhn, esa distinción no se puede soste­
ner, porque el lenguaje en que se ponen las obser­
vaciones está, a su vez, preñado de teoría. Como lo
hemos visto en el capítulo anterior, en relación con
el análisis de la lógica conceptual de motivos e in­
tenciones, éstos son conceptos que entran en la des­
376 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
cripción de acciones de modo que resulta difícil
sostener una distinción discreta entre, digámoslo
así, un lenguaje de'observación conductual y un
lenguaje de estados mentales, ya que ambos perte­
necen —para tomar una concepción de Wittgen­
stein— a una “gramática de los conceptos de ac­
ción”, en la que los dos se encuentran íntimamente
entrelazados. Una teoría similar aparece en la no­
ción de que el lenguaje de la observación está pre­
ñado de teoría.
La distinción entre los lenguajes de la “teoría” y
de la “observación” pretendía dar una seguridad de
que las teorías científicas sí establecían conexión
con el mundo. En una teoría formulada en forma
verdaderamente deductiva, los conceptos generales
abstractos en extremo se conectarían sistemática­
mente con los fenómenos observables, por medio
de los niveles cada vez menos generales que inter­
vinieran en la cadena de las proposiciones deduci­
das, lo que, a la postre, conduciría a hacer predic­
ciones acerca de estados de cosas concretos,
específicos y observables, asegurando así que la teo­
ría respondiera al modo en que era el mundo y per­
mitiendo hacer una comparación directa y que —se­
gún se esperaba— embonara entre los hechos del
mundo y las pretensiones de la teoría. Sin embargo
—y según Kuhn— dado que la observación científica
real se hace en los términos de alguna teoría, los ti­
pos de cosas que se observan deben depender de la
teoría; por ejemplo, si un fisiólogo está interesado
en los efectos de un medicamento sobre la hemo-
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 377
globina en el torrente sanguíneo, sus observaciones
deberán hacerse en términos de una teoría en la
que ya se encuentren definidos muchos de los fe­
nómenos observacionales clave. De este modo, y
una vez más según Kuhn, no es posible describir el
m undo independientem ente de alguna teoría. Y
—lo que pesa más que esto—la idea de un mundo in­
dependiente de alguna teoría no puede tener' signi­
ficado, y el científico sólo puede encontrar al mun­
do en los términos de una teoría que acepte; Kuhn
glosa este punto describiendo a los protagonistas te­
óricos como si vivieran en “mundos diferentes”.
Por lo tanto, la discontinuidad entre las fases prerre-
volucionaria y posrcvolucionaria del cambio cientí­
fico es tan grande que casi no tiene sentido hablar
de que una teoría ofrece una mejor versión del mis­
mo mundo que su predecesor a. Más valdría decir
que la nueva teoría nos pone en un mundo distinto
del de su predecesora.14

EL GIRO LINGÜÍSTICO EN LA INVESTIGACIÓN SOCIAL

Hemos dicho al comienzo de este capítulo que la in­


sistencia en el significado como característica clis-
14 Kuhn está consciente de que tal aigum ento no se debe to­
m ar dem asiado literalmente, aunque algunos de sus seguidores
no hayan sido tan cautelosos. Mejor sería ser formularlo de la
m anera siguiente: una ciencia posrevolucionaria produce cam­
bios en el m odo en que se efectúa el trabajo científico y la visión
del m undo que proyecta.
878 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
tintiva de la vida social humana trajo el lenguaje al
primer plano de las preocupaciones de la ciencia
social. En los dos últimos decenios, poco más o me­
nos, ha predominado un enfoque en el lenguaje, es­
pecialmente por medio del término “discurso”, no
sólo entre las disciplinas más tradicionales sino
también en nuevas infusiones intelectuales, como
los estudios culturales, además de favorecer, para­
dójicamente, otro giro social en aquellas disciplinas
que por tradición estaban preocupadas por el len­
guaje, como los estudios literarios y la lingüística.
En años más recientes el lenguaje se ha vuelto un
foco central de atención interdisciplinaria.
Aunque Wittgenstein, Winch y Kuhn están lejos
de ser los únicos especialistas responsables de este
hincapié, fueron figuras influyentes y se puede de­
cir que nos recordaron que la vida social y el len­
guaje están entrelazados. El lenguaje es una activi­
dad social. Es algo que se desarrolló en y como
parte de actividades sociales y, a la recíproca, las ac­
tividades sociales se efectúan por medio del len­
guaje. De este modo, el lenguaje es un medio pro­
minente de la conducta de la vida social y, por
consiguiente, el estudio de la vida social se vuelve,
en aspectos importantes, el estudio del uso del len­
guaje. La insistencia de Wittgenstein en la diversi­
dad de los usos del lenguaje pretendía contrarrestar
aquella fijación en unos aspectos del lenguaje que
incluye “hablar del m u nd o ” y, en cambio, reconoce
el papel que desempeña el lenguaje al llevar ade­
lante las relaciones y actividades sociales. Subrayó
LENGUAJE. REALIDAD Y RACIONALIDAD 379
esto al poner el sentido o significado antes de la ver­
dad en sus deliberaciones sobre el lenguaje. Sólo
una declaración que tenga sentido, que diga algo
que pueda ser comprendido, puede ser verdadera o
falsa, y las cosas que determinan el sentido, es de­
cir, el hecho de que las palabras desempeñen un pa­
pel en el lenguaje y las actividades, son diferentes
de las que determinan si lo que se dice es verdade­
ro o falso. Éste fue un énfasis muy diferente del de
las filosofías positivista o empirista, que daban prio­
ridad a la verdad como condición para hacer una
declaración significativa; este rasgo fue particular­
mente notable en el positivismo lógico y, en la
investigación social, se hizo hincapié en poner a
prueba la verdad de las teorías como punto de la in­
vestigación.
En sociología esas opiniones convergieron con el
interaccionismo simbólico y la etnometodología
que, aun cuando de diferentes inspiraciones filosó­
ficas, habían estado largo tiempo haciendo campa­
ña por la adopción de la idea de que la vida social
es un asunto lingüísticamente constituido y que con­
siste, sustancial y centralmente, en el empleo del
lenguaje (véase, por ejemplo, Lee, 1991). Una com­
binación de las influencias etnometodológica y
wittgensteiniana ha dado por resultado el desarro­
llo del “análisis de la conversación”, que enfoca,
con grande e intenso detalle analítico, el carácter
socialmente organizado de la charla ordinaria.10 En
1;> El fundador del análisis de conversación fue Harvey Sacks.
Véanse sus conferencias reunidas (Sacks, 1995).
380 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
aspectos significativos estos desarrollos amplían la
tradición antes mencionada, que surgió de los de­
bates culturales ocurridos en Alemania a finales del
siglo XIX, que trataban de forjar una distinción, por
principio, entre las ciencias sociales y las naturales.

L a CUESTIÓN DEL RELATIVISMO V EL IDEALISMO

En el meollo de la crítica de Winch y, por relación,


la de Kuhn, se encuentra la cuestión de saber si sus
argumentos invitan a sacar conclusiones relativistas.
Gran parte del esfuerzo de las filosofías positivista
y empirista, así como de las racionalistas, tendió a
obtener una base absoluta para el conocimiento
científico. Winch y Kuhn parecen —al menos en
opinión fie algunos— estar negando tales ambicio­
nes. Como ya lo hemos señalado, a menudo se in­
terpreta a Winch como si dijera que la hechicería es
tan buena como la ciencia o, en forma un tanto más
cautelosa, que no existen medios independientes de
escoger entre hechicería y ciencia.lb De manera si­
milar Kuhn, en su descripción de los “mundos di­
ferentes" que participaron en la revolución entre las
teorías antiguas y las nuevas, parece estar arguyen­
do que no es la realidad la que determina cuál teo­
ría es la correcta, sino, más bien, la pérdida de vi­
gor de los partidarios de la vieja teoría. Por lo tanto,
lf' Desde luego, para Winch, hechicería y ciencia no pueden
contradecirse, puesto que ni siquiera están hablando “el mismo
.lenguaje’'.
LENGUAJE.. REALIDAD Y RACIONALIDAD MSI
puesto que no hay medio de determinar cuál teoría
se compara mejor con la realidad, resultan inevita­
bles las conclusiones relativistas.
Ciertamente, si esta fuese la clase de teorías que
estaban defendiendo Winch y Kuhn, difícil sería
evitar las conclusiones relativistas. Sin embargo,
otra acusación contra ambos, y por ello contra los
que sustentaban ideas similares, es su supuesto idea­
lismo. Por ejemplo, a menudo se dice que Kuhn
afirmo que la realidad es lo que una comunidad
científica particular sostiene que es. El mundo pos­
revolucionario de la ciencia es diferente del prerre-
volucionario. Ese idealismo evita una distinción
crucial para nuestro pensamiento racional: que
existe una diferencia entre el mundo tal como cree­
mos que es y el mundo tal como es. El concepto del
mundo como “independiente de la mente”, cualquier
cosa que creamos que es, resulta una de las claves
de todo nuestro modo de pensar, y sólo se lo puede
negar corriendo el riesgo de caer en lo absurdo.
Obviamente creer que uno se ha ganado la lotería
no es —¡ay!— lo mismo que sacarse la lotería.

E l REALISMO

Por lo general se considera que ios argumentos de


Winch y Kuhn son un desafío a las posiciones ma­
terialista y realista, basadas en la premisa de la afir­
mación de una realidad independiente de la mente
y que, en este respecto, forman parte del legado del
382 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
p o s i t i v i s m o . Como en el caso del positivismo, es­
t a s posiciones filosóficas sostienen ciertas concep­
c i o n e s del estudio de la vida social como ciencia
comparable a la ciencia natural, con un papel im­
portantísimo para la teoría pero dentro de lo que se
espera sea una visión más refinada de la ciencia
misma.
El cuadro de la ciencia social pintado por Winch
eludió la idea de que ésta debería preocuparse prin­
cipalmente por ofrecer explicaciones causales. An­
tes bien, su papel era más comunicativo. Al pedir
explicaciones de lo que estaban haciendo los de­
más, casi todo el tiempo lo que se necesitaba era
descubrir lo que no sabemos, pero de lo que ellos
tienen perfecta conciencia. Si hacemos que nos ex­
pliquen el juego del ajedrez, lo que aprendemos es
lo que ya saben. Algo similar ocurre con la hechi­
cería de los azande. Por consiguiente, aunque la
ciencia social pueda descubrir cosas, durante gran
parte del tiempo éstas serán ya familiares para quie­
nes se dedican a las actividades, pero a nosotros nos
desconciertan. Esto está en marcado contraste con
la noción de que las ciencias sociales son o deben
ser ciencias de descubrimiento, como otras ciencias
de descubrimiento, y capaces de descubrir cosas
que nadie conocía antes. Esta fue ciertamente la con­
cepción sostenida por Durkheim, por ejemplo,
como lo hemos visto en el capítulo II. Marx, aunque
de maneras significativamente distintas, también
sostuvo la misma opinión. Las fuerzas que dan for­
ma a la sociedad están profundamente arraigadas y
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 383
son en gran parte invisibles a los miembros de la so­
ciedad hasta que son descubiertas por la aplicación
del método del materialismo histórico. Tal como
Darwin descubrió los orígenes evolutivos de la vida
o que Einstein descubrió que la velocidad de la luz
constituye el límite del movimiento, así deben ser
las ciencias sociales.
El concepto de ciencia social como empresa de
descubrimiento no encaja muy bien con las nocio­
nes supuestamente idealistas de que no existe una
realidad “independiente de la mente”. Si así ocu­
rriera la ciencia no tendría ningún objeto. Si la rea­
lidad consiste en lo que creemos, debemos tener
conciencia de estas creencias y no podemos equi­
vocarnos acerca de ellas, y si la realidad es lo mismo
que nosotros creemos, entonces, lógicamente, de­
bemos conocer la realidad misma. No tendría nin­
gún objeto la ciencia, como hemos dicho hace un
momento; todo lo que necesitaríamos sería inspec­
cionar nuestras creencias. A este respecto, Marx y
Freud destacan como Aprueba” de que no conoce­
mos nuestras mentes. Sus descubrimientos mostra­
ron que nuestras mentes no son transparentes. So­
mos inconscientes de las fuerzas que forman y
guían nuestras acciones.
Tanto el materialismo como el realismo insisten
en lo indispensable que es la brecha entre el m un­
do tal como creemos que es y el mundo tal como
es, la brecha entre la apariencia y la realidad. Para
el materialismo la “mente” o las “ideas” son inma­
teriales y no pueden desempeñar un papel causal.
384 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
El realismo, aunque no comprometido con la no­
ción materialista de que la realidad consiste sólo en
la materia, insiste asimismo en que- aun cuando
nuestros esfuerzos acaso no capten la naturaleza
verdadera de la realidad, se debe mantener una dis­
tinción entre las creencias y la forma en que el m un­
do es en sí mismo.

Realismo y ciencia
Un intento importante por recuperar el terreno per­
dido por el ataque al positivismo, y así retener la
idea de una ciencia social, fue hecho por Bhaskar
(1978), quien presentó lo que llamó un “realismo
trascendental”, que incluiría a las ciencias sociales
entre las ciencias. Permitiría, en su opinión, retener
un modo marxista de explicación revisado, junto
con diagnósticos de falsa conciencia y la implica­
ción política de la posibilidad de emancipación,
pero no tan vulnerable al tipo de objeciones inspi­
rado por Winch y otros como las concepciones po­
sitivistas de la ciencia.
Bhaskar sostiene que la ciencia hace descubri­
mientos acerca de la naturaleza y de los poderes de
las cosas reales, cosas que existen independiente­
mente de esa ciencia y de nuestro conocimiento de
aquéllas, y que continuarían existiendo y compor­
tándose como lo hacen aun si no existiera ninguna
ciencia para explicarlas. Es decir, Bhaskar desea in­
sistir al mismo tiempo en que la ciencia, lo que co-
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 385
nocemo.fi y lo que podemos decir acerca de la natu­
raleza y el poder de las cosas reales, a su vez es con­
tingente, es un fenómeno producido histórica y so­
cialmente. Así, al menos en parte, está dispuesto
a aceptar conclusiones supuestamente relativistas,
pero desea argüir que relativismo y realismo no es­
tán en conflicto. Según el plan de Bhaskar, dado
que la posibilidad misma de la ciencia requiere que
reconozcamos la existencia de un mundo real, in­
dependiente de la mente y que funciona de acuer­
do con la necesidad natural, lo que tenemos es un
realismo ontologico. Sin embargo, también debemos
reconocer que la ciencia y su conocimiento son una
actividad humana, forjada cultural c históricamen­
te. Por lo tanto, también se requiere un relativismo
epistemológico. Existe allí, dicho de otra manera, una
diferencia entre nuestras descripciones de la reali­
dad y la realidad que queda descrita. Aunque sólo
por medio de nuestras descripciones científicas co­
nocemos —en la medida en que conocemos— las co­
sas en la realidad, los tipos de descripciones que
aparecen en la ciencia son, a su vez, productos his­
tórica y socialmente formados, resultado de la obra
de anteriores investigadores y teóricos. Son ellos
quienes han forjado la terminología que emplea­
mos para hablar acerca de la realidad, y no es ne­
cesario que describamos las relaciones naturales y
necesarias entre los fenómenos en la terminología
que casualmente hemos heredado. Podemos descri­
bir estos fenómenos de otras manci as, y los hemos
conocido bajo descripciones diferentes de las que
586 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
hoy tenemos. Pero esto no significa que la natura­
leza ele las cosas conocidas sería diferente. La natu­
raleza de las cosas en la realidad no es lo mismo
que sus descripciones. Por ello una descripción de
una cosa de una manera y no de otra no modifica
la naturaleza de la cosa cuando alteramos el len­
guaje de la descripción.17
Dentro de la posición “naturalista” de Bhaskar,
los tradicionales dualismos de naturaleza frente a
hermenéutica, voluntarismo frente a reificación, e
individualismo frente a colectivismo, no son oposi­
ciones necesarias en las que tengamos que escoger
lo uno o lo otro. Bhaskar trata la oposición entre el
naturalismo y la hermenéutica como si consistiera
en los otros dos dualismos y pudiera ser superada
mediante un modelo transformacional de la acción
social. Las estructuras sociales no son reificadas
como cosas que poseen una vida propia y que de­
terminan las acciones de los individuos, como en el
colectivismo. Las estructuras sociales preexisten a
las acciones individuales y son condición previa
para ellas. Al mismo tiempo, son productos de esas
acciones 18 La vida social no es algo constituido ex-
1 Esta fue una posición hacia la que se inclinó Kuhn, pero
luego se retiró en favor de la idea de que la naturaleza de las co­
sas dependía de nuestras descripciones de ellas y que, por consi­
guiente, los cambios en los modos ele describir significaban cam­
bios de la naturaleza de las cosas. Para Bhaskar las diferentes
descripciones tratan de captar la naturaleza intrínseca de la cosa.
18 La noción no es muy diferente del concepto de Giddens de
"estructuración”, en que “la sociedad es a la vez la condición y el
resultado de la agencia hum ana, y la agencia hum ana es a la vez
la producción y reproducción (o transformación) de la sociedad”
(Giddens, 1986: 92).
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 387
elusivamente por individuos, ni comprendido por
conjuntos sociales autosubsistentes, sino una red de
relaciones sociales, un conjunto de posiciones da­
das, actividades y prácticas asociadas, ocupadas por
individuos que son agentes capaces de tomar deci­
siones y de hacer elecciones y que, por consiguien­
te, pueden cumplir con los requerimientos de esas
posiciones y, por ello, son capaces de transformar la
estructura que ellos u otros ocuparán más adelante.
Estos argumentos aseguran, para Bhaskar, que las
“ciencias sociales pueden verse como ciencias en el
mismo sentido que la ciencia experimental de la na­
turaleza, como la química orgánica, pero en formas
que son tan distintas de la materia como específicas
de la naturaleza de las sociedades” (Giddens, 1986:
93). En otras palabras, las ciencias sociales tendrán
que tomar en cuenta el tipo de fenómenos que, se­
gún Winch y otros, socavaron su posición misma
como ciencias, como la interpretación de los acto­
res sociales —Bhaskar llama a esto el “momento her-
menéutico”—, y un reconocimiento de que la reali­
dad social consiste, en parte, en los conceptos e
interpretaciones de los actores sociales.

CONCLUSIÓN
Hemos planteado —pero no respondido directa­
mente— la pregunta de si las opiniones de Witt­
genstein acerca de la “autonomía de la gramática”
no dieron por resultado la desconexión de la “rea­
388 LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD
lidad externa’' del tipo que teme Bhaskar, y si éste
trata de reconectarla con su propia declaración de
un realismo elaborado. No respondimos directa­
mente a la pregunta, pero debe ser bastante claro
que no da por resultado esa desconexión. Antes
bien, el argumento de Wittgenstein va contra el
planteamiento de la pregunta acerca de la relación
del lenguaje con la realidad como algo que se de­
bería plantear y responder de manera general. Es
bastante claio que el nombre “FidoMno es el mismo
que el perro Fido, y cuando le damos el nombre
“Fido'’ al peí ro establecemos una conexión entre
algo lingüístico, un nombre, y algo no lingüístico, a
saber, el perro vivo. Sin duda Wittgenstein no está
negando tan obvios hechos. Sin embargo, lo que
está intentando hacer es disuadirnos de empezar por
y enfocar exclusivamente los hechos de dar nombres a
las cosas como si representaran la esencia misma
del lenguaje. También desea hacernos recordar que
establecer dichas conexiones entre palabras y cosas
no representa la raíz ni el fundamento del lenguaje,
que tales conexiones presuponen la existencia de
una actividad humana organizada, de la que el len­
guaje forma parte. El hecho mismo de dar nombres
a los perros es una práctica social que también ha­
cemos extensivas a otras mascotas, pero que no
aplicamos a los animales en general. Sin embargo,
disponer de esta práctica sociocultural es algo que
ya queda presupuesto en el ejemplo más básico de
relacionar palabras con cosas, como darle nombre
* a un perro. Reflexionando sobre lo que sería un
LENGUAJE, REALIDAD Y RACIONALIDAD 389
conciso sumario de opiniones wittgensteinianas, y
hasta kuhnianas, podemos proponer esto: el reco­
nocimiento de la importancia del contexto socio-
cultural en nuestras prácticas lingüísticas y de otros
tipos no nos priva de la capacidad de “hablar acer­
ca de la realidad”, sino que nos da la capacidad de
hacer esto. Dependemos de una realidad sociocul-
tural para que la expresión de “hablar acerca de la
realidad” tenga un sentido y una aplicación inteli­
gibles.
VIII. LA EVAPORACIÓN
DEL SIGNIFICADO
E n LOS dos capítulos anteriores hemos revisado las
posiciones que intentan sostener que los fenómenos
sociales son intrínsecamente significativos y que,
por lo tanto, la labor esencial de las ciencias socia­
les debería ser el estudio del significado y de la
creación de significado. En el último capítulo nos
preguntamos si esto conduciría a diversas conse­
cuencias aparentemente indeseables, como subjeti­
vismo, idealismo y relativismo, y sostuvimos que ta­
les temores eran en gran parte ilusorios. Sugerimos
que ni la opinión de los wittgensteinianos ni la de
los kuhnianos tiene semejantes implicaciones. Sin
embargo, ahora necesitamos considerar ciertas po­
siciones que intentan volver a la idea de que los fe­
nómenos sociales son intrínsecamente significativos.
Aquí presentamos dos com untos de opiniones muy
diferentes. En primer lugar, las del “posempiris­
m o”, posición encabezada por W. V. O. Quine; en
segundo lugar, las de la teoría "posestructuralista'
europea, por medio de sus dos figuras más desta­
cadas, Michel Foucault y Jacques Derrida. Por razo­
nes muy diferentes y con consecuencias considera­
das de manera muy distinta, estos dos enfoques
incluyen la idea de que la noción de los fenómenos
390
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 391
sociales como “intrínsecamente significativos” es
una concepción en esencia metafísica, y que la ne­
cesidad de purgar de manera radical el pensamien­
to de todos sus elementos metafísicos entraña el
abandono de la noción de significado, liquidada
por un ataque frontal a las anteriores teorías del sig­
nificado.
Los argumentos revisados en los dos capítulos
previos se dedicaron a explorar la pertinencia y las
implicaciones de la cuestión del significado y, por
lo tanto, del lenguaje, para el estudio de los fenó­
menos sociales. En este capítulo deseamos volver a
ciertos argumentos que tratan de negar que los fe­
nómenos sociales, en especial el lenguaje, tengan
un significado. En pocas palabras, estas tendencias
surgen de dos fuentes muy distintas, sin ninguna re­
lación entre sí. Una de ellas se origina con la teoría
social europea, la cual tiende a incluir la filosofía
tanto o aún más que la sociología, y aquí las in­
fluencias fundamentales son las ideas “estructura-
listas” y “posestructuralistas”. La otra surge de la
corriente principal de la filosofía angloamericana
contemporánea y de las doctrinas “posempiristas” con
que suele asociarse al positivismo.
Sin embargo, aunque las discusiones son acerca
del lenguaje y el significado, también se preocupan
profundamente, a través de éstos, por la cuestión de
la racionalidad y de la naturaleza de la ciencia. Los
argumentos wincheanos habían sido interpretados
de modo relativista, como si afirmaran que no ha­
bía norma absoluta de racionalidad y, por lo tanto,
392 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
no había medios seguros
O de determinar una autori-
dad intelectual para la ciencia. Se suponía que la he­
chicería no era mejo'r ni peor que la ciencia o, mejor
dicho, que no había una manera (con principios)
que mostrara que una fuese mejor que la otra. De
formas muy diferentes, puede verse que estas ten­
dencias se refuerzan, y que incluso —en el caso de
la teoría social europea— llevan mucho más allá las
supuestas consecuencias de las opiniones del tipo
de las de Winch.

El p o s e m p ir is m o

La preocupación por el significado del lenguaje y


de las acciones incluyó, como tantas otras, una res­
puesta y una crítica a las tendencias conductistas en
el estudio de las actividades sociales. La estrategia
del conductismo fue condenada como reduccionis­
ta, en el sentido de que cualquier actividad era ac­
cesible al estudio científico pero sólo a condición
de que toda referencia a los elementos “mentalis-
tas” fuese eliminada de la descripción y explicación
de la misma.
Gomo lo hemos visto, el conductismo heredó el
dualismo cartesiano al menos en un sentido que
permitía que las opciones fuesen definidas en tér­
minos cartesianos de una oposición de “mente” a
“cuerpo”. Los cartesianos sostienen que los seres
humanos consisten en un cuerpo material, físico y
observable, y en una mente inmaterial, inobserva-
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 393
ble, separada y distinta. En su contra, los conduc-
tistas pueden negar que exista otra cosa que el cuer­
po, o bien insistir, más moderadamente, en que la
mente no es tema posible para el estudio científico.
El cuerpo se encuentra inequívocamente dentro del
dominio de la ciencia. Sin embargo, la mente pare­
ce caer fuera de la esfeia de los fenómenos físicos
observables y, para el conductista, solo los fenóme­
nos físicos y públicamente observables pueden con­
tarse entre los objetos legítimos de la ciencia. La
mente debe ser excluida como tema de estudio
científico y como factor potencialmente explicativo
de la conducta encarnada, a menos que pueda mos­
trarse que los fenómenos mentales son, en realidad,
productos de estados corporales.

