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Una vez que Freitag y Vatter hacen el análisis factorial de componentes principales, del análisis
surgen tres dimensiones. A la primera la denominan "consociacional-centralizada" porque
agrupa al tipo de gabinete, la desproporcionalidad electoral y el número efectivo de partidos,
tres variables próximas a las características que describen el sistema consociacional de
Lijphart, y, además, incluye también el grado de descentralización municipal. Las tres primeras
una relación positiva con el factor, mientras que esa relación es negativa para la
descentralización. Lo que significa que en los Lander alemanes cuando el poder del Estado
esta dispersado, no hay descentralización y, en cambio, cuando el poder central del Lander
está concentrado, hay un alto grado de autonomía municipal. Es decir, en la terminología de
Lijphart esta dimensión distingue escenarios en los que siempre hay poder compartido aunque
de diferente índole, ya que si hay poder conjunto no hay poder dividido y, viceversa, si hay
poder dividido no hay poder conjunto, lo que Freitag y Vatter identifican como un mecanismo
compensatorio de jugadores con veto. Avanzando un poco más, se puede observar que el
segundo factor lo denominan la dimensión "judicativa del poder compartido" porque aglomera a
la rigidez constitucional y la revisión judicial. Y, finalmente, el tercer factor incluye las relaciones
entre el ejecutivo-legislativo y el grado de desarrollo de los mecanismos de democracia directa;
por lo tanto, tratándose del control parlamentario y ciudadano del gobierno, Freitagy Vatter
determinan denominar a este factor como la dimensión "ejecutiva del poder compartido". Una
vez detectadas las tres dimensiones y asignadas las correspondientes puntuaciones a los 16
Lander, los autores pasan a elaborar un mapa bidimensional con la judicativa del poder
compartido y la dimensión consociacional centralizada, para a través de la técnica "bubble-plot"
situar a los casos en el mapa con puntos de tamaños diferentes que simbolizan los valores de
la dimensión ejecutiva del poder compartido. Lo primero que hay subrayar de los resultados es
que no existe un modelo democrático puramente mayoritario. Todos los Lander tienen algo de
poder compartido, tal y como confirma la primera dimensión, donde se puede observar que, en
general, los Lander de Alemania occidental y Sajonia se sitúan en el lado mayoritario en lo
referente al poder conjunto (número efectivo de partidos, proporcionalidad y tipo de gobierno),
con lo que son bastante consensuales respecto al poder dividido por su considerable
descentralización municipal. En lo referente a la segunda dimensión, los Lander alemanes en el
contexto internacional tienen constituciones bastante rigidez, destacando en este aspecto
Baviera. Por último, en la tercera dimensión Baden-Württemberg, Hesse y Renania del Norte-
Westfalia tienden a concentrar el poder en el ejecutivo, mientras que Baviera, la Baja Sajonia,
Renania-Palatinado y Schleswig-Holstein tienden a compartirlo con el legislativo y los
mecanismos de democracia directa. Finalmente, Freitag y Vatter concluyen el trabajo
analizando cinco posibles explicaciones para argumentar las diferencias entre los modelos de
democracia en los diferentes Lander: (1) la importancia de la proximidad geográfico-espacial;
(2) la traslación de los modelos institucionales del Oeste del país a los nuevos Lander del Este
a raíz de la reunificación; (3) el año en el que la constitución del Lander fue ratificada; (4) el
impacto histórico de las potencias de ocupación aliadas y sus tradiciones constitucionales; (5)
la hipótesis de las "coyunturas críticas". La primera de las hipótesis la descartan porque no se
aprecia un impacto real, aunque en la primera dimensión sí que se observa una clara distinción
entre los comportamientos de los Lander del Este y los del Oeste. Sin embargo, esta
circunstancia no tiene realmente una explicación geográfica, ya que el motivo de que los
Lander del Oeste tengan posiciones más mayoritarias en el gobierno es una consecuencia del
dominio de la CDU y del uso de la fórmula d'Hondt. Pasando a la segunda hipótesis, la
descartan porque hay pocas similitudes entre los nuevos Lander y los del Oeste. En la tercera
en cambio, ciñéndose a la dimensión judicativa del poder compartido, se observa cierta
influencia en los estados del Oeste entre las constituciones aprobadas antes de la Ley
Fundamental para la República Federal Alemana y el resto, y también entre las que fueron
aprobadas en general en la posguerra mundial y las aprobadas en épocas posteriores. No
obstante, las constituciones promulgadas durante las últimas décadas han sólido mimetizar un
tipo de alta rigidez constitucional y fuerte revisión judicial. Respecto a la idea del legado, cuarta
hipótesis, aventuran que en los Lander occidentales puede haber cierta influencia de la
potencia ocupadora (EEUU, Francia o Reino Unido) en el diseño del sistema institucional,
aunque no parece que sea suficientemente significativo para que pueda considerarse
determinante, ya que la tradición propia del territorio tiene más fuerza. Finalmente, la quinta
hipótesis parece que actúa en algún caso concreto como en Schleswig-Holstein.
La dimensión del poder dividido distingue entre el poder dispersado en diferentes agencias y el
poder concentrado, mientras la dimensión del poder conjunto distingue entre poder compartido
(una forma de dispersión del poder) y poder concentrado. El análisis de Lijphart no sirve para
determinar si el poder es compartido o repartido en la dimensión del poder conjunto. Puede
haber gobiernos de coalición que trabajen de forma conjunta y compartan así el poder, y puede
haber otros que simplemente lo repartan subdividiendo la agencia y sus responsabilidades.
Ninguna de las variables que se ha estudiado aclara este punto. Lo que sí parece más o menos
claro es que el poder conjunto tiene una significación más de compartir porque se ejerce en
una agencia colectiva en comparación con el poder dividido que crea diferentes agencias y
responsabilidades. En ambos casos la repartición necesita de negociación, pero una vez más,
parece que este concepto está más asociado a la primera dimensión que a la segunda; ya que
en la primera la negociación es obligatoria para el funcionamiento de un ejecutivo compartido
entre diferentes actores, mientras que en la segunda la negociación no tiene por qué ser
habitual ni siquiera ocasional. Adentrándonos en la tipología, el primer modelo y más básico es
el de la democracia pluralista, este tiene el poder concentrado en la dimensión del poder
conjunto y del poder dividido. Su caracterización es simple, el ganador se lo lleva todo por los
procedimientos institucionales y de comportamiento que se utilizan (primera dimensión) y
porque el poder no está dividido en diferentes agencias. De tal suerte, que según los resultados
del estudio de Lijphart, el ejemplo paradigmático de este modelo era Nueva Zelanda (antes de
la reforma constitucional que introdujo el sistema proporcional), pero también estaban
próximos, entre otros, el Reino Unido, Grecia, y Francia. Por otro lado, si al poder concentrado
en la dimensión del poder conjunto se le une el poder dispersado en la dimensión del poder
dividido, estaríamos ante el modelo de democracia supermayoritaria en la que el ganador se
lo lleva todo en cada una de las diferentes agencias de poder, es decir, los jugadores con veto
institucionales pueden estar controlados por diferentes actores políticos. Esto, como explicaba
Robert E. Dahl, tiende a reforzar la estrategia cooperativa y coalescente, apuntando que la
dispersión de poderes y el federalismo "disminuyen la distinción de la oposición y las
oportunidades para un contexto competitivo entre el gobierno y las oposición". Sin embargo,
hay otros autores (Tsebelis, McGann, Ganghof) que identifican estos sistemas como estáticos y
poco flexibles. Entre los países que estarían cerca del modelo teórico, según los resultados de
Lijjphart, encontramos a Canadá, Australia y Estados Unidos. Este último, tal y como señala
Tsebelis, es un sistema de obtener supermayorías, ya que son varios los jugadores
institucionales; con capacidad de veto (Presidente, Senado, Cámara de Representantes) Para
superar los diferentes vetos suele ser habitual que se alcancen acuerdos de cambio muy
moderados o, excepcionalmente, que un partido obtenga el control en todos los jugadores con
veto institucionales. Pero aún en esta última opción, ese partido necesitará de supermayorías
parlamentarias para evitar, por ejemplo, que en el Senado la tramitación de una ley sea
retrasada de forma deliberada por la oposición, hecho de especial gravedad en el sistema
norteamericano porque cada dos años hay elecciones a la Cámara de representantes y el
Senado, lo que significa que en la tramitación pueden cambiar las mayorías. Todo esto justifica
que Tsebelis considere a EEUU como un sistema esencialmente inmovilista. En cuanto a la
democracia consensual, esta comparte el poder en la dimensión del poder conjunto y lo
concentra en la dimensión del poder dividido. Por lo tanto, está asociada con una estructura
institucional simple que no de manda supermayorías para la adopción de decisiones, pero que
sin embargo, a pesar de que haya competencia fuerte entre los partidos y los gobiernos no
sean sobredimensionados, tienen una cultura política tendente a favorecer la cooperación entre
jugadores con veto partidarios. La regla no escrita es la colaboración entre diferentes, lo que en
la línea señalada por McGann favorece la flexibilidad en la adopción, variación e
implementación de las políticas públicas. Entre los ejemplos más cercanos al modelo teórico,
según los datos del estudio de Lijphart, están países como Finlandia o Suecia. Normalmente, la
democracia consensual dividida, además de comparar el poder entre diferentes partidos,
también lo reparte entre diferentes actores con veto institucionales. La consecuencia es un
complicado tramado institucional como reflejo, generalmente, de la desconfianza previa entre
los partidos que representan a las diferentes identidades territoriales-culturales y/o a los
diferentes grupos de intereses ciudadanos. La consecuencia de ello es que para que el sistema
funcione puede ser cesaría la construcción de coaliciones amplias entre instituciones y/o entre
gobiernos. En este sentido, es habitual que en este modelo teórico haya gobiernos
sobredimensionados porque concurren e interaccionan las dos condiciones que señalaba
Ganghof: por una parte, hay un número activo de partidos alto (generalmente como mínimo
superior a 2,5) y al menos hay un jugador con veto institucional (federalismo, bicameralismo
más o menos equilibrado, democracia directa), lo que influye en la necesidad de construir
coaliciones que puedan superar los diferentes vetos, a veces, incluso, puede ocurrir que el
entramado institucional no tenga la multiplicidad de agencias y que encontremos coaliciones
sobredimensionadas importantes porque, como en el caso norirlandés, el jugador con veto
institucional no es propiamente una segunda cámara o la existencia de mecanismos de
democracia directa, sino la imposición por ley de que los cargos ministeriales del ejecutivo sean
asignados con el sistema D'Hondt a todos los partidos con representación parlamentaria. Es
decir, en Irlanda del Norte todos los partidos con representación parlamentaria tienen derecho
a participar en el gobierno pero no la obligación, ya que pueden rechazar la opción y quedarse
en la oposición. Sin embargo, si el rechazo de alguno de los dos primeros partidos
parlamentarios, el ejecutivo no podría formarse porque al primero le corresponde el Primer
Ministro y al segundo el Viceprimer Ministro. Lo que en la práctica implica que los dos partidos
con más representación parlamentaria tienen capacidad de veto. Así, en contraste con el
sistema consensual, el modelo teórico consensual dividido resulta más rígido a la hora de
favorecer cambios del estatus quo, impidiendo caer en el inmovilismo. No es casualidad que,
entre los casos que estudia Lijphart, solo sean dos los países que se pueden aproximar un
poco al modelo teórico; se trata por una parte de Alemania y por otra de Suiza. El primero con
un comportamiento cercano al mayoritario en la dimensión del poder conjunto y Suiza con una
posición intermedia en la dimensión del poder dividido. Pero a pesar de la moderación en el
grado consensual dividido, en ambos países es realmente difícil el cambio del estatus quo, tal y
como pueden ilustrar los escasos cambios constitucionales en Alemania o las dificultades para
introducir el sufragio femenino en Suiza (a nivel federal en 1971 y en algunos cantones más
tarde). En definitiva, como ya se ha visto en el apartado teórico, no parece que la mayoría de
este tipo de democracias sean capaces de perdurar mucho tiempo con un perfil acusado de
consenso o consociación. Normalmente, cuando se adopta este modelo democrático es para
encauzar los graves conflictos internos de un país, aunque con el tiempo y según el éxito que
haya obtenido, el tipo de democracia suele moverse hacia otros modelos más flexibles y/o
competitivos. En lo referente a la segunda enmienda, esta trata de acompasar la distinción
entre jugadores con veto partidarios e institucionales de Tsebelis con las dos dimensiones de
Lijphart. De esta manera, es más fácil comprender como funciona cada una de las
dimensiones, ya que tal y como hemos visto anteriormente, difieren sustancialmente en el
carácter y funcionamiento de cada una. La primera del poder conjunto está compuesta por
variables que están lógicamente relacionadas y son outputs institucionales, es decir, se trata de
jugadores partidarios con más o menos veto que actúan en un espacio de toma de decisiones.
En cambio, la segunda dimensión del poder dividido trata de diferentes agencias (jugadores
con veto institucionales) susceptibles de un diseño independiente entre sí, lo cual indica que la
cohesión de esta dimensión es baja y consecuentemente, problemática para tratarla con el
análisis factorial de componentes principales ya que puede favorecer que surjan más
dimensiones sin que tenga una conexión teórica con el planteamiento inicial. Un ejemplo es lo
que le ocurre en el análisis de Adrián Vatter: ha cambiado sustancialmente la distinción
bidimensional de Lijphart. Su aportación principal es la inclusión de la democracia directa como
una variable importante para la distinción entre el modelo consensual y el mayoritario. A partir
de ahí, sus estudios encuentran, con más o menos éxito, una tercera dimensión que agrupa a
la democracia directa con el tipo de gobierno en algunos casos, o, con las relaciones entre el
poder ejecutivo y el legislativo en otros. La argumentación principal en sus estudios de la
OCDE y la UE es que las dos dimensiones que más o menos se corresponderían con las de
Lijphart se explican de acuerdo a la hipótesis inicial de Lijphart, es decir, la primera dimensión
recoge el poder horizontal (instituciones operando en el nivel central del estado o la federación)
y la segunda dimensión el vertical (gobierno multinivel: las relaciones gubernamentales entre el
nivel local-regional-local). Esta argumentación tiene su lógica interna, pero resulta perjudicada
con la aparición de una tercera dimensión donde habitualmente se incluye a la democracia
directa y el tipo de gobierno, aunque a veces, según en que el contexto, puede ser el
predominio del ejecutivo la variable que comparte factor con la democracia directa. Al respecto
cabría preguntarse si desde el punto de vista teórico tiene sentido que el tipo de gobierno no
esté recogido en la dimensión horizontal. También ocurre algo parecido con la democracia
directa, al fin y al cabo podría ser parte de la dimensión vertical representando el poder de la
ciudadanía como un nivel más (relaciones centro-región-municipios-ciudadanía). Estas
cuestiones son parte de algunas de las que surgen a la hora de justificar teóricamente la
tercera dimensión. Entonces, ¿existe realmente una tercera dimensión? El problema de fondo
tiene al menos una doble vertiente. Por una parte la primera dimensión de Lijphart, con la
excepción de la variable corporatista, tenía unas conexiones lógicas que hacían que entre las
variables hubiera correlaciones altas. En cambio, en la segunda dimensión las conexiones
lógicas eran más débiles y, por ello, las correlaciones eran sensiblemente más bajas. La
cuestión es que nada impide que un país adopte una forma unitaria y centralizada de estado y
tenga una alta rigidez constitucional. En este sentido, también hemos visto que en diferentes
estudios cuando se ensancha el número de casos, las correlaciones se debilitan. Lo mismo le
ocurre a Vatter y Bernauer y, por ello, acaban excluyendo a los casos de Europa Central y
Oriental para poder hallar un modelo mínimamente comprensible, ciertamente más exhaustivo
que el de Lijphart pero menos generalizable. Por lo tanto, la experiencia de estos estudios
muestra que, a medida que aportemos nuevos elementos que sean relativamente
independientes del resto de características, será más probable que el análisis factorial de los
componentes principales arroje nuevas dimensiones. Además, esta tendencia se acentúa
cuando se añaden casos con culturas políticas diferentes que aumentan la variabilidad de los
índices. Esto es así porque la casuística puede ser muy amplia cuando la relación entre las
variables es relativamente independiente. Por ejemplo, la democracia directa es una de esas
variables que se puede diseñar de una manera independiente. Nada impide que un gobierno
más o menos mayoritario, o más o menos consensual, lo regule de una forma mayoritaria o
consensual. Ahora bien, eso no quiere decir que la democracia directa no pueda ser
interpretada en su diseño de forma consensual o mayoritaria, simplemente muestra los límites
de la extracción de una tipología en base al análisis factorial de componentes principales, es
decir, se puede describir tipos ideales que no tienen referentes empíricos perfectos. En ese
sentido, una mayor exhaustividad en las características que describen los tipos ideales dificulta
la posibilidad encontrar referentes empíricos que respondan al tipo ideal y, consecuentemente,
el análisis factorial de componentes principales será más difícil que mantenga las correlaciones
entre variables en el sentido esperado por la teoría. Un ejemplo sencillo podía ser el de un
grupo de países que, en el continuum teórico entre una democracia mayoritaria y una
consensual, intentan situarse en una posición moderadamente escorada hacia el lado
consensual. Eso puede significar que deciden impulsar un diseño consensual en la dimensión
del poder conjunto de Lijphart y un diseño mayoritario en la del poder dividido. Pero incluso, en
esta segunda dimensión, pueden decidir que quieren habilitar un jugador con veto institucional
(escorarse un poco más hacia el lado consensual). Las opciones para ello son múltiples: crear
una segunda cámara fuerte, dificultar las reformas constitucionales, facilitar la iniciativa
legislativa popular, etc. Cada país puede inclinarse por un jugador con veto diferente y, en
consecuencia, puede ocurrir que basándose en mecanismos de compensación la correlación
sea inversa entre las variables que conforman la segunda dimensión o que incluso, aparezcan
correlaciones significativas con variables que teóricamente deberían formar parte de la primera
dimensión, pero que al obtener correlaciones más altas con algún jugador con veto institucional
podrían conformar una nueva dimensión en el análisis factorial de componentes principales, es
decir, una consecuencia previsible es que una mayor inclusión de características que puedan
ser diseñadas institucionalmente de forma independiente afectará al análisis factorial de
componentes principales agrupando variables sin atender a las conexiones lógicas explicadas
en los modelos teóricos. Esto es un aspecto muy a tener en cuenta al elaborar un esquema de
análisis para las CCAA, ya que a su favor tiene que será un diseño de investigación de casos
similares, en su contra está la posibilidad de que exista un principio de homogeneidad
subyacente respecto al tipo de democracia que se ha construido en las CCAA. Veamos ambos
aspectos de forma más detallada. La principal ventaja del diseño de estudio que aporta un
diseño para diecisiete comunidades autónomas es que evita una serie de problemas propios de
los estudios comparativos internacionales. La comparación entre estados es dificultosa debido
a la amplia diversidad de particularidades que se pueden encontrar en el ámbito institucional,
político y legislativo. Esto suele generar diseños de investigación problemáticos en los que hay
muchas variables y pocos casos (Collier), mientras un buen diseño de estudio para esclarecer
las hipótesis rivales demanda más casos que variables (Anduiza, Crespo y Méndez) con una
lógica exponencial de crecimiento de casos por cada variable añadida al diseño. Para
solucionar el problema inherente en los estudios comparados de número limitado de casos,
Lijphart apuntaba cuatro soluciones posibles que ya han adquirido el estatus de "clásicas" en el
método comparado (el orden se ha alterado, tal y como propone Collier, para que haya una
conexión lógica más clara): (a) incrementar el número de casos tanto como sea posible; (b)
centrarse en casos comparables que reduzcan el número de características discriminantes; y(c)
reducir el número de variables, para lo cual hay dos opciones, por una parte combinar variables
diferentes (P. Ej. el análisis factorial es una forma de hacerlo), y por otra parte, emplear una
teoría más parsimoniosa. En el presente estudio, la investigación se hace dentro de un mismo
Estado donde el número de particularidades disminuye de forma drástica, siendo
potencialmente más viable una comparación sistemática que mantenga constante una serie de
características. Por lo tanto, las comunidades autónomas son unidades territoriales que actúan
en un mismo marco político y comparten una serie de características que pueden ser
controladas. La expresión de esto, desde el punto de vista normativo, está recogida en la
Constitución española (CE) a través de su artículo 152 donde establece la organización
institucional básica de las CCAA que acceden a la autonomía a través del artículo 151:
1. En los Estatutos aprobados por el procedimiento a que se refiere el artículo anterior, la
organización institucional autonómica se basará en una Asamblea Legislativa elegida por
sufragio universal con arreglo a un sistema de representación proporcional que asegure,
además, la representación de las diversas zonas del territorio; un Consejo de Gobierno con
funciones ejecutivas y administrativas, y un Presidente, elegido por la Asamblea de entre sus
miembros, y nombrado por el Rey, al que corresponde la dirección del Consejo de Gobierno, la
suprema representación de la respectiva Comunidad y la ordinaria del Estado en aquella. El
Presidente y los miembros del Consejo de Gobierno serán políticamente responsables ante la
Asamblea. Un Tribunal Superior de Justicia, sin perjuicio de la jurisdicción que corresponde al
Tribunal Supremo, culminará la organización judicial en el ámbito territorial de la Comunidad
Autónoma. En los Estatutos de las Comunidades Autónomas podrán establecerse los
supuestos y las formas de participación de aquéllas en la organización de las demarcaciones
judiciales del territorio. Todo ello de conformidad con lo previsto en la Ley Orgánica del Poder
Judicial y dentro de la unidad e independencia de este. Sin perjuicio de lo dispuesto en el
artículo 123, las sucesivas instancias procesales, en su caso, se agotarán ante órganos
judiciales radicados en el mismo territorio de la Comunidad Autónoma en que esté el órgano
competente en primera instancia.
