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LA VISIÓN AMERICANA
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La primera piedra
Los rascacielos son los edificios característicos de las grandes ciudades del mundo en los
que su componente vertical es significativamente mayor que sus dimensiones horizontales.
Surgieron a finales del siglo XIX como alternativa ante la congestión de las grandes
aglomeraciones urbanas, en donde el suelo disponible era escaso y demasiado oneroso, en las
que había que conseguir el máximo aprovechamiento de cada parcela.
Si bien esta era la motivación principal que llevo a su concepción, se necesitaban dos
importantes avances técnicos que pudieran posibilitar su desarrollo: el acero estructural y el
ascensor.
Acero estructural
Los primitivos rascacielos se veían seriamente limitados por el espesor que era necesario
alcanzar en los macizos muros de mampostería que transmitían las cargas verticales. Para
aguantar todo el peso, en la base era necesario que dichos muros tuvieran espesores del orden de
1,5 o 2 metros.
Debido a la exagerada masa que se alcanzaban en algunas de estas construcciones, como el
Monadnock Building, incluso se producían hundimientos en el terreno que obligaban a dotar de
escaleras adicionales y desniveles en la planta baja.
A partir del año 1850 comienza a llegar a Estados Unidos, desde Inglaterra, la práctica de
incorporar elementos metálicos en la construcción de edificios. Si bien al principio se adopta un
sistema mixto en el que los muros exteriores siguen siendo de mampostería y los entramados
internos se realizan a base de vigas y pilares de hierro. Se comienzan así a saciar los deseos de
los arquitectos, que quieren reducir a toda costa el grosor de los elementos portantes y aumentar
los espacios internos aprovechables.
El siguiente paso consiste en elaborar estructuras que carguen tanto con el peso de los
suelos como de los muros, que verán como disminuye su importancia dentro de estas
construcciones. Así, el primer edificio de este tipo, el primero considerado como rascacielos, será
el Home Insurance Building de Chicago, ideado por el estadounidense William Le Baron Jenney
y construido entre 1883 y 1885.
El sistema adoptado, el que fue definitivo por casi la totalidad del siglo XX, consiste en
realizar el entramado portante enteramente en acero y una cortina de delgados muros externos
apoyada en la estructura metálica.
RASCACIELOS
Ascensor
Este ingenio fue absolutamente indispensable, pues resolvía el problema del transporte
vertical entre las diferentes plantas del edificio. A medida que se elevaban la alturas, los usuarios
se sentían menos inclinados a subir interminables escaleras empinadas.
Los primeros aparecieron en Nueva York en el año 1857, pero al ser hidráulicos sus
posibilidades prácticas se limitaban a servir a edificios con alturas del orden de 20 plantas. El
incremento en la demanda de estos fue paralelo al auge en la construcción de grandes almacenes
comerciales, en donde se hacía indispensable trasladar verticalmente cargas y clientes.
Fue 30 años más tarde, en 1887, cuando se introdujo la tracción eléctrica en los ascensores.
La cabina estaba unida mediante unos cables y guías verticales a unos contrapesos que apoyaban
el movimiento generado por un motor eléctrico.
La última innovación corresponde a Frank Lloyd Wright, arquitecto estadounidense que
concibe la idea de aglutinar en torno a un núcleo principal tanto soportes verticales como
ascensores, cuartos de aseo, conductos de ventilación y otros servicios que pudieran restar
espacio a los pisos.
Home Insurance
Con tan solo 10 plantas y 42 metros de altura, el Home Insurance Building fue considerado
como el primer rascacielos construido en el mundo durante mucho tiempo, hasta la segunda
mitad del siglo XX, cuando se reconoció que el Ditherington Flax Mill (Shrewsbury, Inglaterra)
fue el primer edificio construido con una estructura de acero (terminado en el año 1797).
El HIB fue ideado por el arquitecto estadounidense William Le Baron Jenney y construido
entre los años 1883 y 1885 en Chicago, Illinois. Aunque no bastó con la meta alcanzada y, cinco
años después, se decidió elevar dos plantas adicionales sobre el edificio.
Si bien su estructura interna estaba hecha enteramente de soportes y vigas de acero
remachados, una parte importante de su peso y de la fuerza que ejercía el viento eran soportados
por los muros de granito de la base y de su parte trasera.
Debido a este novedoso sistema, se consiguió que el peso total del edificio fuera solo de un
tercio de lo que podría haber pesado si se hubiese construido conforme a los métodos
tradicionales que predominaban en la época en todo el mundo. Se ahorró mucho dinero y se pudo
aprovechar mayor cantidad de espacio.
Como curiosidad cabe mencionar que, durante su construcción, la gente de la ciudad estaba
tan preocupada que el Ayuntamiento se vio obligado a paralizar los trabajos para verificar la
idoneidad de la estructura proyectada, por miedo a que esta no pudiera soportar el peso del
edificio o la fuerza del viento.
Una vez terminado, se vieron cumplidos los deseos de la Home Insurance Company y
pudo disfrutar de un edificio en el que se consiguiera la máxima luminosidad para todas sus
dependencias ya que, al liberar a los muros de su característica primitiva ahora se los podía dotar
de mayores aberturas en las que colocar grandes ventanales.
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Hacia los 100 metros: Chicago contra Nueva York
Fue demolido en el año 1931 y en su lugar se levantó el LaSalle National Bank Building
(antiguo Field Building), de 163 metros de altura. En su vestíbulo de entrada se aloja una placa
conmemorativa que dice:
This section of the Field Building is erected on the site of the Home Insurance Building
which structure, designed and built in eighteen hundred and eighty four by the late William
Le Baron Jenney, was the first high building to utilize as the basic principle of its design
the method known as skeleton construction and, being a primal influence in the acceptance
of this principle was the true father of the skyscraper, 1932
El arquitecto (e ingeniero) que ideó este edificio fue educado en la École Centrale des Arts
et Manufactures de Paris. A su regreso a Estados Unidos, ingresó como ingeniero en el ejército
de la Unión durante la Guerra de Secesión.
Una vez terminada la guerra se mudó a Chicago, en donde fundó su propio estudio
especializado en edificios comerciales y planeamientos urbanísticos.
A partir del Gran Incendio del año 1871, que destruyó la mayor parte del centro histórico,
se implicó activamente en la reconstrucción de la ciudad junto a otros arquitectos de fama
internacional. Chicago resurgió como ciudad importante y consiguió albergar en el año 1893 la
Exposición Universal.
Mientras que sus contemporáneos se centraron en los aspectos artísticos de sus
edificaciones, Jenney destacó precisamente por la lógica constructiva que caracterizó a sus
edificios.
Murió en Los Ángeles, California, el 14 de junio de 1907.
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RASCACIELOS
Masonic Temple
Fue el primer edificio construido en la ciudad de Chicago que superó los 300 pies de altura
(llegando a los 302 pies, 92 metros). Diseñado en 1892 por John Wellborn Root, un arquitecto al
que no le gustaba demasiado la idea de los rascacielos y estaba convencido de que la altura debía
de estar en proporción con la base del edificio, al estilo del edificio Monadnock.
En las primeras nueve plantas el elemento más característico era el inmenso atrio, rodeado
por tiendas de todo tipo. A partir de la décima planta se encontraban las oficinas y salas de
reuniones “más caras de la ciudad”, como gustaba decir a los propietarios.
La estructura seguía el sistema visto para el Home Insurance y The World, pero a partir de
la planta número 10 se introdujo un refuerzo perimetral de barras de acero diagonales entre los
distintos soportes verticales contenidos en la fachada. Aun así, y siguiendo las ordenes de la
propiedad que quería maximizar el aprovechamiento de la luz solar, se pudieron introducir
grandes ventanales en toda la altura desde el suelo al techo de cada planta.
Aunque la estructura fuera superada por la del edificio New York World, el Masonic
Temple podía presumir de contar con la planta ocupada más alta de todo el mundo.
Fue la construcción más alta de toda la ciudad de Chicago hasta que en esta se decidió
flexibilizar las normas urbanísticas referentes a la altura de los edificios en 1920.
En 1939 sus tiendas, oficinas y dependencias se consideraban ya demasiado obsoletas para
su aprovechamiento lucrativo por lo que la propiedad decidió demoler el edificio.
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Hacia los 100 metros: Chicago contra Nueva York
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La evolución de «Mannahatta»
15 Park Row
Impulsado por el promotor William Mills Ivins, es uno de los primeros rascacielos que se
construyeron con el objetivo de dar el pelotazo urbanístico, al que posteriormente se unieron
diferentes grupos inversores dirigidos por August Belmont, el fundador de la Interborough Rapid
Transit Company, la operadora original del primer metro de Nueva York.