El conductismo de (¿uine
Uno de los m a s destacados conductistas contempo­
ráneos es W. V. O. Quine, quien, al menos desde el
decenio de 1960, ha sido uno de los filósofos an­
gloamericanos que mayor influencia han ejercido.
Ya hemos analizado algunas de las ideas de Quine
en relación con la discusión de la ciencia en el ca­
piculo IV. Sin embargo, el modo en que Quine ha
ejercido mayor impacto en el periodo posterior a
1960 es por medio de sus ideas sobre la naturaleza
del lenguaje y'el significado, organizadas en torno
de la cuestión de la “traducción”, y que incluyen la
que debe ser una de las cuestiones más frecuente­
394 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
mente discutidas en la filosofía contemporánea: la
“tesis de la indeterminación de la traducción”.
La filosofía de Quine se formó a partir de una
adopción selectiva de la herencia del empirismo y
del positivismo. En su opinión, una de las conse­
cuencias graves de la posición conductista es presu­
poner que las tareas principales de la filosofía han
sido hoy predominantemente efectuadas por la
ciencia. El principal objetivo de la filosofía, la meta
de sus preocupaciones metafísicas, era decirnos
aquello en que, en última instancia, consistía la rea­
lidad, pregunta ahora atinadamente contestada —o,
al menos, tan bien como hoy es posible hacerlo—
por los últimos descubrimientos de la ciencia. Otra
de sus toreas principales, la epistemología, la deter­
minación de cómo es posible que conozcamos la na­
turaleza del mundo externo, aún no ha sido entre­
gada a la ciencia, pero Quine recomienda que así se
haga. La epistemología debe ser “naturalizada” al
convertirla en el estudio empírico del desarrollo del
aparato cognoscitivo humano. La filosofa no pue­
de aspirar a desempeñar un papel que tradicional­
mente ha anhelado, el de “primera filosofía” que
elabora la base del conocimiento y prescribe a la
ciencia cómo debe organizarse para tener éxito.
Sin embargo, aunque Quine reduce en forma
considerable el papel de la filosofía, ésta no es en­
teramente redundante. Todavía puede desempeñar
el papel de aclarar qué es lo que la ciencia nos dice
y de verificar el modo en que “ordinariamente ha­
blamos contra la norma que la ciencia ha estableli-
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 395

do.1 En lo tocante a Quine, la ciencia nos dice que


sólo hay cosas físicas, y es esto lo que la pone en
conflicto con algunas de las cosas ordinarias que
decimos. Por ejemplo, el modo en que hablamos a
menudo postula cosas que en realidad no existen,
que no tienen existencia física o nunca la tuvieron,
como los dioses del Olimpo, los unicornios o las ha­
das del jardín. En realidad, uno de los problemas
del estudio de la vicia social humana es que también
ésta emplea un vocabulario de dudosa provenien­
cia, expresiones que pretenden explicar las acti­
vidades de los seres humanos pero que postulan en­
tidades que no satisfacen la norma científica de la
existencia física. Queda en duda todo el vocabulario
“intencional” de nuestro lenguaje ordinario —del
tipo que hemos analizado en el capítulo v— y que
apela a entidades tales como mentes y pensamien­
tos, motivos, propósitos, etc., y que utilizamos para
explicar la conducta.
La actitud de Quine ante el vocabulario de la
ciencia es, en sus propias palabras, “austera”, y re­
quiere la eliminación de todas las “entidades” cuya
postulación es innecesaria para el asunto de la cien­
cia, lo que principalmente significa esas “entida­
des” que no podemos poner en forma física. La no­
ción de significado es un término que Quine
considera como buen candidato para la explicación
de nuestra actividades lingüísticas por medio de
1 Esto es similar a la concepción de la filosofía como “sub-
trabajador” supuesta por Jo h n Locke Vease el capítulo i.
396 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
nuestro conocimientos de los significados y, por lo
tanto, es un concepto que debe ser incluido en cual­
quier teoría científica de la conducta lingüística
(Quine, 1953b). Sin embargo, según Quine, la no­
ción de significado no puede pasar la prueba de la
aceptabilidad científica y debe ser excluida de todo
vocabulario propiamente científico. En otras pala­
bras, de acuerdo con la ciencia, que es la fuente de
nuestros juicios sobre lo que realmente existe en el
esquema de las cosas de Quine, los significados no
existen. No hay eso que se llama significado, así
como no hay otras clases de entidades mentales:
creencias, pensamientos, intenciones, etc. Estas no
tienen una existencia física identificable en la es­
tructura neurofisiológica del animal humano y, por
lo tanto, no pueden ser parte de ninguna explica­
ción propiamente científica de la conducta del mis­
mo. En lo tocante a explicaciones de la conducta
lingüística y social humana, sólo podemos empezar
con cierta confianza con lo que es observable y físi­
co, a saber, la conducta externa del organismo —que
es la razón por la cual Quine adopta el conductis­
mo— y la operación interna del sistema fisiológico.
De este modo, el principal asunto de la ciencia so­
cial debe efectuarse en términos conductistas, tra­
tando la conducta no como si estuviese organizada
por medio de entidades “mentales internas” sino a
través del acondicionamiento ambiental de la res­
puesta del organismo.
Aquí hay algunas afinidades con la posición de
* Wittgenstein, pero son superficiales y sólo con res-
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 397
pecto a su conclusión de que los significados no son
una clase de “entidad mental”. La posición que
Wittgenstein y Quine rechazan presupone que es
necesario tener acceso a algún estado o aconteci­
miento mental, como un “significado”, para poder
fijar el significado de una palabra o una frase. A
esto lo llama Quine el “mito del museo”, en el que
las “entidades de significado” están dispuestas
como en una exhibición de museo en algún lugar
de la mente, y con ellas se pueden conectar las pa­
labras del lenguaje, que así cobran significado.
Wittgenstein llegó a la conclusión de que si el sig­
nificado de una palabra no quedaba fijado por re­
ferencia a “entidades mentales”, se lo debe resolver
por algún otro medio, e identificar la organización
del lenguaje como si fijara el significado de las pa­
labras. De ahí pasa a sacar una conclusión total­
mente distinta: si el significado no se puede fijar
por medio de “entidades mentales” (las cuales,
dada su insistencia en la ciencia como árbitro de la
realidad, en realidad son entidades físicas, es decir,
estados del cerebro o del sistema nervioso), no es
posible fijar absolutamente el significado. Y como
las “entidades mentales”, incluyendo los significa­
dos, no son entidades físicas, no se puede fijar el
significado.
La tesis de la indeterminación
Para comprender aquí el argumento de Quine ne­
cesitamos examinar su tesis de la indeterminación
398 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
de la traducción.2 La tesis parece hacer algunas
afirmaciones bastante drásticas. Al tratar de tradu­
cir de una lengua extranjera no hay respuesta a esta
pregunta: “¿Qué dijo el hablante?”, en el sentido de
“¿Qué quiso decir el hablante con lo que dijo?” No
hay una sola respuesta correcta a esta pregunta. An­
tes bien, existen muchas respuestas distintas y hasta
mutuamente contradictorias, todas las cuales pue­
den considerarse como respuestas correctas a la
pregunta. El hecho de que cada traducción pueda
considerarse correcta en un sentido significa que,
en otro, no puede serlo. Si cada traducción rival,
hasta las incompatibles, es tan buena y tan correcta
como otra, no es posible decir de ninguna de ellas
que nos proporcione la traducción correcta. Nin­
guna tiene más pretensiones que cualquiera de las
otras de captar el significado intrínseco de la frase
que se está traduciendo, aunque sí nos brindan tra­
ducciones que son perfectamente adecuadas para la
cuestión de hablar y tratar con los hablantes de una
lengua extranjera, y que no se conforman con lo
que normalmente llamaríamos evidencia de una
traducción correcta.
La indeterminación de la traducción es resultado
del hecho de que es necesario, y no sólo conve­
niente, que todo el que intente hacer una traduc­
2 La tesis ha resultado difícil para que otros filósofos hagan
una formulación de la tesis que acepta Quine, y no m enos difícil
para que otros filósofos descubran lo que pueden reconocer
como claridad y congruencia en las formulaciones del propio
Quine. Hemos hecho lo mejor que hem os podido.
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 399
ción —para Quine, esto significa producir un es­
quema sistemático para la traducción, lo que llama
un “manual de traducción”— para efectuarla elabo­
re grandes suposiciones acerca de la naturaleza del
lenguaje que está traduciendo.
Diferentes traductores pueden hacer diferentes
suposiciones y, en diferentes puntos —tal vez exten­
samente—, darán por resultado traducciones muy
distintas —tal vez por entero incompatibles— de la
misma frase. Utilizando las suposiciones iniciales,
el traductor tratará de verificar las traducciones re­
sultantes, cotejándolas contra los patrones de habla
del hablante para hacer que embonen impecable­
mente en la evidencia de la conducta del hablante.
Sin embargo, el hecho de que las suposiciones de
un traductor dado produzcan un esquema para la
traducción que encaje en toda la evidencia acerca
del habla de los hablantes indígenas no significa
que otro esquema tenga que ser menos congruente
con la misma evidencia. Dos o más esquemas de
traducción pueden coincidir igualmente bien, afir­
ma Quine, con toda la posible evidencia en términos
de las respuestas del lenguaje de los hablantes, y sin
embargo, dadas las muy diferentes suposiciones de
que dependen los esquemas, quizá produzcan tra­
ducciones incompatibles de la misma frase.
Esto revela una diferencia importante para Qui­
ne entre las “ciencias sociales” y las ciencias natu­
rales. Existen situaciones un tanto comparables en
las ciencias naturales, en que dos teorías en con­
flicto son igualmente compatibles con la evidencia.
400 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
Pero en el mundo íísico no pueden ser verdaderas
ambas, pues hacen afirmaciones opuestas sobre
cómo deben ser los* hechos físicos, y los hechos físi­
cos deben ser de un modo o de otro, cualesquiera
que sean nuestras teorías acerca de ellos. Por lo tan­
to, debe haber algún “hecho de la materia” que a la
postre venga a zanjar la cuestión entre las teorías ri­
vales. Sin embargo, en el caso de las “ciencias so­
ciales” no ha) 1hechos de la materia . Debemos re­
cordar que Quine ha negado que existan estados
físicos del cerebro y del sistema nervioso que co­
rrespondan a supuestos “estados mentales”; por
consiguiente, no hay estados físicos que existan in­
dependientemente de las traducciones rivales, o
que pudieran sei finalmente identificados y utiliza­
dos para decidir entre ellas. Cuando los traductores
rivales han tomado en cuenta toda la evidencia
acerca de las respuestas que dan los hablantes indí­
genas, habían agotado todos sus testimonios. No
existe otra evidencia física a la que pudiesen apelar.
Por consiguiente, cuando dos lingüistas rivales han
hecho todo lo posible por establecer que sus tra­
ducciones, dadas sus respectivas suposiciones, em­
bonan en la evidencia de la conducta de los ha­
blantes, no les queda otra cosa por hacer. No hay
una nueva corte de apelación a la cual puedan re­
currir y no hay solucron concebible para decidir
cuál es la traducción correcta. Entonces, se quedan
con traducciones de frases particulares, a las que
han llegado por medio de esquemas de traducción
. absolutamente coherentes y que, a sus distintas ma-
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 401
ñeras, son compatibles a la perfección con toda la
evidencia de la conducta de los hablantes, pero que
entran en conflicto entre sí (como resultado de las
diferentes suposiciones iniciales en que se basan los
esquemas de la traducción), y entre las cuales no
hay manera de elegir. Puesto que no hay “evidencia
física” en forma de estados del cerebro y el sistema
nervioso, la única evidencia física disponible es la
de la conducta de los hablantes y, ex hypothesi, los es­
quemas de traducción son igualmente compatibles
con toda la posible evidencia conductual.
Hay algo potencialmente engañoso en el uso del
propio Quine del ejemplo de la traducción de un
lenguaje extraño, pues le hace sonar como si el pro­
blema fuese de traducir de un lenguaje cuyo signi­
ficado no conocemos a otro que conocemos, a
saber, el nuestro. Sin embargo, el verdadero argu­
mento de Quine no es acerca de la traducción en
este sentido ordinario, y su argumento sólo se re­
fiere a la “traducción” por virtud de un giro suyo al
formar sus ideas acerca del significado. Para él, dar
el significado de una frase es ofrecer otra frase su­
puestamente equivalente en significado. Es decir,
esto es “traducir” una primera frase a una segunda
presuntamente equivalente. Así, en sus escritos,
“significado” y “traducción” son conceptos absolu­
tamente entrelazados. De esa manera, su argumen­
to sobre la indeterminación de la traducción es ge­
neral acerca del lenguaje, y el ejemplo pretende
establecer la afirmación de que no hay un signifi­
cado intrínseco en la frase de ningún lenguaje, el
4 02 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
nuestro o ningún otro. Para Quine “traducción”
abarca frases visiblemente del mismo lenguaje
como cuando, por ejemplo, el significado de una
frase en inglés es replantea en otra, así como lo que
ocurre cuando alguien está tratando de traducir de
un idioma a otro totalmente distinto. La “indeter­
minación" se aplica a todos los intentos de traduc­
ción, ya sean efectuados por el hablante inicial o
por algún otro; es decir, el hablante de un lenguaje
(o de una frase de él) no se encuentra en mejor po­
sición que ningún otro para saber lo que significa
la fraS¿. El hablante no está mejor situado que nin­
gún traductor potencial para responder a la pre­
gunta: “¿Que quiso usted decir con lo que dijo?”
Una traducción la puede dar el propio hablante,
pero no tiene una categoría privilegiada o de auto­
ridad, sino que sólo constituye una posible traduc­
ción entre otras muchas. Presenta a quien recibe
cualquiera de esas explicaciones proporcionadas el
mismo pioblema, a saber, “traducir” lo que el otro
ha dicho a las palabras equivalentes del propio re­
ceptor. Es decir que aquellos de nosotros que ha­
blamos un lenguaje como lo hacen los nativos no sa­
bemos a lo que se refieren y lo que significan las
palabras y frases de nuestro lenguaje. No conoce­
mos el significado de nuestras propias palabras, ya
no digamos las de alguien más.
Sin embaí go, es importante aclarar a qué equi­
vale esa conclusión aparentemente devastadora. No
significa que ignoremos los significados que tienen
nuestras palabras, que utilicemos las palabras que
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 403
tienen significado pero que desconozcamos éste o
nos hagamos ilusiones al respecto; es porque no
hay nada que podamos conocer. Las palabras no
tienen significados intrínsecos, en sí mismas. Cual­
quier significado que puedan tener sólo puede ser
en términos de uno u otro esquema de traducción.
Si dar el significado de una frase es, supuestamen­
te, dar una traducción que es la única que coincide,
en este sentido el caso de indeterminación de Qui­
ne establece el punto de que no existe tal significa­
do. No hay un embone único, absolutamente iden-
tificable, entre las dos frases en un lenguaje y, por
lo tanto, no hay significado.-^
Como ya lo indicamos, aunque existen similitu­
des entre Quine y Wittgenstein, divergen en aspec­
tos cruciales. Según el último, ese “significado” es
una palabra en nuestro lenguaje ordinario, y no un
término presunto, que entrañe postular la existen­
cia de alguna “entidad de significado”. Hablar del
significado de una palabra es referirse, simplemen­
te, a la parte que desempeña en nuestro lenguaje y
al tipo de cosas que se dicen con ella. El significa­
do de una palabra queda fijado por su lugar en el
lenguaje y por la “gramática” que gobierna su uso.
Repitámoslo: no es hablar acerca de alguna clase de
“entidad mental”. Lo que está mal es la suposición
de que es necesario tener alguna clase de “entida-
* La idiosincrasia acerca del concepto del significado y la tra­
ducción según Quine, cuando se los emplea de esta manera, es
algo en que no podem os penetrar aquí, salvo para observar que
es producto de sus visiones filosóficas generales.
404 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
des mentales” para determinar el significado de
una palabra. Por consiguiente, demostrar que no
existen tales entidades de significado que dotan a
las palabras del mismo, como se lo propone Quine,
no nos deja en posición de negar que las palabras
tienen significado. Antes bien, sugiere que éste no
queda determinado por referencia a “entidades
mentales” sino sobre alguna otra base: la organiza­
ción del lenguaje mismo.
El argumento de Quine, en la que sería la opi­
nión de Wittgenstein, lo lleva a un absurdo, es de­
cir, a decir que alguien podría utilizar una palabra
del mismo modo que nosotros y sin embargo no po­
dríamos decir que la había usado con el mismo sig­
nificado. Para Wittgenstein el hecho de que alguien
emplee una palabra del mismo modo que alguien
más es simplemente nuestro motivo para afirmar que
con ello querían decir lo mismo. El argumento de
Quine en favor de la indeterminación requiere que
las traducciones rivales postuladas deban ser com­
patibles —en su formulación más fuerte posible—
con toda la posible evidencia acerca de las respues­
tas lingüísticas de los hablantes y sus circunstancias.
Pero, utilizando el ejemplo del propio Quine, la
idea de que pudiéramos encontrarnos en posesión
de toda la evidencia posible de que el uso dado por
alguien a la palabra “gavagai” correspondía en al­
guna forma particular a nuestro uso de la palabra
“conejo”, y sin embargo aún nos faltaran pruebas
concluyentes de que con ello quisieran decir “cone-
* j o ”, resulta para Wittgenstein simplemente inconce-
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO -105

bible. En efecto, Quine parece ser la víctima de un


apego residual a la convicción de que debemos te­
ner acceso a alguna contraparte mental de la ex­
presión de las palabras de un lenguaje para acordar­
les un significado; un apego residual en el sentido
de que acepta el requerimiento de la doctrina de
que sería necesaria una contraparte mental para
determinar el significado, y luego niega la posibili­
dad de satisfacer este requerimiento. 'Wittgenstein
abandona por completo este apego; lo malo es la
idea misma de que las contrapartes mentales nece­
siten intervenir en el asunto y, por lo tanto, la cues­
tión de saber si hay o no hay contrapartes mentales
no tiene nada que ver con la cuestión de si las pa­
labras tienen significado.
Wittgenstein no está tratando de ser más con-
ductista que Quine cuando confiesa que, sobre la
base de lo que dice la gente, en las circunstancias en
que lo dice, decidimos lo que quieren decir. No está
planteando algún tipo de teoría del significado,
sino que se propone describir los modos en que uti­
lizamos la palabra '‘significado ’ en nuestros asuntos
ordinarios cuando, rutinariamente y sin ambages,
determinamos si alguien ha comprendido el signi­
ficado de una palabra viendo cómo la emplea.4 En
1 El propio Quine reconoce que ésta es la m anera en que se­
guimos adelante y en que, en realidad, tenemos que seguir ade­
lante. Dice de m odo explír ito que sus argum entos no establecen
ninguna diferencia con nada que hacemos prácticamente cuan­
do “traducimos", y que su tesis de la indeterm inación sólo “esta­
blece un punto filosófico’’; es decir, nos dice que no hem os es­
tablecido nada “objetivo” al traducir, que 110 hem os identificado
406 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
caso de duda, podríamos poner I prueba en forma
activa a la gente para ver lo que hacen o dicen al uti­
lizar la palabra. Si no se comportan de la manera
que habríamos esperado, bien podemos llegar a la
conclusión de que no conocen el significado de la
palabra. Desde luego, no sólo se trata de observar
la conducta de otro comparándola con la nuestra,
sino de hacerlo si nuestra propia conducta puede
servir para ejemplificar las normas del lenguaje,
cuando confiamos en estar empleando la palabra
correctamente. Desde luego, en ocasiones, querre-
n in g ú n “hecho de la m ateria”, en su sentido, que apoye la afir­
mación de significado (o, como él diría, “traducción”) que he­
mos hedió. Un enfoque wittgensteiniano simplemente pregunta
si la afirm ación de que no hay “hecho de la m ateria” es algo más
que una intrusión gratuita en los análisis de la objetividad de las
traducciones. El hecho de que no haya “hecho de la m ateria” no
se aparta de las actividades de traducción reales de alguien ni
tampoco, como lo reconoce el propio Quine, hay razón alguna
para que así sea. De este modo, lo único que hace la m ención de
indeterm inación de Quine, al parecer, es echar una som bra so­
bre el asunto de la traducción (o de dar significados), de m odo
que parecería inm ensam ente más problemático de lo que de or­
dinario es, pero si se lo inspecciona más de cerca resulta que no
hay nada de eso. En la práctica, la traducción no podría ser de
otro m odo que como es. Si la ausencia de un “hecho de la m a­
teria’ descalifica a la traducción como categoiía de actividad
científica, ¿quién ha supuesto jamás, aparte de Quine, que re­
quiriera semejante categoría? El hecho de que la larga historia de
la práctica de la traducción se las haya arreglado sin tener acce­
so a nijigvm “hecho de la m ateria”, nj la percatactón de que fue­
ra necesaria, no implica que ahora debamos revisar todas las tra­
ducciones que se han efectuado. Como lo reconoce el propio
Quine, la falta de acceso a los “hechos de la cuestión’ no esta­
blece ninguna diferencia con prácticas pasadas, presentes o fu­
turas. La traducción puede no ser una empresa científica, pero
eso no la hace anticientífica.
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 407
mos comparar nuestro uso con el otro con una au­
toridad más concluyente, como un diccionario.

