Você está na página 1de 273

LOS MÉTODOS DE DIOS PARA UNA VIDA SANTA

Donald Grey Barnhouse: “Al que nos ama y nos ha liberado de

nuestros pecados con su sangre”.

1
CONTENIDO

Prefacio ..................................................................................... 3

Prólogo ..................................................................................... 6

Aseguramiento ........................................................................... 9

Conocimiento ........................................................................... 47

Limpieza.................................................................................. 83

Camino ................................................................................. 120

El Poder Del Estudio De La Biblia .............................................. 159

El Poder Del Amor De Cristo..................................................... 191

El Poder De La Bendita Esperanza............................................. 214

El Poder Del Espíritu ............................................................... 239

2
PREFACIO

En Keswick, en Inglaterra, situado en el encantador Derwentwater en

el Distrito de los Lagos, famoso por el poeta romántico William

Wordsworth, por el gran maestro de la prosa inglesa John Ruskin y

tantos otros, la tercera semana de julio de cada año, durante tres cuar-

tos de siglo, he visto la reunión de varias miles de personas de Dios

para una semana de conferencias bíblicas sobre la profundización de la

vida espiritual. El autor visitó por primera vez Keswick justo después

de la Primera Guerra Mundial, y habló por primera vez desde su plata-

forma en 1935. En 1936 fue invitado a hablar todas las tardes en la

gran carpa y trajo una serie de estudios que se publicaron en Inglate-

rra, pero nunca en América, bajo el título los “Métodos de Dios para

una vida santa”. Estos tenían una circulación considerable en las Islas

Británicas, pero sólo alrededor de 5000 fueron importados y vendidos

en América, ya que la llegada de la Segunda Guerra Mundial hizo que

la importación fuera imposible. Dos años después, en 1938, se le pidió

3
al autor que diera las lecturas de la Biblia en Keswick. Una Lectura de

la Biblia en Keswick es algo muy especial, y sigue ciertas líneas esta-

blecidas casi tanto como un compositor de música sinfónica, que se

compone de tres movimientos según una fórmula clásica. Yo no sabía

esto en ese momento, y cuando entregué los mensajes uno de los pe-

riódicos religiosos británicos dijo: “Cualesquiera que fueran estos men-

sajes, no eran simplemente lecturas de la Biblia, ya que fueron bende-

cidos por los oyentes”. Ahora en este volumen presente estas dos se-

ries de estudios devocionales se imprimen juntos. La primera mitad ha

aparecido en forma impresa en varias ediciones y ha vendido decenas

de miles de copias bajo el título “La vida por el Hijo”. Como ambos

pequeños volúmenes están agotados, la reimpresión de los dos en una

sola edición estadounidense puede tener algún valor. No será necesario

leer más de una página al azar para descubrir que estos estudios son

muy simples. Estaban destinados a proporcionar a un joven cristiano

una cartilla de verdad para el crecimiento cristiano. Creo que no es

4
exagerado afirmar que varias miles de personas me han escrito o ha-

blado en los años transcurridos, para contarme sobre las bendiciones

en sus vidas a través de estos estudios. En cada ocasión en que volví

a Keswick, varias personas me han dicho que los estudios de este libro,

fue el medio para llevarlos a “todas las cosas nuevas” en su vida con

Cristo. Con la esperanza de que estos estudios puedan tener una parte

continua en la construcción de vidas cristianas, este volumen se publica

una vez más. Me gustaría recordar al lector que cualquier bendición

recibida, pone al lector con una deuda para orar por el autor, que cada

vez siente una necesidad más profunda de descansar únicamente en

Dios.

Donald Grey Barnhouse

5
PRÓLOGO

Éstos son mensajes prácticos. Te será imposible leerlos sin ver que

surgen de muchas experiencias de vida, y aprender a tener toda la Vida

por el Hijo. Gálatas 2:20 nos dice: “Con Cristo estoy juntamente cru-

cificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en

la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó

a sí mismo por mí”. Esta vida, dice Pablo, se vive en la carne. Pero,

alabado sea Dios, no es necesario vivir según la carne. El autor debe

decir que todavía es un aprendiz en esta escuela de vida por el Hijo. Él

ha visto a su propio hijo de nueve años enseñando cuidadosamente las

cartas a su hermana de tres años. Debido a que el niño de nueve años

enseña lo que sabe, eso no significa que él mismo no tenga nada más

que aprender. Entonces, hermanos, no cuento que haya sido arreba-

tado, pero a mis hermanos más jóvenes en la fe les puedo enseñar

algunas de las lecciones que las he aprendido a lo largo del camino. Se

6
debe decir una palabra especial sobre estos estudios. Han sido cuida-

dosamente pensados, durante un período de años, y finalmente fueron

entregados como Lecturas de la Biblia en la gran carpa inglesa en Kes-

wick, Inglaterra. Allí, miles los escucharon y salieron en el informe im-

preso a todas partes del mundo. El cuarto de estos estudios, que se

titula “Caminando”, fue impreso con un prólogo que debería repetirse

aquí. La esencia de esto se relaciona con el hecho de que, como se

había planeado los mensajes en anticipación de la Convención, se había

usado un cuarto mensaje diferente, lo había abandonado por otro y

todavía no tenía libertad. Finalmente, saliendo de la pequeña carpa en

medio de la recepción misionera, el miércoles por la tarde, fui a mi

habitación con la certeza de que debía preparar un mensaje totalmente

nuevo para la enseñanza de mañana. Con una reticencia natural que

era casi repugnancia, preparé el mensaje muy personal que sigue, y

que me vino con una fuerza impulsora. Fue recibido de tal manera que

supe que había sido bendecido para muchos corazones. Sin duda, el

7
Señor tenía un propósito especial. Desde entonces, han pasado varios

meses y se ha corrido la voz desde varias partes del mundo, contando

las bendiciones que se han recibido debido a la simplicidad de estos

mensajes, entonces, no como ensayos pretenciosos, sino como men-

sajes cálidos para el corazón, para que juntos crezcamos en la gracia

y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Donald Grey Barnhouse

Greensboro, Carolina del Norte.

8
CAPÍTULO 1

ASEGURAMIENTO: BASE PRÁCTICA DE LA SANTIDAD EXPERI-

MENTAL

Hace algún tiempo fui invitado a hablar con un grupo de personas de

la sociedad, en una reunión que se celebró en las salas de uno de los

grandes hoteles metropolitanos. El presidente se levantó al comienzo

de la reunión y anunció que se había recibido un telegrama, dirigido a

cierto hombre, y que podría obtenerlo al llegar al frente de la sala. El

joven se adelantó y recibió su mensaje, con el acompañamiento de un

poco de risa cortés y algunos aplausos gentiles. Unos momentos más

tarde, fui presentado como el orador de la noche. Le dije a esa audien-

cia que tenía un mensaje para cada uno de ellos, dirigido directamente

a cada individuo, como el telegrama que había sido para ese joven. Lo

mismo es cierto de los mensajes que se darán aquí. Si la Palabra de

Dios contuviera su nombre, siempre tendría miedo de que el mensaje

9
se dirigiera a otra persona del mismo nombre. Hay unas catorce pági-

nas con el nombre de John Smiths en el directorio telefónico de Nueva

York, e incluso si el nombre perteneciera a un grupo raro, siempre

existiría la posibilidad de una identidad errónea, si el mensaje del Evan-

gelio tuviera su nombre en él. Pero Dios nos ha dado Su Palabra en

términos tales que cada uno de nosotros que la oye o la lee, puede

saber que Dios está hablando directamente a su propia necesidad, y

quiero que esto esté en tu consciencia al seguir la Palabra que Dios me

ha dado para ti. La función del verdadero ministro de Jesucristo es

predicar el mensaje que le es dado por el Señor. El escéptico puede

preguntarse si Dios alguna vez ha hablado por labios humanos, pero

aquellos que han sido salvados por el Señor, han recibido el oído de las

ovejas para conocer la voz de Su Maestro; y siempre reconocerán sus

tonos, a través de los diferentes labios que puedan hablarles, y no

seguirán a otro. Cuando recibimos el llamado de Dios para ministrar

Su Palabra, sólo somos responsables ante Él por nuestra fidelidad al

10
predicar lo que Él nos da para predicar. Ésta fue la palabra que le vino

a Jonás, “Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en

ella el mensaje que yo te diré” (Jonás 3:2), y no puede haber fruto

aparte de la obediencia a este Mandamiento Divino. El Señor debe pro-

porcionar el mensaje; nosotros debemos simplemente entregarlo. Si

un joven solicita un trabajo para entregar telegramas, no se le permi-

tiría seleccionar los mensajes que él entregaría. No podría pedir esos

mensajes que anunciaban bodas, nacimientos y avances en el mercado

bursátil, ni rechazar los que hablaban de pérdida, enfermedad y

muerte. Su función sería tomar cada mensaje que llegó y entregarlo lo

más rápido posible a la persona a la que se dirigió dicho mensaje. Así

debe ver el ministro del Evangelio de Cristo su obra. Hay momentos en

que el mensaje debe ser un mensaje de condenación, porque en algu-

nos casos es “a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a

aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es sufi-

11
ciente?” (2 Corintios 2:16). Estoy agradecido, sin embargo, de que es-

tos mensajes, en su mayor parte, serán palabras de alegría, ya que

son palabras de consuelo, seguridad, curación, liberación y poder.

Puede haber momentos de dolor para algunos lectores, al igual que el

corte afilado del bisturí sostenido por el cirujano, para proceder a la

limpieza y a la curación, pero el final es “justicia, paz y gozo en el

Espíritu Santo”. Sé que este pequeño libro irá a todos los campos de

misiones extranjeras y será leído en todas partes del mundo, por per-

sonas en todos los estados concebibles para su avance espiritual. De-

bes darte cuenta de que se requiere tanto llenarse del Espíritu de Dios

para recibir un mensaje como para hacerlo, prepararlo y darlo. Por lo

tanto, se detendrá un momento y le preguntará al Señor cómo está

usted que está a punto de recibir este mensaje. ¿Cuál es tu estado

mental y tu corazón? ¿Te rindes a él? Quizás el punto decisivo de toda

su experiencia espiritual se alcanzaría en este preciso momento, si se

12
detuviera y dijera: “Habla, Señor; porque tu siervo oye”. “Habla, Se-

ñor, en la quietud, mientras te espero, calmado mi corazón para escu-

char, con expectativa”. La base práctica de la santidad experimental,

es la seguridad de que el trabajo de la salvación se ha realizado en

nuestros corazones, y que se ha hecho para siempre. Ningún cristiano

puede entrar en lo más profundo de la vida cristiana, ni puede llegar a

ser útil para Dios, hasta que llegue a un lugar seguro en cuanto a su

propia relación con Dios. Mientras un hombre tenga dudas sobre su

propia salvación personal, nunca podrá comunicar una fe viva y vital a

los demás. Sin embargo, hay innumerables cristianos que no tienen

ninguna seguridad acerca de su salvación. Todos aquellos dentro de la

Iglesia Católica de Roma, por ejemplo, que han visto a través de las

nubes del error, el corazón de la verdadera fe en Cristo, están, sin

embargo, en una esclavitud de temor en cuanto a la finalidad de la

salvación que esperan. No tienen otros motivos de liberación, sin em-

bargo, todavía les preocupa mucho que no mueran en un estado de

13
ánimo que no está dentro de la fe, y así se pierden. Dentro de la Iglesia

Protestante, por extraño que parezca, a pesar de los siglos de vida con

una Biblia abierta, hay multitudes que están en la misma esclavitud.

No pueden decir nada más allá del hecho de que “esperan” que se

salvarán; están “intentando” ser salvados; ellos están “haciendo su

mejor esfuerzo” para ser salvados. Pero ninguno de éstos tiene el co-

nocimiento firme y seguro de la certeza actual de su salvación, que es

el derecho otorgado por Dios para cada alma que ha sido salvada por

medio de Jesucristo. Hay denominaciones enteras que niegan la finali-

dad de la salvación, enseñando que es posible perder la salvación des-

pués de haber sido poseída, enseñando que uno puede nacer de nuevo

y luego no nacer, enseñando que es posible ser parte del cuerpo de

Cristo, y luego ser separado de él. Ellos basan su enseñanza en la es-

peculación humana, o en una pequeña porción de la Escritura, gene-

ralmente desviada de su contexto. Aquellos que enseñan que no tene-

mos derecho a la certeza están perfectamente descritos en la Epístola

14
a los Hebreos, “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto

tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los

primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser

tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo

aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia,

porque es niño” (Hebreos 5:12-13). Por lo tanto, Dios nos enseña muy

definitivamente que hay una diferencia entre la crianza espiritual y la

posición fuerte de alguien que ha crecido hasta la madurez espiritual.

La diferencia entre un bebé y un adulto, es que el adulto ha pasado por

la adolescencia y ha tenido su cuerpo tan desarrollado que ahora puede

reproducirse para la próxima generación. El niño no puede hacer esto.

Por lo tanto, Dios se queja legítimamente de que muchos creyentes

siguen siendo niños cuando deberían ser ya maestros, capaces de lle-

var a otros a un conocimiento de Cristo. Los siguientes versículos de

este pasaje muestran que las verdades elementales deben ser conoci-

das y fundamentadas con un sólido fundamento, y que cuando la base

15
es segura, en adelante debe darse por sentada y nuestro tiempo dado

para la construcción de esta superestructura. “Por tanto, dejando ya

los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección;

no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muer-

tas, de la fe en Dios” (Hebreos 6:1). Sin embargo, debemos detenernos

un momento para hacer que el plan de salvación sea muy simple y

seguro. Una simple ilustración será suficiente para esto. Hace algún

tiempo, un grupo de jóvenes de una iglesia en otra parte de nuestra

ciudad, me preguntó si podían tener una conferencia conmigo sobre el

tema de la salvación. Aproximadamente treinta de ellos vinieron a

nuestro servicio vespertino un día domingo, y luego vinieron a nuestra

casa para hablar sobre este asunto de una manera íntima. Una mujer

joven habló por el grupo y les preguntó cómo podían saber si su sal-

vación era segura. “¿Exactamente qué es lo que Dios requiere de no-

sotros para ser salvos?” Fue la forma en que lo expresó. Respondí a

todo el grupo, respondiéndole personalmente. Tomé en mi mano una

16
pluma estilográfica y, mostrándola, le dije: “Aquí hay una pluma esti-

lográfica que es diferente de cualquier otra pluma del mundo. Esta di-

ferencia radica en el siguiente hecho. En el cañón del bolígrafo verás

que mi firma está grabada. Cuando compré el bolígrafo, lo colocaron

en una máquina y me dieron un lápiz de metal con el que debía firmar

mi nombre en una placa de metal, del mismo modo que lo firmaría en

un cheque u otro documento. Cuando lo hice, los impulsos eléctricos

comunicaron esa firma a una herramienta de grabado y mi firma quedó

grabada en el cañón del bolígrafo. “Entonces le pregunté si tenía un

bolígrafo como ese, que estuviera marcado con mi firma. Por supuesto,

ella respondió que no. Y aquí permítanme referirme a otro incidente

relacionado con la firma en mi pluma. Hace dos o tres años, mientras

estaba en Israel, pasé una noche en el albergue alemán de unas dia-

conisas luteranas en lo alto del Monte Carmelo. Un árabe trepó por la

tubería del desagüe, entró por la ventana y robó mi billetera y mi pluma

estilográfica. Tiró la billetera y guardó los dólares y las libras esterlinas

17
que había en ella. Cuando la policía lo atrapó, él dijo que era su dinero,

que se lo había ganado, pero pasó por alto la firma que era casi invisi-

ble en el bolígrafo. Recuperé mi dinero y lo enviaron a la penitenciaría

durante dos años. Los tribunales británicos reconocieron que no había

otro bolígrafo como éste. Entonces le dije a la joven: Ahora, suponga-

mos que tengo el derecho de preguntar, y el poder para hacer cumplir,

que nunca más deberías abandonar esta casa a menos que hayas co-

locado en mi mano derecha una pluma estilográfica que haya sido gra-

bada, no con una imitación o una falsificación, sino con mi firma real.

¿Cuál sería el resultado? Ella respondió que se vería obligada a perma-

necer en esta casa hasta el final de sus días. Luego, con mi mano iz-

quierda, le ofrecí el bolígrafo, y le dije: Pero supongamos que debería

sacarte este bolígrafo con la mano izquierda y ofrecértelo como un re-

galo, mientras aún sostenía mi mano derecha para recibirla ¿Qué exijo?

Ella entendió de inmediato, y respondió: Todo lo que tendría que hacer

sería recibir el bolígrafo de su mano izquierda y colocarlo en su mano

18
derecha. ¿Sería entonces libre de irme?, le pregunté. Dado que esa era

la única condición que usted propuso, sería perfectamente libre de

irme, respondió ella. Le pedí que sacara el bolígrafo de mi mano iz-

quierda y que lo colocara en mi mano derecha para que ella pudiera

ver lo simple que era, y luego hice la aplicación espiritual que no era

sólo para ella, sino para cada uno que lee estas palabras de Dios el

Padre, el Justo y el Santo, que nos exige lo que no poseemos. La mano

derecha de Su santidad se extiende hacia nosotros, y Él exige que le

demos una santidad igual a la suya. Su propia naturaleza requiere que

pida la perfección a todos los que entrarían en su presencia, allí para

vivir y permanecer en comunión con él para siempre. Recuerdo que

uno de mis profesores dijo que la justicia de Dios era la justicia que Su

santidad requiere, que Él mismo requiere. Pero cuando examino mis

logros a la luz de sus demandas, veo que no tengo nada que pueda

ofrecerle nunca, y sé que debo ser condenado a menos que haga algo

al respecto. Y luego la mano izquierda de su amor me muestra la cruz.

19
Allí aprendo que Él tomó mi pecado y me proporcionó Su propia justi-

cia. Nada más puede satisfacer a Dios. Nada puede reemplazar esta

rectitud. Entonces, por la fe yo, como un pecador pobre y perdido, voy

a la Cruz de Cristo para recibir la justicia de mi Salvador. Luego voy a

Dios y pongo esa justicia en la mano de Su demanda, y todos Sus

requisitos se cumplen, una vez y para siempre. Soy recibido inmedia-

tamente, y allí está plantada la vida de Cristo, la vida eterna. Por lo

tanto, tengo vida eterna, ahora, como una posesión permanente y pre-

sente. Sólo el hombre que posee, y sabe que posee esta gran riqueza,

puede vivir en gran medida y ayudar a otros. Un hombre que posee,

pero no está seguro de que su cuenta es buena, y, por lo tanto, no

recurre a ella, es, para todos los propósitos prácticos, un mendigo. Lo

mismo sucede con esta cuestión de la presente posesión de la vida

eterna. Sé que soy salvo. Estoy tan seguro de que voy a estar en el

Cielo como estoy seguro de que mi Señor Jesucristo ya está en el Cielo.

La primera vez que escuché a alguien hacer una declaración como esa,

20
me dejó sin aliento por un momento. Entonces me di cuenta de que no

era una presunción engreída, sino la fe más simple. El hombre que

habló así creyó en la Palabra de Dios y supo que su salvación dependía

“de nada menos que la sangre y la justicia de Jesús”. Por lo tanto, se

atrevió a creer que lo que Dios dijo al respecto es la verdad. La única

presunción que se puede encontrar en el asunto de la seguridad, es de

la persona que cree que es posible perder su salvación, y que aún con-

tinúa creyendo que es salvo. Está en la posición engreída de creer que

ha cumplido las condiciones que él cree que están involucradas en su

salvación condicional. Si la salvación fuera condicional, ¿quién viviría

en otro estado que no fuera el miedo mortal? Pero “el perfecto amor

expulsa el miedo”, y no es nuestro amor perfecto, sino su amor per-

fecto en nosotros lo que hace que no tengamos miedo, cuando simple-

mente descansamos en el trabajo final del Calvario. La Palabra de Dios

es la garantía de nuestra salvación y el fundamento de nuestra segu-

ridad. No hay nada evasivo en el mensaje, es directo y seguro. Ésta es

21
una de las razones por las cuales muchas personas han encontrado

consuelo en la Palabra de Dios. Es un terreno sólido de certeza. Una

antigua escocesa estaba en lo cierto cuando dijo: “A menudo tiemblo

sobre la Roca, ¡pero la Roca nunca tiembla debajo de mí!” Cristo “habló

como Uno que tiene autoridad y no como los escribas”, y aquellos que

lo siguen, llenos de Su Espíritu, hablan con seguridad. Lucas comienza

a escribir “de aquellas cosas que sin duda se cree entre nosotros” (Lu-

cas 1:1). Juan escribe con una certeza que es una de las marcas de su

autoría. El Evangelio que lleva su nombre como la más larga de sus

epístolas, lleva en sus declaraciones definidas acerca del propósito de

la Escritura, y el nombre del grupo al que se dirigen. Volvemos al Evan-

gelio y leemos: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es

el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nom-

bre” (Juan 20:31). Dios no está interesado principalmente en las opi-

niones intelectuales de los hombres, pero sí quiere que crean con esa

creencia que produce la vida, esa implantación sobrenatural de la vida

22
divina, que es la obra de Dios en el corazón de aquel que cree las

declaraciones simples que Dios ha hecho concerniente a la muerte de

Su Hijo. Este Evangelio está dirigido a usted, no importa quién sea, ya

que es el Evangelio el que tiene un atractivo universal, ya que cumple,

como lo hace, con la necesidad de toda la raza humana. Para cada

rebelde viene la oferta de una solución extrajudicial. Para cada pecador

viene la promesa de una vida sobrenatural. Puedes convertirte en un

participante de la naturaleza Divina. Puedes tener la justicia de Cristo

puesta a tu cuenta y la vida de Cristo plantada dentro de ti. Cuando

llegamos a la Epístola de Juan encontramos que es mucho más restrin-

gida en su alcance o circulación, y está dirigida a unos pocos. Uno de

los principios importantes en el estudio de la Biblia es, darse cuenta de

que no toda la Biblia fue escrita para cada uno. Esta Epístola de Juan

se limita a un grupo particular de personas. ¡Qué tragedia ha existido

en nuestras iglesias porque el mensaje bíblico completo se presenta

con frecuencia como perteneciente a todos! Los jóvenes que no han

23
nacido de nuevo, escuchan mensajes que fueron diseñados para for-

mar a los creyentes en la verdad avanzada de Cristo, y como resultado

han intentado vivir una vida cristiana sin tener la vida de Cristo para

permitirles vivir esa vida cristiana. Alguien puede entregarte lienzos,

pinceles y oleos, poniéndote frente a un Rembrandt o a un Velázquez,

y te dice que lo tomes como ejemplo y que produzcas una obra maestra

como esas. Tendrás razón al responder: “No necesito un ejemplo, ne-

cesito un talento que no poseo”. Alguien puede darle papel y pluma

con Shakespeare para su ejemplo, y pedirle un drama inmortal como

el suyo. Tendría razón al responder: “No necesito un ejemplo; conozco

el trabajo de Shakespeare de memoria. Lo que necesito es el talento,

que no lo tengo”. Así que todos los sermones sobre la vida cristiana

son inútiles para el que no ha nacido de nuevo. El Evangelio, con su

oferta de salvación, con su asentamiento en gracia de las demandas

de Dios contra los rebeldes, es para todos. Pero las partes de las Es-

24
crituras, como los sermones sobre la vida cristiana, son sólo para aque-

llos que han creído. Al final de su Epístola, Juan dice: “Estas cosas os

he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para

que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del

Hijo de Dios” (1 Juan 5:13). Entonces todo en esa Epístola es sólo para

los creyentes. No intente tomar las verdades que vamos a estudiar a

menos que sepa que su nombre está en esa dirección. Cuán diferentes

son los dos grupos mencionados en el Evangelio y en la Epístola cu-

biertos por la sola palabra “usted”. El uno es tan amplio como el uni-

verso, el otro es tan angosto como la Cruz. Un candidato a la Presiden-

cia de los Estados Unidos puede hablar por un micrófono en una emi-

sora nacional las palabras “Te quiero” y el “tú” incluirá a todos los vo-

tantes de la nación. Pero cuando le dice a su esposa: “Quiero que te

quedes cerca de mí el Día de la Inauguración”, las mismas tres palabras

se han reducido de millones a una sola persona. Éste es precisamente

el efecto de las dos cláusulas en el Evangelio de Juan y en la Epístola

25
de Juan. “Estas cosas les he escrito”, y “estas cosas te he escrito”. Una

es tan universal como la fiebre de la raza humana, y la otra tan entra-

ñable como un novio que habla con su novia. Sin duda, si eres una

persona de honor: No abrirías las cartas de alguien sin permiso. Le han

educado para creer que es muy deshonroso manipular una carta diri-

gida para otra persona. Entiendes, entonces, este hecho. ¿Has creído?

Si no, el resto de este libro no es para ti. Si es así, estas cosas pueden

ser recibidas por usted. Por última vez dejaremos en claro lo que se

requiere del alma que viene a Dios a través de Cristo. Hay quienes

hablan de condiciones. Hay una, y solo una, condición. Debe dejar de

confiar en usted mismo o en cualquier cosa que provenga de usted

mismo, y debe descansar sólo en Él. La palabra “descansar” debe to-

marse en su sentido más estricto. Esto conduce naturalmente a una

historia que ilustrará la naturaleza de una creencia mejor que cualquier

otra cosa que yo sepa. Cuando John G. Paton aterrizó en las islas Va-

nuatu, conocidas como el archipiélago de las Nuevas Hébridas para

26
comenzar su trabajo de misionero, se enfrentó a una tarea enorme. El

lenguaje nunca se había reducido a la escritura. Tenía que escuchar el

habla de los nativos y escribir en su cuaderno los sonidos que les es-

cuchó hablar. Poco a poco desarrolló un gran vocabulario, y finalmente

pensó que podría comenzar su trabajo de traducción de una parte del

Nuevo Testamento. No pasó mucho tiempo antes de que descubriera

que no tenía las palabras para “creencia”, “confianza”, “fe”. Uno no

puede llegar muy lejos en el Nuevo Testamento sin una palabra que

nos transmita la idea o pensamiento de “confiar”. Sin embargo, por

más que lo intentaba, no podía obtener ninguna expresión de este pen-

samiento para los nativos. Pero un día se fue de cacería con uno de los

isleños. El día era caluroso, el camino era largo. Se disparó a un ciervo

grande y la cacería bajó por la larga montaña hacia su casa. Los dos

hombres lucharon con su carga, y finalmente llegaron a casa. Arrojaron

al venado sobre la hierba y se dejaron caer, agotados en dos camastros

en el porche que daba al mar. El isleño dijo: “¡Dios mío, qué bueno es

27
extenderte aquí!” Era una expresión que Paton nunca había escuchado

antes, y se apresuró a grabarla en su cuaderno. Cuando se completó

su traducción, esta fue la palabra que usó para “creencia” y “con-

fianza”. “Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para

que cualquiera que se extienda sobre el Salvador, no se pierda, sino

que tenga vida eterna”. “Extiende tu vida sobre el Señor Jesucristo, y

serás salvo tú y tu casa”. Esto, entonces, es fe. Es alejarse de todo lo

que está en sí mismo, y la confianza absoluta en todo lo que Cristo ha

hecho por nosotros. Si ésta ha sido tu experiencia, entonces puedes

reclamar la promesa que acompaña al descanso en Cristo. Es algo que

te pertenece, entonces, como un derecho. Tienes derecho a decir: “soy

salvo”. He nacido de nuevo. Ahora poseo la vida eterna. Tienes ese

derecho, porque Dios te ha dado la autoridad para hablar así. El idioma

griego es muy fuerte en este punto. Nuestra palabra inglesa “poder”

se traduce con varias palabras diferentes del original. Existe la palabra

“dunamis” en el griego, de la que obtenemos las palabras castellanas

28
“dínamo” y “dinamita”, una palabra que significa poder explosivo. Esto

es usado por Pablo en el gran versículo: “Porque no me avergüenzo del

evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que

cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16).

Hay otra palabra, “kratos”, de la cual obtenemos las palabras “demó-

crata”, “plutócrata”, “aristócrata”, y las otras palabras que denotan

“gobierno”. Hay una tercera palabra griega, “exousia”, que significa

“autoridad”. Es la palabra usada en Juan: “Mas a todos los que le reci-

bieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos

hijos de Dios” (Juan 1:12). Es esta Autoridad Divina la que hace posible

que el cristiano sea valiente en sus afirmaciones de la vida eterna.

Desafortunadamente, el lenguaje positivo no está en el vocabulario de

muchos cristianos. Su experiencia con Cristo es vaga. Han confiado en

Él de la mejor manera que saben cómo hacerlo, y han cerrado los ojos

para dar un salto en la oscuridad, con la esperanza de que todo salga

bien. Alguien ha ido tan lejos como para decir que la fe es apostar en

29
Dios. Todo esto es una tontería a la luz de la Palabra de Dios. La fe es

todo lo contrario de una apuesta. La fe es la confianza en la Roca que

no se puede mover. “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo

este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniqui-

dad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19). Voy

a citar erróneamente, a propósito, la gran promesa que cierra la Epís-

tola de Juan. Usted puede medir su punto de avance espiritual ya sea

que lo haga o no, sobre su oreja. Tengo un amigo que es músico pro-

fesional, a quien no le gusta cierto himno, por lo que expresé mi sor-

presa. Me dijo que había una secuencia musical que no era correcta

según las leyes de la armonía. Admitió que era un punto muy fino y un

error que ocurría con frecuencia en la música, y dijo que pocos podían

discernirlo. Pero el error que voy a cometer al citar erróneamente a

Juan no es algo pequeño, que sólo un teólogo avanzado pueda distin-

guir. Todo creyente debería detectarlo de inmediato. Sin embargo, he

conocido cristianos que han sido miembros de la iglesia durante años

30
y que no han encontrado nada malo en la siguiente oración. “Estas

cosas les he escrito a ustedes que creen en el Nombre del Hijo de Dios;

para que esperes que tengas la vida eterna”. ¿Cómo te parece eso?

¿Parece normal, lo suficientemente piadoso? ¿El “yo” en lugar del “tú”

más moderno lo hace parecer más ortodoxo? Porque hay algunas per-

sonas para las que el todo en el estilo inglés de la versión King James

está bastante bien. Sin embargo, a la luz de lo que hemos visto que es

el Evangelio, una cita tan errónea sería una calumnia para la gracia de

Dios. Dios no puede hacer todo lo que Él ha hecho por nosotros en

Cristo y luego decirnos, simplemente, que podemos esperar que algún

día en el futuro tengamos la vida eterna. Tal expresión cambiaría el

pivote de la fe al esfuerzo del corazón humano, en lugar de colocarlo

donde Dios lo ha colocado, sobre la obra consumada de Cristo. Esto es,

por supuesto, lo que el Diablo quiere que hagan las personas, y pode-

mos decir, con toda certeza, que cualquier enseñanza que niegue la

finalidad y la plenitud de la salvación a aquellos que han descansado

31
en Cristo y cesaron de sus propias obras, es un error que proviene de

Satanás, incluso si el error se da bajo la apariencia de advertencias a

los creyentes para que tengan cuidado, no sea que estén presumiendo

sobre la gracia de Dios. Sin embargo, hay maestros que luchan contra

la Palabra de Dios y enseñan a las almas que nunca pueden estar ab-

solutamente seguros de la salvación, a menos que sigan produciendo

las condiciones de fe que le permitan a Dios seguir salvando. Había un

grupo de personas en la Iglesia de Galacia que creían y enseñaban así.

Para ellos, el Espíritu Santo escribió en Gálatas 3:1-3: “!Oh gálatas

insensatos! ¿quién os fascinó (o hechizó en el original) para no obede-

cer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado

claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de

vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con

fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais

a acabar por la carne?”. En otras palabras, habiendo tenido tus prime-

ros pasos en la salvación, la recepción de la vida de Dios a través de

32
la gracia absoluta, ¿eres tan tonto como para pensar que Dios te va a

obligar a mantenerte salvo por lo que haces? Sin embargo, los enemi-

gos de la gracia claman: “Te perderás si no sigues cumpliendo las con-

diciones”. Dios dice a través de Pablo: “Con Cristo estoy juntamente

crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo

en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se

entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Sí, nosotros que hemos

confiado en Cristo y hemos recibido su propia vida con su producción

interminable de fe dentro de nosotros, podemos reclamar el fuerte len-

guaje del Nuevo Testamento para nosotros mismos. ¿Hay algo que

pueda superar la seguridad de Pablo? “Por lo cual asimismo padezco

esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy

seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2

Timoteo 1:12). “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que

están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino con-

forme al Espíritu. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la

33
vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por

venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá

separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro-

manos 8:1, 38-39). Todo creyente en el Señor Jesucristo tiene el de-

recho de describir su experiencia con un lenguaje tan fuerte como éste.

Nuevamente decimos que estamos tan seguros de que estaremos en

el Cielo, ya que estamos seguros de que Cristo estará allí. Esto no es

orgullo o presunción, es una simple confianza. ¿Es presuntuoso creer

en Dios o dudar de Dios? Ciertamente, es el colmo de la arrogancia y

de un valor audaz que un creyente dude de lo que Dios ha dicho. La

Palabra va aún más lejos y la expresa en términos aún más fuertes.

Dios dice que aquel que niega la realidad de la salvación y la seguridad

de la posesión presente de la vida eterna, hace que Dios sea un men-

tiroso. Hace algunos años, estaba predicando en Bruselas a una con-

gregación de habla francesa. Un domingo por la mañana tomé como

34
tema la doctrina del nuevo nacimiento. En el transcurso de ese men-

saje, dije: “Sé que he nacido de nuevo. Sé que tengo la vida eterna. A

los creyentes se les ha dado el derecho de saber que estarán en el

Cielo, así que estoy seguro de que estaré allí”. A la mañana siguiente,

la campana en el pasillo sonó, y pronto el conserje trajo a mi oficina a

un joven con el uniforme del ejército belga. Llevaba las rayas de un

ayudante. Él había estado en la iglesia el día anterior, y de inmediato

comenzó a hablar de la manera en que había presentado mi mensaje.

“Señor pastor”, dijo, “su seguridad me asusta”. Si hubieras dicho, “Es-

pero ser salvo”, “estoy tratando de ser salvo”, “estoy haciendo lo mejor

que puedo para ser salvo”, “espero estar en el Cielo”, entonces podría

entenderlo. Pero para que usted diga tan dogmáticamente, “Sé que

soy salvo”; estoy seguro de que estaré en el Cielo, “¡Pastor, su segu-

ridad me asusta!”. Lo miré y le dije: “Ayudante, ¿está casado?” Con

cierta sorpresa, él respondió: “¡Oh, sí, lo estoy!” Inmediatamente, re-

pliqué: “Ayudante, ¡tu seguridad me asusta!” Si hubiera dicho: “Espero

35
estar casado”, “estoy tratando de casarme”, “estoy haciendo lo mejor

que puedo para estar casado”, “espero que después de haber vivido

con mi esposa durante veinte años, se casará”, entonces debería en-

tenderlo. Pero para que usted diga, “Estoy casado”, ¡su seguridad me

asusta! Oh, pero, “comenzó a protestar”, “no es lo mismo; no es lo

mismo”. ¿Por qué no es lo mismo?, le pregunté. “¿No fuiste al Ayunta-

miento (Alcaldía o Municipalidad) y te casaste?” Aquí debemos inter-

poner una palabra de explicación sobre el matrimonio en el continente.

La Iglesia no tiene parte. Es una ceremonia completamente cívica. No

existe un matrimonio religioso válido. Sólo el Alcalde de una ciudad

puede realizar la ceremonia de una boda. En las ciudades grandes, las

diferentes salas tienen alcaldes locales para tales ceremonias. Aquellos

que desean casarse pasan por ciertas formas preliminares; sus nom-

bres se publican en el pasillo del edificio durante un cierto número de

días, luego acuden al Ayuntamiento para la ceremonia final. En los

36
centros grandes, como Bruselas, hay magníficas habitaciones matri-

moniales, donde príncipes y campesinos deben asistir a la ceremonia

de matrimonio, y donde incluso hay un lugar para que los curiosos

puedan pararse y mirar. Llegan las parejas, algunas con zapatos de

madera, otras con magníficos trenes, y pasan, una detrás de la otra.

