Lic. Giovanni Rodríguez Seminario de literatura hondureña
El estancamiento de la materia artística en Honduras ha producido un desarrollo anacrónico
en la literatura nacional en comparación al resto de Latinoamérica. El comienzo de un nuevo milenio supondría la innovación en las prácticas literarias, sin embargo, la demanda social y el anacrónico romanticismo están presentes en la mayoría de las obras producidas la última década. A pesar de lo anterior, existe un grupo de nuevos escritores que, bajo influencias extranjeras construyen una nueva línea formal que se desmarca de lo social y lacrimógeno. Raúl López Lemus forma parte de ese grupo, Umaña (1991) reconoció la capacidad narrativa del autor apenas en su juventud literaria a través del cuento “Exiliados de hambre”. Las palabras de la literato se vieron confirmadas en textos más trabajados como Entonces el fuego (2012) y, el más reciente y objeto de las siguientes páginas, Perro Adentro (2015). El libro está conformado por cuatro cuentos con una extensión considerable que los acerca a la categoría de nouvelle; el primero es “Juego de mar”, le sigue “Perro adentro” y “Una tuerca suelta”, y finaliza con “Muerte en espiral”. El universo ficcional que plantean estos cuentos no conoce la linealidad perfecta, no respeta la estructura ortodoxa, ni siquiera se apresura ante la necesidad de comunicar un mensaje. Sino que con irreverencia, yuxtapone historias, tiempos, focalizaciones y voces del narrador para corromper la simplicidad del mensaje. A pesar de la explosión de mecanismos literarios el lector logra comprender la dinámica textual, pues, el texto mismo se encarga de que la poética del discurso sea aprehendida por quien lee. Valiéndose de momentos auto- reflexivos, el discurso añade una frase que, similar a una señalización de tránsito, apunta el camino, registras las avenidas textuales y previene al lector de los diferentes rumbos de la historia. “Juego de mar”, el primer cuento de Perro adentro, cuenta la causa y el propósito por el que una pareja conformada por Denisse y el narrador hacen el amor en la playa. El título señala una especie de dinámica textual, un “juego” donde el narrador impone las reglas que han de seguirse. Por ello, las líneas introductoria tienen el tono imperativo que caracteriza las instrucciones de un juego: “Este relato debe abrirse con la imagen de una pareja que hace el amor entre las olas” (p.7). El mar, símbolo de la dinámica de la vida representa el vaivén que tiene lugar en el cuento, todo sale y todo vuelve a él. Mientras la pareja hace el amor en el agua, el argumento se desvía hacia un pasado cercano y lejano provocando analepsis de duraciones variadas. Cuando esto ocurre siempre regresa al mar, de donde todo parte. Esta dinámica es una decisión tomada por la pareja: “Allí decidimos que si alguna vez se contaba la historia debía de hacerse viniendo del gran momento, desde su realización plena hacia el pasado” (p.14). La imagen de la pareja es un recuerdo narrado desde un futuro desconocido, ese recuerdo propicia escenas anteriores a ese momento. El resultado es un tiempo difuso, un pasado perpetuo, cuyo futuro máximo a alcanzar es la escena de la playa y rápidas insinuaciones de hechos que tendrán lugar después de eso. La siguiente señalización engloba una descripción de la estructura general del cuento, la refiere el narrador testigo quien está plenamente consciente de querer lograr un discurso con el efecto de: “… una película de casetera que se rebobina, los personajes dan saltitos hacia atrás (…). Mi deseo, el mismo que el de Denisse, es que los lectores perciban, en el trascurso de relato, el mismo efecto de película” (p. 8). Esa intención produce la aparición de las señalizaciones cardinales que, además de movilizar el relato al plantear un analepsis o prolepsis, instruyen al lector el camino que se seguirá en el recorrido. La primera cardinal del relato: “Antes de seguir adelante con la descripción de la escena amorosa, sería bueno contar lo que hemos hecho para llegar hasta aquí” (p. 8) abre una analepsis que narra el momento inicial del amorío en el agua, y las situaciones previas a este hecho. Sin embargo, la secuencia que produce no poseen el esquema natural de acción= efecto o correlato, es lo contrario, una secuencia en reverso donde el corretalo está antes