2. Una vez sancionados y promulgados los respectivos Estatutos, solamente podrán ser
modificados mediante los procedimientos en ellos establecidos y con referéndum entre los
electores inscritos en los censos correspondientes.
3. Mediante la agrupación de municipios limítrofes, los Estatutos podrán establecer
circunscripciones territoriales propias que gozarán de plena personalidad jurídica.
De tal manera que el artículo 152, y los posteriores dictámenes del Consejo de Estado y Leyes
aprobadas en el Parlamento español, consagran de forma explícita la existencia del principio
de homogeneidad entre la forma de gobierno y la estructura institucional del Estado y sus
correlativas en las CCAA (Albertos Carazo). Este principio lo han adoptado la mayoría de los
estados federales con la finalidad de lograr que los estados que componen la federación estén
inspirados en bases similares. En el caso español, el principio adquirió todo su sentido con los
Acuerdos Autonomías del 31 de julio de 198189 suscritos por el gobierno central y el partido
que lo sustentaba (Unión del Centro Democrático -UCD-), junto con los representantes del
Partido Socialista Obrero Español (PSOE). En ellos el Estado proyectó su pretensión
armonizadora, posteriormente confirmada y reforzada durante todo el proceso autonómico y en
el Pacto Autonómico entre el PSOE y el PP de 1992, a raíz del cual se aumenta el techo
competencial de las CCAA de vía lenta y se abre el camino a diferentes reformas de Estatuto
que buscan la equiparación con las de la vía reforzada. Incluso, algunas empiezan a
denominarse "nacionalidad" o "nacionalidad histórica"; es el caso de Aragón (1996), Canarias
(1996), Comunidad Valenciana (2006) y las Islas Baleares (2007) que vienen a unirse a la lista
de las que anteriormente se habían designado así: País Vasco (1979), Cataluña (1979 y 2006),
Galicia (1981) y Andalucía (1981 y 2006). La cuestión aquí es determinar cómo afecta el
principio de homogeneidad a la variabilidad de los tipos de democráticos en las CCAA. Es
evidente que existió y existe un límite a la libertad del diseño y organización autonómico de
cada CCAA. No obstante, a pesar de ello, no estamos ante instituciones miméticas sin
capacidad de discriminación. Las CCAA disponen de herramientas suficientes para poder
diferenciarse de las otras en su diseño, sin embargo, desconocemos cuál ha sido el uso de
estas, la voluntad subyacente respecto al tipo de democracia que se buscaba y, finalmente,
desconocemos hasta dónde han llegado esas diferencias y que capacidad explicativa tienen
respecto al modelo de democracia desarrollado. Una hipótesis probable es que la mayoría de
las CCAA españolas hayan optado por construir modelos democráticos similares en el
continuum teórico entre democracia consensual y mayoritaria. Esto implicaría que el principio
de homogeneidad podría estar subyacente en el diseño de cada caso, lo que implicaría que
ante realidades sociopolíticas y culturales diversas se haya optado por mecanismos de
compensación diferentes en cada CCAA con la finalidad de obtener un resultado similar en el
continuum teórico entre democracia mayoritaria y consensual. Si así fuera, dos posibles
consecuencias podrían ser, por una parte, que haya problemas para encontrar referentes
empíricos de los tipos teóricos y, por otra parte, que los resultados del análisis factorial de
componentes principales queden reducidos en su utilidad a un plano descriptivo-explicativo
dela realidad autonómica, sin que sea posible sacar consecuencias generalizabas respecto a
las dimensiones obtenidas. En definitiva, la dimensión del poder conjunto tiene sentido que sea
tratada de forma cohesionada, mientras que la segunda dimensión del poder dividido está
compuesta por elementos autónomos que necesitan de una lectura cualitativa para poder
argumentar sus conexiones lógicas y entender su explotación cuantitativa. Un país o región,
dependiendo de su comportamiento en la dimensión del poder conjunto, se situará más o
menos próximo a los modelos de democracia supermayoritario o consensual dividido en la
medida que tenga más o menos jugadores con veto institucionales y en la medida que estos
tengan una mayor o menor fortaleza de veto. En cambio, en el poder conjunto la gradación es
bastante más sencilla de explicar y está menos sujeta a interpretaciones cualitativas.
4. Las reformas estatutarias posteriores a 1994. Tras las reformas de marzo de 1994
prácticamente termina el proceso de igualación competencial de las Comunidades Autónomas
del artículo 143 CE con las que habían accedido inicialmente a la autonomía plena: sólo se
mantenían diferencias transitorias en enseñanza no universitaria (en tanto no culminara la
reforma educativa establecida por la LOGSE) y en Sanidad (materia final mente transferida en
2001 a las diez Comunidades que seguían sin disponer de ella). Pero, si habían desaparecido
prácticamente las diferencias competenciales, seguían existiendo diferencias institucionales,
dado que la mayoría de las Comunidades del 143 CE mantenía el esquema de
parlamentarismo limitado de sus primeros Estatutos, con reducida actividad de los Parlamentos
regionales, retribución de los parlamentarios por dietas de asistencia y prohibición de disolución
anticipada de las Cámaras regionales (lo que impedía que, como en las Comunidades del 151,
tal posibilidad fuera acogida por Ley de la Comunidad). A partir de 1996, se van aprobando
reformas estatutarias en casi todas las Comunidades Autónomas (Canarias reforma su
Estatuto por LO 4/1996; Aragón por LO 5/1996; Castilla-La Mancha por LO 3/1997; Murcia, por
LO 1/1998; Madrid, por LO 5/1998; Cantabria, por LO 11/1998; Asturias, por LO 1/1999; Rioja,
por LO 2/1999; Islas Baleares, por LO 3/1999; y Extremadura, por LO 12/1999). En ellas se
perfilan las competencias y se sistematiza la regulación de las instituciones autonómicas, a las
que se suelen incorporar otras como la Diputación Permanente de la Asamblea, el Consejo
Consultivo. Los nuevos Estatutos realizan la regulación básica de las instituciones, de sus
competencias y de sus relaciones mutuas, otorgando normalmente al Presidente del Consejo
de Gobierno la posibilidad de disolución anticipada del Parlamento autonómico. Esta
eventualidad suele acogerse con limitaciones (el Estatuto de Autonomía de Murcia, por
ejemplo, prohíbe la disolución duran te el primer período de sesiones de la legislatura, cuando
reste menos de un año para su terminación, cuando se encuentre en tramitación una moción
de censura o antes de que transcurra el plazo de un año desde la última disolución). En todo
caso, el nuevo Parlamento elegido tendrá un mandato limitado al término de la legislatura
originaria: todas las Comunidades que accedieron a la autonomía por la vía del 143 (a las que
se añade Navarra) celebran sus elecciones autonómicas coincidiendo con las locales, en la
fecha que señala la LO del Régimen Electoral General. Además de las reformas afectantes a
competencias e instituciones, no faltan inclusiones tocantes a cuestiones más simbólicas o
ideológicas, relativas al nombre de la Comunidad (la CA de Asturias pasa a denominarse
«Principado de Asturias» y la CA de las Islas Baleares, «Ules Balears»), a determinadas
competencias (como la lengua o la mención a los originarios de la Comunidad que residan
fuera de ésta), a su calificación como nacionalidad o al subrayado de su singularidad histórica
(Canarias se constituye en CA «como expresión de su identidad singular, y en el ejercicio del
derecho al autogobierno que la Constitución reconoce a toda nacionalidad»; Aragón, «en
expresión de su unidad e identidad históricas como nacionalidad»; en el Preámbulo del EA de
Cantabria se la califica de «comunidad histórica perfectamente definida dentro de España»; La
Rioja se refiere a su «identidad histórica», expresión igual mente recogida en el Estatuto de las
Ules Balears, que se constituyen en CA «como expresión de su identidad histórica y de su
singularidad, en el ejercicio del derecho al autogobierno que la Constitución reconoce a las
nacionalidades y regiones»). Al margen de las diferencias existentes en la redacción de
algunas competencias, o en la acogida o no de determinadas instituciones, la posición de las
diferentes Comunidades es básicamente igual desde un punto de vistas jurídico (con las más
significativas diferencias derivadas de la foralidad vasca y navarra, o del reconocimiento de las
derivadas de la distancia geográfica y de las peculiaridades fiscales canarias), aunque
subsisten disparidades relativas a la relación Gobierno-Parlamento, que en las cuatro
Comunidades del artículo 151 CE se basa en un parlamentarismo clásico semejante al que la
Constitución define para las relaciones Cortes-Gobierno.
Desde que en 1979, con la aprobación de los estatutos vasco y Catalán, se inició el proceso de
descentralización política y administrativa de España. Finalmente, la configuración territorial del
Estado ha quedado establecida con diecinueve autonomías. Por una parte, diecisiete
Comunidades Autónomas que aprobaron sus normas básicas entre 1979 y 1983 y, por otra,
dos ciudades autónomas que accedieron a este estatus con la aprobación de sus
correspondientes estatutos en 1995. Entre todas ellas, las competencias se han ido igualando,
no obstante aún subsisten diferencias importantes respecto al grado y el tipo de competencias
que tiene cada territorio. Joan Subirats aclara que son siete las CCAA más avanzadas en el
autogobierno: Cataluña, País Vasco, Galicia, Andalucía, Navarra, Comunidad Valenciana e
Islas Canarias. Entre todas ellas, destacan el País Vasco y Navarra por la amplia autonomía
financiera de la que disponen. Esta peculiaridad es la base sobre la que sustentan una mayor
capacidad autónoma de planificación e implementación de políticas públicas. Por otra parte, los
diecinueve territorios tienen un sinfín de características diferentes que van desde las
geográficas hasta las lingüísticas, pasando por institucionales, demográficas, sociales,
culturales y económicas. Sin embargo, antes de describir de una forma más pausada las
diferencias de pertenencia nacional y las linguisticoculturales, repasare brevemente una serie
de indicadores de tipo geografico-demografico y socioeconómico. La extensión territorial media
de las diecinueve autonomías es de 23.740 km² y la mediana de 22.559 km2. Sin embargo, se
puede observar que la diferencia entre autonomías es bastante grande, el mínimo es para
Melilla con 12,30 km2 y el máximo para Castilla y León con 94.223 km2. Entre las CCAA con
mayor extensión habría que destacar a Andalucía y Castilla-La Mancha, mientras que entre las
de menor extensión, además de las ciudades autónomas, están La Rioja, Baleares y Cantabria.
En lo referente a la población, los desequilibrios son igualmente importantes. La media es de
2.471.490 de habitantes, pero el arco de variedad abarca desde poblaciones inferiores a los
cien mil habitantes, como es el caso de las ciudades autónomas, hasta los más de ocho
millones de Andalucía, más de siete en Cataluña y más de seis en Madrid. En cuanto a la
densidad, dejando aparte las ciudades autónomas que lógicamente la tienen muy alta, Madrid y
el País Vasco destacan por su alto grado. En cambio, Castilla-La Mancha, Extremadura,
Castilla y León y Aragón destacan por una densidad inferior a los 30 habitantes por km2.
En los aspectos socioeconómicos, destacare cinco indicadores. El primero es el Producto
Interior Bruto per cápita; su media para las diecinueve autonomías se sitúa en 23.740 euros la
mediana en 22.559. El valor más bajo es de Extremadura con 16.820 euros y el más alto el de
Euskadi con 32.133 euros. Esta diferencia la resume muy bien el segundo indicador, el
porcentaje del PIB per cápita español que representa el PIB per cápita de cada autonomía. En
el caso del País Vasco su PIB per cápita es el 133% de la media española y en el caso de
Extremadura es del 70,1%. La relación es prácticamente de 1 a 1,9. A partir de ahí, el resto de
diferencias disminuyen constantemente. En general, las que tienen un porcentaje superior al de
la media estatal son las del tercio norte, escorado hacia el este: Navarra, Cataluña, Aragón,
Baleares, La Rioja, Cantabria y Castilla y León. La excepción es Madrid que como capital del
Reino tiene un potencial económico grande que le sitúa como la segunda autonomía por PIB
per cápita. En cambio, en términos relativos las más pobres están situadas en el oeste y, muy
especialmente, en el sur de la península: Extremadura, Castilla-La Mancha, Andalucía, Murcia,
Galicia, Canarias, Comunidad Valenciana. Las diferencias económicas que acabo de repasar
también se pueden observar con una distribución muy parecida en otros tres indicadores de
ámbito socioeconómico. El primero muestra el índice de bienestar basándose para ello en el
PIB per cápita deflactado por el índice de desigualdad de distribución de gini. El orden es muy
similar a lo que he expuesto hasta ahora. Lo mismo ocurre con el Índice de Desarrollo Humano
donde a la cabeza está el País Vasco y a la cola Extremadura. Finalmente, el comportamiento
en el Índice de Desarrollo ajustado por Género se reproduce más o menos el orden de la
clasificación que hemos visto, intercambiando el primer y segundo puesto Euskadi y Madrid.
Por lo demás, todas estas relaciones estrechas quedan confirmadas con el análisis bilateral de
correlaciones de Pearson. Todos los coeficientes son superiores al 0,90 y significativos al 0,00.
EI único que no llega a estos niveles es el Índice de Desarrollo Humano que ligeramente baja
sus correlaciones bilaterales, aunque las mantiene por encima del 0,82 y con una significación
del 0,00. Esta pequeña disminución en la intensidad de la correlación es fruto de la posición
sensiblemente más baja que tiene Cataluña en el IDH en comparación con su posicionamiento
en el resto de indicadores.
Si la pluralidad en las dimensiones geografico-demografica y socioeconómica es considerable,
en el aspecto más político del sentimiento identitario no lo es menos. Este es el aspecto
principal que analiza Lijphart en sus trabajos para considerar a un país plural, semiplural o no
plural. Sin embargo, no es el único criterio. Su forma de medición está influenciada por aquellas
que abogan por representar el número y los tamaños relativos de los grupos étnicos, los grupos
religiosos, etc. Pero no cree que sea de mucha ayuda la elaboración de un índice complejo de
carácter cuantitativo que refleje exclusivamente esas realidades. Desde su punto de vista, es
determinante conocer el grado de las divisiones sociales, es decir, la profundidad que tienen.
Por ello, Lijphart apuesta por una escala ordinal sencilla que es "más subjetiva y más
aproximativa" y que, básicamente, aunque no exclusivamente, se basa en las divisiones
linguisticas, religiosas e ideológicas (izquierda Vs. derecha). En este caso, toda vez que en las
autonomías el contexto es más o menos similar respecto a la lucha izquierda-derecha y la
diversidad religiosa, me centrare en la distinción lingüística como elemento objetivo y,
sobretodo, en las diferentes percepciones de sentimiento identitario que podemos encontrar en
las CCAA como elemento subjetivo. Una primera clasificación sencilla es aquella que distingue
entre las CCAA originalmente denominadas como nacionalidades históricas, Cataluña, Euskadi
y Galicia, y el resto. Estas tres fueron las únicas que llegaron a aprobar sus estatutos en la IP
Republica y, con la llegada de la democracia, también fueron las primeras en impulsar sus
procesos autonómicos de vía reforzada de acuerdo con el artículo 151 de la Constitución
española (CE).A estas tres se unió Andalucía con la aprobación de su Estatuto de autonomía
por la misma vía. Posteriormente, las CCAA que accedieron a la autonomía por la vía lenta
señalada en el artículo 143 de la CE, gracias al proceso de homogeneización, han ido
igualando sus competencias a las otras cuatro hasta prácticamente diluir los diferentes ritmos
que había en un principio. Incluso, desde el punto de vista simbólico, algunas CCAA han
pasado a denominarse "nacionalidad" o "nacionalidad histórica", tal y como lo hacían Euskadi
(1979), Cataluña (1979, en el Estatuto de 2006 con la fórmula de "nación") y Galicia (1981). La
primera en unirse a este grupo fue Andalucía en su estatuto de 1981 (después en el estatuto
de 2006 se definió como "realidad nacional"). Quince años más tarde, Aragón (1996) y
Canarias (1996) hicieron lo mismo y, ya más recientemente, la Comunidad Valenciana (2006) y
las Islas Baleares (2007) así lo han consignado en sus nuevos estatutos de autonomía. No
obstante, aún hay una serie de elementos importantes que ayudan a distinguir el grado de
pluralidad de las CCAA. Una sencilla clasificación distingue, por una parte, la diversidad
lingüística autóctona de las autonomías" y, por otra, el grado de pluralidad asociado al
sentimiento identitario. El primero de los criterios clasifica a las autonomías a través de cuatro
categorías. La primera es para definir a las CCAA lingüísticamente homogéneas (puntuada con
0,5), entre las que encontramos a Murcia, Castilla-La Mancha, Madrid, La Rioja y también,
Andalucía y Canarias, aunque estas dos últimas tienen dialectos del castellano con
particularidades considerablemente importantes. La segunda categoría (puntuada con 1,0)
recoge a las CCAA que tienen una amenazada heterogeneidad lingüística en parte del territorio
y que no tiene un reconocimiento de oficialidad: Castilla y León, Extremadura, Aragón y
Cantabria. En la primera, en parte de las provincias de León y Zamora se habla asturleonés en
su variante leonesa; pero además, en la comarca del Bierzo (León) y en unos pocos municipios
de Zamora, junto al asturleonés, se habla gallego. Entre algunos de los problemas que tiene el
asturleonés se pueden mencionar su bajo grado de reconocimiento lingüístico, la carencia de
oficialidad y la escasa regulación del uso y promotion101. Estos factores, en parte, explican por
qué está amenazada la diversidad lingüística de Castilla y León. A pesar del relativo
florecimiento de los últimos anos, la alta intensidad del retroceso sufrido en el siglo XX aun deja
a esta lengua en una situación de clara vulnerabilidad y peligro de extinción según la UNESCO.
Escenario que se repite en el caso del extremeño, una variante del asturleonés hablada en el
noroeste de Cáceres y en una pequeña parte de Salamanca (Castilla y León). Algo parecido
ocurre en Cantabria donde el cántabro o montañés es la variante asturleonesa, aunque
sustancialmente castellanizada y en claro y acentuado retroceso durante todo el siglo XX. Por
otra parte, hay que subrayar que en el valle de Jalama se habla la fala, una lengua romance del
subgrupo del galaico-portugués que está en peligro de extinción (los hablantes están entre
6.000 y 10.000 personas), a pesar de que porcentualmente su conocimiento e incluso uso es
bastante alto. El problema es que, además de las dificultades que han sufrido lenguas como el
asturleonés, la fala tiene otros añadidos de carácter específico. Por ejemplo, nunca tuvo
muchos parlantes por estar restringida a un ámbito territorial pequeño y, además, por estar
situada en una zona que históricamente ha sufrido de subdesarrollo económico, lo que ha
producido que muchos habitantes hayan emigrado. Otra lengua que también está muy
debilitada es el aragonés o la fabla aragonesa. Básicamente la hablan alrededor de 10.000
personas en algunas comarcas pirenaicas del norte de Aragón. Sin embargo, en los últimos
años se han dado bastantes pasos en su regulación y en su estatus legal. Aun sin ser lengua
cooficial, recientemente se ha legislado su uso y denominado lengua propia a traves de la Ley
autonómica 10/2009 de 22 de diciembre donde se regula el uso, protección y promoción de las
lenguas propias de Aragón". Según esta ley la única lengua oficial es el castellano, pero se
admite que el aragonés y el Catalán (hablado en la franja oriental fronteriza con Cataluña) son
lenguas propias y, consecuentemente, se regula el aprendizaje, escolarización y uso en la
administración en cuatro zonas. Una primera dc habla aragonesa; una segunda de habla
catalana; una tercera de habla aragonesa y catalana; y una última exclusivamente castellana
en la que se hace referencia a sus dialecticos y hablas locales. No obstante, la ley ha avanzado
muy poco en su implantación y su futuro está en discusión. Por una parte, en 2010 once
municipios (ocho del PP y tres del PAR) presentaron un recurso de inconstitucionalidad; y por
otra parte, el PP avanzo que si alcanzaba el gobierno tras las elecciones del 2011 derogaría la
ley. La tercera categoría recoge a las autonomías que son lingüísticamente heterogéneas (1,5
puntos), que tienen más o menos problemas de reconocimiento y que la lengua autóctona
(regional) tiene una presencia en todo el territorio (con altibajos). La situación mas critica desde
el punto de vista del reconocimiento legal es la que se vive en Ceuta y Melilla. En la primera,
cerca de la mitad dela población autóctona es de origen musulmán y/o habla árabe. En Melilla
la situación es parecida, pero en este caso el idioma propio es el tamazig, la lengua de los
bereberes. En ambos casos, algunas organizaciones políticas y sociales que representan a los
musulmanes, recientemente han comenzado a impulsar reivindicaciones para obtener el
reconocimiento de las lenguas como primer paso en el camino a la cooficialidad. En Asturias, el
asturleonés en su variante asturiana, es sin duda alguna la lengua no cooficial más pujante en
número de hablantes, extensión territorial, presencia en los núcleos urbanos y capacidad
organizativa para reivindicar su oficialidad. El idioma está regulado por la Real Academia de la
Lengua Asturiana y su uso y promoción es impulsado por la Ley 1/1998. Esta norma reconoce
al asturiano como lengua a proteger, promover y difundir en los medios de comunicación y en
la enseñanza. En esta línea, fue un paso adelante el Plan de Normalización Social del
Asturiano 2005-2007para potenciar el uso y promoción del asturiano y del gallego-asturiano
(forma de gallego hablada en la parte occidental de la CCAA). A pesar de ello, el informe del
UNESCO también sitúa al asturiano, al igual que al aragonés, como una lengua en peligro de
extinción. El último caso de la tercera categoría es Navarra. Aquí el retroceso del euskera en
los últimos siglos y, muy especialmente en el siglo XX, fue muy fuerte, afectando
especialmente a la zona central y la parte septentrional del sur. No obstante, la parte norte de
la Comunidad Foral sigue siendo una de las zonas más vascófonas de España, y Pamplona,
tras San Sebastián, era la segunda capital con mayor porcentaje relativo de vascoparlantes en
la década de 1980. Al contrario, la Ribera navarra es prácticamente ajena al euskera, toda vez
que perdió la lengua hace más de mil años. Esta realidad multiforme fue traducida con la Ley
del Vascuence aprobada en 1986 que organizo el territorio en tres zonas; la primera es la zona
vascófona que está reservada para el norte de la Comunidad Foral, aquí el euskera es
cooficial. La segunda zona, la que mayor número de vascoparlantes tiene, es denominada
como mixta (zona central en la que se incluye la cuenca de Pamplona) y, por lo tanto, el
euskera no es cooficial pero si es objeto de cierta preservación y promoción, para lo cual se le
otorga el derecho a ser lengua vehicular en los estudios, así como se asegura el derecho a
dirigirse en esta lengua a la administración, aunque no se garantiza la respuesta en la misma.