El ataque de Davidson al relativismo


Davidson, tomando en parte algunas de las posi­
ciones de Quine, intenta desarrollarlas hasta con­
vertirlas en argumentos contra el relativismo del
tipo que se ha atribuido a Winch, es decir, que di­
ferentes personas comprenden de manera diferente
la realidad porque la abarcan en términos de “es­
quemas conceptuales’' distintos y autocontenidos,
que no se pueden comparar (Davidson, 1980, 1984;
Davidson y Hintikka, 1975). Esa posición no niega
que la gente sea racional. Lo que niega es que la
gente, toda ella, sea juzgada de acuerdo con una
única norma universal de racionalidad. En otras pa­
labras, las normas de racionalidad son diversas, ya
que son internas a los esquemas conceptuales. Da­
vidson desea combatir la idea de que existan dife­
rentes esquemas conceptuales y afirma en cambio
que la gente tiene la misma racionalidad o —éste es
un importante punto de divergencia— que debe su­
ponerse que otros son racionales del mismo modo
que lo somos nosotros. Y esto es así porque se en­
cuentra implícito en nuestro concepto mismo del
lenguaje.
Davidson sigue a Quine, suponiendo que com­
prender un lenguaje es lo mismo que traducirlo. De
manera similar, adopta una posición holista del len­
408 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
guaje.3 Trata la cuestión de comprender a otros
principalmente en términos de un intercambio en­
tre fe y significado. Para entender lo .que dice al­
guien, sostiene, debemos hacer suposiciones acerca
de sus creencias: que son las mismas o diferentes de
las nuestras. De este modo, si alguien emplea una
palabra con la que estamos familiarizados de una ma­
nera que nos parece inapropiada, tenemos una op­
ción entre suponer que esa persona tiene las mis­
mas creencias que nosotros y quiere decir la misma
cosa con esa palabra pero la ha aplicado mal, o su­
poner que esta persona tiene creencias diferentes
que nosotros acerca de lo que significa la palabra,
acerca de las cosas a las que se aplica, o que no la
está aplicando bien, sino que la está usando con un
significado diferente y, de acuerdo con su enten­
dimiento, la utiliza correctamente. Significado y
creencia están inextricablemente entrelazados, pues
sólo podemos tratar de elaborar lo que otras per­
sonas creen sobre la base de lo que hacen y, más en
particular, de lo que dicen. Pero como ya se m en­
cionó, para Davidson lo que la gente cree está im­
plícito al determinar la significación de sus pala­
bras, por lo que no podemos establecer lo que la
gente cree o lo que quiere decir independiente­
mente unos de otros. Hay diferentes conclusiones
que podemos sacar en cualquier caso dado, depen­
diendo de cómo decidamos interpretar lo que ha-
Davidnon se aparta de Quine en aspectos im portantes en el
m odo en que aplica su holismo, aunque esto no sea pertinente
aquí.
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 409
c.en. Una vez más estamos de vuelta en la posición
en que no existe una base evidencial inequívoca so­
bre la cual decidir cuál es el modo correcto de in­
tercambiar los significados de sus palabras contra
sus creencias.
Ante tales circunstancias, Davidson recomienda
el “principio de caridad”. Hemos de enfrentarnos
al hecho de que nos quedan pocas opciones como
no sea utilizar este principio si queremos llegar a
algo en nuestros tratos con los demás. Para com­
prender sus palabras y traducirlas a nuestro len­
guaje hemos de suponer que sus creencias son muy
parecidas a las nuestras. Si no suponemos esto, no
sabremos qué hacer. Estaremos suponiendo que es­
tas personas tienen creencias diferentes de las nues­
tras, creencias que sólo podemos figurarnos por
nuestra comprensión de lo que dicen. Pero si sus
creencias en realidad son muy diferentes, ¿cómo sa­
bremos traducir sus palabras? Sólo traduciendo sus
palabras podremos empezar a captar sus creencias
verdaderamente ajenas. Pero si tienen unas creen­
cias verdaderamente ajenas, ¿cómo empezaremos a
traducir sus palabras dado que, hasta que las haya­
mos traducido, no podremos descubrir cuáles son
sus creencias, y puesto que el significado de sus pa­
labras depende de las creencias que sostienen?
La única manera de iniciarse en la traducción es
suponer que las creencias de los otros son, esen­
cialmente, las mismas que las nuestras, y suponer
que sus creencias son ciertas. Nosotros considera­
mos que nuestras creencias son ciertas pues tal es
410 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
la naturaleza de la creencia misma: no podemos
creer en algo que tomamos por falso, y como ello
no podemos decir que creemos en algo que es falso.
Por lo tanto, por definición, damos por ciertas
nuestras creencias y, puesto que debemos suponer
que otros tienen creencias muy similares a las nues­
tras, también sus creencias deben ser ciertas. De
este modo, si vamos a tratar de comprender a otros,
deberemos suponer que la 'rran mayoría de sus creen­
cias son ciertas, lo que es suponer que son personas
que sostienen creencias auténticas acerca del m un­
do v actúan de acuerdo con ellas, es decir, que su
conducta es racional. Lo contrario sería sugerir que
las palabras y las creencias de otros, siendo interde-
pendientes, no serían traducibles. Pero puesto que
la idea de ser traducible es parte constitutiva de un
lenguaje, habremos de llegar a la conclusión de que
estas personas no poseían un lenguaje. Por consi­
guiente, la idea de que un pueblo posea un esquema
conceptual diferente, un conjunto de ideas radical­
mente variante, resulta inimaginable de acuerdo con
los argumentos de Davidson.
Desde luego, es importante recordar que la con­
fianza de Davidson en la intertraducibilidad de los
lenguajes va paralela a un escepticismo sobre un
posible significado intrínseco del lert^udje No hay
base científica empírica para resolver la cuestión
del intercambio entre creencia y significado; soto
existe una necesidad práctica de hacer una suposi-
fl Es, como Quine, un “nihilista sem ántico”.
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 411
ción “de trabajo” acerca de cómo operan, y nos ve­
mos más o menos obligados a hacerla en términos
del principio de caridad. De esta manera, la posi­
ción de Davidson es esencialmente pragmática. Re­
sulta útil, desde el punto de vista práctico, suponer
que otros quieren decir lo mismo que nosotros
y que tienen las mismas creencias.
Los argumentos de Davidson son un intento de
rechazar los del tipo planteado por Winch y Kuhn
—o eso se ha dicho— de que diferentes tipos de per­
sonas pueden tener distintos tipos de “esquemas
conceptuales”, con lo cual Davidson quiere decir di­
ferentes colecciones de creencias acerca de la natu­
raleza del mundo. Si reconocemos que la gente
tiene sistemas considerablemente diferentes de cre­
encias podemos ser llevados a la doctrina relativis­
ta de que viven en diferentes mundos. Esto hace
surgir —Winch y Quine han sido falsamente acusa­
dos de hacerlo— la idea de que la traducción es un
problema crónico porque no podemos encontrar
palabras dentro de un esquema conceptual para ex­
presar creencias radicalmente distintas sostenidas
en otro esquema disyuntivo. Davidson trata de ha­
cer que la traducción sea la solución, y no el proble­
ma: la operación de la traducción simplemente nie­
ga el hecho de la existencia de diferentes esquemas
conceptuales. Intentar la traducción implica sencilla
y necesariamente suponer suficiente homogenei­
dad de creencias entre los usos de los dos lenguajes
para hacer que sea inaplicable la noción de “esque­
mas conceptuales diferentes”.
412 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
El intento de Roth por resolver la pugna
d p la racionalidad
Sobre la base de un enfoque de tipo quineano Roth
(1987) intenta resolver la Rationalitatstreit, es decir,
la pugna por la racionalidad. En términos genera­
les, arguye que los dos lados de la controversia pre­
sentan su enfrentamiento sobre la base de una
suposición conjunta, a saber, la ‘'unidad de la supo­
sición del m étodo”. Ambos dan por sentado que las
ciencias deben compartir un solo método. Por lo
tanto, las ciencias sociales podrían ser una ciencia si
adoptaran el método de las ciencias naturales. Esta
fue la posición adoptada por el positivismo, como
ya lo hemos visto. O bien, si las ciencias sociales no
pudieran seguir el método de las naturales, no se
las podría calificar de ciencias. El modo de Roth de
enfrentarse a este dilema consiste en reconocer que
no hay una necesaria unidad de método para las
ciencias, sino que puede haber una pluralidad de
métodos.
El argumento de Roth está puesto en términos
de las opiniones quineanas acerca de la indetermi­
nación de la traducción y, en parte, de una crítica
de Winch. La indeterminación de la traducción sig­
nifica que no hay una única respuesta correcta a la
pregunta “¿Que dijo el hablante?” en el sentido de
que esto se interpreta como preguntar “¿Qué quiso
decir el hablante con lo que dijo?” Sugeriremos que
el argumento de la indeterminación debe interpre­
tarse como una afirmación de que existe la posibi­
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 413
lidad de una multiplicidad de respuestas correctas a
la pregunta. La idea de Quine es que existen mu­
chas respuestas diferentes que pueden ser correctas
de acuerdo con toda la evidencia pero que, dado el
modo en que se ha organizado el proceso de tra­
ducción, darían respuestas radicalmente distintas a
la pregunta. No habría “hechos de la cuestión", se­
gún el vocabulario de Quine, ni prueba física que
nos permitiera elegir entre ellas. Sólo habría res­
puestas relativas a uno u otro “manual de traduc­
ción”. Con este espíritu, Roth critica a Winch por
“significar realismo”, es decir, por hablar acerca de
aquello en que consistiría la traducción correcta de
las prácticas de un grupo extraño. Winch presupo­
ne que hay algo que los hablantes en realidad quie­
ren decir con sus palabras, algo que queda deter­
minado por las reglas sociales que obedecen. Pero,
según la aplicación dada por Roth a Quine, las re­
glas no son más determinadas que los significados.
El argumento pierde todo valor, dice Roth, por­
que es precisamente acerca de la traducción y no
puede haber una respuesta final a la pregunta de si
algo es la traducción correcta. Es decir, hay poco
que distinga la acusación de que las demás son irra­
cionales de la acusación de que lo que tenemos es
simplemente una mala traducción. En lugar de
la búsqueda de la respuesta correcta, se trata de la
búsqueda -de la mejor traducción, de la más ade­
cuada empíricamente que se pueda dar por el mo­
mento.
Sin embargo, el argumento de Winch acerca de
414 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
la magia no se refiere a la relación entre dos traduc­
ciones empíricamente equivalentes, como diría un
quineano/sino, de hecho, a la idea de que no hay ra­
zones para preferir su interpretación a la de Evans-
Pritchard. La propia evidencia de Evans-Pritchard, y
la manera en que establece comparaciones entre las
prácticas de la hechicería y la magia primitiva y las
actividades de nuestra propia sociedad, no son en­
teramente compatibles con la interpretación que
quiere darle Winch. En términos generales, Winch
eslá sosteniendo que su propia interpretación es
más congruente con el propio testimonio de Evans-
Pritchard. Afirma que hay algo que elegir entre s.u
vtfrsión y la de Evans-Pritchard sobre el importantí­
simo punto en disputa, y que, en ese punto, Evans-
Pritchard está equivocado. Semejante caso no es del
tipo tocado por la tesis de la indeterminación de
Quine que, después de todo, se aplica a las traduc­
ciones empíricamente equivalentes, igualmente bue­
nas, como versiones de toda la evidencia. Pero no to­
das las traducciones intentadas deben verse como
empíricamente equivalentes. Roth ha comprendido
mal a Winch y aplicado mal a Kuhn.
Sin embargo, éste no es el único ataque de Roth
a W7inch. Critica la manera en que éste trata la obe­
diencia a las reglas, pues considera que este trato
está apoyando el “realismo de significado” que atri­
buye a Wrinch en el sentido de que las reglas fijan
una significación determinada. Sin embargo, Roth
parece suponer que WTinch está tratando las reglas
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 415
como una especie de mecanismo causal que explica
por que las personas actuaron de una u otra mane­
ra. Mas, como lo hemos visto, en la versión de
Winch las reglas no son fenómenos mentales inter­
nos sino rasgos públicamente observables de la vida
social. El concepto de seguir reglas se aplica a de­
terminados tipos de regularidades de la vida social
que contrastan con otros tipos de regularidades,
como por ejemplo las causales. Su importancia radi­
ca en que figuran en tipos de explicaciones muy di­
ferentes de las que, por ejemplo, intentan aportar
una explicación causal.
Además, Roth insiste en cometer petición de
principio con la pregunta que plantea Winch, a sa­
ber, si existe una necesidad demostrable de los ti­
pos de explicaciones que aportaría una presunta
ciencia social. Winch no propone obedecer reglas
como una especie de explicación que pudiera dar la
ciencia social sino que señala su carácter como el
tipo de explicación que nosotros damos, como gente
ordinaria en sociedad. Las normas que gobiernan
esas explicaciones se originan en los propósitos
prácticos y la vida social de las personas dedicadas
a dar y recibir estas explicaciones. Estas normas no
son las mismas que son fijadas por las nociones de
lo que pueden aportar las explicaciones científicas.
Las explicaciones en términos de reglas no pueden
resultar deficientes según las normas de la ciencia
porque no son candidatas a los juicios de la misma.
Las reglas del ajedrez no constituyen un candidato
a la teoría científica del juego del ajedrez sino que
416 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
ofrecen normas de lo que es jugar al ajedrez legíti­
ma y propiamente y, de este modo, proporcionan
medios socialmente* sancionados para hablar de lo
que están haciendo las personas que juegan al aje­
drez, incluyendo la explicación de por qué hacen
las jugadas que hacen. Por ejemplo, existe una dife­
rencia entre explicarle a alguien por qué un juga­
dor hizo una jugada particular en términos de lo
que le movió a hacer esa jugada y no otra, y donde
pudieran intervenir los atributos de la caracterolo­
gía —por ejemplo, es un jugador cauteloso—, y ex­
plicar por qué no se permite hacer cierta jugada
dentro del juego, como mover la torre en diagonal.
Este último tipo de explicación será probablemente
la requerida por un observador ingenuo y esto, nos
dice Wmch, es mucho más parecido al tipo de cosa
que buscarían los pretendientes a científicos socia­
les cuando se dedican a explicar cosas en lugai de
ofrecer explicaciones causales de los fenómenos
que ab initio carecen de ellas.'
Sin embargo, defender a Winch contra críticas que parecen
haber interpretado en éneam ente su problem a y su posición, y
que en realidad 110 van en contra de las subyacentes ideas witP
gensteinianas que motivan ese aigum ento, sino que sencilla­
mente com eten petic ión de principio, es algo muy diferente de
presentar una refutación de la tesis de “indeterm inación de la
traducción", lo que ha resultado extraordinariam ente difícil. El
hecho de que la posición de Quine hava resistido numerosos in­
tentos de rechazarla no es prueba necesaria, sin embargo, de la
fuerza de ese argum ento, sino que puede manifestar tan sólo su
elusividacl. Aunque hemos hecho un bosquejo general del argu­
mento, otra cosa es detallarlo de m aneras tan específicas que
pueda decirse qué tipo de objeciones contarían decisivamente
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 417
El “nihilismo semántico” de tipo Quine/David-
son/R oth se deriva de una fuente muy distinta que
la filosofía francesa y la teoría social, en las cuales
la noción de significado se ha concebido, en efecto,
como una ilusión generada ideológicamente. La
lección que se saca es que deberíamos alterar el len­
guaje y disipar la ilusión del significado. Esto en­
traña un giro hacia el texto y al examen de la ciencia
social como cuestión de escribir, y de escribir en un
lenguaje empapado de ideología. Exige un enfoque
intensamente reflexivo y deconstructivo en el texto,
hacia un perturbación del significado, en lugar de
un intento de captarlo.

E l POSESTRUC.TLJRALISMO
Las ideas resumidas en la última parte del párrafo
anterior se originan, como su nombre lo indica, en
una reacción contra el estructuralismo francés,
mientras retienen muchas continuidades con el es­
tructuralismo. La crítica, en términos muy sencillos,
era que el estructuralismo no había aclarado el sig­
nificado de sus propias doctrinas. En particular no
había sido claro al plantear hasta qué punto esas
mismas doctrinas invalidaban la idea de “ciencia", a
contra ella; sobre tocio, como lo ha observado, por ejemplo, Kirk
(1986), el propio Q uine se m uestra propenso a replantear el ar­
gum ento en térm inos lo bastante distintos como para que equi­
valgan a diferentes tesis. El intento de decir lo que está mal en la
tesis de la “indeterm inación” se complica con el esfuerzo por de­
cir lo que la tesis definitivamente afirma.
4)8 LA EVA P O RAO IÓ N DEL SIGNIFICADO
pesar de insistir en que tal era su aspiración. Aban­
donar la idea de que se podía tener una ciencia del
lenguaje fue algo motivado, en parte, por desear
abandonar asimismo la idea de que se podía pasar
de ideología a ciencia. El problema del estructura-
lismo fue que no comprendió plenamente hasta
qué punto el lenguaje es ideología; hasta qué punto
nociones como significado, y sobre todo realidad,
son, a su vez, nociones ideológicas.
El estructuralismo fue otra táctica en el recu­
rrente esfuerzo por convertir los estudios sociales y
culturales en ciencias, modelándolos de acuerdo
con otra ciencia exitosa, en este caso no una natu­
ral sino una humana: la lingüística. Al parecer la lin­
güística había logrado cierto éxito como ciencia
dura gracias a la obra de Ferdinand de Saussure
(1959) quien había sostenido que el lenguaje debía
comprenderse como un sistema cerrado de con­
trastes. Tal como después lo hizo Wittgenstein, De
Saussure atacó el intento de interpretar el lenguaje
en términos de palabras que representaban cosas.
Argüyó que las palabras en realidad “representan
cosas”, pero que ésta no es base para una lingüísti­
ca científica. La conexión entre las palabras y las co­
sas que representan es arbitraria, como puede ver­
se en la manera en que, en diferentes lenguajes,
distintas palabras representan la misma cosa. La
forma correcta de interpretar el lenguaje es como
sistema diferenciado, en el que las unidades, para
ser tales, deben caracterizarse por su diferencia, así
como, por ciemplo, las posiciones en un partido de
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 419
fútbol están definidas por los diferentes papeles que,
supuestamente, desempeñarán sus ocupantes. De
este modo, dentro del equipo, las posiciones que­
dan identificadas por el contraste entre sí, y lo mis­
mo ocurre con las palabras de un lenguaje.

El estructuralismo de Lévi-Strauss
Esta concepción, triunfalmente aplicada en la lin­
güística, fue adoptada por un antropólogo, Lévi-
Strauss, en sus estudios de la cultura.8 A partir de
la opinión de que, en el fondo, la mente humana es
la misma por doquier, Lévi-Strauss consideró que el
modelo de la lingüística estructural podía aplicarse
a la antropología para demostrar la universalidad
del pensamiento lógico. Utilizando el ejemplo del
mito, argüyó que aun cuando se cree que los “sal­
vajes” piensan de modo diferente que el nuestro, si
examinamos cómo se desenvuelven las historias mí­
ticas podremos ver que no es así o, al menos, que lo
es sólo en modos superficialmente distintos. Su
pensamiento no es menos lógico que el nuestro.
La apariencia superficial de las diferencias se de­
riva de que poseemos ciencia y matemáticas, las dos
disciplinas que se especializan en el pensamiento ló­
gico y que han desarrollado instrumentos muy com­
plejos para permitirnos pensar en abstracciones.
8 La obra ele Lévi-Strauss es voluminosa. Pero véase, por
ejemplo, Lévi-Strauss (1966, 1968, 1969, 1970).
420 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
Pese a su falta de rales instrumentos, los “salvajes”,
arguye Lévi-Strauss, tienen exactamente los mismos
poderes lógicos que nosotros, pero se expresan en
forma diferente, como los relatos míticos. Los “sal­
vajes", por ejemplo, tienen un conocimiento in­
menso, profundo y detallado de la flora y la fauna
de su mundo, y por medio de su conocimiento em­
pírico logran ejercer sus poderes lógicos. En lugar
de emplear recursos abstractos, como las matemáti­
cas y la lógica simbólica, el “salvaje” opera con ma­
teriales concretos que en gran parte encuentran su
expresión en los relatos míticos. Por lo tanto, Lévi-
Strauss se interesa en ellos menos como cuentos y
más como construcciones lógicas. Tales mitos com­
prenden relatos que muestran fenómenos tomados
del mundo que rodea a quienes los narran. La refe­
rencia a esos materiales puede desempeñar el mis­
mo papel que las abstracciones en la lógica y las ma­
temáticas, salvo que el razonamiento es “concreto”
y no abstracto.
La idea clave para analizar la estructura lógica
del mito es la misma que en De Saussure y en la es­
cuela de lingüística estructuralista que se despren­
dió de su obra. Para comprender los relatos míticos
lo importante es el contraste. En otras palabras, la
idea es asistir a su organización como patrón de
contrastes, es decir su estructura, no su sustancia.
Por ello el método de Lévi-Strauss consiste en pre­
guntar por el papel que desempeña, digamos, una
especie particular de animal, persona u otro fenó­
meno en un mito dado o hasta en una serie conec­
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 421
tada de mitos. Por medio de una paciente investi­
gación del intrincado patrón que compara todos los
lugares y las conexiones que ocupa el elemento, pri­
mero en el mito y luego —idealmente—, en todos los
demás mitos en que aparece, se puede elaborar el
“valor semántico” de ese punto;9 esto no es un fin
en sí mismo sino un medio de descubrir la lógica
subyacente del “pensamiento mítico’’ y demostrar
de qué modo este pensamiento se enfrenta a algu­
nos de los problemas profundos y perennes del
pensamiento humano.
Como ejemplo muy sencillo, Lévi-Strauss obser­
va que los mitos tratan “arriba y “abajo” como dos
opuestos con respecto a su relación en la escala ver­
tical. También están separados uno del otro, hl
“arriba” no es accesible a los seres humanos ordi­
narios pero a menudo se lo considera morada de
seres celestiales. Sin embargo, el agua es un ele­
mento capaz de atravesar esa división pues, en for­
ma de lluvia, puede pasar de arriba a abajo. De ma­
nera similar, la "niebla” se encuentra a la mitad
entre arriba y abajo. Tiene las mismas característi­
cas que las nubes, que se encuentran en el cielo
pero que, a su vez, aparecen cerca del nivel del sue­
lo. De este modo, dichos fenómenos naturales, por
virtud de sus propiedades naturales, pueden apare­
cer en los mitos para representar relaciones lógicas,
como las de la oposición entre “arriba” y “abajo”, o
11 El “valor sem ántico” no necesita m antenerse constante a lo
largo de diferentes mitos.
422 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
una condición intermedia —'“lo uno y lo otro”— cual
el agua que viene de arriba abajo, o como ni lo uno
ni lo otro, cual la niebla.
Los fenómenos naturales y los sociales, para los
modos y las prácticas de la gente, también pueden
ser elementos en los mitos, aportar materiales con
los cuales presentar relaciones lógicas y, dada la
disponibilidad de estos recursos básicos y sencillos
para el razonam iento lógico, se los puede utili-
/.ar para formar patrones sumamente elaborados.
La obra principal de Lévi-Strauss consistió en Se­
Oguir de cerca estas elaboradas estructuras.10
Uno de los aspectos del mito en que Lévi-Strauss
se mostró particularmente interesado fueron las
cosmologías que construye, y que intentan explicar
la naturaleza más general de las cosas, incluyendo
por ejemplo la diversidad de las mismas: ¿por qué
hay diferentes tipos de cosas, en lugar de uno solo?
Dado que existen diversos tipos de cosas y que se
originaron de una cosa, ¿cómo enfrentarnos al lógi­
co enigma de que muchos se originen de uno solo?
En L ’ Ilistoire de Lynx existe un análisis del papel de
los gemelos desiguales. En estos mitos los gemelos,
aunque casi idénticos, no lo son en realidad, por te­
ner características opuestas: uno de ellos es brillan­
te, estúpido el otro; honrado el uno, mentiroso el
otro, etc. Según Lévi-Strauss, la idea de los gemelos
puede utilizarse para elaborar una estructura fun­
damental de la naturaleza de las cosas. Empieza así:
10 Esto totaliza, hoy, cerca de cuatro mil páginas publicadas.
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 423
Estos mitos representan la organización progresiva del
mundo y de la sociedad en forma de una serie de do­
bles escisiones, pero sin que las partes resultantes de
cada estado sean nunca verdaderamente iguales. Co­
moquiera que sea, una siempre es superior a la otra
(Lévi-Strauss, 1995: 213].

Criaturas
creador

Indios Blancos

Buenos Malos

Fuertes Débiles

Figura viij.i. La estructura de los mitos.


