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Kroskrity, Paul (2004) “Language ideologies”, en Duranti, A. (ed) A companion to


linguistic anthropology, 496- 514. Oxford: Blackwell Publishing. Traducción de Brenda
Steeb para la Cátedra de Etnolingüística. Supervisión y corrección de Florencia Ciccone.

Ideologías lingüísticas

Paul V. Kroskrity

I. Introducción

Aunque la relación entre lenguaje y pensamiento ha recibido atención


académica y popular, los “pensamientos sobre el lenguaje” que poseen los hablantes
han sido, en comparación, desatendidos, desestimados, denigrados o excluidos como
objeto de estudio o de atención hasta hace relativamente poco. La ideología lingüística,
definida en pocas palabras por Errington (2001a:110), “se refiere al tipo de
concepciones y usos situados, parciales e interesados del lenguaje”. Estas ideas, ya
sea que estén explícitamente articuladas o sobreentendidas en la práctica comunicativa,
representan de forma incompleta o “parcialmente satisfactoria”, los intentos por
racionalizar el uso del lenguaje; estos razonamientos son generalmente múltiples,
dependientes del contexto y construidos necesariamente a partir de la experiencia
sociocultural del hablante.
En principio es importante destacar que aunque los estudios académicos
interdisciplinarios sobre la ideología lingüística han sido extremadamente productivos en
las últimas décadas (Woolard 1998), no hay una unificación especial en este gran
cuerpo de investigación, ni una base bibliográfica y sí una variedad de definiciones. Una
de las más claras, aunque polémica, es la de Alan Rumsey (1990: 346): “conjunto
compartido de nociones del sentido común sobre la naturaleza del lenguaje en el
mundo”. Esta definición subraya adecuadamente el carácter informal de los modelos
culturales del lenguaje pero- y aquí está la controversia- no problematiza la variación
ideológica sobre el lenguaje (por edad, género, clase, etc.) y por lo tanto promueve una
visión excesivamente homogénea de la ideología lingüística dentro de un grupo cultural.
¿Por qué es esto insatisfactorio? Ya que la variación social y lingüística es una de las
fuerzas presentes que influencia el cambio, es más útil tener un dispositivo analítico que
capture la diversidad antes que uno que enfatice una cultura estática, uniformemente
compartida. Usado en oposición a la cultura, la ideología lingüística representa una
alternativa para explorar la variación de ideas, ideales y prácticas comunicativas.
Un ejemplo gráfico de la importancia de la multiplicidad y la disputa en los
procesos lingüísticos-ideológicos, uno que ha cambiado notablemente la gramática del
inglés durante mi generación, proviene del desafío feminista contra el pronombre “él”
genérico antes generalizado (Silverstein 1985). Hace tiempo, una oración como (1)

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debajo podría haber sido considerada como innecesariamente redundante y vista como
una versión secundaria de (2):

(1) Si un estudiante desea ser considerado para el apoyo financiero, él o ella deberá
completar un formulario.
(2) Si un estudiante desea ser considerado para el apoyo financiero, (él) deberá completar un
formulario.1

Pero la objeción de las feministas americanas al “él” genérico, como en (2)


arriba, busca definirlo como algo no cierto en virtud de la exclusión referencial y, por lo
tanto, un emblema de lo injusto que ve una convención gramatical del registro estándar
aceptada previamente no como una convención gramatical arbitraria y neutral, sino
como discriminatoria, práctica de género (Silverstein 1985). Los grupos de interés
relevantes, en este caso feministas, tomaron posición contra una regla de la gramática
que los hablantes de inglés estándar han seguido por cientos de años.
Otras definiciones concientizadoras sobre la ideología lingüística/del lenguaje a
menudo han mostrado una tensión entre enfatizar la “conciencia” de los hablantes,
como una forma de acción, y en primer plano su “incrustación” en el sistema social y
cultural del que están rodeados. Sumado a esto, estas definiciones también ilustran el
rol mediador de la lingüística antropológica como un campo interdisciplinario
preocupado por la importancia tanto de la lingüística como de la antropología
sociocultural, incluyendo nociones sobre la estructura y las relaciones entre el sistema
lingüístico y social. Michael Silverstein (1979: 193), por ejemplo, define la ideología
lingüística como “un conjunto de creencias sobre la lengua articuladas por los hablantes
como una racionalización o justificación de la estructura y el uso de la lengua
percibidos”. Esta definición enfatiza el rol de la conciencia lingüística como una
condición que permite a los hablantes racionalizar y, por otra parte, influenciar la
estructura de una lengua. Mostrando un mayor énfasis sociocultural, Judith Irvine (1989:
255) define la ideología lingüística como “el sistema cultural de ideas sobre las
relaciones sociales y lingüísticas, junto con la carga de intereses políticos y morales”.
Aquí, las ideologías lingüísticas son vistas como múltiples y construidas desde
perspectivas político-económicas específicas, que, en cambio, influencian “las ideas
culturales sobre el lenguaje”. Ciertamente, las ideologías lingüísticas no son
simplemente aquellas ideas que provienen de “la cultura oficial” de la clase dominante,
sino que son un conjunto más ubicuo de creencias diversas, independientemente de lo
implícitas o explícitas que puedan ser, usadas por hablantes de todo tipo como modelos
para construir evaluaciones lingüísticas e involucrarse en actividades comunicativas.
Ellas son creencias sobre la superioridad o inferioridad de lenguas específicas, por

1 En inglés la diferencia se explicita aún más por la presencia obligatoria del sujeto
expreso: If a student wishes to be considered for financial assistance, he must complete an
application.

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ejemplo, como los sentimientos expresados durante el tan nombrado “Ebonics Debate”, 2
por muchos africanos y americanos no africanos que decían que el inglés vernáculo
afroamericano no era una lengua legítima y por lo tanto era un recurso inapropiado para
cualquier discurso educativo o las opiniones detrás de la conocida legislación “English
only” que indica que el inglés es de alguna manera una lengua “amenazada”. También
son ideologías lingüísticas las creencias sobre la adecuación lingüística del ASL
(American Sign Language) y otros lenguajes de señas para las comunidades sordas
(LeMaster and Monaghan, este volumen) o la transparencia de la comunicación gestual
(Haviland, este volumen). Asimismo, son creencias acerca de cómo las lenguas son
adquiridas, como por ejemplo la convicción samoana y kaluli de que los niños muy
pequeños no son destinatarios apropiados para la interacción verbal de los adultos
(Ochs y Schieffelin, 1984) o la idea de los hablantes de gapun (Nueva Guinea) de que
los chicos deben aprender la lengua ancestral, taiap, aun cuando no sea hablada
regularmente en sus hogares (Kulick, 1992; 248). Son creencias sobre el contacto entre
lenguas (Garrett, este volumen) y el multilingüismo que incluyen, por ejemplo, los
intentos deliberados de los hablantes de tewa de Arizona, una comunidad del grupo
indígena Pueblo, para evitar préstamos de otras lenguas, o celebraciones del
bilingüismo a través del cambio de código conversacional de los puertorriqueños de
Nueva York, y expresiones de consternación de hablantes de náhuatl del norte de
Mexico que no hablan ni mexicano ni español “correctamente” - en su forma “apropiada”
purista. En conclusión, las ideologías lingüística son creencias o sensaciones sobre el
lenguaje como es usado en su mundo social.3
Este capítulo explora brevemente esta tendencia relativamente reciente en el
trabajo lingüístico antropológico: el análisis del lenguaje y el discurso como un recurso
político económico usado por hablantes particulares, etnias y otros grupos de interés, y
estados-nación. Provee una mirada general de su desarrollo conceptual e identifica e
ilustra algunos de sus temas principales. Entiendo esta caracterización de “las
ideologías lingüísticas”, que uso por defecto como un concepto plural (por razones que
explicaré luego), para circunscribir un cuerpo de investigaciones que al mismo tiempo
problematizan la conciencia de los hablantes sobre su lengua y discurso, así como su
posicionamiento (en el sistema político económico) al moldear las creencias, proclamas

2 “Debate de los ébanos”. Se denomina “de los ébanos” a la variedad de inglés hablada por la
población afrodescendiente en EEUU, también denominada African American Vernacular
English.
3 Al definir las ideologías lingüísticas como “creencias o sensaciones” sobre el lenguaje
espero abarcar un amplio rango de posibilidades analíticas. En las discusiones sobre las
ideologías del lenguaje es quizá más habitual considerar al primero como entendimiento local,
sea tácito o explícito, sobre el lenguaje. Pero aquí uso “sensaciones” para conectar con aspectos
menos conocidos de la ideología lingüística como una respuesta estética relativamente
automática. Al hacer esto espero hacer una conexión con la noción de “estructuras de
sensaciones” de Williams (1977;128) y la promesa de que estos conceptos vayan más allá de las
dicotomías analíticas de la conciencia-práctica y discursiva (ver Giddens 1984, n.8 abajo). Estoy
en deuda con Jennifer Reynolds por sugerir la promesa de este concepto en su propia
presentación de investigación (Reynolds, 2002).