Finalmente, la tercera zona, denominada como "no vascófona", engloba al sur de Navarra en la
que el euskera no tiene reconocimiento alguno. Las regulaciones que se han hecho de la Ley
del Vascuence, especialmente desde 1996 que ha gobernado de forma ininterrumpida UPN,
han sido muy criticadas por los sectores defensores del euskera, pero también por la Real
Academia de la Lengua Vasca y el Consejo de Europa. Por ejemplo, en el informe del comité
de expertos del Consejo de Europa sobre la aplicación en Navarra de la Carta Europea de las
Lenguas Minoritarias de 2005, se investigó la situación del euskera en la zona vascófona
(donde es cooficial) y, a pesar de ello, el Informe señalaba que muchos de los compromisos
adquiridos por el España con la firma de la Carta no son cumplidos en Navarra. En lo referente
a la zona mixta, el Decreto Foral 372/2000 sobre el uso del euskera en las Administraciones
Publicas en la práctica equiparaba la zona mixta con la no vascófona, lo que, por ejemplo,
significaba la desaparición de la rotulación eusquerica. En 2006, el Tribunal Supremo confirmó
la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Navarra que anulo el mencionado decreto
foral. Por otra parte, cabe destacar que en Navarra no hay una sola licencia para la emisión de
radio o televisión en euskera y que los tribunales han sentenciado en más de una ocasión que
la concesión de licencias ha sido irregular. Por último, habría que señalar que en la zona no
vascófona los niños que quieren estudiar en euskera se les trasladan a centros escolares de la
zona mixta o se escolarizan en Ikastolas, centros que no pertenecen a la red pública. Esta
última posibilidad es la única que existe en la Ribera navarra para aquellos padres y madres
que quieren que sus hijos estudien con el euskera como lengua vehicular. A pesar de ello, los
modelos lingüísticos que priorizan el euskera como lengua de transmisión de conocimientos
han tenido un relativo éxito, logrando que hasta uno de cada tres alumnos de toda la
Comunidad Foral estén matriculados en estos. En este contexto, el Gobierno de Navarra en el
2008 decidió ofertar en todo el territorio foral modelos lingüísticos con el inglés o el francés
como lenguas vehiculares, mientras seguía siendo imposible tener el euskera como lengua
vehicular en la zona no vascófona. La última categoría ordinal de la variable lingüística agrupa
a las CCAA que son heterogéneas y en las que hay dos lenguas cooficiales reconocidas en
todo el territorio (2,5 puntos). La más débil entre todas ellas es el euskera, lengua cooficial en
el País Vasco pero que aún es calificada como vulnerable en el Atlas Interactivo UNESCO de
las Lenguas en Peligro. Fuera de esta clasificación están el gallego, cooficial en Galicia y el
Catalán, cooficial en Cataluña, en la Comunidad Valenciana (en su variante valenciana) y en
las Islas Baleares (en su variante insular). El catalán es la lengua más fuerte de todas y una de
las más habladas en Europa. Sin embargo, no está ausente de polémica su recuperación y
promoción, sobre todo en la Comunidad Valenciana. Por una parte, los intentos de diferenciarlo
del Catalán y castellanizarlo tan sido relativamente habituales. Y por otra parte, las zonas
urbanas están muy castellanizadas y la escolarización con el catalán-valenciano como lengua
vehicular principal no es predominante.
La segunda variable es el grado de pluralidad política en la sociedad. Su medición es
aproximativa y subjetiva, tal y como Lijphart hace en su estudio de 36 democracias. No
obstante, he considerado oportuno sostenerla en datos empíricos y, por ello, he manejado la
respuesta a la pregunta "¿con cuál de las siguientes frases se identifica Ud. en mayor medida?"
que formulaba el CIS en su Barómetro Autonómico de 2005 para discernir el sentimiento
identitario. Las frecuencias se recogen en cinco categorías, además del "no sabe" o "no
contesta": "me siento únicamente español”; “me siento más español que de la Comunidad
autónoma"; "me siento tan español como de la Comunidad autónoma"; "me siento más de la
Comunidad autónoma que español"; y "me siento únicamente de la Comunidad autónoma". De
estas categorías, las dos últimas muestran el predominio de la identidad autonómica, por ello,
sus frecuencias las he sumado en cada autonomía para así obtener el grado de predominio del
sentimiento autonómico. Los datos del predominio del sentimiento autonómico están en orden
descendente, mostrando el porcentaje de sentimiento identitario predominante en cada
autonomía. La media para todas ellas es de 16,71% y la mediana de 11,20%. La gama es muy
amplia: desde el 2,5% de Castilla y León, hasta el 45,80% del País Vasco. Junto a esta última,
Cataluña, Navarra y las Islas Canarias son las que tienen unos sentimientos identitario
autonómico predominante superior al 30%, motivo por el que son considerados como
sociedades plurales (2,5 puntos). Galicia, Baleares, Andalucía y Asturias superan la barrera del
15%, por lo que son consideradas como sociedades semiplurales (1,5 puntos). Además,
también ha sido considerada como tal Aragón con un 13,20% de predominio de la identificación
autonómica porque así lo aconsejaba la presencia de otras características como la
proclamación como nacionalidad histórica, la presencia de dos partidos regionalistas y el
reconocimiento de lenguas autóctonas. En el caso de Ceuta y Melilla, la consideración de
sociedades semiplurales se sostiene en una característica que solo discrimina en estas dos
ciudades autónomas. Se trata de la confesión religiosa. En la misma encuesta del CIS, en
Melilla el 21,9% y en Ceuta el 22% se confiesa como creyente de una religión distinta a la
católica. Por último, el resto de CCAA han sido consideradas como sociedades "no plurales"
(0,5 puntos) en el sentido que describe Lijphart, es decir, no se afirma que sean homogéneas
pero al menos se considera que sus divisiones sociales no son profundas. El índice de
pluralismo en diecinueve autonomías es el resumen de los dos indicadores que he utilizado:
uno de carácter más objetivo como el de la pluralidad lingüística y el estatus legal de las
lenguas, y el otro de carácter más subjetivo como el sentimiento identitario. Las CCAA menos
plurales son Murcia, Madrid, La Rioja y Castilla-La Mancha, mientras que las más plurales, en
orden descendente, son el País Vasco, Cataluña, Navarra, Baleares, Galicia y la Comunidad
Valenciana. Ahora bien, la diversidad se puede expresar de formas diferentes. Por ejemplo, el
País Vasco y Cataluña tienen la misma calificación de diversidad, pero la forma que adopta en
Euskadi es desigual territorialmente y, en cambio, en Cataluña es más uniforme y menos
segmentada geográficamente. En Euskadi la pluralidad se expresa de formas muy diferentes
en los tres territorios históricos y las comarcas que la componen. Las razones son muy
diversas, desde históricas e institucionales hasta culturales y lingüísticas. Estas podrían
resumirse con dos características de alto valor simbólico: por una parte, la presencia histórica
de las Diputaciones Forales y, por otra, la existencia de una realidad sociolingüística
extremadamente divergente por provincias y comarcas. La consecuencia es una suerte de
diferentes realidades segmentadas territorialmente que tienen una traducción en un
comportamiento electoral igualmente diferenciado. En este sentido, una hipótesis verosímil es
que en la dimensión del poder horizontal/conjunto Euskadi se muestre consensual, al menos en
las variables como el número efectivo de partidos. Sin embargo, esto no significa que tenga un
reflejo automático en la consecución de gobiernos de estilo más consensual. Es más, podría
pensarse que la solución a la diversidad, al estar territorializada, se intente vehiculizar a través
de la segunda dimensión de la democracia autonómica vasca. De tal manera que un grado
considerable de división del poder vertical pueda actuar como un sustituto de políticas
consociacionales en el poder horizontal. Parte de esta lógica podría también ser esperable en
los casos de Canarias o Baleares que como CCAA insulares tienen unas delimitaciones
geográficas que en principio se puede pensar que necesitan de división del poder en sentido
vertical. Otro ejemplo claro de una diversidad territorial grande es Navarra. Hemos visto que
incluso la Ley del Vascuence la divide como tal. Sin embargo, al ser una única provincia es
más que probable que el poder se muestre poco dispersado en la dimensión del poder vertical,
porque los ganadores en la dimensión del poder conjunto podrían perder espacios de poder si
lo dividen verticalmente. Un ejemplo contrario es el de Cataluña. En esta CCAA, al no estar la
diversidad significativamente territorializada, es esperable que el grado de división del poder
vertical sea más bajo que en Euskadi. En cambio, estaría por ver si en el poder conjunto el
pluralismo dela sociedad se ha vehiculizado a través de fórmulas de consenso o si se ha
tendido a soluciones mayoritarias.
TEMA 4. LOS ESTATUTOS DE AUTONOMÍA: EL DISEÑO INSTITUCIONAL DE LAS COMUNIDADES
AUTÓNOMAS Y LAS REFORMAS ESTATUTARIAS.
Los sistemas electorales son el conjunto de métodos y procedimientos reglados para traducir
los votos de los ciudadanos en escaños de representantes. En el sistema electoral entran las
preferencias ciudadanas expresadas en forma de votos, y se convierten (transforman) en
representantes (escaños). Por lo tanto, hay que admitir la relación causa-efecto que describe
Duverger entre el tipo de sistemas electoral y el número de partidos representados en el
Parlamento.
1. Los elementos de los sistemas electorales. Un sistema electoral tiene una serie de
elementos que lo definen, entre los cuales son cuatro los componentes principales: la fórmula
electoral, la magnitud de la circunscripción electoral, el umbral electoral y el tipo de
candidatura. Estas propiedades, especialmente las dos primeras, influencian de una manera
importante en la conformación del sistema de partidos. Uno de los elementos más importantes
para distribuir los escaños es la fórmula electoral, la característica más comúnmente utilizada
para clasificar de forma dicotómica a los sistemas electorales entre los de representación
proporcional y los mayoritarios. Estos últimos sistemas pueden ser de mayoría absoluta o
relativa en distritos uninominales (se puede utilizar en circunscripciones plurinominales aunque
no es lo habitual). En el análisis que hace Lijphart de los sistemas electorales, se puede
observar que las fórmulas de mayoría relativa son comunes en los países anglosajones o
excolonias británicas. En cambio, las fórmulas mayoritarias que requieren de una mayoría
absoluta no son tan populares, a menudo afrontan un panorama en el que ningún candidato
consigue la mayoría estipulada en la primera vuelta; ante esta circunstancia, el método más
utilizado para asignar la representación es celebrar una segunda vuelta entre los dos
candidatos que han obtenido más votos. En el Estado francés, existe un modelo híbrido de
mayoría absoluta y relativa, por el que en la primera vuelta de las elecciones a la Asamblea
Nacional es elegida la candidatura que logra la mayoría absoluta, y si no ocurriese así, se
celebra una segunda vuelta en la que participan todas las candidaturas que hayan superado el
12,5% de los votos. Resulta vencedora aquella que logra la mayoría absoluta o relativa. Este
tipo de fórmulas electorales mayoritarias puede provocar enormes distorsiones ya que un
partido con una distribución electoral bastante homogénea en todas las circunscripciones
electorales puede quedar muy infrarrepresentado si no logra vencer en los distritos que
compite, mientras que un partido con un porcentaje de voto menor, pero con una distribución
electoral concentrada en algunos distritos electorales, puede alcanzar numerosos escaños. En
cuanto a las fórmulas de representación proporcional, las más utilizadas en los diferentes
sistemas democráticos tienen diseños muy variados, aunque los modelos más extendidos son
aquellos en los que los partidos presentan listas de candidatas y candidatos en distritos
plurinominales, y los votantes optan por una u otra lista (a veces se permite dividir el voto entre
varias listas). Respecto a las fórmulas matemáticas, las más comunes se pueden agrupar en
dos conjuntos: las de resto mayor y las de la media más elevada. En el primer grupo están
aquellas fórmulas que calculan una cuota para obtener un escaño, por lo tanto un partido logra
tantos escaños como cuotas haya obtenido en su total de votos. Después del reparto, suelen
sobrar escaños que aún no han sido repartidos por no haberse alcanzado igual número de
cuotas que escaños a repartir, es entonces cuando los votos sobrantes (una vez apartados los
que alcanzaron la cuota y se tradujeron a escaño), se ordenan de mayor a menor procediendo
su repartición entre los restos mayores hasta finalizar la asignación de escaños. De todas
maneras, hoy en día las fórmulas más utilizadas son las de la media más elevada, y en
concreto, la fórmula D'Hondt. Genéricamente, estas fórmulas de divisor común dividen el
número de votos que ha obtenido cada lista electoral por la correspondiente serie sucesiva de
números, hasta alcanzar la cifra de escaños correspondiente a la circunscripción. Los
coeficientes obtenidos de las divisiones se ordenan de forma decreciente, y se distribuyen los
escaños a repartir entre las medias más elevadas hasta que se agoten. En el caso de fórmula
D'Hondt, la serie de número que se utiliza es una natural (1, 2, 3, 4, 5...), pero otras fórmulas
como la de Sainte-Lagué divide los votos por los números enteros impares (1, 3, 5, 7...). Esta
última no obstaculiza la representación de los partidos pequeños y medianos; en cambio, el
efecto es bastante diferente en el caso de D'Hondt, pues favorece sistemáticamente a los
partidos que obtienen la victoria en la circunscripción y castiga a los más pequeños. Tanto es
así que en los distritos electorales con pocos escaños puede tener un efecto muy próximo al
que tienen los sistemas electorales mayoritarios. De ahí la importancia de la magnitud de la
circunscripción electoral.
La magnitud de la circunscripción electoral (también denominada distrito electoral) es el
número de representantes que se elige por circunscripción. Cada distrito delimitado
geográficamente tiene un conjunto de electores variable que a través de los votos emitidos en
las elecciones eligen a un número variable de representantes. La clasificación básica entre
tipos de magnitudes electorales es la distinción entre circunscripciones uninominales y
plurinominales. Las primeras son aquellas que solo eligen un/a representante, mientras que las
segundas eligen a más de uno/a. La tendencia natural de las circunscripciones uninominales es
mayoritaria, ya que la opción electoral que gana se lleva toda la representación del distrito. A
su favor se argumenta que ello genera una relación más estrecha entre representados y
representante; en su contra se señala que fomenta el clientelismo y localismo, a la vez que
impide la representación de las minorías. En cambio, a favor de las plurinominales, en el caso
de tener una magnitud grande (alto número de escaños a repartir), se indica que tienen
capacidad de representar a la sociedad en su conjunto, incluyendo a las minorías; y se le
crítica que precisamente esta ventaja puede suponer una mayor fragmentación de la
representación y, por lo tanto, una menor capacidad de crear mayorías estables. Por lo tanto, la
magnitud del distrito, junto a la fórmula electoral de reparto, es uno de los elementos clave para
poder medir la proporcionalidad del sistema electoral. Así, en los sistemas uninominales, al
aumentar la magnitud del distrito crece la desproporcionalidad y crecen las ventajas para los
grandes partidos. En cambio, en los plurinominales, este aumento de magnitud deviene en una
mayor proporcionalidad y en unas condiciones más favorables para los partidos pequeños y, en
consecuencia, para las minorías organizadas. Una manera de atemperar la proporcionalidad en
los distritos plurinominales para evitar la "excesiva" fragmentación parlamentaria es establecer
un umbral electoral legal (también denominado barrera legal) para acceder al reparto de
escaños, es decir, especificando el apoyo mínimo que un partido necesita obtener para verse
representado. Cuando la ley prevé una barrera legal, ésta puede referirse a su aplicación en
uno o varios niveles territoriales (estatales, regionales, de distrito) y puede ser definida con un
número mínimo de votos, un porcentaje u otras fórmulas. A veces, la barrera electoral también
es utilizada en los sistemas electorales que asignan la representación con la fórmula de
mayoría absoluta. En estos casos es un escaño el que se disputa por cada distrito electoral y
su elección es por mayoría absoluta en la primera vuelta. Si nadie consiguiera la mayoría
estipulada, la ley electoral define una barrera electoral para poder participar en la segunda
vuelta, por ejemplo en el Estado francés está situada en el 12,5%. No todos los sistemas
electorales poseen umbrales legales, pero ello no presupone que el sistema electoral respete
especialmente la proporcionalidad. Las magnitudes bajas tienen un efecto similar a los
umbrales legales altos porque limitan la proporcionalidad y las oportunidades de las minorías.
Un ejemplo extremo es un distrito electoral en el que se eligen dos diputados; en este caso, si
una candidatura consigue un 30%de los votos emitido podría quedarse sin escaño. Finalmente,
hay que distinguir entre los diferentes tipos de candidaturas. Las candidaturas pueden ser
unipersonales (solo figura una persona) o de lista. En este último caso hay una amplia tipología
que podría resumirse en tres. En primer lugar, encontramos las listas cerradas y bloqueadas,
es decir, cada candidatura presenta una lista de candidatos ordenada, y el votante emite su
sufragio para esa lista y en ese orden, sin poder modificarla. En segundo lugar, encontramos
las listas cerradas pero no bloqueadas, en las que el electorado tiene la oportunidad de
modificar la lista reordenándola completamente mostrando su preferencia (voto preferencial) u
hostilidad (tachar de la lista) por algunos/as candidatos/as. Y por último, estarían las listas
abiertas que facilitan la confección de una lista por parte del votante.
Según Lijphart, "la diferencia entre gobiernos de mayoría absoluta de un partido y las amplias
coaliciones multipartidistas resume el contraste entre el principio mayoritario de concentrar el
poder en manos de la mayoría y el principio consensual de una amplia división del poder". Esta
afirmación no constituye ninguna novedad en su teoría general del poder compartido, ya que
en su tipo de democracia consociacional la forma del gabinete fue identificada como la más
significativa de las características. Por lo tanto, su conexión teórica viene de atrás, al igual que
su papel central. Lijphart admite que es "la más importante y típica diferencia entre los dos
modelos de democracia, puesto que compendia el contraste entre concentración y división del
poder". Además, Taagepera en su metanálisis y Lijphart en su análisis factorial demuestran que
esta variable ocupa un papel central en la dimensión del poder conjunto, ya que es la que "se
correlaciona más estrechamente con el 'factor' que resume la primera dimensión (ejecutivos-
partidos)”. Sin embargo, la medición de Lijphart ha sido considerablemente criticada por
McGann, Ganghof, Taagepera, Vatter. El problema fundamental es que su tratamiento de los
gobiernos minoritarios es pobre y ambiguo. Si son de un solo partido no contribuyen al modelo
mayoritario ni tampoco al consensual, a pesar de que un gabinete de estas características
podría recoger mejor que ningún otro (incluido el sobredimensionado) el espíritu consensual.