Fuknte: Lévi-Strauss, 1995: 213.
Antes Lévi-Strauss había extraído de otros mitos
una representación de la realidad precisamente en
esa serie de dobles escisiones (véase la figura viil.l),
comenzando con la separación original de las cria­
turas y de su creador, que muestra un orden des­
cendente de divisiones contrastantes; esa forma de
representación, como distinciones desequilibradas,
causa el funcionamiento apropiado del sistema del
mundo que “depende de este desequilibrio dinámi­
424 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
co, pues sin él este sistema se vería a veces en peli­
gro de caer en un estado de inercia”.
Prosigue:
Lo que plantean implícitamente estos mitos nativos es
que los polos entre tales fenómenos naturales y la vida
social están organizados —como el cielo y la tierra, el
agua y el fuego, el arriba y el abajo, los indios y los no
indios, los conciudadanos y los extranjeros—, de tal ma­
nera que nunca podrían ser gemelos. La mente inten­
ta reunirse con ellos sin lograr establecer una paridad
entre ellos. Y esto ocurre así porque es esta cascada de
rasgos distintivos, tal como los concibe el pensamien­
to mítico, la que pone en movimiento la maquinaria
del universo | Lévi-Strauss, 1995: 213].
De este modo, el ejemplo concreto de los geme­
los no idénticos, a su vez un caso de más de dos que
proceden de sólo uno, se utiliza para representar la
idea “abstracta" de los opuestos desiguales, y se lo
emplea para introducir un elemento dinámico en
una jerarquía establecida de oposiciones.
Es impórtame subrayar que ésta sólo es una pe­
queñísima selección tomada de la versión que da
Lévi-Strauss de la estructura del pensamiento míti­
co. Aunque el ejemplo muestra el modo en que se
pone en evidencia la pretensión del carácter lógico
del pensamiento mítico, la rivalidad entre los ge­
melos en las historias míticas se emplea para elabo­
rar temas cosmológicos fundamentales, un elemen­
to único de una estructura mucho más compleja e
* intrincada, que no podemos presentar aquí.
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 425
Para los estructuralistas uno de los rasgos clave
de las concepciones de De Saussure había sido el
modo en que cuestionaban la idea de significado
como producido por ei individuo; el significado, en
cambio, era producido por el sistema del lenguaje.
Comparable al realismo de Bhaskar, el énfasis era
en el individuo actuante como producto de un sis­
tema verdadero, que operaba inconscientemente.
Sin duda Lévi-Strauss considera que el pensamien­
to tiene sus propias leyes que nosotros, los “salva­
jes” que narramos los mitos, ponemos en operación
aunque no seamos conscientes de ello. Los patro­
nes que se encuentran en los mitos no se manifies­
tan a aquellos que los narran sino que sólo se reve­
lan por medio de un extenso estudio científico
comparativo. De este modo, los estructuralistas hi­
cieron importantes contribuciones al resurgimiento
de temas intensamente antindividualistas en el pen­
samiento social. Uno de los elementos clave del es-
tructuralismo fue su insistencia en desplazar o
“descentrar” —para emplear un modo de expresión
frecuentemente preferido— el sujeto. Es decir, este
último ya no se ve como el centro y la fuente causal
del sistema de actividad humana, sino como al­
guien cuya existencia misma depende de su ubica­
ción dentro del sistema y que es interpretado en
términos de éste. No se deben buscar verdaderas
explicaciones de las ciencias sociales utilizando
conceptos como intenciones, propósitos y otros de
los denominados estados subjetivos de la mente,
sino en las leves de las estructuras diferenciadas,
426 LA EVAPORACION DEL SIGNIFICADO
complejas y generales dentro de las cuales se en­
cuentran suspendidos los individuos.
Los estructuralistas consideraban que ellos esta­
ban dando un nuevo contenido a las ideas de Marx
y cié Freud acerca de la manera en que las personas
son inconscientes de la verdadera naturaleza y de
las explicaciones de sus propias acciones, y la obra
de Lévi-Strauss inició un auge de los estudios es-
tructuralistas. Durante un breve periodo esto fue
bien recibido, considerando que ofrecía la posibili­
dad de una ciencia nueva y mucho más rigurosa, la
cual aportaba un método de gran generalidad y
que se podría aplicar a todo tipo de productos cul­
turales —además de mitos— de todas clases de so­
ciedades. De este modo, en su primer entusiasmo,
las ideas estructuralistas fueron ávidamente adop­
tadas en los estudios literarios. Sin embargo, el en­
tusiasmo irrestricto por el estructuralismo fue de
corta vida. Antes aún de que la reputación del es­
tructuralismo hubiese salido de Francia ciertas fi­
guras clave del movimiento empezaban a tener
serias dudas, y los académicos más jóvenes expresa­
ban un profundo escepticismo, en gran parte por­
que un requerimiento importante de una teoría so­
cial es que debe ser “reflexiva”, es decir, aplicarse a
sí misma tanto como —del mismo modo— a las de
otras personas a las que estudie. Si una teoría social
puede pretender, con éxito, ser globalmente gene­
ral, debe poder aplicarse a todas las actividades hu­
manas, incluyendo las de las teorías sociales. El es­
tructuralismo no había aprobado este requisito.
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 427
Mientras subrayaba el carácter ideológico del len­
guaje y del pensamiento, así como la naturaleza in­
consciente de su operación, no se aplicó todo esto
a sí mismo ni a la aventura de la ciencia con la cual
se había afiliado. Había retenido, sin examinarla, la
suposición de que su propio lenguaje, como ejem­
plo del lenguaje de la ciencia, quedaba exento de
esa determinación ideológica inconsciente, y que
sencillamente y sin problemas podía remitirse a la
realidad misma. La obra de Louis Althusser
(1969), por ejemplo, giró sobre la marcada oposi­
ción entre la ideología y la ciencia al dilucidar los
elementos de Marx que se habían filtrado en la
ciencia.
En manos de los posestructuralistas el requeri­
miento de reflexividad acabó con la distinción en­
tre ciencia e ideología, conduciendo así a un trata­
miento de la primera como si fuera la segunda. La
forma que adoptó esto consistió en criticar la cien­
cia como ejemplo de las ambiciones de la razón.
Desde la Ilustración los ideólogos de la modernidad
habían presentado a la razón como una fuerza pro­
gresista y emancipadora, pero pudo ser expuesta,
por los críticos posestructuralistas, como instru­
mento de dominación dentro del Estado moderno,
y no como una potencia para la libertad individual.
La concepción de una historia coherente del mun­
do occidental, poco más o menos durante los tres­
cientos últimos años, como movimiento progresista
hacia la liberación por medio de la ciencia, fue til­
dada de “gran narración” por Lyotard (1984); un
428 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
intento por concebir la historia en los términos de
un cuento generalizado y congruente. La época de
esas “grandes narraciones”, sostuvo Lyotard, ha­
bía pasado. Cambiar las circunstancias históricas
ya no permitía que la gente creyese que la historia
tiene significado, propósito, dirección o coheren­
cia. Y esta “incredulidad” ante las “grandes narra­
ciones” es la que para Lyotard constituye el punto
de inflexión entre la sociedad m oderna y la pos-
moderna.
Esta crítica implica un cambio profundo en la na­
turaleza de la investigación social. La idea de méto­
do es desplazada por un concepto de enfrenta­
miento, es decir, la ruptura de la unidad que parece
proyectar el texto, en exponer la ideología que
subrepticiamente intenta imponer, y en desestabili­
zar los términos en que pretende dar una expresión
coherente de esa ideología. Al hacerlo rechaza el
proyecto positivista de buscar un método como un
ejemplo más del proyecto de la Ilustración que in­
tentaba establecer la razón como agente de la liber­
tad. El objetivo no es tanto describir o siquiera com­
prender el texto (utilizamos aquí “texto” en un
sentido lato, para incluir no sólo los fenómenos escri­
tos sino todos aquellos —como los fenómenos socia­
les en general— que necesitan ser interpretados, es
decir “leídos”) sino, antes bien, desafiarlo, volvien­
do el texto contra sí mismo, leyendo el texto de tal
manera que salgan a la luz todas las formas en que
se traiciona, a sí mismo todos los modos en que ma­
nifiesta incoherencia y división interna pese a todos
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 429
los esfuerzos por proyectarse como coherente y po­
seedor de una estructura unificada.
Comprender el modo en que la deconstruccion
trata los requerimientos de la lógica y de la razón,
las exigencias de orden y coherencia, puede ser más
fácil sí establecemos una analogía con la manera en
que hoy se critica la forma de mantener animales
salvajes en los zoológicos. Aunque se lo presentaba
originalmente para permitirnos establecer contacto
con la naturaleza salvaje, hoy el zoológico suele ver­
se como un medio de domesticar esa naturaleza,
que al hacerlo presenta una imagen deformada de
la naturaleza de los animales que contiene, al colo­
carlos en una situación antinatural. Del mismo
modo, la lógica, la razón y su vehículo, el método,
no son medios de revelar la auténtica naturaleza de
los fenómenos sino, antes bien, una manera de do­
mesticar esos fenómenos presentándolos en formas
contenidas y controladas, pero antinaturales. La
implicación no es que se deba atender a las deman­
das de la razón, aportai nuevos métodos a su servi­
cio como, por ejemplo, se esfuerza constantemente
por hacerlo la tradición positivista, sino desafiar
esas mismas exigencias (véase, por ejemplo, fou-
cault, 1972, 1977). Se debe revelar la complicidad
de la razón en la opresión, y hay que inventar ma­
neras de subvertir y perturbar la capacidad de esos
métodos para proyectarse como representaciones
de ‘'realidades objetivas”. Con la pérdida de la fe en
las “grandes narraciones” se relaciona una “crisis
de la representación'’ en que nuestra cultura ha per­
430 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
dido colectivamente la fe en la capacidad de nues­
tros esquemas de pensamiento —sobre todo de la
ciencia— para representar la verdad acerca de la rea­
lidad. El posestructuralismo es un nuevo avance y,
a la vez, un síntoma de esta falta de fe.
En ello sobresalen dos figuras, Foucault y Derri-
da. Ambos aspiran a ofrecer instrumentos para sub­
vertir las pretensiones de la razón de aportar méto­
dos rigurosos y autorizados que capten la realidad.

Foucault y los discursos del conocimiento y el poder

Foucault es uno de los más sobresalientes poses-


tructuralistas y probablemente la figura que mayor
influencia ha ejercido en años recientes en las hu­
manidades y las ciencias sociales. Se ocupó del de­
sarrollo del conocimiento tal como fue ejemplifica­
do por las nacientes ciencias sociales del siglo xvm
y, desde entonces, ha contribuido a la proliferación
de las relaciones de poder en la formación de la so­
ciedad moderna.
Foucault sostuvo que no había habido una dismi­
nución en el grado en que el poder se entrometía
en la vida de la gente en los siglos transcurridos des­
de la Ilustración o, como él la llama, la “época clá­
sica”. Si algo cambió, ha sido una intensificación de
esa intrusión. El poder ha permeado cada vez más es­
feras de la vida social, con detalles cada vez más fi­
nos y más intrincados. Empero, sí ha habido un
cambio en la forma en que el poder aparece en
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 431
nuestras vidas. El poder frecuentemente brutal, en
su eiercicio más escueto, del monarca absoluto, ha
sido remplazado por el guante de terciopelo del ad­
ministrador; la manipulación ha venido a sustituir a
la coerción. En la sociedad moderna ha habido una
proliferación de burocracias que actúan para ex­
tender la supervisión, por medio de la vigilancia
en toda la sociedad y, al hacer esto, generan regis­
tros y sistemas de documentación extensos acerca
de las vidas y actividades de innumerables indivi­
duos. Este régimen se ha desarrollado para servir al
proposito de la administración de la sociedad y ha
crecido junto con la introducción de técnicas de or­
ganización en el ejército, en el trabajo, en las es­
cuelas, por ejemplo, todas las cuales hacen que los
individuos sean más dóciles a mayor administra­
ción, inculcándoles disciplina; regímenes de control
detallado cuyo objetivo era la trasmutación del con­
trol en autocontrol, haciendo que el individuo sea
cómplice voluntario en los requerimientos del po­
der. Las pretendidas ciencias sociales han desem­
peñado un papel decisivo en ello, forjando la admi­
nistración de la población por referencia a ideas de
“normalidad . El control y hasta la manipulación de
la gente se justifica en términos del desarrollo y el
mantenimiento de su “normalidad”, con un control
aún más riguroso de los que son juzgados “anor­
males”.
Foucault también estaba estableciendo una posi­
ción fuertemente historicista. El “historicista”, en al­
gunos significados básicos de este termino, es aquel
432 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
que considera el significado de las ideas como algo
profundamente arraigado en su contexto histórico
y, por lo tanto, limitado en su alcance. Las ideas
sólo pueden tener un significado especificado en
ciertas circunstancias sociohistóricas y por ende
sólo pueden ser verdaderamente comprendidas y
creídas por quienes habitan esas circunstancias so­
ciohistóricas específicas. Si las circunstancias nece­
sariamente pertinentes cambian, las ideas ya no
pueden t.encr el mismo sentido y, por lo tanto, ya
no se puede creer de modo auténtico en ellas. Así
se niega la noción de que las “mismas" ideas pue­
den tener significados compartidos a partir de pe­
riodos históricos radicalmente distintos, que puede
haber ideas perennemente verdaderas y universal­
mente aceptadas. No pueden ser las mismas ideas,
aun si en la superficie lo parecen.
Los posestructuralistas no son los únicos que
sienten cierta inclinación hacia el historicismo con­
temporáneo. Por ejemplo, ya hemos visto un ele­
mento de ello en los argumentos de Kuhn acerca de
la “inconmensurabilidad” de las teorías científicas y las
“rupturas de la comunicación" que surgieron entre
diversas generaciones de científicos. El filósofo Ri­
chard Rorty (1991a, 1991b) ha sostenido que la idea
de que la filosofía trata de cuestiones “eternas” y
que siempre está ocupándose básicamente de las
mismas cuestiones a lo largo de su historia —mane­
ra muy común de retratar la historia de la filosofía-
es falsa, y que existen discontinuidades radicales en
la naturaleza de los problemas filosóficos; aparecen
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
nuevos problemas y desplazan a los antiguos. Tales
transiciones son resultado del cambio sociohislóri-
co, pues solo es posible pensar , es decir, concebir
algo como un problema, y pensar acerca de ese pro­
blema en determinadas condiciones. De manera si­
milar, aunque de diferente inspiración, el historia­
dor del pensamiento político, Qucntin Skinner, ha
pedido una radical revisión de fases cruciales de la
historia de la teoría política.11 Skinner sostiene que
ha habido una interpretación muy errónea de gran­
des y muy estudiadas figuras, como Thonras Hob
bes y Nicolás Maquiavelo, porque se creyó que su
significado podía quedar establecido exclusivamen­
te leyendo sus textos para vei hasta qué grado “nos
hablan a nosotros” a través de los .siglos y formulan
argumentos que se suponen generales acerca de los
problemas universales de la vida política. Sin em­
bargo, Skinner se queja de que este tratamiento de­
forma el verdadero significado de los textos clá­
sicos porque se presenta con plena ignorancia de
las condiciones específicas en que se crearon tos
textos v las formas en que se relacionan, y porque
tratan de problemas específicos y locales, de su
tiempo y lugar.
Así pues, para Foucault el desarrollo de las cien­
cias sociales, como todos ios demás acontecimientos
de la historia del pensamiento, fue pura y entera­
11 Skinner (1985). Ha\ capítulos sobre Lévi-Strauss, D en ida,
Kuhn )’ Foucault, y una introducción que esboza cómo ias gran­
des teorías han vuelto a ocupar el centro del escenario tras la caí­
da del positivismo.
434 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
mente producto de una fase particular de la histo­
ria, parte de una serie de “epistemes” sucesivas,
como él las llamó. Cada episteme estaba contenida
en sí misma, cerrada, en contra, y carecía de toda
continuidad con sus sucesoras y predecesoras. Eran
estructuras complejas que determinaban la posibili­
dad de pensamiento pero que, debido a que eran
las estructuras dentro de las cuales se produce el
mismo, no estaban a disposición del pensamiento
consciente. La episteme que sostenía las ciencias so­
ciales, la idea de que existía un fenómeno de estu­
dio subyacente y unificador, el del estudio del
“hom bre” o de la humanidad, había durado tres­
cientos años, pero sus días se acercaban a su fin. El
pensamiento de Marx, el de Freud, y más reciente­
mente el de los estructuralistas, había prefigurado
el desplazamiento de la noción de “hom bre” por la
de “estructura”.
Foucault, como muchos de los pensadores im­
portantes de la última parte del siglo XX, coloca en
el centro el lenguaje (o mejor dicho el lenguaje y
otras formas de representación), en su caso como
“discurso”. Un discurso es una estructura compleja,
gobernada por un sistema de reglas, que identifica
las cosas acerca de las que se puede hablar, lo que
puede decirse acerca de ellas, lo que puede ser di­
cho por ciertos tipos de personas, etc. En un ejem­
plo breve y simplificado, en el discurso de la psi­
quiatría las cosas acerca de las que se puede hablar
son, ante todo, “enfermedades mentales” y “pacien­
tes mentales”, los síntomas y el tratamiento de estos
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 435
ultimos, y así sucesivamente. Lo que se puede decir
acerca de ellos varía con las diferentes terapias. Las
personas que participan en este discurso se en­
cuentran en distintas posiciones dentro de él. Los
designados como “pacientes” ven interpretada su
habla como expresión de síntomas, mientras los de­
signados como “psiquiatras” diagnostican v prescri­
ben tratamientos.
Tales discursos, como intenta demostrarlo Fou-
cault, son contingentes. Sólo surgen en condiciones
sociohistóricas muy específicas, y se forman en el
contexto del desarrollo absolutamente contingente
de estructuras organizacionales y modos de organi­
zar actividades. Por ejemplo, el discurso de la psi­
quiatría surgió en conjunción con la aparición del
hospital y la inclusión del “loco” dentro de la cate­
goría de Los que se consideraban necesitados de
“tratamiento". Pero en un principio este resultado
tenía un equilibrio muy delicado, ya que el “loco”
habría podido ser designado como “criminal ’ y
puesto bajo la jurisdicción del recién creado sistema
de prisiones.
Las circunstancias específicas y contingentes es­
tablecen las condiciones en que el discurso, vehícu­
lo del pensamiento, puede cobrar existencia, aun­
que sea transitoria. De este modo, Foucault adopta
la idea de que el lenguaje está creando o produ­
ciendo las cosas de las que habla y, como tal, es otro
de los adversarios de la idea de que la relación en­
tre el lenguaje y el mundo consiste en dar nombres
a objetos que ya preexisten en el lenguaje. En cam­
•i.% LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
bio, insiste en la manera en que el desarrollo de un
discurso, proceso prolongado y difuso, crea la posi­
bilidad de que existan ciertos tipos de objetos
como, digámoslo una vez más, el “paciente mental”,
por ejemplo. No es como si el “paciente m entar’ pu­
diese existir antes del desarrollo del discurso psi­
quiátrico, pues la idea misma de que la “locura” era
un tipo de enfermedad fue históricamente tardía.
Más aún, la idea de que la enfermedad era algo a lo
que se podía hacer frente colocando a personas en
la categoría de “pacientes” también tuvo que espe­
rar al desarrollo de una forma organizacional de
tratamiento médico. Las prácticas de la hospitaliza­
ción son acontecimientos ocurridos después del si­
glo xvii. Pero fueron estos desarrollos los que crea­
ron la posibilidad de que existiera algo que pudiera
llamarse “paciente mental”, la posibilidad de que
habláramos de semejante “tema”. Dado que la for­
mación de objetos es integral al desarrollo del dis­
curso, está íntimamente conectada al poder. Por
consiguiente, las categorías del lenguaje, la forma
en que el lenguaje clasifica, no demarcan lo que
existe de modo natural, sino que son una imposi­
ción al mundo, con el resultado de que, en la vida
social, el lenguaje de la normalidad y de la patolo­
gía no es la expresión de que la razón, por medio
de la ciencia, capte la naturaleza de las cosas en sí
mismas; en realidad, sólo es el lenguaje del domi­
nio social.
El propósito de Foucault es, en parte, político. La
idea de su labor no sólo es analizar y describir ob-
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 4S7
jetos sino, eni aspectos importantes, desacreditarlos,
haciendo que cosas que habían parecido “natura­
les” o “lógicas” se conviertan en cosas vistas como
“contingentes” y "arbitrarias”. Foucault no supone
que al exponerlas de esta manera haga mas fácil
su derrocamiento, ya no digamos que engendre su
desplome inmediato. Los movimientos de pensa­
miento y patrones de cambio que muestra, después
de todo, ocurren fuera del control v la dirección bu-
j
manos. Supone que sólo la revelación de la forma
“contingente” de estas clases de conocimiento apa­
rentemente "naturales” y “lógicas” socava su autori­
dad social tanto como intelectual. Revelar los patro­
nes de organización de nuestra vida, que hemos
ti atado como naturales y lógicos, es algo no sólo
contingente y arbitrario sino también autoritano,
represivo \ hasta cruel; es algo que les quitaría su
dominio sobre nosotros, que haría que la ciega obe­
diencia a aquéllos fuera más difícil, y mas fácil la
trasgre.siórr Sin embargo, Foucault no cree que la
“resistencia” que su trabajo fomenta vaya a derrocar
al sistema, o siquiera acercarse a ello. Sólo puede
provocar oposiciones localizadas y específicas a los
focos de iepresión y crueldad más concentrados.-12
La erosión de la autoridad de nuestros marcos ins­
tituidos para el pensamiento por medio de una. de­
mostración del modo en que su forma fundamental
está arraigada en estructuras sociohistóricas de las
12 El mismo fue un activista en favor de los derechos de los
presos.
438 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
que estamos inconscientes pretende atacar, entre
otras cosas., lo que imaginamos que es una de las
piedras de toque del modo de pensar de nuestra so­
ciedad: la idea de que por medio del pensamiento
podemos captar la naturaleza última de la realidad
misma.
Si los posempiristas han tratado la ciencia consi­
derando que desempeñaba el papel que la metafísi­
ca intentaba desempeñar, es decir el de captar la
naturaleza de la realidad misma, entonces los po-
sesti ucturalistas, en sentido contrario, niegan que
se puedan realizar las ambiciones de la metafísica.
La naturaleza de la realidad nunca podrá ser capta­
da en pensamiento. Los deteiminant.es de la natu­
raleza del pensamiento 110 son —como intentan po­
ner en claro las ideas de Foucault— los de la
realidad misma, sino las condiciones sociohistóii-
cas en que se realiza el pensamiento, condiciones
que cambian de maneras drásticas e imprevisibles
por razones que los seres humanos no pueden com­
prender. De este modo, la idea clave de Foucault es
un reflejo de la noción de que el lenguaje y las ca­
tegorías y esquemas del pensamiento tienen, o al
menos pueden alcanzar a la larga, el estatus de “re­
presentaciones”, es decir, medios en que es posible
representar o retratar la naturaleza de la realidad
misma. En muchos aspectos esto es considerado el
primer engaño del legado de la Ilustración: que el
pensamiento racional puede producir representa­
ciones auténticas de la realidad misma. Semejante
idea, según el esquema de Foucault, es manifiesta­
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 439
mente un sinsentido y es una razón de que el prin­
cipal ejercicio de gran parte del pensamiento social
reciente haya sido la crítica de la “representación” y
de que se hable mucho de que en el periodo actual
nos enfrentamos a la “crisis de la representación”.
Otra figura clave entre las que han provocado el
sentido de una “crisis de la representación” es el
contemporáneo parisino de Foucault, y a veces su
adversario, Jacques Derrida. La palabra “decons­
trucción”, hoy ya familiar, aunque habitualmente
con el sentido exclusivo de “destrucción” o de “de­
molición” de la posición de alguien, más que en el
sentido más técnico que tiene para Derrida, cierta­
mente transmite la implicación de perturbación y
subversión que pretende expresar.

Derrida y la deconstrucción
La noción de “deconstrucción”, término acuñado
por el crítico literario Paul de Man y por el filósofo
Jacques Derrida, adopta una línea drástica hacia la
posibilidad de significado.13 El esfuerzo de Derrida
es nada menos que una crítica de toda la tradición
filosófica occidental como principal representante
de la idea de la razón y de una búsqueda de lo im­
posible. En ciertos aspectos parte del mismo punto
que Hegel, al observar que la filosofía se preocupa
Aquí nos basam os en la versión de Derrida. Véase Derrida
(1976).
440 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
por las oposiciones, por lo verdadero contra lo fal­
so, lo bello contra lo feo, lo mental contra lo iísico,
lo finito contra lo infinito, etc. Hegel trató de mos­
trar cómo podían superarse, y hasta reconciliarse,
estas oposiciones. Pero el proposito de üerrida,
muy diferente, es demostrar que se las puede soca­
var. Las oposiciones no sólo son de contraponer
opuestos, que suelen estar ordenados por jerarquías,
donde un elemento de la pareja es considerado su­
perior al otro, y esto reí leja la profundidad con que
la dominación está arraigada en el pensamiento oc­
cidental.
Las oposiciones clave en eme se concentra Derri-
da son dos parejas interrelacionadas: presencia y
ausencia, habla y escritura. Como acabamos de ob­
servarlo, no sólo están opuestas sino también jerár­
quicamente conectadas. La presencia es preferida a
la ausencia, el habla a la escritura, entre otras cosas
porque se considera que la última pareja está ejein
plificando a la primera pareja. En la manera en que
la filosofía occidental trata del conocimiento vj la
certidumbre, lo que está “presente” es lo que pro­
mete el conocimiento veidadero y cierto. Por ejem­
plo, en las filosofías positivista y empirista la bús­
queda era de aquellos “hechos brutos” con los que
tenemos contacto inmediato y acerca de los cuales
podemos no tener dudas, una búsqueda de cosas
que estuvieran indiscutiblemente “presentes’' y que
a menudo encontrábamos en nuestra “experiencia
sensorial' Sin embargo, la lingüística saussuriana,
reconstruida por Derrida, viene a subvertir esta no-
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 441
ción. Toda la idea acerca del significado de una pa­
labra que le es dado por medio de una serie de con­
trastes implica que el significado de una palabra en
particular, si está presente para nosotros, depende
de cosas que están ausentes. El significado de una pa­
labra hablada queda determinado por un contraste
con otras palabras que ahora no están siendo habla­
das, que pudieron haberse usado pero no se usaron.
Esto subvierte la idea de oposición v de jerarquía en­
tre las categorías de “presencia”, pues la naturaleza
misma de lo que está presente para nosotros queda
determinada por lo que no lo está. Son su presencia
y su ausencia anidas lo que determina el significado
de una palabra, y esto quiere decir que la presencia
no puede ser preferida sobre la ausencia.
La distinción entre habla y escritura, como he­
mos observado, también encarna la tradicional
oposición jerárquica de presencia y ausencia; el ha­
bla está presente, la voz es inmediata para nosotros,
producida en presencia del que escucha. Se ha con­
siderado que la escritura es algo secundario y deri­
vado del habla y que representa al habla para
hacerla presente cuando está ausente. Por su natu­
raleza misma, la escritura incluye la ausencia, ya
que el escritor no está al alcance del lector del
modo en que el hablante lo está del escucha. Esto
también quiere decir que no es posible determinar
el significado de lo que está escrito del mismo
modo que el de lo que se ha dicho. Se puede veri­
ficar con un hablante si hemos comprendido su sig­
nificado, por ejemplo, haciéndole preguntas, pero
442 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
no podemos preguntarle al autor de una pieza es­
crita, quien, después de todo, acaso haya muerto
desde hace siglos.
Derrida cuestiona la oposición de habla y escri­
tura tratando de invertirla y de aboliría. Quiere de­
cir que es el habla la derivativa de la escritura, y
para hacer esto suprime la diferencia entre ambas,
haciendo que el habla sea una forma de escritura.
No abandona la idea de que es problemático esta­
blecer el significado definitivo de un texto, ya que
ésta es la plataforma de toda su obra. En cambio,
propone que no haya en este punto una diferencia
entre el habla y la escritura, ya que es imposible de­
terminar concluyentemente el significado. Y la ra­
zón se encuentra en la naturaleza del lenguaje.
El punto decisivo de la diferencia entre los es-
tructuralistas y los deconstruccionistas no es que
los últimos nieguen que lo que importa en el len­
guaje es el contraste. Lo que se niega es el trato
dado por el estructuralista a estos contrastes, como
si formaran un sistema cerrado. En opinión de De­
rrida el lenguaje no es un sistema cerrado sino un
sistema en proliferación dentro del cual están abier­
tas las posibilidades del contraste. Esto significa
que no se pueden agotar los contrastes relativos a
una determinación del significado; es imposible
identificar un conjunto determinado de contrastes
relacionados establemente para llegar así a un cie­
rre del significado. Lo que es en definitiva el signi­
ficado deberá dejarse como algo incierto y sin re­
solver, por decirlo así, abierto.
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 443