Después de levantar 8.000 toneladas de acero y 12.000 de ladrillo y terracota durante un
trienio de construcción, e invertir 2.400.00 $, se inauguró en 1899, convirtiéndose en el edificio
más alto del mundo con sus 120 metros hasta el año 1908.
Inicialmente, sus 29 plantas se diseñaron para alojar casi 1.000 oficinas y unos 4.000
trabajadores, lo que generaba que, según algunas estimaciones, por el edificio pasaran alrededor
de unas 25.000 personas cada día de trabajo.
El estar ubicado en la conocida como Newspaper Row, fue un importante foco de atención
para atraer en el año 1900 a sus oficinas la nueva sede neoyorquina de la agencia de noticias
Associated Press, junto a las sedes de los periódicos The World, The Tribune y The Times.
La fachada principal, hacia Park Row, es un alto rectángulo dividido en seis secciones
horizontales por balcones y bordes ornamentales. Tiene unas llamativas pilastras y esculturas de
cal en la tercera y cuarta planta.
A modo de coronación, destacan sus dos miradores gemelos de 3 pisos, rematados cada
uno con sendas cúpulas de cobre que hicieron las delicias de los críticos de la época, que
consideraban que a estos edificios había que darles una terminación acordes a su estatus.
En el año 2002 sufrió una importante remodelación, en la que desde la planta undécima en
adelante se convirtieron los espacios, originalmente concebidos como oficinas, en apartamentos
residenciales debido a la alta demanda de estos en el centro de Manhattan y al peso de los años
que ya atesoraban las dependencias del edificio.
Singer Building
Tras las Torres Gemelas, el demoler este monumento es el atentado más grande que ha
sufrido la ciudad de Nueva York y sigue siendo el edificio más alto jamás demolido, por medios
pacíficos, de toda la historia. Fue incluido en la lista de los 'New York Landmarks' en 1963, al
nivel de otras joyas que a día de hoy sería impensable destruir como el edificio Woolworth o la
Torre Metropolitan Life. Pero vamos por partes.
RASCACIELOS
Frederick Bourne, hombre inteligente que llegó a dirigir la Singer Building Company tras
pasar varios años como administrativo o vendedor de máquinas de coser, comenzó a pensar en
ampliar las instalaciones que la sociedad tenía en el cruce de Broadway con la calle Liberty. Hizo
el encargo del nuevo proyecto en 1902 al arquitecto Ernest Flagg y, paralelamente, se dedicó a
adquirir los terrenos adyacentes a la fábrica.
Fruto de la ambición del señor Bourne y de la avanzada visión del urbanismo que nos
esperaba del arquitecto Flagg, surgió el Singer Building.
En contra de la corriente predominante de la época, se optó por no saturar todo el espacio
de la parcela disponible y dejar una amplia plaza pública en la parte trasera, dando así, de este
modo, un acabado acorde a la magnitud del edificio en todas las fachadas, sin descuidar ningún
detalle.
El diseño inicial, de 35 plantas, pronto se vio superado por la ambición del industrial y
finalmente se optó por elevar una torre hasta los 47 pisos, que podrían convertir el edificio en el
más alto de la ciudad, y del mundo. En este punto el arquitecto, consciente de las consecuencias
de construir una mole de este tipo, impuso su visión y trazó las líneas maestras de un edificio
magnánimo, pero acorde con su entorno.
El proyecto no debía de provocar el sombreamiento de las calles y edificios aledaños y
tendría que favorecer, a su vez, las corrientes de aire hacia los vecinos de la nueva sede.
En mayo de 1908 y tras 20 meses de construcción, se dieron por finalizadas las obras del
nuevo techo del mundo: unas instalaciones para la Singer de 12 plantas coronadas por una
estrecha torre de 20 x 20 metros que se elevaba hasta los 187 metros, superando, por casi 70
metros, al edificio del número 15 de Park Row.
De poco le sirvieron al arquitecto sus esfuerzos por convencer al señor Frederick Bourne y
a la sociedad neoyorquina de que el urbanismo que convenía a la ciudad era el de las grandes
torres, si, pero exentas y con grandes espacios públicos circundantes; apenas se hubo terminado
la construcción se comenzó a levantar frente a las mismas narices del Singer Building otro
monstruo de 34 plantas.
En el año de 1961 este edificio tuvo la oportunidad de convertirse en imagen de portada
perpetua de cabeceras como el Financial Times, el Wall Street Journal, la CNN, Bloomberg... Me
explico: la Singer Manufacturing Company anunció sus planes de venderlo a William
Zeckendorf, promotor y hombre de negocios que pretendía trasladar hasta este cruce de
Broadway con Liberty la sede del New York Stock Exchange, centro financiero internacional de
referencia.
Una gran idea, que hubiera podido casar perfectamente con el espectacular lobby de que
disponía el edificio y que motivó la declaración como monumento de Nueva York en 1963.
Declaración que no impidió que, un año más tarde, se hiciera con el la United States Steel
Corporation y comenzara su demolición en 1967. Curiosamente en este momento, y a pocos
metros, se empezaron a ver las primeras grúas que dieron forma a lo que luego sería el estupendo
World Trade Center.
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La evolución de «Mannahatta»
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RASCACIELOS
Edificio Woolworth
Es el mismísimo presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, quien el 24 de abril
del año 1913 se encarga de pulsar el botón que prende, desde su despacho en la Casa Blanca de
Washington, todas las lámparas interiores de cada uno de los pisos y la iluminación exterior del
Woolworth Building. Paralelamente, y a la vista del impresionante lobby de entrada, el reverendo
Cadman declara entusiasmado “Queda inaugurada la Catedral del Comercio Mundial”.
No es para menos: en la impresionante entrada de planta cruciforme se incluyeron miles de
piezas de oro, adornos de mármol, impresionantes mosaicos, estatuas góticas y, lo más
característico, pinturas al fresco de estilo medieval que representaban a Frank Woolworth, el
dueño, contando monedas y a Cass Gilbert, el arquitecto, acunando una maqueta de su edificio.
El promotor del proyecto fue el señor Woolworth, un hombre que hizo fortuna al darse
cuenta del tirón que tenían los productos baratos. Su imperio se cimentó sobre la base de sus
famosas tiendas de 5 y 10 centavos.
A principios del siglo pasado estaba convencido de que lo que su negocio necesitaba era
renombre mundial y nada mejor para conseguirlo que levantar una impresionante sede en la
ciudad de Nueva York, siguiendo la moda de la época.
Para ello se hizo con los servicios del arquitecto Cass Gilbert, acérrimo defensor de los
rascacielos de entonces, quien le presentó unos bocetos iniciales de un edificio que llegaba hasta
los 190 metros de altura. No bastaba para superar la nueva torre de la Metropolitan Life, por lo
que Woolworth ordenó un nuevo diseño: quería construir el edificio más alto del mundo.
Una vez aprobado el nuevo proyecto, con 57 plantas y 241 metros de altura, al comerciante
no le importó hacer frente al incremento de 5 millones de dolares sobre el presupuesto de
construcción hasta los 13.500.000 $ que pagó al contado y en efectivo, demostrando el poderío
de su imperio.
El edificio construido es un bloque uniforme de 24 plantas en forma de 'U' sobre el que se
eleva una torre, admirada por su esbeltez, hasta los 57 pisos y los 241 metros de altura. De esta
forma, y conforme a la corriente predominante y las normas urbanísticas de la época, se
aseguraba el soleamiento y la ventilación de las calles aledañas. Factor muy importante aquí
debido a la proximidad del ayuntamiento neoyorquino.
La parte superior el edificio se encuentra coronada por una gran cúpula dorada y
circundada por numerosos, incluso excesivos, detalles y gárgolas ornamentales que provocaron
las críticas de arquitectos como Frank Lloyd Wright.
Se equipó al edificio con ascensores de alta velocidad, para la época, que consiguió
mantener un ratio muy rentable de oficinas/ascensores reduciendo el número de los elevadores
hasta el mínimo imprescindible.
Después de 85 años de propiedad, y tras declarar la bancarrota en 1998, la F. W.
Woolworth Company se vio obligada a vender su emblemática sede al Witkoff Group por 155
millones de dolares. Todavía mantuvo de manera testimonial una tienda Foot Locker, la antigua
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La evolución de «Mannahatta»
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RASCACIELOS
si no también una regla de diseño. En un clima de euforia comercial en el que el máximo legal
permitido se traduce inmediatamente en realidad, los restrictivos parámetros tridimensionales de
la norma sugieren toda una nueva idea de la metrópolis.
Si al principio Manhattan fue solo una colección de más de 2.000 manzanas similares,
ahora es una reunión de otras tantas envolventes invisibles. Aunque sigue siendo una ciudad
fantasma del futuro, los perfiles de la isla se han trazado de una vez por todas.