El Alcalde se para con el ancho cinturón tricolor sobre el hombro, el

color de la bandera nacional, toma los documentos que un asistente le

da y habla con los candidatos. Después de preguntar su identificación,

le dice al hombre: “¿Quieres que esta mujer sea tu esposa?” Luego, a

la mujer: “¿Quieres que este hombre sea tu marido?” Cuando han dado

su consentimiento, él dice: “Es deber del esposo proveer a la esposa

en todas las cosas”, y a la mujer: “Es deber de la esposa acompañar a

su marido donde quiera que viva”. Luego se firma un folleto de matri-

monio y es el turno de la próxima pareja. Si los que han estado casados

son buenos católicos, entonces van a la Iglesia para una misa nupcial.

Si son protestantes, van a lo que se llama el Templo para la bendición

37
del matrimonio. Si son judíos van a su sinagoga. Si no son nada, van

al café y beben. Con todo esto en mente, volvamos a nuestro Ayu-

dante. “Si hubieras dicho, espero estar casado”, podría entender, pero

que digas “estoy casado”: “¡tu seguridad me asusta!”. Aquí objetó que

no era lo mismo. Le dije: “Ayudante, ¿cómo sabe que fue el alcalde

quien realizó su ceremonia? ¿Cómo sabes que el alcalde no estuvo en-

fermo esa mañana y que el conserje no tomó su lugar? Me miró des-

concertado y luego gritó: ¡Pero estoy seguro de que fue el alcalde!”

“Pero ¿Cómo lo sabes?” Insistí. “Porque, ¿estarías realmente casado si

el hombre que realizó la ceremonia fuera un sustituto o un impostor?

¿El certificado de matrimonio sería válido si el nombre fuera una falsi-

ficación? ¿Estarías realmente casado?” Bueno, no “vaciló”, “pero estoy

seguro de que fue el alcalde”. “En otras palabras”, respondí, “tienes fe

en un hombre y en un documento”. La seguridad de que está casado

depende de la identidad del hombre y de la validez del documento.

Ahora no tengo ninguna duda de que tenías al verdadero alcalde, y que

38
realmente estás casado. Pero quiero que vean que, si bien puede haber

dudas con respecto a su matrimonio, no puede haber ninguna duda

con respecto a mi salvación. Mi seguridad depende, no de mí mismo,

sino de ese Hombre, Jesucristo. Esta Biblia es mi certificado de unión

eterna con él. Miro hacia la Cruz y lo veo morir. ¿Es Él un impostor, o

es el Eterno Jehová, hecho carne para morir en mi lugar? Cuando murió

en la cruz, pronunció esas palabras: “Todo está cumplido, consumado

es”, con las cuales selló mi salvación para siempre. Ahora, mientras Él

sea Quien diga que es, y mientras este Libro sea lo que Él dice que es,

entonces puedo estar persuadido de que nada puede separarme de Su

amor, y ya que una Epístola fue escrita para que nosotros podamos

saber que tenemos la vida eterna, voy a continuar diciendo: “Sé que

tengo la vida eterna”. Expresarlo de otra manera arrojaría calumnias

sobre la veracidad de Dios. Dios reconoce la validez de este argumento,

y dice: “Si recibimos el testimonio de los hombres”, es decir, si creemos

39
en los certificados de matrimonio, los horarios, los recibos y los che-

ques, y en las otras mil obras de fe que conforman la vida diaria, “el

testimonio de Dios es mayor” (1 Juan versículo 9). Extraño, ¿no es

cierto, que Dios debería tomarse la molestia de decirnos esto? ¡Qué

poco entendemos la diferencia entre nuestra naturaleza falible y su

fidelidad inmutable! Juan continúa diciendo: “Este es el testimonio de

Dios que ha testificado de su Hijo”. El que cree en el Hijo de Dios tiene

al Testigo en sí mismo. Es decir, cuando nacemos de nuevo, el Espíritu

Santo viene a morar en nuestros corazones. Es Él quien nos susurra:

“Hija Mía o Hijo Mío, tú eres Mía o Mío”. Es Él Quien siempre señala a

Cristo, para quitarnos nuestra confianza y ponerla para siempre en Él.

Entonces se alcanza el clímax cuando Dios dice: “El que no cree a Dios

lo ha hecho mentiroso, porque no cree en el registro o testimonio que

Dios dio de Su Hijo”. No puedo insistir demasiado en que estas palabras

no sean dichas a los incrédulos acerca de su no aceptar a Cristo. Ese

fracaso realmente le desmiente a Dios, pero no es la mentira de la que

40
se habla aquí. Más allá de toda duda, la única interpretación permitida

de este pasaje en la Epístola de Juan es la siguiente: El creyente que

ha admitido su propia pecaminosidad, que ha aceptado el veredicto de

Dios en cuanto a su condición perdida, y que ha recurrido a edificar su

vida sólo sobre Cristo, y quien posteriormente duda de que Dios real-

mente haya implantado la vida eterna dentro de él como su posesión

presente, por lo tanto, hace a Dios un mentiroso. Es como el resumen

de esta enseñanza que Dios nos da este texto: “Estas cosas les he

escrito a ustedes que creen en el Nombre del Hijo de Dios”, y esta vez

lo citamos correctamente, “para que sepan que tienen la vida eterna”.

Cuando los Wesley se convirtieron por primera vez, tenían poco para

ayudarlos a crecer en la verdad doctrinal. Tenían la Palabra y su propia

experiencia, y se abrieron paso vacilante a través de la Palabra de Dios.

No había escuelas bíblicas, ni convenciones de Keswick, ni una gran

cantidad de literatura cristiana para ayudarlos. A veces anhelaban algo

en sus vidas que en realidad ya tenían, pero no sabían que lo poseían.

41
Hay algunos niños en la guardería que le preguntan a la enfermera

sobre la vida. Al ser postergados con información falsa, los niños real-

mente pueden creer que fueron traídos a este mundo por una cigüeña,

y pueden seguir durante años pensando tal cosa. De la misma manera,

hay cristianos criados en un conocimiento incierto de la fe, que pueden

no saber exactamente lo que sucedió cuando nacieron de nuevo. Sin

embargo, el Dios Todopoderoso nos da en la Palabra el gran principio

de que, cuando nacemos de nuevo, Dios nos ha dado la vida eterna.

Poco después de haber “encontrado el descanso de sus almas”, uno de

ellos escribió un himno, todavía está en uso, que reconoce la función

del Espíritu Santo. “Tengo un principio interior, un miedo piadoso y

santo, una sensibilidad del pecado y el dolor para sentirlo cerca”. De

hecho, el principio estaba dentro. Estaba allí desde el principio. Ese

principio es una Persona. Ese principio es la vida eterna de Cristo, la

presencia que mora en el Espíritu Santo. ¡Oh, que los creyentes se den

cuenta de que Dios no puede mentir, y que, por lo tanto, Dios no

42
miente cuando dice que ha dado la vida eterna a todos los que han

confiado en Su Hijo! Él no nos ha prometido nada excepto la vida

eterna. ¿Qué leemos? Él dio a su Hijo unigénito para que todo aquel

que en él cree no perezca, sino que tenga seis meses de vida. ¡Qué

tontería! Y si Él nos prometió seis meses de vida, ¿cuándo podríamos

perderlo? ¿Podría dejar de ser nuestro en cinco meses? ¡Por supuesto

que no! Seis meses de vida en la promesa de Dios, no podrían perderse

antes de los seis meses. Nunca debemos olvidar que “los dones y el

llamado de Dios son sin arrepentimiento, es decir son irrevocables”

(Romanos 11:29). ¿Es la vida de diez años que Él nos ha dado? Enton-

ces no podría perderse antes de los diez años. Entonces, ¿qué tipo de

vida dice que nos ha dado? Él dice que es la vida eterna. Pero, Señor,

¿realmente significa que la vida eterna es eterna? Él es tan paciente

con nosotros como con un niño pequeño, porque lo hace doblemente

claro y seguro, como el carpintero que da la vuelta al tablero y cierra

la tabla del otro lado. “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me

43
siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las

arrebatará de mi mano” (Juan 10:27-28). A pesar de esto, es necesario

que señalemos que un maestro, al menos, ha escrito en contra de la

seguridad y la confianza del creyente, diciendo que no podemos recla-

mar la promesa de la vida eterna como tampoco agregar algo a la

duración de la vida, la existencia del creyente. La verdad es, por su-

puesto, que todos los hombres tienen existencia eterna. Quien cree en

Cristo como Salvador ha cambiado a la vida. Ése es solo el punto. Es

una calidad de vida, y no simplemente una duración. El escritor en

contra de la seguridad continúa: “¿Puede esta calidad de vida terminar

en el creyente?” Y responde que él cree que sí. Él no da ninguna Escri-

tura en lo absoluto por su simple declaración. Por el contrario, la vida

que Dios nos ha dado es la vida de su Hijo. Todos los que Él ha llamado,

Él también los ha justificado, y todos los que Él ha justificado, Él ya los

ha glorificado. Dios nunca comienza nada que no traiga a su fin. El

mundo puede comenzar aquello que no puede terminar, pero Dios dice:

44
“El que ha comenzado una buena obra en usted, la seguirá perfeccio-

nando hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). Aquí están las tres

grandes doctrinas de la obra de Dios dentro de nosotros. El que ha

comenzado una buena obra en ti, es decir, la justificación, continuará

perfeccionándola, es decir, la santificación hasta el día de Jesucristo,

esto es la glorificación. No hay cambio en Dios, y no habrá cambio en

Su obra en nosotros. Esta verdad se enseña de otra manera en las

Epístolas. Dios dice: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el

cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30). Este

es, por supuesto, el claro anuncio de que el Espíritu Santo, que ha sido

el instrumento de nuestro nuevo nacimiento, y que ha venido a vivir

dentro de nosotros, para hacer de nuestros cuerpos su templo, también

nos ha colocado en Cristo, sellándonos allí hasta el día en que Él nos

dé nuestros cuerpos eternos, y seremos hechos como Él en todas las

cosas de la realidad, ya que ya hemos sido hechos como Él por Su

promesa. Es el anuncio de que Dios nos ha dado un regalo que nunca

45
se puede perder. Si fuera algo menos que esto, tendríamos que leer:

No contristéis al Espíritu Santo de Dios, mediante el cual estáis sellados

hasta el día de vuestro pecado, o hasta el día en que Dios vuelva a

cumplir sus promesas, o hasta el día en que la nueva creación puede

ser creada. Todo es tan evidente que ningún evento así es posible.

“Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre;

a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el

hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese” (Juan 17:12), y

“Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arre-

batar de la mano de mi Padre” (Juan 10:29).

46
CAPÍTULO 2

CONOCIMIENTO: CAMINO PRÁCTICO HACIA LA SANTIDAD EX-

PERIMENTAL

Ahora que hemos establecido juntos que la seguridad de la salvación

es la base práctica de la santidad experimental, podemos pasar a la

superestructura de la vida cristiana. Estoy completamente convencido

de que nadie puede conocer la santidad bíblica hasta que sepa que la

salvación es segura, que la salvación nunca puede perderse, que es la

vida eterna misma, el don del Padre en la regeneración, algo que nunca

puede ser retirado por Dios, o tocado en lo más mínimo por el enemigo,

Satanás. Cuando así podemos decir: “Sé que tengo vida eterna, sé que

tengo el principio interior sobre el cual se construirá todo el resto de la

vida cristiana”, podemos seguir adelante con Dios. En este segundo

capítulo de nuestro estudio, encontramos que como la seguridad es la

base práctica de la santidad experimental, así el conocimiento de nues-

47
tra posición en Cristo es el camino práctico que nos conduce a la san-

tidad experimental. A principios de año, una de las principales revistas

estadounidenses tenía una fotografía muy llamativa para su ilustración

de portada. La escena fue en uno de los grandes hospitales. Un médico

y una enfermera se mostraron con sus batas blancas, con guantes de

goma y máscaras de gasa en la parte inferior de la cara. Lo más lla-

mativo de todo, sin embargo, fue el hecho de que el médico estaba

sosteniendo a un bebé recién nacido por el pie, con el cuerpo suspen-

dido cabeza abajo. El editor de la revista había seleccionado esta foto-

grafía del bebé recién nacido como un símbolo del año nuevo. Cual-

quiera que esté familiarizado con la rutina del hospital podría explicar

fácilmente la pregunta sorprendida del profano acerca, de por qué una

cosa tan frágil como un bebé, como un recién nacido debe sostenerse

colgando del pie. En el momento en que un niño llega a este mundo,

debe haber muchos reajustes hechos en su ser físico para acomodarse

a su nuevo entorno. Los pulmones que nunca respiraron aire deben

48
comenzar su trabajo de por vida. La sangre que ha sido bombeada por

el corazón de la madre ahora debe circular bajo el poder del corazón

del bebé. Éstos son los cambios más importantes que deben ocurrir en

el bebé, aunque hay otros menores relacionados con la nariz, la gar-

ganta, los ojos y los poros de la piel. Me informan que un médico ha

catalogado varios cambios de puntuación que tienen lugar en la vida

del bebé recién nacido, en los primeros segundos de su vida terrenal.

Si el niño no llora, los doctores no saben si la vida está en el cuerpo.

Muchas enfermeras han abofeteado a un bebé de un minuto de edad

para que funcionen los pulmones. Muchos niños han sido golpeados

bruscamente por el pie para inducir ese primer llanto que es la música

para los asistentes. Lo mismo ocurre con alguien que ha nacido de

nuevo. Cuando la vida de Dios entra al corazón de un creyente a través

del trabajo regenerativo del Espíritu Santo, hay muchas cosas que tie-

nen lugar. Antes que nada, sin embargo, deseamos escuchar al niño

llorar. Queremos un testimonio de que el aliento de Dios ha llegado a

49
su ser. Ésta es la razón por la cual las Escrituras exigen que haya una

confesión pública de nuestra fe en Cristo. Algunos pueden pensar que

es posible que uno sea un creyente secreto, pero no encuentro ninguna

base para tal esperanza en las Escrituras. “A cualquiera, pues, que me

confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de

mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10:32). “Si confesares con tu

boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le le-

vantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para

justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-

10). En los primeros capítulos del Evangelio de Juan tenemos un sor-

prendente contraste entre dos personajes que se nos presentan, como

la audiencia de los dos grandes mensajes dados por el Señor Jesús.

Nicodemo en el tercer capítulo, y la mujer en el pozo en el capítulo 4,

tuvieron el privilegio de escuchar por primera vez verdades maravillo-

sas sobre la obra de Dios en la salvación de un alma. ¿Nicodemo fue

50
un hombre salvo? ¿Llegó a creer en el Señor Jesucristo como su Sal-

vador personal del pecado? Todo lo que podemos decir de la evidencia

es que así lo esperamos. Escuchó el gran mensaje del nuevo naci-

miento, pero no se nos da ninguna respuesta definitiva que pueda to-

marse como una prueba positiva de que había recibido el regalo de la

vida eterna. Es cierto que vemos a Nicodemo en los últimos momentos

de su vida, pero nuevamente no estamos plenamente satisfechos. In-

tervino para defender a los oficiales que estaban siendo reprendidos

por los fariseos. En una declaración verdaderamente liberal, preguntó:

“¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo

que ha hecho?” (Juan 7:51). Hay muchos liberales inconversos que

dirían tanto y más en defensa de las libertades civiles. Esto no es una

prueba de la salvación. Y una vez más, cuando Cristo fue crucificado y

su cuerpo estaba siendo preparado para el entierro, Nicodemo llegó

con un magnífico regalo de mirra y áloe de acuerdo con la manera judía

de sepultura y lo presentó para el embalsamamiento del cuerpo muerto

51
de nuestro Señor. Todo lo que podemos hacer es esperar que éste haya

sido un gesto de un corazón renovado. No lo podemos saber con cer-

teza. Con el botín del pecado, la conciencia culpable han instalado mu-

chas vidrieras y construido muchas iglesias, mientras que la increduli-

dad en todas las edades ha traído las especias de los cumplidos, para

perfumar el cuerpo de un Cristo cuya persona y obra es negada y cuya

resurrección es burlada. Nicodemo puede estar en el Cielo hoy, pero

no tenemos ninguna prueba más allá de nuestra esperanza. ¡Qué dife-

rente fue con la mujer en el pozo! El Salvador revela suave y hábil-

mente a su corazón su condición perdida. Ella se ve a sí misma como

una pecadora, lo ve a Él como el Salvador, el Mesías, y ella deja su

manantial para volver a subir la colina a la puerta de la ciudad, para

que ella pueda llorar: “¡Vengan! Miren a un hombre que me contó todo

cosas que alguna vez hice: ¿no es este el Cristo?” Y se registra que el

Espíritu Santo habló a través de su corazón renovado, y su primer

llanto de bebé fue suficiente para vestir la Palabra viviente de Dios y

52
traer vida de entre los muertos a algunos de los que la escucharon.

Porque se nos dice en la narración que muchos de los samaritanos de

esa ciudad le creyeron por la palabra de la mujer, que testificó que él

me había dicho todo lo que hice (Juan 4:29, 39: “Venid, ved a un hom-

bre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Y

muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la

palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que

he hecho”). No tenemos dudas sobre este Hijo de Dios. Ella no nació

muerta; ella llora; ¡ella está viva! Y, como es el caso en un niño recién

nacido en su nacimiento físico, hay muchas cosas que tienen lugar en

la vida del recién nacido en el segundo nacimiento, en el mismo mo-

mento en que Dios comunica la vida divina a través de Su gracia. Hace

algún tiempo, después de haber hablado sobre estos pensamientos en

una determinada reunión, un miembro de mi audiencia me informó que

alguien había catalogado sesenta y cuatro cosas diferentes, que tienen

lugar en la vida del creyente en el momento del nuevo nacimiento. No

53
he visto nunca esa lista, pero quiero llevarlos a algunos de los princi-

pales resultados de nuestro nuevo nacimiento, ya que estoy conven-

cido de que el conocimiento de lo que nuestro Señor ha hecho por

nosotros en el nuevo nacimiento, es el camino práctico hacia la santi-

dad experimental. Vimos en nuestro primer estudio que tenemos todo

el derecho de aceptar como un hecho la posesión actual de la vida

eterna de parte de Dios. Él nos da una vida a la que llama “vida eterna”.

Es la misma vida que viviremos dentro de un millón de años en esa

eternidad que no sabrá nada más que Dios. El hecho de que la vida

que ahora hemos recibido, y la que siempre viviremos, sean una y la

misma vida puede ilustrarse con la siguiente anécdota. Hace unos

años, mi madre fue a estar con el Señor. Algunos meses después de

su muerte, todos sus hijos se reunieron en la casa familiar en California

por primera vez en varios años. Mis hermanas estaban ocupadas en

ese trabajo que siempre sigue a la muerte de una persona, que ha

vivido una vida rica a través de una generación completa en la misma

54
casa. En el ático había baúles y cajas de asuntos que mamá había

puesto durante el transcurso de las décadas. Todos éstos tenían que

ser ordenados, algunos para mantenerlos y otros para la destrucción.

Todas nuestras cartas estaban allí, comenzando con nuestros primeros

días de escuela, fuera de casa y continuando a través de los años.

Organizados ordenadamente y cuidadosamente organizados, contaban

las historias de nuestras diversas vidas a través de los diferentes pe-

ríodos. Entre otras cosas, había un pequeño paquete que ninguna de

mis hermanas podía explicar. Contenía una almohada pequeña, de die-

ciséis a dieciocho pulgadas de largo, cuidadosamente envuelta en papel

de seda y atada con una pequeña cinta azul. No sabíamos por qué esto

se había mantenido entre las cosas que eran preciosas para mi madre.

Esa noche mi padre pudo responder a nuestro enigma. “¡Yo recuerdo

eso!” lloró con los ojos encendidos, y la historia siguió. Mis padres es-

tuvieron casados por casi veinte años antes de que yo, su único hijo,

naciera. Todos sabemos que la anticipación es muy emotiva de un hijo

55
después de que, haya habido una fila de niñas en una familia, y parece

que mi hogar no fue una excepción a la regla. Hubo, por lo tanto, algo

de emoción en ese hogar cuando finalmente aparecí, y esto se vio in-

crementado por el hecho de que yo era el bebé más pequeño de nues-

tra familia. Mi padre ha podido llevarme, incluso cuando tenía varias

semanas, acostado sobre la almohada que ahora se había encontrado.

Era meramente de la longitud de su antebrazo, y según me dijeron,

descansé bastante cómodamente, con mi cabeza sobre la palma de su

mano y mis pies en la entrepierna de su codo. Sin embargo, ninguno

de ustedes dudará de que la vida física que se encontraba en ese pe-

queño bebé es la misma vida física que en mí hoy luce como hombre.

Hay una gran diferencia entre mis cinco o seis libras en ese primer día

y mis más de 210 libras hoy, mientras que mis menos de veinte pul-

gadas han aumentado a alrededor de setenta y cinco de ellas. Sin em-

bargo, es la misma vida. Hoy tengo un mayor control sobre ella, y

tengo conciencia de ella, pero es la misma vida. Exactamente de la

56
misma manera, es posible para mí decir que la vida espiritual que se

plantó dentro de mí en el momento de mi nuevo nacimiento, es la

misma vida espiritual que viviré en la lejana eternidad. Cuando recibí

por primera vez al Señor Jesucristo, fui contado como un bebé en Él, y

me dijeron que deseara la leche sincera de la Palabra para que yo pu-

diera crecer (1 Pedro 2:2: “Desead, como niños recién nacidos, la leche

espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación”).

Luego fui lo suficientemente maduro como para llevar a otras almas a

Cristo, y Él puso su poder sobre mí como uno de sus testigos. Entonces

comencé a aprender que “la senda de los justos es como la luz de la

aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios

4:18). Y estoy seguro de esto mismo, que aquel que comenzó una

buena obra en mí continuará perfeccionándolo hasta el día de Jesu-

cristo (Filipenses 1:6: “Estando persuadido de esto, que el que co-

menzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Je-

sucristo”). En ese momento lo veré y llegaré a ser como él, viéndolo

57
como Él es (1 Juan 3:2: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún

no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando

él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como

él es”). Y a través de la eternidad aprenderé a conocerlo mejor, porque

ésta es la vida eterna, para que podamos conocer al único Dios Verda-

dero, y a Jesucristo que fue enviado por Él (Juan 17:3: “Y esta es la

vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesu-

cristo, a quien has enviado”). Esa vida es la vida que ahora estoy vi-

viendo, pero no soy yo, sino Cristo viviendo en mí, de modo que esta

vida que ahora vivo en la carne es vida eterna, vivida por la fe del Hijo

de Dios (Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya

no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo

vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo

por mí”). Un segundo resultado de mi nuevo nacimiento es que al re-

cibir la vida eterna me convierto en un hijo de Dios. Alguna vez un niño

de ira, ahora un niño de paz; una vez un niño de la desobediencia,

58
ahora un niño de la fe y la confianza; una vez un hijo de ira, ahora un

hijo del Padre Celestial. Hay algunos que leen estas palabras y que aún

pueden estar conscientes de la desobediencia continua, y que saben

que algunas de sus formas, pensamientos y acciones aún merecen la

ira de Dios. Veremos, además, cómo podemos ser limpiados de todos

nuestros pecados y cómo podemos ser mantenidos en una vida de con-

fianza y victoria conscientes. Justo aquí, debemos ver el alcance de

nuestros recursos potenciales, y, sin duda, nuestra posición como hijos

de Dios es uno de ellos. Hace algunos años vivía en uno de los valles

alpinos del sur de Francia, predicando a una de las pequeñas congre-

gaciones reformistas mientras cursaba mis estudios en la Universidad

de Grenoble. Cada jueves por la mañana caminé cuatro millas por el

valle hasta un pequeño centro donde instruí a una veintena de niños

en las cosas de Dios. En esa aldea vivía un sacerdote romano que el

jueves bajaba por el valle hasta una aldea cercana a la que yo vivía.

59
Con frecuencia nuestros caminos se cruzaban y, a veces, nos encon-

trábamos yendo en la misma dirección. Un día, mientras íbamos jun-

tos, él me dijo: “¿Por qué los protestantes se oponen tan fuertemente

a nuestra oración a los santos?” Le pedí que explicara qué ventaja se

obtendría al orar a los santos. Él respondió: “Bueno, supongamos, por

ejemplo, que quería una entrevista con el presidente de la República,

monsieur Poincaré. Podría ir a París y hacer arreglos para una entre-

vista con cualquiera de los miembros de su gabinete”, acudir al Ministro

de Agricultura, o al Ministro de las Colonias, o a la Oficina del Interior,

la Marina, la Defensa Nacional o cualquier otro ministerio. Me facilita-

rían obtener una entrevista con el presidente. De la misma manera,

puedo obtener la intercesión de la Virgen y de los santos en nombre

de mis deseos mientras rezo”. Pareció bastante triunfante al completar

su ilustración. Luego le dije: “Monsieur le Cure, déjeme hacerte una

pregunta. Supongamos que mi nombre es Poincaré y que mi padre es

el presidente de la República Francesa. Supongamos que vivo en el

60
Palacio del Elíseo con él, me siento en su mesa tres veces al día, y con

frecuencia soy el objeto de sus tiernas invitaciones, y conozco el toque

de su amorosa mano. ¿Crees por un momento que, si tengo un pro-

blema que presentarle voy a cruzar París a uno de los ministerios, pa-

saré por todos los guardias y secretarios que rodean a un miembro del

gabinete, y finalmente llegaré a su oficina, por ejemplo, al Monsieur le

Ministre, ¿sería tan amable de concertar una entrevista para hablar con

mi padre? ¿No piensas que voy a mirarlo a los ojos en uno de los mo-

mentos en que me pone el brazo sobre el hombro en un gesto de afecto

y luego le digo que tengo una petición que hacerle?” El sacerdote se

sorprendió. Él me miró y su boca se abrió y se cerró y se abrió de

nuevo como si buscara palabras que no vendrían la pena. Luego saqué

mi pequeño testamento francés de mi bolsillo y recurrí a dos o tres

pasajes de las Escrituras para que lo leyera en voz alta. Para “Mas a

todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio po-

testad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). “Justificados, pues,

61
por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Je-

sucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en

la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de

Dios” (Romanos 5:1-2). “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote

que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra pro-

fesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compa-

decerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo se-

gún nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confia-

damente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia

para el oportuno socorro” (Hebreos 4:14-16). Me hizo escribir las re-

ferencias para buscarlas en lo que él llamó una Biblia católica, y con

frecuencia después me detuvo con preguntas, viniendo como aprendiz

a descubrir algunas de las maravillas que son nuestras en Cristo. ¡Ac-

ceso! Piénsalo. En cualquier momento, en cualquier lugar, puedo ir al

Padre, sabiendo que, con Jesucristo como mi único Mediador, seré re-

62
cibido instantáneamente. Soy un hijo del Rey. Me convertí en el mo-

mento de mi nuevo nacimiento en un heredero de Dios y un coheredero

con Jesucristo. Tengo una herencia que es incorruptible e inmaculada,

y que no se desvanece, que está reservada en el Cielo para mí. Otro

resultado que es mío en el instante de mi nuevo nacimiento es que mi

cuerpo se convierte en el templo del Espíritu Santo. No importa si este

cuerpo ha sido atormentado por el pecado. La sangre de Jesucristo lo

limpia de todo pecado, y toda la Deidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,

viene a habitar inmediatamente en mi corazón y en mi vida para nunca

más irse. Nuestro Señor ha dicho: Si un hombre me ama, guardará Mis

palabras; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada

con él (Juan 14:23: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi

palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos

morada con él”). Sin embargo, no solo el Padre y el Hijo, sino también

el Espíritu Santo de adopción, habitan en el interior, que llora al Padre

dentro de nuestros corazones, guiándonos en nuestra vida de oración

63
e intercediendo por nosotros con gemidos que no se pueden pronun-

ciar. Recuerdo hace varios años que se estaba celebrando una gran

conferencia bíblica en Nueva York, en el Carnegie Hall, donde se cele-

bran los conciertos sinfónicos. En la plataforma se encontraban algunos

de los más destacados maestros de la Biblia en América en ese mo-

mento: RA Torry, J. Wilbur Chapman, Charles F. Alexander y también

CI Scofield, el editor de las Notas en The Scofield Reference Bible. Pidió

a un ministro de Nueva York que dirigiera la oración. Hizo una de esas

oraciones interminables que comenzaron así: “Oh, Dios grande y terri-

ble, grande en tu majestad, grande es la distancia que nos separa de

ti; desde esa distancia clamamos por Ti, pobres pecadores perdidos

que somos, ten piedad de nuestras almas”. Más tarde se informó que

en ese momento el Doctor Scofield le susurró muy discretamente a su

vecino: “¿Por qué nadie le da a este hombre, un Nuevo Testamento?”.

Oh, no, queridos amigos, no oramos, “¡Oh, Dios grande y terrible,

grande es la distancia que nos separa!” Sé que cuando llegue a casa

64
después de mi ausencia, un niño correrá a mi encuentro, y él no va a

decir: “¡Oh, orador de la plataforma de Keswick!” Pero voy a tener que

ser muy cuidadoso de no perder el equilibrio con esta prisa. ¡Y estoy

deseando que llegue! Estoy bastante seguro de que uno de los mayores

privilegios que tenemos, un privilegio que es nuestro en el mismo ins-

tante del nuevo nacimiento, es que tenemos acceso al Padre porque

hemos recibido el espíritu de adopción por el cual lloramos y clamamos

“Abba Padre”. Luego, aún más, descubrimos que en el momento en

que creemos en el Señor Jesucristo como nuestro Salvador personal

del pecado, no sólo la Deidad viene a habitar dentro de nosotros, sino

que se dice que estamos en Dios. Hay decenas de referencias que ha-

blan del creyente como estar en Cristo, y nuestro estudio final se cen-

trará en esta pequeña preposición. Estamos en Cristo, desde su muerte

en la cruz hasta su entronización a la diestra del Padre. Hay una vein-

tena de bendiciones bajo este título que, al igual que el resto, no se

obtendrían mediante la oración, las buenas obras, la asistencia a la

65
iglesia, el estudio de la Biblia o el esfuerzo de ningún tipo que tenga su

origen en el corazón humano. Cada elemento en el inventario glorioso

se convierte en el derecho de nacimiento del creyente, en el mismo

instante en que cree en su corazón que Dios resucitó al Señor Jesús de

los muertos y confiesa con su boca a este Jesús resucitado como su

Señor. Déjenos ilustrar esto por un caso narrado en los Hechos de los

Apóstoles. En Filipos, Pablo y Silas fueron encarcelados. En el momento

de su servicio de medianoche de oración y alabanza a Dios, de repente

fueron liberados por un terremoto de sus ataduras, mientras se abrían

las puertas de la prisión, lo que hacía posible su escape. El guardián de

la prisión, y éste es el punto importante para mi ilustración, era un

hombre violento. Todo su carácter se resume en el hecho de que en su

dilema trató de suicidarse. Para todos los intentos prácticos ya era un

suicidio. Aquí, entonces, había un hombre con una naturaleza viciosa,

viviendo en medio de un mundo pagano, en el corazón del paganismo

66
y toda su corrupción. La probabilidad es grande de que estuviera in-

merso en las prácticas de una vida cruel. Pero él fue salvado instantá-

neamente. Aunque las marcas de la depravación podrían haber mar-

cado su rostro y su forma, ese cuerpo se convirtió inmediatamente en

el templo del Dios Viviente. Aunque había sido un momento antes un

hijo de ira, ahora era un hijo de Dios. Era un heredero de Dios, un

coheredero con Jesucristo, poseedor de la vida misma de Dios, la vida

eterna, ya que había sido hecho participante de la naturaleza divina.

Todas estas cosas fueron suyas, en el mismo momento en que vio su

necesidad y recibió al Señor Jesucristo como su Salvador. Para resu-

mirlo en una palabra, se había convertido en un santo, y se había con-

vertido en un santo al instante. Es notable, cuán diferentes son los

procesos mediante los cuales la Iglesia de Roma crea un santo y aque-

llos por los cuales Dios crea un santo. Hace algún tiempo comenzamos

a publicar en nuestra revista una serie de artículos sobre los incidentes

en el trabajo personal, en la vida de H.A. Ironside, más tarde en la

67
Iglesia Moody en Chicago. Una de las historias que hemos publicado

habla de una conversación que tuvo con un grupo de monjas católicas

a quienes conoció en un tren ferroviario transcontinental. Las sorpren-

dió con muchas cosas que dijo, pero lo más sorprendente fue cuando

les dijo que era un santo. Nunca antes habían visto a un santo real y

vivo, pero él abrió la Biblia y se lo demostró. ¡Santo Harry! Cierta-

mente. Y si eres un creyente, tú también eres un santo, no importa

cuál sea tu nombre. Habían estado pensando en términos de la crea-

ción de santos de Roma, y él estaba hablando en términos de la Palabra

de Dios. Porque Roma hace un santo por la exaltación de un hombre y

sus obras, y Dios hace un santo por la exaltación de Jesucristo. El pro-

ceso seguido por Roma está ahora bien establecido. Cuando es conve-

niente para ellos canonizar a otro santo, por razones políticas, como

en el caso de Juana de Arco; o por razones geográficas, como en el

caso de algunos de los santos más nuevos en Canadá y América, el

68
procedimiento es siempre el mismo. El candidato es primero beatifi-

cado, es decir, se lo cuenta como uno de los muertos benditos, es decir,

aquellos que ya están en el Cielo, aunque la Palabra de Dios no hace

ninguna provisión para lo que podría ser mejor pronunciado como “pur-

gatorio”, donde los pecados del ser son purgados por el sufrimiento

propio. Sabemos por las Escrituras que Cristo mismo nos purgó de

nuestros pecados, y que todos los que mueren en Él están ausentes

del cuerpo y presentes con el Señor. Luego, cuando Roma ha beatifi-

cado a su candidato, designa tanto a un defensor como a un avocatus

diaboli, un abogado del diablo; el segundo para presentar todos los

cargos contra el candidato que la historia o la tradición haya registrado,

el primero para abogar por el candidato. ¡Tan suave es la maquinaria

de Roma que el defensor nunca perdió un caso! y cada candidato lle-

vado a juicio ha pasado a la canonización y a la santidad final. Entonces

se supone que estos hombres que han sido responsables de crear al

santo orarán a aquel a quien han elevado. Pero cuán diferente es el

69
método de Dios para crear un santo. Él no mira la rectitud del individuo.

Él no examina las obras de ese individuo, excepto para anunciar que

están condenadas, ya que provienen de una fuente que está contami-

nada. Con justicia cantamos: me vio arruinado en la caída, y me amó

a pesar de todo; Él me salvó de mi estado perdido, Su amorosa bon-

dad, ¡Oh, qué grande! Y sería verdadero y apropiado agregar: Cuando

estaba arruinado, débil y muerto, Él me levantó para ser un santo; Él

miró a Cristo; no a mi raza, su bondad amorosa fluye de la gracia. ¡Tú

eres Jacob; serás Israel! ¡Tú eres Simón; serás Pedro! ¡Tú eres Saulo;

¡serás Pablo! El astuto estafador; la erupción del fanfarrón; y el hombre

que, tocando la justicia de la ley, se vio a sí mismo sin culpa, los tres

y todos sus semejantes pueden ser tocados repentinamente por la gra-

cia de Dios y elevados a la posición de aquellos que son considerados

santos en Cristo. La razón de esto, y el método por el cual se hace, y

el propósito de su hacer, se responden todos, en una palabra: ¡Cristo!

Cuando miras a través de un trozo de cristal azul, ves todas las cosas

70
con un matiz azulado. Cuando miras a través de un cristal amarillo, ves

todo en amarillo. Por lo tanto, atraviesa todo el prisma de colores.

