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Diario de un preso político chileno

Haroldo Quinteros
Ediciones De La Torre
Madrid, 1979

Indice

Presentación |
Prólogo

Prefacio

Iquique, 5 de
diciembre, 1973
6 de diciembre | 7
de diciembre | 8 de
diciembre
| 9 de diciembre | 15
de diciembre | 23 de
diciembre

1 de Enero de 1974
| 3 de enero | 4 de
enero | 6 de enero
| 8 de enero | 10 de
enero | 11 de enero
| 13 de enero
| 14 de enero | 15
de enero | 28 de
enero

Santiago, 5 de
Febrero | Carta

Diario de un preso político chileno


HAROLDO QUINTEROS
EDICIONES DE LA TORRE
Madrid, 1979

Haroldo Quinteros nació en el desierto del Norte de Chile, en un pueblo salitrero,


Iris. Su padre era marinero y su origen familiar totalmente proletario. Llegó a
estudiar mediante becas. En 1965 trabajó como profesor de español en el Instituto
de Lenguas Extranjeras de Pekín (China). En 1966 fue nombrado profesor de
Idiomas en la Universidad de Chile.

Ha publicado muchos artículos de índoles científica y política en revistas chilenas


y bolivianas.

Dirigente del Partido Socialista, en el momento del golpe, en 1973, era consejero
de la Universidad -sede Iquique-, y presidente de la Comisión de Asuntos
Docentes, habiéndose destacado en el proceso de Reforma de la Universidad en
nombre de la Unidad Popular.

En la actualidad, profesor de Pedagogía en la Universidad de Tübingen (R.F.A.) y


prepara una tesis sobre "Pedagogía del sub-desarrollo".

Haroldo Quinteros, 1979


EDICIONES DE LA TORRE
Espronceda, 20 - Madrid-3
Primera edición: septiembre, 1979
Núm. de edición: 01.069
ISBN: 84-85277-73-2
Depósito legal: M. 36.207 -1979
Printed in Spain - Impreso en España
Imprime: Imprenta Julián Benita. Ulises, 95. Madrid-33

INDICE

Dedicatoria
Prólogo
Prefacio

Iquique, 5 de diciembre, 1973


6 de diciembre
7 de diciembre
8 de diciembre
9 de diciembre
15 de diciembre
23 de diciembre
1 de Enero de 1974
3 de enero
4 de enero
6 de enero
8 de enero
10 de enero
11 de enero
13 de enero
14 de enero
15 de enero
28 de enero
Santiago, 5 de Febrero

Carta
Notas

A mi patria, hoy oprimida.


A mis compañeros asesinados por el fascismo de Chile.
A mis seres queridos, que tanto quisieron mi vida.

PROLOGO

Este libro aparece publicado, en verdad, bastante tiempo después de ser escrito:
seis años.

Sin embargo, ello tiene sus causas. No fueron pocos los problemas que a lo largo
de tres años impidieron su publicación, desde mi llegada a Europa, como
refugiado político. Cuento entre los problemas principales las dificultades
económicas de la editorial que se ha interesado en él, la promesa incumplida de
un español ilustre de redactar un prólogo y mi renuncia a insistirle. Pero esto ya no
tiene ninguna importancia. Este "Diario" por fin aparece. Y lo más importante es
que aunque su publicación no fue muy a tiempo, sus modestas páginas tienen,
estoy seguro, actualidad.

Estas páginas son un testimonio de qué es el fascismo, en la vida misma. No he


cambiado nada del original, ni he corregido notorias faltas de estilo. Es lo de
menos. Este "Diario" no fue escrito con ese propósito. Cuando lo escribía, rodeado
de esbirros y bayonetas, intuía que pudiera servir de algo, y así creo quesera: este
librito justificara su existencia si alcanza, aunque ligeramente, a comprometer a
más personas en la lucha contra el fascismo de nuestros días en donde éste esté;
si ayuda a fortalecer la solidaridad mundial -en el lugar en que se publique- con la
Resistencia Chilena, y si los combatientes chilenos, de fuera o de dentro de
nuestra patria, ven en la realidad que se describe alguna luz que sirva para luchar
mejor.

Este mi "Diario" es, pues, por sobre todo, un documento antifascista. El fascismo,
que no murió en 1945, que está vivo entre nosotros y al acecho, es preciso
destruirlo desde su incubación. Su acción de exterminio físico y espiritual del
hombre puede ser evitada sólo si se tiene conciencia del peligro de su propia
existencia en nuestros días.

Como se podrá inferir de la historia, y de las páginas de este librito, el fascismo no


muestra su verdadero rostro desde sus comienzos. Mucho antes de conquistar el
poder, Hitler prometía al salir de la cárcel, luego del intento de Putsch de 1923,
que respetaría fielmente la democracia, la legalidad. Pinochet hacía lo mismo
pocos días antes del golpe de estado. Y lo mismo hacen tantos "demócratas" hoy
en día, algunos no lejos del poder en países europeos, y en todos los continentes.
En Chile, Pinochet, el que fuera un militar "constitucionalista", se ha convertido en
el arquetipo del dictador fascista latinoamericano. Sus cómplices, las viejas castas
conservadoras, dueñas tradicionales del poder económico y de las cortes de
justicia, que con tono alquitarado y entornando los ojos no cesaban en su
cháchara diaria sobre el "peligro comunista" que representaba el Gobierno de la
Unidad Popular, participan hoy sin escrúpulos del poder y, naturalmente, de la
responsabilidad de su ejercicio.

Los crímenes de la Junta fascista que oprime a Chile son de sobra conocidos.
Para muchas personas sin embargo, no pasan de ser lamentables "hechos".
Quiso este libro alcanzar los lindes de la verdadera y vivida realidad, que
conmueven mas que una noticia, por muy fuerte o infausta que ésta sea. Esa fue,
en suma, la razón más cardinal de su escritura.

Creo que esta razón se ve fortalecida por otra cualidad de este modesto libro.
Escrito en el pasado, este "Diario" engarza, creo, con el acontecer político de hoy
en mi país y con el trayecto que ha recorrido la izquierda chilena a lo largo de
estos últimos seis años de lucha clandestina. Aclaro, primero que nada, que este
libro no es un análisis político, ni pretendió serlo. No fue escrito por un dirigente
importante ni en tiempos de calma intelectual. Pero estoy seguro que refleja ya
entonces la necesidad de cambios en la política de la izquierda chilena. Refleja,
entre otras cosas, que el error fundamental nuestro fue no haber estado nunca
verdaderamente unidos frente a una sola dirección, por el tradicional espíritu
sectario y obcecado que caracterizó por mucho tiempo a una gran cantidad de
líderes de nuestra izquierda. Carlos Altamirano, ex-secretario general de mi
partido, el Partido Socialista de Chile, por ejemplo, junto a otros caudillos, siempre
ha tratado de centrar el problema en que los errores fueron de "derecha", con el
ánimo, claro está, de deslindar responsabilidades. En no pocos documentos, el
Partido Comunista Chileno, luego del golpe, con el mismo propósito embiste
contra la "ultraizquierda" que llegó, según él, a ser el "caballo de Troya" dentro de
la Unidad Popular y hasta ha dicho explícitamente que Allende, en definitiva
miembro de otro partido, no poseía una "formación marxista acabada". Creo, pues,
que este "Diario" demuestra que ningún partido de la izquierda chilena estaba en
condiciones orgánicas ni ideológicas como para pretender la exclusividad de la
razón ni menos como para reclamar el monopolio de la conducción de nuestro
proceso revolucionario al socialismo.

Fue así como directivas diferentes dadas por cada partido y una imperdonable
falta de información veraz y oportuna desde la cúspide de las direcciones políticas
de los partidos, sumamente elitarias, dieron lugar a fatales confusiones, falsas
ilusiones y desinteligencias en la lucha diaria de las bases partidarias. A pesar de
ello, no hubo la menor falta de heroísmo ni decisión de aquellas bases, lo que,
digámoslo con franqueza, opacó para siempre la estrella de muchos dirigentes y
caudillos.

Hoy, en 1979, nuestra lucha tiene características muy diferentes a las que tuvo
antes del golpe. Las guerrillas intestinas de la izquierda han disminuido
notoriamente y con energía nuestras direcciones en el interior han corregido los
viejos vicios del personalismo y la indisciplina fraccionalista, que siempre
encabezaba algún caudillo o un representante de turno de cual o tal tendencia o
"alternativa". Este fenómeno es evidente en el Partido que más necesitaba de
estos correctivos, el Partido Socialista, el más popular, el más grande de la
izquierda, pero a la vez el más, hasta ayer, desorganizado y atomizado en
fracciones. No es raro, pues, que a quienes le corresponde la preeminencia en la
conducción de la lucha anti-fascista, sean los dirigentes que en la clandestinidad
operan en Chile, que no están encabezados por ningún líder carismático ni
caudillo alguno. Está dirigida la lucha en Chile, simplemente, por direcciones
políticas que trabajan cada día más unidas, que han corregido sustancialmente en
los últimos meses los vicios del exclusivismo, del sectarismo acrítico y las
zancadillas. Además, y por fortuna, muchos caudillos de inveterada vocación
divisionista están quedando definitivamente en el camino, aquéllos que decían
"déjame trabajar tranquilo con mi fracción, que yo dejaré a la tuya hacer lo mismo.
Luego veremos quién tenía razón..."

Hay razones, entonces, para tener confianza en la victoria en nuestro largo camino
de lucha.

Hoy ha triunfado en Chile en el seno de la izquierda la voluntad de formar un


amplio frente contra la Junta fascista. El enemigo ha demostrado ser fuerte: posee
una organización militar vertical que -hay que admitirlo- Pinochet controla todavía.
Tampoco la Junta ha perdido el apoyo del imperialismo norteamericano ni alemán.
A pesar de las sonrisas humanitarias de Carter y también a pesar de la
investigación que ordenó para esclarecer el asesinato de nuestro Orlando Letelier,
el gobierno norteamericano no puede impedir que las grandes transnacionales y
bancos sigan apoyando a Pinochet, pues ven en Chile una jugosa y barata
inversión.

Estas consideraciones realistas constituirían un fatalismo si nos llevaran a


entregar nuestros esfuerzos a una alternativa más suave del propio imperialismo,
como aquella que más se estila en su seno: cambiar el general uniformado del
golpe, Pinochet, por el general civil del mismo, Eduardo Frei. De ninguna manera
se puede hipotecar indefinidamente nuestro proceso por librarnos de Pinochet. Al
fin de cuentas, Frei es un buen reaccionario que no hará nada por cambiar nuestra
sociedad capitalista atrasada ni sus relaciones con los centros mundiales del
capitalismo. La "sociedad comunitaria" que ofreció Frei y los demócrata-cristianos
en 1964 fue pura retórica propagandística. El sistema se mantuvo sólidamente
parado sobre sus bases. Finalmente su adhesión al golpe fascista, cuyas
consecuencias en sangre Frei conocía, lo caracterizan definitivamente como un
ardiente defensor del status quo. żAcaso nuestro poeta Pablo Neruda no escribió
con tanto acierto en su lecho de muerte aquella diatriba que empieza así: "Nixon,
Frei, Pinochet..."?

Los dirigentes nuestros tienen conciencia de este problema. Y si algunos no la


tuvieran hay mejores recursos que antes para impedir graves errores. Tengo
confianza, como simple militante que siempre fui, que las políticas de alianzas que
deberán realizarse no nos llevarán a otro desastre. Nuestras experiencias
ganadas y la dolorosa lección del golpe y gobierno fascistas nos han dado más
temple y más cálculo.
En fin, que este testimonio advierta sobre el fascismo, sobre sus crímenes de ayer
y de hoy, y que pueden ser los de mañana. Que también sirva este librito para dar
más fuerza a la solidaridad mundial con nuestra lucha por la libertad. Que sirva
también para enaltecer la figura de los mártires que protagonizan su trama. Ellos,
desconocidos y humildes, no hicieron teoría ni grandes discursos. Pero lo glorioso
de su holocausto y su consecuencia revolucionaria basta para obligarnos a
vencer.

H. QUINTEROS
Junio, 1979

PREFACIO

Poco tiempo después de mi llegada a Bélgica, en calidad de refugiado político, me


pongo a ordenar las páginas que vienen. Cuando las escribía no pensé jamás que
podían transformarse en este librito. Las escribí porque lo sentí necesario, porque
no debía olvidarse nada, porque quise hacerlo con toda mi alma. Gracias al aliento
y al interés de muchos compañeros europeos en esta lucha contra la Junta
Fascista de Chile, me decidí por fin, a esta publicación.

Este escrito bien podría causar más de una crítica, de estilo, o bien política. Pero
creo que este riesgo es natural si se trata de algo auténtico y hecho en las
condiciones de las cárceles chilenas. Además, no soy escritor y no lo seré nunca.
Lo cierto es que lo que apunte en este diario es real, y los sentimientos de mis
compañeros presos y míos, fueron, esencialmente reales, sentidos y vividos.

Y si hay algo que me interesa en la publicación de este libro, es que se conozca la


personalidad y el ejemplo de los compañeros que conocí tan de cerca y que
fueron asesinados, luego de sufrir las torturas tan sofisticadas que aprendieron los
golpistas de Chile de sus maestros norteamericanos.

Esos jóvenes inmolados por sus ideales, no deben ser héroes desconocidos. Su
decisión de conquistar una sociedad más pura, más humana, su afán de perseguir
la perfección del hombre, los condujo a la muerte. Su decisión de morir por esos
ideales, sus últimas palabras en aquella noche de Pisagua, estoy seguro, que los
resucita definitivamente.

La forma en que este diario pudo salir de la cárcel y de Chile, demuestra, en una
modesta medida, que el fascismo, a fin de cuentas, no controla todo, que es
vencible y que ni siquiera cuenta con la totalidad del aparato militar y burocrático
que ha usurpado.

Gracias, por último, a todas las personas que han colaborado en la publicación de
este libro.

EL AUTOR

IQUIQUE, 5 DE DICIEMBRE 1973


Anteayer llegamos a Iquique, y es la primera vez que puedo escribir. Tenía unos
deseos enormes de hacerlo, desde Pisagua.

¿Por dónde empezar? Estoy cansado, pero no apagan la luz de la celda, he


conseguido papel y lápiz y tampoco puedo dormir. En mi alrededor los 30 o más
compañeros que ocupamos esta estrechez no dejan de cantar, de hacer todo el
ruido que se puede y, eso, en todo caso no me dejará dormir. Nos han dicho que
el próximo jueves tendremos la primera visita, ¡la primera visita! Desde el golpe no
he visto a nadie y hasta me acostumbré a la idea de no ver a ninguno de mis
familiares, jamás. También existieron esos dos o tres días cuando supe que no los
volvería a ver nunca. Esos días escribí un poco, pero tuve que destruir el escrito
una hora más tarde. Hoy veré si soy capaz de resumir todo lo que ha ocurrido, en
estos tres últimos siglos... tres meses que me han parecido una eternidad, una
pesadilla sin fin, llena de muertos, y de despedidas para siempre, de amenazas,
torturas, palos, azotes y todo lo que podían hacer estos canallas fascistas, que
cabe en todo lo imaginable.

Si tuviera que empezar de alguna forma tendría que ser desde el comienzo de mi
vida, por lo menos desde el comienzo de mi vida en política, desde que era un
adolescente. Sé, sin embargo, que tendré tiempo de sobra para esos detalles, y
me urge hablar de lo que ha ocurrido ahora último.

El día 10 de septiembre tuvimos un pleno regional del Partido. Freddy (1) debía dar
cuenta de las últimas informaciones que habían llegado de Santiago. El local del
Partido estaba repleto (2) y no faltaba ningún dirigente de núcleo ni líder sindical.
Hablamos todos los que teníamos responsabilidades en la dirigencia regional, y
cual más cual menos enfatizamos la ¡dea de parar el golpe fascista que
preparaban algunos facciosos en el ejército. A pesar de lo severo de nuestro tono,
en el fondo nadie se imaginaba lo que iba a suceder.

Tal como los documentos que nos llegaban, en el fondo confiábamos que el golpe
no vendría, y si había alguna intentona sería fácilmente aplastada, como la del 29
de junio (3). En caso de intento de golpe no había duda que el ejército por lo menos
se iba a dividir... y el contrapeso de la fuerza del pueblo, de la clase obrera
organizada nos daría el favor a nosotros. Había confianza. Claro que la había.