Por consiguiente, la búsqueda de un significado


final y determinado por la filosofía tradicional es
una búsqueda de lo que, por la naturaleza misma
del lenguaje, no existe. El siguiente paso del pro­
grama es demostrar que no se puede alcanzar un
sentido coherente y fijo del significado, y poner de
relieve hasta qué punto el intento de dar interpreta­
ciones definitivas incluye una imposición gratuita
—a menudo condenada como forma de violencia—,
que exagera la determinabilidad y suprime el grado
en que tales intentos manifiestan apertura, indeter­
minación y contraste. En la medida en que muchos
textos filosóficos están organizados en torno de
oposiciones jerárquicas, y dependen de ellas, ese
procedimiento mostrará que son espurios y permi­
tirá ver cómo se desploman por sí mismos. Por ello,
el método de la deconstrucción consiste, en lo esen­
cial, en permitir que el texto mismo, por decirlo así,
revele su propio carácter indefinido, incierto e in­
ternamente dividido; es decir, que muestre sus pro­
pias desunidades. Esto no va dirigido a identificar
fallas, errores de expresión, por ejemplo, que pu­
dieran corregirse, pues ello significaría quedarse
en el mismo marco mental que considera que se
puede determinar el significado. Antes bien, la idea
es efectuar un cambio del marco mental, mostrar lo
vano que es suponer que estas desunidades internas
sólo sean rasgos incidentales del texto, que se pue­
den eliminar. Todo intento por corregir las cosas ge­
nerará simplemente nuevas desunidades propias.
Al igual que Foucault, Derrida considera que el
444 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
intento de aplicar una noción del orden racional en
el sentido tradicional de un esquema lógicamente
coherente y sistemático es, en esencia, una opera­
ción autocrática, que es falsa para la heterogenei­
dad de las cosas. Incluye la supresión, la negativa de
lo que no se puede incorporar convenientemente al
esquema. Esta negativa del “otro1- subordina y ex­
cluye a quienes no embonan dentro del esquema, la
reducción del diferente y del disidente al silencio, y
se hace eco de las ideas de Durkheim acerca del
modo en que se logra la cohesión por medio del con­
traste, y de cómo la solidaridad social incluye la ex­
pulsión de personas y su transformación en lo que
hoy se llama el “O tro”.
Así pues, en la práctica, el modo de deconstruc-
ción va directamente contra todo el modo tradicio­
nal de investigación que tiende hacia la unidad v la
acumulación, y en el que se supone que la idea de
interpretar un texto es la de buscar una sola inter­
pretación coherente para llegar a una resolución,
llevar la investigación a su fin y dotarla de un resul­
tado positivo. La deconstrucción incluye precisa­
mente lo contrario: trata de hacer resaltar desuni­
dades y contradicciones dentro del texto para
quebrantar su unidad misma de texto único. Trata
de descubrir hasta qué punto un texto dado es un
compuesto de elementos tomados de otros textos y
de relaciones con ellos, su “intextualidad”. La de­
construcción no avanza hacia el cierre o la conclu­
sión, sino que se aparta de ellos. Favorece la proli­
feración; las propias deconstrucciones son harina
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 145
para el m olino de la deconstruccion. Es cuestión de
hacci resaltar las tensiones y contradicciones no re­
sueltas ni resolubles que, a u n q u e co m prim idas d e n ­
tro de los m árgenes del texto, vienen sin em bargo a
p e rtu rb a r su integridad prepositiva. D esde luego, la
lección es que no p o d em o s d o m in a r las energías
prolíficas del lenguaje, y nuestro intento m ism o de
hacerlo (nótense las connotaciones del term ino
“dom inar") sim plem ente exhibe y rep ro du c e nues­
tro afán ideológico, culturalm ente arraigado, hacia
la d o m inació n y la opresión, hacia hacer que el
m u n d o se co n fo rm e a nuestras ideas de o rd en aun
si ello significa que deb em o s alterarlo para que así
sea. El deseo de hacer que las cosas estén limpia­
m ente contenidas v concluidas es uarte de ese mis-
m o im pulso “logocéntrico”, v es u n impulso tan per­
/ i

sistente que la deconstrucción coi re el riesgo de ser


llevada de regreso al rebaño. La resistencia a esta
d e m a n d a logocéntrica debe ser infatigable e inter­
minable, pues es una d e m o strac ió n constante y c o n ­
tinua de las m a n e ra s tentaculares en que el logo-
centrism o intenta extenderse sobre todo el lenguaje
y, al m ism o tiem po, m uestra la futilidad última de
este esfuerzo. El logocentrism o se basa en suposi­
ciones acerca de cóm o funciona el lenguaje que son
contrarias a los m o d o s en que realm ente lo hace.
Así, un libro acerca de D errida termina, con verda­
d ero espíritu d e rrid e an o , declarando la elusividad
últim a de su p e n sam ien to y el p u n to hasta el cual el
libro m ism o que se esta leyendo es u n intento de
algo que no se p u e d e hacer:
446 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
Intentando repetir fielmente los rasgos esenciales del
pensamiento de Derrida, lo hemos traicionado [. . .]
hemos abordado a Derrida, su singularidad y su rú­
brica, el acontecimiento que estuvimos tan ávidos por
narrarles a usredes en una textualidad en que bien
pudo haber desaparecido [. . .] el doble nexo en que
nuestra fidelidad absoluta ha sido la infidelidad mis­
ma. Por ello, este libro no será de ninguna utilidad
para lo.s oíros, o para ustedes, otros. . . IBennington y
Derrida, 1992: 316].
Los argumentos de Derrida ejercieron una re­
percusión inmensa sobre la crítica literaria, sobre
todo en Estados Unidos, donde a menudo se consi­
dera que sus obras han constituido una importante
contribución a las "guerras de la cultura” que re­
cientemente estallaron dentro de la academia, pero
tuvieron menos impacto en las ciencias sociales. Sin
embaí go, Derrida ha ayudado a fomentar una no­
ción, prominente en los estudios culturales, de que
el fenómeno que; se está investigando es el “texto”.
Bajo la guía de Derrida el “texto” se ha extendido
más alia de su significado tradicional para incluir
lodo tipo de fenómenos y actividades, y el propósi­
to de la investigación es hacer una lectura del texto.
No es, como ya se dijo antes, dar una lectura defi­
nitiva o final del texto, sino presentar lecturas
variantes y en desacuerdo, las cuales perturbarán,
alterarán y desmantelarán las lecturas más conven­
cionales. Muv a menudo el objetivo es hacer relec­
turas en lugar de primeras lecturas, y presentarlas
en términos que por lo general serían negados o ex­
cluidos de las interpretaciones habituales de esos
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 447
textos. De este modo, deberá revelarse a los social­
mente marginados —homosexuales, mujeres, ne­
gros, etc.— como los “otros” no mencionados en los
márgenes del texto.
De manera similar, en antropología social y cul­
tural se ha hecho un entusiasta descubrimiento, en
algunas áreas de la disciplina, de que la antropolo­
gía es cuestión de escribir, y de que las aspiraciones
del texto antropológico de ser un relato coherente y
objetivo han sido expresión de una mentalidad im­
perialista que deseaba subordinar toda la realidad a
la voz única del autor en nombre del imperialismo
occidental, una voz que subordina y niega a los “na­
tivos” mientras escribe precisamente acerca de
ellos. Esto sólo podrá ser corregido por una voz plu­
ralizante que saque a los antropólogos/autores de
la posición privilegiada de hablar por alguien que
no sean ellos mismos, situándolos dentro de una re­
lación dialógica con los “nativos”.14 La disparidad y
la diversidad deben ser colocadas en primera fila,
dándoles a todas las partes interesadas la opor tuni­
dad de hablar por sí mismas y de ser reconocidas
como iguales e independientes.

C o n c l u sió n
En algunos aspectos D en ida y Wittgenstein están
de acuerdo acerca de la naturaleza del lenguaje. Por
14 Esta insistencia en la deconsrruc ción ha hecho que se re­
descubra al gran pensador ruso Bahkm, quien defendió la idea
de que cualquier texto es en realidad una polifonía com puesta
por toda una diversidad de voces interactuantes.
448 LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO
ejemplo, Wittgenstein convendría en que el lengua­
je no es un sistema cerrado sino que prolifera. La
analogía establecida' por el propio Witt.genslein,
como la hemos descrito antes, es que el lenguaje
es como una gran ciudad que ha evolucionado a lo lar­
go de muchos años. Aunque es un conjunto, no es
un conjunto plenamente integrado. Tiene distritos
v zonas, algunos de los cuales son limpios y cuida­
dos, mientras que otros están degenerando y son
caóticos; algunos son espaciosos mientras que otros
están atestados, etc. Desde el punto de vista de un
aeroplano que volara muy alto se tendría poco sen­
tido de la variedad y del carácter de las diversas
áreas de la ciudad. Desde dentro de la propia ciu­
dad, es decir, desde dentro del lenguaje, absorbe­
mos el sabor y los detalles pero no apreciamos el
cuadro general. Wittgenstein también convendría
con Derrida en que el significado no es intrínseco a
la palabra en pleno aislamiento; el significado per­
tenece al lenguaje mismo. Donde surgiría el desa­
cuerdo profundo sería ante la cuestión de que exis­
te un principio, como el de oposición, que es
candidato a establecer el significado de una palabra
dentro del lenguaje. Según Wittgenstein el signifi­
cado se deriva del uso del lenguaje en formas ordi­
narias, v de la organización y las necesidades de las
actividades dentro de las cuales se originan las pa­
labras (junto con los significados). El lenguaje no es
un sistema que subsista por sí solo, sino que es algo
absolutamente entrelazado con las actividades de
los pueblos, y sus partes obtienen su carácter del
LA EVAPORACIÓN DEL SIGNIFICADO 449
modo en que participan en esas actividades. Por
ejemplo, la identidad misma de palabras como
“love”, “empate”, “ventaja", etc., es como términos
para establecer los marcadores en el tenis. Surgen
dificultades cuando el lenguaje “se va de vacacio­
nes”, cuando, por ejemplo, los filósofos aíslan los
conceptos sacándolos de su uso ordinario, olvidan
la íntima conexión que tienen estas palabras en el
contexto de las actividades, y de este modo pierden
el sentido de aquéllas. En otros términos, el ataque
de Wittgenstein va dirigido contra la idea de que
necesitamos una teoría del significado. En cambio,
lo que precisamos para disolver nuestros acertijos
filosóficos acerca del significado es una “vista
perspicua” del uso de las palabras dentro de las ac­
tividades en que tienen su hogar. El esfuerzo de
Derrida por ver en el lenguaje un principio gene­
ralizado!' de la organización en torno de las oposi­
ciones, la presencia y la ausencia, es el de ofrecer
una teoría del significado que es innecesaria para
las prácticas del lenguaje. El problema de la falta de
un “significado definitivo” sólo surge si creemos
que hace falta tal cosa para que el lenguaje tenga
significado. Sin embargo, no debemos empezar con
esta suposición ni, de ser rechazada, tenemos que
adoptar la opinión diametralmente opuesta de que
si el lenguaje no puede tener “significado definiti­
vo”, carece entonces de todo significado.
CONCLUSIÓN

E n este libro hemos intentado seguir algunas de las


m uchas y diversas conexiones existentes entre la fi­
losofía y la investigación social y, ahora, debemos
decir algo en nuestro nombre acerca de este tema.
No hem os tratado de disimular nuestras simpatías
a lo largo de la discusión, aunque tampoco hemos
intentado darles gran prominencia.
El centro de la organización del libro es el acon­
tecimiento clave para las ciencias sociales ocurrido
en la segunda parte del siglo xx, aunque las semi­
llas ya se habían plantado antes: la reacción en con­
tra de las doctrinas positivistas, y su rechazo. Esta
reacción representa en las ciencias sociales un pa­
trón de movimiento que ya había estado ocurrien­
do en la filosofía, un giro contra las que hemos lla­
mado doctrinas “fundacionistas”, representadas en
las ciencias sociales principalmente por el positivis­
mo. Hasta un grado importante, el destino de las
doctrinas fundacionistas está entrelazado con opi­
niones filosóficas acerca de la naturaleza de la
ciencia. Los logros de la ciencia natural posterior al
siglo xvm suelen considerarse como algo especial;
el fundacionismo ha tendido a verlos como los más
cercanos candidatos a las verdades indiscutibles que
busca. Los logros de la ciencia son interpretados
450
CONCLUSIÓN 451
por lo menos como los mejores candidatos posibles
de que disponemos para el conocimiento y, si han a
sostenerse como ejemplos de conocimiento apro­
piado, se les deben dar los fundamentos necesarios.
Asi pues, el rechazo del funclacionismo va junto con
un destronamiento de la ciencia en materia de ca­
tegoría filosófica.
Es importante subrayar la diferencia entre “cien­
cia” e ideas filosóficas acerca de la naturaleza y el
valor de la ciencia, ya que a menudo se han tomado
diversas críticas como si fuesen críticas de la ciencia
cuando en realidad lo son de las ideas filosóficas
acerca de la ciencia. Nosotros mismos dudamos de
que sea útil hablar de “ciencia”, ya que esto bien
puede sugerir una empresa más unida y coherente,
integrada en torno de una sola tarea, de lo que se
manifiesta por la enorme variedad de disciplinas en
gran parte no relacionadas que hoy funcionan
como ciencias (Dupré, 1993). Cuando la filosofía
habla de “ciencia a menudo se refiere tan sólo a la
física. Esto puede parecer algo de lo más razonable
debido a que el logro excepcional de la física es el
que principalmente le ha dado a las ciencias su aire
de distinción y separación de otras formas de pen­
samiento. Sin embargo, debe tenerse en mente que
los logros de la física son excepcionales dentro de la
ciencia y que, por consiguiente, concentrarse sólo
en esta disciplina puede resultar engañoso, y suma­
mente improductivo. Podría argüiise que la física
ha logrado sus mayores triunfos eludiendo las difí­
ciles y complejas cuestiones que les deja a otras
452 CONCLUSIÓN
ciencias. Aquéllas han sido “turnadas”, por decirlo
así, a disciplinas como la geología que, aunque cien­
cia bastante respetable por derecho propio, no se
acerca a los supuestos ideales que los filósofos han
tomado de la física.1
Si el argumento anterior tiene alguna validez, de
allí se sigue que la aspiración de la ciencia social a
seguir el modelo de las ciencias avanzadas requeri­
ría sacrificar muchas de las cosas que los científicos
sociales consideran su materia, especialmente las
que se relacionan con cuestiones históricas. La geo­
logía —y no la física teórica— podría ser una mejor
imagen del tipo de ciencia natural al que querrían
asemejarse las ciencias sociales. Si éstas se hubiesen
comparado con una u otra de las ciencias naturales
aparte de las físicas, como la astronomía, la botáni­
ca o la geología, por ejemplo, y no con un cuadro
abstracto de la “ciencia” pintado por los filósofos de
la ciencia, el estatus de las ciencias sociales como
ciencias habría podido parecer bastante menos pro­
blemático.
Entre las opiniones que hemos revisado en el li­
bro se encuentran las ideas de Wittgenstein y de su
seguidor, Winch, y éstas son ideas hacia las cuales
sentimos la mayor simpatía. El problema que plan­
tea Winch para las ciencias sociales —utilizando la
sociología como su principal ejemplo— no lo hemos
analizado, hasta ahora, y no suele ser considerado
en relación con su obra, en la cual “seguir las re­
1 Véase Miller (1987) y, en vena más popular, Ridley'(1984).
CONCLUSIÓN 453
glas” y “comprender una sociedad primitiva” son
los temas que tienden a llamar toda la atención. No­
sotros consideramos que el argumento importante
de Winch es su afirmación de que las ciencias so­
ciales en realidad no son ciencias, sino las hijastras
de la filosofía, y que la sociología no es, en muchos
aspectos, más que una “epistemología abortada”.
Es fácil reaccionar contra argumentos del tipo de
los de Winch describiéndolos como “anticientífi­
cos”, según no han vacilado en hacerlo, rebajándo­
se, muchos de sus críticos. La tendencia misma a
plantear los argumentos en términos del dualismo
de “procientíficos" o “anticientíficos” consiste, de
manera típica, eñ rebasar Ja distinción que hemos
tratado de hacer entre la ciencia y las opiniones fi­
losóficas acerca de la ciencia. El hecho de que al­
gunas posiciones filosóficas se identifiquen con la
ciencia —tal vez como algunos políticos poco escru­
pulosos se envuelven en la bandera nacional— sólo
árve para confundir más las cosas. Algunos filóso­
fos son entusiastas de la ciencia, tanto así que se
convierten en virtuales portavoces del “punto de
vista científico”, proponiendo que se disperse por
todas las ¡áreas de la vida. Desde luego, estos filóso­
fos no son científicos.2 Sin embargo, la intentada
- Aun si tienen o han tenido distinguidas carreras como
científicos. Un científico que escribe sobre temas filosóficos no
está conti íbuyendo a la ciencia, no está efectuando ninguna la­
bor científica, sino actuando como filósofo y, por lo tanto, pro­
poniendo no "el punto de vista de la ciencia” sino un “punto de
vista filóse acó acerca de la naturaleza y la significación de la
ciencia”.
454 CONCLUSIÓN
asociación y hasta identificación de su filosofía con
la ciencia puede hacer parecer que un ataque a sus
opiniones es un ataque a la -ciencia misma. Desde
luego, esto no tiene que ser así, pues el argumento
de la crítica puede hacerse precisamente afirmando
que estas ideas proporcionan algo similar a una ca­
racterización fiel de la “ciencia”.
Por una parte, como hemos visto, éste fue preci­
samente el problema del positivismo en las ciencias
sociales. Pudo presentarse como la filosofía de la
ciencia, la filosofía sobre la cual se había edificado
la ciencia, la filosofía de acuerdo con la cual se
practicaba la ciencia, y la filosofía que transforma­
ría a las ciencias sociales lanzándolas en dirección
de la ciencia misma. El efecto de esto fue producir
confusión, al mezclar, en realidad, los siguientes ti­
pos de argumentos.
Primero, que las ciencias sociales no podían ser
ciencias porque no podían cumplir con el positivis­
mo, y no debían desear siquiera ser ciencias porque
esto implicaba, o parecía implicar, una visión erró­
nea o desagradable de los seres humanos. En se­
gundo lugar, el cuadro de lo que se considera cien­
cia tal como era presentado por el positivismo era,
en realidad, engañoso e impráctico. Lo malo del
positivismo es que resultó no ser más que una re­
ceta para convertir las ciencias sociales en ciencias.
Como lo hemos sugerido, el proyecto positivista fue
un notorio fracaso como proyecto.
Por ello es necesario reconocer que la crítica a fi­
lósofos como Winch por ser “anticientíficos” bien
CONCLUSIÓN 455
puede ser tan sólo un replanteamiento de las opi­
niones filosóficas del tipo que Winch está cuestio­
nando. La noción de que favorecer la idea de una
ciencia social lo pone a uno “del lado de la ciencia”
implica, antes bien, sólo una suscripción tácita de la
presuposición filosófica de que la ciencia es la úni­
ca forma verdadera de comprensión, y de que si no
poseemos una teoría científica de un fenómeno
sencillamente no lo comprendemos. ' La queja de
que es “anticientífico” también puede transmitir el
mensaje de que alguien como Winch está tratando
de obstruir el legítimo progreso de la ciencia, y lo
está haciendo de manera oscurantista, tratando de
bloquear ciertas áreas de la existencia ante el es­
crutinio de la ciencia. Sin embargo, una vez más es
importante tener en cuenta las suposiciones si­
guientes.
Primero, que de alguna manera hay un avance
“natural’’ hacia la ciencia, por el cual extiende su
dominio a través de todas las esferas y, por consi­
guiente, debe incluir la existencia humana y la vida
social. Segundo, puesto que sólo se puede alcanzar
el entendimiento por medio de la ciencia, el inten­
to de excluir ciertas cosas del ámbito de ésta es un
esfuerzo por afirmar que pueden cuestionar nues-

