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Han nacido los nuevos comunitarios. Como los antiguos nuevos economistas o filósofos,
traen un lenguaje novedoso que envuelve unas ideas trasnochadas e injustas. En este caso,
defienden que la entrada de España en la CEE será la moderna mano invisible que arreglará
todos los desequilibrios y hará el ajuste automático.
Buscando la armonía
Casi de repente, la teoría de la mano invisible, obsoleta por absurda en una sociedad
cada vez más sofisticada, resucita por obra y gracia de un extremismo: el de los nuevos
comunitarios. Los males de la economía y de la política españolas, los desequilibrios
heredados, la ineficiencia del sistema y de sus agentes -partidos políticos, instituciones,
centrales sindicales o empresarios, profesionales- hasta el provincianismo cultural, todo
esto y más, tiene arreglo automático: la CEE.
La entrada en el Mercado Común corregirá manu militari; según estos fanáticos, las
cuentas pendientes; se producirá así una nueva selección natural de las especies en la que
los eficaces sobrevivirán y los débiles irán al infierno de la suspensión de pagos o de la
quiebra.
Resulta intranquilizadora esta política económica automática, tan de una pieza (como los
hombres de una sóla pieza, que se decía antes), tan insensible a lo fatigoso y a las
dificultades, pues elimina de golpe cuantas perplejidades han elaborado -¡con tanto
esfuerzo!- los economistas y los sabios desde los años setenta. Cuando más inseguros
estamos casi todos de todo surgen los nuevos mesías, con un lenguaje nuevo y un mensa e
trasnochado, simplista y triunfador. Los lobos con piel de oveja. Muertas las esperanzas del
pleno empleo, de las políticas presupuestarias redistributivas, de la equidad y el welfare
state, ¡viva -de nuevo- el ajuste automático!
Tal es la significación de la entrada en el club de los doce, que sobra cualquier profecía,
como la hecha por Miguel Boyer cuando era el ministro de Economía y Hacienda: "El
ajuste debe proseguir hasta finales de la década". ¿Para qué elaborar políticas económicas
internas de rigor o de expansión, cuesten lo que cuesten, si lo determinante será lo
supranacional?
¿Quién tiene interés en diseñar o en analizar cuál puede ser la filosofía económica de la
próxima legislatura, ganen los socialistas, los conservadores o una mixtura, si no servirá
más que de modo instrumental? ¿Para qué sirven los objetivos finalistas de nuestros
gobernantes, si las ideologías pertenecen ya sólo al terreno de la historia?.
Y qué decir de los pactos sociales, breve recuerdo histórico de una década ilustrada por seis
de ellos, si los agentes sociales están atados de pies y manos a Bruselas. ¿Se podrían repetir
hoy unos Acuerdos de la Moncloa como aquellos que estabilizaron nuestra democracia, o
su contenido estaría absolutamente mediatizado por Bruselas?
Estos nuevos comunitarios (como los antiguos nuevos economistas o filósofos) incorporan
la fe de los conversos y son rotundos en afirmar que la suma de los vectores negativos y
positivos de la integración dará como resultado una España más útil. Pero ni la utilidad lo
es todo, ni la seguridad de conseguirlo es total. Es lícito dudar de ello, utilizar el análisis
coste-beneficio en su sentido más amplio, máxime repasando las crisis de algunos de los
países que forman el Mercado Común.
Las intervenciones estatales, pese a estar demodés, existen más que nunca, aunque ahora
los lobbys sean multinacionales y su imagen distinta. El proteccionismo no es cosa del
pasado ni lo protagonizan exclusiva o principalmente los países intermedios o del Tercer
Mundo. Sería ingenuo despreciar las políticas soberanas como residuos del siglo XIX,
cuando en el fondo siempre están presentes, defendiendo los intereses de los vencedores. El
ejemplo más claro es el de los Estados Unidos y su comportamiento global ante la deuda
exterior de las naciones subdesarrolladas. Algún economista ilustre ha dicho que Reagan ha
practicado una política más keynesiana que Carter, con un ropaje anarcocapitalista.
Intervenir no es malo
Las intervenciones en Bruselas, tan abundantes en las largas negociaciones para la adhesión
de España a la CEE en defensa de los intereses intracomunitarios, no deben anular, ni
siquiera paliar, las que se practiquen desde Madrid, como no lo han hecho con las
decisiones de la señora Thatcher o del canciller Kohl. La selección natural no es buena por
naturaleza para España y sus ciudadanos; todo lo contrario, ya se sabe que entre el fuerte y
el débil la libertad explota al último. Sería dramático que una España integrada en su
entorno natural agudizase las diferencias en aras a una supuesta modernidad. A la mano
invisible se le ve otra vez la oreja.