Al salir de la reunión los compañeros lo hicieron sonriendo, cantando con mucha


alegría, como de costumbre nuestro himno, "La Marsellesa Socialista". Ya no
recuerdo bien todo lo que allí se dispuso. Sólo recuerdo que yo debía redactar un
panfleto y entregarlo el 11 en la tarde a algunos dirigentes poblacionales y
sindicales, panfleto este dirigido al pueblo, por sobre todo a los trabajadores, en
torno a parar las intentonas golpistas de la derecha que ya en esos días llamaba a
las Fuerzas Armadas a dar el golpe sin ningún tipo de tapujos. En ese panfleto,
por ejemplo, me refería a una denuncia hecha por algunos compañeros en
Santiago: la Radio Agricultura lanzaba un mensaje en clave: "La Caperucita Roja
está con nosotros". Esta radio de la ultraderecha se había caracterizado por este
tipo de mensajes, pero estábamos seguros que se refería esta vez a algún oficial
golpista. Después, en Pisagua, supe que la Caperucita era Pinochet.
Es trágico, trágico y cómico. Nuestra zona obrera, firme con el Gobierno Popular,
no se acostumbró nunca a la idea real del golpe. A intentos sí, pero perfectamente
destruibles. Nos habían inyectado como una droga aquello de la "división del
ejército", a pesar que día a día veíamos con una nitidez que hoy me parece más
increíblemente clara, cómo perdíamos posiciones, cómo el imperialismo, la
derecha y el freísmo (4) tomaban la iniciativa en todo, y siempre nosotros a la
defensiva. A mí personalmente nunca me cupo duda lo del enfrentamiento, y a
ninguno de nosotros los del Comité Regional. Pero hay que reconocer que en el
fondo, junto a todo el resto de la UP y también del MIR, habíamos sobreestimado
nuestra fuerza. Y creo que desde el Norte era más fácil caer en este error. Lejos
de las señoras de las cacerolas, de los atentados terroristas de. los asesinos de
Patria y Libertad y sediciosos afines, en una zona obrera... Por lo menos ahora,
por lo menos, ya será más difícil engañarse.

El 10 trabajé hasta muy tarde en la noche. Mi compañera en Santiago, con nuestra


hijita, con sus padres, me permitía ser más desordenado que de costumbre en lo
que se refería a horas de llegada, o de dormir. Además, a la salida de la reunión
del Partido me quedé mucho rato en el "living" de mi casa conversando con Juan
Antonio (5) lo que siempre hacíamos, pues éramos vecinos. Planificamos juntos el
panfleto en medio de muchas tazas de té y unos sandwiches que preparamos.

Al día siguiente debía levantarme temprano para partir a la Universidad y dormí


muy poco esa noche del 10. Juan Antonio se fue como a las 2 de la mañana, y yo,
luego de redactar el escrito me fui a la cama a eso de las 4. El 11, como siempre
salí a las 8,20 de la mañana. Debía hacer trabajo de colocación de notas
solamente, ya que las vacaciones de invierno todavía no terminaban. Todo era
normal, así se veía. Quizás por vez primera, por esas casualidades de la vida, no
había puesto la radio esa mañana al levantarme, y luego tuve la primera noticia
del golpe por un alumno militante del MIR. "Parece que hay golpe", me dijo. "En
Santiago hay mucho movimiento de tropas y dicen que Allende, que está en La
Moneda, no quiere entregar el gobierno". Recuerdo muy bien que en ese momento
llegaron estudiantes de la Brigada Universitaria Socialista. Eran ya las 9. "
¡Compañero, hay golpe, y parece que se está peleando en Santiago"! Era extraño.
En Iquique no había ruido, no pasaba nada. Salimos a un patio y pudimos
reconocer por la playa movimientos de tropas. Salí de inmediato al Partido. Fue lo
primero que se me ocurrió hacer. Eran casi las 10 de la mañana. Tuve la suerte de
encontrarme con un colega profesor que me llevó en automóvil hasta dos o tres
cuadras antes del local del Partido. Alcancé a ver todo tipo de vehículos blindados
y algunos hombres que estaban contra la pared y con las manos en la nuca
rodeados de soldados. Y así empezó una huida que no duró más de tres días.

Ya es imposible seguir ahora. Es raro que nos dejen solos. Estoy seguro que esto
va a cambiar. Pero ya todos duermen y yo no doy más. Seguiré mañana. Por lo
menos hay dónde y cómo "fondear" estos papeles.

6 DE DICIEMBRE

En uno de los lugares que me escondía logre establecer contacto con los demás
compañeros. La orden era ocultarse, lo que me daba una ira inmensa. Pero no
cabía duda. era un golpe total y para resistir había que estar bien armado y bien
preparado. Y no lo estábamos en absoluto. La muerte de Allende, nuestras
cabezas pedidas por los diarios y las radios... y la euforia de los cabrones
golpistas. Los gritos agradecidos de ese maldito Vilarín. Agradeciendo a Pinochet,
que no hacía ni veinticuatro horas había jurado lealtad al gobierno ante todo el
pueblo de Chile. Una radio yanqui no se explicaba porqué los militares no habían
dado el golpe antes... Podrían pedir explicaciones a la CIA y a ese criminal
llamado Nixon, a Frei y a cuanto fascista de Chile, ¡ No lo dieron antes porque no
pudieron antes! Pudieron cuando empezamos día a día ceder, con la renuncia de
Prats, con la entrega del Canal 9 de Televisión (6), cuando les regalamos la Ley de
Control de Armas, dirigida a investigarnos a nosotros y a armar más y mejor las
huestes de la sedición, cuando poníamos de ministros a golpistas reconocidos
como Ruiz Danyau, que Allende lo saca en vista de sus afanes golpistas y que las
señoronas del Barrio Alto lo cubren de homenajes y manifestaciones a su favor,
todo perfectamente planeado. Cuando nuestros militares, los constitucionalistas,
caían a balazos sin que hiciéramos nada. Cuando en fin, les dejábamos hacer.
Entonces pudieron, cuando no se nos ocurrió que también se podía pelear y hasta
el fin por la revolución que le prometimos al pueblo. No pude contenerme y salí a
la calle. Lo mejor disfrazado que pude, pude conversar con la gente, saber noticias
de Santiago. Se nos buscaba por cielo y tierra, y el día 14, buscando un nuevo
lugar U donde esconderme, puesto que el que tenía anteriormente ya no era
seguro, caí preso. Algunas patadas, y al regimiento de Telecomunicaciones. Allí
me encontré con algunos compañeros, entre ellos Juan Antonio y varios dirigentes
juveniles. Entre los detenidos estaba Julio Cabezas. un funcionario del estado, de
carrera y de muy claras tendencias democristianas tomicistas (7).

Había unas doscientas personas y allí mismo supe que a unos cien metros de
nosotros había otro recinto para mujeres. Sentí un escalofrío cuando me imaginé a
las compañeras nuestras en manos de estos malditos. Los saldados que nos
celaban no hablaban y había en sus rostros una especie de asombro. Nos
conocían, era obvio, y tenían instrucciones de no hablar con nosotros. Allí supe
que al alcalde Soria, del Partido Socialista, a varios jefes políticos y de gobierno
los habían arrestado el mismo día del golpe y llevado a Pisagua... Pisagua.

La historia se repetía, y esta vez como comedia, como diría Marx. Otra vez
Pisagua, el campo de concentración de González Videla (8). "No hemos aprendido
nada", repetía un viejo obrero a mi lado. Julio Cabezas no hablaba, por lo menos
ese primer día, 14 de septiembre. Yo no lo conocía personalmente y sabía que era
un hombre inteligente y que hizo mucho contra el contrabando de drogas, de
alimentos hacia países limítrofes, de automóviles, etc., y que era muy odiado por
aquellos "intocables", muchos de ellos jueces del corrompido Poder Judicial
chileno, debidamente desenmascarados y a medias castigados.

Después de un día de hambre y frío, fuimos interrogados por primera vez.

Alrededor de las 11 de la noche del día de mi detención fui conducido con las
manos en la nuca y rodeado de seis soldados armados hasta los dientes, con
granadas y cuchillos, aparte del muy yanqui fusil automático ZIG, hasta una oficina
donde me esperaba un militar vestido de civil. Pretendía parecer muy duro, pero
era un imbécil muy conocido en Iquique: el cabo Aguirre. Eso me relajó un poco,
pero comprendí a la vez que nuestros interrogatorios y todo lo que vendría
después estaba bien planeado, en forma escalonada. Empezaban con ratones,
eso era todo. Aguirre no faltó nunca a las concentraciones de la Unidad Popular.
Todos sabíamos que lo hacía y muchas veces se lo vio con una cámara
fotográfica. Era cosa de rutina verlo pasearse en torno al local de los partidos de la
UP en días de reuniones amplias.

Este suboficial habló golpeado, emitió opiniones políticas, me pidió que opinara
sobre los "últimos acontecimientos", y naturalmente me pidió que le dijera donde
estaban escondidos una serie de compañeros, entre ellos Freddy Taberna y
Marcelo Guzmán (9). Le di muy "buenas razones" y no insistió más. Pero me dijo,
"pobre de usted si no nos dice la verdad, porque tenemos todos los medios
posibles para hacerle hablar. Y vamos a emplear todos esos medios..." Me llamó
siempre "usted", lo que denotaba que el pobre cabo no se acostumbraba mucho a
su papel de fascista, que más tarde aprendería muy bien, mes y medio después.
Al fin y al cabo yo era profesor de la Universidad. Me consideré con suerte por
ello. Más tarde sin embargo, aquello iba a ser la causa de sufrimientos
indescriptibles.

Por lo que habló Aguirre me di cuenta de la gravedad de nuestra situación. No


cabía duda alguna. Toda esa sub-oficialidad a la cual prácticamente se nos
prohibía llamar a sumarse al proceso revolucionario chileno, había sido
debidamente aleccionada, desde que nosotros mismos dejamos hacer a muchos
dirigentes de la propia izquierda chilena que llamaban a los suboficiales a ser
obedientes de sus oficiales, siempre! ¡Cuántas veces reclamamos nosotros los del
Partido Socialista de Iquique por eso! Nadie ignoraba, desde el asesinato de
Schneider que la sedición se alzaba lenta pero segura contra el Gobierno de
Allende. Nuestro ejército, aunque no era declaradamente un ejército "gorila" como
el de Uruguay, Brasil o Nicaragua, tenía estrechos lazos con el Pentágono, sus
oficiales eran entrenados en Panamá y muchísimos suboficiales también. La
Escuela Militar se había empezado a abrir un poco hacia los sectores medianos y
populares de la población sólo con Allende, y no era del todo imposible que un día
una mayoría fascista lo dominara, como ocurrió, en las esferas de la oficialidad.
Luego invocar nosotros... la verticalidad del mando en abstracto, la disciplina en
abstracto, y no hacer énfasis en los intereses como hombres del pueblo de todo el
sector de la sub-oficialidad era un suicidio.

Aguirre, un hombre del pueblo, un cabo del Servicio de Inteligencia Militar, la CIA
chilena... torturador y asesino fascista, en realidad el mundo al revés.

Aguirre me aseguró que la izquierda tenía un plan ya absolutamente descubierto


que consistía en la eliminación física de todos los oficiales del ejército y sus
familias, y que no lo negara, porque yo, como dirigente socialista naturalmente lo
sabía, y con toda seguridad hasta había participado en la concepción intelectual
del plan. Además el país estaba repleto de armas rusas y cubanas y que
submarinos rusos estaban listos para bombardear algunos puertos de Chile, y que
ya tenían evidencias de que soldados rusos y cubanos estaban camuflados entre
nosotros. Aguirre era un suboficial muy disciplinado.
Luego del interrogatorio, que en realidad no lo fue, sino un monólogo del cabito
Aguirre, se me llevó al mismo barracón de donde me sacaron. Allí a dormir sobre
la tierra, bajo un viento y un frío muy propio del invierno costeño del norte, por
desgracia muy largo este año.

Juan Antonio me contó que tuvo el mismo trato pero que además Aguirre le
nombró a los presos que ya habían sido llevados a Pisagua: la mayoría de los
dirigentes de la izquierda.

Esa noche comenzó un resfriado que luego se transformaría en bronquitis cuyas


secuelas todavía me duran.

El día 16 detuvieron a Freddy y a Guzmán. Los vimos llegar al regimiento


rodeados por no menos de cincuenta soldados. Los jóvenes oficiales recién
traídos de Santiago sonreían felices, y también Aguirre, y otro más, un sargento
del Servicio de Inteligencia Militar; Roberto Fuentes, hijo de obrero, compañero de
curso mío en la escuela secundaria, que difícilmente podía estudiar debido a lo
escaso de sus recursos. Todos muy satisfechos. Nunca sentí tan fuerte el peso de
nuestra ingenuidad política con respecto al ejército burgués. El 17, con Juan
Antonio y una centena de compañeros fui llevado a Pisagua, con fiebre y
escalofríos.

7 DE DICIEMBRE

Hoy me llamaron a la alcaldía de la cárcel y me exigieron que presentara lo


escrito. Como supuse de que se trataba mostré al alcaide, un oficial de los
carceleros, una t' carta que hice a Nora, mi compañera, esposa mía. Me previno
que todo lo que escribiera, y sólo cartas, debían ser breves, dirigidas a la madre o
a la mujer y no muy a menudo. "Usted sabe... asunto de seguridad". Deberé
cuidarme, tratar de ser breve y sacar de algún modo lo que he escrito. Por suerte
que la Junta no tiene plata para tanta seguridad en la cárcel y se puede escribir.
Pero tendré cuidado.

A Pisagua llegamos dos horas más tarde, como a las nueve de la noche. El
ambiente era siniestro. Nos metieron en una cárcel vieja, de madera, de tres pisos.
Con los presos que ya había allí, éramos unos 120. Dos días después seríamos
casi 350. La llegada fue silenciosa. Sólo se sentía de vez en cuando un golpe o un
culatazo, más el quejido del preso. No se podía hablar, ni saludar a quienes
estaban allí. Uno que llegó a nuestra celda fue rodeado por presos que allí
estaban porque lo conocían y de inmediato fue sacado a golpes hacia otro lugar.

Reconocí, muy a mi gusto, entre los presos que estaban en la celda en la cual me
pusieron, a Tito Lizardi, mi gran amigo (10). Cada celda no era para más de cinco
personas, y ya éramos allí quizás unos veinte. Dos días después subiría ese
número a sesenta y tantos. Cuando apagaron la luz, pude conversar casi toda la
noche con Tito. Empecé a sentir por primera vez que la muerte era un hecho
perfectamente posible. Quizás porque presentí en ese entonces que Tito sería
fusilado. Tito había sido arrestado en su lugar de trabajo, el Instituto Comercial,
donde hacía clases, el mismo 11 de septiembre, a las 10 de la mañana. Se le
acusaba de ser el dirigente máximo del MIR en Iquique, eso era todo. Me dijo: "Fui
el primero, después fueron a casa de Freddy, pero éste ya no estaba. Lugo
tomaron al resto, por todos, seis. Nos llevaron al Telecomunicaciones y nos
pusieron en medio de la cancha de fútbol, tú la conoces. Nos rodearon un
centenar de soldados y apostaron en el suelo ametralladoras. Supimos que
nuestra hora había llegado. Alcancé rápidamente a ponerme de acuerdo con los
demás sobre algunas consignas para antes de caer. Es cómico, en los mítines de
la izquierda era a veces muy difícil estar de acuerdo en las consignas, por sobre
todo entre nosotros y los comunistas", "y, ¿qué sentiste?", fue todo lo que se me
ocurrió preguntarle. "Nada especial. Al principio sentí miedo, pero luego supe que
iba a morir, y entonces se pasa todo. Por sobre todo sí sabía que moría como "el
escalón más alto de la especie humana" (11), fueron sus palabras, acompañadas
de una sonrisa que no olvidaré jamás.

¡Cómo sonreía Tito! Lo caracterizaba una sonrisa joven, alegre, inteligente, una
sonrisa que decía "estoy contigo, quiero dar todo por ti, por la revolución", "luego.
me dijo, llegó un oficial corriendo, habló a solas con otros "milicos" que estaban
por allí. En un par de minutos nos metieron en un camión y nos trajeron el mismo
11 aquí, donde todo estaba preparado. El pueblo y la cárcel habían sido
evacuados el 10. Luego, ya ves, los milicos de Iquique ya tenían órdenes e
instrucciones sobre el golpe antes del 11".

Esa noche dormimos en un mismo camastro, que nos quitarían al día siguiente, a
todos. Me dormí tarde, muy a mi pesar, pero no podía dejar de conversar con Tito.