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y evaluaciones de las formas lingüísticas y las prácticas discursivas (Kroskrity 2000b). Al
hacer esto, restrinjo el alcance de este capítulo a un grupo de investigaciones puestas
en su gran mayoría en el centro de la lingüística antropológica, que pone el foco en la
investigación que ha surgido dentro de la lingüística antropológica, comenzando con la
publicación de Michael Silverstein (1979) “Estructura de la lengua e ideología
lingüística”.4

II. El desarrollo conceptual de la ideología lingüística

El artículo pionero de Silverstein, presentado por primera vez en una


Parasession en Unidades y niveles lingüísticos de la Sociedad Lingüística de Chicago,
aboga por el reconocimiento de un rol más central y mediador para la ideología
lingüística como una parte influyente, o “nivel”, del lenguaje. Sostuvo que la conciencia
lingüística de los hablantes y las racionalizaciones de su estructura y uso fueron a
menudo factores críticos al dar forma a la evolución de una estructura del lenguaje. En
una formulación posterior a esta posición, concluyó: “El hecho lingüístico total, los datos
para una ciencia del lenguaje, es irreduciblemente dialéctica en su naturaleza. Es una
interacción inestable y recíproca de formas significantes, contextualizadas en
situaciones de uso humano importante y mediadas por el hecho de la ideología cultural”
(Silverstein, 1985: 220). Al demostrar el rol de la ideología en el moldeado y la influencia
de estructuras lingüísticas como el género de los pronombres, la alternancia y el cambio
pronominal en inglés también como los niveles del habla del javanés (Errington, 1988),
claramente demostró el rol de aquellos análisis “parcialmente exitosos” de la gente al
contribuir con el cambio analógico significante (Silverstein 1979, 1985). Este cambio
altera, regulariza y racionaliza cambios lingüísticos como el rechazo del “masculino”
genérico (en la segunda mitad del siglo veinte) y el cambio por “vos (tú)”, eliminando así
“usted” del discurso non Quaker English (desde el comienzo del siglo XVIII).
Debe enfatizarse que este reconocimiento de un rol más central de la ideología
del lenguaje representa un giro dramático de las conjeturas eruditas tanto dentro de la
antropología como de la lingüística. Dentro de la antropología, Franz Boas, la figura
fundacional, estaba más preocupado por la descripción y el análisis de los lenguajes
como sistemas de categorización y por la lingüística histórica que por comprender el
discurso culturalmente contextualizado. Desde su perspectiva, la conciencia lingüística
de los hablantes nativos no produjo nada de valor analítico más que “lo engañoso y
molesto de las explicaciones secundarias” (Boas, 1911: 69). Él prefería un “método
directo” que privilegiara la experiencia del lingüista y evitara lo que podría llamarse

4 Así, más que intentar explorar las relaciones entre la investigación sobre ideologías del
lenguaje y movimientos similares, como el Análisis Crítico del Discurso (ej. Fairclough 1989,
1992; van Dijk 1998; Wodak 1989; Blommaert y Bulcaen 2000) o los Modelos Congnitivos de
Cultura (ej. Dirven, Frank y Ilie 2001) que han reunido sus intereses sobre poder, ideología y
desigualdad social, yo simplemente voy a dar cuenta de su existencia aquí. Otro tema
relacionado que puede ser mencionado pero no examinado por la necesidad un foco de
investigación cuidadosamente delimitado es la investigación en “políticas del lenguaje” (ej.
Shiffman 1996; Mayo 2001).

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“falsa conciencia lingüística” de los hablantes culturalmente crédulos que no podrían
interpretar adecuadamente los hechos lingüísticos. De este modo, aunque Boas es
ampliamente reconocido por tomar el lenguaje como una parte indispensable del
análisis total de la antropología, su preocupación por la estructura lingüística como el
lugar de la opinión cultural de los nativos, lo llevó a desestimar cualquier noción local
sobre el lenguaje como poco digna de atención.
A principios y mediados del siglo XX, también dominó el campo una
marginalización o proscripción de la ideología en la lingüística. La lingüística moderna,
desde Saussure, tendió a exhibir lo que Voloshinov (1973) describió como su enfoque
“abstracto objetivista” - “solo están interesados en la lógica interior del sistema de
signos en sí mismo, tomado… independientemente del significado que le da su
contenido a los signos”. Para él, este tipo de perspectiva ignora la concepción de que
los signos son inherentemente ideológicos. Dado que la lingüística estructuralista de
América con intelectuales como Leonard Bloomfield (1933) ignoró por mucho tiempo el
significado, esta negación de la ideología fue propagada paradigmáticamente. Aunque
Bloomfield abordó ocasionalmente aquellas “respuestas secundarias” de los hablantes
en varias publicaciones (ej. 1987 [1927], 1933: 22, 1944), en cada caso concluyó en
última instancia que la ideología lingüística de los hablantes - incluso aquella
seleccionadas como normas prescriptivas - tenía un efecto insignificante en su discurso
real.
A pesar de que el estructuralismo taxonómico de Bloomfield fue reemplazado
por el modelo generativo transformacional de Chomsky (1957, 1965) y sus muchos
sucesores en la segunda mitad del siglo XX, el patrón de menospreciar la ideología
lingüística de los hablantes se mantuvo. Aunque Chomsky apeló a las “intuiciones
lingüísticas” de los hablantes nativos para aseverar la gran “adecuación descriptiva” de
los modelos del lenguaje con “estructuras profundas”, estas intuiciones fueron en gran
medida circunscritas de manera apropiada al modelo el cual consistentemente “apartó”
(ignorado heurísticamente) el mundo social a través de figuras del discurso como
“hablante-oyente ideal”, “la comunidad de habla perfectamente homogénea” y “el estilo
único del hablante”. Este modelo limitó las “intuiciones lingüísticas” de los hablantes a
juicios puramente gramaticales como el conocimiento del hablante de que una oración
de “estructura homónima” como “Visitar antropólogos puede ser entretenido” 5 tiene dos
posibles lecturas, o que las construcciones pasivas en inglés y su contraparte en “voz
activa” son “lógicamente equivalentes” en significado 6. Claramente, esos destellos de
conocimiento estructural no eran, para Chomsky y sus seguidores, racionalizaciones,
sino revelaciones de la estructura. Los hablantes, a través de su ideología lingüística, no

5 En original: Visiting anthropologists can be amusing”. Nota del Traductor.


6 “Equivalencia lógica”, una noción de los comienzos de la teoría de la gramática
transformacional (ej. Chomsky 1965), significaba que dos oraciones tendrían el “mismo
significado” si el significado fuera reducido a “valor verdadero”. En otras palabras, dos oraciones
- como las contrapartes activas y pasivas - tienen el mismo significado si cuando S1 es
verdadero S2 también lo es. Este tipo de análisis semántico ignora el hecho importante de que
los hablantes no usan esas oraciones de manera intercambiable, en parte porque cada una pone
en primer plano diferentes argumentos. Nota del autor.

