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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATOLICA DEL PERU

LECTURA 2
CURSO: “CREER EN JESUCRISTO HOY”
INTERES POR JESUCRISTO

1. B. ESPINOZA
“Yo no creo que nadie se haya elevado jamás a una perfección que le sitúe hasta ese
punto por encima de los otros hombres – con excepción de Cristo-. Pues Cristo ha tenido
la revelación de los designios divinos referentes a la salvación de los hombres, no por
medio de palabras y de visiones, sino de manera inmediata. De suerte que, como antaño a
Moisés en lo sonidos de una voz exterior, Dios se ha manifestado a los apóstoles a través
del Espíritu de Cristo. La voz de Cristo puede ser llamada, por tanto, voz de Dios, tal como
fue oída antaño por Moisés. En este mismo sentido podemos decir también que la
Sabiduría de Dios, es decir, una Sabiduría sobrehumana, se ha encarnado en Cristo y que
Cristo se ha vuelto camino de salvación. (…) Si Moisés hablaba cara a cara con Dios (…)
Cristo, por su parte, se ha comunicado con Dios espíritu a espíritu.
De Cristo (…) se debe pensar (…) que ha percibido las cosas de verdad y las ha
conocido adecuadamente; pues Cristo no fue tanto un profeta como la boca de Dios. (…)
Dios, por medio del espíritu de Cristo, ha revelado ciertas cosas al género humano. (…)
Dado que Dios se ha revelado a Cristo o al espíritu de Cristo de manera inmediata, y no a
través de palabras e imágenes como se reveló a los profetas, conocemos necesariamente en
virtud de ello que Cristo ha percibido de verdad las cosas reveladas, o sea, que las ha
conocido intelectualmente (…) por medio del pensamiento puro Cristo ha percibido, pues,
las cosas reveladas de verdad y las ha conocido adecuadamente (…) si las ha prescrito
como leyes, lo ha hecho a causa de la ignorancia y de la obstinación del pueblo. En eso ha
mantenido el uso de Dios, adaptándose al espíritu del pueblo”.
(“Tratado teológico-político”)(Tomado de X. Tilliette págs. 73 – 74)

2. GEZA VERMES: “Jesús el Judío”


PREFACIO
… nosotros los judíos conocemos (a Jesús) de un modo –en los impulsos y
emociones de su judeidad esencial- que permanece inaccesible a los gentiles
sometidos a él* (Martín Buber)
Durante estos últimos años, me han preguntado a menudo si escribía mi libro sobre
Jesús desde un punto de vista judío.
La respuesta es sí… y no.
No está inspirado por actitudes judías tradicionales hacia “el fundador del
cristianismo”, y decididamente no pretende pintar un Jesús “judío” como contrapartida
nominal del Jesús de las diversas iglesias, sectas y partidos que se proclaman fieles a él.
De otra parte, en la medida en que insiste en que un estudio convincente de Jesús de
Nazaret debe tener en cuenta que los Evangelios contienen la historia y la doctrina de este
galileo del siglo I, exige un conocimiento especializado del tiempo en que vivió, de la
historia, instituciones, lenguas, cultura y literatura de Israel, tanto de Palestina como de la
Diáspora; y en este sentido es sin duda un libro muy judío. (p. 9)

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Por último en vista del actual interés por Jesús, con “Jesús freaks” y “Jesús kids” que
proclaman que “Jesús vive hoy”, y miles de personas que acuden a disfrutar del famoso
espectáculo musical “Jesucristo Superstar”, debo indicar que Jesús el Judío no puede
compararse con nada de esto. Es el fruto de veinticinco años de investigación
ininterrumpida en religión y literatura rabínica a intertestamental, incluyendo los
“Manuscritos del Mar Muerto”, la antigua interpretación bíblica judía y la modernización
(actualmente en curso) del monumental clásico de Emil Schürer, La historia del Pueblo
Judío en Tiempos de Jesucristo. En un futuro, que no espero demasiado lejano, seguirá a
esto una investigación sobre la auténtica doctrina del Maestro de Galilea: El Evangelio de
Jesús el Judío. (9- 10-11).