Sobre todo si el gabinete tiene que buscar pactos de geometría variable con diferentes grupos
parlamentarios. En este caso, dependiendo de la temática pactará con uno o con otros, lo que
reduce las ocasiones en la que toda o parte de la oposición sale perdedora o, expresado de
otra manera, aumenta el número de ocasiones en los que toda o parte de la oposición sale
vencedora. Pero además, el problema es que un gobierno en minoría también puede ser un
buen ejemplo de un gabinete mayoritario si en realidad tiene una coalición estableen el poder
legislativo. Un ejemplo de un gobierno mayoritario disfrazado de minoritario es el presidido por
el socialista Patxi López en la CAPV desde el año 2009. El gabinete únicamente está integrado
por los socialistas, la segunda fuerza parlamentaria, por lo tanto, es un gobierno en minoría que
nunca se podría haber constituido sin el apoyo de otro partido. En este caso, es el PP quien
alcanzó un acuerdo de legislatura con los socialistas para votar la investidura de Patxi López,
apoyar los presupuestos anuales del gobierno y actuar como "socio preferente" en toda la tarea
legislativa. A cambio, el PP obtuvo la Presidencia del Parlamento Vasco y la capacidad de
influenciar en las políticas públicas y las leyes que se aprueben, así como en la designación de
algunos puestos en organismo autónomos y en los niveles inferiores del gobierno. A todo esto,
hay que añadir la existencia de un acuerdo rubricado de carácter público, una comisión de
seguimiento del pacto, una mayoría formada exclusivamente por partidos que representan al
segmento no nacionalista de la sociedad y una mayoría absoluta estricta muy ajustada (entre
ambos llegan a 38 escaños donde está situada la frontera y como es más habitual en los
sistemas mayoritarios, estos diputados no representan la mayoría absoluta de los sufragios
emitidos ni tampoco de los válidos). No obstante, ahí no acaba la casuística, un gobierno
sobredimensionado puede ser un gobierno poco consensual. Por ejemplo, entre 1984y 1987 el
gobierno catalán estuvo conformado por una coalición sobredimensionada entre CiU y ERC. El
primer socio, con 72 escaños, tenía mayoría absoluta en el Parlamento catalán y, no obstante,
decidió incluir en el gabinete a un socio superfluo que solo tenía cinco escaños. Este caso,
desde el punto de vista del cumplimiento técnico de las características, es un ejemplo de un
gobierno consensual para Lijphart. La realidad, en cambio, es bien diferente: el poder en ese
gobierno estaba muy concentrado en el poder legislativo (la mayoría absoluta estaba en manos
de un único grupo parlamentario), en el poder ejecutivo (la coalición preelectoral CiU ostentaba
todas las consejerías menos una) y en el ámbito ideológico (era un gabinete de concentración
de las fuerzas nacionalistas catalanas representadas en el parlamento). Se van a analizar tres
variables para poder explicar en qué medida están concentrados o dispersados los poderes
ejecutivos autonómicos. Primero se abordará la cuestión del grado de división de los gabinetes
autonómicos a través del número efectivo de partidos en el gobierno. Se trata de contabilizar
los partidos que participan relativizando su peso en el gabinete. El segundo aspecto que se
estudiará es el grado de concentración/dispersión ideológica de los gabinetes, a tal efecto, se
ha creado un índice de representación de los principales grupos ideológicos al que denominaré
índice de dispersión ideológica del gobierno. Y finalmente, en el tercer apartado se examinará
el tipo de mayoría legislativa que tienen los gobiernos autonómicos. Para ello, el indicador que
manejaré será el porcentaje de tiempo que ha habido gobiernos de mayoría absoluta estricta,
es decir, gabinetes ganadores que no incluyen a socios superfluos.
El IDIG en las CCAA. El IDIG para las diecinueve autonomías recoge la media aritmética de
los valores de los gobiernos autonómicos ponderado por el tiempo en el que desplegaron su
acción. Respecto a los gobiernos en minoría pero con acuerdos de legislatura con otros
partidos, el tratamiento ha sido el siguiente. Si hay un partido que apoya la elección del
Presidente y la aprobación de los presupuestos, entonces, aunque ese partido formalmente no
forme parte del gobierno, se contabilizará como representado en este con una ponderación de
0,25. Por ejemplo, cuando los socialistas vascos abandonaron el gobierno de coalición con el
PNV y EA en junio de 1998, HB paso a sostener el gobierno desde fuera en los asuntos más
importantes y, por ello, en ese último medio año que duro el gabinete Ardanza queda
contabilizado HB como representado con una ponderación de 0,25. Otro escenario algo
diferente se da cuando el apoyo externo al gobierno está más formalizado. En este caso,
además de votar la investidura y los presupuestos, incluye un pacto público (normalmente por
escrito). En este esquema, los partidos que estén fuera del gobierno pero que lo apoyan serán
contabilizados con una ponderación de 0,50. Por ejemplo, el primer gobierno Ibarretxe en
Euskadi, desde la investidura a finales de 1998y hasta la ruptura de la tregua por parte de ETA
(enero de 2000), fue un gabinete entre PNV y EA. Sin embargo, Euskal Herritarrok (EH) tenía
un acuerdo de legislatura para apoyar la investidura, los presupuestos y los proyectos más
importantes del ejecutivo. De tal manera que en mi contabilización ese año de gobierno incluye
a EH como representado en el gobierno con una ponderación de 0,50. Finalmente, si hay una
comisión de seguimiento del pacto y el partido que está fuera del gobierno tiene capacidad de
influenciar en la designación de cargos en organismos autónomos y en el gobierno, se
contabilizará a todos los efectos como un partido que está representado en el gabinete. El
ejemplo más claro es el gobierno en minoría del PSE con apoyo del PP. Tal y como se ha
explicado anteriormente, en el 2009 el PP se erigió en el partido imprescindible para posibilitar
la elección de un Lehendakari socialista. Como pieza clave cerró un acuerdo por escrito con el
PSE que ha supuesto: un programa de gobierno de mínimos, una relación prioritaria para el
trabajo legislativo, un intercambio de apoyos en el parlamento para obtener una serie de
puestos (entre otros, asegurar la investidura de un Lehendakari socialista y una Presidenta del
Parlamento del PP), apoyo del PP a los presupuestos de Euskadi y capacidad por parte del PP
de influenciar la elección de algunos cargos de organismos autónomos y del Gobierno Vasco.
Además, para garantizar el cumplimiento de estos acuerdos existe una comisión de
seguimiento del Pacto que se reúne con cierta asiduidad. Por lo tanto, en este gobierno se han
contabilizado como representados al PSE y el PP.
La concentración ideológica de los gobiernos autonómicos es alta. La media del grado de
dispersión ideológica en los ejecutivos de las diecisiete CCAA se sitúa en el 0,06 y la mediana
en el 0,01. Es decir, a pesar de que el rango abarca desde el valor cero hasta el más alto de
0,28, solo son cinco las CCAA que superan el 0,10 del índice. Se trata de Canarias (0,28),
Cantabria (0,19), Aragón (0,18), Baleares (0,12) y Euskadi (0,11). Estas CCAA, junto a
Cataluña (0,09), Galicia (0,06) y Navarra (0,06), son las que tienen más grupos ideológicos
diferenciados. No es casualidad que sean también las únicas que consiguen superar el listón
de cero en el índice. El resto de CCAA, con la minúscula excepción de La Rioja (0,006), tienen
dos sensibilidades y gobiernos ideológicamente concentrados al máximo, aunque en lo
esencial esta tendencia no difiere de la que muestran el resto de CCAA. A mayor número de
grupos ideológicos más probable que haya diversidad ideológica en el gobierno. No obstante,
para que esta diversidad sea lo suficientemente indicadora de un alto grado de inclusión de
diferentes grupos ideológicos, he señalado que al menos el valor debería de superar la barrera
del 0,33. En este caso, ninguna CCAA lo supera, la que más cerca queda es Canarias que con
un esquema de tres grupos ha logrado generar diversos gobiernos que incluían a dos de las
tres sensibilidades con un alto grado de representación. A su favor tiene que la combinación de
la coalición de subconjuntos ha variado y, por lo tanto, esto se puede considerar como un
comportamiento bastante inclusivo. Algo parecido ocurre en Aragón, y en menor medida en
Cantabria y Baleares. En estas dos últimas CCAA ha sido más habitual la alianza entre dos
segmentos para competir contra otro. Por último, llaman la atención que los casos del País
Vasco y Cataluña tengan una baja dispersión ideológica en el gobierno, toda vez que la
correlación de Pearson del índice IDIG es de un 0,67 (significativa al 0,01 con el número de
grupos ideológicos y de 0,945 (significativa al 0,00) con el número efectivo de partidos en el
gobierno. En este sentido, Cataluña y Euskadi constituyen excepciones ya que ambas son las
CCAA con un mayor número de grupos y están entre las que tienen un número más alto de
partidos efectivos en el gobierno, especialmente la CAPV. Sin embargo, los valores que
obtienen en el índice son bajos debido a que el poder ejecutivo normalmente se ha
concentrado en uno o dos grupos ideológicos. La excepción más importante fue el gobierno de
coalición entre PNV, PSE y EA presidido por Ardanza entre 1995 y 1998, en un contexto en el
que tanto el PSE como EA mostraban claros signos de debilidad. En resumen, ha quedado
verificada la hipótesis general: el gobierno multipartito es una condición facilitadora (casi
necesaria) para que le gobiernos estén dispersados/divididos ideológicamente. No obstante, al
no constituir una condición suficiente, el resultado en las CCAA es bastante pobre desde el
punto de vista del grado en el que comparten el poder los diferentes grupos ideológicos.
Las verdaderas protagonistas en el diseño del nuevo modelo de organización territorial que
pone en marcha la Constitución de 1978 fueron las Comunidades Autónomas (a partir de ahora
CCAA). Y hoy, transcurridos más de veinte años, éstas siguen condicionando el debate
público, ya que las circunstancias políticas del momento aconsejaron estructurar el Estado en
base a la unión dialéctica de dos principios: el de unidad y el de autonomía, lo que no permitió
cerrar el modelo de organización territorial del poder. Este hecho, que singulariza a nuestro
ordenamiento constitucional, ha hecho posible que el proceso autonómico se desarrolle de
forma gradual, a través de la progresiva asunción de competencias, lo que ha estado
directamente ligado con la puesta en marcha o la reforma de servicios públicos que pretenden
mejorar y modernizar la gestión, además de hacer una Administración más transparente y
cercana al ciudadano. La capacidad de autogobiemo ha permitido, pues, a las CCAA impulsar
su desarrollo económico y social, diseñando políticas públicas propias y acordes a sus
necesidades, e ir superando así las deficiencias y los desequilibrios que cada una de ellas
venía padeciendo, consolidando su posición no sólo como la dimensión organizativa óptima
para prestar ciertos servicios, sino también como un nivel de gobierno que refleja y, en
ocasiones, anticipa los problemas políticos generales. Este proceso descentralizador ha
recibido un importante impulso en los últimos años, como consecuencia de los Pactos
Autonómicos de 1992, y, en particular, en las últimas legislaturas, con las transferencias en
materia de enseñanza no universitaria y en materia de sanidad, gestionando actualmente las
CCAA algo más de 51.000 millones de euros (alrededor de 8'5 billones de pesetas), lo que
representa cerca del 40% del gasto público, por lo que parece difícil poder seguir
descentralizando mucho más y quizá, como se plantea desde algunos sectores, ha llegado el
momento de dotar de cierta estabilidad al sistema. Lo cierto es que nos encontramos en un
momento en el que se debate el futuro del Estado autonómico, por lo que resulta necesario
más que nunca articular un nuevo sistema, o mejorar el vigente, que satisfaga no sólo los
intereses políticos y nacionalistas, sino también, y sobre todo, los intereses generales de la
organización administrativa que debe de estar al servicio de los ciudadanos' Pero cualquier
estudio sobre Administraciones públicas debe plantear el contexto general del Estado en el que
esas Administraciones están encuadradas, ya que la Administración Pública constituye un
elemento esencial del Estado y, a su vez, refleja las características generales del mismo
(Baena). En este sentido, el llamado Estado de las Autonomías que configura la Constitución
de 1978 no responde a ninguno de los dos sistemas de organización del poder en la práctica
constitucional, el centralista y el federal, y ello se debe a diversas causas, entre las que cabe
destacar la reacción frente al centralismo franquista, los argumentos técnico-funcionales que
insisten en la exigencia de una redistribución territorial del poder y los argumentos nacionalistas
que provienen fundamentalmente de las Comunidades históricas vasca y catalana, y, por otra
parte, el rechazo hacia el modelo federal de amplios espectros de la sociedad española, la
desigualdad del sentimiento autonomista en España y, desde el punto de vista funcional, el
desconocimiento de cualquier otro modelo organizativo que no fuera el centralizado.
Las breves consideraciones hasta el momento apuntadas ponen de manifiesto, por un lado, la
consolidación de las CCAA como segundo nivel de organización administrativa y, por otro, la
complejidad que implica analizar esta administración al incidir en su desarrollo factores tanto
históricos como políticos, jurídicos y técnicos. Complejidad que se incrementa al tener que
hacerlo en unas breves páginas. Por ello, se ha decidido realizar una aproximación, de manera
clara y sencilla, a través de algunos aspectos que consideramos claves: en primer lugar, la
evolución del proceso autonómico, hecho sumamente importante, ya que, como se ha dicho, el
proceso aún no ha finalizado y este conocimiento ayuda a comprender y valorar muchas de las
cuestiones que hoy son objeto de debate y polémica. Seguidamente se abordará el estudio de
la organización institucional autonómica, desarrollando con profundidad la estructura
administrativa y los problemas básicos que en ella se han detectado. En tercer lugar se ha
considerado oportuno incluir un apartado sobre la situación actual de la Administración de las
CCAA y los grandes retos que hoy tiene pendientes el Estado autonómico. Para terminar, se
expondrán sucintamente algunas reflexiones y conclusiones. Se va a considerar a las
Administraciones autonómicas no solamente como un producto del sistema político, sino
también como un proceso en virtud del cual se realizan en la práctica las tareas políticas y se
prestan servicios a los ciudadanos. Es un hecho que las políticas públicas autonómicas no se
pueden desarrollar sin una organización administrativa y que la dirección de ésta corresponde
al poder político. Partimos de la concepción de que la Administración es una resultante de la
interacción entre el sistema político, el social, el económico-tecnológico y el de los valores, es
decir, que como el Estado mismo, es un producto histórico y está en función de las pautas
culturales y del grado de desarrollo de una sociedad.
Las Preautonomías. Desde los primeros momentos de la transición se intentó demostrar buena
voluntad hacia el hecho regional, ya que el restablecimiento de un sistema político democrático
parecía llevar implícito un nuevo modelo de organización territorial descentralizado. La
transición política española contenía una doble transición: del autoritarismo a la democracia y
del centralismo a la descentralización (Linz y Montero). Situación que sólo respondía a una
corriente histórica de fondo, sino que también era consecuencia de una actitud política nueva:
la adopción por los partidos de izquierda de las reivindicaciones autonómicas que planteaban
los nacionalismos regionales. Esta disposición favorable a la autonomía se asume formalmente
por el propio sistema y el gobierno tras la celebración de las primeras elecciones democráticas
en 1977. El clima político era muy favorable a los planteamientos autonomistas, especialmente
entre las nuevas élites políticas. Como medio para contrarrestar las iniciativas de la asamblea
de parlamentarios catalanes (en la que la izquierda y los nacionalistas disponían de amplia
mayoría), Suárez comenzó de inmediato una negociación con el presidente de la Generalitat en
el exilio (Tarradellas) para el restablecimiento provisional de la institución autonómica que
culminó con un Decreto-Ley aprobado por el Gobierno y votado por unanimidad por el
Congreso de los Diputados; y al que siguió otro, creando el Consejo General del País Vasco.
El proceso autonómico comenzó pues antes de que se promulgara la Constitución, a través del
restablecimiento con carácter provisional de la Generalitat de Cataluña, iniciándose la fase de
las preautonomías, que consistió en extender, también por Decreto-Ley, el régimen aprobado
para Cataluña a prácticamente el resto del territorio nacional, a excepción de Madrid, Cantabria
y La Rioja, cuya organización como entidades uniprovinciales se estaba discutiendo,
configurándose así el actual modelo de organización territorial. La organización de los entes
preautonómicos consistió en la creación de un órgano colegiado llamado Junta, Consejo o
Diputación, del que forman parte los diputados y senadores elegidos a Cortes a nivel provincial,
que asumía los máximos poderes, y un órgano unipersonal, el Presidente, nombrado por las
Cortes, que a su vez formaba gobierno, nombrando a los consejeros. Se les asigna
personalidad jurídica, tienen un ámbito de supraprovincial, y se les aplica subsidiariamente la
legislación de régimen local. Respecto a las competencias negociadas a través de la creación
de Comisiones Mixtas, sólo cabe mencionar que éstas fueron traspasadas de forma diferente
según las regiones y que, en general, fueron más bien modestas, resultando claramente más
numerosas en los casos de Cataluña y el País Vasco. No obstante, sólo consistieron en la
atribución de funciones ejecutivas, incluidas las reglamentarias, pero en ningún caso
legislativas. En opinión del profesor Baena “los entes preautonómicos son un resultado de la
descentralización, ya que éstos fueron creados por la voluntad del poder central, sin consulta
ninguna a las entidades locales ni a la población”. En definitiva, la necesidad de legitimación
política llevó al gobierno de Suárez a aceptar, en primer lugar, el liderazgo y el reconocimiento
público de los representantes de la Generalidad de Cataluña y del Gobierno vasco y, en
segundo lugar, a sentar las bases de la normalización democrática que condujera
pacíficamente al cambio (Paniagua y Alvarado), ya que la autonomía se había convertido en
una exigencia esencial de la democracia en España. La formación de las preautonomías tuvo
entre otras importantes consecuencias: la clarificación del “mapa” de las futuras CCAA; la
generalización del sistema autonómico a todo el territorio, que se produce, por tanto,
esencialmente por voluntad de los diputados y senadores de las diferentes provincias; la
contribución a un proceso pacífico de descentralización política, y, por último, prefigurar el
sistema institucional que acabaría imponiendo y el sistema de traspasos del Estado, mediante
Comisiones Mixtas (Aja).
Vías de acceso y clases de Comunidades Autónomas. Las CCAA, según la constitución, son
provincias o agrupaciones de provincias que acceden a su autogobiemo mediante la
aprobación de los respectivos Estatutos. Por tanto, la unidad básica, desde el punto de vista
del territorio, es la provincia y el artículo l43 parte siempre de ella, bien admitiendo que se
agrupen las provincias limítrofes, bien refiriéndose a las provincias con entidad regional
histórica. La desigualdad que establece la Constitución respecto a las vías de acceso para
convertirse en Comunidad Autónoma responde a la idea de consenso con la que ésta se
elaboró, siendo precisamente la organización territorial uno de los aspectos más difíciles por
una doble causa: por un lado, las grandes diferencias en la voluntad de autogobierno existente
entre las diversas partes de España y, por otro, las divergencias radicales entre los partidos
políticos sobre el modelo de autonomía que se debía implantar (Aja). En consecuencia, se
establecen varios niveles de acceso que determinan dos clases de autonomía: la plena o
máxima, y la gradual, que lógicamente dan lugar a diversos niveles competenciales. Al
respecto también se ha considerado que en el sistema constitucional (que puede no coincidir
estrictamente con la práctica política) existe un solo tipo de comunidad Autónoma, aunque se
puede acceder a él por procedimientos diferentes, ya que se prevé que todas las comunidades
tengan las mismas competencias, aunque para un grupo de ellas se demore la plenitud de su
ejercicio hasta que pasen cinco años desde su creación (Baena).
Dependiendo de las excepciones que se tengan en cuenta se pueden establecer distintos
procedimientos. Baena distingue tres: el especial (art.151) que siguen Cataluña, País Vasco,
Galicia y Andalucía; el excepcional (art.144) que sigue Madrid; y el común (art.143) para el
resto. Cotarelo enumera cinco, añadiendo a las tres anteriores: el supuesto de la Disposición
Transitoria que dispensaba parte del procedimiento previsto en el artículo 151 a las
reconocidas nacionalidades históricas (Cataluña, País Vasco y Galicia) que durante la II
República habían plebiscitado su Estatuto; y el de la Disposición Adicional, que prevé la
actualización de los derechos históricos de los territorios forales, a partir del cual Navarra
consigue las máximas competencias. Parada Vázquez también distingue cinco, pero
considerando como otra forma de acceso (en vez del art.144) el proceso que denomina “mixto
de autonomía gradual”, proceso que extiende hasta niveles plenos las competencias que
corresponderían de seguir el procedimiento del artículo 143 y sin esperar los cinco años
previstos en el artículo 148, caso de las Comunidades de Valencia y Canarias. Dejando aparte
las excepciones, puede afirmarse que la Constitución establece dos grandes procedimientos de
acceso al autogobierno: uno especial o rápido (art.151) y otro común o lento (art.143). Son dos
las diferencias fundamentales. En primer lugar, el hecho de que el protagonismo de las futuras
CCAA es mucho mayor en la elaboración de los Estatutos tramitados por el procedimiento
especial que cuando se sigue el procedimiento común, puesto que en éste se limitan a una
función de iniciativa, mientras que en el primero se debía superar un referéndum con el voto
favorable de la mitad del censo. En segundo lugar, el volumen competencial, ya que las que
acceden mediante el procedimiento especial pueden adoptar de entrada el techo máximo de
autonomía reconocido por la Constitución, reservándose todas las competencias que no se
atribuyen al Estado; y en cambio, las que acceden por la vía común deben esperar cinco años
para poder alcanzar este techo, asumiendo entretanto que la Constitución atribuye
explícitamente a las CCAA como contenido mínimo de la autonomía. Al elaborarse la
Constitución, se pensaba que el procedimiento establecido en el art.143 sería la vía general de
creación de las CCAA, a excepción de Cataluña, País Vasco y Galicia; sin embargo, el proceso
fue mucho más complejo y el detonante fue, entre otros, la decisión del gobierno
preautonómico andaluz de iniciar el procedimiento del 151 cuando el gobierno de la UCD había
decidido frenar el proceso autonómico, y que la aprobación del resto de los Estatutos se llevara
a cabo por el procedimiento ordinario, buscando el que las futuras CCAA tuvieran un nivel
inferior de competencias. El referéndum de iniciativa autonómica de 1980 en Andalucía tuvo
una trascendental importancia dentro del proceso de desarrollo, significando una auténtica
prueba de fuego del proceso político español en el tema de la nueva configuración territorial del
Estado poniendo en crisis una concepción que limitaba el ámbito de las autonomías
“auténticas” a los territorios nacionales “históricos” (Porras Nadales). De manera que la
aprobación del Estatuto andaluz significó la extensión del máximo nivel competencial a una
Comunidad diferente de las incluidas en la Disposición Transitoria 2ª (Aja). De ser la
Comunidad que se utilizó para frenar el proceso autonómico de las no históricas, se convirtió
en la puerta abierta para que las demás accedieran rápidamente a la autonomía por la vía del
artículo 143. Es decir, obligó a revisar la estrategia de definición de la estructura del Estado.