Al día siguiente comenzaría la rutina pisagüina. como le llamábamos. Nos daban


en la mañana una taza de te, con casi nada de azúcar y un pedacito de pan.
Teníamos para salir, cada piso, 10 minutos. Cada piso llegaría a tener algo así
como 115 personas. En esos 10 minutos deberían comer todos ellos; y
naturalmente ir a lo que llamaré excusado, pues no era sino dos hoyos inmundos
para cada piso, vale decir para 115 o más hombres. En la tarde lo mismo, pero
con un taza de porotos o garbanzos. Había que elegir entre varias posibilidades: o
se comía una sola vez al día, desde luego en la tarde, por los porotos, y en la
mañana se iba al excusado, a orinar o defecar. O bien, la menos aceptada, se
comía las dos veces pero sólo un sorbo de té, o una cucharada de porotos, y se
iba también al excusado. En las dos primeras semanas y media que estuve en
Pisagua, creo que bajé unos 15 o más kilos.

Ese primer día en Pisagua era 18 de septiembre, día de la independencia, día


nacional. Me imaginé cómo sería ese día tradicionalmente de fiesta en Chile: lleno
de muertos , y torturas por doquier. Empecé a tomarle definitivamente el peso a
nuestra situación, y comprendí que muchos, íbamos a morir. Si así ha de ser, me
dije, ojalá sea pronto.

Entre los presos en Pisagua reconocí a todos los jefes importantes de los partidos
de la Unidad Popular, con la excepción de los partidos, menores. Los presos,
estuve seguro, sólo pertenecían al PS, al PC y al MIR y uno o dos del MAPU. Días
después llegarían unos 5 más de este último partido. Allí estaba Córdoba, del
MAPU, dirigente regional de su partido y jefe del Puerto de Iquique de toda la zona
de embarques y desembarques. Estaba Norberto Cañas, jefe máximo de las
industrias pesqueras, y estaba también mi mejor amigo en el Partido: Rodolfo
Fuenzalida (12) sumamente enfermo, muchísimo más que yo. Había dirigentes de
la pampa salitrera, estudiantes y muchos profesores del Magisterio iquiqueño. Era
18 de septiembre, día nacional y además el cumpleaños de mi hija, que deseé que
fuera lo más feliz posible. Estuve todo ese día tirado en el suelo, apenas puje salir
a comer algo y a orinar. Pero a pesar de todo, pude conversar con los compañeros
que estaban cerca de mi.

Con Lizardi seguí la charla del día anterior, y también recordamos los tiempos de
la Universidad, cuando lo conocí como uno de mis alumnos, cuando trabajamos
en diarios murales sobre los problemas de la sede universitaria de Iquique, cuando
tratábamos con otros profesores y alumnos de hacer mil y una cosas. Ese día por
la noche, y durante los días siguientes, analizamos el problema del golpe y
también lo que podría pasarnos. Tito conversaba con la tranquilidad, con la
disciplina y la claridad que siempre le conocí, aunque a veces notaba en él un
deseo de no tocar su problema personal en todo esto del golpe. Comprendí que
hacía lo mismo que yo. Era mejor no preocuparse de lo que nos podría suceder.

Poco a poco el resto de los presos en la celda comenzamos a conversar con más
tranquilidad, y aunque parezca ridículo, con más libertad. Notamos que nuestro
encierro era tan definitivo y seguro, que ni siquiera se preocupaban con venirnos a
ver. Los días cada vez eran más largos y en todas las celdas se empezaba a
conversar y... discutir.

En nuestra celda había de todo, aunque por una casualidad, de los 17 presos que
allí estuvimos hasta la mañana del 19 sólo dos no eran socialistas. Allí me informé
de algunas cosas: las peripecias en la Radio Esmeralda en la mañana del 11. Esa
emisora, que compramos el año 72, se transformó en Iquique en el único canal
local de expresión de la izquierda entera. Tenía a mi cargo un programa diario de
"comentarios políticos", dentro del programa de noticias "El Torpedo noticioso de
la Esmeralda", con que "bombardeamos, diariamente, a la derecha reaccionaria..."
(tal era la presentación del programa,..). Me contaron que muy temprano una
veintena de soldados invadió la radio, dio vuelta a todo y preguntó por todos
nosotros, por sobre todo por Freddy, por Marcelo y por mí. Un tenientito ordenó
poner "la música que le gusta a mi general Forestier (13) marchas alemanas".
Durante todo el día registraron todo, y rompieron mucho de lo que había.
Teníamos unos programas de música clásica y folklórica grabados que fueron a
parar a un saco que partió no se supo donde, junto con todo tipo de elementos de
escritorio, algunos dineros y muchísimos discos... ¿tal vez a la casa de mi
general?.

También supe de lo ocurrido en las industrias y las balaceras ocurridos en los


suburbios de Iquique y otras ciudades. Empecé a saber de muertos, heridos y
casas destruidas. Era, como decían los fascistas, una guerra. Declararon el
"estado de guerra" para matar en nombre de esa guerra, matar a quien quisieran.
En ese momento no teníamos mucha conciencia sobre qué harían con nosotros.
Discutimos largamente ese problema. Algunos sostenían la tesis que nos tenían
para asegurarse y que nos liberarían en unos seis meses más, a lo más, un ario.
Otros, que nos harían un juicio para no ser tachados de abusadores, y que nos
darían a casi todos años de relegación en un pueblo lejano del sur o del norte.
Otros, como Cañas, Lizardi, un joven comunista funcionario de aduanas, recién
llegado a Iquique, de apellido Morris, y varios más con alguna responsabilidad en
la dirección zonal de la izquierda, sostenían que serían años de cárcel y para
algunos el fusilamiento luego de una mascarada judicial. Por el odio que sabía que
nos tenían, sostuve que serían muchos los fusilados, y otros serían simplemente
asesinados.

No me equivoqué. Días después todo sería peor. Cuando comenzaron a caer los
primeros compañeros, el nerviosismo, el temor al exterminio, a la muerte,
curiosamente empezó a desaparecer. El misterio de la nada, o de la muerte en
esta vida, descubrí que se resuelve cuando se está frente a ella.

Cuando empezamos a acostumbrarnos a los muertos, las amenazas de "te


mataremos mañana" nos empezaban a hacer reír. "Pero quedaba otra posibilidad.
Allí estábamos juntos, nos apoyábamos y nos sentíamos hermanos en una causa,
un destino y una muerte común. ¿Sería lo mismo estando solos?. En una larga
discusión que tuvimos un día que ya no recuerdo, resolvimos lo siguiente: que si
se tiene plena conciencia política, si nuestro nivel ideológico es alto, y si por sobre
todo, si entendemos que en una revolución al fin de cuentas se triunfa o se muere,
como decía Che Guevara, es fácil morir. Resolvimos, pues, conversar mucho de
política, y entre todos, enseñar y aprender.

Aquello fue decisivo en la lucha por mantener la moral lo más alta posible. Era
francamente asombrosa la extraordinaria unidad que había en esas discusiones y
sesiones de educación política. Era difícil ser definitivos en ese momento sobre el
porqué del golpe, pero por lo menos no se podía dudar, por parte de nadie, que la
violencia es el recurso último de las clases dominantes, cuando empiezan a perder
su capacidad de dominio y control social.

Las discusiones seguirían por todo el tiempo que pudimos. Lo dramático de


aquellos días las hacía increíblemente fructíferas. "Pensar que sólo se aprende
cuando se sufre" decía sonriendo un compañero de un humor tal, que no lo perdió
nunca, ni en los peores momentos. Este compañero, que trabajaba de locutor en
la radio "Esmeralda", parafraseaba así un corrido mejicano que no dejaba de
cantar. Mientras los días pasaban, soportábamos mejor ese infierno.

Dentro de un rato será la visita, la primera en tantos meses. Vendrán seguramente


mis padres y una de mis hermanas, puesto que no admiten más de tres familiares
por persona. Nora está en Santiago con la niña haciendo lo imposible por
conseguir certificados de estudios, para no perderlos definitivamente.. Está fuera
de la universidad por ser mi mujer. Ha sido expulsada y aquí no le dan certificados
de nada. Ella era estudiante regular y hoy no se la considera así. Ni siquiera el
hecho que fue estudiante. Bueno, creo que aquí en un país dominado por estos
asesinos, no lograremos ni lo más mínimo. Según un decreto de la Junta tengo
derecho a un dinero, pero no me lo darán, estoy seguro. Pero no espero nada,
nada de estos cabrones.

8 DE DICIEMBRE

Ayer fue la primera visita. Me siento un perfecto preso, luego de esa experiencia
tan propia de las cárceles. Fue breve y llena de llanto, y también de risas. Vinieron
mis padres y mi hermana mayor. Es curioso, pero en realidad no hablamos casi
nada de lo ocurrido desde el golpe. Más hablamos de nuestros planes para el
futuro. ¡Futuro! Estoy condenado a una larga, eterna condena, y sin embargo
hablamos de lo poco que falta para estar juntos de nuevo. Pero en fin, todos están
bien, y yo estoy vivo. Pero sobre todo siento su solidaridad, la solidaridad de todos
los míos, y de todos los que me conocen. Me han traído de comer y lo seguirán
haciendo. Los pobres parientes y amigos nuestros empiezan a financiar a la Junta.
La comida es incomible, verdaderamente. El número de presos ha aumentado de
tal manera que apenas nos dan una sopa aguada con una papa o un hueso. Pero
en fin, ya hablaremos de eso. Seguiré con Pisagua.

El día 19 fue un día maldito, día de ratas, un día que definiría muy bien lo que era
Pisagua. La rutina empezó como de costumbre, el desayuno con su té sin azúcar
y el pedazo de pan duro. De vuelta a la celda se corrió un rumor que al principio
parecía una broma amarga. Los compañeros del tercer piso que daba al mar
decían ver por una de las ventanas un barco de guerra, lleno de prisioneros. Todo
eso a no más de unos doscientos metros de distancia. Los prisioneros estaban
siendo puestos en fila, con las manos en la nuca y se los traía rodeados de
soldados y marinos armados hasta... la cárcel. Se calculaba qua serían unos
doscientos. ¡Doscientos! ¿están locos estos milicos? ¿dónde los van a meter? Al
principio no creíamos, pero sabíamos que no era tiempo de bromas. Además
notábamos mucho alboroto en las celdas de enfrente, lo que no era, naturalmente,
habitual. De pronto, el pequeño patio de la cárcel se llenó de soldados armados, y
comenzó el desfile, una parada muy especial ese día 19. Lentamente empezaron
a aparecer por la puerta del patio y luego ser distribuidos en los pisos de la prisión,
efectivamente, unos doscientos hombres. Todos ellos con signos evidentes de
tortura o apaleamiento, y algunos, decididamente en mal estado, arrastrados por
sus compañeros. Estábamos atónitos, en medio de un silencio sepulcral. Era tan
demoledor el espectáculo que no recuerdo haber hecho ningún comentario con
nadie durante todo el rato que duró esa operación. Vimos cuerpos
ensangrentados, rostros desfigurados por hematomas y tajos. Muchos de ellos no
tenían zapatos o camisa. Uno tosía convulsivamente, otro miraba al vacío con una
expresión de loco.

Aquella era la primera gran impresión desde el 11. Eso era el golpe mismo.

A nuestra celda, donde éramos no más de trece, nos pusieron 10 presos del
barco. Allí supimos de qué se trataba.

El barco era el viejo crucero "Maipo", de la Marina. Venía desde Valparaíso con su
carga humana. Se trataba de militantes de la izquierda chilena que no cupieron en
las cárceles de nuestro primer puerto. Mientras se acomodaron como pudieron
nos contaron múltiples detalles de toda su odisea. La caza de militantes empezó
como en todas partes el 11, a sangre y fuego, y como siempre, con muchos
muertos. Un joven, casi un niño de unos 15 años, con toda naturalidad nos contó
detalles que nos hizo temblar. Pero sólo se trataba de una diferencia en el tiempo.
Ellos comenzaron a vivir el golpe antes que nosotros. Supimos por él la muerte de
su hermano mayor, en su presencia, acuchillado lentamente. Un teniente de
nuestro "constitucional ejército", a quien el niño reconoció como un civil de Patria y
Libertad disfrazado de teniente, o bien promovido a esa investidura por la Junta,
asestó varios culatazos en el rostro del asesinado mientras gritaba: " ¡Hay que
hacer mierda a estos marxistas!" Otro de los llegados era un médico que no
dejaba de temblar y mirar al vacío. Fue el último en hablar y contar su experiencia.

El médico no era ningún militante. Era un hombre de no más de 30 o 33 años. En


la última huelga nacional del gremio de los médicos, por supuesto dirigido por la
derecha, él como muchos otros médicos trabajaron aquellos días de la huelga. La
Unidad Popular, como era lógico, haría una campaña contra la huelga utilizando
todos los medios posibles. El joven médico era un brillante profesional, muy
conocido en la ciudad. En los círculos universitarios se le conocía por sus clases y
sus conferencias, y por sobre todo por sus trabajos científicos. En los momentos
del golpe se aprestaba para partir a Inglaterra.

Logré ayudarle en su situación, pues estaba muy afanado esos días aprendiendo
inglés, y lo entretuve hablándole en este idioma. En español, a ratos en inglés
para entretenerse, me contó que la Unidad Popular lo mostró a la ciudad de
Valparaíso y al país como un ejemplo. Tenía todas las cualidades posibles:
profesional inteligente y estudioso, joven, en un país que miraba al futuro,
responsable con su deber, y por sobre todo... "apolítico". Pobre médico por tan
buenas cualidades. Lo torturaron hasta la saciedad, lo vejaron por las calles de
Valparaíso y luego le metieron en la bodega del "Maipo". Supimos que en esa
bodega venían apilados de tal forma unos sobre otros que cada día había que
arrojar al mar cadáveres de hombres muertos por asfixia.

Supimos de la muerte del jefe de aduanas de Valparaíso, a quien una vez conocí
en una manifestación pública de la UP en Santiago, Sanguinetti. Durante cuatro
días, sin comer, sólo a ración de agua, los maltrechos cuerpos de los prisioneros
eran obligados a marchar, a correr y a sufrir más golpes sobre la cubierta del
barco. Sanguinetti fue torturado de tal manera que no se podía mover. Un oficial
del barco se entretuvo el segundo día del viaje obligándolo a más y más golpes a
que debía hacer lo que hacían los demás. En un esfuerzo supremo, Sanguinetti se
arrastró hasta el borde de la cubierta que la separaba de la bodega, y se dejó
caer, con un ruido ensordecedor. El robusto Sanguinetti, de 1.80 o más de
estatura, murió, por suerte, instantáneamente. Una caída hacia un piso de hierro
desde 15 o 20 metros acabo con sus sufrimientos en un instante. Antes de caer
pudo tener tiempo de gritar; "¡hijos de puta! ¡Venceremos!".

En la noche del 19 llegaron más presos. Se eliminaron los pocos camastros que
había, se nos cambió a una celda de unos cuatro metros cuadrados. Eramos
exactamente 19 en esa celda. Había que dormir entonces como en la bodega del
Maipo, pero por suerte, hasta en las peores cárceles hay una ventana o un
respiradero. La nuestra era una ventana, desde donde veíamos volar las gaviotas
libremente, felices.

Siento campanadas muy lejanas. Hoy es 8 de diciembre, el día de la Inmaculada


Concepción. Seguramente el obispo estará celebrando misa en una iglesia repleta
de coroneles muy cristianos. Seguramente han comulgado y han recibido las
bendiciones correspondientes. Escuché esta mañana una discusión entre dos
compañeros. Uno de ellos, el católico, aseguraba que algún sacerdote, si no el
obispo mismo, vendría a visitarnos este día. Tuvo razón el otro. Pero también
todos nos recordamos que en nuestra infancia, un día como hoy, hicimos la
Primera Comunión, un día feliz para todos los niños, porque es un día de fantasía,
en que los niños se creen ángeles. Ojalá que los miles y miles y decenas de miles
de niños sin padres y todos los que sufren el hambre que se ha desencadenado
en Chile, este día les sirva aunque fuera como un calmante.

9 DE DICIEMBRE

En la nueva celda de Pisagua, donde éramos 19 ese día 19 de septiembre


prosiguieron las discusiones políticas, pero esta vez más y más fuertes de tono.
Era gente de Valparaíso, donde el enfrentamiento entre la izquierda y la derecha
era mucho más violento, en las palabras y en los hechos, como en Santiago. En
Valparaíso lograron muy bien las fuerzas de nuestros enemigos el clima que
buscaba el fascismo para dar el golpe. Si sobre los naturales errores de un
gobierno que se proponía cambiar las estructuras sociales y económicas del país,
se sumaba el acaparamiento, el sabotaje, el terrorismo, las huelgas de los
"gremios" de médicos, de ingenieros y esporádicamente de sindicatos de
extracción popular, las condiciones favorables para el golpe estaban más que
dadas, por sobre todo si también se agrega la falta de conducción real,
revolucionaria y realista del proceso. Los presos de Valparaíso eran gente sin
duda alguna combativa, y muy ricos de experiencias.