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son ni parte del lenguaje ni capaces de ser agentes del cambio. En vez de ser vistos
como parcialmente conscientes o como potenciales agentes, los hablantes - en el
modelo chomskyano - son meros portadores del lenguaje.
Dada esta marginalización y rechazo de las ideologías lingüísticas tanto en el
abordaje antropológico como lingüístico, el artículo de Silverstein (1979) representa un
cambio drástico de la teoría lingüística tradicional, uno que rescató a la conciencia
lingüística de continuar en la negación de los intelectuales. Pero una única mirada a la
conciencia nativa de las estructuras del lenguaje no basta para explicar la génesis del
abordaje lingüístico antropológico de las ideologías del lenguaje. Otro tema rechazado
que fue investigado inadecuadamente, fue las funciones no referenciales del lenguaje.
La mayoría de los modelos, incluyendo el de Chomsky y aquellos de etnociencia dentro
de la antropología, redujeron el significado lingüístico a la denotación, o “referencia”, y la
predicación7. Este tipo de significado refuerza la función del lenguaje de proveer
“palabras para cosas”. Pero los modelos semióticos de comunicación basados en las
teorías de C.S. Pierce (1931-58) reconocieron una amplia variedad de signos
“pragmáticos” enfocados en la relación entre los hablantes, los signos en sí mismos y la
conexión entre estos signos y el mundo. Una de las ventajas teóricas clave, para los
investigadores de estos modelos semiótico-funcionales es el reconocimiento de que
muchos “significados” que tienen las formas lingüísticas para los hablantes surgen de
las conexiones “indiciales” entre los signos lingüísticos y sus factores contextuales de
uso8. Esta orientación teórica, especialmente como fue formulada por Jakobson (1957,
1960) y luego traspasada al idioma funcional por Hymes (1964), creó la base para la
“etnografía del habla” - para cubrir evaluación por largo demorada del uso del lenguaje
en lo que respecta a marcos, temas, instituciones y otros aspectos relevantes de los
hablantes y sus entornos socioculturales.
La inclusión de los hablantes junto con su lengua comenzó un período en la
lingüística antropológica de mayor integración con las inquietudes de la antropología

7 En Lingüística, “denotación” es usualmente entendida como la propiedad que tienen las


expresiones lingüísticas para identificar una clase de objetos, mientras que “referencia” identifica
a un “objeto” en particular (Lyons, 1977; Duranti 1997).Nota del autor
8 Una de las distinciones conceptuales importante que proveen los modelos semióticos es
una tipología de signos que generan tres tipos de actividad sígnica: símbolos, íconos e índices.
Una forma de entender estos diferentes tipos de signos es basarse en la relación de una forma
lingüística específica con su significado. En el caso de los símbolos encontramos una relación
arbitraria entre forma y significado (ej. la pronunciación de la palabra “mesa” y su denotación de
esa clase de mueble) mientras que en el caso de los íconos se ve un principio de semejanza
formal en la forma del signo (“buzz” imita fonéticamente el sonido de las abejas). En el caso de
los índices, su significado viene de una continuidad, o asociación, entre la forma lingüística y el
contexto pragmático. Así, palabras como “aquí”, “ahora”, “yo” indican un contexto particular de
discurso. En importante darse cuenta de que estos no son tipos mutuamente exclusivos de
signos y que la suma de “relaciones indiciales” en los signos es un paso importante para
reconocer como los hablantes, en parte, interpretan el significado de formas lingüísticas y
prácticas discursivas a partir de la manera en que están indicialmente conectados a los
hablantes específicos (ej. importancia del géneros y/o grupo étnico), a los contextos (eg. formal e
informal), y a actividades (eg. rezar, protestas políticas), para nombrar solo algunos.

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sociocultural y con la teoría social. Las figuras pioneras de la etnografía del habla y la
sociolingüística interaccional crearon importantes precedentes para desarrollar el interés
en la ideología . Dell Hymes (1974; 33), por ejemplo, propuso la inclusión de las teorías
locales del discurso presentes en una comunidad de habla, y John Gumperz (ej. Blom y
Gumperz 1972: 431) a menudo tuvo en cuenta las teorías locales sobre las diferencias
dialectales y las prácticas discursivas, y cómo las formas lingüísticas derivan su
“significado social” a través del uso interaccional.
Esta iniciativa continuó durante el fin de los 70 y hacia los 80 en tanto los
profesionales de la lingüística antropológica estaban siendo influenciados cada vez más
por las mismas inquietudes que abarcaba la antropología sociocultural. Esto incluye
hacer hincapié en la práctica teórica y la agentividad de los actores sociales, además de
un intento sincrético de unir el materialismo marxista con el idealismo weberiano (Orten
1984: 147) queriendo conseguir un balance analítico en la representación de la
agentividad humana dentro de la estructura de los sistemas sociales (Giddens, 1979).
Así, el marxismo y otras perspectivas político económicas se convirtieron en la esencia
de la ahora teoría contemporánea sociocultural, también inspiraron algunos de los
primeros trabajos en la tradición lingüística antropológica sobre las ideologías del
lenguaje, para integrar estos intereses con los intereses legitimados en la conciencia del
lenguaje de los hablantes. Estos trabajos incluyen Language Shift (1979) y “Language
and Political Economy” (1989) de Susan Gal; “The Grammar of Consciousness and the
Consciousness of Grammar” (1985) de Jane H. Hill y Speaking Mexicano: Dynamics of
a Syncretic Language in Central Mexico (Hill y Hill 1986) de Jane H. Hill y Kenneth C.
Hill; “When Talk Isn’t Cheap: Language and Political Economy” (1989) de Judith Irvine y
“Language Variation and Cultural Hegemony: Toward an Integration of Sociolinguistics
and Social Theory” (1985) de Kathryn A. Woolard. Estos trabajos esbozan muchas
cuestiones clave que han crecido en lo que restó del siglo XX y entrando en el XXI,
produciendo un número de antologías devotas al trabajo ideológico sobre el lenguaje
(ej. Schieffelin, Woolard y Kroskrity 1998; Blommaert 1999a; Kroskrity 2000a; Gal y
Woolard 2001).

III. Ideologías lingüísticas: cinco niveles de organización

Para ir más lejos en la investigación del significado y la utilidad de esta noción,


que ha pasado de ser un tema marginal a ser un tema central de interés, es útil
considerar la ideología lingüística como un concepto grupal que consiste en un número
de dimensiones convergentes. Aquí, consideraré cinco de estas capas del significado
parcialmente superpuestas pero analíticamente distinguibles, en un intento de identificar
y ejemplificar la ideología lingüística -las dos como creencias sobre el lenguaje y como
conceptos designados para ayudar al estudios de esas creencias. Los cinco niveles son
(1) grupo de intereses individuales, (2) multiplicidad de ideologías, (3) conciencia de los
hablantes, (4) función mediadora de las ideologías, y (5) el rol de la ideología lingüística
en la construcción de identidad.
Uno, la ideología lingüística representa la percepción de la lengua y el discurso
que es construído por los intereses específicos de un grupo social o cultural. La noción

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de un miembro de lo que es “verdadero”, “moralmente bueno”, o “estéticamente
placentero” sobre la lengua y el discurso está basada en la experiencia social y a
menudo evidentemente unido a los intereses político-económicos. Estas nociones son
en general la base de los intentos por usar una lengua como el lugar desde el cual
promover, proteger y legitimar esos intereses. Los programas nacionalistas de
estandarización de una lengua, por ejemplo, pueden recurrir a una métrica moderna de
la eficiencia comunicativa, pero esos esfuerzos por el desarrollo de una lengua están,
en general, basados en consideraciones político-económicas ya que la imposición de un
estándar hegemónico apoyado por el Estado siempre beneficiará algunos grupos
sociales sobre otros (ver Woolard 1985, 1989; Errington 1998, 2000). Lo que esta
proposición refuta es el mito del usuario de una lengua sociopoliticamente
desinteresado o la posibilidad de un conocimiento no posicionado, incluso de la propia
lengua. Así, cuando los jueces de la Corte Superior del Condado de Pima en Tucson se
presentaron a sí mismos como “implementadores de la ley, influenciados por su propia
experiencia política y social” (Philips 1998;14), su negación de cualquier conexión entre
su ideología política y su ideología del procedimiento y control de la corte es, como
Susan Philips (1998) ha revelado detenidamente, mejor entendida como una ideología
lingüística profesional más que como una representación precisa de las intrincadas
conexiones entre sus creencias y sus verdaderas prácticas en la corte.
Aunque los intereses están mejor representados cuando son ejemplificados por
grupos abiertamente rivales -como la lucha por el tiempo de emisión en la radio de
Zambia (Spitulnik 1998), los debates de los chamanes Warao (Briggs 1998), los “duelos”
públicos de los cantantes “contrasto” toscanos (Pagliai 2000), los debates políticos en
Córcega sobre el estatus institucional o el rol cultural de la lengua córcega (Jaffe, 1999),
o -como fue tratado más arriba- las confrontaciones de las feministas con los defensores
del “másculino” genérico en la gramática tradicional (Silverstein 1985), uno también
puede extender este acercamiento basado en la experiencia social a los grupos
culturales que parecen homogéneos por el reconocimiento de que las concepciones
culturales “son parciales, discutibles y orientadas por intereses” (Woolard y Schieffelin
1994: 58). Incluso prácticas culturales y lingüísticas compartidas, como el habla kiva de
Tewa Arizona (Koskrity 1998), puede representar la construcción de una elites
particulares que obtienen la complicidad requerida (Bourdieu 1991; 113) de otros grupos
y clases sociales. Visto de esta manera, la distinción entre análisis ideológico neutral
(que enfoca en las creencias y prácticas “culturalmente compartidas”) y análisis
ideológico crítico que enfatiza el uso político del lenguaje como un instrumento de
dominación simbólica de un grupo particular, puede verse más gradual que dicotómica 9.
Pero, aunque las llamadas ideologías neutrales contribuyen con nuestro
entendimiento de los modelos de lengua y discurso de los miembros, una mirada sobre
la dimensión de interés, tomada en sentido político-económico, puede estimular un
análisis sociocultural más profundo al repensar las explicaciones culturales
supuestamente irreductibles. En los estudios de la lengua indígena de Pueblo

