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Haroldo Quinteros
Ediciones De La Torre
Madrid, 1979
Indice
Presentación |
Prólogo
Prefacio
Iquique, 5 de
diciembre, 1973
6 de diciembre | 7
de diciembre | 8 de
diciembre
| 9 de diciembre | 15
de diciembre | 23 de
diciembre
1 de Enero de 1974
| 3 de enero | 4 de
enero | 6 de enero
| 8 de enero | 10 de
enero | 11 de enero
| 13 de enero
| 14 de enero | 15
de enero | 28 de
enero
Santiago, 5 de
Febrero | Carta
Dirigente del Partido Socialista, en el momento del golpe, en 1973, era consejero
de la Universidad -sede Iquique-, y presidente de la Comisión de Asuntos
Docentes, habiéndose destacado en el proceso de Reforma de la Universidad en
nombre de la Unidad Popular.
INDICE
Dedicatoria
Prólogo
Prefacio
Carta
Notas
PROLOGO
Este libro aparece publicado, en verdad, bastante tiempo después de ser escrito:
seis años.
Sin embargo, ello tiene sus causas. No fueron pocos los problemas que a lo largo
de tres años impidieron su publicación, desde mi llegada a Europa, como
refugiado político. Cuento entre los problemas principales las dificultades
económicas de la editorial que se ha interesado en él, la promesa incumplida de
un español ilustre de redactar un prólogo y mi renuncia a insistirle. Pero esto ya no
tiene ninguna importancia. Este "Diario" por fin aparece. Y lo más importante es
que aunque su publicación no fue muy a tiempo, sus modestas páginas tienen,
estoy seguro, actualidad.
Este mi "Diario" es, pues, por sobre todo, un documento antifascista. El fascismo,
que no murió en 1945, que está vivo entre nosotros y al acecho, es preciso
destruirlo desde su incubación. Su acción de exterminio físico y espiritual del
hombre puede ser evitada sólo si se tiene conciencia del peligro de su propia
existencia en nuestros días.
Los crímenes de la Junta fascista que oprime a Chile son de sobra conocidos.
Para muchas personas sin embargo, no pasan de ser lamentables "hechos".
Quiso este libro alcanzar los lindes de la verdadera y vivida realidad, que
conmueven mas que una noticia, por muy fuerte o infausta que ésta sea. Esa fue,
en suma, la razón más cardinal de su escritura.
Creo que esta razón se ve fortalecida por otra cualidad de este modesto libro.
Escrito en el pasado, este "Diario" engarza, creo, con el acontecer político de hoy
en mi país y con el trayecto que ha recorrido la izquierda chilena a lo largo de
estos últimos seis años de lucha clandestina. Aclaro, primero que nada, que este
libro no es un análisis político, ni pretendió serlo. No fue escrito por un dirigente
importante ni en tiempos de calma intelectual. Pero estoy seguro que refleja ya
entonces la necesidad de cambios en la política de la izquierda chilena. Refleja,
entre otras cosas, que el error fundamental nuestro fue no haber estado nunca
verdaderamente unidos frente a una sola dirección, por el tradicional espíritu
sectario y obcecado que caracterizó por mucho tiempo a una gran cantidad de
líderes de nuestra izquierda. Carlos Altamirano, ex-secretario general de mi
partido, el Partido Socialista de Chile, por ejemplo, junto a otros caudillos, siempre
ha tratado de centrar el problema en que los errores fueron de "derecha", con el
ánimo, claro está, de deslindar responsabilidades. En no pocos documentos, el
Partido Comunista Chileno, luego del golpe, con el mismo propósito embiste
contra la "ultraizquierda" que llegó, según él, a ser el "caballo de Troya" dentro de
la Unidad Popular y hasta ha dicho explícitamente que Allende, en definitiva
miembro de otro partido, no poseía una "formación marxista acabada". Creo, pues,
que este "Diario" demuestra que ningún partido de la izquierda chilena estaba en
condiciones orgánicas ni ideológicas como para pretender la exclusividad de la
razón ni menos como para reclamar el monopolio de la conducción de nuestro
proceso revolucionario al socialismo.
Fue así como directivas diferentes dadas por cada partido y una imperdonable
falta de información veraz y oportuna desde la cúspide de las direcciones políticas
de los partidos, sumamente elitarias, dieron lugar a fatales confusiones, falsas
ilusiones y desinteligencias en la lucha diaria de las bases partidarias. A pesar de
ello, no hubo la menor falta de heroísmo ni decisión de aquellas bases, lo que,
digámoslo con franqueza, opacó para siempre la estrella de muchos dirigentes y
caudillos.
Hoy, en 1979, nuestra lucha tiene características muy diferentes a las que tuvo
antes del golpe. Las guerrillas intestinas de la izquierda han disminuido
notoriamente y con energía nuestras direcciones en el interior han corregido los
viejos vicios del personalismo y la indisciplina fraccionalista, que siempre
encabezaba algún caudillo o un representante de turno de cual o tal tendencia o
"alternativa". Este fenómeno es evidente en el Partido que más necesitaba de
estos correctivos, el Partido Socialista, el más popular, el más grande de la
izquierda, pero a la vez el más, hasta ayer, desorganizado y atomizado en
fracciones. No es raro, pues, que a quienes le corresponde la preeminencia en la
conducción de la lucha anti-fascista, sean los dirigentes que en la clandestinidad
operan en Chile, que no están encabezados por ningún líder carismático ni
caudillo alguno. Está dirigida la lucha en Chile, simplemente, por direcciones
políticas que trabajan cada día más unidas, que han corregido sustancialmente en
los últimos meses los vicios del exclusivismo, del sectarismo acrítico y las
zancadillas. Además, y por fortuna, muchos caudillos de inveterada vocación
divisionista están quedando definitivamente en el camino, aquéllos que decían
"déjame trabajar tranquilo con mi fracción, que yo dejaré a la tuya hacer lo mismo.
Luego veremos quién tenía razón..."
Hay razones, entonces, para tener confianza en la victoria en nuestro largo camino
de lucha.
H. QUINTEROS
Junio, 1979
PREFACIO
Este escrito bien podría causar más de una crítica, de estilo, o bien política. Pero
creo que este riesgo es natural si se trata de algo auténtico y hecho en las
condiciones de las cárceles chilenas. Además, no soy escritor y no lo seré nunca.
Lo cierto es que lo que apunte en este diario es real, y los sentimientos de mis
compañeros presos y míos, fueron, esencialmente reales, sentidos y vividos.
Esos jóvenes inmolados por sus ideales, no deben ser héroes desconocidos. Su
decisión de conquistar una sociedad más pura, más humana, su afán de perseguir
la perfección del hombre, los condujo a la muerte. Su decisión de morir por esos
ideales, sus últimas palabras en aquella noche de Pisagua, estoy seguro, que los
resucita definitivamente.
La forma en que este diario pudo salir de la cárcel y de Chile, demuestra, en una
modesta medida, que el fascismo, a fin de cuentas, no controla todo, que es
vencible y que ni siquiera cuenta con la totalidad del aparato militar y burocrático
que ha usurpado.
Gracias, por último, a todas las personas que han colaborado en la publicación de
este libro.
EL AUTOR
Si tuviera que empezar de alguna forma tendría que ser desde el comienzo de mi
vida, por lo menos desde el comienzo de mi vida en política, desde que era un
adolescente. Sé, sin embargo, que tendré tiempo de sobra para esos detalles, y
me urge hablar de lo que ha ocurrido ahora último.
El día 10 de septiembre tuvimos un pleno regional del Partido. Freddy (1) debía dar
cuenta de las últimas informaciones que habían llegado de Santiago. El local del
Partido estaba repleto (2) y no faltaba ningún dirigente de núcleo ni líder sindical.
Hablamos todos los que teníamos responsabilidades en la dirigencia regional, y
cual más cual menos enfatizamos la ¡dea de parar el golpe fascista que
preparaban algunos facciosos en el ejército. A pesar de lo severo de nuestro tono,
en el fondo nadie se imaginaba lo que iba a suceder.
Tal como los documentos que nos llegaban, en el fondo confiábamos que el golpe
no vendría, y si había alguna intentona sería fácilmente aplastada, como la del 29
de junio (3). En caso de intento de golpe no había duda que el ejército por lo menos
se iba a dividir... y el contrapeso de la fuerza del pueblo, de la clase obrera
organizada nos daría el favor a nosotros. Había confianza. Claro que la había.
Ya es imposible seguir ahora. Es raro que nos dejen solos. Estoy seguro que esto
va a cambiar. Pero ya todos duermen y yo no doy más. Seguiré mañana. Por lo
menos hay dónde y cómo "fondear" estos papeles.