de la acción que lo provoca. Primero el narrador dice “Denisse y yo estábamos mordiéndonos los labios”, esta acción es resultado del jugueteo previo que se registra a continuación: “Antes estábamos mordisqueándonos morosamente las junturas de los labios y antes de eso hicimos simulacros de roernos las boca” (p.9). La secuencia describe los momentos antes de ingresar al mar, la llegada a Tela, el viaje en el autobús, justo en ese orden. La siguiente cardinal confirma las alusiones hechas al título en párrafos anteriores: “frenemos aquí y volvamos al mar, no olvidemos que el acto de la pareja es el anclaje en que se sustenta el relato”. Dicha regresión solamente tiene como objetivo el alejamiento paulatino de la escena amorosa, pues, de ahí rebobina y se pierde en el pasado desde ese punto. Viaja hasta momentos antes de ingresar al mar dividiendo las secuencias por saltos cronológicos “Un salto de media hora hacia atrás”, “Luego hay un lapso de quince minutos”, “Regreso al día anterior”, para después incorporar la vuelta al mar con la cardinal “volvamos al futuro” y así abrir una nueva secuencia regresiva. En “Una tuerca suelta” el proceso es casi parecido al antes explicado; el cuento narra a un hombre que ingresa en su auto y se acomoda en el asiento del pasajero. Desde ahí se fragmentan distintas situaciones, entre ellas una persecución automovilística y los recuerdos del momento que renuncia a su trabajo. Al igual que la escena en el mar, cada episodio tiene un punto de regresión, en este caso es el asiento del pasajero dentro del auto. Las señalizaciones aquí aparecen casi al final del cuento y conciernen al plano de los indicios, por lo que no son tan perceptibles como en el cuento anterior; pese a lo anterior, describen a cabalidad la dinámica del texto. El punto de encuentro entre realidades es el que abre la historia: “Quedemos en que Pascual rodea el auto, abre la puerta y se acomoda en el asiento destinado al pasajero” (p.79) y después con el accionar del motor se abre las desviaciones temporales y espaciales. Quien refiere la historia describe el trance al que entra Pascual como ser “lanzado hacia adelante con un ímpetu inesperado, pero al mismo tiempo percibe que sólo está estancado en el asiento…” (p.107). Y es que ese es exactamente el proceso que recrea la estructura textual, la yuxtaposición de cronotopos, cada uno con una secuencia propia que se ve constantemente interrumpida y retomada. Sin embargo, estas acciones no tienen un germen en su propio mundo ficcional, sino que están adheridas al estado alucinatorio del protagonista. En “Perro adentro”, el tercer cuento del libro, pueden visualizarse todos los elementos involucrados en la escritura de un relato: el autor como un ser alejado pero responsable del argumento; el narrador, un personaje encargado de guiar al lector; los personajes, títeres sin voluntad propia; y un ser extra textual que tomará la voz narrativa en un punto determinado del cuento. El argumento es simple, se trata a una extraña pareja conformada por Dionissio y Silvia, quienes se citan todos los sábados a las tres de la mañana en un área solitaria del lugar donde residen. La estructura general del cuento se explica en la relación del narrador y el creador quienes “Competirán en arrebatarse el discurso… ”(p.74). En las primeras acciones del cuento no hay una rebeldía evidente en los narradores, ésta inicia como una leve incomodidad para con las decisiones del escritor y se intensifica paulatinamente: Ahora, si queremos entrar de lleno en el círculo íntimo de la pareja, debemos cambiar de perspectiva, (…) y pasar a verlos desde los ojos de su inventor quien es al fin y al cabo quien provee las condiciones y construye los eventos futuros, aunque para éste la pareja no signifique gran cosa que digamos (p.41). Las palabras “debemos”, “al fin y al cabo” y las consideraciones gruñonas que le siguen, demuestran el estado de los narradores. Sus constantes quejas dejan ver los verdaderos sentimientos hacia el creador, quien hace caso omiso a las consideraciones de estos e impone su voluntad. No obstante, la rebeldía se va tornando más clara a medida que avanza el relato. En las participaciones introductorias las inconformidades son catalíticas, o sea, que no interfieren con el argumento, solamente ofrecen una secuencia accionar de