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Publicado en:
Femenías, M.L. y S. M. Novoa (comps.) Mujeres en el laberinto de la justicia, Rosario,
Prohistoria, 2018: 37-47
Laura Gioscia
(UdelaR)
En este sentido, se suele entender que alguien es “profesional” cuando cumple con los
criterios neutrales de rigor académico. Claro está que el “hombre de razón” (Lloyd, 1984) es
el que ha provisto el modelo de “neutralidad”, que el feminismo ha denunciado como una
ilusión y una mistificación por su sesgo masculino. No es extraño que se coercione a las
mujeres a abandonar sus modos “femeninos” de “ser académicas”, dado que vivimos en
regímenes en los que prevalecen las relaciones jerárquicas de género.
Nuestra agencia no se reduce a la actividad racional. Las necesidades y emociones de los
cuerpos son inseparables de la mente o de la razón. Lo que los “nuevos materialismos”
sugieren es que tanto nuestra subjetividad como nuestros afectos están constituidos
materialmente a través de nuestros propios cuerpos, en interacción con otros cuerpos
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(humanos y no humanos), y con el mundo (material) en general. En este punto nos
encontramos con otro de los aspectos más importantes del giro afectivo de hoy: los avances de
las neurociencias y de la neuroética (Salles, 2014). Más allá de los avances en estos campos,
nuestros cuerpos están inscriptos en relaciones de poder prevalecientes que activan nuestro
estatus de manera “física”: por ejemplo, desviar la mirada, bajar el tono de voz, modificar la
postura, encoger los hombros. Este es uno de los sentidos en los que la agencia humana tiene
vida material. Esta vida material siempre es política en el sentido de que está comprometida
con relaciones de poder prevalecientes al punto de que “comprender cómo es que nuestra
agencia opera en un registro corporal resulta crucial para captar los sutiles, muchas veces
inconscientes, modos en los que el poder circula en y a través nuestro.” (Krauze, 2011: 306)
La falta de poder impide la participación en prácticas donde se generan los significados
sociales compartidos (o en los consensos parciales sobre temas comunes). En esos espacios de
debate ciertos estilos expresivos se reconocen como racial, genérica y contextualmente
apropiados. Si una mujer, por su estilo expresivo emocional, no puede ser escuchada como
“completamente racional” sufre entonces injustamente un recorte hermenéutico; una injusticia
epistémica.
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Decir “realista” no hace tanto era mala palabra. Hoy en día, sin embargo, el término y sus variantes están en
boga por decirlo de alguna manera. Cf. por ejemplo, Matt Sleat. Ed. (2018) Politics Recovered: Realist Thought
in Theory and Practice, Columbia University Press.
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La crítica feminista no es meramente una cuestión de cambiar creencias sino de crear o
mostrar espacios sociales que muestren o desafíen los esquemas dominantes. La relación entre
teoría y práctica feministas resulta ineludible. Las demandas por acoso sexual no requieren de
una teoría epistémica que las sustente Zerrilli (2017:602). Sumado a esto, la teoría no es
separable de un contexto histórico determinado a riesgo de caer en “delirios trascendentales”
(Alcoff (2017: 297). Las prácticas hermenéuticas locales limitan tanto las normas como
nuestros imaginarios sociales y si vamos a desafiar los eurocentrismos o atlanticocentrismos
de la academia debemos desafiar los cánones que se autoadjudican autoridad epistémica
geográfica y cultural, e involucrarnos en miradas epistémicas en contextos de justicia e
injusticia de modo experimental sin garantías emancipatorias.