Exactamente de la misma manera, la Palabra de Dios nos muestra que

Dios el Padre viene a mirarnos a través de Jesucristo, y Él nos ve en la

santidad pura de nuestro Señor. Es por eso que somos llamados san-

tos. No debemos olvidar que la palabra “santo” es un sinónimo exacto

de “santo”. Hemos tomado los nombres de nuestros días del alemán,

y nuestros meses del latín. Confundimos “santo” y “san” de la misma

manera. Los franceses dicen Sainte Bible y Saint Jean, mientras que

los alemanes dicen Heilige Schrift y Heiliger Johannus. Hemos tomado

uno de cada idioma y decimos “San Juan”, como los franceses, y “Santa

Biblia” como los alemanes, pero son lo mismo. La verdad detrás de

todo esto es que hemos sido contados como justos, justos y santos en

Cristo, y así somos llamados santos, que es el equivalente de “los jus-

tos”, “los justificados”, “los santos”. Y la parte hermosa de esto es que

Cristo recibe toda la gloria. Al presentar estas verdades, hay algunos

71
lectores que son conscientes de la tormentosa presencia del pecado

dentro de sus corazones. Miran dentro y se preguntan si es posible que

se llamen a sí mismos santos ya que saben que sus pensamientos y

acciones no son santos. Con demasiada frecuencia deben clamar a

Dios: “pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley

de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en

mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de

muerte?” (Romanos 7:23-24). Estoy convencido del hecho de que sólo

el conocimiento de la Palabra de Dios y la aplicación de ese conoci-

miento maravilloso, pueden traer una vida consistente de victoria para

el cristiano individual. Nuestro Señor dijo: “Santifícalos en tu verdad,

tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Es por eso que hemos pasado el

tiempo en este estudio para ver lo que la Palabra de Dios nos enseña

acerca de la perfección de nuestra posición en Cristo. Cerraremos esta

parte de nuestro estudio con una consideración de la diferencia entre

72
nuestra posición y nuestra condición, y pasaremos los últimos dos es-

tudios considerando los medios por los cuales podemos vivir de

acuerdo con nuestra posición en Cristo. No debemos permitir que nues-

tra conciencia de la naturaleza pecaminosa interna nos haga dudar de

la perfección de nuestra posición en Cristo. La primera epístola a los

Corintios nos da un fuerte contraste entre los dos, muestra que no son

incompatibles en la misma vida, y nos hace ver que es posible que

conozcamos y experimentemos día a día el mantenimiento del poder

dominante de la vida de Cristo exaltada dentro de nuestros seres. Debe

recordarse que la iglesia de Corinto estaba compuesta de hombres y

mujeres que habían estado viviendo, por unos meses antes, en un se-

vero paganismo. Corinto, sabemos por la historia y la arqueología, fue

una de las ciudades portuarias de Grecia, y un centro del culto al vicio

que rodeaba los templos paganos. De repente, el Espíritu de Dios vino

entre ellos en el despertar del poder; hubo muchos que creyeron y que

recibieron el regalo de la vida eterna en Cristo. Su posición se describe

73
en los primeros versículos de la epístola. Primero, se les llama “La Igle-

sia de Dios”. En otras palabras, eran miembros de ese cuerpo de cre-

yentes llamados, elegidos en Cristo antes de la fundación del mundo,

“para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer

por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares

celestiales” (Efesios 3:10). Luego, se dice que fueron “santificados en

Cristo Jesús”. Esto es realmente dos declaraciones, porque el hecho de

que se declara que están “en Cristo Jesús” incluye mucho más que su

santificación. Porque “en” él fueron bendecidos con todas las bendicio-

nes espirituales en los lugares celestiales (Efesios 1:3). Esto incluye su

santificación. Es decir, Dios había colocado a los demás como objetos

de Su gracia, a través de los cuales determinó manifestarse en medio

de este mundo rebelde. Debido a esta santificación posicional, se anun-

cia que son llamados “santos”. A los ojos de Dios, fueron considerados

como Sus santos, hechos santos a través de la obra de Cristo. Se

afirma además que habían sido objeto de la gracia de Dios, de modo

74
que fueron enriquecidos por Él en todo. Es decir que Dios había depo-

sitado en su cuenta todas las riquezas de Su gracia, y que ellos estaban

así equipados por Él con suficiente poder y gracia para suplir todas sus

necesidades. En un día en que el Nuevo Testamento aún no se había

completado, se enriquecieron en todo lo que se decía y en todo cono-

cimiento. Esto significa que el Espíritu Santo les estaba diciendo toda

la verdad del Nuevo Testamento antes de haberlo considerado confi-

nado a su forma permanente. El suministro completo de la comida del

creyente, que es cada palabra que procede de la boca de Dios, estaba

disponible para ellos debido a su posición en Cristo. Como resultado de

esto, se dice que el testimonio de Cristo fue confirmado en ellos, de

modo que no les faltó ningún don, mientras esperaban día a día el

regreso del Señor Jesús, por quien habían sido enseñados por el Espí-

ritu para mirarlo. ¿No sería maravilloso vivir entre esos cristianos? ¿No

sería agradable ser el pastor de una iglesia compuesta de tales cristia-

nos? Me atrevo a decir que vivo entre esos cristianos. Me atrevo a decir

75
que soy pastor de una iglesia así. Me atrevo a decir que los miles de

creyentes que pueden leer estas palabras son cristianos como los co-

rintios, miembros del cuerpo de Cristo llamados, santificados en Él,

llamados santos, enriquecidos por la gracia de Dios en todo lo que se

dice y en todo conocimiento, con el testimonio de Cristo confirmado en

ti, no sin ningún don que haya provisto por Dios. Algunos de ustedes

pueden pensar que no los conozco. Pero yo sí. Los primeros nueve

versículos de la epístola hablan de la posición de los creyentes en

Cristo. El siguiente versículo, sin embargo, comienza una imagen que

parecería ser de otro grupo, pero que no es más que otra visión de la

misma gente. Pablo les dice: Ustedes no están hablando lo mismo, hay

divisiones entre ustedes, sí, contiendas. Pasamos al tercer capítulo y

leemos que a éstos que se llaman “hermanos” y que se dice que están

“en Cristo”, también se dice que son “carnales”. Era imposible alimen-

tarlos con las profundas verdades de la Palabra de Dios porque no po-

dían soportar más que la leche de la Palabra, y no podían tomar la

76
carne. Había entre ellos envidia, luchas y divisiones, por lo que era

difícil saber a partir de su caminar, si eran salvos o no salvos. El quinto

capítulo nos deja sin aliento. Uno de los santos realmente había estado

viviendo en fornicación. El siguiente capítulo revela que sus diferencias

eran tan agudas que se peleaban unos con otros ante los tribunales de

justicia paganos. El Espíritu de Dios dijo que ellos eran completamente

culpables. Los siguientes capítulos muestran que aún frecuentaban los

templos paganos con toda su adoración y carnalidad. El capítulo 11 nos

muestra que algunos de ellos incluso estaban ebrios cuando llegaron a

la mesa de la Cena del Señor. Algunos de ustedes se reconocen en

algunas de estas imágenes. Aquí puede ver lo que usted sabe que es

una imagen real de su práctica real. La mayoría, de hecho, estarán

libres del más grosero de estos pecados, ya que veinte siglos de cris-

tianismo han dado un límite incluso a la civilización atea en la que vi-

vimos, y la mayoría de nosotros hemos sido educados desde la juven-

tud para controlar nuestras pasiones que fueron alentadas en el mundo

77
francamente pagano. No hace mucho estaba almorzando con amigos

cerca de Londres, y la conversación se centró en ciertas fases de nues-

tro trabajo cristiano en los Estados Unidos. Era necesario decir que

cierto ministro que se había convertido en uno de los líderes de un

pequeño movimiento separatista se había vuelto contencioso y malhu-

morado, y que había revelado claramente que no era un hombre de

palabra. Esta conversación tuvo lugar con mis queridos amigos ingle-

ses, quienes a veces me recuerdan con una sonrisa que soy estadou-

nidense. Uno de los miembros del grupo levantó la vista con expresión

sorprendida, pero con un brillo en los ojos, y dijo: “¿Son los cristianos

así en Estados Unidos?” Sí, queridos amigos, los cristianos son así

desde Corinto a California, ya sea que viajen al este o al oeste, o del

primero al siglo veintiuno; y son así desde Éfeso hasta Inglaterra en

tiempo y espacio. Todo el corazón y el propósito del Movimiento Kes-

wick es poner énfasis y practicar las verdades de la Palabra de Dios

que permiten a los santos de Dios vivir vidas más santas; en resumen,

78
para llevar nuestra condición de vida a nuestra posición en Cristo. El

asunto completo se puede presentar gráficamente en la siguiente ilus-

tración. Hace algunos años, en Inglaterra, había una familia noble que

tenía un segundo hijo que deshonraba su nombre. Sus escándalos de

borrachos habían entristecido a su padre, a su madre y a su joven

esposa. El asunto finalmente llegó a tal punto que la familia le cortó

todos los ingresos, excepto una cantidad trimestral que se le debía

pagar sólo con la condición de que estuviera fuera de sus dominios. Su

banquero en Toronto veía que recibía suficientes remesas cada trimes-

tre, siempre que se tomara su nombre y su vergüenza lejos de Ingla-

terra para siempre. Se desplazó de Toronto a los Estados Unidos e hizo

arreglos para que le pagaran sus giros en Des Moines, Iowa. Era su

costumbre gastar toda su asignación total en el transcurso de unos

pocos días y vivir lo mejor que podía durante el resto del trimestre.

Llegó un momento en que perdió toda su remesa en el juego, incluso

antes de su vencimiento, por lo que esperaba un período de varios

79
meses sin ningún tipo de ingreso. Desesperado, buscó un trabajo, y lo

mejor que pudo hacer fue obtener un trabajo de 15 dólares por se-

mana, operando un ascensor en uno de los grandes edificios. Justo en

este momento, según la historia tal como apareció en los periódicos de

Nueva York, su hermano mayor murió en un accidente automovilístico,

y en pocos días su padre murió. Su joven esposa salió a Estados Unidos

para buscarlo. Los periódicos la ayudaron a encontrarlo. Sus fotogra-

fías aparecieron en la prensa. Aquí estaba un hombre cuya posición era

la de un par de Inglaterra, elegible para sentarse en la Cámara de los

Lores, dueño de las fincas y fortunas de su familia, pero su condición

era la de un ascensorista de 15 dólares por semana. Era simple para

él aprovechar los fondos que su esposa le había traído. Con la ayuda

de un sastre y el precio de un boleto de barco de vapor, pronto fue

restaurado al lugar de su posición. El contraste entre lo que somos en

Cristo y lo que somos en nosotros mismos es aún mayor, porque la

nuestra es la posición más elevada que cualquier ser humano puede

80
conocer en la Tierra o en el Cielo. Él nos ha dado una posición por

encima de la de los mismos ángeles y los arcángeles. Somos llamados

hijos de Dios y recibimos el título de una gran cantidad de regalos que

son nuestros en el momento en que tenemos la vida que está en Cristo

y que contiene todos nuestros otros dones. Porque “El que no escatimó

ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no

nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). Sin em-

bargo, a pesar de esto, nos vemos obligados a cantar: miren cómo nos

arrastramos aquí abajo, cariñosos con estos juguetes insignificantes.

Nuestras almas no pueden ni volar ni llegar para alcanzar las alegrías

eternas. En vano sintonizamos nuestras canciones formales, en vano

nos esforzamos por levantarnos; nuestros hosannas languidecen en

nuestras lenguas, y nuestra devoción muere. Querido Señor, y alguna

vez viviremos con este pobre índice de muerte; Nuestro amor es tan

débil, tan frío para Ti; Y el tuyo por nosotros qué grandioso. ¡Gracias a

Dios, no es necesario vivir de acuerdo con nuestra condición! Nos es

81
posible conocer esa condición alterada, darnos cuenta día a día de que

nuestro camino brilla cada vez más hacia el día perfecto, y experimen-

tar la realidad de las buenas obras que Él ha comenzado en nosotros,

perfeccionando hasta el día en que Él vendrá a completar esa perfec-

ción. Esa vida es nuestra, y esa posición es nuestra como hijos de Dios,

herederos de Dios y coherederos con Jesucristo. ¿Hijos? Sí, pero para

resumirlo todo, estamos “EN CRISTO”.

82
CAPÍTULO 3

LIMPIEZA: PUERTA PRÁCTICA PARA LA SANTIDAD EXPERIMEN-

TAL

Hace algún tiempo, al final de una reunión, una joven se acercó a mí y

me dijo que estaba muy preocupada por la salvación de su hermana

gemela. Entre otras cosas, ella me dijo que las inconsistencias en su

vida eran obstáculos en el camino de su hermana no salva. Le indiqué

que lo que ella llamaba inconsistencias eran en realidad pecados, y que

debían ser confesados y perdonados, abandonados y purificados. La

purificación del creyente de sus pecados diarios de omisión y comisión

es la puerta de entrada al mantenimiento de una comunión ininterrum-

pida con Dios, que nos permitirá tener menos pecados para confesar a

Dios y más períodos de comunión ininterrumpida y victoria en Cristo.

Antes que nada, debemos considerar la diferencia entre el pecado y los

pecados. Los pecados individuales son la manifestación de la vieja na-

turaleza del pecado. Aparecen como forúnculos porque hay algo de

83
veneno en el torrente sanguíneo. Conducirlos a un lugar con ungüento

de superficie y aparecerán en otro lugar. La naturaleza del veneno es

que debe explotar. No hay nada más que pueda hacer. Cualquiera que

formule cualquier otra estimación de la naturaleza del pecado trae una

acusación seria contra Dios, quien ha dicho que “Engañoso (torcido) es

el corazón más que todas las cosas, y perverso (enfermo incurable);

¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). Tomar cualquier otra opinión

sobre el pecado es poner en duda la Palabra solemne de Dios. Por lo

tanto, se puede ver fácilmente que debemos considerar tanto el pecado

como los pecados, si queremos conocer la verdadera victoria en Cristo.

Y debe ser comentado y admitido por todos que cada ser humano está

en el mismo nivel, en lo que se refiere a la existencia y las potenciali-

dades del pecado. Para comprender esta diferencia, primero debemos

eliminar de nuestras mentes el concepto de pecado que posee el

mundo. Alrededor de nosotros encontramos que el mundo no salvo,

con sus leyes y códigos de conducta están basados en una filosofía

84
muy alejada del concepto de pecado al de Dios. La ley humana no hace

que un hombre sea un ladrón hasta que realmente haya robado algo.

Un policía podría encontrar a un hombre holgazaneando en un callejón

oscuro cerca de la ventana abierta de una casa, pero no se le podría

acusar de robo a menos que hubiera llegado a través de la ventana y

extraído algún artículo que no le pertenecía. En otras palabras, el

mundo dice que un hombre no es un criminal hasta que haya cometido

un crimen. La declaración de Dios tiene un orden completamente dife-

rente. Deja que el mundo diga que los hombres no son pecadores hasta

que hayan pecado; Dios declara que los hombres pecan porque son

pecadores. El mundo sólo mira la erupción de los forúnculos y no le da

importancia al virus del pecado que está dentro. Siempre que las per-

sonas no salvas filosofan sobre el origen del crimen, lo mejor que pue-

den hacer es llamarlo una enfermedad y atribuirlo a algunos desajustes

orgánicos en la personalidad o en el cuerpo. Un eminente psicólogo ha

llegado al extremo de afirmar que todas las acciones del hombre, son

85
el resultado de ciertas perturbaciones glandulares, y que si pudiera

tomar el control total de las glándulas de cualquier niño, podría hacer

de él un hombre criminal o virtuoso según su voluntad. Pero Dios ha

declarado que todos los hombres son pecadores por naturaleza y por

elección, y ha escrito sobre ellos el decreto divino de que están sepa-

rados de Él a causa de su pecado. Ahora consideremos cómo trata Dios

con cualquier manifestación individual de pecado. Tomemos como

ejemplo a dos personas que se criaron en el mismo entorno. El mejor

ejemplo sería hermanos nacidos del mismo padre y madre, y nacidos

al mismo tiempo. Estos gemelos han tenido, digamos, la misma edu-

cación y capacitación, y, por supuesto, tienen la misma herencia. Con-

cebiremos que están igualmente dotados de inteligencia y salud, por

lo que exteriormente son iguales. Pero uno de ellos ha llegado a verse

a sí mismo a los ojos de Dios como un pecador culpable y perdido, y

se ha alejado de toda esperanza de salvación a través de sí mismo. Él

ha venido a poner su fe en Cristo solamente. Él podría decir fácilmente:

86
Mi esperanza está basada en nada menos que la sangre y la rectitud

de Jesús, no me atrevo a confiar en mi actitud más dulce, sino que me

apoyo totalmente en el Nombre de Jesús. En Cristo, la roca sólida, me

paro, Todo lo demás es arena movediza. El otro hermano nunca ha

recibido al Señor Jesucristo como su Salvador, y todavía se mantiene

a los ojos de Dios como un pecador perdido. Ahora supondremos, por

el bien de nuestro argumento, que una gran tentación ha llegado al

hermano cristiano, y él ha sucumbido. Puedes hacer que ese acto indi-

vidual de pecado sea lo que quieras que sea, ya sea el pecado cometido

por Moisés, por David, por Pedro o por ti mismo. Al mismo tiempo, el

hermano no salvo es culpable de cometer exactamente el mismo pe-

cado. ¿Cuál es la diferencia a la vista de Dios entre estos dos actos de

pecado, precisamente iguales, cometidos por dos hombres con ante-

cedentes similares, siendo su única diferencia la presencia de una fe

salvadora en la vida de uno? Nos atrevemos a decir que hay una gran

diferencia entre los dos actos, y que el tratamiento de los dos pecados

87
por parte de Dios es completamente diferente. Tomemos primero el

acto de pecado cometido por el hombre no salvo. Que sea lo que quie-

ras, no ha cambiado su estatus ante Dios en el más mínimo detalle.

Aunque, como David, puede haber compuesto el pecado para cubrir el

pecado, el asesinato para proteger el adulterio, sin embargo, este hom-

bre no salvo es lo mismo a la vista de Dios: Un alma perdida, sin es-

peranza y sin Cristo. El acto individual de pecado, si fue un brote ais-

lado, o uno en una serie de crímenes para toda la vida, no tiene nin-

guna importancia en la estimación de Dios del alma perdida, como al-

guien que está muerto en delitos y pecados, y bajo la justa condena

de la ley quebrantada, mereciendo la ira de Dios que viene sobre todos

los hijos de la desobediencia. Después de uno de tales actos, o después

de diez mil tales actos, la misericordia de Dios puede llegar al alma

perdida, sacarla de las tinieblas a la luz y trasladarlo del poder de Sa-

tanás al reino del Hijo de Dios en amor. Pero hasta el momento en que

llega la regeneración, él es un alma perdida. Si muere en sus pecados,

88
la Palabra de Cristo declara formalmente: “Otra vez les dijo Jesús: Yo

me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo

voy, vosotros no podéis venir” (Juan 8:21). El hermano que ahora es

creyente alguna vez fue como el hermano no salvo. Realmente se

puede decir de él: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos

en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo,

siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la po-

testad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobedien-

cia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en

los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los

pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los

demás” (Efesios 2:1-3). Pero el momento de la regeneración ha lle-

gado. El pecado es tratado de una vez por todas y para siempre. La

naturaleza venenosa de la corrupción se pone a la cuenta de Cristo que

lleva el golpe de su juicio y que nos libera de su castigo para siempre.

Es por eso que podemos decir que “de todo aquello de que por la ley

89
de Moisés no pudisteis ser justificados, en él (en Cristo) es justificado

todo aquel que cree” (Hechos 13:39). Ésta es la limpieza positiva del

creyente de todo pecado, y no piense por un momento que, todo lo

que recibimos en el momento de nuestro nuevo nacimiento es la remi-

sión de los pecados que se han comprometido hasta el momento de la

salvación. Hasta el día de la conversión es imposible en el caso de un

creyente, que sus pecados sean parcialmente perdonados, porque nin-

gún pecado puede ser perdonado sin la aceptación de la persona del

pecador por medio de Jesucristo. Todo individuo está bajo la maldición

del pecado o bajo el poder justificador de la obra expiatoria de Cristo.

Un comentarista ha dicho: “Ahora el objeto de la obra de Cristo era

acallar la ira”. Él sabía que la santidad de Dios requería que la ira se

manifestara incluso contra el pecado más insignificante, y la ira en toda

su plenitud, porque Dios está completo en todo lo que hace. Cristo se

comprometió a apaciguar esta ira y silenciarla para siempre. Así que la

ira ahora se calma eficazmente en virtud del sacrificio de la sangre de

90
Cristo que se ha ofrecido. Por lo tanto, si la ira alguna vez volviera a

surgir, requeriría necesariamente otro sacrificio. Pero, ¿dónde podría

otro sacrificio ser encontrado? ¿Cristo volverá a morir? “y no para ofre-

cerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santí-

simo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido nece-

sario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora,

en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por

el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la

manera que está establecido para los hombres que mueran una sola

vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una

sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda

vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (He-

breos 9:25-28). Si la ira estuviera una vez para volver a despertar,

entonces, a menos que pudieras proporcionar otro sacrificio como

Cristo, ese sacrificio ardería para siempre. Así que la ira se aquietó

completamente para el creyente, como persona, en la totalidad de su

91
historia. En pocas palabras, esto significa que en el momento en que

una persona nace de nuevo, se le ha otorgado el perdón por todos los

pecados que haya cometido o por todos los pecados que alguna vez

cometió en el transcurso de su vida. Éste es el verdadero significado

de la justificación. Como dice el viejo refrán: “Justificado significa que

nunca pecó”. Ésta es la amplificación de la ilustración que usamos en

un estudio anterior, al señalar que Dios mira al creyente a través de

Jesucristo y lo ve en toda la luz y santidad de Cristo mismo. ¡Mi pecado,

oh, la dicha de este glorioso pensamiento! Mi pecado, no en parte, sino

en su totalidad, está clavado en Su Cruz y no lo tengo más; ¡Alabado

sea el Señor, alabado sea el Señor, oh mi alma! Pero debe compren-

derse que, aunque Dios mira al incrédulo de una sola manera, mira al

creyente de dos maneras. No debe suponerse que el pecado cometido

por el hermano creyente no debe ser cuestionado, porque Dios lo pre-

vió y proporcionó el perdón por todas las manifestaciones de la raíz de

la cual surgió. Dios ciertamente debe lidiar con ese pecado, y no puede

92
haber comunión ni victoria hasta que haya sido tratado severamente

de una manera que no viole la santidad de Dios. La fidelidad a todo el

consejo de Dios me obliga a agregar un párrafo que preferiría omitir.

Hay momentos en que los cristianos salen de la voluntad de Dios; el

pecado entra a su vida y permanece sin confesarlo y sin perdonarlo.

Como una astilla en la carne, se pudre y puede envenenar toda la vida

e incluso llevar el cuerpo a la muerte. Un pecado no confeso trae a

otros pecados en su tren. La mentira de Abraham siguió a su partida

de Palestina, donde Dios le había dicho que se quedara; A David, que

permaneció en su casa después de la batalla, le siguió un pecado y

luego otro pecado. Es posible que estos pecados crecientes lleven al

creyente a un juicio instantáneo, porque hay un pecado que es para la

muerte, no para la muerte espiritual, sino para la muerte física. Pablo

les dijo a los creyentes de Corinto que entregaran a un hermano a

Satanás para la destrucción de la carne, a fin de que el espíritu pudiera

ser salvo en el día del Señor. Una vez más, les dijo que su omisión de

93
un pecado particular en relación con no discernir el cuerpo del Señor

en el servicio de la Comunión, había traído la enfermedad y la muerte

a su paso. “Por esta causa, muchos son débiles y enfermizos entre

ustedes, y muchos duermen”. He sacado a la luz en un mensaje sobre

“Hombres a quienes Dios pegó”, que hombres como Nadab y Abiú, Uza,

Ananías y Safira, parecen haber estado en una relación salvada con

Dios, pero su ejecución fue un asunto de juicio porque no estaban si-

guiendo el camino que Dios les tendió como santos. O tememos a Dios,

hermanos cristianos, y recordemos que Él es un Dios de santidad que

debe exigir la santidad de su pueblo. Dios mira al creyente a través de

Jesucristo, viéndolo perfecto en el Salvador, pero Dios también mira al

creyente tal como se encuentra en su condición, y ha provisto una serie

de medidas mediante las cuales la condición del creyente puede ele-

varse hacia su posición en Cristo. Antes de mirar estas medidas de

limpieza en detalle, es necesario que nos detengamos un momento

para deshacernos de dos ideas falsas que Satanás ha intentado pasar

94
como moneda verdadera. Ha habido, en primer lugar, ciertos cristianos

que han enseñado que la vieja naturaleza está completamente erradi-

cada en algún momento, cuando el alma se regenera, y que, en ade-

lante, el cristiano se encuentra en un estado de completa perfección.

Han construido su doctrina en algunos pasajes de la Escritura sin tener

en cuenta todo el cuerpo de la enseñanza bíblica sobre el tema. Su

principal punto de reunión es la traducción de la Versión Autorizada de

1 Juan 3:9: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado,

porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque

es nacido de Dios”. Sabemos, por supuesto, que la Versión Revisada lo

presenta correctamente: “Todo aquel que es nacido de Dios, no hace

pecado”. Pero incluso si tomáramos la traducción de la Versión Autori-

zada, creo que el pasaje puede interpretarse correctamente con la de-

bida referencia a todos los otros pasajes, que tratan sobre el tema.

Debemos ponerlo al lado de la estimación de sí mismo de Pablo: “Y yo

sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer

95
el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18). Lo que la Biblia

está enseñando es que cada creyente tiene dos naturalezas distintas a

las que podemos llamar Saulo y Pablo. La enseñanza de la Palabra,

entonces, es que Saulo no puede hacer nada que sea bueno a la vista

de Dios, y Pablo no puede hacer nada que sea malo, ya que ya no es

nada de él sino de Cristo que mora en él. Saulo tiene una naturaleza

antigua que no puede hacer justicia según los términos y la definición

de Dios, y una nueva naturaleza que no puede posiblemente cometer

pecado, ya que es la vida misma del Cristo sin pecado. La dificultad

con los maestros que sostienen la doctrina de la perfección sin pecado,

es que han visto sólo un lado de la verdad de la Biblia. Qué tonto,

entonces, enseñar que la vieja naturaleza ha sido erradicada. Hay un

maestro que se jactó de haber usado una palabra más fuerte. Dijo que

siguió a Romanos 6, donde leemos que el cuerpo del pecado fue “des-

truido”. Me pregunto si el hombre alguna vez había leído algo de

griego, porque la misma palabra “destruido” se usa en Hebreos 2:14,

96
donde se dice que Cristo destruyó al Diablo (pero el Diablo todavía está

muy activo, y así es nuestro viejo “Saulo”!). En Romanos 7, Pablo des-

cubrió que este cuerpo de muerte estaba lejos de ser destruido; toda-

vía estaba trabajando activamente. Pero, afortunadamente, Dios no

nos ha dejado ninguna duda en este asunto, porque tenemos una de-

claración formal de él que cubre toda esta doctrina: “Si decimos que

no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad

no está en nosotros” (1 Juan 1:8). Hay una tragedia práctica en rela-

ción con el engreimiento de esta escuela de pensamiento. Creer que

no tienen una naturaleza antigua, y creer que lo que hacen no es pe-

cado. Por lo tanto, no le confiesan a Dios el perdón, y permanecen en

un estado de falta de perdón y de autoengaño que no tiene un concepto

apropiado de la santidad de Dios, o de la pecaminosidad excesiva del

pecado. Otra escuela ha visto el error involucrado en este engaño, pero

al tratar de escapar ha caído en uno más grave, enseñando que la vieja

naturaleza del pecado permanece dentro del creyente, pero que ya no

97
opera debido a la presencia de la nueva vida. Vamos a ver en un mo-

mento cómo podemos tener la victoria. Pero debemos tener cuidado

de protegernos contra el error de la inoperación de la vieja naturaleza,

sin importar bajo qué nombre se pueda enseñar este error, ya que tal

enseñanza está muy alejada de la doctrina bíblica de la santidad con-

tinua al mirar a Cristo. Para cualquier hombre decir al final de cualquier

día que no ha habido nada en su vida que pueda desagradar a Dios, es

ignorar el carácter de la vieja naturaleza del pecado que mora en su

interior. Y es ignorar el carácter de esa naturaleza frente a la declara-

ción definitiva de Dios que la describe. Así leemos: “Si decimos que no

hemos pecado, lo hacemos a Él mentiroso, y Su Palabra no está en

nosotros” (1 Juan 1:10). Me atrevo a decir que si algún hombre, sea el

creyente más santo que haya vivido, al final de una velada en su vida,

y mirando hacia atrás ese día, y dice y concluye que había vivido ese

día sin pecado de omisión o comisión, él sería culpable, según este

versículo, de hacer a Dios un mentiroso. Pero entre estos dos errores

98
yace una de las verdades más gloriosas de toda la Escritura. Dios, sa-

biendo que había dentro de nosotros una fuente de maldad que no

podía hacer otra cosa que derramar su malvada corriente, hizo provi-

sión por adelantado para nuestra limpieza diaria, horaria y momentá-

nea del pecado, para que la vieja vida pueda mantenerse bajo control.

“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nues-

tros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Ésa es la ver-

dad que hace que nuestra comunión con Dios sea una posibilidad con-

tinua, y que abre la puerta a un verdadero caminar con Dios. He ex-

puesto la verdad tan claramente que algunas mentes críticas pregun-

tarán inmediatamente si no he ido demasiado lejos. Creo que simple-

mente he seguido el lenguaje de Pablo y el Nuevo Testamento, y que

tal crítica surgiría sólo cuando surgió en contra de Pablo cuando, bajo

la inspiración del Espíritu Santo, presentó estas verdades en forma in-

tachable. Porque después de habernos dicho que fuimos justificados en

Cristo, y que nada podría afectar nuestra relación con Dios, que ahora

99
era un asunto resuelto para siempre, escuchó la voz de aquellos que

temían que les estuviera dando licencia a los hombres para el pecado.

Siempre ha habido quienes temen que una declaración completa del

amor y la gracia de Dios conduzca a los hombres a aprovecharla y a

precipitarse a disfrutar de los placeres del pecado por un tiempo. Pablo

inmediatamente repudió tal enseñanza. “¿Qué, pues, diremos? ¿Perse-

veraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna ma-

nera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún

en él?” (Romanos 6:1-2). No había lugar para el antinomianismo en la

teología de Pablo. El antinomianismo se refiere a la práctica (no bíblica)

de vivir sin la debida consideración de la rectitud de Dios, emplear la

gracia de Dios como si fuera una licencia para pecar y confiar en la

gracia para ser limpio del pecado sin condiciones. En otras palabras,

ya que la gracia es infinita y somos salvos por gracia, entonces para el

antinomianismo podemos pecar cuanto queramos y aún ser salvos. Re-

cuerdo haber hablado con un hombre que expresó su temor de que la

10
0
enseñanza abierta de que Dios había ofrecido el perdón por adelantado

por cualquier pecado que pudiera cometer el creyente, llevaría a los

hombres a aprovechar esa gracia de Dios. Le pregunté si había sabido

la verdad por mucho tiempo. Él respondió que le había sido familiar

durante muchos años. “¿Y te ha llevado personalmente a los excesos

del pecado?” Le pregunté sin rodeos: “Para ser sincero”, respondió,

“me ha hecho llorar ante Dios que alguna vez he tenido que aprovechar

la provisión que ha hecho”. Si lees las Memorias de Robert Murray

M’Cheyne, encontrarás que él pregunta si es posible que Dios haya

proporcionado un camino desde la morada del cerdo hasta su presen-

cia, para el perdón repetido. Y concluye que Dios ha hecho tal provisión

en Su Palabra. ¿Y acaso Dios mismo no nos ha dicho que este conoci-

miento de la provisión completa para el perdón diario y la purificación

del pecado, nos fue revelado para evitar que pecáramos? “Hijitos

míos”, nos dice, “estas cosas os escribo, para que no pequéis. Y si

alguno hubiere pecado” (eso significa claramente, si alguno ha nacido

10
1
de nuevo, y pecare) “nosotros, los creyentes, tenemos un defensor con

el Padre, Jesucristo el justo: y Él es la propiciación por nuestros peca-

dos (los creyentes); y no sólo por los nuestros, sino también por los de

todo el mundo” (1 Juan 2:1-2). Sí, podemos estar seguros de ello,

debido a la presencia del Espíritu Santo que vive en nuestros corazo-

nes, esta prueba abundante del amor de Dios nos restringirá hacia Él

mismo. Un incidente ocurrió en el curso de mi trabajo hace varios años

que ilustra bellamente esto. Fui invitado a celebrar una semana de

reuniones en una de nuestras universidades. Todos los días, tanto por

la mañana como por la tarde, asistí a los cientos de miembros del

cuerpo estudiantil, y durante el día se hicieron arreglos para que cual-

quiera de los estudiantes acudiera a una de las oficinas para una en-

trevista personal, en relación con sus problemas espirituales. Después

de una de las reuniones, uno de los profesores vino a preguntarme si

podría tener una entrevista personal, la cual arreglé. Era bastante jo-

ven, pero tenía una historia triste que contar. Durante la guerra había

10
2
sido enviado a Ultramar a Francia, y había caído con malos compañe-

ros. No hizo profesión de ser cristiano en ese momento, y durante va-

rios meses, mientras estuvo estacionado en París, había vivido en un

terrible pecado. Pero ahora, regresado a su hogar y con otras influen-

cias, había llegado a un conocimiento de Cristo como su Salvador per-

sonal, y estaba buscando vivir una vida cristiana. Me dijo que se había

enamorado de una hermosa niña cristiana en esa ciudad universitaria;

tenía razones para creer que ella lo amaba, pero vaciló en hablarle por

el recuerdo de su pecado anterior y por el temor de que su propensión

al pecado lo llevara a herir el corazón y la vida de esa niña. Él la amó.

¿Qué debe hacer? Él había declarado su problema: esperó a que yo le

respondiera. Oré por un momento, pidiendo que se me diera la palabra

correcta, y después de asegurarme de que conocía la realidad del

nuevo nacimiento y la presencia de Cristo en él, le dije que hablara

francamente con la joven. Le dije: “La has estado amando durante

meses y te has abstenido de hablar con ella sobre eso. ¿Piensas por un

10
3
momento que no sabe que te preocupas por ella y que hay algo que te

detiene? Las mujeres tienen un camino de conocer los pensamientos

de aquellos que las aman, mucho antes de que se expresen esos pen-

samientos. Si van a vivir sus vidas juntos, no debe haber barreras entre

ustedes, y su conocimiento de su debilidad les ayudará en cada cir-

cunstancia del camino”. Y luego comencé a contarle la historia de otras

dos personas que habían pertenecido a mi ministerio mucho antes. La

razón por la que cuento esta historia en medio de la historia del profe-

sor, es para sacar a relucir la palabra de comentario que se le dio

cuando terminé. “Hace un tiempo”, le dije, “tuve la oportunidad de

tratar con un hombre y su esposa en circunstancias muy particulares.

El hombre tenía una devoción casi de perro fiel hacia la mujer, que era,

en mi opinión, mucho más fuerte personaje que él. Había vivido una

vida de pecado, y luego, después de su conversión en condiciones que

eran casi equivalentes a las obtenidas en una misión de rescate, cono-

ció y se casó con esta noble mujer cristiana a la que confió en unas

10
4
pocas palabras tristes, la naturaleza, aunque no los detalles de su pa-

sado mezquino. Me dijo que su esposa había tomado su cabeza en sus

manos y lo había llevado a su hombro, y lo había besado, diciendo,

“Juan, quiero que lo hagas, entiendo algo muy claramente. Conozco

bien mi Biblia y, por lo tanto, sé la sutileza del pecado y los mecanismos

de Satanás que trabajan en el corazón humano. Sé que eres un hombre

completamente convertido, Juan, pero sé que todavía tienes una vieja

naturaleza, y que todavía no estás tan completamente instruido en los

caminos de Dios, como lo hará pronto en mí. El Diablo hará todo lo

posible para arruinar tu vida cristiana, y se encargará de que se pongan

en tu camino las tentaciones de todo tipo. Podría llegar el día, agra-

dézcale a Dios que nunca lo hará, pero llegará el día en que sucumbirá

a la tentación y caerá en pecado. Inmediatamente el Diablo te dirá que

no sirve de nada volver a intentar, que podrías continuar en el camino

del pecado, y que sobre todo no debes decirme porque me harás daño.