9 Noten que por “culturalmente compartidos”, me refiero a algo distribuido uniformemente


dentro de los grupos culturales, como en la definición de Rumsey citada arriba. Para más
diferencias entre la distinción neutral/crítica, ver Woolard. (1998: 7-9). Nota del autor

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Southwest, por ejemplo, una tradición analítica de explicar tales prácticas como
purismos indígenas al atribuir el “coservadurismo lingüístico” como una característica
distintiva de la cultura de Pueblo ha escondido la importante relación entre ese purismo
y el discurso de la lengua kiva que es controlado o regimentado por una elite ceremonial
(Kroskrity 1998).
Una mirada lingüístico-ideológica hacia los intereses de los estudiosos y
filósofos de las lenguas permite al lector reconocer esos intereses en campos que son,
al mismo tiempo, supuestamente no ideológicos y culturalmente próximos a los de los
analistas (como en el caso de los jueces mencionado arriba). Judith T. Irvine y Susan
Gal (2000) examinaron las confrontaciones lingüísticas europeas con las comunidades
de habla multilingües senegalesas y macedonias. Ellas revelaron la inclinación
ideológica de estos estudios académicos y sus efectos en estas prácticas como mapeo
lingüístico, interpretación lingüística histórica e imputación de la nacionalidad. Sus
muchos estudios de caso revelaron diferentes tipos de intereses, que van desde una
importación colonial relativamente inconciente de modelos lingüísticos europeos (y de
identidad) hasta una representación más estratégica del tema de los no europeos como
otros inferiores; una manipulación lingüística completamente motivada políticamente
usada como justificación por redibujar los límites nacionales. Claramente, esto, y otras
formas de colonialismo lingüístico (Errington 2001b), demuestra los profundos caminos
por los que la ideología lingüística puede dar forma al análisis lingüístico presuntamente
“objetivo”.
El trabajo Rosina Lippi-Green (1997), titulado English With an Accent: Language,
Ideology, and Discrimination (N.T: Inglés con acento: lengua, ideología y discriminación)
enfatiza explícitamente en el marco de su investigación la ideología lingüística sobre las
políticas y prácticas educativas contemporáneas y otros tipos institucionalizados, al
demostrar los intereses de clase que hay detrás de lo que ella llama, siguiendo a Milroy
y Milroy (1999), la ideología lingüística estándar. Ella la define como “un sesgo por una
lengua hablada abstracta, idealizada y homogénea que es impuesto y sostenido por el
bloque de instituciones dominantes y que nombra como modelo el lenguaje escrito, pero
que fundamentalmente es tomado del habla de la clase media-alta” (Lippi-Green 1997:
64). Esta ideología lingüística promueve “el proceso de subordinación de la lengua”, lo
que lleva a un programa de mistificación lingüística emprendido por las instituciones
dominantes designadas para, al mismo tiempo, valorizar la lengua estándar y otros
aspectos de la “cultura convencional” mientras devalúan las variedades no estándar y
sus formas culturales asociadas. Ella demuestra que la mayoría de las diferencias entre
los dialectos estándar y no estándar del inglés son, desde la perspectiva de la
lingüística comparativa, evidencias triviales e inválidas de la inferioridad estructural o la
deficiencia. Pero la mayoría de los hablantes del inglés no están informados de la
perspectiva comparativa; en cambio están preocupados por el prescriptivismo basado
en la estandarización que clasifica jerárquicamente tanto a los hablantes como a las
formas lingüísticas, usando el inglés estándar como medida. La llamada “doble
negación” (como en “No tiene nada de dinero”, por ejemplo10) puede verse como una

10 “He does not have no money”

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concretización de la ignorancia para aquellos de nosotros entrenados en las normas del
estándar, y aún, su supuesta deficiencia no es asociable a ningún error lógico que
esconda su “significado” sino, en cambio, proviene de la asociación con la clase social
de los hablantes que la usan. Para Lippi-Green, entonces, la superioridad proclamada
del inglés estándar descansa no en propiedades estructurales o su eficiencia
comunicativa, sino en su relación con la influencia político-económica de las clases
sociales pudientes que se benefician de la estratificación social la cual consolida y
mantiene su posición privilegiada.
Michael Silverstein (1996) en su artículo “Monoglot 'Standard' in América” (N.T: “
'Estándar' monolingüe en América”) también aportó un análisis profundo sobre la
ideología lingüistica de los movimientos de autorización y desautorización asociados al
inglés estándar. A través de los “desplazamientos referenciales” los campeones del
estándar celebran su claridad y precisión e invocan su supuesta habilidad superior para
conseguir “veracidad” referencial - lo que se convierte en una medida primordial de la
lengua. Otras lenguas fuera del estándar (como el Ebonic) son acusadas de “falta de
vocabulario” o “la falla para hacer (o escuchar) ciertos sonidos” (Collins 1999). En vez
de ser aceptadas como diferencias lingüísticas, esas inadecuaciones percibidas son
naturalizadas y jerarquizadas de forma tal que copia la jerarquía social. Finalmente, la
lengua estándar, que es presentada como universalmente disponible, es reposicionada
como producto y presentada como el único recurso que permite participación completa
en la economía capitalista y mejora la posición de la persona en el sistema político
económico.
Dos, la ideología lingüística es concebida provechosamente como múltiple dada
la pluralidad de divisiones sociales significativas (clase, género, clan, elite, generación, y
continua) dentro de los grupos socioculturales que tienen el potencial para producir
perspectivas divergentes expresadas como índices de pertenecia al grupo. Las
ideologías lingüísticas están, por lo tanto, basadas en la experiencia social que nunca
está distribuida uniformemente a través de cualquier escala política. Así, en el estudio
de la ideología lingüística del mexicano de Jane H. Hill (1998), cuando un hablante
mexicano mayor del área del Volcán Malinche en México central usa el equivalente en
mexicano de “Hoy no hay respeto11”, es probable que esta expresión nostálgica sea
dicha por hombres. Aunque ambos géneros reconocen el aumento del “respeto”
marcado en algún momento por la tradición de usar el náhuatl en los registros
honoríficos y otras formas de cortesía, los hombres “exitosos” son más proclives a
expresar esta carencia lingüística de deferencia ganada. Las mujeres mexicanas, por
otro lado, son más proclives a expresar ambivalencia; al haber visto su gran mejora en
la vida durante el mismo período de baja en el “respeto” verbal, algunas mujeres están
menos entusiasmadas por apoyar un regreso simbólico a prácticas de tiempos
anteriores (Hill 1998: 78-9).
Al ver la ideología lingüística como “normalmente” múltiple (o no marcadas)
dentro de una población mayor, se focaliza la atención en el potencial conflicto y
contención en el espacio social, y en las elaboradas formulaciones que la contestación

11 “Today there is no respect”