6 DE DICIEMBRE
En uno de los lugares que me escondía logre establecer contacto con los demás
compañeros. La orden era ocultarse, lo que me daba una ira inmensa. Pero no
cabía duda. era un golpe total y para resistir había que estar bien armado y bien
preparado. Y no lo estábamos en absoluto. La muerte de Allende, nuestras
cabezas pedidas por los diarios y las radios... y la euforia de los cabrones
golpistas. Los gritos agradecidos de ese maldito Vilarín. Agradeciendo a Pinochet,
que no hacía ni veinticuatro horas había jurado lealtad al gobierno ante todo el
pueblo de Chile. Una radio yanqui no se explicaba porqué los militares no habían
dado el golpe antes... Podrían pedir explicaciones a la CIA y a ese criminal
llamado Nixon, a Frei y a cuanto fascista de Chile, ¡ No lo dieron antes porque no
pudieron antes! Pudieron cuando empezamos día a día ceder, con la renuncia de
Prats, con la entrega del Canal 9 de Televisión (6), cuando les regalamos la Ley de
Control de Armas, dirigida a investigarnos a nosotros y a armar más y mejor las
huestes de la sedición, cuando poníamos de ministros a golpistas reconocidos
como Ruiz Danyau, que Allende lo saca en vista de sus afanes golpistas y que las
señoronas del Barrio Alto lo cubren de homenajes y manifestaciones a su favor,
todo perfectamente planeado. Cuando nuestros militares, los constitucionalistas,
caían a balazos sin que hiciéramos nada. Cuando en fin, les dejábamos hacer.
Entonces pudieron, cuando no se nos ocurrió que también se podía pelear y hasta
el fin por la revolución que le prometimos al pueblo. No pude contenerme y salí a
la calle. Lo mejor disfrazado que pude, pude conversar con la gente, saber noticias
de Santiago. Se nos buscaba por cielo y tierra, y el día 14, buscando un nuevo
lugar U donde esconderme, puesto que el que tenía anteriormente ya no era
seguro, caí preso. Algunas patadas, y al regimiento de Telecomunicaciones. Allí
me encontré con algunos compañeros, entre ellos Juan Antonio y varios dirigentes
juveniles. Entre los detenidos estaba Julio Cabezas. un funcionario del estado, de
carrera y de muy claras tendencias democristianas tomicistas (7).
Había unas doscientas personas y allí mismo supe que a unos cien metros de
nosotros había otro recinto para mujeres. Sentí un escalofrío cuando me imaginé a
las compañeras nuestras en manos de estos malditos. Los saldados que nos
celaban no hablaban y había en sus rostros una especie de asombro. Nos
conocían, era obvio, y tenían instrucciones de no hablar con nosotros. Allí supe
que al alcalde Soria, del Partido Socialista, a varios jefes políticos y de gobierno
los habían arrestado el mismo día del golpe y llevado a Pisagua... Pisagua.
La historia se repetía, y esta vez como comedia, como diría Marx. Otra vez
Pisagua, el campo de concentración de González Videla (8). "No hemos aprendido
nada", repetía un viejo obrero a mi lado. Julio Cabezas no hablaba, por lo menos
ese primer día, 14 de septiembre. Yo no lo conocía personalmente y sabía que era
un hombre inteligente y que hizo mucho contra el contrabando de drogas, de
alimentos hacia países limítrofes, de automóviles, etc., y que era muy odiado por
aquellos "intocables", muchos de ellos jueces del corrompido Poder Judicial
chileno, debidamente desenmascarados y a medias castigados.
Alrededor de las 11 de la noche del día de mi detención fui conducido con las
manos en la nuca y rodeado de seis soldados armados hasta los dientes, con
granadas y cuchillos, aparte del muy yanqui fusil automático ZIG, hasta una oficina
donde me esperaba un militar vestido de civil. Pretendía parecer muy duro, pero
era un imbécil muy conocido en Iquique: el cabo Aguirre. Eso me relajó un poco,
pero comprendí a la vez que nuestros interrogatorios y todo lo que vendría
después estaba bien planeado, en forma escalonada. Empezaban con ratones,
eso era todo. Aguirre no faltó nunca a las concentraciones de la Unidad Popular.
Todos sabíamos que lo hacía y muchas veces se lo vio con una cámara
fotográfica. Era cosa de rutina verlo pasearse en torno al local de los partidos de la
UP en días de reuniones amplias.
Este suboficial habló golpeado, emitió opiniones políticas, me pidió que opinara
sobre los "últimos acontecimientos", y naturalmente me pidió que le dijera donde
estaban escondidos una serie de compañeros, entre ellos Freddy Taberna y
Marcelo Guzmán (9). Le di muy "buenas razones" y no insistió más. Pero me dijo,
"pobre de usted si no nos dice la verdad, porque tenemos todos los medios
posibles para hacerle hablar. Y vamos a emplear todos esos medios..." Me llamó
siempre "usted", lo que denotaba que el pobre cabo no se acostumbraba mucho a
su papel de fascista, que más tarde aprendería muy bien, mes y medio después.
Al fin y al cabo yo era profesor de la Universidad. Me consideré con suerte por
ello. Más tarde sin embargo, aquello iba a ser la causa de sufrimientos
indescriptibles.
Aguirre, un hombre del pueblo, un cabo del Servicio de Inteligencia Militar, la CIA
chilena... torturador y asesino fascista, en realidad el mundo al revés.
Juan Antonio me contó que tuvo el mismo trato pero que además Aguirre le
nombró a los presos que ya habían sido llevados a Pisagua: la mayoría de los
dirigentes de la izquierda.
7 DE DICIEMBRE
A Pisagua llegamos dos horas más tarde, como a las nueve de la noche. El
ambiente era siniestro. Nos metieron en una cárcel vieja, de madera, de tres pisos.
Con los presos que ya había allí, éramos unos 120. Dos días después seríamos
casi 350. La llegada fue silenciosa. Sólo se sentía de vez en cuando un golpe o un
culatazo, más el quejido del preso. No se podía hablar, ni saludar a quienes
estaban allí. Uno que llegó a nuestra celda fue rodeado por presos que allí
estaban porque lo conocían y de inmediato fue sacado a golpes hacia otro lugar.
Reconocí, muy a mi gusto, entre los presos que estaban en la celda en la cual me
pusieron, a Tito Lizardi, mi gran amigo (10). Cada celda no era para más de cinco
personas, y ya éramos allí quizás unos veinte. Dos días después subiría ese
número a sesenta y tantos. Cuando apagaron la luz, pude conversar casi toda la
noche con Tito. Empecé a sentir por primera vez que la muerte era un hecho
perfectamente posible. Quizás porque presentí en ese entonces que Tito sería
fusilado. Tito había sido arrestado en su lugar de trabajo, el Instituto Comercial,
donde hacía clases, el mismo 11 de septiembre, a las 10 de la mañana. Se le
acusaba de ser el dirigente máximo del MIR en Iquique, eso era todo. Me dijo: "Fui
el primero, después fueron a casa de Freddy, pero éste ya no estaba. Lugo
tomaron al resto, por todos, seis. Nos llevaron al Telecomunicaciones y nos
pusieron en medio de la cancha de fútbol, tú la conoces. Nos rodearon un
centenar de soldados y apostaron en el suelo ametralladoras. Supimos que
nuestra hora había llegado. Alcancé rápidamente a ponerme de acuerdo con los
demás sobre algunas consignas para antes de caer. Es cómico, en los mítines de
la izquierda era a veces muy difícil estar de acuerdo en las consignas, por sobre
todo entre nosotros y los comunistas", "y, ¿qué sentiste?", fue todo lo que se me
ocurrió preguntarle. "Nada especial. Al principio sentí miedo, pero luego supe que
iba a morir, y entonces se pasa todo. Por sobre todo sí sabía que moría como "el
escalón más alto de la especie humana" (11), fueron sus palabras, acompañadas
de una sonrisa que no olvidaré jamás.
¡Cómo sonreía Tito! Lo caracterizaba una sonrisa joven, alegre, inteligente, una
sonrisa que decía "estoy contigo, quiero dar todo por ti, por la revolución", "luego.
me dijo, llegó un oficial corriendo, habló a solas con otros "milicos" que estaban
por allí. En un par de minutos nos metieron en un camión y nos trajeron el mismo
11 aquí, donde todo estaba preparado. El pueblo y la cárcel habían sido
evacuados el 10. Luego, ya ves, los milicos de Iquique ya tenían órdenes e
instrucciones sobre el golpe antes del 11".