Resuelto el problema andaluz comenzaron las negociaciones para la ordenación y
racionalización del proceso autonómico, que cristalizaron en 1981 con el nuevo Gobierno de
Calvo Sotelo. Asesorado por una Comisión de Expertos, el Gobierno de la UCD y el PSOE
suscribieron los primeros Pactos Autonómicos, que comprendían, entre otros aspectos, un
Anteproyecto de Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA), la definición
de todas las CCAA como Comunidades de naturaleza política con una estructura organizativa
idéntica basada en lo previsto en el artículo 152 de la Constitución para las Comunidades del
artículo 151, y la finalización del mapa autonómico. Con la aprobación en 1983 de los Estatutos
de Baleares, Extremadura, Castilla y León y Madrid, España queda dividida territorialmente en
diecisiete CCAA, de las cuales siete son de autonomía plena, ya que por distintos
procedimientos cuentan con un amplio nivel competencial (Cataluña, País Vasco, Galicia,
Andalucía, Navarra, Valencia y Canarias) y diez de autonomía gradual. Esta división en la
actualidad ha quedado obsoleta. Desde otro punto de vista, se han constituido siete
comunidades uniprovinciales, incluyendo Baleares, y diez pluriprovinciales, más las Ciudades
Autónomas de Ceuta y Melilla.
Las competencias. Una de las características fundamentales que puede destacarse del Estado
autonómico es su carácter dinámico, siendo las decisiones políticas posteriores y el talante con el
que ha sido interpretado este modelo por el Tribunal Constitucional uno de sus principales
instrumentos, lo que ha permitido un desarrollo importante. Dinamismo que se ha manifestado
esencialmente durante estos años a través del continuo y progresivo traspaso de competencias
de la Administración General del Estado a las CCAA, lo que ha dado lugar a que España sea
hoy uno de los países más descentralizados de Europa, y ello gracias de nuevo a la
indefinición del sistema, es decir, el no haber resuelto, mediante las oportunas listas, cuáles
son las competencias del Estado, cuáles las de las CCAA y cuáles las compartidas. Ni se
siguió el modelo de los Estados federales (lista de competencia de la Federación
correspondiendo las restantes a los Estados miembros), ni el sistema de los Estados
regionalistas (lista de competencias de las regiones, entendiéndose las restantes como propias
del Estado), sino el original camino de hacer de los Estatutos la pieza básica de la distribución
de competencias (Parada Vázquez), ya que si la Constitución establece por un lado las
competencias que pueden asumir las comunidades (143) y, por otro, se refiere a las
competencias exclusivas de la Administración General del Estado (149), las Comunidades
pueden asumir competencias del Estado en el marco de lo dispuesto en el artículo I49, y
además pueden recibir cualquier otra competencia no atribuida expresamente al Estado en la
Constitución. Pero, además de las reconocidas en los Estatutos, el Estado puede transferir o
delegar otras competencias estatales a las Comunidades, siendo éste, como advierte Baena,
“el único papel que juega en el sistema la descentralización territorial”. Posibilidad que se ha
utilizado, como se sabe, para nivelar las competencias de dos Comunidades, Comunidad
Valenciana y Canarias, y, con carácter parcial, para incrementar las competencias del resto de
las Comunidades. La complicación aumenta aún más debido a que la complejidad de algunos
servicios aconseja la distribución de las competencias entre ambas administraciones, es decir,
la intervención del Estado y de la Comunidad Autónoma en la misma materia, lo que da lugar a
las denominadas competencias concurrentes y compartidas. La competencia es concurrente
cuando el Estado puede aprobar una ley básica o de líneas generales y las CCAA pueden
aprobar leyes de desarrollo y tienen además la potestad reglamentaria y la ejecución; por el
contrario, la competencia es compartida cuando la legislación corresponde al Estado la
ejecución a las Comunidades. En España, como en los federalismos más modernos, las
competencias más importantes no son las exclusivas, ni del Estado ni de las CCAA, sino las
concurrentes como economía, educación y sanidad, que permiten la formación de políticas
públicas distintas que se ajusten a las necesidades y orientaciones de cada Comunidad
Autónoma, con un peso además muy notable no sólo por la importancia que adquieren en el
Estado social, sino porque comportan un traspaso decisivo de medios personales, materiales y
financieros (Aja). La existencia de estas competencias hace necesario cierto nivel de
colaboración que es uno de los grandes retos del sistema autonómico español. A pesar de este
panorama, la dinámica política reduce desde los primeros momentos el sistema a dos modelos.
Uno el de las de amplio techo competencial, ya que éstas van asumiendo las competencias
que en un principio se fijaron en el Estatuto de autonomía de Cataluña, y otro, las del nivel
inferior. El inicio de los años noventa marca una nueva etapa en el proceso de
homogeneización. La igualación de las competencias de las Comunidades de autonomía
limitada con las de autonomía plena se llevó a cabo en 1992 tras los pactos autonómicos
suscritos por el PSOE y el PP. Dichos pactos se formalizaron en la Ley Orgánica de
Transferencias, y se trasladaron a los Estatutos de autonomía, reformados en 1994. El doble
procedimiento pretendía responder positivamente al deseo de ampliación que habían
manifestado las CCAA y garantizar al mismo tiempo, que la reforma sería igual en todas y no
aparecerían nuevos desniveles, lo que podría haber sucedido si cada Comunidad procedía de
manera independiente a la reforma (Aja). Este doble procedimiento nace, como señala Morata,
de una conjunción de variables políticas e institucionales. En primer lugar, porque el proceso de
institucionalización de tas CCAA parecía prácticamente acabado y consolidado y, en segundo
lugar, porque el retroceso electoral del PSOE en las elecciones generales de 1989 facilitó un
proceso de aproximación entre los grupos nacionalistas vasco y catalán y el gobierno central,
por lo que paralelamente el Ejecutivo se vio obligado a responder a las demandas crecientes
de las CCAA de autonomía limitada, deseosas de equiparar su nivel de competencias al de las
del primer grupo. También en este momento se dieron los primeros pasos para la necesaria
reforma del Senado. Reivindicación no sólo de las autonomías nacionalistas sino, en general,
de todas las Comunidades que piden que se convirtiera en una verdadera Cámara de
representación territorial. Así, a principios de 1994 se creó la Comisión General de las
Autonomías, órgano en el que se integran, además de 62 senadores representantes de los
gobiernos central y autonómico (a excepción del vasco, por voluntad propia) con voz y sin voto,
y que tiene como objeto principal introducir la perspectiva de las CCAA en el proceso legislativo
y constituye el foro del debate anual sobre el “Estado de las Autonomías”. Este proceso de
igualación se ha acelerado de forma significativa tras el cambio de gobierno en 1996. La
política autonómica del Partido Popular ha culminado los acuerdos, condicionado también por
los partidos nacionalistas que le apoyaron en la investidura (CiU, PNV y CC), destacando el
traspaso de la educación no universitaria, el traspaso de las políticas activas del INEM, y el
traspaso de los medios materiales y personales de la administración de Justicia. En su
segunda legislatura se traspasó la sanidad a las diez CCAA que faltaban. Ello constituye un
dato especialmente relevante, pues las Administraciones Territoriales van a gestionar más
recursos que la propia Administración General del Estado. Se abre a partir de aquí, desde
nuestro punto de vista, una nueva etapa en las relaciones entre el Gobierno y las CCAA que se
debe caracterizar por la cooperación, ya que con la transferencia sanitaria se culminan
prácticamente los acuerdos de traspasos aprobados en 1992. Se ha desarrollado también otra
nueva oleada de reforma de los Estatutos, aunque, en esta ocasión, no se ha producido un
acuerdo previo entre el PSOE y el PP. Las reformas son parecidas en todas las CCAA y se han
ido consensuando en los Parlamentos autonómicos antes de llegar a las Cortes. Así ha
sucedido en la reforma del Estatuto de Canarias y Aragón (1996), Castilla-La Mancha (1991),
Murcia, Cantabria y Madrid (1998) y Asturias, La Rioja, Baleares, Castilla y León y Extremadura
(1999). Con ellas se consigue un reforzamiento de las instituciones autonómicas, eliminando
restricciones en aspectos como el número máximo de Consejerías o la limitación de reuniones
del Parlamento. Tanto en Canarias como en Aragón la reforma incorpora también la
autodenominación de “nacionalidad”. La dinámica política, pues, nos ha llevado a un sistema
más o menos generalizado del nivel competencial. No obstante, las singularidades de las
Comunidades históricas se mantienen tanto en el plano cultural y lingüístico, precisamente
aquel que con mayor fuerza se reivindicaba ante la opresión uniformadora del centralismo,
como en los privilegios forales, y esto ha llevado a los Gobiernos de las Comunidades
históricas a plantear la necesidad de fijar sistemas de diferenciación entre las Comunidades
con hechos diferenciales y aquellas otras que responden simplemente a formas organizativas
de descentralización política (Paniagua y Alvarado).
Los grandes retos pendientes en el Estado Autonómico. Transcurridos más de veinte años
de funcionamiento, desde la aprobación de los primeros Estatutos de Autonomía, se ha
cumplido ya lo que podríamos denominar la primera etapa del Estado Autonómico,
caracterizada esencialmente por el traspaso de competencias. De hecho, hoy los servicios
públicos propios del Estado del Bienestar están, en la mayoría de los casos, en manos de las
CCAA y se espera que durante el presente 2002 se concluya el traspaso de las funciones de
provisión de medios personales y materiales al servicio de la Administración de Justicia a las
diez CCAA que aún no tienen asumidas estas funciones, así como el traspaso de las políticas
activas de empleo a las escasas Comunidades que aún no lo han recibido. Etapa que se ha
visto reforzada con la aprobación por el Consejo de Política iscal y Financiera en 2001 de un
nuevo sistema de financiación de las CCAA de régimen común, que ha contado con el apoyo
unánime de todas ellas (por primera vez en diez años), convirtiéndose así en el instrumento
que va a articular con carácter más o menos estable el desarrollo económico-financiero de las
CCAA. El nuevo sistema tiene como objeto garantizar los principios de suficiencia y estabilidad
financiera, así como el de solidaridad entre las CCAA; para ello incrementa los recursos
disponibles para las mismas y los recursos propios, mediante la cesión de nuevos tributos, la
atribución de mayores facultades normativas sobre los propios tributos cedidos y la significativa
ampliación de las figuras tributarias compartidas. Por último, el nuevo sistema pretende
avanzar y consolidar el principio de corresponsabilidad fiscal, al hacer responsables a las
CCAA no sólo de sus gastos, sino también de la gestión eficaz de sus propios ingresos, lo que
permite que los ciudadanos puedan ejercer un control más directo de la actuación de su
Administración Autonómica. Nos encontramos pues en un nivel de autonomía que iguala e
incluso supera el propio de un sistema federal, por lo que se entiende que ha llegado el
momento de redefinir las coordenadas del modelo, ya que se ha establecido una estructura
muy descentralizada del poder pero no se han articulado las relaciones entre los diversos
niveles territoriales. El horizonte se desvela impreciso ya que el Partido Popular, actualmente
en el gobierno, ha dado por cerrado el proceso de construcción autonómico, en lo que respecta
a la capacidad de autogobierno de las Comunidades, tras la transferencia de la sanidad y la
aprobación el nuevo modelo de financiación autonómico. Sin embargo, mientras los
nacionalistas catalanes proponen un Pacto de Estado para aumentar el autogobierno, desde
Galicia se retoma la propuesta de implantar el llamado modelo de “Administración única”.
Serán los intereses políticos en juego, la fuerza de las tensiones nacionalistas y los resultados
de los procesos electorales los que terminen dibujando el futuro del sistema de organización
territorial autonómico. Futuro que esencialmente se mueve entre dos alternativas, o bien un
modelo federal de Estado que necesariamente partiría de una reforma constitucional y que
definiría el modelo constitucional de distribución territorial del poder, o bien un modelo federal
que tras el traspaso de las competencias pendientes y la necesaria adaptación del sistema
institucional cerraría de forma más o menos definitiva el proceso, sin perjuicio de los cambios
que pudieran sobrevenir como consecuencia del modelo abierto de construcción europea. Es
decir, mantener en cierta manera la indeterminación. Pero como se ha manifestado, la
aspiración a un cierre definitivo del Estado de las Autonomías y del modelo de relaciones
intergubernamentales en España no parece realista. A lo más que se podía llegar es a una más
completa división formal-legal de las competencias de cada actor y de una regulación también
formal de ciertos mecanismos de relación entre ellos, aunque sufriría inevitables modificaciones
como consecuencia de las interacciones en el desarrollo de las políticas públicas, en primer
término, y por las legítimas aspiraciones políticas de las futuras generaciones (Bañón, Ramos y
Tamayo). En primer lugar, y en relación directa con el rendimiento de la gestión de las
Administraciones autonómicas, es necesario que éstas se sometan a un importante proceso de
reforma y modernización. El esfuerzo político y administrativo de las CCAA se centró hasta
principios de los 90 en consolidar su marco competencial con el fin de legitimarse ante los
ciudadanos y convertirse en un referente en la prestación de importantes políticas públicas, no
contemplándose en ninguna de ellas sustantivos procesos de reforma administrativa. Sin
embargo, en la última década, cuando el techo competencial está prácticamente conseguido,
éstas han sentido la necesidad de modificar sus estructuras y adecuar sus recursos. El proceso
no está siendo fácil, ya que si las resistencias al cambio son fuertes en todas las
organizaciones mucho más 1o son en la Administración pública. Así, la modernización
autonómica ha tenido que luchar contra un hecho en el que pocas veces se piensa: se ha
tenido que hacer sin un referente definido, ya que la Administración General del Estado no
podía serlo, puesto que ha ido paulatinamente perdiendo competencias de gestión. De ahí que
algunas experiencias modernizadoras hayan tenido que plantearse ex novo mediante el
método de prueba y error, asumiendo inicialmente altos costes administrativos y políticos al no
poder disminuirlos con el efecto imitador de otras Administraciones. Este es el caso claro de la
Xunta de Galicia, auténtica pionera en 1989 en una concepción global de la modernización
administrativa (Arenilla). Durante los 90, la mayoría de las CCAA han aprobado planes de
Modernización Administrativa, pero éstos fueron de contenido, alcance y finalidades
insuficientes y, sobre todo, sin suficientes perspectivas de futuro y de anticipación (Canales).
En los últimos años, sin embargo, parece que la situación está cambiando y se ha entrado en
una fase de compartir los logros y las inquietudes sobre los procesos de reforma o innovación.
Se puede decir que estamos viviendo una época importante en España desde el punto de vista
de las relaciones intergubernamentales en los procesos modernizadores. A todos ellos les son
comunes una serie de notas: tienen como objeto cambiar el modo de relacionarse con el
ciudadano; implican reformas sustanciales en las tecnologías de información; hacen hincapié
especial en la formación; se plantean de una forma abierta al afectar a varios o a todos los
factores administrativos; se producen en medio o a consecuencia de un intenso intercambio de
lo que se denomina “buenas prácticas” o benchmarking. El auténtico reto es que estos
procesos sean reales, adecuados a las necesidades, capaces de desenvolverse en el entorno
europeo en el que van a participar y, sobre todo, que los ciudadanos lleguemos no sólo a
detectarlos sino a recibir directamente el beneficio de su puesta en práctica a través de la
prestación cada vez mejor de los servicios públicos. De gran interés son los análisis acerca de
las percepciones sociales sobre el desarrollo institucional de las CCAA que nos ponen de
manifiesto como a lo largo de estos más de veinte años las CCAA han conseguido una clara
legitimación a nivel político y social, pero no a nivel administrativo (Ballart y Ramió).
En segundo lugar, y en relación con la financiación autonómica, nos encontramos con el
problema del déficit público de las CCAA. Al respecto, la aprobación de 2001 de la llamada Ley
de Estabilidad Presupuestaria o déficit cero, por la que se establecen las normas legales para
poder cumplir con el Plan de Estabilidad Europeo y garantizar el equilibrio presupuestario a
largo plazo, complica la política autonómica, ya que obliga a todo el sector público, tanto estatal
como autonómico y local, a igualar ingresos y gastos y sólo permite el déficit si se producen
situaciones excepcionales. Teóricamente, la finalidad perseguida está llena de racionalidad, ya
que son muchos los riesgos que para la estabilidad económica se derivan de la existencia de
déficits públicos elevados. Sin embargo, el esfuerzo que tienen que realizar las
Administraciones va a ser muy desigual, ya que no es lo mismo superar un endeudamiento del
10% como es el caso del Estado, que un endeudamiento del 85%, como es el caso medio de
las Autonomías, que además sigue en alza. La polémica está servida, ya que aunque en
realidad no es un sistema que prohíba el déficit, sí lo penaliza, de tal manera que incentiva su
cumplimiento y puede decirse que, a partir de aquí, se inicia una nueva forma de política
presupuestaria. Forma que deberá respetar los principios constitucionales de autonomía e
igualdad.
En tercer lugar, otra cuestión pendiente importantísima son las relaciones con la Administración
Central del Estado y con los Entes Locales, o lo que es lo mismo, las relaciones
intergubernamentales e interadministrativas, debido a que cada vez las actuaciones son más
interdependientes entre los distintos niveles territoriales. La consolidación de las CCAA
requiere, por un lado, una redefinición de la Administración Central del Estado en el sentido no
de recuperar competencias, pero sí iniciativas y responsabilidades (Arenilla) y, por otro, el
establecimiento del llamado “Pacto Local”, reequilibrando el poder entre las CCAA y las
Entidades Locales, pues no hay que olvidar que la Constitución garantiza la autonomía
institucional de las provincias y municipios. En este marco, cobra sentido la propuesta de
Administración única que se lanza en 1992 y que ha ido perdiendo protagonismo en los últimos
años en el discurso político gubernamental. Ésta consiste en afirmar que la Administración de
cada Comunidad sea la única encargada de ejecutar las funciones administrativas que le
corresponden como propias, así como las que en su territorio pudieran corresponder a la
Administración del Estado. Su puesta en práctica supondría un fortalecimiento del nivel
autonómico pero, como ha analizado brillantemente Jiménez Asensio, esta propuesta engloba
una noción compleja que aglutina en su seno diferentes cuestiones, ya que constitucionalmente
es un objetivo irrealizable, pues se diseñan tres (o, incluso, cuatro) niveles de gobierno que
disponen de sus correspondientes aparatos administrativos.
De esto se deduce que el gran reto para las CCAA es conseguir articular mecanismos de
cooperación y coordinación entre ellas y entre ellas y el Estado, lo que se conoce como
mecanismos de colaboración verticales y horizontales, como base de un funcionamiento
armónico entre las Administraciones. Mecanismos que deberán ser previamente
consensuados, ya que a través de ellos se pueden resolver o encauzar asuntos pendientes tan
importantes como la reforma del Senado, la participación de las CCAA en Europa y la
descentralización municipal. Hasta el momento, la cooperación se ha concretado en
instrumentos como las conferencias sectoriales, formadas al máximo nivel por el Ministro y los
Consejeros de las CCAA en una determinada materia, y los convenios, cuyo objeto suele ser
formalizar las líneas de actuación abiertas por los entes superiores; pero ni uno ni otro han
conseguido resolver los problemas planteados. Al respecto, la aparición recientemente del
denominado proyecto de ley de Cooperación autonómica presentado por el PP ha reavivado la
polémica y las tensiones al considerarse que está pensado para servir de corolario, y no de
desarrollo, del modelo autonómico, siendo rechazado por la mayoría de las Comunidades,
incluso antes de comenzar el trámite parlamentario. La lógica constitucional sugiere que tal
coordinación debe tener su sede en el Senado, por lo que debería consensuarse su reforma y
convertirlo en una verdadera Cámara de representación territorial. Las CCAA han aumentado
su presencia en los comités de apoyo de la UE, pero el debate está centrado en la elección de
la fórmula de participación autonómica en los Consejos de Ministros de la Unión. El PP prefiere
que sea un organismo multilateral, como la Conferencia para Asuntos Relacionados con las
Comunidades Europeas (CARCE), donde se fije la voluntad autonómica y sea el Gobierno
central quien la traslade a Bruselas. Los socialistas apuestan porque sus representantes
participen en las delegaciones españolas que acudan a las instituciones de Bruselas sin que
ello signifique que decidan o puedan condicionar negativamente el papel del Estado.
TEMA 8. ELECCIONES Y SUBSISTEMAS DE PARTIDOS REGIONALES Y COMPETENCIA
POLÍTICA.
ESPAÑA EN LAS URNAS: TERRITORIALIZACIÓN DEL VOTO E IDENTIDAD NACIONAL
EN LAS ELECCIONES DE 2008. Eduard Bonet, Santiago Pérez-Nievas y Mª José Hierro.
La legislatura que transcurrió entre 2004 y2008 conoció un incremento desmesurado de las
referencias a España en el discurso político. La relevancia alcanzada entonces por el
nacionalismo español se debió tanto al protagonismo de las políticas de reforma territorial y
antiterrorista del Gobierno como, sobre todo, a la estrategia de movilización de la identidad
española protagonizada por el Partido Popular (PP). La introducción de la dimensión identitaria
española en la competición electoral tuvo consecuencias dispares en distintos tipos de
comunidades autónomas y para diferentes electorados.