La Ley de Zonificación define Manhattan para siempre como una colección de colosales
casas imaginarias que juntas forman una mega-aldea. Aunque cada casas se llena de
alojamientos, programas, servicios, infraestructuras, maquinarias y tecnologías de una
originalidad y complejidad sin precedentes, el formato primordial de 'aldea' nunca se pone en
peligro. La explosión de escala de la ciudad se controla mediante la drástica reafirmación del
módelo más primitivo de cohabitación humana. Esta simplificación radical del concepto es la
fórmula secreta que permite su crecimiento infinito sin la correspondiente pérdida de legibilidad,
intimidad o coherencia.
Esta Ley, redactada por un grupo de expertos técnicos, se basaba en consideraciones
puramente prácticas. Al restringir el volumen de un edificio, el número de ocupantes quedaba
limitado, había menos gente que necesitaba acceso y salida y el tráfico en las calles adyacentes
se reducía.
A partir de 1916, ninguna construcción de Manhattan podía superar los límites establecidos
y, para sacar el máximo beneficio financiero de cualquier manzana, los arquitectos de la isla se
vieron obligados a aproximarse a la envolvente teórica tanto como pudieron. En ese momento
adquirió una reconocida fama el arquitecto Hugh Ferriss, que se mudó a Nueva York para
trabajar en el estudio de Cass Gilbert, donde se estaba gestando una arquitectura norteamericana
autóctona, en la que los ingenieros y los artistas trabajaban juntos con entusiasmo y hasta el
pueblo apreciaba y aplaudía calurosamente su alianza.
A comienzos de la década de los años veinte Ferriss se establece como artista
independiente en su propio estudio, dedicado plenamente a la delineación de planos y
perspectivas de edificios. Con el tiempo sus dibujos al carboncillo se hicieron muy populares
entre los arquitectos y todos los grandes proyectos de rascacielos de la ciudad pasaban por sus
manos.
Al mismo tiempo que hace su trabajo comercial, indaga en los problemas de la ciudad con
otros colegas arquitectos. Esta investigación se centra en el potencial inexplorado de la Ley de
Zonificación y en la envolvente teórica que la norma define para cada una de las manzanas de la
isla de Manhattan. Estudia las posibles formas y la manera de maximizar el volumen de los
edificios.
Sus dibujos son las primeras revelaciones de las infinitas variaciones contenidas dentro de
la figura básica que impone la ley. Después de agotar las categorías individuales, Ferriss se
lanzaría a trazar la primera imagen concreta de su montaje final: el destino último de Manhattan
como una mega-aldea global.
Gracias a la pujanza de Nueva York y a la categoría alcanzada en la arquitectura de sus
rascacielos, consecuencia del cumplimiento de la ley, sus formas y su estilo, a la vez impuesto y
a la vez asumido, serían imitados en todas las grandes metrópolis del planeta, desde Chicago a
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La evolución de «Mannahatta»
Shanghái.
40 Wall Street
A principios de 1929, finalizando los felices años veinte, el banquero de la Manhattan
Company George Ohrstrom y el constructor William Starrett, motivados por la buena marcha de
la economía y las perspectivas inmobiliarias de la ciudad de Nueva York, fundan la 40 Wall
Street Corporation con el objetivo de construir el edificio capaz de destronar al Woolworth
Building de su trono de edificio más alto del mundo.
El encargo se hace al equipo formado por los arquitectos Craig Severance y Yasuo Matsui,
antiguos socios de William van Alen que, por aquel entonces, recibió a su vez un encargo de
similares características por parte del magnate automovilístico Walter Chrysler. La carrera había
comenzado.
En mayo del mismo año se comenzó la construcción en una parcela situada en el centrico
cruce entre Wall y Broad Street, en pleno distrito financiero de la isla de Manhattan.
Mientras tanto, el fuerte boom especulativo que había llevado a cientos de miles de
norteamericanos a invertir en el mercado variable del New York Stock Exchange llegó a su cima
el 24 de octubre de 1929: el Jueves Negro.
El valor de las acciones en la Bolsa de Nueva York se colapsó: tras un mes de 'moderada'
caída, 13 millones de títulos fueron puestos a la venta ese día a precios fuera de mercado y no
encontraron comprador, lo que provocó el hundimiento de todos los índices bursátiles.
A pesar de los intentos de los grandes banqueros americanos por evitar la catástrofe
comprando grandes bloques de acciones a precios muy elevados, la semana siguiente los títulos
siguieron cayendo y se superó con creces el volumen de negocio que se alcanzó el fatídico
jueves. La Gran Depresión había comenzado.
A consecuencia de esto, en aquella época la mano de obra era abundante y muy barata por
lo que, al igual que el edificio Chrysler, la construcción del Manhattan Company Building, como
se le conocía en un principio, siguió a muy buen ritmo y tan solo fueron necesarios 11 meses
para completarlo en su totalidad.
Una vez terminado en abril de 1930, con sus 70 plantas y 283 metros de altura, superaba
por más de 40 metros al edificio ideado por el arquitecto Cass Gilbert 17 años antes. Pero, lo más
importante, es que superaba por 2 simbólicos pies (menos de un metro) la altura que se tenía
previsto que alcanzase la construcción del magnate automovilístico Walter Chrysler. Habían
conseguido levantar el rascacielos más alto del mundo, aunque no les duraría mucho la euforia
ya que el arquitecto rival se guardaba un as en la manga que todavía no había enseñado.
Una vez inaugurado, dada la mala situación de la economía mundial, muchas de las firmas
que se habían comprometido a arrendar oficinas en el edificio se veían incapaces de hacer frente
a nuevos gastos o, simplemente, se habían declarado en bancarrota. No sería hasta 15 años
después cuando los promotores consiguieran tener completamente ocupados los casi 80.000
metros cuadrados de superficie disponible en el inmueble, la mayor operación de este calibre que
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RASCACIELOS
Edificio Chrysler
Gracias a su sorprendente cúpula de siete pisos, sus arcos escalonados, sus ventanas
triangulares y su característico recubrimiento con el raro acero Nirosta, que refleja el sol de una
manera espectacular en su coronación, el edificio Chrysler se ha convertido, por méritos propios,
en el inmueble preferido por muchos arquitectos y expertos como referente indiscutible del Art
decó más representativo de la ciudad de Nueva York.
El primer impulsor de este edificio fue el senador William H. Reynolds, promotor
inmobiliario y presidente de Dreamland, un parque de atracciones construido a principios del
siglo XX en Coney Island, el lugar de recreo por excelencia de los neoyorquinos. En el centro
del mismo se encontraba la Torre del Faro, la construcción más pequeña y, tal vez, la más
importante del complejo. Se elevaba más de 100 metros por encima del extenso parque y es la
nota dominante en torno a la cual se concentraba el esquema general. Es la construcción más
llamativa en muchas millas a la redonda, iluminada con más de 150.000 luces eléctricas capaces
de hacerla visible desde una distancia de 50 km.
La torre contiene dos ascensores y desde la cúspide se tiene una magnifica panorámica del
mar y una vista de pájaro de todo Coney Island. Facultad que lleva al promotor del parque a
equiparla con el reflector más potente de la costa este del país.
Veinticinco años después, y dado el éxito de su magnífica torre, el promotor Reynolds
contrata al arquitecto William van Alen para repetir la jugada en el mismo centro de la gran isla
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La evolución de «Mannahatta»
de Manhattan. La maniobra es un tanto arriesgada ya que este último, al igual que él mismo, no
tiene ningún tipo de experiencia en la construcción de rascacielos o grandes edificios y su único
mérito había sido diseñar tiendas y restaurantes. Muy originales, eso sí.
Años más tarde, el senador William H. Reynolds se ve incapaz de hacer frente al pago de
los honorarios del arquitecto y, mucho menos, al desarrollo de un edificio de semejante
dimensiones así que decide poner todo el proyecto a la venta.
En ese momento aparece en escena Walter Percy Chrysler, industrial automovilístico que
fundó la Chrysler en 1925, vendiendo 32.000 unidades del B-70, su primer coche de lujo. Fue él
quien desembolsó los 2.000.000 $ que pidió el promotor Reynolds por todo el trabajo a medio
hacer.
A partir de este momento el arquitecto van Allen tenía un nuevo jefe que venía con un
nuevo encargo debajo del brazo: diseñar el edificio más alto del mundo.
Manteniendo la forma retranqueada, impuesta por las normas urbanísticas de la ciudad de
Nueva York de 1916, se decidió a rediseñar la cúpula, estilizándola cada vez más para aumentar
su altura y poder superar al edificio que se estaba construyendo en el número 40 de Wall Street.