Esa noche dormimos en un mismo camastro, que nos quitarían al día siguiente, a
todos. Me dormí tarde, muy a mi pesar, pero no podía dejar de conversar con Tito.
Entre los presos en Pisagua reconocí a todos los jefes importantes de los partidos
de la Unidad Popular, con la excepción de los partidos, menores. Los presos,
estuve seguro, sólo pertenecían al PS, al PC y al MIR y uno o dos del MAPU. Días
después llegarían unos 5 más de este último partido. Allí estaba Córdoba, del
MAPU, dirigente regional de su partido y jefe del Puerto de Iquique de toda la zona
de embarques y desembarques. Estaba Norberto Cañas, jefe máximo de las
industrias pesqueras, y estaba también mi mejor amigo en el Partido: Rodolfo
Fuenzalida (12) sumamente enfermo, muchísimo más que yo. Había dirigentes de
la pampa salitrera, estudiantes y muchos profesores del Magisterio iquiqueño. Era
18 de septiembre, día nacional y además el cumpleaños de mi hija, que deseé que
fuera lo más feliz posible. Estuve todo ese día tirado en el suelo, apenas puje salir
a comer algo y a orinar. Pero a pesar de todo, pude conversar con los compañeros
que estaban cerca de mi.
Con Lizardi seguí la charla del día anterior, y también recordamos los tiempos de
la Universidad, cuando lo conocí como uno de mis alumnos, cuando trabajamos
en diarios murales sobre los problemas de la sede universitaria de Iquique, cuando
tratábamos con otros profesores y alumnos de hacer mil y una cosas. Ese día por
la noche, y durante los días siguientes, analizamos el problema del golpe y
también lo que podría pasarnos. Tito conversaba con la tranquilidad, con la
disciplina y la claridad que siempre le conocí, aunque a veces notaba en él un
deseo de no tocar su problema personal en todo esto del golpe. Comprendí que
hacía lo mismo que yo. Era mejor no preocuparse de lo que nos podría suceder.
Poco a poco el resto de los presos en la celda comenzamos a conversar con más
tranquilidad, y aunque parezca ridículo, con más libertad. Notamos que nuestro
encierro era tan definitivo y seguro, que ni siquiera se preocupaban con venirnos a
ver. Los días cada vez eran más largos y en todas las celdas se empezaba a
conversar y... discutir.
En nuestra celda había de todo, aunque por una casualidad, de los 17 presos que
allí estuvimos hasta la mañana del 19 sólo dos no eran socialistas. Allí me informé
de algunas cosas: las peripecias en la Radio Esmeralda en la mañana del 11. Esa
emisora, que compramos el año 72, se transformó en Iquique en el único canal
local de expresión de la izquierda entera. Tenía a mi cargo un programa diario de
"comentarios políticos", dentro del programa de noticias "El Torpedo noticioso de
la Esmeralda", con que "bombardeamos, diariamente, a la derecha reaccionaria..."
(tal era la presentación del programa,..). Me contaron que muy temprano una
veintena de soldados invadió la radio, dio vuelta a todo y preguntó por todos
nosotros, por sobre todo por Freddy, por Marcelo y por mí. Un tenientito ordenó
poner "la música que le gusta a mi general Forestier (13) marchas alemanas".
Durante todo el día registraron todo, y rompieron mucho de lo que había.
Teníamos unos programas de música clásica y folklórica grabados que fueron a
parar a un saco que partió no se supo donde, junto con todo tipo de elementos de
escritorio, algunos dineros y muchísimos discos... ¿tal vez a la casa de mi
general?.
No me equivoqué. Días después todo sería peor. Cuando comenzaron a caer los
primeros compañeros, el nerviosismo, el temor al exterminio, a la muerte,
curiosamente empezó a desaparecer. El misterio de la nada, o de la muerte en
esta vida, descubrí que se resuelve cuando se está frente a ella.
Aquello fue decisivo en la lucha por mantener la moral lo más alta posible. Era
francamente asombrosa la extraordinaria unidad que había en esas discusiones y
sesiones de educación política. Era difícil ser definitivos en ese momento sobre el
porqué del golpe, pero por lo menos no se podía dudar, por parte de nadie, que la
violencia es el recurso último de las clases dominantes, cuando empiezan a perder
su capacidad de dominio y control social.
8 DE DICIEMBRE
Ayer fue la primera visita. Me siento un perfecto preso, luego de esa experiencia
tan propia de las cárceles. Fue breve y llena de llanto, y también de risas. Vinieron
mis padres y mi hermana mayor. Es curioso, pero en realidad no hablamos casi
nada de lo ocurrido desde el golpe. Más hablamos de nuestros planes para el
futuro. ¡Futuro! Estoy condenado a una larga, eterna condena, y sin embargo
hablamos de lo poco que falta para estar juntos de nuevo. Pero en fin, todos están
bien, y yo estoy vivo. Pero sobre todo siento su solidaridad, la solidaridad de todos
los míos, y de todos los que me conocen. Me han traído de comer y lo seguirán
haciendo. Los pobres parientes y amigos nuestros empiezan a financiar a la Junta.
La comida es incomible, verdaderamente. El número de presos ha aumentado de
tal manera que apenas nos dan una sopa aguada con una papa o un hueso. Pero
en fin, ya hablaremos de eso. Seguiré con Pisagua.
El día 19 fue un día maldito, día de ratas, un día que definiría muy bien lo que era
Pisagua. La rutina empezó como de costumbre, el desayuno con su té sin azúcar
y el pedazo de pan duro. De vuelta a la celda se corrió un rumor que al principio
parecía una broma amarga. Los compañeros del tercer piso que daba al mar
decían ver por una de las ventanas un barco de guerra, lleno de prisioneros. Todo
eso a no más de unos doscientos metros de distancia. Los prisioneros estaban
siendo puestos en fila, con las manos en la nuca y se los traía rodeados de
soldados y marinos armados hasta... la cárcel. Se calculaba qua serían unos
doscientos. ¡Doscientos! ¿están locos estos milicos? ¿dónde los van a meter? Al
principio no creíamos, pero sabíamos que no era tiempo de bromas. Además
notábamos mucho alboroto en las celdas de enfrente, lo que no era, naturalmente,
habitual. De pronto, el pequeño patio de la cárcel se llenó de soldados armados, y
comenzó el desfile, una parada muy especial ese día 19. Lentamente empezaron
a aparecer por la puerta del patio y luego ser distribuidos en los pisos de la prisión,
efectivamente, unos doscientos hombres. Todos ellos con signos evidentes de
tortura o apaleamiento, y algunos, decididamente en mal estado, arrastrados por
sus compañeros. Estábamos atónitos, en medio de un silencio sepulcral. Era tan
demoledor el espectáculo que no recuerdo haber hecho ningún comentario con
nadie durante todo el rato que duró esa operación. Vimos cuerpos
ensangrentados, rostros desfigurados por hematomas y tajos. Muchos de ellos no
tenían zapatos o camisa. Uno tosía convulsivamente, otro miraba al vacío con una
expresión de loco.
Aquella era la primera gran impresión desde el 11. Eso era el golpe mismo.
A nuestra celda, donde éramos no más de trece, nos pusieron 10 presos del
barco. Allí supimos de qué se trataba.
El barco era el viejo crucero "Maipo", de la Marina. Venía desde Valparaíso con su
carga humana. Se trataba de militantes de la izquierda chilena que no cupieron en
las cárceles de nuestro primer puerto. Mientras se acomodaron como pudieron
nos contaron múltiples detalles de toda su odisea. La caza de militantes empezó
como en todas partes el 11, a sangre y fuego, y como siempre, con muchos
muertos. Un joven, casi un niño de unos 15 años, con toda naturalidad nos contó
detalles que nos hizo temblar. Pero sólo se trataba de una diferencia en el tiempo.
Ellos comenzaron a vivir el golpe antes que nosotros. Supimos por él la muerte de
su hermano mayor, en su presencia, acuchillado lentamente. Un teniente de
nuestro "constitucional ejército", a quien el niño reconoció como un civil de Patria y
Libertad disfrazado de teniente, o bien promovido a esa investidura por la Junta,
asestó varios culatazos en el rostro del asesinado mientras gritaba: " ¡Hay que
hacer mierda a estos marxistas!" Otro de los llegados era un médico que no
dejaba de temblar y mirar al vacío. Fue el último en hablar y contar su experiencia.