Las elecciones del 9 de marzo: algunas interpretaciones. Los resultados de las elecciones
de 2008 fueron continuistas con respecto a las de 2004 en tres aspectos: el nivel de
participación electoral fue muy similar, el PSOE renovó su victoria e IU continuó su
ininterrumpido declive electoral des de 1996. Pero hubo también algunos elementos
novedosos. En primer lugar, los dos partidos mayoritarios crecieron simultáneamente, aunque
el PP lo hizo algo más que el PSOE (1,4 puntos porcentuales). En segundo lugar, un nuevo
partido de ámbito nacional, Unión Progreso y Democracia (UPyD), consiguió un escaño, pese a
que solo obtuvo un 1,20% del voto en el conjunto de España. En tercer lugar, en las elecciones
de 2008 muchos partidos nacionalistas o regionalistas, como Esquerra Republicana de
Catalunya (ERC), Partido Nacionalista Vasco (PNV), Coalición Canaria (CC), Chunta
Aragonesista (ChA) y Eusko Alkartasuna (EA) experimentaron pérdidas relevantes, que fueron
algo más moderadas en el caso de Convergencia i Unió (CiU); y no resultaron afectados ni el
Bloque Nacionalista Galego (BNG) ni Nafarroa Bai (Na-Bai), que mantuvieron niveles de apoyo
muy similares a los de 2004. Otro rasgo específico de las elecciones de 2008 consistió en la
territorialización de los niveles de participación electoral y de la distribución del voto. Aunque
las diferencias en la participación siempre han existido, en 2008 las oscilaciones entre
comunidades autónomas fueron mayores. De esta forma, a pesar del descenso conjunto de
dos puntos, la participación aumentó en algunas comunidades y descendió en otras muy por
encima de esta media. La participación aumentó en Murcia, la Comunidad Valenciana y
Madrid, mientras que descendió notablemente en el País Vasco, Cataluña y Navarra. Junto a la
participación, hubo un segundo elemento destacable en la territorialización del voto a los dos
partidos mayoritarios. Si en las elecciones de 2004 las oscilaciones de ambos partidos
estuvieron en consonancia con la tendencia nacional, de modo que el PSOE subió y el PP bajó
en todas las comunidades, en 2008 las pautas de crecimiento y descenso de ambos partidos
han presentado un perfil muy heterogéneo. Ocurrió que, aunque la distancia entre los dos
partidos mayoritarios se acortó en un punto para el conjunto de España, su promedio aumentó
para las distintas comunidades. En relación a 2004, la distancia entre los dos partidos creció en
once comunidades y se redujo solo en seis. Los resultados de 2008 dejaron la distancia más
amplia entre el PSOE y el PP en Cataluña: casi 29 puntos en relación a los 24 en 2004. En el
extremo opuesto, el PP obtuvo en Murcia una ventaja de 28,4 puntos sobre el PSOE: 6 puntos
más que en 2004. Además, la brecha entre los dos partidos mayoritarios aumentó en otras
muchas comunidades. En definitiva, en 2008 no se produjo solo una territorialización en las
pautas de participación y en la orientación del voto, sino que la distribución del voto a los dos
partidos mayoritarios fue más desigual territorialmente que en elecciones anteriores. Diversos
trabajos sobre las elecciones de 2008 han coincidido en señalar que la victoria del PSOE se
explicaría porque los votos que perdió a favor del PP y de UPyD quedaron compensados por
las transferencias que recibió desde IU/Iniciativa per Catalunya-Verds (ICV) y de los partidos
nacionalistas, así como por la contribución de los nuevos votantes. Aunque con matices, la
interpretación dominante en los trabajos mencionados es que la territorialización del voto se
explica por el papel que jugaron la política autonómica y la política antiterrorista durante la
legislatura 2004-2008. Respecto a su actuación contra el partido socialista, destaca sobre todo
a la «estrategia de la crispación» impulsada por el PP. Dado que en España hay más votantes
situados en la izquierda de la escala ideológica que en la derecha (Barreiro y Urquizu-Sancho),
el PP habría intentado paliar así su debilidad estructural en la competición con el PSOE fijando
en la agenda política dimensiones y cuestiones que, como la política autonómica y
antiterrorista, cortaban transversalmente el eje ideológico y a los partidos mayoritarios
(Fundación Alternativas). La conclusión es que la estrategia del PP no fracasó del todo, puesto
que compitió eficazmente en el centro de la escala ideológica, obteniendo el apoyo de
electores centristas que en 2004 habían optado por el PSOE.
El argumento que defendemos en este capítulo es que la estrategia del PP no se limitó
únicamente a alentar una valoración crítica de la gestión socialista en la política autonómica y
antiterrorista, sino que estuvo además acompañada de la movilización del nacionalismo
español. El PP confiaba en que ello le reportara más ganancias que pérdidas. Mediante esa
movilización se trataba de convertir la identidad nacional española en una dimensión de
competición entre el PSOE y el PP, especialmente en aquellas regiones en las que la identidad
española no convive con identidades nacionales alternativas. Sin embargo, el PP perdió las
elecciones. Y las perdió fundamentalmente porque el avance electoral del PP en comunidades
como Madrid, Valencia, Murcia, Castilla-La Mancha o Andalucía estuvo compensado por los
avances del PSOE en otras comunidades. Las mismas políticas por las que el Gobierno fue
penalizado en algunas comunidades pudieron servir, paradójicamente, para ganar las
elecciones en otras, sobre todo en Cataluña y en el País Vasco (Santamaría y Criado).
Examinaremos si el hecho de que el PSOE perdiera en algunas comunidades y ganara en
otras es atribuible a una misma causa (la movilización identitaria y las valoraciones de las
políticas autonómica y antiterrorista asociadas a la misma) o puede responder a factores
explicativos distintos, como (agestión gubernamental en otros ámbitos de competición. En
Cataluña, por ejemplo, y después de la reforma del Estatuto, en las elecciones autonómicas de
2006, el Partit deis Socialistes de Catalunya (PSC-PSOE) perdió 4,34 puntos porcentuales con
respecto a las autonómicas de 2003; y, sin embargo, en las generales de 2008 ganó 6,02
puntos porcentuales con respecto a las generales de 2004.
Los determinantes individuales del voto. ¿Hasta qué punto la movilización del nacionalismo
español, junto con la valoración de la política antiterrorista y autonómica, fueron factores de
competición entre el PP y el PSOE en ambos tipos de comunidades autónomas? Esta pregunta
es quizás más relevante para las comunidades ordinarias, pues es en ellas donde el PP
consiguió arrebatar votos al PSOE y donde el PP pretendía rentabilizar su estrategia de
movilización del nacionalismo español. Ahora nos interesa comprobar si la movilización
identitaria tuvo un efecto independiente de la valoración de la política autonómica y
antiterrorista. Y una segunda pregunta que nos planteamos es si otros aspectos, especialmente
las valoraciones de las políticas económica y social, sirvieron para contrarrestar la movilización
identitaria y contribuyeron a la victoria socialista. En los análisis empíricos que presentamos a
continuación examinaremos los determinantes del voto en ambos tipos de comunidades
autónomas. La encuesta del CIS de 2007 muestra que la escala de españolismo y la pregunta
sobre el orgullo de ser español muestran una correlación alta y que, por lo tanto, está
justificada la utilización de esta última como una buena aproximación al contenido de la
identidad española. Nuestra variable dependiente es el voto al PSOE, PP e IU en las once
comunidades ordinarias y el voto a cada uno de estos partidos y a los nacionalistas y
regionalistas en las seis singulares. Como variables independientes hemos incluido la escala
ideológica, el orgullo de ser español y las evaluaciones de las políticas antiterrorista,
autonómica, económica y social. La estimación de los modelos de regresión logística
multinominal se ha llevado a cabo por máxima verosimilitud. Los coeficientes de la variable
relativa al orgullo de ser español indican que en ambas comunidades hubo una movilización del
voto nacionalista español en el sentido buscado por el PP: cuanto más fuerte el orgullo de ser
español, mayor es la probabilidad de votar al PP con respecto al PSOE. Sin embargo, el orgullo
de ser español fue también un factor relevante en la competición del PSOE con IU/ICV y con
partidos nacionalistas y regionalistas. La relevancia del efecto movilizador del nacionalismo
español se hace todavía más patente si tenemos en cuenta que los modelos estiman también
el efecto de las valoraciones de distintos tipos de políticas, y entre ellas, desde luego, la
autonómica y la antiterrorista. En la submuestra de las comunidades ordinarias, el orgullo de
ser español hace aumentar significativamente la probabilidad de votar al PP, pero apenas hace
disminuir la probabilidad de votar al PSOE. Ello parece apuntar que el PP no consiguió en
estas comunidades atraer el voto de todos los que se sentían bastante o muy orgullosos. En la
segunda submuestra, la de las comunidades singulares, resulta llamativo que tanto el PSOE
como el PP fueron capaces de movilizar a votantes que se sentían orgullosos de ser
españoles. Aunque la probabilidad de votar al PP aumenta significativamente para aquellos
votantes que se sienten muy orgullosos, no hace disminuir la probabilidad del voto al PSOE. De
esta forma, en estas comunidades, son los partidos nacionalistas y regionalistas los que atraen
el voto de quienes se sienten poco o nada orgullosos de ser españoles. Estos resultados ponen
de manifiesto que el PP no consiguió convertir la identidad española en un factor exitoso de
competición que le reportara una clara ventaja respecto al PSOE en ninguno de los dos tipos
1
Herestética: El arte de manipular políticamente una cuestión a través de la definición de los actores, sus posiciones,
las agendas y los marcos de tratamiento.
de comunidades. En las comunidades ordinarias el PSOE siguió siendo un referente identitario
español para muchos votantes. En cambio, en las comunidades singulares, la identidad
española se convirtió en un claro factor de competición entre el PSOE y los partidos
nacionalistas y regionalistas: en ellas hubo una asociación positiva entre la identidad española
(en sentido positivo) y el voto socialista. No parece pues que la movilización en contra del
nacionalismo español fuera un factor que movilizase el voto a favor del PSOE en las
comunidades singulares. Los resultados muestran que las valoraciones de las políticas
autonómica y antiterrorista surtieron también efectos en ambos tipos de comunidades
autónomas. Esas valoraciones constituyen por sí mismas y al margen de la estrategia de
movilización nacionalista española del PP, una parte de la explicación de las pautas de
territorialización del voto. Mientras que en la submuestra de comunidades ordinarias la variable
de la política autonómica fue relevante tanto en la competición PSOE-PP como en la
competición PSOE-IU, en las singulares sólo lo fue en la competición del PSOE con IU y con
los partidos nacionalistas y regionalistas. La evaluación de la política antiterrorista sin embargo
fue relevante en la competición entre PP y PSOE en ambos tipos de comunidades. Pero en la
competición del PSOE con IU y con los partidos nacionalistas, esta política careció de un efecto
diferenciador. Es decir, la evaluación de ambas políticas estructuró la competición entre PSOE
y PP en las comunidades ordinarias, y adicionalmente, la política antiterrorista fue también un
factor de competición sólo en las comunidades singulares.
Es difícil extraer conclusiones definitivas de estos resultados. Da la impresión que la valoración
de la política antiterrorista está más relacionada con la distribución territorial del voto de los dos
partidos mayoritarios que la de la política autonómica. Ello podría deberse a la introducción de
la variable de la identidad española. En la legislatura 2004-2008 se iniciaron y aprobaron
reformas estatutarias en muchas otras comunidades autónomas. Es posible que en algunas de
ellas la aprobación de los nuevos Estatutos desactivara la saliency de esta cuestión o que al
menos la desvinculara de la movilización identitaria española. No parece que la valoración de
la política autonómica haya actuado como un mecanismo de compensación favorable al PSOE
en comunidades como Cataluña y País Vasco. Si en ellas la valoración de la política
autonómica siguió siendo un factor de competición importante entre socialistas y nacionalistas
(pero no entre socialistas y populares), la valoración de la política autonómica quedó por
debajo de la valoración media de esta política en el conjunto de España. Por el contra, los
datos sobre la valoración de la política antiterrorista parecen mantener una relación más
estrecha con las pautas de territorialización en la distribución del voto a los dos partidos
mayoritarios. Dicha valoración parece explicar mucho mejor la competición entre PP y PSOE
en ambos tipos de comunidades. Los resultados sugieren además que el Gobierno conectó en
este campo igual o mejor con los votantes de IU y de los partidos nacionalistas y regionalistas
que con su propio electorado. En las comunidades singulares, los votantes de IU valoraban
mejor la política antiterrorista que los propios votantes socialistas. La política antiterrorista dejó
de ser un factor de competición del PSOE con su flanco izquierdo y con los partidos
subnacionales y permitió las transferencias de votos hacia el PSOE. Esto es congruente con
las medias agregadas de la valoración de la política antiterrorista: en todas las comunidades en
las que el PP avanzó sustancialmente, la valoración media de la política antiterrorista está por
debajo de la media, mientras que en la mayoría de las comunidades en las que lo hizo el
PSOE, especialmente en Cataluña, Aragón, Galicia, Asturias y Cantabria, esa valoración quedo
muy por encima de la media del conjunto español. Parece que fue la política antiterrorista, más
que la política autonómica o la movilización de la identidad española, el principal determinante
a la vez de las ganancias y pérdidas del PSOE en los distintos tipos de comunidades. Con
respecto a la política antiterrorista tenemos evidencia suficiente para afirmar que lo que el
PSOE perdió en algunas comunidades por una mala valoración de su gestión política, lo
compensó en otras con una buena valoración de la misma. La estrategia de articulación del
nacionalismo español del PP debe ser valorada no solo por su efectividad en la movilización
del voto frente al PSOE, sino también por su capacidad de influencia en el voto frente a otros
factores. Los modelos muestran que la evaluación de la gestión del Gobierno en otros ámbitos
fue también importante, y que la movilización del nacionalismo español del PP no fue suficiente
para compensarla. Las valoraciones de la política social y de la gestión económica del
Gobierno tuvieron un papel relevante en los mecanismos de compensación de voto al PSOE
frente al PP; el efecto es significativo en los dos tipos de comunidades autónomas. De este
modo, las buenas valoraciones de la política social y económica impulsaron el voto socialista
frente al voto conservador.
Para completar este boceto podemos comparar el efecto marginal que la valoración de las
distintas políticas examinadas y el orgullo de ser español tuvieron sobre el voto al PSOE en
ambos tipos de comunidades autónomas. En las ordinarias el efecto marginal de la valoración
de la política autonómica (0,46) y de la antiterrorista (0,42) en el voto al PSOE fue mayor que el
efecto de la política económica (0,36), y esta, a su vez, mayor que el de las políticas sociales
(0,28) y que el orgullo de ser español (-0,16). En cambio, en las comunidades singulares,
resulta llamativo que el efecto marginal del orgullo de ser español (0,44) fuera el elemento con
mayor peso en la decisión del voto al PSOE, seguido de la valoración de la política autonómica
(0,37), de la social (0,31) y, por último, de la antiterrorista (0,18) y de la gestión económica
(0,18). Los mecanismos que explican las perdidas v las ganancias del PSOE frente al PP
fueron significativamente diferentes en cada uno de los tipos de comunidades autónomas. La
movilización del nacionalismo español no consiguió, como buscaba el PP, protagonizar la
competición electoral en ninguna de ellas. No lo hizo en las comunidades ordinarias porque el
efecto marginal de esta variable sobre el voto fue menor que el de otras variables; y tampoco
en las singulares porque el PSOE continuó siendo un referente positivo de la identidad nacional
española. Dado el comportamiento diferencial de los distintos tipos de electores que hemos
observado, puede ser interesante examinar también las motivaciones de los abstencionistas en
2004 ahora movilizados y de los nuevos votantes, frente a las de los votantes regulares en
2004 y 2008. La relación entre el orgullo de ser español y el voto al PSOE y al PP fue diferente
según el tipo de electorado y el de comunidad autónoma. En las ordinarias, la estrategia del PP
funcionó perfectamente entre los antiguos abstencionistas y los nuevos votantes: a medida que
aumenta el orgullo de ser español, aumenta la probabilidad de votar al PP y disminuye la de
votar al PSOE. Para el resto de los votantes, dicho orgullo incrementa ligeramente la
probabilidad de votar al PP, pero apenas reduce la del voto al PSOE. Yen las comunidades
singulares, el orgullo de ser español aumenta la probabilidad de optar por el PSOE entre los
votantes habituales. Pero entre los abstencionistas movilizados y los nuevos votantes, es decir,
entre aquellos que favorecieron en buena medida la victoria socialista en estas comunidades,
el orgullo de ser español mostraba una relación positiva con el voto al PP, pero solo reduce la
probabilidad de votar al PSOE entre quienes se sienten muy orgullosos de ser españoles.
La probabilidad de votar al PSOE en función de la evaluación de las políticas sociales de los
electores habituales es similar en ambos tipos de comunidades, aunque la mayor pendiente en
las singulares indica un mayor efecto. Así, en este electorado, la evaluación positiva de las
políticas sociales del Gobierno incrementa la probabilidad de voto al PSOE y disminuye la del
PP. Ello otorgó una ventaja comparada al PSOE respecto al PP, puesto que el orgullo de ser
español no redujo la probabilidad de votar al PSOE entre estos votantes. Pero entre los
antiguos abstencionistas y los nuevos electores, sin embargo, la valoración de la política social
no tuvo ningún efecto en el voto al PSOE y al PP. Este resultado nos hace pensar que, en las
comunidades ordinarias, el nacionalismo español logró movilizar el voto de los abstencionistas
y de los nuevos votantes, mientras que las políticas sociales, con las que el PSOE trató de
atraer votos, no lo consiguieron. Por su parte, los resultados muestran además que las
evaluaciones de las políticas antiterrorista y territorial tuvieron un efecto diferente en los
distintos tipos de electorado. Mientras que influyeron significativamente en la decisión de voto
de los votantes habituales en las comunidades ordinarias, no afectaron la decisión de los
nuevos votantes ni la de los abstencionistas movilizados. En las comunidades singulares, en
cambio, la valoración de la gestión de la política antiterrorista discriminó el voto entre PP y
PSOE, pero solo entre los votantes habituales; la valoración de estas políticas careció de
efecto entre los nuevos votantes y los antiguos abstencionistas. Es decir, la estrategia de
movilización del nacionalismo español del PP tuvo éxito entre los nuevos votantes y los ex
abstencionistas mientras que las valoraciones de distintas políticas no pudieron compensar
este efecto entre esos votantes.
TEMA 9. PARTIDOS DE ÁMBITO AUTONÓMICO Y ORGANIZACIONES AUTONÓMICAS DE
LOS PARTIDOS DE ÁMBITO ESTATAL. ESTRATEGIAS Y PROGRAMAS.
PARTIDOS DE ÁMBITO NO ESTATAL Y GOBERNABILIDAD MULTINIVEL: EL CASO DE
ESPAÑA (1977-2008). Barrio, Rodríguez, Baras, Barberá.
Una de las características más singulares del sistema político español es la existencia de
Partidos de Ámbito No Estatal (PANE). Sin embargo, éste no es un fenómeno nuevo ya que en
España siempre ha habido partidos regionales. La fuerza de estos partidos, en especial en
Cataluña y el País Vasco, acabó por hacer indisociable la lucha por la democracia de las
reivindicaciones nacionales durante la transición. El peso electoral y parlamentario alcanzado
por nacionalistas vascos y catalanes en las primeras elecciones democráticas tuvo su reflejo en
el Título VIII de la Constitución Española, que dio lugar al desarrollo del Estado autonómico. De
todos modos, sería un error circunscribir el fenómeno de los PANE a los territorios históricos o
con hechos diferenciales ya que las condiciones institucionales y las características de la
competencia política española que han acompañado a la consolidación del Estado de las
Autonomías han actuado como fuente de pluralismo político en la arena regional. En este
sentido, el Estado de las Autonomías no sólo ha tendido a reforzar la presencia de PANE allí
donde ya existían, sino que también han favorecido la emergencia de nuevos partidos de este
tipo. El objetivo de este paper es doble. En primer lugar, tratará de contribuir a la discusión
conceptual en torno a los PANE para tratar de diferenciar a los PANE de los partidos de
implantación estatal. Esta clasificación mostrará, a su vez, la diversidad existente entre los
primeros en función de su implantación territorial y su posición institucional en el sistema
político multinivel español. En segundo lugar, se tratará de elaborar una clasificación de los
PANE a partir de su fuerza en las arenas nacional y autonómica.
La fuerza de los PANE en un sistema multinivel. La importancia de los partidos dentro del
sistema político ha tendido a determinarse tomando como unidad de análisis el ámbito estatal.
Por otro lado, la mayor parte de estudios comparados sobre los partidos de ámbito no estatal
han fijado su atención prioritaria en los partidos que consiguen representación en el ámbito
nacional, una criba que suele dejar fuera de los análisis a numerosos PANE. Nos proponemos
superar estas limitaciones estableciendo una clasificación de los PANE en función de su fuerza
política en dos arenas: en las instituciones centrales y en las instituciones autonómicas. Un
esquema de este tipo puede, sin duda, mejorar la comprensión del papel que juega este tipo de
partidos en sistemas multinivel. La clasificación se inspira en los criterios propuestos por Sartori
para determinar si los partidos cuentan (Sartori). A partir de ellos podemos deducir la existencia
de distintos umbrales determinados por el nivel de fuerza alcanzado de los partidos: el umbral
de representación, el umbral de relevancia y el umbral de gobierno. Esto permite saber qué
partidos cuentan y cómo lo hacen. Tanto el umbral de representación como el umbral de
gobierno están definidos por la posición institucional de los partidos: tener escaños en el
parlamento (de cada nivel) para el primer caso y tener presencia en el ejecutivo (de cada nivel)
para el segundo. Con todo, definir la presencia en el gobierno también tiene inconvenientes.