Pero Juan, quiero que sepas que aquí en mis brazos está tu casa.

10
5
Cuando me casé contigo, me casé con tu naturaleza anterior así como

con tu nueva naturaleza. Y quiero que sepas que hay perdón completo

y perdón por adelantado por cualquier mal que pueda llegar a tu vida”.

“Cuando le conté esta historia al profesor universitario, él había incli-

nado la cabeza y se había cubierto la cara con las manos. Cuando lle-

gué a este punto de la historia, levantó los ojos hacia mí y dijo con

reverencia: ¡Dios mío! si algo pudiera mantener a un hombre en línea

recta, eso sería todo”. Provisión completa de antemano para cualquier

mal que pueda entrar en su vida. Eso es exactamente lo que Dios ha

provisto en los arreglos que ha hecho para nuestra limpieza del pecado.

Debemos darnos cuenta de que nada ha salido de nuestro corazón que

haya asombrado a Dios. Sabía antes de que Él alguna vez comenzara

a salvarnos, exactamente cómo éramos. “Porque él conoce nuestra

condición; Se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:14). Fue

“cuando todavía no teníamos fuerzas”, que “a su debido tiempo Cristo

murió por los impíos” (Romanos 5:6). De hecho, Dios viene a nosotros

10
6
recomendándonos Su amor sobre la base del hecho de que, mientras

éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8: “Mas Dios

muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores,

Cristo murió por nosotros”). A medida que conozcas mejor al Señor,

llegarás a comprenderte mejor, y admitirás sin cuestionar el horror de

las potencialidades del pecado que están dentro de tu corazón. Aquí

radica la explicación del extraño avance del conocimiento del pecado

que se exhibe en los versículos de los escritos de Pablo. Al principio de

su vida cristiana, observó la compañía de los apóstoles, se comparó

con ellos y escribió a los corintios: “Porque yo soy el más pequeño de

los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perse-

guí a la iglesia de Dios” (1 Corintios 15:9). Varios años después, escribe

a la Iglesia de Éfeso, diciendo: “A mí, que soy menos que el más pe-

queño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre

los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo” (Efe-

sios 3:8). ¿Qué progreso es esto? Él se coloca como el número trece

10
7
en comparación con los apóstoles; luego toma la posición del número

cien mil, digamos, en el número de todos los santos. ¿Qué está pa-

sando? Pablo ahora está en prisión en Roma. El Espíritu le está reve-

lando que sus días están contados. Pronto sabrá que el momento de

su partida está cerca. Sin embargo, al escribirle al joven Timoteo, él

ya no se compara con los apóstoles o santos, sino que declara con

valentía: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo

Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy

el primero” (1 Timoteo 1:15). Aquí tenemos una fase del progreso del

peregrino que a menudo no se realiza: menos que los apóstoles, menos

que el más pequeño de todos los santos, el jefe de los pecadores. Y

cómo llegó Pablo a esta comprensión creciente de la pecaminosidad del

pecado en su propia vida: La respuesta es que se estaba acercando

cada vez más al Señor Jesucristo en su condición de vida y, por lo

tanto, se estaba dando cuenta, cada vez más, de cómo a diferencia del

Señor, él era. Supongamos que va a salir de su hogar una tarde oscura

10
8
en su camino hacia alguna función importante. Caminas por la calle y

un motor que pasa te salpica de tierra en las calles lluviosas. Su primer

momento de indignación pasada, comienza a evaluar el daño. Tal vez

no es tan malo, te consuelas. Luego te acercas a la gran luz de la calle

y eres consciente de que hay mucho más de lo que pensaste al princi-

pio. Por fin llegas al lugar donde la iluminación es brillante y, al verte

a ti mismo, decides inmediatamente que debes regresar a casa y cam-

biar tu ropa. Los rayos de luz directos han revelado una condición que

era intolerable. De modo que a medida que nos acerquemos al Señor

Jesucristo, sabremos más y más que no tenemos nada propio en lo que

podamos confiar, y tal como lo conocemos, adoptaremos fácilmente su

veredicto en cuanto al carácter de nuestra naturaleza malvada. Enton-

ces, y sólo entonces, estamos cada vez más ansiosos de aprovecharnos

del camino de limpieza que Él ha provisto. Nunca habrá una disminu-

ción de la confesión a medida que envejecemos en la vida cristiana,

habrá, más bien, una revelación creciente de la realidad del Maligno

10
9
contra cuyos ejércitos luchamos, y una completa y continua revelación

del mal a la vista de Dios, y a la luz del conflicto que libramos en los

lugares celestiales, y para el cual necesitamos toda la armadura de

Dios. Habrá, gracias a Dios, cada vez menos de lo que el mundo podría

llamar pecado, pero algunas de las cosas que hicimos a la ligera como

jóvenes cristianos, ahora serán dejadas de lado a medida que aumen-

tamos en santidad, y nos entristeceremos cuando vengan a molestar

a nuestros corazones en las etapas avanzadas de nuestro caminar cris-

tiano. Se puede ver fácilmente, a la luz de todo esto, que un incrédulo

podría pasar por alto ciertas manifestaciones de la vieja naturaleza sin

siquiera hacer una pausa para cuestionar el bien o el mal del acto in-

volucrado. El creyente, sin embargo, con la presencia sensible del Es-

píritu Santo en su corazón, será consciente de la pecaminosidad del

pecado y deseará despejar esas nubes nacidas de la tierra que escon-

den a nuestro Señor, aunque sea momentáneamente, de los ojos de

nuestra fe. Es la presencia del Espíritu Santo que seguirá revelando la

11
0
presencia del pecado. Una vez que hayamos llegado a un momento de

plena entrega a su voluntad, el Señor nos dará sensibilidad del alma si

hay algo menos que la alegría plena que alguna vez hemos conocido.

“Devuélveme el gozo de tu salvación” será nuestro grito si una vez esa

realidad hubiera sido probada y luego perdida. ¿Y cómo el creyente

vendrá a la presencia de Dios en la confesión de pecado, para que esa

comunión y dicha se restauren? Debe darse cuenta de que Satanás

elevará sus reservas más pesadas para resistir al hijo de Dios en este

momento. Si el enemigo de nuestras almas puede mantenernos con

pecados no confesados y no abandonados en nuestras vidas, ha lo-

grado anular nuestra vida cristiana y hacer que nuestro testimonio cris-

tiano sea ineficaz. Si alguna vez luchamos contra los principados y con-

tra los poderes, si alguna vez tenemos que ver con los gobernantes de

las tinieblas de este mundo, si alguna vez nos enfrentamos a las hues-

tes espirituales de iniquidad en los lugares celestiales, es en el mo-

11
1
mento en que intentamos buscar al Señor por perdón y limpieza. Al-

guien ha dicho que Satanás tiembla cuando ve al santo más débil de

rodillas. Eso puede ser así, pero temblando o no, saca sus refuerzos.

Se puede responder que la Biblia dice: “Resiste al diablo y huirá de ti”.

Sé que en la práctica se descubrirá fácilmente que hay sólo medio ver-

sículo y media verdad en esa cita. En la práctica, encontrarás que si te

resistes al Diablo, él avanzará hacia ti, a menos que primero estés

cumpliendo la otra mitad de ese versículo: “Someteos, pues, a Dios”.

Entonces puedes “resistir al diablo y huirá de ti” (Santiago 4:7). Esta

sumisión a Dios reconoce a su señorío de nuevo en su vida. Incluye

una confesión de tu pecado, no ocultarlo, ya que a la naturaleza carnal

le gusta no confesar los pecados. Abraham mintió acerca de Sarah, y

luego trató de pasarla diciendo que después de todo había un grano de

verdad en lo que él había dicho, ya que Sarah era en verdad su media

hermana. No debe haber nada de esto en nuestro trato con Dios. David

había pecado contra Betsabé y contra Urías, su marido, cuya vida había

11
2
tomado; él había pecado contra las familias de todos los hombres que

fueron asesinados en la batalla porque la derrota había seguido a su

pecado; había pecado contra la nación que gobernaba quedándose en

casa en la azotea de la tentación, en los días en que los reyes debían

ir a la batalla. Sin embargo, cuando vio al Señor, ninguna de estas

fases de su pecado pareció entrar en la cuenta. “Contra ti, contra ti

solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas

reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio” (Salmo

51:4). Antes de que podamos llegar al punto de confesar nuestro pe-

cado, tendrá que librarse toda la lucha contra Satanás. Estamos ha-

blando de santidad práctica, por lo que voy a darte lo que podría lla-

marse la fórmula que se ha desarrollado a través de los años de prueba

y error en el método de acercamiento a Dios en mi propia vida, ya que

he aprendido más sobre la Palabra. Como debemos venir todos los días

de nuestras vidas para enfrentar esta batalla con el enemigo y obtener

acceso al Padre, es bueno que nos hagamos algunos movimientos y

11
3
consideremos que hemos luchado. Entonces, de hecho, estaríamos lu-

chando como uno que respira la batalla en el aire. Aunque las palabras

pueden variar, y aunque la forma a veces puede ser con gemidos que

no son palabras, el Espíritu Santo ve y conoce el corazón, y puede

guiarnos a la verdad de Dios y llevarnos al lugar de la purificación. Al

recordar los grandes conflictos de mi vida, recuerdo que el acerca-

miento a Dios fue algo en los siguientes términos, aunque parecen sin

vida en comparación con la realidad de la batalla, al igual que la des-

cripción de un soldado en su avance desde las trincheras, que nunca

puede volver a capturar la atmósfera de “tierra de nadie”. Oro “por el

Señor Jesucristo, vengo a Ti, mi Padre y mi Dios, y en el Espíritu Santo.

Rechazo los poderes de la oscuridad que se opondrían a mi camino. Tú

sabes, Señor Jesús, todos los ataques del acusador de los hermanos,

porque tú los venciste a todos, y es a través de tu victoria que estamos

capacitados para venir. Tú derramaste tu sangre para redimirme, y allí

11
4
en la cruz destruiste principados y potencias, les hiciste una demostra-

ción abierta y completa, triunfando sobre ellos en la cruz (Colosenses

2:15). Y es solo sobre la base y la base de esa sangre redentora y

triunfante victoria que me atrevo a acercarme a ti, oh Padre, porque

ves que no soy más que un pecador en mí mismo. Mírame ahora en

Cristo. Es a través de su fe que tengo acceso a esta gracia que me

permite estar delante de ti”. Queridos amigos, es difícil registrar los

gritos apasionados, que son como latidos del propio corazón. A veces

el alma es tan consciente de la guerra que está pasando en los lugares

celestiales entre las fuerzas de Satanás y las fuerzas de Dios, uno no

puede hacer más que echarse un momento, como un soldado que se

lanza hacia el enemigo, y que se agazapa detrás de un refugio, hasta

que pueda recuper el aliento y el coraje para seguir adelante, ya que,

al acercarnos a Dios en cualquier realidad de poder, el enemigo peleará

contra nosotros con más fuerza. Pero el Cristo crucificado es nuestra

esperanza, y pronto descubriremos que nos mantenemos fuertes en Él

11
5
en la misma presencia del Padre. ¡Qué santidad está aquí! ¿Cómo voy

a hablar con Él? ¡Luz eterna! ¡Luz eterna! ¡Cuán pura debe ser el alma

cuando, puesta dentro de Tu mirada de búsqueda, no se encoge, pero

con deleite tranquilo puede vivir y mirarte! Los espíritus que rodean a

Tu trono pueden llevar la dicha ardiente; pero seguramente es sólo

para ellos, ya que nunca, nunca han conocido un mundo caído como

éste. ¿Cómo podré yo, cuya esfera natal es oscura, cuya mente es

débil, antes de que aparezca el Inefable, y sobre mi espíritu desnudo

soportar ese rayo increado? Hay una manera en que el hombre puede

elevarse a esa morada sublime: Una ofrenda y un sacrificio, las tiernas

energías de un Espíritu Santo, un Abogado con Dios. Estos, estos nos

preparan para la vista de la santidad de arriba; los hijos de la ignoran-

cia y la noche, pueden habitar en la luz eterna, a través del amor

eterno. El acusador de los hermanos presentaría su acusación contra

nosotros, por las mismas cosas que venimos a confesar. Pero el juez

sabe cómo tratar a este acusador inhabilitado. “¿Quién pondrá algo a

11
6
cargo de los elegidos de Dios? Dios nos ha justificado”; no puede haber

cargos contra el santo de Dios. “¿Quién es el que condenará? Cristo no

sólo murió, sino que resucitó”. Entonces el Padre revela Su corazón de

amor. Intento decirle lo que siento, pero hay cosas que no me deja

decir. Recuerde cómo el hijo pródigo ensayó su discurso en el camino

a casa. Él dijo: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he

pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu

hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (Lucas 15:18-19). Dilo una

y otra vez a ti mismo. Dígalo en el tono de voz de un niño que está

memorizando sus lecciones para la escuela. ¿Lo hice bien? ¿Debo de-

cirlo de esa manera? Entonces el hijo llega a casa. ¿Quién adjuntó este

falso nombre de hijo pródigo a esta parábola? Esta es la parábola del

padre perdonador. El padre lo ve de lejos. Él corre a su encuentro. El

hijo comienza su discurso bien ensayado. “Padre, pequé contra el cielo

y ante tus ojos, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. Pero el padre

detiene su boca con un beso, y el hijo nunca termina la frase. El padre

11
7
no dejaría que ese corazón dijera: “Hazme como uno de tus jornale-

ros”. Es como si dijéramos a nuestro Padre Celestial: “Padre, no soy

digno de ser un santo, ¡sólo redúceme a un ángel!” Si el Señor alguna

vez degradara a uno de sus hijos redimidos a causa de la manifestación

de los pecados de su vieja naturaleza, estaría quitándole el valor del

Señor Jesucristo. ¡No! La visión de Zacarías, del sumo sacerdote Josué

de su tiempo cuenta la historia. El sacerdote estaba de pie delante de

Dios con ropas sucias, y Satanás estaba allí para resistirlo. “Me mostró

al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y

Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Sa-

tanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Je-

rusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio? Y

Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel. Y

habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo:

Quitadle esas vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti

tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala” (Zacarías 3:1-4).

11
8
Entonces lo vistieron de ropas limpias; la mitra limpia fue traída y co-

locada sobre su cabeza, y él se paró una vez más en la comunión y la

alegría del Señor. ¡Y nosotros también! Vayamos a la presencia de Dios

de la manera que Él ha determinado, y tendremos el conocimiento de

nuestros pecados perdonados, del compañerismo restaurado y del po-

der provisto. Nuestros corazones, si a Dios buscamos para conocerlos,

lo conoceremos y nos regocijaremos; Su llegada como la mañana será,

como la mañana cantará su voz.

11
9
CAPÍTULO 4

CAMINO: MANTENIMIENTO PRÁCTICO DE LA SANTIDAD EXPE-

RIMENTAL

“Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán

alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se

fatigarán” (Isaías 40:31). Las verdades que hemos considerado en

nuestros capítulos anteriores se pueden comparar con el volar y con el

correr. Nuestros dones de Cristo, nuestra alta posición en Él, la gloriosa

provisión para nuestra constante limpieza del pecado; la absoluta se-

guridad de que estamos en la suya, y sólo por Él y para siempre; estas

son verdades que nos llevan a los lugares celestiales y nos mantienen

allí. Todo eso, sin embargo, no será más que un conocimiento básico

si no llegamos al último paso en nuestros estudios prácticos y vemos

cómo podemos vivir momento a momento bajo el poder del Espíritu

Santo, de modo que haya estallidos menos frecuentes de la vieja na-

turaleza para llevarla al Señor en confesión. Consideramos, entonces,

12
0
nuestro caminar diario en Cristo, como el mantenimiento práctico de

la santidad experimental. Propongo para nuestro estudio que conside-

remos un día de la vida, con todo lo que un día aporta a su vida y a la

mía. De esta manera podremos llevar nuestros estudios fuera del do-

minio de lo teórico y lo teológico al dominio de lo intensamente práctico

y experimental, aunque estaremos en la Biblia en todo momento.

Nuestro día calendario comienza a la medianoche, el día judío comen-

zaba al atardecer. Por lo tanto, se me permite comenzar el recital de

nuestro día experimental en alguna parte entre los dos y, por una razón

que pronto se manifestará, elijo el momento en que nos vamos a dor-

mir por la noche. Alguien puede preguntarse por qué debería comenzar

el relato de mi día en ese punto, y la respuesta surge de una verdad

psicológica que muchos de nosotros conocemos por experiencia. Fre-

cuentemente noté que me despertaba por la mañana pensando en los

mismos pensamientos que había tenido en mente cuando cerré los ojos

mientras dormía la noche anterior. Muchas personas saben por triste

12
1
experiencia, que la mente con frecuencia deriva a los pensamientos

que son completamente propios, y sus intereses y deseos, en esos mo-

mentos medio dormidos y medio despiertos que terminan nuestros días

y comienzan nuestras noches. Descubrí, por lo tanto, que era de gran

importancia capturar este medio mundo de la mente humana para

nuestro Señor Jesucristo. Una mañana cuando desperté tratando de

resolver un problema de ajedrez que había llenado mi mente, al poner

mi cabeza sobre mi almohada, tomé conciencia de esta ley y determiné

que, de ahora en adelante, me iría a dormir pensando en Cristo. A

medida que pasaron los meses, descubrí que había mucho más que un

hábito involucrado en esto. Aquí había una prueba de la presencia del

Señor Jesucristo en mi corazón y en mi mente, controlando incluso el

elemento subconsciente de mi vida. Luego aprendí que no me debo

simplemente dormir pensando en Cristo, sino que debo irme a dormir

en comunión con él. Comencé a memorizar versículos de las Escrituras

12
2
por la noche y a recitarlos mientras me dormía. Al principio estas ver-

dades eran meramente objetivas: “Su nombre se llamará maravilloso”,

podría ser mi versiculo en cierta noche. Al principio meditaría sobre

esto, en términos algo así como aquellos en los que podría exponerlos

a una audiencia. Su nombre está lleno de maravillas. Su nombre es el

nombre de Jesús, el del Salvador. Él salvará a su pueblo de sus peca-

dos. Luego vino un cambio que vino en mi procedimiento. Esas mismas

oraciones fueron alteradas a la persona, número y tiempo de compa-

ñerismo. Tu nombre está lleno de maravillas. Tu nombre es Jesús. Tú

eres mi Salvador. Tú continuamente me vas a salvar de mis pecados.

Pronto se volvió más real que el interior de mis párpados. No pude

verlos, aunque estaban cerca de mis ojos; en él aprendí a saber en

todo, menos en el tacto. Y cerrar los ojos con Cristo quita todo temor

en las noches de insomnio. Deje que otros cuenten ovejas saltando

sobre una pared; hablaré directamente con el Pastor. “Por demás es

que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, Y que comáis

12
3
pan de dolores; Pues que a su amado dará Dios el sueño” (Salmo

127:2). “Me acosté y dormí”, dice David, “y desperté, porque el Señor

me sostuvo” (Salmo 3:5). Cuando duerma, su bálsamo tendrá alivio.

Mi espíritu silencioso suspira, ¡Que Jesucristo sea alabado! La noche se

vuelve como el día, cuando desde el corazón decimos: ¡Alabo a Jesu-

cristo! Luego, cuando despierto a un nuevo día, me levanto para escu-

char lo que Él me habla, y yo a él. David sabía esto cuando dijo: “Si

los enumero, se multiplican más que la arena; Despierto, y aún estoy

contigo” (Salmo 139:18). Aun así, todavía en Ti, cuando la mañana

púrpura se quiebra, cuando el pájaro se despierta, y las sombras hu-

yen; más bella que la mañana, más hermosa que la luz del día, ama-

nece la dulce conciencia, y estoy contigo. Sólo en Ti, en medio de las

sombras místicas, el solemne silencio de la naturaleza recién nacido;

sólo contigo en una adoración sin aliento, en el rocío calmo y la frescura

de la mañana. Aun así, todavía en Ti, en cuanto a cada mañana recién

12
4
nacida, aún se da un esplendor fresco y solemne, así esta bendita con-

ciencia, al despertar, respira cada día la cercanía a Ti y al Cielo. ¡Oh,

qué importantes son esos primeros momentos del despertar! Vivirlos

con Cristo nos salvará, tal vez, horas de nuestro día. No tendremos

que regresar más tarde para confesar que hemos vivido en la carne en

lugar de la vida de fe en Cristo. Y el versículo que estábamos apren-

diendo mientras nos dormíamos, regresa de nuevo a nuestros corazo-

nes y mentes, y nuestra comunión se alimenta con la maravilla de Su

Nombre y todo lo que transmite. Y luego el corazón naturalmente se

convierte en alabanza. Porque Cristo, reconocido, exaltado y entroni-

zado en la vida, vivirá la misma vida de alabanza e intercesión dentro

de nosotros, que Él está viviendo en el Cielo. ¿Has visto esa hermosa

imagen en la epístola a los Hebreos, de Cristo dirigiendo la alabanza,

la música si quieres, que se levanta de los corazones de los redimidos?

Porque Él nos ha apartado para Sí mismo, dice que no se avergüenza

12
5
de llamarnos hermanos, diciendo: “Anunciaré a mis hermanos tu nom-

bre, En medio de la congregación te alabaré” (Hebreos 2:12). Mi cora-

zón ama esa imagen del Cristo que canta, y encuentro que, como la

primavera evoca la canción de los pájaros, así la vida de Cristo, exal-

tada y poseída, exalta la alabanza de mi ser redimido. El ministro Ro-

bert Murray M’Cheyne ha dado un maravilloso pasaje en sus memorias,

en el que cuenta cómo aprendió a desterrar la tentación con los elogios.

Cuando Satanás se mueve con sus fuerzas, el Señor en su interior le-

vanta el grito de alabanza triunfal a Dios, y las huestes del enemigo

deben huir. M’Cheyne descubrió que el Diablo no podía resistir un

salmo de alabanza. Hay, por supuesto, una profunda verdad espiritual

detrás de esto, porque el creyente no puede estar viviendo en alabanza

a menos que sea entregado al Señorío de Cristo. Un verdadero salmo

no puede surgir de los labios que no se han limpiado por completo. Así

que cuando la mañana dora los cielos, Mi corazón, al despertar, llora,

¡Que Jesucristo sea alabado! Entonces, debe haber una oración rápida

12
6
y cortante para que el Señor se apodere de mi ser, mi mente y mi

lengua, mientras saludo a mis seres queridos. Esto es por su bien, no

por el mío, ya que son bastante fáciles de llevarse bien. ¡Cuántos de

nosotros debemos darnos cuenta de que aquellos que viven en la casa

con nosotros, tienen una bendición especial de Dios para llevarse bien

con nosotros! Hay algunas queridas mujeres y niños que preferirían ir

a un foso de osos, antes que tener que conocer a algunos de ustedes,

antes de tomar su taza de té o café por la mañana. ¿Su familia suspira

con alivio cuando se va a una convención religiosa o a una conferencia

bíblica, sabiendo que tendrán una semana de paz en la casa sin usted?

El Señor nunca quiso decir que cualquier cristiano debería tener que

gruñir una disculpa posterior a su esposo o esposa, diciendo: “Tal vez

rugí un poco, pero no estaba completamente despierto, y sabes que no

soy responsable hasta media hora después de que estoy fuera de la

cama”. El Señor acabará con todo eso por ti, y cada lado de la cama

será el lado derecho de la cama para que puedas salir, cuando hayas

12
7
entregado tu mente y tu lengua a Él, para esos primeros momentos de

contacto que tendrás con los demás. Ahora, he aprendido experimen-

talmente, que lo mejor para mí es tener mi día marcado en secciones,

y acercarme a Dios para una renovación constante de la vida a medida

que avanzo. David dice: “Siete veces al día te alabo A causa de tus

justos juicios” (Salmo 119:164). Puede que sea necesario marcar su

día en secciones más largas o más cortas, pero debe haber una cons-

tante comunión, acercándose a Él en medio de las actividades de la

vida. Cuando estaba en el sur de la India, visité a la señorita Amy

Carmichael en Dohnavur. Una de las costumbres de la que quizás sea

la estación misionera más hermosa del mundo entero, es detenerse a

la hora de mayor impacto. En la torre de oración que se eleva, cubierta

de flores, encima de la capilla, hay campanillas que se pueden escuchar

a través del recinto. Toda la actividad externa de la misión cesa,

cuando las campanas comienzan la hora. Las chicas mayores, con sus

hermosos saris, caminando por los senderos floridos, se detendrán y

12
8
se inclinarán en meditación. Los niños en los campos de juego, dejarán

sus juegos por un breve momento. Los hermanos mayores bajarán de

sus bicicletas mientras realizan un recado, y se quedarán un momento

en silencio mientras suenan las campanadas. Es todo como una imagen

en movimiento que gira, por un momento, en una diapositiva de este-

reopticón, y luego reanuda su movimiento. Infeliz la vida cristiana que

no tiene sus campanadas en algún lugar durante el día, para detener

las actividades terrenales mientras escuchamos el repique celestial,

pensando en el Salvador un momento, hablando directamente con Él,

escuchando su voz en algún versículo que Él recordará a la mente y

luego se adentrará en el trabajo y la actividad del momento. Dios me

ha enseñado a mirar hacia delante como alguien que camina por un

camino, pidiéndole a Dios que lo guarde y lo sostenga hasta el próximo

árbol, el próximo hito, el siguiente recodo en el camino, momento en

el que tomo el aliento que proviene de otra atmósfera que ésta y salgo

hacia el próximo punto. En casa, miro hacia adelante, en la mañana, a

12
9
la mesa del desayuno. Allí nos reunimos primero alrededor de la Pala-

bra de Dios, con nuestros hijos y los sirvientes, por unos momentos

con el Libro. Nos gusta que nuestra familia adore antes de comer. Re-

cuerdo que Leland Wang, de Hong Kong, le da a su pueblo el eslogan

“¡Sin Biblia, sin desayuno!” Si debe irse sin uno de ellos, omita las

papillas, pero no permita que su alma muera de hambre durante la

mañana. Su cuerpo puede vivir de la fuerza almacenada, pero el maná

de ayer se estropea si tratamos de usarlo de nuevo hoy. Hay muchos

cristianos que podrían encontrar el secreto completo de una vida de

derrota, en una Biblia descuidada. Y luego, en algún momento al final

de la oración, quizás incluso en silencio, después de que las palabras

audibles hayan terminado, espero con ansias la siguiente curva del ca-

mino y dedico la conversación de la mesa al Señor y todo lo que debe

pasar hasta que los niños salgan de la puerta a la escuela. Tanto se

puede enseñar a los niños por la conversación incidental e indirecta del

padre y la madre, mientras prestan atención a su comida. Podemos

13
0
detectar incidentes de la prensa diaria o la vida de la parroquia, y se-

ñalar el fracaso o el éxito de alguien y ver la base para ello. Decir que

John Smith se metió en problemas porque hizo cierta cosa puede dejar

una impresión más duradera que decir: “Ahora, Donald, no vuelvas a

hacer tal cosa”. La discusión de algunos versículos de las Escrituras

puede revelar una verdad que el padre y la madre sabrán que necesita,

una fuerte aplicación en la vida de uno de los niños, y son más rápidos

en captar el punto de aplicación que muchas personas mayores. Luego

se termina el desayuno y están a punto de ir a la escuela. A menudo

me pregunto cuándo canto “como un río glorioso”, si la señorita Ha-

vergal, que escribió las palabras, alguna vez escuchó a cuatro niños,

llenos de salud y vigor, mientras se levantaban de la mesa y se prepa-

raban para ir a la escuela. Ella dice: No con una oleada de preocupa-

ción, ni un poco de cuidado, ni una ráfaga de prisa, toca el espíritu allí.

Me temo que hay momentos en los que tenemos “una ráfaga de prisa”

en nuestra casa. Nos manejamos bien con la preocupación y el cuidado,

13
1
ya que hace tiempo que aprendimos que si nos preocupamos no con-

fiamos, y que, si confiamos, no nos estamos preocupando. No puede

tomar una taza de agua y una taza de leche en la misma taza al mismo

tiempo. Tampoco puedes tener un corazón que descansa en Cristo que

está lleno de cuidado. Esto cubre todos los eventos en la vida del ho-

gar: enfermedad, problemas, muerte, dinero, disciplina o lo que sea

que pueda ser la emergencia que pueda surgir. Él es fiel a su promesa

y proporciona la fortaleza, satisface la necesidad, conforta el corazón

y nos mantiene mirando hacia él. Esto se aplica a su vida hogareña y

a sus circunstancias, ya sea que usted sea responsable del hogar o de

que vaya a la escuela o al trabajo. El Señor es fiel y capaz, y Él nos

guardará continuamente. Éste es el camino de la vida que se vive por

la fe del Hijo de Dios. Y ahora que los niños están fuera de la escuela,

me siento en mi escritorio para echar un rápido vistazo al periódico.

Justo aquí debo comprometerme con el Señor. Debo conocer al Señor

13
2
en mi corazón mientras leo el periódico de estos días. Mira esos titula-

res negros. ¿Qué ciudad está siendo bombardeada hoy? ¿Qué dictador

está destruyendo más libertades de los queridos hijos de Dios? ¿Qué

nueva persecución está estallando contra los judíos? ¿Qué predicador

está haciendo una declaración escandalosa en la negación de la fe? Y

en comunión con mi Señor, lo escucho decir mientras leo el periódico:

“Mira que no te angusties; porque es necesario que todo esto acon-

tezca” (Mateo 24:6: “Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad

que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero

aún no es el fin”). ¿Esto parece imposible? Es el Señor quien lo ha

hablado. Pero, ¿te das cuenta de que tenemos que tomar medidas de

prevención de ataques aéreos? No olvides que la primera mitad de ese

versículo es: “Oiréis de guerras y rumores de guerras”. Es de esto que

Él dice: “Mira que no te turbes”. Y últimamente, mientras leo mi perió-

dico, encuentro que el Señor que habita en mi corazón me guía en la

misma obra que Él hace en el Cielo; porque allí está intercediendo por

13
3
su pueblo. Sería extraño que hiciera lo contrario cuando se le dé el

control total de una vida aquí abajo en la Tierra. “En toda angustia de

ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en

su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la

antigüedad” (Isaías 63:9), y esa aflicción debe estar en nuestros cora-

zones cuando vemos este mundo pobre y enfermo de hoy. Nunca veo

las noticias de China que mi corazón y mi mente no recorran esa tierra

en oración. ¿Leo de Peiping? Mi corazón dice: Señor, bendice a Wang

Ming Tao mientras predica y manténlo a salvo del enemigo. ¿Es Chang-

sha? Hay Marcus Cheng y Cheng Chi Kuei. ¿O Nanking? ¿Qué le ha

sucedido a Jonathan y Lena Cheng, y Calvin Chao? ¿O Shanghai? Se-

ñor, ¿qué pasa con John Soong y Watchman Nee? ¿O Hong Kong? Se-

ñor, bendice a Lelang Wang mientras predica. Y así sucesivamente, en

China y en todo el mundo. Puede que no conozcas a todas estas per-

sonas en particular, pero deberías tener una lista de aquellos por quie-

nes oras. En un cajón de mi escritorio hay tres libros, llenos con los

13
4
nombres de misioneros y líderes cristianos nacionales de todo el

mundo. Me encanta revisar el mapa con estos libros y estos nombres,

presentándolos ante el Señor. Justo aquí, alguien dirá: “¡Oh, pero us-

ted es un ministro y tiene tiempo para hacer esto! Tenemos nuestro

trabajo doméstico o nuestra oficina funcionando, y no podemos pasar

el tiempo así en la oración, ni detenernos para leer la Biblia”. No estoy

seguro de que te crea. Concedido que tengo más tiempo para esto que

muchos de ustedes, estoy convencido de que la mayoría de la gente

pasa mucho más tiempo en cosas innecesarias que en las necesarias,

y que descuidan las cosas importantes. Duermes ocho horas, trabajas

ocho horas, y en las horas restantes hay muchos momentos que po-

drías dedicar al momento de la intercesión y al gozo de alimentarte de

la Palabra de Dios, si sólo entregaras tu voluntad al Señor por este

propósito. Es mucho más necesario de lo que crees. Quiero detenerme

aquí para ilustrar esto con una historia. Mis cuatro hijos son muy afi-

cionados a las historias y acertijos, y con frecuencia me piden que

13
5
traiga otros frescos para su entretenimiento. Un día les dije esto. “Un

bebé nació en Nueva York hace unos meses, y pesaba alrededor de 50

libras al nacer. Le daban diez galones de leche por día, y en pocos

meses pesaba alrededor de 100 libras”. Hubo un momento de silencio,

y luego el señor de nueve años de edad, respondió: “¿Por qué, papá,

eso no puede ser así? Pesamos menos de diez libras cuando nacimos,

y aquí Donny tiene más de once años y él no pesa 100 libras”. Después

de la discusión y la demostración de mucha incredulidad, finalmente

pidieron la explicación, así que le contesté que el bebé nació en el zoo-

lógico, ¡y que era un bebé elefante! Entonces les dije: “Supongan que

el guardián en el zoológico estaba haciendo una ronda con la comida

una mañana, y encontraron los diez galones de leche pesada para lle-

var. Supongamos que él dijo, Daré estos diez galones de leche a estos

pajaritos en este nido en la casa del pájaro y llevan estos gusanos

hasta el elefante”. ¿Qué pasaría? ¿Por qué, por supuesto, los pájaros

se ahogarían y el elefante moriría de hambre? Entendemos que cada

13
6
miembro del reino animal debe tener su propia nutrición en particular,

sin la cual no puede vivir. Entonces podemos dibujar esta analogía.