Logré ayudarle en su situación, pues estaba muy afanado esos días aprendiendo
inglés, y lo entretuve hablándole en este idioma. En español, a ratos en inglés
para entretenerse, me contó que la Unidad Popular lo mostró a la ciudad de
Valparaíso y al país como un ejemplo. Tenía todas las cualidades posibles:
profesional inteligente y estudioso, joven, en un país que miraba al futuro,
responsable con su deber, y por sobre todo... "apolítico". Pobre médico por tan
buenas cualidades. Lo torturaron hasta la saciedad, lo vejaron por las calles de
Valparaíso y luego le metieron en la bodega del "Maipo". Supimos que en esa
bodega venían apilados de tal forma unos sobre otros que cada día había que
arrojar al mar cadáveres de hombres muertos por asfixia.
Supimos de la muerte del jefe de aduanas de Valparaíso, a quien una vez conocí
en una manifestación pública de la UP en Santiago, Sanguinetti. Durante cuatro
días, sin comer, sólo a ración de agua, los maltrechos cuerpos de los prisioneros
eran obligados a marchar, a correr y a sufrir más golpes sobre la cubierta del
barco. Sanguinetti fue torturado de tal manera que no se podía mover. Un oficial
del barco se entretuvo el segundo día del viaje obligándolo a más y más golpes a
que debía hacer lo que hacían los demás. En un esfuerzo supremo, Sanguinetti se
arrastró hasta el borde de la cubierta que la separaba de la bodega, y se dejó
caer, con un ruido ensordecedor. El robusto Sanguinetti, de 1.80 o más de
estatura, murió, por suerte, instantáneamente. Una caída hacia un piso de hierro
desde 15 o 20 metros acabo con sus sufrimientos en un instante. Antes de caer
pudo tener tiempo de gritar; "¡hijos de puta! ¡Venceremos!".
En la noche del 19 llegaron más presos. Se eliminaron los pocos camastros que
había, se nos cambió a una celda de unos cuatro metros cuadrados. Eramos
exactamente 19 en esa celda. Había que dormir entonces como en la bodega del
Maipo, pero por suerte, hasta en las peores cárceles hay una ventana o un
respiradero. La nuestra era una ventana, desde donde veíamos volar las gaviotas
libremente, felices.
9 DE DICIEMBRE
Nuestro esfuerzo, por lo menos de los que nos identificábamos como dirigentes,
estuvo dirigido siempre a hacer conciencia sobre todo aquello. Y en medio de esta
situación "social" en la celda de los 19, se produjo una incesante discusión
política, en la que de no intervenir una conciencia superior de grupo, casi llegó a
los golpes. Era inevitable.
Recuerdo muy bien que todo empezó con las quejas de un preso con respecto a
sus dirigentes. Era una cantilena intermitente, quizás un día completo: "nosotros
fuimos los cagados, claro. Y la mayoría de los dirigentes nacionales muy bien en
las embajadas, felices, seguramente con sus mujeres y sus hijos, esperando partir
a Europa, a Cuba...". El tono era tan doliente que sus palabras sólo servían para
caracterizarlo. Se trataba de un hombre que naturalmente no previo nada de lo
que ocurría hoy. Cuando nos empezamos a preocupar fue al notar que su
monserga empezaba a ser ligeramente seguida por dos más. Uno de estos dos no
era militante y empezó a contar la historia de su detención, cómo había sido
confundido con otro. Hablaba de su mujer, enferma en un hospital, de sus hijos y
de sus simpatías por la DC... Comprendí que esto era la cárcel: no sólo presos
políticos, también cobardes y oportunistas que equivocaron el tiro. De pronto un
muchacho de Valparaíso tomó de las solapas a aquel que se quejaba contra los
dirigentes y le dijo: "te conozco bien, desgraciado. Entraste a la UP al ganar
Allende y nadie sabe cómo lograste tanta figuración. Robaste cuando pudiste y no
nos dimos nunca cuenta de quien eras realmente. Eras un lameculos de los
dirigentes que tanto criticas y pretendías ser más revolucionario que Che
Guevara..." y otras "alabanzas" por el estilo. Al fin, luego de una agria situación,
que por lo mismo no recuerdo en sus detalles, estos "camaradas" se callaron, pero
en su lugar comenzó otra discusión, también amarga, pero que no la he olvidado.
Será por lo sustanciosa en lo ideológico, y quizá porque percibí elementos nuevos
para nuestra ideología, tan estereotipada y tan encajada en la literatura marxista
clásica, o en las experiencias revolucionarias de otras latitudes. Al fin y al cabo
quienes puedan criticar mi observación, desde las fuentes de donde provienen
nuestros programas e informes políticos, aceptarán que en Chile sus tesis no
funcionaron, y que hay que buscar nuevos caminos. Algo así como en China luego
que 1a política de la Tercera Internacional para China terminara con el desastre
que Mao corregiría con una visión nada de clásica, nada de sectaria y pictórica de
originalidad.
15 DE DICIEMBRE
Esos días dos presos fueron sacados de la cárcel y fusilados. Eran dos
pescadores. Poco después con asco, con amargura, pero con deseos de
renovarlo todo, supimos del feliz resultado del match de fútbol Chile-URSS, en
Moscú. Fue un 0 a 0.
23 DE DICIEMBRE
Notas:
2. Local comprado por el Partido en tiempos de la Unidad Popular, destruido por la Junta, luego del
golpe.
4. El ala más conservadora y pro-golpista del Partido Demócrata-Cristiano, capitaneada por Frei,
que logró el control de la dirección de estas organizaciones, poco antes del golpe y participó en él.
6. El Canal 9 de Televisión, de Santiago, fue una voz muy activa de la izquierda chilena.
Perteneciente a la Universidad de Chile, estaba sin embargo bajo control de la izquierda, como un
departamento universitario. El rector Edgardo Boeninger, demócrata-cristiano freísta, elegido por
escaso margen de votos, exigía su entrega. Para evitar el golpe poco antes de éste, la Unidad
Popular cedió el Canal a Boeininger.
10. Primer Secretario del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) en Iquique. El MIR no tuvo
mayor influencia en la izquierda chilena. Se mantuvo firmemente contra la derecha y el fascismo
desde fuera de la UP. En la últimas elecciones de la Central Unica de Trabajadores de Chile sólo
obtuvo el 3% del total de los sufragios emitidos.
13. Comandante en Jefe de la Sexta División de Ejército, provincia de Tarapacá. Hoy es el primer
hombre fuerte después de los cuatro de la Junta.
1 DE ENERO DE 1974
Ha terminado ese año maldito de 1973. El año de los 40.000 o más muertos, entre
ellos mis mejores amigos y camaradas. Pero también el año que nos enseñó
tanto. Veremos que pasará este año. Estoy seguro, sí, que será un año de cárcel,
y en Santiago. Será una experiencia nueva.
Cada día que pasaba en esa celda en que éramos 19 se hacía más y más largo.
Las conversaciones políticas o de otro tema, hasta contar chistes, no lograban
entretenernos. Ya todo estaba agotado, pero por sobre todo, la incertidumbre no
nos dejaba concentrarnos en nada.
Una vez probados sus delitos. Acuña fue denunciado públicamente en una revista-
libro llamada "Los Intocables", por la Editorial Quimantú, la ex Zig-Zag, monopolio
periodístico que con el Gobierno de Allende pasó al área social de la economía.
Algunos jueces fueron trasladados o ligeramente castigados, otros implicados
también fueron "castigados" por el Poder Judicial que con Urrutia Manzano a la
cabeza era una excelente arma de la derecha, y uno de los más antiguos
bastiones de la institucionalidad burguesa. Era tan grande el delito, y tan conocido
por todo chileno, que consideramos un triunfo que por lo menos hubiera castigado
a estos defensores del sistema que queríamos nosotros cambiar el propio Poder
Judicial. Que felicidad para Acuña que con el golpe fascista no sólo se libró -no
digo de un castigo que habría sido mínimo- de la vergüenza y el escarnio más
grande ante el pueblo, sino que además ahora podía matar a sus acusadores. Y
los mató a todos. Pero cuando el pueblo ya le pierda el miedo a las metralletas y
cuando muchas otras fuerzas que llegaron hasta apoyar el golpe, o por lo menos
que dejaron hacer, se sumen a la resistencia contra la Junta, no habrá personaje
más despreciado y odiado en Tarapacá que Acuña, el más repugnante de todos
los fascistas del norte.
Pero en medio de ese tedio, surgió un pequeño alivio, que ni en los peores lugares
de confinamiento ha dejado de existir. El comandante Larraín, asesino que ya le
esperan algunas páginas en este diario, por temor a que hubiera casos de locura
entre los presos que pudieran acarrearle molestias permitió.., cantar, ¡cantar!