10/21
pueda incentivar (Gal 1992, 1993). Este énfasis también puede mantenerse en el
análisis de las ideologías “dominantes” (Kroskrity 1998) o en aquellas que se hayan
vuelto “naturalizadas” exitosamente por la mayoría del grupo (Bourdieu 1977: 164).
Como en los modelos gramscianos de hegemonía cultural apoyada por el Estado,
siempre hay luchas y ajustes entre los estados y sus adversarios, de manera que
incluso aquellas ideologías “dominantes” se encuentran respondiendo dinámicamente a
cualquier forma de oposición siempre cambiante. Viendo la multiplicidad, y sus
contestaciones y debates, como la línea de base sociológica, estamos desafiados a
entender los procesos históricos usados por grupos específicos para que sus ideologías
se vuelvan cuestiones sobreentendidas y fuerzas hegemónicas de la vida cultural en
una sociedad más amplia (Blommaert 1999b). Como fue demostrado por Swigert (2000)
en un estudio instructivo del senegalés contemporáneo, la multiplicidad disponible en
los acercamientos lingüísticos-ideológicos confiere una ventaja analítica a esa
perspectiva por encima de otra, como la de Bourdieu (1991), que tiene una
preocupación particular por nociones como “lengua legítima” y “capital simbólico”, y
menos acostumbrada a entender el desarrollo de una alternativa (al francés) en forma
de una autorización de una lingua franca indígena urbana -Urban Wolof12”.
Otra aplicación muy reveladora de la multiplicidad es la investigación de la
diversidad interna como una fuerza conductora del cambio lingüístico, como en la
investigación de Joseph Errington (1998, 2000) sobre la complementariedad, si no
contradicción, de las ideologías lingüísticas que van por debajo del desarrollo del
estándar en Indonesia. Errington examina “los esfuerzos conflictivos del Nuevo Orden
para domesticar la modernidad exógena y modernizar las tradiciones domésticas”.
Aunque a menudo es vista como una historia exitosa en términos de “el problema de la
lengua nacional”, el indonesio estandarizado no se ajusta fácilmente a una serie de
afirmaciones de académicos y políticos que comparten una ideología instrumentalista
del desarrollo de la lengua para el nacionalismo. Gellner (1983), por ejemplo, ve el
desarrollo de una lengua nacional estándar como la clave elemental para generar la
transformación al nacionalismo. De acuerdo con Gellner, las políticas de estado
emergen generalmente de una sociedad basada en la religión, anclada en comunidades
locales controladas por élites literarias que derivan su autoridad del conocimiento de un
texto sagrado. Acá Gallner retrata el indonesio estándar como una “lengua
culturalmente neutral, éticamente inflexible” que está, al mismo tiempo, universalmente
disponible para sus ciudadanos y es una materia a desarrollar por el Estado.
Pero Errington provee muchos ejemplos centrales que sugieren que los ideales
“instrumentales” para crear una herramienta lingüísticamente homogénea para el
desarrollo económico no son claramente realizables en una lengua nacional
culturalmente neutra. A pesar de los intentos del Nuevo Orden para borrar la relación
entre alta cultura nacional y lengua nacional mediante la erosión de su origen étnico y

12 Se puede extender metafóricamente la “lengua legítima” de Bourdieu (1991) como


Gross (1993: 200) hizo al apelar a la “popularidad legítima” que deriva del “ejercicio evidente del
poder” y obtiene algo de la flexibilidad analítica asociada con la multiplicidad. Lo que por
supuesto se perdería sería la perspectiva local en qué actos son reconocidos localmente poco
dispositivos de poder.

11/21
de clase, la lengua en sí misma provee un ejemplo clave de una aparente contradicción.
Errington examina el cambio léxico reciente y encuentra un uso productivo tanto de
términos arcaicos o arcaísmos provenientes del javanés antiguo y el sánscrito como la
incorporación de casi mil términos del inglés. Este desarrollo dual del léxico difícilmente
podría defenderse como “comunicativamente eficiente” o que contribuye a alguna
lengua neutral ampliamente disponible para todos como una emblema de identidad
nacional. En cambio, representa continuidad con un pasado lingüístico supuestamente
abandonado en el cual las elites ejemplares gobernaban a través una de lengua sobre
la cual tenían un control especializado. Y, dado que el conocimiento de las lenguas
locales prestigiosas y carismáticas (javanés y sánscrito) y la lengua de prestigio
internacional, inglés, están socialmente distribuidas, el proyecto de estandarización se
une con otros proyectos nacionalistas para crear y legitimar una desigualdad sustentada
por el Estado (Alonso 1994; Philip, este volumen).
Otra tendencia en este enfoque sobre la multiplicidad es enfocarse en la
contestación, los choques o disrupciones en las que las perspectivas ideológicas
divergentes sobre la lengua y el discurso son yuxtapuestas, dando como resultado una
amplia variedad de resultados. En un ejemplo de la investigación de Alexandra Jaffe en
políticas lingüísticas en Córcega (1999a, b) ella examina el debate ideológico
relacionado con la traducción de la literatura francesa al corso- una lengua que se
somete al cambio lingüístico y tiene muchas funciones para la lengua oficial escrita – en
Francia. La pelea que surge es entre los instrumentalistas que ven esa traducción como
actos de promoción o mejora para el valor simbólico del corso, y los romanticistas que
adoptan una perspectiva del lenguaje más clásica e identitaria. Para ellos, estas
traducciones son una perversión de la lengua y las relaciones de identidad porque el
acto de la traducción supone una identidad común o colonizada, más que una expresión
de identidad exclusivamente corsa.
En otro caso que incluye la sustitución lingüística, (Kroskrity 1999) he examinado
el cambio diacrónico en la ideología lingüística de la lengua mono del oeste como parte
del poder e influencia hegemónica del Estado-nación. En un pequeño grupo indígena
en el centro de California, la ideología lingüística precolonial del mono del oeste incluyó
un fuerte énfasis en el utilitarismo lingüístico más que en el buen desarrollo y la
asociación particular de una determinada lengua con una identidad tribal. Pero ahora,
en el período postcolonial, los monos del oeste has sido persuadidos por parte de
algunos desarrollos como las iniciativas educacionales esponsorizadas por el estado
que hacen hincapié en las culturas y las lenguas indígenas, prácticas de reconocimiento
federal, el pasaje de las Native American Languages Acts de 1990 y 1992, y por su
propia experiencia con el nacionalismo lingüístico de Estados Unidos, de que esa
lengua está, de hecho, inexorablemente vinculada a la identidad de grupo. En el artículo
de James Collins (1998) “Our ideologies and theirs” (NT: “Nuestras ideologías y las
suyas”), el autor examina las diferencias críticas entre la ideología lingüística de los
tolowa (una comunidad nativa americana en el noreste de California), la de los expertos
en lingüística y la de los funcionarios del estado involucrados en procesos de naturaleza
legal y regulatoria. Las preguntas esenciales relacionadas con la verdadera naturaleza
del rescate de una lengua de la obsolescencia revelan una multiplicidad de ideologías

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lingüísticas. Mientras que la mayoría de los tolowa consideran que la lengua es un
depósito de conocimiento cultural, en gran medida de naturaleza léxica, los lingüistas
enfatizan los patrones fonológicos y gramaticales como el núcleo identitario de la
lengua. Finalmente, hay algunos burócratas que simplemente quieren una base
definitiva por la cual autorizar lo lingüísticamente culto.
En todos estos trabajos, las peleas y las disrupciones revelan diferencias críticas
en las perspectivas ideológicas que pueden mostrar sus propiedades distintivas así
como su fuerza y alcance (Kroskrity 1998).
Tres, los miembros pueden mostrar grados variables de conciencia sobre la
ideología lingüística local. Mientras la definición de Silverstein (1979) citada
anteriormente sugiere que la ideología lingüística a veces puede ser explícitamente
articulada por miembros, los investigadores también reconocen ideologías de prácticas
que pueden interpretarse del uso real. Teóricos sociológicos, como Giddens (1984: 7),
que están preocupados por la agentividad humana y la unión entre lo micro y lo macro,
reconocen varios grados de conciencia de los miembros sobre sus propias actividades
reguladas, clasificándolos desde conciencia práctica a discursiva 13. He sugerido
(Kroskrity 1998) una relación correlativa entre altos niveles de conciencia discursiva y
las disputas prominentes y activas sobre ideologías y, por el contrario, la correlación
entre conciencia práctica con ideologías relativamente indiscutidas, altamente
naturalizadas y definitivamente dominantes.
Los tipos de lugares en los que las ideologías lingüísticas se producen y
comentan constituyen otra fuente de variación de la conciencia. Silversteins (1998a:
1366) desarrolló la noción de sitios ideológicos como “lugares institucionales de práctica
social tanto de la materia como de la modalidad de la expresión ideológica”. Un tipo de
lugar especialmente autorizado es el de las ceremonias religiosas como las presentadas
en Pueblo kivas (Kroskrity 1998) u otras representaciones de discursos religiosos
contextualizadas de manera similar (Keane, este volumen). Los sitios o espacios
también pueden ser seculares, institucionalizados, rituales interactivos que son lugares
culturalmente familiares para la expresión y/o explicación de ideologías ancladas
indicialmente en identidades y relaciones. Susan Philips (2000) clarifica la relación entre
los distintos tipos de sitios y conciencia ideológica. Ella desarrolló la noción de multi
situacionalidad14 para reconocer cómo las ideologías lingüísticas pueden estar
indicialmente unidas, de formas complejas y superpuestas, a más de un sitio - sea un
sitio de producción ideológica o un sitio de comentarios metapragmáticos. Esta
distinción se vuelve especialmente importante en el caso de las “malas palabras” lea