posibilidad: “… describimos desde un orden prescrito (…) pero sabemos que existe un horizonte de sucesos (…) en que puede derivar un acontecimiento” (p.61). Por ejemplo, en la pelea que Dionisio tiene con un hombre cuando se dirige a la cita con Silvia, “el agresor le lanza una patada en el costillar que lo hace caer y rodar hasta la cuneta” desde ese punto los narradores comunican al lector lo que ellos preferirían que pasara: “Si el escritor lo dispusiera, podría poner algún guijarro al alcance de sus manos…”. Llega un punto donde la rebeldía de los narradores trastoca la secuencia original del argumento, ellos pasan a formar parte de los personajes y sus acciones son referidas por el ser extra textual. Una de las intervenciones más perceptibles se da durante una pelea agresiva que mantienen los protagonistas, donde la llegada de los narradores impide que la muerte de Dionisio sea “anti-dramática”. A pesar del forcejeo entre narrador y escritor, este último termina imponiendo su voluntad; sin embargo, cede ante los ruegos de los narradores al aumentar la ambigüedad del relato con las consideraciones finales. “Muerte en espiral”, el cuento final del texto, contiene su señalización en el título mismo. Este narra un momento determinado donde las vidas de varios personaje (Blanca, su madrasta, su vecino, su novio) se relacionan directa o indirectamente con un hecho en particular. Un movimiento circular debe dominar el cuento, donde mejor se identifica es la correspondencia entre el principio y el final de la narración. El discurso de “Muerte espiral” se divide en minicapítulos marcados por números romanos que se repite varias veces, cada uno de ellos implica un cronotopo, por tanto, un cambio de focalización del narrador. Para poder explicarlo se dividirá en espirales; el primer capítulo I presenta a Blanca que espera a su novio en el cine, él aparece sin mostrar ninguna emoción, como si fuera un cadáver. El resto de los capítulos ofrece un perfil introductorio de los involucrados en el relato: la madrastra y su propósito de venganza contra el novio de Blanca (II), el vecino que andaba en malos pasos (IV), la calle donde la historia terminará (VII) y el narrador (escritor) durante el momento mismo de la escritura del cuento (VIII), etc. En la siguiente etapa del espiral comienza la narración propiamente dicha, el segundo capítulo I plantea es una analepsis donde aparece la cardinal exacta que produce la salida al cine, porque a Blanca se le “va a ocurrírsele invitar a su novio al cine” (p.132). Al pasar al segundo capítulo II el narrador ejerce un cambio de tiempo-espacio, se enfoca en la madrastra justo en el momento donde recuerda con extraño placer cómo fue violada por el novio de Blanca, ahí “comienza a fraguar una venganza” (p.134). Los segundos capítulos IV, III, VIII, plantean una secuencia de las acciones matinales del vecino, el padre, y algunos movimientos del narrador. Así seguirán repitiéndose los capítulos, acumulando las cardinales y estableciendo relaciones entre ellas. Al final, todos confluirán en el asesinato del novio de Blanca, la venganza de la madrastra concretizada justo cuando el muchacho se dirigía hacia el cine. Sin embargo, tomando en cuenta que el primer capítulo el novio de Blanca llegaba en términos extraños al cine después de su muerte le da un giro total al texto. El narrador vuelve al cine y retoma la secuencia del primer capítulo uno: “dejamos a Blanca metiéndose acalorada al cine” (p.170). Al suponer que la muerte del joven ha ocurrido momentos antes y el narrador registra su aparición en el capítulo cierre, se produce un efecto de ambigüedad respecto a la muerte, semejante al de Akaky Akakievich en “El Capote”. Raúl López Lemus no abandona al lector en su brumoso mundo ficcional, aprovecha la facultad que tiene el lenguaje de referirse a sí mismo para describir su propio modo de escritura. Exige un lector cauteloso que sepa aprovechar las señalizaciones del discurso para el completo aprovechamiento de los relatos. Bibliografía
Barthes, R. Análisis estructural del relato. 2da. Ed. Tiempo contemporáneo. Bs. As. 1978.
Genette, G. El discurso del relato. Recuperado de https://inscastelli- cha.infd.edu.ar
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López, R. (2015). Perro adentro. Mimalapalabra: San Pedro Sula, Cortés, H.