"Pero al primero que se le oiga cantando cantos de la UP -gritó el capitancito
Benavides, a la sazón a cargo nuestro- lo matamos al tiro!" Un compañero de
Valparaíso, un típico "choro del puerto", y voladamente, pero con el volumen
necesario para que lo oyéramos la mayoría de nosotros y no Benavides, observó:
"cantaremos cantos del MIR entonces, puh..." Fue difícil contener la risa ante ese
lugarteniente de Larraín, pero lo conseguimos.
Y empezaron los boleros, los tangos y los chistes, cada noche. Llegamos a
hacernos ánimo en el día preparando los "números artísticos" para la diaria
función nocturna. Los compañeros que tenían experiencia en radios, preparamos
"Shows" completos. En medio del hambre, la oscuridad, el aislamiento absoluto
del resto del mundo, aquello nos dio algo de vida, junto a otras pequeñas cosas
como conversar de vez en cuando sobre temas que descubríamos como nuevos,
jugar al dominó con unos cartoncitos que alguien recortó y que con mi bolígrafo le
dibujó los puntos a la manera de los juegos.
Descubrí definitivamente y para siempre que a nuestro pueblo nunca le faltará el
humor. A través de los "shows" observamos que la moral estaba en general más
alta de lo que creíamos. Pudimos de mil formar burlar a los carceleros y los shows
también fueron un vehículo fundamental para mensajes, para consignas políticas
de todos los partidos. Entremedio de las letras de cumbias y tangos iba alguna
noticia que algún preso nuevo traía, palabras de ánimo, y por sobre todo llamados
a no quebrarse, a mantener viva la llama de nuestros ideales. Pero aquello se
acabaría un día, como todas las buenas cosas que esporádicamente venían a
levantarnos el ánimo en ese infierno.
3 DE ENERO
Luego del desayuno Benavides y sus tenientes pasaron lista por primera vez.
Cosa ridícula, ¿quién se iba a escapar de allí? Al oír su nombre el preso debía
decir el número del piso y de la celda en que se encontraba. Los tenientes y
algunos soldados observaban celosamente, y muy nerviosamente, lo que nos
puso sumamente tensos. A todo esto ya nos habían cambiado de celda, donde
nuestra situación no cambió nada. La celda era más grande, pero éramos
exactamente 63.
Aparte de los 19 que veníamos de la celda pequeña del primer piso, el resto era
gente de Iquique y de Valparaíso principalmente, más algunos compañeros
nuevos de Arica y de otras partes. Otros que no se sabía quiénes eran. Una vez
terminada la cuenta, Benavides dijo que sacaría algunos hombres a trabajar.
Recuerdo muy bien que fueron muchos los que se ofrecieron, por sobre todo
hombres jóvenes, obreros, acostumbrados a respirar aire puro y al trabajo físico.
De mi celda sacaron dos, y de todas las demás otros cuatro. Eran seis por todo.
Pero notamos con alarma que estos seis compañeros eran seleccionados, y para
eso habíamos sido nombrados uno por uno y observados de cerca por los
tenientes, lo que no era normal. Cuando el teniente que se encargó de vigilar
nuestra celda llamó a los dos compañeros, uno de ellos, Norberto Cañas, le dijo,
"mire, no es mala voluntad, pero yo padezco de una afección a la columna
vertebral", lo que era enteramente cierto, y todos lo sabían. De inmediato se
adelantó un muchacho iquiqueño, que con la mejor sonrisa que pudo le dijo al
teniente: "por favor, mi teniente, sáqueme a mí, estoy acostumbrado a "tirar pala".
El teniente contestó: "no. A este viejito le hace falta ejercicio". El otro de nuestra
celda era un preso de apellido Jiménez, que había sido marino, es decir soldado.
Antes de salir. Cañas pidió al teniente ir a orinar. Este se negó respondiéndole que
ya tendría tiempo para ello. Y salieron los seis, en fila, rodeados de soldados.
Nosotros continuamos la rutina, conversando, pensando en el show de la noche o
pensando. Alrededor de media hora más tarde Benavides volvió, esta vez no sólo
acompañado de sus soldados, sino que de su superior: Ramón Larraín, el
comandante del "Campamento de Prisioneros de Guerra de Pisagua".
4 DE ENERO
Era un hombre muy alegre, con el chiste a flor de labio, y de una formación
humanista que pocas veces había visto antes. Hacía sólo tres días que había
iniciado mi amistad con él y ya éramos, estoy seguro, íntimos amigos.
Julio tenía la certeza de que lo liberarían muy pronto, apenas la Junta declarara
"ganada la guerra", según sus palabras. Muy amigo de mi suegro, me ofreció ir a
verle y ver de qué manera los dos podrían sacarme de allí. Traté de convencerlo
siempre de que la situación era grave, muy grave. El nunca lo creyó, nunca. "Chile
es diferente", decía, "todos ustedes volverán a sus hogares, muy pronto. En un
tiempo más la Junta llamará a elecciones, sin los partidos marxistas. Eso es todo,
y quizás dentro de un tiempo más, ustedes volverán a la legalidad. Allende quería
cambiarlo todo muy rápido". Cabezas era hombre culto, pero parecía un niño en
sus análisis . Era el tipo de persona honesta que nació y se crió en medio del mito
de la "feliz convivencia entre todos los chilenos", y en medio del otro mito peor,
aquel que decía que el ejército es de todos, es constitucionalista por definición,
etc. El día del asesinato de aquellos seis compañeros, Cabezas no habló casi
nada, porque sabía que no hubo tal fuga, porque sabía que había sido un crimen,
y porque sabía, como todos nosotros, quienes fueron los asesinados.
Hoy, 4 de enero, Nora cumple 26 años, y no tengo nada que darle. Mañana, día
de visita, deberá conformarse con verme. Pobre mi mujer, cuando le dije el primer
día que nos vimos, después de casi cuatro meses de dolorosa separación, que se
considerase libre, que preso sólo estaba yo y no ella, que podrían pasar
muchísimos años de cárcel para mí, que hasta me podían matar en la cárcel o
hacerme desaparecer, que tratara de rehacer su vida, me dio un bofetón y lloró
amargamente, más amargamente que cuando le dijeron que había sido fusilado.
Me dijo "contigo están presos todos tus seres queridos, y yo más que todos.
"Aunque se que siempre la quise mucho, esa vez creo que lo supe realmente.
Supongo que en eso consiste el castigo que me impone la burguesía, y nada más:
el privarme de ella.
Ninguno de los asesinados por al azar. Hubo una evidente selección. llegamos a
esa y a otros conclusiones.
Con Cañas estaba claro que el gobierno de Allende era el gobierno de los
Trabajadores. Con muchos esfuerzos mi gran amigo Norberto Cañas pudo
estudiar y hasta aprobar la escuela secundaria, ¡Cómo seleccionan los fascistas a
nuestros mártires!
Lizardi también era marino, y de alta calidad militar. Poco después de ser marino
ingresó a la Federación de Juvenil Socialista y llegó a ser miembro de su Comité
Central en Santiago.
6 DE ENERO
Algunos conscriptos finalmente contaron cómo fue la masacre. Los presos fueron
conducidos al centro de la cancha de fútbol de Pisagua, y desde unos cincuenta
metros de distancia se les disparó con balas de ametralladora punto cincuenta.
Sus cuerpos quedaron enteramente destrozados. Toda la cancha se llenó de
despojos humanos, cabezas, pies, cuerpos divididos en dos. Los restos de
nuestros compañeros fueron recogidos en sacos y enterrados a unos cinco
kilómetros del lugar, en pleno desierto. Para evitar que los buitres indicaran ese
lugar, se echó sobre los sacos cal, antes de ser enterrados. Cuando tiempo
después se iniciaron los trabajos forzados masivos, aun había restos humanos y
de sangre en la cancha de fútbol.
Ese día de la masacre, naturalmente, no hubo show. El show que habría sería el
de Larraín, y fue en la noche. El capitán Benavides, sacando del pecho la voz más
fuerte que pudo gritó: " ¡sabemos que ustedes dicen que los muertos de esta
mañana fueron elegidos para ser ametrallados. Para que hablen lo cierto, mañana
saldrán otros seis, a la misma hora! Y son los siguientes,..." Y luego nombró a tres
de Valparaíso y tres de Iquique. Uno de ellos era Lizardi, Tito Lizardi. Tito estaba
sereno y quizás no hizo tanta falta que tratáramos de darle ánimo.
Recuerdo que Julio Cabezas le decía: "apenas sientan ruido, láncense al suelo".
