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El concepto de Constitución nace hacia finales del siglo XVIII como producto
de la independencia de las colonias norteamericanas y de la Revolución
francesa. Sin embargo, en ese entonces no se trataba de una idea nueva ya
que desde la Grecia clásica, y también en el mundo romano, existía un intenso
debate sobre la necesidad de establecer, en toda comunidad política, un
conjunto de normas superiores al derecho ordinario capaces de articular y dar
continuidad a la polis.
En cualquier caso, es a finales del siglo XVIII, con la aparición del Estado
constitucional cuando se impone el concepto de Constitución como norma
suprema.
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En el sentido moderno del término.
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y el Ciudadano donde se señaló que “toda sociedad donde no se garantizaran
los derechos fundamentales y donde no existiera división de poderes no tendría
Constitución."
Utilizando una distinción teórica aportada por Aragón puede decirse que se
extendió la noción de supremacía constitucional, más no la de supralegalidad
constitucional. Esta última se refiere a la superioridad jerárquica que, en
estricto sentido jurídico, la Constitución adquiere sobre las leyes ordinarias
debido a su diversa fuente de producción.
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Tanto la primera Constitución francesa (1791) como la española de 1812 junto
con otras más tuvieron un carácter supralegal.
Sin embargo, la evolución en Europa del Estado liberal, condujo a que la ley se
convirtiera en la fuente principal de producción del derecho. Como
consecuencia inmediata, se consiguió que el Parlamento volviera a ser un
poder omnipotente que no encontraba por arriba de él ningún vínculo jurídico
que lo limitara.
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Ahora bien, esta transformación paradigmática se produjo, principalmente,
gracias a la actualización y la extensión en todas las Constituciones del
principio de rigidez constitucional.
Con esta técnica jurídica se obtiene como resultado que las normas de la
Constitución queden supraordenadas a la legislación parlamentaria,
estableciéndose una importante diferencia entre ley constitucional y ley
ordinaria.
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Sin embargo, esta técnica de rigidez constitucional de poco serviría si el
sistema jurídico no contara además con el instrumento necesario para hacerla
efectiva.
Esta supralegalidad permite ordenar y dar unidad a todo el orden jurídico con
base en un sistema de fuentes del derecho, cuya estructura es piramidal. La
fuente máxima (y por ello es norma suprema) es la Constitución. Ésta, a través
de las normas de producción jurídica, regula los procedimientos a través de los
cuales deben ser creadas las normas ordinarias.
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En este sentido (punto de vista formal) una norma producida por el Poder
Legislativo, sólo será válida si sigue el procedimiento de creación establecido
por la propia Constitución.
Las normas constitucionales también imponen límites materiales que deben ser
respetados por las normas secundarias. El mejor ejemplo son los derechos
fundamentales.
El Poder Legislativo no puede producir una ley que en su contenido vulnere los
principios y los valores que establecen dichos derechos.
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