Había de todo: comunistas, socialistas, miristas, etc., y hasta algunas variantes


más o menos escasas, como un porteño muy pro-chino que estaba allí. No sé si
era del PCR (14), pero hablaba como uno de ellos.

Y como era lógico, la tempestad se desencadenó de inmediato, apenas salieron


del Maipo. No se si fueron cuatro o más días que estuvimos allí, los 19 presos,
porque empezamos a perder conciencia del tiempo. En medio de olores a diarrea,
eructos, pedos, transpiración por todos los costados, dormíamos unos sobre otros
dándonos en sueños todas las patadas y codazos posibles en cualquier parte del
cuerpo. Con el tiempo probamos el sistema de turnarnos en cuanto a posiciones
difíciles para dormir, para evitar discusiones interminables sobre ello. Un par de
horas yo sobre uno. Otro par de horas el otro sobre mí, un par de horas
acurrucado, otro par estirado, y así. Se dormía poquísimo, claro está. Supimos de
un preso que se atrevió a pedir que los dejaran dormir en el patio, donde hacía
cada vez menos frío, mientras se acercaba el verano. Al pobre lo sacaron al patio
y le lanzaron dos perros entrenados para matar personas. A los olores de su
celda, se sumaría ahora olor a sangre. Mientras pasaban los días comprendimos
que se nos estaba torturando con elementos nuevos: soledad, incomodidad
absoluta, y despertando rencillas entre nosotros por cosas tan absurdas como
aquello de las posiciones para dormir.

Nuestro esfuerzo, por lo menos de los que nos identificábamos como dirigentes,
estuvo dirigido siempre a hacer conciencia sobre todo aquello. Y en medio de esta
situación "social" en la celda de los 19, se produjo una incesante discusión
política, en la que de no intervenir una conciencia superior de grupo, casi llegó a
los golpes. Era inevitable.

Recuerdo muy bien que todo empezó con las quejas de un preso con respecto a
sus dirigentes. Era una cantilena intermitente, quizás un día completo: "nosotros
fuimos los cagados, claro. Y la mayoría de los dirigentes nacionales muy bien en
las embajadas, felices, seguramente con sus mujeres y sus hijos, esperando partir
a Europa, a Cuba...". El tono era tan doliente que sus palabras sólo servían para
caracterizarlo. Se trataba de un hombre que naturalmente no previo nada de lo
que ocurría hoy. Cuando nos empezamos a preocupar fue al notar que su
monserga empezaba a ser ligeramente seguida por dos más. Uno de estos dos no
era militante y empezó a contar la historia de su detención, cómo había sido
confundido con otro. Hablaba de su mujer, enferma en un hospital, de sus hijos y
de sus simpatías por la DC... Comprendí que esto era la cárcel: no sólo presos
políticos, también cobardes y oportunistas que equivocaron el tiro. De pronto un
muchacho de Valparaíso tomó de las solapas a aquel que se quejaba contra los
dirigentes y le dijo: "te conozco bien, desgraciado. Entraste a la UP al ganar
Allende y nadie sabe cómo lograste tanta figuración. Robaste cuando pudiste y no
nos dimos nunca cuenta de quien eras realmente. Eras un lameculos de los
dirigentes que tanto criticas y pretendías ser más revolucionario que Che
Guevara..." y otras "alabanzas" por el estilo. Al fin, luego de una agria situación,
que por lo mismo no recuerdo en sus detalles, estos "camaradas" se callaron, pero
en su lugar comenzó otra discusión, también amarga, pero que no la he olvidado.
Será por lo sustanciosa en lo ideológico, y quizá porque percibí elementos nuevos
para nuestra ideología, tan estereotipada y tan encajada en la literatura marxista
clásica, o en las experiencias revolucionarias de otras latitudes. Al fin y al cabo
quienes puedan criticar mi observación, desde las fuentes de donde provienen
nuestros programas e informes políticos, aceptarán que en Chile sus tesis no
funcionaron, y que hay que buscar nuevos caminos. Algo así como en China luego
que 1a política de la Tercera Internacional para China terminara con el desastre
que Mao corregiría con una visión nada de clásica, nada de sectaria y pictórica de
originalidad.

15 DE DICIEMBRE

Después de solucionar problemas de papel y de dejar de escribir unos días para


evitar las continuas frasecitas: "¿qué escribes tanto?", prosigo. Después de todo,
es lo único que podemos hacer aquí, y además debo hacerlo.

Recuerdo, que, dentro de un marco de relativa armonía, un militante del MIR


expresó sus puntos de vista, más o menos conocidos, pero agregó un elemento
que naturalmente iba a producir serias divergencias, digamos, violentas
discusiones. Planteó que el golpe era responsabilidad exclusiva de la UP, cuyos
dirigentes entregaron prácticamente el país al fascismo. Un militante comunista
respondió con la misma violencia. El MIR y "los grupúsculos de ultra-izquierda",
plagados de jovencitos con frustraciones intelectualistas y de nítida extracción
pequeño-burguesa, y por sobre todo, de apreciación del mundo pequeño-
burguesa, quiso apoderarse siempre del movimiento popular fundado por el
Partido Comunista y por el Partido Socialista, utilizando dos procedimientos
fundamentales: el ataque abierto contra los grandes partidos populares en todos
los niveles; y la demagogia más barata: la promesa de una gran revolución como
la cubana, etc. Hasta ahí. nada nuevo. Si bien había esfuerzos en las esferas
dirigentes del MIR y de la UP por atenuar las diferencias, por colaborar, por
discutir con alturas de miras, en la cárcel se veía nítidamente que en las bases el
odio seguía igual, por lo menos en el aspecto político. Pero pronto sucedió algo
que sólo puedo calificar de extraordinario. En medio de ese infierno, y con la
participación de todos, el tono de la discusión comenzó a hacerse más fraterno, y
las conversaciones se salieron repentinamente, sin que nadie lo notara, del cauce
y del lenguaje tradicional, del tono que conocimos tanto antes del golpe. Era algo
así como un mundo nuevo que comenzaba. Antes del golpe, y dejémonos de
historias, cada partido de la izquierda de una manera u otra competía con sus
congéneres en demostrar quién era el mejor, el más digno, el más fuerte, el más
revolucionario, el más realista, el más valiente, etc., etc. Ante el fracaso, y también
ante la posibilidad de no salir vivos de las prisiones de quienes seguramente
desde el patio se divertían oyéndonos, nació un sentido de solidaridad, de
compañerismo y de unidad verdadera. Los insultos no duraron mucho. Después
las discusiones fueron mejores, por sobre todo en el deseo de todos, no de
discutir, sino de encontrar un camino a través de la comunicación entre quienes
estábamos empeñados en liberar al pueblo de Chile de la explotación imperialista
y oligárquica y todas sus consecuencias. Recuerdo que hubo consenso en que era
preciso terminar con el sectarismo ideológico que caracterizó a la izquierda entera,
con tanta explicación filosófica y autodefiniciones que sólo espantan a sectores
que no son precisamente oligarcas, de terminar en suma, con la aplicación
mecánica de esquemas en los análisis que solía hacer la izquierda en Chile.

No en teoría, como quizás alguien lo descubrió antes, sino que en la práctica


sangrante de la derrota, establecimos que es preciso terminar con la toma de
posiciones frente a distintas tendencias encabezadas por regímenes socialistas
nacidos de situaciones de una originalidad y un carácter ajenos a nuestra realidad.
Descubrimos triunfalmente que otras experiencias sólo se debe considerar
elementos de estudio, como los textos de un estudiante de secundaria. Que cada
experiencia es tan valiosa como otra y que ninguna puede erigirse como la Meca
de la Revolución, y que cada revolución está limitada a su tiempo, a los intereses
de cada país por afianzar su proceso revolucionario. Que la revolución socialista
deberá hacerse en partes muy diferentes unas de otras, por su carácter mundial,
complejo, y que son los pueblos los que las hacen, y no los partidos o los líderes
que se disputan tanto su conducción. No se criticó a China por sus disputas con la
URSS, sino por seguir sus relaciones diplomáticas con Pinochet. A la URSS por el
esquema de "la vía pacífica"... que tanto nos hacía parecer ante el mundo como
los "ingleses de América Latina". También se plantearon dudas, dudas que
queman los oídos de los "ortodoxos", y que pensamos que cuando las cosas se
aclaren más, y por sobre todo cuando estemos yendo hacia adelante, se
aclararán. Una de ellas fue si realmente la OLAS y la Tricontinental existían, que si
no murieron con el Che en Bolivia, y fueron enterradas por sus propios
fundadores, sin mayores explicaciones. Descubrimos cómo a los héroes se los
transforma en iconos inofensivos, citando a los clásicos. Che Guevara lo era hacía
tiempo. Si en vez de rendirle tanto homenaje hubiéramos seguido en un poco su
ejemplo y su doctrina, y si hubiéramos respondido bien y a tiempo a la pregunta de
por qué su abandono y muerte en Bolivia, quizás en lugar de estar allí encerrados
como imbéciles estuviéramos combatiendo.

Esos días dos presos fueron sacados de la cárcel y fusilados. Eran dos
pescadores. Poco después con asco, con amargura, pero con deseos de
renovarlo todo, supimos del feliz resultado del match de fútbol Chile-URSS, en
Moscú. Fue un 0 a 0.

23 DE DICIEMBRE

Se me ha armado una confusión terrible. He escrito ayer nuestras aventuras en la


cárcel de Iquique, y para no perder el hilo las continuaré. El relato de Pisagua
esperará hasta mañana, o cuando se pueda. Quizás tenga que cortarlo
definitivamente. Ya han empezado seriamente los trabajos, en la medida que he
anotado ayer. Me ha dado por trabajar la madera y eso me hace descansar
mucho, "tomar caldo de cabeza" en menor cantidad, y con suerte hasta podría
vender algo, a través de la Iglesia. Pero en fin, seguiré con los otros papeles.

Notas:

1. Primer Secretario del Partido Socialista, en Iquique.

2. Local comprado por el Partido en tiempos de la Unidad Popular, destruido por la Junta, luego del
golpe.

3. El 29 de Junio de 1973, un regimiento de Santiago atacó la casa presidencial, pero no fue


seguido por otros facciosos. Pinochet después confesó que sólo hubo de parte de aquel
regimiento, un error táctico, de apresuramiento. Pinochet, que aún no era Comandante en Jefe del
Ejército, fue uno de los generales que públicamente apoyó al Presidente de la República, luego del
fracasado intento.

4. El ala más conservadora y pro-golpista del Partido Demócrata-Cristiano, capitaneada por Frei,
que logró el control de la dirección de estas organizaciones, poco antes del golpe y participó en él.

5. Regidor de la Comuna de Iquique, y miembro importante del Partido Socialista.

6. El Canal 9 de Televisión, de Santiago, fue una voz muy activa de la izquierda chilena.
Perteneciente a la Universidad de Chile, estaba sin embargo bajo control de la izquierda, como un
departamento universitario. El rector Edgardo Boeninger, demócrata-cristiano freísta, elegido por
escaso margen de votos, exigía su entrega. Para evitar el golpe poco antes de éste, la Unidad
Popular cedió el Canal a Boeininger.

7. Jefe del Consejo de Defensa del Estado en Iquique.


8. Presidente de Chile desde 1946 hasta 1952. Elegido con los votos del Partido Comunista,
sumándose a la estrategia continental norteamericana anti-comunista González puso fuera de la
ley al Partido Comunista, un año después. Sólo en 1958, este partido volvió a la legalidad.

9. Tercer Secretario del Partido Socialista en Iquique.

10. Primer Secretario del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) en Iquique. El MIR no tuvo
mayor influencia en la izquierda chilena. Se mantuvo firmemente contra la derecha y el fascismo
desde fuera de la UP. En la últimas elecciones de la Central Unica de Trabajadores de Chile sólo
obtuvo el 3% del total de los sufragios emitidos.

11. Frase famosa de Ernesto "Che" Guevara.

12. Encargado de la Seguridad del Partido Socialista en Iquique.

13. Comandante en Jefe de la Sexta División de Ejército, provincia de Tarapacá. Hoy es el primer
hombre fuerte después de los cuatro de la Junta.

14. Partido Comunista Revolucionario. No tiene gravitación alguna en la izquierda chilena y es de


tendencia maoísta.

1 DE ENERO DE 1974

Ha terminado ese año maldito de 1973. El año de los 40.000 o más muertos, entre
ellos mis mejores amigos y camaradas. Pero también el año que nos enseñó
tanto. Veremos que pasará este año. Estoy seguro, sí, que será un año de cárcel,
y en Santiago. Será una experiencia nueva.

Volvamos a Pisagua, historia que parece no terminar jamás.

Cada día que pasaba en esa celda en que éramos 19 se hacía más y más largo.
Las conversaciones políticas o de otro tema, hasta contar chistes, no lograban
entretenernos. Ya todo estaba agotado, pero por sobre todo, la incertidumbre no
nos dejaba concentrarnos en nada.

Uno de los compañeros presos, el "rucio" Morris, dibujó en la pared un calendario,


ayudándose de un bolígrafo que le ofrecí para ello, y que logré evitar que se me
confiscara al partir a Pisagua. Morris no hablaba mucho. Era un joven muy
apuesto, ex-futbolista profesional, que hacía menos de dos meses que había
llegado al Norte, como funcionario de aduanas. Era discreto, de buen carácter y
sumamente generoso y atento. Días después, ese querido compañero militante
del Partido Comunista sería fusilado. Su delito era muy simple: para los fascistas
"traición a la patria". La realidad era otra. Morris, como detective funcionario de la
aduana de Iquique, sabía perfectamente los resultados de la investigación que el
Gobierno Popular realizó en Iquique sobre las actividades de los contrabandistas,
los traficantes del Mercado Negro, del tráfico de productos chilenos hacia Perú y
Bolivia en forma clandestina. Morris, junto con otros compañeros asesinados por
este "delito", sabía muy bien que los delincuentes económicos en la zona norte de
Chile tenían vinculaciones directas con la oposición más reaccionaria del país,
incluyendo desde grandes comerciantes hasta algunos conspicuos representantes
del Poder Judicial.
Morris, estoy seguro, no imaginaba que el fascismo pudiera llegar al descaro más
inimaginable, a la insolencia, la soberbia, el abuso contra toda norma de respeto
más increíbles, cuando designó como Fiscal en todos los juicios de Iquique y la
pampa salitrera, nada menos que a Mario Acuña, uno de los jueces iquiqueños
más comprometidos en el contrabando de alimentos y armas, y que en los
momentos del golpe, estaba siendo acusado por contrabando de automóviles y de
drogas. Si no tuviera la absoluta certeza de lo que digo, si no hubiera conocido tan
de cerca a todos los compañeros que trabajaron en la investigación, no me
atrevería jamás a consignar este hecho aquí.

Una vez probados sus delitos. Acuña fue denunciado públicamente en una revista-
libro llamada "Los Intocables", por la Editorial Quimantú, la ex Zig-Zag, monopolio
periodístico que con el Gobierno de Allende pasó al área social de la economía.
Algunos jueces fueron trasladados o ligeramente castigados, otros implicados
también fueron "castigados" por el Poder Judicial que con Urrutia Manzano a la
cabeza era una excelente arma de la derecha, y uno de los más antiguos
bastiones de la institucionalidad burguesa. Era tan grande el delito, y tan conocido
por todo chileno, que consideramos un triunfo que por lo menos hubiera castigado
a estos defensores del sistema que queríamos nosotros cambiar el propio Poder
Judicial. Que felicidad para Acuña que con el golpe fascista no sólo se libró -no
digo de un castigo que habría sido mínimo- de la vergüenza y el escarnio más
grande ante el pueblo, sino que además ahora podía matar a sus acusadores. Y
los mató a todos. Pero cuando el pueblo ya le pierda el miedo a las metralletas y
cuando muchas otras fuerzas que llegaron hasta apoyar el golpe, o por lo menos
que dejaron hacer, se sumen a la resistencia contra la Junta, no habrá personaje
más despreciado y odiado en Tarapacá que Acuña, el más repugnante de todos
los fascistas del norte.

Pero en medio de ese tedio, surgió un pequeño alivio, que ni en los peores lugares
de confinamiento ha dejado de existir. El comandante Larraín, asesino que ya le
esperan algunas páginas en este diario, por temor a que hubiera casos de locura
entre los presos que pudieran acarrearle molestias permitió.., cantar, ¡cantar!
"Pero al primero que se le oiga cantando cantos de la UP -gritó el capitancito
Benavides, a la sazón a cargo nuestro- lo matamos al tiro!" Un compañero de
Valparaíso, un típico "choro del puerto", y voladamente, pero con el volumen
necesario para que lo oyéramos la mayoría de nosotros y no Benavides, observó:
"cantaremos cantos del MIR entonces, puh..." Fue difícil contener la risa ante ese
lugarteniente de Larraín, pero lo conseguimos.