Otros, que era sólo un susto, para amedrentarnos y quebrarnos la moral. Tito oyó
pausadamente todo, y ya muy tarde se acercó hasta donde yo dormía y me dijo:
"Haroldo, sé que voy a morir, si no es ahora será sólo días después. Siento te
necesidad que de alguna forma u otra hagas llegar estos mensajes a mis padres y
a mi novia. Además, Haroldo, has sido por mucho tiempo un gran amigo para mí, y
no quiero morir sin antes confesarme. Siento esa necesidad". Y luego me contó su
vida, sus temores, sus ¡deas, sus faltas, todo. Tito era profundamente creyente y
muy estudioso de asuntos de Teología. Me dijo, "por favor, si puedes, no duermas
esta noche y acompáñame". "Tendrías el honor de ser mejor que Pedro", agregó
sonriendo.
Al día siguiente los seis compañeros salieron más temprano de lo previsto. Tito
antes de irse, hizo una pequeña arenga. Nos instó a mantener firme la moral y
seguir fortaleciéndonos políticamente. Cuando se lo llevaron, nos miró sonriendo,
con esa sonrisa de siempre.
Tito era el hijo mayor, e hijo único por muchos años, de una familia de algún nivel
económico en Iquique. De aquella gente honesta que no vio nunca como nosotros
la conspiración fascista. Qué pena que tantas veces deba ser así, que ocurran
tragedias como la de Chile para que la gente se dé cuenta de las cosas. El
mensaje a su novia no pudo llegar jamás a su destino. Nadie, ni su familia, pudo
establecer contacto con esa muchacha. Pero Tito me lo advirtió: sólo hay dos
posibilidades: "Eliana está presa o muerta "."Hasta ahora, ni por los amigos de
Tito, he podido ubicarla. Espero que Tito se haya equivocado, y en lugar de estar
muerta, ya que no encarcelada, esté viva en algún lugar.
Los cuatro presos partimos de Pisagua con los ojos vendados, rodeados de
metralletas. Eramos todos socialistas, luego deduje que se trataba de nuestro
caso, de nuestro posible juicio. Entre nosotros, estaba Juan Antonio, a quien no
pude ver nunca, en Pisagua. En el trayecto, tragando la arenilla del desierto
tarapaqueño, cruzamos algunas palabras. Estábamos seguros que nos esperaba
algo grave en Iquique. Y así fue. Mientras nos dejábamos de Pisagua,
seguramente pasamos por el lugar donde estaban enterrados nuestros queridos
compañeros Cañas, Marcelo y tantos otros.
8 DE ENERO
Lamenté más que nunca el hecho que para defendernos de los ataques nocturnos
de las hordas fascistas, algún tiempo antes del golpe, no tuviéramos realmente
armas para defendernos. La búsqueda de armas era afiebrada, paranoica. Ya
habían dado vuelta nuestras casas y nuestros locales. Habían registrado cada
casa de Iquique. Al principio pensé que era puro "teatro", pero realmente descubrí
que sólo era aquello lo que temían los cobardes: que tuviéramos armas. Entre los
interrogatorios había algunos que nos hablaban de "El Estado y la Revolución". "El
Manifiesto Comunista", etc. Pero qué ridículo hicieron a pesar de su fuerza. En
alguna academia en Panamá les dieron como recetario algunas frases de los
clásicos marxistas, que naturalmente estaban destinadas a hacernos algún lavado
de cerebro, o a impresionarnos. El problema para estos "teóricos" del SIM era que
entre los "marxistas" también había sacerdotes católicos, como uno que murió en
Iquique víctima de las torturas. Al cura seguramente le demostraron conocer muy
bien San Mateo. También había muchos presos que nunca leyeron ni se
interesaron por los clásicos de la revolución socialista, y que si estaban en la
izquierda lo era por conciencia de clase, fundamentalmente.
A través de muchos métodos logramos saber mejor que en Pisagua lo que ocurría
en Chile. Ya los muertos eran decenas de miles en todas partes. Supe de la
muerte de muchos compañeros que conocí en mis tiempos de universitario, como
el querido amigo Enrique París, con quien estuve en muchas reuniones
discutiendo los problemas de la Reforma Universitaria. La carestía y la situación
económica eran catastróficas. Los interrogados logramos, a pesar que se nos
separaba de un galpón a otro, establecer contacto y manejarnos mejor en las
sesiones de tortura. Teníamos la suerte de saber que con seguridad seríamos
torturados, que podíamos prepararnos para ello, y que también había una gran
solidaridad mundial para con nosotros.
Acuña debía apurarse, y finalmente lo hizo. Luego de las más atroces torturas,
que ordenó sólo por odio, pues sabía que sus cargos serían sus invenciones,
presentó su acusación, y luego redactó la sentencia, para doce dirigentes del
Partido Socialista en Iquique, entre ellos el alcalde de la ciudad de Iquique: otro,
un edil fundador de una institución comunitaria que logró reunir a muchos sectores
de la sociedad iquiqueña, el "Centro para el Progreso, el jefe de la Caja de
Empleados Particulares de Iquique, el jefe de la Oficina de Planificación Nacional
en Iquique, otros compañeros y un profesor de la Universidad de Chile en Iquique,
quien escribe estas páginas. Todas estas personas, desde sus centros de trabajo,
habían planeado... ¡y lo dice la sentencia! tomarse la ciudad de Iquique, los
regimientos, nada menos que la Sexta División de Iquique, seguidos de
pobladores y "elementos extremistas". En todas las sesiones de torturas trató
Acuña de vincularnos con oficiales del ejército. Recuerdo que a mí me torturaron
quizás una hora tratando de convencerme que yo era amigo y que estuve en
reuniones con generales y coroneles. Pero el tiempo para Acuña pasaba y
pasaba, y finalmente se decidió por inventar la historia de nuestra conspiración:
tomarnos la Sexta División de Ejército, y luego con ella avanzar hacia el sur,
unirnos a las otras tropas allendistas, tomarnos el país a instaurar en Chile "una
tiranía comunista". Aquello era "el plan Z".
No hay duda alguna. Nuestro error principal fue no haber elaborado a tiempo en
todo Chile la defensa de lo que hacíamos. Aún no sé cómo. No soy dirigente
nacional ni ninguno de nosotros en Iquique tuvimos mayor poder. como
muchísimos compañeros de base del resto del país. Acuña y el SIM nos mataría
acusándonos, desgraciadamente, por algo que nunca hicimos. Los detalles eran
realmente asombrosos. Era de quedar estupefactos, y revelaba muy bien la
personalidad de drogadicto y de atormentado mental de Acuña. Un muchacho
estudiante debía poner una locomotora bloqueando los muelles de Iquique, otro
compañero, Juan Antonio, en su calidad de regidor debía ordenar la salida de
todos los pobladores a las calles a tomarse la zona entera. Poco antes de nuestro
juicio empezó una campaña de desprestigio moral, para preparar al pueblo de
Iquique para nuestra muerte.
Los días pasaban, los interrogatorios y las torturas se sucedían como cosa de
rutina. Aquello duró tres semanas o más. El 5 de octubre supe la noticia del
fusilamiento de Tito. No fue asesinado el día que prometieron matarlo, sino una
semana después, luego de ser sometido a las más salvajes torturas. Ese día
fusilaron, luego de un "juicio", a cinco compañeros: José Córdoba, jefe del Puerto
de Iquique, de sus muelles, militante del Mapu Obrero y Campesino, conocedor,
por supuesto, de muchos antecedentes sobre el contrabando y las fechorías de
Acuña, Juan Valencia, antiguo militante del Partido Comunista, jefe de la Empresa
de Comercio Agrícola, que debía proveer de alimentos a la zona, y quien trabajó
arduamente contra el mercado negro, el delito económico y el sabotaje de las
bandas fascistas: José Morris, el compañero de la aduana del cual ya hablé. Julio
Cabezas, cuya muerte nadie esperaba en Iquique, y Tito. Supimos que la hija de
Cabezas era compañera de estudios de la hija de Larraín, en un colegio de
monjas, y que aquella le gritó "tu padre es el asesino del mío". Escándalo en
Iquique, vergüenza para el asesino. Honor para aquella valiente muchacha.
10 DE ENERO
Sería tan largo narrar todo, nuestras conversaciones ante el peligro de muerte,
ante la certeza de la muerte. Seguimos la línea de Pisagua: Un buen nivel
ideológico, una buena conciencia de quiénes son estos canallas nos daba la
fuerza para enfrentarlos. Nos apoyábamos mutuamente, y cuando podíamos
socorríamos al compañero lesionado por las torturas. Y qué torturas... al preso se
lo desnudaba, se le vendaba los ojos y se le daba de palos por todo el cuerpo. Los
golpes de electricidad sacudían a uno como un trapo viejo. Se aplicaban 60 o más
voltios en los testículos, en los oídos, en las encías, en las narices y en el pene. Al
preso se le colgaba de las muñecas, se ataba a su pene una gruesa cuerda que
se tiraba con tal fuerza que se llegaba al desmayo inmediato.