La construcción comenzó en septiembre del año 1928 removiendo 38.500 metros cúbicos
de tierra y rocas con las palas y excavadoras de vapor de la época que provocaron las quejas de
los vecinos ya que, por culpa de los silbatos que equipaban para desalojar el vapor sobrante, era
imposible hacer vida tranquila en las inmediaciones del solar.
Tras colocar 4.000.000 millones de ladrillos, 20.000 toneladas de vigas de acero unidas con
400.000 remaches, 10.000 bombillas, casi 4.000 ventanas y 3.000 puertas, 56 km de tuberías y
1.200 km de cables eléctricos el edificio estaba preparado para asombrar al mundo con la jugada
maestra que había ideado el arquitecto William van Alen.
Ante la rapidez con que avanzaban los trabajos en el edificio rival de la Manhattan
Company y la presión que ejercía la prensa y la sociedad neoyorquina para ver quien se hacía
con el título de ser el dueño del edificio más alto del mundo, el arquitecto van Alen propuso a
Walter Chrysler una idea brillante: armar un gigantesco pináculo en el interior del edificio, bajo
la cúpula, escondido de ojos y miradas indiscretas para, una vez izado, convertir al edificio no
solo en el más alto del mundo, si no también en la estructura más alta jamás construida por el
hombre, superando así a la Torre Eiffel construida en París 40 años antes.
Mientras tanto, la construcción estaba avanzando a buen ritmo (se levantaban cuatro
plantas por semana) y no hubo que lamentar la pérdida de ningún trabajador. En aquel entonces
se calculaba que por cada piso que se construía por encima de la planta 15 se producía una
muerte. Este edificio tenía 77 pisos y, según esa estadística, debería haber costado 62 muertos,
pero no murió nadie gracias unas medidas de seguridad sin precedentes para la época.
Finalmente, el 23 de octubre del año 1929 se comenzaron a elevar las 27 toneladas de
acero Nirosta con que había sido construido el pináculo, en una operación que duró 90 minutos y
provocó el asombro de todos los habitantes de la gran manzana que por allí se acercaron. Esa
mañana el edificio se había convertido en la estructura más alta jamás construida sobre la Tierra
pero a nadie le importó: al día siguiente la Bolsa de Nueva York colapsó y los periódicos del día
siguiente tuvieron asuntos más serios de los que tratar. Resulta irónico ya que durante meses la
guerra que libraron los dos colosos les había alimentado páginas y páginas de información para
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RASCACIELOS
llegar hasta aquí y luego desdeñar la que debía ser la culminación perfecta soñada por el
industrial automovilístico Walter Chrysler.
El edificio construido pronto se convertiría en una de las joyas mas admiradas de la ciudad.
A su inconfundible cúpula de acero inoxidable Nirosta había que sumarle la inclusión en el
diseño final de unos impresionantes adornos del mismo material: las características águilas de la
planta 61 y los radiadores 'alados' 30 pisos más abajo. La elección de este material fue del propio
Chrysler, que lo había utilizado para algunas piezas de sus coches y sabía que podía conservarse
en perfectas condiciones durante muchísimos años, sin ver alteradas ni mermadas ninguna de sus
propiedades.
Todo el edificio es un homenaje a la compañía de coches, la cual ubicó sus oficinas y una
sala de exposiciones en las mejores y más lujosas dependencias del inmueble. Aunque el
conjunto del mismo no desmerecía e, incluso, llegó a recibir gran cantidad de críticas el día de su
inauguración (el 27 de mayo de 1930) por lo recargado y excesivo de la decoración.
El vestíbulo principal estaba decorado muy teatralmente gracias al conjunto de sus
lámparas de araña, los azulejos, la ornamentación en acero inoxidable o, lo más impactante, una
impresionante pintura al fresco en el techo de casi 1.000 metros cuadrados que, por aquel
entonces, era la más grande de los Estados Unidos.
Cada uno de sus 32 ascensores era capaz de recorrer 330 metros en un minuto y todos
estaban decorados de distinta manera, pero con las mejores maderas nobles del país
norteamericano. Uno de ellos era exclusivo para uso del dueño y solo desembarcaba en la planta
65, donde el señor Walter Percy Chrysler dispuso su despacho privado.
A finales de mayo del año 1930, en el mismo mes de su inauguración, la ocupación del
edificio ya rondaba el 70 % del espacio disponible a pesar de la gran crisis económica que sufría
el país. El industrial había hecho firmar los contratos de arrendamiento antes de finalizar el
edificio, lo que evitó que se produjera la difícil situación por la que pasaron sus rivales de la
Manhattan Company, que vieron como su gigantesco edificio del número 40 de Wall Street
estuvo vacío hasta bien entrada la década siguiente.
Meses más tarde, en el verano de 1930, William Van Allen se disponía a cobrar los
honorarios por el diseño del edificio que estaban estimados en el 6 % del coste total de la obra,
según las prácticas habituales de la época, pero el señor Chrysler se negó a pagarle porque
sospechaba que había cobrado comisiones de las constructoras y no había contrato firmado por
escrito. Como las comisiones no se pudieron demostrar, el arquitecto denunció al dueño y obtuvo
una orden de embargo del edificio. Al final llegaron a un acuerdo, pero Van Allen puso en
peligro su carrera al denunciar al hombre que le había encargado su mejor proyecto. Este nunca
se recuperó y murió en 1954 a los 71 años sin recibir el reconocimiento de la magnífica obra.
Walter Chrysler había muerto a principios de la década de los 40 a los 65 años de edad.
A partir de 1953, la familia Chrysler fue vendiendo las participaciones del edificio y, en la
década de los 70, el 'Club de las Nubes' (un selecto centro de reunión de la élite de la ciudad,
situado dos pisos sobre el despacho del industrial) carecía de socios y acabó desapareciendo. Las
nuevas empresas comenzaron a instalarse en inmuebles más modernos y el edificio Chrysler
llegó a clausurarse.
En 1976, una reforma fiscal de la ciudad de Nueva York otorgaba ventajas tributarias a los
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La evolución de «Mannahatta»
El Empire State
El Empire State, el edificio del imperio neoyorquino, es el faro que, como metáfora de la
sociedad capitalista más puramente americana, ha alumbrado al mundo dirigiéndolo desde los
peores momentos de la Gran Depresión que vivió en su nacimiento hasta los posteriores triunfos
económicos, industriales, tecnológicos y morales que han marcado la personalidad del mundo
occidental durante todo el siglo XX.
Para empezar, conviene repasar la historia de la parcela en la que se ubica el edificio, que
desde antes de comenzar a elevar el rascacielos ya apuntaba ligeros trazos de una grandeza que le
acompañaría desde sus inicios hasta nuestros días, doscientos años después.
Para principios del siglo XIX, tras dividir la isla de Manhattan mediante 12 avenidas en
dirección norte-sur y 155 calles en dirección este-oeste, el ayuntamiento de Nueva York vende
una de las 2.000 manzanas resultantes a John Thompson por 2.600 dólares, quien se ocupa de
cultivarla.
Por aquel entonces la familia Astor estaba alcanzando importantes cotas de estatus en los
Estados Unidos. Habían llegado al continente americano desde el Sacro Imperio Romano
Germánico y se pusieron manos a la obra con lo único que sabían hacer: flautas y pianos de
calidad. Posteriormente, una vez que habían acumulado suficiente capital, fueron ampliando sus
fronteras hacia negocios más boyantes como el mercadeo de pieles y las inversiones
inmobiliarias. Fue en 1827 cuando se hicieron con la granja y los terrenos adyacentes del señor
John Thompson por 20.500 dólares.
Durante lo que resta del siglo XIX la familia construye en la parcela dos impresionantes
mansiones señoriales y con los años, tras demolerlas, edifica en su lugar el Waldorf Hotel en
primer lugar y Astoria Hotel seguidamente. Para el año 1897 ambos establecimientos forman un
complejo hotelero perfectamente adaptado y equipado y ya se lo conoce con el nombre de
Waldorf-Astoria Hotel y es el lugar de reunión habitual del grupo conocido como 'Los
cuatrocientos de Nueva York', una especie de asamblea de notables en la que se concentraba lo
más granado de norteamérica.
En el año 1928 la familia Astor vende el complejo y los terrenos aledaños, por 20 millones
de dólares, a Thomas Coleman Du Pont y traslada el negocio a un rascacielos art decó de 47
plantas en Park Avenue.
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RASCACIELOS
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La evolución de «Mannahatta»
Y ese 'sombrero' posteriormente tomo forma y se convirtió en una terminal de amarre para
dirigibles a la que se accedería por un ascensor independiente desde la planta 86. Los arquitectos
advirtieron a los promotores que esta idea sería muy difícil y peligroso ponerla en práctica pero
fue inútil: el diseño estaba en su fase final.