Por un lado, como han puesto de manifiesto los trabajos sobre party government, la influencia
de los partidos en su funcionamiento distorsiona las ideas clásicas sobre lo que constituye o no
el gobierno según la teoría constitucional clásica. Nuestra posición será mantener la definición
de gobierno en tanto que órgano ejecutivo, siguiendo el criterio más comúnmente aceptado
dentro de la academia y por el propio Sartori, a pesar de que puede presentar limitaciones al
abordar el papel de los partidos en la gobernación. Por otro lado, está el problema de cómo
considerar las relaciones entre PANE y los partidos nacionales cuando estos últimos están en
el ejecutivo. Laver y Shofield trataron esta cuestión al considerar la naturaleza del pacto entre
la CDU-CSU y mostraron la diversidad de pareceres entre los académicos. Como ya señaló
Sartori, el umbral más difícil de definir es el de la relevancia, pues éste no está definido sólo a
partir de la posición institucional. Según su criterio, lo que importa para determinar la relevancia
de un partido es su potencial para hacer coaliciones, no todas las matemáticamente posibles,
sino sólo aquellas ideológicamente viables. Ello permite tener en cuenta a pequeños partidos
susceptibles de formar parte de las mayorías parlamentarias, independientemente de: a) si
ocupan una posición en el ejecutivo; b) si forman parte de la mayoría parlamentaria; c) o de si
se limitan a proporcionar apoyos ocasionales. Por tanto, en este trabajo se considerará que los
PANE cuentan siempre que puedan cumplir alguna de estas tres condiciones y se considerará
que no cuentan aquellos que únicamente hayan accedido a la representación y no estén en
disposición de cumplir ninguna de las condiciones. La clasificación de los distintos PANE en
cada uno de estos umbrales, tanto para el nivel nacional como para el regional, permitirá
mostrar la fuerza que cada uno de ellos tiene en el sistema político multinivel español. La
clasificación distinguirá distintos tipos de PANE de acuerdo con si han estado en el gobierno y
han sido relevantes o no en las dos arenas, en sólo de una de ellas, o en ninguna.
Los PANE en las Comunidades Autónomas. La presencia de los PANE en las distintas
Comunidades Autónomas es muy variable y depende de múltiples factores. La primera
distinción es entre aquellas comunidades que siempre han tenido PANE en sus parlamentos
autonómicos y aquellas en las que la presencia de PANE ha sido discontinua. Sin embargo,
entre las primeras no hay homogeneidad, ya que hay PANE que siempre han sido partidos
mayoritarios y PANE que ocupan posiciones marginales. El primer grupo es el de aquellas
comunidades en cuyos parlamentos siempre ha habido PANE. El caso más destacado es el de
Cataluña, cuya primera fuerza electoral y parlamentaria siempre ha sido un PANE. El
parlamento catalán representa un caso bastante excepcional, ya que el peso de los PAE es
escaso y sólo han conseguido situarse en tercera posición en algunas ocasiones. Esta es la
consecuencia de la existencia de la alianza del PSC con el PSOE, y de la fuerza electoral de
CiU, que siempre ha sido el partido con más escaños. Además de CiU y PSC, otros PANE
menores siempre han estado presentes en el Parlament, ocupando con frecuencia la tercera
posición. También se han dado otras particularidades en estos años. En la primera legislatura
obtuvo representación el PSA, un PANE andaluz que se puede considerar un partido
diaterritorial en ese momento. Si bien no consideraba a Cataluña parte de su territorio de
solidaridad comunitaria, en los primeros años de la autonomía aspiró a captar el voto de los
numerosos andaluces residentes en Cataluña, a la que se refería como la novena provincia de
Andalucía. También debe destacarse la existencia de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía
(C’s), que en 2008 accedió al Parlament pocos meses después de su creación. Ciutadans
aspiraba a actuar como PAE, porque presentó candidaturas en todas las circunscripciones
españolas en las elecciones de 2004, sin obtener ningún escaño. Al igual que en Cataluña, en
el País Vasco siempre ha habido PANE en el Parlamento y la primera fuerza electoral también
ha sido un PANE (el PNV). Por el contrario, los PAE han tenido mayor peso, de manera que
siempre ha habido un PAE en segundo lugar. Por detrás ha habido otros PANE con menor
peso, entre los que cabe destacar la presencia de HB, así como las organizaciones homólogas
aparecidas tras la ilegalización de HB, como Euskal Herritarrok (EH) o el Partido Comunista de
las Tierras Vascas (PCTV). HB, EH y PCTV han representado el espacio electoral favorable o
cercano a la actividad terrorista de ETA, por lo que han actuado como partidos antisistema.
Otros PANE han sido Eusko Alkartasuna (EA), surgida de una escisión del PNB en 1986, y
Euskadiko Ezkerra (EE), que mantuvo representación hasta 1993, cuando se fusionó con la
sección territorial vasca del PSOE. En la VIII legislatura accedió al parlamento Aralar, una
escisión de HB que representaba a antiguos electores de HB que rechazaban la violencia
política de ETA. Destaca por último la presencia parlamentaria en diversas ocasiones de
Unidad Alavesa (UA), un partido surgido de una escisión del PP. La consideración de UA como
PANE plantea dudas ya que su ámbito de solidaridad es la provincia de Álava, por lo que se
podría considerar un partido local. Como rasgo general, hay que destacar que todos los PANE
son diaterritoriales, ya que reivindican un ámbito territorial de solidaridad más extenso, Euskal
Herria, que incluye Euskadi, Navarra y los territorios vascofranceses. Aunque siempre ha
habido PANE en el parlamento foral de Navarra, en las dos primeras legislaturas autonómicas
los partidos con mayor número de votos y de escaños fueron PAE. El sistema de partidos
navarro se caracterizó por tres rasgos distintivos. En primer lugar, por la presencia de PANE
diaterritoriales, todos aquellos PANE que se presentan en el País y en Navarra, consideradas
partes integrantes de la misma nación (PNV, HB, EA, y Aralar); por otro, por la división inicial
de la derecha navarra que hizo propserar PANE efímeros como UDF; finalmente, su principal
PANE, la UPN, mantuvo una alianza con el PP entre 1991 y 2008, basada en el principio de
territorialidad, por la cual este partido dejaba de existir en esa comunidad. Esta situación
permitió que, a partir de 1991, UPN se convirtiera en el primer partido en el ámbito autonómico
y haya gobernado casi ininterrumpidamente la comunidad desde entonces. Aunque los PANE
siempre han tenido representación en las islas Canarias, su situación ha sufrido oscilaciones.
En las tres primeras legislaturas autonómicas, el PSOE fue el primer partido. Esta situación se
modificó a partir de 1991, cuando se formó la Coalición Canaria (CC), heredera de la coalición
AIC, convirtiéndose en el primer partido en el ámbito autonómico hasta 2007, cuando volvió a
ser superada por el PSOE. El resto de partidos, algunos de ellos únicamente implantados en
una isla, han tenido una presencia escasa, a excepción de AHI que sólo ha estado ausente del
parlamento en la VI legislatura. En Galicia también ha habido presencia continua de los PANE
en el parlamento autonómico, aunque los principales partidos han sido siempre PAE. Por su
lado, los PANE nunca han logrado pasar de tercera fuerza, con unos resultados bastante
oscilantes. El BNG, partido que ha ido integrando a otras formaciones menores, siempre ha
obtenido representación, mientras que PSG y EG obtuvieron presencia parlamentaria en las
primeras legislaturas y posteriormente confluyeron en el BNG. CG en cambio sólo obtuvo
representación de la II a lV legislatura. En Aragón, el primer partido ha sido siempre un PAE.
En términos generales, los PANE no han pasado de ser tercer partido, a pesar de su presencia
continua en el parlamento. Por otro lado, aunque el número de PANE presentes en el
parlamento ha variado, su peso electoral y parlamentario ha mantenido una pauta constante
desde 1987 hasta 2007, cuando experimentaron un importante retroceso. En Cantabria
siempre ha habido PANE en el parlamento, de entre los cuales ocupa un lugar destacado el
PRC, cuyo peso ha ido en aumento con el paso de los años. Hasta en 2003 consiguió la
presidencia del gobierno autonómico y en 2007 se convirtió en segunda fuerza política. En
cambio la presencia de la UPCA ha sido fugaz, a pesar de ser muy relevante en la tercera
legislatura, a partir de una escisión del PP cántabro. En las islas Baleares siempre ha habido
diversos PANE en el parlamento desde la primera legislatura, con un peso bastante estable a
lo largo de los años y siempre situados como tercera fuerza por detrás de los PAE. Algunos
han estado presentes en todas las legislaturas autonómicas, bien con candidatura propia o bien
a través de diversas coaliciones, mientras que otros han tenido una presencia más discontinua.
Destaca en Baleares la presencia de un PANE diaterritorial en el parlamento, ERC a partir de
2007, aunque siempre se ha presentado en coalición con otros PANE. En La Rioja el peso de
los PANE es muy marginal aunque estable, ya que desde la primera legislatura el PR siempre
han conseguido dos escaños y ha acabado convirtiéndose en tercera fuerza política desde
1991.
Un segundo grupo está formado por aquellas comunidades donde la presencia de los PANE en
los parlamentos autonómicos ha sido discontinua (Andalucía, Valencia, Asturias, Castilla-León
y Extremadura). En Andalucía, el PSA estuvo presente en el parlamento desde la primera
legislatura hasta 2007, cuando desapareció del parlamente andaluz. Su dimensión electoral y
parlamentaria fue baja y nunca pasó de ser cuarta fuerza política. En Valencia, la UV estuvo
presente de la II a la IV legislatura, mientras que ERC también se ha presentado en diversas
ocasiones, aunque nunca ha obtenido representación. En Asturias, el PAS y la URAS sólo
consiguieron representación entre la III y la VI legislatura. En Castilla-León la UPL ha tenido
presencia parlamentaria desde la IV legislatura y TC-PNC sólo durante la V legislatura. La UPL
también puede ser considerado un PANE diaterritorial, ya que también presentó candidaturas
en Asturias, aunque no consiguió representación. Por último, en Extremadura, EU obtuvo
representación en las dos primeras legislaturas, mientras que la coalición CREX-PREX
consiguió presencia parlamentaria en una ocasión. Posteriormente, ambas formaciones han
conseguido representación parlamentaria a través de las candidaturas de PP y PSOE
respectivamente. En último lugar, existe un grupo de Comunidades que constituyen una
auténtica excepción, en las que los PANE nunca han obtenido representación parlamentaria
(Madrid, Castilla-la Mancha y Murcia). Ello no significa que no existan partidos en estas
regiones. En el caso castellano y murciano, la hegemonía de los PAE (en Castilla-la Mancha) y
las condiciones marcadas por la ley electoral (en Murcia) han impedido la entrada a estas
formaciones, que han quedado relegadas a la representación local en algunos municipios. El
hecho de que en Madrid no exista ningún PANE puede obedecer, entre otras razones, al efecto
capital, por el cual la presencia de las sedes centrales de todos los partidos políticos de ámbito
nacional (los grandes, los pequeños y los residuales) monopoliza la representación política. Sin
embargo, también es este un fenómeno que refleja una singularidad en términos de cultura
política que cabría observar con más atención.
Clasificación de los partidos en España: PANE y PAES. A partir de la presencia de los partidos
españoles en las arenas estatal y autonómica, se pueden identificar los distintos tipos de
partidos existentes en España. Por un lado, un reducido número de partidos que se consideran
PAES, de acuerdo con la definición ofrecida en el punto anterior. Por otro lado, un nutrido y
variado grupo de PANE, caracterizado por la diversidad. La gran mayoría de estos presentan
candidaturas en una región y sólo obtienen representación en las elecciones autonómicas. Un
segundo grupo es el de aquellos partidos que obtienen representación tanto en las elecciones
nacionales como en las autonómicas. En esta categoría hallamos casi todos los grandes
PANE: CiU, CC, BNG, PAR-PSC o UPN. En tercer lugar, aparecen aquellos partidos que
presentan candidatura en más de una región y que, a su vez, obtienen o han obtenido
representación en elecciones autonómicas y generales. En esta categoría están algunos
partidos presentes en el País Vasco y Navarra (PNV, EA, EE y HB). También conviene
mencionar el caso de Aralar, que está presente en el País Vasco y Navarra, aunque no ha
obtenido representación en las elecciones generales. En cambio, resulta menos relevante la
presencia del PSA, que se presentó solamente en las primeras elecciones autonómicas en
Cataluña, y ERC, puesto que su presencia en Baleares y la Comunidad Valenciana es residual
y su existencia responde más a la voluntad de respetar un criterio ideológico pancatalanista por
parte del partido matriz que a una verdadera implantación social. Esta misma consideración se
puede tener con TC-ONC, UPL y PAS, que no aparecen en esta última categoría, porque
presentaron candidaturas en más de una comunidad, pero sólo obtuvieron representación en
una de ellas.
La fuerza de los PANE en la arena política autonómica. En la arena autonómica la fuerza de los
PANE ha sido muy variable, y ha fluctuado entre: a) partidos que sólo han accedido a la
representación y que, por tanto, no cuentan de acuerdo con el marco analítico propuesto; b)
partidos que cuentan porque han tenido potencial de gobierno; c) y partidos que casi siempre
han estado en el gobierno. Teniendo en cuenta el umbral máximo alcanzado por los distintos
PANE en las distintas legislaturas autonómicas, la principal conclusión que puede extraerse es
que los PANE tienden a experimentar un tránsito progresivo de ser partidos que no cuentan a
ser partidos que cuentan. Con el paso de los años, los PANE van alcanzando, cada vez con
más frecuencia, posiciones de influencia y de gobierno, lo que reduce el número de PANE que
no cuentan. Incluso, puede observarse que sólo se mantienen, con el tiempo, aquellos partidos
que han sido capaces de alcanzar el gobierno en algún momento. En realidad, ya durante las
dos primeras legislaturas existió un elevado número de partidos que se situaron en el umbral
de relevancia, aunque muchos de ellos no pudieron o supieron traducirla en puestos de
gobierno. En cambio, a partir de la tercera legislatura, la erosión electoral del PSOE en varias
Comunidades, facilitó la entrada de los PANE en coaliciones de gobierno. De los dos PANE
con presencia en un gobierno autónomo en 1983 se ha pasado a 13 en 2007. Del mismo
modo, los 11 partidos que en la primera legislatura autonómica sólo habían podido alcanzar el
umbral de representación se reducían a 5 en la VII legislatura. Esta evolución de los PANE
desde el umbral de representación al de gobierno es aún más significativa si tenemos en
cuenta la estabilidad colectiva en el número de PANE que han entrado en los parlamentos
autonómicos durante estos casi treinta años, que ha pasado de 24 a 22. Obviamente, tras esta
estabilidad existe una gran diversidad, puesto que varios partidos han desaparecido y otros se
han ido creando durante los años 90. Pero en general, se puede afirmar que la estabilidad de
los PANE ha ido vinculada a su capacidad de acceder al gobierno, y que aquellos que no
pudieron en ningún momento ir más allá de la de representación, acabaron entrando en crisis
internas que les acabaron expulsando de la representación parlamentaria. Si se tiene se
analiza el máximo grado de poder adquirido, se constata que en algunas comunidades como
Canarias, Cataluña y el País Vasco los PANE han estado siempre presentes en el gobierno
autonómico. Sin embargo, la pauta más común ha sido la presencia de PANE en el gobierno
durante algunas legislaturas. Como idea general, sin embargo, se constata una extensión de la
presencia gubernamental de PANE en la mayoría de comunidades. En pocos casos, los PANE
se limitan sólo a una posición de representación. Esto sólo sucedió en las primeras legislaturas,
cuando los partidos nacionales aspiraban a gobernar en solitario y los PANE aceptaban darles
apoyo desde la oposición. En cambio, a partir de los años 90, los PANE empezaron a traducir
su representación parlamentaria en participación gubernamental. Entre estas comunidades
destacan el caso de Navarra, Cantabria y Aragón donde esta presencia ha permanecido
estable hasta el momento (Pallarés y Keating; Wert). Sólo en Castilla-León y Extremadura la
presencia de los PANE no ha superado la representación parlamentaria intermitente, sin
capacidad para alcanzar la posición de influencia y de gobierno, lo que ha acabado poniendo
en dificultades la existencia de estos partidos.
Clasificación de PANE según su fuerza. A partir del cruce entre la fuerza de los PANE en las
arenas estatal y autonómica, podemos identificar la importancia de los distintos partidos en el
conjunto del sistema multinivel español y establecer una gradación. De mayor a menor fuerza
en primer lugar encontramos sólo dos PANE PSC y UPN, que han ocupado posiciones de
gobierno en sus respectivas Comunidades Autónomas y que a su vez forman parte de la
mayoría parlamentaria que sostiene al gobierno en el ámbito estatal y en el caso del PSC
incluso contando con presencia ministerial. Se da pues la circunstancia de que los únicos
PANE de gobierno en las dos arenas son PANE aliados de PAE cuya actuación en la arena
estatal no es autónoma sino que se encuentra vinculada a su PAE de referencia. En segundo
lugar encontramos un nutrido grupo de partidos que han ocupado posiciones de gobierno en la
arena autonómica y que han contado en la arena estatal. Entre estos se encuentran CiU, PNV,
CC, ERC, BNG e ICV, todos ellos PANE sin vínculos organizativos con PAE. En tercer término
se sitúan partidos de gobierno en el ámbito autonómico que no ha superado el umbral de
representación en el escalón estatal: AIC, PAR, CG, EA, UV y PA. También hay un grupo
destacado de partidos que ha ocupado posiciones de gobierno en el nivel autonómico que sin
embargo no ha sido capaz de acceder a la representación en el Congreso de los diputados. A
su vez hay algunos PANE que sólo han sido capaces de acceder a la representación en las
arenas estatal y de poseer potencial de coalición o de chantaje en la arena autonómica (EE,
PSUC, UPC, CHA, NABAI) y un grupo muy numeroso de formaciones que han contado en la
en el ámbito autonómico y que en cambio no han sido capaces de acceder a la representación
en el ámbito estatal. Finalmente se sitúan los PANE que sólo obtienen representación en la
arena autonómica.
Lista de siglas
AC-INC/ICAN: Asamblea Canaria-Izquierda Nacionalista Canaria, luego Iniciativa Canaria Nacionalista
AGI: Agrupación Gomera Independiente
AHI: Agrupación Herreña Independiente
AIC/CC: Agrupaciones Independientes de Canarias, después Coalición Canaria
AIPF: Agrupació Independent Popular de Formentera
AM: Asamblea Majorera
AP/PP: Alianza Popular, después Partido Popular
BNG: Bloque Nacionalista Galego
CAIC/PAR: Candidatura Aragonesista Independiente de Centro, después Partido Aragonés Regionalista
CDN: Convergencia de Demócratas de Navarra
CDS: Centro Democrático y Social
CDU: Unión Demócrata Cristiana (Alemania)
CG: Coalición Galega
CHA: Chunta Aragonesista
CIM: Candidatura Independiente de Menorca
CiU: Convergència i Unió
CNC: Convergencia Nacionalista Canaria
CREX: Coalición Regional Extremeña
C’s: Ciutadans-Ciudadanos - Partido de la ciudadanía
CSU: Unión Social Cristiana (Alemania)
EA: Eusko Alkartasuna
EE: Euskadiko Ezquerra
EG: Esquerda Galega
ERC: Esquerra Republicana de Catalunya
EU: Extremadura Unida
FIEF: Federación Independientes Ibiza y Formentera
FNC: Federación Nacionalista Canaria
HB: Herri Batasuna
HB/EH: Herri Batasuna, después Euskal Herritarrok
ICV: Iniciativa per Catalunya Verds
IU: Izquierda Unida
NaBai: Nafarroa Bai
PACTE: Pacte Progresista
PAR: Partido Aragonés Regionalista, después Partido Aragonés
PAS: Partíu Asturianista
PCN: Plataforma Canaria Nacionalista
PCE-IU: Partido Comunista de España, después Izquierda Unida
PCTV: Partido Comunista de las Tierras Vascas
PNV: Partido Nacionalista Vasco
PP: Partido Popular
PR: Partido Riojano Progresista, después Partido Riojano
PRC: Partido Regionalista de Cantabria
PREX: Partido Regionalista Extremeño
PSA/PA: Partido Socialista de Andalucía, después Partido Andalucista
PSC-PSOE: Partit dels Socialistes de Catalunya - PSOE
PSG- Partido Socialista Galego
PSM: Partit Socialista de Mallorca - Entesa Nacionalista
PSMen: Partit Socialista de Menoría
PSOE: Partido Socialista Obrero Español
PSUC: Partit Socialista Unificat de Catalunya
TC-PNC: Tierra Comunera - Partido Nacionalista de Castilla
UA: Unidad Alavesa
UCD: Unión del Centro Democrático
UC-DCC: Unió del Centre i la Democràcia Cristiana per Catalunya
UDF: Unión Democrática Foral
UIM: Unió Independent de Mallorca
UM: Unió Mallorquina
UPC: Unión del Pueblo Canario
UPCA: Unión para el Progreso de Cantabria
UPL: Unión del Pueblo Leonés
UPN: Unión del Pueblo Navarro
URAS: Unión Renovadora Asturiana
UV: Unión Valenciana
TEMA 10. RENDIMIENTO INSTITUCIONAL, RELACIONES INTERGUBERNAMENTALES,
ACTITUDES DE LOS CIUDADANOS Y LAS PATOLOGÍAS DEL SISTEMA.
ASOCIACIONISMO Y CAPITAL SOCIAL EN LAS CCAA. CORRUPCIÓN.
“¿HA SERVIDO PARA ALGO? MÁS DE VEINTICINCO AÑOS DE COMUNIDADES AUTÓNOMAS EN
ESPAÑA: NOTAS PARA UN BALANCE”, Joan Subirats.
