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Desde que recuerdo, las señas, los audífonos, los ruidos que emiten las personas
sordas siempre han estado en mi vida, nada más curioso que una mujer moviendo sus
manos en un minúsculo cuadro en la tele vestida de traje negro y yo rodeada de
preguntas hacia ellos - los sordos - , su vida, sus habilidades; me enseñaron a bailar, a
hablar con los ojos, a decir secretos sin ser al oído, su cultura que es tan distinta a la
mía, sin pelos en la lengua para comentar y opinar, siendo muy ellos, sin pena.
Y era que en ese momento se ganaban batallas con miras a inclusión, bilingüismo y
leyes de accesibilidad con un perfil que prestaría su servicio de Intérprete. Pero aún
así siempre me preocupó su adquisición de su segunda lengua, tan distinta a su ágrafa
materna que incluso trataba de generar ideas para arreglar eso – claro - procesos
caseros para que obtuvieran una competencia no solo comunicativa y pudieran
independizarse no solo de nosotros (los intérpretes), sino de todo aquel que no les
permitiera avanzar y surgir.
Y ocurrió que sin buscarla estaba allí la respuesta, no era solo teoría, era la prueba
vívida del avance, un paso más a esa libertad del oyente; incrédula en los inicios para
ser honesta, sin nunca considerarlo absurdo, por supuesto, sesión tras sesión seguía
de cerca el intento de una futura diplomada con un adolescente y su progreso notorio
en la escritura con algo llamado “pares mínimos” y así se fueron cautivando mis
expectativas.
Y es que ha sido ésta una opción de solución al reto cuyo propósito es que los niños y
adolescentes sordos puedan leer y escribir como cualquier oyente de su edad y así ha
sido nuestro esfuerzo por cumplirlo y que su rendimiento académico no siga viéndose
afectado. Por esta razón y al momento de realizar mi práctica aplicada al ejercicio,
decidí empezar de cero, con una niña sorda profunda de nacimiento y 0% español
escrito en un tercer grado de primaria; a lo largo del proceso se llevó seguimiento y se
observaron los efectos esperados que la logogenia ejerce, terminando la práctica con
una niña con mayor grado de concentración, leyendo órdenes y ejecutándolas
correctamente, además de generar hábitos de trabajo.
Como logogenistas debemos ser cuidadosos al ser “usuarios maduros”, esos modelos
de nuestro idioma, y además ser creativos, para que no se considere la técnica como
una más y aburrida, por el contrario será tan innovadora que el estudiante se sentirá
motivado a continuar y dejar a un lado el odio guardado de muchos hacia el español.
Los resultados son sencillamente increíbles.
JOHANA CASTRO
LOGOGENISTA EN FORMACIÓN