Y empezaron los boleros, los tangos y los chistes, cada noche. Llegamos a
hacernos ánimo en el día preparando los "números artísticos" para la diaria
función nocturna. Los compañeros que tenían experiencia en radios, preparamos
"Shows" completos. En medio del hambre, la oscuridad, el aislamiento absoluto
del resto del mundo, aquello nos dio algo de vida, junto a otras pequeñas cosas
como conversar de vez en cuando sobre temas que descubríamos como nuevos,
jugar al dominó con unos cartoncitos que alguien recortó y que con mi bolígrafo le
dibujó los puntos a la manera de los juegos.
Descubrí definitivamente y para siempre que a nuestro pueblo nunca le faltará el
humor. A través de los "shows" observamos que la moral estaba en general más
alta de lo que creíamos. Pudimos de mil formar burlar a los carceleros y los shows
también fueron un vehículo fundamental para mensajes, para consignas políticas
de todos los partidos. Entremedio de las letras de cumbias y tangos iba alguna
noticia que algún preso nuevo traía, palabras de ánimo, y por sobre todo llamados
a no quebrarse, a mantener viva la llama de nuestros ideales. Pero aquello se
acabaría un día, como todas las buenas cosas que esporádicamente venían a
levantarnos el ánimo en ese infierno.

3 DE ENERO

No recuerdo que día fue. Quizás el 25 o el 26 de septiembre.

Luego del desayuno Benavides y sus tenientes pasaron lista por primera vez.
Cosa ridícula, ¿quién se iba a escapar de allí? Al oír su nombre el preso debía
decir el número del piso y de la celda en que se encontraba. Los tenientes y
algunos soldados observaban celosamente, y muy nerviosamente, lo que nos
puso sumamente tensos. A todo esto ya nos habían cambiado de celda, donde
nuestra situación no cambió nada. La celda era más grande, pero éramos
exactamente 63.

Aparte de los 19 que veníamos de la celda pequeña del primer piso, el resto era
gente de Iquique y de Valparaíso principalmente, más algunos compañeros
nuevos de Arica y de otras partes. Otros que no se sabía quiénes eran. Una vez
terminada la cuenta, Benavides dijo que sacaría algunos hombres a trabajar.
Recuerdo muy bien que fueron muchos los que se ofrecieron, por sobre todo
hombres jóvenes, obreros, acostumbrados a respirar aire puro y al trabajo físico.

De mi celda sacaron dos, y de todas las demás otros cuatro. Eran seis por todo.
Pero notamos con alarma que estos seis compañeros eran seleccionados, y para
eso habíamos sido nombrados uno por uno y observados de cerca por los
tenientes, lo que no era normal. Cuando el teniente que se encargó de vigilar
nuestra celda llamó a los dos compañeros, uno de ellos, Norberto Cañas, le dijo,
"mire, no es mala voluntad, pero yo padezco de una afección a la columna
vertebral", lo que era enteramente cierto, y todos lo sabían. De inmediato se
adelantó un muchacho iquiqueño, que con la mejor sonrisa que pudo le dijo al
teniente: "por favor, mi teniente, sáqueme a mí, estoy acostumbrado a "tirar pala".
El teniente contestó: "no. A este viejito le hace falta ejercicio". El otro de nuestra
celda era un preso de apellido Jiménez, que había sido marino, es decir soldado.
Antes de salir. Cañas pidió al teniente ir a orinar. Este se negó respondiéndole que
ya tendría tiempo para ello. Y salieron los seis, en fila, rodeados de soldados.
Nosotros continuamos la rutina, conversando, pensando en el show de la noche o
pensando. Alrededor de media hora más tarde Benavides volvió, esta vez no sólo
acompañado de sus soldados, sino que de su superior: Ramón Larraín, el
comandante del "Campamento de Prisioneros de Guerra de Pisagua".

En ese momento estaba al lado de Lizardi. Al producirse el grito de silencio


seguido por el habitual sonar de los fusiles al pasar la bala, en medio de un
silencio de muerte. Larraín habló, precisamente de muerte. Con sus gestos
teatrales, con las palabras rebuscadas que siempre lo caracterizaron dijo: "ustedes
me tratan como un perro. Yo los trato lo mejor que puedo y me pagan así..." "¿qué
mierda pasa? pensé, es la primera vez que habla así". Y siguió Larraín con
aquellas palabras que nos rompieron el corazón, "esos imbéciles quienes saqué a
trabajar, -e histéricamente gritó- ¡están muertos! ¡Intentaron escapar!".

Apoyado en la baranda del corredor exterior del segundo piso, enseguida


calmadamente agregó: "eso es una lección para todos los que quieran escapar".
De lo que mejor me acuerdo es que felicitó post mortem al marino de Valparaíso
que eludió las balas durante largo rato, hasta que según sus palabras triunfales,
"lo alcanzamos junto a unas rocas". Y luego, lo increíble, ¡pero qué puede ser
increíble con estos canallas! nos dijo: "Yo, como católico que soy, siempre siento
mucho la muerte de alguien. Eso es todo". Y se fue, seguido de sus esbirros, con
sus gafas de sol y su regio uniforme.

Sólo a los diez minutos, o más. comenzamos a comentar lo ocurrido.

4 DE ENERO

Julio Cabezas era el Jefe de Consejo de Defensa del Estado en la zona de


Iquique. Como funcionario de carrera, ya tenía en ese puesto 18 años de ejercicio.
Lo conocí sólo en la cárcel, pero los compañeros que se encargaron
específicamente del problema de contrabando y el delito económico, lo conocieron
más. Era quien debía finalmente representar al gobierno ante los tribunales, y así
lo hizo. Era sorprendente cómo siendo un conocido demócrata cristiano, cada día
la prensa de la derecha en Iquique, la única (los diarios "El Tarapacá", tristemente
célebre por representar a los monopolios salitreros, por soplón en toda época de
persecución contra los partidos populares, y por ser un personaje inolvidable en la
poesía de Pablo Neruda; y "La Estrella" de Iquique, de propiedad del clan
Edwards, los dueños de "El Mercurio"), lo atacaba diariamente, con cualquier tipo
de cargos. Cabezas, cuando yo le recordaba aquello, se reía.

Era un hombre muy alegre, con el chiste a flor de labio, y de una formación
humanista que pocas veces había visto antes. Hacía sólo tres días que había
iniciado mi amistad con él y ya éramos, estoy seguro, íntimos amigos.

Julio tenía la certeza de que lo liberarían muy pronto, apenas la Junta declarara
"ganada la guerra", según sus palabras. Muy amigo de mi suegro, me ofreció ir a
verle y ver de qué manera los dos podrían sacarme de allí. Traté de convencerlo
siempre de que la situación era grave, muy grave. El nunca lo creyó, nunca. "Chile
es diferente", decía, "todos ustedes volverán a sus hogares, muy pronto. En un
tiempo más la Junta llamará a elecciones, sin los partidos marxistas. Eso es todo,
y quizás dentro de un tiempo más, ustedes volverán a la legalidad. Allende quería
cambiarlo todo muy rápido". Cabezas era hombre culto, pero parecía un niño en
sus análisis . Era el tipo de persona honesta que nació y se crió en medio del mito
de la "feliz convivencia entre todos los chilenos", y en medio del otro mito peor,
aquel que decía que el ejército es de todos, es constitucionalista por definición,
etc. El día del asesinato de aquellos seis compañeros, Cabezas no habló casi
nada, porque sabía que no hubo tal fuga, porque sabía que había sido un crimen,
y porque sabía, como todos nosotros, quienes fueron los asesinados.

Hoy, 4 de enero, Nora cumple 26 años, y no tengo nada que darle. Mañana, día
de visita, deberá conformarse con verme. Pobre mi mujer, cuando le dije el primer
día que nos vimos, después de casi cuatro meses de dolorosa separación, que se
considerase libre, que preso sólo estaba yo y no ella, que podrían pasar
muchísimos años de cárcel para mí, que hasta me podían matar en la cárcel o
hacerme desaparecer, que tratara de rehacer su vida, me dio un bofetón y lloró
amargamente, más amargamente que cuando le dijeron que había sido fusilado.
Me dijo "contigo están presos todos tus seres queridos, y yo más que todos.
"Aunque se que siempre la quise mucho, esa vez creo que lo supe realmente.
Supongo que en eso consiste el castigo que me impone la burguesía, y nada más:
el privarme de ella.

Ninguno de los asesinados por al azar. Hubo una evidente selección. llegamos a
esa y a otros conclusiones.

Larraín fue elegido Luego de discutirlo

Cañas era hombre clave en la economía del país.

Era el gerente general de la primera industria de pescado en Chile. Las industrias


pesqueras, en su mayoría, mediante la legalidad vigente, habían pasado al área
social. Las conservas de Iquique abastecían a todo el país, lo mismo la harina de
pescado y otros productos. Una buena parte de su producción era de exportación
en toda la región andina. A pesar de todos los problemas de abastecimientos de
maquinaria y de repuestos, de mercado negro, etc., Canas logró hacer de las
pesqueras una industria de prestigio y muy eficiente. La participación obrera que
Cañas favoreció y estimuló transformaron a las pesqueras de Iquique, en una
industria modelo en el proceso de cambios hacia el socialismo. Cañas, ex-obrero
de aquellas industrias cuando pertenecían a algún capitalista nacional o
extranjero. sabía lo que hacía, y hacía las cosas bien. Además era un activista
político. Cañas pertenecía al Partido Socialista y siempre decía: "lo que yo haga
siempre será político. En eso soy honrado con todos". En los conflictos obreros,
sabía muy bien manejarse y explicar las cosas. Siempre fue un hombre de pueblo,
nacido en las peores condiciones de miseria imaginables, explotado como obrero,
nadie podía hablarle con mucha autoridad sobre los derechos de los trabajadores.

Con Cañas estaba claro que el gobierno de Allende era el gobierno de los
Trabajadores. Con muchos esfuerzos mi gran amigo Norberto Cañas pudo
estudiar y hasta aprobar la escuela secundaria, ¡Cómo seleccionan los fascistas a
nuestros mártires!

Jiménez, de Valparaíso, había sido marino. Pero el propio Cabezas me dijo el


resto. Jiménez era de aquellos marinos de muy alta calidad militar, comando, con
entrenamientos en Panamá. Un militar perfecto, y de los nuestros. Una vez
producida la correlación de fuerzas favorables a los golpistas. fue asesinado, y
lejos de su hogar, en Pisagua, junto a su mar. El tercer asesinado era Luis Lizardi,
curiosamente sin vínculos familiares con Tito.

Lizardi también era marino, y de alta calidad militar. Poco después de ser marino
ingresó a la Federación de Juvenil Socialista y llegó a ser miembro de su Comité
Central en Santiago.

El cuarto asesinado era un muchacho que hacía su servicio militar y que


pertenecía a la Juventud Comunista, lo que era perfectamente legítimo. El quinto,
otro militar, y el sexto, era Marcelo Guzmán, miembro del Comité Regional del
Partido Socialista, su encargado de organización. Por ese sólo "delito" lo
asesinaron. Recuerdo cuando llegó a Pisagua, un día antes de su muerte. Logré
conversar pon él a la hora del desayuno. Venía desfigurado por tas torturas que le
aplicaron en Iquique antes de ser traído a Pisagua para matarle lejos del puerto.
Me dijo, "yo sé que me traen para matarme, aunque a mí y a mis padres nos
dijeron otra cosa. Sé que matarán a muchos de nosotros, -por las torturas que me
aplicaron y por las intenciones que les vi. No pueden dejarme vivo. Sólo espero
que tú y los demás no pasen por lo que a mí me hicieron. Ojalá me hubieran
matado el 11, y no hoy o mañana como sé que lo harán". Enseguida me dio todo
el ánimo que pudo, y me dijo algo muy importante para las sesiones de tortura que
vendrían después: "no olvides que quieren matar a todos los dirigentes de los
partidos socialista y comunista. No lo olvides". Y era cierto.

6 DE ENERO

Algunos conscriptos finalmente contaron cómo fue la masacre. Los presos fueron
conducidos al centro de la cancha de fútbol de Pisagua, y desde unos cincuenta
metros de distancia se les disparó con balas de ametralladora punto cincuenta.
Sus cuerpos quedaron enteramente destrozados. Toda la cancha se llenó de
despojos humanos, cabezas, pies, cuerpos divididos en dos. Los restos de
nuestros compañeros fueron recogidos en sacos y enterrados a unos cinco
kilómetros del lugar, en pleno desierto. Para evitar que los buitres indicaran ese
lugar, se echó sobre los sacos cal, antes de ser enterrados. Cuando tiempo
después se iniciaron los trabajos forzados masivos, aun había restos humanos y
de sangre en la cancha de fútbol.

Ese día de la masacre, naturalmente, no hubo show. El show que habría sería el
de Larraín, y fue en la noche. El capitán Benavides, sacando del pecho la voz más
fuerte que pudo gritó: " ¡sabemos que ustedes dicen que los muertos de esta
mañana fueron elegidos para ser ametrallados. Para que hablen lo cierto, mañana
saldrán otros seis, a la misma hora! Y son los siguientes,..." Y luego nombró a tres
de Valparaíso y tres de Iquique. Uno de ellos era Lizardi, Tito Lizardi. Tito estaba
sereno y quizás no hizo tanta falta que tratáramos de darle ánimo.

Recuerdo que Julio Cabezas le decía: "apenas sientan ruido, láncense al suelo".
Otros, que era sólo un susto, para amedrentarnos y quebrarnos la moral. Tito oyó
pausadamente todo, y ya muy tarde se acercó hasta donde yo dormía y me dijo:
"Haroldo, sé que voy a morir, si no es ahora será sólo días después. Siento te
necesidad que de alguna forma u otra hagas llegar estos mensajes a mis padres y
a mi novia. Además, Haroldo, has sido por mucho tiempo un gran amigo para mí, y
no quiero morir sin antes confesarme. Siento esa necesidad". Y luego me contó su
vida, sus temores, sus ¡deas, sus faltas, todo. Tito era profundamente creyente y
muy estudioso de asuntos de Teología. Me dijo, "por favor, si puedes, no duermas
esta noche y acompáñame". "Tendrías el honor de ser mejor que Pedro", agregó
sonriendo.

Al día siguiente los seis compañeros salieron más temprano de lo previsto. Tito
antes de irse, hizo una pequeña arenga. Nos instó a mantener firme la moral y
seguir fortaleciéndonos políticamente. Cuando se lo llevaron, nos miró sonriendo,
con esa sonrisa de siempre.

Dos horas después de partir Lizardi, se acabó para mí la rutina pisaguina y


comenzaría otra etapa de mi cautiverio. Benavides, más o menos a las 11 de la
mañana, gritó: "prepárense los siguientes..." y entre ellos, en total cuatro, estaba
yo. Las pocas cosas que tenía se quedaron en Pisagua, y donde pude, por entre
mis calzoncillos metí el mensaje de Tito, que ya había leído esas dos horas,
continuamente. Todavía recuerdo el mensaje, que después debí comerme. El de
sus padres comenzaba así: "cuando reciban este mensaje es seguro que yo ya
estaré muerto..." Tito lamentaba no haber sido capaz de expresarles mejor su
cariño, y les pedía que comprendieran el por qué de su muerte. Cuando el
mensaje llegó a manos de su madre, supe que ella estalló en llanto, diciendo "
¡Por desgracia sólo ahora me doy cuenta de lo que Tito me decía!" " ¡Qué razón
tenía!".

Tito era el hijo mayor, e hijo único por muchos años, de una familia de algún nivel
económico en Iquique. De aquella gente honesta que no vio nunca como nosotros
la conspiración fascista. Qué pena que tantas veces deba ser así, que ocurran
tragedias como la de Chile para que la gente se dé cuenta de las cosas. El
mensaje a su novia no pudo llegar jamás a su destino. Nadie, ni su familia, pudo
establecer contacto con esa muchacha. Pero Tito me lo advirtió: sólo hay dos
posibilidades: "Eliana está presa o muerta "."Hasta ahora, ni por los amigos de
Tito, he podido ubicarla. Espero que Tito se haya equivocado, y en lugar de estar
muerta, ya que no encarcelada, esté viva en algún lugar.