En la Nueva York de entonces, para la construcción de nuevos edificios se solían
aprovechar los cimientos existentes de las edificaciones anteriores pero, por cuestiones de
tamaño evidentes hubo que demoler por completo el complejo hotelero Waldorf-Astoria de 17
plantas. El 22 de enero del año 1930 comenzaron los trabajos de excavación hasta una
profundidad de 17 metros en el solar entre la Quinta Avenida y la Calle 34, en el oeste de la isla.
Aunque la primera piedra la colocó Alfred Smith el 17 de septiembre del mismo año, la
construcción efectiva había comenzado seis meses antes, el día de San Patricio.
La tarea que habían asumido los arquitectos de Shreve, Lamb & Harmon Associates y la
constructora Starrett Brothers & Eken fue titánica:
– Debían de realizar un sótano enterrado 11 metros bajo tierra
– Había que ensamblar una estructura compuesta por 210 columnas y 60.000 toneladas de
acero
– Colocar casi 30.000 metros cuadrados de piezas y plazas de mármol
– 10.000.000 de ladrillos cerámicos para revestir la fachada
– 6.500 ventanas
– 73 ascensores
– Sistema de calefacción formado por 80 km de tubos y radiadores.
– 120 km de tuberías de distribución de agua, que han de satisfacer una demanda de 780
metros cúbicos al día.
– Instalación eléctrica formada por un cableado de 750 km que suministra los 40 millones
de kw/hora utilizados por los usuarios del edificio.
– 400 Bocas de Extinción de Incendios
– Casi 1.700 km de cable telefónico que dieran servicio a 18.000 teléfonos
– …
Según los cálculos realizados por el gabinete de arquitectos, para no exceder los costes y el
presupuesto disponible, las obras no debían de extenderse más allá de los 20 meses. Para ello se
optó por recurrir a la prefabricación en todos los elementos en los que fuera posible y, sobre
todo, en la estructura.
A diferencia de sus colegas europeos, quienes construían con hormigón armado y se veían
seriamente influenciados por las condiciones climáticas, los constructores americanos usaban
preferentemente los entramados de acero. Es una construcción 'en seco' que no depende de las
25
RASCACIELOS
inclemencias del tiempo, ni necesita unos días para 'fraguar' ni nada por el estilo. Además,
conforme avanzan las obras y los trabajadores se adaptan al sistema constructivo, los tiempos
entre ciclo y ciclo se disminuyen. Así, gracias al empleo de una estructura de acero idéntica para
todas las plantas, se llegó a un vertiginoso ritmo de construcción de nueve plantas cada dos
semanas.
Este ritmo constructivo, al igual que para el edificio Chrysler, se vio favorecido por el
estallido de la Gran Depresión, que ponía a disposición de los constructores una ingente cantidad
de mano de obra a unos precios muy competitivos, casi abusivos. Lo que resulta curioso, ya que
el presidente de la corporación, Alfred Smith, había llegado a ser Gobernador con unos
programas electorales en los que se comprometía a luchar por mejorar las condiciones
económicas e higiénicas de los trabajadores del Estado de Nueva York.
Así, gracias al empleo de 3.400 trabajadores (nativos americanos e inmigrantes europeos
en su mayoría), a la prefabricación de varios elementos, a la optimización de los tiempos de
entrega y a la buena organización en general se consiguió terminar el edificio en solo un año y 45
días. Siete meses antes de lo previsto inicialmente, todo un récord para la época.
Fue el primer día de mayo del año 1931 cuando, imitando lo hecho para el edificio
Woolworth 18 años antes, el Presidente Hoover acciona un botón en Washington DC que acciona
las luces y da por inaugurado oficialmente el edificio Empire State de Nueva York.
Con sus 102 plantas y sus 381 metros (443 hasta lo alto de la aguja) se convierte,
superando el edificio Chrysler, en el edificio más alto de la ciudad de Nueva York y, por
extensión, del mundo. También fue el primero en superar la barrera de las 100 plantas
construidas y aprovechables. Semejante empresa costó el montante de 40 millones de dólares
(incluyendo los 20 del terreno) que fueron 10 menos de los estimados en el presupuesto de
ejecución inicial.
El nuevo mastodonte tiene un volumen cercano a un millón de metros cúbicos y pone en el
mercado de la ciudad 200.500 metros cuadrados de nuevas oficinas de primera calidad. Tiene un
vestíbulo de 3 plantas elevado unos 14 metros sobre el nivel de la calle. En él, ocho escaleras
mecánicas de alta velocidad se encargan de llevar a los usuarios hasta las zonas de la segunda
planta y en su interior se dispusieron 8 murales muy característicos: las 7 maravillas del mundo
por un lado y, por otro, una representación con la silueta del Empire State sobre el Estado de
Nueva York. Se dejaba claro de este modo que este edificio era la octaba maravilla del mundo,
como ya venía anunciando la American Society of Civil Engineers.
En los primeros años de vida del edificio, a causa de la difícil situación financiera y la
depresión económica generalizada, fue muy complicado conseguir contratos importantes que
atrajeran empresas a las oficinas y solo se ocupó el 25% del espacio disponible. Durante los
primeros 12 meses de vida, el mirador de la planta 86 dio unos beneficios de 1.000.000 $, mucho
más de lo que se consiguió por las dependencias que había arrendadas unas plantas más abajo.
Una vez finalizado el edificio comenzaron las pruebas para la terminal de amarre de
dirigibles, el 'sombrero' del edificio. A 400 metros de altitud, a las propias corrientes de esa altura
hay que sumarle los remolinos que provocan las características formas del edificio en su
coronación por lo que, tras un par de intentos fallidos, se dio por desechada la idea. Tal y como
habían previsto y avisado los proyectistas.
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La evolución de «Mannahatta»
Dado el éxito y los retornos económicos que proporcionaban a los dueños el mirador del
edificio, se decidió aprovechar el ascensor que subía hasta la fallida terminal y se equipó al
edificio con un segundo observatorio panorámico en la planta 102. Posteriormente se añadió a la
coronación una impresionante torre de telecomunicaciones que da servicio a los estados de
Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania, Connecticut y Massachusetts. En días despejados,
desde el nuevo mirador, también se pueden llegar a divisar territorios de estos estados.
A las 9:40 del sábado 28 de julio de 1945, un bombardero B-25 de la Fuerza Aérea de los
Estados Unidos que iba perdido por la espesa niebla se estrelló en el lado norte del edificio, entre
los pisos 79 y 80. Una parte del motor salió despedida hacia un inmueble contiguo y el resto del
avión penetró en el interior y se incrustó en la caja de uno de los ascensores. A pesar de que el
fuego causado fue extinguido en 40 minutos, no se pudo evitar la pérdida de catorce personas en
el incidente, incluyendo la tripulación del aparato. El Empire State no sufrió mayores daños y fue
reabierto a los trabajadores de las oficinas unos días más tarde.
En 1951, el edificio es vendido por los herederos del promotor Jakob Raskob por 34
millones de dólares al grupo dirigido por Roger I. Stevens. Al mismo tiempo, la compañía de
seguros Prudential Insurance Company of America compra el edificio por 17 millones de dólares
y firma un contrato de arrendamiento a largo plazo con los propietarios. En 1954, un grupo de
Chicago dirigido por el Coronel Henry J. Crown compra el edificio por 51,5 millones de dólares,
convirtiendo la operación inmobiliaria en la de mayor envergadura que se había hecho hasta
entonces.
En 1965, el director de operaciones encargado de explotar el Empire State tuvo una
excelente idea para promocionar el edificio de nuevo: subir hasta el observatorio del piso 86 un
Ford Mustang, el coche más vendido de la historia de los Estados Unidos, con nueve millones de
unidades. A los encargados de Ford les pareció una excelente idea y enviaron de inmediato una
tropa de trabajadores que se encargaron de tomar medidas de las puertas, pasillos y ascensores
por los que tendría que pasar el vehículo.
Como subirlo de una vez parecía imposible, se decidió elevarlo en cuatro piezas por los
ascensores destinados a los trabajadores de las oficinas y ensamblarlo en el mirador. Una vez
logrado, se fotografió desde un helicóptero y más tarde, el mismo día, se volvió a desmontar y
montar para introducirlo en el interior del mirador, hasta donde descansaría para ser 'destrozado'
por última vez cinco meses más tarde, el 16 de marzo del año 1966.
A lo largo de los años, más de treinta personas se han suicidado desde la parte superior del
edificio. El primero de ellos se produjo incluso antes de su finalización, cuando un trabajador
que había sido despedido por la constructora Starrett Brother & Eken decidió quitarse la vida
desde su último lugar de trabajo. En el año 1947, después de que cinco personas se quitaran la
vida en menos de tres semanas, los dueños, instados por el propio Ayuntamiento de la ciudad,
colocaron una vaya alrededor del perímetro de la terraza del piso 86.