Hemos de subrayar que esta investigación histórica de los Evangelios no la motiva


impulso alguno de crítica destructiva. Nace, por el contrario, de una búsqueda dedicada y
constante del hecho y la realidad, sin ningún compromiso sentimental con la tragedia de
Jesús de Nazaret. Si, tras leer este libro, el lector reconoce que este hombre, al que
distorsionan por igual el mito cristiano y el mito judío, no fue, en realidad, ni el Cristo de
la Iglesia ni el apóstata y espantajo de la tradición popular judía, quizás se haya iniciado la
tarea de pagarle una muy antigua deuda. (p. 19).

3. DEVI MENON (hindú) “Lo que admiro en Cristo y rechazo en el cristianismo”,


leemos lo siguiente:

“Tengo la certeza que no hay hindú incapaz de apreciar las cualidades de Cristo o encontrar
en él cosa alguna que no pueda aceptar. Pues es, sin duda, el compendio de todas las
virtudes que se elogian en nuestras Escrituras hindúes (…)
Tengo una fe inquebrantable en la Divinidad y el poder de Cristo. Pero no es idéntica a
la de mis amigos cristianos. Quizá sea esa la manera hindú de venerarle. Es algo muy
personal y muy íntimo que no afecta mi fe en Krishna, Rama, e Ishvar. Las enseñanzas
cristiana me parecen más sencillas, más irresistibles, más fortalecedoras. Cristo habló
como Buda, en lenguaje sencillo y sin adornos intelectuales o sutilezas metafísicas (…)
Mis oraciones cristianas consisten en recitar mentalmente el Padrenuestro y con
frecuencia frases sueltas en momentos oportunos cuando me enfrento con las dificultades
de cada día. En esos momentos repito: ‘Líbranos de todo mal’, ‘No nos dejes caer en la
tentación’, ‘Perdona nuestras ofensas?... Esta repetición me da fuerza interior, gozo
espiritual y fortaleza mental. Y como resultado de todo esto me siento capaz de
comprender las escrituras a través de la oración cristiana…
Y esto no lo considero un eclecticismo superficial, porque lo hago de corazón de una
manera espontánea, como respirar o ver”.1

4. MILAN MACHOVEC: “Jesús para ateos”

En el curso de la historia muchos hombres han ejercido una influencia sobre millones
de personas: Confucio, Buda, Sócrates.… Después de muchos siglos, e incluso de algunos
milenios, su nombre no se ha olvidado. Pero la historia no ofrece analogías –en cuanto a la
intensidad y a la amplitud- con lo que ocurrió “en su nombre” (Hech 3, 16), cuando el

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Citado por: José Vicente Bonet, sj. Rev. Vida Nueva 2477 25 de junio de 2005.

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hombre Jesús terminó de recorrer los caminos de Galilea y de Judea. Tampoco admiten
comparación los nombres que se le han dado. Por millones de personas ha sido venerado
como “redentor del mundo”, como “hijo de Dios”, como persona “de la misma naturaleza
que el Padre”, o sea, como persona igual a Dios, en cierto sentido divina. De generación en
generación los pensamientos y los ideales que apelan a su nombre han inspirado a
individuos geniales, a naciones enteras, a épocas y movimientos esplendorosos. Con su
nombre en los labios han caído muchos mártires y han muerto muchas personas. Hombres
buenos y malos han profesado su fe. Los pensadores más profundos han consagrado
muchas veces su vida entera a pesar sobre él, sobre su mensaje, sobre lo que fue realmente
y sobre lo que no fue, sobre lo que enseñó y sobre lo que no enseñó. El carácter dramático
de la historia bimilenaria del continente más dinámico y más influyente hasta ahora está
relacionado indudablemente –en mayor o menor medida- con su nombre, con su
“mensaje”, con el evangelio (en griego, buena noticia), con las luchas encarnadas por su
interpretación, con las consecuencias más heterogéneas de las diversas interpretaciones.