Los cuatro presos partimos de Pisagua con los ojos vendados, rodeados de
metralletas. Eramos todos socialistas, luego deduje que se trataba de nuestro
caso, de nuestro posible juicio. Entre nosotros, estaba Juan Antonio, a quien no
pude ver nunca, en Pisagua. En el trayecto, tragando la arenilla del desierto
tarapaqueño, cruzamos algunas palabras. Estábamos seguros que nos esperaba
algo grave en Iquique. Y así fue. Mientras nos dejábamos de Pisagua,
seguramente pasamos por el lugar donde estaban enterrados nuestros queridos
compañeros Cañas, Marcelo y tantos otros.

8 DE ENERO

Llegamos al Regimiento de Telecomunicaciones, no supimos por donde. Vimos


gente nueva, entre ellos profesores, estudiantes y obreros que conocía. Lo
importante es que se notaba que la Junta a todo ritmo se preparaba para un show
ilegal, para una mascarada judicial. En todo caso, todo empezaba con los
interrogatorios, los fatídicos interrogatorios del SIM. Los dirigentes de todos los
partidos estaban presos o muertos. En el galpón para los prisioneros no había
nada: se dormía en el suelo, a unos metros se hizo un hoyo para nuestras
necesidades fisiológicas y la comida era peor que no comer. Los interrogatorios
comenzaron con otros compañeros. A mí me dejaron para el final. No había cómo
perderse. Todo era muy claro. Querían configurar el delito más grave posible.
Partían siempre desde dos premisas: nuestras ideas políticas, y los aparatos de
defensa que poseían nuestros partidos. A través de un intenso interrogatorio con
torturas que ya describiré, trataban de hacer confesar al preso que puesto que
nosotros éramos antiderechistas, habríamos hecho contra ellos, lo que ellos nos
hacían. Es ridículo, pero así es, literalmente.

Lamenté más que nunca el hecho que para defendernos de los ataques nocturnos
de las hordas fascistas, algún tiempo antes del golpe, no tuviéramos realmente
armas para defendernos. La búsqueda de armas era afiebrada, paranoica. Ya
habían dado vuelta nuestras casas y nuestros locales. Habían registrado cada
casa de Iquique. Al principio pensé que era puro "teatro", pero realmente descubrí
que sólo era aquello lo que temían los cobardes: que tuviéramos armas. Entre los
interrogatorios había algunos que nos hablaban de "El Estado y la Revolución". "El
Manifiesto Comunista", etc. Pero qué ridículo hicieron a pesar de su fuerza. En
alguna academia en Panamá les dieron como recetario algunas frases de los
clásicos marxistas, que naturalmente estaban destinadas a hacernos algún lavado
de cerebro, o a impresionarnos. El problema para estos "teóricos" del SIM era que
entre los "marxistas" también había sacerdotes católicos, como uno que murió en
Iquique víctima de las torturas. Al cura seguramente le demostraron conocer muy
bien San Mateo. También había muchos presos que nunca leyeron ni se
interesaron por los clásicos de la revolución socialista, y que si estaban en la
izquierda lo era por conciencia de clase, fundamentalmente.

A través de muchos métodos logramos saber mejor que en Pisagua lo que ocurría
en Chile. Ya los muertos eran decenas de miles en todas partes. Supe de la
muerte de muchos compañeros que conocí en mis tiempos de universitario, como
el querido amigo Enrique París, con quien estuve en muchas reuniones
discutiendo los problemas de la Reforma Universitaria. La carestía y la situación
económica eran catastróficas. Los interrogados logramos, a pesar que se nos
separaba de un galpón a otro, establecer contacto y manejarnos mejor en las
sesiones de tortura. Teníamos la suerte de saber que con seguridad seríamos
torturados, que podíamos prepararnos para ello, y que también había una gran
solidaridad mundial para con nosotros.

Acuña, el fiscal, estaba desesperado porque no lograba configurar bien el delito


que quería, para disimular el asesinato. Pasaban los días, y el tiempo obraba a
nuestro favor. En octubre, apenas un mes del golpe, ya la Junta estaba
completamente desprestigiada en todo el mundo. Lo sabíamos por los mensajes
que se filtraron hacia el regimiento, por lo que contaban algunos conscriptos, y
hasta algunos suboficiales. Descubrimos un diario en que leímos con regocijo - un
diario juntista, "La Estrella"!- sobre la protesta de la embajada de Alemania
Federal ante la Junta en relación a "un bus ultramoderno que compró Allende en
Alemania", "donde Allende viajaba como rey, donde hacía orgías", etc. El bus en
realidad fue un regalo que Allende recibió de Alemania, o de alguna institución de
ese país, y dignatarios de ese país y de otros lamentaban la campaña contra
Allende, a quien se pretendía enlodar en lo moral, con cualquier tipo de recursos.
No contentos con asesinarlo, Pinochet y sus cómplices también fracasaron en
ensuciar su figura.

Acuña debía apurarse, y finalmente lo hizo. Luego de las más atroces torturas,
que ordenó sólo por odio, pues sabía que sus cargos serían sus invenciones,
presentó su acusación, y luego redactó la sentencia, para doce dirigentes del
Partido Socialista en Iquique, entre ellos el alcalde de la ciudad de Iquique: otro,
un edil fundador de una institución comunitaria que logró reunir a muchos sectores
de la sociedad iquiqueña, el "Centro para el Progreso, el jefe de la Caja de
Empleados Particulares de Iquique, el jefe de la Oficina de Planificación Nacional
en Iquique, otros compañeros y un profesor de la Universidad de Chile en Iquique,
quien escribe estas páginas. Todas estas personas, desde sus centros de trabajo,
habían planeado... ¡y lo dice la sentencia! tomarse la ciudad de Iquique, los
regimientos, nada menos que la Sexta División de Iquique, seguidos de
pobladores y "elementos extremistas". En todas las sesiones de torturas trató
Acuña de vincularnos con oficiales del ejército. Recuerdo que a mí me torturaron
quizás una hora tratando de convencerme que yo era amigo y que estuve en
reuniones con generales y coroneles. Pero el tiempo para Acuña pasaba y
pasaba, y finalmente se decidió por inventar la historia de nuestra conspiración:
tomarnos la Sexta División de Ejército, y luego con ella avanzar hacia el sur,
unirnos a las otras tropas allendistas, tomarnos el país a instaurar en Chile "una
tiranía comunista". Aquello era "el plan Z".

No hay duda alguna. Nuestro error principal fue no haber elaborado a tiempo en
todo Chile la defensa de lo que hacíamos. Aún no sé cómo. No soy dirigente
nacional ni ninguno de nosotros en Iquique tuvimos mayor poder. como
muchísimos compañeros de base del resto del país. Acuña y el SIM nos mataría
acusándonos, desgraciadamente, por algo que nunca hicimos. Los detalles eran
realmente asombrosos. Era de quedar estupefactos, y revelaba muy bien la
personalidad de drogadicto y de atormentado mental de Acuña. Un muchacho
estudiante debía poner una locomotora bloqueando los muelles de Iquique, otro
compañero, Juan Antonio, en su calidad de regidor debía ordenar la salida de
todos los pobladores a las calles a tomarse la zona entera. Poco antes de nuestro
juicio empezó una campaña de desprestigio moral, para preparar al pueblo de
Iquique para nuestra muerte.

Los días pasaban, los interrogatorios y las torturas se sucedían como cosa de
rutina. Aquello duró tres semanas o más. El 5 de octubre supe la noticia del
fusilamiento de Tito. No fue asesinado el día que prometieron matarlo, sino una
semana después, luego de ser sometido a las más salvajes torturas. Ese día
fusilaron, luego de un "juicio", a cinco compañeros: José Córdoba, jefe del Puerto
de Iquique, de sus muelles, militante del Mapu Obrero y Campesino, conocedor,
por supuesto, de muchos antecedentes sobre el contrabando y las fechorías de
Acuña, Juan Valencia, antiguo militante del Partido Comunista, jefe de la Empresa
de Comercio Agrícola, que debía proveer de alimentos a la zona, y quien trabajó
arduamente contra el mercado negro, el delito económico y el sabotaje de las
bandas fascistas: José Morris, el compañero de la aduana del cual ya hablé. Julio
Cabezas, cuya muerte nadie esperaba en Iquique, y Tito. Supimos que la hija de
Cabezas era compañera de estudios de la hija de Larraín, en un colegio de
monjas, y que aquella le gritó "tu padre es el asesino del mío". Escándalo en
Iquique, vergüenza para el asesino. Honor para aquella valiente muchacha.

El juicio de aquellos 5 hombres no tuvo abogados defensores. Supimos que


Larraín dijo que "los traidores a la patria" no merecen que se los defienda.
¡Traidores a la Patria! Larraín. Acuña y todos esos asesinos nos llaman traidores,
¡esos traidores nos llaman traidores!.

10 DE ENERO

Sería tan largo narrar todo, nuestras conversaciones ante el peligro de muerte,
ante la certeza de la muerte. Seguimos la línea de Pisagua: Un buen nivel
ideológico, una buena conciencia de quiénes son estos canallas nos daba la
fuerza para enfrentarlos. Nos apoyábamos mutuamente, y cuando podíamos
socorríamos al compañero lesionado por las torturas. Y qué torturas... al preso se
lo desnudaba, se le vendaba los ojos y se le daba de palos por todo el cuerpo. Los
golpes de electricidad sacudían a uno como un trapo viejo. Se aplicaban 60 o más
voltios en los testículos, en los oídos, en las encías, en las narices y en el pene. Al
preso se le colgaba de las muñecas, se ataba a su pene una gruesa cuerda que
se tiraba con tal fuerza que se llegaba al desmayo inmediato.

A mí me dieron quizás una dos horas palos continuos en el hueso central de la


cabeza, la fontanela, lo que me tuvo en estado de semi-inconciencia casi tres días,
incluyendo el día en que debí comparecer ante el tribunal que instauraron en
Pisagua esos asesinos. Se nos hizo todo, inyección de drogas, degradación
sexual, etc. En medio de una de las sesiones de torturas me dieron una patada tan
fuerte en pleno rostro que me quebraron la nariz, y luego no recibí atención
médica alguna. No sé cuanta sangre perdí. Sólo sé que sangré varios días,
incluyendo el día del juicio.

Y había médicos. En cada sesión de torturas un médico continuamente controlaba


mediante un estetoscopio el latido del corazón. Ese médico era quien aconsejaba
la interrupción y la continuación de aquellas largas sesiones.

Mientras continuaban los interrogatorios empezamos a hacernos definitivamente


más fuertes. Por todas partes se respiraba lo que llamaré la derrota moral más
absoluta de los fascistas. Mientras degradaban y envilecían la figura de Salvador
Allende y de muchos de nuestros mártires, notábamos la desesperación de los
asesinos. Estuve seguro que en las sesiones de torturas actuaban bajo el efecto
de drogas o algo así, pues su voz no era natural, y parecía la de un borracho.
Además, a pesar de nuestra situación, pudimos mil veces burlarlos.

Los interrogadores tenían registrados muchos hechos que nos comprometían


severamente con el Gobierno Popular. Allí iban a morir quienes hubieran tenido
más responsabilidades y quienes mejor hubieran trabajado por la izquierda
chilena. Sin embargo, a través de toda una acción concertada por medio de
mensajes en el excusado, señales de lejos como sonarse la nariz, rascarse la
cabeza, etc., pudimos estar de acuerdo en lo que diríamos en los interrogatorios.
Nuestra lucha por la vida, sin perjudicar a otros compañeros que estuvieran en
otro lugar del país o escondidos, vivos, se prolongó hasta el último día de los
interrogatorios. Yo estaba realmente comprometido. Era conocido por mi cargo de
Educador Político en el Comité Regional y mis actuaciones públicas, como
comentarista de temas de contingencia nacional en nuestra Radio "Esmeralda".
"Por lo menos -pensé-, si me matan, trataré de ayudar a que otros queden vivos".
Mi delito era grande para el fascismo, aunque sé que me faltó demasiado para
llegar a ser un verdadero y buen revolucionario.

11 DE EN ERO

Entre toda esa pesadilla, fue Rodolfo Fuenzalida. el alma del grupo.

Rodolfo era una de las figuras más importantes de la dirección del Partido y tuvo a
su cargo, en pleno auge del fascismo, la misión de defender nuestro proceso.
Rodolfo era un convencido revolucionario y recuerdo que siempre tuvo claro que
en Chile habría un enfrentamiento, una lucha a muerte contra el golpe que se
avecinaba, o bien el genocidio que se inició el 11 de septiembre. Rodolfo era piloto
profesional y trabajaba en las industrias pesqueras como tal, en la detección de
peces. Fue, años atrás, famoso por sobrevolar la travesía de Lord Chichester por
el Cabo de Hornos. Su nombre llenó páginas de revistas internacionales como
Time y otras. Se le ofreció trabajar en Inglaterra, pero Rodolfo, no aceptó, por su
amor profundo por su país. Al partido se dedicó por entero, y llegó a ser un gran
amigo mío. Se hizo conocido por su generosidad sin límites y su dedicación
política, su sencillez y su responsabilidad en cada tarea que se le asignara. Por
sobre todo por su disciplina, por la que tantas veces sacrificó sus propios puntos
de vista. Yo, sin embargo, lo admiré mucho más por su disposición al perdón, por
su amplitud y por su humildad.

Nunca olvidaré aquel día en que fui designado miembro de una Comisión de
Control, que investigaría y resolvería sobre un delito ocurrido en el partido. Hubo
una fiesta, en celebración del aniversario del Partido. Un militante muy nuevo
sustrajo unas botellas de pisco, para celebrar en su casa no sé qué cosa. Era un
bien del Partido, y la comisión que me tocaba presidir debía aplicar sanciones, que
naturalmente, según la tradición, era la expulsión. Cuando nos enfrentamos al
joven ladronzuelo, antes que yo empezara a hablar, ceremoniosamente sobre
principios y demases, Rodolfo, otro miembro de la Comisión, rió y dijo. "Mira,
muchacho, te veo tan asustado que no puedo dejar de reirme. Vamos, vete y no
hagas más tonterías. Cuando robes, por último hazlo a algún capitalista, y no a
nosotros que bien sabes lo pobres que somos". Me dejó embobado, y hasta me
enojé con él. Rodolfo no me dio mayores explicaciones, sonriendo siempre. ¡Qué
lección para todos fue aquella! Aquel joven obrero, el ladrón de las botellas de
pisco, fue con nosotros apresado, torturado e interrogado mil veces. Los fascistas
no pudieron nunca arrancarle una palabra. No lo mataron pero lo condenaron a
muchos anos de presidio, quizás más por odio que por responsabilidades
políticas. Ese muchacho, en una ocasión, logró burlar la vigilancia militar y nos
informó de todo lo que iba ocurriendo con los interrogatorios en el seno de la
Juventud Socialista, lo que nos sirvió de mucho. Hace días, cuando volvimos de
Pisagua, luego de nuestro juicio allá, me despedí de él, y le dije que los dirigentes
sobrevivientes nos enorgullecíamos con su actuación. Yo ya había olvidado la
historia del robo, y me dijo: "Compañero, sólo traté de ser aunque fuera un poquito
como Rodolfo".

A Rodolfo lo destrozaron a patadas. Había instrucciones de ensañarse con él. El


día que terminaron las torturas, nos llevaron de nuevo a Pisagua, para lo que sería
nuestro "juicio". Sangraba de la boca profusamente y tenía dos costillas hechas
pedazos. No podía sostenerse y debimos ayudarlo en todo el camino. Yo pude
verlo un tiempo más, porque fuimos él y yo los dos últimos torturados de un grupo
de doce acusados.

Yo no me reponía de la paliza de aquel día, cuando en la noche vinieron a


buscarme. Durante las torturas me habían golpeado ininterrumpidamente la
clavícula izquierda. Al ser llamado, me incorporé apenas, ayudado por un
compañero que me tenía a su cargo, en calidad de torturado. El soldado lo separó
bruscamente de mí, y me gritó: ¡"Apúrate, desgraciado!" y me asestó un golpe
terrible con el cañón del fusil en la misma clavícula izquierda. Como no podía
moverme, ni caminar, pues uno de los golpes de aquel día, dirigido a los testículos
me produjo una lesión en un hueso del bajo vientre, me agarraron y me
arrastraron hasta un jeep, que me llevó nada menos que a la Intendencia, el
Palacio Provincial, la delegación en Tarapacá del Presidente de la República. Al
llegar allí me sacaron a culatazos, a empellones y golpes de fusil por todas partes
del cuerpo. Estaba en lo físico, absolutamente agotado, y mis fuerzas ya no me
acompañaban.