13 Sigo a Giddens (1984) al distinguir conciencia “discursiva” y “práctica”. El formante es


una forma de monitoreo reflexivo que permitiría debates explícitos sobre la ideología del lenguaje
de los hablantes, mientras esto último representa aquellas ideologías que están representadas
en la conducta relativamente automática y real. Las ideologías del lenguaje del último tipo
pueden estar tan tomadas por sentado que representan conocimiento de fondo “no dicho”.
También es importante aquí la discusión sobre el tipo de agentividad, dadas estas importantes
distinciones así como las que hay entre evaluación, influencia y control (ver Duranti, este
volumen).
14 “multi- sitedness”

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kovi en toga (Philips 2000). Dado que las “malas palabras” son un tema profano, hay
algunas oportunidades para su elaboración ideológica explícita en los contextos de uso
prototípicamente familiares en los cuales los miembros muestran “respeto mutuo” al
adherirse estrictamente a la variedad de proscripciones en su discurso (incluyendo
aquella en contra de las “malas palabras”). Aunque lea kovi no es explícitamente
debatido en este “sitio de uso” doméstico, su elaboración sucede en las cortes, donde
esas nociones deben estar claramente discutidas como parte del proceso legal. El
marco legal, así, se convierte en un sitio de “comentarios metapragmáticos” sobre lea
kovi, en el cual los magistrados tonga racionalizan explícitamente por qué una
proscripción cultural en la interacción intrafamiliar debe ser generalizada a la sociedad
tonga. De este modo, una ideología lingüística que normalmente sería tácita,
corporizada en las interacciones que conforman la norma cultural pero raramente traída
hacia el nivel de conciencia discursiva, es completamente explicada en el contexto
social en el cual, por ley, debe ser elaborada verbalmente.
Para definir mejor el concepto de sitios ideológicos, Philips nos permite ver la
conciencia ideológica relacionada al número y la naturaleza de los sitios en los cuales
los miembros hacen uso y explican su ideología lingüística. Los sitios de producción
ideológica no son necesariamente lugares de comentarios metapragmáticos y sólo
estos últimos requieren y demuestran la conciencia discursiva de los hablantes. En los
casos en los que el gobierno monopoliza los recursos estatales, los sitios de producción
y explicación ideológica son uno y el mismo. Bajo la influencia de Ujamma, la ideología
socialista del estado de Tanzania, la explícita ideología lingüística estatal promovió el
swahili y motivó a los escritores bilingües a desarrollar nuevos géneros literarios del
swahili (Blommaert 1999c) destinados a incrementar las formas indígenas y rechazar la
literatura extranjera. Al tener un monopolio de la publicación, el Estado puede usar
medios masivos controlados para explicar las ideologías lingüpisticas respaldadas por el
el mismo y luego publicar sólo aquellos trabajos que ejemplifiquen esas ideologías.
La conciencia lingüística es también un producto del tipo de fenómeno lingüístico
o discursivo que los hablantes, tanto en general como de forma culturalmente más
específica, pueden identificar y distinguir (Silverstein 1981). Los sustantivos, nuestros
“nombres de cosas”, muestran una referencialidad inevitable que los hace más
accesibles a la conciencia de los hablantes y la posible teorización que puedan hacer de
ellos, con respecto a, por ejemplo, una regla para marcar “mismo sujeto” como parte de
la morfología verbal. Mientras que las primeras investigaciones de Silverstein (1979,
1981) sobre la conciencia establecieron claramente la necesidad de ver la conciencia
del hablante sobre el sistema lingüístico como parte del lenguaje -una que ha
influenciado a repetición los cambios analógicos y otros lingüísticos- y demostraron las
tendencias generales en relación a la conciencia diferencial sobre los varios tipos de
estructuras lingüísticas (ej. léxica, morfológica, sintáctica), todavía son necesarios más
trabajos en este área para probar y perfeccionar lo que se conoce sobre el potencial de
ciertas estructuras de la lengua para convertirse en objeto de conciencia que pueden
ser tema de tratamiento ideológico de los hablantes.
En mis propios análisis (Kroskrity 1993, 1998) del contacto histórico del tewa
sureño, conocido ahora como tewa de Arizona, puede establecerse un patrón

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consistente de indigenismos puristas tanto en relación con una ideología lingüística local
del grupo, como también en relación a hechos marcados del contacto de lenguas. He
seguido la eficacia de este proyecto purista para la influencia generalizadora del te’ e
hiili “habla kiva” - el prestigioso código asociado a la elite teocrática. Pero este programa
purista es selectivamente impuesto en los fenómenos lingüísticos en el nivel de las
palabras, mientras que la difusión gramatical del apache y del hopi parece haber
evadido el escrutinio de la gente tewa (Kroskrity 1998). De manera similar, los hablantes
de tewa han evitado escrupulosamente tomar prestado el evidencial hopi yaw “así
dicen” en sus narraciones tradicionales, pero ahora usan un evidencial tewa similar (ba),
precisamente de la misma manera que los hopi usan yaw en sus narraciones15. Así es
como una ideología del purismo indígena tewa es evidentemente exitosa en detener los
préstamos del vocabulario hopi pero no en evitar patrones gramaticales y discursivos de
convergencia más generales, y aparentemente menos visibles. Pero esto no significa
que los patrones de discurso evadan necesariamente la racionalización popular. En el
análisis concreto que hace Marcyliena Morgan (1993, 1996) sobre la “indirección” en los
afroamericanos como una forma de “contralenguaje” en el cual las semillas de las
preferencias por formas de habla africanas fueron exageradas durante el período de
esclavitud para crear un código interno, la autora muestra cómo las formas y estilos
discursivos pueden ideologizarse.
Claramente, aún tenemos mucho que aprender sobre la conciencia del hablante
y la variación cultural e histórica en la relevancia popular de aspectos lingüísticos y
estructuras discursivas. Aún así, la importancia de prestar atención a la conciencia como
una dimensión de la ideología es, al mismo tiempo, la contracara de una larga tradición
intelectual de deslegitimar el punto de vista sobre la lengua de la gente común -una
tradición extendida hacia atrás por lo menos hasta Locke y Herder (Bauman y Briggs
2000) y manifestada relevantemente en el período moderno por el rechazo de Boas
hacia el entendimiento del lenguaje de la gente por considerarlo superfluo y “desviado”
(Boas 1991: 67-71)- y el reconocimiento de que cuando los hablantes racionalizan su
lengua dan el primer paso para cambiarla (Silverstein 1979).
Cuatro, la ideología lingüística de los miembros median entre las estructuras
sociales y las formas de hablar. La ideología lingüística de los usuarios abarca su
experiencia sociocultural y sus recursos lingüísticos y discursivos al constituir esas
formas lingüísticas y discursivas indicialmente unidas a características de su propia
experiencia sociocultural. Estos usuarios, al construir ideologías lingüísticas, muestran
la influencia de su conciencia en la selección de características de los sistemas
lingüístico y social que distinguen y en el vínculo entre sistemas que ellos construyen.
El rol mediador de la ideología lingüísticas es explorado y analizado en
profundidad en la investigación de Irvine y Gal (2000). Usando una orientación inspirada
en lo semiótico, desarrollaron tres herramientas analíticas útiles para revelar patrones
productivos de la variabilidad lingüística del entendimiento ideológico y de la lengua más

15 Para más de este caso de convergencia discursiva, incluyendo la información


comparativa que sugiere que los ancestros del tewa sureño del Arizona tewa usaban partículas
evidenciales en sus narraciones de forma diferente a como los hacen sus descendientes ahora,
ver Kroskrity 1997.