¿Habrá sido todo esto un mero error? ¿Habrá sido esta historia bimilenaria solamente
el resultado de una casualidad? ¿Se habrá basado únicamente en una ilusión ante un
hombre que en el fondo no era distinto de todos los demás? Incluso los que llegan a
conclusiones de este género no pueden callarse ante el problema; incluso para ellos se trata
de uno de los problemas más importantes e interesantes de toda la historia humana, el
problema de la influencia y el significado de la figura de Jesús en el pensamiento
de la humanidad. Se trata de distinguir en la tradición sobre Jesús la verdad y el error, la
ilusión y el conocimiento que toca las profundidades del hombre; se trata de explicar qué
es lo que ha conducido a los hombres, durante dos milenios, a convicciones apasionadas y
a encendidas disputas. ¿Habrá sido todo esto un inmenso error, una locura? Bajo esta
locura podría esconderse quizás algo terriblemente serio, algo sumamente importante para
el hombre, algo cuya ignorancia podría conducirlo a la catástrofe. Y si se acepta la
hipótesis de que al principio se trató solamente de un error, habrá que admitir además que
durante dos mil años con ese error se ha mezclado algo muy importante. El que quiera
separarse radicalmente de esa tradición, tendrá que darse cuenta, por su propio interés, de
que no es fácil arrinconar algo de lo que nuestra cultura ha vivido durante veinte siglos.
Desde el punto de vista de toda la historia humana hay que admitir que ese Jesús de la
tradición, ese Jesús kerigmático (en griego kerigma significa anuncio, testimonio,
tradición) es una realidad mucho más importante y vital que el llamado Jesús histórico,
esto es, que la historia de la vida terrena de Jesús de Nazaret. Generalmente, las tradiciones
con tanta fuerza no nacen de la nada, no nacen sin el impulso de hombres reales. Por eso es
perfectamente legítima una nueva pregunta: ¿hasta qué punto la vida real de Jesús de
Nazaret corresponde al Jesús kerigmático, al Jesús del anuncio? (p. 46-47).

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Otra observación antes de concluir. Jesús no es solamente una figura como las demás,
de las que a veces se escriben biografías, como por ejemplo Moisés, Agustín, etc. Para
millones de personas Jesús es “el hijo de Dios”, “el redentor del mundo”. En su elección
particular y en su posición central en la historia los hombres creen religiosamente. Para una
enorme cantidad de hombres, las consideraciones sobre Jesús son más que simples
consideraciones sobre un simple objeto de “investigación histórica”; están relacionadas
íntimamente con un estilo de vida, bien sea mediante ciertas experiencias “dominicales”,
bien mediante su presencia alentadora en el ritmo monótono de la vida cotidiana; están
además relacionadas con ciertos “problemas últimos”, con la sensación de que están

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amenazados, de que están cerca de la muerte, con la sensación del desamparo, de la
debilidad, de la culpa. Millones de personas experimentan también a Jesús en relación con
la superación de sus necesidades, del estremecimiento ante la casualidad y ante la suerte; lo
experimentan como aliento en la desilusión de sus ansias de libertad, de un amor no
correspondido. Para otros hombres, por el contrario, Jesús es el objeto central de uno de los
más graves y peligrosos errores de la historia humana, la religión cristiana. Yo no creo que
el mundo posea ya la “salvación”, pero tampoco creo que la aparición de Jesús y la
bimilenaria historia “salvífica” de la interpretación de su mensaje sean un error o un simple
despiste de la historia humana. La dramática grandeza de esta historia corresponde a la
grandeza de las cuestiones contenidas en el mensaje de Jesús, en cuyo nombre ha tenido
verdaderamente comienzo la “larga marcha” a través de la historia del mundo occidental.
(p. 54-55)

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Indudablemente este libro no se proponía decir la última palabra sobre la historia de


Jesús, “dar remate” a la historia sobre Jesús de Nazaret. Ese objetivo está más allá de las
posibilidades no sólo de un libro, sino de toda la humanidad. El hecho Jesús y su mismo
nombre, la dialéctica sobre su pensamiento y su herencia, todo eso ha sido durante siglos
uno de los fenómenos fundamentales del continente europeo y más tarde, al menos en
parte, también de los otros continentes. Jesús ha sido confesado por pensadores y por
hombres sencillos, por explotadores y por explotados, por mártires y por verdugos… Por
eso no es posible el intento de “concluir” su historia, lo mismo que tampoco es posible
hacerlo en lo que se refiere a la valoración de la llamada “civilización occidental” y del
desarrollo histórico europeo. El intento de “valorar” el significado de la herencia de Jesús
es parecido a la búsqueda de un punto firme en un movimiento increíblemente complicado
que nos ha arrastrado a todos nosotros y a cuanto nos rodea, un movimiento histórico al
que sólo Jesús dio comienzo, paro que se ha visto luego condicionado por toda una serie de
influencias.