11 DE EN ERO
Entre toda esa pesadilla, fue Rodolfo Fuenzalida. el alma del grupo.
Rodolfo era una de las figuras más importantes de la dirección del Partido y tuvo a
su cargo, en pleno auge del fascismo, la misión de defender nuestro proceso.
Rodolfo era un convencido revolucionario y recuerdo que siempre tuvo claro que
en Chile habría un enfrentamiento, una lucha a muerte contra el golpe que se
avecinaba, o bien el genocidio que se inició el 11 de septiembre. Rodolfo era piloto
profesional y trabajaba en las industrias pesqueras como tal, en la detección de
peces. Fue, años atrás, famoso por sobrevolar la travesía de Lord Chichester por
el Cabo de Hornos. Su nombre llenó páginas de revistas internacionales como
Time y otras. Se le ofreció trabajar en Inglaterra, pero Rodolfo, no aceptó, por su
amor profundo por su país. Al partido se dedicó por entero, y llegó a ser un gran
amigo mío. Se hizo conocido por su generosidad sin límites y su dedicación
política, su sencillez y su responsabilidad en cada tarea que se le asignara. Por
sobre todo por su disciplina, por la que tantas veces sacrificó sus propios puntos
de vista. Yo, sin embargo, lo admiré mucho más por su disposición al perdón, por
su amplitud y por su humildad.
Nunca olvidaré aquel día en que fui designado miembro de una Comisión de
Control, que investigaría y resolvería sobre un delito ocurrido en el partido. Hubo
una fiesta, en celebración del aniversario del Partido. Un militante muy nuevo
sustrajo unas botellas de pisco, para celebrar en su casa no sé qué cosa. Era un
bien del Partido, y la comisión que me tocaba presidir debía aplicar sanciones, que
naturalmente, según la tradición, era la expulsión. Cuando nos enfrentamos al
joven ladronzuelo, antes que yo empezara a hablar, ceremoniosamente sobre
principios y demases, Rodolfo, otro miembro de la Comisión, rió y dijo. "Mira,
muchacho, te veo tan asustado que no puedo dejar de reirme. Vamos, vete y no
hagas más tonterías. Cuando robes, por último hazlo a algún capitalista, y no a
nosotros que bien sabes lo pobres que somos". Me dejó embobado, y hasta me
enojé con él. Rodolfo no me dio mayores explicaciones, sonriendo siempre. ¡Qué
lección para todos fue aquella! Aquel joven obrero, el ladrón de las botellas de
pisco, fue con nosotros apresado, torturado e interrogado mil veces. Los fascistas
no pudieron nunca arrancarle una palabra. No lo mataron pero lo condenaron a
muchos anos de presidio, quizás más por odio que por responsabilidades
políticas. Ese muchacho, en una ocasión, logró burlar la vigilancia militar y nos
informó de todo lo que iba ocurriendo con los interrogatorios en el seno de la
Juventud Socialista, lo que nos sirvió de mucho. Hace días, cuando volvimos de
Pisagua, luego de nuestro juicio allá, me despedí de él, y le dije que los dirigentes
sobrevivientes nos enorgullecíamos con su actuación. Yo ya había olvidado la
historia del robo, y me dijo: "Compañero, sólo traté de ser aunque fuera un poquito
como Rodolfo".
En la tarde de ese día, me llevaron otra vez al regimiento, tendido boca abajo en
un jeep, junto a Rodolfo, que repetía: "venceremos, a la larga venceremos". Le dije
lo mismo, y que criminales de esa calaña no pueden a la larga ganar. Un culatazo
a cada uno nos obligó a entendernos sólo con la mirada. Y qué bien lo hicimos.
Nos sentimos hermanados en la lucha y en la muerte. Por fin me consideré
invencible, por fin. Sólo deseo que ese sentimiento me dure el mayor tiempo
posible, ya que sobreviví. Pero la vida pide amarse, cuando se tiene segura. Pero
pienso que bien vale darla si es por destruir el fascismo.
13 DE ENERO
Y llegó el momento. Nos sacaron de nuestras celdas, salimos lo más erguidos que
pudimos. Yo apenas podía sostenerme con mi clavícula y mis piernas lesionadas.
Leyeron la sentencia. El Comandante sonreía, lo mismo Acuña. Los soldados
estaban pálidos, lo mismo algunos oficiales jóvenes. Un oficial muy joven, pálido,
desconcertado, evidentemente quebrado por lo horrendo de aquella frase, en la
que lo obligaron a participar, tuvo la misión de leer la sentencia. No se oía un ruido
en la cárcel, aunque sabíamos que más de 300 presos nos miraban trémulos. A lo
lejos se oía el sonido de las olas al golpear en las rocas de la playa. Sentí por
primera vez lo oloroso de las aguas del mar, lo hermoso que es el graznar de las
gaviotas a la distancia. Pensé que era una hermosa despedida de la vida.
El tribunal ratificó la pena de muerte para siete compañeros, entre ellos yo. Se nos
metió luego en una celda individual, a esperar la muerte, a ese accidente en la
vida en que uno está solo, y que se debe resolver solo. Pocas horas antes de la
ejecución, se abrió la celda y me notificaron junto a otro compañero que se me
cambiaba la pena de muerte por presidio perpetuo, sin explicación alguna. Pero no
sentí nada. Cinco iban a morir, cinco compañeros con los cuales viví lo que es el
fascismo.
Escuché sollozos entre los presos de los pisos superiores. Y luego, algo que tenía
que ocurrir. Nuestro dirigente máximo, Freddy llamó a una reunión de Partido.
Freddy, que junto a Rodolfo, a Sampson, a Palominos -a quien postergaron su
muerte- y a Juan Antonio, iban a morir, presidió aquella reunión del Partido. Dio un
breve informe político, caracterizando el golpe de estado, sus orígenes y sus
consecuencias, con una claridad absoluta. La reunión terminó luego de 15
minutos, y sus conclusiones fueron: continuar la lucha hasta la derrota del
fascismo y el establecimiento del Socialismo en Chile, tarea que nos correspondía
a los sobrevivientes; castigar severamente, por lo menos con la expulsión
inmediata del Partido a aquellos dirigentes que huyeron sin autorización del
Comité Central al extranjero, y promover una intensa discusión ideológica sobre lo
que sería el Partido a partir del advenimiento de la tiranía fascista. Y finalmente,
para los que iban a morir, la forma de enfrentar la muerte. Se resolvió gritar las
siguientes consignas: " ¡Mueran los verdaderos traidores!", " ¡Mueran los lacayos
del imperialismo yanqui, Pinochet y su pandilla!", " ¡Mueran los asesinos
fascistas!", "¡Viva el Partido Socialista!", "¡Venceremos!", y además cantar "La
Internacional" y "La Marsellesa Socialista".
Dos días después de nuestro "juicio", fuimos sumados a los trabajos forzados. Nos
obligaron rodeados de nidos de ametralladoras y soldados a construir bajo la
dirección de ese alemán experto, en campos de concentración, uno de estos
frente al mar de Pisagua. Pero no morimos de hambre ni de extenuación. Por fin,
por fin, vimos que en el mundo había seres humanos: había llegado la Cruz Roja.
15 DE ENERO
Una vez más, esta vez ante la Cruz Roja, Larraín mostró quien era. Dijo que
habría tres preguntas de la Cruz Roja: trato, comida y alojamiento. Y agregó: "Y ya
saben las respuestas: bien, bien y bien". Pero no le resultó. A pesar de que la Cruz
Roja exigió hablar con nosotros sin vigilancia, nunca faltaron los soldados en
nuestros encuentros. Larraín decía que lo hacía para proteger a estos funcionarios
internacionales de "los peligros extremistas" presos en Pisagua. Pero los tres
representantes de la Cruz Roja Internacional no eran estúpidos, e igual supieron
todo. Además, ellos naturalmente además del español hablaban francés, inglés,
alemán e italiano. Entre los presos había varios que sabíamos idiomas
extranjeros, y hasta había dos ciudadanos alemanes presos, uno de ellos un
sacerdote, que felizmente deben estar ya en Alemania. Cuando la Cruz Roja
representó a Larraín lo horrendo de nuestra situación. Larraín, furioso, ordenó
traer a su presencia a dos representantes por celda, para que dijeran a los
dignatarios de la organización humanitaria "lo bien" que estábamos. Los
compañeros, naturalmente, eso hicieron. Pero la Cruz Roja tiene experiencia en
estas cosas. Su informe fue desastroso para Pinochet, Larraín y sus esbirros. Sólo
entonces comenzó a saberse que era el infierno de Pisagua.