La pregunta que encabeza este capítulo no parece excesiva o simplista, si observa uno el
continuo goteo de noticias, debates y polémicas que sigue generando el llamado Estado de las
Autonomías en España, tras bastantes más de veinticinco años de pleno funcionamiento del
mismo. Los descontentos con la situación alcanzada hacen oír sus voces de manera constante,
pero, al mismo tiempo, la solidez e irreversibilidad de lo ya construido parece incontestable.
Tras este largo período, y a pesar de que bastante más de una tercera parte del gasto público
del país esté en manos de las Comunidades Autónomas, y que los Parlamentos autonómicos
hayan aprobado miles de leyes y sus Gobiernos dirijan aspectos clave de la vida de los
españoles, todo parece aún provisional y poco consolidado. Cada día pueden oírse voces que
apuntan los peligros existentes de desmembración del Estado, otras voces que consideran que
el actual modelo es demasiado alicorto y que no responde a las aspiraciones de autogobierno
territorial qué lo generaron, y en medio de todo ello, no es extraño oír de cuando en cuando a
algún alto dirigente político proponer que se debería cerrar «definitivamente» el mapa
autonómico. Por distintas razones, son muchos los inquietos con relación a cómo se ha ido
desplegando el Estado autonómico, y su aparente falta de respuesta frente a lo que serían los
retos planteados en el momento de su arranque en plena instauración democrática y
constitucional. Se apunta a que el Estado autonómico no habría sido del todo capaz de
«engarzar en el orden simbólico el referente español con los nacionalismos periféricos». Otros
siguen insistiendo en que los grandes partidos nacionales no han creído nunca ni creerán en
«una España plurinacional». En estos años hemos asistido a la creación de un sistema de
gobierno multinivel que no sólo es de los más descentralizados de Europa, sino que además
era históricamente inédito en España. Con diecisiete nuevos Gobiernos autonómicos creados
exnovo, que, como decíamos, son responsables de más de una tercera parte del gasto público
estatal, y que tienen una capacidad legislativa y ejecutiva sustancial, lo que a uno le debería
preocupar es hasta qué punto esas instituciones autonómicas, tan potentes y arraigadas,
logran responder a las necesidades ciudadanas, gestionar adecuadamente los recursos de que
dispone, y también hasta qué punto logran representar y satisfacer las demandas de
reconocimiento de la diversidad, que en algunos casos estaban en la base de la reivindicación
autonómica.
En los momentos iniciales del Estado de las Autonomías, parecería que la creación de las
Comunidades Autónomas pretendía, al mismo tiempo, contribuir a resolver o apaciguar el
contencioso histórico entre periferia nacionalista y administración centralista, y avanzar en una
forma de gobernar España más eficiente y cercana al ciudadano, y por tanto más
descentralizada. Desde nuestro punto de vista, y atendiendo a los trabajos ya realizados al
respecto, diríamos que los objetivos que impulsaron la creación del Estado de las Autonomías
sólo se han conseguido en parte. Y en esa evaluación influyen tanto las expectativas
generadas a finales de los 70, en plena Transición, como la propia evolución de la práctica
autonómica en estos años. Seguramente, los balances son tan diversos como diversas son las
Comunidades Autónomas, y diverso ha sido su proceso de autogobierno a lo largo de todos
estos años. Pero, a pesar de estas diferencias sigue en pie la pregunta de que hasta qué punto
el Estado de las Autonomías en España está plenamente consolidado. Si atendemos a lo que
la teoría sobre consolidación democrática afirma: «una democracia está consolidada cuando,
bajo ciertas condiciones políticas y económicas, un sistema determinado de instituciones
políticas se convierte en el único juego posible» (Przeworski). Evidentemente, por su propia
naturaleza, no podemos esperar que las Comunidades Autónomas sean hoy por hoy en
España «el único juego posible», cuando precisamente en estos últimos veinte años nuestro
país, al menos, ha duplicado su complejidad institucional. Como ha afirmado Merkel, el tema
clave es ver cuál es el grado de institucionalización alcanzado, su despliegue normativo, la
existencia de un juego de actores propio que interaccionen de manera autónoma en ese
escenario, e incluso la existencia de un capital social con características específicas.
¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? El debate autonómico sigue estando en el
centro de la agenda política española. Si tratamos de avanzar en elementos que nos permitan
realizar un cierto balance de lo conseguido y plantear los retos pendientes, no podemos eludir
un cierto contraste entre las previsiones y expectativas iniciales y lo que hasta ahora se ha
logrado. Las tesis más sólidas al respecto apuntan a que las razones del éxito inicial del
sistema autonómico, que permitió vertebrar mejor un Estado que en la historia con temporánea
del país se había visto atravesado por fuertes tensiones territoriales han acabado provocando
problemas institucionales que el sistema no parece capaz de resolver sin cambios
significativos. O dicho de otro modo, el vacío institucional a nivel de gobierno compartido o co-
gobierno (lógica de multilateralidad) deja la cooperación entre autonomías, y entre éstas y el
Gobierno central (lógica bilateral) a merced de las estrategias coyunturales de los partidos
políticos y sus líderes. Sigue manteniéndose la tensión entre asimetría y armonización, y esa
tensión no se vehicula a través de un marco institucional de co-gobierno. No existe un marco
en el que todas las Comunidades se sientan corresponsables del conjunto, no existen
mecanismos de autorrefuerzo del sistema autonómico. Y todo ello incentiva estrategias que no
sólo plantean incansable mente más demandas de más competencias y recursos, sino que
constantemente propicia la discusión y conflicto sobre las propias reglas del juego. A pesar de
todo, el proceso mismo de desarrollo autonómico, ha ido generando aspectos positivos más
allá de la bilateralidad. Nos referimos a las conferencias sectoriales, la planificación conjunta o
los convenios. Aspectos que han permitido en ocasiones la generalización de criterios comunes
y la integración de intereses de las Autonomías en los procesos de elaboración de políticas
estatales. Por otro lado, la construcción de nuevas instituciones (y de nuevos niveles de
gobierno) ha inducido a la creación de identidades nacionalistas y regionalistas duales
generalmente no excluyentes.
En este contexto, un tema clave es el que combina eficiencia económica, redistribución,
solidaridad y equilibrio interterritorial. Se constata cómo la progresiva descentralización del
gasto ha trasladado automáticamente el conflicto político al ámbito de la redistribución de
capacidades, pero gracias a la importante magnitud de la redistribución interpersonal de la
renta, la posición relativa de cada Comunidad Autónoma se ha mantenido sustancialmente
intacta, no tanto en capacidad de creación de riqueza, donde los desequilibrios incluso han
aumentado, como en renta per cápita disponible. La legitimidad de las Comunidades
Autónomas es un dato hoy positivo que debe tenerse en cuenta a la hora de valorar el grado de
consolidación del modelo, pero el futuro de esa legitimidad dependerá en buena parte de su
capacidad de mantener el pacto implícito entre descentralización y reconocimiento de las
diferencias que estaba inscrito en el proyecto constituyente. El Estado de las Autonomías
puesto en marcha en 1980, podría ser entendido como un intento de resolver un dilema que
está muchas veces presente en todo tipo de organizaciones sociales: «por un lado, el respeto a
la autonomía de cada unidad individual a la libertad de elección, al pluralismo y a la diversas
formas de actuar, y por el otro lado, la necesidad social de cooperar, de integrar, de armonizar,
y, en ciertos momentos de unir» (Cappeletti, Secombe, Weiler). La alternativa federal se ha
entendido, en ese contexto, como una forma de tratar de cuadrar el dilema. En un mundo con
creciente complejidad y donde la diversidad es más patente y más reivindicada se necesitan
alternativas de organización política que logren combinar o acomodar interrelación y
autonomía. Por eso, el tema del federalismo sigue estando presente en el escenario
autonómico. No puede sorprendernos que, de alguna manera u otra, esa visión federal haya
estado siempre presente en la articulación contemporánea del Estado democrático español y lo
esté también hoy transcurridos casi treinta años de la puesta en marcha de las Autonomías.
Como se ha dicho repetidamente, uno de los grandes aciertos del diseño constitucional en el
apartado de regulación territorial, fue su carácter abierto. Las propias constricciones históricas
y de coyuntura política sirvieron de base a un proyecto inédito en política comparada No era un
Estado unitario, no era un Estado regional, no era un Estado federal, era el Estado de las
Autonomías.
Los problemas pendientes. ¿Quién puede dudar hoy de la existencia de las Comunidades
Autónomas como instituciones representativas de sus respectivos territorios, dotadas de
numerosas competencias, fuertemente asentadas organizativamente, con un peso económico
notable (aunque con problemas de dependencia y de ilusión fiscal), y con modelos de diseño y
de gestión de políticas que han tendido a diferenciarse? Hacen leyes, gestionan políticas,
dirigen empleados públicos, gobiernan. Lo hacen con mayor o menor acierto. Pero, en los 17
casos la realidad del gobierno autonómico es incontestable. El objetivo descentralizador ha
sido largamente realizado. En estos años la descentralización institucional ha pasado de no
existir a formar parte (tanto por mecanismos identitarios, como por provisión de servicios) del
imaginario colectivo de la ciudadanía española. No hay duda de que las Comunidades
Autónomas en España están plenamente consolidadas, porque determinan buena parte del
bienestar económico de la ciudadanía respectiva, canalizan buena parte de los conflictos
sociales, han incrementado la diferenciación entre las regiones españolas y el reconocimiento
de sus identidades, y han generado multitud de mecanismos de colaboración y conexión
interinstitucional. Pero todo ello no es óbice para considerar que el balance sigue siendo
desigual, y además el grado de legitimidad y de nivel de acuerdo de las respectivas sociedades
con esa configuración autonómica es también distinta. En efecto, estos años de funcionamiento
del Estado de las Autonomías han puesto de manifiesto que la capacidad de aprovechar los
espacios de autogobierno no ha sido idéntica ni tan solo similar en las 17 Autonomías. Algunas
Comunidades han «usado» mucho más los nuevos recursos de que disponían. Han legislado
más, de manera más innovadora y exhaustiva. Han incrementado sus elementos de
diferenciación y en ciertos periodos han conseguido una percepción más favorable de su
rendimiento, tanto en el interior de su Comunidad como desde el exterior. Estas Comunidades
han tendido a coincidir en general con aquellas que ya desde su puesta en marcha partían de
una base natural más favorable, tanto en el sentido de identidad y voluntad de diferenciación
como en estructura, tejido social y base económica. Pero en otros casos, a pesar de sus
desventajas iniciales, la legitimidad mayor de algunas Autonomías deriva de la capacidad de
gobierno demostrada por sus élites políticas. Si por un lado, ha sido más fácil construir
comunidad cuando ya «histórica y socialmente» se sentía o se reclamaba una configuración
diferenciada, en otros casos la forma de ejercer el gobierno ha generado diferencias positivas
con relación a lo presumible. Sin duda, la España de las Autonomías es hoy al mismo tiempo
más distinta pero también más igual entre sí que cuando se inició la andadura autonómica. No
puede negarse que los desequilibrios económicos entre Comunidades han aumentado en estos
años, pero también es cierto que han disminuido las diferencias en calidad de vida y en renta
final disponible de las familias. Si pudiéramos atribuir las causas de esos fenómenos en
exclusiva al factor de autogobierno, podríamos decir que la autonomía ha multiplicado las
potencialidades de creación de riqueza de las Comunidades más desarrolladas, y ha hecho
quizá más dependientes alas menos desarrolladas, ya que gracias a los mecanismos de
solidaridad interterritorial creados, no se han profundizado las distancias en nivel y calidad de
vida, sino que esas diferencias han disminuido significativamente. A pesar de ello, sabemos
también que la sensación que predomina en buena parte de la opinión pública española es que
los desequilibrios y las diferencias han aumentado, y que hay Comunidades que pueden
resultar favorecidas en la nueva situación de descentralización territorial del poder (lo que sin
duda tiene que ver en la manera bilateral -Administración central/Autonomías específicas-
como se ha ido operando a lo largo de estos años, y que en los últimos tiempos no sólo no ha
variado sino incluso se ha reforzado). Por otro lado, estos casi treinta años nos han ido
demostrando que hemos entrado en una fase de gobierno multinivel, en el que predomina el
solapamiento de competencias y normativas, la concurrencia de poderes y recursos, y donde
los actores no gubernamentales se mueven con mucha mayor libertad y capacidad de
aprovechamiento de la fragmentación, que las instituciones representativas y de gobierno de
cada nivel. Hemos pasado de una aparentemente bien ordenada realidad de dos niveles
básicos de gobierno, central y local, con clara supremacía del primero sobre el segundo, a una
situación en la que existe una gran pluralidad de poderes, y donde las jerarquías, por sí solas,
no acostumbran a funcionar. Se han ido buscando, en las 24 conferencias sectoriales en
funcionamiento, fórmulas pragmáticas de gobernar el entrecruzamiento de competencias y
dinámicas políticas. El resultado es dispar. Hay conferencias sectoriales más activas o potentes
(sanidad, agricultura) y otras que no logran generar ni un funcionamiento demasiado regular ni
impactos demasiados sustantivos (infraestructuras, cultura, vivienda o investigación) (Bórzel).
El sistema de relaciones intergubernamentales funciona mejor en los sectores o en las políticas
en las que la Administración central ha aprendido a ejercer su influencia más a través del
entrecruzamiento de información y de mecanismos de intermediación y compromiso, que a
través del ejercían formal de su teórica superioridad jerárquica. Pero, hemos de recordar de
nuevo que en el proyecto original que la Constitución recogió con mejor o peor fortuna, lo que
se buscaba no era sólo descentralización del poder, sino también aceptación de un nuevo
crisol en el que España dejara de significar un estado-nación homogéneo y con una identidad
unitaria, para pasar a reconocer la diversidad territorial y sus identidades plurales. Las nuevas
instituciones autonómicas tenían que ser capaces de mejorar la capacidad de prestar servicios
a los ciudadanos, acercando la Administración a los problemas, pero también, favorecer el
reconocimiento común de identidades múltiples. Las Autonomías, y de manera más precisa,
sus órganos ejecutivos y sus administraciones se han convertido en verdaderos núcleos de
poder en ámbitos sectoriales muy precisos y determinantes en muchas de las «políticas» del
sistema.
La “cuasifederalización” del modelo presenta desajustes en el proceso de inordenación de
voluntades. Las CCAA, a pesar de su influencia en muchas de las políticas más determinantes,
presentan una baja capacidad de influencia estratégica, y su importancia en la determinación
de las reglas de juego simbólico y estratégico del sistema son aun claramente marginales,
sobre todo dada la permanencia de rutinas procedimentales que convergen en Madrid como
centro decisor por antonomasia. En el caso del llamado “federalismo cooperativo” se parte de
una fuerte dosis de homogeneidad, pero al mismo tiempo ello exige una fuerte dosis de
multilateralismo, que se canaliza a través de los llamados mecanismos de inordenación. Como
el caso de los Lander alemanes. En España no disponemos de las estructuras institucionales
propias de un Estado federal en lo referente a la toma de decisiones conjuntas, ni tampoco es
vista esa solución como auspiciable por parte de las nacionalidades que temen perder la
capacidad de encontrar salidas a sus diferencias si se va cerrando la puerta del bilateralismo
vigente. El propio Estado juega con esas desconfianzas cruzadas (la del conjunto de
Autonomías que recelan ante la capacidad de presión de los nacionalismos periféricos, como la
de estos últimos para con las soluciones federalizantes vistas homogeneizadoras) para
mantener una forma de operar que sigue manteniendo en los aparatos estatales una gran
capacidad de maniobra y de decisión estratégica. Por tanto, al margen de un balance
globalmente muy positivo de estos años de descentralización autonómica en España, se vive
una situación poco eficiente desde muchos puntos de vista. No se acaban de resolver de todo
ni los problemas de la descentralización, ni se resuelven tampoco los problemas de la
diferenciación y del reconocimiento diferencial.
Por otro lado, el entono ha cambiado rápidamente en estos años, por lo que no podemos
seguir hablando del funcionamiento del Estado de las Autonomías sin tener en cuenta que
estamos en una situación distinta de la de 1980: mundialización económica, dificultades
políticas para dar respuesta a los nuevos retos, procesos de cesión hacia organismos
supraestatales de ámbitos decisionales importantísimos, lógicas de partenariado público y
privado cada vez más presentes en muchísimos ámbitos. En un sistema de red, lo que
caracteriza precisamente su funcionamiento es su fuerte interdependencia, un significativo
grado de continuidad en las relaciones entre sus componentes, y la falta de un centro
jerárquico capaz de decidir en nombre de todos en cualquier circunstancia. Interdependencia,
continuidad y no-jerarquía son elementos centrales de ese sistema. Y en ese contexto es en el
que debería irse con tiento al tratar de poner en marcha nuevas fórmulas de coordinación o
cooperación, que sin duda pueden querer resolver problemas existentes, pero que pueden
derivar o ser vistas como viejas fórmulas de sumisión y de jerarquía. De hecho, las
capacidades reales de intervención de cada autoridad en un sector determinado llegan a
depender más que de sus competencias formales, de factores como las disponibilidades
presupuestarias, el acceso a información relevante o la magnitud de sus recursos técnicos.
Esto provoca que los sistemas de coordinación terminen siendo el resultado, más que de las
previsiones formales del Derecho constitucional, de complejos procesos de interacción y
negociación intergubernamental.
Reflexiones finales. La crisis económica se ha manifestado con gran intensidad en todas las
CCAA, aunque se observan elementos diferenciales entre las mismas. Las diferencias en
términos de crecimiento económico y tasas de paro se explican por diversos factores, como el
peso previo del sector inmobiliario, la capacidad industrial y exportadora de las Comunidades,
el nivel de endeudamiento de las empresas y las familias, y el tamaño relativo de la
administración pública. La conexión entre los sectores públicos autonómicos y la crisis
económica es bidireccional. Por un lado, la crisis económica, fundamentalmente en forma de
crisis financiera e inmobiliaria, se ha trasladado a las cuentas públicas originando déficit
abultados y aumento del endeudamiento público, debido al desplome brusco de ingresos, que
estaban muy ligados a la actividad inmobiliaria, y al desarrollo de políticas discrecionales de
impulso de la actividad y el empleo desarrolladas en los dos primeros años de crisis. Las
políticas fiscales expansivas desplegadas entonces por las Comunidades en paralelo a las del
Estado explican en buena medida la leve recuperación económica experimentada en 2010 y
primera parte de 2011. Sin embargo, el ajuste fiscal brusco y generalizado, en forma de recorte
de gasto y aumento de impuestos, que comienza a instrumentarse en la segunda mitad de
2010 (en las CCAA ya entrado el año 2011), explica en buena medida el significativo deterioro
de la actividad económica en el último trimestre de 2011, el agravamiento de las tensiones
fiscales y, lo que es peor, el empeoramiento de las perspectivas de crecimiento a medio plazo.
Por una parte, el gasto social (sanidad, educación, protección social…) es intensivo en factor
trabajo, lo que implica que las políticas de recorte acaban manifestándose en aumentos del
desempleo, agravando la situación actual. Además, aunque existan problemas de deficiente o
ineficiente gestión de los servicios, o distintos casos de corrupción, no debe extenderse su
alcance para poner en cuestión el funcionamiento de los gobiernos autonómicos,
especializados en la gestión de los servicios mencionados, que son objeto de una demanda
creciente (en cantidad y calidad) por parte de los ciudadanos. Las ineficiencias y los problemas
de gestión de las Comunidades no difieren demasiado, en todo caso, de lo que ocurre en otros
niveles de administración y, como se pone de manifiesto en las encuestas de opinión
mencionadas, los argumentos a favor de la descentralización (cercanía de instituciones y
personas, autogobierno y defensa de intereses autonómicos o aspectos culturales e
identitarios) mantienen en la actualidad plena vigencia.
No parece que se pueda poner en cuestión el modelo autonómico español, ni que tenga
sentido la centralización de servicios, aunque sea necesario reconocer los problemas
principales del modelo y comenzar a proponer alternativas que puedan ser asumidas con
carácter general en una línea de coordinación y articulación institucional acorde con el
momento que vivimos en el contexto global. En este sentido, por ejemplo, sería un buen
momento para abordar las reformas compartidas ampliamente por las diferentes instancias
concernidas, tendentes a mejorar la eficiencia en la provisión descentralizada de servicios
sanitarios sin menoscabo de la calidad y equidad del servicio. Por el lado de los ingresos, y
dada la importancia de los servicios que prestan las Comunidades, podría ser interesante que
el Estado articulara algunas transferencias finalistas, de carácter temporal, por ejemplo
reforzando el Fondo de Cohesión Sanitaria, sobre todo si consigue allegar fondos europeos
adicionales para impulsar el crecimiento. Por su parte, parece oportuno reconsiderar la re-
cuperación de la imposición sobre la riqueza, cedida a las Comunidades, en su doble
manifestación, Patrimonio y Sucesiones y Donaciones. En un contexto recesivo como el actual,
el aumento coordinado de la presión fiscal sobre la riqueza, se muestra como una de las
medidas autonómicas de ajuste con menos efecto sobre la demanda agregada, dado que
recae en los ciudadanos que tienen más propensión al ahorro. En todo caso, la colaboración
entre los diversos niveles de Administración y el apoyo decidido a las Comunidades desde el
Gobierno central en el período más duro de la crisis parece indispensable para cumplir con los
objetivos de estabilización marcados y sin hipotecar los servicios sociales básicos que hoy
gestionan las CCAA.
TEMA 12. LOS ESTADOS DE BIENESTAR AUTONÓMICOS Y POLÍTICAS SOCIALES.
CONCLUSIONES POLÍTICAS SOCIALES Y GOBIERNO MULTINIVEL EN ESPAÑA. Raquel
Gallego, Ricard Goma y Joan Subirats.