En este sentido es verdad que “de su plenitud todos hemos recibido” (Jn 1, 16). Todos,
los que sostienen que su herencia más auténtica está representada por la iglesia organizada
institucionalmente, dotada de misteriosos dones espirituales, como los que se orientan
hacia una interpretación más libre de los textos bíblicos, no ligada a la autoridad, y
finalmente aquellos que en la historia, de diversas maneras, se han alineado contra la
autoridad de Jesús, o mejor dicho contra las mistificaciones de su “grandeza”. Católicos y
protestantes, ortodoxos y sectarios, todos tienen cierto derecho a apelar a Jesús y
confesarlo; pero una mirada más profunda descubrirá que pertenecen orgánicamente a esta
historia también los rebeldes de estos dos mil años, los herejes y los ateos, de forma
especial los marxistas y los comunistas de los últimos tiempos. Estos no solamente
pertenecen a la historia en la que el profeta de Nazaret representó un papel absolutamente
único, sino que puede afirmarse más todavía: dieciocho siglos después de Jesús, Karl Marx
dio vida por primera vez a un proceso igualmente grande y complejo, de consecuencia
todavía imprevisible, con una tensión análoga hacia un cambio radical de la situación
social y un futuro radicalmente distinto; podemos preguntarnos si los seguidores de este
proceso no tendrán el derecho de considerarse auténticos continuadores del mesianismo
veterotestamentario y del impulso del cristianismo primitivo hacia una transformación
radical. Numerosos marxistas, así como también numerosos teólogos críticos
contemporáneos, están convencidos de que en el mundo moderno ha sido el marxismo el

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que ha asumido esa pasión del futuro, ese impulso hacia la redención y la transformación
radical, que eran propios del cristianismo. (p. 208 – 209).
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Observemos con atención la historia de aquellos que se han alineado contra el
cristianismo como culto al Jesús divinizado y descubriremos allí una circunstancia clara y
muy interesante. Los adversarios y los críticos casi nunca les han reprochado a los
cristianos que sean seguidores de Jesús; al contrario, les han reprochado que no lo fueran,
que habían traicionado su causa, haciendo suyas todas las características del fariseísmo que
había denunciado Jesús (Mt. 23, 1-36 par), especialmente sus palabras: “Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mc 7, 6 par). Esto es, la crítica ha
acusado al cristianismo histórico de un tiempo concreto, pero nunca ha ido en contra del
verdadero ideal de Jesús. (p. 210)

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5. JOSE CARLOS MARIATEGUI: Sobre “Jesús” de Barbusse


(Signos y obras p. 42 – 45)

“Jesús” es una valiente tentativa de artista y pensador. Barbusse se propone ofrecernos


en este libro una nueva imagen de Cristo que él reivindica, ante todo, como suyo. La obra
se resiente de este subjetivismo. Todos los que antes y después de Renán han pretendido
explorar el misterio de Jesús, con método de historiador, han confesado ya la imposibilidad
de asir netamente el personaje histórico. En Jesús, lo divino asume una realidad más
contrastable que lo humano. Jesús Dios es más evidente que Jesús Hombre. Y no ha
logrado su intento. Su visión nos coloca ante un Jesús demasiado racionalista, demasiado
barbussiano. La historia es a veces poesía; pero en el libro de Barbusse, hay más poesía
que historia. El milagro no se deja explicar. Es accesible sólo a los que renuncian a
analizarlo.

Parte Barbusse de un sentimiento profundo del destino y del deber de los hombres. “Es
necesario –escribe – que cada uno se recree siempre todo entero; su fe, sus certidumbres. Y
su confianza en otro. Su confianza, a saber, la gran riqueza que se tiene cuando no se tiene
nada”. De su agonía cristiana ha nacido este Cristo que trae a los hombres de nuestro
tiempo su verbo de caridad, de protesta y de esperanza. El empeño de comunicar a Jesús
con estos hombres, identificando la lucha de hace veinte siglos con la lucha de ahora, es al
mismo tiempo el mérito y el defecto de la obra.