En el año 2009, el ex Presidente de los EEUU, Bill Clinton, y el alcalde de Nueva York,
Michael Bloomberg, se propusieron convertirlo en un edificio sostenible y eficiente
energéticamente. En el plan se pretende reducir un 38% su gasto de energía aislando cada una de
sus 6.500 ventanas y mejorando la eficiencia de la iluminación, la ventilación y el sistema de aire
acondicionado.
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RASCACIELOS
Las obras están presupuestadas en 500 millones de dólares, de los cuales un 20% están
sufragados por la Fundación Clinton para el Cambio Climático y con ellas se pretenden
concienciar de lo importante que es sumarse al ahorro energético generalizado en los edificios.
Se calcula que en torno al 70% de la emisión de gases de efecto invernadero de la ciudad lo
producen los rascacielos como este.
Actualmente el edificio es sede de más de 1.000 empresas, tiene su propio código postal y
en él trabajan más de 21.000 personas y lo visitan a diario unas 13.000 adicionales. Es el
segundo mayor complejo de oficinas de los Estados Unidos solo por detrás del Pentágono, en
Washington DC.
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El rascacielos y sus complejos:
La revancha de Chicago
Rockefeller Center
Raymond Hood tiene una teoría discreta y personal sobre lo que espera del futuro de
Manhattan: quiere que la isla se convierta en un océano de torres sutilmente conectadas y
dependientes unas de otras, rodeadas por amplios espacios de zonas sin construir de modo que la
ciudad pudiera recuperar su integridad. No le basta con el mero hecho de coger las parcelas
existentes y extruirlas hasta donde permita la Ley de Zonificación.
Sabe que su idea no es del todo descabellada: los nuevos rascacielos pueden acomodarse a
las manzanas existentes apoderándose, poco a poco, del urbanismo de la ciudad existente sin
mayores impedimentos.
Con el paso del tiempo Hood va poniendo sus ideas en práctica en los distintos proyectos
que le encargan, hasta que se topa con un pastor protestante que quiere construir la iglesia más
grandiosa del mundo.
Representa a una congregación de hombres de negocios y el emplazamiento era
sumamente valioso por lo que no sólo querían construir la iglesia más grandiosa del mundo, sino
incorporarle empresas que produjeran ingresos como un hotel, un albergue juvenil, un edificio de
viviendas con piscina, etc. Al nivel de la calle habría tiendas para obtener altos alquileres y en el
sótano estaría el garaje más grande de Columbus (Ohio). El garaje era muy importante porque, al
ofrecer a los miembros de la congregación un sitio donde aparcar el coche al venir a trabajar los
días laborables, el pastor lograría sin duda que la iglesia fuese el centro de sus vidas.
Sería la primera vez que Raymond trabajara en un edificio multifuncional en el que poner
en marcha varias de sus ideas. Crearía así un cisma vertical en el proyecto, apilando esas
actividades tan dispares directamente una encima de otra, sin preocuparse de su compatibilidad
simbólica.
Todos los hombres de negocios de la ciudad deben haberse percatado de lo ventajoso que
sería ampliar las posibilidades de lo propuesto por Hood. Podrían vivir en el edificio donde está
instalada su oficina y esta podría estar directamente por encima de las industrias que la sirven.
Consideran que hacia ese ideal debería orientarse el trabajo de las empresas inmobiliarias y de
los estudios de arquitectura.
Industrias enteras debería agruparse en conjuntos interdependientes con clubes, hoteles,
almacenes, viviendas e incluso teatros. Tal disposición permitiría un gran ahorro de tiempo, así
como disminuir el desgaste natural de nuestro sistema nervioso. Colocando a un trabajador
dentro de un conjunto unificado apenas tendría que poner el pie en la acera durante todo el día.
RASCACIELOS
De esta manera se concibe una solución para Manhattan: aliviar la congestión con más
congestión. Propone que los futuros rascacielos sean ciudades dentro de la ciudad. Núcleos
perfectamente funcionales que copen todas las demandas de sus inquilinos.
Así, todo el movimiento horizontal que contribuye a la congestión de la ciudad se
reemplaza por un movimiento vertical en el interior de los rascacielos, provocando la
descongestión de las calles.
Llevando más allá su idea, piensa en agrupar varias de estas torres en torno a los cruces de
las grandes avenidas creando varias 'montañas' de acero y hormigón que descienden
paulatinamente hasta el nivel de la calle.
Estas 'montañas' se convertirían en la materialización de la Ley de Zonificación de 1916: la
megaaldea, el Manhattan definitivo plenamente habitable y funcional.
Mientras tanto, al arquitecto Benjamin Wistar Morris se le hizo el encargo de buscar un
nuevo emplazamiento para la Ópera metropolitana. La búsqueda se convierte en toda una
paradoja: si se quiere un buen lugar, el terreno sería tan caro que habría que rodear el edificio de
otras funciones comerciales que lo hicieran rentable. De esta manera correría peligro de verse
enterrada entre las mismas actividades comerciales que la hicieran rentable.
Finalmente descubre un terreno de unas tres manzanas, con edificios de apartamentos que
son propiedad de la Columbia University, entre las avenidas Quinta y Sexta y las calles 48 y 52.
Ahí proyecta un conjunto final: un edificio exento para la Ópera, que permita admirar toda su
belleza Beaux arts, flanqueada por cuatro magníficos rascacielos en cada esquina de una gran
plaza central.
Cuando esta propuesta se presenta oficialmente en el Metropolitan Club, cuyos socios han
patrocinado el proyecto, John D. Rockefeller Jr. empieza a mostrar interés y se ofrece para
asumir la responsabilidad de la planificación y la financiación, ya que la Ópera no tiene medios
para construir su nueva sede.
Como Rockefeller no es un experto en este tipo de operaciones, delega las
responsabilidades organizativas en su amigo John R. Todd, hombre de negocios, contratista y
promotor inmobiliario.
Todd, junto con sus propios arquitectos Reinhard y Hofmeister, escudriña la propuesta
inicial de Morris basada en esa paradoja de la máxima congestión combinada con la máxima
belleza. Pero tiene un punto débil: se desentiende completamente de la envolvente máxima que
permite la Ley de Zonificación de 1916, que por aquel entonces es tanto una necesidad
financiera como un modelo arquitectónico en sí mismo. Al contrario que la 'montaña' de acero y
hormigón que proponía Raymond Hood, el proyecto de Morris, con el vacío de la explanada en
el centro, es como el cráter de un volcán.
El promotor y su equipo de arquitectos deciden reparar el error deciden colocar una
supertorre en el centro, circundada por las cuatro torres más pequeñas de las esquinas.
Sin embargo, meses más tarde vendría el colapso de la economía y la Gran Depresión. A
partir de ahora el proyecto dejaría de ser una empresa razonable en el aspecto financiero y se
convierte en algo irracional en el aspecto comercial. Paradójicamente, sería la Ópera, que había
dado el impulso inicial, el primer elemento en considerarse prescindible en el futuro complejo.
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El rascacielos y sus complejos: La revancha de Chicago
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RASCACIELOS
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El rascacielos y sus complejos: La revancha de Chicago
El estudio SOM (Skidmore, Owings & Merrill), como se ha visto con los años, parecía la
elección natural para un proyecto de este tipo. Fundado a finales de los años 30, constituía el
prototipo de estudio de arquitectura enfocado a los negocios. A sus arquitectos se les animaba a
que tuviesen imagen y hablasen como ejecutivos. Sus oficinas eran limpias y organizadas y
estaban compuestas de filas ordenadas de mesas de dibujo y archivadores. Su espíritu
empresarial caló en muchos nuevos estudios de arquitectura, que imitaron su imagen y su forma
de trabajar y llevarían al mundo de los promotores inmobiliarios y de las grandes corporaciones
un estilo de edificio con ligeras variantes (reservadas principalmente para la piel o el
revestimiento de los edificios de oficinas). SOM es responsable, en la actualidad, de la creación
de millones de metros cúbicos de pulidos edificios de oficinas y otras construcciones
corporativas. Esto es lo que podríamos considerar la arquitectura de proceso y producto, de
grandes sucursales y empresas. Con el tiempo se ha demostrado que este tipo de arquitectura
empresarial es fácil de construir, se adapta a los cambios de estilo, es duradera y resulta rentable.
El plan inicial del estudio, como se esperaba, fue ambicioso: las calles estrechas debía ser
cerradas, las de mayor tamaño debían aumentarse, unos 100 bloques debían ser destruidos, el
tráfico tendría que redistribuirse, habría que construir un puerto deportivo y, por último, era
necesario levantar un gran complejo de oficinas. Un World Trade Center.