Tenemos una nueva naturaleza que es la vida de Cristo, y tenemos una

naturaleza vieja que es la vida de pecado dentro de nosotros. Saulo y

Pablo habitan juntos en el mismo cuerpo del cristiano. Saulo tiene un

apetito voraz, y toda la organización de la civilización de este mundo

está ligada a la alimentación de esta vieja naturaleza. Muchos de los

libros, las revistas, las trivialidades de la conversación, las fotos en las

vallas publicitarias, el cine, creo que puede ser más tolerable para So-

doma y Gomorra que para el Hollywood actual, en resumen, toda la

vida alrededor de nosotros es comida para la vieja naturaleza. En este

alimento, la vieja naturaleza se vuelve gorda y floreciente, y la única

cura es llevarla a ser crucificada. Sólo hay un alimento para la nueva

naturaleza. “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que

sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Oh cristianos, ¿por qué harán

morir de hambre a sus espíritus, hasta que no tengan fuerzas para

13
7
resistir al enemigo cuando venga en contra de ustedes? Él, el Diablo,

nunca huirá, excepto ante la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios que

ha sido recientemente apropiada y asimilada y brillada en el poder de

la presencia viva del Señor de la cruz del Calvario. Aquí está el lugar

de la victoria. “Ellos le han vencido por la sangre del Cordero, y por la

palabra de su testimonio” (Apocalipsis 12:11). Y en el transcurso de mi

día debe haber muchas apropiaciones nuevas de la Palabra de Dios

para enfrentar los ataques sutiles y variados del enemigo. Y ahora lle-

gamos al negocio del día. Una de las secretarias viene con el correo y

los negocios. Aquí hay otro de mis hitos. Una oración rápida debe ser

enviada al Cielo. Señor, toda alabanza sea Tuya por la vida de la última

hora, y voy a la siguiente hora confiando totalmente en Ti. Dejo que

cada letra y cada elemento de mi negocio sea considerado y actuado a

la luz de Tu santa presencia y de acuerdo con Tu voluntad. Aquí, una

vez más, tengo una analogía con su negocio, ya sea la dirección de una

oficina, la realización de algún empleo, el estudio, el orden del hogar o

13
8
cualquiera que sea su ocupación en particular. Publicamos una revista

mensual, tenemos una gran correspondencia por radio, existen proble-

mas que surgen en relación con algunas de las familias de una parro-

quia de la ciudad. Hay más de mil quinientos dólares por mes para

pagar por concepto de las facturas de la radio. ¡Hay manuscritos para

considerar, y mucha poesía religiosa para rechazar! Sin embargo, cada

detalle tiene que hacerse con la fuerza del Señor, en un momento mi-

rando hacia él. Cristo ha prometido el poder para cada necesidad. Re-

cientemente encontré un párrafo sobre las variedades de poder que el

Espíritu Santo proporciona a los hombres en la Biblia. ¡Qué rango de

servicios para propósitos especiales! Por ejemplo, el Antiguo Testa-

mento nos habla de José, el pastorcillo, que se hizo adecuado para

gobernar el reino más poderoso del mundo antiguo y salvar innumera-

bles vidas en un tiempo de hambre sin precedentes. Bezaleel tiene la

capacidad de “artesanía” para crear el plan divino para el Tabernáculo

en el Desierto. Sansón está dotado de la fuerza física suficiente para

13
9
matar a mil filisteos con la mandíbula de un asno. Al dulce salmista de

Israel se le enseñan las alabanzas, tan ricas en una profunda experien-

cia espiritual, que han sido herencia del pueblo de Dios a través de las

edades. Los profetas tienen la osadía de presentarse ante el pueblo

reincidente de Israel y reprender en términos más simples su idolatría

y pecado. Al remanente, al regresar a su tierra bajo Zorobabel y Josué,

el sumo sacerdote, se le da ese propósito de corazón que, en medio de

la amarga oposición, ve al nuevo Templo lenta pero seguramente, eri-

gido sobre las ruinas del antiguo Israel. Creo que está bastante de

acuerdo con la enseñanza de la Biblia, al decirles a las mujeres que

Dios el Señor puede proporcionarles el Espíritu Santo del orden fami-

liar, ya sea que su lugar esté en la cocina o en el salón. El Espíritu

Santo proporciona la habilidad ejecutiva que los hombres necesitan. El

Espíritu Santo proporciona la fidelidad para las tareas más humildes,

así como para las más importantes a aquellos que están empleados. El

Espíritu Santo da la habilidad a los médicos y enfermeras. Conozco a

14
0
jóvenes cristianos que le han pedido al Señor que les de habilidad en

sus dones para la música y la pintura, y cuyas oraciones han sido res-

pondidas. El Espíritu de Dios proporciona para satisfacer muchas clases

de necesidades en nuestras vidas. En el transcurso de los años hemos

tenido decenas de miles de cartas en relación con nuestro trabajo en

la radio. Muy pocas son cortas, y el Señor les da a mis secretarios la

paciencia para leerlas, y la sabiduría para evitarlas. He venido al lugar

donde nunca tomo una de las cartas que se me presentan sin una ora-

ción rápida a Dios, para recibir la capacidad de satisfacer la necesidad

que allí se expresa. Me he dado cuenta de que estas cartas son casi

partes del propio espíritu humano. Sé de cartas que se han realizado

con todo el corazón, porque había demasiadas marcas de lágrimas en

la escritura. Conozco una carta que fue escrita y colocada en un cajón

durante varios meses, antes de que se tuviera el coraje para publicarla.

Necesitamos que el Señor responda esas preguntas tiernas que pro-

14
1
vienen de las mismas profundidades de las almas desgarradas. Enton-

ces, de repente, con el tintineo de una campana de teléfono, llega un

ataque agudo del enemigo. Nunca conocemos la avenida que elegirá.

Nunca sabremos sobre qué puede contener su enfoque, qué llamada

telefónica puede ocultar sus dardos. Aquí hay un amigo en el teléfono.

¿Ha visto tal o cual periódico esta semana? ¡No, no tengo! ¿Sé que he

sido atacado duramente por algún fundamentalista y que el artículo

principal del mismo artículo le dice a la gente que estoy atrapado en la

apostasía y la enseñanza falsa porque no abandono la denominación

en la que me encuentro? ¿He oído que se me ha insinuado que estoy

quedándome debido a mi salario y mi falta de voluntad para abandonar

los edificios y las pensiones para salir con el pequeño rebaño, que

ahora dicen que su trabajo es la verdadera causa de Dios? Había olvi-

dado orar sobre esta conversación telefónica cuando sonó la campana.

No le había pedido al Señor que me diera el Espíritu Santo para con-

testar el teléfono, cuando se trata groseramente contra mi trabajo. Y

14
2
entonces respondo: “¡Estos hombres son cobardes y están haciendo el

trabajo del diablo, el acusador de los hermanos!” Luego, cuando el re-

ceptor está de nuevo en el auricular, descubro que estoy inquieto. Me

dirijo a mis cartas, pero hay algo mal. Leí un párrafo dos o tres veces

y no puedo entender el significado. Escucha atentamente, ahora. Justo

aquí, el alma cristiana se encuentra en el mayor peligro que se nos

enfrenta en la vida cristiana. Hay dos cursos de acción ante nosotros.

Podemos decirnos a nosotros mismos, este trabajo debe hacerse y po-

demos avanzar en la correspondencia y obtener las cartas respondidas

con la energía de la carne. Estas son las cartas que nos comprometerán

a reuniones que no son bendecidas. Estas son las cartas que nos cau-

san dos o tres cartas más adelante, para explicar lo que queremos

decir, y luego para explicar nuestra propia explicación. El otro curso de

acción, es decir, del Señor, es ¿qué está mal? ¿te he ofendido? ¿qué

he hecho en mi fortaleza que debería haber sido sometida al Espíritu

Santo? La secretaria que espera, con el lápiz preparado, puede pensar

14
3
que la respuesta a la carta está siendo formulada, pero en realidad, un

niño está volviendo a estar en comunión, con Uno que es verdadera-

mente santo y que no permitirá respuestas como ésa por teléfono. En-

tonces, rápidamente, digo, Señor, estaba en esa vieja naturaleza otra

vez. ¡Estalló! ¿La crucificarás ahora mismo y me devolverás a la pleni-

tud de Tu comunión? Y ahora la nube se ha ido, el sol brilla y otra vez

hay luz; existe el claro reconocimiento del hecho de que debería haber

hablado de otra manera; existe la oportunidad de examinar todo el

curso de mis acciones a la luz de estas acusaciones. Señor, ¿te vende-

ría por edificios, salario y pensión? ¿Este hermano está en lo correcto?

¿Me he perdido en un giro? ¿Debería haber salido con ruido y clamor?

Y el Espíritu Santo trae a mi corazón el recuerdo de la paz después de

una larga lucha para llegar a una decisión. Me vuelve a la mente esa

página de las Escrituras donde el Señor resucitado habló a la Iglesia en

Sardis. Y aunque se vio obligado a decir que tenían un nombre para

14
4
vivir y que todavía estaban muertos, le dijo a su mensajero: “Sé vigi-

lante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he

hallado tus obras perfectas delante de Dios” (Apocalipsis 3:2). Él me

asegura que no ha habido cambio en sus órdenes, y recuerdo cómo lo

recibí y lo escuché, y descanso mi corazón en su Palabra y continúo. Y

recuerdo que el Señor convirtió el cautiverio de Job cuando oró por

aquellos amigos que probablemente lo lastimaron más que por las he-

ridas que tenía, y le pido al Señor que me brinde una oración honesta

por este hermano que ha escrito el ataque, y que él pueda ser bende-

cido en la esfera de su trabajo, en la medida en que exalta al Señor

Jesucristo. Y la alegría fluye en mi corazón una vez más. Hay momen-

tos en los que necesitamos más energía de la que necesitamos en otros

momentos. Los jóvenes que operan los amplificadores en la gran carpa

en Keswick me han dicho, que en un día justo necesitan muy poco

poder para llevar la voz del que habla a las miles de personas en la

gran carpa, y más allá a aquellos que se sientan en la hierba. Cuando

14
5
llueve y la carpa está mojada, se necesita tres veces más electricidad

para transportar la misma potencia de voz. Hay días húmedos en la

vida, en que todo el lienzo parece estar saturado de problemas, y de-

bemos acercarnos mucho más al Señor para recibir un aumento de Su

poder, que debe encenderse para superar todas estas circunstancias

que surgen en la vida. Pero el poder está ahí con Él, y Él siempre está

listo para fluir a fin de satisfacer cualquier necesidad. Por lo tanto, el

día continúa. Puede haber ataques de dolor, momentos en los que se

necesita su compasión para encontrar a alguien que ha perdido un tra-

bajo, que ha tenido la muerte en su círculo íntimo. Puede haber mo-

mentos de alegría, altos y anchos, cuando un pecador penitente se

arrodilla ante mi escritorio para recibir al Señor Jesucristo como Salva-

dor, como muchos lo han hecho. Puede haber horas de meditación

tranquila cuando el Espíritu hace brillar las palabras de Su Libro, y da

los mensajes para las ovejas hambrientas que deben mirar hacia arriba

y ser alimentadas. Él está en todo esto a medida que pasa el día. Hay

14
6
momentos en que el talonario de cheques está a la mano y el escrutinio

cuidadoso de cada artículo debe enviarse a su mirada investigadora.

Una décima parte es Tuya, sí, diez décimas son Tuyas, oh Señor,

cuando se haya establecido esta relación, y el mismo Espíritu Santo

debe venir sobre nosotros para escribir cheques, para la cuenta del

supermercado y para la causa misionera. Velará para que se mantenga

el equilibrio adecuado en ambos sentidos de la palabra, el equilibrio

entre su trabajo y las necesidades de la vida, lo que debo gastar en mí

mismo y el saldo que debe existir para el primer día del mes, para

pagar las cuentas. La tarde continúa. Los niños llegan a casa de la

escuela y es su lugar y privilegio entrar y sentarse en las rodillas de

papá para balbucear todo lo que pueda llegar a la mente del niño, por-

que el estudio está en el corazón del hogar. Hay preguntas que res-

ponder o pocas cosas que contar; y rara vez se les dice que el Padre

está ocupado. El Espíritu Santo de las relaciones familiares los protege.

Ellos tienen sus derechos y este es su privilegio, especialmente desde

14
7
que el Padre debe irse pronto a una reunión, y allí presentar la Palabra

de vida a los que serán reunidos. Y justo aquí hay una gran necesidad

especial de comunión con el Señor y sumisión al Espíritu Santo. Ha

habido oración regando cada parte de la preparación del mensaje, y

ahora debe haber una unción especial para la entrega del mensaje.

¿Cómo nos atrevemos a predicar cuando no hemos recibido el poder

del Señor? ¿Cómo nos atrevemos a hablar a un individuo en una con-

versación sin mirar al Señor, y pidiéndole que controle esa conversa-

ción? ¿Cómo nos atrevemos a llevar a cabo cualquier trabajo sin él?

¿No dijo Él mismo: “Sin Mí no puedes hacer”, exactamente “nada”?

Hay momentos en que me he apoyado contra la pared de la sacristía

de alguna iglesia con una profunda sensación de debilidad física, la

debilidad que debe ser más parecida a la debilidad de una madre que

está dando a luz. No sé quién fue el primero en aplicar la palabra “en-

trega” a un sermón, así como a un niño, pero creo que el Espíritu Santo

de la predicación debe haberle dado esa idea. Pablo sabía esto cuando

14
8
escribió: “Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y tem-

blor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de

humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para

que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en

el poder de Dios” (1 Corintios 2:3-5). ¡Qué alegría! Debemos tener tal

relación con Cristo, esa comunicación constante con Él, que no importa

qué dificultad pueda surgir en el curso de la predicación o las reuniones

del día, podemos volvernos a Él y saber que lo hemos encontrado, y

que nuestros problemas han sido completamente tratados. Déjame ex-

plicarte con una ilustración que es muy valiosa para mí. Supongo que

toda buena familia tiene un vocabulario privado que nadie más conoce.

Has estado en un grupo de personas cuando alguien menciona algo

con un significado adicional, que no significa nada para nadie más que

tú y otra persona del grupo. Giras la cabeza y miras hacia dónde está

esa persona, y usted dice en esa mirada: “¿Lo entendiste?” y obtienes

la respuesta: “Sí, lo tengo”. Nadie más sabe que ha habido un toque

14
9
que trae una experiencia completa a su memoria. Tenemos un voca-

bulario privado como ese en nuestro hogar. Tenemos incidentes que

despiertan ciertas experiencias en la vida. En los primeros años de

nuestra vida conyugal, cuando nuestro hijo mayor tenía casi un año, la

señora Barnhouse y yo vivíamos en el sur de Francia, donde estudiaba

en la Universidad de Grenoble. Fuimos a Grecia un otoño durante va-

rios meses, y mientras estuvimos allí, salimos en ciertos viajes de

campo en relación con mi trabajo en arqueología. Un día salimos de

Corinto y bajamos a Micenas, donde yacen las ruinas de la ciudad de

Agamenón. Bajamos en la pequeña estación y caminamos la milla o

dos hacia el monte que era las ruinas de la ciudad antigua. Allí instalé

a mi esposa y al bebé a la sombra, y procedí con mi trabajo. Después

de un rato, cruzando al otro lado del montículo, encontré un campo de

ciclamen salvaje (planta). Nunca había visto florecer a esta flor, y reuní

un grupo grande y volví sobre el montículo con ellos a mis espaldas, y

finalmente se los presenté a mi esposa. A menudo hablamos de su

15
0
belleza, y después de años con frecuencia tuvimos otros similares que

crecían en nuestro hogar. Pasaron los años, y cada vez que veíamos

ciclamen del tono particular, nos miramos el uno al otro y recordamos

esas experiencias de nuestra vida temprana. Una tarde, justo antes de

Navidad hace unos años, estábamos caminando por una calle en Fila-

delfia con un amigo entre nosotros. El espíritu de la Navidad estaba en

el aire, la nieve caía, era una noche de invierno nítida. Los tres está-

bamos hablando de algo muy alejado de Grecia, o de flores. Pasamos

junto a la floristería, y en la ventana había una gran maceta de cicla-

men de nuestro particular tono lavanda pastel. Ambos lo vimos al

mismo tiempo, e inclinándonos hacia adelante, ella dijo: “¡Oh!” y me

incliné hacia delante y dije: “¡Oh!” Continuamos, continuando con

nuestra conversación interrumpida, pero lo que realmente habíamos

hecho en ese momento fue levantar las sillas junto a la chimenea y

decir: “¿Recuerdas aquellos días, esa caminata, el camino polvoriento,

la fragancia y la dulzura de esas flores, y toda la alegría de aquellos

15
1
días?” Eso fue todo lo que dijo una palabra y en un instante. La vida

está compuesta de miles de experiencias que el Espíritu de Dios puede

recordarnos en momentos de necesidad. Sabemos tiempos, por ejem-

plo, en medio de un sermón cuando puede ser necesario mirar a Dios,

y de un solo vistazo en Su rostro y recordar algún pensamiento o ex-

periencia que Él nos dio una vez, recordar que había una vez una ba-

talla en el alma que estableció para siempre ciertos puntos que el Dia-

blo podría traer a nuestras mentes. Por ejemplo, das algún punto, y

ves que se ha ido a la mente de tus oyentes y se ha utilizado. La vieja

naturaleza del orgullo puede aumentar y tratar de atribuirse el mérito

de algo que a Dios le agradó hacer a través de la instrumentalidad

humana. Se hace necesario echarle un rápido vistazo a Dios y recordar:

“Señor, no muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no

muchos nobles, son llamados; pero Dios eligió lo necio del mundo para

confundir a los sabios. Y escogió Dios lo débil del mundo para confundir

a lo fuerte, y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo

15
2
que no es, para deshacer lo que es, son para que ninguna carne se

jacte en su presencia”. Quizás recuerdes alguna larga experiencia en

el campo de batalla en la vida cuando decidiste seguir su camino y

predicar la predicación que Él te ordenó. Puede obtener todo eso de un

vistazo, en un momento brillante, mientras su espíritu se dirige hacia

el suyo, y puede continuar con el poder del Espíritu en medio de su

trabajo. Nueva fuerza y vigor han llegado con la predicación. Él abun-

dantemente suministra, que no puede haber ninguna duda de que su

propia fuerza ha sido vertida en el cuerpo. Y luego, de vuelta a casa, a

esa santidad en la tierra donde hay un compañero que vive esta misma

vida del Espíritu y hace del hogar un refugio de todas las luchas de

lenguas en el extranjero. La noche llega a su fin. El libro se toma una

vez más y el día se pone bajo revisión bajo los ojos de Aquel que no

es más que Santo. Qué triste es mirar hacia atrás y ver las cosas que

lo han desagradado. Una noche, cuando traje mi día antes de Su mi-

rada, Su Espíritu me condenó por un pecado de omisión. Al mediodía

15
3
había almorzado con un grupo de hombres jóvenes. Después de la co-

mida, nos sentamos durante una hora y hablamos de los principios

subyacentes del ministerio del Evangelio de Jesucristo. Cuando los

abandoné tuve la fuerte sensación de que algunos de ellos aún no ha-

bían nacido de nuevo, a pesar de que esperaban una vida de trabajo

religioso. No les pedí que prestaran diligencia para asegurar su voca-

ción y elección. No les pregunté si habían nacido de nuevo. Esa noche

le pedí al Señor que me perdonara por mi negligencia, que me perdo-

nara por no suplicarles que abandonaran el ministerio en lugar de estar

en un púlpito de la tierra con un mensaje ético, que surge de los ele-

mentos naturalmente buenos de la vieja naturaleza que es, sin em-

bargo, ajeno a la vida de Dios como lo es en Cristo Jesús. El Señor me

perdonó con ternura por ese y otros pecados del día, y luego graciosa-

mente me dio la oportunidad de rogarles que aceptaran a Cristo. Hubo

días, sin embargo, cuando la confesión de oportunidades perdidas trajo

consigo la sensación vergonzosa de que nunca podrían regresar, y que

15
4
alguna alma había sido tocada por la vieja naturaleza sin que el Espíritu

de Dios llegara a través de mí a su necesidad. Y justo antes de reti-

rarme a dormir, vuelvo una vez más para encontrarlo en Su Palabra y

alabarlo allí. Leí para mi meditación de clausura esa descripción del

trono de Dios donde se reúnen los redimidos de la tierra. Ahí se nos

ve, nuestra posición ya está garantizada por todo lo que es nuestro

Salvador, sentado con Él en los lugares celestiales. “Y delante del trono

había un mar de vidrio semejante al cristal”. Recuerdo que el mar, en

el templo de Salomón, era la fuente donde se lavaban los sacerdotes

del Señor, después de haber ofrecido el cordero. Sé que es el símbolo

de mi limpieza diaria a través de la Palabra, así como el altar es el

símbolo de mi justificación. Pero aquí, en el pasaje que estoy medi-

tando, el mar es de vidrio, como cristal. La Palabra ha tomado su forma

eterna, no hay más necesidad de que vaya a Dios para limpiarme.

¡Cómo se llena el corazón de alabanza, adoración, devoción en el Es-

píritu y en la verdad! Llegará un día sin una tarde que trae el momento

15
5
de la confesión. Llegará un momento en que compareceré delante de

Dios en toda la santidad de Jesucristo, en mi condición, así como en mi

posición, con mi vieja naturaleza desaparecida para siempre, con la

raíz del pecado destruida para siempre, ya que pasa de mí con la

muerte de este cuerpo, o su transformación inmediata en la venida de

mi Señor. Y mientras leo mi Palabra vespertina, miro alrededor en esa

escena Celestial, y veo ese momento de triunfo eterno. Porque leí: “Y

siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de

gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de

los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está

sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y

echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de

recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas,

y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:9-11). Y

miro de nuevo antes de que mis ojos se cierren en el sueño, y me veo

allí entre ellos, como un día lo seré, y puedo unirme a su devoción, ya

15
6
que sé que la maravillosa provisión para mi limpieza momentánea no

se necesita más en ese día. ¡Santo, santo, santo! todos los santos te

adoran, arrojando sus coronas de oro alrededor del mar vidrioso; Que-

rubines y serafines cayendo ante Ti, ante Quien fue y Quien es, y Quien

siempre será. No conozco ninguna verdad más calculada para expresar

nuestra más profunda devoción que la certeza de que llegará el día en

que nunca tengamos que mirar al pasado y decir: “Señor, hay esto

para confesar, y para ser perdonado”. Luego, tranquilamente, para

descansar, pensando en Él, hablándole a Él, con meditaciones que in-

cluso Él ha llamado como dulces. Y sé que, si me despierto a un día de

tormenta o de calma, me despertaré con él. Ya sea para conocer los

tranquilos y soleados días de trabajo y bendición, o las batallas contra

enfermedades y problemas que acosan a todos los miembros de esta

raza, puedo, sin embargo, apoyar mi cabeza sobre las promesas de

Dios, con el cierto conocimiento de que todas las cosas trabajarán jun-

tas para mi bien, y que nada me tocará jamás hasta que haya pasado

15
7
por la amorosa voluntad de mi Padre Celestial, que conoce los pensa-

mientos que piensa hacia mí, pensamientos de paz, y no del mal, para

darme este esperado final (Jeremías 29:11: “Porque yo sé los pensa-

mientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de

paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”).

15
8
CAPÍTULO 5

EL PODER DEL ESTUDIO DE LA BIBLIA

“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). Uno de

los grandes propósitos de la redención que Jesucristo nos proveyó fue

que aquí y ahora en esta tierra podríamos tener vida. No se trataba

sólo de que pudiéramos ser salvos para el futuro, y así llegar algún día

a morar en el Cielo, sino que podamos conocer hoy lo que es vivir a

Cristo. Juan lleva su Evangelio a una conclusión, diciendo: “Estas cosas

os he escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios”. Él

no se detiene allí, sino que completa el pensamiento: “Y para que cre-

yendo, tengáis vida por medio de Su Nombre”. Entonces uno de los

principales propósitos de la fe es que podamos conocer la santidad en

nuestras vidas hoy. Al pensar en algunos de los impulsos divinos a la

vida santa, miraremos hacia afuera a la Palabra de Dios; hacia atrás a

la cruz; hacia adelante para el regreso de nuestro Señor; y finalmente,

15
9
dentro del Espíritu que mora en nosotros. En todos éstos, encontrare-

mos que estamos mirando hacia arriba a nuestro Señor Jesucristo sen-

tado sobre el trono intercediendo por nosotros. En medio de la oración

del sumo sacerdote de nuestro Señor, leemos: “Santifícalos en tu ver-

dad; tu palabra es verdad”. Nuestro idioma inglés es muy rico en pa-

labras, rico más allá de otros idiomas europeos, debido a la conquista

normanda. Llegaron a Inglaterra conquistadores que vivían en las ciu-

dades, mientras que los anglosajones dominaban el país. Cada uno

tenía su propio idioma, y conforme pasaban las generaciones, se fusio-

naron y nos dieron ambas lenguas en nuestro discurso actual. Sir Wal-

ter Scott, en las primeras páginas de Ivanhoe, cuenta cómo ovejas en

el campo se convirtieron en corderos en la ciudad, y cómo los bueyes

se convirtieron en carne de vaca, y cómo los cerdos se convirtieron en

carne de cerdo, al pasar fuera de las manos de los agricultores anglo-

sajones y en manos de los normandos en las ciudades. Estas formas

dobles se ejecutan a través de nuestro idioma. “Fraternal” y “fraterno”

16
0
realmente no tienen ninguna diferencia de significado, aunque vinieron

de diferentes puntos de la brújula, con diferentes pueblos que invadie-

ron esta tierra. Pero esta riqueza de expresión no carece de confusión

en los términos espirituales. Tomemos, por ejemplo, la palabra “san”

y la palabra “santo”. No hay diferencia entre ellos radicalmente. San

ha llegado a nosotros desde lo germánico, y “santo” nos ha llegado del

latín, y ha traído consigo formas relacionadas, una de las cuales es

“santificar”. Este verbo suena más dulcemente en nuestros oídos que

uno como “consagrar”, así que nos hemos ahorrado ese verbo. El sig-

nificado, sin embargo, se vuelve evidente. Sabemos que el sufijo agre-

gado a una palabra significa “hacerlo así”, entonces, santificar significa

hacer santo o consagrar. Con esto en mente, miramos nuestro texto y

encontramos que podemos traducirlo: “Hazlos santos a través de Tu

Palabra: Tu Palabra es verdad”. Todo verdadero hijo de Dios anhela la

profundización de la vida cristiana. Tenemos deseos de Dios para la

santidad. Cuán importante es entonces que recordemos que el Señor

16
1
Jesús, a punto de ir a la cruz, miró al Padre y dijo: “Hazlos santos por

tu palabra; tu palabra es verdad”. Es algo asombroso, y nos damos

cuenta cada vez más a medida que conocemos la Palabra de Dios, que

casi todo lo que Dios hace en este mundo hoy, lo hace por el Espíritu

Santo a través de la instrumentalidad de Su Santa Palabra. De esto se

sigue que, si esperamos asegurar las bendiciones de Dios, debemos

recibirlas de la manera que Él ha planeado dárnoslas. Y aunque poda-

mos encontrar santidad en muchas formas en la Biblia, no la encontra-

remos aparte de la Biblia. Debemos reconocer, por lo tanto, que hay

algunas formas en que la santidad no puede venir a nosotros. No de-

bemos esperar encontrar la santidad meramente a través de la predi-

cación, o escuchando una predicación. Todos nosotros hemos conocido

personas que han asistido a tantas conferencias y convenciones bíbli-

cas que pueden predecir fácilmente el tercer punto de un orador mien-

tras se encuentra en medio del segundo. Sin embargo, tales personas

16
2
frecuentemente confiesan que no poseen bendición en sus propias vi-

das. Ellos han escuchado sin escuchar. “La fe es por el oír y el oír según

la Palabra de Dios” (Romanos 10:17). La audición es, por supuesto, un

término bíblico para la obediencia, que lleva la verdad al corazón y se

somete a su dominio. Un cristiano carnal puede escuchar toda la pre-

dicación disponible, pero si no se rinde, no habrá bendición. Otra ver-

dad que debemos comprender es que Dios puede usar cualquier parte

de Su Palabra para traer la fuerza de la santidad a nuestras vidas. En

mi propia experiencia, he descubierto que Dios ha usado extraños pa-

sajes de la Escritura para traer grandes bendiciones. Recuerdo, por

ejemplo, un estudio que hice una vez sobre la doctrina de Satanás.

Como encontré en la Palabra, la revelación de Dios de lo que era el

Diablo, lo que había estado haciendo, lo que quería hacer y lo que

nunca iba a poder hacer, el Señor usó este conocimiento para traerme

una de las experiencias más ricas de mi vida cristiana. Además, no

16
3
debemos esperar encontrar santidad simplemente a través de reunio-

nes de oración. La oración es vital, y el verdadero cristiano encontrará

que el Espíritu Santo que mora en nosotros atrae el corazón hacia Dios

en oración. Temprano en la mañana, especialmente, debemos encon-

trarnos solos con Dios. Sin embargo, no piense que multiplicando las

reuniones de oración encontrará el poder santificador de Dios en su

propia vida. He descubierto que la oración con la Biblia abierta es la

más efectiva. Cuando te pones de rodillas y esperas que Dios te hable

a través de ese pasaje en particular en el que estás meditando, encon-

trarás que Él sí habla en verdad. Muchas personas hacen de la oración

algo que Dios nunca quiso que fuera. La oración para ellos es un mo-

nólogo en lugar de un diálogo. George Muller dijo que la parte más

importante de la oración era los quince minutos después de haber dicho

“Amén”. La gente no se da cuenta de cómo corren hacia la presencia

de Dios y cómo se apresuran a salir nuevamente. Ellos tratan a Dios

de una manera que nunca tratarían a nadie de renombre humano. Si

16
4
por casualidad se lo llevara a una entrevista con el Rey de Inglaterra,

¿qué haría? ¿Entrarías, y cuando entraste comenzarías a hablar? “Oh,

estoy muy contento de estar aquí, de hecho es un gran honor. He se-

guido tu carrera a través de todos los años de tu juventud, y también

te seguí con mis oraciones. He estado muy interesado en todo lo que

has hecho” ¿Seguirías hablando así, diciéndole todo sobre su bondad

al recibirte, y luego agradecerle por el honor sin darle la oportunidad

de abrir la boca? Sonríes, ¿pero no es cierto que mucha gente ora así?

Vienen al cierre del día y dicen: “Ahora, déjenme ver, me han enseñado

antes de acostarme por la noche a decir mis oraciones”. Entonces di-

cen: “Bendíceme y dame, dame esto y dame eso. Amén”; y luego re-

gresan a lo que estaban pensando antes de comenzar la oración. Las

personas pueden buscar orientación de alguna manera, pero existe un

peligro en la orientación aparte de la Palabra de Dios. Hay un tipo de

orientación actual que es una especie de moda en algunas personas. A

partir de algunas de las experiencias que han deseado compartir con

16
5
todos, parece que su guía ha sido con frecuencia una autosugestión en

lugar de la dirección del Espíritu Santo. Si uno busca que la mente

llegue a un estado de quietud en blanco, existe el peligro de que las

voces enemigas hablen falsificaciones a la mente. La meditación con la

Palabra es la protección que Dios nos ha dado. Por otra parte, no de-

bemos esperar encontrar que la vida de santidad puede lograrse me-

diante cualquier tipo de auto-preparación. No es por lo que algunas

personas han llamado “Reuniones de Expectación”, que el Espíritu

Santo va a venir sobre nosotros en el poder. Cada vez que encuentre

a alguien que busque “eso”, siempre habrá peligro espiritual. Es a Él a

quien debemos mirar. No debemos buscar una experiencia, debemos

desear a Cristo exaltado en nuestras vidas. En Los Ángeles, un hombre

se asoció con un pequeño culto en el que todos los devotos buscaban

una experiencia que llamaron “el testimonio del Espíritu Santo”. Este

hombre fue a un cristiano a quien se le enseñó profundamente en la

16
6
Palabra, y dijo: “¿Tienes el testimonio del Espíritu?” El cristiano res-

pondió: “Tengo lo que la Palabra de Dios llama el testimonio del Espí-

ritu”. “Oh, pero tú no entiendes”, respondió el hombre. “Fui a las

reuniones de expectación, noche tras noche esperé y me quedé, y no

lo recibí. Me fui a casa y me demoré más, y hacia la mañana fue como

si una bola de fuego atravesara el techo en mi pecho, y me quemó todo

el pecado. ¿Alguna vez tuviste una experiencia así?” El cristiano que

fue enseñado en la Palabra, respondió: “No, gracias a Dios, nunca la

he tenido. No sabría si proviene de Dios o del Diablo”. Cuando un cris-

tiano comienza a buscar experiencias emocionales en lugar de buscar

la aplicación silenciosa de la Palabra en el corazón por medio del Espí-

ritu Santo, está en una senda equivocada, que no puede llevar más

que al engaño, y sólo puede retrasar la realidad de la bendición. Cuán-

tas personas no han comprendido el significado de esa palabra en He-

chos, donde el Señor les dijo a sus discípulos que esperaban en Jeru-

salén la promesa del Padre. No debían demorarse en Jerusalén para

16
7
hacerse aptos para el Espíritu Santo, debían esperar el calendario y

nada más, ya que el día profetizado se había anunciado claramente, y

sería un día de la gracia de Dios, depende de nada más que su deseo

soberano. Si un hombre recibiera un anuncio de que en el cumpleaños

del Rey se convertiría en un par del reino, se apresuraría a ir a Londres

y decir: “Debo ir y comenzar a sentirme como un colega, ¿qué puedo

hacer para hacerme digno? ¿Qué puedo hacer para convertirme en un

compañero?” Todo lo que podría hacer sería revelar su ignorancia. Más

bien esperaría en silencio hasta que el calendario trajera el Cumpleaños

del Rey. Entonces su nombre sería publicado en la Lista de Honores, y

él entraría en su nuevo puesto por la gracia del Rey. Lo mismo ocurre

con Pentecostés. “Cuando llegó el día de Pentecostés por completo”,

se dio el regalo. No fue el día antes ni el día después. Fue arreglado en

el calendario de Dios. Fue anunciado como la Fiesta de las Semanas en

el capítulo 23 de Levítico. Siete sábados debían ser contados; eso es

16
8
cuarenta y nueve días, y el día siguiente al séptimo sábado fue el quin-

cuagésimo día, Pentecostés, que significa literalmente el quincuagé-

simo día. Fue en este quincuagésimo día que el Espíritu Santo vino,

justo a tiempo, no por algún mérito que tuviera esa gente, sino porque

fue el arreglo de Dios, así lo resolvió Su plan eterno en la gracia. Ade-

más de esos aspectos, hay ciertas verdades positivas que son mucho

más importantes. Si la Palabra nos ha de santificar, será mediante la

apropiación de ciertas verdades que están en la Palabra de Dios y la

obediencia a ellas. Antes que nada, no creo que haya ninguna posibili-

dad de una verdadera santificación en ninguna vida hasta que posea-

mos el conocimiento de lo que sucedió cuando fuimos salvos. No estoy

diciendo que sea necesario que sepa cuándo fue salvado. Un día recibí

una llamada telefónica preguntándome si llamaría a un viejo caballero

que estaba llegando al final de su vida. Yo fui. Fui a un hogar simple,

y la esposa me dijo: “Te ha estado escuchando por la radio, y quería

mucho que vinieras a hablar con él”. Era un anciano irlandés, que había

16
9
venido a Estados Unidos desde Ulster, y, en el curso de nuestra con-

versación, descubrí que confiaba en el Señor. Después de leer la Pala-

bra y orar, hablamos de otras cosas. “¿Cuantos años tiene señor?” Yo

pregunté. “No lo sé exactamente”, respondió. “Había muchos niños en

nuestra familia, doce o catorce, no sé cuántos, y un tío me trajo a

Estados Unidos cuando tenía siete u ocho o diez años, ya sea en 1863

o 1864”. Dije: “Bueno, puede que no sepas cuándo es tu cumpleaños

o cuántos años tienes, pero sabes que estás vivo, ¿verdad?” “¡Oh, sí,

sé que estoy vivo!” Entonces les digo a los cristianos: “No se preocupen

si no pueden decir: Nací de nuevo el 26 de julio o el 13 de febrero”.

¿Sabes que estás vivo en Cristo? Ese es el primer paso, el paso básico

para la santidad, y nadie puede saberlo en la vida cristiana hasta que

haya entrado en el conocimiento de lo que sucedió cuando fue salvo.

Muchos años antes, físicamente antes de que supiéramos que estába-

mos vivos. Ciertamente, ninguno de nosotros a la edad de un año o

algo así comenzó a filosofar y decir: “Soy un ser humano, tengo vida”.

17
0
Nos desarrollamos en ese conocimiento. Las marcas del paso de la in-

fancia a la edad adulta son el crecimiento en el conocimiento de todo

lo que ocurrió cuando nacimos, y el conocimiento de los procesos por

los cuales fuimos traídos a este mundo. En lo que respecta al nuevo

nacimiento, Dios nos permite tener este conocimiento tan pronto como

estemos dispuestos a tomarlo. Es por eso que el Evangelio se predica

a los inconversos, pero se le explica al creyente. ¿Qué pasó cuando

nacimos de nuevo? Leemos en Santiago: “De su propia voluntad Él nos

usa con la Palabra de verdad”. Aquí encontramos que la Palabra es el

medio de la comunicación de la vida divina para nosotros. Pedro nos

dice que hemos nacido de nuevo, “no de simiente corruptible, sino de

incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siem-

pre” (1 Pedro 1:23). ¿Qué nos dice el Espíritu aquí? Que nuestro naci-

miento en Cristo fue obra del Espíritu Santo, que tomó la Palabra de

Dios en el seno del corazón; allí la fe se apoderó de ella, y del contacto

17
1
de la semilla incorruptible de la Palabra con nuestra fe, se creó en no-

sotros una vida absolutamente nueva. Dios no tomó a Jacob y comenzó

a trabajar en él para cortar una tendencia y reformarlo en otra cosa.

Dios condenó a Jacob y plantó a Israel dentro de él. Dios no tomó a

Simón y le dijo: “Tendremos que pulirlo para hacer algo con él”. Dios

dijo: “No hay nada bueno en Simón”, y plantó a Pedro junto a la vieja

naturaleza. Dios no tomó a Saulo de Tarso y dijo: “Hay un buen pedazo

allí que podría usar”. Él dijo: “En la carne no mora el bien”, y puso a

Pablo dentro. Más tarde, Pablo supo lo que había sucedido, admitió que

no había nada bueno en sí mismo y dijo: “No soy yo, sino Cristo que

vive en mí” (Gálatas 2:20). Entonces, la primera etapa en la santidad

es el conocimiento de que cuando fuimos salvos, Dios el Espíritu Santo

vino permanentemente a vivir dentro de una creación absolutamente

nueva. Eso nos lleva al segundo paso, la seguridad de que somos sal-

vos. Nunca deberíamos decir: “Espero estar, estoy tratando de serlo”.