Me sentaron en el gran salón de la Intendencia, donde una vez, recuerdo, siendo


liceano recibí un premio de arte, donde Nora se lució como bailarina de ballet,
donde no hacía ni tres meses agasajamos a una delegación cubana. El salón
ahora estaba lleno de soldados y de mugre, y también de muestras de sangre.
Entre los presos que allí encontré vi a Rodolfo, tendido en el suelo, y que me
sonrió como diciéndome, "ánimo, compañero". Obligado a permanecer cara a la
pared, en una sola posición, luego de seis horas, fui llevado a comparecer... donde
Acuña. Esta vez estaba sin venda en los ojos, y pude ver su cara, la cara de un
criminal, y de un hombre poseído por el odio. Su voz fue amenazante, y supe allí
por fin, que nos matarían a casi todos. Con su disfraz de coronel, recientemente,
sólo después del golpe, conseguido, se paseaba, triunfal, por detrás y delante mío.
Trató de hacerme hablar sobre política, y se enervó cuando le contesté con bien
preparadas evasivas. Dio unas instrucciones y desapareció, luego llegaron unos
esbirros y me dieron de palos, como si ello me haría algún efecto ya. Acuña "volvió
desesperado, y me dijo: "como todos, pagarán caro lo que me han hecho".

En la tarde de ese día, me llevaron otra vez al regimiento, tendido boca abajo en
un jeep, junto a Rodolfo, que repetía: "venceremos, a la larga venceremos". Le dije
lo mismo, y que criminales de esa calaña no pueden a la larga ganar. Un culatazo
a cada uno nos obligó a entendernos sólo con la mirada. Y qué bien lo hicimos.
Nos sentimos hermanados en la lucha y en la muerte. Por fin me consideré
invencible, por fin. Sólo deseo que ese sentimiento me dure el mayor tiempo
posible, ya que sobreviví. Pero la vida pide amarse, cuando se tiene segura. Pero
pienso que bien vale darla si es por destruir el fascismo.

Nos llevaron a Pisagua, donde el show estaba montado. Había periodistas,


paniaguados de la Junta, un solo testigo, ¡uno solo! un individuo gordo, y rubio que
parecía alemán. Y era alemán, un ex-nazi, contratado por el ejército para construir
un campo de concentración, en el cual me tocó hacer trabajos forzados. Este nazi,
que pude conocer bien días después, nos miraba fijamente, y con toda seguridad
pensaba en lo mal que lo pasó en algún frente oriental europeo durante la guerra,
pues se notaba muy a gusto contemplándonos. Nos pusieron abogados
defensores que no conocíamos y que no pedimos, con los cuales apenas
cruzamos dos palabras. Acuna, en medio de mucha solemnidad y boato, leyó su
acusación, pidiendo la pena de muerte para diez de los doce acusados, entre ellos
yo. Finalmente nos metieron en celdas en cuatro grupos de tres, esperando la
ratificación del Tribunal, compuesto de oficiales de Iquique. Me tocó
esperar 24 horas aquella ratificación, junto a Freddy Taberna, el dirigente máximo
del Partido, y de José Sampson, encargado del frente de movilización de masas.
Ese era el orden, quizás. En esa celda había tres hombres que matarían.
Conversamos mucho, mucho. Miramos por una venían ita de aquella celda
pisaguina lo libres que volaban las gaviotas, y lo que valía cada cosa con vida.
Pronto nuestros cuerpos no serían nada, nada. Supimos que la vida sólo puede
continuar en la memoria de otros, y que nosotros afortunadamente, no moriríamos
como cualquiera. Discutimos todo, en esas 24 horas, y me sentí amigo verdadero
de aquellos compañeros.

Serían las cuatro de la tarde cuando apareció el comandante en el patio, obligó a


los presos a cantar la Canción Nacional: "Puro, Chile, es tu cielo azulado...",
agregando, "ustedes le darán una lección a estos traidores". Los compañeros
cantaron, pero no para Larraín, sino para Chile, y lo digo con orgullo, para
nosotros, quizás como su último homenaje. Sentimos una enorme solidaridad,
profunda, y nos sentimos felices, felices, como yo nunca me sentí antes en toda mi
vida.

En la noche, un grupo de compañeros, muy calladamente, nos hizo una pequeña


velada. Un porteño nos cantó "El día que me quieras" que naturalmente nos hizo
recordar nuestras esposas, otros cantaron una tonada chilena de Violeta Parra,
"La Jardinera".

13 DE ENERO

Y llegó el momento. Nos sacaron de nuestras celdas, salimos lo más erguidos que
pudimos. Yo apenas podía sostenerme con mi clavícula y mis piernas lesionadas.
Leyeron la sentencia. El Comandante sonreía, lo mismo Acuña. Los soldados
estaban pálidos, lo mismo algunos oficiales jóvenes. Un oficial muy joven, pálido,
desconcertado, evidentemente quebrado por lo horrendo de aquella frase, en la
que lo obligaron a participar, tuvo la misión de leer la sentencia. No se oía un ruido
en la cárcel, aunque sabíamos que más de 300 presos nos miraban trémulos. A lo
lejos se oía el sonido de las olas al golpear en las rocas de la playa. Sentí por
primera vez lo oloroso de las aguas del mar, lo hermoso que es el graznar de las
gaviotas a la distancia. Pensé que era una hermosa despedida de la vida.

El tribunal ratificó la pena de muerte para siete compañeros, entre ellos yo. Se nos
metió luego en una celda individual, a esperar la muerte, a ese accidente en la
vida en que uno está solo, y que se debe resolver solo. Pocas horas antes de la
ejecución, se abrió la celda y me notificaron junto a otro compañero que se me
cambiaba la pena de muerte por presidio perpetuo, sin explicación alguna. Pero no
sentí nada. Cinco iban a morir, cinco compañeros con los cuales viví lo que es el
fascismo.

Un compañero pidió una misa, y el católico comandante para impresionar a los


periodistas la autorizó. El canalla, además nos dio un rato para lo que él llamó
"despedirnos". La misa fue solemne, en medio del patio.

Escuché sollozos entre los presos de los pisos superiores. Y luego, algo que tenía
que ocurrir. Nuestro dirigente máximo, Freddy llamó a una reunión de Partido.
Freddy, que junto a Rodolfo, a Sampson, a Palominos -a quien postergaron su
muerte- y a Juan Antonio, iban a morir, presidió aquella reunión del Partido. Dio un
breve informe político, caracterizando el golpe de estado, sus orígenes y sus
consecuencias, con una claridad absoluta. La reunión terminó luego de 15
minutos, y sus conclusiones fueron: continuar la lucha hasta la derrota del
fascismo y el establecimiento del Socialismo en Chile, tarea que nos correspondía
a los sobrevivientes; castigar severamente, por lo menos con la expulsión
inmediata del Partido a aquellos dirigentes que huyeron sin autorización del
Comité Central al extranjero, y promover una intensa discusión ideológica sobre lo
que sería el Partido a partir del advenimiento de la tiranía fascista. Y finalmente,
para los que iban a morir, la forma de enfrentar la muerte. Se resolvió gritar las
siguientes consignas: " ¡Mueran los verdaderos traidores!", " ¡Mueran los lacayos
del imperialismo yanqui, Pinochet y su pandilla!", " ¡Mueran los asesinos
fascistas!", "¡Viva el Partido Socialista!", "¡Venceremos!", y además cantar "La
Internacional" y "La Marsellesa Socialista".

Minutos después, el comandante rodeado de esbirros, nos metió de nuevo a


nuestras celdas. Freddy nos besó en la frente, a los que sobrevivíamos. Y ya no
pude contenerme, y con otros compañeros derramé algunas lágrimas. ¡Era tanta y
tanta la injusticia! Rodolfo me increpó suavemente: "¿qué te pasa? Así debe ser.
Es lo mejor que puede ocurrir. Nuestra muerte no es en vano. ¡No te quiebres
ahora!" Le dije rápidamente que no podía resignarme a la idea de perderlo para
siempre, junto a los demás, y me dijo casi riendo: "Ya sabes que morir es igual
que nacer. Conoces mis ideas cristianas". Le dije, "nacer es mejor. Aquí en este
mundo hay gente que te espera con ansiedad y con amor". Rodolfo musitó: "No.
"Allá" hay mas gente todavía que te espera, y con más amor" Se despidió con un
abrazo repitiéndome: "La lucha continua. No lo olvides". A lo lejos alcancé a
divisar a Sampson que me sonreía. Un rato más tarde, sólo en mi celda esperé las
descargas, como para acompañar en su muerte a mis compañeros. Cuando las
sentí fue como que las balas entraban en mi pecho. Serían las 6 ó 7 de la mañana
Los fascistas habían consumado su crimen no el último por cierto, pero aquel en el
que me sentí como uno de los asesinados.
14 DE ENERO

Hacía más de 48 horas que no dormía, y empecé a dormitar, pensando en todos


los compañeros muertos que ya eran muchos, de todas las edades, sexos, y de
todos los partidos.

Pensé que si compañeros de diferentes partidos de izquierda, a veces


antagónicos en muchas aspectos, hubieran estado tan unidos en la vida como lo
estuvieron en la muerte, habríamos ganado, sin duda alguna. Recordé que Tito,
jefe del MIR en Iquique, fue fusilado junto a Juan Valencia, sin duda la figura más
importante del Partido Comunista. Supimos de su abrazo fraternal y de su actitud
heroica al morir. Juan Valencia, a quien conocí mucho también por su amistad
personal con mi padre, antes de morir, gritó a Larraín: " ¡ya verás el día en que el
pueblo no te enfrente con las manos vacías!" Recordé a Freddy, hijo de
pescadores, muchacho que merced a su capacidad y a sus esfuerzos alcanzó a
llegar a la Universidad, y fue mi amigo y camarada en tantas peripecias en el
Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. En 1965 Freddy fue elegido por la
Universidad, según petición del Ministerio de Defensa de Alessandri, para integrar
el grupo de científicos y geógrafos que estudiarían el problema limítrofe con
Argentina en Palena, en el extremo sur de Chile. Pero para Pinochet y sus
secuaces, para Larraín. Acuña y demás cabrones, a Freddy había que cantarle la
Canción Nacional, como lección de patriotismo. Freddy era odiado como ninguno
de nosotros. Freddy, tenía un gran prestigio en Iquique por su inteligencia, por su
capacidad de dirigente político y eficiente funcionario del Gobierno Popular. Fue él
quien tuvo la misión de, en nombre de la Unidad Popular, denunciar públicamente
en la plaza Condell de Iquique a los delincuentes económicos. Su esposa, Gini,
fue apresada, como todas las mujeres de los dirigentes, y usada como rehén y
elemento de coerción durante los interrogatorios de Freddy. Nora, mi esposa, libró
milagrosamente. En los momentos del golpe, se encontraba en Santiago, de
vacaciones de invierno, como estudiante. Mi suegro, vinculado a sectores de la
oposición logró evitar que corriera la suerte de Gini y las demás compañeras. Juan
Antonio era el ex-presidente del Centro para el Progreso de Iquique, y edil de la
Municipalidad de Iquique, a quien me unían lazos de amistad desde la infancia.

Empezaba a dormir, quizás, cuando fui llamado abruptamente a la oficina de


Acuña. Comprendí que tenía razón, que todavía estaba en el comienzo, que la
pesadilla apenas empezaba, que los fascistas seguían imponiendo su ley, en
Chile, hoy tierra de nadie, donde impera la ley de Pinochet, de Hitler, del fascismo.

Me sentaron frente a Acuña y Larraín, pero estaban ligeramente distintos.


Comprendí que al fin de cuentas habían sido derrotados. Minutos antes habían
matado a los compañeros, que sin duda cumplieron el acuerdo político de aquella
reunión, antes de enfrentar las balas. Acuña, lentamente empezó a hablar. Dijo
algo así: "Mi general Leigh ha declarado que aquí en Chile se respetan las ideas.
Tú, como profesor universitario, al fin de cuentas serías una buena propaganda
para los marxistas de fuera del país. Así que preferimos no matarte. Larraín
callaba, y miraba el suelo turbado, fumando nerviosamente. Los asesinos, es
cierto, no me mataron por ese solo hecho. pero también me encarcelaron, me
torturaron, y en un momento decidieron matarme, también por ese hecho.
Más tarde supe que estudiantes y profesores de la Universidad, se atrevieron en
plena represión, a presionar en mi favor, y también sectores de la propia derecha,
que no querían aparecer como matando intelectuales. Además, ya habían matado
a Enrique París, el primer y mejor representante de la izquierda en los
movimientos de Reforma Universitaria, a Víctor Jara, el artista más representativo
del proceso de profundos cambios que vivía Chile, el profesor músico Peña,
fundador de la primera orquesta sinfónica infantil de Chile. En Iquique habían
matado a Tito, profesor de Filosofía en dos escuelas secundarias de Iquique. El
horror que causaban estas muertes en Chile y en el extranjero, ya se empezaba a
traducir en significativas presiones de tipo económico contra la Junta, ya que
ninguna presión moral es suficientemente fuerte para asesinos fascistas. A
nosotros nos mataban demasiado tarde, el 30 de octubre de 1973, y debían tratar
de aparecer un tanto humanistas... humanistas. Sólo me condenaban a presidio
perpetuo, según el propio Acuña, por ser intelectual. Supe después que alrededor
del 20 de octubre, el General Bonilla, el freísta general Bonilla, había declarado
ante el mundo, que en Chile sólo se condenaría con leyes de tiempo de guerra, a
delitos cometidos en tiempo de guerra. Nuestro único delito, según la declaración
de Bonilla, consistía quizás en haber tratado de eludir la persecución militar y nada
más, porque por desgracia, no alcanzamos a organizar ninguna resistencia
armada, lo que estoy seguro quería todo el pueblo de Chile. Pero en fin, nos
mataron por nuestras intenciones de llevar a cabo una resistencia, que no
pudimos implementar a tiempo.

Acuña continuó, seguido de Larraín. Me preguntaron por muchos compañeros, por


sobre todo de Santiago y otras ciudades, que pudieran estar ocultos en Iquique.
Me preguntó insistentemente por Arnoldo Camús, el jefe máximo de los aparatos
de seguridad de nuestro Partido y que repetidas veces debió rechazar a balazos a
las hordas fascistas que protegidas por el sector golpista mayoritario del ejército
asaltaban nuestros locales, asesinaban a nuestros militantes y dinamitaban
nuestras fuentes económicas, oleoductos, usinas, etc., en los últimos meses
anteriores al golpe. A Camús lo buscaban por cielo y tierra. Supe que fue
asesinado, y me alegró que Camús antes de morir les causó enormes bajas a los
esbirros de Pinochet. Pero sentí la pena de que Camús no pudiera habernos
hecho llegar todo lo necesario para resistir, para luchar hasta conseguir dividir las
fuerzas que sólo parcialmente controlaba Pinochet. Acuña prosiguió: "No
descansaremos hasta hacerte hablar..." Pero al rato se aburrió, yo dormía
sentado, y no había lugar en mi cuerpo donde pudieran darme nuevos golpes. Me
dejaron en paz, y hasta ahora no me han vuelto a llamar, pero sé que de nuevo lo
harán. Con los otros compañeros hicieron lo mismo, o quizás haya sido peor.

Poco después, a los sobrevivientes, nos pusieron juntos, y pudimos conversar,


con relativa tranquilidad. Larraín llegó cuando nos juntamos, y estaba totalmente
quebrado, luego de dos o tres horas de su crimen. Balbuceó: "recen por mí". No lo
podíamos creer, pero la realidad, era esa. Por un rato, la escondida humanidad de
Larraín, en lo recóndito de su ser, y el ejemplo de nuestros camaradas, lo
traicionaron. Pero su alienación de años, su extracción de clase, la alta burguesía
de Chile, se impusieron sobre aquella humanidad suya. Pinochet seguramente
pronto lo ascendería a Coronel y debía seguir "haciendo méritos". Los
fusilamientos de Pisagua continuaron. Unos tres meses más tarde le tocaría al
Partido Comunista, después de nosotros, el MIR y el MAPU-OC. Y era Larraín
quien firmaba las sentencias. Además otras cosas cambiaron. Al parecer los
buitres lograban desenterrar los cadáveres, a pesar de la cal.

Durante los trabajos forzados notábamos miles de estas repulsivas y pobres


bestias en los lugares en que estaban nuestros compañeros enterrados. Larraín
ordenó entonces arrojar los cadáveres al mar, donde no llegaban los buitres.
¡Malditas bestias fascistas! Ni siquiera entregaban los cuerpos de nuestros
mártires a sus madres o sus esposas. ¡Tanto temían a nuestro héroes, aún
después de muertos! ¡Ahora los lanzaban al mar, a los tiburones y a las jaibas!

Sólo ahora sé que entre la perversión y el fascismo hay menos de un milímetro de


distancia. Un abogado que llegó a Iquique a defender inútilmente a algunos
procesados, me contó que un día vio cómo Larraín y Acuña comían vorazmente
jaibas sacadas de las costas de Pisagua. Acuña, riendo, y entre vasos de vino
tinto y eructos gritaba a voz en cuello: " ¡estas jaibas de Pisagua sí que están
gordas...!".