Barbusse siente a Jesús deformado y mistificado por el cristianismo. Esta actitud no


es, ciertamente, original. Jesús renace en cada cristiano auténtico.

Todos los hombres que lo llevan en su pecho, lo disputan como Barbusse a los demás.
La eternidad de Jesús se manifiesta acaso en la posibilidad inagotable de reivindicación de
su verbo. Pero esta reivindicación rebasa sus límites cuando conduce a una condena en
bloque del cristianismo de veinte siglos. El mensaje de Jesús nos arriba a través de estos
veinte siglos. Concebir la cristiandad simplemente como una larga sucesión de
mistificaciones es incurrir en un romanticismo y en un maesianismo que no se avienen con
la definición del “idealista práctico” sugerida a Barbusse por las vidas de Lenin y Gandhi.
Barbusse dice que hay que tomar a los hombres como son. Lo mismo debería pensar de la

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historia, No es posible históricamente ver a San Pablo un gran mistificador de la idea de
Cristo sino el primero y más grande de sus realizadores.
A este respecto, están indudablemente en lo cierto las críticas encontradas ya por el
último libro de Barbusse en una parte del sector marxista. Pierre Maville en Clarté escribe
agudamente: “por qué Pablo eligió a Jesús como ejemplo y, por qué, Jesús tuvo necesidad
de Barbusse veinte siglos después de su muerte, más bien que de Pablo, su contemporáneo,
para predicar su verdadera doctrina y restablecer el sentido de su acción, es algo que no se
sabrá jamás.”
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6. JOSE MARIA ARGUEDAS: “Los Ríos Profundos” Cap. 1


Ingresamos al templo, y el Viejo se arrodilló sobre las baldosas. Entre las columnas y
los arcos, rodeados del brillo del oro sentí que las bóvedas altísimas me rendían. Oí
rezar desde lo alto, con voz de moscardones, a un coro de hombres. Había poca gente en el
Templo. Indias con mantas de colores sobre la cabeza, lloraban… Un alto coro de madera
lustrada se elevaba en medio del templo. Se levantó el Viejo y nos guió hacia la nave
derecha.

-Él Señor de los Temblores- dijo, mostrando un retablo que alcanzaba la cima de la
bóveda. Me miró, como si no fuera yo un niño. Me arrodillé junto a él y mi padre al otro
lado. Un bosque de ceras ardía delante del Señor. El Cristo aparecía detrás del humo, sobre
el fondo del retablo dorado, entre columnas, y arcos en que habían tallado figuras de
ángeles, de frutos y de animales.

Yo sabía que cuando el trono de ese Crucificado aparecía en la puerta de la catedral,


todos los indios del Cuzco lanzaban un alarido que hacia estremecer la ciudad, y cubrían,
después, las andas del Señor y las calles y caminos de flores ñujchi, que es roja y débil.

El rostro del crucificado era casi negro, desencajado, como el del pongo; durante las
procesiones, con sus brazos extendidos, las heridas profundas, y sus cabellos caídos a un
lado, como una mancha negra, a la luz de la plaza con la catedral, las montañas o las calles
ondulantes, detrás, avanzaría ahondando las aflicciones de los sufrientes, mostrándose
como el que más padece, sin cesar. Ahora, tras el humo y esa luz agitada de la mañana y de
las velas, aparece sobre el altar hirviente de oro, como al fondo de un crepúsculo del mar,
de la zona tórrida, en que el oro es suave o brillante, y no pesado y en llamas, como el de
las nubes de la sierra alta, o de la helada, donde el sol del crepúsculo se rasga en mantos
temibles.

Renegrido, padeciendo, el Señor tenía un silencio que no apaciguaba. Hacía sufrir; en


la catedral tan vasta, entre las llamas de las velas y el resplandor del día que llegaba tan
atenuado, el rostro del Cristo creaba sufrimiento, lo extendía a las paredes, a las bóvedas y
columnas. Yo esperaba que de ellas brotaran lágrimas…

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