De vez en cuando pregunto a alguna alma que no tiene muy claro su

17
2
estado espiritual: “¿Has nacido de nuevo? ¿Has recibido a Cristo? ¿Es-

tás confiando en el Señor?” Y recibo la respuesta: “Bueno, espero ser

salvo. Hago lo mejor que puedo. Espero que, si camino por el camino

recto y angosto durante veinte años, tal vez lo sea, posiblemente, qui-

zás”. Ese no es el lenguaje del Nuevo Testamento, y no puede haber

ningún progreso verdadero en la vida cristiana, ningún avance en la

santidad hasta que tengamos la seguridad absoluta de que cuando Dios

nos dio la vida, Él nos dio la vida eterna, y que es nuestra posesión

presente. ¿Por qué bajas a la estación para el tren de las diez en lugar

de las once? Porque crees en el horario de la compañía ferroviaria, que

el tren debe comenzar a salir a la hora anunciada. Juan, en el capítulo

5 de su primera epístola, dice: “Si recibimos el testimonio de los hom-

bres, el testimonio de Dios es mayor”. ¿Por qué crees en el testimonio

del hombre en cuanto a los compromisos y horarios de los trenes, y no

crees en la Palabra de Dios que Él te ha dado la vida eterna, y que esa

vida está en Su Hijo? Muchas personas son tímidas a la hora de creer

17
3
a Dios, pero él dice que lo hacemos a Él un mentiroso, si no creemos

en su registro de vida dado en Cristo. Nunca puede haber santidad en

la vida cristiana, ninguna realidad que sea firme e inquebrantable, si

dudamos de Dios. Debemos pararnos sobre la Roca, sabiendo que lo

que Dios ha hecho, lo ha hecho bien y lo ha hecho para siempre. ¡Oh,

qué importante es que podamos tener en nuestro testimonio el len-

guaje del Nuevo Testamento! Imagine a Pablo diciendo: “Espero ser

salvo, estoy haciendo lo mejor que puedo”. Él dijo: “Por lo cual asi-

mismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he

creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para

aquel día” (2 Timoteo 1:12). “Por lo cual estoy seguro de que ni la

muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo pre-

sente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa

creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús

Señor nuestro” (Romanos 8:38-39). ¿Qué hay de Juan? Juan dice: “Es-

tas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de

17
4
Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el

nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:13). Él sabía que lo tenía. No iba

por ahí diciendo: “Confío, si no me aparto, que finalmente seré salvo”.

Él sabía que Dios le había dado a su Hijo, y que en el Hijo tenía vida

eterna. Pedro dice: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana

manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas

corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo,

como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-

19). Usted puede decir: “Eso está bien para Pedro, Juan y Pablo, esos

gigantes en la fe, pero ¿qué pasa con algunos de los pequeños?"

Bueno, veamos a Judas. Él solo escribió veinticinco versículos, pero

éste es uno de ellos: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin

caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría”

(versículo 24). Estas dos verdades, el conocimiento de lo que sucedió

cuando fuimos salvos, y la seguridad de que sucedió en nuestras pro-

17
5
pias vidas, son requisitos previos para un mayor crecimiento en la Pa-

labra de Dios y en la santidad. Cuando uso la palabra “prerrequisito”,

lo hago para que lo entendamos. No podrías estudiar Astronomía si no

hubieras completado ciertos estudios preliminares. La aritmética es un

requisito previo para el álgebra; el álgebra es un requisito previo para

la geometría; y la geometría es un requisito previo para la astronomía.

Usted toma estas cosas en orden, y nadie podrá estudiar las curvas

parabólicas y los movimientos de las estrellas a través del espacio, si

no conoce la tabla de multiplicar primero. No es necesario esperar que

en su vida cristiana tenga el gozoso desbordamiento que algunas per-

sonas conocen, a menos que haya pasado por el curso rudimentario de

los prerrequisitos en la Palabra de Dios. Debe haber el conocimiento

de lo que sucedió cuando fuiste salvo, y la seguridad de que te ha

sucedido. Entonces puedes pasar a cosas más elevadas. Un tercer paso

hacia la santidad es la revelación de la voluntad de Dios por parte de

la Biblia. Al estudiar la Palabra descubrimos algunas de las cosas que

17
6
revelan Su voluntad, y aprendemos a hacerlas. Algunas personas pien-

san que han hecho lo suficiente para el Señor si mantienen un conoci-

miento asintiendo con los diez mandamientos. En cuanto a hacer cual-

quier cosa por el Señor por amor puro, ellos no saben nada sobre eso.

Pero cuando leemos con atención la Palabra de Dios encontramos cier-

tas revelaciones de Sus deseos, y aprendemos cómo podemos ser muy

agradables a Su vista. Había un hombre simple en la parte occidental

de los Estados Unidos que se salvó, y le preguntaron qué diferencia

había hecho en su vida. Él dijo: “Soy un carnicero, y desde que he sido

salvado he dejado de pesar el pulgar. Vendí ese pulgar por el precio de

la carne de res cientos de veces. Luego encontré en la Palabra de Dios

que “pesa falsa y medida falsa, ambas cosas son abominación a

Jehová. Aun el muchacho es conocido por sus hechos, si su conducta

fuere limpia y recta” (Proverbios 20:10-11). Al leer la Palabra, el hom-

bre descubrió un punto práctico acerca de la voluntad del Padre, y es-

taba creciendo en el Espíritu al aplicar esa Palabra a su balanza. Por lo

17
7
tanto, estaba empezando a conocer un poco más de santificación. La

gente dice: “¿Cómo puedo saber la voluntad de Dios?” Puedo decir

desde mi propia experiencia que el noventa por ciento de conocer la

voluntad de Dios consiste en estar dispuesto a hacerlo incluso antes de

que usted lo sepa. Debemos darnos cuenta de que en nuestra vida

cristiana Dios desea ser amado por nosotros, queriendo que busque-

mos su voluntad, que la conozcamos y la hagamos. Si no hay amor

verdadero, no puede haber ningún deseo de hacer su voluntad. En la

Convención de Keswick, un caballero se acercó a mí en la calle, sacó

una fotografía y me dijo: “¿Conoce a estos dos jóvenes?”. Había reci-

bido una fotografía de las mismas personas unos días antes. Una mujer

joven que encontró a Cristo en mi iglesia en Filadelfia fue a China como

enfermera en la Misión China Interior. Un joven salvado en Inglaterra

fue a la misma misión en China y conoció a la joven. Ella me escribió

una carta, de tres páginas, me habló de Henry, pero olvidó mencionar

su apellido. Ella dijo que su pastor estaría en Keswick, y que iría a

17
8
verme. Entonces su pastor vino a mí y me dijo: “Henry me escribió tres

páginas sobre Helen, pero olvidó decirme su apellido”. Ahora sabes

cómo es, cuando los jóvenes son de esa manera, les gusta hacer cosas

que son agradables para el otro. Un joven aprende por casualidad que

a Helen le gustan más las violetas que las rosas, entonces va a una

floristería y le dice: “Quiero algunas violetas”. El dependiente dice: “Lo

siento mucho, señor, no tenemos violetas, ¿no tomará algunas de es-

tas rosas?” El joven dice: “No, gracias”, y camina doce cuadras hacia

otra tienda, y considera que sus doce cuadras están bien transitadas si

puede encontrar algunas violetas. ¿Por qué? Para que cuando él le da

a Helen las violetas, diga: “¡Oh, Henry, sabías que me gustaban las

violetas mejor que las rosas!” Hay una lección espiritual en eso. ¿Al-

guna vez has intentado averiguar lo que Dios quiere? ¿has intentado

“sorprender” a su voluntad? Decir: “Señor, he buscado diligentemente

para saber lo que más te agrada, y en mi vida he tratado de dar a luz

17
9
precisamente este fruto, porque Tu Palabra revela principios que de-

muestran que eso te agrada a ti”. Así aprendemos la voluntad de nues-

tro Señor en asuntos que no se mencionan específicamente en la Pa-

labra. La Biblia no es un conjunto de reglas, sino un libro de principios

divinos. Cuando cedemos a aquellos que hemos aprendido, Él revela

Su voluntad aún más. Sin embargo, es muy importante que estemos

dispuestos a hacer su voluntad tan pronto como la conozcamos; incluso

antes de que lo sepamos. Aprendemos mucho de nuestros hijos. Hace

unos meses salí del comedor con la señorita de doce años a mi lado, y

fui a mi estudio. Se estaba discutiendo cierto asunto. “Papá, ¿qué quie-

res que haga?” Le di una respuesta definitiva. Ella comenzó a discutir,

y continuó a un buen ritmo. Me senté a escribir como si no la hubiera

escuchado. Ella guardó silencio por un momento, y luego comenzó de

nuevo, diciéndome por qué lo que había expresado como mi voluntad

era incorrecto, y por qué debería hacer algo más. Después de que la

niña había dicho esto unas tres veces, su madre entró a la habitación

18
0
y preguntó: “¿Por qué no vienes?” y la niña dijo: “Estoy esperando

averiguar qué es lo que papá quiere que haga”. Le dije: “Espera un

momento, querida, lo que sea que estés haciendo, no estás esperando

saber lo que quiero que hagas. Te dije lo que quería que hicieras en el

momento en que entré a la habitación ¡Lo que estás esperando es ver

si no puedes hacer que cambie de opinión, y no puedes!” Con frecuen-

cia encuentras a alguien que sostiene: “Busco fervientemente la volun-

tad de Dios”, cuando en realidad buscan justificar su fracaso en hacer

lo que saben que Dios quiere que hagan. Un joven estudiante en un

seminario teológico dijo que estaba buscando fervientemente la volun-

tad de Dios en cuanto a si debería casarse o no con una joven que no

era salva. Ahora la Palabra de Dios dice: “No os unáis en yugo desigual

con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la

injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia

Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué

acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois

18
1
el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre

ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, Salid de en

medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y

yo os recibiré, Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis

hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:14-18). Al

igual que la niña, continuó discutiendo con Dios para descubrir su vo-

luntad, cuando esa voluntad ya se reveló definitiva e invariablemente

en su Palabra. Si vamos a crecer en santidad, vamos a venir con la

voluntad de hacer su voluntad y una diligencia para estudiar y descu-

brir cuál es esa voluntad. La Palabra de Dios no sólo nos da este cono-

cimiento de lo que sucede cuando somos salvos, la seguridad de que

somos salvos y la revelación de la voluntad de Dios en cada fase de la

vida, sino que nos da algo mucho más, nos da el conocimiento de todo

su plan. Aprendemos la línea de su marcha en la historia, aprendemos

lo suficiente de sus planes presentes y futuros para tranquilizar nues-

tras mentes. Estamos satisfechos cuando conocemos la Palabra de

18
2
Dios. No nos preocupan los rumores de rearme y no nos preocupan las

noticias inquietantes que inundan la prensa día a día, porque hemos

estado en la Palabra de Dios. Conocemos su plan. No nos preocupan

las últimas teorías de los intelectuales que atacan la Biblia. Los jóvenes

que están preocupados por algunas de las cosas que se enseñan en

nuestras escuelas, descubrirán que todas las dificultades desaparecen

cuando acuden a la Palabra de Dios y aprenden Su plan. Supongamos

que salgo una noche y veo a un grupo de hombres de pie sobre un

montículo bajo un cielo de verano, mirando hacia las estrellas, y les

digo: “¿Qué están haciendo?” Dicen: “Somos astrónomos, estamos es-

tudiando las estrellas”. “¿Qué, aquí en un montículo?” “Sí, aquí tene-

mos una amplia visión, podemos ver todo el horizonte”. Digo: “Ven

conmigo a esta pequeña casa y aplica tus ojos a este pequeño ocular

de una pulgada”. Dicen: “Oh, no, no podríamos tener las restricciones

estrechas que nos impondrías. Danos esta amplia y hermosa cima de

la montaña”. Sin embargo, sabemos que podrían aprender más en un

18
3
momento al tomar el ocular restrictivo de un telescopio de lo que po-

drían aprender en un centenar de años en su amplia cima de la mon-

taña. Lo mismo ocurre con la Palabra de Dios. Los hombres se paran

hoy y dicen: “Miren la eminencia a la que nos hemos levantado noso-

tros mismos. Miramos hacia atrás en la historia y podemos ver hasta

el protoplasma en el cieno primordial”. Los traemos a la Palabra de

Dios y les mostramos aún más: “En el principio era el Verbo, y el Verbo

era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios.

Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido

hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3). Nosotros, como creyentes, venimos a

un grupo de hombres que mira hacia el futuro. H.G. Wells escribe sobre

lo que vendrá y cuán temerosa y maravillosamente lo hace. El mejor

de los pensadores del mundo ve el caos por delante; la guerra y el paso

de la civilización. Preguntamos: “¿Qué ves en el futuro?” “Vemos con-

fusión, vemos el final de una era”. Bien, vemos al Señor Jesucristo a

través de nuestro telescopio, y vemos que los reinos de este mundo se

18
4
convierten en los reinos de nuestro Señor y de Su Cristo, y la justicia

cubre la tierra como las aguas cubren el mar, al regreso de nuestro

Señor. Luego vamos a los científicos y filósofos y les decimos: “¿Qué

ves desde la cima de tu pequeña montaña?” Sir James Jeans dice:

“Vemos que detrás del universo hay algo”. Y el Señor Eddington refle-

xiona y dice: “Sí, definitivamente, y es algo matemático”. ¡Qué mara-

villoso! Pero mirando a través de la Palabra de Dios encontramos a un

Padre que se compadece de Sus hijos, enviando a Su Hijo a Cristo para

redimir y salvar al mundo del pecado. Los psicólogos nos llevan a su

pequeña cumbre y nos invitan a mirar dentro de nuestro propio ser.

Les decimos: “¿Qué has encontrado?” Un psicólogo de una de nuestras

universidades escribió un libro titulado “La Bestia Interior”, y les dice

a los jóvenes que tienen atavismos de sus antepasados, que fueron a

los bosques en cuatro patas, y que si no quieren tenerlos, tener dema-

siadas dificultades, no deben inhibir esas tensiones ancestrales, que

cuando la bestia irrumpe en su jaula, lo mejor es llevarla a pasear,

18
5
pero discretamente. Así, a nuestros jóvenes se les enseña a seguir el

camino de los impíos. Pero vamos a la Palabra de Dios y encontramos

toda nuestra hermosura en el polvo delante de él. Vemos, no a una

bestia del bosque, sino a criaturas rebeldes que han desobedecido a

Dios, y que no están dispuestos a aceptar lo que él ofrece en Cristo, y

aprendemos a ver que en el hombre, es decir, en la carne, no habita

buena cosa. Por lo tanto, estamos preparados para tomar la justicia

que se nos ofrece en Cristo. Las Escrituras nos revelan el pasado y el

futuro con una claridad que es divina. Ellas nos muestran a Dios, ellas

nos muestran a nosotros mismos. Todo esto le da una gran estabilidad

a la vida cristiana. Esto nos permite caminar rectamente, estar en Je-

sucristo con absoluta certeza, con nuestras mentes en paz en Él en

medio de esta vida. Hay un quinto punto que podemos mencionar sólo

de pasada. El conocimiento de las Escrituras nos aleja de las falsifica-

ciones que prevalecen en nuestros días. Me acuerdo de una historia

que apareció recientemente en uno de nuestros semanarios. Un joven

18
6
llevó a una joven al teatro y luego fueron a un club nocturno. Bailaron

durante horas en esa atmósfera de humo y cerveza añeja, y fue en la

frescura del amanecer que abandonaron el lugar. “¿Que es ese olor?”

preguntó la joven, cuando salieron. “Eso no es un olor”, respondió el

joven. “¡Eso es aire fresco!” Hay algunas personas hoy en día, que han

pasado tanto tiempo en la atmósfera mohosa de la forma, la ceremo-

nia, el ritual y la religión, que cuando se predica el Evangelio, dicen:

“¿Qué cosa nueva es esa?” No es nuevo, es simplemente cristianismo.

El hombre que ha vivido su vida en el campo conoce el aire fresco, y el

hombre que realmente se enseña en la Palabra de Dios detectará fá-

cilmente cualquier falsificación. Es una gran cosa tener la estabilidad

en la Palabra de Dios. Estas palabras son para los jóvenes cristianos

que recién están comenzando la vida cristiana, y son el prospecto de

un curso elemental de santificación que los conducirá a las verdades

más profundas que debemos aprender, cuando vayamos a nuestro

18
7
grado de maestría en santificación. Pero, aunque no hemos tocado es-

tas verdades más profundas, sí existen. Dios nos dice en Hebreos 5

por qué a algunas personas les resulta bastante difícil asimilar las ver-

dades más profundas de la santificación. El escritor de la carta a los

Hebreos quería contarles acerca de Melquisedec. Parece acercarse a

esa verdad, y luego alejarse de ella, y luego ir hacia ella de nuevo,

tanto como decir: “Tengo algo que decirte que encuentro más difícil”.

Él habla acerca de Melquisedec en el versículo 6, nuevamente en el

versículo 10. Parece, entonces, como si el problema de la enseñanza

fuera demasiado grande para él. Él dice: “De él tenemos muchas cosas

que decir y difíciles de pronunciar”, porque la audiencia no está prepa-

rada para entenderlo (esa es mi propia traducción), “y difícil de pro-

nunciar, ya que estás sordo”. Todos estamos en esa audiencia. Estas

verdades del eterno Sumo Sacerdocio de Cristo son las más importan-

tes, pero Dios el Espíritu Santo dice que a Sus ministros les cuesta

predicarlas. ¿Por qué? Porque somos tan aburridos para oír, y fallamos,

18
8
por lo tanto, en recibirlas. Si deseamos las verdades más profundas,

aprenda del último versículo de este capítulo: “Pero el alimento sólido

es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen

los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (He-

breos 5:14). Vivir en la Palabra de Dios, estudiando día a día, apren-

diendo, como David nos enseña en el primer Salmo, deleitarnos en la

Palabra de Dios, y en Su ley meditarla día y noche, es cuando nosotros

vamos a tener nuestros sentidos ejercitados para el discernimiento. La

frase “meditar día y noche” es un hebraísmo. No significa que estés en

reclusión, enclaustrado leyendo mañana, tarde y noche, y nunca sa-

liendo al mundo. Significa que, en medio de la actividad más incesante

en la universidad, en el hogar, en los negocios, donde sea que estemos

en el plan de Dios, debemos vivir nuestras vidas dentro de la esfera y

los límites de este Maravilloso Libro. Eso nos da todo el espacio que

necesitamos para movernos cómodamente, porque nos lleva desde la

eternidad y desde lo más profundo de nuestro pecado hasta las alturas

18
9
de Dios. Él dice: “Si vives allí en los límites del Libro y crecerás en

Cristo”. Que nos unamos a Cristo en Su oración del Sumo Sacerdote:

“Hazlos santos por tu verdad; tu palabra es verdad”. Y entonces excla-

maremos: “¡Hazme así santo, Señor!”

19
0
CAPÍTULO 6

EL PODER DEL AMOR DE CRISTO

“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno

murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que

los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó

por ellos” (2 Corintios 5:14-15). Uno de los principios que recorre el

Nuevo Testamento es que Dios espera que el cristiano viva una vida

cristiana. Los cristianos espirituales lo saben, pero a algunos les resulta

extraño, porque muchos tratan de desviarse de algunos de los simples

mandatos que están en las Escrituras. A través de la Palabra de Dios

se establece el principio de que después de que hayamos sido salvos

en el Señor Jesucristo, Dios quiere que la vida de Cristo sea vivida y

desarrollada prácticamente en nuestra experiencia diaria. Pedro nos

dice: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció

por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Pe-

dro 2:21). Ahora sabemos muy bien que el hombre no salvo no puede

19
1
sacar provecho de este ejemplo; él está perdido, y todos los ejemplos

en el mundo nunca lo pueden salvar. Sin embargo, cuando un hombre

nace de nuevo, Dios planta dentro de él el poder o el genio para vivir

la vida de Cristo. Hubo algunos artistas que disiparon sus dones y no

crearon para el mundo todo lo que estaba dentro de los límites de su

capacidad. Del mismo modo, hay cristianos que disipan el don de la

vida de Cristo y no cumplen con la capacidad que Dios les ha dado. Eso

no altera el hecho de que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros,

que somos creyentes, ese genio divino de la vida en Cristo, y que uno

de los principios fundamentales del Nuevo Testamento es que espera

que los cristianos vivan a Cristo. Considere el llamado de Dios a la vida

santa que se encuentra en nuestro texto, un texto dirigido a un grupo

limitado. Cuando uno se queda con otras personas en la misma casa,

y el cartero trae el correo por la mañana, uno no toma al azar ningún

sobre que ve, lo abre y comienza a leerlo. Uno mira con mucho cuidado

para ver qué nombre está en el sobre antes de abrirlo; se considera

19
2
extremadamente de malos modales abrir las cartas de los demás.

Ahora, en la Palabra de Dios hay textos dirigidos a todos en el mundo,

y hay textos que están dirigidos específicamente a ciertas personas.

No piense que todo en la Biblia es para todos en el mundo, porque eso

no es verdad. Hay muchas cosas que se dicen sólo a aquellos que han

nacido de nuevo. Si un hombre no salvado trata de vivir según las

promesas cristianas, fracasará completamente en sus esfuerzos. Fre-

cuentemente en nuestras iglesias, cuando el ministro da su mensaje

con el deseo de ayudar al pueblo de Dios, entran personas no salvas;

escuchan una declaración de coraje, fe y esperanza, y se dicen a sí

mismos: “Me gustaría tener un poco más de coraje, un poco más de fe

y un poco más de esperanza”, pero no han nacido de nuevo, y es tan

imposible que caminen en las cosas espirituales, antes de haber nacido

de nuevo como lo está en la esfera terrenal. Nuestro texto está limitado

en su discurso: “Porque el amor de Cristo nos constriñe”. ¿Quiénes son

los “nosotros”? Está dirigido a aquellos que una vez estuvieron muertos

19
3
pero que ahora están vivos. “Juzgamos así: Que si uno moría por to-

dos, entonces todos estaban muertos, y que él murió por todos, para

que los que viven ya no vivan para sí mismos”. Hágase esta pregunta:

¿estoy vivo en Cristo? Si es así, este mensaje está dirigido a usted. Si

no, no puedes vivir para Él. “Por cuanto los designios de la carne son

enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tam-

poco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”

(Romanos 8:7-8). “Pero el hombre natural no percibe las cosas que

son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede

entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios

2:14). Todas estas cosas y más se dicen de aquellos que están muertos

en delitos y pecados. Si queremos ser constreñidos por el amor de

Cristo, debemos darnos cuenta de que, al dirigirse a nosotros de esta

manera, se dirige a nosotros como aquellos que alguna vez estuvieron

muertos, pero que ahora están vivos. Hace algún tiempo, en China,

19
4
escuché la historia de un evangelista chino que habló del peso del pe-

cado. Un interrogador en la multitud dijo: “¿Cuánto es este peso del

pecado? ¿Es 50 libras o 100 libras?” Rápido como un rayo, el predicador

chino respondió: “Si pones un peso sobre el cofre de un cadáver, ya

sea de 50 libras o 100 libras, él no sabría la diferencia”. Entonces el

hombre no salvo no conoce el peso del pecado. De vez en cuando,

puede sentir un poco de remordimiento, pero hay una gran diferencia

entre el remordimiento y el arrepentimiento. El remordimiento llora por

la inocencia perdida con la cual sale al pecado de nuevo, pero el arre-

pentimiento llora en la presencia de Dios, porque ha afligido a Aquel

que es justo y quien es santo. Dios nos dice que estábamos muertos,

y que Él nos sacó a la vida. “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais

muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en

otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe

de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de

desobediencia” (Efesios 2:1-2). Con esto en mente, debemos darnos

19
5
cuenta de que nuestro texto está dirigido a aquellos que saben que una

vez que estuvieron muertos -eso es fácil de saberlo- y que saben con

la misma certeza que ahora están vivos. ¿Sabes que estás vivo en

Cristo? Ése es el único conocimiento que permitirá el crecimiento ver-

dadero en la vida cristiana. En segundo lugar, este texto nos enseña,

que el pueblo resucitado en Cristo, que aquellos que viven en Cristo

tienen una nueva facultad que antes no poseían: la facultad del juicio

espiritual. “Juzgamos así”. Esta facultad de juicio espiritual en la vida

cristiana es de gran importancia. Viene porque la vida que es nuestra

es la vida de Cristo. Leemos (en 1 Corintios 1:30): “Mas por él estáis

vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría,

justificación, santificación y redención”. Por lo tanto, podemos com-

prender incluso en nuestras propias vidas, aquello que antes no éramos

capaces de comprender. Luego en el segundo capítulo de la misma

epístola leemos: “En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él

no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor?

19
6
¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Co-

rintios 2:15-16). Ésa es la razón por la que somos capaces de juzgar

el pecado, esa es la razón por la que somos capaces de juzgarnos a

nosotros mismos, y saber cómo debemos de vivir. Ahora, ya que sa-

bemos que tenemos esta facultad, vamos a hablar sobre juzgarnos a

nosotros mismos, quiero tomar sólo un momento para señalar el hecho

de que no debemos juzgar a los demás. Es muy fácil hablar sobre los

pecados de otras personas y juzgarlos. Conozco a algunas personas

cuya capacidad para hacer un juicio de valor hacia los demás está muy

desarrollado, y algunos de nosotros desearíamos que se desarrollara

sobre ellos mismos. Conozco a una mujer en Filadelfia que a veces es

severa con los jóvenes de esta generación. Ella no los comprende en

lo absoluto. Una noche entré a la iglesia para un grupo de oración es-

pecial, donde una docena de personas estaba reunida. Cuando abrí la

puerta ella dijo: “Ah, aquí viene, le preguntaremos”, y ella dijo: “¿Crees

19
7
que es correcto que las jóvenes cristianas se pongan en la cara maqui-

llaje?” Bueno, tuve una bisabuela irlandesa, y algunas veces la tensión

irlandesa se manifiesta en mí, y respondí rápidamente, sin reflexionar

en lo absoluto, y sin tratar de decidir el asunto: “Bueno, si en los días

de David era la moda ponerse aceite en la cara para que brillara, y si

está de moda poder quitar ese brillo, ¡no veo que haga una gran dife-

rencia!” Todas estas cosas realmente dependen del señorío de Cristo

en la vida individual. Los cristianos siempre pueden honrar al Señor

luciendo lo mejor posible, pero cada individuo sabrá sin dudas si lo que

se ve en el espejo está dominado por el Señor o regido por uno mismo.

Que nuestro juicio sea para nosotros, y no para los demás, así nos

volveremos más como el Señor Jesucristo. El pecado, como sabéis, no

es meramente la comisión de la iniquidad, es algo que es contrario a

la voluntad de Dios, y por lo tanto el pecado es otro. Por supuesto, no

estoy hablando de iniquidad, de cosas que ni siquiera son nombradas

entre los gentiles. La Palabra de Dios nos da una definición clara de las

19
8
cosas que son pecado en cualquier vida. ¿Alguna vez te has detenido

a pensar que ir a demasiadas reuniones podría ser un pecado en algu-

nos casos? En una de mis reuniones en casa tuve a una jovencita, cuya

madre vino a mí y me dijo: “Me gustaría que le dijeras unas palabras

a mi hija. Hemos tenido un informe muy malo de su escuela sobre su

trabajo interesado en “Esfuerzo Cristiano”, y el lunes por la noche va a

una reunión del comité, el martes por la noche va a un mitin de algún

tipo, el miércoles por la noche asiste a un grupo social, y el jueves por

la noche va a otra cosa, ha bajado tanto en sus calificaciones que la

maestra dice que puede tener que abandonar la clase”. Me volví hacia

la joven y le dije: “Existe el peligro de que te embriagues religiosa-

mente, tendrás que dejar de ir a las reuniones y seguir con el trabajo

que es tu deber actual. Debes superar tus clases en un camino que

honrará y glorificará al Señor y te dará el testimonio de una buena beca

ante sus maestros”. Tal vez nunca pensaste que ir a una reunión podría

ser un pecado, pero en el caso de esta joven dama ir a una reunión era

19
9
pecado, porque ella estaba haciendo demasiado, de la manera equivo-

cada. Quizás hay algunas personas que están pecando de la manera

opuesta. La Palabra de Dios dice en la epístola a los Hebreos: “No

abandonen la reunión de ustedes, como algunos tienen por costumbre”

(Hebreos 10:25). Entonces debemos estar listos para juzgarnos a no-

sotros mismos severamente, y estar dispuestos a movernos de cual-

quier manera que nuestro Señor ordene. En tercer lugar, encontramos

que hay una restricción aquí: “El amor de Cristo nos constriñe”. Somos

conducidos. Es esa fuerza restrictiva la que activa esta facultad de jui-

cio que Dios nos ha dado. El cristiano se ha convertido en un hijo de

Dios, y en esa capacidad ha sido elevado a la nobleza del Cielo. Así

como la aristocracia de los siglos ha creado el lema “La Nobleza nos

obliga”, así es que el solo hecho de llevar el Nombre de Cristo debería

forzarnos hacia Él. Un ser que es un hijo de Dios debe vivir como un

hijo de Dios. Si vamos a ser de la realeza del Cielo, debemos aprender

a vivir majestuosamente; un rey debe vivir como un rey. Hace algún

20
0
tiempo, nuestros periódicos en América contenían referencias a un mo-

narca en el continente que vivía de una manera que incluso hacía que

el mundo ridiculizara su forma de vida; él escandalizó al mundo con

sus acciones. Alguien dijo: “¿Qué se puede esperar? Su bisabuelo fue

un porquero que tomó el trono”. Pero la verdadera razón detrás de

todo esto no era el hecho de que el bisabuelo del hombre fuera un

porquero; era el hecho de que él, como todos los demás, tenía una

naturaleza vieja. Ya sea que le des a tu vieja naturaleza el coraje del

campo de juego de alguna gran escuela pública, o el acento tonal de

alguna universidad, no importa; no es una cuestión de pulimento de la

vieja naturaleza; se trata de dejar que la nueva naturaleza ejerza su

soberanía real. La vieja naturaleza no puede ser criada por ninguna

selección mendeliana. No podemos, darle a las personas los antepasa-

dos adecuados, pero sí llevarlos a Cristo. No es una cuestión de raza,

sino de gracia. Es la vida sobrenatural, y una vez que hemos nacido de

20
1
nuevo, nuestra nobleza debe ser un factor en nuestras vidas, obligán-

donos a vivir de acuerdo con lo que somos en Cristo. Luego, llegamos

al corazón y a la parte más importante de este texto. Somos guiados

a la escena del juicio. “Juzgamos así”. Uno de los lugares más impre-

sionantes del mundo es el Tribunal Superior de Justicia. Ves al juez con

su peluca y sus magníficas túnicas que toman su asiento en solemne

pompa de pasar a los más altos asuntos del tribunal, y de hecho es

una escena que hace que el respeto, de cada persona de pensamiento

correcto, y que desea la justicia y el juicio. Aquí tenemos ante nosotros

una escena así. “Juzgamos así”. Debemos sentarnos en el banco. ¿A

quién debemos juzgar? Debemos juzgarnos a nosotros mismos. Eso

nos hace darnos cuenta de que hay dentro de nosotros dos naturale-

zas: Tenemos una naturaleza antigua y tenemos una naturaleza nueva.

Es este mismo don de Cristo el que entra en todos los creyentes. Nues-

tro texto nos enseña que la enemistad entre estas dos naturalezas

debe resolverse en el tribunal. El prisionero debe ser llevado a la corte.

20
2
La nueva vida que es Cristo dentro de nosotros debe llevarnos al Tri-

bunal del juicio de Cristo, por todo lo que está dentro de nosotros de

la vieja naturaleza, para que pueda ser entregada para la crucifixión.

Al buscar en la Palabra de Dios, encontramos los términos de la acu-

sación que presentaremos contra nosotros mismos en esta escena de

juicio. Encontramos que somos pecadores por elección, y que somos

pecadores por decreto divino. A algunas personas no les gusta la en-

señanza de la Palabra de Dios que somos pecadores por naturaleza.

Un hombre me dice: “¿Crees en la doctrina de la depravación total?”

“Sí, la creo”, respondo. Luego dice: “¿Que no hay nada bueno en el

hombre?” Eso no es lo mismo en lo absoluto. Creo en la depravación

total, pero hay una gran cantidad de bien en el hombre. El punto es

simplemente éste, que el bien que está en el hombre no puede ser

aceptado en el Cielo. Un hombre puede ser un millonario en su carácter

y que va a comprar una posición alta en este país y en este mundo,

20
3
pero cuando se cruza la frontera para ir al cielo es degradada sus mo-

nedas y Dios no puede aceptarlo en lo absoluto. Esa es la razón por la

cual creemos en la depravación total. No es que no haya ningún bien

en el corazón humano fuera de Cristo; hay una devoción y hay un ho-

nor entre las personas no salvas que con frecuencia los cristianos ha-

rían bien en emular en sus propias vidas. Pero no hay duda de que la

nueva naturaleza, que es la vida de Cristo, es algo completamente di-

ferente. Es Cristo mismo. Dios dice que fuimos concebidos en pecado

y formados en iniquidad. Algunas personas no les gusta creer eso. Re-

cuerdo que una mujer vino a mí una vez y me dijo: “¿Crees que mi

bebé, que tiene un año, es un pecador?” Le dije: “Quiero contarte una

historia sobre mi propia hija. Tengo una niña que, cuando tenía solo

nueve meses, mintió antes de que pudiera hablar”. Entonces le dije

cómo sucedió. Mi pequeña niña nació en Francia, donde vivíamos mien-

tras estudiaba en una universidad allí. Tuvimos una doncella francesa,

que le enseñó una canción de cuna. Movió los dedos mi bebé ante las

20
4
palabras de esa pequeña canción infantil francesa. Fue un pequeño y

lindo truco, y ya sabes cómo son los padres con sus hijos pequeños,

tienen una gran alegría en sus formas de bebé. Muchas veces nos reí-

mos con ella y la besamos cuando hizo esto. Pero también se chupó el

dedo pulgar, y muchas veces le había cogido la manita y la había abo-

feteado suavemente cuando la encontré haciendo esto. Un día entré

en la habitación y ella tenía un pulgar mojado y sólo lo estaba mo-

viendo hacia su boca. Ella me vio e inmediatamente comenzó a agitar

sus manos. Era como si ella hubiera dicho: “Papá, estás completa-

mente equivocado. No iba a chuparme el dedo”. ¡Yo estaba actuando

como esa pequeña bonita rima marioneta que me deleita tanto! ¡Lo

peor de todo era que la Biblia me decía que había heredado la natura-

leza de su padre! Eva puede ser culpada en los papeles cómicos, pero

en la Biblia dice que “en Adán todos mueren”, y que “por un hombre

entró el pecado”. La responsabilidad estaba claramente allí, y sabía que

20
5
ella y yo, y todos nuestros padres y madres antes que nosotros, éra-

mos pecadores por naturaleza. El pecado está dentro, y debemos dar-

nos cuenta de que el nuevo hombre en Cristo Jesús debe sentarse a

juzgar sobre la vieja naturaleza que está dentro. Debemos darnos

cuenta de que las raíces de todo pecado, de toda iniquidad, están den-

tro de nosotros, y que la única manera de tratar con esa vieja natura-

leza es condenarla en dicha sentencia, el amor de Cristo nos limita al

juicio. Si Cristo tuvo que ir a la cruz y morir era porque estábamos

muertos, somos pecadores por naturaleza, pero esto no es todo, por-

que somos pecadores por naturaleza nos volvimos pecadores por elec-

ción. No detuvimos todo nuestro mal cuando llegamos a la edad de

madurez. No fue solo que la raíz estuvo dentro de nosotros en la in-

fancia. A medida que crecimos y nos desarrollamos en esta vida, todos

llegamos a la etapa en la que definitivamente elegimos aquello que era

pecado. En la primera epístola de Juan, capítulo 1, se nos dice que si

decimos que “no tenemos pecado” nos engañamos a nosotros mismos;

20
6
y si decimos: “Oh, sí, tengo una naturaleza antigua, pero la he llevado

al escenario en el que ya no funciona”, Dios dice que lo hacemos un

mentiroso y que Su Palabra no está en nosotros. Sólo hay una cosa

que podemos hacer, y es aceptar el veredicto de Dios de que somos

pecadores por naturaleza, y que somos pecadores por elección, y que

Dios nos ha declarado, por lo tanto, bajo el decreto divino de Su ira.