'* Este es, desde luego, el prejuicio —o digamos benévola­
mente, la presuposición— que tanto ha favorecido en décadas re­
cientes la causa de la “teoría” no sólo en las ciencias sociales sino
también en las hum anidades. La ausencia de teoría en los estu­
dios literarios, por ejemplo, ha sido uno de los argum entos que
mJis han influido en favor de la necesidad de una teoría.
456 CONCLUSIÓN
tros intentos de lograr la comprensión, tal vez como
una especie de mística negativa de la ciencia.
A nuestro parecer los argumentos de Winch no
incluyen nada de eso. Sólo trata el asunto de saber
hasta qué grado los decretos de la ciencia están ex­
puestos a discusión, y no ya superados por presu­
posiciones previas —y no científicas— acerca de la
naturaleza y de la posibilidad de nuestro entendi­
miento. El argumento central de Winch tiene que
ver con la diversidad de las formas que toma el en­
tendimiento y los riesgos de exagerar las pretensio­
nes de la ciencia como única o principal fuente de
comprensión. Una parte del argumento de Winch
acerca de la inaplicabilidad del tipo de entendi­
miento supuestamente “científico” —es decir, positi­
vista— sobre muchos de los acertijos de la vida so­
cial, es que es “superfluo”. No se trata de que la
vida social cuestione la comprensión de la ciencia,
sino de que muchas de las cosas que son importan­
tes en la vida social ya son comprendidas, pues ad­
quirir un entendimiento de ellas es parte de vivir
una vida social: dominar conceptos y reglas, la prác­
tica de dar explicaciones por medio de razones, de
utilizar el lenguaje, etc. Ese entendimiento se logra
por medio de una participación en la vida social, y
no por la adopción de las actitudes y los procedi­
mientos de la ciencia.
Deberá notarse que la “explicación por reglas” y
la “explicación por razones”, por mencionar sólo
dos, no se proponen como los tipos de explicacio-
-nes que deben adoptar los científicos sociales en lu­
CONCLUSIÓN 457
gar de las causales, sino como las que, en tanto
miembros de la sociedad, nos ciamos unos a otros.
Las explicaciones en términos de reglas y razones
son las que se dan y que a menudo resuelven los ti­
pos de acertijos, problemas y desconciertos que
surgen entre nosotros corno parte de nuestra existen­
cia cotidiana. Son maneras de responder a pregun­
tas que no son de naturaleza científica y que, por lo
tanto, no aceptan ni pueden aceptar respuestas que
sean de naturaleza científica. De este modo, la idea
de que los tipos de explicaciones que dan los cientí­
ficos sociales —sean las que fueren— pueden entrar
en competencia con las que en general nos damos
unos a otios —concepto abrazado por muchos cien­
tíficos sociales— parece hoy sumamente extraña. El
poder de la “explicación por reglas” no se debe a su
justificación por el argumento epistemológico, sino
a la manera en que organizar los asuntos en térmi­
nos de reglas es práctica importante de la sociedad
misma, forma difundida de implantar y de coordi­
nar otras prácticas. Por ejemplo, crear un juego
puede no ser más que fijar un conjunto de reglas
para el mismo, y desarrollar un juego en tom o de
esas reglas asegura que apelar a ellas tendrá, en
adelante, todo tipo de papeles potencialmente ex­
plicativos en relación con el juego y con toda men­
ción del mismo.
Los intentos de construir una “ciencia social
han sido rotundos fracasos. Decimos esto a sabien­
das, como lo hicimos con respecto a la crítica del
proyecto positivista, es decir, con respecto a las
458 CONCLUSIÓN
enormes ambiciones que había acariciado la pre­
sunta ciencia social. Esto dista mucho de afirmar
que las ciencias sociales no valen ni el papel en
el que están escritas, que el juego no vale la apues­
ta y que no son nada en absoluto.4 Lo que se debe
subrayar es lo grandes que son las ambiciones que
los científicos sociales a menudo tienen en su disci­
plina. Auguste Comte deseaba no sólo que la socio­
logía fuese una de las ciencias, sino la más grande
de ellas, y su más glorioso remate. Esto no está en­
teramente ausente de la sociología, donde la idea de
que es una disciplina que puede evaluar y criticar a
todas las demás persiste en algunas partes. Si todo
es social —premisa querida por algunos sociólogos—,
entonces todo es material apropiado para el co­
mentario sociológico. Además de estas grandes am­
biciones cognitivas, los sociólogos a menudo han
visto su adquisición del conocimiento como si se
hubiera hecho con el propósito de lograr una me­
jora moral —y no en pequeña escala—, que aportara
los recursos con los cuales se decidiría todo el des­
tino de la humanidad. Esto, una vez más, no es una
aspiración trivial o modesta, sino una aspiración
del tipo más grandioso.
No nos parece injusto, creemos, sugerir que es­
tas grandiosas ambiciones a menudo sirven como
coartadas para los fracasos, alegando que cuando
se aspira a las estrellas las frustraciones y los pro-
4 Después de todo, si las ciencias sociales fuesen absoluta­
mente estúpidas y carentes de toda idea digna de atención, ¡no­
sotros mismos habríam os encontrado poco interés en ellas!
CONCLUSIÓN 459
blemas son inevitables. Hasta las realizaciones más
insignificantes y débiles pueden ser investidas con
un valor mayor del que tienen pues son, después de
todo, contribuciones a la causa grande y elevada.
Son los primeros pasos para satisfacer las más al­
tas normas de la vida intelectual, a saber, las rigu­
rosas normas de la ciencia, destinadas a realizar la
más noble de las ambiciones: la emancipación de
toda la humanidad.
Aunque es cierto que un viaje de mil kilómetros
debe empezar por un solo paso, también es verdad
que alguien que da un salto de un metro en el aire
no está dando el primer paso hacia un salto a la
luna. Es decir, hay otra visión de las grandes ambi­
ciones de la ciencia social, no tan utópica sino tan
sólo prematura y hasta absolutamente irrealista. Es­
tas ambiciones pueden investir la rutina y la inves­
tigación limitada con un sentido de un propósito
grandioso, pero también —y casi al mismo tiem po-
pueden producir y perpetuar la sensación de fraca­
so y de crisis. El hecho es que habiendo fijado tan
grandes objetivos, las ciencias sociales no hacen un
movimiento significativo a partir del “arrancadero”
y se ven en serios aprietos para mostrar algún ver­
dadero progreso.
En sus esfuerzos más ambiciosos y sostenidos por
correr hacia las grandes metas como, por ejemplo,
el desarrollo de una ciencia social cuantitativa por
los positivistas, o los programas teóricos inventados
por Karl Marx o Sigmund Freud, es posible argüir
que a menudo resulta que estos esfuerzos no son ni
460 CONCLUSIÓN
siquiera prometedores. En el caso del proyecto po­
sitivista, centrado en la medición, sus resultados
han demostrado ser, antes bien, una especie de ape­
go formalista y superficial a los ejemplos tomados
de las ciencias naturales, en lugar de ser logros au­
ténticamente rigurosos y fértiles de medición, como
pronto lo comprenden los protagonistas de las opr
niones positivistas y cuantitativas. En el caso de las
teorías grandiosas, como las de Marx y de Freud, si­
guen siendo discutibles respecto a su carácter cien­
tífico y a su \alor. Es probable que lo que más
produjeran fueran debates sobre si son ciencias pro­
piamente dichas o tan solo ejercicios de metafísica,
y acerca de lo que en realidad sus teorías, fuesen
científicas o metaíísicas, decían y significaban.J
No deseamos sugerir que éste es un estado de co­
sas especialmente lamentable ni que se ha perdido
el tiempo discutiendo los méritos y significados de
obras como las de Marx y Freud. Nuestro aigu-
mento es que estas actividades, descritas de este
modo, sólo parecen vacías e inútiles si se supone
que lo que se debe hacer es seguir adelante con la
única actividad verdaderamente seria: la de edificar
una ciencia en toda forma. Sólo si se aplica una es­
cala ridiculamente grande a la evaluación de las ac­
tividades de provectos apenas nacientes, parecerán,
por relación, insignificantes sus actividades.
Deseamos sugerir que existen al menos dos ma-
De hecho, la bibliografía reciente sobre Freud ha tendido a
acusarlo de ser un timadoi consciente y calculador. Véase Mas-
son (1984).
CONCLUSIÓN 461
ñeras de pensar acerca del destino de las potencia­
les ciencias sociales.6 Una de ellas consiste en decir
que están representando, en este momento, el abis­
mo del fracaso. Después de largos esfuerzos no han
hecho ningún verdadero progreso. En realidad,
gran parte del principal movimiento de años re­
cientes ha sido, como lo documentamos con el de-
construccionismo, de retirada, de socavarse a sí
mismas y de temer y hasta proclamar su propia fu­
tilidad. Sus actividades actuales, a menos que sigan
el modelo de algo similar a la concepción positivis­
ta, son una distracción, una pérdida de tiempo, y
no vale la pena proseguirlas. Esta convicción se
puede sostener entre quienes mantienen que el ob­
jetivo debe ser alcanzar el estatus de ciencia, y que
sólo porque aún no hemos encontrado la verdade­
ra fórmula o no hemos hecho los esfuerzos necesa­
rios para aplicarla no hemos logrado mejores pro­
gresos; y por quienes ven la actual situación en el
sentido de que nunca podrán ser verdaderas cien­
cias y más vale abandonarlas por completo.
h Estamos conscientes de que, como dice el viejo dicho, esas
actividades que tienen en su nom bre la palabra “ciencia” no son
ciencias en absoluto: ciencia bibliotecaria, ciencia doméstica,
ciencia cristiana, etc., aun cuando puedan ser actividades bas­
tante respetables en sus propios términos. Winch sugiere que
‘estudios sociales” es un título mejor que “ciencia social". En am ­
bos casos seguir llamándolas “ciencias sociales” es compatible
con el hecho de que son disciplinas que no tienen un carácter
auténticam ente científico a la manera, por ejemplo, de la física,
mientras que designarlas “estudios sociales” evita todo riesgo de
■suponer gratuitam ente que el título de “ciencia social” sí indica
alguna conexión inherente a sus aspiraciones científicas.
462 CONCLUSIÓN
O ira opinión consiste en ver los debates acerca de
los antiguos textos, etc., no como desviaciones de los
verdaderos propósitos, no como actividades desen­
caminadas que obstruyen el camino recto hacia la ca­
tegoría científica, sino tan sólo como los tipos de co­
sas características y apropiadas de las “ciencias
sociales”. Si no nos parecen mucho “actividades cien­
tíficas” tal como se presentan éstas en la bibliografía
positivista, tal vez se deba a que no se parecen mu­
cho a las actividades científicas, y el error de con­
cepción está en creer que deberían o podrían pare­
cerse.
Hemos sostenido en otra parte que las ciencias
sociales a menudo se parecen más a la filosofía que
a la física (Anderson ei al., 1985). Esto, creemos, se
asemeja mucho al argumento del propio Winch.
Wiitgenstein, el mentor de Winch, solía resumir en
un aforismo su enfoque de la filosofía, diciendo
que era “dejar salir la mosca del frasco”, con lo que
quería decir que su argumento pretendía mostrar a
la gente que una de las razones de que no estuvie­
ran haciendo progresos al resolver un problema fi­
losófico particular era que estaban siguiendo un
método enóneo. La mosca trata de escapar cho­
cando contra el vidrio, cuando podría hacerlo por
el camino por el que entró en el frasco. Un método
muy común e inapropiado es el de tratar de resol­
ver los problemas filosóficos (que, en opinión de
Wittgenstein, no son de naturaleza empírica) por
medios empíricos y sobre todo científicos. El argu­
mento de Vv inch es precisamente de este tipo.
CONCLUSIÓN 463
Esto no significa que todos los problemas de las
ciencias sociales sean de naturaleza más filosófica
que empírica o científica, pues, sin duda, hay todo
tipo de investigaciones científicas que pueden ha­
cerse y que se hacen. Lo que afirma Winch es que
muchos de los principales problemas de las ciencias
sociales no son de naturaleza empírica ni científica.
Ya estamos familiarizados con ejemplos de lo que
esto podría significar. La discusión por razones
y causas no es una discusión empírica acerca de la
causa o de la razón de algo en particular. No es so­
bre si la política monetaria del gobierno es la causa
de la inflación, en oposición, digamos, a las presio­
nes del comercio internacional, ni sobre si la razón
de Enrique VIII para divorciarse de la reina Catali­
na fue dinástica y no, digamos, religiosa. Estas son
cuestiones empíricas y se las puede investigar bus­
cando pruebas y testimonios. Sin embargo, la dis­
cusión acerca de “razones” y “causas” da por senta­
do que podemos atribuir razones en algunos casos
y causas en otros. Lo que se discute es si cuando
atribuimos o no atribuimos una razón estamos dan­
do un tipo similar de explicación que cuando ofre­
cemos una causal ¿Una causa es una razón, o no?
Este tipo de pregunta no puede recibir respuesta
por medio de investigaciones empíricas de ninguna
causa o itazón particular.
Lo mismo puede decirse de la pregunta de si la
sociología —o, para el caso, cualquier otra de las
ciencias sociales— es una ciencia. Cuando decimos
que la sociología se ocupa tanto de plantear pre-
464 CONCLUSIÓN
guntas acerca de su propia identidad como de al­
guna comprensión empírica del mundo, no esta­
mos acusándola de descuidar frívolamente sus de­
beres. Antes bien, veríamos esto como un apoyo
adicional, porque una posición wincheana para la
filosofía también está preocupada por su propia
identidad. La discusión filosófica sobre cualquier
tema funcionará probablemente con la mayor im­
portancia para propósitos filosóficos como demos­
tración del valor y de la fertilidad de la opinión fi­
losófica que expresa; es decir, como prueba de que
esta opinión constituye la mejor ejemplificación de
la naturaleza de la filosofía. Ya hemos establecido el
punto de que las investigaciones de la ciencia social
a menudo se emprenden como aplicaciones, ilus­
traciones o demostraciones de método, como ma­
nifestaciones de las concepciones filosóficas de la
ciencia y del conocimiento que las imbuyen y que
prescriben la forma del método que se está si­
guiendo. Todo esto podría indicar que la semejanza
de las ciencias sociales con la filosofía en lo refe­
rente a la preocupación por su propia naturaleza no
sólo es superficial o accidental. /
La preocupación muy constante por el pretendi­
do estatus científico de la ciencia social hace surgir
varias preguntas filosóficas: ¿Cuál es la naturaleza
de la ciencia? ¿Qué tipos de métodos la distinguen?
¿Podrían aplicarse eficazmente estos métodos a la
vida social? ¿Cuál es la naturaleza de los fenómenos
sociales? ¿Qué tipo de relaciones se obtienen en la
vida social? ¿Son y deben ser causales o son de al-
CONCLUSIÓN 465

guna otra clase, como “seguir reglas”? ¿Es “seguir


reglas" algún tipo de acontecimiento causal o es
algo muy diferente?, etcétera.
Existe toda otra serie de preguntas absolutamen­
te epistemológicas que también predominan: ¿Es la
ciencia un tipo especial de conocimiento, distinto
de otros tipos? ¿Tiene la ciencia una naturaleza dis­
tintivamente objetiva? ¿Qué asegura su objetividad?
¿Sólo es posible el conocimiento objetivo mediante
la aplicación de métodos científicos? ¿Los que no
son científicos están condenados tan sólo a tener
opiniones “subjetivas en lugar de un conocimien­
to objetivo? ¿Es la verdad una relación entre algo
externo al pensamiento y el pensamiento mismo, o
no existe una realidad externa al pensamiento?, y
así por el estilo.
La diferencia entre Winch y muchos de quienes
lo critican no es que él crea —y que ellos duden—
que las anteriores son preguntas filosóficas; la dis­
puta es con quienes ya han decidido que las cien­
cias sociales son y tienen que ser ciencias. En reali­
dad, penetran en cuestiones filosóficas pero lo
hacen sobre la base de suponer que éste es un tipo
de trabajo preliminar que debe hacerse antes de la
formación de la ciencia esperada. Al abordar estos
temas filosóficos —y supuestamente resolverlos— es­
tán dispuestos a realizar una labor empírica.
Esta opinión no sólo es extraña sino también ex­
trañamente impráctica. Al fin y al cabo, es una su­
posición extraña que las ciencias se puedan unir
“de arriba abajo”, por decirlo así, como si se las
4 f>6 CONCLUSIÓN
construyera de acuerdo con un plan maestro, esta­
blecido antes de que ellas empezaran. También va
en contra ae los trabajos recientes efectuados en fi­
losofía de la ciencia, que arrojan dudas sobre la
existencia de cualquier método científico general
por el cual se presente el desarrollo de Va ciencia
como cuestión ad hoc. Además, dado que proble­
mas filosóficos de esta índole han apasionado y
concentrado la labor de filósofos durante siglos,
también resulta una suposición optimista que las ac­
tuales intervenciones vayan a resolver fácilmente las
dudas, y a autorizar el paso a una investigación em­
pírica va madura. No menos probable sería que los
problemas filosóficos produjeran un efecto de
“trampa”, y que, habiéndose interesado uno en ellos,
quedara cada vez más y más atrapado por ellos.
Para Winch tales cuestiones filosóficas no son
preliminares a enfrentar los verdaderos problemas
científicos. Estos son los problemas, y en la medida
en que son preocupaciones recurrentes y continuas
de la ciencia social, que imbuyen las concepciones de
método v supuestamente dan razón de ser a la in­
vestigación empírica, la sociología es una “episte­
mología abortada'’, es decir, una filosofía presenta­
da a guisa de ciencia.7
' Así, una de las principales causas de disputa en la teoría so­
ciológica es la cuestión de “estructura” contra “agencia'’. Sin em ­
bargo, la discusión es sólo en parte relativamente pequeña acer­
ca de la adecuación empírica de las distintas teorías explicativas.
Antes bien, es una nueva versión, con respecto a la relación del
individuo en sociedad, del prolongado debate, enteram ente fi­
losófico, de “libre adbedrío contra “determinismo".
CONCLUSIÓN 467
Así pues, la idea de método en las ciencias socia­
les sólo superficialmente se refiere al diseño y el de­
sarrollo de los verdaderos procedimientos de la in­
vestigación. En un sentido profundo, está mucho
más motivada por las suposiciones fundacionistas.
El intento de especificar un “m étodo” para las cien­
cias sociales es el esfuerzo por localizar un punto de
partida epistemológicamente seguro para estas can-
didatas a ciencias. La idea misma del “método cien­
tífico” no surgió como intento de ofrecer una ca­
racterización generalizada de cómo los científicos
efectuaban sus investigaciones, sino sobre la base
de que los triunfos de las ciencias naturales encar­
naban un método demostrado, el cual, de ser iden­
tificado y generalmente adoptado, ofrecería un
medio seguro de obtener conocimiento. Por esto
la creciente convicción dentro de la filosofía de la
ciencia —como efecto acumulativo de las obras de
Popper, Kuhn y Feyerabend— de que no existe un
método científico, ha resultado ser una conclusión
dañina para el fundacionismo.
Un consejo que Wittgenstein les dio a los filóso­
fos se reducía a: “no se opongan a las posiciones fi­
losóficas”. Esto no significaba aceptar las posicio­
nes filosóficas sin preguntar. Lo que quería decir
era que no se supusiese que el modo en que se está
en desacuerdo con una posición filosófica dada
consistirá en desarrollar otra solución a sus proble­
mas. La razón de ser de este consejo fue que, al
oponerse a una posición filosófica ofreciendo una
solución rival a sus problemas, se le estaba conce­
468 CONCLUSIÓN
diendo demasiado a esa posición inicial, al retener
y adoptar algunas de sus erróneas concepciones
clave, adaptándolas al propio pensamiento. Para
Wittgenstein lo importante era disipar, y no rem­
plazar, posiciones filosóficas, liquidándolas por
completo, en lugar de perpetuar elementos de ellas
en algún plan supuestamente mejorado. El cambio
de “fundacionisma a “antifundacionismo” que pue­
de verse en el libro entre el análisis del positivismo
y el análisis de sus alternativas muestra bien lo que
Wittgenstein consideró uno de los peligros de opo­
nerse a las posiciones filosóficas: un movimiento
entre extremos (Wittgenstein, 1958, 1969).
Nosotros mismos somos, como lo era el propio
Wittgenstein, “antifundacionistas”, pero sólo en el
sentido de que no aceptamos —como no aceptó él—
el fundacionismo. Sin embargo, lo malo del funda-
cionismo no es que no lograra satisfacer sus am­
biciones. Esto sería conccderle demasiado al íunda-
cionismo, aceptando su idea de que la naturaleza
del conocimiento debía depender de la identifica­
ción de certidumbres categóricas. Si aceptamos esa
idea, la oposición al fundacionismo producirá casi
inevitablemente un sentido de crisis, como ya lo ha­
bía hecho en grandes partes de la filosofía y la cien­
cia social por entonces de moda. Si el fundacionis­
mo no ha logrado satisfacer sus ambiciones, si se ha
dado cuenta de que estas ambiciones no se pueden
realizar, nos quedamos sin fundamentos. El conoci­
miento, y la ciencia como primer ejemplo de él,
debe encontrarse en crisis. No podemos invertir en
CONCLUSIÓN 469