Más tarde llegaron unos cineastas alemanes, para hacer algunas tomas de
Pisagua. Supusimos que debían simpatizar con la Junta, pues fueron autorizados
para ello (15).
Por un breve tiempo, algunos soldados e incluso algunos jóvenes oficiales, que no
son culpables de lo que ocurre, nos trataron bien. De vez en cuando nos permitían
bañarnos en la playa, y hasta jugar un poco al fútbol. Pero todo terminó poco
después. La técnica de siempre: para evitar que los hombres, por el sólo hecho de
serlo, puedan confraternizar, los soldados eran cambiados constantemente.
Los nuevos eran bestias, quizás peores que Larraín. Eran seleccionados
cuidadosamente para hacernos sufrir. Los pequeños placeres terminaron.
Debimos soportar 12 o más horas de trabajo a pleno sol, ¡frente a ese maravilloso
mar! sin poder refrescarnos ni siquiera unos minutos en él.
Uno de los miembros de la Cruz Roja nos dijo que tuviéramos paciencia, que
aguantáramos un poco más. Nos dijo que tenía antecedentes que la mayoría
seríamos pronto sacados de Pisagua, y reemplazados por presos nuevos, y que
tenía antecedentes que Pisagua terminaría. Por otra parte, estábamos en las
manos de los fascistas. Nuestras vidas no tenían defensa alguna, y había que
aguantar, no aceptar las provocaciones. Había que tratar de evitar más muertes.
Creo que en alguna medida lo conseguimos.
28 DE ENERO
Ya está bueno que hable de esta cárcel de Iquique. Estamos hacinados en una
sola celda, digamos, unos 40 presos políticos. Pero es mejor que en Pisagua. En
el día no hago sino conversar con los presos comunes, para conocerlos. Me ha
sorprendido encontrar entre ellos a hombres que no me cabe duda que son
inocentes, y a otros que si la miseria no los hubiera obligado a delinquir no habrían
terminado aquí. Naturalmente, son gente del pueblo. El pueblo llena las cárceles,
las grandes salas comunes de los hospitales. Uno me contaba ayer que ya llevaba
cuatro años preso, y que durante el Gobierno Popular, el año pasado, su madre en
un visita le dijo: "hijo, ya no hará falta que sigas robando . Tus hermanos menores
están yendo todos a la escuela. Tus hermanos todos trabajan, y en casa ahora se
come". El preso, consternado por los sucesos del 11, lo que los milicos llaman
"liberación", me decía, "y es cierto. Saldré muy pronto libre, en unos meses. Pero
será a robar otra vez, aunque me fusilen".
Justamente ayer, nos aislaron de los presos comunes. Ya no nos dejan jugar con
ellos al fútbol en una pequeña cancha que hay aquí, nos llevaron lejos de ellos.
Colijo que es por nuestra influencia sobre ellos. Hace días los presos comunes
debieron plantear algunos problemas sobre las condiciones de vida en la cárcel a
las autoridades. Lo hicieron demasiado bien. Uno expresó: "trátennos como seres
humanos que somos. Ustedes nos quieren convencer que somos malos por
naturaleza, por el trato que nos dan. La mayoría de nosotros está aquí por la
ignorancia y por la miseria..." Algo así dijo, y hoy estamos ya completamente
separados de ellos. Creo que ni el peor de los presos que hay aquí está
completamente perdido. Creo también que el peor de los presos que he conocido
en esta cárcel, es mucho mejor, incomparablemente mejor que la sociedad de
clases de mierda en que vivimos.
Notas:
15. Aquellos cineastas eran en realidad de Alemania Democrática. Mediante algún truco muy bien
hecho eludieron la vigilancia juntista, fingieron venir de la "República Federal Alemana", y filmaron
en Pisagua y otros campos de concentración. La película hecha es de gran popularidad en Europa
y otros países.
SANTIAGO, 5 DE FEBRERO
Llegamos hace algunos días de Iquique y nos han metido en una galería donde
somos 8, 100 12 por celda, en estas celdas infectas y húmedas que no miden más
de cuatro metros cuadrados, a lo más para dos. Dos hoyos inmundos, dos
lavamanos y una ducha heladísima para más de 120 presos. Nos celan a cada
minuto, no se puede leer, ni trabajar, ni nada. Habrá que organizarse pronto y
luchar contra estas cosas. Me han dicho que la Cruz Roja ya ha conseguido algo,
pero apenas ella se va, vuelven las malas condiciones. Las visitas son una vez a
la semana, menos de media hora. Se huele a fascismo, a represión. Aquí he
encontrado a antiguos compañeros de estudio, y he sabido del encarcelamiento y
la muerte de varios de mis amigos. Informé a otros de la muerte de compañeros
en el norte, y vi a unos llorar de indignación. Aquí estaré mucho tiempo, mucho
tiempo, Ącuántos años? żdos? żtres?. Pero habrá que aguantar, y luchar.
Organizar nuestros partidos, estudiar, discutir. Sé que en un año más esto estará
un poco mejor, porque habremos conseguido algunas cosas con nuestra lucha y
con la solidaridad internacional. Esto que es el precio por ser revolucionario, será
otra posibilidad de aprender a ser mejor revolucionario.
La mayoría de los presos de esta galería son campesinos. Hay otros que son
netamente intelectuales. He reconocido entre los presos a mi gran amigo David
Silbermann de mis tiempos de universitario. David, gerente de las industrias del
Cobre de Chuquicamata, el mineral de cobre más grande del mundo, ingeniero
brillantísimo, fue acusado de robos, etc. Estos milicos son imbéciles. Por difamarlo
así, le dieron por obligación una condena menor, apenas 13 años. A uno de los
hombres más inteligentes de la Unidad Popular, hombre clave en nuestra
economía, sin darse cuenta, estos imbéciles le dieron 13 años de condena.
ĄCuánto me alegro! David tiene la posibilidad de salir al exterior antes que todos
nosotros.
CARTA
Querida mamá:
Ahora sí te contaré que estoy enfermo, y espero que en Bélgica pueda sanarme
definitivamente de mi oído derecho que fue dañado por los shocks eléctricos en
esas torturas que nunca me atrevía a describirte, de mi estómago, que digirió
mierda durante tanto tiempo, y unos hongos en la piel que nunca fueron atendidos.
ĄPara qué hablar de mis dientes! Pero en fin, la pesadilla, ha terminado, en alguna
forma. Son miles los compañeros que quedan aquí presos y la cárcel y la muerte
continuarán, y así también continuará la pesadilla para todos nosotros. Pero
algunos hemos logrado salir de la cárcel, que siempre significó un peligro de
muerte. Debo confesar mi ingenuidad, que a pesar de todo no me hizo ver, a
pesar que lo veía, hasta donde pueden llegar estos canallas fascistas, Pensaba
que Silbermann saldría libre antes que nosotros. Ahora es uno de los
desaparecidos. Lo sacaron de la cárcel, agentes de la DINA hace un año y medio.
Su celda estaba enfrente de la mía y vi todo. Estos 28 meses fueron ricos en
experiencias, a pesar que me parecieron 28 años. Logramos representar una obra
de teatro, para lo cual tú me ayudaste haciendo algunos trajes con tus manilas de
costurera que siempre fuiste. Recuerdo lo feliz que estuviste cuando te conté que
seguía siendo director de teatro como lo era en Iquique. Formamos un conjunto
folklórico, y hasta una vez nos reímos en las barbas de los milicos. Le rendimos un
homenaje a Allende con todas sus letras, pero sin nombrarlo, y dimos el nombre
de otro personaje, un invento, que ellos por no pasar de ignorantes, se tragaron.
Aprendimos a ser más hermanos y camaradas entre los presos. Pero también
hubo momentos horribles, como aquel en que Nora llegó tarde con nuestra hija a
la visita. El esbirro al notar que Nora pasaba corriendo, tomó a la niña,
arrebatándosela y la encañonó con su fusil. Y todos, presos y visitas, observando
aquello. Yo gritaba histérico, sin poder controlarme. Fue horrible. No recuerdo
nada peor que eso en mi vida. Por lo menos sé que Leonor será antifascista todo
su vida. Cada día que la vi después, y apenas tiene cinco años, me relata lo
"malo" que era ese fascista.
Mamá, gracias, una vez más. Cuida a papá, que está enfermo del corazón, y
también a mis hermanas. Tú eres más fuerte que todos nosotros, madre proletaria,
a quien debo más que a nadie lo que soy.
Te aseguro que nos veremos pronto. Pinochet caerá alguna vez. O si no, trataré
de alguna forma de que nos veamos.