15/21
allá de la población, el lugar y el tiempo. Irvine y Gal califican estos procesos de la
lengua e ideológicos como universales y “profundamente involucrados en el moldeado
de las diferenciación lingüística y en la creación de la descripción lingüística”.
Las tres características productivas, basadas en la semiótica, que destacan en
gran medida el razonamiento lingüístico-ideológico son iconización, recursividad fractal
y borrado. Irvine y Gal demuestran estos procesos en tres secciones dedicadas al
examen detallado de situaciones históricas específicas en África y Europa. La
iconización, por ejemplo, emerge como una propiedad altamente productiva de la
ideología lingüística de la gente tanto como aquellas traídas por los lingüistas europeos
que trataban de interpretar la lengua exótica de África y la frontera balcánica. Aquí, la
iconización es una característica de la representación de las lenguas y los aspectos de
ellas como guías marcadas de la naturaleza de los grupos. Se convierte en una
herramienta útil para entender cómo los lingüistas del este europeo malinterpretaron los
chasquidos khoisan de Sudáfrica como sonidos degradados de animales más que como
unidades fonológicas y vieron la diversidad lingüística y étnica de los Balcanes como un
caos patológico sociolingüístico que sólo podría oponerse al transparente alineamiento
de Europa occidental de las naciones étnicas, la lengua nacional estándar y el estado.
Irvine y Gal ven la iconización como una característica típica de los modelos lingüísticos
de la gente en su explicación de cómo los chasquidos de la lengua vecina Khoisan se
meten en la lengua nguni a través de las expresiones de amabilidad y formalidad -lo que
los lingüistas generalmente denominan registros de “respeto” y “anulación”.
Considerados los chasquidos desde un comienzo como sonidos producidos por otros
extranjeros y subordinados, los hablantes de la lengua nguni pueden incorporar
“recursivamente” esos vínculos icónicos para usarlos como un marcador lingüístico de
un registro del habla nguni, o nivel discursivo, designado a mostrar respeto y deferencia
bajo diversas situaciones culturalmente prescritas.
El borramiento de las diferencias es una falta de atención selectiva de formas de
variación frecuentemente desordenadas que no caben en los modelos de los hablantes
y/o de los lingüistas. En su estudio del tratamiento lingüístico de la lengua senegalesa
durante el siglo XIX en Europa, Irvine y Gal registran el borramiento del multilingüismo y
la variación lingüística requerida para producir mapas lingüísticos similares a los de
Europa. El borramiento nos permite medir la diferencia entre modelos analíticos de
comprensión, que intentan entender un amplio espectro de diferenciaciones y
variaciones lingüísticas, y un modelo más dominante, o incluso hegemónico, en el cual
las distinciones analíticas son pasadas por alto a favor de ocuparse de perspectivas
más selectivas y reconocidas localmente. El borramiento, como la iconización y la
recursividad, es un concepto sensible, inspirado por modelos semióticos de
comunicación, para rastrear y finalmente localizar los procesos de diferenciación
lingüística y discursiva basados en perspectivas que inevitablemente representan los
resultados de la influencia ideológica de cada posición de los actores sociales. Los tres
procesos proveen maneras útiles de describir y comparar las características productivas
de la ideología lingüística usada por ambas naciones, los grupos sociales dentro de
cada una e incluso los individuos dentro de esos grupos.

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Teniendo en cuenta esos procesos ideológicos, la investigación de Joel Kuipers
de un tipo de cambio lingüístico que involucra el registro del discurso ritual del weyewa
de la isla Sumba en Indonesia, provee un estudio detallado de los roles mediadores de
la ideología lingüística (para ambos: tanto de los weyena como del estado indonesio),
relacionando las formas discursivas con las posiciones interesadas de estos grupos y su
participación en los patrones socio-económicos. El autor detalla cómo los varios
géneros del discurso ritual que una vez incluían el carácter “enojado” del discurso de los
líderes carismáticos fueron sistemáticamente eliminados a través del uso de la fuerza
(por los colonizadores holandeses y el estado de Indonesia) y a través de las
instituciones hegemónicas. El estado de Indonesia ha suprimido muchos eventos
rituales que estaban unidos a representaciones indígenas de autoridad y prestigio y es
muy selectivo en la incorporación de formas de arte verbal weyewa que se enseñan en
sus escuelas de base sumba. Como nota Kuipers (1998: 152), “Solo enseñando
'lamentos', las escuelas indonesias vuelven las formas más autoritarias y
potencialmente desafiantes del discurso ritual, invisibles. Cada vez más, los lamentos
están destacándose del habla ritual como un todo”. Este “borramiento” de formas de
discurso ritual específicas (y su conexión con una autoridad indígena) demuestra tanto
la forma en que la ideología lingüística guía el entendimiento local de las formas
discursivas, como la desincrustación de los procesos lingüísticos e ideológicos en la
incorporación político-económica del sumba por el estado indonesio. De este modo, las
ideas sobre la lengua emergen de la experiencia social e influyen profundamente la
percepción de formas lingüísticas y discursivas y estas formas, a su vez, ahora
saturadas por ideologías culturales, proveen una reproducción microcultural del mundo
político-económico del usuario de la lengua.
Cinco, la ideología lingüística se usa productivamente en la creación y
representación de varias identidades sociales y culturales (ej. nacionalidad, etnia). La
lengua, especialmente la lengua compartida, ha servido por mucho tiempo como la
clave para naturalizar los lazos de grupos sociales (ver Buchiltz y Hall, este volumen).
La gran cantidad de estudios académicos sobre nacionalismo y etnicidad generalmente
incluye la lengua como un atributo crítico. Aunque ha cambiado mucho desde que
Herder y otros filósofo del lenguaje europeos valorizaron y naturalizaron la unidad
primordial de lengua, estado y nación, aún hay características de las ideologías
europeas occidentales contemporáneas, como “homogeneidad” (Blommaert y
Verschueren 1998), con más que un parecido familiar a sus antecesores conceptuales
del siglo XVIII. Los estudios contemporáneos sobre el nacionalismo usan tropos de
“invención”, “imaginación” o “narración” (Hobsbawn y Ranger 1983; Anderson 1991;
Bhabha 1990) para entender esa compleja formación conocida como Estado-nación.
Ellos recurren al rol de las formas de la lengua y del discurso en los procesos de
formación de la nación (Foster 1995) como la invención de tradiciones nacionales, la
producción de reportes informativos y ficción popular, y la creación de narrativas
producidas por el estado que ubican a los ciudadanos en la corriente del tiempo
nacional (Anderson 1991; Kelly 1995). Aunque muy diferentes a las preferencias de
Herder para la poesía desde el Volk como una fuerza que nuclea a la nación, estos
tropos contemporáneos y sus teorías asociadas, todos presuponen la existencia y

17/21
eficacia de las formas de lengua compartidas como una base para armar géneros
discursivos los cuales, a su vez, hacen la nación.
La investigación de la lengua y la ideología argumenta o complementa este foco
en formas lingüísticas compartidas al recordarnos que cuando se usa la lengua en la
creación de identidades nacionales o étnicas, la unidad alcanzada está basada en
patrones de estratificación lingüística que subordinan esos grupos que no ordena el
estándar. Así, Lippi-Green (1997) y Joseph Errington (2000) nos recuerdan
respectivamente que el inglés estándar y el indonesio estándar, como otros estándares
hegemónicos, pueden simbolizar a una nación pero representan
desproporcionadamente los intereses de grupos específicos dentro de esas naciones.
En la creación y mantenimiento de la etnia tewa de Arizona, (Kroskrity 1998) he
enfatizado la importancia del te’e hiili, el “discurso kiva”, como fuente de unidad del
grupo, a través del “borramiento” de las diferencias de clan y clase, y como legitimación
de las reglas teocráticas de la élite eclesiástica.
Al usar un enfoque lingüístico-ideológico tanto para el purismo indígena y como
para la compartimentación de las lenguas que es identificable en la influencia del
discurso kiva como un modelo, la gente tewa de Arizona ha controlado y minimizado los
préstamos de otras lenguas -al menos en el nivel léxico, que parece disfrutar de máximo
monitoreo ideológico. Esta estrategia discursiva, en la adaptación multilingüe de los
Tewa de Arizona, mantiene un repertorio lingüístico de máxima distinción de lenguas al
desalentar la mezcla y la iconización de cada lengua con una correspondiente identidad
(como tewa, hopi, “americano”) en una variedad de grupos. Este “discurso de la
diferencia” se naturaliza de una manera culturalmente específica por un hombre mayor
tewa de Arizona cuando él relaciona el mantenimiento de la diversidad lingüística con la
necesidad de mantener diferentes colores de maíz (requerido con propósitos
ceremoniales) al plantar en campos separados cada color: “Si los mezclas dejan de ser
tan buenos y útiles. El maíz se parece mucho a nuestra lengua -trabajamos para
mantenerlos separados” (Kroskrity 2000c: 338-9).
Pero, mientras que la ideología lingüística de los tewa de Arizona ha impedido la
“mezcla” de ambas lenguas y sus correspondientes identidades asociadas, muchos
grupos étnicos se aprovechan o celebran su hibridez a través de la mezcla. En el
estudio de Tsitsipis sobre la joven generación bilingüe de la comunidad de lengua
arvanítika en Grecia, describe cómo los hablantes de arvanítika de baja competencia
que usan el griego como lengua dominante, sin embargo, intentan mostrar suficiente
versatilidad étnica de habla para usar la “voz que traspasa el límite”, reclamando los
recursos y derechos asociados con la pertenencia doble a su comunidad étnica y a la
sociedad griega. En otras comunidades, la fluidez en dos lenguas permite formas
discursivas que representan festejos de hibridez. Por ejemplo, en la comunidad
puertorriqueña del El Barrio en Harlem al este de Nueva York (Zentella 1997), hablar
ambas lenguas con un cambio de código intraoracional es una expresión valorada de su
estatus de “nuyoricans” bilingües. “Ella tiene (sic) un hermano en el hospital, en el
Bellevue (“en Bellevue”), y él estaba loco16” en uno de los muchos ejemplos provistos

16 “She have (sic) a brother in the hospital, en el Bellevue, and he was crazy.

