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De acuerdo con el siguiente texto, responda las preguntas 1 a 6.

DEJAD QUE LOS NIÑOS…


Yolanda Reyes

‘Con sus trajes típicos, los niños le dieron la bienvenida al santo padre’, dice un pie de foto en este diario, y sale
el Papa en el aeropuerto de Villavicencio saludando a un niño listo para bailar joropo. Me pregunto si los niños
suizos recibirían hoy al Papa vestidos de tiroleses; los gringos, de Mickey Mouse o de vaqueritos, y si los niños
españoles le bailarían una jota aragonesa o una sardana en sus aeropuertos.

Esa manía de disfrazar y de poner a bailar a los niños para entretener adultos ilustres no es privativa de la visita
del Papa, sino una especie de práctica instalada en el ADN de este país. Si van la “primera dama”, el primer
ministro, la reina de cualquier reino o el subsecretario de lo que sea a un albergue, a una escuela o a un lugar
en donde haya niños bajo la tutela adulta, la reacción automática es darles la bienvenida con una cumbia, un
mapalé o un joropo, “interpretados” por niños.

No importa si son de primera infancia, si hace calor, que una niña quiera ir al baño, que un niño sea tímido o
que alguien deteste bailar o si las familias tienen dinero para comprar todos esos encajes que pican y todos
esos afeites y todos esos vestidos que los inmovilizan.

Lo que menos importa es el significado que tenga “el acto” para los niños. Da igual que el ilustre visitante, si
quiere o no hablar con los niños (o ellos con él). A veces se desperdician oportunidades maravillosas para
charlar, simplemente y generar encuentros distintos.

¿No tendría más trascendencia, por tomar el ejemplo de la semana pasada, haber organizado un encuentro de
los niños con el Papa en el que ellos hubieran hecho esas preguntas existenciales –sin libretos, sin cartas
redactadas por adultos y, por supuesto, sin cámaras– sobre la vida y la muerte, sobre la paz, el amor y la
religión y sobre tantas dudas y reflexiones que expresan los niños cuando los dejan hablar con personas
dispuestas a tomarlos en serio?

Ese adultocentrismo (y ese populismo) que nos impide interesarnos genuinamente por los niños nos delata.
Basta con mirar las imágenes de la semana pasada para constatar que hablamos mucho de ellos, pero que nos
falta hablar con ellos. Y son cosas muy distintas.

De acuerdo con el siguiente texto, responde las preguntas 7 a 12.

En las ciudades
Hablan
Hablan
Pero nadie dice nada

La tierra desnuda aún rueda


Y hasta las piedras gritan

Soldados vestidos de nubes azules


El cielo envejece entre las manos
Y la canción en la trinchera
Los trenes se alejan por sobre cuerdas paralelas
Lloran en todas las estaciones
El primer muerto ha sido un poeta
Se vio escapar un pájaro de su herida

El aeroplano blanco de nieve


Gruñe entre las palomas del atardecer

Un día
se había perdido en el humo de los cigarros
Nublados de las usinas
Nublados del cielo
Es un espejismo

Las heridas de los aviadores sangran en todas las estrellas

Un grito de angustia
Se ahogó en medio de la bruma
Y un niño arrodillado
Alza las manos

TODAS LAS MADRES DEL MUNDO LLORAN

De acuerdo con el siguiente texto, responde las preguntas 13 a 18.

LA NECESIDAD DE LA ÉTICA
(Fragmento)

¿Vivimos tiempos especialmente inhóspitos para la ética? Quienes así lo afirman se basan en un somero repaso
a la catadura del siglo que acaba: dos tremendas guerras de alcance mundial con millones de víctimas,
secundadas por cientos de conflictos menores más localizados pero no menos destructivos; la puesta en
práctica de totalitarismos ideológicos que han justificado con inhumana eficacia el exterminio de capas sociales
de la población civil y aún de etnias enteras.

También se han patentado los campos de concentración y armas para la destrucción masiva de un alcance
nunca soñado antes en la nutrida historia de la criminalidad política; pese al desarrollo industrial y tecnológico,
un tercio de la población mundial padece hambre, en muchos países latinoamericanos es tristemente común
el abandono y asentamiento de los niños, incluso dentro de las naciones más desarrolladas hay grandes bolsas
de miseria urbana y las agresiones a nuestro entorno ecológico hacen temer graves peligros para la vida
humana en el próximo futuro.

Si a todo ello se unen los frecuentes casos de corrupción política y económica que envilecen las democracias, la
barbarie de los enfrentamientos nacionalistas o de las persecuciones xenófobas, etcétera, resulta inevitable
asumir que el siglo veinte, como asegura el célebre tango, "es un prodigio de maldad insolente" y que en él las
invocaciones éticas suenan tan poco adecuadas como las carcajadas en un funeral.

La existencia ética siempre ha estado en dramática minoría frente a la realidad histórica mayoritaria.

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