ellos el tipo de certidumbre con que solíamos do­


tarlos, debido a su falta de fundamentos seguros y
de una esencial autoridad epistemológica. De este
modo, los antifundacionistas se convierten en la
imagen especular de los fundacionistas, ya que
comparten el mismo prejuicio fundamental: si no
se le pueden dar al conocimiento o a la ciencia fun­
damentos epistemológicos sólidos, son injustifica­
dos, porque no se puede demostrar que se originen
en certidumbres indudables.
Tanto fundacionistas como antifundacionistas
comparten la suposición anterior, pero difieren so­
bre cuáles pueden ser sus implicaciones. Los fun­
dacionistas suponen, o esperan, que se puedan
identificar las certidumbres necesarias; los antifun­
dacionistas dudan o niegan que se las pueda en­
contrar. Sin embargo, unos y otros convienen en
que si tales certidumbres no existen, el conoci­
miento, especialmente la ciencia, es injustificado.
Para los antifundacionistas esto significa tener que
hacerle frente al fracaso del fundacionismo. Debe­
mos aprender a vivir en un mundo carente de cer­
tidumbres, y adoptar un enfoque mucho más es­
céptico ante todas las cuestiones de conocimiento.
Por el contrario, debemos subrayar la incertidum-
bre, lo indecidible de todo lo que pueda pasar por
conocimiento. De este modo, las conclusiones anti­
fundacionistas son deducciones directas hechas a
partir de premisas fundacionistas clave.
Wittgenstein era de la opinión de que la “filoso­
fía lo deja todo tal como es”, observación que, en el
-170 CONCLUSIÓN
clima sumamente politizado de la filosofía y de las
ciencias sociales de las pasadas décadas, ha hecho
que se lo condene como conservador, cual si su ar­
gumento fuese acerca de la posibilidad del cambio
sociopolítico. Sin embargo, el tipo de cosa que Witt-
genstein quiso decir con su observación tal vez pue­
da verse en el ejemplo del fundacionísmo. El deba­
te entre fundaciónistas y antifundacionistas suena
como si debiera establecer una diferencia y, ade­
más, una diferencia enorme. Sin duda los antifun­
dacionistas a menudo se apresuran a dar consejos
sobre el estilo de vida, a decirnos cómo debemos
cambiar nuestros modos de vivir a la luz de un
mundo carente de certidumbres. ¿Qué podría cons­
tituir una mayor diferencia que un mundo en el que
las cosas son absolutamente ciertas, y un m undo en
el que nada es cierto? Sin embargo, si tomamos la
observación de Wittgenstein en el sentido de que la
filosofía lo deja todo tal como es, entonces aceptar
o abandonar el fundacionismo no puede ni debe
cambiar materialmente la certidumbre de, por ejem­
plo, los descubrimientos de la ciencia.
Es importante notar aquí que la certidumbre con
que los fundacionistas trataron de investir los re­
sultados de la ciencia no se derivó de que existieran
o, mejor dicho, de que realmente se hubiesen iden­
tificado los fundamentos del conocimiento. Al fin y
al cabo, el problema filosófico consistía en identifi­
car los fundamentos requeridos. El objeto al hacer
esto fue justificado por la noción de que, en el caso
de las ciencias, éste era un efecto más digno de lo-
CONCLUSIÓN 471
grarse, pues estos eran los ejemplos del conoci­
miento verdadero. De este modo, fue la certidum­
bre con que fueron investidos los descubrimientos
de la ciencia la que constituyó la ocasión del pensa­
miento fundacionista, y no a la inversa. La certi­
dumbre del conocimiento científico fue adjudicada
independientemente y antes de la formulación de
estas supuestas certidumbres.
El fundacionismo consideró que estaba defen­
diendo las certidumbres del conocimiento en con­
tra de un persistente escepticismo. Sin embargo,
aquí se aplica el argumento de Wittgenstein acerca
de conceder demasiado a la posición inicial. En la
medida en que el fundacionismo se origina en un
intento de responder a los escépticos, les concede
demasiado a éstos. Reconoce que el escéptico ha
planteado un desafío válido a cualquier certidum­
bre contra la que se dirija. Y, desde luego, al hacer­
lo debemos aceptar —si queremos responder de una
manera significativa— algunos de los términos del
escéptico al plantear el problema, comprobando si,
por ejemplo, podemos alguna vez estar seguros de
algo. Wittgenstein negó que la posición del escépti­
co fuese auténtica, es decir, que el escéptico tenga
legítimas dudas que plantear. Las “duelas” del es­
céptico no son dudas sino pretensiones de duda. En
realidad se pueden dar por sentados los argumen­
tos del escéptico tan sólo para los fines de una dis­
cusión, lo que significa que no se los da por senta­
dos. De hecho, es difícil encontrar verdaderos
escépticos filosóficos aun cuando los filósofos con­
472 CONCLUSIÓN
sideren necesario tratar de encontrar respuestas al
escepticismo. Descartes, cuyo método de duda me­
tódica se convirtió en la principal técnica del argu­
mento escéptico, no aplicó el método a partir de sus
propias convicciones escépticas sino por su interés
en contrarresta] la posibilidad del escepticismo. Su
método de duda metódica fue su intento de acabar
de la mejor manera posible con los argumentos de su
adversario. Nótese una vez más que el fundacionis­
mo v el escepticismo están entrelazados. El funda­
cionismo se desarrollé), en parte, como respuesta a la
imaginaria amcna/a del escepticismo, y por ello no
resulta sorpienciente que el propio antifundacionis­
mo incluya una gran medida de escepticismo.
La rareza del autentico escéptico es nueva de-
mostracié>n del punto de vista de Wittgenstein de
que la certidumbre del conocimiento en general, o
del conocimiento científico en particular, no es una
verdadera pugna entre el fundacionista y el escépti­
co, en la que ambos bandos aceptan la dificultad de
afirmar seriamente los argumentos escépticos, pues
eso requeriría dudas auténticas, sustanciales y no
sólo “por el placer de discutir”. De este modo, ni el
fundacionismo ni el escepticismo consideran dudas
que establezcan una diferencia tangible.
Por ejemplo, ha habido dudas acerca de los fun­
damentos de las matemáticas. Supongamos, dice
este argumento, que hubiese una contradicción no de­
tectada en las matemáticas, una contradicción en
algo tan básico como la aritmética. ¿Es posible de­
mostrar lógicamente que las matemáticas y hasta la
CONCLUSIÓN 473
simple aritmética no sean congruentes? Nótese que
esta duda no sugiere que exista esa incongruencia.
No hay bases para sugerir, y ciertamente tampoco
para identificar, alguna incongruencia particular
en la aritmética. La única queja es acerca de la falta
de algún método general para suprimir toda posi­
bilidad de incongruencia. Pero afirmar que la arit­
mética no ha demostrado ser congruente está muy
lejos de decir, de poder siquiera insinuar, que la
aritmética es incongruente. El hecho de que no po­
damos demostrar que la aritmética es congruente
no ofrece una razón para pensar que es incon­
gruente. Pero imaginemos. dQué pasaría si hubiese
una incongruencia en la aritmética? Considérese
que gran parte de nuestras vidas está basada en la
aritmética; dqué ocurriría si resultara que sí existía
esa incongruencia? Tal vez los puentes construidos
de acuerdo con sus cálculos empezarían a caerse,
las computadoras de pronto se descompondrían, las
transacciones financieras ya no tendrían ningún
sentido. Si esto fuera verdad, si hubiera una verda­
dera razón para suponer que en la aritmética pu­
diese haber una incongruencia, entonces, sin duda,
quienes pensaran así empezarían a hacer campaña
para que cesara el uso de la aritmética, y para que
se empezaran a rediseñar de otra manera los puen­
tes, las computadoras y los sistemas financieros. Sin
embargo, los argumentos escépticos que prometen
resultados auténticamente catastróficos por no ha­
berles hecho caso no parecen ser tomados lo bas­
tante en serio para ocasionar intentos de evitar esas
474 CONCLUSIÓN
potenciales catástrofes. Desde luego, nadie está real­
mente esperando que ocurran, ni tiene que ser así.
Construimos 'toda clase de edificios y puentes, es­
cribimos toda clase de programas de cómputo,
efectuamos toda clase de transacciones financieras
utilizando cálculos aritméticos. Algunos puentes se
caen, muchos programas de cómputo están mal y
muchas transacciones financieras dan malos resul­
tados. Pero, asimismo, con muchos no pasa eso. Si
hubiera una contradicción en la aritmética habría
estado allí todo el tiempo; habría pasado a la cons­
trucción de los puentes y edificios, de programas y
sistemas financieros. Si las consecuencias de tal
contradicción fueran catastróficas, esas catástrofes
habrían estado ocurriendo todo el tiempo. Por lo
tanto, el hecho de una contradicción en la aritméti­
ca puede causar poca diferencia práctica a una can­
tidad enorme de las cosas que hacemos, pues lo que
hemos hecho con la aritmética ha funcionado muy
bien durante casi todo el tiempo, así como se pue­
de seguir utilizando la física de Newton para toda
clase de propósitos en física, pese a haber sido so­
brepasada, en ciertas áreas, por la obra de Einstein.
La diferencia tangible entre el fundacionista y el
escéptico parece haber disminuido mucho ahora y,
además, no se manifiesta en diferencias tangibles
en el mundo real. Aun si reconociéramos la posibi­
lidad de la posición escéptica, aun si estuviéramos
de acuerdo, por ejemplo, en que podía haber una
conexión fatal en el meollo de las matemáticas, de
este reconocimiento se seguirían pocas cosas im-
CONCLUSIÓN 475
portantes. A menos que sepamos dónde se encuen­
tra la contradicción, y el tipo de contradicción que
es, nada puede hacerse como respuesta a ella; no
hay manera de evitar las consecuencias, de em­
prender una acción contra ella o de enderezar di­
cha contradicción. En opinión de Wittgenstein los
intentos de reconocer la posibilidad del tipo de du­
das que el escéptico intenta plantear sólo pueden
abarcar ritos vanos que no establecen diferencia al­
guna, que no tienen ninguna influencia sobre la
manera en que efectuamos las cosas.
De este modo, la certidumbre con que investi­
mos los descubrimientos científicos, los entendi­
mientos de sentido común y demás, es sin duda
aquella con que los investimos independientemente
de la existencia demostrada de fundamentos y de
argumentos escépticos. La idea de que la certidum­
bre requiere y puede tener una justificación racional
ha sido puesta en duda, pero es erróneo suponer
que esto significa que la certidumbre carece de jus­
tificación racional, es decir que, en una palabra, es
irracional. Esta conclusión sería conceder demasia­
do al fundacionismo y al escepticismo al suponer
que la noción de “justificación racional” es con­
gruente, para empezar, en este contexto. Para repe­
tir una figura de una discusión: el hecho de que yo
no tenga una justificación no significa que carezco
de ella, que necesito una justificación.8
8 Véase el excelente capítulo 13 en Phillips (1996), en el que
arguye, en un análisis del fundacionism o, que el derrum be de
los absolutos metafísicos no entraña el derrum be de absolutos
476 CONCLUSIÓN
La erosión de las ideas fundacionalistas intenta­
da por Wittgenstein es compleja y contiene argu­
mentos no resueltos. Pero un punto principal de su
plataforma es que aquellas cosas de las que estamos
más seguros son cosas que no podemos decir que co­
nozcamos. Subrayemos: no quiere afirmar que si no
podemos decir que las conocemos entonces debe­
mos decir que no las conocemos. Antes bien, quie­
re decir que la conexión entre “saber” y “seguro”,
que desde luego es el pivote absoluto del fundacio-
nismo, ha sido socavada. Fundacionistas y escépti­
cos dicen que sólo podemos afirmar con verdad
que sabemos acerca de aquellas cosas de las que es­
tamos absolutamente seguros. Wittgenstein dice
que sólo podemos decir que conocemos en los ca­
sos en que reconocemos la posibilidad de dudar. Su
célebre argumento acerca del “dolor” ofrece un
buen ejemplo. Nadie duda de que siente un dolor,
certidumbre que queda expresada por la persona
que dice “Siento un dolor” o “Me duele el brazo.”
Esto no le da derecho a la persona a decir “Sé que
siento un dolor.” No podemos decir, en forma inte­
ligible, “Sé que siento un dolor” porque esto no es
igual a “No sé que tengo un dolor”, pues no hay
no metafísicos. “Dentro ele las perspectivas moral, política, esté­
tica y religiosa, las personas pueden adherirse a valores absolu­
tos. Si los filósofos niegan esta posibilidad porque creen que los
absolutos metafísicos están ausentes, esto m uestra que siguen en
garras de la metafísica que creen haber rechazado. Para que un
absoluto signifique algo para ellos tendría que ser un absoluto me-
tafísico. Pero los absolutos ordinarios no son afectados por el de­
rrum be de estos últim os” (pp. 188-189).
CONCLUSIÓN 477
duda de que la persona siente dolor. Lo inaplicable
de “saber” en este caso sólo se conecta con el hecho
de que no tenemos maneras de dudar de si alguien
está teniendo el dolor que está sintiendo, ni de ve­
rificar si el dolor que ostensiblemente estamos sin­
tiendo es nuestro propio dolor. Por lo tanto, no
queda espacio para la duda, es decir, no hay mane­
ra de introducir sensatamente dudas que las perso­
nas puedan verificar y a partir de las cuales, de ser
confirmadas, mostraran que estaban en el error. Al­
guien puede dudar de que el dolor que está sin­
tiendo en el ojo izquierdo se deba a sinusitis o a un
diente picado, y puede decir “Sé que mi dolor se
debe a sinusitis y no a dolor de muelas”; puede es­
tar equivocado, desde luego, porque la causa del
dolor, en contraste con el hecho de su posesión, sí
se puede investigar y confirmar.
Si hay algo en estas líneas del argumento witt-
gensteiniano, entonces rechazar el fundacionismo
no es igual a la disminución de nuestras certidum­
bres. Se tuvo que abandonar el fundacionismo no
porque estuviera equivocado en sus argumentos
acerca de lo que son las fundaciones, y si se las pue­
de descubrir, sino porque es superjluo. Lo malo está
en toda la idea de que se requieran fundamentos,
de que nuestras certidumbres se derivan o se deben
derivar de unas certidumbres más profunda y más
objetivamente logradas. Abandonar el fundacionis­
mo no nos despoja de las certidumbres por la cua­
les pudiéramos darle mayor crédito del que se me­
rece por el éxito de su empresa. Sería suponer que
478 CONCLUSIÓN
las certidumbres que tenemos no dependen de los
fundamentos, que el propio fundacionismo fue una
especie de fundamento de nuestras certidumbres
históricas y contemporáneas, y que, por lo tanto,
sólo investimos a nuestras certidumbres con los
descubrimientos de la ciencia por causa de una tá­
cita aceptación de las doctrinas fundacionistas acer­
ca de la ciencia. Sólo entonces se consideraría que
la idea de descartar el fundacionismo estaba inclu­
yendo, de algún modo, el hecho de apartar algu­
nos, si no todos, los soportes de esas certidumbres.
Sin embargo, si el fundacionismo sólo es un rasgo
ornamental de nuestro pensamiento, y no un apoyo
estructural, su supresión no tendría efectos ulterio­
res. Como ya lo hemos dicho aquí, las certidumbres
de nuestras vidas nunca han necesitado ni dependi­
do del fundacionismo.
Antes hemos notado la distinción que hay entre
las concepciones filosóficas de la naturaleza de la
ciencia y las propias ciencias, y hemos sugerido que
los más manifiestos ataques a estas últimas a m enu­
do son, en realidad, ataques contra las primeras,
como, en nuestra opinión, ha sido el caso de la re­
acción contra el positivismo. El positivismo intentó
presentarse como “el punto de vista científico”
cuando era sólo una versión filosófica de la ciencia
y no tenía más conexiones con ella que ninguna
otra filosofía. Aun si algunos científicos se declara­
ron positivistas, o después y con todo entusiasmo
popperianos, esto no significó que por lo tanto la
ciencia estuviese basada y fuese dirigida en térmi-
CONCLUSIÓN 479
nos de positivismo o de popperismo. La misma
ciencia es practicada por científicos de diferentes
convicciones en lo tocante a la filosofía de la cien­
cia, y por científicos que no tienen esas conviccio­
nes, así como es llevada a cabo por ateos convenci­
dos y por otros que son profundamente religiosos.
Las ciencias no se realizan sobre la base de ningu­
na filosofía ni dependen del apoyo de ninguna fi­
losofía de la ciencia, sea positivista o no. El ataque
al positivismo no es un ataque a la ciencia sino un
ataque a una filosofía de la ciencia. El ataque está
mal dirigido si se cree que va en contra de las cien­
cias naturales como modelo para las ciencias socia­
les, pues es o debería ser un ataque a la versión que
el positivismo da de las ciencias naturales y, por lo
tanto, de la “ciencia en general”.
El problema más general no es el de la ciencia
sino el del cientismo. Es decir de esas filosofías que,
como el positivismo, tratan de presentarse como si
tuvieran una íntima afiliación con las ciencias y ha­
blaran en su nombre, y que luego pasan a convertir
en un fetiche el llamado punto de vista científico,
diciendo que tiene una aplicabilidad ilimitada y
universal. La simple verdad es que los indudables
triunfos de las ciencias naturales más avanzadas no
añaden ningún peso a tales argumentos. El hecho
de que las ciencias naturales se hayan anotado al­
gunos triunfos notables, sin precedentes y hasta in­
comparables, no significa que se las deba seguir en
otras ciencias. El argumento de que el enfoque de
la ciencia natural —suponiendo que exista semejan­
480 CONCLUSIÓN
te método— acabará por tener el mismo éxito al ex­
plicar la conducta humana que el que ha tenido al
explicar los fenómenos inanimados no se ve forta­
lecido por el éxito que ha tenido en este ultimo
caso. No hay prueba científica en apoyo de tales
afirmaciones pues, desde luego, no son afirmacio­
nes científicas en absoluto, sino especulaciones fi­
losóficas. Además, podría decirse que el hecho de
que los notables triunfos de las más avanzadas cien­
cias naturales no hayan sido seguidos en todas las
otras esferas, pese a enormes esfuerzos, es prueba
no menor en contra de esta idea tan optimista. La
importante lección que debemos sacar consiste en
no concederle a esos filósofos nada de la autoridad
que pudiéramos otorgarle a una ciencia, pues desean
aprovechar su peso actuando supuestamente en su
nombre. Asimismo, podnamos negarnos a dar una
autoridad similar a quienes desean negar la ciencia
en nombre de un rechazo de las excesivas preten­
siones de una filosofía de la ciencia. En realidad, po­
dría negarse toda autoridad a los intentos por revi­
sar las ciencias por motivos epistemológicos.
REFERENCIAS
Achinstein, P. y F. Barker (coords.) (1969), The Legacy of
Logical Positivism, The Johns Hopkins Press, Baltimore.
Ackroyd, S. y J. A. Hughes (1991), Data Colletions in Con-
text, 2a. ed., Longman, Londres.
Althusser, L. (1969), For Marx, Penguin, Harmondsworth. '
Anderson, R. J., J. A. Hughes y W. W. Sharrock (1985),
The Sociology Gam.e: An Introduct.ion to Sociological Rea-
sonig Longman, Londres.
— (1986), Philosophy and the H um an Sciences, Routledge,
Londres.
— (1988), “Some Thoughts on the Nature of Economic
Theorising”, Journal of Interdisciphnary Economics,
2:307-320.
Anderson, R. J. y W. W. Sharrock (1986), The Ethnometho -
dologistis, Tavistock, Londres.
Anscombe, G. E. (1957-1958), “On brute facts”, Analysis,
11:69-72.
Aron, R. (1970), M ain Currents of Sociological Thought, vol.
n, Penguin, Harmondsworth. v 7
Atkinson, J. F. M. (1971), “Societal reactions to suicide:
The role of coroner’s definitions”, en S. Cohén (co-
ord.), Images of Deviance, Penguin, Harmondsworth.
— (1978), Discovering Suicide, Macmillan, Londres.
Austin, J. L. (1961), Philosophical Papers (ed. J. Urmson y
G. Warnock), Oxford University Press, Oxford. a : ■
Ayer, A. J. (1946), Language, Truth and Logic, 2a. ed., Go-
llanz, Londres.
481
482 REFERENCIAS
— (1990), “The eliminado» of metaphysics”, en R. Am-
merman (coord), Classtcs of Anaiytical Philosophy, Hac-
kett, Indianapolis.
Ayer, A. J. (coord.) (1959), Logical Positivisvi, Free Press,
Nueva York.
Baccus, H. D. (1986), “Sodological indication and the vi-
sibilitv criierion of real worl social theorising”, en H.
Garfinkel (coord), Ethnomethodnlogical Studies of Work,
Routledge and Kegan Paul, Londres.
Bauman, Z. (1978), Herme neutles and Social Science, Hut-
chinson, Londres.
Becker, C. L. (1932), The Ileavenly City of the Eightef nth Gen
tury Philosophers, Yale Umvesrtity Press, New Haven.
Bennington, G. y J. Derrida (1992 ), Jacques Derrida, Uni-
versity of Chicago Press, Chicago.
Benson, D. y A. .Hughes (1991), “Evidence and inferen-
ce”, en G. Button (coord.), Ethnoviethodology and the
Hum an Sciences, Cambridge Universitv Press, Cam­
bridge.
Berelson, B. y G. A. Steiner (1067), human Behaviour (ed.
abreviada), Harcourt, Brace and World, Nueva York.
Bhaskar, R. (1978), A Realist Thenry of Science, 2a. ed., Har-
vester Press, Sussex.
Blalock, H. (1982), Conceptualization and Measurement in
Social Science, Sage, Londres.
— (1984), Basic Dile ramas in the Social Sciences, Sage, Lon­
dres.
Bloor, D. (1976), Knowledge and Social Imagery, Routledge
y Kegan Paul, Lindres.
— (1981), “The strengthf of the strong program m e”,
Philosophy of the Social Scie nces, 11:199-213.
Blumer, H. (1956), “Sodological Analysis and the Varia­
ble”, American Sodological Review, 21:68-90.
REFERENCIAS 483
Bridgeman, P. (1927), The Logic of Modern Physics, Mac­
uñi lan, Nueva York.
Brown, R. (1973), Rules and Laws in Sociology, Routledge
y Kegan Paul, Londres.
Bulmer, M. (1984), The Chicago School of Sociology: ínstitu-
tionalization, Civersity and the Rise of Sociological Re­
search, University of Chicago Press, Chicago.
Burger T. (1976), M ax Weber’s Theory of Concept Forrnation:
History, Laws and Ideal Types, Duke University Press,
Durham.
Button, G. (coord.) (1991), Ethnomelthodology and the H u­
man Sciences, Cambridge University Press, Cambridge.
Cambell, N. F. (1957), Foundations of Science, Dover, Nue­
va York.
Carnap, R. (1967), The Logical Structure of the World, Rout­
ledge y Kegan Paul, Londres.
Cartwrignt, N. (1983), How the Laws of Physics Lie , Oxford
University Press, Oxford.
Cicourel, A. V. (1964), Method and Measurement in Socio­
logy,. Free Press, Nueva York.
— (1968), The Social Organisation ofjuvemle. Jnstice, Wiley,
Nueva York.
— (1973), Theory and Method in a Study of Argentine Ferti-
lity, Wiley, Nueva York.
Connolly, W. (1995), “Nothing is Fundamental. . en W.
Connolly, The Ethos of Pluralization, University of Min­
nesota Press, Minneapolis.
Coulter, J. (1973), Approaches to ínsanity, Martin Robert-
son, Londres.
— (1982), “Remarks on the conceptualization of social
structure”, Philosophy of the Social Sciences, 12:33-46.
— (1989), M ind in Action, Polity Press, Cambridge.
— (1979), The Social Construction of M ind , Macmillan,
Londres.
484 REFERENCIAS
Curtís, J. E. y j. Petras (comps.) (1970), The Sociology of
Knowledge, A Reader ; Duckworth, Londres.
Dallmyr, F. R. y T. A. Me (parthy (comps.) (1977), Unders-
tanding and Social Inquiry, Notre Dame Press, Nueva
York.
Davidson, D. (1980), Essays on Actions and Events , Claren-
don, Oxford.
— (1984), ínquiries into Truth and Interpretaron, Oxford
University Press, Oxford.
Davidson, D. y J. Hintikka (comps.) (1975), Words and Ob-
jections, Essays on the Work of W. V. O. Qyiine, Reidel,
Dordrecht.
Davis, J. A. (1971), Elementary Survey Anc.lysis, Prentice
Hall, Englewood Gliffs.
Derrida, J. (1976), O f Grammatology (trad. G. C. Spivak),
Johns Hopkins University Press, Baltimore.
Deutscher, I. (1973), What We Say, What We Do, Scott, Fo-
resinan, Glenview.
Ducan, O. D. (1984), Notes on Social Measiirement: Histori-
cal and Cntical, Sage, Nueva York.
Dupré, J, (1993), The Disorder of Things: Metaphysical Foun-
dations of the Disunity of Science, Harvard University
Press, Cambridge.
Durkheim, É. (1952), Suicide (trad. J. Spaulding y G.
Simpson), Routledge and Kegan Paul, Londres.
— (1953), Sociology and Philosophy (trad. P. F. Pocock),
Cohén and West, Londres.
— (1966), The Rules of Sociological Method (ed. G. Catlin),
\

Press, Nueva York.


Eglin, P. (1987), “The Meaning and Use of Official Sta-
tistics in the Explanation of Suicide”, en R. J. Ander-
son, J. A. Hughes y W. W. Sharrock (comps.), Classic
Disputes in Sociology, George Alien y Unwin, Londres.
REFERENCIAS 485
Evans-Pritchard, E. E. (1965), Witchcraft, O ráeles and Ma-
gic Among the Azande, Clarendon, Oxford.
Feyerabend, P. (1975), Against Method: Outline of an Anar-
chist Theory oj Knowledge, New Left, Londres
Foucault, M. (1972), The Archaelogy of Knowledge (trad. A.
Sheridan), Tavistock, Londres.
— (1977), Discipline and Punish . The Birth of the Prison
(trad. A. Sheridan), Alien Lañe, Londres. *
Gadamer, H.-D. (1975), Truth and Method, Sheed and
Ward, Londres.
Garfinkel, H. (1967), Stndies in Ethnom.ethodology, Prentice
Hall, Eglewood Cliffs.
Giddens, A. (1977), “Positivisin and its Gritics”, en A.
Giddens, Studies in Social and Poliiical Theory , Hut-
chinson, Londres.
— (1986), Constitution of Soci&ty, Polity, Cambridge. -■
Habermas, J. (1971), Knowledge and H i man Interests, Hut-
chinson, Londres.
Hacking, í. (1981), Scientific Revolutions, Cambridge Uni­
versity Press, Cambridge.
— (1983), Representing and Intervening , Oxford Univer­
sity Press, Oxford.
Halfpenny, P. (1982), Postivism and Sociology, Alien and
Unwin, Londres.
Harrc, R. (1972), 1 he Philosophies of Science, Oxford Uni­
versity Press, Oxford.
Hart, H. L. A. (1961), The Concept of Law , Oxford Univer­
sity Press, Oxford.
Hayek, F. A. (1964), The Coiinter-Revolution of Science, Free
Press, Nueva York.
Held, D. (1978), Introduction to Criíical Theory, Hutchin-
son, Londres.
Heritage; J. (1978), “Apects of the flexibility of language
use”, Sociology, 12:79-103.
REFERENCIAS
Ilollis, M. v S. Lukes (comps.) (1982), Rationality and Ré-
lativism, Blackwell, Oxford.
Homans, G. G. (1967), The Nature of Social Science, Har-
court, Brace and World, Nueva York.
Horton, R. y R. Finnegan (comps.) (1973), Modes of
Thoughi: F.ssays on Thinking in Western and Non-Western
Soci. íies. Faber y Faber, Londres.
Hughes, H. S. (1967j, Consciousness and Society: 1he Reo-
rientation of Euro pean Social Thought, 18'K)-1930, Mac-
Gibbon y Kee, Londres.
Hughes, J. A., P. Martin y W. W. Sharrock (1995), Unders-
tanding Classica! Thtory: Marx, Weber and Dnrkhei/n,
Sag^e,
O J Londres.
Hume, D. (1975), Bnqmry üoncerning H um an Understan-
di ng (ed. L. A. Selby-Bigge), Glarenclon, Oxford.
— (1987), ,4 Treatise of Human Nature, 2a. ed., Oxford
University Press. Oxford.
Reat. R. v ]. Urrv (1975), Social Theory as Science, Rou-
tledge and Kegan Paul, Londres.
Kirk, R. (19-86), Transía ti on Determined, Oxford University
Press, Oxford.
kulm, T. (1974), “Second Thoughts on Paradigms”, en F."
Suppe (comp.), The Struciure of Scientific Theories, Uni­
versity of Illinois Press, Urbana.
— (1977), The Essential Tensión, University of Chicago
Press, Chicago.
— (1996), The Struciure of Scientific Rtvolunon, 3a. ed.,
University of Chicago Press, Chicagu.
Lakatos, I. (1978, 1984), Collected Papers, vols. 1 y 2, Cam­
bridge University Press, Cambridge.
Lakatos, I. y A. Musgrave (comps.) (1970), Criticúm and
the Grotuih of Knozuledge, Cambridge University Press,
Cambridge. ■; -■
REFERENCIAS 487
Lassman, P. y I. Velody (comps.) (1989), Max Weber's
“Science as a Vocation”, Unwin Hyman, Londres.
Laudan, L. (1977), Progres and its Problems: Toward a The-
ory of Scientific Growlh , Universitv of California Press,
Berkeley.
Law, J. y P. Lodge (1984), Science for Social Scientists, Mac-
millan, Londres.
Lazarsfeld, P. F. y H. Menzel (1969), uOn the Relation
Between Individual and Collective Properties”, en A.
Etzioni Holt (comp.), Complex Organizaiions , A Sociolo-
gical Reader, Rinehart and Winston, Nueva York.
Lazarsfeld, P. y M. Rosenberg (comps.) (1955), The Lan-
guage of Social Reserach, Free Press, Nueva York.
Lee, J. (1991), “Language and culture: The Linguistic
Analysis of Culture”, en G. Button (comp.), Elhnome-
thodology and the H um an Sciences, Cambridge Univer-
sity Press, Cambridge.
Lessnoff, M. (1974), The Structnre oj Social Science, Alien
and Unwin, Londres.
Lévi-Strauss, C. (1966), The Savage M ind , Weidenfeld and
Nicolson, Londres.
— (1968), Structural Anthropology , Alíen Lañe, Londres.
— (1969), Totemism, Penguin, Harmondsworth.
— - (1970), The Rato and the Cooked: Introduction to a Scien­
ce of Myth, Jonathan Cape, Londres.
— (1995), The Story of Lynx [L'histoire de Lynx], Universoty
of Chicago Press, Chicago.
Lieberson, S. (1985), M aknig U Count: The Improvement of
Social Research and Theory, Universitv of California
Press, Berkeley.
Luckmann, T. (comp.) (1978), Phenomenology and Socio-
logy, Penguin, Harmondsworth.
Lukes, S. (1970), “Methodological Individualism Recon-
488 REFERENCIAS
sidered”, en D. Emmet y A. Maclntyre (comps.), Socio-
logical Theory and Philosophical Analysis, Macmillan,
Londres. f
— (1973), Émile Durkhetm, His Life and Work, Alien Lañe,
Londres.
Lyotard, J.-F. (1984), The Postmodern Condition: A Report on
Knowledge (trad. G. Bennington y B. Massumi), Man-
chester University Press, Manchester.
Maclntyre, A. (1977), “The Idea of a Social Science”, en
B. Wilson (comp.) Rationality, Blackwell, Oxford.
Mandelbaum, M. (l9'55), “Social Facts”, Brüish Journal of
Sociology, 6:312.
Manic.as, P. T. (1987), A. Hisiory and Philosophy of Social
Sciences, Blackwell, Oxford.
Marsh, C. (1982): The. Survey Method: The Contribution of
Surveys to Sociological Explanation, Alien and Unwin,
Londres.
Masson,J. (1984), Lreud, TheÁssaidton Truth, Faber, Londres.
Mead, G. H. (1934): Mind, Self and Society, University of
Chicago Press, Chicago.
Mili, J. S. (1961), A System of Logic, Longman, Londres.
Miller, R. W. (1987), Fact and Method: Explanation , Confir-
rnation and Reality in the Natural and Social Sciences,
Princeton University Press, New Haven.
Momrnsen, W.J. yj. Osterhaminel (1987), Max Weber and
}lis Contemporaries, Unwin Hyinan, Londres.
Mueller-Vollmer, &. (comp.) (1985), The Hermeneutic Rea-
der, 1 exts of the Germán Tradition from the Enlightenment
to the Present, Blackwell, Oxford.
Nagel, E. (1961), The Struclure of Science, Routledge and
Kegan Paul, Londres.
Natanson, M. (comp.) (1970), Phenomenology and Social
Reality, Martinus Nijhoff, La Haya.
REFERENCIAS 489
Neurath, M. (1973), “Empirical Sociology” en M. Neu-
rath y R. S. Cohén (comps.), Empiricism and Sociology,
Reidel, Dordrecht.
Nisbet, R. (1974), The Social Philosophers, Heinemann,
Londres.
O'Neill, J. (comp.) (1973), Modes of Indivhdualism and Co-
llectivism, Heinemann, Londres.
Outhwaite, W. (1987), “Laws and Explanations", en R. j.
Anderson, J. A. Hughes y W. W. Sharrock (comps.),
Glassic Disputes in Sociology, George Alien and Unwin,
Londres.
Papineau, D. (1978), Por Science in the Social Sciences, Mac-
millan, Londres.
Pawson, R. (1989), A Measure for Meas ares: A Manifestó jor
Empirical Sociology, Routledge and Kegan Paul, Lon­
dres.
Pearson, K. (1911), The Grammar of Science, 2a. ed., Adam
and Charles, Londres, v. •. »,■
Peters, R. S. (1960), The Concept of Motivation, Routledge
and Kegan Paul, Londres.
Phillips, D. (1971), Knowledge frotn What?, Rand McNally,
Chicago.
Phillips, D. C. (1987), “The Demise of Positivism”, en D.
C. Phillips, Philosophy, Science and Social Inquiry, Per-
gamon, Oxford.
Phillips, D. Z. (1996), ¡ntrodudng Philosophy, Blackwell,
Oxford.
Pitkin, H. (1972), Wittgenstein and Justice, University of
California Press, Berkeley.
Plummer, K. (comp.), Symbolic Interactionism, vol. 1, Ed-
ward Elgar, Cheltenham.
Popper, K. (1945), The Open Society and its Enemies, 2 vols.,
Routledge and Kegan Paul, Londres. :
490 REFERENCIAS
— (1959), The Logic of Sr.ientific Discovery, Hutchinson,
Londres.
— (1965), Conjecutres and Refutations, 2a. ed., Harper and
Row, Nueva York.
— (1972), Objective Knowledge: An Evohitionary Approach,
Oxford University Press, Londres. ,J7- "
Putnam, H. (1975), Mathematicsj Matter and Method, Cam­
bridge University Press, Cambridge.
— (1978), realista and Reason, Cambridge University
Press, Cambridge.
Quine, W. V. O. (1953a), From a Logical Point ofView, Har­
vard University Press, Cambridge. r
— (1953b), “Twp Dogmas of Empiricism”, en W. V. O.
Quine, From a Logical Point ofView, Harvard University
Press. Cambridge.
— (1960), Word and Qbject, mit Press, Cambridge.
— (1969), Ontological Realitivity and Other Essays, Colum-
bia University Press, Nueva York.
Quimón, A. (197.3), the N atun of Things, Routledge and
Ketfan Paul,7 Londres.
Rawls, J. (1955), Space, Time and Things, 2a. ed., Cam­
O

bridge 1 niversity Press, Cambridge.