Dos días después de nuestro "juicio", fuimos sumados a los trabajos forzados. Nos
obligaron rodeados de nidos de ametralladoras y soldados a construir bajo la
dirección de ese alemán experto, en campos de concentración, uno de estos
frente al mar de Pisagua. Pero no morimos de hambre ni de extenuación. Por fin,
por fin, vimos que en el mundo había seres humanos: había llegado la Cruz Roja.

15 DE ENERO

Hoy es el cumpleaños de mi madre. Le he tallado una figurita de madera que sé


que le gustará: un crucifijo. No tengo más, pero será lo más bello que alguien
pueda darle. Me dice, cada vez que la vea, que fueron sus oraciones lo que me
salvaron la vida.

Una vez más, esta vez ante la Cruz Roja, Larraín mostró quien era. Dijo que
habría tres preguntas de la Cruz Roja: trato, comida y alojamiento. Y agregó: "Y ya
saben las respuestas: bien, bien y bien". Pero no le resultó. A pesar de que la Cruz
Roja exigió hablar con nosotros sin vigilancia, nunca faltaron los soldados en
nuestros encuentros. Larraín decía que lo hacía para proteger a estos funcionarios
internacionales de "los peligros extremistas" presos en Pisagua. Pero los tres
representantes de la Cruz Roja Internacional no eran estúpidos, e igual supieron
todo. Además, ellos naturalmente además del español hablaban francés, inglés,
alemán e italiano. Entre los presos había varios que sabíamos idiomas
extranjeros, y hasta había dos ciudadanos alemanes presos, uno de ellos un
sacerdote, que felizmente deben estar ya en Alemania. Cuando la Cruz Roja
representó a Larraín lo horrendo de nuestra situación. Larraín, furioso, ordenó
traer a su presencia a dos representantes por celda, para que dijeran a los
dignatarios de la organización humanitaria "lo bien" que estábamos. Los
compañeros, naturalmente, eso hicieron. Pero la Cruz Roja tiene experiencia en
estas cosas. Su informe fue desastroso para Pinochet, Larraín y sus esbirros. Sólo
entonces comenzó a saberse que era el infierno de Pisagua.
Más tarde llegaron unos cineastas alemanes, para hacer algunas tomas de
Pisagua. Supusimos que debían simpatizar con la Junta, pues fueron autorizados
para ello (15).

En medio de los trabajos forzados, continuaron los fusilamientos. Pero podíamos


comer. La Cruz Roja logró por lo menos que se nos autorizara a recibir
correspondencia y alimentos desde nuestros hogares. Por fin supe de los míos, y
ellos supieron de mí. Privándose de comer, en un país donde cualquier asalariado
pasaba por terribles necesidades, recibíamos de nuestros familiares dos veces a
la semana comida de Iquique. La Cruz Roja nos dio leche en polvo, y así, estoy
seguro, pudimos sobrevivir. Aquello era una extraña mezcla de vida y muerte:
fusilamientos, y leche que nos daba la Cruz Roja.

Por un breve tiempo, algunos soldados e incluso algunos jóvenes oficiales, que no
son culpables de lo que ocurre, nos trataron bien. De vez en cuando nos permitían
bañarnos en la playa, y hasta jugar un poco al fútbol. Pero todo terminó poco
después. La técnica de siempre: para evitar que los hombres, por el sólo hecho de
serlo, puedan confraternizar, los soldados eran cambiados constantemente.

Los nuevos eran bestias, quizás peores que Larraín. Eran seleccionados
cuidadosamente para hacernos sufrir. Los pequeños placeres terminaron.
Debimos soportar 12 o más horas de trabajo a pleno sol, ¡frente a ese maravilloso
mar! sin poder refrescarnos ni siquiera unos minutos en él.

Con la guardia nueva, el trabajo aumentó, y se acabaron todas las pequeñas


ventajas. Estábamos vigilados celosamente por el alemán, que no hablaba, pero
que siempre gritaba. " ¡apurar, apurar!", y si no lo hacíamos nos acusaba a
Larraín, o a los tenientes más cercanos. Uno de ellos era el teniente García, el
peor de todos, un loco, un demente, un fascista arquetipo. Todas las noches se
entretenía golpeando a un muchacho estudiante delante de todos los presos. El
delito del muchacho era ser comunista e hijo de un antiguo sub-oficial de ejército.
Su padre ya había sido expulsado del ejército porque su hijo era dirigente
estudiantil. No podíamos intervenir, si no la furia del criminal podía llegar a
extremos peores. García nos despertaba en la noche, y nos obligaba a cantar,
cualquier cosa, y cuando el canto, según él, no le gustaba, elegía a alguno de los
trescientos o más presos y lo golpeaba hasta cansarse. Un día hubo que terminar
con aquello. Un médico preso, le dijo a García que al muchacho realmente podía
matarlo a golpes, y fue peor. No sólo siguió golpeando al joven comunista sino que
empezó con el médico. Recuerdo también una noche que descubrió un poema de
un preso, en la basura de la cárcel, naturalmente contra la Junta. Estaba
desfigurado por la ira. Nos hizo escribir a todos una carta, y se entretuvo, como un
Sherlock Holmes, comparando las escrituras con la del poema. Al no establecer
ninguna conclusión, gritó, pataleó, insultó con todos los más gruesos epítetos
posibles que encontró en el lenguaje del lumpen chileno, y amenazó con matar a
alguien al azar si el poeta no se identificaba. Nosotros sabíamos quien era el
poeta, y cuando éste se disponía a identificarse, le dijimos que no lo hiciera, por
ningún motivo. García era un loco, pero como todos los matones, era un cobarde.
Antes de matar realmente a alguien, debía pensarlo bien. Al día siguiente nos
habían avisado que vendría la Cruz Roja. Fue un milagro.
Días después. Palominos fue fusilado. Dejaba una esposa y dos hijos pequeños.
Era un obrero carpintero que también se distinguió por su coraje y por su decisión
durante el Gobierno Popular. Se lo vinculaba a dos compañeros que huyeron del
regimiento de Telecomunicaciones. García se ofreció gozoso para jalar el gatillo
en ese fusilamiento. Luego, cuando quedó solo con sus esbirros nos obligó a
escuchar cómo gozó con aquello.

Uno de los miembros de la Cruz Roja nos dijo que tuviéramos paciencia, que
aguantáramos un poco más. Nos dijo que tenía antecedentes que la mayoría
seríamos pronto sacados de Pisagua, y reemplazados por presos nuevos, y que
tenía antecedentes que Pisagua terminaría. Por otra parte, estábamos en las
manos de los fascistas. Nuestras vidas no tenían defensa alguna, y había que
aguantar, no aceptar las provocaciones. Había que tratar de evitar más muertes.
Creo que en alguna medida lo conseguimos.

28 DE ENERO

Acaban de comunicarnos que mañana nos llevan a Santiago, a la Penitenciaría.


Hasta ahora sólo sabemos que algunos irán a otras cárceles, algunas muy
lejanas. Cosa paradójica: a los que tenemos condenas altas, nos llevan a
Santiago, donde por lo menos es más fácil hacer trámites y que a uno lo vean sus
familiares. Hace algunos días volvió a venir la Cruz Roja Internacional y nos trajo
algunos alimentos, y por sobre todo, buenas noticias de lo que ocurre en el
exterior. Las atrocidades son por suerte, conocidas, y la Junta en estos momentos
solamente no horroriza a los fascistas de otras partes. Uno de los señores de la
Cruz Roja se entrevistó con Forestier, el jefe máximo de los fascistas de la zona.
Nos dijo el funcionario internacional: "no hay duda, es como los nazis".

Todos estos días no he hecho nada sino entretenerme haciendo figuritas de


madera y dibujos. Escribir me ha cansado, y hasta me puso sumamente tenso
durante la primera quincena de enero. Creo que aquí dejaré de escribir, y quizás,
si se puede, seguiré en Santiago. Agregaré al orden que hago de estas hojas, una
que escribí el 22 de diciembre. Aquí está: 22 de diciembre.

Ya está bueno que hable de esta cárcel de Iquique. Estamos hacinados en una
sola celda, digamos, unos 40 presos políticos. Pero es mejor que en Pisagua. En
el día no hago sino conversar con los presos comunes, para conocerlos. Me ha
sorprendido encontrar entre ellos a hombres que no me cabe duda que son
inocentes, y a otros que si la miseria no los hubiera obligado a delinquir no habrían
terminado aquí. Naturalmente, son gente del pueblo. El pueblo llena las cárceles,
las grandes salas comunes de los hospitales. Uno me contaba ayer que ya llevaba
cuatro años preso, y que durante el Gobierno Popular, el año pasado, su madre en
un visita le dijo: "hijo, ya no hará falta que sigas robando . Tus hermanos menores
están yendo todos a la escuela. Tus hermanos todos trabajan, y en casa ahora se
come". El preso, consternado por los sucesos del 11, lo que los milicos llaman
"liberación", me decía, "y es cierto. Saldré muy pronto libre, en unos meses. Pero
será a robar otra vez, aunque me fusilen".
Justamente ayer, nos aislaron de los presos comunes. Ya no nos dejan jugar con
ellos al fútbol en una pequeña cancha que hay aquí, nos llevaron lejos de ellos.
Colijo que es por nuestra influencia sobre ellos. Hace días los presos comunes
debieron plantear algunos problemas sobre las condiciones de vida en la cárcel a
las autoridades. Lo hicieron demasiado bien. Uno expresó: "trátennos como seres
humanos que somos. Ustedes nos quieren convencer que somos malos por
naturaleza, por el trato que nos dan. La mayoría de nosotros está aquí por la
ignorancia y por la miseria..." Algo así dijo, y hoy estamos ya completamente
separados de ellos. Creo que ni el peor de los presos que hay aquí está
completamente perdido. Creo también que el peor de los presos que he conocido
en esta cárcel, es mucho mejor, incomparablemente mejor que la sociedad de
clases de mierda en que vivimos.

Notas:

15. Aquellos cineastas eran en realidad de Alemania Democrática. Mediante algún truco muy bien
hecho eludieron la vigilancia juntista, fingieron venir de la "República Federal Alemana", y filmaron
en Pisagua y otros campos de concentración. La película hecha es de gran popularidad en Europa
y otros países.

SANTIAGO, 5 DE FEBRERO

Santiago, Ąqué horrible! Todos nos esperábamos otra cosa.

Llegamos hace algunos días de Iquique y nos han metido en una galería donde
somos 8, 100 12 por celda, en estas celdas infectas y húmedas que no miden más
de cuatro metros cuadrados, a lo más para dos. Dos hoyos inmundos, dos
lavamanos y una ducha heladísima para más de 120 presos. Nos celan a cada
minuto, no se puede leer, ni trabajar, ni nada. Habrá que organizarse pronto y
luchar contra estas cosas. Me han dicho que la Cruz Roja ya ha conseguido algo,
pero apenas ella se va, vuelven las malas condiciones. Las visitas son una vez a
la semana, menos de media hora. Se huele a fascismo, a represión. Aquí he
encontrado a antiguos compañeros de estudio, y he sabido del encarcelamiento y
la muerte de varios de mis amigos. Informé a otros de la muerte de compañeros
en el norte, y vi a unos llorar de indignación. Aquí estaré mucho tiempo, mucho
tiempo, Ącuántos años? żdos? żtres?. Pero habrá que aguantar, y luchar.
Organizar nuestros partidos, estudiar, discutir. Sé que en un año más esto estará
un poco mejor, porque habremos conseguido algunas cosas con nuestra lucha y
con la solidaridad internacional. Esto que es el precio por ser revolucionario, será
otra posibilidad de aprender a ser mejor revolucionario.

La mayoría de los presos de esta galería son campesinos. Hay otros que son
netamente intelectuales. He reconocido entre los presos a mi gran amigo David
Silbermann de mis tiempos de universitario. David, gerente de las industrias del
Cobre de Chuquicamata, el mineral de cobre más grande del mundo, ingeniero
brillantísimo, fue acusado de robos, etc. Estos milicos son imbéciles. Por difamarlo
así, le dieron por obligación una condena menor, apenas 13 años. A uno de los
hombres más inteligentes de la Unidad Popular, hombre clave en nuestra
economía, sin darse cuenta, estos imbéciles le dieron 13 años de condena.
ĄCuánto me alegro! David tiene la posibilidad de salir al exterior antes que todos
nosotros.

También acabo de conocer a dos profesores universitarios, uno de ellos es de


nacionalidad francesa, un hombre del MIR, Claudet, con quien hemos conversado
en grupo ayer, con otros compañeros más. La discusión será riquísima. Eso me da
energías, y alegría de vivir.

CARTA

Santiago, 3 de enero de 1976. Cárcel de Capuchinos.

Querida mamá:

En la cárcel de Iquique escribí algo sobre nuestras vicisitudes en Pisagua.


Continué haciéndolo en Santiago, hasta cuando se pudo. O quizás pensé que al
fin de cuentas era mejor escribirte a ti, como lo hice regularmente, siempre. Ahora,
qué puedo decirte sino gracias, por tus desvelos eternos, por tu apoyo, por tu
amor, como mujer ninguna sobre esta tierra. No dejaste de recorrer tantas veces
más de 1500 kilómetros, en un pobre bus, desde Iquique hasta Santiago, por venir
a verme, por venir a traerme tu amor. Ącuántas veces antes te olvidé! Y cuántas
veces antes no encontré la forma más ideal de expresarte mi afecto. Ahora debes
ser fuerte, porque no me verás por mucho tiempo, y yo también debo serlo, porque
desearía llevarte conmigo. Te escribo porque mañana, en el aeropuerto, no nos
darán mucho rato para conversar. Me han autorizado escribirte esta carta, y hasta
ahora no vienen los guardias a revisar lo que dice. Sólo quiero ahora, recordar lo
que fueron estos 28 meses de presidio, para que tengas lo que vivió tu hijo en un
solo papel, y lo puedas ver siempre.

Ahora sí te contaré que estoy enfermo, y espero que en Bélgica pueda sanarme
definitivamente de mi oído derecho que fue dañado por los shocks eléctricos en
esas torturas que nunca me atrevía a describirte, de mi estómago, que digirió
mierda durante tanto tiempo, y unos hongos en la piel que nunca fueron atendidos.
ĄPara qué hablar de mis dientes! Pero en fin, la pesadilla, ha terminado, en alguna
forma. Son miles los compañeros que quedan aquí presos y la cárcel y la muerte
continuarán, y así también continuará la pesadilla para todos nosotros. Pero
algunos hemos logrado salir de la cárcel, que siempre significó un peligro de
muerte. Debo confesar mi ingenuidad, que a pesar de todo no me hizo ver, a
pesar que lo veía, hasta donde pueden llegar estos canallas fascistas, Pensaba
que Silbermann saldría libre antes que nosotros. Ahora es uno de los
desaparecidos. Lo sacaron de la cárcel, agentes de la DINA hace un año y medio.
Su celda estaba enfrente de la mía y vi todo. Estos 28 meses fueron ricos en
experiencias, a pesar que me parecieron 28 años. Logramos representar una obra
de teatro, para lo cual tú me ayudaste haciendo algunos trajes con tus manilas de
costurera que siempre fuiste. Recuerdo lo feliz que estuviste cuando te conté que
seguía siendo director de teatro como lo era en Iquique. Formamos un conjunto
folklórico, y hasta una vez nos reímos en las barbas de los milicos. Le rendimos un
homenaje a Allende con todas sus letras, pero sin nombrarlo, y dimos el nombre
de otro personaje, un invento, que ellos por no pasar de ignorantes, se tragaron.
Aprendimos a ser más hermanos y camaradas entre los presos. Pero también
hubo momentos horribles, como aquel en que Nora llegó tarde con nuestra hija a
la visita. El esbirro al notar que Nora pasaba corriendo, tomó a la niña,
arrebatándosela y la encañonó con su fusil. Y todos, presos y visitas, observando
aquello. Yo gritaba histérico, sin poder controlarme. Fue horrible. No recuerdo
nada peor que eso en mi vida. Por lo menos sé que Leonor será antifascista todo
su vida. Cada día que la vi después, y apenas tiene cinco años, me relata lo
"malo" que era ese fascista.

Mamá, gracias, una vez más. Cuida a papá, que está enfermo del corazón, y
también a mis hermanas. Tú eres más fuerte que todos nosotros, madre proletaria,
a quien debo más que a nadie lo que soy.

Te aseguro que nos veremos pronto. Pinochet caerá alguna vez. O si no, trataré
de alguna forma de que nos veamos.

Te besa en la frente, te abraza, tu hijo Haroldo.

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