Pecamos sólo porque somos pecadores. Debemos vivir en la sala del

tribunal. Ésa es la solución, porque nos llevará al corazón mismo de la

victoria en Cristo Jesús. Debemos tomar nuestra posición como el juez

en el banquillo y aceptar su veredicto. “Juzgamos así”, y momento a

momento y día tras día damos nuestro consentimiento para que nues-

tra vieja naturaleza y todo lo que está asociado con ella sea juzgada

ante el Señor Jesucristo. Lo entregamos para ser crucificado y, como

dice Pablo, morimos a diario. Pablo tuvo que condenarse a sí mismo,

entregarse diariamente a la crucifixión, una vez más decirle al juez que

estaba sentado con él en el banquillo que su antigua naturaleza debe

20
7
mantenerse en constante muerte en el lugar de la ejecución, para que

así pueda vivir en la muerte de Cristo. Y nosotros también debemos

hacerlo. Entonces, debemos considerar el amor que nos constriñe. “El

amor de Cristo nos constriñe”. ¿Cómo vamos a hablar del amor de

Cristo? Debo confesar que aquí estoy en un dilema. Debemos continuar

con el texto y hablar sobre el amor de Cristo, pero la Palabra de Dios

nos dice muy claramente que el amor de Cristo sobrepasa el conoci-

miento. En la epístola a los Efesios, Pablo dice: “Para que puedan com-

prender cuál es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y

para conocer el amor de Cristo, que sobrepasa todo conocimiento”. Es

algo así como un niño en la escuela, que, al ir a la pizarra para resolver

un problema matemático, escucha a su maestro decir: “Ahora estamos

trabajando en la cuestión de la relación de la circunferencia con el radio

de un círculo, y quiero que encuentres exactamente qué es eso”. Los

matemáticos lo llaman π pi, y lo han resuelto con el valor de 3.14159…,

y luego, a falta de algo mejor, han puesto como 3.1416, en lugar de

20
8
3.14159285, y así sucesivamente. Recientemente vi en un periódico

una tabla publicada por la Real Sociedad en Londres en la que un ma-

temático de Inglaterra, había calculado pi en el lugar número dos mil;

era sólo un gran bloque de figuras al otro lado del periódico, pero aún

había más por seguir. Los matemáticos saben que no se puede cuadrar

un círculo; sigue y sigue y sigue, y el problema nunca termina. Pablo

dice a los Efesios: “Quiero que sepas que el amor de Cristo que sobre-

pasa todo conocimiento, quiero que sepas algo que no se puede cono-

cer”. Ése es el problema que Dios nos plantea definitivamente: Saber

algo que no se puede conocer. Sin embargo, en la medida en que com-

prendamos el amor de Cristo; en la medida en que fijamos nuestra

mirada en la cruz; en la medida en que vemos lo que significaba para

Aquel que era rico convertirse en pobre por nosotros, para que noso-

tros, a través de su pobreza, pudiéramos enriquecernos; en la medida

en que entramos en este gran amor de Cristo; en esa medida, vamos

a estar limitados. A medida que crecemos en el conocimiento de ese

20
9
amor eterno, juzgaremos más verdaderamente, actuaremos más defi-

nitivamente con nuestra nueva naturaleza, seremos más incansables

con la carne. Entraremos más en la vida de Cristo como el amor de

Cristo nos constriñe. Y a medida que crecemos en el conocimiento de

este amor que sobrepasa todo conocimiento, así seremos llenos para

toda la plenitud de Dios. En la versión King James, las palabras son:

“Para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:19). En

el valle de Mississippi, hay muchos millones de personas que nunca

han visto el océano. De vez en cuando, las personas hacen el viaje al

este y vienen a uno de nuestros resorts en la costa para echar un vis-

tazo al océano. Sus amigos en casa siempre les dicen: “Echen un buen

vistazo al océano, para que puedan describirlo cuando regresen”.

Ahora supongamos que un hombre bajó a la costa de Atlantic City con

una botella de cerveza, sumergió la botella en el océano y la llenó con

la plenitud del océano. Supongamos que llevó la botella a Kansas y

dijo: “Me pediste que describiera el océano, pero en lugar de eso te lo

21
0
he devuelto”. Qué tonto sería. Cualquiera que conociera el mar diría:

“Esto no es el océano, esto es una pinta de agua salada”. ¿Cómo po-

drías tener en la botella, las miles de olas que golpean la arena, que

se precipitan contra las rocas? ¿Cómo podrías ver el cálido mar tropical

de indescriptible azul, con las olas blancas espumeando en la playa

mientras las palmeras se doblan sobre ellas? ¿Cómo podrías ver esos

plácidos días en medio del océano cuando la proa del barco se abre

camino a través de las aguas? ¿Cómo podrías poner todo esto en una

botella? El problema de Pablo debe haber sido similar cuando escribió

a los Efesios: “Estoy orando para que conozcas el amor de Cristo que

no se puede conocer, para que puedas ser lleno de toda la plenitud de

Cristo” – “hasta”, no “con”. Puede llenar su botella con un pequeño

chapuzón en el océano, pero poner todo el océano en la botella es algo

completamente diferente; un milagro sería requerido allí. Ahora, dice

Dios, ése es el milagro de la vida cristiana. Lo que es incognoscible,

21
1
aquello que es la fórmula matemática que nunca termina, puedes en-

contrarlo en tu propia vida; crecerá dentro de ti, y a medida que crece

y crece, comienzas a darte cuenta de más de las riquezas de todo lo

que está ahí en la fórmula matemática, en la maravilla de lo descono-

cido, en el mar y todo lo que está ahí. Entonces te das cuenta de que

este amor de Cristo que no se puede conocer completamente se está

haciendo conocido para ti. Poco a poco lo aprendemos; por lo tanto,

cada vez más nos constriñe. Por último, debemos ver que este amor

de Cristo nos constriñe en una dirección muy definida. Hemos estado

viviendo para nosotros mismos. Somos sacados de ese camino y nos

ponemos en el camino que nos conduce a él. Vivir para nosotros mis-

mos describe la vida del cristiano carnal. Después de describir al hom-

bre no salvo como “el hombre natural que no recibe las cosas del Es-

píritu”, el apóstol describe al cristiano que ha estado viviendo para sí

mismo como lleno de envidia, lucha y división. Luego agrega: “porque

aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y

21
2
disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?” (1 Corintios

3:3). Es decir: “¿No eres carnal y caminas como el hombre no salvo?”

Es difícil distinguir la diferencia entre tu vida y la vida de un hombre

que no ha nacido de nuevo. Es por este camino que el amor de Cristo

nos constriñe. Debido a su muerte por nosotros, debido a la asombrosa

revelación de su amor, somos atraídos al nuevo camino de vivir para

él. Nos volvemos cristianos espirituales, para usar el lenguaje del após-

tol una vez más. Hemos juzgado nuestra mente carnal y la hemos en-

tregado a la muerte, la mente de Cristo, que tenemos, nos permite

hacerlo de esa manera. Cristo vive en nosotros; vivimos para Él. Que

Dios nos conceda hoy mismo esta gracia, para que veamos el amor de

Cristo y podamos estar limitados a este juicio, y que caminaremos con

nuestras vidas dirigidas siempre hacia él.

21
3
CAPÍTULO 7

EL PODER DE LA BENDITA ESPERANZA

“Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo,

así como él es puro” (1 Juan 3:3). El mundo tiene un proverbio, “Mien-

tras hay vida, hay esperanza”. La Biblia enseña que donde hay espe-

ranza hay vida. Leemos en 1 Juan 3:1-3: “Mirad cuál amor nos ha dado

el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo

no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos

de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabe-

mos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le

veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él,

se purifica a sí mismo, así como él es puro”. Este poder purificador de

la bendita esperanza es lo que ocupará nuestra atención. La Iglesia

primitiva vivió a la luz del pensamiento del regreso del Señor. Por la

noche, cerraron los ojos en sueños y pensaron: Quizás antes de la

mañana, nuestro Señor estará a la puerta y nos llamará a estar con Él.

21
4
Por la mañana cuando despertaron estaban con el pensamiento: “Hoy,

tal vez, el Señor Jesús nos llamará a estar con Él”. Dejaron sus vidas

en martirio, y sin duda muchos de ellos pensaron, mientras se dirigían

hacia la hoguera o hacia la guillotina y hacia los leones: “¿No sería

maravilloso si, antes de que el hacha pudiera caer, o antes de que los

animales fueran liberados, el Señor Jesús debería llamarnos para estar

con Él, y la multitud incrédula debería ver que ya no estamos aquí?”.

Eso les dio vida y poder a la Iglesia. Siempre pensaron: En cualquier

momento nuestro Señor puede estar aquí, y el milagro de la primera

fase de Su retorno se cumplirá. “Porque el Señor mismo con voz de

mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del

cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los

que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junta-

mente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así

estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16-17). Esta es-

21
5
peranza fue en gran medida responsable del primer amor de esa Igle-

sia, cuyos miembros estaban tan dispuestos a morir por el Señor. Los

puntos de nuestro mensaje son muy simples. Primero, Él aparecerá;

en segundo lugar, seremos como él; en tercer lugar, lo veremos; y la

conclusión es que cada persona que cree en estas cosas va a vivir de

manera diferente, porque estas verdades poseen el corazón. Antes que

nada, veamos las palabras “Él aparecerá”. ¡Oh, cuántos hombres han

escrito tonterías acerca de la venida del Señor! Debemos insistir en

que no tenemos nada en común con nadie que intente de ninguna ma-

nera establecer una fecha para la venida del Señor. No sabemos el día,

ni la hora, ni el tiempo, ni la temporada. Una vez, tomé un libro y leí

la profecía, que el escritor dijo que el Señor le reveló, que Cristo apa-

recería el año siguiente. En la siguiente edición, después de que pasó

el tiempo, el escritor simplemente añadió un prefacio y dijo: “Estaba

equivocado, pero el Señor me había permitido gentilmente ver que co-

21
6
metí un error en mis cálculos, pero ahora me permitió decir más posi-

tivamente que será el próximo año”. La Biblia dice que, si un hombre

profetiza y no sucede, sabremos que está profetizando mentiras. No

creas a ningún hombre que de alguna manera se comprometa con al-

gún sistema de fechas en la interpretación profética: “En la hora que

no pensáis, el Hijo del Hombre vendrá” (Lucas 12:40). Algunos han

dicho que la segunda venida de Cristo es la conversión del pecador,

que fue el Día de Pentecostés, que fue la destrucción de Jerusalén y

muchas otras cosas similares, pero no es ninguna de éstas. Cuando Él

venga, sucederán muchas cosas que todavía no han sucedido y que no

están sucediendo ahora. Los muertos en Cristo resucitarán, y los vivos

serán transformados y hechos semejantes al Señor. Su reino será

traído del Cielo y establecido en la tierra. ¡Cómo nos regocijamos al

saber que Él aparecerá y enderezará todo lo que está terriblemente

mal en esta tierra! La Iglesia en la Edad Media era como el perro de

las Fábulas de Esopo, que al pasar por un puente con un hueso en la

21
7
boca, vio su reflejo y, al abrir la boca para apoderarse del hueso en el

reflejo, perdió el hueso que tenía en verdad. La iglesia en la Edad Me-

dia, mirando el poder alrededor de ella, y deseando tener un reino,

abandonó la bendita esperanza y el verdadero llamado celestial, y co-

menzó a buscar el poder temporal. Esa cosa horrible, la ambición ecle-

siástica, entró en sí misma, y la iglesia ha sido la más pobre desde

entonces debido a eso. Pero cuando nos alejamos de eso y nos damos

cuenta de que somos un pueblo celestial con una esperanza celestial,

buscando la venida de nuestro Señor Jesús que aparecerá, entonces

todo nuestro trabajo será mejor, porque estaremos en línea con esa

verdad y revelación, que el Señor mismo nos ha llamado a hacer. En

esta era presente Él está sacando un pueblo para Su Nombre. Algunos

siempre intentan construir un reino que será un mero reino terrenal,

pero eso no es lo que Dios está haciendo hoy. Él está llamando a la

Iglesia, no construyendo un reino. No habrá reino hasta que Él venga.

Hace unos años estaba en las llanuras occidentales de América, en el

21
8
estado de Montana. En esas praderas planas se puede ver una gran

distancia, y el camino se extendía frente a nosotros por unas millas sin

una curva. A lo lejos vi una mota, y al acercarnos vi que era un hombre

que se inclinaba y bombeaba aire a un neumático. Él no parecía estar

haciendo mucho progreso. Cuando me le acerqué, me detuve y le dije:

“Tal vez le gustaría usar mi bomba”. Él respondió: “Mi bomba está bien,

pero me temo que hay un agujero en mi neumático”. ¡Allí estaba, bom-

beando aire a un neumático que tenía un agujero! Ustedes saben, que-

ridos amigos, hay tanto trabajo cristiano que es así. Ves a los hombres

trabajando como esclavos, y les preguntas: “¿Qué estás haciendo?” Y

responden: “¡Oh, estamos trayendo el reino!” Están tratando de traer

el reino, pero están condenados al fracaso. Únicamente el Rey hará

eso. No vas a cristianizar Moscú, Tokio, Chicago o Londres. No vas a

cristianizar las oficinas de extranjería y las bolsas de valores. Si lees el

Sermón del Monte a esas personas, tendría exactamente el mismo

21
9
efecto que si llevaras el capítulo undécimo de Isaías a los Jardines Zoo-

lógicos e insistieras en que el león se juntará con el cordero, y que el

león debería comer paja como el buey. Sí, eso sucederá algún día, pero

no hasta que Él haya venido y arreglado todas las cosas. Él aparecerá,

y luego todo se ordenará. Entonces vendrá la justicia y la paz que Él

ha prometido a la tierra. La venida del Señor es una serie de eventos,

y su clímax es el establecimiento de Su reino. Hasta que Él venga, no

debemos esperar verlo. La primera venida del Señor estuvo acompa-

ñada por una serie de eventos, de treinta y tres años de duración, y

asimismo la segunda venida del Señor es también una serie de even-

tos. La primera venida del Señor fue anunciada por un ángel a una

virgen, fue la manifestación del Señor en un pesebre en Belén, fue la

unción de Cristo por el Espíritu para su obra y ministerio mientras ca-

minaba haciendo el bien. La primera venida de Cristo fue la muerte de

un hombre en la cruz; estaba una tumba abierta y un ascenso en las

nubes; tenía treinta y tres años. Sin embargo, mucha gente está muy

22
0
confundida acerca de la profecía porque piensan en la segunda venida

de Cristo simplemente como un momento destellante. Habrá un mo-

mento fulgurante justo cuando el relámpago sale del este y brilla hasta

el oeste, pero la venida del Señor es mucho más que eso. Se relata

que en una Escuela Bíblica se estaba examinando a uno de los estu-

diantes sobre el tema de la profecía, y el examinador le dijo al joven:

“Antes de que el Señor establezca Su reinado en la tierra, ¿qué debe

suceder?” El joven respondió: “El reinado del Anticristo y la gran tribu-

lación”. “Sí”, dijo el examinador, “eso es correcto”. “¿Y qué debe suce-

der antes de la gran tribulación?”. “La eliminación de todos los creyen-

tes”, dijo el joven. “Sí, eso es correcto”. “¿Y qué debe suceder antes

del arrebatamiento o rapto de los creyentes?” El joven dijo: “Nada más

que el grito”. Esa es la verdad de Dios, queridos amigos, nada más que

el grito. “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcán-

gel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en

22
1
Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:16), y luego se inau-

gurará esta gran serie de eventos, todos los cuales están vinculados

con las verdades relacionadas de la venida del Señor. Su regreso es la

respuesta a los problemas del mundo. Un día, unos amigos me llevaron

desde Londres hasta Essex y, al llegar a la pequeña ciudad de Epping,

doblamos una curva en el camino y vimos ante nosotros una cartelera

con carteles prominentes. Mi mirada captó esta frase: “Si la ONU falla,

¿qué?” y junto a ello había otra frase: “¡He aquí, vengo rápido!” No

pude dejar de pensar que, tal vez por accidente, o tal vez por la acción

deliberada del hombre que colgó estas pancartas, y que conocía la ver-

dad cristiana, esos dos proyectos de ley se habían colocado muy de

cerca. Este mundo sólo tiene interrogantes cuando se trata de los pro-

blemas que enfrentamos. La respuesta es con Dios, y Él está sobre Su

trono, y en Su propio buen momento Él realizará lo que Él ha ordenado.

En segundo lugar, consideramos la frase: “Seremos como él”. En mi

opinión, esa frase es tal vez la más impresionante de toda la literatura

22
2
cristiana. Debe compararse sólo con la frase que puede ser mayor por-

que hace que todo lo demás sea posible: “Él nos amó”. En esas dos

frases, “Él nos amó y seremos semejantes a Él”, tenemos dos de las

más grandes maravillas del universo, e indudablemente esos dos pen-

samientos ocuparán nuestros corazones mucho después de que la eter-

nidad haya comenzado para nosotros. Él nos amó y nos hará semejan-

tes a él. ¿Qué significa que seremos como él? Primero, seremos como

Él en Su santidad. Si pudiera tener sólo un atributo de Jesucristo, gra-

cias a Dios no seremos así limitados, estoy seguro de que preferiría ser

como Él en Su santidad. ¡Cómo la necesitamos! Tenemos una historia

maravillosa de la vida de Pedro que se nos dio en el capítulo 13 del

Evangelio de Juan. Recuerden que cuando el Señor comenzó a lavar

los pies de los discípulos, Pedro retrocedió y dijo: “Señor, nunca me

lavarás los pies”, y el Señor dijo: “Si no te lavare, no tendrás parte

conmigo”. Entonces Pedro dijo: “Señor, no sólo mis pies, sino también

mis manos y mi cabeza”. Jesús respondió: “El que se lava, no tiene

22
3
necesidad de lavar sus pies, sino de limpiarlo todo”. El Señor estaba

estableciendo el principio de que cuando un hombre nace de nuevo y

es salvado, no puede nacer de nuevo otra vez, y otra vez, y otra vez;

una vez para siempre ha sido justificado, ha sido visto en la justicia de

Cristo. Dios lo ve en toda la perfección de Su Hijo. El que está lavado

no necesita ser lavado nuevamente. El Señor Jesús le decía a Pedro:

“Te veo en mi propia justicia”. Pero debe haber una limpieza diaria.

Pedro aprendió eso y lo sabía bien, y debemos aprender lo mismo. Día

tras día debemos regresar a la presencia del Señor para ser purifica-

dos. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar-

nos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Sin

embargo, llegará el día en que ya no tendremos que inclinarnos por la

tarde y decir: “Señor, la vieja naturaleza ha vuelto a brotar. Señor, ves

mi necesidad diaria y por ahora necesito ser crucificado contigo”. Se-

remos como él. ¿Es de extrañar que en el libro de Apocalipsis los ven-

22
4
ticutaro ancianos arrojan sus coronas de oro cuando ven el mar vi-

drioso y se dan cuenta de que nunca más habrá necesidad de volver a

confesar el pecado? Recuerdas el versículo del himno: Santo, santo,

santo, todos los santos te adoran, arrojando sus coronas de oro alre-

dedor del mar vítreo. ¿Por qué arrojaron sus coronas en ese lugar en

particular? Bien, cuando Salomón construyó su Templo hizo una fuente

que se llamaba mar. Fue el símbolo de la limpieza. Estaba de pie entre

el altar, donde se derramó la sangre, y el tabernáculo, donde se cen-

traba la adoración de Dios. Los sacerdotes que habían sido limpiados

de su pecado por el derramamiento de la sangre, fueron limpiados de

sus pecados en esa agua en la fuente. Era un símbolo, así como el

lavado de los pies de Pedro era un símbolo, que tú y yo como cristianos

debemos día tras día y momento a momento arrastrarnos de vuelta

hacia la cruz. Siempre debemos recordar que cuando hemos podido

pasar todo un día sin pecado consciente, incluso entonces, en el mejor

de los casos, somos siervos inútiles y todavía debemos confesar que

22
5
en nosotros mismos no mora nada bueno. Pero Dios nos dice que en

el templo celestial, el mar se convertirá en cristal; ya no será necesario

que haya agua para limpiarnos; no habrá más mar; no habrá más pe-

cados para confesar. Estoy seguro de que cuando lleguemos a ese tem-

plo celestial, se nos recordará el mar transformado en cristal, que

nunca tendremos más pecado que confesar, que se lo ha arrebatado

para siempre, que cada raíz se ha ido. El Señor Jesús cuando habló de

Satanás, dijo: “El príncipe de este mundo viene y no tiene nada en Mí”.

Tú y yo debemos decir: “El príncipe de este mundo viene y encuentra

mucho en mí”. Hay en nuestros corazones un aliado de Satanás, como

el caballo de madera de Troya, todo listo para dejar entrar al enemigo

si no estamos alerta. Pero llegará el día en que esa vieja naturaleza

será eliminada, y podremos decir que no queda nada del pecado dentro

de nosotros. Por lo tanto, el pecado nunca puede volver a surgir en el

universo. Cuán contentos estaremos de arrojar las coronas que poda-

22
6
mos tener alrededor de ese recordatorio del fin del pecado, y de cora-

zones santos como el suyo, que clamen: Señor, tu gloria llena el cielo;

La tierra está con su plenitud almacenada; A ti sea la gloria dada,

Santo, santo, santo, Señor. Entonces, también vamos a ser como Él en

Su amor. ¡Qué fríos somos, qué desamorados! Él realmente ama las

almas. ¿Podemos decir qué hacemos? Me pregunto si ha visto ese pe-

queño folleto, varios millones de los cuales se han impreso, llamado

“¡Suponer!” El escritor pregunta: “Supongamos que alguien le ofrece

1000 dólares por cada alma que usted trata de llevar a Cristo, ¿sería

más diligente de lo que es hoy? Si fuera más diligente en ganar almas

si alguien le diera 1000 dólares por cada alma que trataste de llevar a

Cristo, ¿puede ser que ames los dólares más de lo que amas a las

almas?” ¡Cuán rápido tal cosa revela los corazones de los hombres!

Pero nuestro Señor Jesucristo nos amó. Cómo nos ama; y seremos

como Él en ese amor. El yo será quitado, y su amor será nuestro. Tam-

bién seremos como Él en su poder. En el segundo salmo tenemos ese

22
7
gran pasaje que habla de su regreso. Nuestro Señor dice que romperá

las naciones con una vara de hierro y las hará pedazos como vasijas

de alfarero. Sin embargo, en el segundo capítulo de Apocalipsis dice de

los creyentes: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le

daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y

serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he reci-

bido de mi Padre” (2:26-27). Se nos ofrece la posibilidad de asociarnos

con el Mesías en Su reinado, sentarnos en Su trono y ser instrumentos

de Su gobierno. ¡Qué maravilloso que seremos como él en su poder!

En tercer lugar, no sólo aparecerá, y no sólo seremos semejantes a Él,

sino que lo veremos tal como es. Parecería que esta visión del Señor

es la causa de nuestro ser hecho como Él, como si la visión de Él en

toda su gloria eterna, ya no escondida con el velo de la carne sino

eternamente transfigurada, tuviera en ella aquello que nos transfor-

mará, haciéndonos semejantes a Él. En ese día cuando lo veamos,

22
8
¡cuánto habrá para decir! Entonces estaremos donde estaríamos; En-

tonces seremos lo que debemos ser; las cosas que no son ahora, ni

podrían ser, entonces serán nuestras. Entonces, podremos decir lo que

queremos decirle a Él. Cuando dos personas se enamoran entre sí, y

ambos lo saben, les gusta hablar de ello. ¿Quién vio al otro primero?

Cuando la Sra. Fulana me trajo al otro lado de la sala para que me

presente, ¿qué pensaste? ¡Me gustaste desde el principio! ¿Qué pen-

saste de mí? También discuten entre sí sobre quién se enamoró del

otro primero. Cuando vemos a nuestro Señor, habrá muchas cosas que

escuchar y decir, pero si bien nos encantará hablar sobre cómo vino y

cómo nos amó, nunca habrá ningún argumento acerca de quién fue

amado primero. Leemos que amó a los impíos, y que lo amamos por-

que Él primero nos amó. Él me vio arruinado en la caída, y me amó a

pesar de todo; Él me salvó de mi estado perdido; su amorosa bondad,

¡oh, qué grande es! ¡Oh, la alegría de verlo! Diez mil veces más grande

22
9
que cualquier alegría terrenal será esa vista de nuestro Señor y Maes-

tro, Jesucristo. Algunos critican a los que hablan de ver al Señor. He

escuchado a la gente atacar el himno, “¡Oh, esa será la gloria para mí!”

Hay un sentido, por supuesto, en el que tales pensamientos pueden

ser meras emociones sentimentales. Pero hay un poder presente en tal

esperanza. La Biblia nos dice en este texto nuestro: “Todo hombre que

tiene esta esperanza, se purifica a sí mismo”. Permítanme exponer

ante ustedes dos actitudes, las cuales son sostenidas por algunos cre-

yentes en estos días de la ausencia de nuestro Señor. En 1917, cuando

Estados Unidos entró en la Gran Guerra, había una joven pareja en

Occidente que había hecho planes para casarse. Tenían una pequeña

casa que habían estado amoblando durante semanas, y todos sus re-

cursos se habían destinado a la preparación de esa casa. Su plan había

sido casarse y mudarse a este nuevo hogar, pero se declaró la guerra

y el joven, que era oficial de reserva, fue llamado inmediatamente a

las tropas. Su compañía recibió la orden de ir a la frontera mexicana

23
0
para entrenar antes de ir a Francia. La joven le dijo el día antes de irse:

“No es exactamente la fecha de nuestra boda, pero es posible que se

lo ordene al extranjero de inmediato, es posible que lo maten y, por lo

tanto, es posible que nunca vuelva a verlo”. Mil veces preferiría pasar

la vida llevando tu nombre que ir por la vida siempre explicando que

el hombre que amaba había sido asesinado en la guerra. Así que siga-

mos con ello y nos casemos ahora mismo”. Así que se casaron discre-

tamente, y para su luna de miel fue con las tropas y ella fue a la casita.

Estaba muy sola, por supuesto, y puedes imaginarlo. ¡Cómo echaba de

menos a su amante marido! Día tras día le escribía, y las cartas se iban

acumulando. Le enviaba regalos, una alfombra navaja, algunos encajes

mexicanos y algo de cerámica india. Pasaron los meses, y llegó una

tarde cuando se sintió especialmente sola. Tomó algunas almohadas y

las puso en el piso frente a la chimenea, extendió la alfombra sobre el

piso y se sentó sobre ella. Cogió la caja con todas las cartas de su

23
1
esposo, en algunas almohadas extendió los encajes que le había en-

viado, y colocó la cerámica en una silla frente a ella. Luego, tomando

dos o tres pañuelos para un buen llanto, se sentó a disfrutar con sus

cartas y con pensamientos de él. Pero, cuando ella comenzó a leer las

letras y pensar en él, de repente hubo un paso a la entrada, la puerta

se abrió, y él estaba allí. Él había enviado un telegrama y se había

retrasado en la entrega, como ocurría con tanta frecuencia en aquellos

días de guerra. Cuando ella lo vio y se dio cuenta de que él estaba allí,

ella se puso de pie de un salto; las letras en su regazo estaban espar-

cidas por todo el lugar, algunas incluso caían al fuego; ella pisó el en-

caje y tiró un pedazo de cerámica de la silla, pero ella estaba en sus

brazos, y eso le importaba más que todas las cartas y todos los regalos

que alguna vez podría haberle enviado. Él había regresado. Ella lo te-

nía, y al tenerlo, tenía todo. Antes de dibujar la analogía, que ya has

visto, déjame contarte otra historia. Cuando puse mi pie en suelo in-

glés, en los días en que todavía había tarjetas de comida y cuando se

23
2
usaba sacarina, quería conseguir un periódico, porque había estado en

el mar, en un transporte, durante muchos días. Conocía el nombre de

un sólo periódico en Inglaterra, así que fui al puesto de periódicos y

dije: “Quiero una copia del Times”. Luego subí al vagón del tren para

subir a Londres, y cuando miré el periódico, pensé que este era el do-

cumento más curioso que había visto en el mundo. Sólo había anuncios

en la página principal, mientras que en Estados Unidos no tenemos

más que noticias en la página principal. Volteé página tras página, bus-

cando las noticias, y finalmente, cuando llegué a la cuarta o quinta

página, vi algunas noticias, y pensé que esta debía ser la noticia más

importante del mundo ese día. Pero era el informe de un caso de di-

vorcio que se escuchó en Londres. Empecé a leerlo. Era la historia de

un joven aristócrata que se había casado con una joven y luego se

había ido a la guerra. Ella le había escrito que estaba ocupada en el

trabajo de guerra, y le decía lo cansada que estaba de la enfermería

23
3
en un determinado hospital. Se disculpó por no haber escrito con fre-

cuencia, diciendo que pasaba horas todos los días con los heridos de

guerra. Unos meses después, su marido se iba de permiso, y un amigo

suyo, que había recibido información sobre el estado de las cosas, le

dijo: “No anunciaría, si fuera usted, que estaba recibiendo permiso;

me resbalaría; más silenciosamente”. El esposo siguió su consejo, llegó

a Londres sin previo aviso y fue al hospital donde se suponía que la

joven era enfermera. ¡Descubrió que ella no estaba allí para nada!

Luego descubrió dónde estaba viviendo, pero al llamar no obtuvo sa-

tisfacción, simplemente le dijeron: “Oh, probablemente estará en el

baile del té en el Ritz esta tarde”. La encontró allí, en compañía de otro

hombre. Pronto descubrió mucho más, y el juez rápidamente le otorgó

un decreto de divorcio. No pude evitar contrastar estas dos historias y

dibujar la analogía espiritual. Queridos amigos, nuestro Señor Jesús

regresará y Él nos va a encontrar y va a encontrarme en una de esas

dos actitudes. ¿Estarás coqueteando con el mundo, o estarás ocupado

23
4
con Sus cartas de amor, Sus dones, Su obra, pensando en Él? ¡Él viene!

“Todo hombre que tiene esta esperanza en Él se purifica a sí mismo,

así como Él es puro”. ¡Qué juicio será cuando aparezca! Pablo habla de

ese momento, y no podemos sorprendernos de que él diga: “Cono-

ciendo el temor del Señor, persuadimos a los hombres”. Estas palabras

fueron escritas a los cristianos; Pablo estaba hablando del tribunal de

Cristo. Sabiendo cuál será esa luz blanca de Su santidad, cuando la

vemos, convenceremos a los hombres cristianos para que vivan a la

luz de Su venida, para recordar que nuestro Señor está a la puerta,

para purificarse a sí mismos; porque mientras en ese juicio no haya

posibilidad de condenación eterna para los redimidos que aparecen allí,

sin embargo, habrá algo tan intenso cuando veamos a nuestro Señor,

que Pablo puede hablar de ello con temor. Juan nos dice que perma-

nezcamos en Él, para que “no seamos avergonzados ante Él en Su

venida”. ¿Cómo estamos viviendo? ¿Estaremos avergonzados? Biena-

23
5
venturado el hombre que cuando el Maestro venga, lo encontrará ve-

lando. El Dr. Torrey solía decir: “Debemos vivir como si viniera este

día, y planear y trabajar como si no viniera en toda una vida, porque

así, mientras trabajamos, no nos avergonzaremos delante de él en su

venida”. El último punto es muy breve. Es la conclusión de todo el

resto. Él aparecerá; seremos como él; lo veremos. La creencia en estas

cosas nos da la fortaleza para decir: trataremos de purificarnos a no-

sotros mismos. “Todo hombre que tiene esta esperanza se purifica a sí

mismo”. ¿Cómo podemos purificarnos a nosotros mismos? Tenemos

tanta necesidad de eso. La respuesta es: No podemos hacerlo nosotros

mismos. En la época de Shakespeare había un poeta inglés llamado,

Robert Herrick, que escribió una hermosa cuarteta pequeña, tomando

como pensamiento sobre el que había hecho sus líneas, ese incidente

en la mitología griega de las labores de Hércules. Hércules fue enviado

a hacer algo imposible, limpiar los asquerosos establos de Augeas o

Augías. Robert Herrick compara su corazón con ese establo, y escribe:

23
6
Señor, confieso que sólo Tú eres capaz de purificar este establo de

Augeas o Augías. Sé sobre el agua del mar y las tierras, todo sobre el

jabón. Sin embargo, si tu sangre no me lava, no hay esperanza. Lo que

ese viejo poeta de Inglaterra encontró es muy cierto, por supuesto,

para el hombre no salvo, para la salvación del pecado, y es cierto para

el hombre salvo por sus pecados también. El hombre no puede purifi-

carse a sí mismo. Debe haber ese momento a momento cediendo al

Señor. Si puedes tener la victoria sobre el pecado por un minuto, pue-

des tener la victoria sobre el pecado por dos minutos. Continúa ce-

diendo al Señor, diciendo: “Señor, Jesús, esta vieja naturaleza debe

ser crucificada, tu vida debe ser mi pureza”. Si puede hacer esto du-

rante dos minutos, puede hacerlo durante tres minutos, y si puede

hacerlo durante tres minutos, puede continuar durante una hora, y

luego un día y luego un año. La vieja naturaleza todavía estará allí;

todavía buscará romper con al menos uno de los deseos de la carne.

La mente carnal es enemistad contra Dios, pero nuestro Dios ha hecho

23
7
provisión para la victoria, y el poder santificador de la Palabra y la

fuerza constrictiva de su amor son factores en ella, y la creencia en el

regreso del Señor Jesucristo es uno de las creencias que nos acercarán

más a Él. ¿No podemos decirnos a nosotros mismos: “Aún así, ven

pronto, Señor Jesús, y yo, que tengo esta esperanza, debo purificarme

a mí mismo así como Tú eres puro”?

23
8
CAPÍTULO 8

EL PODER DEL ESPÍRITU

“Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un

espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en

la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).

En una de las parábolas de Nuestro Señor, tenemos la imagen de un

hombre que se interpone entre Dios y los hombres para obtener una

bendición del Uno y dárselo al otro. Un amigo vino en medio de la

noche, por lo que el hombre tuvo que levantarse y salir y llamar a la

puerta de un vecino y pedir comida para el invitado que había venido

inesperadamente. Me ha impresionado algo que se encuentra en ese

pasaje: El hombre que estaba allí para ministrar usó la palabra “amigo”

dos veces cuando llamó a la puerta. Él dijo: “Amigo, un amigo ha ve-

nido a mí en necesidad, y no tengo nada que ofrecerle”. Si usted y yo

como cristianos debemos ser una bendición para cualquier otra per-

sona, debe ser porque tenemos esa doble amistad hacia el mundo y su

23
9
gran necesidad, y hacia el Padre. Nuestra amistad con el mundo no

debe ser, necesitamos decirlo para aclararlo y evitar confusiones, esa

amistad que es enemistad con nuestro Dios; tal amistad es traición.

Calentar nuestras manos en el fuego del mundo es traicionar a Cristo.

Pero debemos tener esa amistad con el mundo que ama a las almas

por el amor de Cristo. Y nuestra amistad con Dios debe ser cercana.