David Rockefeller envió el informe al alcalde Robert Wagner, al Gobernador de Nueva
York (su hermano Nelson) y al homólogo en Nueva Jersey, Robert Meyner. Entre todos
convinieron que la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey (PATH, por sus siglas en
inglés) debería estudiar seriamente el proyecto. Además de haberles ayudado en la confección
del mismo, era una institución pública muy bien valorada, podría conseguir el dinero necesario y
tenía la suficiente capacidad profesional para llevar a cabo tan ambicioso plan.
La PATH se vio deslumbrada por el proyecto y asumió el desarrollo del mismo encargando
su propio estudio a un panel formado por parte de los mejores arquitectos estadounidenses. Para
1961 se concluyó que el World Trade Center estaría formado por un edificio de 72 plantas que
alojaría un hotel y un instituto de comercio internacional, otro de 30 plantas con dependencias y
agencias gubernamentales, otro para servicios financieros y legales y el último, que podría ser la
casa de los mercados de acciones y materias primas de la ciudad (stock and commodity markets).
La Autoridad Portuaria añadió que un proyecto de estas características “estimularía el flujo
comercial a través del puerto, era económicamente factible y, dada la magnitud, los evidentes
riesgos y los problemas de financiación y organización, su correcta consecución solo podría
recaer en manos de una agencia pública”.
Cabe recordar que tras la Segunda Guerra Mundial Nueva York había experimentado un
vertiginoso crecimiento económico y comercial que convirtió gran parte del estado vecino en una
gran ciudad dormitorio para los trabajadores de la Gran Manzana. La dejadez que
experimentaban por aquel entonces los sistemas de conexión (puentes y carreteras, gestionados
por la PATH) llevó a Nueva Jersey a exigir una mejora de estas, que redundaría claramente en un
aumento del bienestar de sus ciudadanos, usuarios mayoritarios de estos servicios.
Del lado de Nueva York, inicialmente, estas exigencias no se aceptaron. Si bien es cierto
que el coste del World Trade Center era mucho mayor que la modernización de las conexiones
(355 frente a 70 millones de dólares), desde Manhattan se defendía la tesis de que su proyecto
sería rentable desde el primer día frente al claro déficit que siempre presenta la gestión de los
sistema de transporte público.
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RASCACIELOS
Después de varios tira y afloja por parte de las autoridades de los dos estados vecinos se
acordó que, junto al WTC se llevarían a cabo también las actuaciones necesarias para mejorar las
comunicaciones interestatales. El proyecto incluía la adecuación de nuevas conexiones bajo el
río, la construcción de una nueva y moderna terminal y, la piedra angular, la necesidad de que la
Autoridad Portuaria se hiciera con el control de la actual operadora del servicio de metro,
Hudson & Manhattan Railroad, declarada en bancarrota.
Finalmente, el 20 de septiembre del año 1962 la Autoridad Portuaria de Nueva York y
Nueva Jersey anunció la elección, entre otros 12 arquitectos americanos, de Minoru Yamasaki
como cabeza del equipo que llevaría a cabo el diseño final. El plan que se le exigió era bastante
explícito: en un espacio de unos 24.000 metros cuadrados debía desarrollar más de 1.000.000 de
metros cuadrados de superficie aprovechable, incluyendo una nueva estación de metro. Además,
el presupuesto del proyecto no debía de superar los 500 millones de dólares.
El arquitecto
Tras el recibir el encargo, Yamasaki estudió más de 100 combinaciones diferentes que
cumplieran con los objetivos marcados antes de decidirse por la fórmula definitiva. Una sola
torre sería irracionalmente grande, además de estructuralmente inviable para aquel entonces, y
un número superior a dos no implicaba altura suficiente para destacar sobre los edificios vecinos.
Así que se optó por la solución más equilibrada y más atractiva visualmente: dos torres gemelas,
rodeadas de un pequeño séquito de edificios de apoyo.
Las Torres Gemelas, con 110 plantas y más de 400 metros de altura sería los edificios más
altos jamás construidos por el hombre. Desde sus miradores en las últimas plantas, en los días
despejados, sería posible divisar más de 70 km a la redonda desde su ubicación en el Sur de
Manhattan.
Pero un proyecto de semejante magnitud requería avances técnicos y la optimización de la
eficiencia de dos factores clave en cualquier rascacielos: la estructura y el sistema de ascensores.
Para la estructura el arquitecto eligió un sistema, al que más tarde se daría en llamar
'estructura en tubo', que ya había puesto en práctica en el edificio IBM de Seattle. Este, a
diferencia del WTC, era solo de 20 plantas, pero ya había convencido a Yamasaki de las
bondades y beneficios de aplicarlo en futuros rascacielos.
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El rascacielos y sus complejos: La revancha de Chicago
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RASCACIELOS
– WTC 3: El Hotel Marriot, con 22 plantas y 825 habitaciones, diseñado por SOM.
– WTC 4: Edificio de oficinas de 9 plantas, sede del Deutsche Bank
– WTC 5: Edificio de oficinas, también de 9 plantas. Sería sede de US Airways, American
Airlines, varias oficinas gubernamentales y, en sus plantas subterráneas, se encontraba la
estación de metro del complejo.
– WTC 6: Edificio de oficinas del gobierno de 7 plantas. Albergaba también la Aduana de
los Estados Unidos.
– WTC 7: Edificio de 186 metros de altura y 47 plantas dedicadas a órganos federales
(Servicio Secreto, Departamento de Defensa, Inmigración, etc).
Todos ellos formarían un complejo sincronizado en perfecta armonía y articulado en torno
a una gran plaza central, que permitiría al ciudadano contemplar maravillado las colosales
dimensiones de las Torres Gemelas, auténtico corazón bicéfalo del conjunto.
El diseño final de Minoru Yamasaki se presentó en sociedad el 18 de enero de 1964,
causando gran controversia. El New York Times declaró al día siguiente: “Su impacto en la
ciudad de Nueva York, para bien o para mal, económica y urbanísticamente, será enorme”.
Así mismo, se dijo que el diseño perjudicaría el carácter de la ciudad, empobrecería la
señal de TV y arruinaría el skyline de Nueva York, convertido para entonces en una perfecta
montaña de edificaciones que descendía paulatinamente desde la aguja del Empire State hasta la
costa de Manhattan.
Uno de los críticos que más lejos llegó en sus afirmaciones fue Charles Jencks, arquitecto y
crítico conocido por popularizar el término 'posmoderno', al afirmar: “Es un tipo de arquitectura
tan repetitiva que uno podría dormirse observándola. Tanto Hitler como Mussolini usaban un
estilo parecido para controlar el pensamiento de las masas, llevándolas hacia una especie de
letargo hipnótico, completamente aburrido”.
La construcción
A pesar de las duras críticas que la Autoridad Portuaria estaba recibiendo, en las que se la
calificaba como una agencia pública especuladora e intervencionista, la operación siguió
adelante.
Antes de comenzar las obras, en marzo del año 1965, fue necesario cerrar cinco calles
enteras y derribar más de 160 edificios para hacer sitio a las máquinas que levantarían el futuro
complejo. Seguidamente comenzarían los trabajos de excavación, pero previamente había que
solucionar un gran problema. La mitad de los terrenos sobre los que se pretendía construir el
complejo habían sido previamente arrebatados al Hudson hacía un par de siglos, por lo que había
que para asentar las torres habría que excavar hasta el lecho rocoso luchando contra las
infiltraciones de agua, manteniendo alejado el río.
De la tarea se encargó Guy Tozzoli, hombre con una dilatada experiencia en la gestión y
dirección de grandes proyectos de la Autoridad Portuaria. Él y el experto Jack Kyle, Ingeniero
Jefe de la misma agencia, se pusieron manos a la obra con un ingenioso plan: la conocida como
Bathtub. Esta sofisticada 'bañera' consistía en rodear todo el perímetro con lo que en España
llamamos 'muros-pantalla'.
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El rascacielos y sus complejos: La revancha de Chicago
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RASCACIELOS
Minoru Yamasaki, que sufría pánico a las alturas y prefirió equipar el edificio con ventanas más
estrechas.
Iban pasando los meses y los 3.500 empleados contratados para los trabajos iban
cumpliendo, poco a poco, con el programa de objetivos previsto: había que ensamblar 200.000
toneladas de columnas y vigas de acero, bombear 325.000 metros cúbicos de hormigón hasta sus
respectivos encofrados, colocar 300.000 metros cuadrados de superficie acristalada
correspondientes a 43.600 ventanas e instalar casi 200 ascensores y 71 escaleras automáticas
entre las dos torres.