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por Zentella (1997: 96). Este uso del español en una expresión parentética -una que
contiene información de fondo opuesta a información más central o “de primer plano”-
es representativa de muchos ejemplos de cambio de código entre dos lenguas en las
cuales el cambio no es requerido dado el conocimiento limitado de la otra lengua, sino
parte de un patrón en el que es cambio de lengua se explica como una estrategia de
énfasis (ver Woolard, este volumen, sección 3.3). Para los chicos que crecieron durante
el estudio longitudinal de Zentella, “el intercalado frecuente de oraciones y palabras de
ambas lenguas era el símbolo principal de pertenencia en el bloque y reflejaba la doble
identificación cultural de los chicos” (1997: 79). Pero esta visión positiva de su
adaptación lingüística se balancea por la cambiante autoevaluación negativa de sus
habilidades lingüísticas. En tanto los chicos están más expuestos a la mirada peyorativa
de su habilidad con la lengua que es promovida por el bloque educativo y otras
instituciones dominantes que respaldan firmemente el estándar, ellos también aprenden
a ver las deficiencias de su habilidad con la lengua y no ven la proeza lingüística del
cambio de código más que como una especie de bastón para compensar su manejo
imperfecto de cada lengua. Al hacer esto, muestran la conformidad lingüística-ideológica
de los grupos subordinados al aceptar, aunque parcialmente, las imágenes negativas de
ellos mismos presentadas por la sociedad dominante y sus innumerables instituciones
colaboradoras.
También importante para apreciar el rol de la ideología lingüística en la
producción de la estratificación étnica son los intentos explícitos de dirigir el cambio
cultural y alterar la identidad de las personas a través de asimilación impuesta o
conversión. El estudio de Bambi Schieffelin de la introducción misionera de
alfabetización kaluli examina la disrupción entre la ideología lingüística indígena de un
grupo cultural en Papua Nueva Guinea y las ideologías “modernizantes” y
cristianizadoras en las que se basa un programa de alfabetización misionero. En una
comunidad pequeña en el área Mt. Bosavi al sudoeste de Papua Nueva Guinea, el kaluli
no sufrió influencia externa importante hasta la década de 1960, cuando los misioneros
expusieron el área a la cristianización y a la modernización (ver Kulick y Schieffelin, este
volumen).
Entre los productos de la alfabetización y las prácticas que Schieffelin examinó,
los manuales básicos de kaluli son escritos por misioneros, con la ayuda de hablantes
kaluli para impulsar sus propios objetivos de occidentalización. En el cuidadoso análisis
Schieffelin demuestra efectivamente cómo estos manuales “(re)presentaron y
(re)constituyeron la identidad social”. Desde el principio, la publicidad de la
“alfabetización misionera” dentro de la tradición oral de los kaluli introdujo no solo un
nuevo metalenguaje de alfabetización para “libros”, “lectura” y demás, sino también una
fragmentación de la lengua y una descentralización de la identidad. De maneras
desconocidas para la ideología lingüística kaluli preexistente pero aparentemente
naturalizada tanto por la ortografía kaluli y las recientes prácticas de alfabetización
introducidas, la lengua vernácula fue desmantelada de sus prácticas culturales y cortó
lazos con los discursos kaluli en la iglesia y en el planeamiento escolar. Los manuales
producidos en la década de 1970 comenzaron a yuxtaponer la cultura local kaluli con
las innovaciones de la modernidad cristiana. Al referirse los kaluli mismo como ka: na:

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ka (un término derogatorio para los nativos Tok Pisin de las Islas Pacífico) y representar
sistemáticamente las prácticas kaluli como subdesarrolladas e inferiores, estos textos
influenciaron a los Kaluli a verse a sí mismo desde la perspectiva peyorativa de los de
afuera.
Como una práctica alfabetizadora innovadora (ver Baquedano-López, este
volumen), la producción de una repetición de pasajes unísonos y coordinados de libros
acreditados, desafió las preferencias ideológicas tradicionales de poner “la verdad” en
un discurso colectivo, multipartidario y polifónico. En este choque de ideologías
relacionadas al discurso acreditado, los misioneros tuvieron doble ventaja: controlaban
la nueva tecnología de la alfabetización nativa y disfrutaban del apoyo hegemónico del
Estado-nación. Su habilidad para efectuar un cambio cultural radical a través de la
introducción de alfabetización en los kaluli, vincula, de este modo, modernidad,
cristianismo y los recursos económicos del Estado-nación para cambiar las identidades
kaluli en unas cristiana y modernas. Desde que un grupo de creencias sobre el
lenguaje, por lo general no revisadas, están comúnmente en el centro de su sentido de
identidad de grupo, las preocupaciones lingüístico-ideológicas siempre serán de interés
no sólo para los intelectuales de estos procesos sino también a los Estados-nación, los
grupos étnicos y otros que de diversas maneras podrían definirse a sí mismos a través
de la lengua y/o resistir las definiciones de identidad impuestas por otros.

IV. Conclusión

El tema de la identidad recién abordado lleva hacia una transición útil a una
reconsideración retrospectiva de la breve historia de la investigación lingüístico-
ideológica destacada anteriormente. Allí seguí la huella de su génesis a la reapertura de
aquellos temas anteriormente cerrados como las funciones del lenguaje y el rol de la
conciencia de los hablantes en el sistema lingüístico y discursivo. Pero una explicación
alternativa del origen y desarrollo de la investigación lingüístico-ideológica podría
enfocarse menos en la sofisticación creciente de los modelos de investigación y más en
la naturaleza radicalmente cambiante de sus objetos de estudio, “la transformación de
comunidades lingüísticas locales” (Silverstein 1998b). Como observó Appadurai
(1991:191): “El panorama de la identidad de grupo -los panoramas étnicos- alrededor
del mundo ya no son objetos antropológicos conocidos, en tanto que, como grupos ya
no están firmemente territorializados, espacialmente unidos, históricamente
inconscientes o culturalmente homogéneos. Tenemos menos culturas en el mundo y
más “debates culturales internos”. Así, sería incorrecto sugerir que los procesos como el
nacionalismo y la formación del Estado, la emergencia de economías globales y
comunicaciones internacionales, la migración transnacional y los movimientos de
población se dan sin precedentes, es completamente cierto que las comunidades
lingüísticas en el período contemporáneo han vivenciado estas fuerzas en una escala
sin precedente. A fin de presentar con mayor adecuación el arte de la representación
científica y cultural, los antropólogos han cambiado su enfoque principal desde la
uniformidad de los “centros” estables y culturales, a los que Rosaldo (1988:85) llama las
“zonas límite” emergentes dentro y entre los grupos sociales. Rechazando la práctica de

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describir a las culturas autónomas y culturales en un mundo postcolonial, escribe:
“Todos nosotros habitamos un mundo…independiente, que está marcado por pedir y
prestar a lo largo de las porosas barreras culturales y saturado de desigualdad, poder y
dominación” (Rosaldo 1988: 87).
Así como los modelos de representación cultural han sido rediseñados por la
confrontación con la creciente complejidad del mundo sociocultural, la lingüística
antropológica ha cambiado hacia perspectivas lingüístico-ideológicas como medios muy
importantes para comprender esta complejidad y el modo en que los hablantes, los
grupos y los gobiernos usan las lenguas -y sus ideas sobre ellas- para crear y negociar
esos mundos socioculturales. Dado que los acercamientos lingüístico-ideológicos
refuerzan las fuerzas político económicas ( y otras acciones de interés informadas), la
diversidad y la competencia, la influencia de la conciencia de los hablantes en los
sistemas lingüístico y social, el rol constitutivo de la lengua en la vida social y las miles
de formas en las que la ideología lingüística construye identidad, deberían continuar
proveyendo herramientas útiles para los investigadores que deben reconocer contextos
más amplios para los fenómenos gramaticales, textuales, microinteraccionales y
microculturales que continúan comprometiendo la esencia de la bibliografía lingüístico
antropológica.

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