Robinson, W. S. (1950), “Ecological Correlations and the
Behaviour of Individuáis”, American Sociologiccil Re-
view , 15:351-357.
Rosenberg, M (1955), “Faith in People and Success
O riem atiun”, en P. Lazarfeld y M. Rosenberg
í/omps.), The Language of Social Research, Free Press,
Nueva York.
Rom , R. (1991a), Philosophy and the Mirror of Nature ?,
Blackwell, Oxford.
— (1991b), “Sofidarity or O btectivity”, en R. Rorty, Ob-
REFERENCIAS 491
jectivity, Relativlsm and Truth, Philosophical Papers, vol.
1, Cambridge University Press, Cambridge.
Roíh, P. (1987), Method and M eaning in the Social Sciences,
Cornell University Press, Ithaca.
Ryan, A. (1970), The Philosophy of the Social Sciences, Mac­
millan, Londres.
Ryle. G. (1966), “The World of Sciences and the Everyday
World”, en G. Ryle, Dilemmas , Cambridge University
Press, Cambridge.
Sacks, H. (1995), Lectures on Conversation, vols. 1 y 2 (ed.
G. Jeffcrson), Blackwell, Oxford.
Saussure, F. de (1959), Cuvrse in General L.inguistics (trad.
W. Baskin), The Philosophical L.ibrary, Nueva York.
Schnádelbach, H. (1984), Philosophy in Germany, 1831-
1933 (trad. E. Matthews), Cambridge University Press,
Cambridge.
Schutz, A. (1962), “Cominonsense and Scientific Inter-
pretation of Human Action”, Collected Papers: The Pro-
blem of Social Reality, Martinus Nijhoff, La Haya. -
— (1963), “Concept and Theory Formation in the Social
Sciences”, en M. Natanson (comp.), Philosophy of the So­
cial Sciences, Random House, Nueva York.
Searle, J. (1969), Speech Acts, Cambridge University Press,
Cambridge. * :
Shapin, S. (1982), ‘T íistory of Science and its SoaoJogical
Reconstructions”, History of Science, XX:157-211.
Sharrock, W. W. (1987), “Individual and Society”, en R. J.
Anderson, J. A. Hughes y W W. Sharrock (comps.),
Classic Disputes m Sociology, George Alien and Unwin,
Londres.
Shaw, M. e I. Miles (1979), “The Social Role of Statistical
Knowledge”, en J. Irvine, I. Miles y J. Evans (comps.),
Demystifying Soda1' Statistics, Pluto, Londres.
492 REFERENCIAS
Skinner, Q. (comps.) (1985), The Reiurn to Grand Theory
in the Social Sciences, Cambridge University Press, Cam­
bridge. Á* .
Smelser, N. J. (1968), Essays in Sociological Explanation,
Prentice Hall, Englewood Cliffs.
Smith, A. (1970), The Fontana History of the H um an Scien­
ces, Fontana Londres.
Storer, N. (comp.) (1973), the Sociology of Science, Univer*
sity of Chicago Press, Chicago.
Stouffer, S. A. (1962), Social Research to Test Ideas: Selected
Writtings, Free Press, Nueva York.
Taylor, C. (1978), “Interpretation and the Sciences of
Man” en R. Beethler y A. R. Drengson (comps.), Phi-
losophy of Society, Methuen, Londres.
Torgerson, W. S. (1958), Theory and Method ofScaling Wi-
ley, Nueva York.
Toulmin, S. (1972), H um an Undersianding, vol. 1, Oxford
University Press, Oxford. /'
Toulmin, S. y J. Goodfield (1965), The Discovery of Tune,
Hutchinson, Londres.
Turner, S. y j. Goodfield (1965), The Discovery of Tune,
Hutchinson, Londres.
Turner, S. P. (1987), “Underdetermination and the Pro-
mise of Statistical Socioliigy”, Sociological Theory,
5:172-184.
Turner, S. P. y j. II. Turner (1990), The ímpossible Science:
An Institutional Analysis of American Sociology, Sage,
Newbury Park.
Urry, J. (1973), “Thomas Kuhn as a Sociologist of Know-
ledge”, British Journal of Sociology, 24:462473.
Waismann, F. (1951), “Verifiability”, en A. Flew (comp.),
Logic and Language, Blackwell, Oxford.
REFERENCIAS 493
Weber, M. (1949), The Methodology <■/ the Social Sciences
(trads. E. Shiils y M. A. Finch), Free Press, Nueva York. /
----(1960), The Protestant Ethic and the; Spirit of Capitaüsm
(trans. T. Parsons), Alien and Unwin, Londres.
----(1969), The rtheory of Social and Lconom.ic Organisation
(ed. T. Parsons), Free Press, Nueva York.
— (1975), “línies and the Problem of Irrationaliiy”, en M.
Weber, Ruscher and Knies: The. Logical Problem of Hislon-
cal Economics (trad. O. Oakes), Free Press, Nueva York.
— (1978), Economy and Society (eds. G. Roth y C. Wittich,
trad. I. Fischoff), University of California Press, Ber
keley.
Weider, L. (1974), Language and Social Reality , Mouton,
La Playa.
Whorf, B. L. (19;|i), Language, Thmight and Reality (cd. j.
B. Carroll), NÍÉ'T Press, Cambridge.
Willer, D. yj. Willer (1978), System alie Em piriásw , Pr enti­
ce Hall, Englewoocl Cliffs.
Wilson, T. P. (1974), ''Normativo and Interpretativo Para-
dignis in Sociology”, enj. D. Douglas (comp.), Undmtan-
ding Everyday Life, Routledge and Kegan Paul, Londres.
Winch, P. (1977), “Unclerstanding a Primitivo Society ”, en
B. Wilson (comp.), rationality , Blackwell, Oxford.
— (1990), The Idea of a Social Science, Routledge and Ke­
gan Paul, Londres.
Wittgenstein, L. (1958), Philosophical Invesligations (trads.
y eds. G. E. M. Anscombe y G. von Wright), Blackwell,
Oxford.
— (1969), On Certainty (trads. y eds. G. E. M. Anscombe
y G. von Wright), Blackwell, Oxford.
— (1979), “Remarks on Frazer’s (Miden Bough ”, en C. G.
Luckhardt (comp.), Wittgenstein, Sources and Parspecti-
ves, Harvester, Hassocks.
494 RE FE REN CIA S
Wolin, S. (1973), “Political Theory as a Vocation”, en M.
Fleischer (comp.), Machiavelli and the Nature of Political
Thoughl, Groom Helm, Londres.
Woolgar, S. (1981), “Interests and Explanations in the So­
cial Study of Science”, Social Studies of Science, 11:365-
394.
ÍNDICE ANALÍTICO
abstracción: 168-170; y el 269-280, 353-368, 415-
tipo ideal: 235, 236 417, 463; y leyes cientí­
acción y significado social: ficas: 139-151, 179
238-245, 319-328, 362, ciencia: como fenómeno
363; como descripcio­ social y cultural: 58, 59,
nes: 263-267; descrip­ 194-200, 206, 207, 218-
ciones de: 259-268; im­ 220, 291-293, 307, 309-
plicaciones del positi­ 311, 341, 342, 431; e
vismo: 282; motivos y: ideología: 427, 428; fe­
258 nomenología y; 318-320;
actitudes: 247; escalas: 292- interviene en el mundo:
298; naturales: 322; 217, 218; natural: 9, 44,
pruebas: 128 45, 97, 118, 137, 138,
Allhusser, Louis: 427 149, 161, 220, 222, 412;
análisis de la conversación: norma de demarcación:
379 181, 182; normal: 190-
análisis de variables: 239; 192, 369, 370, 373; pro­
lenguaje de: 118-126, greso: 201-207, 369-377;
136, 137, 161-163; y racionalidad de: 337,
cuantific.ación: 123 353-378, 391; sociología
apariencia y realidad: 82- de: 180-207, 368-377; y
85, 96-98 el conocimiento de lo
social y cultural: 228-
Bacon, Francis: 64, 137 233
Bhaskar, Roy: 333, 384-388 ciencias sociales: 9, 33, 34,
38-46, 60, 96, 99, 115,
causación: 90-92; razones 121-126, 134, 135, 148-
y: 250-253, 261, 262, 150, 200, 201, 220, 222,
496 In d ic e a n a l ít ic o
223, 237-239, 364-366, constructos de “primer or­
412, 415, 450, 452, 457, den”: 291, 301, 303, 307
458; ambiciones utópi­ conti afácticas: 157
cas: 458, 459; como correlación: 90, 91, 98,
ciencia de significados 123, 149-151, 167, 239
int ersu bj e t ivos: 325-328; cuantificación: 50, 51, 200,
conjuntos sociales: 127- 201, 296
137; un mundo preinter- cuestionarios: 34, 61, 122,
pretado: 281, 317-328, 286, 297, 299, 305
338; y realismo: 385 cultura: 58; estudio de:
comprensión: como meto- 227, 229, 340, 418; oirá:
do: 226-230, 284; diver­ 354-368
sidad de: 4.>6; reacción
contra el positivismo: deconstrucción: 417, 429,
228-238, 299-308; v ex­ 439447
plicación: 53. 54; y natu­ Derrida, Jacques: 390, 439-
raleza de las ciencias so­ 447
ciales: 310-328, 452, 453 Descartes, Rene: 26, 27, 31,
Comte, Auguste: 06-68, 77, 64, 110, 334
78, 92, 95, 118, 188 descentrar el sujeto: 425
conciencia: 318-328 Dilthey, Wilhelm: 228, 229,
Conductismo: 62, 2 33, 392- 232, 233
406 discurso: 378; de poder:
conocimiento: 22, 31; ba­ 430439
ses sociales del: 314, ci­ Durkheim, Emile: 10, 67,
mientos: 334; crítica de 76, 118, 246, 248; estu­
Derrida: 439-447; dis­ dio del suicidio: 82-95,
cursos del, y el poder: l.">6, 292, 300; positivis­
430439; geometría como mo: 77-99, 176>; realis­
norma universal del: 29, mo y: 80-83, 381-384; re­
30; progreso del: 65-70, conciliación del idealis­
77, 184; sociología del: mo \ el materialismo:
196-201; teorías del: 41, 96; visión de la ciencia:
•64, 112 79-81, 91, 92, 127-130;
ÍNDICE ANALÍTICO 497
visión ele la sociedad: ductismo: 393406; y po­
77, 78, 82-84 sitivismo: 111-118; y sul>
jetivismo: 285-288, 295
empíricos: indicadores: estructuralismo: 417-420;
120-126; investigación: 442; de Lévi-Strauss:
20 410-429: “descentrar” el
empirismo: 60, 145*151, sujeto: 425; pos: 417-
835, 379; dos dogmas 449
del: 211; pos: 335, 390- etnografía: 128, 331
406, 438; redefinición etnometodología: 327, 379
del: 207-218 experimento: 90
encuestas: 34, 43-47, 61, explicación: como genera­
297 lidades similares a una
entrevistas: 35, 252, 286, lev: 91, 137-149, 164,
301, 304 179; del ánalisis varia­
epistemología: e inducción: ble: 124; del estructura­
206; evolucionista: 185; lismo: 424-427; modelo
sociología como “abor­ ele, en sociología: 250-
tada”: 453; visión de 268; modelo de, hipoté-
Quine: 208-210, 393- t ico-deductivo: 145-149,
397; y fundacionistas: 156-163, 172, 178-180,
33, 334; y la autoridad 189, 209; visión de
intelectual: 17-26, 290, Winch de: 359-365, 413-
291, 333, 480; y obser­ 417, 454-456; y hechos
vación: 101-104, 111- sociales: 78-86, 89, 96; y
113, 121, 122; y signifi­ positivismo: 51-53, 245-
cados subjetivos: 325, 268, 291, 454; y signifi­
326; véase ontología cado: 240-245
escepticismo: 22, 23, 58, fenomenología: 283, 284,
64, 209, 410, 426, 471- 318-320, 329-331
476 Feyerabend, Paul: 33, 207,
estadísticas oficiales: 292- 219; ataca el método
294, 299, 300 científico: 204-206
estados mentales: 254; y con- filosofía: crítica de Derrida
•198 ÍNDICE ANALÍTICO
hacia: 489-447; de la generalizaciones est aclisti-
ciencia: 37, 109, 204- cas: 50, 51, 90
206, 218-223, 450, 451;
naturaleza de: 12-17, Habermas, Jurgen: 317,
35, 3744, (i5, 66, 70, 330
109, 209, 210, 393, 394, Ilacking, Ian: 216, 217
432, 450, 451, 464, 465, h e c h ic e r ía: 3 55-3 65
469, 470, 478-480; raí­ hechos sociales: 80-99, 131-
ces sociales e históricas 135
de: 26-31, 197, 432: vi­ hermenéutica: 54, 227,
sión de Wittgenstein 315, 316, 318, 330, 331,
acerca de: 343-353; v au- 386
toridad intelectual: 26- historia: de “gran narra­
31, 37, 450, 451, 479, ción”: 427-429; método
480; v ciencia: 452-480; herm enéutico e: 315,
y el "giro lingüístico": 316; teorías de: 66, 227,
336; y el proceso de in­ 228, 427, 428, 431, 432
vestigación: 31-40, 329- Hume, David: 65, 109, 139-
331 " 142, 166, 182, 275
Foucault, Michel: 390, 430- Ilusserl, Edmund: 319, 320
439, 443
freudismo: 181 idealismo: 69, 83, 96, 332,
fundacionismo: 17-26, 65, 380, 381
199, 209, 333-335, 450- Ilustración: 40, 63, 66, 225,
480 427, 428, 430, 438
indexicalidad: 267
Gadamer, II.-G.: 315-318, inductivismo: 142-145, 181,
330 189, 206
generalizaciones: explica­ interaccionismo simbólico:
ción correlacional de: 379
149-152; leyes como, intersubjetividad: 321-328
empíricas: 139-145, 152- investigación: 31-34, 101;
163; y estatus de la teo­ como enfrentamiento:
ría: 137-139, 173, 174 428; métodos: 44. 45,
ÍNDICE ANALÍTICO 499
125, 120, 154, 155, 244, libre albedrío: y determi-
245, 283, 301-304, 309, nismo: 277-280
328, 329; program as: lingüística como modelo
202,203 para el análisis cultural:
419-430
Kuhn, Tilomas: 33, 35, Locke, John: 27, 32
214, 216, 218, 310, 467; logocentrismo: 445
opinión acerca del avan­
ce científico: 190-207; y Marx, Karl: 10, 69, 79, 83,
el relativismo: 368-375; 310, 317, 382, 427, 460
y Popper: 193-196, 372, materialismo: 78, 79, 83,
373 96, 381-383
mediciones: 295-299
Lazarsfeld, Paul F.: 119- mente y materia: 229-231,
124,238 234
lenguaje: cimientos del, en metafísica: 11, 72, 106, 123,
la filosofía social: 338- 394
342; como cosmovisión: Methodenstreil: 226-230, 309-
341, 342; como discur­ 311
so: 434-438; como ideo­ método científico: 33, 34,
logía: 418; como inte­ 87, 88, 148, 149, 305-
racción social: 288-308; 307; 467; abandono de:
de Wittgenstein: 343- 206; carácter lógico del:
365, 387) 403-405; en la 107; cientismo: 206,
hermenéutica: 315-318; 479; como hipótesis con­
en la investigación so­ jetural: 183; unidad: 66,
cial: 377-380; ordinario: 76-79, 97, 100, 218, 412-
295, 379, 395; teoría de 417
De Saussure: 418, 420; v método documental de in­
1 1

la realidad social: 288- terpretación: 270, 271


j

309, 332-342, 355-365, Mili, John Stuart: 67, 78,


375-377, 387 90, 95, 137, 142, 148,
Lévi-Strauss, Claude: 419- 156
430 mitos: 420-430
500 INDICE ANALÍTICO
modelos estadísticos: 50, epistemología evolucio­
51, 90 nista: 185; refutac.ionis-
motivos y descripción de la mo de: 180-189, 202; y
acción social: 245-208, Kuhn: 192-196, 206,
395, 390 371-377
muestras: 155, 158, 159 positivismo: 43-53, 200,
mundo vital: 317-328 220-222, 231, 233, 454,
456, 457; antecedentes:
nihilismo semántico: 417 63-65; crítica a sus méto­
dos: 245-268, 280, 282,
ontología: como condición, 283, 291, 292, 300-302,
para la comprensión: 309, 310, 328, 329; Durk-
330; diferencia entre el lieim y: 77-99; e integra­
mundo natural y el so­ ción social: 291-308, 326;
cial: 228-230, 338: l)urk- elementos del: 70-76; re­
heim: 97; e individualis­ visión de Popper del:
mo metodologico: 131- 183-185; y eí lenguaje de
133, 130; 137; indeter­ la observación: 101-118,
minación al traducir: 307, 308, 310; y funda­
214-218; realismo en: cionismo: 334,335,450,
222; y la autoridad inte­ 467-472; y leyes: 139-
lectual: 17-20; y la ob­ 152, 361; y los significa­
servación: 110-114, 121, dos de sentido común:
124; y significados de 285-308; y teoría: 164-
sentido común: 285- 177, 218, 219
291, 321; véase episte­ positivistas lógicos: 105-
mología 110; y los estados men­
operacionismo: 152, 153 tales: 111-118
principio de caridad: 409
paradigmas: 191-190; cien­ proposiciones analíticas y
cia social como: 194- sintéticas: 105, 106, 142,
196; inconmensurables: 211
192, 193, 214, 215 Putnam, Hilary: 215-217,
Popper, KarJ: 33, 305, 467; 219
ÍNDICE ANALÍTICO 5 01

Quine, W. V. O.: 37; con- 353-368, 414, 415, 452,


cluctismo de: 393-407; 453
indeterminación al tra­ reificación: 132
ducir: 214-218; 393-407; relativismo: 49, 207, 210,
412-417; redifinición del 308, 336, 337, 380, 381;
empirismo: 207-218, 390, de Kuhn: 368-375; e in­
394-407 conmensurabilidad de
pensamiento: 341; epis­
racionalidad: 56, 407, 428- temológico: 385; y ra­
430; y ciencia: 192, 193, cionalidad: 56, 57
201-207, 332, 390-393, religión: 89, 339, 353-359
412-417, 475; y princi­ representación: crisis de:
pio de caridad: 409, 411 429, 430, 439
racionalismo: 67, 110, 380, Rickert, Heinric.li: 230-233
439 romanticismo: 69
razones: frente a causas:
269-280, 353-368, 462, Saussure, Ferdinand de:
463; y explicación: 243- 418, 420
247, 456, 457 Schutz, Alírecl: 55, 244,
realismo: 125, 217, 220, 284, 320, 321, 323-327,
222, 223, 381-387; onto- 341
lógico: 385; significado: sentido común: 55, 56, 283;
413; trascendental: 333; conocimiento de las es­
y ciencia: 384-387, 425 tructuras sociales: 303,
reconstrucción imaginati­ 322-327; y métodos po­
va: 230 sitivistas: 285-308
reduccionismo: 133; psico­ significado: acción y, so-
lógico: 134 ' cial: 238-268, 283-309;
reglas: categoría ontológica análisis de Wittgenstein:
1de: 243-245, 353-368; de 344-353, 403-406; críti­
acuerdo con, implica­ ca de Derrida: 439-447;
ción de: 259-261, 303- de un actor: 55; dentro
306; y descripción de la del lenguaje: 346-353;
acción social: 245-268, equivalencia en medi-
502 ÍNDICE ANALÍTICO
dones: 295-299; inde­ 218, 288; y lenguaje:
terminación: 394-406" 316, 317
interpretación de Qui­
ne: 394-406, 413; “pro­ Weber, Max: 10, 55, 133,
vincias finitas de”: 323, 233-238, 240, 246, 249,
324; realismo: 413 284, 311-314, 318, 320,
Smith, Adam: 76 321, 326, 329, 330; neu­
sociología: 9, 61, 66, 134, tralidad del valor: 235-
458, 463; como “episte­ 238; protestantes ascéti­
mología abortada”: 453, cos: 249, 253, 312;
466; concepción de Durk- verstehen: 237, 312, 329;
heim de: 77-99; concep­ y tipos ideales: 236,
ción de Weber de: 240; 312, 313, 329
de la ciencia: 196-201; Winch, Peter: 55, 271, 337-
m odo de explicación 339, 342, 343, 387, 392,
de: 247-255 413-416; acerca de re­
Spencer, Llerbert: 67, 69, glas, razones y causas:
78 353-365, 413-415; idea­
lismo y: 380, 381; la
teoría: fenomenología y: idea de una ciencia so­
327; generalizaciones y: cial: 339-368, 452-456,
126, 137-163; internalis- 462, 463, 465; y el rela­
ta frente a una visión tivismo: 380, 381, 407-
externalista de las: 211, 409; y otras culturas:
217; reflexiva: 426; sub- 354-358
determinación de: 193, Wittgenstein, Ludwig: 41,
208-218; y positivismo: 452; acerca de la natu­
164-177 raleza del lenguaje: 343-
tipificaciones: 303, 325, 326 353, 378, 403, 404, 418;
autonomía de la gramá­
valores: 7, 116, 288, 301 tica: 345, 351-353, 378,
verdad: determinación so­ 388; y Derrida: 447-449;
cial de: 199; teoría de la y sus críticas a la filoso­
correspondencia de: 104, fía: 343, 462, 467-480
ÍNDICE GENERAL
P re fa c io ....................................................................... 7
I. La filosofía de laciencia s o c ia l ..................... 9
Introducción ................................................ 9
La naturaleza de lafilosofía .................... 12
La ontología, la epistem ología y la a u t o r id a d inte­
lectual. 17; Raíces sociales e históricas d e la filo­
sofía, 26
La filosofía y el proceso de investiga­
ción . ................................................................ 31
La razón de ser de este l i b r o .................. 40
II. La ortodoxia positivista .............................. 60
Los antecedentes intelectuales............... 63
El positivismo de C o m te, 66
Los elementos clel positivism o............... 70
El positivismo ere Durkheim .................. 77
A lgu n as lecciones del positiv ismo de Durkheim ,
O :')"

III. El positivismo y el lenguaje de la investiga­


ción so cia l ........................................................ 100
El lenguaje de la observación ............... 101
Los positivistas lógicos, 105
El lenguaje de la observación y los es­
tados m en ta les.............................................. 111
504 ÍNDICE GENERAL
El lenguaje ele las variables, 118
Conjuntos sociales frente al individua­
lismo m etodológico................................... 127
La naturaleza de las generalizaciones y
el estatus de la t e o r í a ................................. 137
Las leves co m o generalizaciones empíricas, 139
El modelo de la explicación hipotético-
dcductivo........................................................ 145
La explicación coirelacion al ele las generalizacio­
nes, 149; Generalizaciones n om ológicas y g e n e ­
ralizaciones empíricas, 152
El positivismo y la t e o r í a ......................... 164
IV. El positivismo y la concepción de laciencia 178
Una vez más, el modelo de explicación
hipotético-deductivo ................................. 178
El refutacionismo de Popper y el camino
a la sociología de la c i e n c i a .................... 180
El giro k u h n i a n o ......................................... 190
El im pacto sobre la sociología d e la ciencia, 196;
El p ro g res o científico y el m é to d o científico, 201
Redefinición del empirismo ............... 207
Las implicaciones para la investigación
s o c ia l............................................................... 218
V. La alternativa interpretativa ..................... 224
Algunos predecesores intelectuales . . . 225
Las intervenciones de Weber, 234
Acción y significado social .................... 238
Razones frente a c a u s a s ............................ 269
VI. Concepciones legas y científicas .................. 281
ÍNDICE GENERAL 505
Los métodos positivistas y los significa­
dos de sentido c o m ú n .............................. 285
l.a integración social ele los métodos positivistas,
291
Concepciones alternativas de la ciencia
s o c ia l............................................................... 309
Conclusión ................................................... 328
VIL Lenguaje, realidad v racionalidad ............ 332
Los cimientos del lenguaje .................... 338
Lenguaje y significado ............................ 343
Revisión de reglas, razones y causas, 353; Identi­
ficar reglas y otras culturas, 365
El giro k u h n i a n o ......................................... 368
De nuevo el lenguaje, 375
El tjiro lingüístico en la investigación so­
cial . . . .....................................'.................. 377
La cuestión del relativismo y el idealismo 380
El realism o..................................................... 381
Realismo y ciencia, 38-1
Conclusión..................................................... 387
VIII. La evaporación del significado .................. 390
El posempirismo ......................................... 392
El conductismo de Quine, 303; La tesis de la inde­
terminación, 397. El ataque de Davidson al relati­
vismo, 407; El intento de Roth por resolver la pug­
na de la racionalidad, 412
El posesíructuralismo ............................... 417
El estructuralismo de Lévi-Strauss, 419; Foucault y
los discursos del conocimiento y el poder, 430; De­
rrida y la deconstrucción, 439
Conclusión..................................................... 447
506 ÍNDICE G E N E R A L
Conclusión .................................................. 450
Referencias ....................................................... 481
índice analítico ........................................... 495
Este libro se terminó de imprimir y encua­
dernar en el mes de septiembre de 1999 en
los talleres de Impresora y Encuadernadora
Progreso, S. A. de C. V. ( i e p s a ), Calz. de San
Lorenzo, 244; 09830 México, D. F. Su compo­
sición, en que se usaron tipos Baskerville de
10:12, 9:11 y 8:9 puntos, se hizo en Schussheim
y Asociados, Arenal, 255; 14420 México, D. E,
a cuyo cuidado estuvo la edición, que consta
de 2 000 ejemplares.

Você também pode gostar