No es un conocimiento casual que iremos a la mitad de la noche, a

buscar comida para nuestros invitados. Sólo a alguien cercano nos ire-

mos con nuestro grito: “¡Amigo! ... ¡amigo! ... ha venido un amigo y

¡no tengo nada que ofrecerle!” Alguien viene en medio de la noche y

toca a su puerta y dice: “Llegamos tarde, pero hemos tenido problemas

con nuestro automóvil, y aquí estamos, y no hemos cenado”. Saldrías

a la refrigeradora, y si tenías incluso un poco de comida allí, podrías

hacer para que pareciera más, colocando una pequeña lechuga alrede-

dor, ¿servirías eso? ¿No irías en medio de la noche y tocarías la puerta

24
0
de tu vecino para pedir prestado al menos algo, si no tuvieras absolu-

tamente nada que ofrecer? Estas tres cosas son los principios del lugar

humano en el ministerio de la Palabra; amor por las almas, comunión

amistosa con Dios, y ese reconocimiento constante, total y absoluto

del hecho de que de nosotros mismos no tenemos nada, y no podemos

tener nada. “Un amigo ha venido y no tengo nada”. Por lo tanto, de-

bemos volvernos a la Palabra de Dios. Cualquier mensaje humano no

puede ser absolutamente nada, a menos que el Señor hable, a menos

que lo tome, y lo rompa, y lo use para su gloria. El pasaje que ocupará

nuestra atención es uno que habla de contemplar al Señor y de ser

cambiado hasta que nuestras vidas reflejen Su gloria. Y esta transfor-

mación es obra del Espíritu que mora en nosotros. Dios no está en un

lugar lejano; Dios habita dentro de aquellos que han nacido de nuevo.

“Más cerca está Él que la respiración, más cerca que las manos y los

pies”. No debemos esperar ninguna bendición si debemos apartar la

vista de un Dios lejano que está separado de nosotros por una gran

24
1
distancia abismal. Cristo ha venido a morar en nuestros corazones a

través de la fe, y, aunque lo vemos en el trono del Cielo, sin embargo,

Él está con nosotros en la comunión más íntima aquí en la tierra. Un

gran contraste se coloca ante nosotros. Debemos ver en las verdades

relacionadas con nuestro texto, la ilustración de la gran verdad que se

describe doctrinalmente en el capítulo 8 de Romanos. “Pero todos, con

la cara abierta contemplando como en un espejo la gloria del Señor,

somos transformados en la misma imagen de gloria en gloria, así como

por el Espíritu del Señor”. Este versículo iluminará la verdad que Pablo

expuso en ese capítulo que se destaca como uno de los más grandes

en la Palabra de Dios: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los

que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino

conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús

me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era

imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando

24
2
a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, con-

denó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese

en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al

Espíritu” (Romanos 8:1-4). El capítulo en el que se encuentra nuestro

texto es, en sí mismo, un gran contraste. Por un lado, tenemos la des-

cripción de la ley descrita, con énfasis en la gloria que rodeaba al Sinaí

y que llenaba el ser de Moisés. Por otro lado, tenemos la mayor gloria

de la ministración del Espíritu Santo de la vida en Cristo Jesús. ¿Has

notado cuántas veces Pablo habla de la gloria en este capítulo? “La

entrega de la ley fue gloriosa”. El resultado fue que Moisés recibió una

gloria sobre su rostro. Luego se afirma que eso fue sólo una gloria

temporal, y que la entrega del Espíritu sería mucho más gloriosa. En-

tonces, para algunos que no lo hayan notado, se afirma en términos

de condena y rectitud. La ofrenda del Uno fue asistida con gloria; se

sigue que una justicia es mayor que la condenación, por lo que su gloria

es mayor que la anterior. De hecho, lo que era glorioso difícilmente

24
3
puede describirse como gloria en comparación con la mayor gloria que

sobresale. Pablo vuelve a la fraseología de Romanos. Una y otra vez,

ha contrastado el pasado con el presente, usando el término “mucho

más” una y otra vez. Aquí él vuelve a esta idea, diciendo: “Porque si lo

que se quitó fue glorioso, mucho más, lo que queda es glorioso”. Por

lo tanto, once veces, en unos breves versículos, habla de la gloria de

la entrega de la ley y de la mayor gloria que supera la gloria anterior.

Finalmente, nuestro texto usa todavía la palabra gloria tres veces más,

nos dice de la gloria del Señor y promete que seremos transformados

en la misma imagen de gloria en gloria, así como por el Espíritu del

Señor. Dios tiene aquí ante nosotros un enorme contraste entre la en-

trega real de la ley y nuestra posición hacia Dios en la gracia. Del An-

tiguo Testamento, recuerda el Monte del Sinaí donde le dio la ley a

Moisés. Él contrasta esa ocasión con la visión que ahora es nuestra a

través de la vida viviente del Señor Jesucristo que mora en nosotros.

Hay un gran cuerpo de materia concerniente al Antiguo Testamento

24
4
que no se encuentra en él, pero que se encuentra en el Nuevo Testa-

mento. Hace unos años comencé a notar en mi Biblia, existe informa-

ción sobre el Antiguo Testamento que se encuentra en el Nuevo Tes-

tamento pero que no está en el Antiguo Testamento. Hay muchos

ejemplos en el Nuevo Testamento donde el Espíritu Santo ha dado una

revelación absolutamente nueva, donde la Palabra de Dios ilumina va-

rios pasajes en el Antiguo Testamento que de otra manera nunca hu-

biéramos entendido del todo. Uno de los ejemplos más llamativos es

Enoc. No sabríamos que Enoc había sido arrebatado, que no vio la

muerte, si no fuera por el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento

simplemente nos dice que Enoc caminó con Dios y que no estaba por-

que Dios se lo llevó (Génesis 5:24: “Caminó, pues, Enoc con Dios, y

desapareció, porque le llevó Dios”). Si sólo hubiéramos tenido este

versiculo, se podría afirmar que la frase es un eufemismo, una forma

cortés y bonita de decir que Enoc murió. El Nuevo Testamento nos dice

que él no murió, sino que fue traspuesto; que no gustó de la muerte.

24
5
Nos da un párrafo más de su sermón advirtiendo al impío de su tiempo

(Judas 14-15). De manera similar, en el pasaje de 2 Corintios, la na-

rración causa muchas dudas acerca de un evento del Antiguo Testa-

mento. ¿Por qué no se dijeron estas cosas entonces, preguntamos?

Debemos darnos cuenta, sin embargo, de que Dios está dando una

nueva revelación de un antiguo acontecimiento histórico para enfatizar

las sorprendentes y extraordinarios diferencias para que en aquellos

cuyos corazones mora el Espíritu Santo comprendan lo que es suyo en

Él. Este cambio, este nuevo conocimiento en el Nuevo Testamento, se

refiere a la manera en que se da la ley. Uno puede protestar: “¿No

estaba escrito en el Antiguo Testamento que Moisés les dijo que ataran

un espacio alrededor del Monte Sinaí, que subió, que vio a Dios, que

su rostro resplandeció y que tuvo que ponerse un velo en su cara?” Eso

es cierto, pero en el capítulo doce de Hebreos, por ejemplo, leemos:

“Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que

ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido

24
6
de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron roga-

ron que no se les hablase más” (versículo 18-19). El Antiguo Testa-

mento no registró que cuando se dio la ley, millones de israelitas gri-

taron que ya no deberían escuchar esa voz de Dios. “porque no podían

soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será

apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que

Moisés dijo: Estoy espantado y temblando” (versículos 20-21). Obvia-

mente, algo sucedió allí. Pero el pasaje continúa con un contraste:

“Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios

vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ánge-

les” (versículo 22). El pasaje en 2 Corintios así como este en Hebreos

ofrecen un fuerte contraste entre dos escenas. En el libro de Hebreos,

dos montañas son prominentes, el Monte Sinaí y el Monte Sion: La ley

y el Calvario. En Corintios, Pablo está más bien preocupado por la glo-

ria. En el Sinaí, sólo un hombre recibió un mensaje de Dios, pero ahora

hay un poder y una luz para cada uno de nosotros que está en Cristo

24
7
Jesús. Dios está mostrando que sólo por la venida de Cristo, sólo por

el final de la ley, sólo por el comienzo de la gracia, sólo por la venida

del Espíritu interno es posible que cualquier ser humano tenga verda-

dera rectitud dentro del corazón. La gloria que ahora ha venido, la glo-

ria que sobresale, es una gloria que da vida. Su efecto es cambiarnos

a la imagen del Señor. Deberíamos comentar aquí que muchas perso-

nas dicen, erróneamente, que el hombre está hecho a la imagen de

Dios, pero el pecado vino y Adán murió espiritualmente. El hijo que

engendró no estaba a la imagen de Dios, sino como lo declara clara-

mente la Escritura, a su propia imagen caída. Sólo cuando nacemos de

nuevo, la imagen de Dios “se renueva en conocimiento según la imagen

del que lo creó” (Colosenses 3:9-10). Así es como el hombre puede ser

hecho a la imagen de Dios. Otros versículos enseñan claramente la

misma verdad. Es sólo cuando pasamos de la muerte a la vida en Cristo

que estamos seguros a la imagen de Dios. Nuestro texto revela cómo

se puede hacer que esa imagen domine en nuestras vidas. [Algunos

24
8
estudiosos bíblicos no están de acuerdo con el autor, porque afirman

que la Biblia enseña claramente que todos están hechos a la imagen

de Dios. Su punto aquí está bien tomado, sin embargo, que esta ima-

gen florece cuando uno se convierte en una nueva creación en Cristo y

continúa desarrollándose a medida que el creyente crece en Cristo].

Otros versículos enseñan claramente la misma verdad. Es sólo cuando

pasamos de la muerte a la vida en Cristo que estamos seguros a la

imagen de Dios. Nuestro texto revela cómo se puede hacer que esa

imagen domine en nuestras vidas. El primer punto es que esta gloria

es para cada creyente, no para la cara de un hombre. Moisés sólo tenía

la cara brillante al dar la ley, pero todos debemos conocer la gloria que

es nuestra desde Pentecostés. En el día de la gracia, la salvación y la

justicia no son para una clase, para un grupo, para un señorío jerár-

quico, para los sacerdotes que mantienen a la gente a una distancia

inconmensurable debajo de ellos. Porque a la vista de la Palabra de

Dios no hay diferencia entre el clero y los laicos. El hecho de que pueda

24
9
pasar todo el tiempo dando el mensaje, de ninguna manera pone a un

clérigo en un lugar aparte. Somos uno en Cristo Jesús. “Yo soy el prin-

cipal de los pecadores” (1 Timoteo 1:15), dijo Pablo, “menos que el

más pequeño de todos los santos” (Efesios 3:8). Aquellos que conside-

ran a Pablo el líder de aquellos que dan el mensaje, ven su propia

estimación de sí mismo al entrar directamente en contacto con la Pa-

labra de Dios. Como no existe diferencia, todos podemos tener lo que

Dios nos ha dado a través de Cristo. Leemos en el segundo capítulo de

los Hechos de los Apóstoles que la bendición no debía restringirse. Tus

jóvenes y tus ancianos, tus siervos y tus siervas, hombres y mujeres,

viejos y jóvenes, esclavos y libres, hijos y siervos, todos debían recibir

el Espíritu Santo; de hecho, Él había venido, sobre todos. Esa es la

palabra que se habló y se cumplió en Pentecostés. Cuán diferente fue

esto, de lo que Moisés escuchó cuando vio la gloria en la venida de la

ley. La gente no sabía nada de eso; la suya era la única cara que bri-

llaba. Todos los creyentes deberían saber lo que es tener la gloria de

25
0
esa luz que brilla del Espíritu Santo que mora en ellos. El Señor Jesu-

cristo enuncia este mismo principio de una manera maravillosa en el

Evangelio de Mateo. Recuerdas que cuando Juan el Bautista estaba en

prisión se convirtió en presa de dudas, y envió a sus discípulos a Jesús

para interrogarlo. Después de que terminaron su misión y se fueron,

Jesús, siempre cortés, se volvió hacia la gente para darles la visión

correcta de Juan. El Señor dijo: “De cierto os digo: Entre los que nacen

de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el

más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él” (Mateo 11:11).

Detente y piensa lo que eso significa. Jesús está diciendo en efecto:

“Puedes considerar a Moisés, David, Salomón, Elías, Eliseo, Daniel, to-

dos los hombres del Antiguo Testamento, pero ninguno de ellos ha su-

perado a Juan el Bautista”. Esto hace a Juan el Bautista tan grande

como cualquier otro personaje del Antiguo Testamento, porque él, por

supuesto, aunque se encuentra en las primeras páginas de los Evan-

gelios, es el último de los personajes del Antiguo Testamento. Entonces

25
1
Jesús agrega esta palabra aún más asombrosa: "No obstante, el que

es menor en el reino de los Cielos es ¿tan grande como él?” No “¡más

grande que él!” Ahora, si algún hombre vino antes que usted hoy y dijo

de sí mismo: “Soy más grande que Moisés, soy más grande que Elías,

soy más grande que Eliseo, soy más grande que Daniel, soy más

grande que todos los héroes del Antiguo Testamento, “tendrías todo el

derecho a decir: ¡Qué egoísmo consumado! ¿Qué derecho tiene un

hombre para hablar así? Pero si un hombre dijera: “Aspiro al título de

los más pequeños en el reino de Dios”, consideraría que estaba ha-

blando desde su corazón, y no desde la humildad falsa, que no estaba

ofende a la modestia. Sin embargo, para los que son menores en el

reino de Dios, el Señor dice en efecto: “En esta era, desde Pentecostés,

eres más grande que Juan el Bautista”, y por lo tanto mayor que todos

los hombres del Antiguo Testamento. ¡Qué verdad es esta! Escucha-

mos la historia del otro día de un miserable borracho que había encon-

trado al Señor Jesucristo y había sido transformado. En el momento en

25
2
que se produjo el nuevo nacimiento, se podría decir de él que él era

más grande que Moisés, mayor que David, mayor que Salomón, mayor

que Juan el Bautista. ¿Por qué? Simplemente debido a la mayor gloria

que es ahora para todos nosotros. Sabemos, por supuesto, que el pa-

saje se refiere principalmente a aquellos que estarán en el reino futuro,

pero no es menos posible aplicar esta misma verdad a la edad pre-

sente. Nosotros, como creyentes en el Señor Jesucristo, tenemos una

posición más elevada que los santos de los tiempos del Antiguo Testa-

mento. Dios ha trabajado de tres maneras desde la fundación de este

mundo. Antes de que Jesucristo viniera, todo lo que hizo puede resu-

mirse como hecho por Dios, para su pueblo. Mire estas preposiciones.

Durante los años en que Jesucristo estuvo aquí, su nombre era Ema-

nuel, el cual, interpretado, significa Dios con su pueblo. Pero desde el

día de Pentecostés es algo mucho más grande que eso; es Dios en su

pueblo. Esa es la razón por la cual Jesucristo pudo decir que el menor

en el reino de los Cielos es más grande que Juan el Bautista. Si bien el

25
3
Espíritu de Dios vino sobre estos hombres de cierta manera por la ins-

piración de las Escrituras que escribieron, y por el trabajo que realiza-

ron para Dios, no tenían el Espíritu Santo habitando en ellos, como

usted y yo tenemos a Él morando dentro de nosotros. David cierta-

mente había sido lleno del Espíritu por su obra, pero en el Salmo 51

oró algo que, gracias a Dios, tú y yo no lo podemos orar: “No quites

de mí tu Espíritu Santo”. Porque hemos sido sellados con el Espíritu

Santo hasta el día de la redención, y es por eso que los menores hoy

pueden ser llamados más grandes que Juan el Bautista. Nuestro Dios

mora en nosotros. Nuestros cuerpos son ahora los templos del Espíritu

Santo. No olvidemos eso. Ningún lugar en este mundo tiene el derecho,

bíblicamente hablando, de ser llamado, en nuestros días, un taber-

náculo o un templo. Una iglesia puede ser consagrada para el servicio

de Dios, pero incluso una abadía, incluso una catedral, incluso la más

poderosa estructura eclesiástica, a las tres de la mañana, cuando está

vacía, está tan vacía del Espíritu Santo de Dios como una tienda. Por

25
4
otro lado, el Espíritu de Dios puede encontrarte allí tanto como puede

encontrarse con gente donde hay vidrieras. ¡Oh, gracias a Dios por su

gracia! ¡No es para un círculo interno! ¡Es para ti! Cada uno de nosotros

puede saber que todo lo que se ha hablado en el Nuevo Pacto se habla

por nosotros. En segundo lugar, esta visión del Señor debe ser nuestra

a través de la Palabra de Dios. Pablo dice: “Todos, con la cara abierta

mirando como en un vaso”. Hay muchos símbolos de la Biblia que se

encuentran en la Biblia misma. Es la espada del Espíritu (Efesios 6:17).

“¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que que-

branta la piedra?” (Jeremías 23:29). Es como un fuego: “Lámpara es

a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). Pablo

habla de eso como una dieta sobre la cual nos alimentamos; Hebreos

4:12 nos da todavía otra palabra, aunque es “espada” en inglés, en

griego es “bisturí”; La Palabra de Dios es rápida y poderosa, más nítida

que cualquier bisturí de dos filos (el bisturí de un cirujano). Santiago

la llama la semilla de la vida: “El, de su voluntad, nos hizo nacer por la

25
5
palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (San-

tiago 1:18). La palabra en Corintios es sólo un ejemplo más, porque

indudablemente el espejo es la Palabra de Dios. Ahí es que vemos al

Señor Jesucristo. Él no puede ser visto en ningún otro lugar hoy. No

vas a encontrar al Señor Jesucristo hoy en ninguna visión extática que

surja por medio de las emociones humanas. Encontrarás a Jesucristo

en la Palabra de Dios, o no vas a encontrarlo. Es importante que nos

demos cuenta de esto. Supongo que cada maestro de la Biblia tiene

personas que vienen a él de vez en cuando y le dicen: “Quiero contarte

acerca de una visión que tuve”. Cada vez que alguien me dice eso, le

digo: “Ahora, espere un momento. Hubo un hombre que tuvo una vi-

sión, y era de verdad, una visión dada por Dios. Inmediatamente dijo

que vio cosas que no eran licitas ser pronunciadas y preferiría que no

pronuncies tu visión”. Estoy bastante seguro de que, si alguno de no-

sotros realmente viera a Jesucristo, deberíamos ser como San Pablo, y

decir: “Vi cosas más allá de las palabras, no me es lícito pronunciarlas”.

25
6
Hoy no es el día de las visiones; hoy es el día de la Palabra. Este debe

ser nuestro estándar de juicio. Si un hombre viene a ti y te dice: “Sí-

gueme. Mira, he obrado milagros”, no por eso debes seguirlo. No de-

bemos olvidar que se dice que el trabajo de Satanás es “con todo po-

der, señales y prodigios mentirosos”. Dios nos ha dado su estándar de

juicio. “A la ley y al testimonio. Si no hablan de acuerdo con esta Pala-

bra, no hay luz en ellos”. “Hay tres que dan testimonio en la tierra, el

Espíritu, la Palabra y la sangre, y estos tres están de acuerdo en uno”.

Ahora lo que es perfecto es venir. Tenemos la Palabra de Dios. Otra

parte ha sido eliminada y los milagros ya no son la prueba para un

hombre de Dios. Cuando un hombre habla, los que están en la audien-

cia deben medirlo con la Palabra de Dios, para determinar si está di-

ciendo la verdad de este Precioso Libro. Fue por esto último que Pablo

felicitó a los bereanos, ya que recibieron la Palabra con toda la dispo-

sición de la mente, pero escudriñaron las Escrituras diariamente para

ver si esas cosas eran ciertas (Hechos 17:11: “Y éstos eran más nobles

25
7
que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda

solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas

eran así”). Los Bereanos no habrían creído algo sólo porque Pablo lo

enseñó. Ningún hombre que ame al Señor y conozca Su Libro desea

que se diga alguna vez: “Creo esto porque el Dr. Fulano lo enseña”.

Oh, no, a la ley y al testimonio sea la gloria. Creemos debido a la en-

señanza de la Palabra de Dios y a la prueba de la predicación de los

hombres por medio de ella. Luego, debemos notar que es la gloria del

Señor Jesucristo lo que debemos contemplar en Su Palabra, y el Espí-

ritu Santo usará la vista de esta gloria para cambiarnos a Su misma

imagen. La gloria del Señor Jesucristo se encuentra en toda su Palabra.

En el año en que murió el rey Uzías, Isaías tuvo su gran visión del

Señor, en lo alto y enaltecido. Recordarán que los serafines clamaron:

“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono

alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había

serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con

25
8
dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces,

diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra

está llena de su gloria” (Isaías 6:1-3). Fue entonces cuando Isaías vio

su inutilidad, confesó su inmundicia y fue limpiado por el toque del

carbón en sus labios desde el altar. Hay una notable visión secundaria

de esta visión en el capítulo 12 del Evangelio de Juan. Citando de este

mismo capítulo en Isaías, Juan nos dice: “Estas cosas dijo Isaías

cuando vio su gloria y habló de él”. Pero mientras que en la profecía

de Isaías la referencia es claramente para la gloria del Señor Dios de

los ejércitos, en el Evangelio la referencia es claramente para la gloria

del Señor Jesucristo. La inferencia es ineludible. El Señor Jesús ocupó

el mismo lugar en la mente de Juan que Jehová de los ejércitos ocupó

en la mente de Isaías. Las cosas iguales a la misma cosa son iguales

entre sí. Las manifestaciones externas de esta gloria se dejaron de lado

cuando nuestro Señor dejó el trono del Cielo para venir a la tierra. Fue

de esto que “Él se vació” como nos dice Filipenses. Los accesorios de

25
9
majestad permanecieron en el cielo cuando vino con humildad, pero

pudo orar al final de su vida: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado

tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”

(Juan 17:5). Y ahora se ha ido a sentar a la diestra del Padre, y este

“Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que

resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento

de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6). Allí es

donde se nos dice que lo contemplemos, y a medida que lo veamos,

otros verán que en verdad hemos cambiado de gloria en gloria y lo

contemplaremos en nosotros mismos. Vale la pena recordar que nadie

verá en nosotros lo que no podemos ver en nosotros mismos. La ley

simple de la física funciona en este asunto espiritual. El ángulo de re-

fracción es igual al ángulo de incidencia. Pero déjame darte esto en

una historia. Mis dos hijos pequeños se arrodillaron un día, y el más

pequeño de los dos estaba examinando ansiosamente mis rasgos. De

repente, él dijo: “Veo a David en tu ojo”. Esto me sorprendió, ya que

26
0
no sabía que podía ver dos imágenes en un ojo. A menudo había visto

mi propio reflejo en otro ojo, pero ahora me doy cuenta del simple

hecho de que el ojo es un espejo. Cualquier cosa que puedas ver sobre

ti mismo se puede reflejar desde tu ojo. Tomé al niño y lo moví, poco

a poco, hasta que no pude verlo más. Tan pronto como no pude verlo,

la niña dijo que no podía verlo. Así es con nuestra visión del Señor.

Guárdelo en el centro de su mirada, y todos los que lo miran lo verán

allí también. Pedro nos dice en una de sus epístolas que Dios resucitó

a Cristo de entre los muertos y le dio gloria. No debemos confundir

esta gloria con aquello por lo cual Cristo oró en la primera parte de Su

última gran oración. La gloria que tuvo con el Padre antes de que el

mundo se convirtiera en Suyo, cuando Él completó Su tarea terrenal.

Además de esto, Dios le dio una gloria especial en la resurrección. Es

de esto último que Pedro habla. Y nuestro Señor se ha preocupado de

dejarnos un registro cuidadoso de lo que Él ha hecho con esa gloria

especial. “Y la gloria que me diste, yo les he dado” (Juan 17:22). El

26
1
que soportó la cruz por el gozo que se le presentó, pensó en nosotros

no sólo en su muerte, sino en el momento de su triunfo. La gloria que

tan esplendida se había ganado, la apartó para nosotros. Es bueno para

nosotros recordar que no tenemos que esperar hasta llegar al Cielo

para tener esa gloria. Él desea que la tengamos ahora. Mientras que el

cristiano no tiene ahora su cuerpo glorificado, no es menos cierto que,

al contemplarlo, somos transformados en la misma imagen de gloria

en gloria. No hay lugar para la monotonía en la vida que se le rinde.

Aprendamos no sólo a conocer la gloria que será, sino la gloria que es

la posibilidad presente de toda vida que se rinde a la obra del Espíritu

que mora en nosotros. Hay otro punto que es de gran importancia, y

que debe destacarse, especialmente en estos días. ¿Qué quiere decir

el Espíritu cuando nos dice “somos transformados en la misma ima-

gen”? Aquí está el verdadero cambio de vida. De acuerdo con la Palabra

de Dios, pertenece sólo a los cristianos, sólo a aquellos que han nacido

26
2
de nuevo. No puedes cambiar a un hombre no salvo. La vieja natura-

leza está condenada; Dios no puede hacer nada con eso; Dios no hará

nada con eso. Él nos dice que el corazón es engañoso sobre todas las

cosas, e incurablemente enfermo. Cuando Dios dice que una cosa es

incurable, bien podemos saber que es incurable. Todas nuestras justi-

cias son como trapos de inmundicia a su vista. Dios no trabaja con

nada de lo que tenemos, con la idea de cambiarlo. Siempre existe un

gran peligro de que un hombre no salvo tenga alguna experiencia que

no sea el nuevo nacimiento, pero que le haga vivir una vida diferente,

para que diga: “Ya ves lo cambiado que estoy”. Cuando estaba en la

India, viajé por la famosa Great North Road que conduce desde Calcuta

hasta las Provincias Unidas y Punjab hasta la Frontera Noroeste. Fue

muy interesante, por supuesto, ver todo lo que se podía encontrar en

los pueblos por los que pasamos, pero el camino en sí también me

interesaba. A un lado, el camino era sólo arena y polvo para los came-

llos, ya que sus pies suaves no soportan un camino difícil. La carretera

26
3
principal, sin embargo, era la autopista de asfalto para automóviles.

Puedes imaginar que, en la temporada de lluvias, cuando el camino de

los camellos era un atolladero, no sería tan fácil caminar allí como en

la carretera asfaltada. Supongamos que un hombre se abre camino por

el camino de los camellos, hasta las rodillas con el barro. Alguien lo

llama para que venga al otro lado del camino. No tendrá dificultades

para testificar que ha habido un gran cambio. Ahora el camino ancho

que conduce a la destrucción tiene un lado fangoso y un lado pavimen-

tado. Si alguien camina en su camino hacia la destrucción en el lodo

sucio de la iniquidad, y llega otro y comparte el conocimiento de que

hay un lado más limpio, puede llegar a una forma de vida moral y

testificar a su vez: “Mi vida ha cambiado, tengo una vida diferente”.

Sin embargo, todavía estaría en el camino ancho que conduce a la

destrucción, y no habría nacido de nuevo. La reforma, cualquier cambio

moral, no es suficiente. Una vida cambiada no es lo que la Biblia en-

seña. La Biblia enseña una nueva vida, una vida intercambiada, no el

26
4
cambio de lo que ya existía, sino la implantación de un principio abso-

lutamente nuevo. Ése es el nuevo nacimiento que es de arriba. Cuando

hemos recibido esa nueva vida que Dios da, esa Presencia viva crece y

aumenta, cambiando todo en nuestras vidas para que la nueva natu-

raleza domine a la vieja naturaleza. Leemos en la segunda epístola a

los corintios: “Si alguno está en Cristo, es una nueva creación” (2 Co-

rintios 5:17), una creación absolutamente nueva. Pero después de ha-

ber nacido de nuevo, viene el cambio. Dios planta la nueva vida interior

y luego esa nueva vida tiene que tomar el control. También se debe

señalar que este cambio tendrá su efecto en cada fase de nuestra vida.

Si hay una total entrega al trabajo del Espíritu, habrá cambios asom-

brosos. Tendremos que aprender que el Señor descenderá por caminos

en nuestras vidas que no hemos usado en lo absoluto. Él nos guiará no

sólo en formas de dulzura y luz, sino en formas de intrepidez y coraje

para Sí mismo. Puedo ilustrarlo por este incidente. Hace algún tiempo,

justo antes de salir de los Estados Unidos para realizar un recorrido por

26
5
los campos misioneros, hablé una noche en uno de los suburbios de

Nueva York. Al presentarme, el presidente dijo: “Voy a pedirle al Dr.

Barnhouse que se tome un momento para contarnos sobre su viaje a

los campos misioneros extranjeros”. Le expliqué que una de las razo-

nes de mi viaje era contrarrestar una falsa impresión que se había he-

cho poco antes. Una comisión había sido enviada por un grupo liberal

y había informado que todos los misioneros eran personas inferiores y

que no estaban haciendo un buen trabajo. Algunos de nosotros creía-

mos que ese informe era falso y que no tenía más valor que el informe

de un grupo de daltónicos que podrían ser enviados a estudiar las pin-

turas en el Louvre. ¿Cómo podrían estos hombres, que no eran defen-

sores incondicionales de las grandes doctrinas de las Sagradas Escri-

turas, traer una imagen adecuada de lo que Cristo está haciendo a

través de los misioneros en el campo extranjero? La noche siguiente,

en la misma iglesia, mientras el presidente me presentaba, un ujier me

entregó una nota. Era anónima. La miré y leí: “Algunos de los oyentes

26
6
fueron heridos profundamente anoche cuando hablaste con tanta du-

reza de los hombres cristianos al decirles que eran daltónicos en su

informe sobre los misioneros. Esperamos que esta noche muestres más

del espíritu del Maestro”. Si la carta hubiera llegado a mí en otro mo-

mento, no se la habría mencionado, pero aproveché la ocasión para

decir: “Quiero preguntar a los amigos que escribieron la carta y me

pidieron que mostrara el espíritu del Maestro: ¿Qué fase del espíritu

del Maestro desean que les muestre? ¿Desean que diga que estos hom-

bres son hipócritas, una generación de víboras, que son como cemen-

terios blanqueados, limpios por fuera y llenos de huesos de hombres

muertos por dentro? ¿que son tazas sucias, con el exterior limpio? Eso

te sorprende, quizás. ¿Es ese el espíritu del Maestro? Sí, ese es el es-

píritu del Maestro, tanto como el hecho de que era amoroso y amable,

y se fue siempre por el bien. La Palabra de Dios nos habla de nuestro

Señor Jesucristo en Hebreos 1: “Has amado la justicia, y aborrecido la

maldad, Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más

26
7
que a tus compañeros” (versículo 9). Por lo tanto, ser como Jesús debe

incluir el odio al pecado, al igual que debe incluir el amor a la justicia.

El Espíritu Santo lo mantendrá atento a no volver ese odio hacia las

personas para la exaltación de su propio orgullo. Debemos, como dice

Pablo, “decir la verdad con amor”. Debemos tener el espíritu del Señor

Jesucristo sobre nosotros, cambiándonos a su imagen. A medida que

te vuelves más como Él odiarás todo lo que es malo, todo lo que es

engaño, todo lo que es falso. Llegarás a conocerlo mejor y, a medida

que te vuelvas más como Él, encontrarás que Él mismo se refleja mo-

mento a momento en tu vida. Prefiero pensar, también, que los que te

rodean verán mucho más del “hacer el bien” de lo que verán en los

llamados hipócritas del enemigo. Él nos enseñará el equilibrio apro-

piado en todas las cosas. La última cláusula nos lleva a nuestro punto

final. Toda esta gran y continua transformación de nuestro ser es “por

el Espíritu del Señor”. Es Él quien viene a ser el agente activo y efectivo

de todo lo que Dios tiene la intención de hacer dentro de nosotros. En

26
8
la medida en que cedamos a Él, Él hará la obra gloriosa. No necesita-

mos esperar que el cambio pueda tener lugar de otra manera. “Lo que

la ley no pudo hacer fue porque era débil por la carne”, Dios lo hará

por “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”. Sólo eso puede “libe-

rarnos de la ley del pecado y la muerte”. Con frecuencia nos preguntan

cómo es posible dejar de caminar en la carne después de esto. Dios

nos ha dado una respuesta simple en la epístola a los Gálatas. “Esto

digo: Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne”

(5:16). Es la simplicidad en sí misma. No puede elegir ponerse frente

al fuego en un día frío y aún permanecer frío. El hombre que pregunta

cómo puede dejar de caminar después en la carne, tiene un problema

de la misma naturaleza que el hombre que pregunta cómo podría dejar

de tener frío. Hay un incendio; ve y ponte de pie delante de él, y el

fuego hará el trabajo que esté de acuerdo con su naturaleza. Existe el

Espíritu Santo, plantado dentro de nosotros, listo para hacer su trabajo

26
9
de calentamiento y transformación. Déjalo tomar el control. Tan natu-

ralmente como el fuego destierra el frío, Él traerá gloria a nuestra vida.

A medida que conocemos mejor a Cristo, lo conocemos de diferentes

maneras y por diferentes nombres. Cuando lo conocemos por primera

vez, pensamos en Él como Jesús el Salvador. Más tarde, lo conocemos

como Señor y luego, un poco más adelante, entramos en la intimidad

de nuestros propios pensamientos para pensar en Él como la Rosa de

Sarón, el Completo Encantador, el Amado, el Más Real entre los Diez

Mil dioses inventados por los seres humanos. Con la reticencia natural

de nuestros corazones y nuestras vidas, nos abstenemos de hablar de

Él de la manera más tierna en público. El Dr. Jowett ha dicho que solo

Rutherford y Murray M’Cheyne, pensó, que alguna vez tuvieron el de-

recho de llamar al Señor, “Amado”, en público, porque ellos habían

vivido con Él de tal manera que el mismo amor de Cristo fue estampado

sobre ellos y todos sabían que vivían sin otros pensamientos, sin otras

pasiones. Al acercarnos a Él, aprendemos más y más de Sus Nombres

27
0
y comenzamos a entrar en el Lugar Santísimo, esa maravillosa cámara

interior de comunión con Él, donde podemos decir lo que Él nos dice:

“Mi amado es mío, y yo suya; El apacienta entre lirios” (Cantares 2:16).

El maestro que mora en los corazones, dice: “Ven, mira al Señor, ven

a verlo en la Palabra. Ven a ver en el espejo la imagen de Aquel que,

en la visión de ella, podrá transformarte de la gloria a la gloria”. Por lo

tanto, Él habla con nosotros en el camino. Cuando Eleazar cortejó a

esa maravillosa chica de Ur de los Caldeos por su maestro ausente,

Isaac, le dijeron que tenía que estar lista para irse inmediatamente

para volver con Isaac (Génesis 24). Sus padres pidieron la gracia por

diez días. ¡Cómo podrían pensar que era un matrimonio tan bueno si

los regalos de la boda no se exhibían para que las otras chicas los

vieran! Pero Eleazar dijo: “Debemos irnos”. “Bueno”, dijeron, “le pre-

guntaremos a la doncella”. Ellos le preguntaron. Ella dijo: “Iré”. La jo-

ven y el anciano comenzaron ese viaje por el desierto. ¿De qué crees

que hablaron en el camino? No lo dice en la Palabra. Seguramente las

27
1
jóvenes en esos días eran las mismas como son hoy en día y lo han

sido en todas las edades. Aquí estaba una chica en camino para casarse

con un hombre joven que nunca había visto. ¿No te imaginas a ella

persiguiendo a Eleazar con diferentes preguntas persistentes? “Dime

otra vez, ¿qué tan alto dijiste que era? ¿De qué color son sus ojos?

¿Cómo es él?” Cuéntame esa historia sobre su cacería ¿Qué más pue-

des recordar de él? Lo único que quería oír a medida que avanzaban

en ese viaje por el desierto era más sobre Isaac. Día tras día, el movi-

miento lento y ondulante de los camellos marcaba el ritmo de su cons-

tante demanda: “Dime más sobre Isaac; dime más de Isaac; Cuén-

tame más de Isaac. Eleazar no podía hablar de otra cosa, pero puedes

estar seguro de que él originó la conversación. Ese era su designio,

que ella podría llegar al encuentro con su maestro con un corazón que

debería estar lleno de amor por él porque había crecido, para saber

con quién ella iba a encontrase. Así es con nosotros. Estamos en ca-

mino hacia Él. El Espíritu Santo, nuestro Eleazar, va con nosotros, mora

27
2
en nuestros corazones, nos habla de Cristo, y todos nosotros, contem-

plando como en un espejo la gloria del Señor, nos transformamos en

la misma imagen de gloria en gloria, incluso por el Espíritu del Señor.

27
3

Você também pode gostar