La primera en terminarse fue la Torre Norte (WTC 1) en diciembre del año 1972. Con 110
pisos y 417 metros de altura (526 hasta la punta de la antena) se convertiría en el edificio más
alto de la ciudad de Nueva York, y del mundo.
En cambio, para ver terminada la Torre Sur habría que esperar unos meses más hasta enero
de 1972, cuando con sus 110 plantas y 415 metros de altura se convertiría en el segundo
rascacielos más alto del mundo, al no superar a su hermana mayor.
La inauguración del complejo entero se haría al año siguiente, el día 3 de abril de 1973.
Para entonces en las dos torres se había invertido una cantidad de dinero cercana a los 900
millones de dólares, casi el doble de los 500 que se había marcado como limite la Autoridad
Portuaria.
Finalmente, a pesar de todos los problemas que habían surgido desde los inicios de los
primeros planes (recordemos que los primeros movimientos en este sentido se habían producido
a comienzos de la década de los 50, más de 20 años antes) y de las múltiples denuncias y críticas
que había sufrido el proyecto, el World Trade Center se dio por terminado.
Con el paso del tiempo ambos rascacielos alojarían en 800.000 metros cuadrados de
superficie la sede de más de 500 empresas de importante relevancia mundial. En ellas trabajarían
alrededor de 50.000 empleados y por sus ascensores subían y bajaban cada día hasta 150.000
personas al día.
Por méritos propios, el complejo se había convertido en foco de atracción mundial. Las
Torres Gemelas fueron el símbolo que necesitaba la ciudad para colocarse en el mapa
nuevamente como ciudad eternamente global. Construidas en un tiempo en el que el futuro se
veía cargado de nubarrones sobre la isla, el World Trade Center devolvió el esplendor a Nueva
York, como una prueba de que la Gran Manzana creía en sí misma y en el sistema capitalista que
las había hecho posible.
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El rascacielos y sus complejos: La revancha de Chicago
Philippe Petit
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RASCACIELOS
La Torre Willis
Chicago, avanzadilla y centro de investigación de la vanguardia arquitectónica mundial,
fue la ciudad que vio nacer el concepto de rascacielos gracias a los ligeros entramados metálicos
que ideara William Le Baron Jenney allá por el año 1883 para el Home Insurance Building. Fue
la Torre Sears, construida casi un siglo después, la que devolvió a la capital de Illinois el honor
de poseer entre sus calles el edificio más alto del planeta. Edificio que, todavía hoy, sigue siendo
el más alto de todo el mundo occidental.
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El rascacielos y sus complejos: La revancha de Chicago
La Sears, Roebuck and Company, dedicada a los supermercados, contaba con 350.000
empleados repartidos por las tiendas y oficinas de todo el país y allá por finales de los años
sesenta sus dirigentes decidieron concentrar el volumen de sus oficinas en torno a la ciudad de
Chicago. Para ello contrataron los servicios del reconocido estudio de arquitectos SOM
(Skidmore, Owings & Merrill), adalides de los nuevos edificios corporativos que estaban
surgiendo a lo largo y ancho de los Estados Unidos.
Según sus propias estimaciones, se iba a necesitar un edificio con mínimo de 280.000
metros cuadrados de espacio de oficinas que, además, debería cubrir un más que posible
incremento posterior de la demanda por parte de la compañía. Estos números, junto con los
propios que atesoraban los arquitectos fruto de sus años de experiencia con rascacielos, daban la
certeza de que el edificio a proyectar sería, si no el que más, uno de los más altos del mundo.
Al comenzar el diseño los ingenieros encargados de la estructura se dieron cuenta de que el
primer escollo que debían superar habría de ser el comportamiento de la torre frente a los fuertes
vientos que azotan Chicago, también conocida como Windy City (La ciudad del viento).
El sistema ideado rizaba el rizo visto en la estructura 'en tubo' vista para las Torres
Gemelas. Para conseguir optimizar el espacio a la vez que se maximiza la resistencia a los
esfuerzos horizontales el edificio está formado por nueve 'tubos' huecos perfectamente
independientes entre sí.
Los tubos son entramados formados por módulos metálicos prefabricados dispuestos de
manera secuencial formando un cuadrado de 23 metros de lado. Estos se disponen en una
cuadrícula de 3x3 que va subiendo desde la calle hasta la planta 50, cuando comienzan a
detenerse a distintas alturas y dejan que los demás continúen su ascensión imparable hasta los
cielos, donde ya solo llegan los dos últimos.
Esta novedosa disposición coloca los 104 ascensores en el tubo central, dejando las demás
cuadrículas de 23 x 23 m totalmente disponibles para oficinas lo que hace que en algunas plantas
la superficie disponible supere los 4.000 metros cuadrados. De esta manera el edificio pone a
disposición de la Sears casi 40 hectáreas de espacio amortizable, el mayor de los EEUU para un
solo edificio, solo por detrás del Pentágono (Virginia).
Una vez que los bocetos tomaron su forma final a las órdenes del arquitecto Bruce Graham
(conocido por aquel entonces por su diseño para el John Hancock Center, también en Chicago),
la construcción comenzaría en agosto del año 1970. Tras meses y meses de duros trabajos, el día
3 de mayo del 1973 se alcanzó el techo de la estructura con la colocación de la última viga,
firmada para la posteridad por trabajadores de la constructora, de la Sears y ciudadanos de
Chicago (más de 12.000 personas en total).
Tras el ensamblaje de 76.000 toneladas de acero, la colocación de 16.000 ventanas, 40 km
de tuberías, 2500 km de cable eléctrico, 800 grifos y 145.000 puntos de luz; en junio del año
1974 se pudo dar por inaugurado el nuevo techo del mundo. Con sus 108 plantas y sus 442
metros de altura arrebataba el título a las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York,
tan solo un año después de que estas lo consiguieran. El coste total de la obra fue de 160
millones de dólares de aquel entonces, unos 1.000 millones de los de ahora.
Las nueves secciones de la estructura provocan que el edificio adopte una forma distinta
dependiendo del ángulo desde el que se le mire. Además, gracias al recubrimiento de la fachada
con aluminio negro, en los atardeceres el sol refleja sus rayos contra la superficie y da a la torre
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RASCACIELOS
un curioso tono dorado. Se podría decir que hay una Torre Sears para cada ángulo con el que se
la mire y para cada hora en que se la observe, siempre diferente a las demás.
Para el año 1982, cuando todavía estaba a medio ocupar, se le añadieron dos antenas de
televisión de 78 metros, que incrementaban el conjunto hasta los 520 metros de altura (y hasta
los 527 con un añadido posterior que se hizo a principios del siglo XXI para mejorar la señal de
una de las filiales de la NBC).
El mismo día de la inauguración se abrió al público el observatorio de la planta 103, más
conocido como Skydeck, que permite a los visitantes observar, en días despejados, hasta 80 km a
la redonda. A el se llega a través de dos ascensores de alta velocidad que trasladan, sin paradas y
en menos de un minuto, a los visitantes desde la calle hasta los 412 metros de altura. Aquí arriba,
además, se puede sentir como azota el viento en los peores días cuando la torre oscila hasta 20
cm de un lado a otro. Pero no hay que asustarse: la estructura está preparada para soportar
vaivenes de hasta 90 cm, que nunca se han producido.
Con los años la capacidad económica de la Sears, Roebuck and Company fue mermándose
hasta que en 1994 se vio obligada a desprenderse del rascacielos, su activo más valioso. Pasó por
varias manos, incluyendo los dueños de la CN Tower de Toronto, antes de que recayera en las de
los actuales titulares, un gran holding de inversores que pagó casi 1.700 millones de dólares.
Para 2009 la Willis Group Holdings, una aseguradora de Londres, había alquilado un vasto
espacio de oficinas, por lo que decidió pujar por los derechos del nombre, que consiguió retener
hasta el año 2024. Actualmente, el nombre de Willis Tower provoca mofas y chanzas por parte
tanto de los ciudadanos de Chicago como de todos los periódicos locales, por lo que no es
descabellado pensar que para entonces se vuelva a cambiar.
También en el año 2009, los dueños le añadieron el que ahora es una de sus mayores
atracciones: The Ledge. Unos balcones hechos completamente de cristal que se han adosado al
edificio, junto al Skydeck, que permiten, literalmente, tener Chicago a tus pies.
Actualmente es sede de más de 100 empresas, en ella trabajan diariamente más de 10.000
empleados y ha provocado un desplazamiento del centro financiero de la ciudad hacia su zona de
influencia, desde el downtown original de la urbe. Sin duda el gran rascacielos a ayudado y le ha
dado un gran impulso a la capital de Illinois para convertirse en una de las metrópolis más
dinámicas y vibrantes de los Estados Unidos.
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